Estruch, Joan - Santos y Pillos, El Opus Dei y Sus Paradojas
Estruch, Joan - Santos y Pillos, El Opus Dei y Sus Paradojas
Estruch, Joan - Santos y Pillos, El Opus Dei y Sus Paradojas
El Opus Dei Y
Sus Paradojas
Joan Estruch
PREFACIO
Sería probablemente harto difícil -y de escaso interés para el lector, además- pretender
reconstruir la genealogía de este libro, remontando hasta los orígenes remotos de la
investigación en la cual se basa. Quien haya vivido la evolución de la historia española
durante la segunda mitad del siglo XX, forzosamente se habrá visto confrontado en
repetidas ocasiones con la existencia de una organización, mal conocida en general,
rodeada de un cierto misterio y de abundante polémica, denominada Opus Dei. Un
científico social no puede dejar de sentir curiosidad e interés ante el carácter omnipresente
-¿o tal vez habría que decir omnilatente?- de dicha organización. Y en el caso de que ese
científico social se dedique a la sociología de la religión, la curiosidad tiene muchas
probabilidades de convertirse algún día en verdadera fascinación.
Pero para que ello suceda, es preciso que se dé un factor concreto que precipite el salto,
desde los nebulosos orígenes remotos del interés por un tema hasta sus orígenes más
inmediatos. Nada más fácil de explicar en este caso, puesto que los orígenes "inmediatos"
del presente estudio se sitúan en unas coordenadas muy precisas, tanto en el tiempo como
en el espacio: una conversación con Peter Berger, un soleado mediodía de invierno, en la
Rambla de Catalunya de Barcelona, a finales del año 1989. E igual que en el párrafo
anterior, cabría afirmar ahora que si quien haya estudiado sociología durante la segunda
mitad del siglo XX necesariamente habrá tropezado con los textos de Berger, quien se
dedica a la sociología de la religión tiene muchas probabilidades de ser discípulo suyo.
Tal era al menos mi caso. Desde hacía muchos años le tenía por un maestro; durante
muchos años había leído y estudiado sus libros, y hacía muchos años que en cualquiera de
mis escritos me veía obligado a citarle repetidamente. Había traducido también algunas de
sus obras, siendo responsable -según decía él- de "la pérdida de su virginidad en catalán".
Ello había propiciado un cierto intercambio epistolar. Sin embargo, aquella conversación
del invierno de 1989 constituía, de hecho, nuestro primer encuentro "cara a cara".
En su calidad de director del Institute for the Study of Economic Culture, de la Universidad
de Boston, Peter Berger deseaba reunir información acerca de algunos posibles aspectos
originales o específicos de nuestra "cultura económica". La mención del significativo papel
que históricamente había desempeñado la creación, en Barcelona, de las dos primeras
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Joan Estruch
Centre d'Investigacions en Sociologia de la Religió
Universitat Autónoma de Barcelona
Institute for the Studv of Economic Culture
Boston University
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INTRODUCCIÓN
1. La perspectiva básica de la investigación
Pese a que desearía equivocarme, lo cierto es que en el mismo momento de iniciar esta
investigación tuve la clara sensación de que la publicación de un estudio sociológico sobre
el Opus Dei estaba destinada, casi por definición, a resultar polémica.
Y es que desde el día de su fundación -oficialmente fechada en 1928- el Opus Dei parece
haber tenido tan sólo "defensores encarnizados", o bien "detractores empedernidos".
Por un lado, unos partidarios extraordinariamente susceptibles y poco capaces de encajar
cualquier tipo de crítica, y, por otro lado, unos críticos feroces, predispuestos a detectar
signos de debilidad y de tácita complicidad en la más mínima manifestación de simpatía.
Diríase que los primeros tienden a identificarse con aquella afirmación evangélica: "quien
no está conmigo está contra mí" (Lucas 11,23); es decir, quien no canta las alabanzas del
Opus Dei, enemigo suyo es. Mientras que los segundos se inclinarían más bien por aquella
otra afirmación, del mismo Evangelio: "el que no está contra vosotros, está con vosotros"
(Lucas 9,50); es decir, quien no denosta al Opus Dei, se convierte en cómplice suyo.
¿"Con" el Opus o "contra" el Opus, pues, como única alternativa? Por supuesto que no. Al
contrario: la única forma de emprender una investigación sociológica sobre el Opus Dei
consiste precisamente, a mi modo de ver, en tratar de superar una dicotomía que no puede
sino desembocar en una confirmación de los estereotipos y prejuicios de los que se parte.
De lo que se trata es más bien de desconfiar de tales prejuicios y de distanciarse de tales
estereotipos, a fin de que no terminen condicionando el desarrollo de la investigación. En
otras palabras: en un trabajo de esas características resulta a veces difícil no tomar como
punto de partida unos interrogantes para los que se cree tener ya respuesta de antemano.
Mas es preciso lograrlo, aun cuando al final se compruebe tal vez que algunas de aquellas
respuestas previas eran respuestas correctas.
A lo largo de las páginas que seguirán tendremos sobradas ocasiones de verificar cómo, en
el caso del Opus Dei, éste es precisamente uno de los graves problemas que plantea buena
parte de la literatura de que disponemos. A las diversas biografías del fundador del Opus,
por ejemplo, escritas todas ellas desde la simpatía más incondicional y sin la menor dosis
de crítica -hasta el extremo de que dejan de ser biografías, para convertirse en
"hagiografías"- se contraponen, en efecto, otras obras de gran virulencia, escritas desde la
crítica y desde la más absoluta ausencia de simpatía hacia el Opus Dei.
Nuestra investigación ha sido llevada a cabo, en cambio, desde la "simpatía" y desde la
"crítica" al mismo tiempo. Al juntar ambos términos no pretendo yuxtaponer -y yuxtaponer
sólo- dos nociones aparentemente contradictorias; ni estoy haciendo los preparativos para
una pirueta dialéctica que me aleje de ambas a la vez. Sencillamente quiero decir que en
sociología simpatía y crítica, nos parezca paradójico o no, constituyen de hecho las dos
caras de una misma moneda y los dos ingredientes imprescindibles -igualmente
indispensables- para poder alcanzar una comprensión de la realidad que se está estudiando.
Epistemología de andar por casa, se me objetará acaso. No sé hasta qué punto es de andar
por casa; pero estoy cada vez más convencido de que es, efectivamente, epistemología: es
decir, que en el ámbito de las ciencias sociales el conocimiento implica la combinación de
ambos ingredientes, simultáneamente y en igualdad de condiciones y proporciones.
La sola simpatía acrítica puede conducir a un cierto enamoramiento ciego, pero no a
aquella mezcla de perspicacia y de clarividencia que los anglosajones denominan "insight";
no a un conocimiento lúcido y hondo. Por su parte, la sola crítica apática -y según cómo,
antipática incluso- puede conducir a una cierta visión distanciada, y quizás
descriptivamente correcta, pero nunca a una comprensión "desde dentro". La comprensión
y el conocimiento auténticos, hechos de lucidez y desengaño, pero capaces de preservar al
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pieza, sin fisuras y sin punto ciego alguno. En cambio, la impresión que no menos
claramente se desprende de mi aproximación a la figura del fundador del Opus Dei es que
se trata de una personalidad sumamente compleja, paradójica y hasta contradictoria. Dicho
de otro modo: las biografías "oficiales" de monseñor Escrivá tienden a enmascarar la
realidad, mientras que mi perspectiva es necesariamente -por razones metodológicas, que
no ideológicas- una perspectiva desenmascaradora.
2) El contexto histórico
Tampoco habría de resultar singularmente atrevida la afirmación según la cual la
comprensión del Opus Dei exige situarlo en su contexto histórico. Se trata más bien, por el
contrario, de una afirmación obvia, ante la que no parece que debieran surgir especiales
desacuerdos.
Sucede, sin embargo, que el marco concreto en el que el Opus Dei nació y empezó a
desarrollarse es muy peculiar: se trata del contexto español de los años treinta y cuarenta;
son los años de la república, de la guerra llamada "civil" y de la instauración del régimen
del general Franco. En la actualidad, resulta sin duda un marco poco grato. Poco grato
incluso para los seguidores del Opus Dei, quienes si por aquel entonces se habían mostrado
encantados con él, prefieren ahora convencernos -y, seguramente, convencerse a si
mismos- de que el encanto jamás existió.
Para ello, parecen haber optado por una fórmula radical y eficaz: la negación, no ya del
encanto, sino del pasado entero. Es decir, la negación del contexto histórico, la negación de
su propia historia.
Así, en nombre de la posterior internacionalización del Opus Dci, se niega su carácter
originalmente español y, en cierto sentido, "típicamente" español incluso. En nombre de la
-relativa- diversidad de posiciones sociales de sus actuales miembros, se reivindica
también para el pasado esa misma diversidad. En nombre de la -no menos relativa-
pluralidad de sus opciones ideológicas actuales, se niega la existencia de una modalidad
anterior de pensamiento que no era pluralista en absoluto. Y una vez comprobada -muy a
pesar suyo, por lo demás- la irreversibilidad de toda una serie de cambios introducidos en
la Iglesia católica a raíz del concilio Vaticano II, el Opus Dei pretende presentarse
actualmente como un precursor de esos mismos cambios.
Podría decirse en este sentido que toda la historia del Opus Dei constituye un ejemplo
monumental y extraordinario de aquella actitud que consiste en "modificar el pasado" y
reinterpretarlo, adaptándolo a las circunstancias y a los intereses del presente. De ahí que el
esfuerzo por situar al Opus Dei en el contexto histórico en el que nació y se desarrolló
termine siendo un ejercicio particularmente atractivo, a la vez que particularmente
complejo y previsiblemente polémico.
3) Las relaciones entre el Opus Dei y la Compañía de Jesús
No menos interesante ni menos compleja es la cuestión de las relaciones entre el Opus Dei
y la Compañía de Jesús. Por otro lado, defender la tesis de que para llegar a entender al
Opus Dei es preciso situarlo en relación con los jesuitas constituye la única afirmación de
mi planteamiento inicial que acaso pueda considerarse un tanto sorprendente. Sorprendente
y polémica; con la particularidad de que en este caso bien pudiera resultar polémica por
partida doble. Como escribe Xavier Moll, afirmar que "sin los jesuitas jamás se habría
producido un Opus Dei" (Moll, 1991, 2) puede ofender tanto a los unos, molestos por la
atribución de una "filiación tan poco divina", como a los otros, disgustados por la
atribución de una "paternidad tan poco responsable"...
Ello no obstante, tras comprobar que éste es uno de los capítulos en los que el Opus Dei se
muestra más cauto, más silencioso y más reservado, veremos cómo en los momentos
iniciales la Compañía de Jesús es el modelo en el cual manifiestamente se inspira Escrivá
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de Balaguer, y cómo las relaciones que se establecen entre ambas instituciones -incipiente
una, y consolidadísima otra- son relaciones de confrontación y de conflicto. Pero al situar
una vez más las cosas en su contexto histórico específico, el conflicto se nos presentará
como provocado por "la semejanza" y no por la divergencia. Provocado, en definitiva, por
la competencia.
Su respectiva evolución posterior va a conducir a jesuitas y Opus Dei a ocupar, hoy en día,
posiciones harto distintas en el seno de la Iglesia católica. De suerte que la confrontación,
que no ha desaparecido, se explica en la actualidad, paradójicamente, por unas razones que
no son en absoluto las que la explicaban en la España de los años cuarenta, sino
exactamente las contrarias.
3. El doble postulado implícito subyacente
Pero tras esta triple tesis sobre el Opus Dei en su relación con la figura del fundador, con el
contexto histórico y con la Compañía de Jesús, subyace un doble postulado implícito.
Dado que la tesis irá desarrollándose gradualmente en el transcurso de los capítulos que
seguirán, preciso es que nos detengamos aquí unos instantes en los presupuestos, con el fin
de que queden claramente explicitados.
En efecto, presentar la triple referencia al fundador a la historia y a los jesuitas como
necesaria "para llegar a comprender al Opus Dei", significa que se está postulando esa
"voluntad de comprensión" como objetivo fundamental del estudio. Y aunque esta es una
opción sin duda lícita, no es con todo necesaria, en el sentido de que no se trata de la única
opción posible.
Así, sería perfectamente concebible plantear un análisis sociológico del Opus Dei que no
diera prioridad a esa dimensión de la comprensión, y de la comprensión "desde dentro".
Paradójicamente, es bien posible que los dirigentes del Opus Dei hubiesen preferido que
alguien que, de hecho, no es "de dentro" se ahorrara semejante esfuerzo de comprensión.
"Hay mucha gente -decía monseñor Escrivá- que no entiende tu camino. No te empeñes en
hacérselo comprender: perderás el tiempo y darás lugar a indiscreciones" (Camino, n0.
650).
La prioridad otorgada a la voluntad de comprensión supone una determinada forma de
concebir la práctica sociológica, claramente tributaria de la weberiana verstehende
Soziologie, y de la "perspectiva humanística" propugnada por Peter Berger. Aun así, y pese
a que en el caso del presente estudio la búsqueda de comprensión del Opus Dei no me
parezca haber sido en absoluto ninguna "pérdida de tiempo", he de admitir la posibilidad
de que "desde dentro" sea interpretada como una sociología francamente "indiscreta".
Por otra parte, toda opción conlleva siempre determinadas consecuencias. Postular la
voluntad de "llegar a comprender al Opus Dei" como objetivo fundamental del trabajo
supone, implícitamente, estar afirmando que dicha comprensión tiene que ser previa a toda
consideración sobre su ética, y concretamente sobre su ética económica. Las consecuencias
se traducen, así, en el hecho de que si en un primer momento la investigación podía
plantearse como un estudio sobre "la ética del Opus Dei y el espíritu del capitalismo" (por
expresarlo en una fórmula simple, pero gráfica), a medida que el trabajo progresaba el
tratamiento de esa temática iba quedando algo postergado. No quiere decirse con ello que
haya desaparecido, ni mucho menos; pero sí que ha pasado a ocupar una extensión menor
que la inicialmente prevista, mientras que comparativamente todas las cuestiones "previas"
adquirían un peso muy notable, por cuanto se convertían, en el sentido literal de la palabra,
en cuestiones "básicas".
4. El esquema del estudio
Así pues, con esta modificación parcial del enfoque del estudio, se hallará a continuación
un primer capítulo que trata de sintetizar "el estado actual de la cuestión" en lo que se
refiere a nuestro conocimiento del Opus Dei y a las dificultades que se oponen a un
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Precisamente ahí se sitúa la segunda puntualización que quería hacer, a fin de evitar toda
posible ambigüedad. Podría objetarse, en efecto, que la expresión "literatura oficial" es
inadecuada, por cuanto oficiales lo serían tan sólo, en un sentido estricto, aquellos
documentos que proceden de la sede de la organización. Pues bien: si en alguna
oportunidad el adjetivo "oficial" no aparece entrecomillado, ello es debido a un error
involuntario de omisión. Y con las comillas quiere indicarse que la expresión "literatura
oficial" designa los textos escritos por personas que consta que pertenecen al Opus Dei, o
bien publicados en editoriales o revistas del Opus Dei. (¡Otra vez lo mismo! Oficialmente,
según sus Estatutos, el Opus Dei no posee revistas ni editoriales. Pero ello no quita para
que haya revistas vinculadas a instituciones del Opus y dirigidas por miembros del Opus,
así como editoriales en las que los miembros del Opus publican la casi totalidad de sus
escritos y en cuyos catálogos la mayoría de las obras son de miembros del Opus.) Cabría
hallar aun otros indicadores fiables de lo que es "literatura oficial": tono sistemáticamente
elogioso al abordar cualquier cuestión relacionada con el Opus Dei y ausencia del más
mínimo atisbo de crítica; referencia constante a otros textos de miembros del Opus, los
cuales se citan permanentemente entre sí y no mencionan jamás, en cambio, los textos
relativos al Opus escritos por alguien que no pertenece a él, etc.
6. Algunas observaciones finales
Tal es, pues, el sentido en e1 que se utiliza -¡y no una, ni diez veces!- la expresión
"literatura oficial". Al mismo tiempo, sin embargo, el recurso a ese tipo de material como
base primordial de la investigación acarrea algunas consecuencias, que antes de concluir
esta introducción desearía explicitar igualmente, en un par de observaciones en tono menor
y otra no tan menor.
En primer lugar, y por el mero hecho de estar trabajando a partir de documentos, las citas
textuales y las referencias bibliográficas son inevitablemente muy abundantes en algunos
apartados, lo cual comporta una cierta desigualdad en el ritmo del discurso, más lento y
aparentemente más "erudito" donde menudean las citas, y más rápido donde éstas no son
necesarias. En segundo lugar, y con el fin de no incrementar aún más esa posible sensación
de discontinuidad, he juzgado preferible no interrumpir el discurso con notas a pie de
página. Hubiesen podido ser muy numerosas, pero he renunciado a ellas, incorporando en
el texto las imprescindibles, además de todas las indicaciones bibliográficas, que se
hallarán completas en el apéndice final.
Por último, la consecuencia sin duda más importante del hecho de querer aproximarse al
Opus Dei a partir, fundamentalmente, de los textos de sus propios miembros, es que la
imagen que va a quedar reflejada no será tanto la de todo el conjunto del Opus, como la de
la minoría de quienes escriben libros y artículos. Y esta minoría, creadora o transmisora de
la "ideología" del Opus Dei, tiende a ser más monolítica y menos plural, más "ortodoxa", a
menudo más intransigente y menos liberal, que la mayoría de los simples miembros que no
ostentan, dentro de la organización, ningún cargo representativo o de responsabilidad.
A partir de las entrevistas puede comprobarse la existencia de una relativa diversidad de
modos de pensar y de modos de actuar en el seno del Opus Dei. No hasta el extremo de
poder afirmar que, en el Opus Dei, "de todo hay, como en todas partes", ya que lo cierto es
que determinados tipos de mentalidad difícilmente se hallan representados. Trátase, pues,
de una diversidad relativa tan sólo; pero superior en todo caso a la de los "escritores",
quienes, por más que monseñor Escrivá gustara de repetir que eran "libérrimos", siempre
acaban diciendo aproximadamente lo mismo.
Baste un ejemplo a título de ilustración: cuando en una escuela femenina del Opus (de
acuerdo con la formulación "oficial" habría que decir: una escuela que tiene confiada la
dirección espiritual a sacerdotes del Opus Dei) se distribuye un impreso de dos páginas,
con más de cincuenta preguntas que han de servir como guión para preparar su confesión,
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los años treinta, y fascista de los cuarenta, a la España todavía franquista pero ya diferente
de los sesenta -y en esta diferencia algunos miembros destacados del Opus Dei tienen
mucho que ver-, y hasta la España miembro de la Comunidad Económica Europea de la
actualidad, las transformaciones económicas y sociales, políticas y culturales, y también
ideológicas y religiosas, son demasiado profundas como para no haber afectado de lleno
absolutamente a todos, incluido el Opus Dei. Del mundo prebélico de los años treinta al
mundo de Yalta y de la guerra fría, y al de la sucesión de períodos de euforia y distensión y
de momentos de recesión y crisis, hasta llegar al momento actual, los cambios han sido
notabilísimos: ¿cómo no habían de afectar a una institución integrada, no por anacoretas en
el desierto, antes por individuos que expresamente dicen querer vivir "en medio del
mundo"? Finalmente, de la Iglesia católica de la era de Pío XII, pasando por la de Juan
XXIII y el concilio Vaticano II, y la de Pablo VI y los difíciles años del postconcilio, hasta
el momento presente, se ha transformado claramente la modalidad de inserción de la
institución eclesiástica en la sociedad global y, por consiguiente, también el Opus Dei ha
debido cambiar.
Nada hay en todo ello que no resulte, pues, elemental y obvio; trivial casi y, según
decíamos, de puro sentido común. No parece que haya necesidad alguna de aducir el
argumento epistemológico del "principio de especificidad histórica" para poder formularlo
en un enunciado llano y sencillo como este:" el Opus Dei es fruto de una época y de unas
circunstancias determinadas, y con el tiempo ha ido evolucionando y adaptándose a épocas
distintas y a circunstancias cambiantes".
Aun así, ¿por qué a pesar de la aparente banalidad de todo ello resulta que las cosas son
muchísimo más complejas, y que la cuestión no sólo es problemática sino que constituye
uno de los escollos más difíciles de salvar en cuanto se intenta una aproximación a la
comprensión del Opus Dei? Trataremos de dar una respuesta a esta pregunta partiendo de
tres consideraciones que, esquemáticamente, cabría sintetizar así:
1) Porque con frecuencia los textos "oficiales" del Opus Dei tienden a negar
cualquier tipo de evolución interna, hasta desembocar en la más pura
reificación.
2) Porque a menudo sus adversarios, sin quererlo, terminan cayendo en la
misma trampa, con el recurso al famoso axioma: "plus ça change et plus
c'est la méme chose".
3) Porque en definitiva, y como consecuencia de lo anterior, lo cierto es que
en estos momentos no disponemos aún de una verdadera historia del
Opus escrita por unos, ni de una historia mínimamente fiable escrita por
otros, sino que las diversas aproximaciones, o son muy fragmentarias, o
aparecen más bien como unos ejercicios impresionantes de "alternación".
2. Historia y reificación
La "reificación", escriben Berger y Luckmann en un párrafo que incluso desde el punto de
vista terminológico nos resulta sumamente apropiado, "es la aprehensión de los productos
de la actividad humana como si fueran algo más que productos humanos: hechos de la
naturaleza, efectos de unas leyes cósmicas o manifestaciones de una voluntad divina. La
reificación significa que el hombre es capaz de olvidar su condición de autor del mundo
humano; y significa también, en segundo lugar, que la conciencia pierde de vista la
relación dialéctica existente entre el productor, que es el hombre, y sus productos. El
mundo reificado es, por definición, un mundo deshumanizado, que el hombre vive como
facticidad que le es ajena: un "opus alienum" sobre el cual no tiene ningún control, en vez
de un "opus proprium" fruto de su propia actividad productiva" (Berger y Luckmann, 129).
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Los ejemplos abundan. Elijamos sólo alguno, casi al azar como quien dice. Declaraciones
de monseñor Escrivá, en Venezuela, pocos meses antes de su muerte: "Y yo tengo que
decir que no he fundado el Opus Dei. El Opus Dei se fundó a pesar mío. Ha sido una
voluntad de Dios que se ha verificado y ya está" (citado en Vázquez, 472). Y el propio
Vázquez de Prada, en la frase con la que abre el capítulo sobre la fundación del Opus: "En
la mañana del 2 de octubre de 1928, don Josemaría "vio" el Opus Dei, tal como Dios lo
quería, tal como iba a ser al cabo de los siglos. Con esa fecha quedó fundado" (Vázquez,
113). Si no fuera porque desde la literatura que hemos convenido en llamar "oficial" se
hacen sistemáticamente esta clase de afirmaciones, se desacreditarían por sí solos
comentarios como el siguiente, hechos obviamente desde el otro extremo: "El 2 de octubre
de 1928, la obnubilación religiosa de la mente de Escrivá había alcanzado la temperatura
adecuada de condensación. Más tarde, al fin de la guerra civil española, las condiciones
atmosféricas reinantes favorecerán hasta tal punto el barrunto de Escrivá que la España de
1970 sigue padeciendo el fuerte aguacero clerical-autoritario que se desencadenó el 18 de
julio de 1936. La inundación de sociosdel Opus Dei es una consecuencia de ese aguacero"
(Ynfante, 12). Difícilmente hallaríamos un ejemplo más ilustrativo de radical
contraposición de meros "estereotipos" que el que aquí nos proporcionan Vázquez de
Prada e Ynfante.
La reificación tiene, por otra parte, una consecuencia importantísima desde el punto de
vista de la estrategia de los actores sociales. En la medida que implica una pérdida de la
conciencia de que el mundo social, por muy objetivado que esté, es un producto humano,
implica igualmente la no conciencia de la posibilidad de cambiarlo (Berger y Luckmann,
130); y se convierte así, en manos de quien detenta el poder de imponer unas determinadas
definiciones de la realidad, en un formidable instrumento de defensa y de manipulación.
Así pues, al decir que es evidente que el Opus Dei ha evolucionado y se ha transformado a
lo largo de su historia, estamos haciendo una afirmación de "sentido común" que es, sin
embargo, denegada por buena parte de la literatura "oficial" del Opus, en nombre de un
supuesto "sentido sobrenatural" que con frecuencia desemboca en la reificación.
Desde el otro extremo, el cambio es igualmente negado mediante el recurso al argumento
según el cual es preciso cambiar algo a fin de que en el fondo nada cambie, ya que "plus ça
change et plus c'est la méme chose" y, a fin de cuentas, son siempre "los mismos perros
con distintos collares". Ha cambiado la situación política y social española, pero tan sólo
para hacer posible la perpetuación de la explotación y las desigualdades; ha cambiado la
situación mundial, pero con el fin de posibilitar el mantenimiento de los desequilibrios y
del imperialismo. De manera parecida, el Opus Dei habría cambiado de apariencia, de
fachada, a fin de garantizar la preservación de su objetivo básico, que no sería otro que "la
voluntad de poder".
Los autores que parten de semejante perspectiva son los más propensos a adoptar una
terminología que califica al Opus Dei de "sociedad secreta", de "masonería blanca", o de
"santa mafia" (así, por ejemplo, Le Vaillant, o el propio Ynfante). Para ello se basan, entre
otras cosas, en la "virtud de la discreción" que desde siempre ha propugnado -y practicado-
el Opus Dei; pero al mismo tiempo suelen olvidar que esa "discreción" no es en el mundo
religioso exclusiva del Opus Dei, antes bien una característica bastante generalizada de
muchas organizaciones religiosas y, en último término, de cualquier institución social
(política, económica, etc.) relacionada con el ejercicio de un cierto poder. No habría que
olvidar que, sociológicamente, "no hay poder alguno que no deba una parte -y no
precisamente pequeña- de su eficacia al general desconocimiento de los mecanismos en los
que se fundamenta" (Bourdieu, 28).
Tanto si se parte del postulado según el cual el Opus Dei no ha evolucionado con el paso
del tiempo porque ya fue engendrado "tal como hoy lo conocemos" y "tal como iba a ser al
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cabo de los siglos", ya que -en palabras de monseñor Escrivá- "la Obra de Dios viene a
cumplir la Voluntad de Dios. Por tanto, tened una profunda convicción de que "el cielo está
empeñado en que se realice" (en Sastre, 188; el entrecomillado es nuestro), como si se
parte del presupuesto de que no puede cambiar porque, como diría Marx, "la miseria del
Opus Dei es la expresión de la miseria real", terminamos desembocando en una misma
conclusión: la negación de la dinámica y de la transformación históricas del Opus.
Ésta es seguramente una de las razones por las cuales no disponemos todavía de ninguna
verdadera "historia del Opus Dei".
Alberto Moncada, un autor que había pertenecido a la Obra y que tras haberla abandonado
le ha dedicado tres libros enteros (Moncada, 1974, 1977 y 1987) y parte de un cuarto
(Moncada, 1982), con aportaciones muy interesantes aunque con algunos errores históricos
francamente graves, llega a afirmar que "la verdadera historia del Opus no se va a contar
nunca. Los que saben poco, porque lo simplifican todo, en un sentido o en otro. Los que
saben las verdades, por diferentes tipos de miedo o cobardía" (Moncada, 1982, 150). Pese
a que implícitamente Moncada parece estar considerando que quienes jamás han
pertenecido al Opus Dei poco pueden saber de él, y que para saber "las verdades" es
preciso haber formado parte de la Obra (y, posiblemente, haberla abandonado luego), lleva
sin duda buena parte de razón al afirmar que existen casos de miedo y cobardía (pero no
sólo de miedo y cobardía: con toda seguridad se dan también casos de pereza y de
desinterés, o de convicción de tener otras cosas más interesantes que hacer; y a veces,
quizá también casos de notable ambivalencia de sentimientos para con el Opus). Sin duda
está asimismo en lo cierto al advertir del peligro de simplificación de quienes no lo saben
(no lo sabemos) todo. Al mismo tiempo, sin embargo, no se trata de reivindicar, muy
ambiciosamente y tal vez con excesiva ingenuidad, "la verdadera historia" del Opus Dei:
bastaría con "una historia verdadera y fiable". Una historia que, sin ser la única posible y
verdadera, evitara al menos la tentación de convertirse en un mero ejercicio de
"alternación".
3. Historia y alternación
Peter Berger introduce el concepto de "alternación" para referirse al "proceso de
reconstitución del pasado" mediante el cual éste es interpretado y reinterpretado en función
del presente. Dentro de nuestra conciencia, "el pasado es maleable y flexible, y cambia
constantemente a medida que nuestro recuerdo va reinterpretando y volviendo a explicar
cuanto ha acontecido" (Berger, 1963, 76; véase igualmente Berger y Luckmann, 217-223).
Para todo historiador el problema de la alternación constituye, indiscutiblemente, un
peligro constante. Y no resulta difícil, en este sentido, acusar a las aproximaciones
"oficiales" a la historia del Opus Dei (básicamente, las diversas biografías de monseñor
Escrivá) de haber sucumbido a él. Pero si el concepto propuesto por Berger resulta
especialmente útil, es en la medida en que nos permite caer en la cuenta de que el
fenómeno de la alternación es general, de que nos afecta a todos y de que para nada está
reñido con lo que solemos llamar la "sinceridad": entre otras cosas, porque con frecuencia
llamamos sinceridad a aquel "estado de ánimo de un individuo que tiende a creer en su
propia propaganda" (Berger, 1963, 58, citando a David Riesman).
Desde esta perspectiva, pues, una "verdadera historia" del Opus Dei sería más bien la que
procurara integrar las distintas interpretaciones posibles, con conciencia de las inevitables
limitaciones de todas ellas. Y con conciencia también del problema de la alternación, pero
al mismo tiempo con la voluntad de interpretar el pasado sin dejar de situarlo en su propio
contexto, en vez de reinterpretarlo en función del presente. Es decir, en definitiva,
entendiendo el objeto de estudio -en este caso, el Opus Dei- como una realidad construida
socialmente, evitando caer así en la reificacion.
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Magister, 1986; Shaw, 1982; etc.), serían intentos de hacer aflorar a la superficie la parte
escondida, la cara oculta, del Opus Dei.
Implícitamente se aproximarían asimismo a este modelo interpretativo aquellos estudios
que perciben en el Opus Dei una sociedad secreta o una "santa mafia", aquellos que
primordialmente se ocupan de las supuestas conexiones políticas del Opus Dei, o de su
"imperio financiero", inicialmente en España y posteriormente en América Latina, en la
Europa Central, las Filipinas, etc. (véase, por ejemplo, la bibliografía de Walsh, 1989, la
parte final de la obra de Hertel, 1990, o bien el libro de Roth y Ender, 1984, que por cierto
les costó un juicio).
La lectura de los numerosos textos de autores que explícita o implícitamente recurren a la
analogía del "iceberg", en su diversidad, induce a tres tipos de observaciones:
a) Ante todo es de destacar el patetismo, angustiado y angustioso, de los testimonios
personales de quienes relatan su experiencia dentro del Opus, y el trauma que para ellos
representó. Existen muchos ejemplos de testimonios, siempre respetables y con frecuencia
respetuosos (Moreno, 1976; Tapia, 1983; Felzmann, 1983; así como aquellos que
proporcioan el material de la "historia oral" de Moncada, 1987), ante los cuales el Opus
Dei ha sido acusado de silencio en el mejor de los casos, cuando no directamente de
menosprecio, de difamación o de persecución. (En las entrevistas realizadas en el
transcurso de la investigación he podido corroborar algunos de estos elementos: personas
que abandonaron la Obra hace ya muchos años y todavía traumatizadas e incapaces de
hablar de ella con una mínima serenidad; médicos y sacerdotes que confirmaban las
prolongadas secuelas patológicas provocadas por la experiencia.)
b) En el otro extremo, y sin hacer caso de los textos más estrictamente "sensacionalistas"
para fijarnos sólo en los más "serios", prevalece una cierta sensación de hipocresía, aun
involuntaria, en la mayor parte de los casos. En efecto, al mismo tiempo que de entrada
rechazan el estereotipo según el cual el Opus Dei sería una institución "de carácter
puramente religioso", lo cierto es que tienden a juzgarlo "como" si estuviera obligado a
serlo. Pese a las múltiples y repetidas protestas de los portavoces de la Obra, en el sentido
de que cada miembro posee plena libertad de actuación en el campo económico, político,
profesional, etc., esta clase de textos parece querer empeñarse en juzgar todos los
comportamientos de los miembros del Opus como presididos por la obediencia a unas
"consignas" y sujetos a una "disciplina de partido".
Es probable que la libertad "real" de un miembro del Opus Dei sea menor de lo que sus
portavoces pretenden, pero seguramente es igual o mayor que la de un soldado en el
ejército, un ciclista en una carrera de profesionales o un diputado en el parlamento. Todo
miembro de una sociedad cualquiera, por el solo hecho de serlo, ve recortada y
condicionada su libertad (Berger, 1963). Y a mayores dosis de racionalidad instrumental,
más amenazas para la libertad del individuo (Mills, 1959). Al fin y al cabo, la denuncia del
libro "1984" de Orwell no es una llamada de alerta contra las consecuencias del Opus Dei,
sino contra las consecuencias de las múltiples "opera" que hemos fabricado y que pueden
aniquilarnos.
También existe una cierta hipocresía en la denuncia de los "tinglados" económicos del
Opus Dei: y no porque no existan, sino porque existen igualmente -aun sin salir del ámbito
religioso- en la Iglesia ortodoxa griega, entre los Testigos de Jehová, en la Iglesia
evangélica alemana o en la Compañía de Jesús. Como sentenciaba con benedictina
sabiduría un monje de Montserrat, en el seno del catolicismo "el Opus Dei ha heredado el
lugar que en la sociedad de antes ocupaban los jesuitas. Y eso de tener los resortes del
poder conlleva siempre enemistades" (Bernabé Dalmau, 1975, 12).
c) Con todo, estas consideraciones, además de fragmentarias e incompletas, serían injustas
si no se les añadiera una última observación. A saber, que los dirigentes del Opus Dei han
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claridad con la que vemos por primera vez cosas que desde siempre hemos conocido"
(Chesterton, 1911, 181).
Mientras la literatura "oficial" del Opus Dei se dedica a acumular evidencias jamás puestas
en duda, los Sherlock Holmes siguen el hilo de otros indicios que les conducen a nuevas
evidencias y al "descubrimiento de la verdad" oculta del iceberg, en lugar de buscar el
"reconocimiento" de una realidad que acaso requiere tan sólo, para quedar "des-cubierta",
la eliminación de un exceso de evidencias que la "en-cubren".
d) La pretensión de hacer casar las evidencias sin ponerlas en cuestión equivale a una
percepción de la realidad como un rompecabezas en el que lo único que hace falta es
encajar las piezas. El deseo de Holmes es siempre el de hallar la pieza que falta para poder
completar el rompecabezas. En cambio, la duda del padre Brown surge más bien del
exceso de piezas. Cuando le sobran piezas (o pistas), el padre Brown dice: "Eso no
conduce a ninguna parte. (...) No encaja. No resulta económico" (Chesterton, 1911,1 88).
La historia del Opus Dei era, según nuestra parábola, un rompecabezas en el que
"simultáneamente" faltan unas piezas y sobran otras. El método indiciario de Sherlock
Holmes seguirá siendo, pues, útil en la medida en que existan indicios razonables de que
las piezas que faltan no han desaparecido definitivamente. Pero en cualquier caso habrá
que introducir en la investigación -y creemos que ésta es la primera ocasión en que se
propone- el método paradójico del padre Brown.
Las cuatro características a partir de las cuales hemos tratado de sintetizar el modo de
proceder del padre Brown habrían de servir, en todo caso, como pauta para la elaboración
de una verdadera historia del Opus Dei: una historia que sería "verdadera", no tanto por el
hecho de ser "la verdadera historia" que pedía Moncada y a la que todo Sherlock Holmes
aspiraría, sino más bien por presentarse con su "verdadero" carácter irónico y paradójico.
Lo que se hallará a continuación no es, de todas formas, esta historia en su "totalidad": se
tratará más bien de un rápido recorrido por algunos de los principales hitos que jalonan la
trayectoria histórica del Opus Dei, a partir de su "fundación" en 1928. El procedimiento
concreto que adoptaremos va a ser el siguiente: para cada uno de los períodos históricos en
los que nos detendremos -sin pretensión de exhaustividad- proporcionaremos ante todo una
síntesis (esperemos que suficientemente fiel) de la "versión oficial" de los hechos,
añadiéndole eventualmente algún elemento significativo tomado de la literatura "no
oficial". En segundo lugar expondremos las razones por las que concluimos que se trata de
una parte del puzzle en la cual faltan, o bien sobran, piezas. Y a partir de ahí sugeriremos,
en tercer lugar, algunas hipótesis derivadas de la aplicación del "paradigma indiciario" o
del "modelo paradójico". Tan sólo en unas pocas ocasiones profundizaremos algo más en el
tema, ilustrando en algún caso concreto la aplicación del método propuesto y yendo más
allá de la simple formulación de hipótesis.
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Escarré, carta sistemáticamente citada en la literatura del Opus por cuanto constituye,
como más adelante veremos, el primer documento de un miembro de la jerarquía en
defensa del Opus Dei y de su fundador, a quien monseñor Eijo Garay dice conocer muy
bien, tres veces mencione su nombre, y en las tres ocasiones le llame "Dr. Escribá".
Por supuesto que tanto en el caso del obispo de Madrid como en el de la partida de
bautismo puede tratarse de un error. Mas también podría ser la primera de toda una serie de
manifestaciones de la afición del "Padre" por ir modificando su nombre.
José María Escrivá de Balaguer
En el recordatorio de la primera misa al que acabamos de aludir, celebrada "en sufragio del
alma de su padre D. José Escrivá Corzán", el recién ordenado sacerdote aparece como José
María Escrivá y Albás. Hay entre padre e hijo una diferencia en la conjunción (y) que une
ambos apellidos, cuya presencia en el castellano suele ir vinculada a familias de la
aristocracia. Ya antes de la guerra española, monseñor Escrivá utilizó sistemáticamente esta
conjunción.
En la inmediata postguerra solicitó de forma oficial, conjuntamente con sus dos hermanos,
una modificación. De nuevo es Carandell, que en este ámbito concreto se documentó
seriamente, el único que aporta pruebas, al reproducir el texto publicado en el "Boletín
Oficial del Estado" del día 16 de junio de 1940. Los hermanos solicitan que "se les autorice
para modificar su primer apellido en el sentido de apellidarse Escrivá de Balaguer", y
justifican la petición "por ser corriente en Levante y Cataluña el apellido Escrivá, dando
lugar a confusiones molestas y perjudiciales" (Carandell, 78).
Hay que hacer un cierto esfuerzo para evitar la tentación de ironizar al respecto. El
fundador de una asociación que incansablemente ha ido proclamando a los cuatro vientos
que estaba integrada por "cristianos corrientes", aduciendo aquí el argumento de la
molestia de las confusiones provocadas por un "apellido corriente"...
En esta oportunidad, y a diferencia de lo que sucedía con el hipotético Escribá original,
algunas de las biografías "oficiales" se detienen a comentar esta modificación.
Curiosamente, no obstante, ninguna de ellas remite a la solicitud oficial cursada en 1940 ni
a las motivaciones que la justifican. El único que cuenta algo por el estilo es el francés
Gondrand: "Adoptó este apellido para distinguir su familia de los Escrivá de Romaní,
originarios de la región valenciana y muy conocidos en España, cosa que podía generar
confusiones" (Gondrand, 167). No parece que un Escrivá, sin más, sea fácil de confundir
con un Escrivá de Romaní, ni es precisamente el apellido Escrivá de Romaní el "corriente
en Levante y Cataluña"; por otra parte, Gondrand sitúa el cambio en torno a 1945 y no en
1940. El apéndice documental del volumen de Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes, al que
habremos de recurrir con frecuencia por su riqueza, además de su carácter de literatura
"oficial" del Opus Dei, confirma indirectamente la fecha de 1940. En efecto, los
documentos correspondientes a los años previos a la guerra son de José María Escrivá y
Albás, mientras que todos los reproducidos a partir de comienzos de 1941 son de José
María Escrivá de Balaguer y Albás (Fuenmayor y otros autores, 509ss).
Gondrand prosigue diciendo que en un viaje de Escrivá a Barcelona, en 1941, ya "había
empleado este nombre, que recuerda la ciudad de la cual procedía su familia paterna"
(Gondrand, 167). La anécdota del viaje de 1941 es asimismo citada por los demás
biógrafos.
"Cuando don Josemaría pensó en visitar a los del "Palau" (nombre que habían dado al piso
de los primeros miembros del Opus en Barcelona, en la calle de Balmes), monseñor
Cicognani, nuncio en Madrid, le aconsejó que sacase el billete de avión a nombre de
Josemaría E. de Balaguer. Medida de cautela, pues se le conocía entonces popularmente
por Escrivá. Tendría, además, que alojarse en casa de un sacerdote amigo suyo, porque
para dormir en un hotel se exigía presentar la documentación" (Vázquez, 227).
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El contexto en el que se produce esta situación es el del conflicto abierto de Escrivá con el
padre Vergés, jesuita, de las Congregaciones Marianas de Barcelona, tema sobre el que
volveremos en su momento. "Los hechos llegan a extremos de tal gravedad que
comprometen la seguridad del Fundador en sus viajes a Barcelona. Corre el peligro de ser
detenido por falsas acusaciones de tipo político-religioso. Tiene que limitarse a ir y volver
en el día para no alojarse en ningún hotel. El nuncio de Su Santidad, monseñor Gaetano
Cicognani, le aconseja reservar los billetes con otro nombre para no poner en movimiento
a la policía, pues se le conoce más en esta época como padre Escrivá" (Sastre, 263s).
Tan interesantes son las coincidencias como las divergencias. Todos los biógrafos
"oficiales" se recrean poniendo en boca del gobernador civil de Barcelona, Correa
Veglison, el comentario según el cual si él hubiese sabido que Escrivá iba a ir a Barcelona,
habría mandado policía al aeropuerto para detenerle. A la vez que coinciden asimismo
todos en subrayar su extrema pobreza, que le obligaba a viajar en un coche destartalado,
cuando no en tren sin tener apenas dinero para pagar el billete, a todos se les escapa
reconocer aquí que en 1941 Escrivá efectúa el viaje en avión. También afirman que no
dormía en el hotel, aunque discrepan sobre el hecho de si pernoctaba o no en Barcelona.
Todos ellos, por último, coinciden en atribuir al nuncio Cicognani la iniciativa del cambio
de nombre a fin de protegerse, y no a la iniciativa de los propios hermanos Escrivá,
publicada en el "Boletín Oficial del Estado" en 1940. Por lo demás, el interés del cardenal
Cicognani al dar estos paternales consejos al padre Escrivá resulta tanto más conmovedor,
cuanto que Cicognani mismo, el día 3 de julio de 1941, se dirige en estos términos al
cardenal Segura, arzobispo de Sevilla: "No desconoce, sin duda, Vuestra Eminencia, la
existencia y funcionamiento de la institución denominada Opus Dei. Habiendo surgido
acerca de ella diversas apreciaciones y encontrados criterios, yo agradecería sinceramente a
Vuestra Eminencia tuviera la bondad de manifestarme el juicio que le merece dicha obra y
de proporcionarme al mismo tiempo cuantos informes y datos crea convenientes y
necesarios al objeto de que yo pueda informar cumplidamente a la Santa Sede en el
momento oportuno" (Rocca, 1985, 134). A esta carta el cardenal Segura responde el día 29
de julio de 1941., diciendo que apenas tiene información alguna, que esa misma falta de
información "indica el carácter secreto, rigurosamente secreto con que funciona", que aun
así le consta que el "Sr. Escrivá" tiene tratos con dos obispos españoles y que ignora "si es
una obra política, o social, o de apostolado". Para concluir que "confío muy poco para la
buena causa de estos modos de proceder tan ajenos a la tradición de apostolado de la
Iglesia" (Rocca, 1985, 134s).
Josemaría Escrivá de Balaguer
Pero no es sólo el apellido de monseñor Escrivá el que sufre modificaciones. También el
nombre evoluciona con el tiempo: y así, del "corriente" José María se pasará a un
originalísimo Josemaría.
"Años más tarde -hacia 1935- unirá sus dos primeros nombres -Josemaría- porque será
igualmente inseparable su único amor a la virgen María y a san José" (Sastre, 22; idéntica
explicación en Vázquez de Prada, 34). Gondrand es algo más preciso, y hace constar que
en esta época junta los dos nombres "sólo en la firma" (Gondrand, 106). Al cabo de veinte
años, efectivamente, en los documentos oficiales ambos nombres continúan apareciendo
separados, y tan sólo en la década de los sesenta el uso del "Josemaría" será sistemático.
El cambio de nombre ha quedado incorporado a las modernas ediciones de Camino, tanto
en castellano como en otros idiomas, y es utilizado en la literatura "oficial" para hacer
referencia a "cualquier" período de la vida de monseñor Escrivá; hasta el punto que el
empleo de una u otra grafía constituye, en la actualidad, un buen indicio para detectar la
posición que un determinado autor adopta ante el Opus Dei.
Mariano
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Durante los años de la guerra española, Escrivá firma algunos documentos y cartas con el
nombre de Mariano, "por devoción a la Virgen y para no llamar la atención" (Helming, 47).
Helming reproduce un documento que lleva esta firma, fechado en Daimiel el 20 de abril
de 1939, "Año de la Victoria", y dirigido a Dolores Fisac, una de las primeras socias de la
rama femenina de la Obra y hermana del arquitecto Miguel Fisac, miembro también del
Opus durante los años cuarenta.
Pero el empleo de ese nuevo nombre no es exclusivo del período de la guerra. En 1949
envía desde Milán una carta "a sus hijos de Portugal", que termina con un: "Un fuerte
abrazo a todos. La bendición de vuestro Padre. Mariano" (Berglar, 284). La costumbre
perdura aún en 1960 y en 1969, a juzgar por las cartas que se reproducen en otras
biografías (por ejemplo, Vázquez, 322s y 349). Al parecer, pues, éste era el nombre usado
para la firma en sus relaciones epistolares con miembros del Opus.
Prescindiendo ya de otras modificaciones ocasionales: nombre en latín en muchos
documentos oficiales del Vaticano, alternando con el Giuseppe italiano; Josep Maria en la
primera edición catalana de Camino (1955); o un divertido Joe Mary en una postal
redactada en inglés y mandada desde Pamplona (franquista) a Madrid (republicano),
pasando por Francia, el día 29 de diciembre de 1937, tenemos pues un inicial José María
Escrivá (o Escribá) convertido en Josemaría Escrivá de Balaguer.
Posiblemente sea exagerado basarse en estos datos para sostener, como hace Carandell a lo
largo de todo su libro, la tesis según la cual cuanto se refiere al Opus Dei es un puro reflejo
de la personalidad del "Padre". No obstante, lo cierto es que también el Opus Dei ha
cambiado a menudo de nombre -de "ropaje", en la terminología oficial- en el transcurso de
su historia. Y tampoco es absurda la suposición de Carandell, en el sentido de que detrás de
todo ello pudiera haber una cierta voluntad de Escrivá por borrar sus orígenes. Así,
mientras por un lado se nos explica que se quiso conservar la habitación del "Padre", en la
casa madrileña de la calle Diego de León, exactamente igual que cuando residía en ella en
los años cuarenta, por otro lado resulta que la casa natalicia de Barbastro ha desaparecido.
Fue derribada en los años setenta "y se sustituyó por un edificio nuevo que actualmente
alberga un centro del Opus Dei" (Berglar, 25): es decir que el derribo fue deliberado, y
vendría a corroborar esta hipótesis de la voluntad de negar los orígenes.
En cualquier caso, sin duda no es menos exagerado afirmar que en la vida de Escrivá hay
"una coherencia interior y una continuidad inalterables" y que "no hubo rupturas, cambios
repentinos, ni transformaciones inesperadas " (Berglar, 327). No hace falta ser psicólogo,
ni detective privado, ni novelista, como prosigue diciendo Berglar, para hallar en la vida de
monseñor Escrivá sorpresas notables. Empezando por las sorpresas de su nombre. Y
continuando por las de los atributos y títulos que lo acompañan, como veremos
seguidamente.
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antojara aristocrático, sino también, y ante todo, a los honores, los títulos y los símbolos de
prestigio.
Si alguien quisiera llevar a cabo algún día una investigación centrada en este período
concreto, podría trabajar sobre la hipótesis de que el nombramiento como "prelado
doméstico" de 1947 fue recibido, en efecto, con escaso entusiasmo, pero porque llegaba de
hecho como compensación por una meta más alta que no se había podido alcanzar. Lo que
el procurador general del Opus Dei, Alvaro del Portillo, habría intentado conseguir no era
el título de monseñor por la vía del nombramiento como prelado doméstico del Santo
Padre, sino por la vía del "episcopado". El objetivo era que el padre Escrivá llegara a
obispo (o arzobispo). Y la hipótesis dice que estuvieron a punto de lograrlo, pero que muy
en última instancia el proyecto se vio frustrado (por intervención de miembros de la
Compañía de Jesús) y que el nombramiento del 22 de abril de 1947 fue una especie de
"premio de consolación".
Monseñor Escrivá morirá en 1975 habiendo visto cómo eran consagrados obispos varios
sacerdotes de su Obra destinados a América Latina; pero al fundador nunca le será
otorgada semejante dignidad.
El Padre
Sin embargo, el presbítero José María Escrivá, convertido en monseñor Josemaría Escrivá
de Balaguer, y simplemente Mariano en las cartas personales a los amigos, es sobre todo
conocido y habitualmente designado como "el Padre". "Más de sesenta mil personas le
llamaban Padre", titulará un periódico de Milán en un artículo escrito con motivo de su
fallecimiento ("Ii Giorno", 26.7.1975).
Ya durante los años iniciales se extiende, entre los miembros del Opus Dei, la costumbre
de llamarle así. El, por su parte, se dirigirá siempre a la gente de la Obra llamándoles "hijos
e hijas". Hasta había pedido, para su tumba, el siguiente epitafio: "Orad por este pecador,
que engendró hijos e hijas" (Vázquez, 309). La idea está ya presente en Camino (n°. 28),
cuando afirma: "Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos, si
sacrificamos el egoísmo de la carne." Pero por una vez no se le hizo caso y se prefirió para
su sepultura esta fórmula realmente lapidaria: "El Padre".
Los ejemplos y las citas relativas a esta costumbre de denominar "el Padre" al fundador del
Opus Dei serían interminables. Limitémonos, por consiguiente, a dos o tres observaciones.
En primer lugar, es de advertir que la costumbre se convirtió en ley. En las Constituciones
del Opus Dei vigentes hasta su conversión en prelatura, las referencias a la figura del
"Padre" son muy frecuentes, y expresamente se estipula que el presidente general es
llamado "Padre" por los socios ("avocaturPater"; Constituciones, 1950, n0. 327), en el
artículo 2 (De Patre) del capítulo 1 de la parte III.
En vida de monseñor Escrivá, la polarización del Opus en torno a la figura del "Padre"
contribuye a hacer posible la imagen de la organización como una gran "familia". Las
analogías "familiares" son muy del agrado del "Padre", el cual recurre a ellas con
frecuencia. Así, en los comienzos de la Obra, la madre de Escrivá era llamada "abuela",
mientras que su hermana era "tía Carmen". "Nos vino muy bien -dicen que monseñor
Escrivá decía- que mi madre y mi hermana quisieran encargarse de la administración de
nuestros primeros centros. Sobre todo Carmen, que fue la que más se metió en todo. Si no,
no hubiéramos tenido un verdadero hogar: nos habría salido una especie de cuartel." Y
añade Helming que "los miembros de la Obra empezaron a llamarla "tía Carmen"
espontáneamente, y no sólo por ser hermana del fundador, sino por el cariño que 1e tenían.
Conocía los nombres de todos los primeros miembros de la Obra, sabía cuáles eran sus
platos favoritos y los postres que les gustaban. Les regalaba caramelos y, si un botón estaba
a punto de caérseles, se lo cosía... " (Helming, 58). El texto puede ser considerado como
una buena muestra de aquello que para Escrivá constituía la diferencia entre un "cuartel" y
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un "hogar", así como del papel asignado a la mujer, tema al que en otro momento
tendremos ocasión de referirnos.
Incluso más tarde, cuando el grupo de estudiantes y jóvenes licenciados que seguían al
"Padre" se haya transformado en una organización internacional de considerables
dimensiones, se intentará preservar esta imagen del Opus Dei como una gran familia.
"Padre de familia numerosa y pobre", es el título del último capítulo de la biografía de
Bernal. "Reuniones de familia", denomina Gondrand (p. 284) a las grandes asambleas
congregadas para escuchar al "Padre" con motivo de sus grandes viajes de los años setenta
por el mundo entero ("un maratón sobrenatural", según Sastre, cap. IX). Y en el momento
de su muerte Alvaro del Portillo dirá que "no importa que se nos salten las lágrimas,
porque somos una familia y nos queremos mucho" (en Vázquez, 486).
Bien es verdad que en algún caso este apelativo del "Padre" puede dar lugar a una cierta
ambigüedad. Así, cuando e1 "Padre" escribe a sus "hijos": "qué confianza, qué descanso y
que optimismo os dará, en medio de las dificultades, sentiros hijos de un Padre, que todo lo
sabe y todo lo puede" (citado en Gondrand, 67), es preciso andar ojo avizor para saber de
qué "Padre" se está hablando en cada caso. Y esa ambigüedad podría quedar todavía más
acentuada a raíz de la muerte de monseñor Escrivá ya que, como dice Alvaro del Portillo
en la primera misa de corpore insepulto celebrada aquel mismo día (26 de junio de 1975),
"además de que tenemos a Dios Padre, que está en los cielos, tenemos a nuestro Padre en el
cielo, que desde allí se preocupa por todas sus hijas y todos sus hijos" (citado en Vázquez,
486). Y ya desde los años treinta don Josemaría aconsejaba a sus hijos que rezasen a
menudo el Padrenuestro, "meditando sobre todo las dos primeras palabras, Padre
Nuestro..." (Gondrand, 82).
Marqués de Peralta
De los honores, títulos y condecoraciones recibidos por monseñor Escrivá a lo largo de su
vida, el más sorprendente de todos acaso sea éste, que él mismo solicitó en 1968. Cuando
el hecho trascendió a la opinión pública, provocó un revuelo considerable y propició un
montón de rumores sobre las posibles motivaciones ocultas subyacentes a semejante
decisión (véase, por ejemplo, Carandell, 65, e Ynfante, 31s). La noticia dio pie a
comentarios irónicos, causó una cierta consternación en muchos ambientes eclesiásticos y
no resultó fácil de digerir para muchos miembros de la propia Obra. El hecho ni siquiera es
mencionado en el perfil biográfico oficial que encabeza las ediciones recientes de sus
obras; algunos biógrafos pasan por él como de puntillas y otros lo presentan de un modo
tan forzado, que diríase que denota una franca incomodidad.
Así, Bernal se refiere al tema en un subcapítulo en el que Escrivá es paradójicamente
descrito como "Pobre de solemnidad" (Bernal, 327-343), y lo presenta como una "heroica
decisión", tomada con plena conciencia "de las críticas que su petición iba a suscitar" y
basada en el hecho de que "el desprendimiento de los bienes humanos o de los símbolos de
honor nunca puede ser excusa para incumplir el propio deber" (Bernal, 342). Plantear la
cuestión en términos de "deber" podría ser interpretado como una transposición del
principio de una de las máximas de Camino (n°. 332): "Al que pueda ser sabio no le
perdonamos que no lo sea", transformado ahora en un: "Al que pueda ser noble no le
perdonamos que no lo sea." Lógicamente no es ésta, sin embargo, la interpretación de las
biografías oficiales: Escrivá actúa así con el fin de compensar a su familia por los muchos
sacrificios que habían hecho por la Obra (Gondrand, 250ss; Vázquez, 348ss).
Dado que de estos familiares el único que aún vive es su hermano Santiago, el título será
para él: al cabo de un año, según Gondrand; al cabo de cuatro años, según Bernal. Ninguno
de ellos considera oportuno añadir que "simultáneamente" a la petición del marquesado
para monseñor Escrivá se había solicitado otro título, una baronía, para el hermano.
Ninguno de ellos considera necesario reproducir el decreto (publicado en el "Boletín
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Oficial del Estado" del 3 de agosto de 1968) que accede a la solicitud de rehabilitación del
título de marqués de Peralta. Vázquez de Prada, en cambio, sí reproduce el documento de
1972 en el que consta que el titular ha pasado a ser Don Santiago Escrivá de Balaguer y
Albás (Vázquez, 350). Ese mismo autor, en el índice biográfico que incluye al final de su
volumen, relaciona todos los títulos, nombramientos, condecoraciones y honores recibidos
por monseñor Escrivá (ibíd., 550): el marquesado no aparece para nada.
Eso sí, todos ellos coinciden en describir detalladamente las consultas previas efectuadas
"a algunos de los cardenales que en la Curia romana gozaban de mayor fama de prudencia,
y a la Secretaría de Estado del Santo Padre" (Bernal, 342). El episodio recuerda
curiosamente aquel otro de 1941, ya comentado, en que esos mismos autores pretendían
atribuir al nuncio Cicognani la iniciativa de hacer viajar al "Padre" a Barcelona con el
nombre de Escrivá de Balaguer. Como si ambas manifestaciones de aristocratismo
debieran legitimarse mediante el recurso a la bendición de las jerarquías eclesiásticas. Y es
que, en efecto, si la legitimación quisieran buscarla en la propia producción literaria,
fácilmente podrían encontrarse con aquel: "Honores, distinciones, títulos..., cosas de aire,
hinchazones de soberbia, mentiras, nada" (Camino, n° 677).
2. ¿San Josemaría?
Como coronación de todo este conjunto de "mutaciones" de los nombres de monseñor
Escrivá, sus "hijos" desearían poder ofrecerle, a título póstumo, el honor mayor de todos, el
de su canonización.
Inmediatamente después de su fallecimiento empiezan a llegar a la Santa Sede millares de
cartas pidiendo la apertura del proceso. Cartas "de jefes de Estado y de gobierno, de
ministros, de senadores y de diputados, de familias y de individuos de toda clase y de todo
el mundo; también de 69 cardenales y de 1300 obispos, más de una tercera parte del
episcopado mundial, lo cual constituye un hecho único en la historia de la Iglesia católica"
(Le Tourneau, 19). La fama de santidad del fundador del Opus Dei se extiende
progresivamente, "con significativa espontaneidad", según se dice en el decreto de
introducción de la causa de beatificación y canonización (texto íntegro reproducido en
Seco, 196-205).
El sucesor de monseñor Escrivá, Alvaro del Portillo, nombra rápidamente a un postulador
de la causa. El reverendo Flavio Capucci lo es oficialmente desde 1978. En 1980 se solicita
la introducción de la causa. En 1981 se inicia el proceso. Monseñor Escrivá se convierte en
"el Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer".
En los distintos países, las respectivas "vicepostulaciones del Opus Dei" publican
periódicamente unos boletines informativos, "con censura eclesiástica de la Congregación
para las causas de los santos", que dan cuenta de la marcha del proceso, reproducen
fragmentos de aquellas cartas de obispos del mundo entero y publican nuevas cartas de
personas que agradecen los "favores" obtenidos por la "intercesión" de monseñor Escrivá,
a quien se dirigen en sus plegarias.
Con idéntica "significativa espontaneidad", el vicario general del Opus Dei, Javier
Echevarría, entra a formar parte de la Congregación para las causas de los santos, como
consultor (Annuario Pontificio, 1982), seguido del propio prelado, monseñor Alvaro del
Portillo (Annuario Pontificio, 1983). No van a ser los únicos; más adelante se incorporarán
a la misma Congregación otros sacerdotes del Opus Dei: Joaquín Alonso, asimismo como
consultor, o José Luis Gutiérrez Gómez, como relator, por ejemplo.
En 1990 se publica un decreto pontificio "sobre el ejercicio heroico de las virtudes del
Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer" ("Hoja informativa" de la vicepostulación
del Opus Dei, n°. 12). Monseñor Escrivá se convierte en "el Venerable Josemaría Escrivá
de Balaguer".
