Genesis Del Derecho Comercial Colombiano
Genesis Del Derecho Comercial Colombiano
Genesis Del Derecho Comercial Colombiano
SEDE BOGOTÁ
FACULTAD DE DERECHO, CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES
INSTITUTO UNIDAD DE INVESTIGACIONES JURÍDICO-SOCIALES
“GERARDO MOLINA” - UNIJUS
ISBN: 978-958-775-152-9
“La crítica debe ser ilustrada pero no cruel con nuestros antepasados;
no calumniadora ni falta de respeto para aquellos que no pueden levantarse
de sus sepulcros y decirnos: Esta fue, ingratos nietos, la razón de nuestra conducta”
(Silvio Pellico, citado por Juan Manuel Pacheco y José J. Guerra)
Presentación..................................................................................................................... xV
Introducción: En búsqueda del hilo perdido.................................................... xvII
Primera Parte
EL LABERINTO NORMATIVO
Segunda Parte
EL DILEMA: ¿CÓMO LLEVAR A CABO EL CAMBIO?
Tercera Parte
DIVERGENCIA CARDINAL EN TORNO A LOS PROCESOS
DE COMPILACIÓN Y CODIFICACIÓN DE LA LEGISLACIÓN
Cuarta Parte
¿TRASLADO “MECÁNICO” O TRASPLANTE “SELECTIVO”?
XII
Postura frente a los conatos de originalidad del clasicismo jurídico local y de las
elites jurídicas colombianas contemporáneas: ¿reprimenda, indulgencia o
ambivalencia?..................................................................................................................... 97
Reprimenda a los conatos de originalidad del clasicismo jurídico local............ 97
Verificación de la crítica “lacerante y masoquista” a la conciencia jurídica
civilista colombiana.................................................................................................... 98
Convocatoria a franquear el “complejo de inferioridad” de las elites
jurídicas colombianas contemporáneas.................................................................. 100
La paradoja del derecho comercial: preponderancia en la economía e
irrelevancia en la academia.............................................................................................. 101
El “subdesarrollo” legal en el ámbito mercantil............................................ 105
“Magra” capacidad económica....................................................................................... 109
“Exigua” solvencia intelectual........................................................................................ 114
El tiempo “invertido”...................................................................................................... 117
La “tardanza”.................................................................................................................... 119
Haití: el primer Código de Comercio de América................................................ 124
Ecuador: el primer Código de Comercio suramericano...................................... 125
Bolivia: el primer Código de Comercio americano con “algún carácter de
originalidad”................................................................................................................ 126
Repercusión de la vida política en la esfera jurídico-mercantil.................................. 128
¿Trabajo “parasitario”o recepción“reflexiva”?................................................... 131
“Impureza” y “desperfectos” del modelo elegido....................................................... 131
Temprana y constante advertencia sobre la exigencia de “adaptación” a la
“realidad ” neogranadina.................................................................................................. 133
Difusión y generalización de la idea de la “copia”...................................................... 138
Matiz de la tesis del “seguimiento servil” de los legisladores
neogranadinos................................................................................................................... 141
Metodología para efectuar el examen de los instrumentos de
selección a través de los cuales se dio inicio a la construcción
de la unidad jurídica mercantil neogranadina.................................................. 145
La “impureza” de la copia neogranadina: constatación de las
variaciones introducidas al modelo........................................................................ 151
Fijación y contraste de la extensión............................................................................... 151
Cotejo de los armazones................................................................................................. 154
Cuantificación e identificación de las normas eliminadas.......................................... 156
Cuantificación e identificación de las normas modificadas....................................... 160
Cuantificación e identificación de las normas incorporadas...................................... 162
Epílogo: el trabajo de codificación neogranadino no es una “simple” copia del
modelo europeo................................................................................................................ 162
La “virtud” de la copia neogranadina: verificación de las
transformaciones cualitativas implantadas al modelo.................................. 165
Del derecho “irracional material” al derecho “racional formal”............................... 165
Del “state control ” a la “incorporation free”.............................................................. 170
Del monopolio reglado a la desregulación de la actividad económica: temprana
travesía de la correduría pública a la libertad de corretaje.......................................... 174
XIII
Quinta Parte
CONJETURAS Y CERTEZAS SOBRE LOS PADRES
DEL DERECHO COMERCIAL COLOMBIANO
Conclusiones....................................................................................................................... 211
Referencias.......................................................................................................................... 215
Fuentes históricas directas............................................................................................... 215
Bibliografía General......................................................................................................... 217
Tablas..................................................................................................................................... 225
Figuras................................................................................................................................... 226
XIV
XV
XVI
1
Sólo treinta y un (31) años después de su publicación original en 1980, el economista y magister
de la Universidad Nacional de Colombia Alberto Supelano Sarmiento, tradujo al español el
texto de Robert Charles Means, traducción que fue publicada por la Universidad Externado
de Colombia en el año 2011.
XVII
***
El ponerse al tanto de la fase inaugural del proceso de codificación de la legislación
mercantil nacional, representa un paso más en el logro del laborioso objetivo de
construir una identidad nacional.
La codificación de la legislación nacional fue percibida y concebida como uno de
los elementos que contribuiría a la consolidación del movimiento emancipatorio.
De ahí que desde muy temprano se adelantaron numerosos esfuerzos para dotar
al país de modernos códigos en las diferentes ramas del derecho, impulsos que en el
ámbito mercantil empezaron con la redacción del proyecto de estatuto mercantil
XVIII
***
XIX
XX
que el simple “traslado mecánico” de textos europeos a los mundos americanos con
el fin de “repetir” lo que se “hacía”, se “pensaba” y se “escribía” en el viejo mundo
(Escobar y Maya, 2008).
***
Este texto recoge un primer resultado de la investigación cuyo punto de par-
tida quedó fijado en el artículo que a finales del año 2007 titulé “Insumos para la
cimentación de la historia del derecho comercial colombiano a través de la teoría del trasplante
jurídico: Itinerario de la superación del complejo de inferioridad de la teoría jurídica nacional ”
(Almonacid, 2007), y que posteriormente tuvo un segundo avance en el artículo
que rotulé “En búsqueda del fósil del derecho mercantil colombiano: difusión del registro
contable por partida doble en la Nueva Granada” (Almonacid, 2010).
En esta ocasión me sirvo de un caso a pedir de boca que gira en torno a la
génesis del derecho mercantil colombiano y que ofrece nueva información sobre la
repercusión que tuvieron los acontecimientos bélicos y políticos en la fase inicial
del proceso de codificación de la legislación mercantil nacional.
Las características de este insumo revelan per se la pertinencia, representativi-
dad y utilidad del caso analizado para la investigación que vengo adelantando al
interior de la Facultad de Derecho Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad
Nacional de Colombia.
Con el fin de poder reconstruir una historia del derecho comercial local
compenetrada con la realidad política colombiana, me remonto a treinta años
antes del suceso legislativo que dio origen al derecho comercial neogranadino, y
reduzco la tradicional escala de observación hasta tal punto que a primera vista a
los conocedores de la historia nacional mi versión les puede resultar simplemente
repetitiva, casuística, fatigosa y hasta inútil, a no ser que fijen su atención en los
detalles referentes a la conformación de la nueva institucionalidad del país, específi-
camente en los datos relacionados con la ordenación de la legislación nacional, en
especial de la codificación de la legislación comercial.
Sólo reduciendo la escala de observación es posible atribuir valor cualitativo y
llegar a conclusiones relevantes a partir de micro sucesos históricos (Figueroa, 2004).
Por tanto, comedidamente invito a quienes suelen asumir que el único nivel per-
tinente de estudio es el panorama macro, concretamente las tendencias mayores de
la economía y el análisis de objetos macizos como los grupos o las clases sociales, a
que transitoriamente dejen de lado los marcos temporales extensos con los que están
habituados a trabajar, a que reduzcan su escala de observación y a que se fijen en ciertos
sucesos, documentos y personajes que tuvieron injerencia en el acto fundacional
del derecho comercial colombiano.
XXI
Los convido, por ejemplo, a que centren su atención en el hecho de que mien-
tras que el presidente y general bolivariano, Pedro Alcántara Herrán enervaba en el
campo de batalla el proceso de disolución de la Nueva Granada, fue un “septem-
brino indultado” quien el 4 de marzo de 1842 solicitó al Congreso que no cerrara
las sesiones sin mandar formar un Código de Comercio que estuviera acorde con
las circunstancias del país.
***
En el estudio del caso señalado me apoyo en un excepcional cuerpo docu-
mental que demarca fundamentalmente la unidad temática y cronológica del
texto, respecto del que se debe resaltar el redescubrimiento de documentos como
los originales de las Actas del Consejo de Estado de 1842 en las que constan los
debates y la aprobación del Proyecto de Código de Comercio que fue sometido a
consideración del Congreso al inicio de la legislatura de 1843, y la localización del
único ejemplar impreso que existe de dicho Proyecto.
El hallazgo de documentos que hasta ahora han permanecido inéditos posi-
bilitó la extracción de un conocimiento directo basado en fuentes históricas genuinas y
efectivas (Topolsky, 1982), ya que estos “restos” o “reliquias” de la actividad legisla-
tiva desplegada por los neogranadinos al inicio de la cuarta década del siglo XIX,
favorecieron manifiesta y positivamente la reconstrucción de los hechos históricos
relacionados con la gestación del texto legal que en 1842 recogió el acto funda-
cional del derecho mercantil colombiano.
La implementación de una investigación cualitativa, la aplicación de la técnica del
muestreo teórico y del microanálisis de textos (Strauss, 2002; Flick, 2004) posibilitaron
superar los estados de desconocimiento total y de sospecha o meras conjeturas en los que
respectivamente se encontraban la doctrina nacional y extranjera, y permitieron
arribar a la certeza no sólo respecto del redactor, los integrantes de la comisión
revisora, la estructura y el contenido del proyecto, sino en relación con las fuerzas
políticas locales y las influencias foráneas que gravitaron sobre la elaboración del
Proyecto de Código de Comercio de la Nueva Granada de 1842.
***
A través de la combinación de diferentes escalas de análisis se evidencia y
concluye que a consecuencia de trasplantes jurídicos atravesados por la firme
tensión entre la tradición y la modernidad, el país obtuvo un temprano y alto desa-
rrollo legal formal en el ámbito mercantil que quedó compendiado en un moderno
manual normativo que una vez más le da la razón al historiador Javier Ocampo
López cuando afirma que la conformación del Estado antecedió a la formación de la Nación
colombiana, pues con el arribo de la Independencia y a pesar del cambio que se
XXII
introdujo a las normas del país, la brecha entre el derecho y la realidad social se
expandió (Ocampo, 1989).
Desde entonces la reducción de la grieta que existe entre el desarrollo legal formal
y la consolidación del desarrollo jurídico material en el ámbito mercantil colombiano
se ha ido logrando con el trascurso de las décadas en las que, a la vez que las
“modernas” normas mercantiles han sido gradualmente interiorizadas y aplicadas,
la realidad de la actividad económica del país paulatinamente se ha transformado
y acercado al prototipo regulado por las “normas de papel ” a las que ha hecho refe-
rencia Mauricio García Villegas (García, 2009).
Este complejo y prolongado proceso de ajuste del ámbito normativo y la rea-
lidad socioeconómica del país será objeto de análisis en futuros trabajos, puesto
que, como ya se indicó, al circunscribirse al contexto bélico y político en el que se dio
el acto fundacional del derecho mercantil colombiano, el presente documento
no se ocupa de la evolución que ha tenido esta rama del derecho nacional hasta
nuestros días.
En todo caso, lo que si es conveniente hacer notar desde ya, es que contrario
a lo que comúnmente se cree, las aludidas “normas mercantiles de papel ” antes de
ser una mera “copia”, “remedo” o “calco” de los modelos legales europeos, son el
resultado del mestizaje jurídico colombiano para el que los productos ofrecidos
por la “modernidad ” no fueron siempre y necesariamente objeto de fascinación y
devoción, pues tal y como solía decir don Inocencio Ayala Cifuentes (1933-1996),
campesino boyacense que lucía los domingos su corbata roja de tono liberal, la
malicia indígena enseña que no hay que hacer caso a todos los “sortilegios” de lo
que él, en tono burlesco, llamaba la “jodernidad ”.
***
Dado que todo estudio sobre la historia del derecho tiene la potencialidad
de fortificar los análisis dogmáticos jurídicos contemporáneos, confío que este
texto sea de utilidad para la toma de decisiones en torno a futuros trabajos rela-
cionados con la conformación de planes y programas de estudios y el incentivo
a investigaciones jurídicas que contribuyan a contra balancear el extraordinario
peso que ha mantenido la historia constitucional colombiana en la producción
historiográfica-jurídica nacional.
***
Este relato sobre la génesis del derecho mercantil colombiano está guiado por
una serie de hipótesis, formuladas en su gran mayoría en forma de bipolaridades
o enigmas que se van describiendo o despejando poco a poco al ser contrastados
paulatinamente con la documentación hallada y consultada.
XXIII
José Félix Blanco y Ramón Azparúa solían advertir que “Ya se ve que es más fácil
copiar que pensar y más leve repetir que reflexionar” (1875). No pudiendo escapar del
facilismo, y por ende de esta censura, explícitamente prevengo al lector de que
nada de lo que contiene este texto es de mi autoría, pues me he limitado a ser
un simple compilador de las múltiples lecturas que recolecté, resumí y reproduje
textualmente con el fin de que el pensamiento de cada uno de los autores fuentes
se mantenga lo más fiel posible.
XXIV
XXV
EL LABERINTO NORMATIVO
1
El profesor de la Universidad Nacional de Colombia Mauricio García Villegas, al explicar un
texto del ex rector Antanas Mockus, se refiere a la anomia como “desobediencia de la ley por razones
culturales o de utilidad” (García, 2009, 32).
2
Al referirse a la “brecha entre el derecho escrito y la realidad” y la “cultura del incumplimiento de
reglas” en América Latina, el profesor Mauricio García Villegas sostiene que dicha grieta se
remonta a los tiempos de la colonia española, en donde, según Juan B Terán, el estudio de la
legislación sólo era útil para “conocer algunos rasgos característicos de la psicología del español” y destaca
que con el arribo de la Independencia, las normas cambiaron, pero la realidad social y la aludida
hendidura se mantuvo prácticamente como estaba. Desde aquella época en Colombia antes
de acatar las normas, ellas son sopesadas con otras reglas (morales, culturales, etc.), en medio
de un contexto complejo. Es por eso que el derecho, como los otros sistemas de normas (la
moral, la urbanidad o la religión) son “ordenamientos flexibles, porosos”, a los cuales se les aplica un
sinnúmero de excepciones que corresponden a una vasta gama de circunstancias cambiantes.
Nuestra historia parece ser una historia de pactos fundadores y refundadores de la organización
social que, más que una historia del constitucionalismo, es la “historia de la búsqueda fallida” por
abolir los poderes intermedios entre el individuo y el Estado, y por consolidar un constitucio-
nalismo contractualista o “liberal.” (García, 2009, 15, 16, 41, 300).
Desde entonces, obedeciendo la línea de conducta de muy antiguo ancestro, los neo-
granadinos depositaron con “fe ciega” los destinos del país en la estructura de las
Cartas Políticas y en los contenidos de los reglamentos jurídicos, persuasión que explica
porqué en el alma de los colombianos ha quedado impreso el “signo indeleble de la
juridicidad ”, hasta tal punto, que quienes protestan este hecho de manera itinerante
confluyen en reclamar el cambio de las instituciones o el perfeccionamiento de las mismas
como la mejor manera de realizar esperanzas colectivas por largo tiempo poster-
gadas (Uribe, 1978, 247):
Generaciones impacientes y jurisperitos acartonados, en fin, movimientos de concen-
tración nacional que han surgido en épocas difíciles de nuestra controversia histórica,
todos coinciden en el afán de enmendar la constitución como terapéutica para combatir
los males que afligen a la patria. Tal fenómeno sigue todavía ocurriendo, y de ello, antes
que avergonzarnos, debemos sentir el orgullo de que los colombianos creamos en la mayor
firmeza de los cambios que produce la ley, que en aquellos donde brilla la espada y se
imponen las bayonetas. (Uribe, 1978, 247)
con el viejo sistema jurídico indiano y con los poderes de facto, las costumbres
sociales y políticas y asumieron la tradición de la desigualdad básica, social y étnica,
heredada de la colonia (Palacios, 2009, 11).
En suma, el desorden y destrucción material de las guerras, la discordia entre las
élites, la perturbación y devaluación social de las creencias populares, la movili-
zación militar de los esclavos (con la promesa de la libertad), el reconocimiento
político de los mestizos, una cierta indiferencia ante los indios, amparados en
el vocablo de ciudadanos, pasó una factura de difícil pago en términos de construir
naciones modernas, liberales y democráticas (Palacios, 2009, 29)3.
No obstante, los resultados de la revolución política en Hispanoamérica fueron
históricamente importantes. La afirmación de la autonomía y luego la Independencia
frente al poder europeo no sólo generaron la difusión de nuevos conceptos de los dere-
chos a la libertad e igualdad sino que también transformaron las relaciones dentro de
los nuevos Estados (McFarlane, 2009, 57).
En síntesis, si Hispanoamérica llegó a la Independencia con una “herencia colo-
nial”, también forjó canales más amplios para la representación y la participación
política y redujo paulatinamente el peso de las viejas instituciones, cambios que habrían
de hacerse evidentes en el proceso posterior de crear naciones y Estados durante
el resto del siglo XIX (McFarlane, 2009, 57).
3
Douglass North destaca que tras la Independencia, entre finales del siglo XVIII y la primera
mitad del siglo XIX, mientras que los Estados Unidos crearon una “democracia política estable”,
en virtud de la cual se convirtieron en la “economía más rica del mundo”, en la mayoría de las colo-
nias españolas estalló un costoso y mortal “espiral de guerras”, “pronunciamientos” y “caudillismos”
que continúo hasta mediados del siglo XX. El “desorden”persistió durante décadas, revelando
la ausencia de arreglos institucionales capaces de establecer la cooperación entre grupos rivales.
El “conflicto destructivo” desvió capital y trabajo de la producción y consignó a las nuevas naciones
hacia la “senda de sorprendente bajo desempeño” en comparación con los Estados Unidos (North,
2002, 11).
10
Un coro de desaprobación clamaba contra nuestras leyes civiles, escritas en los códi-
gos españoles. Confusas, indeterminada, contradictorias y esparcidas en mil volúmenes
diferentes, no podian asegurar la propiedad, el honor y la vida, ni contra los ataques del
ciudadano, ni contra los abusos de la magistratura, ni fijar el juicio mismo de los jueces
en muchos casos. Restos de la jurisprudencia romana y gótica, redactados en tiempos del
feudalismo, no podían ya regir en la América del siglo 19.- No era pues, menos urgente
la redacción de un código Civil, análogo á los principios establecidos por la ilustracion,
y que tuviese aquella sencillez necesaria en el libro de todos los bolivianos, de todos sus
derechos y de todos sus deberes. […]
El buen procedimiento en los juicios es otra de las necesidades urgentes de la Repú-
blica. Nadie deja de sentir y lamentarse de las irregularidades y de la duración de los
procesos, clamando por un nuevo método que facilite los juicios, y los haga claros y breves.
(República de Bolivia, 1835, 360-362)
11
4
Ver artículos 24, 9, 34, 10 y 20 de las Constituciones de Cundinamarca de 1811, de la República
de Tunja de 1811, de Cundinamarca de 1812, del Estado soberano de Antioquia de 1812 y del
Estado de Cartagena de Indias de 1812 (Pombo y Guerra, 1986, Tomo I, páginas 338, 483;
Tomo II, páginas 21, 22 y 123).
13
bró una comisión para que preparara los proyectos de los Códigos Civil y Penal,
y la orden que impartió el Libertador Simón Bolívar para que se conformara una
comisión para examinar el Código Civil francés con el propósito de presentarlo,
con las “reformas adecuadas”, al Congreso Constitucional que estaba convocando
por el año de 1830 (Means, 1980, 143).
En sus famosas Meditaciones Colombianas, publicadas en 1829, además de reco-
ger en la primera meditación las críticas corrientes de entonces al antiguo régimen
español relativas al atraso cultural en que se mantuvo a América con el aislamiento
del extranjero y las actividades del Santo Oficio, a la exclusión de los criollos de
las altas dignidades eclesiásticas y civiles, y al retardo del desarrollo económico
con ocasión de la política comercial de monopolios y el régimen fiscal opresivo,
Juan García del Río, como muchos de sus contemporáneos, se mostraba con-
vencido de que el progreso colombiano sólo se abriría paso sustituyendo las
formas de organización heredadas de España y trasladando al país el espíritu del
racionalismo jurídico francés, para lo cual aconsejaba reemplazar la abigarrada y
casuística legislación civil y comercial de la colonia por la adopción de la codifi-
cación napoleónica, monumento de claridad y generalización jurídica. En efecto,
en su quinta meditación García del Río insistía en que la “barbarie” de la legislación
española debía ser suplida por un sistema racional, uniforme y sencillo de códigos
que hiciera eficaz al Estado:
Es tiempo ya, en efecto, de que una legislación sabia ocupe el lugar de una compi-
lación bárbara; de que nos deshagamos de esa hueste de leyes y decretos que nos acosa, y
de que formemos unos códigos ilustrados, condensándolo todo en una forma y modo que,
sin quitarle nada de su vigor, acabe con la oscuridad y la contradicción que hoy reinan.
Dejará entonces de ser la marcha de los procesos un laberinto de formalidades y de vanas
argucias; dominará un noble sentimiento de la justicia; será al fin inteligible el idioma
de las leyes, tanto tiempo desfigurado y corrompido. Códigos bien redactados, que hagan
desaparecer el caos de la leyes de Indias y de cuantas se han promulgado y anulado después
en todo o en parte, es el más bello presente que puede hacerse a Colombia. (Jaramillo,
1982, 27, 139-140)
De modo que desde los inicios republicanos puede seguirse el rastro a una
amplia deliberación sobre la importancia de adoptar “códigos modernos” que superaran
“las trabas y embarazos” provenientes de la legislación española, debate y objetivo
que se concretarán en 1837 con la expedición del Código Penal, al que le siguieron
el Código de Procedimiento Penal de 1848, el Código de Comercio de 1853 y el
Código Civil del Estado de Santander de 1858 (Means, 1980, 143).
14
EL DILEMA:
¿CÓMO LLEVAR A CABO EL CAMBIO?
Paul Veyne nos recuerda que la historia es, por esencia, “conocimiento a través de
documentos”, pero además nos compele a tener presente que la “narración histórica
va más allá de todo documento, puesto que ninguno de ellos puede ser el acontecimiento mismo”.
Por tanto, el contexto en el que aflora todo documento es una parte importante
de su narración histórica, que no es susceptible de eludir (Veyne, 1984, 15).
De ahí que el conocer el ambiente político que antecedió la elección y posesión
de Don Pedro Alcántara Herrán como Presidente de la Nueva Granada para el
período 1841-1845 es de gran ayuda para comprender el contexto político en el
que se elaboró el Proyecto de Código de Comercio de 1842, condiciones que bien
pueden ser enmarcadas dentro de lo que el historiador Javier Ocampo López ha
denominado las tardías manifestaciones del “ciclo histórico de la Independencia” del que
surgieron los nuevos estados nacionales en América, como la culminación de la
crisis de la sociedad colonial y la consolidación y cristalización revolucionaria del
que surgió la nueva organización institucional de Colombia (Ocampo, 1989, 9, 13).
En efecto, en la última etapa de este ciclo histórico fue necesario afrontar el
problema sobre la forma más adecuada para la constitución y organización del
Estado emergente, apuro frente al que surgieron grandes divergencias políticas,
principalmente entre los realistas partidarios de la conservación de la tradición y el
sistema colonial y los patriotas decididos seguidores de la modernidad representada en
el sistema republicano como forma de gobierno y de la democracia como sistema
de organización política (Ocampo, 1989, 43).
En la Nueva Granada, al igual que el resto de Hispanoamérica, la Independencia
llegó sin que hubiese una integración nacional, razón por la cual el Estado precedió
a la Nación en casi todos los aspectos, y por consiguiente, al resolver el dilema
sobre ¿Cómo debería llevarse a cabo el cambio? la élite criolla se vio precisada a escoger
entre: el cambio radical a través del establecimiento de instituciones obtenidas de
“ejemplos” políticos ya experimentados en Europa y Estados Unidos, considerados
como “la avanzada del progreso para imitar”; o el cambio moderado mediante institu-
ciones surgidas de la realidad hispanoamericana o acomodadas precisamente a
dicha realidad, disyuntiva y adaptabilidad que no solo se hicieron presentes en el
17
1
En relación con la adaptabilidad en la esfera militar Javier Ocampo López ha recalcado que los
ejércitos patriotas no tenían preparación técnica sistemática y disciplinada; que Nariño, Bolívar,
Santander y demás líderes militares surgieron en la lucha, aprehendieron en la escuela práctica
de la guerra y se afianzaron en la experiencia; que por ello, lo más importante en la triunfante
táctica patriota fue la sorpresa y la improvisación de acuerdo con el momento y las circunstancias;
y que Simón Bolívar hizo una guerra con un sello muy personal adaptado al medio americano, de
ahí que la rapidez en los cambios de táctica, los movimientos audaces, el ímpetu de los ataques
y la constancia de sus acciones guerreras se perciben en su concepción estratégica (Ocampo,
1989, 55).
18
que vive de las exportaciones de cacao, añil y otros productos, que se han visto
afectadas por la orden de España de que sus colonias cierre todo comercio con
los países por medio de los cuales se aprovisiona Inglaterra (Rumazo, 2006, 37).
Luego de eludir a los sabuesos de Godoy que lo detuvieron por llevar geme-
los de diamantes en los puños de encaje, gusto prohibido por reciente decreto, y
previo a pagar a su suegro cien mil reales, el 10% de su activo líquido, para poder
contraer matrimonio con María Teresa Toro, Simón Bolívar regresa a Venezuela
en mayo de 1802 (Lynhc, 2006, 27; Rumazo, 2006, 37, 40).
Viudo, Bolívar está de vuelta en Cádiz a finales de 1803, en donde rápidamente
presta el juramento de la Logia de Cádiz, según el cual, juró “nunca reconocer por
gobierno legítimo de la patria sino aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad de los
pueblos”, y prometió “propender por cuanto medios estuvieran a su alcance a que los pueblos
se decidan por el sistema republicano”, por ser “el más aceptable al gobierno de las Américas”
(Rumazo, 2006, 43).
Un suceso corta de raíz su monotonía en Madrid. El Rey decreta que todos
los naturales de colonias abandonen la capital del reino, en la que hay peligro de
hambre. Sin titubeos, Bolívar sale inmediatamente rumbo a París, hondamente
resentido porque piensa que idénticos sacrificios debieron hacer los madrileños
(Rumazo, 2006, 44).
Hacia mediados de agosto de 1804, a sus veintiún años, Bolívar se encuentra
en París en donde conoce a Alexander Humboldt, quien luego de sus viajes por
América concluyó que aunque Venezuela estaba preparada para la liberación no
había nadie capaz de dirigirla (Lynhc, 2006, 29, 31).
El tiempo que pasó en Europa de 1799 a 1806 no se agotó en su vida social.
Esta época fue sobre todo el despertar intelectual de Bolívar, cuando comenzó a
leer, a observar y a experimentar la política. La situación internacional, que veía
desarrollarse ante sus ojos, estimuló su curiosidad innata (Lynhc, 2006, 32).
En París comenzó a leer las obras puramente seculares de Locke, Condillac,
Buffon, D’Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rous-
seau, Voltaire, Rillin y Verot, así como los actores clásicos de la literatura antigua,
española, francesa, italiana y gran parte de los ingleses, iniciando una costumbre
que lo acompañará toda su vida (Lynhc, 2006, 37).
El resultado de estas lecturas fue su adhesión a las ideas ilustradas del siglo
XVIII. Se convirtió en un racionalista, no radical ni irrealista, convencido en los
elevados conceptos de razón, justicia, libertad, independencia, soberanía popular, progreso y
civilización que triunfaron en las revoluciones de Inglaterra, Francia y Norteamérica
(Masur, 2008, 60).
19
Fue en París en donde también el mito napoleónico entró por primera vez en
su pensamiento. Hay certeza de que el 2 de diciembre de 1804 realmente estaba
en esa ciudad cuando, en Notre Dame, en presencia del Papa Pío VII, Napoleón
inflamó los corazones de los franceses al coronarse a sí mismo Emperador (Lynhc,
2006, 32).
