El Enigma de Las Seis Copas - Manuel Sanchez Sevilla
El Enigma de Las Seis Copas - Manuel Sanchez Sevilla
El Enigma de Las Seis Copas - Manuel Sanchez Sevilla
Pamplona, Reino de
Navarra, 30 de julio del
920 d.C.
SU indumentaria no era la ms
idnea para estar corriendo por la
catedral, pero en aquel momento
tampoco le importaba mucho. Una
larga sotana marrn anudada a su
cintura por un cordn blanco, que
alcanzaba casi hasta su tobillo, no
ayudaba en su propsito de ir todo
lo rpido que sus piernas pudieran.
Su cometido, algo en su interior le
deca que poda ser el ltimo, era
lo nico que le preocupaba en aquel
momento. Tena que encontrar al
obispo cuanto antes. Haba
examinado minuciosamente todos
los edificios que circundaban la
catedral: almacenes, establos,
estancias... y hasta el pequeo
hospital, incluso, el primero que
haba visitado, el edificio que
albergaba las estancias privadas de
su ilustrsima; ya solo quedaba por
buscar en la propia catedral.
Despus de buscar por toda la
iglesia, solo faltaba el altar mayor y
la estancia, detrs de este, dnde se
guardaban los clices usados en
misa, as como el resto de reliquias
de oro, propiedad de la catedral de
Pamplona.
El padre Venancio era uno de
los calgrafos ms afamados de
todo el reino de Navarra, habiendo
recibido en alguna ocasin algn
encargo de ms all de los Pirineos,
hasta donde haba llegado su
reputacin como escriba. Su trabajo
era copiar libros, pero no de
cualquier manera, sino con una
caligrafa sublime plasmada en
volmenes de pginas tan lisas y
blancas como su ingente calva, y de
tanta extensin que casi igualaban a
su enorme barriga. Para el clero
jams haba necesidad, por ello su
padre lo consagr al servicio de
Dios todo poderoso desde muy
nio. En su casa las bocas que
alimentar eran demasiadas para un
pobre leador.
Las tropas del emir de Al-
ndalus estaban aproximndose
hasta ellos y pronto se les echaran
encima como lobos hambrientos.
Haca cuatro das que Abderramn
III haba aplastado a los ejrcitos
de Len y Navarra y sin demora se
haba encaminado a Pamplona con
la intencin de saquear la ciudad.
Desde que el primer emisario lleg
a la ciudad trayendo las nuevas
sobre la batalla que se haba
desarrollado en Valdejunqueras, los
habitantes de Pamplona haban
empezado a huir hacia las
montaas, dejando la ciudad
prcticamente abandonada a su
suerte. Los casi veinte monjes y las
diez monjas que estaban al servicio
de la iglesia no haban querido
abandonar su catedral y alzaban
rezos durante todo el da pidiendo a
Dios que fuera clemente con ellos,
pero Dios deba estar ocupado en
otros menesteres, porque las
huestes del emir ya acechaban el
recinto cristiano.
Las tropas musulmanas
llevaban cuatro das saqueando
cada pueblo que encontraban en su
camino hacia Pamplona. Las
huestes cristianas haban sido
diezmadas y los obispos de Tuy y
Salamanca, Dulcidio y Hermogio,
haban cado cautivos. Algunos
supervivientes se refugiaron en las
fortalezas de Muez y Viguera, pero
al caer estas en manos del emir,
todos sus ocupantes haban sido
degollados sin piedad. Un soldado
que haba podido escapar cont lo
sucedido y fue entonces cuando el
pnico se extendi por toda la
ciudad.
El calor reinante durante todo
aquel verano pareca, en aquel
momento de esfuerzo fsico, an
ms asfixiante si caba, aunque
haba que reconocer que su orondo
cuerpo tampoco ayudaba en
demasa en aquel momento. Su
sotana estaba empapada en sudor, y
de sus cabellos manaban ros de
secrecin salina. Si queran tener
alguna oportunidad de salvarse
tenan que huir en aquel momento,
si no sera demasiado tarde. La
nica premisa que necesitaban los
clrigos era la autorizacin, aunque
fuera verbal, de su eminencia. El
padre Venancio lo saba, y por ello
no parara hasta encontrar al obispo
para llevarlo con l. Conoca al
obispo desde que este accediera al
cargo haca ya ms de diez aos,
tena que habrsele ocurrido que
este no se separara del oro bajo
ningn concepto, ni tan siquiera si
los ejrcitos del propio diablo
estuvieran a las puertas de la
catedral; paradjicamente, eso era
lo que precisamente estaba
ocurriendo.
Crdoba, invierno de
1152 d.C.
EL maestro no soportaba la
tardanza. Por mucho que aligerara
el paso, surcando como el viento
las calles prximas a los confines
del antiguo palacio califal, le iba a
resultar difcil eludir la reprimenda.
Los aledaos de la residencia del
gobernador de Crdoba estaban
colmados de un deambular continuo
de gentes, la mayora comerciantes
preparando los bajos de sus
alhndigas para exponer sus
mercaderas a la espera de los
clientes que, a buen seguro,
inundaran las calles en pocas
horas. El gran zoco esperaba
impaciente el bullicio de la
maana, vido de gritos y pregones.
La puerta de Sevilla, cuyo
nombre se deba a que era la salida
de la Medina en direccin a la
ciudad vecina, haba visto pasar a
Abdallah como si el mismsimo Al
estuviera solicitando su presencia
de inmediato. Le encantaba pasar
por el gran zoco a aquellas horas
tan tempranas. Los aromas y los
colores de los puestos se podan
apreciar en toda su amplitud, sin los
inconvenientes de la masificacin
de las horas punta, donde la
aglomeracin de personas con sus
olores propios, algunos ms
deseables que otros, hacan
imposible observar o aspirar
convenientemente.
Un invierno glido como no se
recordaba en la ciudad azotaba
Crdoba. El viento procedente de
las montaas circundantes, aunque
suave, haca que los ojos de
Abdallah lloriquearan. Los
soldados del gobernador contaban
que alguna vez en sus misiones
como emisarios a las tierras del
norte haban tardado demasiado en
volver y que el invierno les haba
sorprendido en la marca superior
sufriendo los rigores invernales.
Ellos no tenan el menor reparo en
asegurar que aquel invierno no tena
nada que envidiar a los que haban
sufrido en las tierras de los reinos
cristianos.
Muchas personas se
encaminaban a la gran mezquita
para ser de los primeros en entrar
en el recinto para orar a Al
mirando a la Meca, hacia la salida
del sol, como mandaba el Corn.
Abdallah era hijo de un tabernero
del arrabal del oeste, su familia no
proceda de la nobleza, ni siquiera
de comerciantes. Su padre haba
combatido a los reinos del norte en
alguna razia, cuando los
almorvides gobernaban las tierras
de Al-ndalus, pero una herida en
una pierna que le haca cojear
desde entonces, le apart de la vida
militar. Con los remanentes que
haba obtenido en sus pocas
campaas militares, mont la
taberna y, tras negociar con
productores de vino de Cabra y
Lucena, se haba instalado en las
proximidades de Crdoba.
Abdallah tena la sensacin de
que el da llegaba con mayor
rapidez que de costumbre. Al pasar
por la calle mayor, entre la
mezquita y el antiguo palacio de los
califas, comenz a abrirse la puerta
principal del palacio. La guardia
personal del hayib de Crdoba
comenzaba a bloquear la calle, el
gobernador de la ciudad, Abu
Salem, se dirigira a la gran
mezquita para el rezo de la maana.
Abu Salem gobernaba Crdoba en
nombre del califa almohade, Abd
Al-Mumin, aunque los rumores
decan que no siguiendo las
prerrogativas del libro sagrado,
como indicaba la chancillera de
Marrakech. No haca mucho que el
califa haba tomado posesin de su
trono. Los almohades controlaban
el norte de frica y haban ido
unificando las pequeas taifas
surgidas en Al-ndalus tras la
cada de los almorvides. Pareca
que una poca de dominio
musulmn se haba instaurado en
todo el reino.
El maestro no pensaba de la
misma forma: siempre deca que el
final estaba cerca, que los reinos
cristianos terminaran con la lenta
conquista que haca siglos haba
comenzado. Abdallah pensaba que
eran desvaros sin sentido, pero no
dejaba de estremecerse cuando el
maestro comenzaba sus
divagaciones. Quizs esta opinin
del maestro vena dada porque l
haba vivido en directo la
profanacin de la mezquita por
parte de los cristianos, de la mano
del traidor Abengamia, rey de
Qurtuba. Abengamia haba rendido
la ciudad al rey cristiano Don
Alonso, y el obispo de Toledo
rindi culto a su dios en el templo
sagrado del islam. Por suerte, los
almohades haban acabado con
tantos desmanes. El maestro
siempre reseaba la misma frase
cuando se le cuestionaba por el
futuro del reino: Ms de lo mismo.
Nuestro tiempo toca a su fin y esto
no es ms que una lenta agona, de
la que espero no ver el final.
El maestro haba accedido a
acogerlo bajo su tutela por la
amistad que lo una a su padre.
Cierto encuentro del maestro tras
regresar de una operacin en la
Manxa, con bandidos de la sierra
interesados en el dinero que llevaba
y todo su instrumental, se haba
resuelto con la intervencin de
varios soldados que volvan de
entregar misivas en la marca
superior, entre los que se
encontraba un joven Al-Bani, su
padre. Desde entonces, su padre
haba frecuentado la compaa del
maestro, y este haba aceptado
gustoso aceptarle como discpulo.
Deba acelerar el paso an
ms, empezaba a adivinarse la
salida del sol y bajo ningn
concepto deba interrumpir la
oracin de su mentor; llegar tarde
era intolerable e interrumpir el
contacto con Al solo lo hara un
rum.
Su padre haba tenido que
despertarlo usando agua fresca del
pozo entorno al cual se levantaba su
casa. El agua fresca siempre causa
cierta impresin al caer contra el
cuerpo, pero si ests dormido, la
impresin se multiplica por varios
nmeros enteros. Abdallah haba
acogido el dulce despertar
blasfemando y mentando al profeta,
ante la mirada enojada de su padre,
que instauraba el rgido protocolo
militar en todas las facetas de la
vida, incluido el levantarse
temprano.
Abdallah tena dieciocho aos
y estaba en plenitud de facultades,
era joven y estaba bien nutrido,
cosa que por desgracia no muchos
podan permitirse en aquella poca.
Era alto y, aunque no excesivamente
fuerte, gil e inteligente. Siempre
vivaracho y atento a todo lo que le
rodeaba, segua al maestro cual
perrillo faldero intentando
impregnarse de cuanta sabidura le
era transmitida. El joven Abdallah
quera seguir los pasos del doctor,
como el hijo de este, Ahmed, un
chiquillo que siempre andaba
intentando ganarse su amistad y que
a l le pareca lo ms repelente que
jams hubiera visto. Abdallah
colmaba al maestro de preguntas
ante todo lo que despertaba su
inters, tanto en temas mdicos,
como en los propios de la vida y de
la existencia humana.