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Subyacente a esta cuestión hay un punto del que los biógrafos oficiales de Escrivá parecen
prescindir muy deliberadamente y que en todo verdadero estudio biográfico tendría que
ser, en cambio, fundamental: nos referimos al tema de la evolución del pensamiento de
Escrivá, de las influencias intelectuales que recibe y que contribuyen a configurarlo, y del
contexto social en el que dicho pensamiento surge y se desarrolla.
En lugar de esto, se opta por presentar el pensamiento de monseñor Escrivá como algo
estático, fijo e inmutable. Es perfecto y, por tanto, intocable e inmejorable. Veamos un par
de ejemplos. El libro de Urteaga al que antes aludíamos se abre con una dedicatoria del
autor... a monseñor Escrivá, por supuesto: "Escribí este libro, sobre todo, con la limpia
ilusión de reproducir lo más fielmente posible su doctrina y sus palabras, y es natural que
haya resultado escrito con palabras suyas, muchas veces literales; ahora, ni yo mismo
sabría precisar cuáles SOn las que puse para unir o para glosar las suyas, que repetía. Por
fortuna, un medio hay para distinguirlas. Quizá haya algunas que usted no reconozca como
propias o que acaso repudie: ésas son las que yo he puesto" (Urteaga, 1948, 13).
Lo mismo, dicho de forma algo distinta, hallamos en el prólogo de un libro de Salvador
Canals, sacerdote del Opus como Urteaga: "Cuando se lea "Ascética meditada" y la mirada
se pare en una frase que quema y remueve, no hay que dudar: el agradecimiento debe ir a
monseñor Escrivá de Balaguer, porque es el principal autor de esos pensamientos puestos
ahora en papel" (Canals, 1962, 12).
Esa actitud del discípulo, que nada puede enseñar, para con el maestro, que nada tiene que
aprender, es el primer paso hacia la reificación. No cabe aspirar a otra cosa que a
reproducir, en el mejor de los casos, aquello que es ya perfecto: toda modificación ha de
ser necesariamente para empeorar. Un tercer sacerdote del Opus Dei, José María Casciaro,
lo expresa así: "Es impresionante la claridad, fuerza expresiva y sencillez con que el primer
Gran Canciller de la Universidad de Navarra explica las verdades más hondas de la
existencia cristiana. Tan es así que, al intentar comentar los textos, tiene uno la impresión
de que cualquier interpretación que se pretende hacer, o no añade nada que no esté ya
nítidamente expuesto o, incluso, corre el peligro de estropear, con manos toscas, lo que es
obra de arte de una inteligencia prócer y una experiencia pastoral y catequética del todo
extraordinaria" (Casciaro, 1982, 125).
Y esa reificación es ya total cuando el sucesor de Escrivá afirma que su biografía "sólo
puede explicarse y entenderse en el ámbito de un designio divino que, al atravesar toda su
existencia, le configura como instrumento de Dios, escogido precisamente para recordar a
la Humanidad lo que en su misma alma Dios fue grabando de modo inequívoco" (Portillo y
otros autores, 1976, 19). En esta frase, bastaría substituir el verbo "recordar" por "revelar",
para desembocar no ya en la beatificación, sino en la divinización del fundador.
Parece evidente que desde semejantes coordenadas toda biografía ha de convertirse
necesariamente en una hagiografía. O lo que es lo mismo: toda verdadera biografía de
monseñor Escrivá deberá abandonar estas coordenadas, que pretenden suprimir las
mediaciones humanas para poner el acento exclusivamente en la relación directa e
inmediata entre Dios y el individuo que ha sido "escogido como instrumento". De ahí que
las "biografías oficiales" del "Padre" no sean, hoy por hoy, "verdaderas biografías". Y no
sólo eso, sino que la postura que adoptan los representantes del Opus Dei es -según
acabamos de ver- tan extrema, que cualquier intento de enfocar la cuestión desde una
perspectiva distinta es automáticamente denegado como sinónimo de incomprensión, de
"falta de sentido sobrenatural" como dicen ellos, y en definitiva de una mala voluntad no
demasiado distante de la blasfemia. Frente al modelo de la complementariedad y del
"contrapunto", los dirigentes del Opus Dei suelen preferir el modelo sin matices del
"blanco o negro".
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Tal es la razón por la que las biografías "oficiales" no explican cuáles son las influencias
intelectuales que configuran el pensamiento de Escrivá ni el contexto social en el que
surge. Lo comprobaremos algo más adelante, al tratar de la fundación del Opus Dei y de la
forma en que es oficialmente presentada. Pero el hecho es asimismo patente en muchos
otros acontecimientos de la vida del "Padre". Con el pretexto de la necesidad de una clave
"sobrenatural" de interpretación, la estratagema suele consistir en vincular su pensamiento
y sus actuaciones a una "anécdota", y no a las circunstancias concretas de su existencia.
Así por ejemplo, ¿cuáles son las razones que inducen al joven José María, hijo de una
familia relativamente modesta y que acaba de sufrir un grave contratiempo económico que
ha obligado al padre a cambiar de trabajo y a trasladarse a Logroño con toda la familia, a
ingresar en el seminario? En vez de ofrecernos un análisis de las posibilidades objetivas de
acceder a estudios de nivel superior que en la España semi-rural y poco modernizada de los
años veinte se abrían a los muchachos listos y ambiciosos, y un análisis de las
repercusiones que ello tuvo sobre las vocaciones eclesiásticas, las biografías "oficiales"
prefieren acudir a la anécdota, elevada desde luego a la categoría de símbolo. Nace así la
leyenda de "las huellas en la nieve", minuciosamente descrita en todas las biografías y
convertida incluso en el título de una de ellas (Helming).
El esquema es siempre idéntico. Se toma como punto de partida una descripción novelada
de la escena: "La campiña estaba blanca. La nieve ensabanaba totalmente las calles. Un
frío intenso había congelado las aguas y cuajado carámbanos en árboles y aleros"
(Vázquez, 72). Nos hallamos en Logroño, en invierno de 1917. Escrivá está a punto de
cumplir dieciséis años. "Durante una de esas jornadas de frío intenso, con el suelo cubierto
de nieve, Josemaría Escrivá de Balaguer aún adolescente (recordemos que el adolescente
no se llamaba ni "Josemaría", ni "de Balaguer"), camina por las calles de-Logroño"
(Illanes, 1982, 71). Llegamos así al acontecimiento simbólico: "De repente algo llama
poderosamente su atención: las huellas dejadas sobre la nieve por los pies descalzos de un
fraile carmelita. Siente como un aldabonazo en su alma: hay quien se enfrenta con el frío
por amor de Dios, y yo, ¿qué estoy haciendo por Cristo? Ese pensamiento se clava en su
alma y la aguijonea. No es algo pasajero, sino una inquietud profunda que reclama una
respuesta decidida" (Illanes, 1982, 71). Es el nacimiento de la vocación sacerdotal de
Escrivá.
Con el fin de que no quepa duda alguna de que se trata literalmente de una vocación, es
decir de una llamada de Dios, convendrá poner el acento no en aquellos factores que
podrían hacerla perfectamente comprensible, antes, al contrario, en aquellos aspectos que
la hacen imprevista, providencial y, en definitiva, sobrenatural. "¿Tendría que hacerse
sacerdote...? Unos meses antes, sólo imaginarlo le hubiese hecho sonreír" (Gondrand, 31).
Efectivamente, él jamás había pensado en la posibilidad de ser sacerdote: "más aún: me
molestaba el pensamiento de poder llegar al sacerdocio algún día, de tal manera que me
sentía anticlerical" (en Bernal, 61). Cuando en el bachillerato 1e obligaban a estudiar latín,
él pensaba: "el latín, para los curas y frailes" (Gondrand, 22); "para los frailes y para los
curas" (Vázquez, 56). De anécdota en anécdota, nos encontramos así con un muchacho que
no sueña en el sacerdocio ni quiere tener nada que ver con el latín, pero que será cura y
rezará "en un latín morrocotudo pero piadoso" (Escrivá, 1975, en Rodríguez y otros
autores, 26), y que terminará fundando una asociación integrada por "cristianos corrientes"
y destinada a buscar "la santificación de simples fieles que viven en medio del mundo,
exactamente igual que todos", pero que poseerá unas Constituciones redactadas en latín,
con la prohibición expresa de su traducción en "lenguas vulgares" (Constituciones, 1950,
art. 193).
La resistencia inicial de Escrivá (el traductor castellano de Gondrand, 33, llega a utilizar el
término "repugnancia") sirve no sólo para poner el acento en el carácter heroico de su final
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docilidad a la llamada, sino también para introducir de paso una cierta "negociación" de las
condiciones en las que se hará sacerdote. Las huellas en la nieve suponen el inicio de un
prolongado período de "barruntos" (Vázquez, cap. 2). ¿Qué "barrunta" el muchacho? "Que
Dios, un buen día (quién sabe cuándo), le iba a exigir algo (quién sabe qué)" (Berglar, 37;
el entrecomillado es nuestro). Pero cuando el fraile carmelita que había dejado sus huellas
en la nieve, y bajo cuya dirección espiritual se coloca Escrivá (Vázquez, 73), le propone al
cabo de unos meses que ingrese en el Carmelo, "aunque no puede percibir con claridad qué
es lo que Dios quiere de él, advierte que no es esa la voluntad divina" (Illanes, 1982, 72).
Pero, por otra parte, tampoco se ve a sí mismo "haciendo carrera en los medios
eclesiásticos"; no le entusiasma la idea de llegar a párroco, canónigo, miembro de la curia
diocesana o director del Seminario (Gondrand, 33). "No le atrae la perspectiva de la carrera
eclesiástica. Su vocación es otra, aunque aún la ve inconcreta" (Sastre, 50). Él mismo
afirma que "no quería ser sacerdote para ser sacerdote, el "cura", que dicen en España. Yo
tenía veneración al sacerdote, pero no quería para mí un sacerdocio así" (Vázquez, 76). Y
es que, como dice Berglar, "si no sabía lo que Dios quería de él, sí conocía claramente lo
que Dios "no" quería" (Bergiar, 56). La conclusión que el mismo monseñor Escrivá sacará
muchos años más tarde, rememorando este período de su vida, es que "Dios se metió en mi
vida sin pedirme permiso", según repitió en muchísimas ocasiones. De suerte que quien
quisiera saber algo más acerca de su vocación sacerdotal, tendría que preguntárselo
directamente a Dios. Es el argumento del que se servirá durante los años sesenta en una
entrevista, al preguntarle un periodista por las razones del éxito del Opus Dei. Responde
monseñor Escrivá: "¿Usted se lo explica? Yo, no. Humanamente, no tiene explicación. Es
obra de Dios, y sólo él podría satisfacer su curiosidad" (citado en Berglar, 346).
Al cabo de un tiempo, José María Escrivá es seminarista en Zaragoza y estudiante de
derecho en la Universidad. Tampoco en este caso se explicará el porqué de esa inhabitual
duplicidad de estudios; como no sea la explicación "sobrenaturalizada" de Berglar: puesto
que "Dios le había elegido para una misión con profundas y amplias implicaciones
jurídicas" (Berglar, 56). Sobre todo, se nos dirá muy poca cosa de las ideas y de las
influencias que recibe. Tendremos, sí, listas de asignaturas cursadas y hasta las
calificaciones obtenidas; pero no sabremos qué clase de teología estudia, qué clase de
formación bíblica se imparte en Zaragoza, ni qué clase de espiritualidad se les propone a
los seminaristas.
La anécdota de explicación obligatoria en todas las biografías es, en este caso, la de su
promoción a la categoría de inspector o de superior dentro del seminario. Se trata de un
cargo que no queda claramente especificado, pero que comporta en todo caso una función
de vigilancia de sus compañeros seminaristas. Vamos a seguir en este punto el hilo de la
exposición de Vázquez de Prada, que sin ser substancialmente distinta de la de sus colegas,
es tal vez la más completa.
Escrivá no es como los demás seminaristas: ante todo, porque destaca "por su distinción
externa, piedad y talento" (Vázquez, 75), y en segundo lugar porque los otros "tan sólo"
aspiraban a ser curas, mientras que Escrivá "trascendía este horizonte". Ello le permite al
autor justificar que los demás no entendieran su forma de ser y de hacer, lo cual explica las
malas relaciones de Escrivá con sus compañeros. "Los ojos inquisidores de algunos
seminaristas (...) encontraron muy pronto motivos para criticarle" (ibíd., 78). Le toman el
pelo y le llaman "rosa mística". Se produce incluso una pelea, culpa sin duda "del otro",
pero que aun así a Escrivá "le valió un castigo" (ibíd., 87). Nos quedaremos sin saber en
qué consistió el castigo. Del mismo modo que tampoco está muy claro si la envidia de los
compañeros se debe a "su cultura humanística, su elegante desenvoltura, el cuidado en el
aseo y sus modos urbanos en la mesa" (ibíd., 78), o más bien al hecho de que su cargo de
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checo; había trabajado en Inglaterra, estudió teología en Roma, fue ordenado sacerdote en
1969 y abandonó el Opus Dei en 1982, después de haber pertenecido a él durante veintidós
años.
Podría escribirse una monografía entera sobre las imágenes relacionadas con el fuego en la
obra de Escrivá. La cita de Lucas recién mencionada, que le había impresionado
hondamente siendo adolescente, aparece en una de las máximas de Camino (n°. 801),
seguida de este comentario: "¿No te animas a propagar el incendio?" Desde la primera
página de Camino esa atracción por el símbolo del fuego es patente: "Borra, con tu vida de
apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. Y enciende
todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón" (n°. 1). La
misma atracción hallaríamos reflejada asimismo en los volúmenes de homilías y otros
textos. Es realmente una constante (que alguien calificaría tal vez de obsesión o de
"piromanía" espiritual).
Veamos, por ejemplo, los dos volúmenes de máximas de Escrivá que se publicaron después
de su muerte: "Surco" (1986) y "Forja" (1987), este último presentado por Alvaro del
Portillo como "un libro de fuego" (p. 16). "Has de ser una brasa encendida, que lleve fuego
a todas partes" (Surco, n°. 194). "¡Qué llamadas más claras quieres que el "fuego he venido
a traer a la tierra", y la consideración de esos dos mil quinientos millones de almas que
todavía no conocen a Cristo!" (n°. 211). "El mundo está frío, hace efecto de dormido.
Muchas veces, desde tu observatorio, lo contemplas con mirada incendiaria. ¡Que
despierte, Señor! Encauza tus impaciencias con la seguridad de que, si sabemos quemar
bien nuestra vida, prenderemos fuego en todos los rincones..., y cambiará el panorama"
(n°. 297). "Pide a Jesús que te conceda un Amor como hoguera de purificación, donde tu
pobre carne -tu corazón- se consuma, limpiándose de todas las miserias terrenas..." (n°.
814; véanse igualmente los números 213, 455, 462, 613, 736, 744, 789).
"Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena
mi entendimiento de luces sobrenaturales..." (Forja, n°. 3). "?Que nos purifiquemos, que
nos encendamos, que nos sintamos empapados en tu Sangre!" (n°. 5). "Señor, que tus hijos
sean como una brasa encendidísima... Tú harás que ese chispazo se convierta en un
incendio... " (n°. 9). "Dulce Señora María: que el amor no sea, en nosotros, falso incendio
de juegos fatuos, producto a veces de cadáveres descompuestos...: que sea verdadero
incendio voraz, que prenda y queme cuanto toque" (n°. 57; véanse igualmente los números
25, 31, 41, 44, 52, 61, 122, 375, 426, 490, 496, 570, 620, 790, 916, 923, 933, 937, 947,
968, 985, 1019, 1026).
2) ¿Arquitecto?
Monseñor Escrivá, y muy especialmente el joven padre Escrivá, es un hombre ambicioso:
"un hombre de grandes pasiones y grandes ambiciones". Cuando era un muchacho, quería
ser arquitecto. Pero en la España rural y subdesarrollada de comienzos de siglo, el hijo de
una familia sin medios económicos no puede permitirse según qué carreras. Aun así,
Escrivá no va a conformarse con los estudios eclesiásticos y cursará simultáneamente la
carrera de derecho en la Universidad de Zaragoza. Habrá de ganarse la vida dando clases
en una escuela que prepara para el ingreso en la Academia militar. Al llegar a Madrid,
reanudará ese mismo tipo de actividad, en la Academia Cicuéndez, fundada y dirigida por
un sacerdote. Será el modelo en el que se inspirará para establecerse por su cuenta al cabo
de unos años, fundando una academia similar que pasará a la "historia oficial" como la
primera "iniciativa apostólica" del Opus Dei. La academia de Escrivá se llamará "Derecho
y Arquitectura". "¿Levantar magníficos edificios?... ¿Construir palacios suntuosos?... Que
los levanten... Que los construyan... ¡Almas! ¡Vivificar almas..., para aquellos edificios... y
para estos palacios! ¡Qué hermosas casas nos preparan!" (Camino, n°. 844).
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noble? (Véase el capítulo anterior: llegará a ser tanto monseñor como marqués.) ¿O bien
quiere ser catedrático de universidad? Los biógrafos "oficiales" de monseñor Escrivá
afirman expresamente que su madre había hecho gestiones cerca del obispo de Cuenca,
pariente lejano de la familia, y que éste le había ofrecido una canonjía, que Escrivá rechazó
(Vázquez, 139; Sastre, 168). Pero esos mismos biógrafos son mucho menos explícitos en
lo que respecta al posible proyecto de una cátedra universitaria, pese a que son numerosos
los testimonios orales que habían oído hablar del tema. Sastre atribuye la iniciativa,
también en este caso, a la madre de Escrivá: "¿por qué no haces oposiciones a cátedra?"
(Sastre, 167), mientras que otros la atribuyen a "unos amigos", sin mayores precisiones
(Vázquez, 353). Hay quien considera, de todos modos, que tal era su propósito inicial al
trasladarse a Madrid y pretender hacer el doctorado, y que en el cambio de orientación que
supone el hecho de dedicarse a la dirección de jóvenes universitarios en vez de dedicarse
directamente a la docencia habría desempeñado un papel decisivo el padre Pedro Poveda,
fundador de la Institución Teresiana, con unas finalidades y una trayectoria bastante
paralelas a las del Opus Dei de los primeros años. (El estudio de las relaciones entre
Poveda y Escrivá, que aparecen muy desdibujadas en las biografías "oficiales", sería otra
monografía posible de indudable interés; con el inconveniente de que toda la
documentación que existía en los archivos de la Institución Teresiana les fue solicitada
desde la sede central del Opus en conexión con la recopilación de material para la
introducción de la causa de beatificación de monseñor Escrivá, a lo que las responsables de
la Institución accedieron -"ingenuamente", dicen ellas ahora, "sin sacar siquiera
fotocopia"-; pero con la incomparable ventaja de que, si la hipótesis se viera mínimamente
confirmada, tendríamos por esta vía una explicación de los orígenes del Opus algo menos
inconcreta que la de la pura y simple revelación divina a monseñor Escrivá, sin
intermediario alguno.)
En todo caso, si el adolescente deseoso de ser arquitecto terminó convirtiéndose en "Padre"
de arquitectos, el hipotético candidato a catedrático se convertirá, después de la guerra
española, en "Padre" de toda una hueste de catedráticos de la universidad española.
4) El líder
Si el padre Escrivá es un hombre ambicioso, también es al mismo tiempo una persona
exuberante, cordial y simpatiquísima. No hace falta acudir a las biografías "oficiales" para
que nos lo confirmen. En este punto coinciden desde muchos que le conocieron, sin haber
pertenecido nunca al Opus Dei, hasta otros que habían sido miembros y lo abandonaron.
Entre estos últimos probablemente haya quien llegó a odiar al "Padre"; pero no es ésta la
tónica dominante. Artigues afirma que aun sus adversarios reconocían su "magnetismo",
habla del ambiente "de afecto confiado que el padre Escrivá consigue establecer con
frecuencia en torno suyo", y destaca el aprecio personal que muchas personas que han sido
miembros del Opus Dei conservan para con el fundador, "no a causa de sus méritos
intelectuales, sino por el indiscutible calor humano que emana de su persona" (Artigues,
93s).
Otros autores destacan sus extraordinarias cualidades de "mise en scéne" (Carandell), o su
capacidad de "dominio de las masas" (Bernabé Dalmau). Del libro de María Angustias
Moreno, "El Opus Dei. Anexo a una historia", miembros de la Obra han dicho a veces que
era el libro de una persona resentida, cuando lo que en él llama la atención es más bien su
obsesión por la figura de Escrivá, por su omnipresencia y su poder absoluto en el seno del
Opus. Aunque de formas distintas, todos ellos coinciden en reconocer en monseñor Escrivá
los rasgos característicos del que Max Weber llama "líder carismático". Se trata claramente
de un caso típico de lo que Richard Hutch estudia y analiza bajo la categoría genérica de
los "religious Leaders" (Hutch, 1991). Los desacuerdos surgen, en todo caso, a la hora de
querer clasificar a Escrivá dentro de una tipología específica de tales líderes religiosos. Así,
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para Casanova fue "un profeta religioso típico que dedicaba su vida a proclamar una
verdad religiosa de salvación obtenida, según él, gracias a una revelación personal"
(Casanova, 1982, 140). La noción de profeta es usada aquí en el sentido que le confiere
Weber en su "Sociología de la religión"; ahora bien, dado que Weber justamente
contrapone esta noción a la del sacerdote y afirma que raras veces surgen profetas de la
clase sacerdotal, Casanova se ve obligado a admitir que "en este sentido, Escrivá fue un
profeta atípico, ya que era sacerdote", y trata de arreglarlo añadiendo que "no era en
absoluto un sacerdote católico típico" (ibíd., 141), con lo cual se corre el riesgo de acabar
cayendo en la trampa que consiste en considerar típico aquello que encaja en la definición
previa, y atípico aquello que no conseguimos encajar.
Cuando, por su parte, Vladimir Felzmann comenta que conserva una profunda estimación
por el fundador del Opus Dei (en un artículo precisamente titulado "Why I left Opus Dei";
Felzmann, 1983, 288), Michael Walsh lo interpreta como una especie de equivalente del
"síndrome de Estocolmo" en el caso de los "movimientos religiosos autoritarios o sectas"
(Walsh, 1 8s). Aunque volveremos sobre ello, anticipemos ya que a nuestro modo de ver la
voluntad de clasificar a monseñor Escrivá dentro de una determinada tipología de líderes
religiosos, o de discutir el posible carácter de "secta" de un movimiento como el Opus Dei,
es un mal camino para adentrarse en la comprensión del personaje y de su obra.
5) El hombre impulsivo
Al mismo tiempo, este personaje simpático y cordial es también un individuo muy
impulsivo, que fácilmente se irrita, irascible. "Modérese, Padre", es una expresión oída a
menudo de labios de sus colaboradores, que intervenían para calmarle. Escrivá es un
hombre perfectamente capaz, en un momento dado, de insultar, de soltar palabrotas (y de
pedir perdón luego): aunque el contexto no sea exactamente el mismo, en Camino habla en
una ocasión del "apostolado de la mala lengua"; y precisa luego: "cuando te vea ya te diré
al oído un repertorio" (n°. 850).
"Desde su juventud se distinguió por su carácter fuerte y amable", se dice en el texto del
decreto de introducción de su causa de beatificación. Las biografías ilustran ese rasgo del
"carácter fuerte" con anécdotas extraídas de episodios de su juventud. Todavía niño, de vez
en cuando tenía "un arranque" (Vázquez, 50). Como por ejemplo el día en que "estrelló
contra la pizarra el trapo porque el profesor de matemáticas le preguntó algo que no había
explicado en clase" (Gondrand, 22): en guisa de justificación, se precisa que Escrivá
consideraba que "el profesor había sido injusto con él" (Sastre, 36). Antes nos referimos ya
a su pelea con otro seminarista, que "le valió un castigo" (Vázquez, 87). Podrían añadirse
otras muchas anécdotas posteriores: algunas consignadas por escrito (a uno que llega con
dos minutos de retraso a una reunión: "que mis hijos lleguen tarde no lo puedo y no lo
quiero soportar"; Sastre, 346); y la mayoría explicadas con una auténtica mezcla de
fascinación y terror por quienes fueron víctimas de los "arranques" del "Padre".
Coleccionadas, darían lugar a una verdadera antología: acaso divertida a ratos,
probablemente inútil en definitiva.
Más útil sería, en cambio, un estudio de la profunda irritación, derivada de la
incomprensión, con la que monseñor Escrivá vivió los acontecimientos del concilio
Vaticano II. (Para no ser injustos habría que añadir que ese estudio está por hacer, no sólo
en el caso de Escrivá y del Opus Dei, sino en el de todo un sector significativo del
catolicismo español, encabezado por buena parte del episcopado.) Pero éste es, sin lugar a
dudas, uno de los capítulos más impenetrables de la historia del Opus Dei.
a) En primer lugar, porque la literatura "oficial" no habla de ello, lógicamente. Tan sólo
leyendo entre líneas un texto como el de Berglar, por ejemplo, se observa cómo respira
todo él contrariedad (Berglar, 293-305). Otro tanto cabría decir del propio Escrivá cuando,
hablando del Concilio y del "aggiornamento", afirma que el Opus Dei "no tendrá nunca
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todos los discípulos, "el Padre le hace un encargo urgente. En estos momentos tiene una
moneda de cambio importante para pedirle favores a Dios: va a entregar su vida, todavía en
pleno rendimiento. Isidoro anota en su mente y en su corazón las necesidades de la Obra:
lo primero, el inmueble donde montar, definitivamente, una residencia universitaria en
Madrid" (Sastre, 273).
Dos años antes, Escrivá había tenido que desplazarse a Lérida, para dirigir unos ejercicios
espirituales. Deja a su madre en Madrid, gravemente enferma. Al llegar a Lérida, "acude al
sagrario de la capilla: "Señor cuida de mi madre, puesto que estoy ocupándome de tus
sacerdotes"" (Sastre, 280).
Cuando en 1947, en Roma, quieren comprar el edificio de la que será la sede central del
Opus Dei y no tienen bastante dinero, Escrivá considera que "si Dios necesita este lugar
para su obra", ya se encargará de lograrlo (Sastre, 341). Y es que en definitiva, dice
Escrivá, en el Opus Dei "hacemos un buen cambio de moneda: cambiamos fidelidad por
felicidad" (Sastre, 388).
No es de extrañar que en el lenguaje a través del cual se expresa esta relación de mercadeo,
el dinero, el "cambio de moneda", desempeñe un papel importante. Como es bien sabido,
el tema del Opus Dei y el dinero es uno de los que mayor número de comentarios ha
suscitado en relación con la obra de monseñor Escrivá. En cierto modo, y precisamente
para defenderse quizás, el tema está asimismo presente en todas las biografías del
fundador: Bernal, por ejemplo, le dedica todo el último largo capítulo de su volumen, con
el título de "Padre de familia numerosa y pobre" (Bernal, 313-351). En nuestro caso,
todavía no es éste el momento de ocuparnos globalmente de él; la pregunta que por ahora
habría que formularse sería más bien la de la relación personal de monseñor Escrivá con el
dinero. La ambición de poder y de prestigio de Escrivá, ¿incluye igualmente una ambición
de dinero? ¿Cabe hablar, en el caso del "Padre", de la "sacra aurifames" (el hambre de
dinero, o afán por enriquecerse) de la que trata Max Weber en "La ética protestante y el
espíritu del capitalismo"
La pregunta sólo admitiría una respuesta afirmativa en el caso de preservar el adjetivo
usado por Weber y de poner en él el acento: el ansia de dinero es en todo caso, para
Escrivá, un ansia "sagrada". Sacralizada incluso. Dicho de otro modo: nunca como en este
caso se hace tan evidente el recurso a la sublimación como mecanismo de defensa, contra
unos impulsos que los escrúpulos religiosos le obligan a rechazar. Leyendo las biografías
del "Padre", se saca la conclusión de que toda su vida anduvo falto de dinero y de que toda
su vida estuvo mendigando; con el método del "sablazo" y con el sistema del mercadeo de
que hablábamos: a cambio del dinero que le da, la víctima del "sablazo" recibirá "su dinero
en el cielo, multiplicado por cien... y la vida eterna" (Sastre, 172).
Así pues, Escrivá nunca tiene dinero (es "pobre de solemnidad", dirá Bernal, 327); o nunca
tiene bastante. Si no tiene bastante, es porque el dinero que quiere no ha de ser para él, sino
para Dios. Tratándose de las cosas de Dios -el culto, por ejemplo- "todo el lujo, la majestad
y la belleza me parecen poco" (Camino, n°. 527). En el Antiguo Testamento, Dios había
dispuesto que "todo tenía que ser de oro. ¡Todo de oro!" (en Bernal, 349). Y eso que en el
Templo de Salomón "no estaba Jesucristo real y verdaderamente presente, como se
encuentra en nuestros altares y en nuestros sagrarios" (ibíd., 347). Con la riqueza en los
objetos de culto, comenta ese autor, monseñor Escrivá "quería manifestar su cariño de
enamorado"; Escrivá actúa igual que los enamorados, que se regalan cosas preciosas, "lo
mejor que tienen". "Cuando ellos cambien, cambiaremos de parecer nosotros" (en Bernal,
347).
Con las cosas de Dios, pues, no hay que escatimar. Al contrario: el lema de Escrivá es en
estos casos que "se gasta lo que se debe, aunque se deba lo que se gaste". Y si no hay más
remedio, el "Padre" "solicita ayuda económica, con inmenso dolor de su alma, pero sin
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(Vázquez, 264). Cabría incluso tener la tentación de explicarla a partir de las funciones que
a las mujeres les son atribuidas en las Constituciones del Opus Dei: "la administración de
las casas" del Opus Dei en el caso de las "numerarias" (art. 444.7), y "los trabajos
manuales y el servicio doméstico" en las casas del Opus Dei en el de las "numerarias
auxiliares" (en latín, "inservientes", art. 440.2). Pero este tipo de explicaciones nos
obligaría a recurrir a la literatura "crítica", y en este apartado nos habíamos comprometido
a no hacer uso mas que de las fuentes "oficiales"... Tales fueron, en cualquier caso, las
tareas básicas de la madre y la hermana de Escrivá, "que quisieron encargarse de la
administración de nuestros primeros centros" (Vázquez, 212). Al mismo tiempo, no
obstante, ninguna de las dos perteneció jamás a la Obra. ¿Por qué? Porque no tenían
"vocación al Opus Dei" (Vázquez, 211), pese a que ese mismo autor había escrito, cinco
paginas más arriba, que en Burgos, en 1938, "el Padre manifestó a Alvaro del Portillo un
pensamiento que le venía rondando con insistencia: si "meter" o no a la madre y a la
hermana en la Obra" (ibíd., 206).
Sea como sea, aunque la fundación "oficial" de la sección femenina del Opus data de 1930,
la mujer está prácticamente ausente de un libro como Camino. Puede decirse que todo el
volumen fue concebido en forma de reflexiones y consejos dirigidos a un "tú". Y ese "tú"
es siempre un hombre. "Que vuestra oración sea viril. Ser niño no es ser afeminado" (n°.
888). De la mujer apenas se habla, y cuando se habla de ella no es, salvo en raras
excepciones, en segunda sino en tercera persona, como en aquel otro famoso punto de
Camino: "ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas" (n°. 946).
Aun cuando "no es posible desdeñar la colaboración de la mujer en el apostolado"
(Camino, n°. 980), en efecto, el papel de la mujer aparece en los textos y en el pensamiento
de monseñor Escrivá no sólo como distinto, sino como subordinado al del hombre. Si en el
caso del hombre, "al que pueda ser sabio no le perdonamos que no lo sea" (Camino, n°.
332), en el de la mujer "no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas" (n°. 946). A
las mujeres que llevan los centros de la Obra, el "Padre" les da consejos sobre la forma de
preparar la comida, les recomienda "revistas de cocina", y al regresar de sus viajes les
proporciona "recetas nuevas" (Helming, 55). En cuanto a la mujer casada, los consejos del
"Padre" son, según Gondrand, "los de un confesor experimentado, lleno de sentido común
y de sentido sobrenatural": han de arreglarse y deben preocuparse, "sobre todo con los
años, de remozar un poco la fachada, utilizando los cosméticos previstos al efecto. Será un
gesto de caridad para todos y un medio de parecer más jóvenes ante sus maridos"
(Gondrand, 278). El hogar se convierte así en "un remanso de paz, de alegría, de cariño y
de belleza" (Bernal, 57).
¿Nos hallamos muy lejos de aquel estereotipo cultural, tan español por lo demás, de la
mujer como "reposo del guerrero"? Víctor García Hoz, presentado por Sastre (p. 597)
como una de las primeras "vocaciones matrimoniales" del Opus, escribe en 1945, en una
recensión del libro "Santo Rosario" de Escrivá: "Es un acierto más de D. José María
Escrivá presentar de nuevo el Rosario, no como pasatiempo cansino de mujerucas, sino
como arma, como algo que han de utilizar los hombres que andan ocupados en cosas de
guerra" (en la revista "Arbor", n°. 9, 1945, p. 594). Y Urteaga, al glosar el punto n°. 22 de
Camino ("Sé recio. Sé viril. Sé hombre"), hace una apología de la "reciedumbre" y de la
"virilidad" (Urteaga, 1948, 63-70), a la vez que se pregunta "por qué hemos dejado en
muchas almas que se afemine esa maravillosa intimidad del alma con Dios" (ibíd., 66).
Aun así Ana Sastre, que es mujer, afirma que "Don Josemaría tiene, ya en estos años, una
visión amplia y certera del papel que la mujer ha de jugar en el mundo y en la Iglesia"
(Sastre, 103).
Las palabras "sexo" y "sexualidad", monseñor Escrivá las utiliza muy pocas veces. En
general suele abordar el tema indirectamente, evitando el uso explícito del término, hecho
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que por sí solo podría ser ya significativo. "No te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo
y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que
eso existe" (Surco, n°. 134). "Eso" es "el aguijón de la pobre carne, que a veces ataca con
violencia" (Forja, n°. 317, el remedio es "besar el Crucifijo"); son "las tentaciones de la
carne" (Surco, n°. 847; el remedio es "juntarnos estrechamente a Nuestra Madre en el
Cielo"); son las "bajas tendencias" (Surco, n°. 849; hay que "rezar despacio a la Virgen
Inmaculada"); es "la concupiscencia sucia y seca" de "los afectos de la tierra" (Forja, n°.
477); el "cieno vil de las pasiones" (Surco, n°. 414); son, en definitiva, "instintos de
machos y de hembras" (Surco, n°. 835).
En una de las raras oportunidades en que Escrivá emplea expresamente la palabra
"sexualidad", es para afirmar: "En estos momentos de violencia, de sexualidad brutal,
salvaje, hemos de ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes: no nos da la gana dejarnos llevar
por la corriente, y ser unas bestias" (Forja, n°. 15). Pero "ni son más hombres, ni son más
mujeres, por llevar esa vida desordenada. Se ve que, quienes así razonan, ponen su ideal de
persona en las meretrices, en los invertidos, en los degenerados..., en los que tienen el
corazón podrido y no podrán entrar en el Reino de los Cielos" (Surco, n°. 848). Si afirmara
que tienen mayores probabilidades de contraer el sida... ¡todavía!; pero por lo que respecta
a entrar en el Reino de los Cielos, según el Evangelio también lo tienen difícil los ricos
(Mateo 19,23), e incluso pudiera ser que algunas "meretrices" precedieran en él al amable
lector, y a un servidor, y al propio monseñor Escrivá (Mateo 21,31).
De todo ello se deduce, para el "Padre", la conveniencia de tratar al cuerpo "con caridad,
pero no con más caridad que la que se emplea con un enemigo traidor" (Camino, n°. 226).
En su caso personal, ya desde muy joven "su porte atractivo debió causar impresión en las
muchachas; y, por ello, comenzó a cuidar la vista, sin dejar que la mirada se enturbiase en
la curiosidad" (Vázquez, 71). Una vez definida su vocación sacerdotal, para él está claro
que si bien "yo bendigo ese amor (de los matrimonios) con las dos manos.., a mí el Señor
me ha pedido más" ("Amigos de Dios", homilías, n° 84). Y pese a que "las malas
inclinaciones de nuestra naturaleza se sienten lo mismo a los veinte años que a los
cincuenta", la castidad, prosigue monseñor Escrivá, es "un triunfo, que nos da una
paternidad maravillosa, muy superior a la de la carne" (Berglat 52). Lo mismo había escrito
ya en Camino, precisamente en aquella reflexión sobre "el matrimonio para la clase de
tropa" con la que iniciábamos este conjunto de observaciones y que termina así: "¿Ansia de
hijos? Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el
egoísmo de la carne" (Camino, n°. 28).
Como es bien comprensible, los biógrafos son parcos en sus comentarios sobre la
sexualidad en la vida personal de. monseñor Escrivá. Según Berglar, "es sabido que hay
mujeres para las que nada es tan atractivo como los hombres que quieren vivir el celibato,
que quieren ser sacerdotes o que ya lo son. No vamos a profundizar ahora en el tema. Sólo
diremos que tampoco el joven Josemaría estuvo libre de tales acechanzas. Como cualquier
persona joven, tuvo que superar las tentaciones" (Berglar, 52).
Pero aunque este autor concluye que "en este terreno no hay nada sensacional que valga la
pena señalar", lo cierto es que hay algún episodio que, sin ser "sensacional", puede resultar
no obstante bastante ilustrativo. Como por ejemplo el hecho, comentado por Vázquez, de
que cuando Escrivá iba con su madre por la calle, en el Madrid de los años treinta, la
obligaba a caminar separada de él: "No podemos ir juntos por la calle -le decía- porque no
llevo escrito en la frente que sea hijo tuyo y no quiero correr el riesgo de escandalizar a
alguien" (Vázquez, 136).
En 1936, poco después del estallido de la guerra española, el "Padre" tiene que esconderse
y debe cambiar a menudo de domicilio; por el mero hecho de ser sacerdote, corre el riesgo
de ser fusilado. En un momento especialmente delicado, en que no tiene donde refugiarse,
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se produce el siguiente episodio (Gondrand, 118; Sastre, 198; Vázquez, 170): un amigo le
ofrece la llave de una casa; la familia está fuera de Madrid y el portero es un hombre de
confianza. En el piso hay sólo una criada, también de toda confianza, que podrá cuidar de
él. Escrivá pregunta por la edad de la sirvienta. Veintidós o veintitrés años. "El Fundador
mira a este hombre que quizá ha caminado la ciudad entera para buscar un escondite en el
que proteger la vida del Padre y le dice: "Hijo mío, ¿no te das cuenta de que soy sacerdote
y de que, con la guerra y la persecución, está todo el mundo con los nervios rotos? No
puedo ni quiero quedarme encerrado con una mujer joven, día y noche. Tengo un
compromiso con Dios, que está por encima de todo. Preferiría morir antes que ofender a
Dios, antes que fallar a este compromiso de Amor"" (Sastre, 198). "Con delicadeza y
energía le hizo entender que, teniendo un compromiso de Amor con Dios, era temerario
estar encerrado día y noche con una mujer, más aún habida cuenta de las circunstancias de
desgaste físico y moral en tiempo de persecuciones" (Vázquez, 170). De este modo rechaza
el ofrecimiento. Pero no le devuelve la llave al amigo. Sino que "añade: "¿Ves esta llave
que me has dado? Pues va a ir a parar a aquella al-cantarilla." Y acercándose al sumidero la
deja caer" (Sastre, 198). ""¿Ves esta llave?", le dijo. Se acercó a la boca de una al-cantarilla
y la dejó caer por su negrura. Arrojada la llave, desaparecía la más remota ocasión de
tentaciones" (Vázquez, 170).
"Por defender su pureza san Francisco de Asís se revolcó en la nieve, san Benito se arrojó a
un zarzal, san Bernardo se zambulló en un estanque helado... Tú, ¿qué has hecho?",
pregunta Escrivá (Camino, n°. 143). ¡Arrojar una llave a la alcantarilla!
En ese mismo capítulo de Camino, dedicado a la "santa pureza", hay dos puntos
consecutivos (n°. 121 y 122) que parecen inspirados en aquel "Pensamiento" de Pascal:
"L'homme n'est ni ange ni béte..." Dice Escrivá: "Hace falta una cruzada de virilidad y de
pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una
bestia" (n°. 121). Y continúa: "Muchos viven como ángeles en medio del mundo. Tú, ¿por
qué no?" (n°. 122). Porque -proseguía Pascal- "...et qui veut faire l'ange fait la bete".
3. La originalidad de monseñor Escrivá
Llegados a este punto, alguien podría preguntar: ¿y que hay de original en todo esto?
Mejor dicho, llegados a este punto, yo desearía que alguien preguntase: ¿y qué hay de
original en todo esto?
Pues no gran cosa, con franqueza. Por supuesto que un lector geográficamente muy alejado
del mundo ibérico, culturalmente poco familiarizado con la que ha sido la historia de
España en el siglo xx, o religiosamente desconectado del catolicismo romano tradicional,
podría encontrar muy originales la figura, el talante y las formas de actuar de un personaje
que sin lugar a dudas ha de parecerle sumamente exótico. En cambio, a un lector católico,
español y de sesenta años, la figura de monseñor Escrivá le parecería mucho menos
original, precisamente porque el contexto no le resultaría tan exótico.
Más que "un clásico de la espiritualidad de todos los tiempos", Escrivá de Balaguer es en el
fondo "un hijo de su tiempo": el producto de un país determinado y de una época y de una
Iglesia determinadas. La España del general Franco y la Iglesia del papa Pío x. Si el Opus
Dei no se hubiese "visto nunca en la necesidad de ponerse al día", como sostenía Escrivá,
el Opus sería hoy una organización paramilitar y profascista, antimodernista e integrista. Si
no lo es, es porque ha ido evolucionando con el tiempo; como ha evolucionado la Iglesia
católica, como evolucionó el régimen franquista y como evolucionó también monseñor
Escrivá.
Con todo, la evolución jamás borra de golpe el pasado, como si nunca hubiese existido. El
pasado deja huella ("deja poso", como decía Escrivá; Camino, n°. 1). La Iglesia católica
actual es heredera de la de antes del concilio Vaticano II, y aun en los ambientes más
progresivos y progresistas cabe detectar tics de un autoritarismo y un clericalismo más
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capítulos se verá por qué), Escrivá es un hombre de una sinceridad radical. "No hace teatro.
Es imposible que sea teatro" (Calvo Serer, en Martí Gómez y Ramoneda, 28). Y es sincero
en el sentido de que él es el primer convencido de cuanto dice y cuanto hace: es, por
decirlo así, el primero en creer en su propia "propaganda".
c) Dado este carácter complejo, rico y paradójico del personaje, pretender resumir su
pensamiento en unas pocas frases es imposible, porque la selección de los aspectos
subrayados contiene inevitablemente muchas dosis de arbitrariedad. Aun así, y admitiendo
la simplificación en la que incurrimos, pero comprobando al mismo tiempo que la
selección es muy paralela a la que hace Raimon Panikkar (desde el distanciamiento, pero
desde un conocimiento muy directo; véase Moncada, 1987, 135s), propondríamos una
síntesis basada en dos textos muy complementarios de Escrivá, respectivamente tomados
de Camino y de Forja.
En esta oportunidad, evidentemente, el "Padre" no bromea: "¡Caudillos!... viriliza tu
voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades
secretas? Nunca han ganado a las masas. -En sus antros forman unos cuantos hombres-
demonios que se agitan y revuelven a las muchedumbres, alocándolas, para hacerlas ir tras
ellos, al precipicio de todos los desórdenes... y al infierno. -Ellos llevan una simiente
maldecida.
"Si tú quieres..., llevarás la palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar. Si
eres generoso..., si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás:
el reinado de Cristo: que todos vayan con Pedro a Jesús por María" (Camino, n°. 833; la
cita es íntegra; los puntos suspensivos, en el original; las últimas palabras, en latín en el
original: "omnes cum Petro ad Iesum per Mariam").
"Los enemigos de Dios y de su Iglesia, manejados por el odio imperecedero de Satanás, se
mueven y se organizan sin tregua. -Con una constancia "ejemplar", preparan sus cuadros,
mantienen escuelas, directivos y agitadores y, con una acción disimulada -pero eficaz-
propagan sus ideas, y llevan a los hogares y a los lugares de trabajo su semilla destructora
de toda ideología religiosa. "¿Qué no habremos de hacer los cristianos por servir al Dios
nuestro, siempre con la verdad?" (Forja, n°. 466).
De no ser porque antes habíamos adelantado que en una selección como ésta la
simplificación es inevitable, bien tendríamos la tentación de exclamar: ¡aquí está todo! 1)
La división del mundo en buenos y malvados, en cristianos y enemigos de Dios y de la
Iglesia. Unos: santos, generosos, viriles, apostólicos, devotos; otros: demoníacos,
destructivos, marcados por el odio, por la agitación, el desorden. 2) El lenguaje,
cargadísimo de connotaciones negativas: sociedades "secretas y malditas", "antro,
precipicio, infierno", "simiente maldecida", "odio imperecedero", "acción disimulada",
"semilla destructora"; y el "caudillo" de "voluntad viril" como único instrumento capaz de
hacer frente a la situación. 3) Los medios "sobrenaturales" que este "caudillo" debe
emplear: la "santificación personal", el apostolado ("llevar la palabra de Dios"), la
fidelidad a la Iglesia romana ("cum Petro"), la devoción a la Virgen. 4) Los medios
"materiales": "qué no habremos de hacer los cristianos...". Reconstruyamos la frase de
Escrivá, modificando tan sólo la adjetivación: los miembros del Opus Dei, "con una
constancia ejemplar (sin comillas), preparan sus cuadros, mantienen escuelas, directivos y
apóstoles (no agitadores) y, con una acción eficaz y discreta (en vez de disimulada),
propagan sus ideas y llevan a los hogares y a los lugares de trabajo la semilla bendita (en
lugar de destructora) de la religión". No es en absoluto una mala definición de la pauta de
conducta de los miembros del Opus: los "buenos" han de oponerse a los "malos" con los
mismos medios que éstos usan, única garantía de poderse enfrentar a ellos con éxito. 5) El
objetivo final de Escrivá: "el reinado de Cristo", muy vinculado a toda la tradición de la
devoción al "Sagrado Corazón de Jesús", vehiculada en España sobre todo por la
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detectarse en la sociedad española de los años setenta y ochenta, y son detectables todavía
hoy en las filas del Opus Dei.
Por último, en lo que respecta a los "caudillos" y a los "golpes de látigo", a los "cristianos
generosos" y "dispuestos a morir matando", monseñor Escrivá y el Opus Dei tampoco son
especialmente originales. Buena parte del clero español de los años cuarenta pensaba y
decía lo mismo. Los obispos españoles aplaudían a Escrivá. Y algunos de los que no
aplaudían, así como los que se volvían contra él, encabezados por los jesuitas, si atacaban a
Escrivá no era para manifestar así el radical desacuerdo con sus ideas: le atacaban porque
les hacía la competencia y porque querían ser ellos quienes tuvieran prioridad absoluta a la
hora de dar palos.
Así pues, si a alguien le apetece interpretar estas páginas como una crítica "devastadora" de
la figura de monseñor Escrivá, sepa al menos que no ha sido esa nuestra intención.
Queríamos tratar de comprender, y, para llegar a comprender, tan engañosa resulta la
simple descalificación como la pura mitificación. Escrivá es hijo de una Iglesia y de una
sociedad determinadas. Los españoles de hoy son igualmente, si no sus hijos, sus nietos;
incluyendo a aquellos que, sin ser hoy católicos, fueron socializados en aquella cultura. La
sociedad española actual, de derechas o de izquierdas, y la Iglesia española actual, la
"restauracionista" y la "progresista", están repletas de pequeños imitadores del "Padre". Si
tras haber intentado comprenderle alguien le pretende juzgar y quiere distribuir méritos y
defectos, premios y castigos, habrá de procurar que el reparto sea equitativo.
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sobre algunas organizaciones católicas que habían surgido hacía poco en Italia y en la
Europa central, "pensando que si alguna de ellas correspondía a lo que Dios le había
mostrado, se uniría a ella para ser el último de todos" (Helming, 23). Pero las
informaciones que recibe le convencen de que éste no es el caso; por lo tanto, no le queda
otra solución que "abrir brecha él solo" (ibíd., 23).
En efecto, el Opus Dei no tiene precedentes inmediatos. Así lo afirma Álvaro del Portillo:
"Si se tiene en cuenta el paréntesis -de muchos siglos- que había entre la vida santa de los
primeros seguidores de Cristo y la espiritualidad de la Obra, se entenderá que no puedo
señalar ningún precedente inmediato del Opus Dei" (Portillo, 1978, 40). ¿Cuál es ese largo
paréntesis que se cierra con la "visión" del padre Escrivá? Que "al cabo de los siglos,
volvía a recordar a la humanidad entera que el hombre había sido creado para que
trabajara" (Sastre, 93). Esto es, según la versión "oficial", lo que convierte a monseñor
Escrivá en "un pionero de la santidad de los laicos", y en "una de esas almas excepcionales
escogidas por Dios", cuya misión "ha resultado uno de los elementos fundamentales de la
renovación eclesial suscitada por el Señor durante los últimos decenios" (Alonso, 1982,
229).
d) El mes de febrero de 1930, al poco tiempo de haber dejado escrito que nunca habría
mujeres -"ni de broma"- en el Opus Dei, Dios hace ver a Escrivá que él sí quiere que en el
Opus haya mujeres. Luego tendrán que transcurrir otros trece anos para que Dios,
"metiéndose una vez más en su vida", le muestre que quiere que exista asimismo "un
cuerpo o núcleo sacerdotal", puesto que "ésa es la estructura de la Iglesia, y la que, a su
modo, debía reproducir también el Opus Dei" (Fuenmayor y otros autores, 118s).
De esta forma quedará consolidada la triple fundación del Opus Dei inicial, la sección
femenina y la sociedad sacerdotal. De la primera, Escrivá dirá: "Y yo tengo que decir que
no he fundado el Opus Dei. El Opus Dei se fundó a pesar mío. Ha sido una voluntad de
Dios que se ha verificado y ya está. Yo soy un pobre hombre que no he hecho más que
estorbar, de modo que no me llames fundador de nada" (citado en Vázquez, 472). De la
sección de mujeres: "Os aseguro con una seguridad física -así, física- que sois hijas de
Dios. Vosotras no habéis tenido fundadora: vuestra Fundadora ha sido la Santísima Virgen"
(ibíd., 116). Y de la sociedad sacerdotal: "El 14 de febrero de 1943, después de buscar y no
encontrar la solución jurídica, el Señor quiso dármela, precisa y clara" (ibíd., 233). En
resumen, y siempre según el "Padre": "La fundación del Opus Dei salió sin mí; la Sección
de mujeres, contra mi opinión personal, y la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
queriendo yo encontrarla y no encontrándola" (ibid., 234).
Un mes después de haber fundado la sección de mujeres, el 24 de marzo de 1930, el
"Padre" escribe una primera carta a cuantos, a partir de ahora, llamará "hijos míos".
Berglar hace singular hincapié en la significación de dicho documento, del que reproduce y
comenta bastantes fragmentos (Berglar, 94-101). La carta, que tiene "una gran importancia
para la historia de la Iglesia", ha sido traducida al latín, "idioma de la Iglesia", y se conoce
como "Singuli dies" ya que, "como es normal en estos casos", tales cartas suelen citarse
por sus primeras palabras (Berglar, 94; las cursivas son nuestras). Puede resultar oportuno
recordar que éste es, en efecto, el procedimiento que suele usarse en el caso de las
encíclicas de los Santos Padres. Tampoco es del todo inoportuno llamar la atención sobre el
hecho de que el "Padre" redacta la carta "Singuli dies" en un momento en el que aún no
hay nadie, "ni un solo miembro", en el Opus Dei, lo cual no deja de suponer una
innovación con respecto a las costumbres pontificias.
e) En las postrimerías del año 1930 comienzan a llegar los primeros miembros del Opus
Dei, "como fruto de la ingente labor del Fundador con personas de toda condición:
hombres, mujeres, sacerdotes, estudiantes, obreros, enfermos" (Berglar, 387). En la
cronología establecida por este autor al final de su volumen, para el período 1931-1932
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hace constar tan sólo que Escrivá deja de ser capellán del "Patronato de Enfermos" para
pasar a serlo de "las Agustinas Recoletas del convento de Santa Isabel", así como que "los
domingos va con un grupo de estudiantes a visitar a los enfermos del Hospital General"
(Berglar, 387).
j) El mes de diciembre de 1933, ya en plena república, y seis meses después de la
aprobación de una ley que prohíbe a las congregaciones religiosas la creación o el
mantenimiento de escuelas privadas (Vázquez, 135), Escrivá inaugura su primera obra
apostólica: "la primera labor corporativa fue la Academia que llamábamos DYA -Derecho
y Arquitectura- porque se daban clases de esas dos materias; pero significaba Dios y
Audacia, para nosotros" (Escrivá, 1975, 27).
La academia "funciona como centro cultural y de enseñanza"; además de las clases "de
temas profesionales, se organizan algunos ciclos de formación religiosa y apologética", de
los que no se encarga Escrivá, sino un sacerdote amigo (Sastre, 173; véase igualmente
Bernal, 197). Al comenzar el curso siguiente, la academia se traslada a unos locales más
espaciosos, al mismo tiempo que se convierte en residencia de estudiantes, "en un barrio
distinguido" de Madrid (Pérez Embid, 1963). Con este motivo Escrivá solicita al obispado
un permiso para poder instalar un oratorio en el edificio. La petición figura como primer
documento en el apéndice documental del volumen colectivo de Fuenmayor (1989, p.
509). En ella, Escrivá se presenta como director espiritual de la academia-residencia, cuyo
director técnico es el arquitecto Ricardo Fernández Vallespín, uno de los primeros
"discípulos" del "Padre". Es interesante comprobar de qué forma presenta Escrivá las
actividades de esta "primera obra apostólica del Opus Dei". De acuerdo con lo expuesto en
la solicitud, en la academia se dan clases de religión, "además de los fines culturales que le
son propios". Por otra parte, "se procura hacer obras de celo con los alumnos y residentes
de la casa y con otros estudiantes de todas las Facultades y Escuelas Especiales,
explicándoles el Santo Evangelio, practicando el retiro mensual, atendiendo a catequesis en
los barrios extremos, etc ."; y es por todo ello que desean poder tener en la casa "Capilla y
Sagrario con su Divina Majestad Reservado" (Fuenmayor y otros autores, 509).
A finalizar el curso 1935-1936 la residencia se traslada de nuevo, "a un noble palacio de
esa misma calle de Ferraz" (Pérez Embid, 1963); pero al cabo de una semana de haber
solicitado la autorización para trasladar asimismo el oratorio (Fuenmayor y otros autores,
510) estalla la sublevación militar del mes de julio de 1936, y en el ataque a un cuartel
próximo el edificio queda destruido.
g) Por último, preciso es señalar que en 1934 Escrivá publica, además de "Santo Rosario",
obra "profundamente poética e intimista" (Berglar, 168), un librito que lleva el título de
"Consideraciones espirituales", editado en la Imprenta Moderna, la antigua imprenta del
Seminario de Cuenca, ciudad cuyo obispo, pariente lejano suyo, le había ofrecido tiempo
atrás una canonjía.
"Consideraciones espirituales", obra en la actualidad prácticamente ilocalizable, es
presentada por la literatura "oficial" del Opus Dei como una primera versión de Camino, el
cual vendría a ser simplemente su reedición ampliada. Así por ejemplo, se dice que
"Consideraciones espirituales", "en su segunda edición, sin modificaciones y con algunos
capítulos más, aparecida en 1939, recibió el nombre de Camino" (Gómez Pérez, 1976,
253). El propio Escrivá afirma: "Escribí en 1934 una buena parte de ese libro (Camino),
resumiendo para todas las almas que trataba -del Opus Dei o no- mi experiencia
sacerdotal" (Conversaciones, n°. 36). En la advertencia preliminar de "Consideraciones",
Escrivá había dicho que eran "apuntes, escritos sin pretensiones literarias ni de publicidad,
respondiendo a necesidades de jóvenes seglares universitarios dirigidos por el autor". Y el
mismo año 1934, en carta dirigida al vicario general de la diócesis de Madrid, le comunica
la inminente aparición de un "folletico", explica que son "notas que empleo para ayudarme
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Prescindiendo del hecho de que una vez en Madrid se dedica a muchas otras actividades,
pero sin sacar adelante la tesis doctoral, habría que preguntarse para qué quiere el título de
doctor. Y parecería que, o bien se trata de un mero pretexto para huir de Zaragoza, o bien lo
quiere porque en aquellos momentos su objetivo es el de dedicarse a la enseñanza. Podría
ser una pura casualidad, pero no es seguro que sea mera casualidad: de la época del
Seminario y de la Universidad de Zaragoza, Ana Sastre menciona exclusivamente los
nombres de tres amigos de Escrivá: don Félix Lasheras, el profesor Legaz Lacambra y
monseñor José López Ortiz (Sastre, 68). El primero, sacerdote y capellán castrense, fue
durante muchos años catedrático de latín (huelgan en este caso las referencias
bibliográficas: fue profesor mío en un instituto de Barcelona); el segundo, catedrático de
derecho (véase López Rodó, 1990, 27), además de ser -¿otra casualidad?- el traductor
castellano de "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" de Weber, y el tercero,
también catedrático (López Rodó, 1990, 29), antes de ser obispo y vicario general
castrense.
2) La fecha de la fundación
No obstante, éstas son todavía cuestiones relativamente menores. En lo que respecta a este
período (1928-1936) es evidente que el tema básico es el de la fundación del Opus Dei,
fechada oficialmente en 1928. Y también en este caso existen problemas no resueltos, o
bien no resueltos de forma tan satisfactoria.
Del análisis de la literatura oficial se deduce que antes del día 2 de octubre de 1928 Escrivá
no tiene intención alguna de fundar nada. En ningún momento se nos habla de la existencia
de proyecto alguno, previo a la "iluminación" divina. Sin dejar de admitir la posibilidad de
que realmente así fuera, no hay duda de que el argumento sirve, de paso, para ahorrarse el
reconocimiento de la existencia de cualquier tipo de influencia en el origen de la idea de
Escrivá. Planteadas así las cosas, en efecto, la atmósfera que Escrivá descubre a su llegada
a Madrid no va a tener absolutamente nada que ver con la fundación del Opus, ya que
(quod erat demonstrandum) el Opus es la manifestación directa de la voluntad de Dios.
¿Cuál es, sin embargo, esta atmósfera? Fieles al principio de basarnos en toda la medida de
lo posible en autores pertenecientes al Opus Dei, veamos cómo describe Antonio Fontán el
ambiente de aquella universidad madrileña en la que Escrivá se matricula de los cursos de
doctorado: "Los sectores dinámicos del profesorado universitario español son
predominantemente prorrevolucionarios, acatólicos o neutrales en el orden religioso, y en
algunos casos muy notables, abiertamente anticatólicos" (Fontán, 1961, 22). "Los
profesores miembros de organizaciones católicas eran muy escasos, y en las universidades
más importantes, como por ejemplo la de Madrid, el movimiento cultural y científico lo
dirigían hombres de izquierdas o agnósticos y secularistas, e incluso marxistas" (ibíd., 23).
Hay un "descenso de vitalidad creadora intelectual entre los católicos españoles... (que
olvidan) que tenían por misión una presencia activa en las cosas de este mundo, y
especialmente en las más nobles y fecundas: la ciencia, la educación, la cultura" (ibíd., 27).
Nos hallamos, prosigue Fontán (basándose en este punto en un libro de Suñer, "Los
intelectuales y la tragedia española", 1937), con una auténtica revolución, obra "de los
ideólogos políticos que conquistan la universidad en el primer tercio del siglo ", y que se
propone "la implantación de una España nueva, secularizada, contradictoria con la
tradición católica, que había sido columna vertebral de toda la tradición nacional española"
(Fontán, 1961, 31). Pues bien: "El punto de partida de esta revolución profunda es Giner y
la Institución Libre de Enseñanza", un movimiento inicialmente pedagógico que se
politizó, que luchó contra el general Primo de Rivera y contra la monarquía, y que
contribuyó al establecimiento del régimen republicano aliándose "con los extremistas del
socialismo y del anarquismo español", y convirtiéndose en definitiva en "una "dique"
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al final, podía suceder que después de haber aguardado tanto le dijeran "que el padre
Sánchez Ruiz no podría verle". Vázquez exclama: "Cualquier otro lo hubiera tomado corno
una desatención grave" (Vázquez, 106). Don Josemaría no, por supuesto.