Aunque miró la corona como un pobre ejemplo de una costumbre pasada de
moda, se maravilló con la adhesión libre y espontánea de la masa, la aclamación
general y el interés que despertaba Napoleón. Desde entonces la fama fue su deseo
más sentido, y la adoración rendida a un héroe su mayor ambición. Para entonces
su lema era “libertad y fama” (Masur, 2008, 61, 63)2.
Surgió así la antítesis Rousseau - Napoleón, como uno de los grandes problemas
que Simón Bolívar llevó consigo a Sudamérica después de su estancia en Europa,
conflicto que se adueñó de su ser, pues el altercado entre el poder y la libertad per-
manecerán en su fuero interno sin resolverse por largo tiempo, antagonismo que
dará origen al mito sobre la “doble faz de Bolívar” o los “dos Bolívares” (Masur, 2008,
64-65; Urueña, 2007, 17)3.
Bolívar acostumbra verse con Humboldt y Bonpland, quien solía decir que
las revoluciones producen a sus hombres y la América no sería la excepción. En
el Monte Sacro de las Siete Colinas de Roma el caraqueño jura por el Dios de
sus padres y por ellos, por su honor y su patria que no daría “descanso a su brazo,
ni reposo a su alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder
español ” (Lynhc, 2006, 35).
2
Jaime Urueña Cervera destaca que al igual, que todo revolucionario de los siglos XVIII y XIX,
Simón Bolívar aspirará profundamente a alcanzar la gloria de ser consagrado a la vez como
libertador de su Patria y fundador de repúblicas. Su pasión por alcanzar los honores de la pos-
teridad y su ideal supremo de inmortalidad se reflejará explícitamente en sus escritos a lo largo
de su vida: “Yo sigo la carrera gloriosa de las armas solo por obtener el honor que ellas dan; por libertar a
mi patria; y por merecer las bendiciones de los pueblos […] El que trabaja por la libertad y la gloria no debe
tener otra recompensa que gloria y libertad” (Urueña, 2007, 20).
3
Al referirse al mito construido en torno a la persona y obra de Simón Bolívar, Jaime Urueña
Cervera señala que dicho mito sostiene que al lado positivo del Libertador, a quien se le ha
rendido un culto heroico hasta el punto de construir una leyenda dorada, existe un rincón
oscuro del Padre de la Patria que se sustenta esencialmente en evaluaciones desaprobadoras
de sus proyectos legislativos, vía por la que se ha llegado a enfrentar “dos Bolívares” distintos:
el genial soldado al hombre de tendencias autoritarias arcaicas. Unos afirman que Bolívar fue
amigo de la libertad y de los principios democráticos; por el contrario, otros aseguran que sus
ideales eran liberticidas y conservadores. Unos presentan sus escritos políticos y legislativos
como modelos de coherencia y de continuidad, cuando otros no ven en ellos sino los delirios
desordenados de un solado de inclinaciones totalitarias. De ahí que no resulte extraño que
ciertos analistas hayan imaginado la solución salomónica de cortar en dos la personalidad de
Bolívar (Urueña, 2007, 11-12, 17).
20
Se revela ante el Pontífice al negarse arrodillarse y besar la cruz que lleva bor-
dada en su sandalia aduciendo que muy poco debía estimar el Papa el signo de la
religión cuando lo lleva en su sandalia, mientras los demás soberanos lo colocan
sobre sus coronas (Rumazo, 2006, 55-56).
Los conceptos de jerarquía, costumbre y sumisión empezaban a ceder paso a la
creencia en la libertad y las virtudes personales. Bolívar se aventura a proclamar
que el avance del saber no debía ser entorpecido por el dogma religioso y a señalar
a la Iglesia católica como uno de los principales obstáculos del progreso. Por aquel
entonces Bolívar compartía el anticlericalismo del Siglo de las Luces y veía en la
Iglesia otro agente del Antiguo Régimen (Lynhc, 2006, 42).
Después de su viaje a Italia regresa a París en la primavera de 1806. Se embarca
a Estados Unidos y finalmente llega a Venezuela en junio de 1807. Bolívar había
escuchado, aprendido y visto que Europa suponía tanto una amenaza como una
inspiración para América ¿Cuántos venezolanos estaban tan capacitados como él
para comprender lo que estaba ocurriendo? Regresó convencido de que la inde-
pendencia de su país era un imperativo, algo imprescindible e inevitable. De este modo,
Bolívar, un producto de la colonia, se iba a convertir en su enemigo más feroz
(Lynhc, 2006, 52, 55, 56).
Al regresar a su país, descubre que la conciencia política de la colonia no se
había desarrollado lo suficiente para cuestionar la lealtad al Rey y el apoyo al orden
existente. Sus convicciones y su distancia de la opinión criolla mayoritaria explican
su posición política en los acontecimientos de los siguientes cuatro años en los que
se dedicó a las mismas ocupaciones que el resto de la aristocracia criolla: el cultivo
de sus haciendas y la administración de sus rentas (Lynhc, 2006, 55).
La clase dirigente criolla no hablaba con una sola voz. Estaba dividida entre
conservadores, que se veían a sí mismos como los encargados de asumir las respon-
sabilidades en ausencia del Rey y salvaguardar el orden tradicional; los autonomistas,
que buscaban una autonomía política dentro de la monarquía española, y los inde-
pendentistas, que eran partidarios de una ruptura absoluta con España. Al comienzo
los conservadores fueron el grupo predominante (Lynhc, 2006, 55).
Por considerar que no iba tan lejos como él deseaba, a sus veinticinco años,
el futuro Libertador se negó a firmar la petición que el 24 de noviembre de
1808 elevó la élite criolla al Capitán General de Venezuela en la que se instaba
a no aceptar la jurisdicción de la Junta de Sevilla y se le solicitaba que esta-
bleciera una junta independiente para que ejerciera la autoridad en nombre
de Fernando VII. Fue así como Bolívar se distanció del movimiento juntero
(Lynhc, 2006, 62).
21
En 1805, mientras que Simón Bolívar a sus veintidós años, está haciendo su
juramento en el Monte Sacro en Roma, a sus trece años, a Francisco de Paula
Santander le llegó la hora de partir con destino al Colegio de Real Seminario de
San Bartolomé de la muy mentada capital Santa Fe en donde habitaban 22.870
personas, de las cuales un número considerable eran religiosos que se encargaban
de que en la ciudad nada escapara al poder de la Iglesia, centro de toda actividad
(Paz, 2009, 67; Moreno de Ángel, 1989, 38).
Usando sus poderes e influencias, don Nicolás había logrado conseguirle una
beca seminaria al niño pobre nacido en una ciudad lejana, aperado con burdas ropas
22
que movían a risa a los acicalados sabaneros, quienes se reían sin tregua de sus
prendas compradas en Ramiriquí, sobre todo de esas medias que al descolgarse
formaban lánguidos rosquetes encima de sus tobillos (Paz, 2009, 67, 73-74; Moreno
de Ángel, 1989, 47).
Ser sobrino del Vicerrector aplacó en algo esa corrosiva maldad de los infantes.
Muchas veces su sangre motilona hizo valer sus fueros y respondió con fuerza e
ironía a la insolencia de los cachaquitos. Se hizo buen amigo de otros internos,
de los pocos que provenían de la provincia y que, como él, soportaban escarnio e
ironía de los “lanudos” (Paz, 2009, 75).
Francisco de Paula Santander rápidamente fue distinguido como Conciliario
del colegio, es decir, como miembro del Consejo Asesor del Rector, alto honor
que estaba reservado a algunos profesores y a los más destacados estudiantes.
En 1807, ocupó el cargo de Secretario de la Junta Conciliar, adiestramiento que
posteriormente le servirá para escalar dentro del ejército patriota (Moreno de
Ángel, 1989, 52).
El presbítero Omaña era un hombre culto, de buenos modales, bachiller en
derecho civil y doctor en cánones por la tomística de Santa Fe. Las ideas de liber-
tad que acariciaba el reverendo Omaña aparecen claramente dentro del proceso
seguido a los clérigos patriotas por orden de Pablo Morillo, en el que se indica
que ha sido “dechado de insubordinación” y “patriota por principios, cuya doctrina impregnó
a su grey” (Moreno de Ángel, 1989, 42).
De ahí que no es extraño que la influencia que ejerció el padre Omaña sobre su
sobrino Santander fuera notable. El propio Santander referencia que fue uno de
los que le enseñó a “conocer la justicia, conveniencia y necesidad de que estos países sacudiesen
la dominación española” (Moreno de Ángel, 1989, 42).
Los sucesos de 1810 sorprendieron a Francisco de Paula Santander en el preciso
momento en que daba fin a sus estudios de derecho, pues al haber presentado su
examen público sobre práctica forense, para recibirse como abogado de la Real
Audiencia sólo le restaba ejercer en calidad de pasante al lado de un jurisconsulto
(Moreno de Ángel, 1989, 57)4.
4
Pilar Moreno de Ángel resalta que en la mañana del 21 de julio de 1810 el cura del Rosario de
Cúcuta Vicente Medina se presentó ante el notario de la villa con el fin de otorgar un poder
especial a Francisco de Paula Santander facultándolo para que a nombre y representación del
otorgante, en los términos y cantidad que constara en la comunicación que al efecto le remitiría,
vendiera una “casa de tapia y teja en el plan del barrio de las Nieves” de la capital Santa Fe, negocio
que se convertiría en la única actividad que desempeñaría en su calidad de abogado en ejercicio
(Moreno de Ángel, 1989, 57).
23
5
Manuel Camacho y Quesada, abogado y catedrático de latinidad y retórica integró la Junta de
Gobierno de 1813. Ejerció la jurisprudencia en la Nueva Granada y murió en Cuba en 1834.
Juan Elías López Tagle, abogado y profesor también de latinidad alcanzó el grado de Coronel
y sucumbió defendiendo la casa de gobierno en Portobelo. La cátedra de filosofía estaba a
cargo del abogado Custodio García Rovira oriundo de Bucaramanga, padrino de Santander en
la solicitud de la beca y uno de sus primeros comandantes en las filas patriotas. Fruto Joaquín
Gutiérrez de Caviedes, nacido en Villa del Rosario de Cúcuta y emparentado con Santander
aparece firmando el Acta del 20 de julio de 1810 y fue pasado por las armas en 1816. Fue uno
de los maestros que más influyó en Santander (Moreno de Ángel, 1989, 49-51).
6
Para que viajaran a Londres a conferenciar con el Gobierno Británico fueron designados Simón
Bolívar, jefe de la misión diplomática, y Luís López Méndez y Andrés Bello como segundo y
tercero comisarios. Así, sorpresivamente Bolívar se convierte en diplomático y Coronel; consi-
gue, desde luego, ese doble honor gracias a las gestiones de sus parientes y al hecho de que es
él quien costea íntegramente la misión, en momentos en que el erario público carece en absoluto
de recursos (Rumazo, 2006, 67).
24
25
que con un sacrificio tan heroico destruyeron la tiranía; y rompiendo el vinculo social fue
restituido el pueblo del Socorro a la plenitud de sus derechos naturales he imprescriptibles
de la libertad, igualdad y propiedad, que deposito provisionalmente en el ilustre cabildo de
esta Villa y de seis ciudadanos beneméritos que le asocio para que velasen en su defensa
contra la violencia de cualquier agresor, confiando al propio tiempo la administración
de justicia a los dos alcaldes ordinarios para que protegiesen a cualquier miembro de la
sociedad contra otro que intentase oprimirle. […]
Es incontestable que a cada pueblo compete por derecho natural determinar la
clase de gobierno que mas le acomode; también lo es que nadie debe oponerse al ejercicio
de este derecho sin violar el mas sagrado que es la libertad. En consecuencia de estos
principios la junta del Socorro, representando al pueblo que la ha establecido, pone por
bases fundamentales de su constitución los cánones siguientes: […]
No habiendo reconocido el Cabildo del Socorro al Consejo de Regencia hallándose
ausente su legitimo Soberano el señor don FERNANDO Séptimo, y no habiéndose
formado todavía Congreso Nacional compuesto de igual número de Vocales de cada
provincia para que reconozca y delibere sobre los grandes intereses del cuerpo social, y
los de paz y guerra, reasume por ahora todos esos derechos. Cuando se haya restituido
a su trono el Soberano, o cuando se haya formado el Congreso Nacional, entonces este
pueblo depositará en aquel Cuerpo la parte de derechos que puede sacrificar sin perjui-
cio de la libertad que tiene para gobernarse dentro de los límites de su territorio, sin la
intervención de otro gobierno. […]
En el día que proclamamos nuestra libertad y que sancionamos nuestro Gobierno
por el acto más solemne y el juramento más santo de ser fieles a nuestra Constitución, es
muy debido dar ejemplo de justicia declarando a los indios de nuestra Provincia libres de
tributo que hasta ahora han pagado y mandando que las tierras llamadas resguardos se
les distribuya por iguales partes para que las posean con propiedad y puedan transmitirlas
por derecho de sucesión; pero que no puedan enajenarlas por venta o donación hasta que
hayan pasado veinticinco años contados desde el día en que cada uno se encargue de la
posesión de la tierra que les corresponda. Así mismo se declara que desde hoy mismo
entran los indios en sociedad con los demás ciudadanos de la Provincia a gozar de igual
libertad y demás bienes que proporciona la nueva Constitución, a excepción del derecho
de representación que no obtendrán hasta que hayan adquirido las luces necesarias para
hacerlo personalmente.
El gobierno se halla bien persuadido que para su establecimiento y organización
necesita del aumento de las rentas públicas, pero contando con la economía de la adminis-
tración de ellas y con el desinterés patriótico con que se han distinguido muchos de nuestros
conciudadanos, y con que esperamos se distingan todos los agentes de nuevo Gobierno:
permitimos la siembra del tabaco en toda la Provincia del Socorro, y el estanco de este
género cesará luego que se haya vendido el que se halla en las administraciones y factorías.
La Junta de la Provincia del Socorro, compuesta por ahora de los cuatro individuos
referidos [Pedro Ignacio Fernández, José Gabriel de Silva, José Lorenzo Plata y Vicente
Romualdo Martínez], habiendo leído en alta voz al Pueblo esta Acta, y preguntándole
26
si quería ser gobernado por los principios que en ella se convienen, respondió que sí, y
entonces los Procuradores Generales del Socorro y de San Gil a su nombre prestaron el
juramento de fidelidad a la Constitución, y de obediencia al nuevo Gobierno, diciendo
con la mano puesta sobre los Santos Evangelios y con la otra haciendo la Señal de la
Cruz, juramos a Dios en presencia de la imagen de nuestro Salvador que los pueblos
cuya voz llevamos cumplirán y harán cumplir el Acta Constitucional que acaban
de oír leer, y que si lo contrario hicieren serán castigados con toda la severidad de las
leyes como traidores a la Patria, Los representantes juraron con igual solemnidad la
inviolabilidad del Acta y su fidelidad al nuevo gobierno protestando que en el momento
que alguno viole las leyes fundamentales caerá de la alta dignidad a que el pueblo lo ha
elevado, y entrando en el estado de privado será juzgado con todo el rigor de las leyes.
Con lo cual se concluyó esta Acta que firman por ante mí los referidos Representantes
y Procuradores Generales para que sea firme e invariable en la Villa del Socorro, en
quince de agosto de mil ochocientos diez.
[…]
En la muy noble, y muy leal Ciudad de Santiago de Caly de la Gobernación de
Popayan, en el Nuevo Reyno de Granada los señores del Ilustre Cavildo, congregados en el
dia de hoy, tres de julio del año de mil ochocientos diez, en junta extraordinaria celebrada
con asistencia del señor Vicario Eclesiástico, de los Reverendos Prelados y Exprelados
Regulares, de los empleados en Rentas, y de las demás personas que han obtenido los
primeros Empleos de la Republica, y servido con honor y aceptacion, dijeron: […]
Que todos a una voz teniendo presentes las Leyes fundamentales del Reyno, han
crehido que sin sacrificar su conciencia, su honor y las delicadas obligaciones de sus
respectivos Ministerios, y sin incurrir en la fea y abominable nota de traidores, no han
podido ni devido prescindir de haser presente a la Superioridad del Excelentísimo Señor
Virrey del Reyno, y demas a quienes corresponda, sus reflexiones, sus votos y deseos
dirigidos unicamente en consertar en toda su pureza la Religión Santa de JESUCRISTO
Nuestro Señor, la fidelidad debida al desgraciado FERNANDO VII, objeto del
amor y respecto de este Pueblo generoso, y la seguridad de la Patria y de estos preciosos
Dominios, que desean todos mantener para el mismo FERNANDO, libres del Tiranico
yugo del Usurpador […].
Y en consecuencia de todo, puestos de rodillas los señores que asistieron al presente
Congreso, delante la imagen de Nuestro Señor Jesucristo crucificado, juraron por el, la
Santa Cruz, y sobre los Sagrados Evangelios, de prestar obediencia yomenage de fide-
lidad al Consejo de Regencia, en representación del Señor don FERNANDO VII,
en los terminos y vajo las circunstancias acordadas en la presente Acta, que firman Sus
Señorías por ante mi el presente escribano al que doy fe. (Restrepo, 2008, 21-30)
27
7
Disueltos los lazos con la Monarquía, la soberanía se revirtió en los pueblos, y ninguno de ellos
consideró que estaba obligado a mantener vínculos heredados del régimen anterior. Se cues-
tionó la jerarquía de pueblos: gobernaciones, provincias, ciudades, villas, pueblos, parroquias.
Se reactivaron viejas disputas de jurisdicción y jerarquía y hubo lugar a nuevas. Hay casos en
los que autoridades de poblaciones vecinas se trenzaron en disputas porque una de ellas sentía
vulnerada su dignidad al recibir de la otra una comunicación precedida de “ordeno y mando” en
lugar de “ruego y encargo” (Garrido, 2009, 101-102).
28
29
estas ideas pobres y débiles desde el punto de vista de la lógica, e inmorales desde
el punto de vista ético (Jaramillo, 1982,139, 142).
De ahí que no resulte extraño que tan pronto el enemigo común de la metró-
poli sea definitivamente expulsado de la faz de la Nueva Granada, la disparidad y
brecha existente entre aristocracia-provincialismo, se vea acentuada y acrecentada por
las contradicciones intrínsecas a la dialéctica de los binomios tradición-modernidad;
autoritarismo-republicanismo; centralismo-federalismo; militarismo-juridicidad, antibentha-
mismo-benthamismo y compilación-codificación, facciones o sectores que, Simón Bolívar
y Francisco de Paula Santander representarán y liderarán fiel y firmemente, pues
como bien lo advirtió el maestro Germán Arciniegas, lo de Bolívar y Santander
no es un enfrentamiento personal, sino dos ideologías que se contraponen (Arcinie-
gas, 1995, 55), divergencia o querella programática que ciertamente tendrá una
notable incidencia no sólo en el desarrollo político de Colombia sino en la evolución
jurídica del país8.
8
Victoria Peralta, citada por Juan Gustavo Cobo Borda, concluye que la comparación entre
ambas figuras se puede equilibrar partiendo, no de la estrategia militar de Bolívar y la estructura
jurídica que dio Santander a la Independencia y a la República, sino mediante dos ideologías
que se contrapusieron: la conservadora de Bolívar y la liberal de Santander (Cobo, 1995, 300). Al
respecto David Bushnell precisa que no sólo el Vicepresidente Santander, sino una mayoría de
los intelectuales bogotanos, estaban comprometidos con el proyecto liberal de libertad política
y gobierno constitucional, de una economía liberada de las trabas coloniales y un programa de
educación que rescatara a las masas de las garras del “fanatismo” religioso, hasta tal punto que
frecuentemente al Vicepresidente se le criticó su costumbre de promover las metas liberales con
una mayor moderación de la que los periodistas liberales pensaban que era necesaria (Bushnell,
2006, 31, 33).
30
31
Predisposición al autoritarismo
Simón Bolívar no fue un discípulo acrítico de los pensadores de la ilustración.
Su pensamiento político estaba imbuido por la convicción de que la teoría debía
someterse a la realidad. De ahí que su escepticismo aumentaría de forma progresiva
en las sucesivas etapas de la revolución (Lynch, 2008, 43, 44, 52).
Aunque aceptaba que el hombre nace libre, recelaba de las concepciones pura-
mente abstractas de libertad absoluta y no pensaba que la autoridad fuera contraria a
la naturaleza. Creía que la libertad tenía que ajustarse a la historia y a las tradiciones
de los pueblos. Opinaba que la legislación debía reflejar el clima, el carácter y las
costumbres, y que por ende los pueblos diferentes necesitaban leyes disímiles (Lynch,
2008, 43, 44, 50).
En el Manifiesto de Cartagena de 1812, al hacer el inventario de las razones
del fracaso de la primera república venezolana, Simón Bolívar tomó conciencia
de la siguiente lección política: La habilidad de una sociedad para sobrevivir política y
militarmente depende de la eficacia de sus instituciones, que para ser adecuadas deben basarse
en la realidad americana y no en ideas importadas.
Esto le significó renunciar de forma deliberada al carácter individualista y federa-
lista y a la democracia que legitima el gobierno por un proceso electoral, instituciones
32
que, por tener su origen en las ideas de la ilustración y por haberse creado de acuerdo
a principios abstractos y racionalistas, poco tenían que ver con la realidad y las necesi-
dades concretas de su país, ya que eran la viva expresión de meras “repúblicas aéreas”:
Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñar-
les la ciencia practica de gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios
que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política,
presumiendo la perfección del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes,
filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofismas por soldados. Con semejante
subversión de principios y de cosas, el orden social se sintió extremadamente conmovido,
y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien
pronto se vio realizada. (Lynch, 2008, 91)
33
todas las hordas de salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las sole-
dades de Colombia. ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores
más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la
anarquía y después a la tiranía y siempre a la ruina? Yo lo creo así, y estoy cierto de
ello. De suerte que si no son los llaneros los que completen nuestro exterminio, serán los
suaves filósofos de la legitimidad Colombiana. (Lynch, 2008, 194)
9
Frente a este primer plan de “venezonalizar” a la Nueva Granada se opuso Santander, levantando
su protesta como una afirmación de autonomía, que en el mejor de los casos pudiera llamarse
federal, oposición que en Angostura transmitió el diputado granadino Vergara aclarando que la
unión de la Nueva Granada y Venezuela no podía ni debía ser como la de un “país conquistado
o cedido en calidad de dote por convenir al interés de dos familias”. Entonces la anexión fue contenida
porque “¡había guardián en la heredad!”. Santander también discrepó radicalmente frente a la pro-
puesta del Libertador de someter la Federación Americana a un protectorado de Inglaterra
(Arciniegas, 1995, 147, 177, 259, 260).
34
en Cúcuta en 1821, el Libertador advirtió: “Yo soy el hijo de la guerra; el hombre que los
combates han elevado a la magistratura (…) Un hombre como yo es un ciudadano peligroso en
un gobierno popular, es una amenaza inmediata a la soberanía nacional” (Lynch, 2008, 196).
Por tanto, no resulta extraño que, bajo la influencia del Libertador, la Constitu-
ción de Angostura de 1819 ya hubiera introducido fuertes rasgos dictatoriales, como
la concentración de poderes en el Presidente, quien estaba facultado para invalidar
sentencias judiciales y nombrar a su sucesor; la restricción de la ciudadanía a los
que no tuvieran en su haber activos por valor de 500 pesos; y la conformación
de un Senado hereditario y del llamado Areópago integrado por 40 destacados
ciudadanos encargados de ejercer censura educativa (Kalmanovitz, 2007, 28).
A comienzos de 1821 el gobierno se trasladó de Angostura a Cúcuta y se ini-
ciaron los preparativos para un Congreso que dotara de una constitución al nuevo
Estado de Colombia. La Constitución de Cúcuta de 1821 que federó a Venezuela,
Ecuador y a la República Granadina, a la vez que se inspiró en el derecho divino
como fuente de soberanía y reconoció la religión católica como única verdadera
que acogía y protegía, intentó una organización un tanto más liberal que la de
Angostura introduciendo un sistema de votación indirecto mediante electores
cantonales que elegían presidente y senadores departamentales para un periodo
de 8 años renovable por mitad cada 4 años y representantes de provincias por 4
años, aunque de la ciudadanía continuaron siendo excluidos los jornaleros, arren-
datarios y sirvientes y los que no contaban con activos por valor de 100 pesos o en
su defecto una profesión que les permita independencia (Kalmanovitz, 2007, 29).
La tendencia a la división y el federalismo continuamente rechazaron la idea Boli-
variana de que los Estados grandes eran más eficaces que los pequeños, oposición
frente a la cual Bolívar solía recodar que:
Tenemos dos millones y medio de habitantes derramados en un dilatado desierto.
Una parte es salvaje, otra esclava, los demás son enemigos entre sí y todos viciados por
la superstición y el despotismo. ¡Hermoso contraste para oponerse a todas las naciones
de la tierra! Ésta es nuestra situación; esta es Colombia, y después la quieren dividir.
(Lynch, 2008, 238)
No obstante, cuando Santander le pidió que regresara para restaurar la moral y
lidiar al Congreso, Bolívar rechazó su petición aduciendo que estaba en campaña
militar y nada lo apartaría del camino de la gloria:
Bien lo puede usted decir así a todo el mundo de mi parte, añadiendo que yo no
serviré la presidencia, sino en tanto que ejerzo las facultades ilimitadas que me concedió
el congreso, porque estoy íntimamente convencido de que la República de Colombia no
se gobierna con prosperidad y orden, sino con un poder absoluto (…) Para Colombia
[que] en lugar de ser un cuerpo social, es un campo militar (…) se necesita un ejército
de ocupación para mantenerla en libertad. (Lynch, 2008, 238)
35
36
37
facultado para ejercer su poder personal a través de decretos que tenían el carácter de ley
y mediante nombramientos que estaban bajo su control (Lynch, 2008, 318, 319).
Acto seguido acabó con el cargo de Vicepresidente y estableció el Consejo de
Estado que tenía una función asesora y en el que además de los cinco ministros
participaban representantes de las regiones, del ejército y del clero (Lynch, 2008,
319).
Respecto del mencionado mito sobre la “doble faz de Bolívar” o los “dos Bolívares”,
esta apretada trayectoria permite concluir que una cosa es el joven Bolívar y sus
circunstancias: el aristócrata instruido en Europa y el líder revolucionario que está
empezando su lucha militar contra el anciano régimen; y otra muy distinta, será el
reposado Bolívar y su entorno: el revolucionario que sufre su primer descalabro
militar tras el fracaso de la primera república venezolana y el habituado gobernante
que derrotado electoralmente por la oposición, luego de ejercer el poder con
facultades extraordinarias por casi una década, en aras de mantener el “orden” y la
“unidad” de su “aérea” república de la Gran Colombia, finalmente se autoproclama
formalmente “dictador”, adverso a las ideas “en exceso liberales” y amigo del retorno
a las “antiguas leyes”, vuelta y apego que postergará el proceso de codificación de
las leyes en las nacientes repúblicas bajo su dirección y mando10.
10
En 1986 Germán Arciniegas acuñó la expresión “Bolívar a la Rusa” para caracterizar la tendencia
a la glorificación del “Bolívar dictador”, cuya proeza no estaría en ser el Libertador que doblegó
al régimen español, sino en haber escrito la Constitución de la presidencia vitalicia, cuya virtud
era asegurar el predominio militar, específicamente del pueblo armado, cuya voluntad era
que él asumiera provisionalmente poderes dictatoriales revolucionarios con el fin de llevar a
cabo reformas antioligárquicas, tendencia que se fundamenta en literatura que deja de lado al
Libertador para entusiasmarse con el dictador. Esta tendencia olvida que contra la dictadura
de Bolívar se levantaron no sólo los granadinos, sino de manera más radical los venezolanos,
y desconoce que, al final de sus días, el propio Simón Bolívar vehementemente se opuso a que
un déspota militar venezolano “hiciera historia desde Bogotá”, pues ante la solicitud de Urdaneta
de que lo secundara en el segundo cuartelazo de la historia colombiana, emergió de cuerpo
entero, no el Bolívar Jacobino, sino el Bolívar civilista que en 1821 avisó que prefería “el título
de ciudadano al de Libertador”, porque mientras éste emanaba de la guerra, aquél procedía de las
leyes, y solicitó que le cambiaran todos sus títulos por el de “buen ciudadano”, espíritu civil que
en 1830 rechazó el ofrecimiento de Urdaneta advirtiendo: “Me embaraza no poco la consideración
de la autoridad que voy a aceptar y delegar. Su origen es vicioso (…) El primer acto se legitima por el resta-
blecimiento de la tranquilidad pública y del imperio de las leyes. Si no se hace así, el primer movimiento no es
más que usurpación y el ejercicio de su autoridad una tiranía bien calificada. En las circunstancias presentes
todo indica y aun exige que las elecciones que debieron tener lugar en septiembre (…) se manden llevar a efecto
(…) Todo el tiempo que usted mande será usurpación, tiranía, despotismo, arbitrariedad, porque ni la junta de
Bogotá podría legitimar ningún acto, ni yo tampoco (…) A los ojos de todas la naciones y de todos los hombres
sensatos, no seríamos más que unos infelices usurpadores, pues ninguna ley justifica nuestro poder” (Arciniegas,
1995,48-51, 75-80).