Estaba a punto de llegar a la
casa del doctor. La morada de Al-
Gafequi se encontraba en el
extremo este de la medina, justo
antes de alcanzar la muralla que
separaba el corazn de la ciudad de
los arrabales extramuros. Desde el
arrabal oeste, donde viva
Abdallah, hasta la casa del galeno
no haba mucho trecho para alguien
veloz como l, pero llegando tarde
el camino haba parecido la gran
distancia que una vez corri un
guerrero heleno para anunciar la
victoria en una batalla de la que en
aquel momento no recordaba el
nombre... La historia se la haba
contado el maestro, que era versado
en historia antigua.
Sus babuchas resbalaron sobre
la tierra al frenar frente a la puerta
de la casa del maestro la carrera
frentica que traa. Abdallah
respir varias veces para recuperar
el resuello y llam a la puerta;
llegaba tarde pero antes de que el
sol apareciera en el horizonte por
completo. Con un rechinar de
goznes la puerta se abri lentamente
y, al otro lado, una mujer entrada en
aos sonri al ver la figura del
joven aprendiz que esperaba con
gesto preocupado la invitacin a
pasar al interior.
Llegas tarde, pero an no ha
comenzado a rezar inform
Zoraida tranquilizndole de
inmediato. Pasa y comparte la
oracin con l, eso har ms tibio
el regao.
Me he quedado dormido y
he venido corriendo. Abdallah
respiraba entrecortadamente y
recuperarse del esfuerzo que
acababa de realizar le estaba
llevando algn tiempo.
No s por qu, pero no me
extraa nada que te haya ocurrido
eso sonri Zoraida mientras le
haca ademanes para que pasara
dentro y no demorara ms
presentarse ante el maestro. Zoraida
era la sirvienta personal del
maestro. Su rostro afable, salpicado
de innumerables manchas oscuras y
de incontables, aunque discretas,
arrugas denotaban sus aos.
Zoraida andaba despacio, pero el
motivo no eran los aos, sino un
orondo cuerpo del que resultaba
costoso tirar de l, y que, como
opinaba Abdallah, no era lo
suficientemente grande como para
albergar la bondad de aquella
mujer, que siempre lo trataba como
un hijo, aleccionndolo e
intercediendo por l ante el maestro
cuando era necesario.
El relajante ruido del agua al
caer desde lo ms alto de la fuente
erigida en medio del patio de la
casa no calmaba ni un pice el
temor que invada todo su cuerpo;
el doctor no era excesivamente
severo, pero si haba algo que
denostaba era la tardanza, y l
reiteraba en demasa llevar al
lmite la paciencia de su mentor.
Los arcos alrededor del patio
asemejaban el bosque de estos que
colmaba la gran mezquita de la
ciudad; sobre el suelo se extendan
dos esteras en espera de ser
ocupadas en breve para hacer las
zal, la plegaria diaria que
ordenaban las costumbres
religiosas musulmanas. Estar a bien
con Al no poda ser obviado por
ninguno de los seguidores de
Mahoma; cinco veces al da tenan
que rezar mirando a la Meca, y
nadie haca odos sordos a la
llamada del imam llamando a la
plegaria.
Bajo uno de los arcos, el
doctor le observaba con
detenimiento, pensativo como
siempre, Mohamed Al-Gafequi era
uno de los mdicos ms famosos de
todo Al-ndalus, frisaba los
cincuenta aos, y su medicina
aprendida con los grandes doctores
en Bagdad haca ya tiempo que
haba quedado simplemente como
una base slida desde la que
ampliar conocimientos e investigar
nuevos mtodos. El maestro era
oculista. Su especialidad eran las
enfermedades oculares, sus
pacientes le trataban como un nuevo
profeta que era capaz de crear luz
en aquellos que su vida era
gobernada por las tinieblas. Su
cuerpo, enjuto pero fuerte, no era
excesivamente alto, pero bien
adornado por ricas telas hacan
parecer al maestro un hombre ms
fornido de lo que realmente era.
Una abundante barba, en la que los
cabellos negros empezaban ya a
escasear, daba un aire griego al
rostro de Al-Gafequi, gran
admirador de los pensadores
helenos.
Vuelves a retrasarte... como
de costumbre, Abdallah... La
reprimenda empezaba sin que el
doctor alzara mucho la voz; llegar
antes del rezo haba apaciguado su
ira, como le haba dicho Zoraida.
En ocasiones Abdallah haba
llegado despus del rezo matutino y
las consecuencias no se haban
hecho esperar. Limpieza exhaustiva
de todo el material, de toda la
consulta, y lavado de sus ropas de
trabajo... varias veces seguidas sin
aprender nada y sin escuchar nada
ms que mandatos del maestro,
obviando cualquier mnima
docencia.
S, maestro, perdonad mi
tardanza... Abdallah saba que
tena poca defensa, as que era
mejor confesar su falta, que no
defender lo indefendible.
Vivira un paciente si
llegas tarde a intervenirlo? La
pregunta tena fcil respuesta.
No, maestro.
Podras sobrevivir si tu
cuerpo respirara con retraso?
No, maestro.
Pues llegar cuando debes...
tiene que ser para ti igual de
importante.
S, maestro... No volver a
ocurrir...
Ests seguro de lo que
afirmas?
No, maestro... titube
Abdallah, ante la penetrante mirada
que le lanzaba Al-Gafequi.
El hombre es muy dado a
prometer aquello que ms le costar
cumplir. Aquellos que solo
comprometen su palabra con actos
plausibles, sern personas
respetadas siempre, y jams nadie
dudar de su palabra.
S, maestro, lo tendr en
cuenta.
Reljate un poco, con este
fro, y t sudando a chorros, no
tardars mucho en caer enfermo
recomend el maestro, destensando
un poco la conversacin. No
necesito a un ayudante enfermo,
seras de muy poca ayuda, adems
de tener que destinar tiempo a
curarte a ti. Dile a Zoraida que te
prepare algo caliente y despus
tendrs tarea extra... Un sonido
familiar interrumpi la
recomendacin de Al-Gafequi.
La voz del imam llamando al
recogimiento rompi el silencio
matinal, los dos hombres se
arrodillaron, recostando sus
posaderas sobre los talones,
elevaron sus brazos poniendo las
palmas de las manos frente a sus
ojos, y cerrando estos comenzaron a
rezar.
El rezo preceptivo acab al
poco rato, maestro y alumno se
levantaron al unsono. La casa del
maestro se divida en dos zonas: la
ms grande era la destinada a la
vida cotidiana; la otra era la
destinada a las investigaciones del
sabio doctor y donde atenda a
algunos pacientes que venan a la
consulta. En un pequeo habitculo
de la casa era donde ms tiempo
pasaba Abdallah, all aprenda a
hacer pcimas que aliviaban
dolores, que curaban enfermedades
y, las ms importantes, las que
hacan que los pacientes durmieran
plcidamente mientras el doctor
practicaba alguna intervencin.
La maana pasaba plcida
entre los quehaceres diarios del
maestro. Abdallah se afanaba en
preparar correctamente las pcimas
y dejar el material limpio, como le
gustaba al doctor, pues no era
cuestin de enfadar an ms al
maestro. Mientras tanto Al-Gafequi
se deleitaba leyendo en el patio los
versos de su poeta preferido, Ibn
Zaydun. Pese al fro, que aunque
ms atemperado que el maanero
an haca en el patio, la voz del
maestro recitaba los hermosos
versos del poeta andalus.
EL calor de la estancia se
agradeca y aunque Abdallah no
haba reparado en el fro que
reinaba a aquellas horas de la
maana, su cuerpo s. Sentados
sobre dos enormes cojines, Al-
Gafequi escuchaba el relato de su
discpulo atentamente, asintiendo
mientras el joven haca aspavientos
a la vez que, atropelladamente,
contaba lo sucedido la noche
anterior. De vez en cuando el
maestro haca alguna pregunta.
Vesta todo de negro...?
S, maestro, como visten los
guardias del gran visir.
Bueno, pero eso no es
definitivo, cualquiera puede
vestirse como los guardias del visir
aclar Al-Gafequi.
Su acento era extrao, como
los viajeros del norte de frica,
que entran en la taberna de mi
padre.
Y dices que tena un
tatuaje...?
S, maestro, parecido al
smbolo que sella la misiva.
Seal Abdallah el papel doblado,
aunque no hiciera falta hacerlo
porque se vea claramente, pero los
nervios del joven contenidos
durante toda la noche hacan
estragos en su forma de actuar.
Bien, tranquilzate... me vas
a poner nervioso a m tambin...
casi grit el maestro alterado.
Como te habr enseado tu
progenitor, hombre ducho en
enfrentamientos y momentos de
tensin, el nerviosismo es un arma
poderosa que no esgrime el
enemigo contra ti, sino que t
mismo la enfrentas a tu estado de
nimo.
Maestro, es difcil
tranquilizarme... digamos que he
tenido una noche muy larga
apreci el joven.
Lo entiendo, pero con ello
no ganas nada, tan solo pierdes.
El maestro asenta lentamente como
si con aquel gesto intentara calmar
a Abdallah. Su gesto pareci tener
xito.
Abdallah, ms calmado, cont
cmo el hombre de negro se haba
esfumado, como llevado por el
viento, sin dejar rastro alguno. No
haba dormido en toda la noche,
aunque aquello no era necesario
que lo afirmara, sus ojeras
delataban que as haba sido.
Y dices que solo te dio el
papel y desapareci? interrogaba
el maestro, mientras miraba el
papel doblado, sin llegar a
desdoblarlo.
S, maestro, me amenaz y
desapareci sin ms.
Bueno, pues habr que
abrirlo, no crees? Al-Gafequi lo
mir con una sonrisa dibujada en el
rostro, observando cmo de la boca
de su ayudante sala un suspiro
profundo. Haba esperado aquel
momento desde que el papel haba
llegado a sus manos. Si no, ser
del todo imposible enterarnos de lo
que pone, y as acabaremos con el
misterio.
Abdallah haba llegado antes
que el sol comenzara a salir por el
horizonte. Zoraida estaba ya
levantada, pero el maestro y el
pequeo Ahmed an no. La
sirvienta haba despertado al doctor
ante la insistencia del joven
aprendiz. Alterado y sudoroso por
la rapidez con la que haba
recorrido el trayecto desde su casa
hasta la del maestro, Abdallah no
vea el momento de enterarse del
contenido del documento. El
maestro despleg el papel y ley
sin articular palabra. Su semblante
serio no era premonitorio de que el
documento contuviera ninguna
noticia buena. Al terminar la
lectura, Al-Gafequi le entreg la
misiva a Abdallah, que comenz a
leer.