Dada la situación, Vázquez de Prada opta por quitarle al jesuita el mérito de haber
encontrado -aun involuntariamente- en nombre del Opus Dei. Al explicar la anécdota, no
precisa quién hizo aquella pregunta, "¿cómo va esa obra de Dios?" (ibíd., 117). Bernal ya
había hecho otro tanto: ""Alguien" le preguntó: ¿cómo va esa obra de Dios?" (Bernal, 116).
Según Le Tourneau, fue "un amigo de Josemaría" (Le Tourneau, 8). Y en el índice
onomástico de los volúmenes de Berglar y Sastre, el pobre jesuita no aparece.
Aun así, sabiendo cómo las gasta el Opus Dei tratándose del sacramento de la confesión, y
sabiendo qué dice monseñor Escrivá en Camino acerca de la figura del director espiritual
("se precisa mucha obediencia al Director", n°. 56; "Director. -Lo necesitas. -Para
entregarte, para darte..., obedeciendo. -Y Director que conozca tu apostolado...", n°. 62), es
de suponer que si Sánchez Ruiz no tuvo intervención directa en el origen del Opus, por lo
menos había de estar enterado del apostolado iniciado por el "Padre". Pues tampoco: "Por
supuesto, el confesor no se metía en asuntos del Opus Dei; y don Josemaría no hubiera
permitido, por otra parte, interferencia alguna" (Vázquez, 116).
Ya puede empezarse a prever que el asunto va a terminar como el rosario de la aurora.
Efectivamente, así es. Puesto que le debemos a Gondrand que haya sido el único en
explicar que fue el padre Sánchez quien le sugirió al "Padre" el nombre del Opus Dei,
dejemos que sea también él quien nos cuente el final: concluida la guerra, don Josemaría
"se vuelve a confesar habitualmente con él"; pero un buen día el jesuita le dice que "la
Santa Sede no aprobará nunca el Opus Dei". "Don Josemaría queda consternado ante este
súbito cambio, ya que su confesor siempre se había mostrado convencido del origen divino
de lo que había pasado en su alma aquel 2 de octubre de 1928." Escrivá no logra explicarse
ese cambio de actitud si no es porque el jesuita "ha sido presionado para que le disuada de
fundar el Opus Dei" (en este punto se plantea, por lo demás, un curioso interrogante:
¿cómo podría, en efecto, querer "disuadirle de fundar" una Obra que "oficialmente" hacía
doce años que había sido fundada?). Y el padre Escrivá cambia de confesor (Gondrand,
115).
En síntesis, pues, el año 1928 Escrivá no tiene intención alguna de fundar nada, y la
atmósfera y la gente con las que se encuentra en Madrid no ejercen ninguna influencia
sobre un acontecimiento que se produce por intervención directa de Dios. Más aún, incluso
después de esta intervención el "Padre" sigue resistiéndose a hacer una fundación nueva.
No se decidirá a ello hasta que, después de haber buscado en vano la existencia de alguna
iniciativa similar, llegue a la conclusión -como decía monseñor del Portillo- de que "no hay
precedentes". No entraremos aquí en el debate sobre la existencia o la no existencia de
precedentes: los especialistas habrían de decir si, sin salir de Madrid, una iniciativa como
la de la Institución Teresiana del padre Poveda presenta semejanzas con el Opus Dei, o si,
fuera de España, se asemejaban más o menos a él otras fundaciones anteriores.
Para abreviar (y con el consiguiente riesgo de simplificar un tanto), si la especificidad del
Opus Dei consistiera realmente en aquello que proclaman hoy sus representantes más
autorizados ("promover entre personas de todas las clases de la sociedad el deseo de la
perfección cristiana en medio del mundo", Escrivá, "Conversaciones", n°. 24; "desde el
primer momento el objetivo único del Opus Dei ha sido el que le acabo de describir:
contribuir a que haya en medio del mundo hombres y mujeres de todas las razas y
condiciones sociales que procuren amar y servir a Dios y a los demás hombres en y a
través de su trabajo ordinario", ibíd., n°. 26), tal vez lo mejor fuera invertir los términos de
la pregunta. Tal vez, en lugar de preguntarse si existe o no algún precedente del Opus Dei,
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habría que preguntarse más bien si existe en el Opus Dei algún elemento verdaderamente
original.
Por lo que al tema de la fundación del Opus Dei se refiere, las cuestiones no resueltas
podrían sintetizarse en definitiva en un triple interrogante: ¿Cuál es la originalidad de la
fundación de Escrivá del año 1928? ¿Coincide la fundación de 1928 con la visión que dan
hoy de ella los miembros del Opus? ¿En qué sentido puede decirse que el año 1928 es el
año de la fundación del Opus Dei?
3) Los primeros discípulos
Para acabar de poner difíciles las cosas, dejando expresamente cuestiones por resolver, ni
siquiera el tema de los primeros discípulos del padre Escrivá es de fácil solución. Si se
pretende establecer la lista, preciso es reconstruirla pacientemente a partir del laberinto de
nombres y datos que figuran en las distintas biografías, en una desordenada mezcla que
parece deliberadamente destinada a crear confusión, y no claridad, ya sea con el fin de no
precisar con exactitud cuántos y quiénes son los miembros del Opus durante estos primeros
años, ya sea en aplicación del principio -no escrito, pero fácilmente verificable- según el
cual no deben mencionarse los nombres de aquellos que han abandonado la Obra.
Veíamos más arriba que, según Berglar, a partir de 1930 empieza a haber en el Opus Dei
"personas de toda condición: hombres, mujeres, sacerdotes, estudiantes, obreros,
enfermos" (Berglar, 387). De acuerdo con el esquema más claro de Fuenmayor y otros
autores (p. 36s), vamos a fijarnos en las primeras tres categorías, y ya veremos luego si son
estudiantes u obreros (enfermos, en principio, tanto pueden estarlo unos como otros).
Según estos autores, en efecto, "el conjunto de los que han escuchado su mensaje y le
siguen" (Fuenmayor y otros autores, 36) son:
-Siete u ocho sacerdotes, a quienes ha hablado de la Obra "y con cuya colaboración cuenta,
en mayor o menor grado". Un único nombre propio: José María Somoano, que fallecerá en
1932, "seguramente envenenado" (Vázquez, 135). En las biografías se menciona algún otro
nombre: Lino Vea, "otro sacerdote que quiso unirse a la Obra" (Berglar, 118), fallecido al
estallar la guerra española; o bien Norberto Rodríguez (Sastre, 121). Los demás nombres
podría ser que no fueran mencionados porque, corno dice Vázquez, "algunos de aquellos
buenos sacerdotes resultaron su "corona de espinas", por no ajustarse al mismo espíritu que
el Fundador" (Vázquez, 232). En cualquier caso, lo cierto es que el día antes de la
ordenación sacerdotal de Álvaro del Portillo y otros dos miembros, en 1944, el único
sacerdote del Opus Dei es José María Escrivá.
-"Algunas mujeres" (Fuenmayor y otros autores, 36), sin dar nombres ni precisar la cifra.
La primera de todas parece haber sido María Ignacia García Escobar (Sastre, 114),
fallecida en 1933. Pero ninguna de ellas "asimila el espíritu específico del Opus Dei": en
1939 Escrivá "decide recomenzar esta labor casi desde cero" (Fuenmayor y otros autores,
37). Como puede comprobarse, pues, al finalizar el período inicial que estamos
considerando el Opus Dei tiene entre los sacerdotes y las mujeres a sus primeros "mártires"
(Berglar, 118s), pero ni un solo miembro.
-"Un grupo reducido de varones, miembros de la Obra" (Fuenmayor y otros autores, 36).
De los llegados antes de 1933, uno muere en 1932 -Luis Gordon-, y "los restantes no
perseveran", con la única excepción de Isidoro Zorzano, que fallecerá en 1943. Pero a
partir de 1933 "el panorama cambia", y al estallar la guerra Escrivá "cuenta ya con diez o
doce hombres" (ibíd., 36; es tan inverosímil que los autores no sepan si eran diez o eran
doce, que la única conclusión posible es que no quieren precisarlo).
¿Quiénes son esos diez o doce?
Isidoro Zorzano. "Fuera de la Obra, su nombre será conocido en cuanto concluya su causa
de beatificación, iniciada en 1948" (Berglar, 131). Dado que la espera puede ser larga, ya
que es evidente que la "causa" de Zorzano no va al mismo ritmo que la del "Padre",
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adelantemos entretanto que había sido un condiscípulo de Escrivá en Logroño y que poseía
la nacionalidad argentina, hecho que permite que desde 1930 don Josemaría, atento
siempre a la "entraña universal" de la Obra, exclame: "Ya tenemos en el Opus Dei personas
de los dos hemisferios" (Sastre, 144). Era ingeniero.
Juan Jiménez Vargas. Cuando conoce al Padre es estudiante de medicina. Miembro del
Opus Dei desde el mes de enero de 1933 (Gondrand, 87). Al estallar la guerra vivirá con el
"Padre", escondido; será detenido y encarcelado (Sastre, 199s); acompañará al "Padre" en
su huida por Barcelona y los Pirineos; alcanzada la zona franquista, será movilizado
(Sastre, 220). Catedrático a los 27 ó 28 años (Barcelona, 1941), será uno de los promotores
de la Facultad de medicina de la Universidad del Opus Dei en Navarra, a partir de 1954
(Sastre, 422).
José María González Barredo. Estudiante de química. Miembro del Opus Dei en 1933. Es
quien pone el dinero para pagar el alquiler del primer piso donde se instala la academia
DYA (Sastre, 150). En los meses iniciales de la guerra, es quien proporciona a Escrivá la
llave que terminará en una alcantarilla (Sastre, 198), y posteriormente uno de los que se
refugian con él en la Legación de Honduras en 1937 (Berglar, 172). Catedrático de física y
química, y profesor en dos universidades norteamericanas (Sastre, 148). Traductor de
Camino al alemán y al inglés (Sastre, 150s).
Ricardo Fernández Vallespín. Estudiante de arquitectura, conoce al "Padre" en mayo de
1933. Año y medio más tarde, Escrivá le habla de la Obra, "de la cual no tiene aún noticia
alguna" (Sastre, 154), y él decide "ser de eso" (un "eso" al cual "no acierta a poner un
nombre concreto", Sastre, 155). Director de la academia DYA. El día antes de estallar la
sublevación militar, viaja a Valencia donde tenía que organizar otra residencia (le
substituía, en Madrid, Zorzano). Hijo de militar, tiene a dos hermanos en la cárcel por
haber participado en el "pronunciamiento" militar de 1932 (Sastre, 152). Catedrático de
universidad. Ordenado sacerdote en 1949. Pionero de la expansión del Opus Dei en la
Argentina (Sastre, 398).
Álvaro del Portillo. Entra en contacto con Escrivá a través de una familiar: a todas las
señoras que colaboran benéficamente en el Patronato de Enfermos Escrivá "les pregunta si
tienen algún pariente joven, estudiante" (Sastre, 120). Ingeniero de caminos. Miembro del
Opus Dei en 1935. Escondido con el "Padre" en Madrid durante la guerra. En 1938, tanto
la madre de Portillo como Escrivá se hallan en Burgos: "El Fundador, por iluminación
divina, le anunció tajantemente: El día 12 se pasa su hijo" (Vázquez, 196). En la fecha
"intuida", en efecto, cruza la línea divisoria de la España republicana; es movilizado y
destinado a un pueblo cercano a Valladolid. Ordenado sacerdote en 1944: uno de los tres
primeros. Compañero inseparable del fundador, reside en Roma desde los años cuarenta, y
se convierte en el sucesor de Escrivá en 1975.
José María Hernández de Garnica. Conoce el Opus Dei en 1935. Estudiante de ingeniería
de minas, "pollo pera, y madrileño hasta la médula" (Vázquez, 155). Encarcelado en
Madrid en 1936, está a punto de ser fusilado, es trasladado a un penal de Valencia (Sastre,
159) y se incorpora al ejército republicano (Vázquez, 191). Ordenado sacerdote al mismo
tiempo que Portillo, en 1944, se ocupará inicialmente de la sección femenina del Opus.
Más tarde irá a Francia y a Inglaterra (Vázquez, 298), y durante los años sesenta será uno
de los pioneros del Opus en Alemania (Berglar, 168).
Francisco Botella. Estudiante de arquitectura cuando conoce al "Padre", en 1935
(Vázquez, 161; de ciencias exactas y arquitectura, precisa Sastre, 162); es uno de los
residentes en la academia DYA. Desde Valencia, acude a Barcelona "con documentación
falsa" (Sastre, 210; es un "desertor del ejército republicano", según Berglar, 178), para
añadirse al grupito del "Padre" en el periplo a través de los Pirineos rumbo a la España
franquista. Movilizado y con destino en Pamplona, al cabo de un mes es destinado a
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En orden a completar la lista de los "diez o doce" primeros, tendremos que buscar pues
otros nombres, pese a que la información proporcionada por las biografías de monseñor
Escrivá es mucho más escasa.
Así por ejemplo, Pepe Isasa, quien conoce al "Padre" desde el año 1932 y muere en el
frente durante la guerra. Su nombre no es citado en la mayor parte de las biografías; de
hecho, la única que le menciona es Sastre, pero ella parece considerarle miembro del Opus
(Sastre, 146).
También esa autora es la única que parece situar antes de la guerra la relación de Escrivá
con Fernando Maycas (Sastre, 120), el hombre que iniciará el trabajo del Opus Dei en
París (Sastre, 376).
Se dice de Jenaro Lázaro, artista y escultor (Bernal, 344), que era uno de los que
acompañaba a Escrivá en sus iniciales visitas a los enfermos del hospital (Vázquez, 133).
Por una vez tendríamos a alguien que no era ingeniero, ni arquitecto, ni médico; pero no
hay constancia alguna de que fuese jamás miembro del Opus Dei.
Otro tanto cabría decir de Pepe Romeo, otro de "los chicos que le acompañan en visitas a
hospitales" (Sastre, 143). Desconocemos su profesión, pero sabemos que Escrivá era
amigo de la familia (Bernal, 162). Y, sobre todo, que el "Padre" había ido a su casa el día
en que se encontró luego con Isidoro Zorzano, así como que Romeo tuvo igualmente una
intervención indirecta en el primer encuentro de Escrivá con Ricardo Fernández Vallespín.
Nadie afirma, sin embargo, que hubiese sido nunca miembro del Opus.
¿Llegó a formar parte de él Manuel Sainz de los Terreros? Ingeniero, había acompañado
al "Padre" en algunas ocasiones señaladas antes de la guerra (Sastre, 184; Bernal, 288), así
como en la expedición de 1937. Berglar, por ejemplo, menciona repetidamente su nombre
a lo largo de todo este episodio (Berglar, 176-183), pero a partir de esa fecha desaparece
definitivamente de todas las biografías.
¿Fue miembro del Opus otro estudiante "que frecuentaba la residencia DYA" (Sastre, 201),
llamado Eduardo Alastrué? Será uno de los que con el "Padre" se refugiarán en la
Legación de Honduras, el mes de marzo de 1937. Más aún, durante este período él es quien
pone por escrito "las charlas y meditaciones de don Josemaría" (Sastre, 202). En 1938,
acompaña a Álvaro del Portillo en su huida hacia Burgos (Sastre, 236).
¿Por qué razón su nombre no es ni siquiera mencionado por el resto de la literatura
"oficial"? Si, de acuerdo con la leyenda de los años cuarenta, hubo un "Judas" entre los
"doce apóstoles" del "Padre", es probablemente uno de esos nombres que ahora estamos
considerando.
Finalmente, quedarían aún otras dos personas, que sin duda fueron miembros del Opus
Dei, pero de las que las biografías apenas hablan. Vicente Rodríguez Casado, hijo de
militar, es otro de los que viven escondidos en Madrid al estallar la guerra. Cerca de dos
años permanece encerrado en la Embajada de Noruega (Sastre, 236), hasta que huye con
Portillo y Alastrué (Vázquez, 196). Por Bernal sabemos que fue catedrático (Bernal, 164);
y por Sastre, que pertenecía ya al Opus Dei en 1936 (Sastre, 199; véase igualmente
Gondrand, 111).
En cuanto a Miguel Fisac, estudiante de arquitectura, a partir de la literatura "oficial"
sabemos sólo que desde el comienzo de la guerra vivía escondido en su casa, en la región
manchega (Berglar, 178), y que fue otro de los integrantes de la expedición pirenaica del
año 1937. Si de Vázquez de Prada hubiese dependido, ignoraríamos hasta su nombre, ya
que se limita a decir que se juntaron a la expedición Pedro (Casciaro), Francisco (Botella)
"y otro estudiante" (Vázquez, 179). Miguel Fisac ha contado algunas cosas, de su paso por
el Opus Dei y de su posterior salida, en uno de los libros de Alberto Moncada (1987).
3. Una hipótesis alternativa
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empezado a escribir aquellas cartas, como la "Singuli dies" a que se refiere Berglar, y otras
repetidamente citadas por Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes en la primera parte de su
estudio. Pero mientras no exista una edición pública e íntegra de toda esta documentación,
por más que en ella se hable del Opus Dei resulta difícil saber exactamente en qué términos
y con qué fecha fueron redactadas las cartas. En cambio, en los demás documentos de que
se dispone el nombre del Opus Dei jamás aparece para nada. En la correspondencia de
Escrivá con el vicario general de la diócesis de Madrid, por ejemplo, hay alusiones al libro
"Consideraciones espirituales" y a la academia DYA, a "nuestro apostolado sacerdotal
entre intelectuales" (Vázquez, 143) y a las "obras de celo con estudiantes" (Fuenmayor y
Otros autores, 509): pero el nombre del Opus Dei no es mencionado.
Diversos autores (Artigues, Hermet, Walsh, Ynfante) han hecho referencia a una
denominación, "Socoin" (Sociedad de cooperación -o de colaboración- intelectual), como
el posible nombre que Escrivá habría dado inicialmente a su proyecto. Berglar es el único
de los "oficiales" que se hace eco de ello -aunque sin citar expresamente a ningún autor- y
comenta que se trata de una asociación que "habían fundado algunos miembros del Opus
Dei para dar personalidad jurídica a sus actividades culturales y apostólicas" (Berglar,
228).
En todo caso, el hecho de que en el libro entero de Camino (cuya primera edición es, como
se recordará, del año 1939) "no haya una sola referencia al Opus Dei", el hecho de que la
expresión "Opus Dei" no aparezca ni una sola vez, parecería otorgar plausibilidad a nuestra
hipótesis alternativa: si durante todos estos años Escrivá no habla del Opus Dei, y si el
Opus Dei carece de nombre, es porque el Opus Dei no existe.
Plantear la cuestión en estos términos equivale a tomar el rompecabezas de nuestra
parábola inicial, a comprobar que demasiadas piezas no acaban de encajar o están mal
colocadas y a deshacerlo en buena parte. Cabe la posibilidad de que al proceder de esta
forma estemos eliminando más piezas de la cuenta. Estaríamos dispuestos a admitir que
probablemente es así, e incluso que con ello sacamos del puzzle algunas piezas que tal vez
estaban bien colocadas, siempre que se quisiera reconocer a cambio que, tal como lo
presenta la literatura "oficial", al rompecabezas le sobran piezas. En otras palabras:
pretender suprimir "totalmente" la fecha del 2 de octubre de 1928 de la historia del Opus
Dei, es probablemente excesivo; pero sería preciso que se nos explicara el alcance real de
esta fecha, sin magnificarla y sin hacer de ella un mito en el peor sentido de la palabra
mito.
Bastaría que se nos dijera que los relatos fundacionales del Opus Dei deben ser leídos
como quien lee el primer capítulo del libro del Génesis. Porque entonces sabríamos que no
han de ser juzgados de acuerdo con los criterios "habituales" de lo que es "verdad" o
"mentira". Pero mientras se pretenda que el género literario de dichos relatos es el de la
tradición historiográfica occidental, habrá que decir que lo que queda de nuestro
(incompleto) rompecabezas es lo siguiente:
Antes de 1936, el Opus Dei no existe. El padre Escrivá, un joven sacerdote que no quiere
ser exclusivamente sacerdote y que desea dedicarse a la enseñanza, llega a Madrid el año
1927. En Zaragoza había adquirido ya la experiencia de dar clases en una academia; en
Madrid reanuda la experiencia, dando clases en una academia fundada por un sacerdote,
José Cicuéndez, dedicada "exclusivamente a la preparación de asignaturas de la
licenciatura de derecho", y que funciona a la vez como residencia para unos ocho
estudiantes internos (Sastre, 81). Escrivá, que realiza este trabajo "para conseguir el dinero
necesario para vivir y mantener a su familia" (Sastre, 103), concibe la posibilidad de imitar
el modelo, creando por su cuenta una academia semejante. El objetivo sería el de lograr
que, al igual que en el caso de la academia Cicuéndez, "muchos alumnos de esta academia
llegaran a ocupar posiciones notables en la vida profesional" (Berglar 81).
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Por otra parte, con la proclamación de la república (1931) y con la aprobación de una serie
de leyes que desmontan el sistema católico de enseñanza (expulsión de los jesuitas y
prohibición de los centros escolares dirigidos por órdenes religiosas), dicho objetivo
adquiere carácter de mayor urgencia aún para alguien como Escrivá, que sueña -igual que
las fuerzas católicas con las que está en contacto- en la posibilidad de una
"recristianización de España". De este modo nace la academia-residencia DYA ("Derecho y
Arquitectura" "Dios y Audacia"). Persuadido de la conveniencia de "prestar una mayor
atención a la labor apostólica con universitarios" (Fuenmayor y otros autores, 85), el padre
Escrivá hace suyos los argumentos de un Ramiro de Maeztu:
"Nos encontrábamos con que lo que más necesitábamos en aquel momento no eran
razones, sino espadas, pero para tener las espadas, necesitábamos las razones; habíamos
cultivado durante décadas las espadas y al mismo tiempo habíamos permitido que los
hombres que las llevaban fueran educados en centros de enseñanza donde no les enseñaban
lo que era la monarquía española, lo que era el catolicismo en la vida nacional, lo que
representaban en la unidad nacional y en la defensa y conservación del espíritu religioso de
España" (citado en Fontán, 37).
El programa de gente como Maeztu, combinado con las limitaciones impuestas por la
legislación republicana, da lugar al proyecto de Escrivá, quien en 1933 se lo comenta a
Juan Jiménez Vargas en los siguientes términos: "habría que hacer, entre otras cosas,
centros docentes no oficiales, impregnados de sentido cristiano desde el principio al fin,
pero sin llamarse nunca católicos" (Bernal, 196).
El estallido de la guerra española hará que durante tres años tengan la palabra "las
espadas", por encima de "las razones". Escrivá y los universitarios que le siguen percibirán
muy claramente al servicio de cuál de los dos bandos han de poner tanto "espadas" como
"razones". Y el resultado de la guerra va a modificarlo todo: no hará ya ninguna falta
pensar en "centros docentes no oficiales". El Opus Dei, inexistente en cuanto a tal antes de
1936, nacerá durante los últimos meses de la guerra, o inmediatamente después, con una
fuerza arrolladora.
Repetimos que en el estado en que acabamos de dejar el rompecabezas faltan piezas y que
seguramente hemos eliminado alguna más de la cuenta. Pero al menos las que ahora
quedan encajan todas. Y, como decía el padre Brown, acaso estamos empezando a "ver por
primera vez cosas que desde siempre hemos conocido": acaso hemos "descubierto" algo en
el sentido más literal de la palabra, a base de eliminar aquello que, "recubriéndolo", lo
estaba "encubriendo".
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varias, hasta el hecho de que en uno de los pisos donde vive escondido junto con Jiménez
Vargas, Portillo y un hermano de éste, Escrivá les enseña "a jugar al tresillo, permitiéndose
trampas descaradas para divertirles " (Vázquez, 169).
Aun así, subsisten de todos modos cuestiones poco claras, o que por lo menos no quedan
suficientemente explicitadas. Veamos algunas, partiendo de los "indicios" que nos facilita
la propia literatura "oficial".
a) Aun admitiendo como lógica la necesidad en que se halla Escrivá de esconderse en el
Madrid republicano de 1936, por el solo hecho de ser sacerdote, es evidente que las
razones por las que se ocultan los demás no son las mismas. En el caso de Portillo, por
ejemplo, ¿por qué cualquier miliciano "puede solicitar su documentación y encarcelarle
inmediatamente" (Sastre, 196)? A Jiménez Vargas "lo han encarcelado y han estado a punto
de ejecutarlo" (Gondrand, 119). Hernández Garnica, dice ese mismo autor, "se ha librado
de la muerte tras ser condenado por un tribunal popular": ¿resulta creíble que la víctima
"ignore los motivos" de la condena (ibíd., 119)? Fisac vive oculto "para escapar a una
muerte segura" (Sastre, 274). Excepto Zorzano, que posee la nacionalidad argentina, todos
los demás debieran estar movilizados: y si no están en el ejército, no es porque los
muchachos del Opus se nieguen a empuñar las armas, sino porque lo que quieren es luchar
con Franco y contra la República, como lo demuestra el hecho de que en cuanto llegan a la
otra zona "se presenten a las autoridades militares" (Gondrand, 133). En definitiva, y como
afirma Berglar de tres de ellos, son "desertores del ejército republicano" (Berglar, 178).
b) No obstante, las biografías de monseñor Escrivá tienden a disimular las netas simpatías
franquistas de todos ellos. En ciertos momentos pretenden incluso ofrecer una imagen del
"Padre" como alguien no beligerante en el conflicto. Sin embargo, no insisten demasiado,
presumiblemente porque se dan cuenta de que sería perfectamente ridículo querer negar
algo tan obvio. Por más que un autor como Vázquez de Prada, al recordar aquella
afirmación de Camino: "La guerra tiene una finalidad sobrenatural desconocida para el
mundo: la guerra ha sido para nosotros. -La guerra es el obstáculo máximo del camino
fácil. Pero tendremos, al final, que amarla, como el religioso debe amar sus disciplinas"
(n°. 311), se atreva a glosarla diciendo que la frase "la guerra ha sido para nosotros"
significa "para luchar contra nosotros mismos" (Vázquez, 196), el lenguaje de Escrivá es
inequívoco.
No teniendo pruebas concretas, por nuestra parte no nos atreveríamos a afirmar que
Escrivá "dirigió una violenta campaña antimarxista, antimasónica y antijudía" (Ortiz, 8);
pero tampoco diríamos que Escrivá consideraba "la victoria de Franco como un mal
menor" (Berglar, 159), por más que el autor considere que precisamente "estas palabras,
mal menor, dan con la fórmula exacta". Berglar escribe su libro más de cuarenta años más
tarde, para un público de habla alemana, y juzga tal vez que sus lectores se dejarán
embaucar: pero en 1939 Escrivá -igual que la inmensa mayoría del clero español, por otra
parte- habría considerado que la fórmula "mal menor" no sólo no era exacta, sino que
constituía un grave insulto contra el "Caudillo Franco" y contra su "Cruzada". (La
literatura sobre el tema es oceánica; desde hace años Alfonso Alvarez Bolado se dedica a
un minucioso trabajo de análisis de la documentación de aquellos años: véase, en espera de
la publicación definitiva, Álvarez Bolado, 1986-1990.)
c) En su libro de memorias, "Descargo de conciencia", Pedro Laín Entralgo relata un
curioso episodio ocurrido en la ciudad de Burgos. El autor se aloja en el hotel Sabadell y
observa que en la mesa contigua, en el comedor, se sienta un grupo fijo de tres o cuatro
personas, una de las cuales es "un sacerdote no grueso, pero de cara redonda". Al cabo dc
unos meses de silenciosa convivencia cotidiana, Laín recibe una carta de un sacerdote
amigo suyo, quien le escribe: "Sé que están ustedes en Burgos y que comen todos los días
junto al sacerdote José María Escrivá, al que conozco; él es quien me ha dado la noticia.
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Pues bien; me dice Escrivá que desearía tener una conversación con usted. ¿Quiere
concedérsela?. Tras comentar su sorpresa ante tamaña timidez en alguien que
posteriormente debe su fama a la "santa osadía", Laín narra su conversación con Escrivá,
en la que éste no le dice "ni una sola palabra acerca de la no sé si ya nacida o planeada
Obra" (Laín Entralgo, 238-24 1).
El episodio contrasta notablemente con la impresión que produce la lectura de las
biografías de monseñor Escrivá, las cuales ponen más bien de relieve el empuje y la
capacidad de iniciativa del "Padre", y sus múltiples conversaciones con toda clase de
gentes, "preparando así las vocaciones futuras o la orientación espiritual de muchos"
(Vázquez, 194), además de sus frecuentes ausencias de Burgos. Durante todo este período,
en efecto, Escrivá viaja mucho. Pero más allá de las anécdotas sobre su agotamiento, sobre
la incomodidad de los desplazamientos y sobre su falta de dinero, que a veces no le basta
ni para pagar el billete de tren, lo que no queda explicado son los objetivos de sus viajes ni
la clase de permiso o de salvoconducto de que dispone para efectuarlos.
Desconocemos, en otras palabras, a quién iba a ver en estos viajes, así como las razones
por las cuales iba a verles. Si iba a visitar a amigos o conocidos por iniciativa propia, no es
lógico pensar que pudiera desplazarse libremente de una ciudad a otra, sobre todo teniendo
en cuenta que en algunas ocasiones llegaba hasta el mismo frente, "en plena acción militar"
(Vázquez, 194), sin autorización especial alguna. Y si iba con alguna misión o encargo
oficial, ignoramos cuál era esa misión y quién se la había encomendado. ¿Tuvo acaso
durante este período algún tipo de vinculación con el ejército? Sin relación orgánica de
ninguna clase, ¿cómo se explica que pudiese "entrar en Madrid con los soldados del
ejército" (Sastre, 239), "al mismo tiempo que la primera columna de aprovisionamiento"
(Bernal, 251)? Cuando el obispo de Ávila le escribe en 1938 que desearía trabajar "como
ustedes, ya que no como capitán, siquiera como buen soldado de Cristo" (Vázquez, 192),
¿ hay que atribuir a esa frase alguna significación especial?
3. Hipótesis
Tales son algunas de las cuestiones no del todo resucitas por lo que a los años de la guerra
española se refiere. Pero en nuestro contexto no dejan de ser cuestiones, tal vez no
meramente de detalle, pero de relativa importancia tan sólo. En conexión con la hipótesis
planteada al final del capítulo anterior; la pregunta básica que debiéramos formulamos es
más bien la de saber si se produce a lo largo de este período algún hecho nuevo susceptible
de afectar decisivamente a la historia del Opus Dei. Porque si antes de la guerra había
razones que inducían a poner en tela de juicio la verdadera existencia del Opus Dei en
cuanto a tal, es indudable que inmediatamente después de la guerra sí existe. Y a partir del
mes de febrero de 1941 empezaremos ya a encontrar su nombre consignado en documentos
oficiales.
A diferencia de lo que sucedía en el capítulo anterior, en esta ocasión nuestra hipótesis
apuntaría al "paradigma indiciario" como el más adecuado: es decir que en este caso nos
inclinaríamos por el modelo de Sherlock Holmes y no por el del padre Brown. Cierto es
que, en lo que respecta a las cuestiones secundarias antes mencionadas, podría ser que la
literatura "oficial" proporcionara en alguna ocasión más pistas de la cuenta; pero en cambio
prevalece la escasez de indicios relativos a acontecimientos de los años de la guerra que
pudieran haber condicionado de forma decisiva la futura historia del Opus Dei.
En su formulación más atrevida, cabría enunciar la hipótesis diciendo que el Opus Dei
nace, no en Madrid en 1928, sino en Burgos en 1938, en plena guerra. Pero no podemos
aportar pruebas suficientes para apoyarla. Siendo pues mas modestos, y más razonables,
nos limitaremos a subrayar la creciente importancia de la figura de José María Albareda a
lo largo de este período. Albareda, que no había entrado en relación con Escrivá hasta
1937, se convierte durante estos años en un personaje clave. Ante todo, y a diferencia de la
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uno de los principales impulsores del movimiento Cristianos por el Socialismo durante la
década de los setenta, escribe en el prólogo al libro de Carandell sobre monseñor Escrivá:
"La lectura de Camino fue para mí una experiencia inolvidable. Pasé del asombro a la santa
indignación" (Comín, en Carandell, 7). Lo que sí olvida es precisar cuántos años tardó en
pasar del primero a la segunda: ya que si en 1975 encuentra en Camino "una visión
ramplona, individualista y mediocre", veinte años antes recomendaba su lectura y se lo
hacía leer a sus amigos (Casañas, 147).
Por difícil que resulte admitirlo hoy en día, lo cierto es que durante los años cuarenta y
cincuenta Camino y el Opus Dei aparecían corno menos triunfalistas que la Iglesia oficial,
y como menos franquistas que los jesuitas (Hermet, 1980, 1, 266). Y aquí radica
precisamente -y paradójicamente- una de las claves de su éxito y de su rápida implantación
después de la guerra española, como veremos en el próximo capítulo.
c) La polémica en torno a Camino, aunque tímidamente iniciada algo antes, adquiere un
tono substancialmente distinto a partir de la publicación del artículo "Integrismo", del
teólogo Hans Urs von Balthasar, en el año 1963. El renombre y el prestigio internacionales
del gran teólogo suizo hacen, para el Opus Dei, particularmente grave un diagnóstico que
les perjudica y les hace daño, y que interpretan como un ataque frontal. Von Balthasar sitúa
al Opus Dei al mismo nivel que otras manifestaciones del integrismo católico, y afirma (en
1963) que "el Opus Dei es hoy, sin duda, la más poderosa de todas ellas" (Von Balthasar,
1963, 742).
En el mundo germánico, la línea de pensamiento así abierta por Von Balthasar tendrá
continuidad, y serán efectivamente los autores de habla alemana quienes más insistirán en
subrayar los paralelismos existentes entre el Opus Dei y todo el conjunto de corrientes o
movimientos que configuran el integrismo católico: uno de los últimos ejemplos, hasta
ahora, lo constituye el volumen coordinado por el teólogo Wolfgang Beinert, y publicado
en 1991, sobre el "Fundamentalismo católico" (véase Neuner, 1991, 426).
En lo que a Camino concretamente se refiere, Von Balthasar, tras confesar que su lectura le
ha "alarmado", reproduce una serie de fragmentos, y lo cataloga como un "pequeño manual
para "boy scouts" (Von Balthasar, 1963, 743).
Dos años más tarde, otra personalidad destacada, el pensador español José Luis Aranguren,
se hace eco de la polémica desencadenada por Von Balthasar (que provoca algunas airadas
réplicas de varios miembros del Opus Dei), y en un artículo publicado en la revista "Esprit"
afirma que en Camino hay cosas originales y cosas buenas, pero que el problema es que las
que son originales no son buenas, mientras que las que son buenas no son originales
(Aranguren, 1965, 763), para concluir que Camino es en última instancia una "ascética
ignaciana", pero "increíblemente trivializada" (ibíd., 765).
A partir de aquí, el Opus Dei parece reaccionar en dos direcciones distintas: por una parte
-y en este punto cabría adivinar una cierta retirada estratégica- empieza a afirmarse que el
Opus Dei no puede ser reducido al contenido de Camino, dado que el librito de Escrivá "no
recoge "toda" la espiritualidad del Opus Dei" (Coverdale, 1964, 490, en un artículo que
constituye, por lo demás, una réplica directa -y un ataque- a Von Baithasar). Al cabo de
veinte años, se sigue recurriendo exactamente al mismo argumento: Camino no es "una
exposición sistemática ni exhaustiva del espíritu del Opus Dei" (Mateo Seco, en Rodríguez
y otros autores, 475).
Pero al mismo tiempo, por otra parte, comienza una acumulación de elogios desmesurados
a la obra de Escrivá, en un ejercicio aparentemente destinado a comprobar quién hace gala
de mayores dotes de imaginación. Y así, aquellos "apuntes escritos sin pretensiones
literarias ni de publicidad" de que hablaba Escrivá en 1934 ("Consideraciones espirituales",
advertencia preliminar), se convierten en "un clásico de la literatura espiritual" y un
"Kempis de los tiempos modernos" (nota editorial introductoria a las ediciones recientes de
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Camino). Mientras unos hablan del "manual del perfecto clerical-autoritario" (Ynfante,
137), y alguien hace de vez en cuando un esfuerzo de equilibrio y ponderación en el juicio
(Artigues, 88s), la literatura "oficial" equipara Camino a obras como "Romeo y Julieta",
"La vida es sueño" y "La divina comedia" (Cejas, en Morales, 105), o bien osa afirmar que
"es, sin duda, uno de los libros más trascendentales de la literatura espiritual de todos los
tiempos" (Cardona, en Morales, dir., 174). Si la literatura "no oficial" lo encuentra
superficial, primitivo y muchas veces de mal gusto" (por ejemplo Walsh, 1 l6ss), o bien
elitista, machista e individualista (por ejemplo Lannon, 226), los biógrafos de monseñor
Escrivá afirman que "desde Pío XII, han leído Camino todos los Papas" (Sastre, 233), y
que "durante muchos años, Pablo VI había usado Camino para su propia meditación
personal" (ibíd., 333).
d) La pena es que, entretanto, seguimos sin disponer de un análisis serio, lúcido y crítico a
la vez, del contenido del librito del padre Escrivá y sus 999 puntos de meditación. Sabemos
que la cifra (999 = 3 x 333) constituye un homenaje al número tres, expresión de "la firme
devoción del Autor a la Santísima Trinidad" (Saranyana, en Morales, dir., 63; Le Tourneau,
98). Y sabemos igualmente que quiso monseñor Escrivá que el libro siguiente, "Surco",
publicado póstumamente en 1986, tuviera mil máximas en lugar de novecientas noventa y
nueve, "para que tú y yo acabemos el libro sonriendo, y se queden tranquilos los benditos
lectores, que, por simplicidad o por malicia, buscaron la cábala en los 999 puntos de
Camino" (Surco, n°. 1000).
Pero no sabemos gran cosa más. El volumen "Estudios sobre Camino" (1988), coordinado
por José Morales, aporta algunos elementos de información y algún comentario de interés,
pero debiera complementarse con el estudio de una serie de otros aspectos que en ningún
momento son abordados. El libro "Contrapunts al Camíne l'Opus Dei" (1969), de Dalmau,
es un ejercicio interesante y bien resuelto, que demuestra la parcialidad del texto de
Escrivá y subraya hasta qué punto toda moneda tiene siempre dos caras; pero aunque con
ello proporciona múltiples elementos de análisis, no es en realidad, ni lo pretende, un
análisis propiamente dicho. Ynfante alude a unos estudios llevados a cabo en Madrid, el
año 1967, sobre el lenguaje de Camino (Ynfante, 383s), pero no facilita ninguna referencia
bibliográfica concreta.
Sería interesante un estudio comparativo de Camino con los dos volúmenes póstumos del
mismo estilo, "Surco" y "Forja". Pese a que éstos son presentados como el fruto de unas
notas tomadas por Escrivá durante los años treinta y publicadas después de su muerte tal y
como las había dejado ("Forja", Presentación, 17), ya que sólo la falta de tiempo le había
impedido darles un repaso final ("Surco", Presentación, 16), en alguna ocasión el lector
tiene la impresión de hallarse ante un lenguaje y ante unas preocupaciones algo distintas de
las de Camino. Así por ejemplo, cuando monseñor Escrivá escribe que "hay dos puntos
capitales en la vida de los pueblos: las leyes sobre el matrimonio y las leyes sobre la
enseñanza" ("Forja", n°. 104), o bien que "con libertad, y de acuerdo con tus aficiones o
cualidades, toma parte activa y eficaz en las rectas asociaciones oficiales o privadas de tu
país" ("Forja", n°. 717), parece estar reflejando unas inquietudes y estar empleando un
lenguaje característicos de ciertos sectores de un catolicismo bastante posterior al español
de los años treinta.
Asimismo, hay en "Surco" una serie de puntos que parecen estar haciéndose eco de la
problemática del catolicismo conciliar y postconciliar. Como por ejemplo la distinción
entre "libertad de conciencia" y "libertad de las conciencias" (n°. 389); o la referencia a la
falsa comprensión que algunos católicos tienen de nociones como las de "ecumenismo,
pluralismo, democracia" (n°. 359). Resulta difícil situar en un contexto anterior al concilio
Vaticano u afirmaciones como la siguiente: "¡Triste ecumenismo el que está en boca de
católicos que maltratan a otros católicos!" (n°. 643). Y cuesta ver cómo, desde la España de
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los años treinta, podía un sacerdote escribir que "quizá en otros tiempos las persecuciones
se hacían abiertamente, y ahora se organizan muchas veces de modo solapado; pero, hoy
como ayer, se sigue combatiendo a la Iglesia" ("Forja", n°. 852).
También sería enormemente útil -ya lo dijimos antes- un estudio comparativo de Camino y
del texto que le precedió en 1934, las "Consideraciones espirituales".
Desde un punto de vista teológico, sería de gran interés comprobar cuál es el tipo de
relación que en las páginas de Camino se establece entre el hombre y Dios, entre el hombre
y la Virgen; cuál es su concepción de la Iglesia; cuál es el papel de los "ángeles custodios",
etc. Qué conexiones existen entre la espiritualidad propugnada por monseñor Escrivá y la
de un san Ignacio. Hasta qué punto su ascética es, como decía Aranguren (1965), una
"ascética ignaciana", y una ascética ignaciana "trivializada". ¿En qué se manifestaría esta
hipotética "trivialidad"?
Desde un punto de vista lingüístico, tendría sin duda interés analizar el vocabulario y el
estilo de Escrivá: el uso de la segunda persona, de las interrogaciones y las exclamaciones,
de la adjetivación. El simbolismo del fuego al que ya tuvimos ocasión de referirnos en otro
momento. El lenguaje bélico y militar. La utilización tan frecuente de términos con una
fortísima carga negativa: "viscoso, infame, inmundo, roñoso, basura, podredumbre,
putrefacción, cerdo, carroña hedionda, montones de estiércol", etc.
Por último, aunque en todo el texto de Camino el Opus Dei no es mencionado, sería
interesante analizar cuándo y en qué términos se habla de un "nosotros" susceptible de ser
interpretado como una referencia a la incipiente organización, y de qué modo ese
"nosotros" se contrapone a un mundo exterior, a un "ellos" o un "los demás".
e) Siendo este último aspecto, desde un punto de vista sociológico, el más pertinente de
todos los propuestos en el apartado anterior vamos a detenernos en él brevemente, no para
proceder a un análisis exhaustivo, pero sí para proporcionar al menos algunos ejemplos que
ilustren tanto el contenido del "nosotros" como su contraposición a un "ellos", y
observando de paso algunos de los rasgos característicos del lenguaje empleado por
Escrivá.
La primera ocasión en que aparece en Camino el pronombre "nosotros", es para afirmar
que "entre nosotros no caben los tibios": razón por la cual "tú" no puedes "adocenarte" ni
"ser del montón", porque "has nacido para caudillo" (Camino, n°. 16). Lenguaje coloquial,
referencias militares e indicios de aquello que se ha denominado "el elitismo" del Opus o,
como mínimo, una marcada contraposición entre "nosotros "caudillos" y "los demás = del
montón".
"Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo
de la carne", escribe en la segunda oportunidad en que utiliza la primera persona del plural
(n°. 28). Lenguaje indirecto y metafórico para hacer referencia a la sexualidad y al
compromiso de celibato inicialmente exigido de todo miembro del Opus Dei, en una
máxima que comienza con aquel famoso "el matrimonio es para la clase de tropa y no para
el estado mayor de Cristo" (n°. 28), y que vuelve a emplear una terminología propia del
mundo militar, al igual que aquel "la guerra ha sido para nosotros" (n°. 311) que más arriba
ha sido ya comentado.
"Y ¿cómo adquiriré "nuestra formación", y cómo conservaré "nuestro espíritu"?
Cumpliéndome las normas concretas que tu Director te entregó y te explicó y te hizo amar:
cúmplelas y serás apóstol" (n°. 377). En este caso las comillas, colocadas por el propio
Escrivá para subrayar que se trata de "nuestra formación" y de "nuestro espíritu", parecen
constituir una alusión inequívoca al Opus Dei, real, incipiente o en proyecto, de los años
1938-1939. No menos manifiesto es el modelo jerarquizado de la organización, real o
proyectada, con el acento puesto en la obediencia al director ("los seglares sólo pueden ser
discípulos", había escrito en el n°. 61). Y, desde el punto de vista del lenguaje, aparece aquí
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otro rasgo distintivo: no "cumpliendo las normas", sino "cumpliéndome las normas". Una
fórmula de salutación muy habitual en los escritos y cartas de Escrivá es: "Que Jesús te
"me" guarde" (véase por ejemplo Camino, n°. 312).
Otra de las alusiones inequívocas al Opus Dei la tenemos, según los biógrafos, en las
referencias a la "locura" y al "manicomio". "Señor, haznos locos, con esa locura pegadiza
que atraiga a muchos a tu apostolado" (n°. 916). "Una buena noticia: un nuevo loco para el
manicomio" (n°. 808) es, segun Gondrand, el comentario de Escrivá cuando durante los
primeros tiempos alguien pide la admisión en la Obra (en el lenguaje para uso interno, a
eso le llaman "pitar") (Gondrand, 90). "Contesta, con decisión, que agradeces a Dios el
honor de pertenecer al "manicomio"" (n°. 910).
Un último ejemplo, acaso el más ilustrativo de todos, tanto del tipo de lenguaje utilizado
como de la aplicación que de dicho lenguaje se hace, al servicio de la contraposición entre
"nosotros" y "los demás": el punto n°. 914 de Camino. El Padre escribe: "¡Qué pena dan
esas muchedumbres -altas y bajas y de en medio- sin ideal! Causan la impresión de que no
saben que tienen alma: son... manada, rebaño..., piara. -Jesús: nosotros, con la ayuda de tu
Amor Misericordioso, convertiremos la manada en mesnada, el rebaño en ejército..., y de
la piara extraeremos, purificados, a quienes va no quieran ser inmundos. "
2. Otro pequeño estudio sobre "Camino"
Muchos son, como puede verse, los "estudios sobre Camino" que están por hacer, que
podrían hacerse y que merecería la pena que se hicieran. En la medida en que aquello que
mayormente nos interesa en toda esta parte del trabajo es llegar a comprender cuál ha sido
la evolución histórica del Opus Dei, aquí vamos a centrarnos exclusivamente en uno solo
de estos estudios posibles: el de las hipotéticas manifestaciones de dicha evolución en el
texto mismo de Camino.
Dicho de otra forma: si pese a las tajantes afirmaciones de la literatura "oficial" en el
sentido de que monseñor Escrivá "engendró el Opus Dei tal como hoy lo conocemos"
(Heming, 4) y de que desde el primer momento lo "vio" tal como había de ser al cabo de
los siglos (Vázquez, 113). con una fisonomía que contenía ya todos los rasgos
fundamentales del Opus Dei actual (Fuenmayor y otros autores, 39ss), de suerte que nunca
necesitará ponerse al día porque "Dios Nuestro Señor ha puesto al día la Obra de una vez
para siempre" (Escrivá, "Conversaciones", n°. 72); si a pesar de todo ello nuestra tesis,
elemental y sencillamente basada en el sentido común, afirma que el Opus Dei es fruto de
una época y de unas circunstancias determinadas, y que con los años ha ido evolucionando
-en sus objetivos y en su estilo- y adaptándose a épocas y a contextos distintos, el
interrogante que aquí vamos a plantearnos es el de saber si en el texto mismo de Camino
pueden detectarse ciertos indicios de semejante evolución y de semejante adaptación.
a) Preciso es considerar como secundarias, aunque resulten a veces significativas, aquellas
modificaciones que afectan tan sólo a la presentación del libro. Así por ejemplo, en las
sucesivas ediciones de Camino desaparece la referencia al año de la edición original como
"Año de la Victoria". El nombre de monseñor Escrivá va modificándose, en la portada, de
acuerdo con las sucesivas mutaciones que más arriba hemos comentado ya (cap. 2): se pasa
así del "José María Escrivá" de la primera edición española al "Escrivá" o al "Monsignor
José M. Escrivá" de las primeras ediciones inglesas; y del "Josep M. Escrivá de Balaguer"
de la primera catalana, hasta el "Josemaría Escrivá" o "Josémaría Escrivá de Balaguer" de
las ediciones más recientes.
Con el transcurso de los años, se añaden a las nuevas ediciones unas "Notas" de
presentación firmadas por el autor (Nota a la tercera edición, 1945; Nota a la séptima
edición, 1950, etc.). En las ediciones más modernas se incluye asimismo un perfil
biográfico del autor, el cual sufre también modificaciones, de acuerdo por ejemplo con las
vicisitudes de su causa de beatificación. Esa misma actualización cabe hallar en una "nota
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editorial", que da cuenta dcl número de ediciones aparecidas y del número de ejemplares
editados, y que contiene la relación de todos los idiomas a los que ha sido traducido
C'amino, así como de aquellos idiomas para los que existe una traducción en preparación.
Ciertas traducciones incluyen una nota de presentación expresamente redactada para
aquella edición concreta; y no todas las ediciones han reproducido siempre la introducción
original redactada por monseñor Xavier Lauzurica en 1939. Por último, las ediciones más
modernas suelen ir igualmente precedidas de un prefacio no firmado, o nota editorial, que
presenta una síntesis del contenido de Camino y de su significación (aquello del "clásico de
la literatura espiritual" y e1 "Kempis de los tiempos modernos", por ejemplo).
b) Prescindiendo, pues, de estos aspectos un tanto externos al libro en sí, una primera vía
para detectar posibles alteraciones del texto consistiría en un análisis comparativo del
original y de las diversas traducciones.
Es evidente que el lenguaje de monseñor Escrivá, coloquial, lleno de expresiones muy
propias de la lengua española, y que con frecuencia recurre a fórmulas francamente
"castizas", no es de fácil traducción. Así por ejemplo, aquel "me" del "Jesús te me guarde"
o del "cumpliéndome las normas" que veíamos hace unos momentos, en inglés desaparece,
y queda en un "siendo fiel a las normas" o un "que Jesús te guarde".
Pero en determinadas ocasiones la traducción parece evitar deliberadamente el uso de un
término equivalente al del original, aun cuando dicho término exista de hecho en la otra
lengua. Tal vez no sea éste el caso del célebre "caudillo", traducido pobremente por
"leader" en inglés, seguramente porque la lengua inglesa en este caso no da para más y no
ha gozado jamás del privilegio de saber con exactitud qué es un "caudillo"; en la edición
alemana, en cambio, el término aparece traducido por "Fuhrer", que es efectivamente una
palabra capaz de despertar en el lector resonancias muy similares a las del vocablo
original.
Ahora bien; Camino tiene un capítulo entero dedicado al "proselitismo": y proselitismo,
término igualmente existente en inglés, se convierte en cambio en un suave "winning new
apostles", ganar a nuevos apóstoles. "Ese afán de proselitismo que te come las entrañas es
señal cierta de tu entregamiento (n0. 810): en inglés, "Ese deseo ardiente de ganar
compañeros de apostolado es signo cierto de que te has entregado a Dios por completo".
"Proselitismo. Es la señal cierta del celo verdadero" (n°. 793): en este caso se habla de la
"búsqueda de nuevos apóstoles". También en alemán el "proselitismo" se convierte en
"Apostelsuche", es decir, "búsqueda de apóstoles".
Otro de los capítulos de Camino es el dedicado a la virtud de la "discreción". En la
traducción alemana se habla de la "discreción auténtica" o "discreción verdadera" ("echte
Diskretion"). Y el capítulo que lleva por título "táctica" en español (y también en inglés),
en alemán habla de "táctica apostólica".
"El plano de santidad que nos pide el Señor, está determinado por estos tres puntos: la
santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza" (n°. 387). La
"desvergüenza" tendría, en alemán, una traducción bastante literal ("Schamlosigkeit"): se
ha preferido utilizar un término mucho menos fuerte ("Unbefangenheit"), que el
diccionario traduce como "libertad o carencia de prejuicios". Inmediatamente a
continuación, dice Escrivá que "Una cosa es la santa desvergüenza, y otra la frescura laica"
(n°. 388). Esta "frescura laica", "desaprensión laica" en la traducción catalana, se convierte
en "mundana frescura" en alemán, y en "pura frescura" en inglés.
Basten estos ejemplos -podrían buscarse otros y podrían consultarse ediciones en otros
idiomas- para indicar que las modificaciones no siempre obedecen a las inevitables
dificultades de toda traducción, sino que en ciertos casos parecen responder a una intención
deliberada de evitar la fuerte carga de algunas de las expresiones originales, en un ejercicio
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especificar ya si son los protestantes o los ateos quienes se hallan en tan lamentable
condición.
La mezcla original de protestantes, masones y ateos es bien característica de la España
franquista de los años cuarenta y cincuenta. En las dependencias de la Jefatura Superior de
Policía de Barcelona, por ejemplo, a comienzos dc la década de los sesenta existía todavía
un llamado "Negociado de masonería y comunismo", que era precisamente el lugar en el
que se custodiaba el fichero de los protestantes de la ciudad. No sorprende en demasía, por
ello, que inicialmente monseñor Escrivá fuera igualmente partidario de este tipo de mezcla:
casa perfectamente con la imagen que más arriba hemos evocado del Escrivá de los años
de la república y de la guerra; y si no casa en absoluto, en cambio, con la imagen de las
biografías "oficiales", el problema es obviamente un problema de los biógrafos.
Algo más sorprendente puede resultar, sin embargo, que la modificación del texto de
Camino no se efectúe hasta la segunda mitad de la década de los cincuenta, cuando
monseñor Escrivá lleva ya más de diez años fuera del ambiente español de la época,
residiendo en Roma. Más aún si se tiene en cuenta que el Opus Dei presume del hecho de
haber admitido a cooperadores protestantes a partir del año 1950. En aquella fecha, en
efecto, el "Fundador consiguió -con "filial forcejeo"- que la Santa Sede admitiera como
cooperadores a todas aquellas personas (católicos, no católicos y hasta no cristianos) que
desearan colaborar, material o espiritualmente, en los apostolados de la Obra" (Vázquez,
258, quien comenta que el hecho "era algo inaudito en el acontecer pastoral de la Iglesia").
El "filial forcejeo" (expresión que utiliza asimismo Bernal, 295) es explicado por el propio
Escrivá en estos términos: "Cuando solicitamos oficialmente de la Santa Sede la
autorización para recibir a los no católicos e incluso a los no cristianos como Cooperadores
de nuestra Obra, la primera contestación fue que era imposible. Volví a insistir y la
respuesta fue un "dilata", que era ya reconocer la legitimidad de nuestra petición, aunque
aconsejándonos esperar. Por fin, en 1950, la contestación afirmativa: la Obra era así la
primera asociación de la Iglesia católica que abría fraternalmente sus brazos a todos los
hombres, sin distinción de credo o confesión" (citado en Sastre, 456s).
No se nos explica, de todos modos, cómo queda reflejada la posición de estos no católicos
en las Constituciones del Opus Dei de 1950. Son aquellos "que están alejados de la casa
paterna o que no profesan la verdad católica", pero que ayudan al Opus Dei con su trabajo
o sus donativos. Todos los socios deben trabajar con estos cooperadores, a fin de que
lleguen a "la luz de la fe" y sean atraídos "con suavidad y eficacia hacia las costumbres
cristianas" (Constituciones, 1950, art. 29.2). Por lo demás, miembros o socios propiamente
dichos sólo pueden serlo los católicos, hasta el extremo de que sería declarada inválida la
admisión de alguien que posteriormente adhiriera -¡y el lenguaje es significativo!- "a una
secta acatolica" (Constituciones, 1950, art. 36.1). Tras la transformación dcl Opus Dei en
prelatura personal, el artículo 29 de las antiguas Constituciones fue incorporado íntegro a
los nuevos Estatutos, y sigue vigente por lo tanto todavía hoy (Estatutos, 1982, art. 16.2;
Fuenmayor y otros autores, 630s).
En síntesis, pues, a partir del año 1950 el Opus Dei admite a cooperadores que no sean
católicos, a la vez, que procura su conversión al catolicismo; pero hasta el año 1956-1957,
en Camino sigue leyéndose que "los protestantes tienen el corazón seco". En 1958 el
"Padre", paseando bajo la lluvia por la vieja ciudad universitaria de Oxford, "va repitiendo:
Hay que meter a Dios en estos sitios" (Sastre, 373); como si en las capillas de todos los
Colleges de Oxford los estudiantes hubiesen estado reuniéndose, durante siglos, sólo para
guardar "minutos de silencio". Por último, en 1960, en la primera audiencia que le concede
Juan XXIII (Gondrand, 214), monseñor Escrivá tiene el valor de decirle que en la Obra
todo el mundo, católico o no, ha tenido siempre cabida, y que "no he aprendido el
ecumenismo de Vuestra Santidad" ("Conversaciones", n°. 22 y n°. 46). "El Santo Padre
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"misa", mientras que "otras virtudes" está entrado como "virtudes", y el capítulo
"postrimerías" como "muerte". En las ediciones modernas hallamos, en cambio:
-Tres añadidos parciales: donde antes decía "dirección" (tanto el título del capítulo como la
voz entrada en el índice), el índice dice ahora "dirección espiritual"; "examen" se mantiene
como título de capítulo, pero el índice lo entra como "examen de conciencia"; y
"formación" se convierte, en el índice de las ediciones modernas, en "formación doctrinal".
-Dos substituciones: el capítulo "lucha interior", entrado en 1939 con idéntica formulación
en el índice, aparece ahora como "lucha ascética", mientras que el "llamamiento" se ha
convertido, en el índice, en "vocación".
-Dos desapariciones sorprendentes: "discreción" y "táctica" son conceptos que han sido
"suprimidos" del índice. En las ediciones de los años cincuenta figuraban aún como tales:
hoy, en cambio, los puntos del capítulo sobre la "discreción" han sido incorporados a la voz
"naturalidad" del índice (que originalmente comportaba sólo nueve referencias y ha
quedado ahora muy ampliado), mientras que los del capítulo sobre la "táctica" forman en el
índice actual un conjunto único con los relativos al "apostolado".
En cierto modo tendríamos aquí el indicio de un proceso evolutivo paralelo al que antes
observábamos en relación con las traducciones: si el traductor alemán suavizó ya la
terminología en los títulos de los capítulos ("discreción auténtica" y "táctica apostólica",
respectivamente), en la elaboración de los índices se ha ido más lejos y se ha procedido a
una alteración más radical.
2) En la edición original del año 1939, el índice analítico entraba un total de 136
conceptos; la edición de 1988 comportaba 168. Originalmente no existían subapartados
dentro de cada voz, mientras que en la actualidad son muy abundantes; globalmente, ha
aumentado asimismo el número de puntos del libro que son citados en la mayor parte de
los apartados. Prescindiendo, no obstante, de estos datos, que nos obligarían a unas
cuantificaciones interminables, y fijándonos tan sólo en el conjunto de las voces entradas
en e1 índice, observamos que de las 168 actuales, más de la mitad son idénticas a las de la
edición original.
Dicho al revés: aunque nos fijemos sólo en los conceptos, y no en el número concreto de
referencias en cada caso, cerca de la mitad del índice analítico actual de Camino ha
cambiado con respecto al de la edición original. Entre añadidos de voces nuevas,
modificaciones parciales y supresiones de conceptos hoy desaparecidos, los cambios
afectan a unas cien voces en total.
Veremos sucesivamente estas modificaciones, supresiones y adiciones, deteniéndonos
solamente en aquellas que para nosotros revistan un cierto interés.