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11
En los llanos occidentales, el mando exigía unas dotes físicas supremas, y fue ese desafío el
que llevó a José Antonio Páez al primer plano: “Para mandar a aquellos hombres y para dominar
tal situación, era preciso haber adquirido cierta superioridad y destreza para manejar la lanza con ambas
manos, para pelear en los potros cerreros y doctrinarlos en el mismo combate, nadar y, en los caudalosos ríos,
pelear nadando, enlazar y luchar con las fieras para proporcionarse la carne para el preciso alimento, tener,
por último, la capacidad de dominar y hacerse superior a mil y más peligros de todo género, que al parecer
se multiplicaban en tales circunstancias” (Lynch, 2008, 133). No obstante, según Pilar Moreno de
Ángel, el carácter y las destrezas militares de Francisco de Paula Santander se fue formando
y acrecentando por las heridas que recibió en combate en la derrota en la que se aniquiló el
ejército de Antonio Baraya; la concepción de la idea de retirar a las llanuras de Casanare los
restos que quedaron del ejército patriota bajo el mando del General francés Manuel Serviez,
para desgastar al enemigo aplicándole el sistema de guerra de guerrillas; la condecoración y
el ascenso a General, tras la derrota en el Rincón de los Toros en 1818, por no abandonar y
ayudar a salvar a su comandante Simón Bolívar; la sugerencia de atravesar el páramo de Pisba,
a pesar de ser más fragosa, despoblada y penosa, que la ruta de la salina de Chita propuesta
inicialmente por el Libertador; el triunfo en Paya de la división de vanguardia granadina bajo su
mando; y la decisión inmodificable de continuar el avance sobre el páramo de Pisba expresada
en la junta convocada por Simón Bolívar para consultar sobre la continuación de la campaña
de la Nueva Granada que finalmente culminó con el triunfo en la Batalla del Puente de Boyacá
y la entrada triunfal en Santa Fe en 1819 (Moreno de Ángel, 1989, 85, 141, 162, 180, 184).
39
administrativo, motivo por el cual en 1821 había afirmado que no tenía ninguna
ambición de ser Presidente y había advertido que “si a mi pesar, me nombran, estaré
siempre ausente de la capital, o siempre enfermo” (Lynch, 2008, 196).
Por su parte, Leopoldo Uprimny (citado por Pilar Moreno de Ángel, 1989),
asevera que a Bolívar los asuntos legales, administrativos y judiciales “le repugnaban”
y que por esa razón, cuando se le informó que el Congreso lo había reelegido por
unanimidad se desplazó a Cúcuta para tomar posesión del cargo, “sólo por obediencia”,
Bolívar volvió a resaltar con extraordinaria franqueza que él era un “soldado”, no
un “administrador”, que su futuro estaba en el “campo de batalla”, no en una “oficina”
de gobierno que sería para él “un lugar de suplicio”:
Estoy profundamente penetrado de mi incapacidad para gobernar a Colombia, no
conociendo ningún género de administración. Yo no soy el magistrado que la república
necesita para su dicha; soldado por necesidad y por inclinación, mi destino está señalado
en un campo o en cuarteles. El bufete es para mí un lugar de suplicio. (Moreno de
Ángel, 1989, 261)
40
12
Al reflexionar sobre la desilusión con el Hombre de las Leyes, el profesor norteamericano David
Bushnell (1923-2010) resaltó que, mientras los católicos a ultranza y conservadores han mode-
rado sus visiones negativas de Santander en una especie de Frente Nacional historiográfico, éste
ha perdido más y más la imagen favorable de que gozaba entre liberales y gente de izquierda.
Como ejemplo de la imagen desfavorable de Santander, Bushnell cita una anónima tira cómica
de 1970 titulada La Historia de los partidos políticos en la que se introduce a Santander como jefe
de una “pandilla de próceres y ladrones”, que se ganó el título de Hombres de las Leyes, porque
cuando iba a hacer algún negocio sucio, se inventaba una ley para justificarlo. Los cargos con-
cretos que generalmente se le hacen tienen que ver con algún acto de opresión de los pobres
por parte de los ricos, destacándose Bolívar como defensor de aquéllos. Se invierte así la que
había sido la verdad aceptada entre liberales e izquierdistas sobre Bolívar y Santander, la de que
Bolívar era el mayor artífice de la Independencia, pero en la política interna se puso de lado de
los militares, alto clero y otras fuerzas retardatarias en contra de la visión civil y progresista de
Santander y los suyos, quienes ahora resultan ser un círculo de oligarcas retardatarios (Bushnell,
2005, 15, 16). Esta tendencia, que para fraseando a Germán Arciniegas podría denominarse
Santander a la siciliana, ha llevado a que el antisantanderismo aliente un problema mayor, como
es el hecho de que lo que orgullosamente representaba Santander y en otras épocas recibía
aplausos de todo liberal colombiano, y algunos conservadores y extranjeros, ya no despierta
tal entusiasmo, hasta el punto que su cita más familiar: “Las armas os han dado la independencia;
las leyes os darán la libertad”, ha resultado contraproducente, no solo al recordar la mala fama
de “leguleyismo”, sino al ridicularizar la noción de “Estado de Derecho” (Bushnell, 2005, 20). Con
todo, a quien en 2010 se invocó para cerrar la segunda reelección del presidente Álvaro Uribe
Vélez, no fue al Santander siciliano, sino al Hombre de las Leyes.
41
Por su parte, Jaime Duarte French resalta que en 1823 la conformación política
del Congreso, primero ordinario que se reunía en la historia de la República, es
casi un esbozo de lo que serían después los dos llamados partidos tradicionales y
que el Vicepresidente Santander le describió al Libertador así:
Hay dos partidos muy pronunciados: al uno lo llaman el de la Montaña, al otro el
del Valle; el mayor es éste último y se compone de diputados jóvenes, de algunas luces y
notorio patriotismo (…) Los de la Montaña son federalistas por lo general, enemigos de
la constitución actual y del gobierno; son muy adheridos a las preocupaciones religiosas y
están animados del espíritu de provincialismo. Todo lo contrario son los del Valle: ellos
tienen un profundo respeto por la constitución y adhesiva al gobierno y amigos de una
libertad racional. (Duarte, 1980, 342)
42
13
Frente a estas decisiones desde Cartagena y con amargura Bolívar le escribió a su tío materno
Leandro Palacios: “Estos canallas del Congreso de Venezuela han cometido, por miedo, la abominación
de proscribirme, cuando seis días antes habían negado esa misma proposición por treinta votos contra siete”
(Arciniegas, 1995, 186).
43
a toda costa, Urdaneta determinó que era culpable de alta traición, pues había
tenido de antemano noticias de los conspiradores y no los había denunciado, así
que lo sentenció a la pena de muerte, condena que el Consejo de Estado reco-
mendó conmutar por destierro debido a que no estaba satisfecho con las pruebas
presentadas. La recomendación de respetar la vida de su enemigo fue acogida por
Bolívar, no sin antes manifestar amargamente su desacuerdo (Lynch, 2008, 324).
Don Domingo Caicedo, quien ocupaba por segunda vez la Presidencia en cali-
dad de encargado, integró un gabinete de heterogénea composición y convocó una
Convención para el 15 de noviembre de 1831, no sin antes rehabilitar al General
Santander en sus grados y honores, como también la memoria del Almirante Padilla
y demás condenados por el atentado al Libertador, medida que a pesar de haber
despertado airadas protestas dentro del sector de los bolivarianos fue ratificada
por la Convención (Arizmendi, 1989, 62-63).
Mediante la expedición de la ley fundamental, expedida por la Convención
el 17 de noviembre de 1831 y sancionada por el Vicepresidente de la República
encargado Domingo Caicedo, el 21 de noviembre del mismo mes, se creó el Estado
independiente de la Nueva Granada.
Para complementar las labores tendientes a dotar a la nación neogranadina de
un régimen constitucional el 29 de febrero de 1832 por unanimidad los conven-
cionistas aprobaron la Constitución de la República de la Nueva Granada que fue
sancionada el 1º de marzo de ese año, por el general José María Obando, en su calidad
de Vicepresidente de la República, cargo que ejercía por nombramiento efectuado
por la Convención ante la renuncia de Domingo Caicedo (Botero, 1969, 413-417).
La Constitución sancionada por el general Obando, en 1832, reafirmó el ele-
mento federal, adoptó un criterio laico e intentó una organización más liberal que su
antecesora de Cúcuta de 1821, introduciendo grandes restricciones al Presidente de
la República, quien en muchas decisiones quedó sometido al Consejo de Estado.
Restituido en sus títulos y derechos, el 29 de febrero de 1832 la Convención
eligió al General Francisco de Paula Santander como Presidente de la República
“Colombia: Estado de la Nueva Granda”, cargo que ejerció, luego de regresar del
destierro, desde el 7 de octubre de 1832 hasta el 1º de abril de 1837 (Arizmendi,
1989, 63, 92).
44
que debía reemplazar al Presidente Santander, quien entre las aspiraciones del
entonces Vicepresidente José Ignacio de Márquez y el General José María Obando, acogió
la candidatura de quien “hería dolorosamente el sentimiento público”, porque su nombre
era relacionado con el horroroso crimen de Berruecos, montaña en la se descubrie-
ron unos documentos que presuntamente comprometían la responsabilidad del
General Obando como autor intelectual de la violenta muerte del Gran Mariscal
Sucre, el 4 de junio de 1830, imputación que lo perseguiría incluso hasta después
de su muerte, ya que sus detractores nunca lo eximieron pese a que fue hallado
inocente por la Corte Suprema de Justicia presidida por don Félix Restrepo, pues
según decía el General Posada:
(…) al levantarse la punta de la cortina que cubría la tumba del Gran Mariscal de
Ayacucho, y como de la mujer de César, se decía del General Obando: no basta que sea
inocente, supuesto que lo sea, es menester que no sea ni siquiera sospechado. (Mosquete,
1956, 36-37; Arizmendi, 1989, 92, Gómez, 1913, 131)
14
Hombres que habían acompañado al Presidente Francisco de Paula Santander en la labor de
organización y administración de la República, como Domingo Caicedo, Joaquín Mosquera,
José Rafael Mosquera, Lino de Pombo, Pastor Ospina, Rufino Cuervo, Alejandro Vélez, Juan
de Dios Aranzazu, Juan Clímaco Ordoñez, Mariano Ospina, Ignacio Gutiérrez Vergara, Manuel
María Mallarino, José Vicente Martínez, Vicente Cárdenas, los Generales José Acevedo Tejada
y José Hilario López y los Coroneles Eusebio Borrero, Joaquín Mará Barriga y Joaquín Acosta
se unieron con los antiguos Bolivarianos Alejandro Osorio, Joaquín José Gori, Eusebio María
Canabal, José Manuel Restrepo, los Generales Tomás Cipriano de Mosquera, Pedro Alcántara
Herrán, Joaquín París y José María Ortega, y los Coroneles Juan María Gómez, Joaquín Posada
Gutiérrez y Juan Jesús Neira, y formaron un núcleo que apoyó la candidatura de José Ignacio
de Márquez (Mosquete, 1956, 37, Gómez, 1913, 133-135).
45
del espíritu turbulento, innovador y jacobino, que ha sido siempre la nota característica
de la porción más ardiente y exaltada del radicalismo francés, maestro del granadino”.
(Gómez, 1913, 134)
Otra fracción liberal, la más pequeña, sin nombre entonces, pero que podría
denominársele radical, integrada por algunos simpatizantes de Santander que eran
enemigos acérrimos del militarismo y partidarios entusiastas que se implementaran
“reformas avanzadas” y que también aspiraban a que el Jefe de Estado fuera un
hombre civil, secundaron la aspiración del jurisconsulto Vicente Azuero (Mosquete,
1956, 36, 48)15.
Las elecciones fueron reñidísimas en todo el país y la lucha por la prensa
enconada y como ninguno de los tres candidatos obtuvo la mayoría requerida
para ser elegido, le tocó al Congreso perfeccionar la elección resultando electo el
4 de marzo de 1837 el doctor José Ignacio de Márquez (Mosquete, 1956, 36-45).
15
Dentro del liberalismo santanderista, que se empezó a denominar el Partido Progresista, militaban
el Presidente saliente, Francisco de Paula Santander, y los doctores Vicente Azuero, Francisco
Soto, Florentino González, Ezequiel Rojas, Lorenzo M Lleras, José de Obaldía, Francisco
Antonio Obregón, Diego Fernando Gómez, Antonio del Real, Francisco Martínez Troncoso,
Juan Nepomuceno Núñez Conto, José Duque Gómez, Mariano Arosemena, los Generales
José María Obando, Antonio Obando, José María Mantilla, y los Coroneles José María Vesga,
Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres, Manuel González, Vicente Vanegas, Salvador Córdoba y
Tomás Herrera (Mosquete, 1956, 37, Gómez, 1913, 133-135).
46
47
48
49
Obando se marchó de Bogotá, donde hacía poco había sostenido un duelo con
su viejo enemigo el General Mosquera, Secretario de Guerra de la administración
Márquez, y se dirigió a Pasto con la intención, según afirmó, de afrontar el juicio
a que se le llamaba. Sin embargo, al llegar a Popayán encabezó una corta rebelión
contra el gobierno de Márquez, de la que desistió a los pocos días tras un acuerdo
con Herrán, con lo que reanudó su viaje a Pasto dispuesto a encarar el juicio por
el asesinato de Sucre (Gutiérrez, 1993, 6)16.
Fue así como 1840, año de elecciones presidenciales, se inició con el más
opcionado candidato del partido Santanderista afrontando un juicio por homicidio,
quien tras la muerte de Santander, el 6 de mayo de 1840, se convirtió en el jefe
máximo de la oposición. Dos meses después el caudillo liberal decidió escapar de
Pasto e iniciar una insurrección para eludir un juicio que le cerraba las vías legales
hacia la Presidencia de la República (Gutiérrez, 1993, 6).
16
Los Generales Obando y Mosquera tenían un parentesco lejano no oficializado fruto de una
relación extraconyugal que sostuvo una pariente de don Tomas Cipriano con quien sería el
abuelo natural de don José María, quien a la edad de dos años fue recibido por el matrimonio
que le dio sus apellidos. El 12 de octubre de 1828, en su condición de Intendente del Cuaca,
Mosquera tuvo que atender la sublevación de los Coroneles Obando y López con tan mala
suerte que sufrió la vergonzosa derrota de La Ladera que él llevaría como herida imborrable
en el alma. Durante muchos años los dos Generales habían cultivado el rencor más sonoro de
la época (Arizmendi, 1989, 80, 81, 91, 92).
50
17
Se insurreccionaron Manuel González en El Socorro, José María Vezga en Mariquita, Juan José
Reyes Patria en Sogamoso y Tunja, el padre Rafael María Vásquez en Vélez, Francisco Farfán
en Casanare, Salvador Córdova en Antioquia, Francisco Carmena en Ciénaga y Santa Marta,
Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres en Cartagena, Lorenzo Hernández en Mompós y Tomás
Herrera en Panamá (Gutiérrez, 1993, 7).
51
“El premio”
Estando en plena contienda, el General Pedro Alcántara Herrán fue lanzado
como candidato a la Presidencia para el periodo de 1841 a 1845 aspiración en la que
compitió con Eusebio Borrero y Vicente Azuero. El General Herrán se alzó con
el triunfo sin obtener la mayoría requerida, razón por la cual, la elección, como ya
era costumbre, tuvo que ser ratificada por el Congreso República, que nuevamente
eligió al abogado Domingo Caicedo como Vicepresidente y al jurista antioqueño
Juan de Dios Aranzazu como Presidente del Consejo de Estado, organismo que
como se recordará bajo la Carta Política sancionada por José María Obando en
1832 ejercía un poder considerable sobre el primer mandatario, quien no pudo
posesionarse el 1º de abril de 1841 por encontrase en el frente de combate contra
la sublevación que al decir de don Lino de Pombo, estuvo encabezada por una
“zambra de supremos” (Arizmendi, 1989, 74, 92).
La tardía posesión
El Presidente Pedro Alcántara Herrán finalmente se posesionó el 2 de mayo de
1841, pero por el curso que tomó la guerra estimó conveniente ponerse al frente
de la campaña en el norte y por ello delegó el ejercicio del poder ejecutivo a Juan
de Dios Aranzazu, quien ejerció el poder en calidad del cargo que desempeñaba en
el Consejo de Estado, desde el 5 de julio hasta el 19 de octubre de 1841, cuando de
nuevo el Vicepresidente Domingo Caicedo tomó el mando del ejecutivo ejercién-
dolo hasta el 19 de mayo de 1842, fecha en la que el Presidente entró victorioso
a la capital, luego de su arriesgada ausencia de diez meses (Arizmendi, 1989, 74,
Mosquete, 1956, 47-51).
52
DIVERGENCIA CARDINAL
EN TORNO A LOS PROCESOS DE COMPILACIÓN
Y CODIFICACIÓN DE LA LEGISLACIÓN
La decisión inicial
Mientras que el Presidente y General Pedro Alcántara Herrán, enervaba en
el campo de batalla el proceso de disolución de la Nueva Granada, por cuarta
vez el abogado Domingo Caicedo ejercía la Presidencia en calidad de encar-
gado, acompañado del también abogado Mariano Ospina Rodríguez quien
desempeñaba el cargo de Secretario de Estado en el Despacho del Interior y
Relaciones Exteriores.
Le correspondió al ex septembrino indultado y ahora miembro del partido
de los Ministeriales, don Mariano Ospina Rodríguez solicitar al Congreso, el 4 de
marzo de 1842, que no cerrara las sesiones de ese año sin mandar formar para el
próximo año un Código de Comercio que estuviera acorde con las circunstancias
del país, petición que fue elevada en los siguientes términos:
CODIFICACION.- Ya tenemos un Código Penal que ha simplificado infinito
el juzgamiento en lo criminal; pero la lejislacion civil es un caos. Esparcidas las leyes en
mucho voluminosos códigos, y confusamente mezcladas las disposiciones vijentes con las
que ya están derogadas, nadie que no haya hecho un estudio profundo de la lejislacion es
capáz de discernir las unas de las otras. Es un monstruoso absurdo que las reglas que
deben servir de guia á todos los ciudadanos en sus actos y transacciones diarias sean un
misterio, á cuyo conocimiento solo son llamados despues de largas preparaciones algunos
iniciados. Hace muchos años que se habla de la redaccion de un código civil, que hasta
ahora no se ha presentado, seguramente porque una obra semejante exije un largo y
penoso trabajo que nadie quiere tomarse. En mi concepto no hay necesidad de que la
codificación se haga en un solo cuerpo, y por un solo individuo, ni de que se adopte el
código civil de esta ó aquella nacion; basta que se compilen con un método natural y
sencillo y en lenguaje claro y al alcance de todos, las disposiciones en vigor que sobre
cada ramo están diseminadas en los códigos; que se reunan en solo cuerpo todas las leyes
sobre sucesiones, en otro las relativas á contratos, y así de las demas. No es trabajo este
que pueda prepararse este en el tiempo de las sesiones de un Congreso, es necesario que
personas dedicadas á esto solamente, y disponiendo del tiempo necesario, lo preparen de
antemano. Dos medios se presentan para esto: que la Lejislatura exija del Consejo de
Estado la formación de estos códigos parciales, ó que decrete una cantidad para pagar
una comisión especial que ejecute aquel trabajo.
55
Despues de preparados los códigos se presenta todavía una dificultad para su sancion,
y es la aprobacion de las Cámaras. Debiendo tener en cada una tres discusiones, y sufrir
cada artículo frecuentes modificaciones en que no siempre se tiene en cuenta el resto del
proyecto, no solo es mui difícil que se llegue al fin de la discusion, sino que cuando esto se
obtenga ya no ha quedado en el proyecto ni plan ni consecuencia. Si por esta ó por algunas
de las siguientes Lejislaturas se convoca una Convencion, esta seria la mas adecuada para
dar la sancion á los códigos. Conviene por lo mismo que de antemano estén preparados,
y que la presente Lejislatura dicte sobre estos alguna disposicion.
Hai ramos especiales en que no basta una simple codificación, sino que es indis-
pensable completar la lejislacion actual mui diminuta, y en desacuerdo ya con las
circunstancias del país: tales son el comercio y la minería. En las naciones que han
mirado con mas atención su industria se han formados códigos especiales de comercio
y minería, se han creado juzgados, y señalándose reglas propias de procedimiento para
los juicios en estos ramos, lo que es indudablemente de suma utilidad. Los negocios de
comercio no pueden sujetarse á las lentitudes y embrollos de los tribunales ordinarios, ni
mucho ménos á las reglas que en ellos rijen. Es de primera necesidad que los pleitos
sobre negocios de comercio sean espedita y prontamente terminados; para esto es
necesario que se compilen en un solo cuerpo, y de una manera clara y sencilla, las
leyes de comercio; que los jueces sean comerciantes, y que el procedimiento sea breve
y sumario, sin que en ningun caso se permita llevar la cuestion ante los tribunales ó
juzgados ordinarios, ni introducir en estos juicios las fórmulas y sutilezas que están en
boga en el procedimiento común. Los jueces deben tener una grande latitud para poner
coto á las jestiones accesorias á que siempre se ocurre para entorpecer el curso del negocio
principal, procediendo conforme á la conciencia y recta razón. Es este uno de los casos
en que al mismo tiempo que es mas necesario es mas razonable confiar en la probidad
y retictud de los jueces; porque todos los comerciantes tienen un interés inmediato
en la pronta y recta administración de justicia en los negocios de su profesión, y su
fallo justo ó ínjusto afecta necesariamente en bien ó en mal su reputación y crédito,
y por consiguiente sus mas preciados intereses; es decir, que tienen una responsabilidad
positiva que no les es dado eludir con embrollos ni sutilezas, como sucede respecto de
los jueces ordinarios. Me atrevo á pediros con encarecimiento que no deis fin á las
presentes sesiones sin haber espedido una lei sobre jueces y juicios de comercio, y
aprobado ó mandado formar para el año próximo un código que contenga todas las
disposiciones que deban rejir en este ramo. Respecto de la minería, cuyo negociado es
ménos conocido, no creo fácil que en esta sesiones se espida el código; pero es indispensable
que se dicte una disposicion para que se redacte, y sea presentado en 1843. (Ospina,
1842, 54). (Resaltado fuera de texto).
56
1
AGN. Fondo: República. Sección Consejo de Estado. Fl. 1137.
2
Ver artículo 128 de la Constitución Política del Estado de la Nueva Granada de 1832.
57
3
Ver artículos 77, 93, 105, 108, 121, 123 y 129 de la Constitución Política del Estado de la Nueva
Granada de 1832.
58
4
Para un análisis más detallado remitirse al cuadro comparativo de las Constituciones de 1821,
1832 y 1843 que se encuentra al final de esta sección.
5
En los artículos 116 y 117 de la Constitución de 1843 se creó el Consejo de Gobierno confor-
mado por el Vicepresidente de la República y los Secretarios de Estado, cuya función era rendir
59
dictamen al Poder Ejecutivo quien debía escuchar el concepto aunque no estaba obligado a
aceptarlo. Reforma del 20 de abril de 1843 publicada en la Gaceta de la Nueva Granada No.
619, Bogotá, jueves 11 de mayo de 1843.
6
Mensaje Presidencial al Congreso del 1º de marzo de 1843 publicado en Gaceta de la Nueva
Granada No 602, Bogotá, domingo 5 de marzo de 1843.
60
7
Memoria que el Secretario de Estado en el Despacho del Interior i Relaciones Esteriores del
Gobierno de la Nueva Granada dirije al Congreso Constitucional de 1843, Bogotá, Imprenta
de J. A. Cualla.
8
AGN. Fondo: República. Sección Consejo de Estado. Fl. 1143.
61
han sido remitidos por Vs con la estimable nota, flia (sic) de ayer Nº 23 y habiéndolos
distribuido oportunamente entre los Sres. Senadores tengo la honra de decirlo a Vs, en
contestacion á la indicada nota suscribiendonos de Vs.
Mui atento Servidor
José M Sair 9.
Sin embargo, tal y como lo había vaticinado el Presidente Pedro Alcántara
Herrán, las sesiones ordinarias y extraordinarias comprendidas entre el 1º de
marzo y el 30 de junio de 1843 tuvieron un alto tráfico legislativo, en el que como
se vio el primer mandatario no había dado prioridad al proyecto de Código de
Comercio. Es así como en dicha legislatura se discutieron y aprobaron cincuenta
y dos (52) proyectos, dos (2) de los cuales estuvieron relacionados con la reforma
constitucional aprobada el 20 de abril y la ley del 4 de mayo que ordenó hacer la
Recopilación de las Leyes de la Nueva Granada10.
Esta congestión forzó a que al año siguiente, exactamente el 2 de marzo de
1844, el doctor Mariano Ospina Rodríguez estuviera nuevamente exhortando al
Congreso para que con preferencia estudiara el Proyecto de Código de Comercio
preparado por el Consejo de Estado:
Código de Comercio.- En las últimas sesiones del Congreso fue presentado el proyecto
de código de comercio, formado por el Consejo de Estado: me atrevo á llamar con encare-
cimiento la atención de las Cámaras sobre este negocio, el cual merece por su importancia
una consagración preferente á su exámen i aprobacion 11.
Pero al igual que en la primera ocasión la aislada voz del Doctor Mariano
Ospina esta vez tampoco tuvo eco en el Poder Legislativo, indiferencia que muy
seguramente llevó al ex septembrino indultado a entender que “donde manda capi-
tán no manda marinero”, a abandonar su interés por el proceso de la codificación
mercantil, y a integrarse de una vez por todas y sin reserva alguna a las élites
bolivarianas que por aquel entonces nuevamente estaban en boga y detentaban
hegemónicamente el poder, decisión que sin lugar a dudas colocó al Secretario de
Estado en el Despacho de lo Interior del Gobierno en una inmejorable posición
para que cuatro años más tarde, en asocio con don José Eusebio Caro, estructura
los programas fundacionales del Partido Conservador.
9
Relación de las comunicaciones y documentos pasados a las Cámaras Legislativas publicada en
la Gaceta de la Nueva Granada No. 622. Bogotá, domingo 21 de mayo de 1843; AGN, Fondo
Congreso, Sección República, Código Sr14, Rollo 29, Legajo 30, número de orden 10, número
de índice 904, folio 309.
10
Suplemento a la Gaceta de la Nueva Granada No. 651, Bogotá, domingo 29 de octubre de 1843.
11
Esposición que el Secretario de Estado en el Despacho de lo Interior del Gobierno de la Nueva
Granada dirije al Congreso Constitucional de 1844, Bogotá, Imprenta de J. A. Cualla.1
62
El sendero de la compilación
La forzada y continua labor de los legisladores hace que las leyes se vayan
“amontonando” hasta el punto que su conocimiento se torna en una dificultad casi
insuperable. Cuando esto ocurre, más que normas dictadas para regular la vida
social, las leyes se convierten en obstáculos que imposibilitan el funcionamiento
normal de la sociedad (Benito, 1924, 71-72).
Históricamente, para obviar tal inconveniente en el mundo entero se ha
acudido a uno de estos dos remedios: el de la compilación o el de la codificación. La
primera es la ordenación sistemática de los textos legales conservándolos en toda
su integridad, es decir, tal como se produjeron en la serie sucesiva de los tiempos.
La segunda correspondiendo a la refundición total de dichos textos, acomodada
a la exigencia de las necesidades sociales del momento de formación, hecha en
una sola ley, cuyo contenido interior es ordenado de un modo más sistemático y
científico (Benito, 1924, 72).