JUNTO a la mezquita se
encontraba el palacio del gran visir;
la edificacin haba sido residencia
de los califas hasta la construccin
de Madinat al-Zahra y ahora serva
de morada al representante del
califa almohade, y aunque ya no
tena el esplendor del que haba
gozado en la poca de los omeyas,
an dejaba boquiabierto a quien
tena la dicha de admirarlo, el paso
del tiempo y las luchas internas que
haban erosionado la grandeza del
palacio.
Anduvieron un corto trecho
hasta llegar a la puerta de la Azuda,
en la parte sur del palacio. Sobre
esta, la azotea desde la que los
califas tenan una vista privilegiada
del ro, el arrecife, la explanada, la
calle mayor y el puente. Desde esa
azotea se podan contemplar la
partida de tropas, o los cadveres
de los ajusticiados en la explanada;
se poda decir que aquel saliente
construido por el hombre haba sido
testigo privilegiado de la historia
de Al-ndalus en los ltimos
siglos.
Un nutrido grupo de guardias,
vestidos de negro, custodiaban la
puerta. Abdallah sinti un
escalofro al ver de nuevo aquellas
vestimentas. Si el inesperado
visitante de la noche anterior quera
ocultarse bajo sus ropas, haba
elegido la mejor manera de hacerlo;
nadie saba cuntos haba en la
ciudad, sin duda muchos. El doctor
se acerc a los guardias a la vez
que se adelantaba el que pareca
mandar el grupo.
Deseo ver a Ibn Abas...
Ibn Abas era el administrador jefe
de los bienes del palacio y
conocido de Al-Gafequi; alguna vez
le haba atendido y en ocasiones
coincidan en casa de Ben Rabadi,
aunque sus quehaceres en palacio
no le dejaban acudir a aquellas
reuniones todo lo que pudiera
desear. Ibn Abas adoraba los
problemas de deduccin, y aunque
no era muy ducho en ellos siempre
alardeaba de su sapiencia en la
resolucin de los mismos.
Aguardad aqu, avisaremos
al muft Abas... El guardia
desapareci de inmediato engullido
por la enorme puerta. No tard en
aparecer de nuevo, haciendo una
seal al doctor y su ayudante para
que le siguieran al interior del
palacio.
Anduvieron por algunos
pasillos, dejando decenas de
puertas de labrados motivos atrs,
cruzando pequeos patios
adornados con fuentes centrales, en
las que el agua que manaba llenaba
de msica cada rincn, que pareca
haber sido construido para
multiplicar cada una de las notas
que el agua produca al caer. Las
paredes de los patios estaban
cubiertas por enredaderas y flores
tradas durante siglos de todas
partes del mundo, ya que los
antiguos califas sentan debilidad
por las plantas y las flores, y haban
decorado sus palacios con las ms
exticas. Aquella zona del edificio
estaba destinada a la administracin
y algunas dependencias de
cortesanos. El maestro lo saba
porque haba acudido a tratar algn
enfermo en aquella parte del
palacio.
El gran alczar califal era de
dimensiones increbles; adems de
aquellas dependencias
administrativas, contaba con
diversos palacetes, como el de la
casa de los Infantes, jardines, la
rauda funeraria, unos pequeos
baos para uso exclusivo de los
gobernadores de la ciudad, salones
para recepciones y las
dependencias para los guardias de
palacio. El maestro solo conoca
aquella parte administrativa y poco
ms, la entrada a la mayor parte del
palacio estaba vedada. La mayora
de palacetes estaban medio
derruidos y haban sido expoliados
en pocas pasadas, algn que otro
recinto haba sido edificado pero
sin la misma magnificencia de los
originales, como si las penurias que
sufra el pueblo se hubieran
reflejado en las construcciones
interiores.
El guardia se detuvo ante una
puerta idntica a las que poblaban
las dependencias administrativas.
Dos enormes hojas labradas con
motivos geomtricos que se
repetan formando diferentes
dibujos se cerraban ante ellos.
Esperad aqu, el muft os
recibir de inmediato... indic el
guardia cerrando la puerta tras l.
Aquel hombre estaba acostumbrado
a dar rdenes y, aunque no las
estuviera dando, su forma de
hablar, caracterstica de los
hombres de armas, pareca ordenar
ms que comunicar. Los dos
hombres aguardaron pacientemente.
La puerta volvi a abrirse,
pero el guardia no apareci ante
ellos, sino un escriba, Abdel Azim.
Al-Gafequi conoca a aquel
hombre. Mal encarado y grun, era
uno de los ayudantes del
administrador general. Abdel Azim
siempre reciba a las visitas del
muft Abas, el compaero de
deducciones de Al-Gafequi en casa
de Ben Rabadi lo usaba para hacer
una criba. Muchos eran los que
venan a pedir favores y otras
ddivas al principal de los
administradores del visir, pero
aquel viejo mal encarado, que por
su aspecto no haca ascos a
suculentas viandas, aunque por su
poblada barba s denostaba las
navajas de rasurar, saba de la
relacin entre su jefe y aquel doctor
especialista en curar enfermedades
de los ojos.
Qu asunto os trae a
palacio...? pregunt Abdel Azim
con altivez sin tan siquiera saludar
a los visitantes.
Es muy importante y debe
ser tratado directamente con el
muft. La respuesta del Al-
Gafequi fue en el mismo tono del
escriba: el maestro no se iba a
amilanar lo ms mnimo.
Seguro que sobre la calidad
del menester se podra discutir
mucho...
No lo dudis ni un instante...
El maestro segua firme en su
postura ante el pulso que le impona
Azim.
... El muft est ocupado en
estos momentos... Abdel Azim
hizo una pausa pero seguro que
puede haceros un hueco... si tan
importante es el tema... No
pareca ser la irona el fuerte de
Azim, pero aquel esfuerzo mereca,
al menos, la sonrisa que haba
aparecido en la boca del maestro.
Entraron en una gran sala llena
de hombres sentados en dos
enormes filas de mesas, los de la
derecha organizaban legajos y
clasificaban documentos, mientras
que los de la izquierda se afanaban
en su trabajo usando bacos y
anotando cada operacin. En
aquella sala se administraban y
contabilizaban los bienes del califa
en la ciudad. Aquellos hombres
escogidos personalmente por su
lealtad a la causa almohade estaban
penados con la muerte si algn
documento sala de aquel lugar, o si
compartan alguno de los mltiples
secretos contables que pasaban por
sus manos diariamente. El regidor
de todo aquello y responsable
principal de que todo cuadrase era
Ibn Abas.
El olor a tinta y papel era
delicioso y las paredes llenas de
estantes abarrotados de documentos
asemejaban a una enorme
biblioteca. Abdallah pensaba en
una de las pocas veces que haba
acompaado al maestro al palacio;
Al-Gafequi le haba contado que en
aquel recinto, en poca del califa
Alhakn II, se haba guardado una
de las bibliotecas ms grandes que
haba conocido la humanidad, con
ms de cuatrocientos mil
ejemplares, pero que un incendio
haba acabado con aquel tesoro de
incalculable valor. El fuego haba
destruido casi la totalidad de la
sabidura que all se haba
guardado en el transcurso del
tiempo, poco se haba podido
salvar.
Ibn Abas gozaba de toda la
confianza de las autoridades
almohades y no era extrao verlo
acompaando al gran visir en
oraciones o en visitas oficiales. Las
habladuras cortesanas eran lenguas
viperinas, por ello haba quien
tambin le atribua su compaa en
otras visitas no tan saludables para
el espritu de Abu Salem; aunque en
realidad Ibn Abas no era de visitar
lupanares, si el gran visir se lo
hubiera pedido en alguna ocasin lo
hubiera acompaado sin duda
alguna.
Abdel Azim les condujo hasta
una enorme puerta, el doble de
grande que la que haban cruzado
para entrar en la sala de los
contables; al otro lado estaba la
habitacin donde Ibn Abas
despachaba sus asuntos. La familia
del muft era de noble cuna y tena
una habilidad innata para amoldarse
a los tiempos, habiendo servido a
emires y califas, sacado el mximo
provecho en el desconcierto que se
origin a raz de la aparicin de las
taifas, alabando hasta la
extenuacin a los invasores
almorvides y ahora, sin
miramiento alguno, prestando sus
servicios a sus enemigos los
almohades, siempre, por supuesto,
en los puestos ms elevados y
disfrutando de poder y riquezas
acordes con su posicin, siempre
poniendo sus banderas al viento que
mejor soplara, sin miramiento
alguno y con el menor escrpulo.
El muft Abas estaba de pie
sobre una silla, mientras un alfayate
tomaba medidas de la pierna, y casi
convulsivamente anotaba el dato en
un papel para a continuacin y con
suma diligencia volver a medir.
Aquel artesano era de lo ms
granado de la ciudad y pocos
podan permitirse el lujo de sus
costuras.
La tela debe ser
extremadamente cara, y de la mayor
calidad que puedas encontrar...
indicaba Ibn Abas al sastre,
mientras levantaba un brazo para
que este pudiera medir su longitud.
S, muft Abas, todo ser de
vuestro agrado, confiad en m. Ibn
Abas repar de inmediato en la
presencia del doctor y su ayudante.
Ah, querido maestro...!
exclam Ibn Abas sonriente.
Perdona que no pueda saludarte
como es debido, pero me coges en
una situacin poco apta para
saludos y cortesas.
No importa, amigo mo... Lo
que s te pido es que oigas algo que
tenemos que contarte, creo que
puede ser urgente y de vital
importancia, de lo contrario bien
sabes que no te molestara. Fue
al grano Al-Gafequi, mientras haca
una reverencia que imitaba justo
detrs de l Abdallah.
Tan importante es...?
S, como te he dicho, de
vital importancia... recalc Al-
Gafequi.
Bien, bien, si es as no
demoremos ms el asunto... dijo
Ibn Abas, mientras se bajaba de la
silla, ante la estupefaccin del
alfayate que vea as interrumpida
su labor ms crucial y sin la que
hacer el traje para el muft era del
todo imposible. Seguiremos en
unos instantes, por favor, djanos a
solas orden Ibn Abas.
El alfayate abandon la sala
como se le haba indicado,
saludando al pasar junto al maestro;
nunca se saba dnde haba un
futuro cliente, as que la cortesa
era una de las armas de venta del
sastre. Al-Gafequi observ que el
viejo escriba acompaaba al sastre
hasta la gran puerta pero no
abandonaba la habitacin, pues solo
se cercioraba de que al salir el
alfayate la puerta quedara bien
cerrada a salvo de odos
indiscretos, pero l qued dentro de
la sala. El maestro lanz una mirada
inquisidora a Ibn Abas sobre la
presencia de Azim.
Azim es de mi entera
confianza, no tengo secretos con l,
puedes contarme lo que sea que te
trae a palacio indic el muft que
haba entendido la mirada del
doctor de manera clara y concisa.
Ibn Abas haba tomado asiento
junto a su mesa de trabajo, atestada
de documentos.
Bien, si es tu deseo, as
ser. Este es mi ayudante,
Abdallah... El maestro adelant
al muchacho que hasta el momento
haba permanecido detrs de l sin
articular palabra. Anoche le
asaltaron y le entregaron esto.