3) Las modificaciones son escasas, y algunas de ellas responden al esfuerzo de precisión de
los títulos de capítulos que hemos mencionado ya: "dirección espiritual" donde antes se
hablaba simplemente de "dirección"; "lucha interior", convertida ahora en "lucha ascética",
etc. Por lo demás, quizás el único elemento a subrayar sea que "ambiciones" se presenta
hoy como "ambiciones nobles", y que lo que en la edición original aparecía como
"intransigencia" se ha convertido en "intransigencia santa" (añadamos, de paso, que ni
antes ni hoy constan en el índice los otros dos puntos del "plano de santidad" de los socios
del Opus, que son, como se recordará, "la santa coacción y la santa desvergüenza").
4) Mayor interés presentan, lógicamente, los conceptos que han desaparecido de las
ediciones actuales de Camino (28 en total). En algunos casos las referencias han quedado
incorporadas a otras voces ya existentes ("comunión" y "eucaristía", por ejemplo), o bien
de nueva creación (las antiguas doce referencias de la voz "hijos de Dios" forman hoy parte
de las 28 referencias de la antes inexistente "filiación divina").
Las supresiones afectan, en un cierto número de casos, a nociones que cabría agrupar bajo
el común denominador de defectos diversos: por ejemplo, "confusionismo",
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idealismos" ("Conversaciones", n°. 88), de quienes van por ahí diciendo "ojalá tal cosa",
"ojalá tal otra". Lo más curioso es que Escrivá no utiliza para nada esta fórmula en ninguna
de las cuatro referencias consignadas en el índice. Es decir, que se trata de una fórmula
típica del Padre, pero muy probablemente posterior a la época de redacción de Camino, y
que en todo caso no aparece en Camino ni una sola vez. En otras palabras: a través del
índice analítico se están introduciendo en Camino elementos que no aparecen en cambio en
el texto.
Que ocurra algo así en el caso de una cuestión como la de la "mística ojalatera", no deja de
ser puramente anecdótico. Pero en otras ocasiones se trata de algo más que de una
anécdota. Así por ejemplo, de acuerdo con la literatura "oficial", "la filiación divina es el
fundamento del espíritu del Opus Dei", hasta el punto de que según el propio Escrivá "Dios
ha querido que, por primera vez en la historia de la Iglesia, fuera el Opus Dei el que
corporativamente viviese esta filiación" (citado en Vázquez, 516).
Quien considere excesivo este "por primera vez en la historia de la Iglesia" puede tratar de
dejarse convencer por las cuarenta páginas del estudio de Fernando Ocáriz "La filiación
divina, realidad central en la vida y en la enseñanza de monseñor Escrivá de Balaguer" (en
Rodríguez y otros autores, 173-214), donde el autor proporciona "un primer esbozo de
análisis y sistematización, que ayude a la comprensión de la riqueza teológica
-verdaderamente impresionante- que contienen las enseñanzas del Opus Dei sobre la
filiación divina" (Ocáriz, 176). Quede claro, por otra parte, que no pretendemos negar la
importancia, ni siquiera la "centralidad" del tema, en la enseñanza de Escrivá; no somos
competentes para emitir un juicio, ni tan sólo para dejarnos "impresionar" por su "riqueza
teológica". Lo único que estamos poniendo de relieve es que en el índice analítico de
Camino la expresión "filiación divina" antes no estaba, y ahora sí.
Lo mismo podría decirse de algunos otros conceptos tardíamente incorporados al índice
analítico, como por ejemplo los de "visión sobrenatural", "universalidad" o "vocación".
Bien es verdad que, en este último caso, en la edición original figuraba la voz
"llamamiento", ahora desaparecida: pero aun así, si en un primer momento se habían
clasificado 49 puntos de Camino bajo la rúbrica "llamamiento", la entrada "vocación"
comporta actualmente 194 referencias y más de veinte subapartados.
6) Si desde la óptica de la literatura "oficial" hubiese que sintetizar en una sola frase la
originalidad y la especificidad del Opus Dei en la vida de la Iglesia, no cabe la menor duda
de que esta frase giraría en torno a la santidad y la santificación, a la santificación del
trabajo, en el trabajo y a través del trabajo, y en torno al trabajo y a la santificación en
medio del mundo. La unanimidad en este punto es tan indiscutible, que huelga el recurso a
cualquier cita: hasta en el documento pontificio de erección del Opus Dei en prelatura
personal, del año 1982, Juan Pablo II escribe que el Opus Dei se ha esforzado en "llevar a
la práctica la doctrina de la vocación universal a la santidad, y promover entre todas las
clases sociales la santificación del trabajo profesional y mediante el trabajo profesional"
(Fuenmayor y otros autores, 622).
Pues bien: en el índice analítico de Camino la voz "santidad" no aparecía en la edición de
1939 y seguía sin aparecer durante los años cincuenta (figuraba, eso sí, el concepto "plano
de santidad", correspondiente al capítulo que lleva el mismo título, y únicamente con los
puntos de Camino incluidos dentro de dicho capítulo).
También la voz "mundo" es nueva en el índice; tampoco figuraba en el de 1939. En cuanto
a la voz "trabajo", comportaba en la edición original 19 referencias (35 en una edición del
año 1955), y 63 en la actualidad. Uno de sus subapartados, "santificación del trabajo", es
nuevo: y ninguno de los puntos de Camino clasificados bajo este epígrafe aparecía citado
bajo el concepto de "trabajo" en la edición original. La "santificación del trabajo"
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constituye hoy tal vez la esencia misma del mensaje del Opus. Pero cuando el padre
Escrivá redactó Camino, no lo era en absoluto.
e) A la vista de todo ello, creemos más que justificada la conclusión según la cual el Opus
Dei ha evolucionado con e1 paso del tiempo. Y no poco. Podemos concluir que el Opus
Dei, tal como Escrivá lo proyectaba y "veía" al redactar las máximas de Camino, no se
proponía "primordialmente" "llevar a la práctica la doctrina de la vocación universal a la
santidad, y promover entre todas las clases sociales la santificación del trabajo profesional
y mediante e1 trabajo profesional", por decirlo de nuevo en las palabras del documento de
Juan Pablo II.
Con ello no estamos negando, desde luego, que el Opus Dei sea hoy esto. Negamos que lo
fuera en 1928, o en 1939, incluso unos años más tarde. Algunos de estos elementos podían
estar más o menos presentes, de forma más explícita o más implícita: pero no eran los
elementos primordiales. Si hubiesen sido fundamentales, no habrían podido quedar
olvidados en el índice analítico de Camino.
Por consiguiente, y contrariamente a lo que afirma la literatura "oficial", no es que Camino
no sea "una exposición sistemática y exhaustiva del espíritu del Opus Dei" (Mateo Seco,
475), o que "no recoja "toda" la espiritualidad del Opus Dei" (Coverdale, 490): es que no
recoge lo que hoy quiere presentarse corno específico y constitutivo de la espiritualidad del
Opus Dei. O lo que es lo mismo: el Opus Dei no es lo que era, ni era lo que es hoy. Ni
monseñor Escrivá "engendró el Opus Dei tal como hoy lo conocemos" (Helming, 4), ni
"Dios Nuestro Señor ha puesto al día la Obra de una vez para siempre" (Escrivá,
Conversaciones, n°. 72).
Una vez más, el método del "pillo" padre Brown, al sugerirnos que procediéramos a
eliminar las piezas mal colocadas en el rompecabezas del índice analítico de Camino, nos
ha permitido comprobar que los "pillos" discípulos de monseñor Escrivá facilitan a veces
unas pistas que despistan. As pues, si el Opus Dei no era lo que es hoy, regresemos donde
lo habíamos dejado, al final de la guerra española, para preguntarnos qué fue realmente
durante los años cuarenta.
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Las primeras mujeres del Opus Dei son, en su mayor parte, hermanas de algunos de los
primeros miembros.
La irradiación desde Madrid hacia las otras ciudades se efectúa siguiendo procedimientos
diversos. En Valencia, que durante estos años va a ser una cantera notabilísima dc
"vocaciones" (futuros sacerdotes, futuros catedráticos, futuros políticos del franquismo e
incluso alguno que del franquismo se pasará al antifranquismo, futuros preceptores del
futuro rey de España), la penetración se realiza básicamente a través de un colegio de
universitarios selectos. (Sobre el Colegio de Burjasot, véase Calvo Serer, en Martí y
Ramoneda, 39; Laín, 41ss.) En Barcelona, en cambio, los primeros miembros dcl Opus
saldrán de entre los estudiantes selectos de los jesuitas, organizados en las llamadas
"Congregaciones Marianas". El futuro ministro y comisario dcl Plan dc desarrollo
económico, López Rodó, lo cuenta así en sus "Memorias": gracias a un compañero de
estudios, ha leído Camino; en enero de 1941 se desplaza expresamente a Madrid para
conocer a Escrivá, y queda impresionado por la "breve y enjundiosa homilía" de la misa
que Escrivá celebra en el oratorio de la residencia; en una posterior conversación, Escrivá
le presenta al Opus Dei -al parecer, sin referencia alguna al "apostolado de penetración"
universitaria como medio para alcanzar el objetivo dc la "recristianización de España"- y
dos días más tarde, mientras asiste a la misa de los jesuitas de Barcelona, "percibí
claramente la llamada de Dios y decidí pedir la admisión en cl Opus Dei" (López Rodó,
1990, 22s).
Las biografías del "Padre" facilitan incluso los nombres de muchas de las personas que en
estos primeros años ingresan en el Opus Dei (excepto en el caso de que posteriormente lo
hayan abandonado: éstos, aunque durante algún tiempo hubiesen ostentado cargos de
responsabilidad dentro de la institución, jamás son mencionados). Al finalizar el período el
Opus Dei está presente, además de las tres ciudades ya citadas (Madrid, Valencia y
Barcelona), en Valladolid, Zaragoza, Bilbao, Sevilla y Santiago (Berglar, 389).
Pero el ámbito de actuación es, en todos los casos, estrictamente universitario. Unas veces
se trata de pequeños centros de estudiantes, destinados a convertirse a corto o a largo plazo
en residencias. Otras veces la iniciativa parte de catedráticos, socios del Opus Dei, que van
diseminándose por las distintas universidades (tal es el caso de Santiago, por ejemplo). Es,
pues, el período de lo que se ha dado en llamar "la clara voluntad de apoderamiento de la
universidad" (Aranguren, 1962, 4), "la conquista de la intelectualidad" (Sagarmínaga,
1945, citado en Ortuño, 1963, 46s), o "la conquista de las cátedras universitarias"
(Artigues, 52s).
El historiador francés Max Gallo sintetiza la situación diciendo que el control del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas permite al Opus acceder al dominio de la
universidad, donde se forman las elites y los dirigentes del país, y le permite intervenir
asimismo en las designaciones de los tribunales de oposición a cátedras (Gallo, 105 y 155).
Para Laín, "el recién nacido Opus Dei iniciaba así su penetración en la fortaleza -tan
unificadamente falangista, vista desde fuera- del Estado Español de la Victoria" (Laín, 280;
con una acusación concreta sobre las "malas artes" de algunos miembros del Opus en las
oposiciones; ibid., 332s). En idéntico sentido, Artigues afirma que merced a ese control del
Consejo Superior, "el Opus Dei ha podido seleccionar becarios, enviarlos al extranjero,
facilitar así su éxito en las oposiciones a cátedra y transformarlos finalmente en miembros
colaboradores del Consejo" (Artigues, 50).
Todo esto, claro está, la literatura "oficial" lo niega. Como mucho alude al rumor según el
cual "el Opus Dei quiere apoderarse de la universidad", para añadir que semejante rumor
"hace reír -y sufrir- a los hijos de don Josemaría", e incluso que algunos de ellos "tienen la
impresión bien fundada de que no han obtenido la cátedra precisamente por ser del Opus
Dei" (Gondrand, 161s). Nada dice al respecto, en un libro titulado "La crisis de la
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Universidad en España", José Orlandis, miembro del Opus Dei, catedrático a los 24 años y
ordenado sacerdote algo más tarde (Orlandis, 1967). Y la "leyenda" es desmentida por
Antonio Fontán, miembro del Opus Dei y catedrático a los 26 años, en su libro "Los
católicos en la Universidad española actual" (Fontán, 1961, 60-66).
Lo único que la literatura "oficial" parece dispuesta a reconocer es, a lo sumo, que Escrivá
"había llegado poco a poco a la conclusión de que, sin perder jamás de vista el horizonte
universal que percibió el 2 de octubre de 1928, y para alcanzarlo lo antes posible, resulta
oportuno prestar una mayor atención a la labor apostólica con universitarios, promoviendo
entre éstos la llamada a la santidad en medio del mundo, llegando hasta un compromiso de
celibato: se sentarían así las bases para contar con un núcleo de personas, que extenderían
la labor luego a otras muchas -célibes o casadas- de todas las condiciones sociales y
profesiones" (Fuenmayor y otros autores, 85; y más adelante: "el Fundador vio necesario
poner el acento en la labor con estudiantes e intelectuales, con vistas a garantizar así la
solidez de los inicios del apostolado del Opus Dei y su consiguiente difusión universal
entre personas de todas las tareas y profesiones"; ibíd., 133, nota 58).
En espera de la hora de esa ulterior difusión y extensión del Opus Dei, durante todo el
período que estamos considerando su ámbito de actuación es estrictamente universitario.
Así lo confirman por lo demás los documentos oficiales, reproducidos (eso sí: ¡en latín!) en
el apéndice documental del volumen de Fuenmayor y sus colegas: e1 decreto de
reconocimiento oficial ("decretum laudis") de la Sagrada Congregación de Religiosos, del
mes de febrero de 1947, afirma por ejemplo que "el doctor Escrivá de Balaguer se sintió
fuertemente llamado y suavemente inducido a un apostolado entre los alumnos de la
universidad civil y de las escuelas superiores madrileñas", y que con los años el Opus Dei
ha visto multiplicarse el número de sus socios, "no sólo entre los médicos, abogados,
arquitectos, militares de carrera, cultivadores de las ciencias y de las artes, escritores,
profesores de las universidades y escuelas superiores, etc., sino también entre los alumnos
de las facultades, los cuales ejercen un apostolado fructífero entre sus compañeros"
(Fuenmayor y otros autores, 533).
b) Es precisamente el éxito de este apostolado de sus profesionales y estudiantes el que
provoca la inmediata reacción enfurecida de los jesuitas.
Este es sin duda un capítulo de trascendental importancia para toda la historia ulterior del
Opus Dei. Pero la literatura "oficial" es bien poco explícita al respecto y se limita a
proporcionar algún pequeño indicio nada más: en este caso, la zona correspondiente del
"rompecabezas" ha quedado deliberadamente por construir.
La persecución a la cual se ve sometido e1 Opus Dei a partir de 1941 es "una mezcla de
malentendidos, calumnias y celos": pero "don Josemaría prohibía a sus hijos hablar de esos
penosos hechos" (Helming, 46). A través de Gondrand sabemos que en 1940 Escrivá deja
de confesarse con e1 jesuita Sánchez Ruiz, a quien considera sometido a presiones
(Gondrand, 155), en una atmósfera en la que ha estallado "un auténtico vendaval de
persecución alimentado por pérfidas calumnias" (ibid., 154). Berglar resume la situación
diciendo que "durante este período de inmediata posguerra arrecian las incomprensiones:
algunos no entendían la llamada universal a la santidad que enseñaba el Fundador del Opus
Dei. A pesar del ambiente adverso continuó serenamente su labor, rezando por los que le
atacaban y sufriendo por e1 daño que esas calumnias causaban a las almas y a la Iglesia"
(Berglar, 389).
Que la campaña existe, nadie lo niega. (Especialmente en Madrid y Barcelona: en una de
mis entrevistas, un jesuita de Madrid admitía que habían estado a punto de expulsar a un
alumno de la escuela por el hecho de haber asistido a reuniones del Opus; y un antiguo
miembro de las Congregaciones Marianas de Barcelona reconocía haber realizado turnos
de vigilancia en la puerta del piso de los muchachos del Opus, controlando las entradas y
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bien "designar las personas de esa Curia que hayan de conocer los Reglamentos de la
"Opus Dei", dado el carácter de la Obra" (Fuenmayor y otros autores, 511; el mismo
documento había sido publicado unos años antes por Rocca, 1985, 130, y no es imposible
que sea ésta la razón por la que la literatura "oficial" haya cambiado de parecer y haya
admitido su existencia).
Al cabo de un mes -el día 19 de marzo de 1941- el obispo de Madrid firma la aprobación.
De esta forma tenemos, doce años y medio después de la fecha "oficial" de la fundación,
un primer documento en el que consta el nombre del Opus Dei (o "la Opus Dei", de
acuerdo con la fórmula empleada en esos momentos por Escrivá), consta asimismo la fecha
de 1928 como año de fundación del Opus, y éste obtiene un reconocimiento oficial como
institución diocesana del obispado de Madrid. Por otra parte, y en respuesta a la solicitud
del padre Escrivá, el obispo dispone que "teniendo en cuenta la discreta reserva que para
mayor gloria de Dios y eficacia de la Obra se debe guardar", los documentos del
"Reglamento, Régimen, Orden, Costumbres, Espíritu y Ceremonial se custodien en
Nuestro Archivo Secreto" (Fuenmayor y otros autores, 514). Ha transcurrido desde
entonces más de medio siglo, pero el conjunto de estos documentos no parece haber salido
nunca del Archivo Secreto episcopal, y no ha sido publicado. Los autores de "El itinerario
jurídico" consideraron oportuno reproducir únicamente el primero (Reglamento;
Fuenmayor y otros autores, 511-513), el cual es de carácter muy genérico y está redactado
en un lenguaje muy próximo al que emplea actualmente la literatura "oficial" para
presentar al Opus Dei: se habla en él del Opus como de una "asociación católica de
hombres y de mujeres, que viven en medio del mundo y que, mediante la santificación del
trabajo ordinario, buscan la perfección cristiana" (ibíd., 511s), sin referir-se para nada, en
cambio, al "apostolado universitario". Con lo cual, si realmente se trata de un documento
del año 1941, habría que pensar que los demás textos que jamás han sido publicados tienen
un tono radicalmente distinto, ya que de otra forma se hace difícil entender las razones por
las que se mantienen secretos. Su publicación, en efecto, ayudaría a deshacer muchos
malentendidos, a aclarar definitivamente prolongadas polémicas y a postergar
eventualmente hasta el año 1943 la especialización exclusivamente universitaria de la Obra
de Escrivá.
Así pues, por lo que a esta aprobación eclesiástica inicial de 1941 se refiere, la información
que proporciona la literatura "oficial" sigue siendo insuficiente. Por más que insista en
querer convencernos de que el Opus Dei "no tiene secretos", continúa imponiendo el
criterio de la "discreta reserva" sobre unos documentos redactados hace más de cincuenta
años y custodiados en un "archivo secreto". Sabemos, en una palabra, que en este archivo
están guardadas algunas de las piezas que faltan en el rompecabezas.
d) Lo que no constituye ningún secreto, en cambio, es que a partir de este momento el
obispo de Madrid está dispuesto a asumir la defensa de la "Pía Unión", recién aprobada,
frente a todos sus detractores. El mismo cardenal Pedro Segura, airzobispo de Sevilla
-quien por cierto no acusa al Opus Dei de otra cosa más que de actuar secretamente-
comunica al nuncio Gaetano Cicognani que si desea información puede pedírsela al obispo
de Madrid (carta del año 1941; Rocca, 1985, 135). Y Federico Sopeña, que por lo demás
dibuja un retrato bien interesante de la figura de monseñor Eijo Garay, afirma que se dio
clara cuenta de que el obispo "amparaba decisivamente una experiencia como la del Opus
Dei" (Sopeña, 35s).
La literatura "oficial" corrobora esta defensa del Opus Dei por parte de Eijo Garay (cuyo
único error habría consistido -según la literatura nada "oficial"- en querer enrolar a algunos
de los primeros seguidores de Escrivá en la División Azul, para luchar en el frente ruso al
lado de las tropas alemanas, iniciativa a la que Escrivá se habría opuesto rotundamente).
Como prueba de esta defensa todos los biógrafos -excepto Berglar- aducen una carta del
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torno a los acontecimientos de la segunda guerra mundial, que coincide de lleno con el
período que aquí estamos considerando. Por último, concluiremos el capítulo con algunas
informaciones complementarias acerca del conflicto entre el Opus Dei y la Compañía de
Jesús.
1) La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz
La aprobación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz supone. para un movimiento que
quiere presentarse como eminentemente laical, un cambio importante, tanto desde el punto
de vista de su orientación como de su organización. De hecho, durante muchos años al
Opus Dei no le va a resultar fácil justificar ese cambio. Por otra parte, todos los conflictos
que se derivarán de su voluntad de diferenciarse de los religiosos, y que no quedarán
resueltos hasta el año 1982, arrancan de aquí.
Asimismo, durante un cierto tiempo va a producirse una notable ambigüedad en lo que
respecta a las relaciones existentes entre la Sociedad Sacerdotal y el Opus Dei. Según la
versión oficial, no se trata de "que el Opus Dei, en cuanto tal y en su totalidad, se
transformase en una Sociedad de vida común, sino que una pequeña parte de la Obra,
formada por los sacerdotes y algunos laicos, fuese erigida en Sociedad de vida común, a la
que quedaría estrechamente unida, bajo el nombre de Opus Dei, la asociación de fieles
aprobada con esta denominación en 1941, de la que siguen siendo socios los miembros de
la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz" (Fuenmayor y otros autores, 131). Ello no
obstante, en la solicitud dirigida al obispo de Madrid, el "Padre" escribe (en latín), como
"Presidente de la Pía Unión llamada Opus Dei", que "todos y cada uno de los socios" de
esta Pía Unión piden que sea "erigida en asociación de fieles de vida común sin votos, de
derecho diocesano, con el nombre de Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz" (ibíd., 516). Y
en su decreto de erección el obispo Eijo Garay escribe (igualmente en latín) que el
incremento del número de miembros de la institución (Opus Dei) y la extensión de su
ámbito de actuación muestran que no puede continuar siendo una simple asociación, sino
que conviene que se transforme en una verdadera sociedad eclesiástica legítimamente
erigida y constituida, y que por ello erige y constituye la pía asociación previamente
aprobada en una sociedad de vida común sin votos, con el nombre de Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz (ibíd., 526).
Ante esta aparente contradicción, los interrogantes se multiplican. Si el antiguo Opus Dei
se transforma ahora en Sociedad Sacerdotal, ¿quiere decirse que el Opus Dei desaparece?
La literatura "oficial" lo niega rotundamente. ¿Coexisten simultáneamente la Sociedad de
vida común y la Pía Unión? Al aprobar las Constituciones del año 1944, el obispo afirma
expresamente que se trata de las Constituciones de la Sociedad Sacerdotal "y de su
instrumento específico de apostolado, llamado Opus Dei" (Fuenmayor y otros autores,
529). Es de suponer que en las Constituciones se precisa cuál es la articulación concreta
entre la Sociedad y "su instrumento". Pero las Constituciones de 1944 nunca han sido
publicadas. ¿Se trata ya de la misma articulación que hallaremos reflejada en las
Constituciones de 1950? No es seguro, ya que en 1950 se hablará siempre de "Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei", mientras que en 1943 y 1944 se hace referencia
exclusivamente a la primera. ¿En qué situación queda durante todo este tiempo la sección
femenina?
La prueba de que en todo este asunto existen notables ambigüedades la tenemos en el
hecho de que incluso los miembros del Opus Dei incurren con frecuencia en errores y
confusiones. Así por ejemplo, Dominique Le Toumneau sitúa en 1943 "la erección del
Opus Dei", en lugar de la erección de la Sociedad Sacerdotal (Le Toumneau, 58). Otro
autor afirma que "en 1943 la Santa Sede dio la primera aprobación al Opus Dei como
realidad para toda la Iglesia" (Gómez Pérez, 1976, 254), lo cual constituye un error
manifiesto puesto que la institución continúa siendo de derecho diocesano. También parece
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equivocarse Berglar al escribir que monseñor Escrivá fundó la Sociedad Sacerdotal "como
una asociación inseparable, propia del Opus Dei" (Berglar 75), cuando en 1943 la situación
sería, en todo caso, la inversa: el Opus Dei, como "instrumento" propio de la Sociedad.
Mejor será, sin embargo, renunciar a deshacer el embrollo, dejándolo en manos de juristas
y canonistas. Giancarlo Rocca por un lado, y Amadeo de Fuenmayor y sus colegas por
otro, han aportado elementos suficientes para posibilitar el debate y alguna clarificación.
Es de lamentar con todo, que los autores del Opus Dei lo hayan hecho sin querer entrar en
diálogo con Rocca, lo cual obstaculiza esa deseable clarificación. Rocca se queja de ello, y
en este punto lleva sin duda más razón que un santo (Rocca, 1989, 384).
Otros aspectos, en cambio, sí quedan relativamente aclarados, gracias a la documentación
reproducida y publicada por dichos autores. Así, de la solicitud presentada el 13 de junio
de 1943 por el padre Escrivá de Balaguer al obispo de Madrid se desprende claramente que
a partir del año 1928 él había concebido su tarea como una "obra apostólica entre los
jóvenes que frecuentan las universidades civiles" (Fuenmayor y otros autores, 515). En su
escrito a Roma pidiendo el "nihil obstat" para la Sociedad Sacerdotal, el obispo repite ese
mismo argumento y presenta la obra de Escrivá como destinada a cultivar la piedad
cristiana de la juventud universitaria, y a inculcarle la máxima perfección en sus estudios
profesionales, a fin de que "bien formados e imbuidos de sincera religiosidad, ejerzan un
influjo eficaz sobre el pueblo desde los diversos grados de la administración civil" (ibíd.,
520).
En el curriculum vitae de Escrivá que el obispo auxiliar, Casimiro Morcillo, remite a la
Santa Sede a título de información complementaria, le atribuye como méritos sus
conferencias en la Universidad de Verano de Jaca, recordando a la Santa Sede que en
aquella ocasión ella misma "concedió el privilegio de un altar portátil" (1940); y destaca
asimismo que Escrivá es el único sacerdote del clero secular que forma parte del Consejo
Nacional de Educación, al lado de tres obispos y de unos pocos religiosos (la sombra de
Albareda y de su Consejo Superior de Investigaciones Científicas es alargada), así como el
hecho de que es profesor de ética y moral en la Escuela de Periodismo (la sombra de
Herrera Oria y de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas tampoco es de
despreciar). El curriculum termina reproduciendo un fragmento de la carta de Eijo Garay al
abad Escarré, ya mencionada con anterioridad: "sacerdote ejemplar, escogido por Dios para
santificación de muchas almas (...), apóstol de la formación cristiana de la juventud
universitaria" (Fuenmayor y otros autores, 522s).
En el esbozo de las futuras Constituciones de la Sociedad Sacerdotal (¿qué sentido tiene
que Fuenmayor y otros autores publiquen el "esbozo" en su apéndice documental, p. 516-
520, en lugar de publicar el texto definitivo?), la Sociedad de la Santa Cruz es presentada
como una sociedad básicamente, o preferentemente, clerical ("praeferenter clericalis").
¿Cómo conectar esta afirmación con el hecho de que, en el momento de redactar el texto,
en la Sociedad haya un solo clérigo, el cual propone además "una espiritualidad
eminentemente laical"?
El artículo segundo del esbozo especifica que el fin general de la Sociedad "es la
santificación de sus miembros mediante la práctica de los consejos evangélicos", mientras
que su fin "específico es el de trabajar con vistas a que los intelectuales y los dirigentes de
la sociedad civil practiquen los preceptos, e incluso los consejos, de Jesucristo"
(Fuenmayor y otros autores, 516). En este punto no cabe ser más explícitos, y es de
agradecer que la literatura "oficial", después de tantísimos rodeos, nos proporcione un
texto tan claro, aunque sea en latín. Podrían destacarse aún otros aspectos de ese esbozo de
las Constituciones: el hecho, por ejemplo, de que no pueden ser miembros de la Sociedad
Sacerdotal quienes hayan recibido el bautismo de adultos, ni quienes carezcan de
antepasados católicos durante un mínimo de tres generaciones (art. 14); o bien que han de
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Santos Y Pillos. El Opus Dei Y Sus Paradojas Joan Estruch
estar en posesión de un título académico universitario (art. 15). Pero todos ellos son
aspectos secundarios, en comparación con la afirmación fundamental de que la obra de
Escrivá se propone como fin específico el trabajo entre "los intelectuales y los dirigentes de
la sociedad civil".
Tenemos así corroborada, desde los mismos textos oficiales, la tesis de la "recristianización
de España" como objetivo primordial del padre Escrivá durante los años cuarenta. Por si
fuera poco, el texto del decreto de erección de la Sociedad acaba de confirmarlo
(Fuenmayor y otros autores, 526s). Y finalmente, en un documento del obispado de Madrid
que Rocca reproduce, se explica que la creación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz
fue motivada por la desviación del mundo intelectual hacia unas doctrinas y unas formas
de vida contrarias a la Iglesia católica, así como por el deseo de llevar a todos, y
principalmente a los intelectuales, a la vida cristiana y religiosa. En cuanto a la finalidad
primera de la Sociedad, consiste en alcanzar "la perfección cristiana por medio de la
santificación del trabajo profesional, ya en el ejercicio de sus profesiones, ya en el
desempeño con espíritu apostólico de los cargos públicos que el Estado les confíe". El
texto precisa igualmente que "los socios sacerdotes llevan los puestos principales de la
Obra" y que ésta obtiene los recursos de "los ingresos económicos de los seglares en sus
profesiones, como catedráticos, arquitectos, abogados, etc." (Rocca, 1985, 147).
A mediados de la década de los cuarenta, y a pesar de todas las ambigüedades subsistentes
sobre la existencia del Opus Dei al lado de la Sociedad Sacerdotal, sobre el estatuto oficial
del primero y sobre las relaciones entre uno y otra, así como entre ambos y la sección
femenina, queda claro como mínimo un dato esencial: los objetivos de la asociación
aprobada en la diócesis de Madrid, con la autorización de la Santa Sede, son los que se
especifican en los documentos "oficiales" que acabamos de reseñar.
2) La segunda guerra mundial
En comparación con esta cuestión de la aparición de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz, de fundamental importancia para la comprensión de la historia del Opus Dei, el
segundo tema al cual queremos referirnos puede parecer puramente anecdótico. Pero
habría que tener muy presente que, si aparece como anecdótico, es sencillamente porque
los hechos y acontecimientos de la segunda guerra mundial la literatura "oficial" no los
aborda más que para explicar, precisamente, algunas anécdotas relativas al padre Escrivá y
a sus "hijos" durante este período.
La guerra es presentada, básicamente, como un "obstáculo" que retrasa el proceso de
expansión del Opus. Si en 1936, según los biógrafos de Escrivá, el estallido de la guerra
española había impedido por primera vez la realización de sus proyectos internacionales
(proyectos totalmente inexistentes, según nuestra hipótesis), la guerra mundial supone
ahora otro retraso. Vázquez de Prada, el único que dedica casi "dos" páginas enteras a la
guerra, plantea la cuestión en los siguientes términos: "Acababa España de salir a duras
penas de una guerra civil, cuando se vio a punto de zambullirse en una zarabanda
internacional. Sobrevino la brutal invasión de Polonia y el maquiavélico reparto de su
territorio entre Rusia y Alemania. Con las manos libres, Hitler se lanza a la campaña de
occidente" (Vázquez, 218). Y concluye un poco más adelante que, para Escrivá, "su
dedicación era el consagrarse al cabal cumplimiento de la Voluntad divina. Ningún otro
asunto le interesaba. (...) Había mucho por hacer. La campaña apostólica presentaba varios
frentes simultáneos: formación de los nuevos miembros, expansión por España y
problemática salida al extranjero" (ibíd., 220).
Hasta cierto punto podríamos decir que resulta lógico, por tanto, que la literatura "oficial"
no nos cuente nada acerca de las actitudes adoptadas ante la guerra. Habrá de ser alguien
"de fuera", como Vladimir Felzmann (que fue sacerdote del Opus Dei) quien explique que
Escrivá vio en la guerra una cruzada contra el marxismo, y que "los miembros del Opus
Dei se presentaron como voluntarios para la llamada "División Azul"" con ánimo de luchar
al lado del ejército alemán contra los soviéticos, aunque no llegaron a incorporarse. Y que
una vez finalizada la guerra Escrivá negaba que Hitler que tanto había ayudado a Franco,
pudiese haber sido responsable de la muerte de seis millones de judíos. "Seguro que no
habían sido más de tres o cuatro millones", dice Felzmann que le dijo Escrivá a él (Hertel,
205s). Las declaraciones de Hertel podrán parecer muy "fuertes". (Con posterioridad a la
redacción inicial de estas líneas esas mismas declaraciones de Felzmann, reproducidas en
la revista "Newsweek", suscitaron a comienzos de 1992 un revuelo considerable a escala
internacional.) Es cierto que Felzmann no conocio a monseñor Escrivá hasta bastante
después de terminada la guerra; pero también es cierto que sostiene que fue el propio
Escrivá quien le había hablado personalmente en estos términos. Y finalmente, no es
menos cierto que el "filonazismo" fue una actitud harto extendida en muchos ambientes de
la España franquista de aquellos años, como bien puntualiza un miembro del Opus Dei,
Rafael Gómez Pérez, con citas y ejemplos concretos; aunque, desde luego, ninguno de sus
ejemplos se sitúa en el ámbito del Opus Dei (Gómez Pérez, 1986, l6ss).
Ante este tipo de cuestiones, el argumento sistemáticamente esgrimido por la literatura
"oficial" es el de la radical negativa de Escrivá a tomar partido en asuntos políticos. No sin
un cierto riesgo de terminar mezclando el principio de la libertad de actuación de los
miembros del Opus con sus propias convicciones personales, a las que obviamente tenía
plenamente derecho, aun cuando no tuviera el derecho de imponerlas sobre los demás. Así
se quiere justificar, por ejemplo, "su porfiada negativa a ponerse al servicio de regímenes o
ideologías sociales", en nombre de su "hondo respeto a la libertad de las conciencias"
(Vázquez, 290).
Resulta curioso observar por lo demás, que este autor, Vázquez de Prada, es el único de los
biógrafos españoles de monseñor Escrivá que en el índice analítico de su volumen cita el
nombre de Franco (ni Bernal ni Sastre lo mencionan): en un caso para hablar de "la España
franquista" (Vázquez, 240), y en una segunda ocasión de "la dictadura franquista" (ibíd.,
290). En cambio, ni él ni los demás aluden al hecho de que en 1944 Escrivá dio unos
ejercicios espirituales a Franco (Calvo Serer, en Martí y Ramoneda, 113); tan sólo en los
biógrafos no españoles hallamos alguna referencia a ello: de forma muy indirecta en
Gondrand (p. 173), tan indirecta en realidad, que sería insuficiente si no la viéramos
explícitamente confirmada en el libro de Bergiar: "Cuando monseñor Escrivá de Balaguer,
en los años cuarenta, dirigió unos días de retiro espiritual al Jefe de Estado y a su
familia..." (Berglar, 173).
En definitiva, pues, en torno a la situación de la segunda guerra mundial lo único que nos
brinda la literatura "oficial" es la pura anécdota. Aprovechemos al menos un par de ellas,
que de paso nos conducirán hacia el destino que ha de ser el de nuestro próximo capítulo:
Roma.
Los primeros miembros del Opus Dei que se desplazan a Roma son el mallorquín José
Orlandis y el valenciano Salvador Canals, en las postrimerías del año 1942. El primero
tiene 24 años y acaba de obtener una cátedra de derecho; el segundo, aún no ha cumplido
los 22 años y es ya doctor en derecho. Ambos han obtenido una beca para ampliar estudios
en Roma (nadie precisa si lograron la beca a través del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, aunque bien pudiera ser). "Cuando José y Salvador llegan,
Roma es un hervidero de tropas alemanas. La marina de guerra ocupa las ciudades de la
costa y los ataques de los aliados no pueden tardar. El clima de la ciudad traspira tensión.
Pero ninguna circunstancia les hace desistir: la ampliación de estudios que van a realizar
será muy importante para su futura labor profesional" (Sastre, 320; precisemos que los dos
serán ordenados sacerdotes; uno será catedrático en Zaragoza, y el otro entrará a trabajar
en la Curia vaticana). Además, esta "ampliación de estudios" servirá también para "que la
Obra comience a ser conocida en los ambientes romanos": Sastre establece toda una lista
de obispos, abades, cardenales, etc., que "comienzan a conocer el Opus Dei", y en enero de
1943 Orlandis y Canals son recibidos en audiencia por Pío XII. El maestro de ceremonias
"se asombra de la juventud de los dos españoles: ¡tan jóvenes y ya profesores!" (Sastre,
320).
En mayo de 1943 es Alvaro del Portillo quien efectúa un viaje a Roma, previo a la
presentación de la solicitud de erección de la Sociedad Sacerdotal. Durante el trayecto, "se
dieron cuenta de que volaban por encima de una escuadrilla de aviones. (...) De repente
estalló el bombardeo y la acción antiaérea. (...) En medio del sobresalto general, don
Alvaro permanecía tranquilo. Los papeles que guardaba en la cartera eran la garantía de la
seguridad del avión y de que los alarmados pasajeros no acabarían como pasto de peces"
(Vázquez, 234; otra vez la idea fija de Escrivá y los suyos, según la cual era "el Cielo quien
estaba empeñado" en la realización de "la Obra"). También Portillo es recibido en
audiencia por Pío XII. Y también en este caso provoca admiración: "¡Tan joven y ya
almirante!, comentaron entre sí dos señores en el tranvía" (Vázquez, 234). Pero es que para
esta magna ocasión Portillo ha vestido "uniforme azul marino, con galones, botonadura
dorada y bicornio", que es el "traje de gala de ingeniero de caminos" (Sastre, 322).
Referencia a la guerra: "los romanos de estos días ya habían visto desfilar mucha pompa y
plumaje de colores" (Vázquez, 234). Pero el centinela de la guardia suiza, al verle llegar
con semejante indumentaria, da orden de formar la guardia, "y don Alvaro, dejando que las
cosas siguieran su curso, pasó revista a la tropa" (Vázquez, 235). De esta guisa, sentencia
Sastre, Alvaro del Portillo hace "su primera entrada en el Vaticano".
Un mes y medio más tarde Roma es azotada por "un bombardeo estremecedor"; "barrios
enteros de Roma se han cubierto de escombros" y el aeropuerto "arde por los cuatro
costados": pero "en medio de esta situación caótica, los trámites para la concesión del
"nihil obstat" a la Obra siguen su curso" (Sastre, 323). Y es que, como decíamos hace un
instante, la Obra es de Dios, y es Dios quien "está empeñado en que se realice".
Cuando haya terminado la segunda guerra mundial, será el fundador en persona quien
viajará a Roma. "Videre Petrum": a ver al Santo Padre. Y a partir de ese mismo año de
1946, Roma se convertirá en la residencia permanente de Escrivá.
3. El Opus Dei y la Compañía de Jesús
No quisiéramos concluir el análisis de este período (1939-1946) sin añadir algo más acerca
del conflicto que, a partir de esos momentos y a lo largo de muchos años, va a oponer entre
sí a jesuitas y seguidores de Escrivá de Balaguer. En modo alguno pretendemos zanjar la
cuestión; muy al contrario: esta es una cuestión que forzosamente va a tener que
permanecer abierta mientras sigan faltando tantas piezas del rompecabezas como hasta
ahora. Por otra parte, es evidente que en este caso el problema es de falta de información;
el propio "Padre" es bien explícito al respecto: "no me gusta hablar de estas cosas"
("Conversaciones", n°. 64); y en los años cuarenta, los socios del Opus Dei tenían
instrucciones precisas de no hablar dcl tema (López Rodó, 1990, 24).
En realidad, no sólo sabemos que en esta zona del rompecabezas faltan muchas piezas,
sino que sabemos incluso dónde permanecen escondidas, al menos en buena parte. Además
de la carta ya mencionada del obispo de Madrid al abad coadjutor de Montserrat, que es el
único documento de este tipo que la literatura del Opus Dei decidió publicar (aunque no
íntegro), antes incluso de que lo reprodujera Rocca, tenemos la certeza de que los archivos
de muchos obispados españoles contienen más documentación. Otro tanto cabe decir del
archivo de la nunciatura, puesto que se recibieron denuncias y puesto que, como Rocca ha
demostrado, el propio nuncio había escrito cartas en solicitud de información acerca del
pequeño grupo de hombres de Escrivá, casi desconocido por aquel entonces, y acusado de
"secreto" según unos (cardenal Segura, en Rocca, 1985, 134) y de "secta herética" según
otros (véase López Rodó, 1990, 24). Finalmente, claro está, muchas de las piezas del
rompecabezas han de hallarse en el archivo de las Congregaciones Marianas de los
jesuitas, además del propio archivo del Opus Dei. Prescindiendo ahora del grado de
dificultad que pueda entrañar el acceso a todos estos materiales, lo que es indudable es que
ésta sería una posible investigación a realizar, nada sencilla, pero de innegable interés.
Para llegar a entender la historia, en buena parte todavía oculta, de las tempestuosas
relaciones entre la Compañía de Jesús y el Opus Dei, nos parece que es imprescindible
tomar como punto de partida el paralelismo y la competencia entre ambas instituciones.
"Paralelismo y competencia": hipótesis doble en apariencia tan sólo, ya que si existe
competencia entre una y otra, es en realidad porque son sumamente parecidas; mientras
que su enorme paralelismo no podía conducir sino a un enfrentamiento radical en una
situación como la del catolicismo español de la época, que lo era todo excepto una
situación de pluralismo religioso.
Este es un tema en el que jamás se insistirá bastante: la influencia de la literatura
sociológica anglosajona ha hecho que al hablar de "pluralismo" demos por supuesto que se
trata de la coexistencia pacífica, y hasta de la cooperación fructífera, entre tradiciones
religiosas distintas. Cuando lo cierto es que en el caso de los países de la Europa
meridional la irrupción de una situación de pluralismo religioso ha significado algo
totalmente distinto: la progresiva "desmonopolización" de una tradición religiosa
determinada. Tanto es así, que en el caso del catolicismo español de los primeros años del
franquismo la única posibilidad concreta, para un grupo religioso emergente, de llegar a
coexistir con otros grupos preexistentes, pasaba necesariamente por la vía del "gueto" y de
la "insularización". Ahora bien: el Opus Dei fue desde el primer momento demasiado
ambicioso y demasiado beligerante como para resignarse a ocupar dentro del panorama
católico una posición aislada y marginal. Y en el terreno concreto en el que se proponía
actuar ("apostolado universitario", "núcleos dirigentes de la sociedad"), ineluctablemente
había de chocar de modo frontal con e1 grupo que en este terreno aspiraba a preservar una
situación privilegiada de monopolio y que no era otro que e1 de los jesuitas.
La tesis básica del paralelismo y la competencia entre jesuitas y Opus Dei debe ir
acompañada, de todas formas, de ciertas matizaciones. En primer lugar, el hecho de
afirmar la existencia de este paralelismo fundamental no equivale a negar toda diferencia
entre ambas instituciones. Las diferencias existen, y los miembros del Opus Dei no han
dejado de ponerlas de relieve; pero se trata de diferencias de matiz, mas que de fondo. En
segundo lugar tanto la Compañía de Jesús como el Opus Dei han evolucionado con el paso
de los años: sin embargo, no sólo no lo han hecho al mismo ritmo, sino tampoco en una
misma dirección. De tal modo que, en la actualidad, la competencia entre unos y otros a
menudo (aunque no siempre) obedece menos al paralelismo entre ambas instituciones que
al hecho de estar ocupando posiciones contrapuestas en el seno de la Iglesia católica. En el
momento en que se desencadena el conflicto en la España de los años cuarenta, en cambio,
no hay tal contraposición: y si una de las dos adopta posturas más "nuevas", o más
"atrevidas", en aquellas circunstancias se trata sin duda del Opus Dei y no de la Compañía
de Jesús. Por consiguiente, todo se reduce en definitiva a algo tan elemental -pero tan
fundamental- como esto: e1 análisis de los paralelismos y de los enfrentamientos debe
situarse en cada caso dentro de un contexto histórico concreto y determinado.
a) Antes de iniciarse el proceso de implantación real del Opus Dei, el padre Escrivá no deja
de referirse en diversas ocasiones a san Ignacio, y siempre en términos elogiosos. "Que
eres... nadie. Que otros han levantado y levantan ahora maravillas de organización, de
prensa, de propaganda. ¿Que tienen todos los medios, mientras tú no tienes ninguno? Bien:
acuérdate de Ignacio. Ignorante, entre los doctores de Alcalá. Pobre, pobrísimo, entre los
estudiantes de París. Perseguido, calumniado... Es el camino: ama y cree y ¡sufre!: tu Amor
y tu Fe, tu Cruz son los medios infalibles para poner por obra y para eternizar las ansias de
apostolado que llevas en tu corazón" (Camino, n°. 474).
San Ignacio y sus primeros compañeros aparecen a menudo como un modelo o un
precedente del pequeño grupo inicial de seguidores de Escrivá. Incluso en la forma de
presentar la historia y las vicisitudes de los primeros años, por parte de los biógrafos del
"Padre", hallamos con frecuencia sorprendentes paralelismos (pese a que el nombre de
Ignacio no aparece en el índice onomástico de los libros de Bernal, Vázquez ni Sastre) con
la historia del período fundacional de la Compañía (véanse, por ejemplo, entre tantas otras
referencias posibles, la buena síntesis de Woodrow, 1984, 23-65, o la gran obra de
Lacouture, 1991). Algunos autores han encontrado paralelismos entre Camino y los
"Ejercicios espirituales" de san Ignacio (Artigues, 127). Otros -antes lo vimos- hablan de
"ascética jesuítica trivializada" en el caso del Opus Dei. Con todo, seguramente podría
aducirse también, por una parte, que las historias más o menos legendarias de los
comienzos de todas las fundaciones religiosas presentan rasgos comunes (sobre todo
cuando son narradas por discípulos fieles y fervorosos), y por otra parte que la
espiritualidad de los jesuitas ha sido tan dominante dentro de la Iglesia católica moderna,
que hasta el Código de derecho canónico del año 1917 afirmaba expresamente que "al
hacer ejercicios espirituales se diera preferencia al método ignaciano" (Moll, 1991, 2). En
este sentido, por tanto, la afirmación de que sin los jesuitas nunca hubiese podido aparecer
el Opus Dei, además de impopular (para los unos, porque no quisieran ser acusados de una
"paternidad" tan poco "responsable", y para los otros, porque rechazarían una "filiación"
tan poco "divina"), resulta tan cierta como obvia.
Lo que sí resulta significativo, en cambio, es que Escrivá recoja de la espiritualidad
ignaciana un rasgo específico y muy característico: el de la "selección"; el de la "formación
de selectos", de acuerdo con el título de la obra del jesuita Angel Ayala, el fundador
precisamente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas que tantos
paralelismos presenta con el Opus Dei del padre Escrivá. Ya en su libro "Ejercicios
espirituales", en efecto, san Ignacio prescribe expresamente que se "seleccione a los que
los quieren practicar", por considerar que "no todo el mundo es idóneo para seguirlos, y
que la buena voluntad no basta" (Moll, 12). Si fuera mínimamente legítimo efectuar la
transposición, salvando las lógicas diferencias de lenguaje, diríamos que para Ignacio de
Loyola, como para Escrivá, sus seguidores no pueden ser "del montón", porque "han
nacido para caudillos" (Camino, n°. 16).
Cuando en la última parte del estudio nos planteemos la cuestión de las posibles relaciones
entre la ética económica del Opus Dei y la ética de los puritanos analizada por Max Weber,
éste será un elemento importante a tener en cuenta. Si efectivamente existen rasgos
comunes entre la concepción del trabajo como vocación de unos y otros (la noción de
"Beruf": Weber, 1904, cap. 3; "ut operaretur", como mensaje que Escrivá redescubre en el
Génesis); si ello conduce en ambos casos a una percepción del éxito como garantía de
elección; y si ello desemboca en una interpretación de "la moralidad cristiana como
estrategia de mejora del mundo" (Moll, 21) que obliga a plantearse el problema de los
medios y el problema de la táctica como cuestiones pertinentes en el ámbito de la
espiritualidad y de la ética (y Camino les dedica sendos capítulos), habrá que preguntarse
hasta qué punto existe una conexión directa entre el puritanismo y el Opus Dei, o si esta
conexión no se establece más bien entre puritanos y jesuitas por un lado, y entre jesuitas y
Opus Dei por otro. (La polémica entre ética económica puritana y ética jesuítica es antigua,
y la tenemos bien ilustrada en la obra de Robertson, 1933, criticando la tesis weberiana, así
como en la réplica del jesuita Brodrick, 1934.)
Convendría poder confirmar este primer paralelismo fundamental entre Compañía de Jesús
y Opus Dei como grupos de "selectos", de "llamados a ser perfectos". Trataremos de
hacerlo desde la sociología, pero es evidente que por sí sola la sociología aquí no basta y
que sería precisa una elaboración teológica complementaria, indispensable pero no posible
en estas páginas. Por más que Escrivá recuerde que "todo el mundo está llamado a ser
perfecto", no puede ahorrarse la distinción entre los "del montón" y los "caudillos", ni
puede dejar de reconocer, al hablar de los "consejos evangélicos", que "a mí el Señor me ha
pedido más". ¿Tiene esto algo que ver con las acusaciones de gnosticismo o de
pelagianismo de que el Opus Dei ha sido objeto a veces? Desde una perspectiva teológica,
¿existe la posibilidad de hablar de una "vida de perfección" sin que ello implique
automáticamente hacer profesión de una vida "más perfecta que la de los demás"? ¿Nos
hallamos una vez más -con predestinación o sin ella- ante la clásica distinción entre los
"santos escogidos de Dios" y "la masa"? En el caso del puritanismo protestante, la llamada
a la perfección y su consecuencia lógica, la emergencia de los grupos de "selectos",
comportó la desaparición de las órdenes religiosas. En el caso de la Compañía de Jesús,
Xavier Moll cita a Kierkegaard, quien afirma que en el seno del catolicismo "las órdenes
religiosas se acabaron con los jesuitas: en ellos han terminado convirtiéndose en un
negocio completamente mundano" (Moll, 12). ¿Es ésta una de las razones por las que el
Opus Dei, continuador de la tradición católica iniciada por los jesuitas, rechaza
sistemáticamente toda asimilación a los religiosos? ¿Sería teológicamente correcto decir
que el Opus Dei es, en la terminología de Kierkegaard (un pensador protestante que
algunos autores del Opus Dei, por cierto, citan a menudo) "un negocio completamente
mundano"?
b) Pero si antes de iniciarse el proceso de implantación real del Opus Dei en España el
padre Escrivá se refiere elogiosamente a san Ignacio, a partir del final de la guerra civil sus
relaciones con los jesuitas se deterioran rápidamente. No tarda mucho en romper con el
que durante muchos años había sido su confesot~ el jesuita Sánchez Ruiz (Gondrand, 155),
a la vez que se desencadenan contra él y contra el naciente Opus Dei una persecución y
una campaña ("de calumnias" según la literatura "oficial") desenfrenadas, que no es
imposible que en su momento influyeran decisivamente en la adopción, por parte del Opus
Dei, de su "secretismo" (según los detractores) o su "discreta reserva" (según los
defensores).
Hoy en día pueden leerse declaraciones como las que siguen del holandés padre
Kolvenbach, actual general de los jesuitas: preguntado por la escasa cordialidad de las
relaciones entre la Compañía y el Opus responde que "es sólo un rumot alimentado
continuamente por la prensa. Probablemente se debe al hecho de que al principiar el Opus
Dei en España hubo alguna dificultad con los jesuitas, entre otras cosas a causa de los
tiempos, políticamente muy tensos. Al presente, puedo decir que mis relaciones con el
prelado del Opus Dei son muy cordiales y cuando existen dificultades las abordamos con
franqueza. Por otra parte, las relaciones entre la Compañía y el Opus Dei no pueden ser
frecuentes y constantes, porque nuestras respectivas misiones en la Iglesia son diversas"
(Kolvenbach, 1990, 153). Por su parte, el prelado del Opus Dei, monseñor Alvaro del
Portillo, ha hecho declaraciones similares (véase igualmente, en el caso de Escrivá,
"Conversaciones", n°. 54).
Ante tanta cortesía y tanta diplomacia, cuesta imaginar que monseñor Escrivá pudiera
llegar a afirmar, ni siquiera en un momento de acaloramiento, "que sería mejor morir sin
los últimos sacramentos antes que recibirlos de manos de un jesuita" (Walsh, 125). Pero no
menos difícil de imaginar es la ferocidad del ataque de que es objeto Escrivá a partir de los
años cuarenta: los jesuitas le persiguen, le maltratan, le denuncian. Las familias de los
muchachos que ingresan en el Opus, o que simpatizan con él, reciben presiones y
amenazas. Y Escrivá se ve obligado a escribir a esas familias, a menudo con papel oficial
del obispado de Pamplona, para tratar de demostrar que goza de protección y bendición
oficiales. Se habla mucho del papel de defensor del Opus Dei desempeñado por el obispo
de Madrid, mientras que la literatura "oficial" habla relativamente poco del obispo de
Pamplona, Marcelino Olaechea, en cuya casa Escrivá halla refugio. Si Alvaro del Portillo
quisiera, podría explicarlo, porque él estaba también. Olaechea es quien se entrevista con el
padre Vergés, de las Congregaciones Marianas de Barcelona; y es Olaechea quien habla
con el obispo de Barcelona, Gregorio Modrego, del conflicto y de las denuncias. El
argumento formal dado por el jesuita Vergés es de tipo legal: según los estatutos de las
Congregaciones Marianas nadie puede pertenecer a otra organización religiosa sin ponerlo
en conocimiento de los superiores. Y los chicos que Escrivá "pesca" (los jesuitas dicen:
"roba") de las Congregaciones Marianas no quieren decir nada (o no están autorizados a
hablar de ello).
Todo esto acontece en un momento en el cual los jesuitas, que durante la república habían
visto clausurados sus centros de enseñanza, habían sido oficialmente expulsados y se
habían exiliado en buena parte en Bélgica, acaban de regresar a la España franquista,
triunfantes, sin haber padecido las bajas de tantas otras congregaciones religiosas, y
dispuestos a ejercer una especie de monopolio sobre la juventud intelectualmente más
valiosa.
En una tesis doctoral sobre "la socialización de los líderes católicos" en la Barcelona de los
años cuarenta, Francisco J. Carmona analiza el funcionamiento del Colegio de San Ignacio
y de las Congregaciones Marianas, basándose principalmente en documentos de la época.
Aunque en ningún momento hace referencia al Opus Dei, su trabajo nos resulta sumamente
útil para fundamentar la hipótesis del paralelismo entonces existente entre los objetivos que
se proponía la potente Compañía de Jesús y los de la incipiente Obra del padre Escrivá
(Carmona, 1991).
El autor defiende la tesis según la cual la Compañía se propone, a través de su colegio,
"formar minorías de líderes católicos que, insertos entre las elites de Barcelona, hicieran
posible que la Organización Católica aumentase su influencia y control sobre la sociedad
de Barcelona" (Carmona, 31s). Por su parte, el Opus Dei afirma en sus Constituciones que
"uno de sus medios de apostolado lo constituyen los cargos públicos, particularmente
aquellos que suponen el ejercicio de una dirección; y que para conseguirlo, conviene que
sus miembros destaquen profesionalmente y se preocupen por la adquisición de una
formación científica" ("Constituciones", 1950, art. 202 y 203).
El apartado que Carmona dedica al tema del "Reinado de Jesucristo" y al "Mensaje del
Sagrado Corazón de Jesús" puede leerse como una explicación de las que fueron las
fuentes de inspiración del pensamiento del padre Escrivá. Se trata de un "proyecto de
control e influencia sobre todas las instituciones sociales". Atacada en su rol de
legitimadora del "Ancien Régime", la Iglesia católica reorganiza su proyecto de acción
"bajo la bandera dcl reinado social del Sagrado Corazón". Frente a todos los errores del
modernismo, se propone "un programa de lucha para imponer en la sociedad el proecto
social católico" (Carmona, 207). Da la casualidad, además, de que una de las obras
repetidamente citadas por Carmona en este apartado es el "Catecismo social" del jesuita
Valentín Sánchez Ruiz, director espiritual y confesor de José María Escrivá desde la fecha
"oficial" de la fundación del Opus Dei hasta 1940. También da la casualidad de que la
aprobación definitiva del Opus Dei como instituto secular de la Iglesia católica lleva la
fecha de la "fiesta del Sagrado Corazón de Jesús" del año 1950 (Berglar, 390). El libro
entero de Camino está basado en esta concreta visión de la función de la Iglesia en el
mundo.
Por lo que concretamente respecta a las Congregaciones Marianas, no abiertas a cualquier
alumno de los jesuitas sino únicamente a los mejores, a los "más selectos" que aspiran a
una "mayor perfección" (también el obispo de Madrid definía al Opus Dei como obra "no
de muchedumbres sino de selección"; Rocca, 1985, 132), la primera de sus Reglas las
define como unas asociaciones destinadas a hacer de sus miembros unos "cristianos de
verdad, que traten sinceramente de la propia santificación en su propio estado, y trabajen
con gran empeño, según lo permita su condición social, en salvar y santificar a los demás"
(Carmona, 288s). El texto del escrito de postulación para la causa de beatificación de
monseñor Escrivá habla de los miembros del Opus Dei como cristianos que "se esfuercen
por buscar la santidad y ejerciten el apostolado entre sus compañeros y amigos, cada uno
en su propio ambiente, profesión y trabajo en el mundo, sin cambiar de estado" (Berglar,
76). Santificación propia y de los demás, trabajo y preservación del estado (que significa
no hacerse religioso, seguir siendo seglar): si éste es igualmente el principio de todo
"congregante", ¿dónde está la radical novedad y originalidad del mensaje de Escrivá de
Balaguer?
c) Algunas de las páginas más interesantes del estudio de Carmona son sin duda las que
dedica a las relaciones de la Compañía de Jesús con el franquismo, con Franco y con el
ejército, durante toda la década de los años cuarenta. "En el marco de inflación de
ejercicios espirituales de la época, se hizo norma que las altas autoridades civiles y
militares, incluido el general Franco, participasen en los ejercicios espirituales anuales"
(Carmona, 84). Sabemos que en 1944 fue el padre Escrivá quien dirigió los ejercicios
espirituales del "Caudillo"; pero habitualmente se encargaban de ellos los padres jesuitas,
"expertos en estos medios de espiritualidad ignaciana" (ibíd., 85).
"La colaboración y simpatía entre las altas autoridades franquistas (de forma especial, los
militares) y la Compañía de Jesús eran grandes. De hecho, estas personalidades y sus
familias eran vistos por los padres jesuitas como el material humano que era necesario
moldear en bien de la Iglesia y de la Patria; y a su vez, para muchos de estos personajes la
comunicación y trato con los padres de la Compañía o era fruto de la herencia familiar o
era una práctica social aneja a su nuevo "status"" (Carmona, 85).
De la lectura de la "Revista" del Colegio de San Ignacio de Barcelona se desprende la
veneración y la cordial adhesión de los jesuitas a la figura de Franco. Carmona da unos
cuantos ejemplos concretos y concluye diciendo que "para los jesuitas, como para la
jerarquía católica y la gran mayoría dcl clero catalán, el franquismo aparecía como el
salvador de la Iglesia y el destructor del laicismo y el anticlericalismo de la época
republicana" (Carmona, 88). En el caso de los miembros del Opus Dei, esa adhesión y
veneración por la figura de Franco no eran menores. Mas, en esto como en tantas otras
cosas, era menos ostensible, menos ruidosa y más "discreta". Y ahí radica,
paradójicamente, una de las claves del éxito del Opus Dei de los años cuarenta (y más en
un país como Cataluña). Casi todos los autores que han escrito sobre el Opus Dei de
aquellos años, sin pertenecer a él, coinciden en este punto: los hombres de Escrivá
aparecen como menos abiertamente comprometidos con el régimen, y el tono que adoptan
-tratándose de un movimiento emergente y que tiene a los jesuitas en contra- es menos
triunfalista, menos declaradamente totalitario y, por lo tanto, en apariencia más liberal.