Respecto de estas dos alternativas Lorenzo Benito afirma que es evidente que
la codificación es “superior” a la compilación, y que por eso, mientras que la compilación
puede ser obra particular que presta el mismo servicio que siendo obra del sobe-
rano, la codificación sólo puede hacerla este último; y que mientras la compilación puede
hacerse en todo tiempo, bastando que la producción legal haya sido tan abundante
que se haga difícil el conocimiento de las leyes, la codificación sólo puede intentarse
en períodos de “gran cultura jurídica” (Benito, 1924, 72-73).
Ante el problema del caos de la legislación colonial española que se vio incre-
mentado con la naciente legislación republicana, Robert Charles Means señala que,
a diferencia de Estados Unidos, en donde la codificación fue una alternativa que se
discutió seriamente, en Colombia esta fue la única opción que se consideró, pues
en esa época, cualquier neogranadino que hablara sobre la materia, asumía que la
codificación era la solución final (Means, 1980, 142).
En abierta contradicción a lo sostenido por Means, ante la disyuntiva codificación
o compilación, en 1841 la Cámara de Provincia de Bogotá manifestó al Poder Eje-
cutivo la conveniencia de que el Gobierno dispusiera la compilación de las leyes que
63
regían en el país a fin de que quienes tuvieran a cargo su ejecución, a primera vista
pudieran saber cuáles disposiciones están derogadas, urgido objetivo que podría
y debería lograrse mediante el sencillo método de la recopilación que, sin entrar en
el examen de su utilidad e importancia, le permite al Legislador hacer rápidamente
la indicación de que normas están vigentes (Cámara, 1841, 30):
PETICIÓN
de la Cámara de Provincia al Poder Ejecutivo,
sobre la recopilación de las leyes vigentes
Exmo, Señor,
La Cámara de Provincia de Bogotá, en ejercicio de la atribución 80 del artículo 124
de la lei de 19 de mayo de 1834, hace presente a V.E. los enormes males que se sufren
por consecuencia del inmenso fárrago de leyes que hay en la República, diseminadas en los
volúmenes que se han publicado desde la fundación de Colombia. Esta Vasta legislación,
incoherente en la mayor parte, se aumenta cada año con un volumen mas que expide la
legislatura, siguiendo siempre el mismo sistema adoptado de derogar ó de restablecer en
parte, la observancia de artículos y hasta de incisos aislados: y dejando al arbitrio del
ejecutor discernir cuales son las disposiciones contrarias á la que ultimamente se deroga.
Esta legislación así formada, es la que se pone en manos de los individuos á quienes
se encargan los destinos civiles y políticos en el complicado sistema administrativo que nos
rige. ¿I como podrá exigirse que la cosa pública esté bien administrada, y que los agentes
del poder cumplan las leyes, si muchas veces se equivocan, juzgando vigentes lo que ya
está derogado, aun los mismos que tiene la obligacion mas estricta de hacer su estudio
prolijo de la legislación del pais? Nace aquí la dificultad de poder exigir á los empleados
públicos la responsabilidad en el desempeño de sus destinos, y en cada legislatura que
se reuna, en cada año que transcurra, crecerá de punto este inconveniente. Es imposible
que haya buena administración mientras existan el caos actual en nuestra legislacion,
y mientras no se dé a los empleados, principalmente en el órden administrativo, un hilo
siquiera para salir del laberinto legal en que se encuentran.
La Cámara cree manifestar al Poder Ejecutivo lo que queda espuesto, como una de
las causas, que, impidiendo la acción espedita del Gobierno, paraliza la prosperidad de
la República, y en particular de esta provincia.
Convendría, por tanto, que el Gobierno dispusiese la recopilación de nuestros
códigos de una manera clara y ordenada, á fin de que las autoridades y demás empleados
á quienes está cometida su ejecucion, pudieran saber á primera vista qué disposiciones
están vigentes y cuales derogadas, imponiéndose también por medio de las notas y glosas
que se pusiesen, de las referencias y concordancias de unas leyes con otras.
Este trabajo no sería difícil de desempeñar bajo un método sencillo que pusiera al
alcance de todo granadino las disposiciones legales. La Cámara se limita á hacer esta
ligera indicación sin entrar en el examen de su utilidad é importancia, pues el Ejecutivo,
64
mas que ningun otro, está palpando los graves inconvenientes que resultan del estado
actual de nuestra legislacion.
Si esta solicitud tuviese el favorable resultado que se promete la Cámara, y si los
legisladores se penetran de la necesidad que hai de abandonar el método que han observado
hasta aquí en la reforma de las leyes, prefiriendo el de refundir en la ley reformada, las
disposiciones que quedan vigentes de la que se deroga, se abrá cortado oportunamente el
mal que lamenta hoy todo granadino, y obstruido el caos legal en que nos hallamos. Pero
si por desgracia, estas indicaciones no tuvieren efecto, la Cámara de Provincia de Bogotá
tendrá al menos satisfacción de haberlas propuesto, y llenado un deber que le impone la lei.
Bogotá, 6 de octubre de 1841.
El Presidente Juan A. Marroquin.
El diputado srio. Zoilo Silvestre.”
12
En el Tratado Segundo de la Recopilación Neogranadina don Lino de Pombo mantuvo la
Ley 1ª del 14 de mayo de 1834, orgánica del procedimiento civil, que al establecer el orden de
observancia de las leyes, disponía que todos los Tribunales del Estado, civiles, eclesiásticos y
militares debían observar el siguiente orden: 1. Las decretadas por la legislatura de la Nueva
Granada. 2. Las decretadas por la autoridad legislativa de Colombia. 3. Las pragmáticas, cédulas,
órdenes, decretos y ordenanzas del gobierno español, sancionadas hasta el 18 de marzo de
65
Recuérdese que en
el ámbito mercantil, fue
mediante la Cédula Real del
14 de junio de 1795, a través
de la cual se erigió el Con-
sulado de Cartagena, que las
“Ordenanzas de la Ilustre Univer-
sidad y Casa de Contratación de la
Muy Noble y Muy Leal Villa de
Bilbao” de 1737 fueron incor-
poradas al ordenamiento jurí-
dico que por entonces regía
en el territorio colombiano;
y que con posterioridad a la
Independencia, este estatuto
mercantil siguió vigente en el
país debido a que en el artí-
culo 188 de la Constitución
de Villa del Rosario - Cúcuta
de 1821 se declararon “en
su fuerza y vigor las leyes que
hasta aquí han regido en todas
las materias y puntos que directa
o indirectamente no se opongan a
Figura 2: Recopilación de Leyes de la Nueva Granada. esta Constitución ni a los Decretos
Fuente: Biblioteca Luis Ángel Arango. y Leyes que expidiere el Congreso”.
Para el caso de las citadas Ordenanzas de Bilbao este precepto constitucional
fue ratificado y desarrollado mediante el artículo 28 de la Ley del 10 de julio de
1824 sobre Jurisdicción Comercial, en el que se dispuso que:
Queda derogado el artículo 73 de la ley de 12 de octubre del año 11º, y las cédulas
de erección de consulado de comercio. Las causas de este ramo se decidirán por las Orde-
nanzas de Bilbao y en su defecto por las leyes comunes en cuanto no se opongan unas y
otras a las que hayan sido dadas o que en adelante se dieran por el Congreso.
1808, que estaban en observancia bajo el mismo gobierno español en el territorio que forma la
República Neogranadina. 4. Las leyes de la Recopilación de Indias. 5. Las de las Nueva Recopi-
lación de Castilla. 6. Las de las Partidas. Adicionalmente, esta Ley de manera expresa estableció
un temprano control constitucional y legal sobre las anteriores normas españolas al ordenar que,
en todo caso, las citadas disposiciones europeas no tenían fuerza y vigor en todo en lo que se
oponían a la Constitución, a la leyes que dio la legislatura de Colombia y a las expedidas por el
Congreso de la Nueva Granada.
66
Nótese como esta norma nacional establece por primera vez la prelación de la
normatividad mercantil sobre las disposiciones del derecho común (Puyo, 2006,
31-32).
Sobre esta rama del derecho don Lino de Pombo explícitamente aclaró que en
el Tratado Quinto de la Recopilación “está reunida la lejislacion de hacienda i mercan-
til”, distribuida así: “Parte 1ª leyes jenerales de hacienda, i sobre recaudación, distribucion i
contabilidad en la rentas del Estado: 2ª crédito nacional: 3ª leyes sobre navegación i comercio:
4ª rentas internas”.
Adicionalmente, don Lino de Pombo conservó la Ley 11 del 23 de mayo de
1836, sobre Juicios de Comercio, mediante la cual asignó a Jueces letrados, y en su
defecto a los que hayan de reemplazarlos en calidad de jueces de primera instancia,
la competencia para conocer: “todos los pleitos i diferencias que ocurran ó estén pendientes
sobre los actos que tratan las ordenanzas de Bilbao”, causas que se debían decidir “conforme á
lo dispuesto en las citadas ordenanzas de Bilbao, y en su defecto por las leyes comunes vijentes”
(Pombo, 1845, iv, 141).
Cuatro años después de expedida la Recopilación de las Leyes de la Nueva
Granada, un columnista anónimo en el periódico El Neo - Granadino no sólo persiste
en el sendero de la compilación, sino que va más allá al proponer sustituir la arcaica
Nueva Recopilación por la Novísima Recopilación de 1805:
Ofrece nuestro primer majistrado hacer cuanto dependa del Poder Ejecutivo introducir
en ella mejoras radicales i acertadas. Pero creemos que él va a tocar con dificultades que no
ha previsto i que harán ilusorias sus promesas. Desde luego, el Poder Ejecutivo no puede
propender a la mejora de la administracion de justicia sino recomendando al Congreso
por medio de proyectos de lei su consagracion a aquel importante objeto ¿Pero quién se
encargará de preparar esos proyectos? Naturalmente deberían ser los abogados de
mas crédito. Pero los abogados de mas crédito son los que viven de su profesión i que
han empleado en el estudio para adquirir ese crédito mucho tiempo, muchas fatigas i
mucho dinero. Tienen, pues, un interes inmediato en continuar siendo los oráculos
del foro, perpetuando el estado de confusion i de embrollo que constituye su ciencia
aristocrática, de que son los únicos poseedores. El dia en que la administracion de
justicia se simplifique, el dia en que cada litigante pueda fácilmente consultar los códigos
i sostener sus derechos ante los tribunales, viene abajo la sublime ciencia de aquellos pro-
fundos letrados; su crédito i sus ganancias se reparten entre muchos, o lo que es lo mismo
se anulan; i ellos están mui distantes de conformarse con ese jenéro de democracia.
Sin ofender en nada a personas asignables i atendiendo solo a la naturaleza de nuestra
humanidad es fuerza convenir en que las actuales circunstancias no son para el Poder
Ejecutivo las mas apropósito para emprender reformas radicales i acertadas en lo que se
llama la administracion de justicia …. Ojalá nos equivoquemos; ojalá el patriotismo de
los mas celebres letrados sea tan estraordinario que superen los intereses individuales
que pugnan contra toda reforma que simplifique nuestros absurdo sistema forense.
Queremos linsojearnos con la idea de que asi suceda.
67
Empero de todos modos la obra es magna i lenta, i requiere algun tiempo para
coronarse con éxito feliz.
Dos son los puntos sustanciales de que depende la mejora de la administracion de
justicia: la buena organización del Poder Judicial, i la simplificacion de los códigos de
leyes. El primero tiende a acelerar la tramitacion de los juicios i asegurar la probidad
de los juezes haciendo fácil i necesaria la espedita marcha de los negocios. El segundo
propende a hacer mas conocidas las disposiciones vijentes, a evitar pleitos temerarios i
ruinosos, i a asegurar la recta aplicacion de la lei por los encargados de ejecutarla. Sobre
estos puntos árduos tiene que mediar el lejislador, i ellos requieren una pronta i asidua
consagracion de parte de todos los llamados a comprender la reforma.
Entre tanto, no sería inútil adoptar algunas providencias que contribuirian grande-
mente a aliviar los males que hoi se sienten en el foro, i en ese número comprendemos una
lei que designase claramente los códigos de leyes aplicables en los tribunales, reduciéndolos
a aquellos que son mas conocidos, menos sujetos a controversia i mas fáciles de obtener
o de consultar por la jeneralidad de los ciudadanos.
La lei granadina que determinó el orden en la observancia de las leyes, puso entre
los códigos españoles la Nueva Recopilacion castellana, i llamó las pragmáticas cédulas,
i demas disposiciones del Gobierno español posteriores a aquel código, que alcanzen
hasta el año de 1808. De aquí resulta que la Novísima Recopilación no sea un Código
nacional, aunque por mil razones sobrepuje a la Nueva. Precisamente el gran número
i lo confuso de las disposiciones sueltas espedidas despues de la Nueva Recopilacion, i el
pésimo plan, embrollo i contradicciones de este código indigesto, dictaron su revision i la
sancion de otro que conteniendo todo lo sustancial i útil de su inmensa mole, abrazase
las disposiciones posteriores con un buen método i prudentes aclaraciones para el todo
de la obra. Tal fue la Novísima Recopilacion de leyes de España publicada en 1805.
En ella se encuentra todo lo útil que pudiera hallarse en el Código que le precedió, i en
la multitud de actos sueltos que le sucedieron ¿Por qué no ha sido llamado por nuestras
leyes con preferencia a la Nueva Recopilacion? Entendemos que ha habido dos razones
de mui poca importancia. Dicese que la Novísima Recopilacion no se planteo nunca en
América, aun en tiempo del Gobierno Español. Pero esto no es concluyente. Las leyes
que comprende ese código fueron todas emanadas del Soberano de estos paises, i rejían
aquí si bien en otra forma. La espedicion del código se hizo ántes de la revolusion ame-
ricana i si no se planteó en los pocos años que mediaron sería por las dificultades que
siempre toca una reforma, principalmente en los asuntos del foro en donde parece que
todo echa profunda raiz. Mas esto arguye contra su fuerza obligatoria, ni aun contra
su bondad intrinseca.
La otra razón a que aludimos ántes es, que la Novísima Recopilacion carece de
algunas leyes que se encuentran en la Nueva; lo que no tiene nada de estrañoni de
objetable, porque al revisar este último código debían suprimirse, como se suprimieron,
todas las disposiciones que se juzgaron inútiles o inconvenientes. Pero ademas de eso,
las leyes que se han suprimido versan justamente sobre negocios fiscales que ya están
arreglado del todo por las leyes de la República, i que nunca ha debido rejirse por leyes
de la Monarquía española.
68
Todo esto no significa nada, como se ve, i aun para desvanecer escrúpulo obsérvese que
designado por una lei nuestra el código que recomendamos, sería tan eficaz como cualquier
otro. De aquí vendría una ventaja de no poca importancia, fuera de la superioridad que
no puede disputársele, i es su fácil adquisicion; porque estando en vigor en España i
consultándose de hecho en todos los tribunales de América, se reimprime frecuentemente;
lo que no sucede con la Nueva Recopilacion, que ha venido a hacer mui escasa.
Del año de 1805 al de 1808 no se espidieron por el Gobierno español disposiciones
lejislativas de gran importancia en cuanto al derecho comun; de suerte que podemos
mui, pasarnos sin ellas i poner aquel año, o sea el código de la Novísima Recopilacion,
como término de la lejislacion civil española en la Nueva Granada. En consecuencia,
serían innecesarias esas abultadas i oscuras colecciones de pragmáticas, reales cédulas,
autos acordados i tantas otras disposiciones que hoi la esclusiva propiedad de algunos
abogados, i que en mucha parte no han visto siquiera la luz pública. Toda la lejisla-
cion española vijente en la Nueva Granada quedaria reducida a tres códigos, i a unas
pocas ordenanzas sobre materas especiales, que son fáciles de enumerar, que se hallan al
alcanze de los que necesiten consultarlas, i que no tardarán en ser reemplazadas por leyes
orgánicas granadinas sobre los mismos asuntos. (…). (Resaltado fuera de texto)13.
El Neo - Granadino, Año II, Número 38, Bogotá, 21 de abril de 1849. Este periódico nace en
13
1848 por intermediación de Manuel Ancízar (1812-1882), federalista ilustrado quien introdujo
en el país máquinas modernas y un equipo de impresores, dibujantes, pintores y litógrafos,
logrando gestar una gran revolución en el periodismo y la literatura de Colombia, pues con
ayuda de estas personas y estas maquinarias se consiguió sacar, rápidamente, miles de ejemplares
de una misma edición, lo que hacía que la difusión fuese más amplia y generalizada
(www.lablaa.org/blaavirtual/ayudadetareas/periodismo/per79.htm).
69
14
Esta decisión de Simón Bolívar demuestra que la enseñanza del derecho también fue un espacio
poco pacífico en el que el Estado le disputó el terreno a la Iglesia, pues en el centro de las
preocupaciones oficiales se situaron no sólo las cuestiones relativas al nombramiento, por parte
del Presidente de la República, de los rectores, vicerrectores y profesores de los establecimientos
de enseñanza, sino a la definición legal del plan de estudios, la creación de cátedras y hasta la
designación de autores y textos que debían usarse para la enseñanza del derecho (Gaitán, 2002,
35, 47, 107).
15
Sin duda estas ásperas palabras son apenas proporcionales al dolor que debió sufrir el Padre
de la Patria cuando se enteró que doscientos jóvenes del Colegio de San Bartolomé, una vez
70
Sin embargo, luego de enfrentar con éxito la guerra abierta que le declararon
los “Supremos” que por momentos logró derrumbar el gobierno de Márquez, el
mandatario bartolino, al igual que en su momento lo decidió Bolívar, hizo explí-
cita su política de retorno a la tradición española, decisión en la que encontró apoyo
71
16
Años después de dejar la Presidencia de la República, cuando desempeñaba la rectoría del
Colegio San Bartolomé, ante el florecimiento de numerosas “sociedades políticas” de todas las
denominaciones y tendencias, a las que en 1849 asistían jóvenes y adultos con ánimo de defi-
nir sus posiciones, agitar ideas o celebrar jugosas intervenciones oratorias, y alarmado por las
incidencias que pudieran tener sobre los estudiantes del colegio que regentaba, el Doctor José
Ignacio de Márquez impartió la rotunda orden que prohibía a los estudiantes asistir a las suso-
dichas sociedades, so pena de ser expulsados del colegio. Ante la protesta del alumno Camilo
Antonio Echeverri por la “tiranía que se les imponía”, el ex Presidente y ahora Rector Márquez
tomó del cuello a Echeverri y a empellones lo introdujo en el calabozo que había en los locales
escolares, donde lo mantuvo encerrado por tres días con sus noches (Arizmendi, 1989, 71-72,
López, 1993, 11).
72
Camilo Torres Simón Bolívar Rafael Urdaneta Pedro Alcántara Herrán José María Melo
Compilación
Monarquía Orden Tendencia Dictatorial Retorno Tradición (1845)
Tomas Cipriano
Joaquín Mosquera Mosquera
(1830-1831) (1845-1849)
Codificación
Libertad Respeto Juridicidad Apego Modernidad Proyecto Código de Comercio (1853)
104
14/11/2014 8:45:18
Tercera Parte: Divergencia cardinal en torno a los procesos de compilación...
El “doloroso alumbramiento”.
Alberto Zalamea frecuentaba decir que la historia no es un azar y los millares
de azares de todos los días no logran cambiar su estructura; que la violencia, “el
correo de la crisis”, es la clarísima y patológica manifestación de la desorganización
social, que, a su vez, es el resultado de la carencia de valores estables; que el
conflicto cultural surge como consecuencia de la frustración social y del fracaso
organizacional del Estado, amenazado de desaparición al olvidar el papel básico del
juez; que cuando en el contexto cultural se deja de comprender la naturaleza de la
ley, las fuentes de la autoridad y su papel en la sociedad, surge la trágica tendencia
maniquea de demonizar al otro, al diferente, al acusado, al adversario; pero que,
contra estos males, que se repiten alternativamente en el curso de nuestra historia,
se levantaron siempre voces egregias para interrogarse sobre cómo conciliar, o
reconciliar, las relaciones de la ley con esa sociedad en crisis (Zalamea, 1989, 18, 20, 21).
Por su parte, el expresidente Alfonso López Michelsen, resaltaba que “importar”
una ideología foránea no es cosa fácil y si se agrega la necesidad de una completa
reorganización de los órganos del Estado para darle vigencia, la tarea se convierte en
el “doloroso alumbramiento”, en el que nuestros gobernantes, durante la primera mitad
del siglo XIX, se vieron obligados a reemplazar las estructuras católicas y autoritarias
de la Colonia por la versión protestante y liberal del mundo en una República, en
donde jamás se había ejercido el sufragio, la gleba carecía de representación en
los órganos de poder político y la gente del común desconocía por completo toda
noción de lo que significaban las palabras tan reiteradamente pronunciadas por
diputados y demagogos como democracia, representación, soberanía popular, república,
congreso y constitución (López, 1978, 33; Duarte, 1980, 29).
Sin embargo, para Robert Charles Means la decisión de hacer la Recopilación
Neogranadina y la calidad de dicho trabajo simplemente insinúan los límites de las
destrezas y habilidades de los colombianos para las labores de codificación, pues si
bien es cierto que reconoce que esta compilación reportó un pequeño beneficio en
la organización y claridad del sistema jurídico, al eliminar las disposiciones que
ya habían perdido vigencia y al agrupar el contenido de las normas bajo encabe-
zados o índices generales, la verdad es que el trabajo del “sabio de las siete esferas”
neogranadino no logró aproximarse a la integración lógica de un código moderno
(Means, 1980, 152)17.
17
Means pasó por alto precisamente las “destrezas y habilidades” intelectuales de don Lino de
Pombo quien ha sido calificado por Germán Espinosa como el “sabio de las siete esferas”: mate-
máticas, armas, política, jurisprudencia, periodismo, hacienda y pedagogía (Espinosa, 2006).
Este poliglota neogranadino, que combatió para la instauración de la República en España, que
compuso el himno del ejercito del ovetense Mariscal Rafael del Riego y Núñez, y que fue el
74
Siguiendo una posición muy diferente a la adoptada por Means, John Lynch
realza que los obstáculos al cambio eran muchos y poderosos, y que el mismo
Bolívar los encontró en varias partes de Suramérica, pues en general, los criollos
eran conservadores, sus horizontes económicos estaban limitados por unas hacien-
das estancadas, y sus valores de rentistas, su ejercicio de los cargos públicos, y sus
opiniones sociales se encontraban ligadas a una desigualdad profunda e inamo-
vible, surgida de la mezcla que brotó del vencedor de una conquista feroz con el
colonizado vencido de la que surgió una cultura mestiza que no podía simplemente
desconocerse “en un día de abandono”, ni llanamente modificarse por “las frágiles
mayorías de una jornada electoral ” (Lynch, 2008, 275; Zalamea, 1989, 18).
Por su parte, Jaime Jaramillo Uribe al explicar el regreso a la tradición española
y la magnitud de la resistencia de esa herencia, elige a don Miguel Antonio Caro
respecto de quien afirma que él representaba la fidelidad completa y sin reservas
a la tradición española, quien en ningún momento llegó a pensar que los ideales del
mundo anglosajón pudiesen ser superiores a los hispánicos y que por lo tanto
debiesen reemplazar a los que constituyen la esencia de la tradición latinoespañola
(Jaramillo, 1982, 77).
El profesor Jaramillo Uribe asevera que Caro no sucumbió al halago de ninguno
de los hechizos de sus tiempo, pues ni el progreso industrial y su técnica, ni las
ciencias, ni el liberalismo económico, ni la sociedad individualista, ni el positivismo,
ni el método de las ciencias naturales en el campo de las ciencias del espíritu, ni
el estado neutral en materia religiosa y las libertades políticas individuales, sobre
todo, las libertades económicas, la libertad de presa y el sufragio universal, fueron
estimados por Caro como valores absolutos y máximos, y menos aún, como lle-
garon a considerarlos la mayor parte de sus contemporáneos de Colombia y de
América, como objetos de veneración y culto (Jaramillo, 1982, 77).
Manifiesta Jaramillo Uribe que con vigorosa intuición de la realidad histórica,
Caro captaba que para América, ser fiel a su propia esencia, ser auténtica, ser inde-
pendiente espiritualmente, era ser fiel a la tradición española de vida, fidelidad que en
ningún caso consideró incompatible con la independencia política, porque para él
no existió el antagonismo que se plantearon casi todos sus contemporáneos entre
el estilo español de vida y la independencia política con respecto a la metrópoli,
pues aunque la Independencia política era necesaria, la ruptura con la tradición era
una catástrofe y un imposible (Jaramillo, 1982, 78, 79):
primer colombiano en recibir el grado de ingeniero en la École des Ponts et des Chaussés de París
en la que realizó estudios sobre geometría analítica, desconocidos hasta entonces en España y
en sus antiguas colonias (López De Mesa, Luis http://www.lablaa.org/blaavirtual/biografias/
pomblino.htm).
75
Como se puede observar las aseveraciones de Robert Charles Means sobre los
procesos de compilación de las leyes granadinas y de codificación en el ámbito mercantil
durante la cuarta década del siglo XIX, al igual que casi todas sus conclusiones
sobre el “subdesarrollo legal colombiano”, evidencian un profundo desconocimiento
del contexto político nacional que le impiden valorar el hecho de que la sublevación
y rompimiento definitivo con la “Madre Patria” o la “Madrasta Malvada”, así como la
consolidación de la República Neogranadina y la formación de la Nación Colom-
biana ha sido un largo y agitado proceso de construcción cotidiana que no es lineal
o evolutivo ni mucho menos necesariamente pacífico.
Asimismo, el esquema llano de suponer deficiencias en la capacidad intelectual
de los codificadores neogranadinos, patentiza la inadvertencia o incomprensión,
por parte de Means y sus seguidores, del trasfondo de este convulsivo discurrir
histórico que revela un entramado igualmente complejo en el cual convergen ideas,
libros, autores, actores políticos y sociales y tensiones entre tradición y modernidad
que construyen, expresan y explican las especificidades locales de los procesos
de compilación y codificación euroamericanos del siglo XIX (Rodríguez, 2008, 137;
Villegas y Maya, 2008, 15).
76
Tabla 1
Comparación Constituciones Colombianas de 1832, 1843 y 1853
Fuente: Elaboración del Autor.
Poder judicial Corte Suprema de Justicia, Corte Suprema de Justicia Corte Suprema de Justicia
elegidos por el Congreso elegida por el Congreso elegidos por votación popular
de terna enviada por el
Consejo de Estado
Libertades
individuales Amplio desarrollo Desarrollo restringido Desarrollo moderado
77
Nota del autor: la expresión Gobierno Central en la Constitución de 1853 se asume a Estado,
por cuanto señala que lo integran los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, del Gobierno Central.
78
¿TRASLADO “MECÁNICO”
O TRASPLANTE “SELECTIVO”?
81
82
83
84
En el ensayo de P.G. Monateri, titulado Gallo, el Negro: una búsqueda de los orígenes
multiculturales de la tradición jurídica occidental, se resalta el carácter “impuro” de la
teoría jurídica romana, considerada por muchos y por largo tiempo como la más
importante teoría transnacional del derecho (Monateri, 2006).
85
86
romano tenía que estudiarse como un sistema autónomo y completo, que a su vez
pudiera ser elaborado y desarrollado de acuerdo a principios científicos dentro de
un sistema legal moderno. Para Monateri este enfoque produce una “ideología”
que se apoya en la singularidad de lo romano e implica una exclusión casi total de
la importancia de los otros derechos antiguos, motivo por el cual, el derecho comercial
romano y el derecho de obligaciones, no obstante que derivaban efectivamente del
derecho babilónico, habitualmente son presentados como el producto típico de la
jurisprudencia romana (Monateri, 2006, 115-116, 127).