Al-Gafequi, que permaneca de pie,
se adelant un poco y acerc el
papel doblado a la mesa de Ibn
Abas.
Cuntame qu ocurri,
muchacho... Ibn Abas escuchaba
atentamente la historia de Abdallah
mientras lea la misiva. Cuando
Abdallah termin su relato, el muft
respir profundamente y mir
fijamente al joven primero y al
maestro despus.
Quien haya redactado esta
carta, debe de estar muy loco y no
tener aprecio a su vida. No he visto
al gran visir en toda la maana,
pero no creo que nada le haya
pasado, seguro que esta es una
broma, y muy pesada, que os estn
gastando. De todas formas, y para
que os quedis tranquilos, ahora
mismo ir a visitar a Abu Salem y
podris iros tranquilos a casa.
Ibn Abas se levant de la silla y se
dirigi a la puerta. Azim, cuida
que nuestros amigos estn
perfectamente atendidos mientras
me ausento. Que traigan algo de
beber.
S, mi seor, me encargar
personalmente de ello.
Recibid nuestro
agradecimiento dijo haciendo una
reverencia Al-Gafequi.
Ibn Abas desapareci de
inmediato y Azim los acomod en
un rincn de la sala de su jefe,
acondicionada con multitud de
cojines y varias mesas bajas. Al-
Gafequi nunca haba estado en
aquella sala, pero no era difcil
adivinar que en aquel rincn Ibn
Abas agasajaba a sus visitas ms
ilustres. Las paredes estaban
ricamente ornamentadas con tapices
bordados y en el ambiente un olor
suave a almizcle endulzaba el
olfato. No tardaron mucho en traer
algo de t verde y algunas
golosinas. Una de las paredes de la
habitacin estaba atestada de libros
antiguos; Al-Gafequi saba a qu
biblioteca pertenecan aquellos
ejemplares, la del gran califa Al-
Haken II. Del gran incendio que
haba arrasado la gran biblioteca,
solo una nfima parte se pudo salvar
de la devastacin. Aquella parte, de
incalculable valor, estaba ahora
delante de sus ojos y el maestro la
contemplaba como el avaro que
recuenta su dinero mientras admira
su gran tesoro. Haba secciones de
naturaleza, otra de historia antigua,
un estante completo sobre imanes
cordobeses y sus vidas, inclusive
pudo observar un ejemplar del que
el propio Al-Gafequi haba odo
hablar que versaba de sus intrigas y
maquinaciones, un ejemplar
intrigante que al maestro no le
hubiera importado leer y que, por
supuesto, nadie saba de su autora,
pues hubiera firmado su sentencia
de muerte de inmediato. En estantes
prximos al suelo haba algunos
libros escritos en papiros
antiqusimos que se ajaban por el
paso del tiempo. El maestro regres
a su cojn admirado y casi sin
palabras.
Maestro, est usted bien?
S, Abdallah, estoy bien
pero al mismo tiempo apenado, me
hubiera gustado admirar la gran
biblioteca del califa, debi de ser
impresionante.
Imagino que s, maestro,
pero supongo que en otras partes
habr otras bibliotecas como la que
hubo aqu un da.
No tan magnnimas como
tengo entendido que era la de Al-
Haken. Sabas que cuando un
comerciante portaba un libro que no
se tuviera en la biblioteca, por
orden del prncipe de los creyentes,
deba dejarlo en depsito para ser
copiado de inmediato?
No, maestro, no lo saba.
Al-Gafequi continu
observando los ejemplares sin
cruzar otra palabra con Abdallah;
era un amante de los libros como
Ibn Abas y se consolaba con que al
menos aquella pequea parte se
conservara an. Al cabo de un buen
rato, Al-Gafequi comenz a
impacientarse, algo no iba bien, ya
que Ibn Abas, tardaba en exceso.
De repente, y cuando el tiempo
pareca que se haba detenido, Ibn
Abas entr en la sala con gesto
serio. Los dos hombres se
levantaron. Ibn Abas no articulaba
palabra, solo observaba fijamente
al maestro y su alumno.
Tenis que acompaarme, el
gran imam desea veros de
inmediato... explic Ibn Abas. En
su tono ya no se vislumbraba el
trato de amistad que haba
dispensado hasta el momento a Al-
Gafequi, sino que el tono era ms
formal y distante.
Ha ocurrido algo, muft
Abas...? pregunt el doctor, que
haba captado el cambio en la
actitud del administrador jefe del
palacio.
El gran imam os requiere, l
os dar las explicaciones que crea
oportunas... respondi Ibn Abas
. Azim, queda t al cargo de todo
cuanto resulte necesario solventar
aqu. No s cundo regresar.
S, muft Abas...
El cambio experimentado en
Ibn Abas recomend al maestro no
preguntar nada ms, al menos de
momento, y seguir a Ibn Abas hasta
donde estuviera Ben Yusuf, el gran
imam de Crdoba y mano derecha
del gran visir; con independencia
de regir la fe de los ciudadanos de
aquella antigua ciudad tambin
manejaba la voluntad del
gobernador almohade.
Salieron de las salas
administrativas andando tras los
pasos del muft Abas. A cada paso
que daban Al-Gafequi estaba ms
seguro de que el gran visir haba
muerto y que el gran imam quera
saber todos los detalles en primera
persona, de la forma en que ellos
saban de tal hecho, que a buen
seguro casi nadie conoca.
Los patios y pasillos se
sucedan a toda velocidad y pareca
que iban montados a caballo, ms
que andando. Pronto abandonaran
las zonas comunes y se adentraran
en los aposentos privados del gran
visir. Aquella zona del palacio
estaba vedada prcticamente a todo
el mundo que no fuera familia de
Abu Salem, su guardia personal o
los altos dignatarios de visita en
Crdoba. Abdallah haba
escuchado en la taberna de su padre
historias increbles de aquel lugar.
Mujeres extranjeras con piel de
leche y pelo dorado como el sol,
que andan desnudas por todo el
recinto insinundose al gran visir a
cada momento, decan algunos sin
cortarse a la hora de poner como
juez de aquella afirmacin al mismo
profeta Mahoma y, como prenda, su
propia vida. Fieras sueltas por los
jardines, que amaestradas solo
respetan a Abu Salem y si se les
ordena atacar no dejan del
desgraciado ni los huesos. Eunucos
castrados con voz de nio y cuerpo
de hombres. Alguno incluso
afirmaba que haba visto un dragn
trado de las tierras lejanas de los
antiguos Machucks, aquellos
hombres que, contaban, se cubran
con cascos de afilados cuernos y
haca mucho que haban saqueado
Al-ndalus. Los recuerdos de
noches en vela oyendo historias
increbles se agolpaban en la
cabeza de Abdallah, mientras su
rostro comenz a ponerse lvido y
su respiracin se aceleraba por
instantes. Sera cierto todo lo que
contaban, o simplemente eran
habladuras fantasiosas de gentes
que tienen que entretenerse con algo
porque sus vidas son del todo
aburridas? Pareca que no le
quedaba mucho para enterarse de
primera mano.
Ibn Abas se detuvo de repente;
en uno de los patios interiores del
recinto un anciano esperaba con los
brazos cruzados, sus manos se
escondan en cada una de las
mangas de la saya blanca impoluta
que llevaba puesta, dando la
sensacin que una cabeza colmada
con turbante y culminada con barba
puntiaguda sobresala de las ropas,
casi sustentada en la nada. No
pareca ser excesivamente mayor,
pero las canas que pugnaban por
hacerse con el control total de la
barba y algunos surcos
excesivamente profundos denotaban
que aquel hombre no haba tenido
siempre una vida fcil. Era un
ulema, sus ropas lo delataban de
inmediato; uno de los ms
prominentes, de lo contrario no
estara en aquel lugar.
Este es el ulema Qasir Al-
Nabir, hombre de confianza del
gran imam present Ibn Abas sin
cambiar su gesto serio. Y como
os he informado antes, el maestro
Al-Gafequi y su ayudante...
Seal al doctor y a su
acompaante. Al-Gafequi haba
odo hablar de aquel hombre y no
precisamente por su bondad, sino
por su rectitud, severidad y por ser
leal servidor del gran imam.
Vuestra fama os precede,
gran doctor... dijo Al-Nabir
despus de saludar al maestro....
La historia que me ha contado el
muft Abas no deja de ser
sorprendente y misteriosa. Y s,
porque le conozco desde hace
mucho, que el muft Abas no es
fcil de sorprender. Es al joven a
quien le ha sido entregado el
mensaje?
As es, ulema respondi
Al-Gafequi.
Puedo ver la misiva...?
sonri Al-Nabir. Aquella sonrisa
poda helar la sangre, y a Abdallah
incluso pareca que se le haba
parado el corazn.
Por supuesto. Respondi el
maestro alargando el papel
doblado.
Qasir Al-Nabir ley
detenidamente la carta. Al terminar
de repasarla por segunda vez solt
un suspiro profundo. Estaba claro
que la irrupcin del doctor
portando aquella misiva
complicaba algn asunto
importante.
Bueno, pues despus de esto
creo que es justo que sepis que el
gran visir ha muerto en extraas
circunstancias esta noche... esta
nota no ha mentido en nada
inform repentinamente el ulema.
Al principio no le di crdito
y pens en mil posibilidades antes
de que alguien pudiera atentar
contra el gran visir, pero a medida
que ha pasado la maana estaba
ms convencido de la veracidad del
documento respondi Al-
Gafequi.
Y eso a qu ha sido
debido, doctor?
A varios detalles, como por
ejemplo que el gran imam no haya
ledo hoy las suras en la gran
mezquita... indic Al-Gafequi.
Veo que la fama de hombre
brillante y sagaz que os precede no
est ganada por casualidad...
halag Al-Nabir.
Gracias por vuestra
apreciacin.
Me ha informado Ibn Abas
de que te la entreg un hombre
vestido como los guardias del visir,
no es as? Nabir se volvi a
dirigir a Abdallah con aquella
misma sonrisa dibujada en el
rostro.
As es, seor, igual que
visten los hombres que nos han
recibido en la puerta.
Pero ello no significa nada,
ulema, cualquiera podra haberse
hecho pasar por un guardia del
visir... repuso Al-Gafequi.
Podra ser una argucia del
asesino indic el ulema.
... o asesinos... Al-
Gafequi no poda cerrar esa
posibilidad.
Los cristianos y los judos
podran haberse tomado venganza
por las persecuciones a las que
estn sometidos... intervino Ibn
Abas.
No se puede descartar
ninguna posibilidad reflexion en
voz alta el maestro, pero matar al
gran visir no est al alcance de
cualquiera y requiere una
organizacin que, ni cristianos ni
judos, tienen en estos momentos.
Pueden estar ayudados por
los reinos cristianos del norte...
sugiri Ibn Abas.
Es posible, pero no lo
creo... Al-Gafequi saba que
aquel camino interesaba a los
gobernantes pero no era el
recorrido correcto.