Frente a los afanes totalitarios de la Falange y frente a una Acción Católica que arrastra la
hipoteca de sus anteriores compromisos políticos, "el Opus Dei aparece como algo nuevo,
distinto a la vez de la Acción Católica y de la Falange" (Hermet, 1981, II, 182): en el caso
concreto de Cataluña, el Opus se presenta como un movimiento avanzado con respecto al
catolicismo tradicional de los jesuitas. Su implantación en Barcelona se ve favorecida por
su apariencia poco franquista y no necesariamente anticatalana (Hermet, 1980, 1, 266). El
Opus Dei ofrece a la flor y nata de "la juventud burguesa e intelectual un marco y una
mística más atrayentes que los jesuitas o la Falange" (Gallo, 105). En Cataluña, "el primer
grupo que se desmarcó, con ganas de purificar aquel fárrago de banderas de Acción
responsabilidad personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de la Obra
y el de sus socios es servir a la Iglesia, y a todas las criaturas, sin servirse de la Iglesia. Me
gusta que el católico lleve a Cristo no en el nombre, sino en la conducta, dando testimonio
real de vida cristiana. Me repugna el clericalismo y comprendo que -junto a un
anticlericalismo malo- hay también un anticlericalismo bueno, que procede del amor al
sacerdocio, que se opone a que el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para
fines terrenos" ("Conversaciones", n°. 47).
El lenguaje de Escrivá no es tan críptico como a primera vista pudiera parecer. "Filial laica
de la Compañía de Jesús", la Asociación Católica Nacional de Propagandistas "lleva a
Cristo en el nombre" y puede ser considerada como una forma camuflada de
"clericalismo". Según su fundador Ayala, la Asociación quiere que los católicos influyan en
la vida pública y quiere proporcionar hombres a la vida pública. Pero aunque diga
-exactamente igual que Escrivá- que la Asociación en cuanto a tal no tiene una política,
sino que son sus miembros a título individual quienes pueden y deben tenerla, la diferencia
estriba en el hecho de que estos hombres "necesarios para actuar en los círculos dirigentes
del poder y de la sociedad" (Hermet, 1980, 1, 247), la ACNP se los suministra "a la
Iglesia", y más concretamente a la jerarquía eclesiástica, cosa que no sucede en cambio en
el caso del Opus Dei.
Desde el Opus Dei se tiende a argumentar que éste es precisamente "el anticlericalismo
bueno" que informa el principio de la libertad y la responsabilidad personales ("Sois
libérrimos, hijos míos", gustaba de repetir monseñor Escrivá).
Desde el otro lado la defensa consistirá en afirmar que "la ACNP nunca intentó actuar al
margen de la jerarquía española, como lo hará más tarde el Opus Dei" (Saez Alba, 29). "En
ningún momento -dice la réplica- se le ocurrió a monseñor Escrivá de Balaguer separar a
los miembros del Opus Dei de la jurisdicción de los obispos diocesanos. Quien afirme lo
contrario propalaría falsedades" (Berglar, 1 7). Pero a pesar de la vehemente protesta de
Berglar, lo cierto es que un año sí y otro también el Opus Dei será acusado de pretender
actuar al margen de la jerarquía diocesana. En idéntico sentido será interpretada la
discreción recomendada en las Constituciones de 1950 (especialmente, artículos 189 a
191), que estipulan que los socios "no revelarán nunca a nadie que pertenecen al Opus Dei,
sin permiso expreso del director local" (art. 191). Se han publicado documentos oficiales,
firmados por Álvaro del Portillo en 1949, en los que consulta al Vaticano si es precisa o no
una autorización del obispo de la diócesis para emprender iniciativas diversas (Rocca,
1985, 170s). Y todavía en 1979 el cardenal Baggio, quien en razón de su cargo coordina los
estudios previos a la transformación del Opus Dei en prelatura, solicita de monseñor del
Portillo un "suplemento de información", y explícitamente le pide que diga "qué criterios
concretos" piensan adoptar para impedir que el Opus Dei pueda convertirse en "una Iglesia
paralela, en el seno de las jurisdicciones territoriales" (Fuenmayor y otros autores, 613).
Menos críptico aún que el lenguaje de Escrivá es el de otro sacerdote del Opus Dei, Juan
B. Torelló, cuando afirma que "la espiritualidad jesuítica", con su principio de obediencia
total y absoluta, jamás podrá dar lugar a "una espiritualidad auténticamente laical". Al no
estar fundamentada en la libertad y la responsabilidad personales, en efecto, fácilmente
desemboca en un "espíritu de cuerpo" y en una "instrumentalización de los valores
temporales": con lo cual los laicos acaban siendo tan sólo la "longa manus mundana" de la
Compañía (Torelló, 1965, 23).
Que la Compañía de Jesús se ha caracterizado desde el primer día por su "espíritu de
cuerpo", ni siquiera los jesuitas podrían negarlo. (Al propio Escrivá, por lo demás, eso era
algo que no le preocupaba en absoluto: "no te importe si dicen que tienes espíritu de
cuerpo"; Camino, n°. 381.) Pero aunque pueda haber diferencias reales entre "la
espiritualidad jesuítica" y "la espiritualidad del Opus Dei", conviene no olvidar que en
1950 el Opus Dei se define como "una familia, pero también una milicia"
("Constituciones", art. 197). Según Otto Roegele, un autor citado en las bibliografías de la
literatura "oficial" (por ejemplo, Le Tourneau, 123; Mateo Seco, 529), el Opus Dei, que
"trata de influir en las masas a base de ocupar puestos clave en la sociedad", se
caracterizaría básicamente por su "espíritu aristocrático y caballeresco" (Roegele, 1963,
398 y 392).
Sobre el tema del "espíritu de cuerpo", no obstante, dejemos la última palabra a Giampaolo
Bonani, quien en un artículo publicado en 1971 en la revista "Nuestro Tiempo", de la
Universidad de Navarra, describe detalladamente todas las realizaciones del Opus Dei en
Italia y afirma: "Empleando otro parangón gráfico, se puede decir que la inmensa mayoría
de los socios de la Obra, si bien son "soldados de Cristo" -como todo hombre de la calle
que se encuentre bautizado y confirmado- no tienen vocación alguna para actuar como un
"cuerpo de ejército"; en cambio, conocen bien las "técnicas de la "guerrilla" mediante la
cual nos ganamos en la vida diaria, "con sobrenatural violencia", el camino del cielo"
(Bonani, 63; las cursivas son nuestras).
e) Pese a todas las posibles diferencias seguiríamos insistiendo, pues, en que la historia de
la rivalidad entre la Compañía de Jesús y el Opus Dei se origina en una situación de
competencia provocada por la semejanza y no por la divergencia.
En su estudio sobre la Asociación de Propagandistas, Sáez Alba afirma que "las relaciones
ACNP-Opus Dei no son tan malas como se cree", y que en ambas organizaciones "se
encuentra el mismo elitismo con vocación dirigente y los mismos objetivos de
apoderamiento de los puestos desde donde se puede influir". Los fundamentos ideológicos
son idénticos, y las dos instituciones recurren a los mismos argumentos para sostener que
son los miembros a título individual, y no las instituciones en cuanto a tales, los que
intervienen en la política (Sáez Alba, 97s; para una formulación reciente de esta tesis en un
destacado político del franquismo, y miembro del Opus Dei, véanse las reiteradas
afirmaciones de López Rodó, 1990 y 1991).
El mismo Consejo Superior de Investigaciones Científicas sería, según e1 autor del largo
prólogo de este estudio sobre la ACNP una obra conjunta de los "propagandistas" y de los
miembros del Opus; y durante los años cuarenta habrían sido frecuentes los casos de doble
militancia, es decir de pertenencia simultánea a ambas instituciones (Sáez Alba, prólogo,
44-46), tesis que lógicamente obligaría a relativizar la clara diferenciación que entre unos y
otros establecía monseñor Escrivá ("Conversaciones", n°. 47).
Sin embargo, y pese al indudable interés del estudio de Sáez Alba, también en este caso
preferimos mantenernos fieles a nuestro método de utilizar, siempre que nos sea posible,
fuentes más próximas al Opus Dei mismo. Y en este sentido nos resulta más que suficiente,
para apoyar nuestra hipótesis, el análisis que de la Asociación Católica Nacional de
Propagandistas hace Antonio Fontán, miembro del Opus, en su librito del año 1961 sobre
"Los católicos en la Universidad española actual".
Fontán se basa principalmente en declaraciones de tres personajes clave de la ACNP: su
fundador ex jesuita Angel Ayala; Angel Herrera, que fue su presidente entre 1909 y 1935, y
el sucesor de éste, Fernando Martín-Sánchez Juliá, que presidió la Asociación entre 1935 y
1953. Tres años antes de la fecha oficial de fundación del Opus Dei, en 1925, Herrera
afirma que el tema de la enseñanza ha de ser una preocupación prioritaria y que "enseñanza
y prensa son las dos grandes fortalezas enemigas" (Fontán, 43s): a partir de aquí, los
propagandistas proponen una estrategia de "penetración en las cátedras", a la vez que
proclaman la necesidad de una "universidad de la Iglesia".
Enseñanza y prensa, pues, como primer punto. Significativamente, en el informe que
monseñor del Portillo redacta en 1979 para solicitar la transformación del Opus Dei en
prelatura, las actividades profesionales de los socios de la Obra que menciona en primer
lugar son el trabajo "en 479 universidades y escuelas superiores de los cinco continentes;
en 604 periódicos, revistas y publicaciones científicas; en 52 emisoras de televisión y
radio, 38 agencias de información y publicidad, y 12 productoras y distribuidoras
cinematográficas" (en Fuenmayor y otros autores, 609). Enseñanza y prensa...
El mismo Herrera Oria afirma, en 1935, que "aquel que dentro de una misma sociedad
llegue a alcanzar el dominio de las cumbres, al fin y al cabo, es dueño de la sociedad
entera"; "el día que tengamos hecho el apostolado de la Universidad, hemos hecho todos
los demás apostolados"; "désenos la Universidad y todo lo demás se nos dará por
añadidura" (Fontán, 45s). Y terminada la guerra española Martín-Sánchez dice que "los
católicos tienen un derecho de presencia en todas partes y que los propagandistas pueden y
deben, por tanto, ir a la cátedras" (Fontán, 47).
"Conquista de la universidad" y "preparar cátedras" son, así, las consignas de la Asociación
de Propagandistas. Fontán concluye que los propagandistas, en efecto, "han realizado una
activa, consciente y ordenada acción de penetración en el profesorado universitario" (ibíd.,
52). No hace falta recordar de nuevo que también Escrivá se dedica fundamentalmente, al
terminar la guerra, al "apostolado universitario", y hasta qué punto las "consignas" de la
ACNP se aplican igualmente a la actuación de los miembros del Opus Dei durante la
década de los cuarenta. Paradójicamente, no obstante, cuando Fontán empieza a hablar del
Opus Dei su tono cambia súbitamente, se pone a la defensiva, critica la leyenda que les
acusa de hacer lo mismo que la ACNP (Fontán fue catedrático a los veintiséis años) y se
limita a decir que "el programa" de Escrivá es "sencillo, sobrenatural y claro: vida
espiritual de hijos de Dios y trabajo" (Fontán, 56), y que no hay en el caso del Opus Dei
una "táctica de apostolado", sino "un principio fundamental de ascética, hijo de una
profunda inspiración teológica. (ibid., 57).
Dado que este autor se resiste a reconocer el paralelismo existente entre la organización
fundada por el jesuita Ayala y la fundada por el padre Escrivá, acudamos a otros textos,
igualmente escritos por miembros del Opus Dei. Jesús Urteaga observa en 1948 que
"muchos cristianos no han entendido lo que es el cristianismo": entienden tan sólo el
cristianismo pasivo, de aquel que se limita a ir a misa, pero no "un cristianismo influyente
en la vida pública y privada de los hombres. Entienden a los cristianos más celosos que
frecuentan a diario el templo de Dios, pero apenas se figuran a esos mismos hombres
ambientando con sentido católico la política, la enseñanza, la economía del país". (Urteaga,
19s).
En un texto mucho más tardío, Rafael Gómez Pérez afirma que "aunque parezca insólito,
busco prosélitos. Y no sólo entre "la masa" (...) sino también entre esa cenefa de encajes
que en toda sociedad forman los intelectuales". (Gómez Pérez; 1976a, 94s). "Buscar
prosélitos para lo sobrenatural entre les intelectuales. (ibid., 95) ¿no equivale al fin y al
cabo a ir en búsqueda de "las cumbres" de las que hablaba Herrera? Y si Martín-Sánchez
reivindicaba e1 derecho de presencia de los católicos "en todas partes", Florentino Pérez
Embid, miembro del Opus Dei, es aún mucho más explícito cuando, hablando en nombre
de "los católicos que quieren dejar huella en la vida colectiva y contribuir a la
configuración del porvenir nacional", escribe que se trata "de ocupar sencillamente, por
propio derecho, el puesto de dirección que al cristiano le corresponde en la vida colectiva.
En España, concretamente, a esa razón se unen otras", entre las que destacan las dos
primeras, que son respectivamente "la victoria en una guerra justa" y "el empuje de las
minorías intelectuales católicas". (Pérez Embid, 1955, 153s).
Cabría proceder a un estudio comparativo entre un libro como "Formación de selectos", del
padre Ayala, y el Camino del padre Escrivá. Los dos fueron escritos prácticamente al
mismo tiempo, y aunque el volumen de Ayala es mucho más extenso, alguno de sus
capítulos, como por ejemplo el Sexto, "Cualidades de los selectos: tenacidad y carácter",
permitiría sin duda comprobar cuál es la "variedad" de espiritualidad jesuítica que Escrivá
básicamente comparte. Hacia el final ya de su obra, Ayala considera que "no se puede
separar la religión de la política. Si lo político es el arte de bien gobernar, ¿cómo la religión
podría desentenderse de ese gobierno del cual depende la prosperidad material y religiosa,
el bien temporal y eterno de los hombres? En este sentido, la religión es esencialmente
política; no puede prescindir de ella; como no pueden ni deben prescindir de ella los
ciudadanos, no sólo los seglares, sino menos aún los sacerdotes y religiosos" (Ayala, 1940,
407s).
Pese a su voluntad de distanciarse de la filosofía de Ayala, Fontán afirma en el capítulo de
conclusiones de su libro que "la España católica de hoy no es, como torcidamente se ha
dicho, un resultado de la "coacción política" o de "un grupo de católicos que se han
encaramado en el poder". Por el contrario, el catolicismo oficial del Estado es una
consecuencia de la realidad católica de España y una condición "sine qua non" para el
mantenimiento del mismo Estado y de la paz pública" (Fontán, 1961, 156; en su caso, y a
diferencia de lo que se dice que ocurre con monseñor Escrivá, Fontán difícilmente podría
ser considerado "un precursor del concilio Vaticano II"). Y prosigue: "es una realidad,
demostrada por la experiencia, que en España no se puede gobernar "contra" los católicos,
es más, que no se puede gobernar "sin" los católicos" (ibíd., 156).
Ya antes hicimos referencia a los artículos 202 y 203 de las Constituciones del Opus Dei
(1950): necesidad de destacar profesionalmente y de adquirir una sólida formación
científica, con el fin de alcanzar el medio de apostolado del Opus Dei que son los cargos
públicos, y en especial aquellos que implican el ejercicio de una dirección. Por su parte, en
un discurso a la asamblea general de la ACNP su presidente pregunta en 1944: "¿No
decimos y pensamos que la Asociación quiere ser una minoría selecta de hombres
apostólicos con capacidad de dirección? Pues, ¿qué puestos más directivos puede haber
que los que tienen la función augusta de gobernar a los demás?" (Martín-Sánchez, 392).
j) Independientemente de las diferencias que puedan separarles, en la España de los años
cuarenta Opus Dei y Compañía de Jesús recorren caminos estrictamente paralelos. Los
jesuitas cuentan todavía con mayores medios, y con muchísimo más poder, que el
incipiente Opus Dei. Pero aun así se dan cuenta de que los hombres de Escrivá representan
una competencia temible ("una peligrosa competencia en el campo del apostolado entre la
juventud", según Gómez Pérez, 1976, 255). Y los jesuitas se defienden atacando. Y los
socios del Opus Dei pagan con la misma moneda. Porque ni unos ni otros tienen "vocación
de mártires". Como escribe en esa época Jesús Urteaga: "Los cristianos de hoy no tenemos
vocación de mártires, sino de guerreros. No es que por el mero hecho de estar en la verdad
tengamos que morder al que no la conoce; pero sí, por el mero hecho de haber sido
agraciados con ella, tenemos que defenderla con los dientes contra quien la ofenda. Si los
enemigos declarados de Dios creen que se van a encontrar en el cristianismo espíritus
pusilánimes y escurridizos que levantarían sus manos para que los apunten mejor al
corazón, se equivocan. Si los hombres de ese mar bermejo y amoratado por la envidia y el
rencor buscan sangre que apague su mentira y su odio, que sepan que los cristianos de esta
generación están dispuestos a morir matando" (Urteaga, 1948, 98s). Un jesuita español de
los años cuarenta difícilmente lo hubiera expresado mejor...
Habíamos empezado este capítulo, sobre la etapa de la implantación del Opus Dei en
España (1939-1946), citando un punto de Camino que considerábamos programático para
este período: "El deseo tan grande que todos tenemos de que "esto" marche y se dilate...
¿Cuándo salta, cuándo rompe, cuándo veremos nuestro al mundo?" (Camino, n°. 911).
Para el Opus Dei de los años cuarenta, como para los ideólogos jesuitas de la "formación
de selectos", la primera conquista ha de ser la de la universidad, la de "las cumbres". Pero
ésta es sólo una primera etapa, la etapa que da acceso a "los puestos clave en la sociedad"
(Roegele, 1963, 398). Quien quiere "ver nuestro al mundo" no puede conformarse con
esto: "puedes -teniendo a Cristo contigo- sentir e1 orgullo de un conquistador de cien
mundos. El mundo es nuestro porque es de Cristo" (Urteaga, 1948, 113).
En 1946, Escrivá de Balaguer y sus seguidores más "selectos", al mismo tiempo que
preparan el inicio de la expansión internacional del Opus Dei, partirán a la conquista de un
nuevo mundo: un mundo difícil y un mundo en el cual la Compañía de Jesús les ha
precedido y les lleva una ventaja muy notable: Roma. A partir de 1946, la ciudad de Roma
va a convertirse en el lugar de residencia de monseñor Escrivá, el centro de operaciones del
Opus Dei y el escenario de las nuevas batallas del conflicto que de forma permanente le
opone a la Compañía de Jesús.
Escrivá. En cambio, y a partir de la segunda mitad del año 1946, los documentos oficiales
comenzarán a hablar definitivamente de la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus
Dei" como de una institución única, y oficialmente reconocida como tal.
2. Cronología de un año decisivo
Muy esquemáticamente, la cronología de los acontecimientos "romanos" del año 1946 es la
siguiente:
-El mes de enero regresa a Roma Salvador Canals, tras haber pasado las Navidades en
España.
- El mes de febrero vuelven a Roma Alvaro del Portillo y José Orlandis. Portillo lleva los
documentos para la solicitud de un régimen de derecho pontificio, y no diocesano, además
de unas sesenta cartas de recomendación. "La acogida fue cordial", pero "el balance inicial
de las gestiones no fue positivo" (Fuenmayor y otros autores, 148).
- Entre el mes de febrero y el mes de junio viven en un piso amueblado en el centro de
Roma ("todos los balcones se asoman a la belleza de la Piazza Navona"; Sastre, 325),
obtenido gracias al cónsul de España. El mes de mayo Orlandis regresa a España.
- El 10 de junio Portillo escribe a Escrivá pidiéndole que acuda a Roma; dos días más tarde
reitera, en una segunda carta, da necesidad de su presencia en la Ciudad Eterna"
(Fuenmayor y otros autores, 156s). Los días 20 y 21 de junio Escrivá está en Barcelona,
donde embarca con Orlandis hacia Génova. Llega a Roma el día 23 y es acogido en el
nuevo piso que han alquilado, junto al Vaticano ("el comedor se asoma a la plaza de San
Pedro (...) y, muy cerca, se ve la ventana iluminada de la Biblioteca privada del Papa";
Sastre, 329).
- El 16 de julio, el padre Escrivá es recibido en audiencia por Pío XII.
- El 31 de agosto, Escrivá viaja a Madrid, con un documento "en que se aprobaban los
fines de la Obra", y con "las reliquias de Santa Mercuriana y San Sínfero, dos niños
martírizados en el siglo II" (Vázquez, 244). A finales de septiembre tiene lugar la
ordenación de seis nuevos sacerdotes del Opus Dei (o de la Sociedad de la Santa Cruz).
- El 8 de noviembre, después de pasar otra vez por Barcelona, regresa definitivamente a
Roma.
- El mes de diciembre es recibido de nuevo en audiencia por Pío XII. Antes de acabar el
año, llegan a Roma "las (cinco) de la Obra que habían de atender el piso", pese a que éste
"era reducidísimo de espacio" (Vázquez, 245); las mujeres irán "a dormir a una residencia
próxima" (Sastre, 335).
Si bien las anécdotas ocupan páginas y páginas de las diversas biografías de monseñor
Escrivá, aquí nos limitaremos exclusivamente a tratar de encontrar algún elemento de
respuesta a dos interrogantes: ¿en qué consisten las gestiones de Alvaro del Portillo entre
los meses de marzo y junio de 1946, y por qué razones reclama la presencia del "Padre" en
Poma?
3. La actividad de Álvaro del Portillo en Roma
En lo que respecta a la ida y estancia de Alvaro del Portillo en Roma, nuestras habituales
obras de referencia son, además de breves, confusas.
Según Vázquez de Prada, el "secretario general del Opus Dei" llega a Roma, "bien provisto
dc cartas comendaticias de casi todos los prelados españoles", se entrevista "con tenacidad
y audacia" con obispos y cardenales, se persona cada día en el Vaticano, insiste una y otra
vez, pero "las gestiones embarrancaron", momento en el cual escribe al "Padre" pidiéndole
que vaya (Vázquez, 240). No especifica cuál es exactamente "la aprobación definitiva" que
busca el fundador, y sobre todo no parece tener en cuenta que oficialmente el cargo de
Portillo es el de "secretario general y procurador de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz", y no "del Opus Dei".
ejemplar". El latín del texto no permite confusión: el ejemplar que adjunta es del esbozo y
no de las Constituciones. El mes de diciembre de 1943 el obispo Eijo Garay había escrito a
Escrivá pidiéndole "que redacte y Nos presente las Constituciones de la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz canónicamente erigida por Nos en el día de hoy, desarrollando
como mejor convenga el boceto de constituciones que enviamos a la Santa Sede"
(Fuenmayor y otros autores, 527). Al cabo de un mes y medio (el 25 de enero de 1944), el
obispo de Madrid firma el decreto de aprobación de dichas Constituciones (Fuenmayor y
otros autores, 529). Si antes nos extrañaba el hecho de que "El itinerario jurídico" publicara
en el apéndice documental el boceto (ibíd., 516-520) y no el texto definitivo, ahora vemos
cómo el mes de junio de 1946 Portillo envía a la Sacra "Penítenzieria Apostólica" una
copia del boceto y no de las Constituciones.
A pesar de todo ello, subsiste la posibilidad de formular una hipótesis alternativa: ¿y si
estos datos más o menos interesantes no fueran aún los únicos datos realmente
interesantes? ¿Si se tratara, en definitiva, de pistas falsas? ¿Podría ser que Alvaro de
Portillo, al pedir todas estas "indulgencias", en el fondo buscara otra cosa que no fueran las
indulgencias? ¿Que buscara, pongamos por caso, un documento oficial del Vaticano que
pudiera ser presentado como una muestra de benevolencia, de simpatía e incluso -de cara a
un público poco entendido- de aprobación? Habría, como mínimo, dos indicios que
apuntarían en favor de esta hipótesis: el primero es que la respuesta a todas las peticiones
de Portillo podía hacerse, según explica Rocca, por la "vía normal" de la propia "Sacra
Penitenzieria", o bien "de manera más solemne", en forma de documento emitido por la
Secretaría de Estado del Vaticano, y fue esta última la fórmula elegida (Rocca, 1985, 37).
Por lo tanto, podríamos decir que no interesaban únicamente las indulgencias como tales,
sino también la apariencia formal con la cual se concedían. El segundo indicio es que
durante muchos años la literatura "oficial" mencionará este documento (breve "Cum
Societatis", del 28 de junio de 1946) como si se tratase de un documento de mayor alcance
en cuanto al reconocimiento jurídico del Opus Dei, y no de una simple concesión de
indulgencias. Así, Le Tourneau afirma que con la concesión de las indulgencias el Santo
Padre "aprueba implícitamente el espíritu y la finalidad del Opus Dei" (Le Tourneau, 58).
Se observará inmediatamente que estamos volviendo a adoptar el "modelo epistemológico
del padre Brown". Y puestos a dejarnos guiar por el "pillo" personaje de Chesterton,
podríamos dar todavía un paso más allá en la formulación de la hipótesis alternativa.
Podríamos preguntarnos en efecto -sin traspasar el nivel de la pura interrogación- si detrás
de toda la retahíla de indulgencias y escapularios que parecen preocupar a Alvaro del
Portillo no subyace el que habíamos visto que era el problema del Opus Dei en estos
momentos: a saber, el problema de su estatuto y de su articulación con la Sociedad
Sacerdotal.
Leídos desde esta nueva óptica, los documentos reproducidos por Rocca resultan
interesantes por razones distintas de las mencionadas con anterioridad, y convierten en
plausibles los interrogantes. Los cuatro primeros documentos dirigidos a la "Sacra
Penitenzieria" llevan todos la misma fecha (19 de marzo). Los tres primeros están escritos
en papel impreso de la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz", y en ellos Portillo se
presenta como "sacerdote, secretario general y procurador de la Sociedad Sacerdotal de la
Santa Cruz". El cuarto, en cambio, (doc. n°. 18), bajo el membrete impreso lleva añadido, a
máquina, "y Opus Dei": el secretario general y procurador lo es "de la consociación
llamada de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y de la Obra de Dios", y habla de
"nuestra Sociedad..., y de su obra propia, llamada Opus Dei".
En todas las solicitudes siguientes de estos meses del año 1946 volverá a presentarse
exclusivamente como procurador general de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Dos
nuevos documentos llevan la fecha de 3 de mayo: en uno habla sólo de la Sociedad, y en el
congregaciones religiosas, sociedades de vida común sin votos). Acerca de las últimas dice
que se distinguen netamente de las asociaciones de tipo laical y que se parecen mucho, en
cambio, a las congregaciones religiosas (vida común, practica de los consejos evangélicos
de pobreza, celibato y obediencia, forma de apostolado y organización interna
centralizada). La única diferencia significativa entre estas sociedades y las congregaciones
de religiosos estriba en la cuestión de los votos, que o no existen, o son promesas y no
votos, o son votos que carecen de carácter público (Escrivá, 1949, 14). Todas estas
observaciones son particularmente interesantes, habida cuenta de que entre 1943 y 1947 la
fundación del padre Escrivá había gozado precisamente de ese estatuto de "sociedad de
vida común sin votos".
La novedad de los institutos seculares radica en el hecho de que, con la "Provida Mater
Ecclesia "se reconoce un nuevo estado de perfección, distinto de los que hasta aquí
jurídicamente existían" (ibíd., 16). Por primera vez se reconoce la posibilidad de un estado
de perfección cuyos miembros no sean religiosos. En efecto, cl rasgo distintivo de los
religiosos es, o bien "la vida contemplativa dedicada a la oración y el sacrificio", o bien "la
vida activa dedicada a remediar desde fuera del mundo los males y necesidades de éste"
(ibíd., 16). Con los institutos seculares aparece, en cambio, "una nueva forma de vida de
perfección, en la que sus miembros no son religiosos": al contrario. "ahora es del mismo
mundo de donde surgen estos apóstoles que se atreven a santificar todas las actividades
corrientes de los hombres" (ibíd., 1 6s).
Ésta será, a partir del año 1947, una buena definición de lo que son, según Escrivá, los
miembros del Opus Dei: "apóstoles que se atreven a santificar todas las actividades
corrientes de los hombres". En este sentido los institutos seculares, y el Opus Dei el
primero, constituyen "el término en la evolución de las formas de vida de perfección en la
Iglesia" (ibíd., 17). Los institutos seculares "constituyen en el siglo un verdadero estado de
perfección", distinto sin duda del estado religioso, pero no menos distinto "del mero estado
secular" (Canals, 1954, 85). Cuando años más tarde monseñor Escrivá afirme que "el Opus
Dei no es ni puede considerarse una realidad ligada al proceso evolutivo del estado de
perfección en la Iglesia" y que "nuestra Asociación no pretende de ninguna manera que sus
socios cambien de estado, que dejen de ser simples fieles iguales a los otros, para adquirir
el peculiar estado de perfección" ("Conversaciones", n°. 20), la literatura "oficial" podrá
decir cuanto quiera, pero parece innegable que monseñor Escrivá está literalmente
"desdiciéndose" de lo que había dicho en su conferencia del año 1948.
En la segunda parte de la conferencia, en efecto, monseñor Escrivá presenta al Opus Dei
como primer instituto secular aprobado de acuerdo con las normas de la "Provida Mater
Ecclesia", "que ha sido puesto como modelo de este nuevo tipo de vida de perfección por
el Santo Padre Pío XII" (Escrivá, 1949, 18). El texto es relativamente breve y recoge las
principales "notas características" del Opus Dei, en la que bien puede ser considerada
como una versión oficial y autorizada de la época. En el apartado que dedica a "las
finalidades del Instituto" (apartado curiosamente excluido del resumen que de la
conferencia hacen Fuenmayor y otros autores, 219), monseñor Escrivá destaca los dos
puntos siguientes:
- "El fin general del Instituto es la santificación de sus miembros, por la práctica de los
consejos evangélicos y la observancia de las propias Constituciones. El específico es
trabajar con todas sus fuerzas para que los intelectuales se adhieran a los preceptos y aun a
los consejos de Cristo Nuestro Señor, y que los lleven a la práctica; y de este modo
fomentar y difundir la vida de perfección en el siglo entre las demás clases de la sociedad
civil, y formar a hombres y mujeres para el ejercicio del apostolado en el mundo" (ibíd.,
19). Pese a que a partir de esta época empiezan a aparecer las referencias a "las demás
clases de la sociedad civil", en continuidad con lo que desde el momento de su primera
cristalización ha sido siempre el Opus Dei se reitera una vez más que éste trabaja
específicamente entre los intelectuales, quienes han de influir ("fomentar y difundir") sobre
"las demás clases", de acuerdo con el viejo principio -propio de los Propagandistas a los
que se dirige Escrivá en su conferencia- de que aquel que haya alcanzado "el dominio de
las cumbres es dueño de la sociedad entera" (Fontán, 45).
- "Los socios que se consagran temporalmente o a perpetuidad, emiten votos privados,
como puede hacerlo otro fiel cualquiera" (Escrivá, 1949, 19). Al Opus Dei, dirá en cambio
monseñor Escrivá veinte años más tarde, "no le interesan ni votos, ni promesas, ni forma
alguna de consagración para sus socios, diversa de la consagración que ya todos recibieron
con el bautismo" ("Conversaciones", n°. 20).
b) Tras esta síntesis de la situación, debida al propio padre Escrivá de Balaguer, poco más
cabe añadir. El decreto de aprobación provisional ("Primum Institutum Saeculare",
24.2.1947) consagra efectivamente la unidad de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y
del Opus Dei, y reconoce incluso que el segundo nombre es el que abreviadamente suele
utilizarse para designar al Instituto, presentado por lo demás como "modelo de los
institutos seculares" (Fuenmayor y otros autores, 534). El documento precisa asimismo que
aunque por la condición ordinaria de sus miembros habría de ser un instituto laical, en
razón de la Sociedad de la Santa Cruz (cuyos miembros ostentan todos los cargos de
dirección) queda definido como prevalentemente clerical, habiéndose de equiparar desde
un punto de vista jurídico a los institutos clericales (ibíd., 534). Si a primera vista pudiera
parecer que el Opus Dei había de poner todo el empeño en ser reconocido como laical
-dado el carácter de "seglares corrientes" de sus miembros, y dada la existencia de una
rama femenina- de hecho su definición como "clerical" le confería toda una serie de
ventajas desde el punto de vista de su autonomía frente a las autoridades diocesanas
(Rocca, 1985, 4Oss y 52ss).
Por lo demás, el "decreto de aprobación" de 1947 hace una breve presentación histórica del
Opus Dei que, aun sin aportar novedad alguna, resulta sumamente útil para confirmar todas
las hipótesis sobre el carácter exclusivamente universitario de la obra de apostolado del
padre Escrivá. "El doctor Escrivá de Balaguer -dice el texto del decreto- se sintió
fuertemente llamado y suavemente impulsado al apostolado entre los alumnos de la
universidad laica y de las escuelas superiores madrileñas." En los "tiempos difíciles"
anteriores a la guerra española, "trabajó en el apostolado entre estudiantes universitarios y
hombres cultos, y a través de ellos entre toda la sociedad de los intelectuales y de los
dirigentes" (Fuenmayor y otros autores, 533; obsérvese que aquí no se hace aún referencia
alguna a "las demás clases de la sociedad civil"). Con su consolidación y con el inicio de
su expansión internacional sus socios se han multiplicado: el decreto menciona
explícitamente a "médicos, abogados, arquitectos, militares, científicos, artistas, escritores,
profesores y estudiantes" (ibíd., 533). Especifica a continuación el decreto cuáles son los
fines del Instituto, en los términos que Escrivá reproduce en su texto del año 1949, y añade
que por esta razón conviene que todos los socios posean el doctorado en alguna disciplina
(ibíd., 534). Sólo después de haber hecho esta importante puntualización se habla de "la
santificación del trabajo ordinario de los miembros". Convendrá tenerlo en cuenta ya que,
en otras palabras, ello significa que cada vez que la literatura "oficial" habla de la
"santificación del trabajo ordinario" de los socios del Opus Dei, habrá que recordar que se
trata del trabajo "ordinario" de individuos que están en posesión del título académico de
doctor.
c) Si en 1947 el Opus Dei es el primer instituto secular provisionalmente aprobado por la
Santa Sede, exactamente tres años más tarde (un período francamente corto, habida cuenta
de las costumbres de la Curia, según reconocen las fuentes "oficiales") monseñor Escrivá
solicita su aprobación definitiva. Tenemos ahí tres elementos igualmente importantes: la
"iniciativa" es de monseñor Escrivá; la "prisa" que se da ("prisa por dar este nuevo paso,
tan importante, en el "itinerario" jurídico de la Obra; Fuenmayor y otros autores, 220); y el
carácter "definitivo" de la aprobación del Opus Dei como instituto secular, la cual es
efectivamente concedida por la Santa Sede en junio de 1950 (decreto "Primum ínter
Instituta Saecularia, reproducido en Fuenmayor y otros autores, 544-553).
Decimos que los tres elementos son igualmente importantes, porque ponen de manifiesto,
además del probable deseo de volver a ser los primeros en recibir la aprobación, la
voluntad de continuar apareciendo como "modelo". Es decir que ponen también de
manifiesto, por consiguiente, la conformidad del Opus Dei con la figura jurídica de los
institutos seculares, que continúa pareciendo a sus dirigentes adecuada y plenamente
satisfactoria. En síntesis, en 1950 se sigue considerando que "el Opus Dei encarnaba el tipo
perfecto de instituto secular" (Canals, 1954, 82). De ahí que se trate de obtener "cuanto
antes esta nueva y definitiva aprobación" (Fuenmayor y otros autores, 221), que equivaldrá
a "una definitiva sanción pontificia". Según el propio Escrivá, "la aprobación definitiva
asentará de nuevo los principios fundamentales de la Obra" (ibíd., 221). En la literatura
"oficial" más reciente se lee, en cambio, que el año 1950 "la Santa Sede otorgó al Opus Dei
las aprobaciones necesarias, aunque el marco jurídico que se le atribuyó no era lo que el
Fundador tenía pensado" (Helming, 52); o bien que "el estatuto jurídico de instituto secular
fue considerado siempre por el Opus Dei como un traje que no estaba hecho a su medida"
(West, 187).
En sí mismo, el decreto "de aprobación definitiva del Opus Dei y de sus Constituciones"
aporta escasas novedades (puede consultarse el largo comentario que le dedican Rocca,
1985, 66ss, y Fuenmayor y otros autores, 237-244, además del texto íntegro reproducido
-en latín- en ambos volúmenes). Se indica que la solicitud ha sido cursada por el fundador
y su consejo general, con el aval de ciento diez cartas de recomendación de obispos (entre
ellos, doce cardenales y veintiséis arzobispos). Se explicitan una vez más los objetivos del
Opus Dei. Se distinguen sus diversas categorías de miembros, tanto entre los hombres
como entre las mujeres (numerarios, que son propiamente los miembros en sentido estricto,
oblatos y supernumerarios; con una distinción suplementaria, en el caso de las mujeres,
entre numerarias y numerarias auxiliares, que son las que se dedican a los trabajos
manuales domésticos). Se presenta una relación de las principales obras de apostolado, se
subrayan las características básicas del espíritu del Instituto y, por último, se habla de la
formación de los socios y del régimen del Instituto.
En este último apartado, el decreto precisa que el Presidente general, cuyo cargo es
vitalicio, ha de gozar de plena potestad: entre otras cosas porque "al ser intelectuales todos
los miembros numerarios", la autoridad del Presidente peligraría en el caso de poder ser
discutida (Fuenmayor y otros autores, 554). Por otra parte, el decreto es casi como un
resumen de las Constituciones de 1950, excepto tal vez en lo relativo a las "obras de
apostolado de los miembros". Destacaremos aquí en particular aquellos puntos que con
menor frecuencia suele mencionar la literatura "oficial".
Todos, y en especial los hombres, ejercen el apostolado:
- mediante la santificación del trabajo profesional, procurando la edificación y el bien de
las almas de sus compañeros de profesión y de quienes trabajan con ellos o bajo sus
órdenes. Han de ejercer una auténtica acción social con los obreros, los ayudantes y los
colaboradores que les están subordinados;
- mediante una actuación ejemplar en los cargos civiles y políticos que las autoridades
públicas les encomienden;
- mediante la educación religiosa, científica y profesional de los jóvenes, especialmente
universitarios. Pese a que en ciertos casos podría llegar a tener instituciones propias, el
Opus Dei prefiere, "en la medida de lo posible, prestar su colaboración anónima en los
Por lo que a las biografías de monseñor Escrivá se refiere, la de Salvador Bernal no incluye
en su índice analítico ni la palabra "Constituciones" ni la expresión "instituto secular",
mientras que en la cronología no hay referencia alguna a la aprobación definitiva del año
1950 (Bernal, 366). Gondrand, en un apartado titulado "Una aprobación decisiva", dice que
en 1950 "el Papa firma el decreto de aprobación definitiva y solemne del Opus Dei", y
añade que "Radio Vaticana difunde un amplio comentario sobre el decreto en cada una de
sus treinta emisiones en distintos idiomas" (Gondrand, 197), pero sin mencionar para nada
la figura jurídica de los institutos seculares y sin decir una sola palabra acerca de las
Constituciones. Lo mismo hace Vázquez de Prada: dos breves alusiones a la "aprobación
definitiva" (Vázquez, 257 y 259), sin mencionar las Constituciones ni los institutos
seculares en la cronología ni en el índice analítico. Berglar, para quien "la aprobación del
Opus Dei se basaba en una nueva fórmula jurídica especial que tuvo que ser creada ex
profeso", dedica media página a hablar en términos generales de los institutos seculares
(Berglar, 237), que no aparecen en e1 índice, del mismo modo que tampoco aparecen en él
las Constituciones. Con la más reciente de las biografías, de Ana Sastre, la pauta no se ha
modificado.
Así, el único texto de la literatura "oficial" que presta una mínima atención a las
Constituciones de 1950 es el estudio de Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes. De su
contenido, el primer elemento que subrayan como significativo es el hecho de la unidad del
Instituto: para decir que si anteriormente aparecía en un primer plano la Sociedad de la
Santa Cruz, ahora la denominación "Opus Dei" corresponde a todo el conjunto, dentro del
cual existe una agrupación de socios formada por los sacerdotes y por aquellos laicos que,
según el criterio del "Padre", mayores probabilidades tienen de llegar a ser sacerdotes
("Constituciones", 1950, art. 1). "Advertiremos -comentan los tres autores- que las cosas se
han, literalmente, invertido con respecto a los textos de 1943 y años sucesivos"
(Fuenmayor y otros autores, 248), confirmando indirectamente con ello que éste era en
efecto, según nuestra hipótesis del capítulo anterior, el gran problema de fondo del año
1946.
En segundo lugar, y de forma no menos eufemística, afirman que con la aprobación
definitiva se cierra el período "durante el cual (monseñor Escrivá) vio necesario concentrar
preferentemente su actividad en el apostolado con los universitarios" (ibíd., 248). Pocas
veces la literatura "oficial" había proporcionado una formulación tan relativamente
próxima a la realidad del Opus Dei de los primeros años. Aun así, subsiste e1 hecho de que
las Constituciones siguen hablando del trabajo entre los intelectuales como finalidad
específica del Opus Dei, en un artículo (art. 3) que los autores reproducen íntegro en latín
en el apéndice (p. 553), pero no así en el texto (p. 250), donde unos puntos suspensivos
substituyen la frase en la que se afirma que la clase llamada intelectual "es la que dirige la
sociedad civil, tanto por su mayor instrucción, como por los cargos que ejerce, como por su
prestigio".
Ahora, prosiguen los autores de "El itinerario jurídico", con la autorización concedida por
la Santa Sede de admitir a hombres y mujeres, "solteros o casados, de cualquier profesión,
clase o condición social", el Opus Dei queda descrito en las Constituciones "como camino
de santidad y apostolado, en medio del mundo, sin establecer limitación o concreción
alguna, y abierto por tanto a hombres y mujeres de cualquier condición" (Fuenmayor y
otros autores, 248). Indirectamente, ello equivale a reconocer que esta forma de describir lo
que es el Opus Dei, a pesar de todas las reiteradas afirmaciones de la literatura "oficial" en
sentido contrario, es válida tan sólo "a partir" de esta fecha. E incluso así, habría que
preguntarse hasta qué punto se ajusta rigurosamente a la realidad la afirmación según la
cual a partir de 1950 queda abierto a personas de cualquier "profesión, clase o condición
social", sin "limitación alguna", teniendo en cuenta que los miembros numerarios "han de
estar en posesión de un título universitario" (art. 35), que "han de cursar estudios
eclesiásticos de nivel superior" y "de orientación tomista" (art. 135 y 136, y Fuenmavor y
otros autores, 252), y que son ellos los únicos miembros "stricto sensu" del Instituto (art.
16). Como decía el decreto de aprobación al que antes hicimos referencia, "todos los
miembros numerarios son intelectuales " (Fuenmayor y otros autores, 554); y así sigue
siendo después del año 1950.
Bien es cierto que las mismas Constituciones especifican que la distinción entre categorías
diversas de socios se efectúa con el fin de que cada uno conozca sus obligaciones, y de que
todos los socios se comprometan igualmente en la búsqueda de la perfección (Fuenmayor y
otros autores, 255). Pero no es menos cierto que ese mismo artículo de las Constituciones
dice -y Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes no lo mencionan- que los socios
supernumerarios han de saber que "la vocación de los numerarios es más alta y más plena"
(art. 44.1). Por otra parte, las vocaciones de no numerarios pueden reclutarse "entre
personas de cualquier condición social" incluidas aquellas que "padecen alguna
enfermedad crónica" (art. 41). Por el contrario, los socios numerarios del Opus Dei, que
tienen "precedencia sobre los no numerarios" (art. 31), ni pueden ser enfermos crónicos, ni
pueden estar casados, ni pueden ser de "cualquier condición social": para aquellos
numerarios que no son sacerdotes, las Constituciones prevén las siguientes actividades
profesionales: cargos de la administración pública y de docencia universitaria; abogados,
médicos y similares; comercio y actividades económicas" (art. 15).
Además, incluso entre los miembros numerarios del Opus Dei existen categorías: algunos
de los numerarios, llamados "inscritos", son destinados a "cargos de dirección del Instituto"
(art. 16.3), por "designación directa del "Padre"" (art. 19). De entre estos "inscritos",
algunos tienen voz y voto en la elección del presidente general: el propio presidente
general es quien les nombra (art. 22), y reciben e1 título de "electores" (art. 16.3).
Finalmente, hay numerarios que son al mismo tiempo miembros numerarios de la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz, bien porque son sacerdotes, o bien porque "el "Padre" les
considera candidatos al sacerdocio" (art. 1); y también dentro de este grupo algunos
constituyen una categoría especial (art. 70). Es exclusivamente el "Padre" quien determina
qué personas han de ordenarse: aquellos que "lo desearían, pueden expresar dicho deseo al
"Padre", pero sometiéndose a su decisión" (art. 273).
Las Constituciones de 1950, detalladas y hasta meticulosas, abordan muchas otras
cuestiones en las que no vamos aquí a detenernos. En todo aquello que respecta a las
obligaciones de los miembros (obediencia, castidad, pobreza), a las costumbres y las
devociones, al régimen de gobierno, y a la sección de mujeres, recorreremos al texto de las
Constituciones cuando así lo aconseje el tema concreto que estemos considerando. (Para
un comentario global sobre las Constituciones, más sintético pero acaso también más
preciso que el de Fuenmayor y otros autores, véase Rocca, 1985, 68-74.)
2) La expansión internacional
Desde una perspectiva distinta, cabe destacar un segundo gran rasgo característico de este
período (1947-1958), que no es menos importante que el de la aprobación definitiva del
Opus Dei: nos referimos a su expansión internacional.
Durante estos años, el Opus Dei deja de ser un fenómeno exclusivamente -y típicamente-
español. Bien es verdad que siguen siendo españoles la mayoría de sus miembros y, sobre
todo, la práctica totalidad de sus dirigentes. Mas aun cuando sean generalmente españoles
los primeros que implantan el Opus en los distintos países, el hecho es que el instituto
secular se internacionaliza, tanto en lo que concierne a su ámbito de actuación como a los
socios que lo integran.
En muy raras ocasiones facilitan cifras concretas los autores del Opus Dei. El año 1950 los
miembros son unos 3.000 en total (más del 80 %, hombres); lógicamente la mayor parte
Lo más significativo de este período es, de todos modos, que paralelamente al proceso de
expansión internacional se produce la posibilidad de incorporación al Opus Dei (siempre
como no numerarios) de personas casadas y de sacerdotes diocesanos. La conjunción de
ambos hechos es la que provoca en el transcurso de la década de los años cincuenta una
transformación notable de la fisonomía del instituto secular. Aunque la mayor parte de sus
miembros sigan siendo españoles, paulatinamente empezará a prevalecer una percepción
del Opus Dei como institución de origen español, pero ya no exclusivamente española sino
universal. Y aunque los miembros del Instituto en sentido estricto sean los numerarios, con
compromiso de celibato, y los únicos susceptibles de ocupar cargos de dirección,
cuantitativamente serán cada vez más una minoría ("estado mayor") frente a la creciente
mayoría de los supernumerarios ("clase de tropa", en la terminología de Camino, n°. 28).
De esta forma irá ampliándose gradualmente el ámbito de actuación del Opus Dei y, si bien
con alguna "limitación" más de la que admiten Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes (p.
248), cabrá empezar a hablar efectivamente tanto de personas de "condiciones sociales
diversas" como de "trabajo ordinario".
Al mismo tiempo, sin embargo, comenzará a emerger igualmente una problemática nueva,
que como es lógico va a manifestarse ante todo en España, que es el país en el que la
implantación del Opus Dei es mayor y más antigua. En efecto, si en los países donde se
inicia el proceso de expansión el apostolado primordial sigue siendo el universitario, en
España muchos de los primeros miembros están ya en plena carrera profesional. Y en
segundo lugar, la admisión en el Opus Dei de personas casadas va a suscitar rápidamente
un problema hasta esos momentos inédito: la socialización de una segunda generación, es
decir, la educación de los hijos de los miembros del Opus Dei.
3) La ampliación del ámbito de actuación
Sociológicamente, los procesos de institucionalización constituyen un lugar privilegiado de
verificación del principio de las consecuencias no previstas de toda acción. Con esa
fórmula del principio de las consecuencias imprevistas de la acción, los sociólogos
solemos apuntar a cualquiera de los dos fenómenos siguientes, que el lenguaje popular
expresa de forma más gráfica: a saber, que en ciertas ocasiones "el éxito sorprende a la
propia empresa", mientras que en otros casos "el tiro sale por la culata".
Si el período 1939-1946 supuso para el Opus Dei en España el inicio de su proceso de
institucionalización, a lo largo del período 1947-1958 dicho proceso alcanza su
culminación, y la institucionalización se completa, en el marco de un régimen político que
a su modo va institucionalizándose también y que progresivamente pasa de la autarquía
económica a un cierto desarrollo, y del aislamiento internacional de los años
inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial a una paulatina aceptación que
halla en el año 1953 sus dos manifestaciones más espectaculares: la firma del tratado con
los Estados Unidos y el concordato con la Santa Sede.
En el caso concreto del Opus Dei en España, ¿de qué modo se manifiestan a lo largo de la
década de los años cincuenta estas consecuencias no previstas de la acción (en general, en
forma de "éxitos sorprendentes", mucho más que de "tiros por la culata")?
a) En lo que concierne a la persona del fundador, que con su nombramiento como prelado
doméstico del Santo Padre se convierte, en 1947, en monseñor Escrivá de Balaguer, si bien
por un lado va diciendo -o le hacen decir, o dicen que decía- que "lo mío es ocultarme y
desaparecer", por otro lado es nombrado "hijo predilecto de Barbastro", su ciudad natal
(1947), y es condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1951), la Gran Cruz de
San Raimundo de Peñafort (1954) y la Gran Cruz de Isabel la Católica (1956).
b) Desde el punto de vista del logro de sus "objetivos apostólicos", algunos autores estiman
que al finalizar este período los miembros del Opus Dei ocupaban hasta un 30 % de las
cátedras universitarias (Valverde, 546). Pero simultáneamente se produce una lenta, y en
cierta medida lógica, penetración de ciertos miembros del Opus Dei en los órganos de la
Administración del Estado, mientras otros pasan a ocupar puestos destacados desde los que
influyen en el mundo de la economía y de la política.
Ante este doble fenómeno, la versión oficial que desde el Opus Dei suele darse es
francamente ambigua y en algún caso poco coherente al parecer con el texto de las
Constituciones del año 1950. Así por ejemplo, cuando monseñor Escrivá se defiende de la
acusación de que "queríamos ocupar puestos elevados" ("Conversaciones", n°. 64), no
parece estar teniendo en cuenta el artículo de las Constituciones que habla de los "cargos
públicos, y especialmente de aquellos que implican el ejercicio de una dirección. (art. 202),
ni el contenido general del decreto pontificio de aprobación del Opus Dei como instituto
secular.
El tema es uno de los que harán verter ríos de tinta a partir de la década de los años
sesenta. Pero el detonante lo constituye un hecho acaecido en 1957, con la entrada en el
gobierno español de dos ministros (Comercio y Hacienda) que pertenecen al Opus, dos
meses después de que Laureano López Rodó haya accedido a la secretaría general técnica
de la Presidencia, y al mismo tiempo que otros socios de la Obra ocupan cargos de
responsabilidad en los ministerios de Información, Obras Públicas y Educación (Tamames,
1973, 512). Inmediatamente después de la constitución del primer gobierno de Franco que
cuenta con ministros pertenecientes al Opus Dei, un sacerdote del Opus, Julián Herranz,
publica un artículo, "El Opus Dei y la política", que durante mucho tiempo va a marcar la
pauta de la 'versión oficial. (Herranz, 1957). Esta versión "oficial" gira en torno al doble
argumento de que la Obra no interviene para nada en las opciones políticas de sus
miembros, los cuales actúan con toda libertad ("en todo lo temporal los socios de la Obra
son libérrimos", declara el "Padre"; "Conversaciones", n°. 48) y sin comprometer, por
consiguiente, al Opus Dei. Y, en segundo lugar, que de hecho los socios adoptan en este
terreno posiciones diversas, lo cual es perfectamente lícito, y el Opus lógicamente nada
tiene que decir al respecto.
Por lo que a la primera cuestión se refiere -el Opus Dei nunca interviene en política; son en
todo caso algunos de sus miembros quienes lo hacen, bajo su personal responsabilidad y
sin comprometer a la institución- el aspecto más problemático lo constituye la eventual
aplicación del artículo 58 de las Constituciones de 1950, que afirma que los socios
(numerarios y supernumerarios) juran que "consultarán con los superiores toda clase de
cuestiones importantes de tipo profesional y social, aunque no constituyan materia directa
del voto de obediencia". En este punto resulta poco convincente la réplica, tantísimas veces
reiterada, en el sentido de que "en cuestiones políticas ser del Opus Dei es como ser socio
de un club de tenis" (López Rodó, 1991, 18; véase igualmente Escrivá, "Conversaciones",
n°. 49), ya que en principio un club de tenis no tiene entre sus objetivos el de hacer
apostolado a través del ejercicio de cargos públicos, ni obliga a sus socios a consultar
asuntos de tipo profesional. No más convincente resulta el razonamiento según el cual los
miembros del Opus continúan gozando de total libertad de decisión tras haber recibido de
los superiores los consejos correspondientes, ya que "de hecho, y de derecho, el
compromiso obligaba a solicitar consejo, que no se transformaba en mandato" (Fuenmayor
y otros autores, 244, nota 32). El año 1971, Alvaro del Portillo comunicará a la Sagrada
Congregación de Religiosos la supresión de este artículo de las Constituciones, aduciendo
que la experiencia ha demostrado que "estos juramentos no son necesarios para preservar
nuestro peculiar carisma fundacional" (en Fuenmayor y otros autores, 586).
En cuanto a la segunda cuestión -el pluralismo de las opciones políticas de los socios de la
Obra- el único matiz que sería preciso introducir es que no hay que perder de vista cuál es
el contexto histórico concreto de estos años cincuenta, con el fin de no caer en confusiones
acerca de las dimensiones y el alcance real de dicho "pluralismo". Rafael Calvo Serer, uno
de los primeros miembros del Opus que interviene directamente en el mundo de la política
(Calvo Serer 1947), dirá años más tarde que "la gente parte del prejuicio de que el Opus
Dei es como una organización política que actúa de modo planificado en la vida pública",
cuando "la realidad es que, a estos efectos, hay que olvidarse del Opus Dei si quieren
entenderse las cosas" (Pániker, 85; véanse, en el mismo volumen y en idéntico sentido, las
declaraciones de López Rodó: Pániker, 327s). "Hay que olvidarse del Opus Dei": es lo que
hará literalmente Rafael Gómez en su "El franquismo y la Iglesia", cuando tras mencionar
por vez primera a los ministros que entran en el gobierno en 1957, incluye una nota en la
que dice: "Ullastres y Navarro Rubio eran miembros del Opus Dei, la conocida institución
católica. En páginas anteriores han aparecido los nombres de otras personas que también
eran miembros del Opus Dei: Pérez Embid, Calvo Serer, Rodríguez Casado, López Rodó y
López Bravo. No mencioné esta circunstancia porque no tuvo específica relevancia
política" (Gómez Pérez, 1986, 74, nota 5).
Sin duda puede afirmarse que existen entre todos ellos (y otros que habría que añadir:
Albareda, Fontán, López Amo, Suárez Verdeguet, etc.) diferencias de puntos de vista y, por
tanto, un cierto "pluralismo"; y puede admitirse asimismo la tesis de que el Opus Dei no
funciona "como una organización política que actúa de forma planificada en la vida
pública", y hasta la hipótesis de que en la central romana del Opus esta implicación visible
de ciertos miembros destacados suscitó cierta inquietud y preocupación (Artigues, 170).
Pero aun así, preciso es insistir una vez más en que la situación no deja de ser una
consecuencia lógica y previsible del proceso de institucionalización del Opus Dei en
España, y del éxito en el logro de los objetivos que se había propuesto. La paradoja radica
más bien, en este caso, en el hecho de que ese mismo éxito parece pillar desprevenidos a
los responsables de la Obra, los cuales se ven obligados a elaborar una estrategia con el fin
de no tener que asumir como institucionales los éxitos de unos objetivos que sí habían sido
definidos como institucionales. Tampoco puede dejar de tenerse en cuenta, por otra parte,
que el pluralismo político de los miembros del Opus Dei es, durante los años cincuenta, un
pluralismo francamente limitado: en su mayor parte utilizan la plataforma común de la
revista "Arbor" (sobre "Arbor", y especialmente las figuras de Calvo Serer y Pérez Embid,
véase Artigues, 147-177, y Casanova, 1982, 251-279, así como el número monográfico que
la revista dedicó en 1985 a su propia historia: Pasamar y otros autores, 1985, 13-137);
varios de ellos desempeñan un papel directísimo e importante en la formación del entonces
príncipe Juan Carlos, y todos ellos coinciden en la afirmación del catolicismo como
elemento esencial y "vertebrador" de la invertebrada España orteguiana, así como de un
franquismo sencillamente dado por supuesto.
Dentro de estos estrechos márgenes puede -si se quiere- hablarse de pluralismo. Pero, si se
quisiera, también se podrían hallar unos paralelismos y unos acuerdos muy básicos. Un
solo ejemplo: el año 1952 Ángel López Amo, historiador, preceptor del futuro príncipe y
rey, escribe que "la libertad de expresión, la libertad de sufragio y la libertad de cultos son
la libertad de la destrucción y del rebajamiento" (López Amo, 313). Cinco años más tarde
Rafael Calvo Serer, convertido ya en una especie de "enfant terrible" del franquismo por
sus escritos polémicos y supuestamente inconformistas, afirma en un artículo periodístico:
"La libertad de conciencia conduce a la pérdida de la fe, la libertad de expresión a la
demagogia, a la confusión mental y a la pornografía, la libertad de asociación al
anarquismo y de rechazo al totalitarismo" (citado por Artigues, 189s).
c) En tercer lugar, y a nivel institucional, el crecimiento del Opus Dei, el éxito de su
implantación en España y la ampliación de sus bases gracias a la incorporación de
miembros no numerarios y, sobre todo, de personas casadas, tiene otra consecuencia
imprevista pero que lentamente transformará la fisonomía entera del Instituto de monseñor
Escrivá: la creación de obras propias en el campo de la educación.
Durante los años iniciales, el padre Escrivá se había manifestado contrario a la creación de
esta clase de obras propias. Su modelo había de ser muy distinto del de tantas
congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza, y distinto también del modelo de los
jesuitas, con sus escuelas para hijos de familias ricas. Ni siquiera compartía Escrivá la idea
de los Propagandistas, de Herrera Oria y del jesuita Ayala, sobre la conveniencia de las
universidades católicas (véase, por ejemplo, el capítulo "Apostolado dc la enseñanza" del
libro "Formación de selectos" de Ángel Ayala, 260-282). Para Ayala la universidad católica
es "la institución por excelencia formadora de la juventud": "mientras los católicos
carezcamos en España de nuestra propia universidad, será imposible haya entre nosotros
una generación de jóvenes integralmente formados en las doctrinas de la Iglesia, e
imposible la creación del pensamiento nacional único en los problemas vitales de la
nación" (Ayala, 260). En cambio, en los documentos de aprobación del Opus Dei (1950) se
afirma todavía que el Opus Dei prefiere "prestar su colaboración anónima en los
establecimientos públicos", y que los miembros de la Obra que sean profesores
universitarios ejercerán su apostolado en las universidades, "si es posible, públicas"
(Fuenmayor y otros autores, 548).
Ello no obstante, el año 1951 se inaugura la primera escuela del Opus Dei, cerca de Bilbao.
Y en 1952 comienzan las actividades del Estudio General de Navarra, núcleo inicial de la
que será unos años más tarde la Universidad de Navarra (la cual no lleva oficialmente el
título de Universidad Católica, pero aparece clasificada entre las universidades católicas en
el apartado correspondiente del "Annuario Pontificio").