Monateri llama la atención sobre cómo aunque los historiadores profesionales
del derecho admitieron un número mayor y creciente de préstamos, rápidamente
elaboraron cuidadosamente un nuevo modelo todavía más poderoso, en el que
esos préstamos quedan insertos en el marco de un derecho romano “en renovación
permanente”, con el fin de mostrar la continuidad y la grandeza de la tradición
romana, modelo que se basa, ante todo, en la propia idea de tradición como un
cuerpo vivo de concepciones e ideas, que tiene la capacidad de regenerarse:
Según la teoría sobre las tradiciones que emplea Berman, hablar de una “tradición”
de derecho en Occidente es llamar la atención sobre dos factores principales: el primero, que
las instituciones legales se han desarrollado de manera continua a lo largo de generaciones
y siglos, y que cada generación conscientemente, aunque no siempre deliberadamente,
ha construido sobre el trabajo de las generaciones previas dirigiéndolo hacia una meta
específica; el segundo, que este proceso de desarrollo continúo se concibe como un proceso
no de mero cambio, sino de crecimiento orgánico. (Monateri, 2006, 139-140)
87
88
Anteriormente se indicó que Carlos Morales de Setién Ravina recalca que las
formas de circulación de las ideas jurídicas no suelen ser objeto de estudio por los
académicos del derecho, en general, ni por los del derecho privado, en particular,
salvo algunas notables excepciones, dentro de las cuales destaca el libro Teoría
impura del derecho. La transformación de la cultura jurídica latinoamericana, del profesor
colombiano Diego Eduardo López Medina, en el que la preocupación principal es
presentar una explicación de la forma como ocurre el cambio en la teoría privatista
latinoamericana (Morales de Setién, 2006, 69).
Respecto de este libro, Duncan Kennedy manifiesta que dos de las contri-
buciones que hace López Medina al conocimiento jurídico es ofrecer un nuevo
paradigma para explorar la relación entre los sitios de producción y recepción
de la teoría jurídica, y proveer una historia metodológicamente sofisticada de la
teoría del derecho en Colombia, que seguramente influirá la manera en la que los
colombianos entienden su situación constitucional presente y en la que los com-
parativistas en general conciben a Latinoamérica (Kennedy, 2004, XI).
En cuanto, al nuevo paradigma, Kennedy resalta que se trata de un modelo de
influencia en tres pasos: (i) los países prestigiosos, que son los sitios de producción, generan
y practican una Teoría Transnacional del Derecho (TTD), una forma de escribir y
debatir en la que los participantes son más o menos conscientes de la presencia del
otro, pero en gran medida ignoran la existencia de una audiencia de teóricos jurídi-
cos en los países periféricos o sitios de recepción; (ii) los juristas en la periferia estudian la
TTD y producen, en casa, su teoría jurídica local de alcance nacional o regional y que
consiste en trabajos académicos diseñados para otros teóricos locales, estudiantes
y practicantes; y (iii) la teoría jurídica local, a su vez influye en la “teoría pop” del
derecho dominante localmente, esto es, en las ideas sobre el derecho en general
que efectivamente están en el fondo de la mente de los abogados practicantes y
de otros miembros de las elites locales cuando producen memoriales, documentos
transaccionales como contratos y testamentos, decisiones judiciales y legislación
(Kennedy, 2004, XI, XII).
89
Para Duncan Kennedy la idea rectora del libro de López Medina es que el
proceso por el que los autores locales reciben la TTD involucra una transformación
o transmutación de dicha teoría. Los juristas de la periferia están comprometidos en
una práctica constante de selección, no sólo entre los diversos productos de la TTD,
sino también entre las posibles lecturas de los trabajos prestigiosos que estudian.
Igualmente, Kennedy destaca que la noción de las “lecturas transformadoras” es
tomada del crítico literario Harold Bloom, para quien los procesos de transformación
son parte necesaria de toda lectura, dada la ambigüedad radical inherente a los
textos canónicos, que unida a contextos periféricos caracterizados por ambien-
tes hermenéuticos pobres, en los que con frecuencia los autores locales sólo tienen
acceso a porciones incompletas del trabajo primario de un autor y a su literatura
secundaria y están excluidos de los intercambios orales como las conferencias o las
discusiones en seminario, a través de los cuales las figuras dominantes en los sitios
de producción disciplinan a quienes se desvían de las lecturas canónicas, permiten
que las obras canónicas sean leídas, transformadas, canibalizadas y recombinadas
en los sitios periféricos de recepción (Kennedy, 2004, XII-XIV).
90
91
una vez lograda la codificación nacional los derechos criollos fueron vengativa-
mente anti-historicistas respecto de la tradición jurídica hispana o precolombina
como lo corroboran autores del periodo de la Independencia que justificaron
la insurrección local al describir metafóricamente a España, no como la madre
caritativa y amorosa que se suponía debía ser para sus colonias, sino como una
madrastra perversa y voraz que explotaba cruelmente al Nuevo Mundo. En este
contexto el objetivo fue extirpar cualquier rastro de influencia española en el dere-
cho civil común para adoptar ahora una nueva hermandad con el Código francés,
tendencia que Diego López ejemplifica a través del autor colombiano Eduardo
Rodríguez de Piñeres (1937), quien en su texto Derecho Usual, busca liberar el
derecho local de los vestigios del derecho antiguo aún presente en los conceptos
y prácticas hispánicos sobrevivientes, amonestando a los practicantes para que
abandonen el uso de los conceptos del derecho privado español en la redacción
de los contratos y otros documentos legales (López, 2004, 136-137).
En cuanto al derecho antiguo el relato lopista resalta que si bien es cierto que
antes de la promulgación del Código de Bello los nuevos estados-nación sura-
mericanos habían tenido ya tres siglos de vida institucional y legal como colonias
hispánicas, y antes de eso, siglos, quizá milenios en algunos casos, de cultura y
organización política precolombina, también es verdad que el primer cuarto de
siglo XIX ofreció el escenario propicio para la descolonización del continente y
la ruptura de las ataduras formales con España, proceso que fue largo y penoso,
razón por la cual durante décadas enteras fue preciso aceptar el valor extendido
de derecho privado español, ya que las elites jurídicas nacionales no tuvieron la
experticia o la energía necesarias para crear, en oposición colonial, un derecho
nacional. Sin embargo, López igualmente destaca que es perfectamente razonable
pensar que al menos algunas concepciones provenientes de la historia jurídica
anteriores al código y a la Constitución de la Regeneración hayan tenido fuerza
suficiente para permanecer, así sea de forma implícita, dentro de las ideas generales
acerca de cómo los operadores jurídicos nacionales conciben el derecho: “Tiene
que ser, repito, que algunas trazas iusteóricas de la etapa precodificada hayan, de
algún modo, penetrado y estén todavía presentes en la cultura legal poscodificada
de Colombia” (López, 2004, 135-137).
92
civil se hace por vía del derecho romano que es enseñado, no tanto como historia
del derecho privado, sino como introducción dogmática al derecho privado; que
la vida del Código de Bello comienza como trasplante de su progenitor francés y
como tal es continuamente interpretado como un objeto cultural parasitario del
mismo, manteniendo su estructura conceptual fundamental y, en la mayoría de los
puntos, convergencia muy significativa de reglas; y que la dependencia genética
pronto se convirtió en parasitismo cultural que marcó una profunda y prolongada
tendencia a ver en el periodo posterior de aplicación práctica, evolución normativa,
y teorización jurisprudencial del Código Civil, la recepción idiosincrásica de libros y
autores de la cultura jurídica europea del siglo XIX imperfectamente comprendidos
debido a los ambientes hermenéuticos pobres surgidos de condiciones materiales
restrictivas que agobiaron a América Latina y que produjeron un trasplante legal
y teórico incompleto y “lecturas de superficie” en las que se sobrevaloraba el
contenido doctrinal de los mismos, mientras se ignoraba sus componentes más
“teóricos” o “ideológicos”, como por ejemplo su significado teórico y filosófico,
su identidad generacional o histórica, sus opciones de género o estilo literario o
su explicita dirección socio-política (López, 2004, 138, 141-142).
El material importado de Francia fue la exégesis que, según López Medina,
corresponde a una sub-teoría de interpretación de la ley que ha sido igualada a
formas muy estrictas de textualismo o literalismo hermenéutico en las que el Código
Civil es concebido como un documento claro, completo y coherente, presupuestos
que generaron la creencia de que los jueces no tienen necesidad de interpretar y
complementar el derecho vigente y la convicción de que su deber político frente
a la Ley era respetarla de la manera más obediente posible, doctrina que encontró
su expresión cumbre en la máxima: “No conozco el Derecho Civil, enseño el Código de
Napoleón”, expresada por Bugnet y popularizada por Bonnecase, hasta tal punto
de que los profesores no sólo se sentían orgullosos de recordar a sus estudiantes
que ellos enseñaban el Código Civil y no un pretendido o inexistente derecho
civil, sino que sus libros terminaron siendo una especie de ediciones comentadas
del Código Civil (López, 2004, 155-156, 161-162).
Bajo el influjo de la escuela de la exégesis los primeros tratadistas locales
prefirieron permanecer muy cercanos al texto de la Ley, casi parafraseándola en
exclusiva, circunstancia que ayudó a crear la idea de que el clasicismo jurídico local
era únicamente una forma de exégesis textualista, método respecto del que Diego
López recuerda que José J. Gómez en forma elocuente expresaba que “fuimos
herederos universales de la escuela exegética francesa, y aún lo somos. Exegética-
mente estudiaron derecho nuestros mayores y exegéticamente nos lo enseñaron
a nosotros y como jueces y abogados no hemos podido menos que aplicarlo y
pedirlo exegéticamente” (López, 2004, 154, 156).
93
94
95
96
97
98
En cuanto a las interpretaciones que López Medina hace de los autores colom-
bianos, Duncan Kennedy advirtió que otros estarán mejor calificados para juzgarlas
y que todo lo que él podía decir sobre este aspecto es que parece bien sustentado
y que es coherente (Kennedy, 2004, XV).
Sin ser la persona llamada a responder los reproches efectuados a nuestros
ancestros jurídicos civilistas, defensa que le corresponde asumir a sus herederos
cognados y testamentarios, me he tomado el atrevimiento de sintetizar la percep-
ción que desde mi condición de “efebo jurídico” y “lector débil” me ha quedado
del fascinante relato de Diego Eduardo López Medina, y desde la perspectiva de
la lejana “cuarta capa interpretativa” en la que me encuentro he concluido que
el peligro de caer en una “auto-crítica lacerante y masoquista” se ha concretado,
pues aunque desde el preámbulo de la narrativa lopista se advierta que nuestros
teóricos locales hicieron lecturas transformadoras en el sentido bloomiano y que por
tal razón no incurrieron simplemente en “errores” de compresión del significado
de los textos trasplantados, las continuas y variadas expresiones descalificadoras
de los autores locales terminan creando en el inconsciente jurídico nacional cierto
complejo de inferioridad respecto al derecho de otras latitudes.
En efecto, locuciones tales como “teoría pop”, “ambientes o contextos herme-
néuticos pobres”, “trasplante legal y teórico incompleto”, “lecturas de superficie”,
“mala lectura”, “lecturas locales vulgares”, “barbarización del conocimiento”,
“carencia de experticia o energía necesarias para crear un derecho nacional”,
“parasitismo cultural”, “pretensión meramente retórica de originalidad” o “afir-
mación chauvinista de originalidad”, están marcadas por un profundo complejo
de inferioridad que se refleja en el hecho que demeritan las instituciones jurídicas
locales, suponiendo implícitamente que las teorías foráneas son inherentemente
valiosas en comparación con la teoría jurídica nacional.
Frente a esta clase de críticas, y como guía metodológica de precaución para
los trabajos que se emprendan sobre la historia del derecho comercial colombiano,
conviene recordar que en 1903, es decir con mucha anticipación a Watson, Monateri
y Kennedy, el profesor español Faustino Álvarez del Manzano, al comentar tres
obras de escritores de derecho mercantil de la Edad Moderna, llamó la atención
a quienes censuran en vez de elogiar a los autores que, no pudiendo neutralizar
las colosales limitaciones de su época, nos legaron las primicias del estudio del
derecho comercial en obras cuya forma, estilo y método distan mucho de los
actuales y rigurosos planes científicos.
La influencia del Derecho canónico se deja sentir en el fondo de estas tres origi-
nalísimas obras, cuya forma no responde a un riguroso plan. Suele ser esto motivo de
censuras para algunos, que, al parecer, quisieran encontrar a mediados del siglo XVI
obras perfectas de Derecho mercantil. Pero si en aquellos tiempos el Derecho canónico
99
1
Las tres obras a que se refiere el profesor Álvarez del Manzano son: el Provechoso tratado de cambios
y contrataciones de mercaderes y reprobación de la usura” de Cristóbal de Villalón (Valladolid, 1542);
la Instrucción de mercaderes, de Saravia de la Calle (Medina del Campo 1547) y la Summa de tratos y
contratos, de Fray Tomás de Mercado (Sevilla 1587) (Álvarez del Manzano, 1903, 429, 430).
100
que son irresolubles en América Latina, dado que en esos países el derecho es un
intermediario técnico y neutral aislado de los largos tentáculos de la política que
desnaturalizan las instituciones jurídicas latinoamericanas, perspectiva impoluta
que, además, parece ser la causa directa del bienestar económico que disfrutan
esas sociedades (López, 2007, 14).
La idea de que el derecho latinoamericano es fallido se ha enraizado en la imagina-
ción tanto de legos como de los profesionales del derecho, quienes consideran que
el sistema jurídico local no tiene “éxito” porque además de que está mal diseñado
para alcanzar los objetivos que dice tener, los operadores jurídicos, particularmente
los jueces y funcionarios públicos, son marcadamente ineficientes y corruptos y la
eficacia de las instituciones jurídicas está minada por los niveles exorbitantemente
de impunidad. En la formulación más radical de esta idea se llega a afirmar que el
derecho de América Latina tiene deficiencias tan serias que en realidad no cumple
con los requisitos mínimos exigidos por el rule of law (López, 2007, 14).
Al aplicar este marco al caso colombiano, el profesor Diego López advierte y
concluye que es tonto pretender que todo funciona bien; que es tan irreal sostener
que el sistema jurídico del país es inmaculado, como aceptar que en toda compara-
ción siempre sale perdiendo; que dado que la comparación en derecho siempre ha
sido enormemente disímil, es hora de evidenciar el falso espejismo que hay en la
creencia ingenua de que siempre hay un sistema superior o plenamente desarrollado
que resuelve los problemas con independencia de las interferencias políticas; y
que los colombianos debemos emprender estudios serios e integrales de derecho
comparado en los que se abandone el complejo de inferioridad como la principal
característica de nuestro interés por el derecho de otras latitudes (López, 2007, 14).
101
102
atención, sobre el hecho de que separar el derecho privado del derecho público
no disimularía la peligrosa situación de la propiedad, puesto que aunque no se
encontraran en el Código y por ende estuvieran sustraídas del campo visual de
los especialistas en derecho privado, ya no era posible desdeñar la incidencia del
aumento de las leyes provenientes del derecho público que al vaciar la propiedad
debilitaban la posición del propietario (Hattenhauer, 1987, 121).
En el ámbito nacional, ya en 1943 Hernando Devis Echandía sostenía la tesis
mucho más radical de que el derecho comercial es indiscutiblemente de interés
general, que sus normas son derecho público y en consecuencia es un gran error
considerarlas como de derecho privado y, que en la evolución de esta rama del
derecho esa naturaleza pública integrada en el concepto del orden público econó-
mico predomina sobre los criterios privatísticos y la por tanto tiempo endiosada
autonomía de la voluntad (Devis, 1995, 1,3).
Al no avistar la especificidad del derecho comercial, en la Teoría Impura del Dere-
cho no se explora, por ejemplo, la suerte que corrieron en el derecho comercial
colombiano los principios modernos abanderados por la revuelta local anti-formalista
de 1920. De ahí que, el profesor López Medina haya perdido la oportunidad de
percatarse de que, no obstante de que fueron abatidos por la contra revolución del
clasicismo jurídico civilista nacional, en el campo del derecho comercial local los
por él denominados contra- principios del derecho privado fueron recibidos sin mayor
dificultad y han tenido un ininterrumpido desarrollo normativo, jurisprudencial
y doctrinal.
De ahí que sea ineludible abrir un gran signo de interrogación respecto del
“diagnóstico fatalista” de López Medina, según el cual después de 1940 la con-
ciencia jurídica clásica retomó el control casi absoluto de la teoría del derecho local
estableciéndose un verdadero neoclasicismo en la cultura jurídica del país, en la que
los clichés del antiformalismo (ciencia, realidad y principios), fueron superados
cuando la imaginación y el entusiasmo de los juristas locales fueron absorbidos
por el trasplante de la Teoría Pura del Derecho de Hans Kelsen que cimentó su largo
y complejo romance con la fe positivista (López, 2004, 339-344).
El melancólico diagnóstico lopista podría empezar a cuestionarse evidenciando
que desde tempranas épocas, sin mayor resistencia y fruto de trasplantes jurídicos
que transitaron por senderos diferentes a los efectuados en el campo del derecho
civil, se ha aceptado que dentro del núcleo dogmático del derecho comercial
colombiano se encuentran los principios relacionados con la atenuación de la
injustificada protección jurídica preferencial a las res inmóviles, la aceptación de la
costumbre como fuente formal del derecho, la aplicación de la analogía para llenar
las lagunas de la ley positiva, la represión del enriquecimiento sin causa y del abuso
103
2
En la producción local analizada por Diego Eduardo López Medina no se incluyeron, por
ejemplo, las obras de Antonio del Real Cortines (Principios de Contabilidad Mercantil, de 1859);
Ramón Guerra Azuela (Cuadro sinóptico de derecho comercial, o sea Compendio del código de comercio de
Cundinamarca para uso de los colegios, y Memorándum para los abogados de 1880); Efraím de J. Navia
(De los actos de comercio, de 1897); Pablo J Bustillo (Lecciones de Derecho Mercantil Comparado,de
1893 y Derecho Mercantil Comparado, de 1909); Luís A Robles (Código de comercio terrestre de la
república de Colombia, de 1899); Alejandro García (Historia del derecho comercial colombiano,de 1905);
Antonio José Uribe (Derecho Mercantil Colombiano, de 1907); Federico Rivas Frade (Lecciones de
derecho mercantil y de economía política, de 1921); Nicasio Anzola (Curso elemental de derecho mercantil,
de 1926); Manuel J Huertas González (Nociones generales de derecho mercantil, de 1927); Rodrigo
González Piñeres (Código colombiano de comercio y leyes vigentes, de 1928); Felix Cortés (Comentarios al
código de comercio terrestre, de 1933); Simón Bossa Navarro (Estudios de derecho sobre cuestiones de civil
y comercial, de 1935); Alberto Enrique Torres (Tradición histórica del derecho mercantil colombiano, de
1958); José Gabino Pinzón (Derecho comercial, de 1957 e Introducción al derecho comercial, de 1966);
Rafael Marriaga (Derecho comercial, de 1961); Abel Mercado (Derecho comercial parte general, de 1964);
Enrique Gaviria Gutiérrez (Reflexiones sobre el derecho mercantil, de 1968 y Derecho comercial, de
1981); José Ignacio Narváez García (Derecho mercantil colombiano, de 1971), Ramón E. Madriñán
de la Torre (Principios de derecho comercial, de 1980) y de Jaime Alberto Arrubla Paucar (Contratos
Mercantiles, de 1995).
104
Robert Charles Means asegura que, al limitar los recursos disponibles para el
sistema legal, el subdesarrollo económico indirectamente ha contribuido al subde-
sarrollo legal latinoamericano, entendido como la incapacidad relativa del sistema
legislativo nacional para realizar las tareas que se le asignan implícitamente en un
régimen político (Means, 2011, 9, 11).
Bajo este concepto instrumental, el sistema legal debe cumplir varias labores
ligadas a la implementación y la formulación de las normas legales. En relación
con la implementación, el sistema debe informar a los funcionarios y ciudadanos el
contenido de las normas y hacerlas cumplir cuando no se acatan voluntariamente.
Respecto de la formulación, el sistema debe desempeñar tres tareas: (i) propor-
cionar al sistema político datos legales relevantes para la formulación de nuevas
normas, labor que deben desempeñar especialistas jurídicos; (ii) traducir la política
en normas legales, tarea que en algunos casos simples puede ser realizada por
legos; (iii) realizar permanentemente ajustes intersticiales a las normas legales para
enfrentar casos imprevistos y tener en cuenta el cambio de condiciones y valores,
misión que dicta la necesidad de especialistas jurídicos (Means, 2011, 326-327).
El subdesarrollo legal afecta, estropea o dificulta la aplicación de las normas
legales formales, obstrucción que ha ido produciendo una legendaria divergencia
entre la norma y la realidad, mayor en América Latina que en Europa Occidental
y Estados Unidos. El subdesarrollo legal también afecta o perjudica el desarrollo,
progreso o perfeccionamiento de las reglas formales que cuando se implementa
mediante el trasplante jurídico exige una particular habilidad disciplinar o profe-
sional (Means, 2011, 13).
Según el historiador norteamericano, en el siglo XIX pocos países latinoame-
ricanos tenían los recursos para adelantar una codificación independiente y, por
tal razón, en su gran mayoría han sido y siguen siendo “prestatarios legales”, cuyo
proceso de selección y modificación inherentes al trasplante jurídico se ha visto
afectado por el subdesarrollo legal, dado que incluso para tomar leyes en prés-
tamo de manera racional se requiere un conocimiento detallado de los modelos
extranjeros disponibles y una capacidad técnica para revisarlos y adecuarlos a los
105
106
das con su realidad social (Means, 1980, 145, 151; Wiesner, 1990, 91; Kalmanovitz,
2007, 34; Delvasto, 2014, 105).
En el campo de la doctrina del derecho civil colombiano, el profesor de la Uni-
versidad de los Andes Diego Eduardo López Medina, difundió una tesis similar
en la que destaca el ambiente “hermenéutico pobre” en el que los autores locales
de la periferia no solo se desvían de las lecturas canónicas sino que “canibalizan” las
obras “preclaras” creadas en los centros de producción europeos y norteameri-
canos (López, 2004).
Frente a esta tesis ya se tuvo la ocasión de destacar la importancia del principio
de precaución de caer en críticas lacerantes a la doctrina local, principio inherente a la
teoría del trasplante jurídico que contribuye a la superación del complejo de inferioridad
de la teoría jurídica nacional al hacer un llamado de atención a quienes censuran
en vez de elogiar a los autores que, no pudiendo contrarrestar las monumentales
limitaciones de su época, nos transmitieron obras cuya forma, estilo y método
distan mucho de los actuales y rigurosos planes científicos3.
En el terreno del Derecho Penal creencias como las de Means, Wiesner, Kalma-
novizt, Delvasto y López, igualmente resultaron seriamente cuestionadas por el
estudio elaborado por Juan Camilo Escobar Villegas y Adolfo León Maya Salazar,
quienes conformaron un “hexágono documental” a partir del cual, además de que
explican las convergencias, simultaneidades, conexiones, influjos, desplazamientos y
creaciones en las que es posible observar y visibilizar hombres, instituciones, ideas,
sensibilidades y prácticas que confluyeron en el proceso de codificación penal en la
Nueva Granada en el siglo XIX, concluyen que los protagonistas que participaron
en dicho proceso fueron a la vez, hombres de letras, cosmopolitas y políglotas,
actores políticos, conectores intercontinentales y mundializadores de las ideas
ilustradas en y desde Nueva Granada, que pasaban con gran facilidad de lo político
a lo jurídico y de allí a lo académico y periodístico (Escobar y Maya, 2008)4.
3
Para un análisis en detalle sobre la crítica a la tesis del “subdesarrollo legal” en el ámbito civil, ver
el numeral 3 precedente y el artículo “Insumos para la Cimentación de la Historia del Derecho
Comercial Colombiano a través de la Teoría del Trasplante Jurídico: Itinerario de la Superación
del Complejo de Inferioridad de la Teoría Jurídica Nacional” (Almonacid, 2007).
4
En el marco de la investigación “La ruta de Nápoles a las Indias Occidentales, constitucionalismo,
codificación y cultura política en el mundo ibérico durante el siglo XIX”, los dos investigado-
res de la Universidad EAFIT reunieron un importante corpus documental que denominaron
“hexágono documental” conformado por: i) los documentos oficiales de gobierno (decretos, mensajes,
informes) y las actas de algunos de los debates al Código Penal de 1837 en la Nueva Granada;
ii) el articulado del Código Penal mismo; iii) los archivos judiciales; iv) los planes de estudio y
los asertos para los certámenes públicos en las escuelas de jurisprudencia; v) las obras de los
filósofos y teóricos de las leyes criminales tanto en Europa como en América, publicadas en
ocasiones en la prensa; y vi) algunas historias del derecho penal (Escobar y Maya, 2008).
107
De ahí que, Escobar y Maya recalquen que la historia del Código Penal Neo-
granadino de 1837 fue la expresión de una tensión social, política y cultural que
revela una historia problema que no se agota en la “repetición ingenua” de unas élites
incapaces de crear y entrar en los debates de una comunidad intercontinental de
intelectuales comprometidos con la puesta en marcha de proyectos que son, a su
vez, locales y globales (Escobar y Maya, 2008).
108
109
110
5
Artículo 128 de la Constitución Política del Estado de la Nueva Granada de 1832.
111
6
Gaceta de la Nueva Granada, Bogotá, domingo 5 de mayo de 1844, num. 678; y Gaceta Oficial,
Bogotá, jueves 12 de mayo de 1853, num. 1519.
7
Al finalizar la guerra de la independencia circulaban en la Nueva Granada un sin número de
monedas de oro, plata y cobre de distintos pesos, calidades y leyes, además de numerosas
monedas falsas. Este caos monetario creaba un clima de incertidumbre que dificultaba el
comercio interno. Ante esta situación alarmante, el Congreso Constituyente de Cúcuta de 1821,
igualmente decidió que lo más indicado era volver al orden monetario que existía en 1810 y
amortizar el circulante de ley inferior al de la legislación colonial. Durante el período colonial,
en la Nueva Granada existieron dos casas de la moneda, una en Santa Fe y otra en Popayán,
a las que correspondía hacer la amonedación del oro y la plata que el público les llevaba. La
unidad monetaria de las colonias españolas era el peso de 8 reales, acuñado a la ley de 0.902
2/ 3 (Banco de la República, s.f.).
112
cambio legal alimentado nuevamente por un trasplante jurídico que tuvo como
“curiosidad” el hecho de que para elaborar el primer código mercantil se contrató
a terceros ajenos al poder público, a quienes se les asignó una remuneración,
procedimiento que denomina “tercerización legislativa” y respecto del cual destaca
que ha sido una constante desde el “comienzo” de la historia republicana, pues al
elaborar un código de comercio o normas societarias “siempre” se ha acudido a
los buenos oficios de terceros (Delvasto, 2014, 91, 97-98).
De acuerdo con la versión del profesor Delvasto Perdomo, el supuesto autor
del primer Código del Comercio del país participó del procedimiento de “terceri-
zación legislativa”, ya que a los pocos días de haberse expedido el Decreto del 10 de
mayo de 1853, que en su artículo 1º autorizó al Poder Ejecutivo para contratar la
redacción de todos los códigos sustantivos y adjetivos o para integrar una comisión
que examine códigos ya redactados que se ofrezcan, el jurisconsulto panameño
Justo Arosemena presentó un proyecto de Código de Comercio, respecto del cual,
el 16 de mayo de 1853, el Poder Ejecutivo conformó una comisión para evaluar
la pertinencia de dicho proyecto e informar si lo debía presentar al Congreso,
comisión que quedó integrada por Estanislao Vergara, José Joaquín Gori, Juan
Nepomuceno Núñez Conto, Rafael Núñez, Lino de Pombo y Miguel Samper
(Delvasto, 2014, 97-98, 106).
Al respecto cabe anotar que las fuentes históricas directas acreditan que el
Proyecto de Código de Comercio data de 1842, y que en el primer semestre de
1853 Justo Arosemena ostentaba la calidad de congresista y en tal condición el 4
de marzo de 1853 ya había presentado a la Cámara de Representantes el proyecto
de Código de Comercio, cuyo trámite legislativo se encontraba bastante adelan-
tando hasta el punto que el 3 de mayo de 1853 ya se había surtió el tercer debate
del proyecto en la Cámara de Representantes8.