Tambin puede ser la
intervencin divina y que todo sea
producto de nuestra imaginacin al
servicio del altsimo.
Es posible... respondi a
regaadientes el maestro, que en
ningn momento pensaba en aquella
opcin, pero que no tena ms
remedio que aceptar la posibilidad
que brindaba el ulema. La lgica no
se apoyaba en acontecimientos
celestiales, pero no era conveniente
enfrentarse a lo divino, al menos
mientras no se tuviera prueba de lo
contrario.
Tenemos pruebas
contundentes de que Al puede
estar detrs de todo esto. Al-
Nabir ni pestae al afirmar con
tanta rotundidad aquella posibilidad
. El gran visir no llevaba una
vida podamos decir excesivamente
respetuosa con la doctrina del
profeta.
Qu pruebas, ulema?
Acompaadme y os lo
mostrar; de hecho es a donde
vamos. El gran imam ha sido
informado de vuestra presencia, de
la nota y de las circunstancias en
que os ha sido entregada... y desea
veros... En el aposento del gran
visir Al-Nabir hizo una seal para
que le siguieran, y comenz a andar
hacia la zona que daba acceso a los
aposentos de Abu Salem, el gran
visir de Crdoba.
Cuando llegaron al harn del
palacio, Ibn Abas les gui
directamente a la habitacin
privada del gran visir. Abdallah
observaba concienzudamente todo
lugar por el que haban pasado
desde su acceso a la zona privada
del palacio, y no haba visto fieras,
ni dragones, ni tan siquiera mujeres
desnudas; de hecho, Abdallah no
haba visto a nadie, a excepcin de
multitud de guardias que
custodiaban cada puerta del recinto.
Maestro, es normal que los
guardias del visir estn aqu dentro
del harn? haba preguntado
Abdallah, extraado de aquel
detalle.
En absoluto, aqu dentro
solo pueden estar los eunucos y
algunas personas de total confianza
del visir, y estos deben ir
acompaados de alguno de ellos.
Aquella explicacin corroboraba
la extraeza del joven.
Bien, hemos llegado...
inform Al-Nabir, detenindose
frente a una enorme puerta. Todo el
suelo estaba hmedo y el ulema
estuvo a punto de resbalar al
pararse.
Cuidado! La entrada ha
sido limpiada hace poco, id con
cuidado indic Ibn Abas, para
que ninguno resbalase. Al-Nabir lo
mir fijamente lleno de reproche,
deba haberlo indicado antes, haba
estado en un tris de acabar con sus
huesos en el suelo mojado. El fro
reinante haca complicado que los
pavimentos se secaran tras ser
fregados.
Yo aguardar aqu fuera.
Al-Nabir abri la puerta e hizo un
ademn para que los tres hombres
entraran, siempre con aquel
semblante sonriente y a la vez
siniestro.
Al entrar en el aposento de
Abu Salem, Al-Gafequi puso
nombre mentalmente a todos
cuantos all se encontraban; jams
haba hablado con ellos, pero no
haca falta, los conoca de sobra. El
gran imam Ben Yusuf estaba junto a
la cama del gran visir, mirando
detenidamente a los hombres que
acababan de entrar. El imam era un
hombre mayor, alto y delgado
dotado de un porte sin igual y de
refinadas facciones que daban fe de
una belleza casi olvidada y de la
que an quedaban vestigios. Vesta
con tnica blanca igual que Al-
Nabir, pero sus mangas y cuellos
estaban ribeteados con hilo de oro,
tocaba su cabeza con un turbante
del mismo color, en cuyo centro una
perla blanca de considerables
dimensiones serva de adorno. Sus
manos eran huesudas y sus dedos
largos y finos como los de una hur.
Aquel hombre fantico ejerca gran
influencia en la toma de decisiones
del gran visir, y muchos crean que
vista la dejadez de Abu Salem, era
el propio imam el que gobernaba
Crdoba, pues haba llegado junto a
l como responsable mximo de la
fe enviado por el mismsimo califa
africano. Ben Yusuf era el gran
instigador de la persecucin de los
infieles. Su fundamentalismo
exacerbado estaba llegando a
lmites preocupantes, familias
conversas al islam desde haca dos
o tres generaciones haban sido
condenadas por fraude en su fe y
ajusticiados hasta el ltimo de sus
miembros, incluidos nios y
ancianos.
Junto a la cama del visir, y
sumida en un llanto silencioso que
solo rompa de vez en cuando un
quejido, Farah, la favorita de Abu
Salem. Farah era hermosa hasta con
ros de lgrimas surcando su rostro,
de ojos azules y cabello negro
como la endrina. Su padre era visir
del califa almohade, en el norte de
Tnez, y haba sido dada en
matrimonio a Abu Salem con
intencin de ganarse el favor de uno
de los visires ms prximos al
califa de Marrakech, por lo que su
familia haba salido muy
beneficiada de aquel enlace de
conveniencia. Los orgenes de su
estirpe se remontaban en el tiempo
inmemorial de los hombres, incluso
antes de la llegada de los latinos a
la antigua Cartago, pero su familia
haba tenido que adaptarse a los
conquistadores almohades y ella
haba sido usada para ello. Era
joven, unos veinte aos menos que
el gran visir. Al-Gafequi la haba
visto alguna vez junto al gobernador
de la ciudad en la azotea de la
Azuda, presenciando paradas
militares, razn por la que era la
nica de las mujeres del visir que
el pueblo haba visto.
Al otro lado de la cama, de
pie, impasible, Umar Ibn Salem,
primognito del gran visir. Era el
hijo mayor del gobernante, no
contara ms de veinticinco aos.
Siempre acompaaba a su padre en
los actos y mientras que sus
hermanos estaban junto al califa en
Marrakech, l haba decidido seguir
a su padre hasta Al-ndalus. Umar
Ibn Salem era un hombre fornido y
ataviado al estilo militar, su tez era
oscura, y su cuidada barba ocupaba
solo el perfil bajo de su rostro,
dejando casi todo a la vista. Ibn
Salem era el comandante en jefe de
las tropas al mando del gran visir, y
l mismo haba dirigido alguna que
otra aceifa contra los reinos del
norte. Era un hombre arrogante y
ambicioso, de todos eran conocidos
sus deseos de poder, y a buen
seguro que no estara tan afectado
como Farah. Se rumoreaba en la
ciudad que padre e hijo no se
llevaban muy bien; la dejadez en el
gobierno del progenitor enojaba al
vstago que en muchas ocasiones
injera en las decisiones paternas
hasta hacer explotar al gran visir, al
que por otra parte Ben Yusuf
alentaba en demasa contra su hijo,
sabedor el gran imam de quin era
su principal oponente como
segundo al mando.
Sobre la cama, el gran visir
con la lengua morada y los ojos
hinchados. Su cuerpo inerte estaba
recostado de medio lado. Un brazo
colgaba de la cama dejando que la
mano izquierda rozara el suelo, y
junto a esta una copa de ricos
adornos y brillante pedrera
reposaba inclinada sobre el blanco
suelo de la habitacin. El gran visir
yaca totalmente vestido; la noche
anterior se haba celebrado una
gran fiesta y pareca que Abu Salem
no haba tenido tiempo de
desnudarse antes de ir a la cama,
cuando la muerte le sorprendi. La
rica tela de la que estaba hecho el
almohadn sobre el que reposaba la
cabeza de Abu Salem estaba
manchada con vmito, aunque no en
demasa, detalle que llam la
atencin del maestro, pues pareca
como si solo un resto hubiera
acabado en la almohada. Y el resto,
dnde estaba?
Mohamed Al-Gafequi suspir
profundamente sin articular palabra;
el gran visir haba muerto, y como
la carta avanzaba, no de manera
natural. Al-Gafequi reconoci sin
mayor dificultad la copa que yaca
junto a la mano del visir, era una de
las seis copas malditas de
Abderramn III y, segn saba, no
era la primera muerte que
provocaban, y aunque muchos
hablaban de maldicin, el doctor no
crea en ello y s en la ciencia, y la
ciencia que l conoca deca que el
gran visir haba sido envenenado.
Captulo 7
EL atardecer comenzaba a
aduearse de las calles de la
ciudad, el cielo amenazaba con
derrumbarse sobre la urbe y el
suelo indicaba que, mientras haban
permanecido en palacio, la lluvia
ya haba hecho acto de presencia.
El fro que haba reinado durante el
da se vea ahora apoyado por la
humedad que la precipitacin
originaba, adobada por la que
llegaba del ro. Abdallah observaba
maravillado el tono rojizo de las
nubes, que luchaban sin tregua con
la negrura de la noche y ganaba
enteros sin tener piedad de su
oponente, y pronto la resulta de la
batalla dejara una cpula sin
estrellas, dominada por el cobrizo
del nublado nocturno, las tablas en
aquella partida de ajedrez estaban
servidas como si el altsimo, juez
de todo, as lo hubiera dispuesto de
antemano.
A los dos hombres les haba
parecido solo un buen rato el que
haban permanecido en el palacio
del gran visir, pero la verdad era
que el da se haba consumido como
si una de aquellas brujas que tanto
abundaban, al menos eso decan en
los reinos del norte, hubiera
realizado un sortilegio y, en un
pestaear, hubiera transformado el
da en noche, para regocijo del
maligno.
La mayora de transentes
apretaban el paso para ampararse
antes que las nubes volvieran a
descargar su contenido. La mayora
de puestos estaban ya cerrados y
por las voces y risas que salan de
las tabernas, cuando los dos
hombres pasaban por alguna de
ellas, haca pensar que los
comerciantes refrescaban sus
sedientas gargantas despus de una
jornada intensa, hastiados de
pregonar las excelencias de sus
productos, la mayora ante la falta
de dinero, con poco xito en la
venta. El calor que sala de
aquellos garitos reconfortaba de lo
lindo, aunque fuera unos segundos.
El maestro no pas por alto la
sensacin de calidez que Abdallah
experimentaba y, aunque no era muy
asiduo a visitar tascas ni posadas,
decidi que aquel da se haban
ganado tomar un poco de vino.
Qu tal si entramos y
tomamos algo para entrar en
calor...? Hemos tenido un da
complicado... El maestro indic
con el dedo la entrada de una de
aquellas tabernas, mientras se le
dibujaba en el rostro una sonrisa de
complicidad para con Abdallah.
Pero no le digas a Zoraida que
hemos entrado, ya sabes cmo
disparata con la psima calidad de
lo que sirven en estos sitios. La
referencia del maestro a su
sirvienta hizo rer a Abdallah, que,
hasta ese momento no haba cado,
era la primera vez que rea desde
que haban salido de la casa del
doctor, haca ya demasiadas horas.
Desde la calle, se poda
escuchar el gritero del interior de
la casa. Las risas y alguna voz
intentando sobresalir por encima de
aquella algaraba llegaban a sus
odos, hasta el punto que ms que
taberna pareca un gallinero
exaltado por la llegada de un
raposo hambriento.