Aranguren interpretó la creación de la Universidad de Navarra como una consecuencia del
fracaso del Opus Dei en "su empeño de adueñamiento espiritual de la universidad"
(Aranguren, 1962, 15). Y es cierto que a partir del año 1951, con el nombramiento de
Joaquín Ruiz Giménez como ministro español de Educación, los vientos dejan de ser
sistemáticamente favorables al Opus; que paralelamente a los primeros esfuerzos
liberalizadores del nuevo ministro la universidad se tornará progresivamente conflictiva, y
que por primera vez se expresarán críticas a los profesores y estudiantes del Opus Dei. Ello
explicaría la posibilidad, puesta de relieve por Aranguren, de interpretar la creación de la
Universidad de Navarra como una maniobra de retirada estratégica.
Mas aun sin descartarla, creemos que esta explicación debe complementarse con un
segundo elemento no menos importante. A saber, que con la ampliación de su base de
reclutamiento se le empieza a plantear al Opus Dei un problema hasta entonces
desconocido: el de la socialización de las nuevas generaciones. Durante todo el período
inicial, el reducido grupo de los primeros miembros del Opus se había dedicado de lleno a
aquello que en lenguaje católico tradicional suele llamarse "el apostolado de penetración".
Pero cuando el grupo deja de ser reducido, y además se reproduce, porque cuenta con
miembros casados, se plantea la necesidad de educar a quienes han nacido ya dentro de la
organización y no fuera de ella. No se trata todavía, ciertamente, de la fase en la que
monseñor Escrivá rechazará radicalmente el apostolado de penetración y osará afirmar que
"espero que llegue un momento en el que la frase "los católicos penetran en los ambientes
sociales" se deje de decir, y que todos se den cuenta de que es una expresión clerical"
("Conversaciones", n°. 66). Esta proclamación data de 1968, y por ahora nos hallamos más
próximos aún de aquella otra, según la cual es precisa "una intromisión en el ambiente, con
ánimo positivo y señorial", que citábamos al iniciar el capítulo (Escrivá, 1949, 7). Pero,
como mínimo, se le empieza a plantear al Opus Dei la necesidad de un nuevo estilo
complementario de apostolado: la "memoria biográfica" de los primeros miembros ya no
es suficiente; a partir de ahora hay que empezar a "transmitir una tradición" (Berger y
Luckmann, 93). Dicho en otras palabras: sociológicamente es muy distinto el problema del
"apóstol que convierte a los paganos" del problema del "apóstol que intenta que sus
propios hijos crean". A nuestro modo de ver, también por esta vía ha de explicarse el origen
de las obras educativas del Opus Dei.
En cualquier caso, con la creación de estos dos centros a principios de la década de los
cincuenta se inicia un nuevo tipo de actividad, que a su vez contribuirá a ampliar el ámbito
de actuación del Opus Dei. El Estudio General de Navarra será la primera -y todavía hoy la
más importante- de toda "una amplia gama de instituciones universitarias en todo el
mundo" ("Conversaciones", n°. 84); mientras que el Colegio de Bilbao, presentado en un
primer momento como excepcional, será el precursor de una vasta red de escuelas -del
Opus Dei, dirigidas por personas del Opus Dei, o que confían al Opus Dei las tareas de
dirección espiritual- organizadas en "sociedades y cooperativas de padres para promover y
dirigir centros de enseñanza. A la muerte de monseñor Escrivá de Balaguer, una de estas
instituciones (existen varias y en diversos países) contaba con más de veinte colegios
masculinos y femeninos, por los que habían pasado ya miles de alumnos" (Sastre, 427).
Obsérvese que, con todo ello, el Opus Dei se mantiene en situación de competencia con la
Compañía de Jesús. Pero si en el capítulo anterior veíamos cómo en los años iniciales esa
competencia -aun siendo una realidad, y una realidad percibida como peligrosa por los
jesuitas- era francamente desigual, dadas la fuerza y la tradición de los unos, y las
dimensiones reducidas y la escasa institucionalización de los otros, a partir de ahora los
acontecimientos confirman el acierto de las aprensiones de los jesuitas. En muchos
terrenos se encontrarán en competencia, pero ya en condiciones de igualdad. En el terreno
de las escuelas -y más específicamente de las escuelas "para hijos de familias ricas"- el
Opus Dei no se quedará precisamente atrás, antes bien al contrario. Y en otros ámbitos, ya
a partir de esos años, los jesuitas empezarán incluso a ir a remolque del Opus Dei.
Así por ejemplo, en las postrimerías de la década de los años cuarenta un grupo de
universitarios, que gira en torno a los jesuitas Llanos, Díez Alegría, etc., proyecta la
creación de una residencia "que reuniera a un grupo selecto de universitarios con vista a la
creación de un instituto secular" (González Estefani, 59). Habíamos dicho al comienzo que
Escrivá y el Opus Dei se inspiraban netamente en el modelo jesuítico: ¡ahora ya no está tan
claro quién copia de quién! Y el lenguaje de unos y otros sigue siendo el mismo:
"Queremos dar a nuestra actitud ante todo una línea de austeridad e "intolerancia
profundamente católica y española"; "deseamos dar a nuestro empeño de perfección la nota
de "un fanatismo" por la caridad más unitiva hacia todas las clases, entidades e individuos
de la Iglesia y de las Españas"; "queremos, como auténticos seglares católicos y españoles
de nuestro tiempo, vivir la más perfecta armonía entre los dos servicios de la Iglesia y de la
Patria" (González Estefani, 57; el entrecomillado es nuestro). El autor de estas líneas
programáticas (del año 1947) no es el padre Escrivá, sino el jesuita padre Llanos. La
evolución ulterior de uno y otro será radicalmente distinta: ¡pero el "pluralismo" de la
España católica de la época no da para más!
Un segundo ejemplo de ese paralelismo entre Compañía de Jesús y Opus Dei guarda
relación precisamente con la Universidad de Navarra. De hecho los jesuitas habían abierto
en Bilbao un centro de estudios superiores (1886), y existían en España otros centros
eclesiásticos de estudios. El Concordato de 1953 entre España y la Santa Sede reconocía el
derecho de la Iglesia a crear centros de enseñanza de nivel superior, mas era el Estado el
que había de establecer los criterios para la homologación de los estudios y los títulos
emitidos por dichos centros. Tras la erección de la Universidad de Navarra como
universidad de la Iglesia (1960), será el Opus Dei, y no la Compañía de Jesús y su
Universidad de Deusto, quien logrará que en 1962 el Estado reconozca la validez oficial de
los estudios y de los títulos emitidos por las universidades de la Iglesia.
Último, y significativo, ejemplo de paralelismo: al finalizar el período que estamos
considerando (1958), la Compañía de Jesús crea en Barcelona una Escuela Superior de
he de hacer un esfuerzo para recordar a menudo que estoy hablando con el Papa"; en
concreto, prosigue diciendo que para conocer mejor el alcance de una noticia que acaba de
difundirse, "llamé al apartamento y el secretario me dijo: venga a cenar esta noche"
(declaraciones a "Catalunya Cristiana", 25.4.1991, p. 16). ¡A eso se le llama subir, por la
escalera trasera, directamente al "terzo piano"! El único problema -concluye monseñor
Escrivá en su imaginaria meditación- es que cuando por fin algunos "hijos" suyos tienen
acceso a ella, se cruzan con frecuencia, con demasiada frecuencia en realidad, con los
"hijos" de monseñor Giussani y su "Communione e Liberazione". Especialmente si se
confirma el acierto de aquella definición de Juan Pablo II como papa que "escucha a
mucha gente, habla con muy poca y decide él solo" (Grootaers, 211).
Abandonemos, no obstante, la imitación del estilo literario -mezcla de realidad y de
fantasía- de los biógrafos del "Padre". En el panorama romano de los doce últimos años de
Pío XII (1947-1958), descartadas las masas por inexistentes y el tercer piso por
inaccesible, subsiste una única posibilidad: la Curia. Consecuente con su modelo de
Iglesia, "que demuestra su vitalidad con un movimiento que no es una mera adaptación al
ambiente", monseñor Escrivá dirigirá los esfuerzos de los miembros del Opus que residen
en Roma hacia "una intromisión, con ánimo positivo y señorial" (Escrivá, 1949, 7) dentro
de los organismos de la Curia vaticana.
En el momento de establecer el balance de lo que para el Opus Dei representa la
aprobación pontificia de 1950, Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes concluyen que "en
síntesis, los inconvenientes de la solución de 1950" son dos: "la dependencia de la
Congregación de Religiosos, y el hecho de que la figura de instituto secular estuviera
situada en el ámbito del concepto de estado de perfección" (Fuenmayor y otros autores,
295). Al segundo "inconveniente" nos hemos referido ya antes: concretamente hemos
podido comprobar que al menos inicialmente los autores del Opus Dei, empezando por el
propio Escrivá de Balaguer, más bien parecen felicitarse por el hecho de haber quedado
incluidos dentro del "ámbito del concepto de estado de perfección". En el próximo
capítulo, en todo caso, volveremos sobre esta cuestión; centrémonos por ahora en el primer
"inconveniente", el de la "dependencia de la Congregación de Religiosos", para ver cómo
es justamente ahí donde se produce sobre todo "la intromisión, con ánimo positivo y
señorial", del Opus Dei dentro de la Curia vaticana.
Utilizando como fuente básica los volúmenes del "Annuario Pontificio", comprobamos que
en la edición del año 1948 aparecen por vez primera algunos nombres relacionados con el
Opus: Giuseppe Escrivá de Balaguer y Albás figura en la lista de los "Prelati domestici di
S.S.", y José María Albareda es miembro de la Academia Pontificia de Ciencias. En el
volumen publicado en 1949, y en las páginas correspondientes precisamente a la Sagrada
Congregación de Religiosos, leemos lo que sigue: 1) En la sección de asuntos ordinarios,
existe una subsección dedicada a las sociedades sin votos e institutos seculares, con un
único nombre, "D. Alvaro del Portillo, dell'Opus Dei"; 2) en una segunda sección, llamada
de asuntos especiales, aparece una lista de cuatro nombres, uno de los cuales es Alvaro del
Portillo; 3) la comisión jurídica, por su parte, comporta una lista de trece nombres, el
segundo de los cuales es Portillo; 4) en una última comisión, de "gobierno y disciplina
religiosa", la segunda sección "para las relaciones quinquenales" incluye una lista de siete
nombres, el primero de los cuales es el de Alvaro del Portillo.
El año 1950, Portillo continúa en las tres comisiones, y es substituido como miembro único
del "III Ufficio" de la sección de asuntos ordinarios por Salvador Canals, también del Opus
Dei. En la edición del año 1951 queda reflejada la aprobación definitiva del Opus Dei
como instituto secular: se dice que el Opus Dei tiene como finalidad "difundir entre todas
las clases de la sociedad civil, y especialmente entre los intelectuales, la vida de perfección
evangélica". Al lado del Opus Dei aparece la Compagnia di San Paolo, que tiene como
la difusión del estado de perfección entre persona de todas las clases sociales, y
especialmente entre los intelectuales" (entre los "Akademiker", se dice en el texto alemán).
En la edición de 1957 del "Annuario Pontificio", Salvador Canals sigue en la Sagrada
Congregación de Religiosos, pero figura asimismo como como consultor de la Comisión
Pontificia para la Cinematografía, la Radio y la Televisión. En el volumen correspondiente
al año 1958, monseñor Escrivá aparece como consultor de la Sagrada Congregación de
Seminarios y Universidades (recordemos que el decreto de erección de la Universidad de
Navarra es del año 1960). Y en el "Annuario de 1959 -que refleja, como siempre, los datos
correspondientes al año anterior- consta la incorporación a la Congregación de Religiosos,
como "comisado", de otro miembro dele Opus Dei, Javier de Silió, a la vez que Salvador
Canals continúa trabajando en ella y que Alvaro del Portillo sigue como consultor.
A partir de esta fecha, que coincide con el inicio del pontificado de Juan XXIII y con el
anuncio de la convocatoria del concilio VaticanoII, pero que queda fuera ya del período
que estamos analizando, se producirá una creciente diseminación de socios del Opus Dei
por otros organismos curiales, iniciada ya en realidad con los recientes nombramientos de
Canals y de monseñor Escrivá. Pero no adelantemos acontecimienos y limitémonos a
constatar por ahora la existencia de una aparente contradicción entre, por una parte, la
afirmación según la cual "la dependencia de la Congregación de Religiosos es uno de los
inconvenientes" de la solución jurídica a la cual se llega en 1950 (Fuenmayor y otros
autores, 295), y, por otra parte, la presencia activa de destacados miembros del Opus Dei
en las tareas de esta misma Sagrada Congregación. Contradicción aparente que tan sólo
podrá resolverse en el caso de que sea posible aclarar e1 interrogante básico subyacente a
ella: la aprobación del Opus Dei del año 1950, oficialmente calificada de "aprobación
definitiva", ¿fue considerada como realmente definitiva por los dirigentes del Opus Dei
durante los años cincuenta, o fue más bien considerada, ya entonces, como una etapa más
en el itinerario jurídico de la Obra? Esta es la cuestión que abordaremos en el próximo
capítulo.
especialmente entre los intelectuales, la vida de perfección cristiana en medio del mundo".
Nueva modificación del texto en e1 "Annuario Pontificio" de 1967 donde, siempre entre
los institutos seculares (p. 905s), el objetivo del Opus Dei es definido en estos términos:
"promover entre todas las clases de la sociedad civil, y especialmente entre los
intelectuales, la búsqueda de la perfección cristiana en medio del mundo". Este es el último
año en que el "Annuario Pontificio" hace constar los objetivos de los diversos institutos
seculares; a partir de 1968 se mencionarán únicamente el título, las fechas de fundación y
aprobación, y el domicilio de la sede central. En el caso del Opus Dei, figurará así en las
páginas del "Annuario Pontificio" hasta la edición de 1982, para aparecer en 1983 como
primera, y única, prelatura personal (p. 1012).
Volvamos a la carta del "Padre" de 1958: "Por la misma razón y con el mismo deseo, para
que no pudiera originarse ni difundirse ninguna falsa opinión sobre nuestra vocación
específica, nunca quisimos -con conocimiento de la Santa Sede- formar parte de las
federaciones de religiosos, o asistir a los congresos o asambleas de los que se dice que
están en estado de perfección" (Fuenmayor y otros autores, 565).
2. Un Congreso importante
Exactamente dos años antes, entre el 23 de septiembre y el 3 de octubre de 1956, se
celebró en Madrid un Congreso Nacional de Perfección y Apostolado, cuyas Actas se
publicaron en varios volúmenes. Vamos a detenernos aquí exclusivamente en el primero de
ellos ("Introducción histórica y sesiones comunes", Coculsa, Madrid, 1957, 1247 págs.).
En el programa definitivo del Congreso figuran Salvador Canals como moderador de la
sesión tercera, dedicada a los Institutos seculares, y Amadeo de Fuenmayor como orador
de la novena sesión, sobre apostolado seglar.
Las Ediciones Rialp publicaron en 1989 la 19 edición española de un libro de Salvador
Canals, titulado "Ascética meditada" (1 ed. española, 1962). En las solapas del libro se dice
que Salvador Canals, nacido en Valencia el año 1920, ingresó muy joven en el Opus Dei,
antes del año 1942, y fue ordenado sacerdote en 1948. Se dice asimismo que además de
este libro escribió igualmente diversas obras de carácter jurídico. No se menciona, sin
embargo, el hecho de que dos de estas obras habían aparecido precisamente en la misma
colección de la misma editorial: una se titula "Los institutos seculares", y la otra "Institutos
seculares y estado de perfección".
En este último volumen (del año 1954; aquí utilizaremos siempre la segunda edición, de
1961) se afirma, por ejemplo, que a la hora de encontrar el marco jurídico adecuado para
aquellas asociaciones que a partir de 1947 se convirtieron en los institutos seculares "no
poco contribuyó a esta definitiva solución el estudio del vigoroso y lozano instituto
Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei (Canals, 1954, 81), ya que los estudios
llevados a cabo por la Sagrada Congregación correspondiente hicieron ver "claramente que
el Opus Dei encarnaba el tipo perfecto de instituto secular" (ibíd., 82), con lo cual resulta,
en definitiva, que el Opus Dei es "el Instituto español, al que ha cabido la gloria de ser el
primer instituto secular de derecho pontificio" (ibíd., 81).
Todavía hay otro pequeño detalle significativo en la presentación que las Ediciones Rialp
hacen del autor del libro. Se afirma igualmente en la solapa, en efecto, que Salvador Canals
"desempeñó importantes encargos en los dicasterios de la Santa Sede: era auditor de la
Sagrada Romana Rota, consultor de la Congregación del Clero, de la Congregación de la
Disciplina de los Sacramentos y de la Pontificia Comisión de Comunicaciones Sociales".
El "Annuario Pontificio" confirma efectivamente que hasta su muerte (en 1975, un mes
antes de la del padre Escrivá), desempeñaba todos estos cargos. Y otro mas: era asimismo
consultor de la Congregación de Religiosos, puesto al que accedió en 1968 (o 1967, pero
consignado por primera vez en el "Anuario" de 1968), y que hasta entonces había ocupado
Álvaro del Portillo, el actual prelado del Opus Dei. De hecho, hasta 1960 Canals había
religiosos y las "sociedades de vida común sin votos públicos" (que el Opus Dei había sido
entre 1943 y 1947). En los tres casos, la obligación de la práctica de los consejos
evangélicos es idéntica. Pero en los institutos seculares los miembros "permanecen en el
"saeculo" y en él deben santificarse y hacer el apostolado" (ibíd., 348).
Práctica obligatoria de los consejos evangélicos, y plena dedicación al apostolado, como
exigencias de todo instituto secular. A primera vista, parece existir una "contradicción tan
flagrante" entre la posición que adoptará dos años más tarde monseñor Escrivá de Balaguer
y las afirmaciones aquí hechas por monseñor del Portillo, que cabe preguntarse si éste
estará refiriéndose a los institutos seculares en general y no al Opus en particular. Mas esa
posible interpretación tropieza con graves dificultades, por cuanto las demás aportaciones
al Congreso de los miembros del Opus apuntan todas en el mismo sentido.
Así, la breve comunicación de Antonio Pérez (Actas, 399-401) rezuma ese mismo tono de
exigencia. "El elemento fundamental del estado teológico "perfectionis adquirendae" está
constituido por la total consagración a Dios; es decir, por la aceptación libre de una
obligación estable en orden a adquirir la perfección de la caridad mediante la práctica
imprescindible de los tres consejos evangélicos generales" (ibíd., 400). "Hay, pues, una
obligación jurídica exigible, incluso coactivamente, de tender a la perfección, mediante
unos medios determinados: la práctica de los consejos evangélicos" (ibíd., 401).
Igualmente, algo más adelante, Salvador Canals (Actas, 414-418) escribe que "aunque todo
cristiano está llamado, ciertamente, a la santidad (tal como los miembros del Opus dicen
siempre que el Opus siempre ha dicho), sin embargo las almas que en las sociedades que la
Iglesia, haciendo uso de su ministerio y de su magisterio, aprueba, profesan el estado de
perfección completo, se dirigen a la santidad por un camino propio, sirviéndose de medios
de naturaleza más elevada (celsioris naturae). Estos medios, que son los consejos
evangélicos, aceptados voluntariamente y hechos estables mediante un vínculo que obliga
en conciencia, hacen nacer en las personas que los profesan una obligación nueva de tender
a la perfección, que, al ser sancionada y regulada por la Iglesia, en el fuero externo, obliga
no sólo en conciencia, sino también jurídicamente. Por tanto, él clérigo o el laico que desee
vivir en estado de perfección "ha de incorporarse a alguna de las sociedades aprobadas por
la autoridad eclesiástica" como "status juridici perfectionis", ya sea el propio de la vida
religiosa o el propio de los institutos seculares (ibíd., 415; el entrecomillado).
Teniendo en cuenta que más adelante Severino Monzó, miembro también del Opus Dei,
terminará su intervención (Actas, 472) afirmando que "a España le cupo el honor de ser la
cuna donde nació el primer instituto secular que obtuvo la aprobación pontificia" (y que no
es otro que el Opus Dei), habremos de concluir que aunque no lo mencionen expresamente,
todos estos textos coinciden de hecho en reivindicar para el Opus Dei -como lo escribiera
Canals en 1954 (2 ed., 1961, 82)- el carácter de encarnación dcl "tipo perfecto de instituto
secular". Y si ésta se nos presenta como la interpretación más plausible, coincidiría por lo
demás con las observaciones recogidas en dos de las entrevistas realizadas en el transcurso
de nuestra investigación. Se trata en ambos casos de sacerdotes que asistieron al Congreso
del año 1956, pero que no se conocen mutuamente y que fueron entrevistados en lugares y
momentos distintos. Según ellos, en el Congreso de 1956 los miembros del Opus Dei, lejos
de mostrarse disconformes con la fórmula de los institutos seculares, se consideraban sus
representantes máximos y propugnaban unos niveles muy altos de exigencia antes de que
la Iglesia aceptara el reconocimiento de alguna asociación como instituto secular.
Acaso hubiera que interpretar desde esta perspectiva la intervención en el Congreso dc
monseñor Laureano Castán, entonces obispo auxiliar de Tarragona, quien -aunque sin
mencionar explícitamente al Opus Dei- se refería a la existencia de una "constante
histórica": inicialmente, el estado de perfección ya oficialmente reconocido (los religiosos)
"mira con recelo el conato de ampliación de esa noción de estado, y lucha contra la
admisión de los que han aceptado un mayor contacto con el mundo para poder mejor
ejercer el apostolado" (¿el Opus Dei por ejemplo?). Pero en cuanto esas nuevas formas han
quedado admitidas (con la creación de la figura de los institutos seculares), "hay una
especie de resistencia de estas últimas formas a admitir nuevas ampliaciones y
admisiones", entre otras cosas por la aparición, entre quienes han obtenido ya el
reconocimiento, de una "especie de complejo de superioridad" (Actas, 372).
Esta "especie de complejo de superioridad" era, literalmente, lo que nuestros dos
entrevistados reprochaban a la actitud de los miembros del Opus Dei durante la celebración
del Congreso.
b) Prosiguiendo ahora con el volumen de Actas del Congreso que tuvo lugar en 1956 en
Madrid, llegamos a la parte para nosotros central. La sesión tercera está dedicada al tema
"Los institutos seculares y la organización de la perfección y el apostolado en la Iglesia", y
los textos correspondientes ocupan más de cien páginas del libro (Actas, 419-534). Contra
lo que a primera vista podría deducirse de una lectura apresurada de la carta del "Padre"
del año 1958, lo mínimo que cabe decir es que los miembros del Opus Dei tienen en ella
una participación destacada: además del hecho, ya mencionado, de que la sesión fue
moderada por Salvador Canals, observamos que después de un "discurso" del claretiano
padre Anastasio Gutiérrez se producen tres intervenciones "sobre el conjunto del tema", las
tres a cargo de miembros del Opus Dei, para terminar con doce comunicaciones, tres de las
cuales corresponden asimismo a miembros de ese instituto.
La ponencia del claretiano padre Gutiérrez, oficial de la Sagrada Congregación de
Religiosos (Actas, 421-445), esboza una densa síntesis de lo que son los institutos
seculares desde un punto de vista teológico, jurídico y apostólico, en comparación con las
"religiones" (en el sentido de sociedades de religiosos) y con las sociedades "de vida
común".
Las tres intervenciones posteriores al discurso del padre Anastasio Gutiérrez corren a cargo
de Álvaro del Portillo (Actas, 445-450), Encarnación Ortega (ibíd., 450-453) y Patrocinio
Sind (ibíd., 453-456). Monseñor del Portillo afirma que la Iglesia "ha actuado
positivamente para organizar y encauzar las ansias de tantas almas de vivir la perfección y
realizar una eficaz labor apostólica "en" y "desde" el mismo seno de la sociedad civil"
(Actas, 446); considera que con los institutos seculares "se reconoce un nuevo estado de
perfección distinto de los que hasta ahora jurídicamente existían" (en nota cita de nuevo el
texto de monseñor Escrivá, de 1949, al que antes hemos aludido), y sostiene la tesis de que,
en el caso de los institutos seculares, su condición secular les diferencia de los religiosos (y
de las sociedades de vida común), mientras que su naturaleza de "estado jurídico de
perfección" es la que les distingue de las simples "asociaciones de fieles" (ibíd., 446s).
Más adelante, advierte acerca del peligro de un "cierto confusionismo a la hora de llevar a
la vida jurídica, como institutos seculares, asociaciones o sociedades que pretendieran ser
encuadradas en el tipo de institutos sancionados por la "Provida Mater Ecclesia"
(ibíd.,447). Es preciso cerciorarse de que respondan plenamente a las normas fijadas tanto
por esta constitución apostólica como por la instrucción "Cum Sanctissimus" de la Sagrada
Congregación de Religiosos (del año 1948, que puede consultarse, en castellano, en el
apéndice del libro de Canals, 1954, 189-198). Se trata, en definitiva, según monseñor del
Portillo, de evitar "una posible adulteración de la naturaleza de estos institutos, insistiendo
en la esencial importancia de su carácter específico: estado de plena consagración a Dios in
saeculo" (Actas, 449).
El texto parece confirmar, pues, la defensa de una política restrictiva, o como mínimo
rigurosa, en la admisión de nuevos institutos seculares, tal como más arriba insinuábamos.
En cuanto a la comunicación de la señorita Patrocinio Sind, igualmente del Opus Dei,
comienza con esta frase: "Los institutos seculares, que constituyen un verdadero estado
tercer lugar, la "labor de santificar la vida y actividades corrientes de los hombres" (Actas,
1200). Este último, dice Fuenmayor, es el apostolado secular; y es también, obviamente,
aquel que el Opus considera típicamente suyo.
Seguidamente, el autor pasa a enumerar una serie de características de los apostolados
propios de los institutos seculares, que serían las siguientes:
1) "La profesión de los consejos evangélicos, para ejercer plenamente el apostolado, es sin
duda un requisito esencial y necesario" (Actas, 1202). Según se desprende de textos mas
tardíos, en cambio (Fuenmayor y otros autores, 331), parecería que a partir de 1961 el
"Padre" hablará de "la necesidad de soslayar todo uso de la expresión "consejo
evangélico"".
2) La exigencia de explicitación del fin específico y el fin genérico del instituto secular.
También esa exigencia será criticada en textos ulteriores de autores del Opus Dei.
3) Se trata de un apostolado "plenamente vivido e íntegramente secular", que hace de los
institutos seculares unos "instrumentos providenciales de penetración social" (Actas,
1203). Espero, dirá el "Padre" en 1968, "que llegue un momento en el que la frase "los
católicos penetran en los ambientes sociales" se deje de decir, y que todos se den cuenta de
que es una expresión clerical. En cualquier caso, no se aplica para nada al apostolado del
Opus Dei" ("Conversaciones", n. 66).
4) "Con el fin de favorecer la máxima eficacia de este apostolado... es conveniente y
laudable que en casi todos los institutos se guarde una cierta discreción con respecto a los
socios, las obras y las casas en las que los socios viven en común" (Actas, 1203): es una
discreción "que en el plano ascético favorece la humildad y en el apostólico la eficacia".
Recordemos que aunque en 1968 monseñor Escrivá dirá que "nosotros, desde el primer
momento, hemos actuado siempre a la luz del día" ("Conversaciones", n. 65), el artículo
189 de las Constituciones del año 1950 decía que "el Instituto, en cuanto a tal, quiere vivir
oculto", mientras que el artículo 191 parece haber inspirado muy directamente la frase del
discurso de Fuenmayor, al afirmar que la "humildad colectiva" ha de hacer que los
miembros del Opus vivan su vida consagrada con una "discreción" que es conveniente para
"la eficacia del apostolado".
Finalmente, después de haber insistido en el hecho de que el primero de los "principales
fines apostólicos de los institutos seculares" es un apostolado "de penetración social,
intelectual, etc., en la sociedad civil, que busca llevar el espíritu cristiano a todas las
actividades públicas, estatales o no estatales" (Actas, 1204), Amadeo de Fuenmayor dedica
un párrafo de su discurso a los "peligros y dificultades del apostolado en el mundo".
La primera dificultad radica en la necesidad de hallar un equilibrio entre la actividad
exterior por una parte, y la oración y la mortificación, por otra. En segundo lugar, "otro
peligro posible es el de un apostolado individualista, que no se deje dirigir y orientar
fácilmente" (Actas, 1205). En efecto, el espíritu de iniciativa, "que es bueno cuando se deja
informar por la obediencia, puede ser perjudicial si conduce a una labor apostólica hecha
con excesivo criterio personal". En el caso de los institutos seculares, de todas formas,
estos peligros no se dan tanto: el primero, porque la vida "es activa y contemplativa a la
vez", y el segundo, por "la estrecha dependencia que necesariamente -por el vínculo de la
obediencia- hay entre los socios y los superiores internos" (ibíd., 1205). Algo más arriba
(ibíd., 1203) había dicho ya, en ese mismo sentido, que en los institutos seculares "cada
socio estrechamente unido a sus superiores internos -porque está santificándose en el
mundo por la practica de los consejos evangélicos y, concretamente, de la obediencia-
persigue siempre en su actuación personal lo que es el fin genérico y fin específico de su
instituto".
Sorprende, en esta última frase, la utilización de la fórmula "santificación en el mundo por
la práctica de los consejos evangélicos", cuando se nos ha acostumbrado más bien a oír la
fórmula "santificación por el trabajo" como única y permanente expresión propia del
"mensaje" del Opus Dei. Del mismo modo que sorprende, frente a la fórmula tantas veces
repetida con la que el fundador calificaba a los miembros del Opus Dei -"sois libérrimos,
hijos míos"- esa insistencia en los vínculos de "dependencia" y "obediencia", cuando lo
cierto es que el mismo Amadeo de Fuenmayor, en las páginas 356 y 357 de "El itinerario"
(del cual es coautor), reproduce manifestaciones de monseñor Escrivá como las siguientes:
1) "Damos una importancia primaria y fundamental a la espontaneidad apostólica de la
persona, a su libre y responsable iniciativa, guiada por la acción del Espíritu; y no a las
estructuras organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice, en sede
de gobierno." Frente a esta valoración de la "espontaneidad apostólica de la persona", el
año 1956 Fuenmayor hablaba del peligro de un "excesivo criterio personal".
2) "La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas
que lo deseen, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en
medio del mundo." El año 1956 se nos decía, en cambio, que "otro peligro es el de un
apostolado individualista, que no se deje dirigir y orientar fácilmente".
3) "Ésta es la misión fundamental de los directores de nuestra Obra: facilitar en todos los
socios el conocimiento y la práctica de la fe cristiana, para que la hagan realidad en su
vida, cada uno con plena autonomía." En 1956, Fuenmayor subrayaba "la dependencia que
necesariamente -por el vínculo de la obediencia- hay entre los socios y los superiores
internos".
4) "Toda la actuación de los directores del Opus Dei se basa en un exquisito respeto de la
libertad profesional de los socios." Recordemos una vez más que el año 1956 se nos dice
que "cada socio está estrechamente unido a sus superiores internos, porque está
santificándose en el mundo por la práctica de los consejos evangélicos y, concretamente, de
la obediencia".
5) "A todos sus miembros (...el Opus Dei) no les da ninguna directriz sobre cómo han de
desarrollar su trabajo; no intenta coordinar sus actividades." Fuenmayor afirmaba, en 1956
que "cada socio (...) persigue siempre en su actuación personal lo que es el fin genérico y
fin especifico de su instituto". (Las citas del "Padre" corresponden a los números 19,
27,53,27 y 49 del volumen "Corversaciones".)
Hasta aquí la síntesis de las Actas del Congreso celebrado en Madrid el año 1956. Para
concluir este capítulo regresemos ahora, pues, al texto de la carta de monseñor Escrivá que
habíamos tomado como punto de partida (Fuenmayor y otros autores, 563-565), y veamos
algunos de los principales interrogantes que plantea.
3. Interrogantes
a) En primer lugar, y empezando por los aspectos más secundarios, habría que poder
clarificar el significado de aquella afirmación del "Padre", al final de su carta (Fuenmayor
y otros autores, 565), según la cual "nunca quisimos asistir a los congresos o asambleas de
los que se dice que están en estado de perfección". ¿Cabe la posibilidad de que esté
refiriéndose a otra clase de congresos, y que a pesar de su título el Congreso Nacional de
Perfección y Apostolado del año 1956 no fuera "de los que se dice que están en estado de
perfección"? Dada la insistencia de los miembros del Opus que participaron en él, en el
sentido de poner de relieve que su propia institución ha sido oficialmente reconocida como
"estado de perfección", parece poco plausible.
Tampoco parece muy razonable suponer que monseñor Escrivá esté utilizando un plural
mayestático, y que con su afirmación quisiera dar a entender que él personalmente no
quiso asistir, por más que lo hicieran varios miembros del Opus Dei, personas en general
muy significadas dentro de la Obra. Y aún menos verosímil sería imaginar que pudiera
existir desacuerdo alguno entre el fundador y algunos de sus principales colaboradores, en
una cuestión que afecta a la concepción misma del Opus Dei. Así pues, dado que no tendría
sentido alguno ir formulando unas hipótesis forzosamente cada vez más absurdas, será
mejor no insistir y esperar al día en que con mayor conocimiento sea posible resolver la
aparente incongruencia.
b) Centrándonos, sin embargo, en aspectos más importantes, en la medida en que afectan a
cuestiones de contenido, necesariamente habremos de detenernos en dos de las
afirmaciones más contundentes de la carta de monseñor Escrivá: "No deseamos para
nosotros el estado de perfección", y "tampoco puede confundirse el Opus Dei con los
llamados movimientos de apostolado" (ambas en Fuenmayor y otros autores, 564).
Descartada la hipótesis de todo posible desacuerdo frontal entre monseñor Escrivá y los
participantes en el Congreso de 1956 (según los datos del "Annuario Pontificio" del mismo
año, tres de ellos ocupaban dentro de la Obra cargos de la máxima responsabilidad,
inmediatamente por debajo de monseñor Escrivá que era, obviamente, su presidente
general: Alvaro del Portillo, procurador general; Amadeo de Fuenmayor, uno de los cuatro
consultores; y Antonio Pérez, administrador general), pero considerando a la vez que existe
una discrepancia evidente entre esas dos afirmaciones de monseñor Escrivá y los
materiales del Congreso que acabamos de analizar, nuevamente se nos abre un conjunto de
interrogantes. En primer lugar, efectivamente, diríase que pierde consistencia la tesis
general de la obra de Fuenmayor, Gómez-Iglesias e Illanes, según la cual desde el
momento mismo de la creación de la figura de los institutos seculares se habría visto que,
aun ofreciendo ciertas ventajas, resultaba para el Opus Dei insatisfactoria, parcialmente
inadecuada o insuficiente. Preciso es reconocer que se trata de una tesis corroborada por la
opinión de otros autores del Opus Dei que recientemente han escrito sobre el tema.
Limitándonos a dos ejemplos muy breves -de libros asimismo breves y sintéticos- Helming
afirma que "la Santa Sede otorgó (1950) al Opus Dei las aprobaciones necesarias, aunque
el marco jurídico que se le atribuyó no era lo que el fundador tenía pensado" (Helming,
52), mientras que Dominique Le Tourneau, en el pequeño volumen de la colección "Que
sais-je?", escribe que la solución "no respondía plenamente a las exigencias de la
naturaleza propia del Opus Dei" (Le Tourneau, 59), y que monseñor Escrivá "aceptó estas
soluciones parciales, que no respondían íntegramente al carácter del Opus Dei, sin ceder en
aquello que constituía el carisma de la fundación" (ibíd., 59). Aunque el libro de Le
Tourneau es del año 1984 (2. ed. 1985), con esta fórmula sintetiza bien la que será, tratada
con mucha mayor extensión y profundidad, la tesis de Fuenmayor, Gómez-Iglesias e
Illanes en 1989.
Otros autores tienden a situar algo más tarde el inicio de la insatisfacción con la fórmula de
los institutos seculares, considerándola además como un proceso gradual, debido menos a
la fórmula arbitrada en la constitución apostólica "Provida Mater Ecclesia" de 1947, que a
su posterior aplicación, mediante la cual la Sagrada Congregación de Religiosos habría ido
asimilando de forma progresiva los institutos seculares a los religiosos, con el consiguiente
disgusto del Opus Dei.
Semejante interpretación presenta una clara ventaja, por cuanto permitiría entender por
qué, después del decreto de 24 de febrero de 1947 que le hace acreedor al título de
"Premum Institutum Saeculare", el Opus Dei se apresura a obtener la aprobación definitiva
como tal instituto secular, objetivo que efectivamente alcanza antes que ningún otro, con el
decreto del 16 de junio de 1950, que empieza con las palabras "Primum inter Instituta
Saecularia". Y no sólo eso, sino que permitiría igualmente hacer encajar el texto de
Salvador Canals de 1954 ("Institutos seculares y estado de perfección"), quien escribe que
"el contenido de esta constitución ("Provida Mater Ecclesia") encierra un interés especial
para los lectores españoles por el hecho de haber sido precisamente un instituto de origen
español, la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei", el primero en entrar en los
nuevos moldes jurídicos creados por la Iglesia" (Canals, 1954, 14). El autor afirma más
adelante que el artículo cuarto de este mismo documento pontificio distingue los institutos
seculares, dependientes de la Sagrada Congregación de Religiosos, de otras sociedades que
"por no tener estado de perfección completo" dependen de otra Sagrada Congregación: con
lo cual parece estar defendiendo incluso esa adscripción a la Sagrada Congregación de
Religiosos, que posteriormente será presentada, por el contrario, como uno de los
inconvenientes máximos con los que se encuentra el Opus Dei.
Dice Canals, en efecto, que "en concreto, podemos llamar completo al estado de perfección
en el cual se profesan los tres consejos generales -pobreza, castidad y obediencia- que por
antonomasia se llaman evangélicos" (Canals, 1954, 47), mientras que de otro modo habría
que hablar de un estado de perfección incompleto. Y por último se refiere (según ha
quedado dicho más arriba) al Opus Dei como el "instituto español al que ha cabido la
gloria de ser el primer instituto secular de derecho pontificio" (ibíd., 81), porque "apareció
claramente que el "Opus Dei" encarnaba el tipo perfecto de instituto secular" (ibíd.,82).
El problema estriba en que si esta interpretación postergaría la insatisfacción del Opus Dei
con el marco jurídico de los institutos seculares hasta una fecha posterior a 1954, por su
parte los documentos del Congreso de Madrid nos obligarían a retrasarla todavía más,
dejando como único margen posible los dos años exactos que median entre la clausura del
Congreso y la fecha de la carta de monseñor Escrivá. Ello implicaría, por consiguiente, que
en este lapso de tiempo se hubiese producido un acontecimiento bastante importante como
para motivar un cambio tan drástico de actitud por parte del Opus Dei.
En el capítulo anterior se ha podido verificar que ninguno de los acontecimientos que la
literatura "oficial" destaca como particularmente significativos parece susceptible de ser
interpretado en dichos términos. Otro tanto cabría decir de aquellas cuestiones que
considerábamos insatisfactoriamente resueltas por ahora, relativas a dos momentos
críticos, pero situados ambos bastante antes del año 1956.
Por lo demás, en una única ocasión hemos dado con un artículo (de un autor ajeno al
Opus), que sostuviera la tesis según la cual una de las razones que habrían inducido al
Opus Dei a desmarcarse de los institutos seculares sería que, desde un punto de vista
jurídico, la actuación de los miembros de la Obra comprometía de hecho a la institución en
cuanto a tal (Ortuño, 1963). Lógicamente, este hecho podría guardar relación con la
incorporación de algunos socios del Opus Dei a ciertos cargos públicos del régimen
franquista, fenómeno sobre todo visible a partir precisamente de 1957.
Aun así, la tesis tiene en su contra el hecho de no haber sido aducida casi nunca, y la
constante -y diríamos que razonable- insistencia del Opus Dei en el sentido opuesto, a
saber, que la actuación de los miembros de la Obra en los diversos ámbitos de la vida
pública no involucra ni compromete a la institución en cuanto a tal. Y en cualquier caso,
las propias Constituciones del año 1950 prevén expresamente que los miembros laicos
pueden asumir cargos en la administración pública y en la enseñanza universitaria, ejercer
profesiones como las de abogado o médico, y dedicarse al comercio y a actividades
económicas (art. 15). Por otra parte, uno de los socios que ejerce uno de dichos cargos,
López Rodó, explica en sus "Memorias" cómo en un encuentro en Roma, el día 15 de junio
de 1960, monseñor Escrivá le dijo textualmente: "La presencia en la vida pública de
algunos miembros del Opus Dei es consecuencia natural del crecimiento y expansión de la
Obra. Hoy ya a nadie choca, todo el mundo admite como cosa normal la actuación pública
de miembros del Opus Dei, que son ciudadanos con los mismos derechos que los demás"
(López Rodó, 1990, 226).
c) Antes de abandonar esta búsqueda de indicios que no parece conducir a ninguna parte,
convendría acaso dejar constancia de otra coincidencia de fechas, casual o no. La carta de
monseñor Escrivá está fechada el 2 de octubre de 1958: se trata, por lo tanto, del preciso
momento en que Pío XII, gravemente enfermo, iniciaba la que había de ser su última
semana de vida (murió el día 9 del mismo mes de octubre).
Cabría preguntarse si la carta, que lleva la fecha del 2 de octubre para simbolizar la
conmemoración del "mito de los orígenes" de la fundación del Opus (2.10.1928), no fue
escrita en este momento en previsión del posible resultado del cónclave que habría de
elegir al sucesor de Pío XII. Según quien hubiera resultado elegido, la carta habría podido
ser tal vez utilizada con el fin de acelerar una posible transformación jurídica. Pero la
sorpresa ante la elección del cardenal Roncali, y sobre todo el cúmulo de sucesivas
sorpresas de los inicios del pontificado de Juan XXIII, habrían aconsejado esperar un
tiempo prudencial (concretamente hasta el año 1962), antes de dar el primer paso, en forma
dc carta de monseñor Escrivá a Juan XXIII y al secretario de Estado (ambas del 7 de enero
de 1962; reproducidas en Fuenmayor y otros autores, 568 y 569); un primer paso
francamente tímido por lo demás, ya que e1 tono adoptado es mucho más moderado que el
de la carta de 1958, la cual, por cierto, "no es mencionada en absoluto".
Preciso es añadir, por otra parte, que existe como mínimo un texto que de algún modo
relaciona la problemática jurídica del Opus Dei con la muerte de Pío XII. Se trata del libro
de Alberto Moncada, "Historia oral del Opus Dei". Y curiosamente se trata, además, de
unas páginas del libro de Moncada en las cuales éste comete un error grave. En efecto, al
hablar de los esfuerzos del Opus por obtener la aprobación vaticana, Moncada escribe: "El
final del expediente se produjo en los últimos meses del pontificado de Pío XII, y para
entonces Escrivá y sus hombres se conocían bastante bien los pasillos del Vaticano y se
ufanaban de haber hecho algunas trampillas burocráticas para el mejor fin de sus planes.
La última firma de Pío XII se consiguió literalmente en su lecho de muerte. Parce que
incluso el documento original conserva las huellas de esa circunstancia" (Moncada,
1987,24). Si tenemos en cuenta que la frase siguiente del mismo libro empieza diciendo
que "la aprobación definitiva lleva la fecha del 16 de junio de 1950", dato que sí es
correcto esta vez, ello implica que el autor comete el error de situar el fallecimiento de Pío
XII más de ocho años antes de la fecha real.
Por otra parte, y aun suponiendo que Alberto Moncada -que al fin y al cabo conoció el
Opus Dei desde dentro, puesto que perteneció a él durante bastantes años- hubiera oído
hablar de un acontecimiento importante en el momento en que Pío XII se hallaba "en su
lecho de muerte", y que posteriormente se hubiera confundido, creyendo que era "la
aprobación como instituto secular" cuando en realidad se habría tratado de la declaración
de la voluntad de monseñor Escrivá que "en lo sucesivo no se nos aplique ese nombre", nos
que daríamos tan sólo con la frágil hipótesis de que la carta del 2 de octubre de 1958
hubiese sido redactada en previsión de lo que pudiera ocurrir en el Vaticano después de la
muerte de Pío XII.
Está claro, pues, que por esta vía de la búsqueda de indicios significativos que nos
permitan hallar -entre 1956 y 1958- explicaciones del porqué de la divergencia radical
entre la posición sostenida por el Opus Dei en el Congreso de Madrid y la adoptada por
monseñor Escrivá en su carta, no hay forma de salir del atolladero.
¿Será porque no somos capaces de dar con el hecho clave que provoca el cambio? Tal vez;
aunque lo más lógico sería pensar que la literatura "oficial" difícilmente habría podido
omitir un hecho tan importante. Todo ello parece conducirnos, por tanto, a la conclusión de
que al simbolismo de la fecha de la carta -el día 2 de octubre- habría que añadir además la
paradoja de su título: "Non ignoratis". "No ignoráis", empieza escribiendo el "Padre"; y, en
cambio, habríamos de acabar afirmando que lo ignoramos todo acerca de las razones por
las que escribe la carta.
d) ¿Y si el problema fuera otro? ¿Si el problema no estribara en hallar o dejar de hallar un
acontecimiento decisivo? ¿Y si se tratara más bien de un problema de método? En tal caso
sería preciso ensayar una vez más el método de Chesterton y su padre Brown, puesto que
el intento de reconstrucción de los hechos a partir de los indicios proporcionados por la
literatura "oficial" no parece conducir a ninguna parte.
¿En qué consistiría en este caso la aplicación del método del padre Brown? Consistiría en
poner en tela de juicio aquello que es evidente; mejor dicho, aquello que durante todo el
rato ha sido dado por supuesto. Es decir, la carta: la carta del 2 de octubre de 1958.
Primera hipótesis alternativa, pues. ¿Podrían haberse equivocado Fuenmayor y sus
colaboradores en la datación de la carta? Si en lugar de ser del año 1958 fuera algo
posterior, ¿se desvanecerían los problemas de interpretación?
Y a la vez, claro está, primera dificultad, prácticamente insuperable: ¿es concebible un
error de semejantes características en el libro de Fuenmayor y sus colegas? Bien es cierto
que acabamos de tropezar con un error similar, de ocho años de diferencia, en el libro de
Moncada: y en ese caso se trata indiscutiblemente de un error...
Tal como se presenta la carta en el volumen de Fuenmayor y otros autores (p. 321ss), no
hay dato alguno que ayude a certificar la autenticidad de la fecha; pero tampoco hay
ningún elemento concreto que permita ponerla en duda. En cuanto a la reproducción del
documento (ibíd., 563), está encabezada por una sencilla referencia: "RHF-EF-581002-1".
Las siglas RHF significan Registro Histórico del Fundador (Fuenmayor y otros autores,
presentación, p. 17), y las cifras indican evidentemente el año, el mes y el día, confirmando
por lo tanto que se trata del año 1958.
Paradójicamente, es la obra de Giancarlo Rocca la que permite establecer que el error,
suponiendo que lo hubiera, no sería imputable a Fuenmayor y sus colaboradores, sino que
en todo caso vendría de más lejos y de más arriba. En efecto, Rocca publica igualmente la
carta de monseñor Escrivá, pero en latín y no en español. Y repite la fecha: 2.10.1958. Sin
embargo él ha debido sacarla de otra fuente, puesto que Rocca no ha tenido acceso al
archivo personal de monseñor Escrivá; él la extrae de una edición de los Estatutos de la
prelatura de la Santa Cruz y de la Obra de Dios ("Codex iuris particularis"), publicada en
Roma el año 1983, donde la carta figura como texto introductorio (p. XXIII-XXX).
Por otra parte, el documento reproducido por Rocca incluye una nota (ausente en la edición
de "Itinerario"), justamente a continuación de la fecha, que dice -en latín- que el día 14 de
febrero de 1964 el fundador envió a Pablo VI una copia de la carta, junto con un ejemplar
de las Constituciones o Estatutos entonces en vigor, y que ahora (1983), una vez obtenido
el tipo de reconocimiento jurídico tan anhelado por el "Padre", se incluye el documento en
la edición de los Estatutos de la prelatura (Rocca, 1985, 187).
Esta aclaración, que repetimos que no figura en el documento reproducido en "Itinerario",
aparece no obstante en el texto del volumen. Veamos qué dicen los autores (Fuenmayor y
otros autores., 350): después de la primera audiencia concedida por Pablo vi al fundador, el
día 24 de enero de 1964, en la cual "se interesó por el problema institucional de la Obra",
monseñor Escrivá remitió al Santo Padre una carta, a la que adjuntaba, "cumpliendo un
deseo expresado por el Papa", un ejemplar de las Constituciones "en su edición de 1963"
(que son las aprobadas en 1950, con una serie de modificaciones introducidas en 1963,
básicamente la supresión de los capítulos 3 y 4 de la parte segunda), "incluyendo a modo
de introducción la carta de 2 de octubre de 1958" (ibíd., 350), además de "otro pequeño
volumen relativo al espíritu del Opus Dei, y una amplia nota -"Appunto riservato
all'Augusta Persona del Santo Padre"- en que, a modo de cuenta de conciencia, exponía y
comentaba algunas cuestiones y afanes que llenaban su espíritu".
Dado que el apéndice documental incluye la carta de monseñor Escrivá a Pablo VI
(Fuenmayor y otros autores, 574s), observemos cuáles son las palabras textuales del
fundador (en italiano). Tras un breve preámbulo en el que expresa su emoción por haber
podido "avvicinare e ascoltare" al Santo Padre, y tras decir que este solo hecho, así como
su bendición, "mi hanno ripagato dei 36 anni di servizio alla santa Madre Chiesa attraverso
la mia vocazione all'Opus Dei", añade que le envía un "vo/umetto" con las Constituciones
del Opus, y otro sobre el espíritu de la Obra, además de un "appunto" y de la fotocopia de
unas cuantas páginas de un libro del cardenal Suenens. Curiosamente, sin embargo, Escrivá
no hace referencia explícita alguna a la inclusión de la carta del 2 de octubre de 1958 a sus
"hijas e hijos queridísimos".
Nuevamente nos hallamos, pues, con problemas y con aparentes contradicciones. ¿De qué
modo enfrentarnos a ellas a partir de la "metodología del padre Brown"?
La evidencia inicial decía que monseñor Escrivá dirigió una carta a los miembros de la
Obra el 2 de octubre de 1958 (aniversario de la fundación del Opus Dei), que una copia de
dicha carta fue remitida a Pablo VI el 14 de febrero de 1964 (aniversario de la fundación de
la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz) y que apareció publicada el año 1983 (junto con
los Estatutos de la prelatura). La no aceptación de la evidencia inicial supondría formularse
interrogantes como los siguientes: ¿realmente redactó monseñor Escrivá la carta "Non
ignoratis" el día 2 de octubre dc 1958? Si la escribió, ¿la envió a sus "hijas e hijos"? ¿Con
alguna condición, como por ejemplo la prohibición de hacer uso de ella? ¿Podría haberse
escrito la carta con posterioridad a 1958 y antes de 1964? ¿Formaba parte de los
documentos que monseñor Escrivá remitió a Pablo VI en aquella fecha? ¿Podría haber sido
redactada incluso entre 1964 y 1975, año de la muerte del fundador? Y por último, con el
fin de no omitir ningún interrogante posible -verosímil o inverosímil- ¿podría haber sido
redactada después de 1975 y no ser, por consiguiente, una carta de monseñor Escrivá?
La hipótesis de una redacción posterior a 1964 es posible, pero no necesaria; con la única
condición de que se ponga suficientemente de relieve que la carta no se hace pública hasta
e1 año 1983 y que antes de la aprobación del Opus Dei como prelatura no es jamás citada
como fuente por ningún estudio.
La hipótesis de una redacción en la fecha oficial del 2 de octubre de 1958 es igualmente
posible. Pero parece exigir una serie de explicaciones complementarias, que por ahora
jamás han sido dadas. Básicamente en dos sentidos: ¿qué clase de difusión tuvo, y qué
capacidad tenían sus destinatarios de hacer públicamente referencia a ella? Esta hipótesis
tendría la ventaja inmensa de ser la única que concordaría con las afirmaciones oficiales
del Opus Dei: pero mientras no puedan resolverse satisfactoriamente las aparentes
contradicciones con las que hemos ido tropezando a lo largo de estas páginas, no nos
parece que pueda descartarse totalmente la tercera hipótesis, de una redacción situada entre
1958 y 1964; o bien, alternativamente, la de una redacción en el año 1958, pero
desconocida durante un cierto tiempo incluso para algunos de los más directos
colaboradores de monseñor Escrivá.
En efecto, ¿cómo explicar de otro modo que las Ediciones Rialp publiquen en julio de
1960 un libro de Salvador Canals, "Los institutos seculares" (prescindamos aquí del otro
volumen, "Institutos seculares y estado de perfección", reeditado en 1961 pero cuya
primera edición es de 1954), con un contenido que sólo resulta comprensible suponiendo
que el autor ignorara el texto de la carta del "Padre"?
Escribe Canals (1960, 19): "Se equivocan los que confunden a un instituto secular con una
simple asociación de fieles". Leemos en "Itinerario" (p. 354, nota 162): "Es de advertir
que, para evitar el empleo dcl término "instituto secular", monseñor Escrivá lo sustituyó,
durante este período, por el de "asociación"; consideró legítimo hacerlo así, de acuerdo con
su afirmación -que es también la de la constitución apostólica "Provida Mater Ecclesia"- de
que los institutos seculares son asociaciones de fieles."
Escribe Canals (1960, 35): "La evolución histórica nos muestra que actualmente el estado
de perfección se ha diversificado en dos grandes ramas: el estado religioso y el estado de
Por otra parte, y en la medida en que lo que básicamente caracteriza la evolución del Opus
Dei a lo largo de todos estos años es la progresiva ampliación de sus bases de
reclutamiento, la consolidación y extensión de su implantación internacional, y la creciente
diversificación de las actividades que directa o indirectamente patrocina, hay un elemento
básico y decisivo que a partir de ahora será preciso tomar en consideración y al que hasta
aquí, en cambio, no había sido indispensable prestar atención. Concretamente nos
referimos al hecho de que, como consecuencia de su crecimiento y de su diversificación,
va a producirse en el seno del Opus un lógico fenómeno de relativa distanciación entre "las
bases", cada vez más numerosas, y "la cúpula", cada vez más especializada en las tareas de
dirección.
Se trata de un distanciamiento que no tiene por qué implicar forzosamente la aparición de
conflictos internos, hasta cierto punto inevitables en toda gran organización, pero de los
que el Opus Dei ha sabido preservarse en muy buena medida (excepto tal vez en algún
momento particularmente critico, como por ejemplo en las postrimerías de la década de los
sesenta, en que una serie de sacerdotes jóvenes abandonan el Opus por desacuerdo con sus
"compromisos políticos", y "nueve responsables solicitan ser relevados de sus funciones";
Hermet, 1981, II, 470). Nos referimos más bien, sencillamente, al hecho de que si entre el
"grupo de amigos" de los años cuarenta y buena parte de la década de los cincuenta existía
una relativa posibilidad de conocimiento recíproco y de colaboración más o menos
estrecha, en la organización compleja e internacional que es ahora el Opus Dei dichas
relaciones son necesariamente mucho más tenues. Y ello comporta una doble
consecuencia, que a nuestro modo de ver deberá ser especialmente tenida en cuenta.
Por un lado, explica la que va a ser la evolución ideológica del Opus Dei: aquello que en
los textos estatutarios había quedado definido como "objetivo específico" del instituto va a
resultar cada vez más incómodo, por cuanto el grupo se hace demasiado numeroso y
demasiado diverso como para poderse sentir plenamente identificado con el recurso a la
etiqueta de los "intelectuales" y de la "parte directiva de la sociedad": de donde la
progresiva insistencia en "la santificación del trabajo" (sin mayores precisiones) como
único denominador común de todos los socios de la Obra. Y en segundo lugar se hará cada
vez mayor hincapié en la "libertad" de cada uno de los miembros en su actuación, por
cuanto nuevamente el Opus Dei se halla confrontado al hecho de que sus socios son
demasiado diversos y demasiado numerosos como para poder imponer criterios
homogeneizadores.
En cuanto a la segunda consecuencia, se trata de que en cada uno de los ámbitos de
actuación del Opus Dei van a surgir los correspondientes "expertos", muchas veces con
escasas conexiones mutuas: entre un sacerdote del Opus Dei en el Perú, una socia
numeraria que trabaja en una librería universitaria en Pamplona, aquel que dirige una
residencia o un club en Chicago o en un país africano, y el economista que se dedica a la
formación de empresarios en Manila, las relaciones son, como apuntábamos, mucho más
tenues que en un periodo histórico anterior.
Como resultado de todo ello se produce así el distanciamiento al que hacíamos referencia,
y que implica que la mayor parte de los miembros de la Obra (las "bases") no
necesariamente tienen por qué estar al corriente de las actuaciones de sus dirigentes, y en
especial de "la cúpula" romana. Más aún si se tiene en cuenta que la literatura "oficial" se
preocupa por divulgar determinados tipos de actividades, a la par que otros quedan en una
discretísima penumbra.
2. Expansión y diversificación
Aunque sea de forma esquemática, vamos a tratar de ver cómo se lleva a cabo, a partir de
1958, el continuado proceso de internacionalización del Opus Dei. Para ello vamos a
fijarnos tanto en su expansión como en la creciente diversificación de sus actividades, y
d) Kenya. Idéntica pauta que en el caso anterior: inicialmente el "Padre" envía (1958) a
uno de sus primeros discípulos, en este caso Pedro Casciaro, español y sacerdote. Tras las
primeras gestiones preliminares, llega el primer grupo estable, que ha de hacerse cargo de
las actividades; y posteriormente, un grupito de mujeres.
Actividades: Creación de un colegio universitario y residencia, ampliado luego con una
escuela comercial (1966), una escuela secundaria (1978) y una escuela primaria (1987).
Para las chicas, asimismo en Nairobi, escuela de secretariado, residencia, colegio, y en otro
edificio una escuela de formación femenina. También aquí la pauta es, pues, la misma:
formación de líderes y evangelización. En su libro West menciona sus entrevistas con
antiguos alumnos del colegio universitario: un ingeniero, que trabaja para el gobierno y es
cooperador del Opus; un profesor de contabilidad del propio colegio; un dirigente de una
compañía petrolífera; un profesor de física y matemáticas. Y entre las mujeres, una jurista,
miembro del Tribunal Supremo, convertida al catolicismo y socia del Opus; una asistenta
social que trabaja en otro ámbito, "porque no podía aceptar la política anticonceptiva del
gobierno" (West, 71); y un matrimonio con seis hijos, uno de los cuales se llama
"Josemaría" (ibíd., 72).
Conflictos: En el caso de Kenya se produjo inicialmente un conflicto interesante, al
considerar las autoridades eclesiásticas locales que el grupo promotor del Opus era un
"grupo religioso misionero", con lo cual la subvención gubernamental para la retribución
del personal docente quedaba automáticamente reducida en un 50 %. Ello provocó en 1960
una protesta del Opus a la Sagrada Congregación correspondiente, a fin de que no se
tratara "a los miembros de los "verdaderos" institutos seculares como si fueran religiosos"
(Fuenmayor y otros autores, 566s; cursiva en el original). El documento es sumamente
interesante, en parte porque es una de las pocas pruebas concretas que tenemos de la
confusión entre institutos seculares y religiosos, de la que tanto se lamentan los dirigentes
del Opus Dei; pero en parte también porque "un año y medio después" de la carta de
monseñor Escrivá diciendo que "no somos un instituto secular, ni se nos puede aplicar este
nombre", el Procurador general del Opus Dei presenta a su instituto como un "verdadero
instituto secular".
Basten estos cuatro países como muestra de un primer modelo de implantación del Opus
Dei, a través de la creación de obras corporativas, de orden básicamente docente.
Preciso es añadir que la literatura "oficial" es enormemente selectiva, en el sentido de que
sólo proporciona información acerca de determinados países, mientras que no explica
absolutamente nada de otros. Así por ejemplo, los autores coinciden en hablar de Kenya
con cierto detalle (Sastre, 460-463; West, 57-74), a la vez que de otro país africano,
Nigeria, se dice simplemente que el Opus Dei está presente en él, sin ninguna otra
indicación. Igualmente, se habla, aunque de forma vaga, de los Estados Unidos (Sastre,
388-392; West, 125-142), mientras que sólo se menciona la presencia del Opus Dei en el
Canadá, sin ninguna explicación.