8
En la Gaceta Oficial Año XXII, Bogotá, sábado 10 de febrero de 1853, num. 1480, se puede
constatar la condición de congresista de Justo Arosemena: “los ciudadanos i representantes, princi-
pales i suplentes, que deben concurrir a las próximas sesiones del Congreso”, (…) Panamá: Principal Sr. Justo
Arosemena, Suplente Sr. Julian Leon”. En la Gaceta Oficial año XXII, Bogotá jueves 10 de marzo
de 1853, num 1.487, la fecha en que se presentó el proyecto de Código de Comercio quedó
registrada así: “Cámara de representantes acta de la sesion del 4 de marzo. (…) I leido el orden del dia de
ambas cámaras i el rejistro de los documentos que han entrado a la secretaría, se presentaron dos proyectos, uno
de Código de comercio i otro de lei sobre policía: el primero por el ciudadano Arosemena, i el segundo por el ciu-
dadano Castelblanco. (…) El ciudadano Arosemena hizo en seguida la siguiente proposición, que fue adoptada:
“Considérese en primer debate el proyecto de Código de comercio i los demas presentados en esta sesion.” En la
Gaceta oficial Año XXII, Bogotá martes 10 de mayo de 1853, num. 1.517, el tercer debate del
proyecto quedó consignado así: “Acta de sesion del dia 3 de mayo (…) El ciudadano Ramírez propuso
luego: “Altérese el órden del dia i considérese el proyecto de Código de Comercio” Esta proposición la modificó el
ciudadano Arosemena así: “Altérese el órden del dia i considérese el proyecto de Código de comercio, i désele el tercer
debate como el primero.” Aprobada que fué, se consideró el mencionado Código, i fue aprobado el tercer debate”.
113
Estos hechos no sólo ayudan a aclarar la autoría del primer Código de Comercio,
sino que explican en mejor forma, que la expuesta por el historiador colombiano
Otto Morales Benítez, el por qué Arosemena resolvió “entregar” sus códigos sin
recibir a cambio “remuneración”.
“Con Antonio del Real, (…) [Arosemena] propicia un cambio de legislación que
abarca la universalidad de las materias. (…) Se propone al Congreso que se le compre
ese gran proyecto integral y de alcances poderosísimos para la vida jurídica. Pero él
resuelve entregarlos sin recibir remuneración –a pesar de no tener impedimento ninguno
para tomar la retribución– y que el Congreso adoptara nuevos sistemas en los códigos
comercial, civil, minero, penal y que le diera bases sólidas a una organización judicial.
Así era él y sus grandes proyectos”. (Morales, 1998, 455)
114
Tabla 2
Graduados en Derecho en la Nueva Granada 1790-1850
Fuente: Elaboración del autor, basado en, (Uribe Urán, 2008, 264).
Años Cantidad
9
El castigo físico severo e incluso la pena de muerte, fueron conmutados por multas y “sobornos”
al alcance de quienes podían pagarlas. Entre los intrigantes casos de perdón están los de José
María del Castillo y Rada y Alejandro Osorio, futuros Ministros de Hacienda y del Interior del
115
Pero, quizá sea más importante destacar que un análisis cualitativo de las sem-
blanzas biográficas de los integrantes de la Comisión Revisora del Proyecto del
Código del Comercio de 1842, evidencia que, al igual que el comité que redactó
el primer Proyecto de Código Penal en 1823, esta comisión estuvo conformada
por curtidos e ilustrados hombres formados en las instituciones educativas que los
borbones españoles habían reformado desde la década de 1760, hombres que
sobrevivieron al proceso bélico de la Independencia y que con posterioridad a
la guerra acrecentaron su experiencia de funcionarios de la Colonia al asumir
importantes cargos de la naciente República10.
En efecto, los datos biográficos de los cinco miembros de la comisión que
redactó y revisó el Proyecto de Código de Comercio de 1842 demuestran que dicha
Estado postcolonial y Eusebio María Canabal, ex fiscal de la Real Audiencia y del Superior
Gobierno, que en 1816, e incluso hasta 1820, insistía en utilizar sus influencias al solicitar “una
posición como oidor en Quito, Guatemala o Caracas” (Uribe, 2008, 151, 176).
10
En la comisión redactora del primer proyecto de codificación penal de 1823 se nombró a
José Manuel Restrepo (1781-1863), en calidad de Secretario del Interior; a José Félix Restrepo
(1760-1832), Ministro de la Alta Corte; a Diego Fernando Gómez (1786-1854) también Ministro
de la Corte de Justicia; al Senador Jerónimo Torres (1771-1837) y al abogado Tomás Tenorio
(1758-1827) (Escobar y Maya, 2008).
116
El tiempo “invertido”
Como se recordará el profesor Means sostiene que las universidades neograna-
dinas a la vez que producían muy pocos abogados no contaban con profesores de
tiempo completo que investigaran o diseñaran códigos nuevos que pudieran ser presentados
al Congreso, institución que, por demás, tendía a aprobar sin estudiar los temas
de derecho económico (Means, 1980, 145, 151, 153).
Diagnóstico que adicionó afirmando que aunque con suficiente tiempo un abogado
competente pudo hacer los cambios necesarios para la adopción en Colombia de los
códigos europeos que pudieron servir de modelos, lo cierto es que, por las razones
117
11
AGN. Fondo: República. Sección Consejo de Estado. Fl. 1143; Gaceta de la Nueva Granada
No. 631, Bogotá, jueves 22 de junio de 1843.
12
Acta fechada el 25 de noviembre de 1842 publicada en la Gaceta de la Nueva Granada No 593,
Bogotá, domingo 1º de enero de 1843.
118
La “tardanza”
La evidencia histórica parece empecinarse en desmentir las diversas hipótesis
universalistas que en abstracto planteó el profesor norteamericano Robert Charles
Means sobre la historia del “subdesarrollo legal” neogranadino, para quien, como
ya se dijo, lo sorprendente no es que Colombia a la larga codificara su derecho,
sino la “tardanza” en hacerlo: [That Colombia ultimately codified its law is not surprising;
what is surprising is that codification was so long delayed] (Means, 1980, 142).
Al respecto, es importante anotar que al realizar su clásico estudio comparado
en relación con los códigos de comercio latinoamericanos, el profesor chileno
Julio Olavarría Ávila, en 1961,ya había indicado que en la primera época de la vida
independiente de Colombia las preocupaciones militares y políticas impidieron
las relativas a la materia jurídico-comercial, periodo en el que sólo se dictaron
algunas pocas medidas como la Ley del 26 de mayo de 1835, que declaró libre el
pacto sobre el interés del dinero que en la Recopilación castellana, bajo el influjo
de la Iglesia, prohibía y sancionaba como usura, y la Ley del 23 de mayo de 1836
13
Informe publicado en la Gaceta de la Nueva Granada No 631, Bogotá, jueves 22 de junio de
1843.
119
120
Tabla 3
Cronología de expedición de los Códigos de Comercio
1807 Francia 1
1826 Haití 2
1829 España 3
1831 Ecuador 4
1833 Portugal 5
1834 Bolivia 6
1835 Grecia 7
1838 Holanda 8
1846 Paraguay 10
1850 Turquía 12
1853 Perú 13
1854 México 16
1855 Salvador 17
1862 Austria 19
1862 Venezuela 20
1865 Italia 21
121
1865 Chile 22
1866 Uruguay 23
1869 Alemania 24
1869 Nicaragua 25
1877 Guatemala 26
1881 Honduras 27
1885 Cuba 28
14
Para reformar la antigua legislación colonial, en 1835 el Congreso de Venezuela designó una
comisión de cinco personas encargadas de elaborar nuevos códigos nacionales, incluido el de
comercio. Como esta comisión resultó ineficaz en 1840 el Congreso nombró otra comisión
integrada por los doctores Francisco Aranda, Francisco Díaz y Juan José Romero. Esta comi-
sión terminó los dos primeros libros en 1842 y los dos restantes en 1843, los cuales aunque
fueron presentados en 1844 al Consejo de Gobierno no tuvieron ninguna aprobación por las
dificultades políticas de la época. En 1857 y 1860 se integraron nuevas comisiones que tampoco
dieron resultado. En 1861 la Junta de Comerciantes de Caracas tomó la iniciativa de redactar
un proyecto para ser sometido a consideración del dictador General José Antonio Páez, quien
mediante Resolución del 2 de octubre de 1861, nombró una comisión para que revisara dicho
proyecto, sin embargo, la comisión optó por revisar el proyecto presentado en 1844 y una
vez terminada esta labor se sometió a la aprobación del Poder Ejecutivo, quien por decreto lo
mandó ejecutar el 15 de febrero de 1862 (Olavarría, 1961, 386-387).
122
(1826), España (1829), Ecuador (1831), Portugal (1833), Bolivia (1834), Grecia
(1835), y Holanda (1838)15.
Dada su cercanía lingüística, política, geográfica, cultural e histórica, para el
proyecto neogranadino de 1842 de estos estatutos revisten mayor importancia los
modelos ecuatoriano, boliviano y español.
Al analizar las corrientes de comunicación entre algunos sistemas jurídicos
latinoamericanos, el profesor venezolano Alfredo Morles Hernández, en 1972,
advirtió que dichos sistemas tienen como rasgo común el haber recibido en grado
y extensión variables la influencia directa de la legislación, doctrina y jurisprudencia
europea, principalmente francesa, italiana y alemana, que se superpusieron a la
básica estructura hispánica, portuguesa o francesa dejada por el respectivo régi-
men colonial; y que mientras que la consulta de los textos extranjeros europeos
se intensificó, en poco o en nada se estimó la decantación de los problemas, su
particular reflexión y la contribución de los vecinos geográficos, pues aún a costa
de ignorar básicas diferencias en la estructura social y económica, acudir a las
fuentes directas siempre pareció la más segura guía para la interpretación cierta
(Morales, 1972, 239).
Esta tendencia se puede comprobar en el proceso de codificación mercantil
neogranadino de 1842, en el que el modelo elegido expresamente fue el Código
de Comercio español de 1829, no sólo por la cercanía lingüística y cultural que
unían a la ex colonia a la antigua metrópoli y la tópica legal bajo la que vivió más
de tres siglos, sino porque en la cuarta década del siglo XIX el estatuto ibérico
se presentaba como un código actualizado que le disputaba el crédito al Código
de Comercio de Francia, que había inaugurado la época de codificación en 1807,
actualización y modernización en la se tuvo como referentes la jurisprudencia
consular y las opiniones de tratadistas españoles y del francés Jean Marie Pardessus,
quien posteriormente declararía que el Código de Comercio de España de 1829
era “mucho más perfecto que todos los que habían salido a la luz” (Olavarría, 1961, 88).
El prestigio del Código de Comercio de España de 1829, también se puede
constatar en el tratado de Legislación Comercial Comparada, de 1869 del jurista vene-
zolano Ricardo Ovidio Limardo, quien destaca las modificaciones introducidas
en el estatuto ibérico que permiten no sólo equipararlo al prototipo francés, sino
recomendarlo como referente imperioso al momento de que los Estados hispa-
noamericanos se decidieran a reformar radicalmente su legislación comercial:
15
Para la actualización del proyecto neogranadino efectuada en 1853 se habían sumado cuatro
(4) códigos nuevos: los de Santo Domingo (1845), Paraguay (1846), Brasil (1850) y Turquía
(1850).
123
16
La concurrencia de este doble criterio de selección, acceso a un código actualizado y reverencia
a la herencia hispánica, ya había sido explícitamente presentada y justificada por el Secretario
de Estado y de lo Interior de la Republica de Colombia, don José Manuel Restrepo, quien en
relación con el primer Proyecto de Código Penal en 1823 manifestó: “Para facilitar algunos trabajos
al congreso en la formacion del código, el gobierno creó una comision desde el mes de enero de 1822. Habiendo
llegado posteriormente el proyecto de código criminal que adoptaron las córtes españolas, un magistrado de luces
y que desea la reforma de nuestra lejislacion, se encargó de imprimirle nuevamente con las variaciones que exijen
las leyes fundamentales de Colombia. El ejecutivo presentará al congreso un número suficiente de ejemplares, y
siendo este código sencillo, perfecto y acomodado á nuestros antiguos usos, costumbres y relijion, recomienda al
cuerpo lejislativo, el que se adopte provisoriamente y por via de ensayo. En el primer congreso jeneral se man-
daron observar las leyes españolas, sin haber podido examinar la utilidad y conveniencia de cada una de ellas.
Con mucha mayor razon pudiera prescribirse lo mismo, respecto del nuevo código español, redactado conforme a
las luces del siglo y teniendo presentes los mejores que se han publicado en la culta Europa. Este seria un paso
muy importante para que la administracion de justicia se perfeccionara en Colombia, y una comision que puede
nombrar el congreso, irá preparando para otra lejislatura el proyecto del código permanente de la República”
(Restrepo, 1823, 34).
124
En efecto, Haití no sólo se destaca por ser el país pionero en declarar su Inde-
pendencia (1804), consolidar su proceso emancipatorio al rechazar exitosamente el
intento de reconquista de Napoleón (1808), lograr la capitulación francesa (1809)
y expedir Constituciones (1805, 1806, 1807, 1811, 1816), sino que figura como el
Estado en el que se promulgó el primer Código de Comercio de América, que en
su versión original fue redactado en francés.
Correspondió al presidente Boyer intentar la codificación de las leyes que
regirían la nación haitiana. Para ello el 6 de octubre de 1818 designó una comisión
integrada por nueve personas que tardó más de dos años en realizar el trabajo
encomendado. El Proyecto de Código de Comercio fue enviado al Parlamento
en 1825, fue aprobado por la Cámara de los Comunes el 8 de marzo de 1826,
decretado por el Senado el 27 de marzo del mismo año y promulgado el 28 de
marzo de 1826. Entró a regir el 1º de julio de 1827 y estuvo en vigor por más de
110 años, sufriendo sólo escasas modificaciones durante este largo lapso (Olava-
rría, 1961, 153-154).
125
Decreta:
Art. 1.° Se autoriza al Poder Ejecutivo para que disponga se observe el código de
comercio sancionado i promulgado en Madrid el 30 de mayo de 1829, luego que pueda
proporcionar á los tribunales competentes el número de ejemplares necesario.
Art. 2.° Se suprime en todas sus partes el lib. 5.° del código mencionado: por con-
siguiente el consulado de Guayaquil subsistirá como hasta aquí rigiéndose por la célula
de 14 de junio de 1795, mandada observar por el decreto de 1.° de agosto de 1829, en
todo lo que no se oponga a la presente.
Art. 3.° El Gobierno con informe del consulado manifestará al Congreso en la
próxima lejislatura las modificaciones que en su concepto crea necesario hacer en dicho
código, para que sirvan de base en su discusión.
Art. 4.° Luego que se publique por el Poder Ejecutivo el código de comercio, quedarán
derogadas las ordenanzas de Bilbao, cédulas reales, órdenes i leyes vijentes en la materia.
Dada en Quito á cuatro de noviembre de mil ochocientos treinta i uno – Vijésimo
primo de la independencia- El Presidente del Congreso- Manuel Mateu- Mariano Miño-
Secretario- Palacio de Gobierno en Quito á ocho de noviembre de mil ochocientos treinta
i uno-Ejecútese- Juan José Flores- Por S.E. el Presidente- El Ministro Secretario de
Estado-José Felix Valdivieso. (República del Ecuador, 1840, 172, 173).
126
tituye, históricamente hablando, uno de los trabajos más interesantes que puedan
darse en América (Olavarría, 1961, 171).
Al legendario mariscal y dictador boliviano Andrés Santa Cruz y Calaumana
(1792-1865), caudillo indígena de gran capacidad ejecutiva y genial organizador,
le correspondió intentar la codificación de su país (Olavarría, 1961, 172).
Mediante Ley de 23 de septiembre de 1831, la cámara legislativa autorizó al
“Capitán Jeneral”, cuyo nombre ya llevaban los Códigos Civil y Penal de 1830, para
que “mandara” revisar por la Corte Suprema y Superior de Chuquisaca, los “Códigos
de Procederes, Minería y Comercio” y los presentara a las Cámaras “como parte del Código
Santacruz” (República Boliviana, 1834, Tomo 3º, Primer Volumen, 110).
Luego de surtir los trámites respectivos, el 5 de noviembre de 1834 en Chu-
quisaca el Senado, presidido por Crispin Diez de Medina, autorizó el Código
Mercantil de Bolivia. El 12 de noviembre de 1834 el “Capitán Jeneral” aprobó el
llamado Código Mercantil Santa Cruz que empezaría a regir el 30 de septiembre
de 1835, según lo dispuesto en el Decreto del 29 de agosto de ese año (Olavarría,
1961, 172)17.
Para Olavarría Ávila, no es acertada la hipótesis de que la labor legislativa boli-
viana fue una “apresurada traducción del Código Napoleónico”, ya que, mientras
que en la parte del comercio terrestre el código boliviano tiene 486 artículos, el
estatuto francés dedica a esta materia sólo 189 disposiciones, siendo, además,
notoria la diferencia entre ambos textos (Olavarría, 1961, 172).
En opinión del profesor chileno, el Código de Comercio de Bolivia de 1834
tuvo como fuente primaria y casi única al estatuto mercantil español de 1829, y repre-
senta un “enorme esfuerzo de síntesis” en 486 artículos de las materias tratadas en el
modelo español en 582 artículos (Olavarría, 1961, 172)18.
El profesor de Derecho Comercial de la Universidad de Chile, destaca que
aunque se ignora quién fue el acomodador del texto legal boliviano, es evidente que,
para la época y el estado cultural del país en el que le tocó trabajar, debió ser un
17
El Art. 843 del Código dispuso: “Este Código empezará a regir a los dos meses de su publicación,
quedando desde esta fecha sin vigor las Ordenanzas llamadas de Bilbao, la Cédula ereccional
del Consulado de Buenos Aires y las demás disposiciones que actualmente reglan los juicios y
negocios en materia de comercio” (Olavarría, 1961, 180).
18
Olavarría destaca que en 1892 un autor alemán manifestó que el código boliviano “reposa en el
Francés, el Portugués, antiguo Español y Holandés”, afirmación que en su opinión no resulta atinada
si se tiene en cuenta que el portugués es casi contemporáneo del boliviano y que éste es anterior
en cuatro años al holandés que le habría servido de fuente. Riesser, Jacob: “Grundgedanken in
den codificierten Handelsrechteb aller Länder”, Sttugart, Encke, 1892 (Olavarría, 1961, 180).
127
19
Es probable también que fuera uno o alguno de los miembros de la comisión nombrada para
el Código Civil de 1830, promulgado por Santa Cruz, la que estaba compuesta por los Señores
Manuel María Urcullu, Manuel José Antequera, José María de la Llosa y Casimiro Olañeta
(Olavarría, 1961, 181).
20
Por Decreto de 15 de febrero de 1862 el Poder Ejecutivo de Venezuela adoptó su primer Código
de Comercio. Por razones que nunca se han esclarecido, el mismo año se derogó el Código
recién promulgado y se reemplazó por otro, reformado, que fue promulgado el 29 de agosto
de 1862. Dicho Código fue el único de los Códigos venezolanos que escapó a la derogación
general que de ellos hizo, aparentemente por puras razones de odiosidad política, el dictador
y Jefe Provisional de la República General Juan Crisóstomo Falcón, quien por Decreto de 8
de agosto de 1863 declaró “nulas y de ningún valor las disposiciones legislativas y ejecutivas
dictadas con anterioridad a marzo de 1858, con la sola excepción del Código de Comercio” (Olavarría,
128
1961, 387-388). En Colombia, el 1º de junio 1853, el Presidente José María Obando sancionó
el primer Código de Comercio neogranadino. Pasados menos de once meses el Comandante
General del Ejercito General José María Melo orquestó el golpe de estado del 17 de abril de
1854, que duró sólo ocho meses y dejó como consecuencia el juzgamiento y destitución por
el Congreso del Presidente Obando, golpe de cuartel del cual también salió indemne el primer
estatuto mercantil colombiano recientemente adoptado.
21
Luego de 134 años de vigencia el General y Presidente de la República de Bolivia Hugo Banzer
Suarez, mediante el Decreto Ley Nº 14379 del 25 de febrero de 1977, abrogó el Código Mer-
cantil del 12 de noviembre de 1834, sus Leyes complementarias y modificatorias, derogándose
todas las disposiciones contrarias al nuevo Código que entró a regir en 1978.
129
Sin haberlo sometido a la metodología diseñada para la comparación de los códigos, en principio,
se puede sugerir que el modelo boliviano de 1834 no fue tenido en cuenta por el codificador
neogranadino de 1842.
22
Al reflexionar sobre la relación entre la institucionalidad jurídica y el crecimiento económico, el
profesor Germán Burgos Silva advierte que la valoración integral y crítica de los análisis teóricos
y empíricos sobre esta relación, lo llevan a sostener que, si bien todos los estudios coinciden
en afirmar la existencia de alguna relación entre las dimensiones jurídicas y el funcionamiento
eficiente del mercado, los términos de esta relación no logran determinarse de manera adecuada,
porque teóricamente nunca se ha logrado desarrollar el tipo de relación, sea de causalidad o
de condicionalidad, ya que, por regla general, la argumentación no logra elucidar una interde-
pendencia abstracta entre lo jurídico y lo económico; y porque las explicaciones que se han
tratado de dar con base en estudios econométricos y estadísticos están plagados de deficiencias
metodológicas que afectan la fortaleza de las conclusiones sobre la verdadera relación que
existe entre instituciones y crecimiento (Burgos, 2007, 11 - 13), fallas que igualmente agobian
la conclusión de Robert Charles Means sobre el supuesto “subdesarrollo legal” de la Nueva
Granada y las causas del mismo.
130
131
Ante la creencia general, aun entre los jurisconsultos españoles, de que Pedro
Sainz de Andino formó su proyecto de Código sólo con el auxilio de Francia y
de las obras de los escritores franceses, el profesor español Faustino Álvarez del
Manzano destaca que en buena lógica, las grandes diferencias que existen, en la
forma y en el fondo, entre el Código francés y el español, y las marcadas analogías
que hay entre muchas disposiciones de este último y numerosas leyes de las antiguas
compilaciones españolas, sobre todo del Consulado del Mar y de las Ordenanzas
de Bilbao, le permiten inferir que:
Sáinz de Andino, hermanando con su buen criterio los elementos franceses y espa-
ñoles, hizo un Código que si no es genuinamente español, tampoco, puede llamársele
absolutamente francés: resalta en él el carácter distintivo de la escuela mercantil francesa,
dominante entonces, pero, en mi humilde concepto, nada más. (Álvarez del Manzano,
1903, 661)
D. Pedro Sáinz de Andino, profundo conocedor de nuestras antiguas compilaciones
mercantiles y, como buen español, amante de las glorias patrias, al redactar su proyecto
de Código de Comercio, debió tener á la vista las venerables fuentes españolas y la sabia
jurisprudencia comercial que sobre ellas habían ido formando nuestros insignes Consu-
lados; pero en 1807 apareció el Código francés, que se introdujo en Italia en 1808 y en
Holanda en 1811, y que se extendió á Bélgica reunida á Holanda en 1815, y nada más
natural que Sáinz de Andino se fijara en ese Código, que, sobre ser el primero completo y
general en el orden cronológico, parecía destinado, por su mérito, y por la preponderancia
francesa en el antiguo continente, á llevar su poderosa influencia á todas partes; y, por
último, si el Código de Comercio de Francia fué objeto de profundos y extensos comen-
tarios, constituyendo la base principal de la escuela mercantil francesa, representada por
jurisconsultos notables y avalorada con sus producciones científicas, Saínz de Andino
no podía menos de consultar, á falta de otros mejores, los libros de los autores franceses,
únicos, puede decirse, en la literatura jurídico-mercantil de aquella época. Y, en efecto,
no es difícil descubrir la presencia de estos distintos elementos en el Código de Comercio
español de 1829. (Álvarez del Manzano, 1903, 660, 661)
Este carácter híbrido del estatuto mercantil español de 1829 también es resal-
tado por el profesor chileno Julio Olavarría, quien sostiene que aun cuando tomó
como ejemplo el Código de Comercio Francés de 1807, la comisión se inspiró en
forma destacada en la legislación española, principalmente en las Ordenanzas de
Bilbao, el Consulado del Mar, y que asimismo se tuvo como referentes la jurispru-
dencia consular y las opiniones de tratadistas españoles y del francés Pardessus,
quien posteriormente declararía que el Código de Comercio de España de 1829
era “mucho más perfecto que todos los que habían salido a la luz” (Olavarría, 1961, 88).
Sin embargo pronto comenzaron a notarse los defectos de este “monumento
jurídico”. Adolecía de notables faltas de plan y de disposiciones oscuras. Se
observó exceso de preceptos de carácter procesal y falta de criterio científico
132
133
que se verificaba la reforma se debía declarar que dicho Código conservaba toda su
fuerza y vigor en los puntos que directa o indirectamente no fueran contrarios a las
Cartas Políticas (Pombo y Guerra, 1986, 21, 22, 338, 123, 442, 483).
Por su parte, los Estados Soberanos de Tunja y Antioquia establecieron que
luego de que “lo permitieran las circunstancias”, la Legislatura debía “ocuparse en la for-
mación de un sabio Código Civil y otro Criminal ”, para que las penas guardaran “exacta
proporción con los delitos” y los delincuentes fueran “justa y brevemente castigados”, y
ninguno sufra “privaciones violentas, ni vejaciones antes de ser sentenciado” (Pombo y
Guerra, 1986, 21, 22, 338, 123, 442, 483)23.
Coherente con estos preceptos constitucionales, una década después, en el
Decreto del 5 de enero de 1822, el Vicepresidente Santander expresó que era nece-
sario presentar al Congreso proyectos “modernos” para la creación de los Códigos
Civil y Criminal, y para cumplir tal propósito ordenó crear una “una comisión de
letrados” que, partiendo del estudio de los códigos civiles y penales “más celebres en
Europa” y de las“bases fundamentales” sobre las que se había organizado el sistema
de gobierno de Colombia, redactara un proyecto de legislación “propio y análogo a
la República”:
DECRETO DEL GOBIERNO.
Francisco de Paula Santander, jeneral de division de los ejércitos de colombia, vice-
presidente de la República encargado del poder ejecutivo etc.
Deseando el gobierno emplear todos los medios posibles á fin de presentar al futuro
congreso un proyecto de codigo cívil y criminal, que facilite la administracion de justicia
en la República, sin las trabas y embarazos que ofrecen la actual lejislatura española, y
considerando que un trabajo de tal naturaleza demanda tiempo y serias medi-
taciones, á que tal vez no podría entregarse el congreso ocupado en el corto periodo de
las sesiones de objetos de mayor preferencia, he venido en decretar lo siguiente:
Artículo 1. Se crea una comision de letrados para que en vista de los codigos civiles y
penales mas celebres en Europa, de la lejislacion española, y de las bases fundamentales
sobre que se há organizado el sistema de gobierno de Colombia, redacte un proyecto de
lejislacion propio y analogo á la República.
2. Será preferente trabajo de esta comision el redactar la parte del codigo que trata
sobre el modo de conocér y proceder en los jusgados y tribunales de jus-
ticia, como lo que mas imperiosamente demanda una reforma útil y benéfica
á los colombianos.
23
Ver los artículos 24 y 43 de las Constituciones de Cundinamarca de 1811 y 1812, 9 de la
Constitución de la República de Tunja de 1811, y 10 y 20 de las Constituciones de los Estados
Soberanos de Antioquia y de Cartagena de Indias de 1812.
134
24
Gaceta de Colombia, Bogotá, 28 de abril de 1822-12, trimestre 2º, Número 28, página 1.
135
En cuanto a las “bases fundamentales” sobre las que se había organizado el sistema
económico de Colombia, de la mano de Jean Baptiste Say, el constitucionalista neo-
granadino Antonio del Real Cortines en su texto Elementos de Derecho Constitucional,
desde 1839 enseñaba que la inviolabilidad de la propiedad debía formar uno de los
más “sagrados” principios de los gobiernos que tienen por guía la felicidad de los
ciudadanos, y sería bien “bárbaro” el código constitucional que no lo sancionase;
que la más sagrada de las propiedades era la de las facultades industriales porque es
la menos sujeta a disputa y aquella cuya violación trae consigo mayores perjuicios;
que todo privilegio proporciona una posibilidad de obtener ganancias no debidas
y ese mayor lucro lo paga la clase consumidora; que al brindar una seguridad de
ganancia el monopolio hace al privilegiado menos activo, cuidadoso y económico;
y que, sin ser monopolios propiamente dichos, los gremios o corporaciones de
industriosos tienen sobre la producción el mismo efecto que ellos, pues:
(…) con estas instituciones monstruosas se fuerza al mérito sobresaliente a marchar
al paso de la medianía, y cosa más absurda, se pone la entrada en un gremio a disposi-
ción de los maestros, es decir, de los coproductores interesados directamente en limitar el
número de concurrentes y de cerrar la puerta al mérito distinguido.