El zagun de la entrada daba
paso a un enorme patio rodeado de
columnas hechas de ladrillos, la
mayora despostilladas por el paso
del tiempo, tanto o ms como la
mayora de rostros ajados por vidas
duras. Una fuente seca en medio del
patio, con el nico recuerdo de
agua tintineando sobre la roca, de la
lluvia que caa en los inviernos,
daba la bienvenida a los clientes.
Casi apareciendo de la nada, un
hombre de dentadura casi tan
ruinosa como las columnas de aquel
establecimiento, les sali a dar la
bienvenida.
Mi nombre es Yacub, y soy
el dueo de este noble y distinguido
establecimiento. Yacub tena en
alta estima su taberna, o
simplemente venda muy bien su
producto. Abdallah miraba a
diestro y siniestro en busca de la
nobleza y dignidad del antro.
Queremos una mesa para
tomar algo y proseguir nuestro
camino, amigo Yacub respondi
con una sonrisa el maestro.
Yacub les introdujo en una de
las amplias habitaciones que daban
al patio y les seal una mesa al
fondo del habitculo. Algunos de
los que all haba dejaron de hablar
para examinar a los nuevos clientes,
aunque no se demoraron en demasa
en continuar sus escandalosas
conversaciones, acostumbrados
quizs a hablar delante de
desconocidos con demasiada
frecuencia.
La taberna de tu padre est
tan abarrotada de gente gritando?
No, maestro, aunque a mi
padre no le importara con tal que
estuviera llena. La respuesta del
joven dejaba a las claras que el
negocio de su progenitor no iba
bien, aunque tampoco aclaraba si
iba mal. Las tabernas de los
arrabales no suelen tener visitas de
comerciantes, ni locales ni de paso,
como ocurre en las de la medina,
ms cntricas.
Lgico.
Se acomodaron en la pequea
mesa y, casi al instante, Yacub
apareci con unas escudillas de
carne de cordero y un par de vasos
de t caliente.
Quin creis que asesin al
gran visir, maestro? Abdallah
haba mirado a todas partes antes
de formular su pregunta.
Quin, o quines, Abdallah,
no sabemos qu hay detrs de la
muerte de Abu Salem respondi
Al-Gafequi.
Creis que la copa est
maldita?
No creo en maldiciones,
aunque hay gente que s. En la copa
no haba restos de veneno, sin
embargo en el cuerpo del gran visir,
s haba indicios claros de la accin
de uno.
S, maestro, pero cul?
Los efectos de la belladona
deja el cadver con los indicios que
hemos visto, restos de excrementos,
extremidades inflamadas y ojos
hinchados y enrojecidos, pero no
creo que haya sido la causante de la
muerte del gran visir; la ingesta de
esta hubiera sido detectada por los
probadores; su sabor agria el vino y
distorsiona tambin el de la
comida, y adems su efecto no es
tan rpido como el que realmente
suministraron al gran visir.
Si no ha sido la belladona,
tenis idea del compuesto que pudo
provocar la muerte?
Hay muchos que provocan
las reacciones que ha tenido el
cuerpo de Abu Salem, pero no hay
muchos mdicos en la ciudad
capaces de preparar uno que se
volatilice tan rpido. Eso si
deducimos que el veneno estaba en
la copa... dej en el aire su
reflexin Al-Gafequi.
Qu queris decir,
maestro?
Que estoy seguro de que el
veneno fue administrado antes de
que el gran visir llegara a su
aposento. De hecho estoy seguro de
que se lo administraron en la fiesta.
Pero, maestro, los
probadores tendran que haber
muerto tambin, y segn parece
ninguno sufri envenenamiento
alguno aclar Abdallah,
extraado por la conclusin del
doctor.
As es, mi joven ayudante, y
es lo que me tiene confundido, por
ello no descarto ninguna
posibilidad. T qu opinas?
pregunt interesado en lo que
pasaba por la mente de Abdallah.
Yo creo que hay demasiadas
personas interesadas en la muerte
del gran visir, desde su propio hijo
hasta los cristianos y judos, que
podran as vengarse de tanta
persecucin, aunque me cuesta
pensar que estos tengan tanto poder
como para acceder a palacio y
asesinar al gran visir...
No subestimes jams a
alguien con deseos de venganza, y
mucho menos a grupos tan amplios
de personas y que hasta no hace
mucho tenan suficiente poder como
para llegar hasta donde dices, e
incluso ms all. El maestro no
olvidaba los pasados tiempos de
los califas, donde las opiniones de
algunos mozrabes y judos haban
sido tenidas en cuenta por los
propios elegidos de Al.
Abdallah abri de repente
mucho los ojos, como si se hubiera
acordado de algo importante que
con la conversacin se le hubiese
olvidado.
Maestro, os fijasteis en
Farah, la favorita? pregunt
Abdallah sonriente.
Es una mujer muy bella,
joven y, segn tengo entendido,
estudiada y versada en la palabra
del altsimo.
No me refiero a eso,
maestro, aunque es cierto que es
bellsima.
Entonces, a qu te refieres?
En la mano de la favorita vi
un tatuaje similar al que tena el
hombre que me dio el mensaje para
usted indic Abdallah, que haba
mantenido aquel detalle oculto
hasta creer que estaba en sitio
seguro para contrselo al doctor.
Podras hacer un dibujo de
ambos?
S, maestro.
Conozco a un experto en
esos tatuajes, hace tiempo que no
visito su casa, pero estar
encantado de ayudarnos.
Pueden estar relacionados, y
si es as, la favorita es sospechosa
de asesinar al gran visir.
Eso no prueba nada,
Abdallah, pero s sera interesante
saber el significado de esos
tatuajes, quiz nos lleve a algo.
Nada ms llegue a mi casa,
me pondr a ello indic
Abdallah, impaciente por empezar
con sus dibujos y entusiasmado por
ayudar al maestro a esclarecer
aquel misterio.
Bien, puede ser un buen
punto de partida. Tambin
interrogaremos a los encargados de
la guardia del tesoro. Espero que
los dos perros de presa que nos van
a poner no sean un estorbo, aunque
no confo mucho en ello. Al-
Gafequi se senta disgustado con
aquella tutela, aunque visto desde el
punto de vista del hijo del gran
visir y del gran imam, no era
extrao.
Podris dar con los
culpables, maestro? Abdallah
conoca de las dotes deductivas del
maestro, pero aquello pareca que
sobrepasara a Al-Gafequi.
Al menos lo vamos a
intentar, no me gustara que los
responsables de esto quedaran
impunes.
Una msica sensual comenz a
inundar la sala. Acordes
armoniosos hicieron detener la
conversacin de los dos hombres, y
el gritero incesante de la sala
comenz a menguar. Una mujer
engalanada con pauelos y dos
cinturones de monedas, uno en la
cabeza que sujetaba un velo, y otro
en la cintura que asa las finas
hebras de tela que tapaban su piel.
Sus caderas se movan
acompasadas con la msica,
mientras el tintinear de las monedas
parecan la msica de un
instrumento ms, acompaando a
los msicos, a los que Al-Gafequi
no alcanzaba a divisar. Yacub saba
cmo cuidar la clientela, de aquello
no caba la menor duda.
Captulo 10
MAESTRO... arrr...!
Abdallah senta un dolor punzante
en la herida, mientras el maestro le
aplicaba el ungento. Qu
emplaste es ese? No lo recuerdo.
S lo recuerdas... rea el
maestro ante las quejas del
olvidadizo aprendiz. Solo que la
ltima vez que lo preparamos no lo
usaste t, sino que fue para aquel
arriero que se haba tajado la
pierna con el roce de cabestrante al
bajarse del carro... hizo recordar
Al-Gafequi. Aunque claro, es
normal que se te olvide porque t
no sufriste el remedio, a buen
seguro que al arriero no se le habr
olvidado.
Escuece como si estuviera
quemndome la piel... El gesto
de dolor en el rostro de Abdallah y
sus ojos abiertos reflejaban la
verdad de sus palabras.
Como bien sabes, espero
que esto no se te haya olvidado
tambin, esa es una muy buena
seal...
Y dice el maestro que la
favorita del gran visir se acordaba
de m? Los jvenes impetuosos y
las hurs con buena memoria hacen
una mezcla mucho ms peligrosa
que cualquier veneno.
S, Abdallah... Al-
Gafequi sonri al observar la
mueca de satisfaccin que apareca
en el rostro de su ayudante.
Tardara algn tiempo en
desaparecer aquel brote de orgullo,
o quiz no y lo recordara el resto de
sus das.
En el cuarto que tena el
doctor reservado para cuando algn
paciente vena a recibir sus
tratamientos y curas a su casa,
Abdallah reciba los cuidados del
maestro como si de un paciente ms
se tratara. La herida del joven
reciba una cataplasma de musgo de
la sierra de Crdoba, aderezada
con un ungento para ayudar a que
la cicatrizacin del corte fuera ms
rpida.
No le har ms dao la
cura que la herida, doctor? se
interes Zoraida viendo los gestos
del dolorido Abdallah, mostrando
su preocupacin por el joven
herido.
Zoraida, no hagas caso a
este quejica jovenzuelo que tan
valiente fue la noche anterior y
ahora parece una parturienta a punto
de dar a luz... tranquiliz el
maestro a la sirvienta, aunque su
rostro denotara que la buena mujer
no estaba convencida del todo.
Cundo cree que podr
volver a estar bien, maestro?
Muchacho, no hace ni un da
que ese criminal te abri la herida,
debers tener un poco de paciencia
inst el maestro mientras negaba
con la cabeza. La juventud es la
enemiga ms acrrima de la
paciencia, y la paciencia es la
madre de todas las medicinas
reflexion Al-Gafequi. En unos
das estars como nuevo, no te
preocupes.
Me gustara volver a
enfrentarme a ese desalmado!
Abdallah apret los dientes y mir
al cielo como pidiendo al
todopoderoso que aquel deseo se
viera cumplido, y no a mucho
tardar; no le gustaba dejar cuitas
pendientes y mucho menos con
individuos de aquella calaa, que
podran esperarte a la vuelta de
cualquier esquina y cobrarse los
atrasos de un solo tajo.
Quiz no tengamos que
esperar mucho para ese
acontecimiento... El gesto
preocupado de Al-Gafequi dejaba a
las claras que no deseaba lo mismo
que su ayudante. Sabe que le has
visto su tatuaje y querr tomarse
cumplida venganza. Si no me
equivoco, esa pantera negra tatuada
en la ingle esconde muchas cosas.
Estoy preocupada por
vosotros! exclam de repente
Zoraida, ante la sorpresa de los dos
hombres. Los mdicos estn
para curar enfermos y salvar vidas,
no para meterse en los, y menos
cuando conllevan peligro para su
existencia! Zoraida haba
explotado despus de aquellos das
con un nudo en el estmago al ver
salir al maestro y a su ayudante, sin
saber si volvera a verlos sanos y
salvos. Los los del palacio son
harto peligrosos y no creo que
vosotros tengis nada que ver con
ellos. Por Al el grande, si esa
cuchillada hubiera penetrado en
otro lugar de tu cuerpo, no estaras
aqu ahora mismo! El sollozo que
le sobrevino a Zoraida estuvo a
punto de no dejarla terminar la
frase.