2) América Latina
a) La literatura "oficial" da de la implantación en los países de América Latina una visión
que parece responder a un modelo de tipo muy distinto al que acabamos de comentar.
Además de las residencias y colegios habituales en todos los países, se emprenden en el
continente latinoamericano otras clases de iniciativas.
En el caso de México, por ejemplo (West, 111-123), el complejo de Montefalco (en el
estado de Morelos) comprende un centro de promoción campesina, una casa de retiros, dos
colegios, una escuela de capacitación agraria y una escuela femenina de "ciencias
domésticas". Además de algunos otros centros, en la ciudad de México existe igualmente
una clínica oftalmológica vinculada a la Universidad Panamericana, que es una universidad
"fundada por miembros y amigos del Opus Dei" (West, 121).
También en el Perú el Opus Dei crea, además de un Instituto rural (con emisora de radio
propia), la Universidad de Piura, al norte del país, con estudios de ingeniería,
administración de empresas y periodismo (Sastre, 450). Otra Universidad es la de La
Sabana, en Colombia (Seco, 165).
b) En segundo lugar, en diversos países de América Latina se ha acusado al Opus Dei de
involucrarse directamente en la política, igual que en el caso de España. E igual que en el
caso de España, oficialmente se ha dicho que el Opus Dei en cuanto a tal no interviene
jamás en política, mientras que sus miembros gozan de entera libertad de actuación en este
campo. Se han formulado acusaciones muy duras, que no se han podido probar, en el caso
de Chile: vinculación con la CIA y con la dictadura de Pinochet. Dos autores alemanes
llegaron a relacionar al Opus Dei con el tráfico de armas y con los "escuadrones de la
muerte" y la llamada triple A argentina (Roth y Ender, 1984): pero perdieron el proceso
judicial abierto a instancias del Opus Dei. También en Colombia se han hecho acusaciones
semejantes.
Creemos que no seria incorrecto ni excesivo afirmar que en varios países de la América
Latina algunos miembros del Opus Dei han asumido compromisos políticos -como lo
habían hecho en España y "no" suelen hacerlo en la mayor parte de países europeos- y, por
otra parte, que el Opus Dei en cuanto tal ha sido claramente beligerante en el conflicto que
durante años ha enfrentado a las autoridades romanas y a los representantes de la llamada
"teología de la liberación".
c) Un tercer rasgo característico de la implantación del Opus Dei en América Latina lo ha
constituido su presencia institucional asumiendo responsabilidades pastorales. El año 1957
Pío XII confió al Opus Dei una "prelatura territorial" en el Perú (se trata de territorios que,
sin constituir jurídicamente una diócesis, poseen su propio clero, con un "prelado" que
ejerce las funciones de obispo). Al terminar el año 1988 había entre los miembros del Opus
Dei (según los datos del "Annuarzo Pontificio") un total de once obispos, todos ellos en
América Latina. Cinco en el Perú: un vasco, Ignacio María de Orbegozo, que había sido en
1957 el primer prelado de Yauyos, actualmente obispo de Chiclayo; y un peruano, Luis
Sánchez Moreno, obispo desde 1961 y en la actualidad en la prelatura de Yauyos. (Estos
dos miembros del Opus son los únicos que participaron en las sesiones del concilio
VaticanoII como "padres conciliares", hecho sin duda no fácil de asimilar para los
miembros de la "cúpula romana" y en especial para monseñor Escrivá; véase Moncada,
1987, 29). Los otros tres son un catalán, Enric Pelach, obispo de Abancay desde 1968, y
dos peruanos, Juan Antonio Ugarte, auxiliar de Cuzco, y Juan Luis Cipriani, auxiliar de
Ayacucho.
En el Perú se hallan, pues, casi la mitad de los obispos del Opus Dei. Los seis restantes
estaban, en el año 1988, en seis países distintos: Francisco de Guruceaga, obispo de
Laguaira (Venezuela); Juan Ignacio Larrea, de origen argentino, obispo de Guayaquil
(Ecuador); Hugo Puccini, obispo de Santa Marta (Colombia); Fernando Sáenz, español de
origen, obispo auxiliar de Santa Ana (El Salvador); Alfonso Delgado, obispo de Santo
Tomé (Argentina), y Adolfo Rodríguez, de origen español, obispo de Los Ángeles (Chile).
Este monopolio hispanoamericano se romperá por vez primera en 1989, al ser consagrado
obispo un sacerdote europeo del Opus Dei, tras un conflicto que duró más de dos años
(Hertel, 1 84ss): Klaus Küng, obispo de Feldkirch (Austria). Con posterioridad fueron
consagrados un obispo en el Brasil, así como el prelado del Opus, Álvaro del Portillo, y
Julián Herranz, residente igualmente en Roma y con un cargo importante en la Curia.
d) Finalmente, un último rasgo diferencia asimismo la presencia del Opus Dei en América
Latina de la de los demás países (excepto España): las grandes concentraciones masivas
con motivo de los viajes de monseñor Escrivá. Tales manifestaciones no se producen jamás
en los distintos países europeos recorridos por el "Padre". En cambio, ésta es una de las
características de sus tres viajes americanos (México, 1970; Brasil, Argentina, Chile, Perú,
Ecuador, Venezuela, 1974; Venezuela y Guatemala, 1975): además del dato obvio de la
posibilidad de comunicación en una lengua común, probablemente hay que ver en ello un
reflejo del tipo de implantación que acabamos de comentar, con una presencia más visible
del Opus Dei en la vida de estos países y, por ende, con una posibilidad objetiva de
congregar a unos millares de personas. Si el Opus Dei había empezado en la España de los
años cuarenta como obra "no de muchedumbres, sino de selección", y si en la mayoría de
los países continúa siéndolo todavía hoy, en América Latina se transforma gradualmente en
obra de selección y "también" de muchedumbres.
3) Europa
Esta distinción entre "selección" y "muchedumbres" constituye con toda probabilidad el
mejor indicador para entender la diversidad de las iniciativas promovidas por el Opus Dei
en los distintos países europeos. Residencias, centros culturales y clubs recreativos para
jóvenes, son siempre el denominador común y el lugar privilegiado desde el que se
propaga la influencia de la Obra y se lleva a cabo la selección de los candidatos a ingresar
en ella. De todos modos, y como reconoce Luis Ignacio Seco, que es miembro de la Obra,
"no he encontrado ninguna publicación exhaustiva de estas labores, lo cual me parece
natural, dada la poca afición de los miembros del Opus Dei a las estadísticas y a las
gráficas de crecimiento" (Seco, 151).
El grado siguiente, dentro del proceso de expansión, lo constituyen los centros docentes
propiamente dichos: escuelas primarias y secundarias, escuelas de formación profesional y
de capacitación agraria, y escuelas de formación femenina. Así como, a otro nivel, las
actividades relacionadas con los medios de comunicación: editoriales, librerías, revistas,
etc.
a) La implantación del Opus Dei en la Gran Bretaña e Irlanda está mínimamente
documentada merced a West (p. 97-109), Seco (p. 152s) y, desde una óptica no "oficial",
Walsh (p. 159-165). Entre los hechos importantes no explicados por la literatura oficial es
de destacar el documento publicado el año 1981 por el cardenal Basil Hume, obispo de la
diócesis de Westminster. Tras haber "estudiado atentamente determinadas críticas públicas
sobre las actividades del Opus Dei en la Gran Bretaña, así como la correspondencia que
sobre este tema he ido recibiendo", con cartas de crítica y cartas de elogio, y después dc
haber "celebrado reuniones con los responsables del Opus Dei", el cardenal decide hacer
públicas unas recomendaciones, que previamente les han sido comunicadas a dichos
responsables. El principio fundamental que las inspira es, de acuerdo con el obispo
benedictino inglés, la necesidad de que cualquier movimiento internacional respete las
características tradicionales y las formas de actuación habituales de las sociedades
concretas en las cuales trabaja. Las cuatro recomendaciones son las siguientes: que no se
exijan votos ni compromisos a los menores de edad; que los padres o tutores tengan
conocimiento de la relación de los jóvenes con el Opus Dei; que se garantice la libertad
individual de asociarse y de abandonar la organización sin coacciones, así como la libertad
de elección de un director espiritual sin que éste haya de ser forzosamente del Opus Dei; y,
finalmente, que en todas sus iniciativas y actividades el Opus Dei indique claramente quién
las dirige o quién las patrocina (puede verse el texto íntegro del documento en Rocca,
1985, 205s).
Menores de edad, coacciones y secreto: el documento del cardenal Hume es especialmente
interesante por cuanto permite precisar con bastante exactitud el tipo de acusaciones de las
que el Opus Dei suele ser objeto. Justamente en el caso de la Gran Bretaña, y ante "la
cerrazón de los ingleses en cuestiones personales" y su resistencia "ante cualquier
conversación que tocara el ámbito privado de cada uno, en especial el tema religioso",
monseñor Escrivá había instruido así a sus hijos británicos: "tenéis que meteros en la vida
de los demás como Jesucristo se metió en la mía, sin pedirme permiso" (en Berglar, 282).
h) Un foco de implantación que recientemente ha adquirido gran importancia, y al que la
literatura "oficial" apenas alude, es el de los países germánicos: concretamente, el norte de
Suiza, Austria y el sudeste de Alemania. La razón del interés por esta zona, a la vez que la
razón del discretisimo silencio, podría ser doble: en primer lugar, la hasta hace poco
estratégica situación de Viena como "ciudad frontera entre las dos Europas" (Sastre, 442),
que hacía exclamar a monseñor Escrivá que "seréis mis hijos austríacos los que deis un
buen empujón, desde vuestra tierra, a toda la labor en la Europa oriental".
Indudablemente esta "labor" ha comenzado ya, y no es imposible que se convierta en los
próximos años en uno de los objetivos prioritarios del Opus Dei. Incluso pudiera dar lugar
a un nuevo episodio de su histórica confrontación con la Compañía de Jesús. En una
entrevista publicada en 1990 el jesuita francés Pierre de Charentenay, tras recordar la
vocación de "formación de elites" de la Compañía, que se traduce en una "voluntad de
estar presentes donde pueden decidirse las cuestiones importantes" (Charentenay, 71),
comentaba que en 1990 no había ningún jesuita en Rusia, pero que posiblemente iría
pronto un equipo; que en los países bálticos había ya algunos jesuitas, los cuales "sin duda
recibirían refuerzos", y que otro tanto iba a suceder en Checoslovaquia y en Hungría (ibíd.,
72).
En segundo lugar, preciso es decir que la implantación en esta zona germánica se ha
producido, en parte al menos, mediante una penetración en las estructuras eclesiásticas
diocesanas de los obispados, prácticamente contiguos, de Feldkirch (Voralberg, Austria),
Augsburgo (Alemania) y Chur (región suiza de los Grisones y Liechtenstein). El autor que
más abundante documentación aporta sobre esta área relaciona el hecho con la constitución
de un importante centro financiero vinculado al Opus Dei y que gira básicamente en torno
a dos grandes fundaciones (Hertel, 168-1 87).
c) En el caso de Italia, y prescindiendo momentáneamente del mundo relacionado con el
Vaticano, además de las iniciativas habituales en otros lugares, debe destacarse, aunque
sólo sea porque todos los autores del Opus Dei hablan expresa y largamente de él, el centro
Elis (Educazione, lavoro, ístruzione, sport) inaugurado el año 1965. Erigido en un barrio
periférico de Roma, el centro comprende una escuela de formacion profesional, una
residencia y un club deportivo para muchachos, así como las instalaciones equivalentes
para las chicas. La originalidad del centro Elis no radica tanto, por consiguiente, en el
contenido de sus actividades, similares a las de tantos otros, antes bien en dos hechos
simbólicamente significativos para el Opus Dei.
El primero de ellos tiene que ver con el origen de la iniciativa: con motivo del octogésimo
aniversario de Pío XII se organizó en el mundo entero una colecta, cuyo fruto le fue
ofrecido como obsequio. El papa murió sin haber dispuesto de los fondos, y una oportuna
filtración hizo saber a los dirigentes del Opus Dei que Juan XXIII deseaba dar a aquel
dinero un destino concreto. Tras elaborar y presentar un proyecto muy detallado, los
dirigentes del Opus obtuvieron la adjudicación de los fondos para la creación del centro
Elis. (Un dignatario eclesiástico explicó en reiteradas ocasiones que al ser recibido un día
por Juan XXIII, éste exclamó: "Ahora mismo acaban de marcharse los del Opus; todo el
rato han estado hablando de dinero, tanto, que aún me da vueltas la cabeza.") El segundo
hecho, no menos significativo para el Opus Dei, es que el acto oficial de inauguración del
centro, en 1965, fue presidido personalmente por Pablo VI. Ninguno de los autores de la
literatura "oficial" omite el detalle: probablemente porque les proporciona una de las
escasísimas oportunidades en que pueden reproducir unas palabras, obviamente elogiosas
en este caso, de Pablo VI acerca del Opus Dei.
Otro acontecimiento igualmente referido a Italia, pero mucho menos aireado por la
literatura "oficial", lo constituye el proceso de investigación ordenado en 1986 por el
ministro del Interior, Scalfaro, a raíz de una interpelación parlamentaria sobre el tema -una
vez más- del secreto y del hipotético carácter de "sociedad secreta" del Opus Dei. El asunto
fue ampliamente divulgado por la prensa, y con mayores o menores dosis de
sensacionalismo se terminó vinculando entre ellas cuestiones como la de Marcinkus y el
IOR, Calvi y la Banca Ambrosiana, Ruiz-Mateos y Rumasa, Gelli y la Logia P2, las
fundaciones relacionadas con el Opus, etc. (véase por ejemplo Walsh, 167ss y, sobre todo,
desde la propia Italia, Magister, 1986). Uno de los raros autores del Opus que hace
referencia al tema (West, 24s) concluye que todo ello respondía al interés de unos pocos
por fomentar el escándalo y calumniar al Opus Dei, pero que la investigación ordenada por
el ministro Scalfaro demostró claramente que "el Opus Dei no era una asociación secreta".
Sin embargo, opta por silenciar un dato que Giancarlo Rocca, en cambio, precisa: a saber,
que el ministro italiano basa su argumentación en un oficio de la Santa Sede que afirma
que "cuantos pertenecen al Opus Dei (sacerdotes y laicos) están obligados a evitar el
secreto y la clandestinidad", y que "tienen el deber de manifestar su pertenencia siempre
que sean legítimamente preguntados" (Rocca, 1989, 389). El mismo autor comenta que
ello supone un cambio importante, no ya respecto a las antiguas Constituciones de 1950,
sino respecto incluso a los Estatutos de la prelatura hoy vigentes, los cuales especifican que
sólo "a petición del obispo, se facilitan los nombres de los sacerdotes y de los directores de
los centros de la diócesis correspondiente" ("Estatutos", 1982, art. 89.2).
3. España
Por razones obvias, e1 caso español ha sido siempre y constituye todavía hoy un caso
especial en la historia del Opus Dei. Desde el punto de vista que en este momento nos
ocupa, de la expansión y diversificación de sus actividades a lo largo de los últimos
decenios, las características diversas que acabamos de observar en algunos países
europeos, americanos, asiáticos, etc., las encontramos todas reunidas en el caso de España.
Con "una única excepción": pese a que algunos miembros españoles del Opus son obispos,
jamás ha habido ningún obispo del Opus en una diócesis española. De otro modo, y aunque
sin llegar tal vez a la exageración de la que se hace eco el australiano William West: "Se
dice que en algunas ciudades españolas hay un centro del Opus Dei casi en cada esquina"
(West, 95), puede convenirse con este autor que en España el Opus, "como el grano de
mostaza del Evangelio, ha crecido hasta convertirse en un árbol frondoso, donde anidan
"toda clase de pájaros"" (ibíd., 96; el entrecomillado es nuestro).
a) De acuerdo con los datos oficiales del "Annuario Pontificio", al empezar la década de
los años noventa la prelatura del Opus Dei tenía unos 1.400 sacerdotes, cerca de 350
seminaristas y 75.000 laicos en el mundo entero (el "Anuario" publica estas cifras a partir
de la edición de 1987: en el quinquenio comprendido entre 1987 y 1991, el crecimiento
global del número de sacerdotes ha sido de un 9.5 %, y el de los laicos de un 0.5 %).
Aunque éstas son las únicas cifras oficiales de que se dispone públicamente, se considera
que de cada diez miembros, cuatro son españoles. Por otra parte, si se tiene en cuenta que
los miembros numerarios representan aproximadamente un 20 % del total (Hertel, 158),
cabría preguntarse si a este nivel la proporción de españoles aumenta o disminuye. En este
terreno parece como si estuvieran aún en vigor las viejas Constituciones del Opus Dei del
año 1950, que decían que "a los extraños, se les oculta el número de los socios" (art. 190):
mas nuestra hipótesis sería que el porcentaje de miembros españoles aumenta a medida que
se pasa de las cifras globales a las de los numerarios, y de estas últimas a las de los
sacerdotes. Dicho en otras palabras: cuanto más nos acercamos a la "cúpula", más patente
resulta que el Opus Dei sigue siendo, todavía hoy, un movimiento fundamentalmente
español, o, como mínimo, fundamentalmente dirigido y controlado por españoles.
Las escasas informaciones oficiales que pueden extraerse del "Annuario Pontificio"
confirman al menos la plausibilidad de la hipótesis: no sólo es español el prelado, sino que
también lo es el vicario general de la prelatura. En el Ateneo Romano de la Santa Cruz
(instituto de estudios superiores), son españoles el rector, el vicerrector, los dos decanos
(Filosofía y Teología) y el director de la Biblioteca, e italianos el secretario y el
administrador ("Annuario Pontificio", 1991, 1612). Entre las personalidades que ostentan
algún título honorífico (prelado de honor, etc.) observamos la presencia de una neta
mayoría de españoles (ibíd., 1909-2276). También entre los miembros del Opus que
ocupan algún cargo en la Curia vaticana hallamos un claro predominio de españoles.
b) Entre las obras "corporativas" o asumidas como propias, y las promovidas por la libre
iniciativa de miembros o amigos del Opus Dei, que no menos libremente confían su
dirección espiritual a la prelatura, hallamos en España instituciones docentes de todo tipo:
escuelas primarias, escuelas secundarias, escuelas de formación profesional, escuelas de
educación especial, escuelas de capacitación agraria, etc. (de estas últimas, West afirma
que existen en España "unas 36"; West, 82). A ello deben añadirse residencias, centros
culturales, escuelas de idiomas, escuelas femeninas de formación doméstica, casas de
convivencias y de retiros, clubs, centros recreativos y escuelas deportivas que "junto a la
formación y entrenamiento deportivos ofrecen formación espiritual y cultural" (West, 83).
Varias editoriales, una red de librerías, revistas (pese a que en nombre de la "humildad
colectiva", "el Opus Dei no edita publicaciones con el nombre de la Obra", de acuerdo con
el artículo 89.3 de los Estatutos de 1982); o incluso algunas tiendas donde alquilar
películas de vídeo "moralmente aceptables".
Todo ello -conviene no olvidarlo- se aplica a una institución que en el momento de su
aprobación pontificia (1950), sin excluir la creación "de escuelas propias", afirmaba que
"prefería, en la medida de lo posible, prestar su colaboración anónima en escuelas
públicas" (Fuenmayor y otros autores, 548).
c) "Last but not least", por supuesto, a esta lista de iniciativas preciso es añadir la
Universidad de Navarra, que había iniciado sus actividades en 1952 como centro
dependiente de la Universidad civil de Zaragoza con el nombre de "Estudio General", pero
que a partir de 1960 "añade a su primitivo nombre el prestigioso título de Universidad
Católica con que le ha honrado la Iglesia" (Fontán, 148). La homologación de los títulos de
la Universidad del Opus a los de cualquier universidad española, lograda en el año 1962
tras un laborioso proceso que culminó en la firma de un convenio entre la Santa Sede y el
Estado español, fue en un primer momento motivo de polémica y de protestas en el mundo
universitario de la época. Pero la Universidad de Navarra ha ido consolidándose
paulatinamente, y algunos de sus centros (Medicina y Periodismo, por ejemplo) han
llegado a gozar en algunos momentos de muy buena reputación. El coste de la matrícula es
ciertamente más elevado que en las universidades estatales: entre cinco y seis veces más
caro, por ejemplo, en el caso concreto de los estudios de la Facultad de Económicas para el
curso 1989-1990. Pero el valor de este dato ha de relativizarse, sin duda, en función del
grado de racionalidad del sistema de distribución de becas. Por lo demás, el diseño del plan
de estudios es estrictamente paralelo al de todas las otras universidades, con la única
salvedad de la inclusión de una asignatura anual suplementaria de teología: tomando otra
vez el ejemplo de los estudios de la Facultad de Económicas, un alumno de tercer curso de
la sección de Empresariales tenía que matricularse (en 1989-1990) de teoría económica II,
estadística, hacienda pública y sistemas fiscales, organización y administración de
empresas, contabilidad de costos y teología II.
Con frecuencia se ha esgrimido el argumento de que los estudiantes de la Universidad de
Navarra no están autorizados a consultar libremente toda clase de libros, lo cual puede
plantear notables dificultades en el caso de los estudios de humanidades y de ciencias
sociales, por ejemplo. Se trata, según todos los indicios, de una especie de perpetuación del
ya desaparecido "indice de libros prohibidos" antiguamente en vigor dentro de la Iglesia
católica. El argumento parece silenciado, pero no desmentido, por la literatura "oficial"; e
indirectamente confirmado, en cambio, por el hecho de que un manual de sociología
publicado por Ediciones Rialp incluye una bibliografía que da orientaciones sobre veinte
títulos seleccionados, con observaciones como las siguientes: "En su exposición incluye
teorías no acordes con la visión cristiana del hombre", razón por la que la obra en cuestión
se recomienda a "lectores especializados con sólidos criterios doctrinales"; o bien: "obra
basada en una concepción que aboga por el retorno del hombre a los valores del espíritu;
no obstante, en algunos pasajes hay valoraciones ambiguas" (Carreño, 333y 334).
En relación con la Universidad de Navarra, uno de los conflictos más espectaculares tuvo
lugar en 1968, con motivo de un debate en las "Cortes españolas" (sucedáneo del
Parlamento durante el franquismo) sobre la Ley de Presupuestos. Un diputado, Femando
Suárez, denunció el hecho de que el Estado concediera una subvención de un millón de
pesetas a la Universidad Pontificia de Salamanca, dos a la de los jesuitas de Deusto y cien
a la del Opus Dei en Navarra. Recientemente, López Rodó ha contado que muy pocas
horas después de los hechos le expuso la situación a Franco (López Rodó, 1991, 28S).
Según él, la cifra era de treinta millones tan sólo; nada dice, sin embargo, de la desigualdad
respecto de las demás universidades no estatales, y, en cualquier caso, confirma la
existencia de la subvención estatal, cuando menos de seis meses antes monseñor Escrivá de
Balaguer había afirmado que "el Estado español no ayuda a atender los gastos de
sostenimiento de la Universidad de Navarra" ("Conversaciones", n°. 83), y anteriormente,
dentro del mismo año 1967, en una entrevista para la revista "Time", había declarado que
"en pocos sitios hemos encontrado menos facilidades que en España" y que "gobiernos de
países donde la mayoría de los ciudadanos no son católicos, han ayudado con mucha más
generosidad que el Estado español a las actividades docentes y benéficas promovidas por
miembros de la Obra" ("Conversaciones", n°. 33).
d) Aunque monseñor Escrivá reside habitualmente en Roma, viaja con frecuencia a
España. Y como en el caso de la América Latina, si no más, algunos de estos viajes son
preparados por sus "hijos" de tal forma que se conviertan en ocasión de multitudinarias
asambleas y de actos de homenaje al fundador del Opus.
La erección de la Universidad de Navarra, e1 año 1960, es precisamente la primera
oportunidad en la que el "Padre" se encuentra "con verdaderas muchedumbres"
(Fuenmayor y otros autores, 307). En un viaje de diez días, durante el mes de octubre,
visita Madrid, Zaragoza y Pamplona. En Madrid "la nave de la iglesia (en la que celebra la
misa) está abarrotada por miembros del Opus Dei" (Sastre, 473). En Zaragoza es nombrado
doctor "honoris causa": "El paraninfo se llena de público hasta en sus más insólitos
rincones" (ibíd., 474). En Pamplona, el Gran Canciller de la Universidad (más adelante lo
será también de la de Piura, en el Perú) es nombrado "hijo adoptivo" de la ciudad: "La
multitud le ovaciona calurosamente" (Gondrand, 222). También en 1960 es condecorado
con la Gran Cruz de Carlos III (Vázquez, 550).
Durante el verano del año 1964 es nombrado hijo adoptivo de Barcelona (Vázquez, 356).
Pero aunque durante aquellas mismas fechas monseñor Escrivá se halla en el País Vasco
(López Rodó, 1990, 473) y aunque en noviembre viaja de nuevo a Pamplona (Sastre, 488),
hasta el otoño de 1966 no se celebrará el acto de entrega del título: un "acto íntimo" esta
vez (López Rodó, 1991, 86), que representa "algo más que un gesto de agradecimiento por
parte de la ciudad", pero que monseñor Escrivá no quiere que pueda ser interpretado "como
una revancha", veinticinco años después de un conflicto que en Barcelona había revestido
particular gravedad (López Rodó, 1991, 88).
En 1967, otra vez en su Universidad, "hablará en el campus, ante una multitud de más de
veinte mil personas" (Sastre, 503). El texto del sermón que pronuncia, reproducido
íntegramente en el volumen de "Conversaciones" (p. 233-247), es como un documento
programático de esta nueva etapa histórica del Opus Dei, tras el concilio Vaticano II.
Escrivá habla en su homilía de la "santificación de la vida ordinaria", de una "mentalidad
laical" opuesta a un inaceptable "catolicismo oficial", de libertad contrapuesta a "la
intolerancia y el fanatismo", y del rechazo de la "mentalidad de selectos". El mismo año en
que monseñor Escrivá hace estas afirmaciones, el "Annuario Pontificio" (1967, 905) sigue
presentando al Opus Dei como un instituto secular que tiene como finalidad "promover
entre todas las clases de la sociedad civil, y especialmente entre los intelectuales, la
búsqueda de la perfección cristiana en medio del mundo".
En su homilía el "Padre" añade todavía que "también las obras que -en cuanto asociación-
promueve el Opus Dei, tienen esas características eminentemente seculares: no son obras
eclesiásticas" ("Conversaciones", n°. 119): así lo afirma, en pleno campus de una
Universidad de la Iglesia, quien ha sido nombrado Gran Canciller de la misma por un
decreto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades (Fuenmayor y otros
autores, 307).
e) En 1972 tiene lugar el más espectacular de los viajes del "Padre" por la península
Ibérica. Un viaje presentado como "decisión heroica" por Sastre (p. 528) y como "correría
apostólica" por Vázquez de Prada (p. 387). Un viaje de dos meses ("dos meses de
catequesis", Gondrand, 264), justificado por la "crisis que Dios permite en la Iglesia"
(Sastre, 529), una Iglesia que "está por dentro tan mal" que "sentía el "Padre" que el cuerpo
le pedía pelea" (Vázquez, 387).
Así pues, ante la crisis postconciliar de los últimos años del pontificado de Pablo VI,
"pelea". En Pamplona, en "su" Universidad, afirma que "todos los apostolados del Opus
Dei se reducen a uno solo: dar doctrina" (Gondrand, 264). Y eso es lo que hará en todas y
cada una de las etapas del viaje:
Bilbao, Madrid, Oporto, Lisboa, Jerez, Valencia y Barcelona. "Doctrina" acerca de los
sacerdotes: "Hay sacerdotes que, en lugar de hablar de Dios, que es de lo único que tienen
obligación de tratar, hablan de política, de sociología, de antropología. Como no saben una
palabra, se equivocan; y, además, el Señor no está contento" (Gondrand, 268). Por
consiguiente, declara, "vamos a salvar sacerdotes" (Vázquez, 390). "Doctrina" acerca del
matrimonio (y el divorcio): "Si se tuviera la manga ancha, y se les dejara, a la primera riña,
¡adiós! En cambio, están de morros ocho días, y después vuelven a quererse, y ya son
felices toda la vida" (Vázquez, 393). "Doctrina" sobre la confesión, práctica que algunos
católicos están abandonando, y en la que durante estos años el Opus Dei va a insistir
enormemente. "Doctrina" sobre la liturgia, que ha de estar bien hecha, sin prisas, y no
como algunos que "se ponen en mangas de camisa, de cualquier forma" (Gondrand, 269).
Y "doctrina" acerca de los hijos, en unos momentos en los que hay quien "comete crímenes
horrendos, verdaderos infanticidios" (Vázquez, 394).
La España que Escrivá había querido "recristianizar" treinta años antes, es en estos
momentos una España en pleno "proceso de secularización", que dirige su mirada cada vez
más hacia la Europa del Mercado Común y cada vez menos hacia la Europa de los
santuarios de Fátima y de Lourdes.
Y es que, "desde que se clausuraron las sesiones del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha
sufrido violentas sacudidas" (Sastre, 528). Como dice Berglar, "la inspiración del Espíritu
Santo no le faltó al Concilio. Pero esto no quiere decir que cada uno de los padres
conciliares fuera, en cada momento de las cuatro sesiones, receptáculo y portavoz del
Espíritu Santo, ni tampoco que todos los documentos están inspirados "por igual" y de tal
manera por el Espíritu Santo que no necesiten una interpretación" (Berglar, 296). Por esta
razón monseñor Escrivá había podido afirmar, en 1970, ante los miembros del consejo
general del Opus: "Sufro muchísimo, hijos míos. Estamos viviendo un momento de locura.
Las almas, a millones, se sienten confundidas" (ibíd., 305).
Trasladémonos, pues, a Roma, el otro gran centro de implantación y de actividad del Opus
Dei, y el foco de este "momento de locura" que según Escrivá le toca vivir a la Iglesia.
4. Roma
1) El concilio Vaticano II
En varios otros momentos hemos hecho referencia ya a este tema del Concilio: tanto al
escaso entusiasmo con el que el Opus Dei acogió la idea de su convocatoria y su
preparación, como a la imagen no demasiado positiva ni seria que la literatura "oficial"
parece presentar de la figura de Juan XXIII (una imagen y una falta de entusiasmo harto
extendidas, por lo demás, en determinados ambientes de la Curia vaticana). Por otra parte,
y pese a que retroactivamente se nos querrá presentar a Escrivá como un precursor del
Concilio y su mensaje como una anticipación de algunos documentos conciliares, hemos
visto igualmente que el balance global que del Concilio hace Berglar no es demasiado
positivo. Lo mismo cabría decir de Vázquez de Prada, quien comienza el capítulo 10 de su
libro recordando la máxima según la cual todo concilio pasa por tres fases -la primera, del
demonio; la segunda, de los hombres; y la tercera, de Dios- para añadir que en el caso del
Vaticano II "la primera secuencia se alargó en demasía" (Vázquez, 361).
En la aplicación de las declaraciones conciliares, Vázquez habla de "desmadre". De
desconcierto de los fieles cristianos. Discretamente alude al disgusto o contrariedad de
monseñor Escrivá por la reforma litúrgica. En muchos lugares, "con mayor o menor
descalabro, se iba resquebrajando la fe". El "Padre" alecciona a sus hijos y les pone en
guardia. "Evitar que el mal se infiltrara en sus almas", "eliminar posibles
desorientaciones", "alertar sobre la peligrosidad de ciertas teorías", procurar que no "les
alcanzasen ni siquiera las salpicaduras de los errores": tal parece haber sido el programa
del Opus Dei en los años del postconcilio (Vázquez, 362).
Si otras instituciones sufren "una especie de cataclismo religioso", en cambio "el espíritu
del Opus Dei permanecía, por supuesto, en su prístina identidad". Aun así, ante "el
desconcierto doctrinal y la desbandada eclesiástica", al "Padre" "el temperamento se le
sublevaba" porque, siempre según ese autor, "le parecían inadmisibles la pasividad y los
titubeos, sin que nadie se atreviera a poner remedio a la situación. Más le molestaba la
tendencia a convertir en problemático cualquier asunto, dejándose llevar del fatalismo, en
lugar de buscar soluciones" (Vázquez, 363). Pese a que su nombre no es mencionado, el
juicio sobre el dubitativo y "hamletiano" papa Montini es casi tan explícito como duro.
A lo largo de otras tres páginas más, Vázquez de Prada no se anda con rodeos. Algunos
"sectores del clero" reclaman libertad, equivalente a poder "imponer su propio criterio". Se
trata de sacerdotes "contaminados por una propaganda social de tinte marxista", que hablan
de "la Iglesia de los pobres", "malcolgando la sotana en cualquier percha", suponiendo que
no lleguen hasta el extremo de "alistarse en la guerilla". El autor critica sucesivamente "las
homilías de los domingos", los "insensatos experimentos litúrgicos" y el abandono de la
"indumentaria tradicional" del sacerdote. Subraya las "defecciones en las comunidades
religiosas", el vaciamiento de los seminarios, "las prácticas arbitrarias" en la
administración de los sacramentos. Por culpa de la "incuria" de muchos obispos, los fieles
son "como ovejas sin pastor" (Vázquez, 364-366).
En este período de "derrocamiento eclesiástico" (ibíd., 366), el Opus Dei tiende a
concebirse a si mismo como "el pequeño resto de Israel", el núcleo fiel que debe salvar a la
Iglesia del naufragio provocado por el concilio Vaticano II.
¿Cuál fue, de todos modos, la participación concreta de los miembros de la "cúpula" del
Opus en las tareas del Concilio? Conociendo el estilo de los biógrafos de Escrivá queda
claro que al fundador le supo muy mal no poder participar directamente en él.
Efectivamente, Gondrand afirma que "de acuerdo con la Santa Sede, no participará como
padre conciliar en las tareas del Vaticano II, pero las seguirá de cerca" (Gondrand, 231).
¡Como si la decisión de asistir al Concilio -como "padre conciliar"- fuera fruto de unos
pactos establecidos entre la Santa Sede y los interesados! Los padres conciliares son los
obispos "et alii a Summo Ponttfice ad Concilium vocati" ("Actae Apostolicae Sedis", 1962,
612): Escrivá no era obispo ni fue convocado por el Santo Padre. Berglar es algo más
cauto, pero aun así no logra evitar la tentación de afirmar -sin aportar pruebas,
evidentemente- que "en realidad, a Juan xxIII le hubiese gustado nombrar consultores del
Concilio tanto al Presidente general como al Secretario general del Opus Dei, pero esto
hubiera supuesto una sobrecarga enorme de trabajo y una dedicación de tiempo por parte
del Fundador a quien se le exigía un esfuerzo que superaba casi lo humano" (Berglar, 299).
En una palabra: el "Padre" no es tenido en cuenta y su nombre no aparecerá jamás en
conexión directa con el Concilio.
Mas no terminan aquí los embrollos de la literatura "oficial". Alvaro del Portillo sí va a
participar directamente en algunas tareas preparatorias del Concilio, "como presidente de
una de las comisiones previas, la de los laicos", además de ser, durante el Concilio,
secretario de la Comisión "sobre la disciplina del clero" y "experto, también, de otras
comisiones" (Gondrand, 231; véase, en el mismo sentido, el curriculum de Alvaro del
Portillo en Rodríguez y otros autores, 34; Portillo, 1981, 11; etc.). También en este punto
Berglar es más ambiguo: "Don Alvaro del Portillo participó desde el primer momento en la
preparación del Concilio, especialmente en lo referente al tema "los laicos en la Iglesia";
más tarde fue nombrado secretario de la Comisión conciliar "De disciplina cleri et populi
chnistiani" y perito de algunas otras comisiones" (Berglar, 299). Efectivamente, la
Comisión conciliar sobre la disciplina del clero la preside e1 cardenal Ciriaci, que es a la
vez el "cardenal protector" del Opus Dei; el secretario es del Portillo, y el secretario de
actas, Julián Herranz, también del Opus. Por lo demás, en los volúmenes de las "Actae
Apostolicae Sedis" correspondientes a estos años, Alvaro del Portillo aparece al final de
una relación de expertos (1962, 784) y figura asimismo como miembro de la "Pontificia
Comissione "dei Religiosi" per la preparazione del Concilio Vaticano II" ("Actae
Apostolicae Sedis", 1960, 844; el entrecomillado es nuestro); Amadeo de Fuenmayor es
consultor de esta misma Comisión "de religiosos" (ibíd., 845). En cambio, en la relación de
miembros y consultores de la "Comissione dell'Apostolato dei laici" (ibíd., 852s), no figura
ningún miembro del Opus Dei.
La otra fuente que refleja esos nombramientos y cargos, el "Annuario Pontificio", nos
proporciona los siguientes datos acerca de la participación de los miembros del Opus Dei
en las tareas del Concilio: en la edición del año 1961 se confirma que Alvaro del Portillo es
miembro de la Comisión de religiosos, y que Amadeo de Fuenmayor es consultor de esa
misma Comisión preparatoria, mientras que José María Albareda, entonces rector de la
Universidad Católica de Navarra, es consultor de la Comisión de estudios y seminarios. El
"Annuario" de 1962 presenta a Salvador Canals como consultor de la "Secretaría de Prensa
y Espectáculo" de preparación del Concilio. Pero en la relación nominal de los integrantes
de la Comisión preparatoria de apostolado de los laicos tampoco aparece ningún miembro
del Opus Dei.
Parece haber aquí, por tanto, una cierta incongruencia. O bien las fuentes oficiales de la
Santa Sede no documentan suficientemente la presencia del Opus en las comisiones
conciliares, o bien no se acaba de entender de qué forma su participación se efectúa
"especialmente en lo referente al tema de los laicos en la Iglesia" (Berglar, 299). Claro está
que será fundamentalmente éste el tema en el que el Opus Dei querrá presentarse más tarde
como movimiento que se había anticipado al Concilio, con una línea de pensamiento que
éste terminó reconociendo y oficializando (Benito, 1967, 566). En este sentido no deja de
resultar curioso que a lo largo de las 1.300 páginas del "Diario del Concilio", de Henri
Fesquet, el Opus Dei sea mencionado una sola vez, en relación precisamente con el tema
de los laicos. Pero Fesquet cita al Opus para decir que si el reconocimiento de la madurez
del laicado es condición de una auténtica presencia de la Iglesia en el mundo moderno, lo
cierto es que "hasta ahora no se han tomado aún medidas suficientes para asegurarla de
otra manera que por medio de unos institutos seculares tan sospechosos como el Opus Dei"
(Fesquet, 610).
2) El Opus Dei y la Curia vaticana
Pero si el grado de participación directa de la cúpula del Opus Dei en las tareas del concilio
Vaticano II es en definitiva harto menguado, menor de lo que la literatura "oficial" pretende
aparentar y posiblemente menor de lo que los dirigentes del Opus Dei hubiesen deseado,
no cabe decir lo mismo de su progresiva penetración en los organismos de la Curia
vaticana.
A lo largo de los años de preparación y celebración del Concilio, en efecto, el aparato
burocrático de la Iglesia continúa funcionando: en parte con la inercia inherente a toda
burocracia, en muy buena parte poniéndose al servicio del Concilio, pero en parte también
al servicio de los diversos intentos de boicot del Concilio. La reorganización y
reestructuración de la Curia no se llevará a cabo hasta las postrimerías de la década de los
sesenta: y hasta tanto no se produzca esa reforma de la burocracia vaticana, el Opus Dei va
a incrementar de modo notable su presencia en ella.
Al iniciarse el pontificado de Juan XXIII, Alvaro del Portillo es consultor de la
Congregación de Religiosos y de la Congregación del Concilio (atención: esta
congregación curial nada tiene que ver con el Vaticano II, sino que se trata del organismo
que habitualmente se ocupaba de las cuestiones de disciplina del clero, así como de la
supervisión de cofradías y asociaciones, de la Acción Católica, de las fundaciones y de los
beneficios y bienes eclesiásticos). El prefecto de dicha congregación es el cardenal Ciriaci,
futuro "protector" del Opus Dei. Y al año siguiente entrará a trabajar en ella Julián Herranz,
en la "sección de actividad pastoral y catequética" ("Annuario Pontificio", 1961; el trío
Ciriaci-Portillo-Herranz será el que en el Concilio asumirá la dirección de la Comisión de
disciplina del clero, según antes vimos). En la Congregación de Religiosos continúan
trabajando Salvador Canals (oficina jurídica de los institutos seculares) y Javier de Silió
(comisario); mientras que Escrivá es consultor de la Congregación de Seminarios y
Universidades.
De acuerdo con los datos del "Anuario" de 1961, además del ingreso en el mundo curial de
Julián Herranz, que ya no volverá a abandonarlo, se produce la entrada de Portillo en la
"Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio". Salvador Canals, por su parte, deja al
cabo de muchos años su trabajo en la Congregación de Religiosos y se convierte en
consultor de la Comisión Pontificia de Cine, Radio y Televisión; es también "auditor" del
Tribunal de la Santa Rota.
Al año siguiente el Opus Dei aparece por vez primera en un ámbito que va a tener para
ellos, posteriormente, una importancia fundamental: monseñor Escrivá es nombrado
consultor de la Comisión para la interpretación auténtica del Código de derecho canónico.
Simultáneamente, el nombre de Canals vuelve a aparecer en la Congregación de
Religiosos, pero ahora como consultor, junto a Portillo. Continúa trabajando en dicha
Congregación Javier de Silió, a la vez que se incorpora a ella otro miembro del Opus,
Severino Monzó: todo ello en el momento en que oficialmente el Opus Dei está haciendo
gestiones para dejar de depender de la Congregación de Religiosos... A ese cargo en dicha
Congregación, Salvador Canals acumula el de la Santa Rota y el de la Comisión de medios
de comunicación audiovisuales, e ingresa además como consultor en la Congregación del
Concilio, donde estaban ya, como hemos visto, Portillo y Herranz ("Annuario Pontificio",
1962).
Esta situación va a mantenerse hasta la terminación del Vaticano II. Son, pues, años de
expansión del Opus Dei dentro del mundo de la Curia. Inmediatamente después del
Concilio, el Opus Dei tiene una intervención muy escasa en los nuevos organismos creados
en el Vaticano como fruto de los aspectos más renovadores del Concilio (Secretariados
para la unidad, para los no cristianos, para los no creyentes, Consejo de laicos, etc.), los
cuales son mayoritariamente ocupados por los representantes de las corrientes más
"abiertas" o "avanzadas", que viven durante estos años unos momentos de euforia. Estos
mismos sectores, en cambio, menosprecian la importancia de otro ámbito, que les resulta
poco atractivo y al que nadie quiere dedicarse: el derecho canónico. Desde el Opus Dei,
por el contrario, se fomenta el cultivo de esta disciplina; Navarra se convierte en cantera de
una escuela de canonistas, y desde el mismo momento de la creación de la Comisión para
la revisión del Código de derecho canónico, el Opus está muy presente en ella.
Inicialmente el secretario de la Comisión es un jesuita vasco, Bidagor, poco amigo del
Opus; pero el secretario adjunto es un profesor belga de Lovaina, que al poco tiempo será
nombrado doctor "honoris causa" de Navarra; y uno de los dos primeros "oficiales" que
trabajan en la comisión es Julián Herranz, sacerdote del Opus, a la vez que Portillo figura
como consultor (Annuario Pontificio, 1966). Ambos se mantendrán en ella hasta la
aprobación del nuevo Código (entretanto, en Navarra, Fuenmayor será decano de la
Facultad de Derecho Canónico), momento en el que Herranz se convierte en secretario de
la Comisión "para la interpretación auténtica del Código" (Annuario Pontificio, 1964),
transformada más adelante en Consejo Pontificio para la interpretación de los textos
legislativos (Annuario Pontificio, 1989), un tipo de cargo que suele comportar la concesión
de la mitra episcopal, que Herranz obtiene en 1990.
Los otros organismos curiales en los que la presencia de miembros del Opus es constante
son la Congregación de Religiosos -pese a la voluntad de la Obra de independizarse de
ella- y la antigua Comisión de cine, radio y televisión, convertida después del Concilio en
Comisión para las comunicaciones sociales. En la Congregación de Religiosos, Alvaro del
Portillo figura como consultor hasta 1967, y Salvador Canals hasta los años setenta,
mientras que Julio Atienza substituye a Severino Monzó, en 1965, en la oficina de
institutos seculares. En cuanto a la Comisión para las comunicaciones sociales, además de
Salvador Canals ingresa en ella como consultor laico Ángel Benito (Annuario Pontificio,
1966); al terminar la década de los ochenta, Portillo aparecerá en ella como consultor, a la
vez que Joaquín Navarro Valls ocupará el cargo de director de la Oficina de Prensa de la
Santa Sede.
De acuerdo con la tesis de Grootaers, después de la clausura del Concilio el sector más
conservador de la Curia, que anteriormente había empleado "diversas estrategias para
imposibilitar la renovación, comienza a actuar con ataques indirectos: se denuncian ante el
Papa los abusos que se están cometiendo, y se le ruega que reaccione" (Grootaers, 95). Ello
habría provocado en Pablo VI una inquietud creciente, convertida en alarma a partir de
1967, y que alcanzó su punto más crítico al año siguiente, con motivo de las reacciones
hostiles a la publicación de la encíclica "Humanae vitae". En la medida en que quepa poner
en relación a la cúpula romana del Opus con estos sectores más conservadores de la Curia,
éste sería muy exactamente el contexto en el que habría que situar la irritación de
monseñor Escrivá cuando encuentra "inadmisibles la pasividad y los titubeos sin que nadie
se atreviera a poner remedio a la situación" (Vázquez, 363). Pero éste es asimismo el
momento en que monseñor Benelli, el principal colaborador de Pablo VI, se convierte en el
promotor de la reestructuración de la Curia (Grootaers, 128, nota 1).
El acceso de Benelli -enemigo acérrimo del Opus, según veremos en el próximo apartado-
a la Secretaría de Estado del Vaticano coincide con el momento de máxima implantación
del Opus Dei en los organismos de la Curia: Portillo es consultor y juez de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio), consultor de la
Congregación del Clero y de la Comisión de revisión del Código de derecho canónico;
Canals es comisario de la Congregación de Disciplina de los Sacramentos (sección de
causas de dispensa matrimonial), auditor de la Rota y consultor de las Congregaciones de
Religiosos y del Clero, y de la Comisión de comunicaciones sociales; Herranz trabaja en la
Comisión de revisión del Código; Atienza trabaja en la sección de institutos seculares de la
Congregación de Religiosos; Benito es consultor de la Comisión de comunicaciones
sociales. Monseñor Escrivá, en cambio, deja de ser consultor de la Congregación de
Seminarios y Universidades y, por vez primera en muchos años, no ostenta ningún cargo
vinculado a los organismos curiales (Annuario Pontificio, 1969).
Pero la reestructuración de la Curia promovida por Benelli supone un freno a este proceso
de constante expansión del Opus Dei, el cual paulatinamente irá perdiendo posiciones, en
estricto paralelismo con la paralización del proceso de resolución de su estatuto jurídico,
que seguidamente analizaremos. Y será precisamente en el momento del desbloqueo de
dicho proceso, coincidente con la elección de Juan Pablo II, cuando se producirá una nueva
modificación de su presencia en los organismos curiales, esta vez en lugares y con
objetivos distintos a los de los años sesenta.
En efecto, después de la muerte de Canals y Escrivá (1975), del alejamiento de Benelli
hacia la sede de Florencia (1977), del fallecimiento de Pablo VI y de Juan Pablo I (1978), y
de la consiguiente elección del cardenal Wojtyla, el Opus Dei consigue encauzar
definitivamente la resolución de su estatuto jurídico hacia el reconocimiento como
"prelatura personal". Una vez alcanzado dicho objetivo, pasa a depender de la
Congregación de los Obispos. Por otra parte, la introducción del proceso de beatificación
de su fundador es competencia de la Congregación para las Causas de los Santos. Esos dos
organismos curiales, junto con la Comisión que se ocupa del Código de derecho canónico,
constituirán durante los años ochenta y noventa la base de la presencia institucional del
Opus en los organismos curiales.
En el Annuario Pontificio del año 1982 el Opus Dei aparece registrado todavía como
instituto secular ("veinticuatro años después" de que Escrivá hubiera afirmado que "en lo
sucesivo no se nos puede aplicar ese nombre"; Fuenmayor y otros autores, 564). Al año
siguiente figura ya en el Annuario como prelatura personal (aprobada el 28 de noviembre
de 1982). Javier Echevarría, vicario general de la prelatura, es consultor de la
Congregación para las Causas de los Santos. El prelado, Alvaro del Portillo, también. El y
Herranz están al mismo tiempo en la Comisión para la revisión del Código de derecho
canónico (Annuario Pontificio, 1983). Algo más tarde, Herranz es nombrado consultor de
la Congregación de los Obispos, de la que depende la prelatura (Annuario Pontificio,
1984). Y al terminar la década de los ochenta e iniciarse la de los noventa, el obstáculo que
había supuesto la presencia poco amistosa de monseñor Benelli ha quedado superado, y la
cúpula romana del Opus Dei vuelve a estar sólidamente implantada en la Curia. Monseñor
del Portillo, Prelado, y obispo desde 1991, además de Gran Canciller de las Universidades
de Navarra (España), Piura (Perú) y La Sabana (Colombia), es asimismo Gran Canciller
del Ateneo Romano della Santa Croce y consultor de la Congregación para las "Causas de
los Santos", de la del Clero, y del Consejo para las comunicaciones sociales. Julián
Herranz, igualmente obispo desde 1991, es el secretario del Consejo para la interpretación
de los textos legislativos, y consultor de la Congregación de Obispos. Javier Echevarría,
vicario general de la prelatura, es consultor de la Congregación para las "Causas de los
Santos". También lo es Joaquín Alonso, mientras que José Luis Gutiérrez es uno de los
conferir a su instituto secular un nuevo estatuto que evite toda equiparación de sus
miembros a los religiosos, ya que este hecho perjudica gravemente "el apostolado de
penetración del instituto" (Fuenmayor y otros autores, 570; seis años más tarde monseñor
Escrivá declarará que esa fórmula del apostolado de "penetración" "no se aplica para nada
al apostolado del Opus Dei"; "Conversaciones", n°. 66). La solución concreta que propone
-una prelatura en la cual quedarían incardinados todos los sacerdotes del instituto- es
denegada por la Santa Sede, la cual recuerda por escrito a monseñor Escrivá que en el
momento de su aprobación se otorgaron al Opus Dei una serie de "privilegios que en la
actualidad difícilmente podrían ser concedidos", y que una independización con respecto a
la Congregación de Religiosos supondría automáticamente "la pérdida de dichos
privilegios", que posee en la medida en que "es un estado de perfección" (Fuenmayor y
otros autores, 572).
Así pues, las razones por las que las negociaciones desembocan en un punto muerto
parecen bastante diáfanas. El Opus Dei, por un lado, no quiere seguir siendo "instituto
secular" y "estado de perfección", ni desea permanecer bajo la dependencia de la
Congregación de Religiosos; pero por otro lado, en absoluto quiere renunciar a los
privilegios de que goza, básicamente en lo que a su autonomía respecto de las estructuras
eclesiásticas diocesanas se refiere. Y la Santa Sede da a entender a Escrivá, sin rodeos, que
si deja de ser instituto secular y estado de perfección, "quedará reducido a una simple
asociación de sacerdotes y laicos, y perderá sus privilegios" (Fuenmayor y otros autores,
572). "La negativa recibida fue, para monseñor Escrivá de Balaguer, causa de profundo
dolor" (ibíd., 338).
El tema no volverá a ser abordado hasta los comienzos del pontificado de Pablo VI. Y
habida cuenta de la forma en que es tratado en la literatura "oficial" del Opus Dei,
claramente se deduce que queda planteado en unos términos nada favorables a sus
intereses. Pese a las alusiones a la "mano amiga" y a la "amable sonrisa" de Pablo VI, lo
cierto es que la posible transformación jurídica del Opus quedará totalmente paralizada
durante el resto de ese pontificado, y que -como dice Artigues- "cabe pensar que los
primeros meses de 1964 han sido para el Opus Dei un período especialmente difícil"
(Artigues, 134).
Aunque no sea el único, uno de los ejes básicos en torno a los cuales giran estas
dificultades puede situarse en la audiencia de Pablo VI a Escrivá del día 24 de enero de
1964 (al cabo de medio año de su elección como papa). Primer dato sintomático: al
comentar las "excelentes" relaciones entre Escrivá y la Santa Sede, Berglar escribe que los
diversos papas "concedieron importantes audiencias privadas a monseñor Escrivá de
Balaguer"; mas en su listado de tales audiencias, omite la del mes de enero de 1964
(Berglar, 412, nota 27). Otros autores la mencionan, pero limitándose a hablar del
"cariñoso abrazo" (Gondrand, 232; Sastre, 483), sin referirse para nada al contenido de la
entrevista. Unos días más tarde, Escrivá recibe una carta de Pablo VI: "Hay en ella
términos elogiosos" (Vázquez, 332). Además de los elogios y los abrazos, se abordó
igualmente "el problema institucional de la Obra" (Fuenmayor y otros autores, 350).
A través de una carta de Escrivá a Pablo VI (del 14 de febrero de 1964, reproducida en
Fuenmayor y otros autores, 574s) sabemos, por ejemplo, que e1 Santo Padre le había
pedido expresamente el texto de las Constituciones del Opus Dei.
Sabemos asimismo que Escrivá añadió algunos otros documentos; entre ellos la carta "Non
ignoratis", según la versión "oficial", si bien este extremo no parece confirmado, antes
bien, desmentido (véase la contradicción entre la lista de documentos tal como aparece
descrita en Fuenmayor y otros autores, 350, y tal como la describe Monseñor Escrivá,
Ibíd.., 574s, contradicción que hemos observado en el capítulo anterior). Por lo demás, la
única alusión que la carta hace al "problema institucional" es para decir "que no tenemos
prisa" (Ibíd.., 575). Hasta el punto que al cabo de tres meses Escrivá queda "un tanto
sorprendido" al enterarse de la forma indirecta de que Pablo VI "ha hecho estudiar" los
documentos que él le había mandado (Ibíd.., 351).
El "no tenemos prisa" parece responder más bien al hecho de que en esos momentos el
Opus Dei está atravesando por horas de crisis. La calculadísima ambigüedad del lenguaje
empleado en la literatura "oficial" así lo confirma. Curiosamente, "el mismo día" en que
escribe a Pablo VI la carta a la que acabamos de hacer referencia, el "Padre" afirma, según
Vázquez de Prada, que "arreciaba la persecución", que "no hay otra palabra en el
diccionario para expresar lo que ocurría" y que se sentía tratado como si fuera "ya no el
cacharro de la basura, sino la escupidera de todo el mundo" (Vázquez, 512s).
Por lo que cuenta López Rodó, monseñor Escrivá le había comentado personalmente que
Pablo VI "le dijo cosas que ni su madre se las hubiera dicho" (López Rodó, 1990, 160).
Ciertamente, las madres se deshacen a veces en elogios de los hijos; pero suelen ser más
bien cuando los hijos no están escuchando. Y no es menos cierto que nadie suele reñir a los
hijos tanto como la madre.
En todo caso, el que nos consta que por esta misma época "le dijo cosas" a monseñor
Escrivá fue el teólogo suizo Hans Urs von Baltasar. Unas pocas semanas antes de la
audiencia de Pablo VI a Escrivá, había publicado un denso e importante artículo en el cual
revisaba la trayectoria de las principales corrientes intregristas dentro de la Iglesia
Católica, y afirmaba que "sin duda, la más poderosa de todas ellas es hoy el Opus Dei"
(Von Balthasar, 1963, 742). Unos meses más tarde, mientras "la persecución arrecia" según
Escrivá, y mientras Pablo VI está "haciendo estudiar" los documentos que Escrivá le ha
remitido, von Balthasar publica un segundo artículo en el cual, dirigiéndose directamente
al Opus Dei, escribe: "Que tengáis mucho poder, mucho dinero, muchos cargos políticos y
culturales; que empleéis una táctica inteligente y discreta con el fin de alcanzar esas
posiciones por la vía más rápida y directa; no hay nada que decir. En sí mismo, el poder no
es malo. Toda la cuestión, la cuestión decisiva, es ésta: ¿para qué queréis el poder? ¿Qué
pensáis hacer con él? ¿Cuál es el espíritu que pretendéis propagar con estos medios?" (Von
Balthasar, 1964, 117).
Son varios los autores que coinciden en afirmar que la fase más tempestuosa de la crisis se
cierra en octubre de 1964, fecha en la cual Escrivá es recibido de nuevo por Pablo VI.
¿Armisticio? En cierto modo, sí: la ofensiva cesa; pero a cambio de ciertas exigencias. A
partir de este momento el Opus Dei habría cedido en la cuestión del secreto o la discreción,
habría empezado a hablar abundantemente de libertad y habría substituido su antiguo
silencio por una creciente propaganda de sus actividades y obras sociales (Artigues, 136;
Hermet, 1980, 1, 267; Piñol, 4lss). Por lo demás, se habría acordado una pausa de espera
antes de volver a plantear la cuestión jurídica (así lo admite incluso la literatura "oficial";
Fuenmayor y otros autores, 353). En concreto, ello significa que durante otros dieciocho
años el Opus Dei va a seguir siendo un instituto secular.
Con motivo de esta misma audiencia del mes de octubre de 1964, Pablo VI entrega a
monseñor Escrivá una carta, al parecer elogiosa. Dado que nunca ha sido publicada (el
apéndice de Fuenmayor y otros autores no la reproduce, y en el texto ni siquiera es
mencionada) cabe preguntarse, de todos modos, si se trata exclusivamente de una carta de
elogio del Opus Dei. Puestos a preguntar, cabría incluso la posibilidad -tal como nos ha
sucedido ya en otras ocasiones- de que se tratara efectivamente de una carta elogiosa, pero
no de elogio del Opus Dei: en efecto, resulta que en el primer párrafo (reproducido en
Vázquez, 333), Pablo VI hace referencia a "los miembros de esta Sociedad Sacerdotal de la
Santa Cruz". Bien es verdad que otros autores reproducen un fragmento distinto del
documento (Sastre, 484; Seco, 58), en el que el Opus Dei es mencionado. Pero únicamente
una lectura íntegra permitiría saber si la carta contiene otras afirmaciones acaso no tan
elogiosas, o bien si el Papa -la "mano amiga" que Escrivá encontró en Roma en 1946,
cuando la entidad oficialmente reconocida era la Sociedad Sacerdotal y no el Opus Dei-
continúa estableciendo alguna clase de distinción entre Sociedad Sacerdotal y Opus Dei.
Se ha comentado, en este sentido, que incluso en el momento de la muerte de monseñor
Escrivá, en 1975, Pablo VI envió a la sede central del Opus unas líneas de pésame en las
que aludía al difunto en cuanto fundador de la Sociedad Sacerdotal, sin más. Y lo cierto es
que aunque todas las biografías del "Padre" mencionan la existencia de la carta, ninguna de
ellas la reproduce íntegra.
Finalmente, estas observaciones sobre la mayor o menor cordialidad de las relaciones entre
la "cúpula" romana del Opus y el "terzo piano" de la Plaza de San Pedro exigen algún
comentario relativo a uno de los principales colaboradores personales de Pablo VI, sobre el
cual los autores del Opus descargan la agresividad que nunca descargarán -o que no se
atreven a descargar abiertamente- sobre la figura del Papa. Nos referimos, claro está, a
monseñor Benelli, a quien hicimos ya alusión más arriba en cuanto "promotor de una
reestructuración de los servicios curiales" (Grootaers, 128) al final de la década de los
sesenta, reestructuración que frenó la gradual expansión de los dirigentes del Opus dentro
de los organismos de la burocracia vaticana.
Sorprende, por inhabitual, el lenguaje utilizado por algunos autores del Opus Dei para
hablar de un alto dignatario eclesiástico como monseñor Benelli. En un capítulo de su obra
"El franquismo y la Iglesia", dedicado a la deterioración de las relaciones entre el primero
y la segunda, Gómez Pérez acusa a Benelli de "apoyo indirecto, pero eficaz" de los
conflictos protagonizados por una "activa minoría de sacerdotes y religiosos". Considera
incluso que "monseñor Benelli alentaba -o por lo menos no frenaba- el enfrentamiento de
los movimientos (de Acción Católica) con la jerarquía (Gómez Pérez, 1986, 160). Algo
más adelante, reproduce varias notas publicadas en la prensa internacional con motivo del
fallecimiento de Benelli, el año 1982, en las que se dice de él que era "un hombre con
puntos de vista conservadores", que tenía "mucho poder en el Vaticano" y que "leía todas
las cartas dirigidas al Papa y todos los informes; organizaba las audiencias, proponía los
nombramientos de nuncios y de obispos" (ibíd., 160; véase igualmente 162s).