136
Por consiguiente, nótese que en uno y otro caso, es decir, tanto en el Proyecto
de Código Penal de 1823, como en el Proyecto de Código de Comercio de 1842,
siguiendo la obvia y temprana tradición constitucional, no se trataba de “copiar
o calcar” ciegamente, sino de “producir y crear”, en medio de unas condiciones
no necesariamente comunes a las de Europa y América, unos textos jurídicos, una
25
Ver Informe Consejo de Estado sobre registro de actas de la corporación, Archivo General
de la Nación; fondo: Sección República; Sección Consejo de Estado, 1.843-1.845, Legajo 4,
Carpeta 3, folios 400-402.
137
26
Cabe anotar que hay autores que equivocadamente han referenciado un modelo distinto al
Código de Comercio español de 1829. En su reseña histórica que data de 1909, Pablo José
Bustillo indica que el primer código de derecho mercantil español se llamó Ordenanzas de
Bilbao, y que, naturalmente es de suponer, al haber sido importado por los conquistadores éste
fuera el primer estatuto mercantil que se conociera en Colombia y que sirviera de base para la
redacción de nuestro primer Código de Comercio de 1853 (Bustillo, 1909, 6). Al referirse al
proceso histórico de la legislación mercantil en 1965, Miguel Aguilera sostiene que el Código
de Comercio colombiano de 1853 fue elaborado sobre los principios cardinales del Código de
Comercio de Napoleón y que “no se trató de una traducción servil, sino una adaptación a la índole de nuestro
país, y a las costumbres heredadas de los españoles” (Aguilera, 1965, 306). Por su parte, en 2008, el
economista Salomón Kalmanovitz afirmaba que en 1853 “se introdujo el moderno código napoleónico
de comercio que remplazó a las Ordenanzas de Bilbao” (Kalmanovitz, 2008, 222).
138
las antiguas leyes y ordenanzas mercantiles habían sido reemplazadas, por el Código de
1829, entre nosotros se creyó prudente seguir esta obra, que los legisladores granadinos
reprodujeron casi textualmente en el Código de Comercio sancionado el 1.º de Junio de
1853. (Uribe, 1907, 14)
139
Comercio de España de 1829” y que este “primer Código es copia del Código de
Comercio español de 1829” (Roa, 2008, 20; Espinosa, 2008, 45; Medina, 2008, 21).
Obsérvese que quienes han sostenido que el primer Código de Comercio del
país es “una mera réplica” del Código de Comercio español han expresado sus
“opiniones” de manera muy general sin entrar a explicar el sustento de sus dichos.
De ahí que es un imperativo implementar una metodología que permita establecer
y demostrar si en realidad los legisladores neogranadinos se limitaron a realizar un
trabajo “servil” o “parasitario” respecto de la horma elegida.
140
Tal es el caso del profesor de la Universidad EAFIT Rodrigo Puyo Vasco y del
maestro de la Universidad Javeriana Eduardo Madriñán de la Torre. Mientras que
el primero, sostiene que el Código de Comercio español de 1829 “fue adoptado por
la Nueva Granada casi in integrum en 1853” y que “tan sólo se excluyó el capítulo
relativo a la jurisdicción mercantil”; el segundo, destaca que el primer Código
de Comercio del país “recogía en buena parte los términos y las orientaciones del
español de 1829, aunque en su art. 1 se apartaba del criterio mixto adoptado por su
modelo”; y que dicho código, “cuya bondad y relativa perfección técnica pone de relieve
el profesor Pinzón, tuvo vigencia precaria” (Puyo, 2006, 64; Madriñán de la Torre,
1990, 22; 2008, 24).
Desde su primera edición en 1957 el maestro José Gabino Pinzón apuntó que
en 1853 se elaboró un Código Nacional de Comercio que aunque “se inspiró sus-
tancialmente en el español de 1829” suprimió “algunas pocas cosas” del molde elegido
(Pinzón, 1957, 53):
El 1° de junio de 1853 fue sancionado el primer Código de Comercio del país,
dividido en libros, títulos, y secciones que coinciden exactamente, en sus denomina-
ciones y objeto, con la distribución de materias hechas en el Código Español de 1829.
Antes, pues, que en Argentina, Chile, México y otros países del continente, se adoptó
un Código de Comercio que, aunque es casi una reproducción completa del Código
español, representó un hecho importante en la historia del derecho comercial del país.
Del molde utilizado se suprimieron algunas pocas cosas y entre ellas lo relacionado
con la jurisdicción especial del comercio. De manera que respecto de él solo vale la pena
hacer resaltar algunos pocos aspectos.
141
c) Entre las “disposiciones varias” que se agregaron a lo que era el cuerpo del Código
español hay una que tiene por fin fijar un criterio de interpretación y de aplicación
de las normas del Código, que resulta de interés, especialmente por la forma en que
se invocaban la legislación y la doctrina extranjeras (…)
ch) Con este Código dejaron de regir en el país las Ordenanzas de Bilbao (…). (Pinzón,
1966, 33; Pinzón, 1985, 39-40).
142
Sin embargo, no basta con resaltar las diez variaciones que, al comparar el
Código de Comercio de la Nueva Granada de 1853 con el Código de Comercio
de España de 1829, hasta ahora han reseñado los doctrinantes, igualmente en
forma genérica.
De ahí que sea un imperativo diseñar e implementar una metodología que per-
mita establecer si en realidad los legisladores neogranadinos se limitaron a realizar
un trabajo “servil” o “parasitario” respecto de la horma elegida, y demostrar que
la difundida tesis de la mera “copia”, “remedo” o “calco” de los modelos legales
europeos no explica la complejidad de la historia del derecho colombiano, puesto que
el proceso de codificación de la legislación mercantil del país fue mucho más que
el simple “traslado mecánico” de textos europeos a los mundos americanos con el
fin de “repetir” lo que se “hacía”, se “pensaba” y se “escribía” en el Viejo Mundo.
143
145
27
Ante la creencia generalizada que una buena investigación científica debe producir resultados
que sean estadísticamente significativos, se ha sugerido que la significancia estadística debe
evaluarse con base en su influencia para refinar una teoría. Por tal razón, la significancia prác-
tica hace énfasis en la utilidad para la generación de conocimientos nuevos, en el papel para
el desarrollo, comprobación o rechazo de teorías y en el efecto que tienen los resultados en
aumentar o disminuir la confianza del investigador en determinada explicación de un evento
observado. Es decir, que la significancia de los resultados de una investigación se juzga no
tanto con base en criterios matemáticos, sino en su utilidad práctica, importancia empírica,
base y aceptación teórica y comparación con otras investigaciones similares. Por consiguiente,
es importante destacar que a diferencia del análisis cuantitativo en el que bajo el concepto de
nivel de significancia se desestima diferencias cuantitativas estadísticamente insignificantes [menores al 5%
en un escenario típico], el estudio cualitativo propuesto por la teoría de la recepción jurídica o
trasplante jurídico, aprecia e incluso privilegia el análisis de las “pequeñas diferencias” halladas entre
el modelo elegido y la copia implantada, por cuanto dichas particularidades suelen ser las que
suministran las noticias relevantes sobre las sociedad receptora. De ahí que, con el fin de hacer
compatibles estos análisis, sea recomendable acudir y aplicar un nivel de significancia estricto[en
el que sólo se desestima las diferencias menores al 1% (0,01)].
28
Dado que a lo largo de este documento hemos hecho uso de la expresión codificación en su
sentido jurídico y puesto que Strauss y Corbin hacen referencia a la codificación desde el punto
de vista estrictamente metodológico, con el fin de evitar confusiones he optado por sustituir
la palabra codificación por la de categorización para referir el proceso de manejo y clasificación de
la información conforme a categorías y conceptos.
146
Tabla 4
Eliminaciones y Modificaciones en el Proyecto de Código de Comercio
de la Nueva Granada
Eliminaciones Modificaciones
29
Los soportes de la categorización abierta adelantada en este trabajo obran en los documentos
de trabajo y en archivos digitales que por su extensión no se incorporan en este texto, pero que
pueden ser consultados por los interesados comunicándose con el autor al mail: jjalmonacid@
yahoo.com.
147
Eliminaciones Modificaciones
(14) Gramatical
148
Tabla 5
Distinciones fundamentales entre
proto-constitucionalismo y constitucionalismo moderno
• Producto de la Europa medieval y del antiguo • Producto de las tres revoluciones ilustradas
régimen (siglo XIII-1775) en Anglo-América, Francia e Hispano-América,
nacido entre 1776 y 1825.
• Limitación del poder público por leyes funda-
mentales y un derecho oral consuetudinario, sin • Constituciones formales escritas al estilo de
codificar constituciones formales codificaciones completas
• Separación horizontal de poderes en el • Separación horizontal de poderes al estilo
bipolarismo institucionalizado, sin distinguir de tridimensional-funcional
modo funcional
• Derechos individuales
• Derechos de grupo (comunidades) y privilegios
• Figuración secularizada y laica
• Figuración espiritualizada y religiosa
• Fuente de legitimidad: el pueblo (o Nación).
• Fuente de legitimidad: Dios y el Monarca.
149
Tabla 6
Errores de numeración en el Proyecto de Código de Comercio
de la Nueva Granada de 1842
Fuente: elaboración del autor.
Errores
Comentarios
Dice Debería decir
151
Como se puede observar existen dos errores que hacen variar la secuencia
numérica del proyecto, pues en el artículo que debería llevar el número 271 aparece
con el 270, lo cual atrasa un número la serie; pero, el artículo que debería llevar
el 424 aparece con el 425, lo que nuevamente se adelanta en un número la serie,
constatándose de esta forma que el total de 1099 artículos de la copia impresa
no varía.
Sin embargo, hay que prevenir que existe un artículo adicional que fue incor-
porado por el redactor neogranadino, cuyo contenido no ha sido posible verificar
debido a que la única copia disponible evidencia algunos errores tipográficos
en que incurrió, en 1843, la imprenta de J. A. Cualla, respecto de lo que quedó
consignado en las actas del Consejo de Estado y en las gacetas del Congreso de
la Nueva Granada en las que inequívocamente se da cuenta de que el proyecto ela-
borado, discutido y aprobado por Consejo y remitido al Congreso en 1843 estaba
integrado por mil cien (1.100) artículos30.
Hay serios indicios para presumir que muy seguramente el artículo refundido y
omitido en la copia impresa podría corresponder a la última norma del proyecto
mediante la cual se declaraba formalmente derogadas las Ordenanzas de Bilbao
y que en el modelo español adoptado figuraba como una nota final del Rey del
siguiente tenor:
Por tanto ordeno y mando á todos mis Consejos, Chancillerías y Audiencias, y
demás Tribunales, Jueces, Autoridades y personas de estos mis Reinos y Señoríos, que
guarden, cumplan y ejecuten, y cada cual haga guardar, cumplir y ejecutar todas las
disposiciones de este Código, teniéndolo como ley y estatuto firme y perpétuo, general para
toda la Monarquía, sin contravenir á ellas en manera alguna; y derogo todas las leyes,
decretos, órdenes y reglamentos que regian hasta el dia en las materias y asuntos
de comercio, y especialmente todas las ordenanzas particulares de los Consulados
de Reino, queriendo que se tengan para desde hoy en adelante por derogadas y
revocadas, y que no produzcan efecto alguno en juicio ni fuera de él, y que solo se
observe y cumpla cuanto en este Código va prescrito y decretado: que asi es mi Soberana
voluntad, á cuyo fin he mandado despachar la presente cédula, que va firmada de mi
Real mano, sellada con mi sello secreto; y refrendada de mis insfrascrito secretario de
Estado y del Despacho universal de Hacienda, que la comunicará á quien corresponda,
y dispondrá cuanto convenga á su cumplimiento. Dada en Aranjuez á treinta de mayo
de mil ochocientos veinte y nueve.” (Código Comercio de España de 1829, 521
y 522, Resaltado fuera de texto).
Estas apostillas demuestran que incluso una labor tan sencilla como es la de
determinar la extensión de los textos que se van a comparar demanda ciertas pre-
cauciones como la de descartar la existencia de eventuales errores de numeración
30
Informe publicado en la Gaceta de la Nueva Granada, 631, Bogotá, jueves 22 de junio de 1843.
152
originados por ejemplo en los procesos de impresión, cautela que debe ser mayor
cuando el objeto de análisis son antiguos códigos redactados e impresos en el
siglos XIX, tal y como es el caso que nos ocupa.
Hechas estas precisiones es procedente efectuar la comparación estadística de
la cual se puede concluir que el conteo y comparación del número de artículos
que integran los dos textos bajo estudio evidencia una primera e incontrastable
diferencia cuantitativa significativa: que por el número de artículos que los conforman,
el Proyecto de Código de Comercio neogranadino de 1842 es 9.76% más “corto”
que el Código de Comercio español 1829.
Tabla 7
Comparación estadística de cantidad de artículos
entre el Proyecto de Código de Comercio neogranadino de 1842
y el Código de Comercio español de 1829
Fuente: elaboración del Autor.
Diferencia 119
Porcentaje 9.76%
Proyecto
Pro de Códigoo de Comercio
yecto de Código de Comercio 1100
neogranadino de
neogranadino 1842
de 1842
Códigode Comercio esp
de Comercio español
Código d de 1829
pañol de 1829
1219 119
0 200
0 200 400
400 600
600 800
800 1000
000 1200
10 1200 1400
1400
0
Cantidad de artículos
Cantidad de artículos Diferencia
Diferencia
153
Tabla 8:
Comparación de las estructuras del Proyecto de Código de Comercio
de la Nueva Granada de 1842 y del Código de Comercio de España de 1829
Fuente: Elaboración del Autor.
Código Español Proyecto Nueva Granada Diferencia
Nº de Nº de
Libro Título Libro Título Título Sección
Secciones Secciones
1 1 1 1 0 0
2 3 2 3 0 0
3 4 3 3 0 1
Subtotal 1 7 Subtotal 1 6 0 1
2 1 2 1 0 0
2 4 2 4 0 0
3 3 3 3 0 0
4 4 0 0
5 5 0 0
6 6 0 0
7 7 0 0
8 8 0 0
9 12 9 12 0 0
10 10 0 0
11 11 0 0
12 12 0 0
Subtotal 2 19 Subtotal 2 19 0 0
154
155
Tabla 9:
Comparación de estructuras del Código de Comercio español de 1829
y el Proyecto de Código de Comercio neogranadino de 1842
Fuente: elaboración del Autor.
Diferencia 0 3 2
156
Las dos secciones excluidas atañen a la sección 1ª del título 3º del libro 1º y a
la sección 5ª del título 2º del libro 3º que tocan respectivamente a los corredores
y a los corredores intérpretes de navíos, integradas por 61 artículos.
Un análisis más detallado centrado en los artículos de los estatutos comparados,
que son la unidad básica de todo código, permitió establecer que además de los
100 artículos antes indicados, del modelo español también fueron excluidos 22
artículos distribuidos así:
31
Ver: Informe Consejo de Estado sobre registro de actas de la corporación, Archivo General
de la Nación; fondo: Sección República; Sección Consejo de Estado, 1.843-1.845, Legajo 4,
Carpeta 3, folios 401-402.
157
158
Tabla 10:
Temas sobre los que versaron la eliminación de los artículos.
Nombre Cantidad %
.
Figura 7: Distribución de las normas eliminadas en el Proyecto de Código de Comercio neogranadino
de 1842.
Fuente: Elaboración del autor.
159
Tabla 11:
Conceptos orientadores de la modificación del articulado del modelo
Fuente: elaboración del Autor.
Nombre Cantidad %
(2) Geográfico 15 8%
160
Nombre Cantidad %
161
En cuanto al tercer artículo incorporado hay que reiterar que no ha sido posible
verificar su contenido, debido a que la única copia localizada evidencia algunos
errores tipográficos en que incurrió, en 1843, la imprenta de J. A. Cualla, y que
los indicios llevan a presumir que el artículo refundido podría corresponder a la
última norma del proyecto mediante la cual se declaraba formalmente derogadas
las Ordenanzas de Bilbao.
32
Ver artículos 32 y 1099 del Proyecto de Código de Comercio de 1842: “Art. 32. En el caso de
resultar que, à consecuencia del defecto ò vicio hallado en los libros se ha suplantado en ellos
alguna partida que en su totalidad ò en alguna de sus circunstancias contenga falsedad, se pro-
cederà criminalmente por el juzgado competente, contra el comerciante dueño de los libros.”
(…) “Art. 1099. Los jueces de primera instancia, los tribunales de apelaciones y la Suprema
Corte de justicia, cuando conozcan en causas de comercio, se arreglaran al procedimiento civil
para la sustanciacion y tramites del juicio, en cuanto no se oponga a las disposiciones de este
código.”
162
Tabla 12:
Variaciones al modelo español de 1829
Artículos
Libro Denominación Eliminados Modificados Copiados
Español
163
165
166
33
El profesor Bernd Marquardt distingue siete grandes sistemas políticos con características
propias. Dentro de estos sistemas aquí interesa reseñar el Reino dinástico tradicional, la Monarquía
autocrática moderna, la Monarquía liberal y el Estado constitucional republicano democrático. El primero,
se trató del modelo típico del Estado de las civilizaciones agrarias, que en el caso de Europa
durante los siglos XIII a XVIII sólo elaboraron variantes del proto-constitucionalismo. La
segunda, fue el modelo predominante en Europa continental entre la coronación francesa de
Napoleón Bonaparte en 1804 y la abdicación de Guillermo II del Imperio Alemán en 1918
teniendo como característica extendida la legitimación por el principio monárquico, es decir, la
soberanía del monarca sin realizar una verdadera separación de poderes, pues él mismo actúo
como el super-poder constituyente. En el tercer modelo sobrevivió el gobierno monárquico
como tal, pero el sistema fue radicalmente modificado según la lógica de funcionamiento del
Estado constitucional republicano-democrático. En particular este modelo se difundió a partir
del Acta de la Norteamericana Británica (Canadá) de 1867. Organizó los demás dominios del
167
Tabla 13:
Formas de gobiernos en los momentos de codificación
Fuente: Elaboración del autor.
Reino de Gran Bretaña y desde 1918 fue transferido a las monarquías europeas que sobrevivieron
a la Primera Guerra Mundial. El cuarto modelo, es decir, el Estado constitucional republicano-
democrático nació en las revoluciones de la Ilustración política, entre 1776 y 1825, como el
nuevo modelo estándar de las dos Américas, entre Washington y Santiago de Chile, sufriendo
una profundización notable en el marco del alto liberalismo hispanoamericano de las décadas
de 1850 y 1860 (Marquardt, 2011, 37-39).
168
34
Ver por ejemplo el estudio del Proyecto de Código de Comercio de 1842 en el Consejo de
Estado que se surtió mediante tres (3) debates. Durante el segundo debate el artículo 355 tuvo
un voto negativo del Señor Revollo, los artículos 824, 828, 829, 849 y 860 se modificaron por
propuesta de los señores Malo y Quijano. En el tercer debate los artículos 42, 829 y 1062 se
modificaron por petición de los señores Revollo, Quijano y Malo. Archivo General de la Nación,
Fondo Archivo Histórico legislativo del Congreso, Sección 1843, Legajo II, Tema Originales
de actas (cámara), Estante 1, Cara B, Bandeja 5, Folios: 93-114.
169
170
171
El artículo 226 del proyecto de 1842 fue simplificado en el artículo 260 del
proyecto de 1853, en los siguientes términos que mantienen la idea fundamental
de que los reglamentos de las sociedades comerciales no son los que las auto-
ridades aprueban sino los que los socios acuerdan, texto que corresponde al que
finalmente fue aprobado como el artículo 260 en el Código de Comercio que
entró en vigencia el 1º de junio de 1853: “Art. 260. En la inscripción i publicación de
las compañías anónimas se insertarán a la letra los reglamentos acordados para su régimen i
gobierno” (Resaltado fuera de texto).
Nuevamente, la modificación de un artículo y la supresión de dos artículos, que
desde el punto de vista cuantitativo sólo equivalen al 2% de los eliminados por el
redactor del Proyecto del Código de Comercio de 1842, engloban una substancial
innovación desde el punto de vista cualitativo representada en el tránsito del sistema
de state control al de incorporation free, pues es evidente que aunque el liberalismo
europeo podía aplaudir la eliminación del control de los gremios, con la liberación
de las corporaciones de todo control administrativo, Colombia no sólo discrepó
del derecho continental de la época sino también de la opinión continental ilus-
trada, variación que para Means en un país europeo hubiera sido perfectamente
un paso “normal” y “significativo”, parece extraordinario, asombroso, sorprendente,
inconcebible o simplemente “exótico” en un país latinoamericano como Colombia,
caracterizado por cumplir firmemente su irremediable papel de “seguidor legal”
(Means, 2011, 194, 202).
Para el investigador norteamericano aunque es evidente que en 1853 Colombia
abandonó el camino que le trazaron los países que eran sus modelos naturales
en asuntos de derecho privado, es “dudoso” que un redactor colombiano que
trabajara en 1842 “entendiera” la heterodoxia de su decisión de liberar a las cor-
poraciones del riguroso control administrativo y, por tal razón le asombra que en
algún sentido dicha decisión se tomara “deliberadamente” ya que no se tomó una
sino dos veces. Inicialmente fue adoptada por el redactor del código que trabajó
por fuera del proceso legislativo y posteriormente fue ratificada por el Congreso
de la República mediante la aprobación del código (Means, 2011, 194, 202, 203).
Con toda seguridad la perplejidad del profesor Means aumentará cuando, a
partir de las fuentes históricas directas descritas en este trabajo, constate que sin
172
duda alguna la supresión de los dos artículos del código español que imponían
el control administrativo a la incorporación societaria efectivamente se dio en
el proyecto original de 1842, y que ciertamente esta fue una decisión colectiva
deliberada y reflexionada, es decir, valorada en su importancia, que fue adoptada
no dos sino cinco veces en el curso de la década que transcurrió entre 1842 y
1853. La decisión inicialmente la tomó el redactor del proyecto de 1842. Fue
secundada por el Consejo de Estado en dicho año al actuar como comisión revi-
sora. Posteriormente fue convalidada por el redactor del proyecto de 1853, quien
indudablemente no sólo usó el texto de 1842 como su proyecto base, sino que
era un redactor más versado en derecho comercial, que estuvo dispuesto ratificar
el abandono de la corriente dominante del derecho continental liberando a las
sociedades comerciales de todo control administrativo. Finalmente, el Congreso
en sus dos cámaras la ratificó.
Por esta “osadía” y “heterodoxia jurídica” los proyectos de Código de Comercio
redactados en 1842 y 1853, y el estatuto mercantil promulgado en este último año,
también tienen ganado un puesto privilegiado entre las legislaciones pioneras sobre
la libre asociación empresarial, independientemente de que Means prevenga que
Colombia no fue el primer país de derecho civil que permitió la libre incorporación,
dado que lo precedieron varios Estados alemanes, que no identifica, y cuyo ejemplo,
a su entender, no explica la libertad de incorporación que permitió el código neogra-
nadino debido a que durante el siglo XIX el derecho alemán ejerció poca o ninguna
influencia en Colombia o en otras partes de América Latina (Means, 2011, 193, 194)35.
35
Cabe advertir que el propio Means resalta que después de la Independencia, la ampliación de
la inversión y del comercio exterior y la migración de empresarios extranjeros abrieron el país
como nunca antes a la influencia extranjera en el campo comercial; que a finales de la Guerra de
Independencia el mineral de hierro, de Pacho Cundinamarca, fue descubierto por Jacob Wiesner,
un minero alemán que el Virrey español llevó a Colombia en 1814, quien estableció una modesta
ferretería, en 1824, que muy pronto vendió a la Sociedad Anónima Franco-Colombiana; que
la primera persona que llevó buques de vapor al rio Magdalena fue Juan Bernardo Elbers, un
inmigrante alemán a quien, en julio de 1823, se le concedió el privilegio exclusivo de 20 años
para la navegación en el río y logró poner el primer bote en río en 1824; que los contactos con
los extranjeros cada vez se hicieron más numerosos e importantes y el conocimiento jurídico
y práctico que se transmitía a través de ellos se alteró fundamentalmente; y que la influencia
extranjera afectó la técnica legal, es decir, los métodos que las partes privadas utilizan para
explotar las posibilidades de un sistema legal, que en el campo del derecho privado se refieren
principalmente a la redacción de contratos y otros instrumentos jurídicos (Means, 2011, 99,
111, 166). Adicionalmente, sobre el legado de la migración alemana en Colombia a mediados de
los siglos XIX y XX, se puede explorar el estudió de la profesora de la Universidad Nacional,
Lorena Cardona González (2010), en el que resalta la vinculación de los alemanes a actividades
de transporte de productos del centro del país hacia el Atlántico, de infraestructura de navegación
por el río Magdalena y de establecimiento de los puertos, así como al impulso de la aviación
nacional. Asimismo, a la construcción de carreteras, ferrocarriles y las principales industrias
de hierro, al igual que a los desarrollos agrícolas a gran escala como los ingenios azucareros, el
café, el algodón y el tabaco, además de cervecerías y chocolaterías.
173
174
auxiliar del comercio que ejerce las actividades de valuador, mediador y fedatario,
cuya intervención, además de facilitar y agilizar las transacciones mercantiles, es
considerada como una garantía de probidad y buena fe (Colegio de Corredores
Públicos de la Plaza del Distrito Federal de México, s.f.).
Inicialmente, sin carácter público alguno ni cortapisas de parte de las leyes, los
corredores intervenían en cualquier clase de contratos lícitos. Posteriormente, esta
independencia se fue perdiendo hasta tal punto que el corretaje se convirtió en un
oficio público, bajo la argumentación de los presuntos resultados funestos prove-
nientes de la infidelidad de los depositarios de los secretos de los comerciantes, y
los peligros que correría el comercio al propagarse el contrato de cambio con la
intervención de meros auxiliares civiles, riesgos que disminuirían revistiendo a los
corredores del carácter de escribanos colegiados y juramentados (Bustillo, 1909, 59).
La primera reglamentación hispánica de los “corredores de oreja”, conocidos con
ese nombre en razón al secreto que estaban obligados a guardar, surgió en 1271
durante el reinado de Alfonso X “El Sabio”, y fue bastante estricta y escrupulosa
debido a la confianza que se depositaba en estos mediadores, confianza que les valió
que en 1744 les reconocieran, además de su función mediadora, la de dar fe sobre
las operaciones en las cuales intervenían. Las Ordenanzas de Bilbao igualmente
insisten en la función fedataria de los corredores y reconoce su matiz publicista
(Arrubla, 1995, 403).
Este carácter oficial del corredor, funcionario al servicio de las municipalidades
de quien se exige una posición imparcial mediante la cual controla la actividad del
comercio en nombre del Monarca, durante el siglo XIX evidencia un cambio a
través de una liberación “paulatina”, al terminar el monopolio de los corredores
oficiales y dar paso nuevamente a los corredores libres, cambio producido en Ale-
mania con la adopción del Código de Comercio H.G.B. de 1897 y en Francia con
la expedición de la Ley de 18 de julio de 1969 que proclamó la libertad de corretaje
y autorizó a cualquier persona para ejercer dicho oficio (Arrubla, 1995, 403, 404).
Esta liberación “paulatina” no ha tenido lugar todavía por ejemplo en México,
en donde la Correduría Pública, que tuvo su inicio con la Real Cédula de 1527,
mediante la cual el Emperador Carlos I de España y V de Alemania designó a Juan
Franco como el primer Corredor Público de la Nueva España, se ha mantenido
ininterrumpidamente por 487 años. A diferencia de lo ocurrido en Colombia,
los procesos de Independencia y codificación mexicana no produjeron ninguna
alteración de las tres funciones principales establecidas por el Rey Felipe II en
la reglamentación de la correduría, que expidió el 23 de marzo de 1567, ya que
la función fedataria, la de perito legal, y la de agente intermediario propias del
corredor público se conservan intactas hasta el 2014, no obstante que a lo largo
175
36
Ver el Reglamento de Corredores expedido por el Tribunal del Consulado a mediados del Siglo
XVIII; los Reglamentos de los Pandectas Mexicanos incluidos en los números 2506 de 1809 y
2568 de 1814; el Reglamento y Arancel de Corredores de 1833; el Reglamento y Arancel para
el cobro de honorarios de los corredores de 1842; el primer Código de Comercio Mexicano,
conocido como el Código de Lares expedido el 16 de Mayo de 1854; el primer Código de
Comercio de carácter federal que entró en vigor en 1884; el segundo Código de Comercio de
carácter federal que adquirió vigencia en 1889; el Reglamento de Corredores para la Plaza de
México que promulgó el Secretario de Hacienda don Benito Gómez Farías en 1891; la reforma
de 1970 al Código de Comercio de 1889; la Ley Federal de Correduría Pública de 1992; el
Reglamento de la Ley Federal de Correduría Pública de 1993; la reforma de 2006 a la Ley
Federal de Correduría Pública; la reforma DOF 08-06-2011 y la reforma DOF 09-04-2012. En
todo caso, el artículo 6º de la Ley Federal de Correduría Pública prescribe “ARTICULO 6o.- Al
corredor público corresponde: I.- Actuar como agente mediador, para transmitir e intercambiar propuestas entre
dos o más partes y asesorar en la celebración o ajuste de cualquier contrato o convenio de naturaleza mercantil;
II.- Fungir como perito valuador, para estimar, cuantificar y valorar los bienes, servicios, derechos y obligaciones
que se sometan a su consideración, por nombramiento privado o por mandato de autoridad competente; (…)
V. Actuar como fedatario público para hacer constar los contratos, convenios y actos jurídicos de naturaleza
mercantil, excepto en tratándose de inmuebles, así como en la emisión de obligaciones y otros títulos valor; en
hipotecas sobre buques, navíos y aeronaves que se celebren ante él, así como para hacer constar los hechos de
naturaleza mercantil; (…)”. (Colegio de Corredores Públicos de la Plaza del Distrito Federal de
México, s.f.)