Tranquilzate... El
maestro sonri ante el arrebato
maternal de Zoraida. Abdallah se
pondr bien y va a prometer que la
prxima vez ser ms cauto. El
maestro hizo una mueca a su
discpulo para que este hiciera la
promesa y as relajar los nervios de
la mujer.
No te preocupes, Zoraida, la
prxima vez tendr ms templanza y
no me dejar vencer por la locura.
Abdallah saba que aquella
promesa era del todo incumplible,
pero si con ello haca sentirse
mejor a Zoraida...
Ves, Zoraida?, el
muchacho te lo ha prometido.
Las promesas de un joven
impetuoso son igual de veraces que
la conversin de un cristiano que
quiere salvarse de las gentes del
gran imam apreci Zoraida, que
aunque no conforme, al menos s se
haba tranquilizado. Falsas y
efmeras en el tiempo.
No seas as... sonri el
maestro.
Preparar algo para que
recupere el color de la cara.
Zoraida se retir farfullando; el
rostro blanco de dolor de Abdallah
peda a gritos uno de sus caldos
reconfortantes, e indoloros, no
como la medicina del maestro.
Ambos hombres quedaron
solos en la sala, y Abdallah volvi
a ponerse en pie. Una vez el
maestro afianz las vendas que
sujetaban la cura, le hizo un ademn
para que fueran al laboratorio del
galeno.
He ido a ver a tu padre
despus de ir al palacio y le he
contado todo lo que pas anoche
comenz a explicar el maestro.
Te quedars aqu el tiempo
necesario para recuperarte, as lo
hemos convenido los dos. l vendr
luego al caer la noche para ver
cmo ests.
Gracias, maestro...
Es lo menos que puedo
hacer... ante tu gesto de valenta.
El maestro apreciaba a aquel
muchacho.
Qu ha dicho la favorita
del visir?
Ha corroborado mi teora,
ella es inocente y ya no tengo dudas
de que quien est detrs de todo
esto quiere deshacerse de ella.
Al-Gafequi no iba a contar a su
ayudante lo que en confianza ciega
le haba revelado Farah.
No s por qu, pero la
intuicin me dice que algo est a
punto de suceder, maestro...
afirm Abdallah mientras entraban
en el laboratorio.
Yo tambin lo creo. El
gesto preocupado del maestro no
daba opcin a la duda, fuera quien
fuese el asesino, dara un paso ms
cuanto antes.
El veneno que usaron contra
el gran visir y Ben Jatib fue
elaborado por este ltimo, no es
as, maestro?
As es... No es fcil de
elaborar, y adems de peligroso
para quien lo prepara, es
sumamente eficaz, pues en no ms
del canto de algunas suras, quien lo
inhala muere entre dolores terribles
y descontrol del cuerpo inform
el maestro.
Por eso el gran visir haba
defecado encima... concluy
Abdallah, que an recordaba cmo
el maestro haba comprobado aquel
extremo al examinar el cuerpo de
Abu Salem, an sin haberle podido
quitar toda la ropa.
Efectivamente, pero no solo
el thacut provoca esos sntomas;
otros muchos lo hacen. Al-
Gafequi jams hubiera concluido
que aquel veneno hubiera
provocado la muerte del visir, entre
otras cosas porque no imaginaba
que nadie en la ciudad pudiera
elaborarlo, incluido l mismo.
An no haba cado la noche
cuando un alboroto lleg desde la
calle. Un relinchar de caballo
detenido bruscamente reson en
toda la casa. De repente un
acalorado Ibn Rush entr en la
vivienda llamando a gritos al
maestro y su joven ayudante.
Abdallah, al or su nombre en boca
de Ibn Rush, sinti que le recorran
mil sensaciones por su cuerpo; la
otra noche haba ganado muchos
enteros frente al cad, y en aquel
momento se lo estaba demostrando.
Maestro... Abdallah!
llam desesperadamente Ibn Rush
entrando como un vendaval en el
patio central del doctor.
Qu ocurre amigo...? Aqu
estamos... El doctor sala al patio
seguido de un renqueante Abdallah
. A qu viene tu rostro de
preocupacin? Ha ocurrido alguna
desgracia ms? La faz de Ibn
Rush compungida delataba el miedo
que albergaba su interior.
He descubierto el
significado del tatuaje de la pantera
negra en la ingle. El gesto de
asombro de los dos hombres
acompa por unos instantes a Ibn
Rush, ptreo en el centro del patio,
como si quisiera mimetizarse con la
fuente que reinaba en el espacio
descubierto.
Sentmonos y cuntanos qu
has encontrado. El maestro hizo
un gesto para que fueran hacia los
cojines que siempre tena Zoraida
dispuestos en el patio. Al-Gafequi
haba roto aquel momento de
tensin con su indicacin.
Desde esta maana antes de
la llamada del mohecn... he estado
ojeando sentencias antiguas en
busca de algo que researa la
pantera negra tatuada en cualquier
parte de la piel de un convicto...
Ibn Rush, con la compostura cada
vez ms serena, relataba sus
pesquisas. Y os preguntaris,
por qu he estado buscando en los
archivos de los juicios antiguos que
se guardan en la mezquita? El
cad hizo una pausa en su
interlocucin, pareca como si
quisiera dotar su explicacin de
cierto halo teatral como en la poca
griega. Pues la cuestin es que
esta noche me ha resultado
imposible conciliar el sueo,
dndole vueltas a todo lo que nos
aconteci en casa de Ben Jatib, y
solo se me ocurra una idea sobre
quin poda darnos alguna pista
sobre el tatuaje: el cad ms
versado y conocedor de los
archivos de los jueces de
Crdoba...
... nuestro amigo enamorado
de los juegos de lgica... Ben
Rabadi asinti el maestro,
llegando a la misma conclusin que
su amigo Ibn Rush durante la noche.
Exactamente afirm Ibn
Rush con gesto serio, ante la
perspicacia del maestro. Y
adivinad qu me dijo el viejo
cad... Ibn Rush pase la mirada
observando los gestos negativos de
los dos hombres, que no saban qu
poda haberle dicho Ben Rabadi.
Pues ese viejo zorro asinti
lentamente con gesto de
superioridad y sin inmutarse me
dijo: amigo Ibn Rush, en las
escrituras de nuestros antepasados
se encuentra toda la sabidura... En
los innumerables libros que hablan
de la vida de los jueces de Crdoba
y sus sentencias puedes encontrar
una concisa historia de sus vidas
y... sobre todo de muchos de los
delincuentes que juzgaron... Yo en
el transcurso de los aos he ledo y
reledo muchos de esos libros y
creo tener un vago recuerdo sobre
algo relacionado con un tatuaje de
ese tipo... pero no puedo decirte
con seguridad... Lo que s puedo
indicarte es el nombre de uno de los
cads que resea tan singular
marca: Aben Al-Him, nuestro
predecesor... Ben Rabadi sonri
quedamente. Escribi mucho,
dict sentencias, algunas conocidas
y otras no tan conocidas... algunas
con su resea y otras... sin resea
alguna, muda para la mayora,
parlantes para otros cads que
compartan sus enemigos....
Esas fueron sus palabras, ya
no quiso decir nada ms, quiz le
gustaba el juego y pensaba que yo
mismo deba descifrar el enigma.
Qu significa esto,
maestro?
No lo s, pero creo que no
tardaremos en saberlo.
Captulo 38
NO oa nada ms all de su
respiracin; sus pasos, como si del
automatismo de una noria que no
deja de dar vueltas sacando agua
del ro, parecan seguir una
cadencia constante, inalterada solo
cuando alguien no se percataba de
su andar errtico ni de su mirada
perdida en un punto fijo del
horizonte. Solo una palabra
retumbaba en su mente como si un
martilleo rtmico la golpeara sin
cesar, haciendo imposible el
razonamiento, venganza! Contra
quin? Daba igual, como una isla en
medio de un mar de locura, Tarik
saba que no iba a llegar al palacio,
tampoco iba a entrar y dejar las
cuentas saldadas con quien
deseaba, pero daba igual, alguien
iba a pagar por sus desdichas.
No portaba armas, tampoco las
necesitaba, su formacin militar
pareca retornar a sus habilidades
en el momento exacto que las
necesitaba; poda matar a un
hombre con sus propias manos sin
poseer alfanje o daga alguna.
Como si de un recorrido
predeterminado se tratara, dej
atrs la calle mayor y la sombra de
la enhiesta torre desde la que se
llamaba al rezo, y siguiendo las
paredes del edificio lleg hasta la
parte exterior de la alquibla, desde
donde divis la puerta de la Azuda
con su terraza y la guardia de
palacio apostada en la puerta.
Como si de una llamada divina
se tratara, el tronar de las trompetas
anunciaba que su momento haba
llegado, el altsimo guiaba sus
odos con aquella proclama de
viento, orientaba sus ojos para que
no observaran nada ms que aquel
final y comenzaba a dotar de fuerza
a sus piernas y manos para que
estos fueran los instrumentos de
justicia divina que Tarik necesitaba
para llevar a cabo su venganza.
Abdallah, Ibn Rush y el
maestro quedaron inmviles al or
la algaraba que se estaba
formando; los guardias de palacio,
que desde la sublevacin del
asesinado Ben Yusuf ya no vestan
de negro, sino de blanco impoluto,
tomaban posiciones mientras el
gento se agolpaba para ver qu
ocurra. Los guardias, enjaezados
como caballos, portaban carcajs
llenos de flechas, un arco que
hacan descansar en sus hombros y
un tahal ricamente decorado que
serva para sostener un enorme
alfanje que penda de sus cinturas.
Ms que a escoltar, aquellos
hombres pareca que iban a la
guerra.
Los guardias fueron tomando
posiciones haciendo un corto
recorrido desde la puerta hasta una
de las entradas de la mezquita.
Nadie osaba traspasar la lnea
imaginaria que se poda trazar entre
cada uno de los guardias. Los tres
hombres haban quedado en primera
fila, como si una fuerza superior los
hubiera colocado all para observar
el paso de la comitiva.
De la puerta emergi una litera
al modo de los transportes romanos
que usaban los patricios para
moverse por la urbe. Seis esclavos
portaban las andas mientras las
cortinas, ricamente adornadas de
ricos bordados, caan desde el
techo pesadas, cubriendo las cuatro
caras del cubo que protegan el
interior de las miradas de los
curiosos que no podan saber quin
era el transportado. Entre el
pblico congregado empez a
extenderse el rumor de que se
trataba del gran imam, aquel que les
haba dado pan para comer, y los
vtores comenzaron a estallar por
todos lados, haciendo ensordecer al
doctor, que bien saba quin iba all
resguardado. Justo detrs de la
litera, Azim caminaba como fiel
perro, y junto a l otros
funcionarios de palacio, todos de
relevante posicin, como si su
presencia refrendara la nueva
posicin de Ibn Abas; ninguno de
los ulemas acompaaba la
comitiva.