176
1
Alejandro Vélez Barrientos, nació en Envigado el 23 de noviembre de 1794. Ingresó al curso
de filosofía que el doctor José Félix de Restrepo abrió en Medellín y culminó su preparación
en altas matemáticas e ingeniería civil con el sabio Francisco José de Caldas. Siendo muy joven
hizo parte del ejército libertador. El General José María Córdova lo designó Comandante del
Batallón Girardot, compuesto por voluntarios pertenecientes a las familias más distinguidas
de la Villa de la Candelaria de Medellín. Poco tiempo después, el General Francisco de Paula
Santander lo designó Capitán de Ingenieros del Estado Mayor General, con sede en la capital
de la república, pero, afectado por una grave enfermedad, tuvo que abandonar la carrera militar
y radicarse en París, en procura de recuperar su salud. De regreso al país, entre 1826 y 1829, fue
designado Cónsul de Colombia en los Estados Unidos de América. Para el año de 1830, fue
elegido diputado por la Provincia de Antioquia, al Congreso Admirable en el que junto con su
coterráneo Juan de Dios Aranzazu presentaron el proyecto para la creación del Departamento
de Antioquia. El Congreso designó al doctor Vélez como el primer Prefecto del departamento
recién creado, cargo que ejerció del 20 de junio al 11 de diciembre de 1830. El Vicepresidente
don Domingo Caicedo en 1831 lo llamó para que se desempeñara como Ministro de Relacio-
nes Exteriores, posición de la que se retiró para integrar el Consejo de Estado. En 1841, fue
elegido Senador de la República, pero una grave enfermedad lo redujo al lecho, y ocurrió que
por la urgencia de que el cuerpo legislativo expidiera algunas disposiciones y ante la necesidad
de conformar el quórum reglamentario, la Corporación se instaló en casa de Alejandro Vélez.
179
Alrededor del lecho del ilustre enfermo se efectuó la histórica sesión, quien al prestar su jura-
mento dijo: “Muero ya tranquilo, puesto que la providencia me ha concedido el placer de contribuir, aunque
moribundo, a la instalación del Congreso que librará a mi patria de los horrores de la anarquía. Este es el
último servicio que puedo prestarle.” Ocho días después, el 19 de marzo de 1841, a la edad de 46
años dejó de existir (Jurado, http://www.envigado.gov.co).
2
Véase: Octavio Méndez Pereira, Justo Arosemena, 1919, 166: “También logró hacer pasar nuestro
representante [Arosemana] un Código de Comercio para el Istmo, trabajo serio y brillante que
fue aprobado en el Congreso sin ninguna objeción”; José Dolores Moscote y Enrique J. Arce,
La vida ejemplar de Justo Arosemena, 1956, 206: “Además del código de comercio el doctor
Arosemena ofreció al poder ejecutivo junto con el doctor Antonio del Real proyectos de los
códigos civil, de minería rural, de leyes reglamentarias del código penal, de organización judi-
cial, de enjuiciamiento civil y de enjuiciamiento criminal”; Otto Morales Benítez, Sanclemente,
Marroquín, el Liberalismo y Panamá, 1998, 455: “Con Antonio del Real, (…) [Arosemena]
propicia un cambio de legislación que abarca la universalidad de las materias. (…) Se propone al
Congreso que se le compre ese gran proyecto integral y de alcances poderosísimos para la vida
jurídica. Pero el resuelve entregarlos sin recibir remuneración –a pesar de no tener impedimento
ninguno para tomar la retribución– y que el Congreso adoptara nuevos sistemas en los códigos
comercial, civil, minero, penal y que le diera bases sólidas a una organización judicial. Así era él
y sus grandes proyectos”; Salvador Camacho Roldan, Mis Memorias 2, 1946, 222: “El primer
código de comercio vigente en este país en reemplazo de las Ordenanzas de Bilbao, es obra suya
[de Arosemena]” y; Argelia Tellos Burgos, Escritos de Justo Arosemena, 1985, 354-355: “[en]
1853 [Arosemena] redacta una colección de códigos que presenta a la Cámara (Civil, Penal, de
Comercio, de Minería y de Organización Judicial), de los cuales sólo se aprueba el Código de
Comercio que satisface las aspiraciones de los comerciantes panameños”.
180
181
de 1853. Una posible circunstancia, puede ser la cercanía al código de Chile por parte
de Justo Arosemena, debido a que para 1865 era embajador de Colombia ante Chile.
En todo caso, haber adoptado una legislación diferente para el Estado de Panamá es una
cuestión que genera cierta suspicacia y pone en duda el trabajo y la dedicación del proyecto
de Código de Comercio que presentó Arosemena en 1853. (Delvasto, 2014, 119)
3
Véase Octavio Méndez Pereira, Justo Arosemena, 1919, 166; José Dolores Moscote y Enrique J.
Arce, La vida ejemplar de Justo Arosemena, 1956, 206; Salvador Camacho Roldan, Mis Memorias,
1946, 222.
182
4
Entre 1841 y 1843 para integrar el Consejo de Estado el Congreso designó a veintitrés perso-
nas: (1) Diego Fernando Gómez, (2) Manuel Benito Rebollo, (3) Salvador Camacho, (4) José
Vallarino, (5) José Cornelio Valencia, (6) Francisco Soto, (7) Miguel Uribe, (8) Eusebio Borrero,
(9) Joaquín José Gori, (10) Manuel José Mosquera, (11) Felix Castro, (12) Juan de Dios Aran-
zazu, (13) Francisco Javier Cuevas, (14) José Hilario López, (15) Esteban Díaz Granados, (16)
Antonio Malo, (17) Vicente Borrero, (18) Juan de la Cruz Gómez Plata, (19) Juan Climaco,
(20) Manuel María Quijano, (21) José María Cuero y, (22) Luís José Serrano. Ver entre otras
las actas fechadas el 18 de marzo y 1º de abril de 1841, el 11 de marzo de 1843 publicadas en
las Gacetas de la Nueva Granada No 497, 499 y 605, Bogotá, 21 de marzo, 4 de abril de 1841 y
domingo 19 de marzo de 1843.
183
Figura 10: Actas del Consejo de Estado Iniciando el debate del Código
de Comercio en 1842.
Fuente: Archivo General de la Nación Colombia, Fondo: Archivo Histórico
Legislativo del Congreso.
5
“Sesion ordinaria del jueves 13 de octubre de 1842. Dio principio esta á las diez de la mañana,
con asistencia de los Señores consejeros Malo (Vicepresidente), Vallarino, Revollo, Cuevas y
Quijano, y leida el acta de la anterior, se sometió á votación y resultó aprobada unánimemente;
y en seguida habiendo informado el infrascrito secretario, que no habia al órden del dia ningun
negocio preparado de que pudiera ocuparse el Consejo, el Sr. Vicepresidente levantó la sesión,
convocando para el dia de mañana á las once, con el objeto de considerar en primer debate el
proyecto de código de comercio redactado y presentado por el Sr.Vallarino en desempeño
de la comisión que le dio el Consejo. – Antonio Malo. – El secretario José Belver. Es copia.”
(Resaltado fuera de texto)(AGN. Fondo Archivo Histórico legislativo del Congreso, Sección
1843, Legajo II, Tema Originales de actas (cámara), Estante 1, Cara B, Bandeja 5, Folio 92).
184
185
186
Gustavo Arboleda sostiene que don Mariano Ospina Rodríguez fue un racio-
nalista en su primera juventud, y que en 1836 cambió la orientación de sus ideas
llegando a ser ferviente e irreductible católico (Arboleda, 1919, 4).
Por su parte, al describir el despertar de la fe cristiana en don Mariano Ospina
Rodríguez, Estanislao Gómez Barrientos resalta que, habiendo muerto en la
infancia su primogénito llamado Tulio (1836), el doctor Ospina recibió un duro
golpe que lo dejó tan abatido, que su espíritu entró en profunda meditación acerca
del alma humana, su inmortalidad, las relaciones del Creador con la criatura y la
obligación que ésta tiene de someterse a la ley moral, reflexiones que dejó consig-
nadas en su correspondencia personal en los siguientes términos:
Como he dicho a Ud. en otra ocasión, durante la época de mi juventud eran pocos
los hombres estudiosos que no estuviesen imbuidos en las doctrinas de los filósofos fran-
ceses del siglo pasado (el 18), las cuales contienen mucha dosis de materialismo y aun
de ateísmo; mas, como yo me inclinaba siempre a la doctrina austera de los filósofos
estoicos, por instinto me repugnaba el materialismo de aquéllos, y la doctrina utilitarista
de Jeremías Bentham. (…)
Esta lucha con el sentimiento no era una novedad para mí; pues cuando niño,
aunque me era muy grato entregarme a solas a deliquios de ternura y llorar los dolores
y las desgracias ajenos, tenía la más viva repugnancia a que alguno penetrara aquellos
sentimientos o viera correr mis lágrimas: esto me parecía una ignominia. En consecuen-
cia, desde muy temprano me acostumbre a reprimir las manifestaciones exteriores en
presencia de otros (…)
Aquella lucha de tantos años para impedir que saliesen al exterior las conmociones
impetuosas del alma ha debido imprimir en mi semblante y continente el sello de la indi-
ferencia y de la impasibilidad; y nunca me ha parecido extraño que se hayan formado
un juicio tan contrario a la realidad al juzgar del estado habitual de mi espíritu y de
mi corazón (…)
Pero llegó una de esas ocasiones de prueba que la Providencia nos destina: murió
el primer Tulio, mi único hijo entonces, y el único que en la supuesta proximidad de mi
muerte debía sobrevivirme; y entonces procuré no atenuar el dolor, sino hundirme en él
hasta el más hondo de sus abismos (…)
En lo profundo de la desolación adquiere el alma una fuerza de abstracción y la
razón una luz tan extraordinariamente clara, que en ninguna circunstancia las hallará
el hombre semejantes. Entonces me encontré cara a cara con la Divinidad, porque cuando
la creación desaparece no hay más que Dios y la nada. Recorrí en su presencia mi filo-
sofía; yo me creía entonces un filósofo y sorprendido y confuso reconocí que mi espíritu
estaba lleno de preocupaciones y de vanidades; mi supuesta ciencia bebida en los filósofos
franceses del siglo pasado me pareció miserable, pues no podía satisfacer a ninguna de las
cuestiones capitales que mi situación establecía. Entonces mis ideas tomaron otro giro,
187
y el sentimiento, la conciencia del deber predominaron sobre todas las teorías; y entonces
pude explicarme por qué y para qué había dado Dios al hombre el amor y los grandes
dolores del alma. (…)
Las pasiones en la primera juventud prenden y suben como la llama en un haz de
paja seca; pero con la misma facilidad se debilitan y se apagan; las que en la edad de
la razón y de la reflexión se desarrollan y avasallan el alma, no se extinguen jamás.
(Gómez, 1913, 154-157)
188
Sus antepasados
Desde tiempos muy remotos el apellido
Vallarino floreció en la zona italiana de Liguria,
en el extremo septentrional del Mediterráneo.
Una rama de este apellido, natural de la ciudad
de Arenzano, provincia de Génova, pasó a
Cataluña y León en España donde se originó Figura 12: José Vallarino Jiménez.
el tronco familiar de los Vallarino distinguidos Fuente: Foto publicada por Zentner,
con el siguiente blasón: (1984).
189
El tribuno
José Vallarino Jiménez se educó en Cartagena de Indias y tal y como corres-
pondía a su posición y abolengo, siguió la tradición familiar al educarse y des-
empeñarse como Cadete del Rey en Cartagena. A la escasa edad de 22 años el
gobierno español lo nombró Oficial Mayor de las Reales Cajas en Cartagena, es
decir, Tesorero General de la Colonia española cuya residencia por insinuación
suya fue traslada a Panamá, a cuyo cuidado estaba la exportación a la península
de los caudales que le enviaban los Virreinatos de la corona hispana. La pulcritud
con que sirvió el delicado cargo le captó la estimación del Monarca, con quien
sostuvo correspondencia privada (Castillero, 1953, 66).
Llegado el momento, antes que la posición y la confianza real y las tradiciones
aristocráticas de sus mayores, en Vallarino Jiménez pudieron más los sentimientos
democráticos del medio en que vivió y el amor al terruño de su nacimiento que
se reflejaron en la actitud de legítimo criollo y de republicano convencido, talante
que sus contemporáneos reconocieron en la lista que, con carácter de informe
confidencial, confeccionaron don Manuel de Arze y el General José M. Carreño,
un año después de la emancipación de Panamá, y cuyo original fue hallado entre
los documentos del Presidente de la Nueva Granada Francisco de Paula Santander,
informe en el que del prócer istmeño se dice lo siguiente:
Fue perseguido siempre por los opresores a causa de su opinión pública que fue y es
republicana. Fue comisionado por el gobierno para desaposesionar a los godos del castillo
de Chagres y plaza de Portobelo, y a causa de su política se evitó alguna efusión de sangre,
él merece el nombre de verdadero patriota. (Castillero, 1953, 68)
190
adelantó durante los siete meses que transcurrieron desde que arribó y la fecha en
que murió (1º de agosto de 1821), el anciano y díscolo Virrey avivó el anhelo de
emancipación de los panameños, quienes el 10 de noviembre de 1821 consumaron
el movimiento separatista en la municipalidad de Los Santos, cuna de Vallarino.
Diez y ocho días más tarde la ciudad de Panamá fue compelida a obrar en igual
forma, y en junta de notables integrada por los altos funcionarios civiles, militares
y eclesiásticos, conspicuos comerciantes y representantes de la sociedad capitalina,
el 28 de noviembre de 1821 se acordó la separación definitiva la Corona española
(Castillero, 1953, 7-13).
Pero comprendiendo que el Itsmo por sus propias fuerzas no podía mantener
su independencia porque su privilegiada posición en el continente lo hacía más
apetecible y, por lo tanto, blanco de la codicia española que necesitaba este paso
para sostener en Sur América el dominio colonial, los directores del movimiento
deliberaron sobre la conveniencia de adherirse a una de las dos entidades más
vigorosas que estaban en formación: los Estados del Perú y la Gran Colombia
(Castillero, 1953, 14).
La discusión del asunto parecía dividir a los deliberantes del Cabildo panameño
con detrimento del ideal primitivo, cuando para calmar la impaciencia del inmenso
gentío que ocupaban la plaza frente a la Casa Municipal, a instancia del Cabildo,
don José Vallarino Jiménez se asomó al balcón y al dirigirse a la multitud, arrebatado
por su entusiasmo hacia Colombia, con voz firme increpó así:
Pueblo Ciudadano: El territorio de Panamá va a hacerse libre, pero por su debilidad
no podrá sostener solo su independencia. Se trata, pues, de que el Istmo se adhiera a
Colombia o al Perú. Colombia, como vosotros sabéis, es hoy la depositaria de los destinos
de América y de sus mayores glorias militares. Además, el territorio del istmo no tiene
solución de continuidad con la gran nación peruana. En cambio, somos geográficamente
una extensión de la Nueva Granada. Por estas razones, Panamá debe ser territorio
colombiano. ¡Conciudadanos, griten conmigo: ¡Viva Colombia! 6.
6
Discurso de don José María Vives León al conmemorar el Centenario de Vallarino en 1892
(Castillero, 1953, 16).
191
El septembrista confinado
En la conspiración del 25 de septiembre de 1828 contra el Libertador, dos
connotados panameños se vieron implicados: el Coronel Tomás Herrera, luego
General y Presidente de la Nueva Granada, y don José Vallarino Jiménez, quien
había sido uno de los delegados en la disuelta Convención de Ocaña. Uno a uno
los participantes del atentado fueron conducidos a presencia de los jueces ad hoc,
que condenaban a la pena capital, a cadena perpetua, a prisión por largos años,
destierro en el extranjero y confinamiento en el país, proceso del que resultó víctima
don José Vallarino Jiménez, quien por estar en Bogotá y soler visitar a su amigo
el General Francisco de Paula Santander, figuró en el elenco de los sancionados
por mera contaminación, lista que tuvo el siguiente encabezado:
Oyendo la voz de la clemencia y el deseo de conservar a individuos en quienes se
espera que tengan un saludable influjo el buen ejemplo y la meditación, ha mandado
el Gobierno suspender los procesos de algunos contra quienes no aparecían cargos muy
graves, o que por distintas razones se creían menos contaminados. Con respecto a éstos
se ha estimado bastante remedio el confinarlos a diversas provincias y aún a algunos de
ellos se les ha retenido en el servicio público para proporcionarles medios de existencia 7.
7
Esta lista fue publicada en la Gaceta de Colombia Nº 377 del 12 de octubre de 1828 (Castillero,
1953, 25).
192
De regreso a la libertad
Tal y como lo tenía dispuesto el Libertador, los sospechosos permanecieron en el
lugar de su confinamiento hasta el año de 1830, cuando reunido el Congreso Admi-
rable muchos de los penados por la conspiración del 25 de septiembre de 1828,
entre ellos, don José Vallarino Jiménez, fueron amnistiados (Castillero, 1953, 34).
193
Su benevolencia
Cuando ocurrió el fallecimiento del Libertador, don José Vallarino Jiménez
se encontraba en Cartagena, en espera del barco que le regresara a Panamá. Tan
profunda fue la impresión que esa desgracia nacional causó en su espíritu, que en
carta del 25 de diciembre de 1830 para su amigo y compadre don Estanislao Ver-
gara, se lamentó del infausto suceso con sentidas palabras que reflejan su sincera
y espontánea admiración por Bolívar, pues el ilustre panameño, aunque liberal en
ideas, nunca negó los méritos del Padre de Colombia:
Cuando ésta llegue a manos de Ud. ya estará impuesto del funesto suceso de la
muerte del Libertador; suceso tanto más sensible, cuando son críticas las circunstancias
de Colombia. Todos nos debemos dar el pésame por la muerte de este gran hombre, y
yo se lo doy a Ud., penetrado del más acervo dolor. El, en su última proclama, nos
deja consignados sus últimos consejos, y todos debemos seguirlos porque son dictados
por la razón y por el más puro patriotismo. Al General Urdaneta le toca más de
cerca cumplirlos, y todos nos prometemos que sea un fiel ejecutor de preceptos tan vene-
rables: por lo que a mí toca, reitero a Ud. lo que le dije en mi carta anterior, y puede
Ud. estar seguro que si mi cooperación vale algo la emplearé en sostener el gobierno, y
todas las medidas que dicte para salvarnos de la anarquía; consiguiente a esto, a todos
los que han deseado saber mi opinión les he dicho que sostener el orden y el gobierno
para que éste pueda consagrarse a dictar cuantas providencias sean conducentes a
nuestra organización, y he tenido el gusto de que mis razones hayan hecho impresión.
(Castillero, 1953, 35-37)
194
El crepúsculo
En 1854, don José Vallarino se encontraba nuevamente en Bogotá. Después
de haber ocupado en el Istmo y en Colombia posiciones de manejo y de respon-
sabilidad como Tesorero de Hacienda, Prefecto, Gobernador y Consejero de
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8
Al parecer el abuelo paterno de don Antonio Malo, don Francisco Javier Martínez Malo era uno
de los hermanos del Alguacil Mayor de la Real Audiencia de Santafé en 1810 don Juan Martínez
Malo, quienes nacieron en el seno de una familia de terratenientes ricos, ligada al “clan burocrático
de los Álvarez”, agrupación conocida también como el “régimen de los cinco cuñados” dirigidos por
don Manuel de Bernardo Álvarez, fiscal de la Real Audiencia en 1720 y padre de diez hijos,
entre ellos, Manuel de Bernardo Álvarez y Casal Presidente de Cundinamarca (1813-1814) y
las cinco esposas de altos funcionarios de la colonia, estrategia matrimonial que le posibilitó
formar una red de influencias sociales a través de la cual ejerció el control de la Real Hacienda
hasta tal punto que esta dilatada familia fue la de más influjo y prepotencia en todos los asuntos
que apenas hubo negocio alguno de importancia en que directa o indirectamente no tomara
parte y que cuando lo hizo nadie se atrevió a contrarrestarle por recelo de sus consecuencias
(Jaramillo, 1992, 99-105; Arizmendi, 1989, 25).
203
9
En 1823, en las vísperas del juicio que adelantaría el Congreso a don Antonio Nariño por su
rendición y salvación en Pasto ante las autoridades españolas, el Vicepresidente Santander le
confiesa al Libertador que ha encargado interinamente de la comandancia general a Córdoba,
“solo por quitar a Nariño, que es el malvado de cuenta y mas desgraciado que un indio. Aborrezco a este
hombre de muerte, y lo mismo a cuanto le pertenece.” Muy grande debió ser ese odio pues en otra
misiva advierte a Bolívar que “Nariño ha vuelto a jeringar” y que ese “bicho quiere fijar la opinión para
que lo admitan en el Congreso, y desde allí darnos quién sabe cuántos dolores de cabeza! (…) Sepa usted que
este Nariño con sus relaciones de familia es peligroso en todas circunstancias, y sólo por estos medios indirectos
[divulgación de una comunicación suscrita por uno de los correligionarios del Precursor que fletado como un
difamador que le eche en cara los bochinches pasados], se puede acallar.” (Duarte, 1980, 339-340).
204
10
Las actas de las sesiones del Congreso entre los años 1834 y 1837 evidencian que en los debates
sobre el proyecto que posteriormente sería el primer Código Penal del país, fueron muy activos
los ex constituyentes de 1831 por Tunja, donAntonio Malo, y por Mompox, don Eusebio María
Canabal, quienes compartieron estudios de jurisprudencia, amplias discusiones político-cons-
titucionales en los procesos constituyentes, álgidos debates en el Congreso en torno al Código
Penal y la candidatura a la Vicepresidencia de la República diez años después. Las fuentes
oficiales del Congreso acreditan que al referirse a la proporcionalidad entre delito y pena y la
pena de muerte, los legisladores granadinos de 1836 parafrasean a los teóricos y filósofos de
los siglos XVIII y XIX que se estudiaban en las escuelas de jurisprudencia. Antonio Malo, por
ejemplo, recurre a lo que se ha terminado por denominar un tanto anacrónicamente, como “la
humanización del derecho penal”. En efecto, para Malo la pena de muerte no “da esperanzas de que
ese hombre que ha sido condenado a ella, pueda reformar sus costumbres y ser útil a la sociedad”. Envuelto
en el halo optimista de los ilustrados, el legislador citado invita al Congreso en pleno a “mejorar
la suerte de esos desgraciados echando una mirada a los tiempos futuros, en los cuales puede ser, que el hombre
condenado a trabajos forzados vuelva sobre sí, enmiende su conducta, y dé una garantía a la sociedad para que
vuelva a incorporarlo en ella” (Escobar y Maya, 2008).
205
207
Herrán tuvo varias diferencias con Mosquera, las cuales propiciaron su destitución
pública del cargo de embajador ante el gobierno de Estados Unidos, y su baja de
las filas militares. Más adelante, en 1866, Mosquera le restituyó a Herrán su grado
militar. En los años siguientes desempeñó algunos cargos diplomáticos para los
gobiernos de Guatemala y El Salvador, y cuando falleció, en 1872, se encontraba
ejerciendo funciones de Senador por el Estado de Antioquia en la capital de la
República (Méndez V.).
208
El compilador
Robert Charles Means pasó por alto precisamente las “destrezas y habilidades”
intelectuales de Lino de Pombo quien ha sido calificado por Germán Espinosa como
el “sabio de las siete esferas”: matemáticas, armas, política, jurisprudencia, periodismo,
hacienda y pedagogía.
Este poliglota neogranadino, que combatió para la instauración de la República
en España, que compuso el himno del ejército del ovetense Mariscal Rafael del
Riego y Núñez, y que fue el primer colombiano en recibir el grado de ingeniero en
la École des Ponts et des Chaussés de París en la que realizó estudios sobre geometría
analítica, desconocidos hasta entonces en España y en sus antiguas colonias, nació
en Cartagena, el 7 de enero de 1797, y murió en Bogotá, el 20 de noviembre de 1862.
Estudió en el Colegio del Rosario de Bogotá, donde cursó matemáticas, artille-
ría, fortificación, ataque y defensa de plazas, con el sabio Francisco José de Caldas.
Ingresó al ejército republicano como cadete en 1810, y entre sus servicios durante la
209
independencia se cuentan los que prestó cuando el sitio puesto por Pablo Morrillo a
su ciudad natal, en el que le tocó la defensa de La Popa, al lado del futuro Mariscal
de Ayacucho.
Evacuada la plaza por los patriotas, Pombo se embarcó en una goleta que cayó
en poder de un buque corsario español; su corta edad le salvó del patíbulo, y se le
condujo a España, donde por influencias de la familia O'Donnel la de su madre,
pudo ingresar a la academia de matemáticas, en Alcalá de Henares. Allí continuó sus
estudios de artillería y arte militar. Tomó parte en la reacción liberal de Rafael del
Riego y cayó prisionero de los absolutistas en 1823. Pudo fugarse para Gibraltar,
y de allí para Inglaterra.
En Londres fue secretario de la legación colombiana hasta 1825, año en el que
se reincorporó en el ejército del que se retiró 1829 con él grado de Coronel de
Ingenieros. Fijó su residencia en Popayán, donde se había casado desde 1826, con
doña Ana Rebolledo.
En la capital del Cauca redactó varios periódicos, fue secretario y profesor de la
Universidad, y administrador de la renta de diezmos. Escribía con el doctor Manuel
José Mosquera El Constitucional del Cauca, cuando el General Francisco de Paula
Santander le escogió para la cartera de la Política y de las Relaciones Exteriores.
Sirvió esta secretaría durante el resto de dicho gobierno y los comienzos de la admi-
nistración de José Ignacio de Márquez (1 de agosto de 1833 al 14 de mayo de 1838).
Acompañó al Vicepresidente Manuel María Mallarino como Jefe de la Cancillería
en los dos años de su mandato administrativo. En total, don Lino de Pombo ejerció
la dirección de nuestras relaciones externas durante siete años. En 1840 ejerció la
gobernación de la Provincia de Cundinamarca, y dos años después fue a Venezuela
como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario.
En el ramo de Hacienda sirvió en 1845 como Secretario de Estado del General
Tomás Cipriano de Mosquera; y en varias épocas ejerció la Dirección del Crédito
Nacional, de la Oficina General de Cuentas y de la Casa de Moneda. Además, en
1854 prestó sus servicios como Procurador General de la Nación. En el ramo
legislativo, ocupó algunas veces asiento en las Cámaras.
El señor Pombo dejó publicados los siguientes libros: Lecciones de Aritmética y
Algebra, Geometría analítica, la Historia Romana, traducida de Goldsmith, lo mismo que
la griega del mismo autor, y una obra de artillería por Le Blond, publicadas estas
tres últimas en España. Suya es la Recopilación Granadina. Es autor igualmente de una
Memoria histórica sobre la vida, carácter y trabajos de Francisco José de Caldas.
Como periodista, redactó El Argos, de Bogotá, y el ya citado El Constitucional
del Cauca, de Popayán, y colaboró en los principales periódicos de su época, tales
como El Observador, publicado en la capital de la República en 1839-40, en defensa
del gobierno de Márquez (López De Mesa, s.f.).
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