Qu nos espera ahora,
maestro? pregunt Abdallah sin
referirse a ellos mismos, sino con
una conciencia colectiva casi
inexistente hasta aquel momento. Su
demanda estaba cargada de temor
por lo que estaba por venir y de
incertidumbre por cmo iba a
terminar todo aquello, si acaso
tena un final.
Creo que un tiempo ms
sombro si cabe que el que estamos
viviendo, de ms penurias y donde
encontrar un motivo para la
esperanza se har del todo
imposible, pero si hay algo que
haremos nosotros es luchar para
que no dure mucho, sabemos la
verdad y, con eso, ya es suficiente
para no quedarnos de brazos
cruzados. No se iban a rendir, y
aquella respuesta hizo sonrer al
muchacho como si un halo de
esperanza hubiera llegado hasta su
desazonado ser.
No ha elegido enemigos
fciles de vencer Ibn Abas, ni
sordos, ni ciegos, ni mudos; seguro
que muchos nos querrn escuchar,
as que quiz, joven amigo, esto
solo sea un comienzo y no un final
sonri Ibn Rush como si aquella
perspectiva de pelea le sedujera en
suma medida.
No nos rendiremos!
exclam Abdallah ahogado su grito
por el tumulto generalizado.
Nunca! respondi el
maestro un poco sin pensar; su
mirada se diriga un poco ms
abajo, justo hacia la esquina de la
mezquita, donde un hombre y un
guardia forcejeaban por un arco.
Avanz dando empujones y
recibiendo algunos, pero su
determinacin no pareca arrugarse
bajo ningn concepto, porque
aquello solo le retrasara, jams lo
detendra. Al llegar a la altura de un
guardia, su respiracin comenz a
serenarse. A una corta distancia,
tras unas cortinas, un personaje
principal se acercaba al edificio
sagrado. Tarik no tena ni la ms
remota idea de quin se trataba,
pero aquel era el momento y el
lugar. Quienquiera que fuese all
protegido iba a servir de yunque en
el que descargar toda su ira.
Al principio pens en esperar
a que la comitiva llegara a su altura
y abalanzarse sobre la litera para
estrangularlo con sus propias
manos, pero despus discurri que
llegaran a tiempo para separarle de
su presa. Como si sus sentidos
fueran llevados por un gua
superior, sus ojos se posaron sobre
uno de los arcos que portaban los
guardias blancos, record su
juventud, su mpetu por luchar, por
entrar en batalla para as ser digno
de Al, el que todo lo ve, y ahora
aquel arco estaba all al final de sus
das, como si siempre hubiera
estado all esperndolo cuando el
camino llegaba a su fin.
Casi por inercia arranc el
arco del hombro del guardia, que
cogido de sorpresa solo pudo asir
el arma por la cuerda fina y cortante
que impulsaba el proyectil. Su
forcejeo dur unos instantes, las
manos del guardia comenzaron a
sangrar y tuvo que soltarlo muy a su
pesar. Tarik cogi una flecha del
carcaj tirado en el suelo durante la
pelea y, como si un tiempo pasado
volviera a renacer dentro de su
cuerpo, tens el arco con la flecha
apuntando al centro de la litera;
aquel movimiento mecnico lo
haba repetido miles de veces, tanto
en prcticas como en batalla real;
apunt raudo y, antes que los dems
guardias se le echaran encima,
lanz su ltima descarga
alcanzando de lleno su objetivo,
que como si de un saco de alimento
se tratara cay al empedrado por
uno de los laterales de la litera con
el proyectil atravesndole el
corazn, aunque aquello ya no lleg
a verlo Tarik, que yaca en el
mismo suelo atravesado por varios
alfanjes, con los ojos abiertos
mirando a ningn lugar, sin llegar a
saber que su venganza haba sido
cumplida, y al final l mismo haba
servido de brazo ejecutor para los
designios de Al, ante quien nadie
puede ocultarse, ni tapar sus actos...
ni jams eludir su juicio.
EPLOGO
COMO si de un oasis en medio del
desierto se tratara, tras la ola de
fro invernal sufrida por la ciudad,
un tiempo ms venreo se haba
instalado en Crdoba, hasta el
punto de que por las tardes gustaba
de subir a la azotea y reconfortarse
con el calor que un sol templado
regalaba a los hombres. Haca casi
dos semanas que todo haba
terminado. No haban tenido ms
noticias de la secta katish, ni nadie
pareca estar interesado en ellos.
Farah haba partido con una
caravana comercial para volver a
su tierra con los suyos; ahora iba a
necesitarlos y ya no tena esposo al
que guardar obediencia en Al-
ndalus, su familia era lo nico que
le quedaba.
Farah se haba despedido del
maestro y Abdallah besndoles las
manos y con el rostro baado en
lgrimas. No volvera a hablar, as
que siempre portaba unas pequeas
hojas de papel con un clamo y algo
de tinta para poder comunicarse,
aunque, como bien haba dicho el
maestro, pocos saban leer, a lo que
Farah haba respondido
escribiendo: Si no saben leer,
leern mis ojos y comprendern.
La ausencia de la mujer haba
entristecido a Abdallah, que desde
que haba vuelto a su casa por las
noches no haba llegado tarde
ninguna maana... A lo que el
maestro solo poda responder con
una frase: La juventud y su
energa, bendita locura que hace
moverse al mundo y oscurece
cualquier halo de desesperanza.
Ibn Rush les haba visitado
con frecuencia en aquel tiempo,
haba profundizado en el estudio de
las sentencias de Al-Him, incluso
ahora imparta clases en la
mezquita, adems de ejercer su
trabajo como juez, desparramando
su sabidura sobre todo aquel que
quera escucharle. El cad, cada vez
ms locuaz e ingenioso, si aquello
era posible, comenzaba a tener
fama ms all de las fronteras del
reino como pensador y filsofo, y
all en los reinos del norte era
llamado Averroes.
El maestro haba subido a la
azotea para entablar conversacin
con sus pjaros, aquellas criaturas
celestiales que nos regalaban su
canto y sus plumajes de mltiples
colores. Abdallah acababa de
terminar de limpiar el laboratorio y
sin pensarlo subi tambin l a
disfrutar de las aves.
Maestro...
Ah, Abdallah! Ya est
todo limpio? El maestro estaba
dentro de una de las jaulas
observando un diminuto huevo y
acomodndolo en el nido de fina
paja para la cra que tena
habilitado dentro del recinto
metlico.
S, maestro... El da es
esplndido afirm Abdallah
observando cmo los rayos del sol
llenaban de colorido las montaas
circundantes de Crdoba; pareca
que la primavera, a la que todava
no se esperaba, quisiera adelantarse
a su tiempo.
As es... quiz ms tarde
podamos pasear por la orilla del
ro; huir del bullicio de la ciudad es
algo que deberamos hacer ms a
menudo, revitaliza la mente y
sosiega el cuerpo apunt el
maestro sonriente.
Tendremos noticias de la
secta, maestro? pregunt con
cierto gesto de preocupacin
Abdallah.
Seguro que s, aunque no
creo que contra nosotros hagan
nada, pero si Ibn Abas estaba en lo
cierto y ya tenan organizacin
propia, no tardaremos en saber de
sus andanzas.
Maestro, por qu el poder
atrae tanto y a tantos? Abdallah
segua mirando el horizonte
mientras formulaba la pregunta,
como si la respuesta fuera mucho
ms que una opinin, como si la
respuesta que fuera a recibir del
maestro se tratara de un dogma de
fe.
A tantos porque pocos
sirven para servir, y tanto porque la
vanidad campea a sus anchas por la
naturaleza del ser humano, el tener
ms que otros, el saber ms que los
dems, es inherente a nuestro ser,
por eso existe el afn de
superacin, al que muchos no ponen
lmites y con ello redundan en bien
para los dems, y otros porque la
ausencia de linde a estos deseos
supone llegar a la avaricia, tanto de
posesiones como de
reconocimiento, y no tienen la
virtud de la conciencia, por ello
hacen lo que sea para conseguirlo
sin importar el cmo. Aquel que
tiene poder llega a pensar que es un
dios, que puede hacer y deshacer a
su antojo, disponer de bienes, vidas
y haciendas. Aquel que el poder
anhela, utiliza cualquier medio a su
alcance para obtenerlo.
Son prisioneros de sus
propios deseos y deliran cuando no
consiguen sus metas
obsesionndose hasta el punto de
perder la cordura... seal
Abdallah.
As es, mi joven amigo.
Abdallah se volvi hacia la
gran jaula de pjaros que trinaban
sin cesar, poniendo msica divina a
aquel momento. La estructura que
serva de prisin a las aves dejaba
a un hombre ponerse de pie y andar
dentro de ella, y aunque pudiera ser
de oro, a Abdallah le pareca que
no dejaba de ser una mazmorra.
Maestro, no me gusta que
estn presos, quizs es otra forma
de demostrar poder, tenerlos aqu
encerrados para nuestro deleite.
Quiz tengas razn,
Abdallah... sopes el maestro,
nunca lo haba visto desde aquella
perspectiva; su joven ayudante cada
vez era menos joven y haca ya
algn tiempo que haba dejado de
ser ayudante, pero ambos
disfrutaban de la compaa y del
trabajo en equipo. De hecho,
tienes razn. Sonri satisfecho el
maestro. Me ayudas?
Claro que s, maestro.
Los dos hombres comenzaron
a desmontar la estructura, dejando
solo el interior acondicionado y el
techado para proteger del fro y la
lluvia a quien quisiera quedarse all
y, por supuesto, los huevos que con
tanto mimo el maestro haba
inspeccionado.
Al principio, y como si un halo
de extraeza se hubiera apoderado
de las aves, ninguna alz el vuelo
en busca de la libertad. Los pjaros
estaban inmviles ante la atenta
mirada de los doctores, como si al
iniciar su vuelo alguna red se les
fuera a echar encima y coartar as el
ansiado vuelo.
Es hora de marchar...
indic el maestro haciendo un gesto
a Abdallah.
Volvern a seguir incubando
sus huevos apreci el joven.
Algunos s, y los
alimentaremos hasta que sus
polluelos puedan volar... El
maestro mir los nidos. No
volveremos a enjaularlos sonri
el maestro. Vamos! Sabrn
volar en libertad?
Yo creo que s. Y
haciendo ambos gestos ostensibles
con los brazos, pusieron a las aves
en fuga inundando el cielo de
Crdoba de colores y cantos que a
buen seguro poco tendran que
envidiarles a los que los grandes
califas oan en sus palacios y
almunias.
Aun hoy en da... el canto de
las aves puede escucharse en las
orillas del ro grande, cuando baa
las orillas de la antigua ciudad
califal.