En las "Memorias" del político y diplomático López Rodó, la figura de monseñor Benelli
no corre mejor suerte. Un ministro de Franco le espeta: "usted manda en la Iglesia y yo en
España" (López Rodó, 1991, 234). Con motivo de una enfermedad de Pablo VI, el año
1967, el entonces embajador español dice que no juzga que Benelli tenga "la experiencia y
la madurez necesarias" para hacerse cargo de determinados asuntos (ibíd., 237). Y dos años
más tarde, el nuevo embajador español afirma que hay que decirle "a ese Monseñor
(Benelli) que deje de entrometerse en cuestiones políticas y de opinar de lo que no
entiende" (ibíd., 481).
Lo que resulta singularmente significativo no son tanto los juicios sobre (o contra)
monseñor Benelli en sí mismos, como el hecho de que unos autores que suelen ser tan
exquisitamente prudentes en sus apreciaciones cuando se trata de personalidades
eclesiásticas, se permitan en este caso reproducir unas observaciones y unos comentarios
tan hostiles. (Señalemos, de paso, que en las diversas biografías del "Padre" el nombre de
Benelli no aparece para nada, con las dos únicas excepciones que algo más adelante
veremos.)
Lo cierto es que la historia de los enfrentamientos entre Benelli y el Opus es larga y que
sus orígenes son lejanos. Antes de ser nombrado en 1967 por Pablo VI para trabajar en la
Secretaría de Estado, Benelli había pasado unos años en Madrid como consejero de la
nunciatura, a raíz de la substitución del nuncio Antoniutti (amigo del Opus y amigo de
Franco) por el nuncio Riberi (no tan amigo e ninguno de los dos). En un libro publicado en
1985 Paul Hofman, que había sido corresponsal del "New York Times" en Madrid, aplica
cómo monseñor Riberi le había comentado que en la nunciatura era imposible hablar
abiertamente en presencia del personal doméstico, que la nunciatura estaba llena de
"monjas" del Opus y que se había visto obligado a substituir a algunas telefonistas porque
tenía la convicción de que escuchaban todas las conversaciones (Hofman, 229s). En una de
las entrevistas realízadas durante la investigación, un obispo me dijo exactamente 1o
mismo: amigo personal de Benelli, ambos habían convenido en dar un nombre falso
cuando telefoneaba a la nunciatura, porque estaban persuadidos de que las conversaciones
eran escuchadas por las numeradas "inservientes" del Opus Dei. También en la mesa
quedaban automáticamente interrumpidas las conversaciones sobre temas "delicados",
cuando entraban en el comedor las numerarias auxiliares del Opus Dei en funciones de
camareras.
Aun prescindiendo de la posible discusión sobre la veracidad objetiva de tales
informaciones, lo que nos interesa subrayar aquí es la "sensación" de monseñor Benelli y
de los demás implicados de estar siendo espiados. Y, por consiguiente, la hostilidad de las
relaciones entre Benelli y los dirigentes del Opus Dei. Pues bien: ese mismo monseñor
Benelli es quien se convierte a partir de 1967 en un estrecho colaborador de Pablo VI, y
quien -según Gómez Pérez, miembro del Opus- 'lee las cartas y los informes dirigidos al
Papa, organiza las audiencias', etc. Al morir monseñor Escrivá (1975) el representante
personal que Pablo VI envía a los funerales será precisamente... ¡monseñor Benelli (Sastre,
632 y 635; Gondrand, 293).
Por más que la literatura "oficial" quiera persuadimos de lo contrario, las relaciones entre
Pablo VI y el Opus Dei fueron siempre difíciles y tensas. Y ello aplica que diecisiete años
después de haber escrito solemnemente que "no somos un instituto secular, ni en lo
sucesivo se nos puede aplicar ese nombre" (en la carta "Non ignoratis"; Fuenmayor y otros
autores, 564), monseñor Escrivá fuese todavía, al morir, el presidente general del instituto
secular del Opus Dei.
4) El Opus Dei, prelatura personal
Si tras la segunda audiencia de Pablo VI a Escrivá, en 1964, el tema del estatuto jurídico
del Opus Dei entra en un prolongado compás de espera, poco después de la muerte del
fundador los acontecimientos se aceleran. El año 1977 monseñor Benelli es nombrado
arzobispo de Florencia y abandona Roma. El año siguiente es el de la muerte de Pablo VI y
el de la elección de Juan Pablo I y de su muerte al cabo de un mes. En el segundo cónclave
del año 1978 está probablemente en juego, entre muchas otras cosas, el futuro del Opus
Dei. Monseñor Benelli es uno de los cardenales que cuenta con mayores probabilidades de
ser elegido papa, su candidatura estuvo a punto de reunir los necesarios dos tercios de los
votos (Grootaers, 124-133). Pero el elegido es finalmente el cardenal polaco Wojtyla, quien
declara casi inmediatamente que juzga necesario resolver "la cuestión de la configuración
jurídica del Opus Dei".
A partir de este momento, el resto del proceso hasta llegar a la erección de la prelatura del
Opus Dei está suficientemente documentado, y no vamos a detenernos en él, si bien es
preciso decir que durará aún otros cuatro años y que no va estar exento de ciertas
dificultades. También sobre las prelaturas personales y sus características la bibliografía es
abundantísima y ha sido producida sobre todo por miembros del Opus, única prelatura
personal hasta hoy existente. (Véase Rocca, 1985, 103-128, con muchas referencias
bibliográficas y con indicación de algunos aspectos jurídicos no del todo resueltos, además
del apéndice documental correspondiente, p. 207-227; Fuenmayor y otros autores, 421-503
y, sobre todo, los documentos de las p. 594-627; véanse asimismo Walsh, 83-113 y Hertel,
132-141, como síntesis en versión "no oficial', por contraposición a las síntesis "oficiales"
de Berglar, 361 -384, Lo.Tourneau, 62-68, o a los estudios incluidos en el volumen de
Rodríguez y otros autores, 403-465.)
Con la publicación del documento pontificio de erección del Opus Dei en prelatura
personal y de sus Estatutos ("Código de derecho particular del Opus Dei"), llega a su fin el
largo y complejo "itinerario jurídico" del movimiento fundado por monseñor Escrivá de
Balaguer. Los autores "críticos' ponen de relieve el hecho de que los dirigentes del Opus
Dei afirman, en esta oportunidad, exactamente lo mismo que habían afirmado ya en 1950,
en el momento de la aprobación del instituto secular a saber, que el Opus Dei hallado su
solución jurídica "definitiva".
·*********
Pero el itinerario jurídico del Opus no es el único que llega así a su fin. Aquí finaliza
igualmente el extraordinario ejercicio de "alternación" al que hemos asistido y que hemos
tratado de ir resiguiendo a lo largo de todas estas páginas.
En la constitución apostólica "Ut sit" (de erección de la prelatura), después de reconocer
que el Opus Dei fue fundado en Madrid el día 2 de octubre de 1928 por José María Escrivá
de Balaguer, guiado por la inspiración divina, se afirma que "desde sus comienzos, esta
institución se ha esforzado, no sólo en iluminar con luces nuevas la misión de los laicos en
la Iglesia y en la sociedad humana, sino también en ponerla por obra; se ha esforzado
igualmente en llevar a la práctica la doctrina de la vocación universal a la santidad, y en
promover entre todas las clases sociales la santificación del trabajo profesional y por medio
del trabajo profesional' (en Rodríguez y otros autores, 395s).
Para una organización eclesiástica, resulta difícilmente concebible un ejercicio de
alternación que culmine en un éxito más rotundo que aquel que logra poner en labios de un
Pontífice la propia reinterpretación del pasado y su adecuación a las circunstancias del
presente. No son los discípulos del "Padre", sino que es Juan Pablo II quien atribuye a la
"inspiración divina" una fundación, con una fecha concreta "del año 1928", realizada por
"Escrivá de Balaguer". ¡Cualquiera se atreve a poner en tela de juicio el nombre, la fecha y
la inspiración!
Habíamos iniciado esta recapitulación histórica del Opus Dei partiendo de la tesis, que
considerábamos elemental y de sentido común, según la cual el Opus Dei había ido
evolucionando gradualmente y adaptándose a las nuevas circunstancias a medida que se
modificaba el contexto de su inserción española (de la república y la guerra civil al
franquismo y al postfranquismo), internacional (del fascismo y la guerra mundial a la
guerra fría y la distensión), y eclesiástica (del preconcilio al postconcilio). Desde esta
perspectiva resulta comprensible que el Opus Dei hable hoy de "la misión de los laicos en
la Iglesia", de "vocación universal a la santidad", de "santificación del trabajo" y de "todas
las clases sociales", y que durante los primeros años hablara en cambio de "caudillos", de
"universitarios e intelectuales" y de "santa intransigencia, santa coacción y santa
desvergüenza". Pero hemos podido comprobar que la literatura que aquí hemos
denominado "oficial" se negaba sistemáticamente a adoptar esta perspectiva, afirmando
que el Opus Dei jamás había cambiado y jamás tendría que cambiar. Después de haber
contemplado las numerosas vicisitudes de todo tipo por las que ha atravesado el Opus Dei
en el transcurso de su breve pero compleja historia, el hecho de conseguir que un solemne
documento pontificio afirme que "desde sus comienzos" el Opus Dei ha dicho y hecho
aquello que hoy dice que hace, supone no sólo el éxito de un ejercicio de alternación, sino
también el triunfo de la "santa pillería" en la que tanto se distinguió monseñor Escrivá de
Balaguer.
"El Opus Dei -escribe Vilariño en un texto mas reciente- aporta a la organización
eclesiástica y a la sociedad española dos cosas fundamentales: por un lado, el sentido de la
preeminencia de lo económico y de la profesionalidad secular y por el otro, una renovada
forma de puritanismo moral en el ámbito de la vida privada. Confinamiento de lo religioso
al mundo privado y preeminencia del éxito económico a través de un cultivo acendrado de
la profesionalidad, he ahí las dos contribuciones fundamentales del Opus Dei a la sociedad
española" (Pérez Vilariño y Schoenherr, 453). La distinción entre el ámbito económico y
e1 ámbito de la vida privada es seguramente, en el caso del Opus Dei, importantísima;
aunque no creemos que, precisamente en el caso del Opus, pueda hablarse de un
"confinamiento de lo religioso al mundo privado". Además de proponer una hipótesis
interesante, según la cual el actual gobierno español del PSOE "ha continuado el proceso
de modernización promovido por el Opus con su doble componente de racionalización
económica y de ética secular", razón por la cual no es de extrañar "que el PSOE haya
sustituido al Opus como nueva vía de ascenso social en la década de los ochenta", e1 texto
concluye -weberianarnente- que "la aportación moderna del Opus a la Iglesia, a la sociedad
española puede definirse como la introducción tardía y eficiente del espíritu del
capitalismo, en forma de ética de la vocación individual como logro profesional" (ibid.,
454).
También Carandell utiliza una argumentación similar para hablar de "la estimulante
doctrina económica de Escrivá". Pero, según él, "la idea de la santificación del trabajo y
por el trabajo, la idea, en definitiva, de la equiparación del triunfo profesional y económico
con la perfección espiritual no brota por generación espontánea en la mente dc Escrivá. Es
una idea de raíz protestante (y aquí es inevitable recordar el libro de Max Weber) que le
llega no se sabe bien por qué complicados caminos" (Carandell, 182).
Tanto en el texto de Vilariño y Schoenherr, como en el de Carandell, la dificultad básica
estriba en que ofrecen una visión del Opus Dei que, aun siendo una visión "desde fuera",
"parte en realidad de la aceptación acrítica de algunos estereotipos" difundidos por la
literatura "oficial" del Opus Dei. Teniendo en cuenta la evolución histórica del
movimiento, tal como aquí ha sido analizada, habría que precisar que la hipotética
"aportación" del Opus comienza en todo caso a "partir de una fecha determinada", y que
probablemente es erróneo hablar de una "doctrina económica" de Escrivá, estimulante o
no.
La caricatura de este tipo de aproximación la tenemos en el tratamiento frívolo y
superficial que del Opus Dei se hace a menudo en la prensa, por más que los artículos
lleven la firma de profesores de sociología. Hay quien considera al Opus Dei como "la
primera secta protestante del catolicismo" y se pregunta "si los trece seglares que Escrivá
eligió para fundar el Opus Dei en 1928 conocían los escritos weberianos sobre sociología
de la religión" ("El País", 25.11.1982, p.l1s). Lo grave del caso no es el hecho de ignorar
que en 1928 Escrivá no "eligió" a ningún seglar y que tardó muchos años en tener a trece a
su lado. Lo grave es no darse cuenta de que e1 "milagro" del Opus lo es en todo caso en la
medida en que las intenciones eran unas y las consecuencias fueron otras, ya que ello
significa que no se ha entendido, ni al Opus, ni a Weber.
En cuanto al Opus Dei como "primera secta protestante del catolicismo", sería algo así
como el cumplimento de aquella profecía de Montesquieu: "La religión católica destruirá a
la religión protestante, y después los católicos se harán protestantes" (citado en Aranguren,
1952, 217).
Aun así, la caricatura no deja de ofrecer cierto interés, por cuanto la encontramos
igualmente en algunos textos de la literatura "oficial" del Opus Dei que directa o
indirectamente aluden a la tesis de Weber. Ante el mensaje de monseñor Escrivá, dice
Berglar, "¿qué es lo que quiere?, se preguntaban muchos. ¿Qué es eso de la "santificación
del trabajo"? Eso suena a cosa de protestantes..." (Berglar, 223). También en el caso de la
literatura "oficial", en efecto, prevalece la impresión de que los autores no han entendido a
Weber, o bien hablan de él nada más que de oídas. Limitémonos, por ahora, a un único
ejemplo: "Es corriente en cierta literatura sobre el Opus Dei compararlo con la
espiritualidad calvinista, en lo que se refiere al gran aprecio por el trabajo. (...) En realidad,
para el calvinismo, la dedicación al trabajo -y, sobre todo, el éxito en él- es un signo de la
predestinación, de la salvación. Para el Opus Dei, dentro de la espiritualidad católica, el
valor del trabajo deriva de ser la primordial vocación del hombre y de haber sido asumido
por Cristo" (Gómez Pérez, 1986, 252).
De todos modos, la estrategia habitual de la literatura del Opus es otra. Consiste en
prescindir alegremente de toda referencia a la Reforma, al calvinismo, a los puritanos y a
Weber. El mismo autor que, en actitud defensiva, acabamos de ver cómo situaba al Opus
"dentro de la espiritualidad católica", en otro texto menos comprometido se limita a decir
que "monseñor Escrivá de Balaguer, desde el 2 de octubre de 1928, ofrece un camino
nuevo en la historia de la espiritualidad cristiana" (Gómez Pérez, 1978, 19). Y el otro autor
antes citado, cuando no tiene miedo a que le digan que "eso suena a cosa de protestantes",
va y explica que "una de las caracteristicas de la solidaridad cristiana y humana consiste en
no amontonar riquezas, y en hacerlas productivas" (Berglar, 314).
Y es que "probablemente, la idea del trabajo como medio universal de santificación es una
de las aportaciones más ricas que monseñor Escrivá de Balaguer ha hecho no sólo a la
doctrina cristiana, sino a la cultura universal" (García Hoz, 1988, 201). La historia queda
eliminada: el Opus Dei entronca directamente con las primeras comunidades cristianas
(Portillo, 1978, 40). Más aún: con el comienzo de toda la historia; "en muchos aspectos, el
Opus Dei representa una vuelta a los planes originales de Dios: el primer mandamiento que
dio a Adán y Eva, en el Paraíso..." (Helming, 21).
Cierto es que más allá de estas simplificaciones, por ambos extremos, contamos asimismo
con algunas aproximaciones mucho más rigurosas al fenómeno que aquí nos interesa.
Como, por ejemplo, la del estudio sobre "Las elites del poder económico en España", de
Carlos Moya, quien sostiene que la espiritualidad del Opus Dei "ha cumplido, para el
desarrollo de una ética burocrática-empresarial en la católica sociedad española, la misma
función impulsora que Max Weber señalaba para la ética calvinista con relación al
desarrollo del espíritu del capitalismo" (Moya, 1984, 137). Y, sobre todo, como la tesis de
José V. Casanova, discutible en algunas cuestiones de interpretación, pero
substancialmente paralela a la del presente capítulo, en la cual el autor presenta "la ética
del Opus Dei como una versión católica del ascetismo intramundano, aquella manera "de
ser en el mundo" que conduce a un estilo de vida racionalizado y que presenta, según
Weber, afinidades electivas con el capitalismo racional moderno. El Opus Dei introdujo
por vez primera en la historia de la España católica la noción típicamente protestante de
santificación del trabajo en el mundo a través de la "vocación" profesional" (Casanova,
1982, 5).
2. El desarrollo económico español de los años sesenta
Antes de proseguir hemos de preguntarnos, no obstante, cuáles son las razones por las que
una serie de autores coinciden en ver en el Opus Dei "una organización que desempeña un
papel muy parecido a aquel que Weber atribuye a las sectas protestantes en su tesis"
(Casanova, 1982, 3). Para poder contestar la pregunta, ante todo hay que situar el
paralelismo en su "contexto preciso", que es el de la España de los años sesenta. En efecto,
nunca se habla del Opus Dei como vehículo o "portador" ("Triger") de la cultura
económica o del "espíritu" del capitalismo en las Filipinas o en el Perú; y mucho menos
aún, obviamente, en Australia, o en el Japón, ni siquiera en Irlanda. De la misma manera
que no se habla del Opus Dei en estos términos al referirse a la España de los años
cuarenta.
El fenómeno tiene, por tanto, unas coordenadas muy precisas, en el espacio y en el tiempo.
Se produce concretamente en el momento en que coinciden "un cambio en la orientación
de la política económica" de la España franquista, y la entrada en el gobierno de "dos
ministros miembros del Opus", que ocupan precisamente carteras económicas.
Esquemáticamente, la secuencia sería la siguiente: a finales de 1956 Laureano López Rodó
es nombrado secretario general técnico de la Presidencia del Gobierno. El objetivo básico
que se propone es, según algunos autores, la modernización y racionalización de la
administración pública; otros tienden a considerarle como el artífice máximo de la nueva
política económica; él mismo, con el tiempo, ha tendido progresivamente a presentar su
trayectoria como fundamentalmente orientada a garantizar la transición pacífica del
régimen de Franco a la monarquía actual (véase especialmente su libro "La larga marcha
hacia la monarquía", 1977).
A principios de 1957 se produce una remodelación ministerial (cambian 12 de los 18
ministros), que como gran novedad comporta la entrada de Alberto Ullastres en Comercio
y de Mariano Navarro Rubio en Hacienda. Además, según Ramón Tamames, el Opus Dei
tiene un director general en Información y subsecretarios y directores generales en Obras
Públicas y Educación (Tamames, 1973, 511; desde el punto de vista "oficial", obviamente
esto no es correcto: el Opus Dei no "tiene" ministros ni directores generales en ninguna
parte; en todo caso "hay" unos ministros o directores generales que "son" miembros del
Opus Dei).
Este Gobierno de 1957 es el gobierno del "Plan de estabilización" económica y el de la
primera apertura hacia el exterior, con el establecimiento de vínculos con el Fondo
Monetario Internacional, la Banca Mundial y los consejeros económicos de la Casa Blanca
(Gallo, 342s; sobre el Plan de estabilización y la nueva política económica a partir de 1957,
véase Tamames, 1973, 464 ss, libro ferozmente criticado por ciertos organos del Opus Dei,
como por ejemplo la revista "Nuestro Tiempo", n°. 236, febrero de 1974).
Tras el gobierno del Plan de estabilización viene el gobierno del "primer Plan de
desarrollo" (1962-1965): López Rodó es el comisario del Plan; Navarro Rubio se ocupa
principalmente de la racionalización de las instituciones financieras y de los contactos con
el capital internacional; Ullastres, de la dinamización del empresariado y de la
racionalización del mercado. A partir de 1962 entra en el gobierno un nuevo miembro del
Opus, Gregorio López Bravo, como ministro de Industria (en 1959 había sido nombrado
director general de Comercio Exterior y al año siguiente director del Instituto Español de
Moneda Extranjera). El mes de febrero de 1962 España presenta su primera solicitud de
asociación a la Comunidad Económica Europea.
En 1965 cesan en el gobierno Navarro Rubio, que pasara a ser gobernador del Banco de
España y a quien substituirá en Hacienda Espinosa Sanmartín, también del Opus Dei, el
ministro a quien le estallará entre las manos el escándalo del asunto Matesa (julio de 1969),
que varios miembros del gobierno aprovecharán para intentar desbancar al Opus
(Tamames, 528); y Ullastres, nombrado embajador ante la Comunidad Europea, substituido
en Comercio por otro miembro del Opus Dei, García Moncó.
Tanto en el caso del gobierno de 1965 como en el siguiente, de 1969, los distintos autores
no se ponen de acuerdo sobre el número de ministros que son del Opus Dei. Ello es
particularmente manifiesto en el del año 1969, que Tamames llama "el gobierno
monocolor" (Tamames, 1973, 529) ya que considera que de los dieciocho ministros, once
pertenecen al Opus Dei. Hermet, por su parte, considera que propiamente del Opus lo son
siete de los ministros, si bien reconoce que la mayoría de los demás se encuentran muy
"próximos" (Hermet, 1981, II, 464s). Pero el argumento de la "proximidad" resulta
como una doctrina de la armonía social tan bien o mejor que la doctrina social de la
Iglesia" (Martínez Alier, 1978, 44 s).
A esta interpretación, sin embargo, José V. Casanova contrapone un argumento que parece,
por lo menos, digno de atención: con ejemplos tomados de la literatura sociológica
hispánica, muestra la relativa incapacidad de distinguir entre "el técnico" y "e1 tecnócrata".
"El técnico es aquel que es capaz de ejecutar las decisiones y de poner en práctica los
proyectos políticos del político. El tecnócrata, por el contrario, es aquel que impone al
político determinadas decisiones políticas basadas en criterios técnicos" (Casanova, 1982,
113).
Por consiguiente, afirma Casanova, aunque no todos los tecnócratas de los años sesenta
sean del Opus, lo cierto es que hacen de asesores de los ministros del Opus, que son los
que tienen el poder y la iniciativa. Son ellos los que poco a poco van transformando la
antigua burocracia patrimonial en una administración racional moderna ("relativamente"
racional y "relativamente" moderna, matizaríamos nosotros). Y lo hacen en contra del
estilo de Franco y, en general, sin que los demás se dieran cuenta de las consecuencias de
ciertas actuaciones (y tal vez sin darse cuenta del todo "ni ellos mismos", diríamos por
nuestro lado). En este sentido, por más que autores como Fanfani (1934), Robertson (1933)
y otros críticos de Weber lleven razón al subrayar que el capitalismo moderno nace antes
de la Reforma y que se da tanto en España como en Italia, no es menos cierto que el
capitalismo español no llega a transformarse en el "capitalismo racional moderno" del cual
habla Weber hasta mediados del siglo XX. En España hay capitalismo, pero no hay
revolución industrial ni racionalización de la economía hasta la llegada de los tecnócratas.
(Conviene no olvidar -nos parece justo precisar- que el caso de Cataluña es distinto: en
Cataluña la revolución industrial es bien anterior a 1960, pero se da en un régimen de
dependencia política que impide, al menos en parte, la racionalización de la economía.)
Para Casanova, en definitiva, no es preciso ser del Opus para ser tecnócrata, pero a pesar
de todo el tecnócrata prototípico es del Opus, y es él quien en la España de los sesenta
tiene mayores probabilidades de ocupar los cargos más elevados. ¿Como resultado de una
política deliberada? No necesariamente, dice el autor (si bien no nos cansaremos de insistir
en que alguna cosa equiparable a una "política deliberada" bien se da en el caso de una
organización que ve en el acceso a estos cargos "un medio peculiar de su apostolado").
¿Sin que lo uno tenga absolutamente nada que ver con lo otro, como dice la versión
"oficial" del Opus Dei (Herranz, 1957)? Más bien, replica Casanova, porque es una
consecuencia lógica de la ética del Opus. Los tecnócratas tenían una mística del
profesionalismo, una visión del futuro conforme a su ideología del desarrollo y una
concepción del cambio social expresada en su conciencia de ser su "managerial elite"
(Casanova, 1982, 63).
¿Cuál es, empero, esta concepción del cambio social que defienden los tecnócratas del
Opus Dei? Su objetivo básico sería el de la racionalización del aparato del Estado, con el
fin de ponerlo al servicio de la economía (en contra de la estrategia de los falangistas que, a
lo largo de toda la historia del régimen de Franco, pretendieron subordinar la economía a la
política). Si combinarnos esta afirmación con la definición que Casanova daba del
tecnócrata, como individuo que impone determinadas decisiones políticas a partir de
criterios técnicos (Casanova, 1982, 113), a la fuerza hemos de llegar a la conclusión de que
el tecnócrata por antonomasia es Laureano López Rodó; hasta tal punto que al final no
sabemos si es así porque es el que mejor encaja en la definición, o porque la definición se
ha hecho a su medida.
Y, efectivamente, en un artículo publicado un año después, el autor afirma que "nadie
mejor que él simboliza y representa el modelo tecnocrático" (Casanova, 1983, 31), y
convierte la figura del comisario del Plan de desarrollo económico en el eje de toda su
no necesita ser tan grande, en realidad es mucho mayor, porque los pobres a quienes se
hace una caridad siguen siendo pobres después de recibirla, mientras que las gentes
ocupadas en el negocio se ennoblecen en el trabajo, aparte de que encuentran en él su
camino para mejorar su posición (...). En las raíces de la vida económica se encuentra
siempre la moral. La economía es espíritu. El dinero es espíritu" (Maeztu, 1957, 139).
"Time is money", decía Benjamin Franklin, citado por Weher. "El dinero es espíritu", dice
Maeztu. Y Escrivá: "Los que andan en negocios humanos dicen que e1 tiempo es oro. Me
parece poco: para los que andamos "en negocios de almas el tiempo es gloria" (Camino,
n°. 355)
c) Desde hace años Alberto Moncada sostiene que la entrada del Opus Dei en el mundo de
los negocios no fue intencional y deliberada, sino más bien la consecuencia no querida de
una situación que el mismo Opus Dei no controlaba. La tesis de Moncada no puede
descartarse así como así, si se tiene en cuenta que no sólo había sido miembro del Opus
sino que como secretario de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra hizo,
en 1966, un viaje al Perú, Colombia y Venezuela -en nombre y por cuenta del IESE, según
Ynfante- para entrevistarse con los representantes de los gabinetes de planificación y
escuelas de administración pública de dichos países (Ynfante, 346).
En el primer libro que dedicó al Opus después de haberlo abandonado, Moncada afirma
que durante los primeros años la cuestión de los negocios preocupaba bien poco y que "era
más o menos despreciada desde perspectivas mas altas e intelectuales" (Moncada, 1974,
78). Ocho años más tarde, explica la aparición de esta preocupación como "resultado de un
triple miedo": "Parece cierto que la entrada del Opus en las áreas del poder político y
económico se debió inicialmente al miedo. Miedo de quedar aislado por los grupos más
potentes del catolicismo español, como los jesuitas y los propagandistas, que recibieron de
uñas a los seguidores de monseñor. Miedo a la animosidad falangista, igualmente belicosa.
Y miedo, sobre todo, a las deudas económicas del "mal de piedra" que le entró a Escrivá
desde muy pronto, y que obligaba a sus hijos a empeñarse una y otra vez para pagar los
edificios de Roma y de Pamplona. De esta manera entró el grupo en contacto con
financieros, sobre todo catalanes y vascos, y luego con el franquismo administrativo a
través de los sinuosos pasillos del poder" (Moncada, 1982, 106s).
Habría por lo tanto una primera interpretación posible por lo que respecta a la relación del
Opus Dei con el mundo de los negocios, según la cual esta relación estaría
fundamentalmente condicionada por la situación y las necesidades internas de la propia
organización. Sin embargo, este tipo de planteamiento fácilmente deriva hacia el discurso
sobre "el imperio económico de la Obra de Dios" (cuyo ejemplo más paradigmático
continúa siendo, todavía hoy, el libro de Ynfante, 229-295), que, al mismo tiempo que
puede aportar informaciones más o menos interesantes, tiene el inconveniente de acabar no
distinguiendo las empresas del Opus de los negocios dirigidos por miembros del Opus, o
incluso de aquellos en los que trabajan socios de la Obra (Casanova, 1982, 330).
Inevitablemente se entra entonces en un auténtico diálogo de sordos con quienes sostienen
que todo esto nada tiene que ver con el hecho de pertenecer al Opus Dei, y que "toda
presentación del Opus Dei como una central de consignas y orientaciones temporales o
económicas, carece de fundamento" (Escrivá, "Conversaciones", n°. 52), sencillamente
porque "el Opus Dei es una organización sobrenatural y espiritual" (ibíd., n°. 53).
Pero hay también una segunda interpretación posible que, sin descartar necesariamente
todos los elementos de la anterior, tal vez tenga la ventaja de ser menos rebuscada y más
pragmática. Aun suponiendo que el Opus Dei fuera "una organización sobrenatural y
espiritual", ello no quita que sus dirigentes no vieran la conveniencia de disponer de una
sólida base económica. Y no para construir un imperio, ni para pagar las deudas de las
aficiones arquitectónicas de su fundador, sino como medio racional e indispensable de su
Pese a las críticas, y sin tener la certeza de que la experiencia va a funcionar, Valero quiere
intentarlo. Se entera entonces (1956-1957) de la existencia del proyecto de creación de
ESADE por parte de los jesuitas, pero no está de acuerdo con la idea de Sobreroca de
organizar un programa para estudiantes no graduados.
El grupo de amigos con los cuales trabaja en la asesoría de empresas comparte los puntos
de vista de Valero. Consideran que la institución ha de tener un nivel y un reconocimiento
universitarios, pero la situación de la universidad estatal muestra que en ese marco el
proyecto sería difícilmente viable, y ello les induce a inclinarse por una universidad
privada. Sin saberlo Valero, un miembro del grupo plantea la cuestión a las autoridades de
la Universidad de Navarra; éstas consultan a Valero, y al descubrir que Valero está
plenamente involucrado en la iniciativa, le encargan la elaboración del proyecto. Pero la
Universidad de Navarra no ve claro el proyecto presentado por Valero -ambicioso y poco
adaptado a los moldes tradicionales de la enseñanza universitaria- y, en principio, lo
rechaza.
De Navarra, el dossier es remitido a Roma: monseñor Escrivá, que es también el Gran
Canciller de la Universidad, lo apoya inmediatamente, pidiendo que se reconsidere la
decisión inicial. En contra de lo que en algunas ocasiones se ha dicho -subraya Valero- la
idea inicial del IESE no es, pues, de monseñor Escrivá. Pero el fundador del Opus Dei la
favorece y en este sentido juega un papel decisivo en la aprobación final del proyecto.
En cuanto a la elección de Barcelona como sede del Instituto, no es un "a priori", sino el
resultado de una serie de exploraciones hechas por Valero en diversas grandes capitales
españolas. Barcelona es la ciudad donde e1 ambiente es algo más abierto, y la realidad
catalana es la única susceptible de funcionar, para el IESE, como un laboratorio. A
principios de 1958 se aprueba la creación del Instituto y a finales del mismo año
comienzan los primeros cursos. El éxito es inmediato y tiene rápidas repercusiones en todo
el Estado español.
En síntesis, concluye el profesor Valero:
-El origen de IESE responde a un planteamiento estrictamente empírico y nada tiene que
ver con cuestiones de ética.
-El IESE habría podido crearse perfectamente en un marco totalmente ajeno al Opus Dei
desde un punto de vista institucional; su vinculación con la Universidad de Navarra fue
poco menos que casual.
-Las críticas iniciales al proyecto están motivadas por su carácter ambicioso; las
consideraciones éticas no intervienen en absoluto.
-La connotación ética aparece por vez primera a partir del momento en que monseñor
Escrivá apoya el proyecto, haciéndolo suyo; e implica exclusivamente la obligación de
adecuar las enseñanzas del IESE a la doctrina social de la Iglesia.
-El momento de creación del IESE coincide con la época de la liberalización económica de
Navarro Rubio y Ullastres, con el Plan de desarrollo de López Rodó y con las perspectivas
de crecimiento de los años sesenta, en España y en toda Europa. El IESE no forma parte de
ninguna estrategia: pero nace en dicho contexto, y el contexto obviamente facilita su éxito.
b) Entrevista con el padre Lluís Antoni Sobreroca. Una de las escuelas que los jesuitas
tienen en Barcelona crea en 1926 una sección de estudios comerciales al lado del
bachillerato clásico. El padre Sobreroca procede de esta institución (Instituto Comercial
Inmaculada), es intendente mercantil y da clases en ella.
En 1952 los superiores de la Compañía cierran diversas obras, entre ellas el Instituto
Comercial, con el fin de poder mandar jesuitas a trabajar en Bolivia. Él, sin embargo, es
enviado a Deusto a estudiar ciencias sociales. La Universidad Comercial de Deusto, creada
en 1916 al lado de las otras Facultades clásicas que la Universidad de los jesuitas posee en
crear y regir empresas, "con criterios económicos, sociales y cristianos al servicio del bien
común" (Nicolás Cabo, 147; el entrecomillado es nuestro). En los opúsculos de
información/ propaganda actualmente en circulación, se habla en cambio de "la formación
científica y humana de hombres capaces de crear y regir empresas, "con un sentido crítico
de realización del hombre y de transformación de la sociedad" (el entrecomillado es
nuestro). En el opúsculo equivalente de IESE, por el contrario, la referencia a la dimensión
religiosa sigue siendo explícita: después de hablar de una formación que ha de capacitar
para la promoción de un auténtico desarrollo social, se afirma que "el IESE entiende que
este desarrollo tan sólo es posible cuando incluye el perfeccionamiento de todas las
dimensiones de la persona, 'de acuerdo con la visión cristiana del hombre'", para precisar a
continuación que de todos "los aspectos doctrinales y espirituales de la actividad formativa
"se encarga la Prelatura del Opus Dei" (el entrecomillado es nuestro).
f) Profesores de ambos centros coinciden en afirmar -a menudo en términos incluso
idénticos- que no se pretende una tarea de adoctrinamiento de los estudiantes y que lo
importante es "el espíritu que impregna las diversas actividades", "el mantenimiento de
unos principios, sin voluntad de imponerlos y respetando la libertad de todos", "e1
testimonio ejemplar", etc. Coinciden igualmente en mostrarse sumamente prudentes a la
hora de evaluar la verdadera influencia de este "espíritu" sobre el comportamiento
profesional ulterior de sus respectivos antiguos alumnos.
Por cuanto a estos antiguos alumnos se refiere -y admitiendo el alcance muy limitado de
nuestras afirmaciones, que fácilmente podrían transformarse en generalizaciones abusivas-
nos atreveríamos a decir que entre quienes han estudiado en el IESE "y son miembros del
Opus Dei" se tiende a reconocer tanto la realidad como el carácter positivo de esta
influencia; mientras que antiguos alumnos de ESADE y antiguos alumnos de IESE "no
pertenecientes al Opus" más bien tenderían a coincidir en la existencia de un doble nivel y
un doble discurso -el técnico y el ideológico- sin demasiadas conexiones recíprocas.
De forma prácticamente unánime se admite que el nivel de competencia técnica del
profesorado, y del conjunto de la formación recibida, es más que satisfactorio. Pero con
frecuencia tanto unos como otros tienen dificultades para explicitar qué añade o qué aporta
de específico lo que suelen llamar el "discurso moral" de ambas instituciones. En el caso
del IESE se observa una diferencia bastante clara entre los estudiantes del "master" y los
directivos que han realizado cursos de perfeccionamiento, más inclinados a prescindir del
todo de los ingredientes de carácter ideológico que la institución propone. En conjunto, sin
embargo, diríamos que entre los antiguos de IESE se da una percepción más clara del
hecho de que la institución efectivamente propone y defiende unos determinados
elementos de tipo ideológico, que el individuo aceptará o rechazará. En el caso de ESADE,
en cambio, esta percepción es a menudo mucho más difuminada, como consecuencia
posiblemente de aquel mayor pluralismo que antes comentábamos.
En aquellas ocasiones en que dichas percepciones son verbalizadas en tono crítico, y si
fuera lícito reducir las acusaciones a una fórmula inevitablemente simplificadora, diríamos
que el reproche dirigido al IESE es el de ser "gente de ideas fijas", mientras que el dirigido
a ESADE diría más bien que "ideológicamente no se aclaran ni ellos". "En cuanto te
despistas, ya tienes a un sacerdote del Opus dándote charlas de orientación y
proponiéndote dirección espiritual", vendrían a decir los primeros. "Un jesuita puede ir a
hacer la revolución en la América central, si quiere; y, si quiere, puede dedicarse a formar
empresarios en Barcelona; pero si lo que quiere es hacer ambas cosas a la vez y no sabe
cómo casarlas, el problema es suyo y no nuestro", vendrían a decir los segundos.
son necesarias por igual, mientras que de forma aislada resultan insuficientes. "Un logro de
nuestra época es la dirección por competencia, de modo que ha quedado fuera de lugar la
dirección de los que siendo capaces de mandar tienen la sola formación de la sangre o del
dinero" (Barco, 29). Se trata claramente de la definición weberiana del líder burocrático, el
cual basa su autoridad en la legitimación racional-legal. Pero la continuación del artículo es
particularmente interesante, ya que el autor describe así los cinco requisitos de todo buen
líder:
-ha de ser una personalidad "fuerte, entera", segura de sí misma: "que por la fe en sí mismo
pueda llegar al conocimiento de la realidad";
-ha de ser alguien "que al gobernar alcance la plenitud de su ser"; de tal forma que sólo han
de llegar a ello "quienes con su ejercicio vayan a ser felices, cumplan su vocación,
alcancen la plenitud de su desarrollo";
-ha de ser un hombre con "voluntad de servicio": orientado "hacia los demás en vez de
hacia sí mismo";
-ha de ser una persona "comedida", que no permita "que su ambición y afán de placer
llegue a hacerle obrar desordenada y antinaturalmente": porque sólo así su actuación será
"racional";
- ha de ser prudente, en el sentido de que "el querer y el obrar" han de depender de su
"conocimiento de la verdad" y no al revés: alguien que hiciera "depender la verdad de los
deseos y actos de la voluntad" (Barco, 32ss).
Todos estos ejemplos, salvo el de Moncada que no por ello desentona del resto, han sido
extraídos de la literatura "oficial" del Opus Dei. Y todos ellos muestran que, aun
reconociendo las diferencias que sin duda se dan entre los puritanos protestantes y los
seguidores de monseñor Escrivá -no olvidemos que el propio Weber subrayaba las
diferencias existentes incluso entre calvinistas, pietistas, metodistas, bautistas, etc.- el
paralelismo fundamental entre "ética protestante" y "ética del Opus" está más que
justificado.
2. El ascetismo racional del Opus Dei
No tendría mucho sentido ponerse a seguir paso a paso la argumentación de Weber, con el
fin de ver dónde se sitúan exactamente los puntos de coincidencia y dónde las
divergencias. En este capítulo vamos a adoptar una perspectiva más global, para centrarnos
básicamente en e1 análisis del Opus Dei, utilizando al mismo tiempo algunas de las
principales nociones weberianas, en especial aquellas que giran en torno al fenómeno del
ascetismo intramundano (innerweltliche Askese), la ascética del trabajo (Berufsaskese) y el
deber profesional (Berufspflicht). En otras palabras, se trata de tomar de la tesis de Weber
el punto menos controvertido de todos: el de la legitimación religiosa de la actividad
profesional constante y metódica o, en la terminología típica del Opus Dei, el de la
"santificación del trabajo". En efecto, incluso uno de los críticos más radicales de la tesis
de Weber, como Herbert Lüthy, admite que la transposición del ascetismo a la vida
temporal, a la vida "en el mundo", legitima la actividad económica, ya que e1 trabajo se
convierte en un ejercicio de piedad igual que la oración, y es concebido no como castigo
sino "a la mayor gloria de Dios" (Lüthy, 1965, 62), con lo cual se va elaborando
gradualmente una moral del éxito y el trabajo acaba convirtiéndose en la virtud burguesa
por excelencia (ibíd., 67).
En segundo lugar, es evidente que lo que no tendría sentido alguno sería plantear la
cuestión de la relación entre la espiritualidad del Opus Dei, su ética económica, el
comportamiento profesional de sus miembros y el papel histórico que puedan haber
desempeñado en determinados contextos, en términos de causalidad estricta. Nos hallamos
obviamente ante una historia de "afinidades electivas" (Wahlverwandtschaften), como lo
era la de Weber y como lo había sido la de Goethe. (Sobre el origen de la noción de
afinidades electivas, del químico sueco del siglo XVIII, 1. Bergman, pasando por la novela
de Goethe, y hasta Max Weber, véase Howe, 1978.) La historia de las afinidades electivas
de Goethe no es, como tantas veces se ha dicho, la historia de un adulterio. Es en todo caso
el relato de un adulterio deseado pero no consumado: el relato de unas fantasías de
posesión. Y es, más que nada, la historia de las consecuencias no previstas de una acción,
desencadenada medio sin querer por los protagonistas, y en la cual las "afinidades
electivas" constituyen el factor al mismo tiempo incontrolado y decisivo.
También la historia del Opus Dei es "toda ella la historia de las consecuencias no previstas
de una acción". Y de una acción en cuyo origen encontramos un deseo, una fantasía de
posesión. "¿Cuándo veremos nuestro al mundo?" (Camino, n°. 911). "Puedes sentir el
orgullo de un conquistador de cien mundos. El mundo es nuestro porque es de Cristo"
(Urteaga, 1948, 113). Es el deseo y la fantasía de la "recristianización de España" y del
"reinado de Cristo": "Queremos que Cristo reine, conviene que Cristo reine", repetía
Escrivá a sus "hijos" (Vázquez, 156). Buena parte de la humanidad y de las realidades
terrenales "aún" no están "presididas por el signo de la cruz de Cristo": y "el Verbo
Encarnado sigue queriendo que los hombres y las realidades sean suyos" (Casciaro, 1964,
756s).
"Para que Cristo reine en el mundo hace falta que haya quienes, con la vista en el cielo, se
dediquen prestigiosamente a todas las actividades humanas, y, desde ellas, ejerciten
calladamente -y eficazmente- un apostolado de carácter profesional" (Camino, n°. 347).
Quizás en ningún otro lugar como en este punto de Camino encontraríamos reunidos en
una sola frase tres adverbios tan "definitorios del Opus Dei": "prestigiosamente",
"calladamente", "eficazmente". La historia del Opus Dei es la historia de las consecuencias
de la voluntad de eficacia y de prestigio, y de la decisión de actuar con discreción,
"calladamente".
En estos tres adverbios queda condensada la peculiar racionalidad de la propuesta inicial
de Escrivá, a partir de la cual se irán elaborando ulteriormente -de manera bien lógica si lo
observamos "a posteriori", peno no prevista "a priori"- una moral del éxito ligada a la
conciencia de elegidos de los miembros del Opus, y toda una teoría de la santificación del
trabajo que los discípulos pretenderán descubrir ya, al menos "in nuce", en el pensamiento
original del fundador.
También en el caso del protestantismo la aparición del fenómeno de las comunidades de
elegidos, de "santos", de "verdaderos creyentes" (true believers), se produce de forma
tardía, pero inevitable, como consecuencia de su desarrollo histórico. En el Opus Dei, ya
hemos visto con anterioridad que los orígenes inmediatos de su "elitismo" se han de buscar
en la "vocación de formación de élites" de los jesuitas (Charentenay, 70), en lo que el padre
Ayala denominaba la "Formación de selectos" (Ayala, 1940). A diferencia de la Compañía
de Jesús, sin embargo, hay en el Opus Dei una voluntad de "reproducir la estructura de la
Iglesia" (sacerdotes y seglares, hombres y mujeres; Fuenmayor y otros autores, 119), que
agudiza su peligro de convertirse en un grupo exclusivo (exclusivista y excluyente).
Aquí es donde el paralelismo entre el Opus Dei y ciertas sectas protestantes se hace más
patente. La pertenencia a una iglesia, dice Weber, no constituye en sí misma ninguna
prueba con respecto a las cualidades de sus miembros, mientras que una secta es "una
asociación voluntaria exclusiva de gente cualificada desde el punto de vista religioso y
ético": sólo son admitidos en ella los éticamente cualificados y, por consiguiente, el mero
hecho de formar parte de ella equivale automáticamente a un certificado de cualificación
ética (Weber, 1920, 211). Claro está que ello no basta para definir lo que sociológicamente
es una secta, y que muchas otras características del Opus Dei le alejan -radicalmente, a
nuestro entender- de este modelo de organización religiosa. Como decía el antiguo
arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, protector y amigo de Escrivá, en el Congreso
de Perfección y Apostolado al cual nos hemos referido en un capítulo anterior (cap. 10), no
puede hablarse de sectas en el catolicismo: "Lo nuestro son facetas de una misma
disciplina, de una misma sumisión, de un mismo apostolado: facetas" (Actas, 1957, 317).
Pero, continuaba el arzobispo, en una frase que cabría interpretar como una especie de
"mise en garde" a la gente del Opus presente en dicho Congreso, "tenemos que estar alerta
para que estas facetas no sean tan de bulto que parezcan sectas (...). No les demos razón de
ninguna suerte a nuestros pobres hermanos acatólicos. No tenemos sectas" (ibíd., 317).
El elitismo del Opus Dei, las referencias de Escrivá a los "caudillos", la convicción de
constituir "el pequeño resto de Israel", la exigencia de ser más perfectos que los demás,
podrían dar lugar en todo caso a la formación de lo que el propio Weber llama
"conventículos", y que Joachim Wach, en una fórmula particularmente feliz y
desgraciadamente poco utilizada y aprovechada, llama "ecclesiola in ecclesia" (Wach,
1944). Es el mismo peligro que el cardenal Baggio, prefecto de la Sagrada Congregación
de Obispos, en su solicitud de información a Alvaro del Portillo previa a la aprobación del
Opus Dei como prelatura, designaba con el recurso a la fórmula de "Iglesia paralela"
(Fuenmayor y otros autores, 613).
"Iglesia paralela" o "ecclesiola in ecclesia": más allá de la atribución de una u otra etiqueta,
lo que aquí interesa subrayar sobre todo, en el caso del Opus, es su talante de aristocracia
religiosa. Especialmente en los años iniciales de su desarrollo, que son los años de
gestación de su ideología, el Opus Dei -centrado entonces exclusivamente en el apostolado
entre intelectuales y universitarios- elabora una " Virtuosenethik" (Weber, 1920, 260 ss),
una ética de héroes, de "caudillos". El libro de Jesús Urteaga, "El valor divino de lo
humano", del año 1948, traducido a varios idiomas y con más de 30 ediciones en lengua
castellana, es probablemente el mejor exponente de ese talante: para el autor, quienes viven
la religión de una forma más coherente y más metódica llegan a constituir una "minoría
selecta" en el seno de la Iglesia, y se sitúan muy por encima de la vida religiosa ordinaria
de la gran mayoría.
Estos "selectos" o "virtuosi" son al mismo tiempo individuos activos, que han recibido una
misión, que se sienten llamados y han de responder a esta llamada ("llamamiento", en
Camino, n°. 902 a 928; "vocación" en la literatura más tardía del Opus). Son
"instrumentos" a disposición de la divinidad, más que "receptáculos" de la gracia divina: es
decir que su religiosidad tiene una orientación mucho más ascética que mística (Weber,
1920, 538s).
Instrumentos escogidos para contribuir al triunfo de una causa, los miembros del Opus Dei
han de asegurar el éxito de la misma, "prestigiosamente, eficazmente, calladamente". Por
esta razón monseñor Escrivá insiste en "que hay que procurar destacar, sobresalir, tener
éxito" (West, 151), a la vez que su "ética de caudillos" -versión hispánica de la
"Virtuosenethik" weberiana- crea las condiciones necesarias a fin de facilitar ese éxito. Y
cuando efectivamente consiguen "sobresalir y destacar", ven en el éxito obtenido la
confirmación o la prueba -la "Bewdhrung" de los puritanos- del hecho de haber sido
elegidos.
El mecanismo, pues, es el mismo de todo ascetismo racional: el secreto del éxito del Opus
Dei es el mismo de los monasterios medievales (Weber, 1920, 544s), y el mismo que tan
bien intuyó Wesley, el fundador del metodismo (Weber, 1904, 256s). En 1939, Escrivá
decía: "Si eres hombre de Dios, pon en "despreciar las riquezas" el mismo empeño que
ponen los hombres del mundo en poseerlas" (Camino, n°. 633). En 1972, dirá a los
empresarios reunidos en el IESE: "el hecho de manejar dinero, o de tenerlo, no quiere decir
que 'se esté apegado a la riqueza'" (Bernal, 328).
Entre la afirmación del año 1939 y la del año 1972 media toda la historia de las"
consecuencias no previstas de la acción", a las que previamente nos hemos referido. "El
mismo ascetismo ha generado la riqueza que antes despreciaba" (Weber, 1920, 544). Y
media también el descubrimiento de las virtualidades de una interpretación adecuada de la
"parábola de los talentos" (Mateo 25,14-30), la misma, de hecho, que hicieron los
puritanos. "El rico no es condenado por lo que tiene, sino por el mal uso que hace de los
recursos que Dios le ha confiado", leemos en un texto reciente de un autor del Opus
(Fuentes, 1988, 15); la afirmación de las bienaventuranzas con respecto a los pobres es de
carácter espiritual y no socioeconómico (ibíd., 22s).
"No son las riquezas ni los honores los que hacen que seamos del mundo o no. Estos
bienes no les están prohibidos a los cristianos, a condición de no amarlos de manera
inmoderada. Se puede ser rico sin estar ligado a las riquezas." La frase podría ser del padre
Escrivá, si no fuera porque la había escrito, casi cuatrocientos años antes, el jesuita
Belarmino. Y la idea es la misma de Baxter e1 moralista puritano, cuando quería que la
preocupación por los bienes materiales no pesara sobre los hombros de sus "santos" más
que "un abrigo ligero del cual poder desprenderse en cualquier momento" (Webet 1904,
264).
Si algún elemento original añade Escrivá a esta idea, que podemos encontrar formulada de
mil maneras diferentes a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana (véase
Troeltsch, 1912), es éste: que renunciar al uso de las riquezas -al servicio de una buena
obra- equivaldría a dejar que únicamente se sirvieran de ellas los enemigos de la buena
causa, los que no quieren "que Cristo reine".
Pero este reinado de Cristo ha de ser un reinado "en el mundo". "Reinaré en España" era el
eslogan de los propagadores de la devoción al "Sagrado Corazón de Jesús", que llenaron el
país de monumentos y de estampas después de la guerra española. El ascetismo activo de
los seguidores de Escrivá es un ascetismo con voluntad de influencia sobre el mundo y, en
último término, "de dominio". La persona establece con el mundo una relación de dominio,
afirma Víctor García Hoz al glosar "la antropología de monseñor Escrivá de Balaguer", ya
que el hombre "está hecho para dominar al mundo a través del conocimiento y a través de
la acción" (García Hoz, 1976, 9). En otras palabras, el ascetismo del Opus Dei es un
"ascetismo intramundano".
Este es el punto en el que el Opus Dei se sitúa en ruptura con la tradición monástica, a la
vez que refuerza su similitud con el puritanismo protestante. Recuérdese que durante
muchos años una de las grandes preocupaciones de Escrivá fue la de que sus "hijos" no
fueran asimilados a los religiosos. Aun respetando y venerando el estado religioso, "ni
somos religiosos, ni nos parecemos a los religiosos, ni hay autoridad en el mundo que
pueda obligarnos a serlo" (Escrivá, "Conversaciones", n°. 43). Y los miembros del Opus se
distinguen radicalmente de los religiosos y de los monjes porque no se alejan ni se apartan
del mundo, sino que permanecen insertos en él y en él se santifican. Exactamente igual, por
lo demás, que en el caso de los representantes del protestantismo ascético: "Esta vida
religiosa especial -escribe Weber- ya no se desarrollaba en comunidades monásticas fuera
del mundo, sino dentro del mundo y de sus instituciones. Semejante racionalización de la
conducta en este mundo fue, en último término, la consecuencia de la "Berufskonzeption"
del protestantismo ascético, es decir, de la concepción que el protestantismo ascético se
hizo de "la profesión como vocación" (Weber, 1904, 218).
"La idea de vocación, de llamada, ocupa (en el pensamiento de monseñor Escrivá de
Balaguer) un lugar central, pero -y esto es lo importante- esa vocación supone, sí, llamada,
pero no salida ni huida de la personal condición humana, sino el ver con una luz nueva las
realidades en las que ya se vivía, y, por tanto, la invitación a realizar con un espíritu nuevo
los actos que ya se realizaban: "Sabéis bien (dice Escrivá) que en lo exterior nada ha
cambiado: el Señor quiere que le sirvamos precisamente donde nos condujo nuestra
vocación humana: en nuestro trabajo profesional"" (Illanes, 1984, 80s).
incertidumbre del fiel calvinista se halla en las antípodas de la situación del miembro del
Opus. Todo el lento y laborioso camino que, en el protestantismo, va desde la duda
angustiada del individuo que cree en el "doble decreto" e ignora cuál será su destino, hasta
la confiada y razonable esperanza del puritano que comprueba que "Dios le bendice en sus
negocios", el seguidor de monseñor Escrivá se lo ahorra de entrada, porque el "Padre" le
garantiza la salvación a partir del momento de su afiliación a la Obra.
"Un mesías -escribe Hutch- es aquel que en algún momento se siente capaz de contestar a
la pregunta: ¿Qué he de hacer para tener la vida eterna?" (Hutch, 69). Según la bella
fórmula usada por Hertel y que da título a su libro, esto es lo que el fundador les dice a los
que se hacen del Opus Dei: "Os prometo el cielo" (Hertel, 1990).
Como grupo de elegidos por Dios con el fin de realizar "su obra", por lo tanto, los
miembros del Opus consideran la santificación personal como una cuestión de
perfeccionamiento (Camino, n°. 291) y de perseverancia (Camino, n°. 983: "Comenzar es
de todos; perseverar, de santos"). Pero la llamada de Dios es simultáneamente llamada a la
santidad y al apostolado (Alonso, en Rodríguez y otros autores, 231s, 247, 253). La
santificación del trabajo es a la vez santificación de los demás a través del trabajo: el
trabajo "santificado" es un trabajo "santificante" (Rodríguez, 1986, 202).
De hecho, en los textos del Opus Dei de los primeros años se insiste más en la dimensión
apostólica del trabajo que en el trabajo como medio ascético de santificación personal. El
capítulo que anteriormente hemos dedicado a un análisis más detallado de algunos aspectos
de Camino (cap. 6), nos ha permitido comprobar que la doctrina de la "santificación del
trabajo en el mundo" era una elaboración posterior, que no aparecía para nada en el índice
analítico de las primeras ediciones del libro, en el cual había, en cambio, capítulos enteros
dedicados al "apostolado", al "apóstol", e incluso al "proselitismo".
La misma expresión "santificación del trabajo" es utilizada por Escrivá en contadísimas
ocasiones durante los primeros años y con unos contenidos bastante imprecisos por no
decir elementales: "Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás
santificado el trabajo" (Camino, n°. 359).
Cuando en años posteriores empiece a utilizarla de manera más habitual, y prácticamente
siempre en conexión con las cuestiones relativas al apostolado, se tiene pues la impresión
de que se trata de una dimensión inicialmente muy secundaria de la espiritualidad del Opus
Dei, que de forma progresiva va incorporándose a un núcleo más elaborado ya desde el
principio. Aun así, preciso es añadir que la literatura "oficial" presenta como del año 1934
(sic) el texto programático siguiente: "Unir el trabajo profesional con la lucha ascética y
con la contemplación -cosa que puede parecer imposible, pero que es necesaria, para
contribuir a reconciliar el mundo con Dios- y convertir ese trabajo ordinario en
instrumento de santificación personal y de apostolado" (en Fuenmayor y otros autores, 43).
Pero es sobre todo a partir de los años sesenta cuando este tema de la santificación del
trabajo empieza a ser presentado como central en la espiritualidad y la ascética del Opus
Dei. (En el estudio bibliográfico de Mateo Seco, en Rodríguez y otros autores, 541-551,
por ejemplo, la referencia más antigua de todas corresponde al año 1965). En 1948
Urteaga, en un libro que según hemos comprobado repetidamente constituye un excelente
reflejo de los puntos de vista sostenidos por el Opus Dei en aquella época, dedica muy
pocas páginas al tema (168-176), que en absoluto aparece como fundamental. "Ama con
locura tu profesión, el instrumento que ha puesto Dios a tu alcance para ganarte el cielo en
la tierra y salvar las almas" (Urteaga, 1948, 217). A partir de un estudio publicado
originalmente en 1966 (Illanes, 1980), no obstante, comienzan a aparecer sobre el tema
libros y más libros, y artículos de todo tipo. Hasta el antiguo ministro de Hacienda de los
años del Plan de desarrollo económico español, Navarro Rubio, publicará un librito "Sobre
el trabajo", con un último apartado dedicado a "El trabajo en la espiritualidad del Opus
Dei" (Navarro, 1987, 133-140). Y una de las funciones de toda esta literatura consistirá, de
acuerdo con la pauta repetidamente observada y analizada en los capítulos sobre la
evolución histórica del Opus, en atribuir a monseñor Escrivá la paternidad exclusiva de la
doctrina de la santificación del trabajo, "desde el momento mismo de la fundación del
Opus". De suerte que se acabará afirmando que "el Opus Dei surgió desde el primer
momento con un contenido teológico y apostólico claramente definido, fundado en la
llamada universal a la santidad y al apostolado, inherente al bautismo, y en un compromiso
personal de carácter pleno asumido por sus miembros. A través del cumplimiento fiel de
sus deberes familiares y sociales y, de modo particular, en el propio trabajo profesional, los
miembros del Opus Dei buscan su propia santificación y la de los demás, permaneciendo
cada uno en el estado canónico que le corresponde, con una espiritualidad específica,
netamente secular" (Fuenmayor y otros autores, 424).
Independientemente de sus vicisitudes históricas ésta sería, en cualquier caso, la versión
oficial y "actualizada" de la doctrina, reflejada en numerosos artículos de los Estatutos
vigentes de la prelatura (véanse especialmente los art. 2, 3, 22, 82, 86, 92, 94, 113, 116 y
117). Y aquello que en "todos" los casos se mantiene inalterado es la conexión constante
entre "llamada a la santidad" y "llamada al apostolado", y entre la santificación "propia" y
la "de los demás". Además de los obvios paralelismos que cabría poner de relieve con la
concepción del trabajo característica del protestantismo ascético -trabajar siempre, en todas
partes, intensamente y bien- en esa conexión tenernos, pues, una primera peculiaridad de la
modalidad de ascetismo intramundano representada por el Opus Dei.
b) Pero el Opus Dei no sólo se ve libre del lastre inicial que en el caso del protestantismo
representó la doctrina de la predestinación, en su versión calvinista más "dura". De hecho,
el vínculo entre el trabajo como vocación y la santificación resulta en el caso del Opus
mucho más fácil de establecer, gracias al papel atribuido al valor de "las obras" en la
teología católica tradicional, por contraposición al principio de la "justificación por la fe"
(sola fide) de las Iglesias de la Reforma.
Bastaría citar un solo texto de un autor del Opus: "En sus aspectos éticos, una teología de
la santidad connota o presupone el estudio teológico del valor de las obras del cristiano.
Las obras son, en primer lugar, signo de la justificación, su manifestación exterior: el
cristiano no puede seguir llevando una existencia pagana o mundanal, sino que debe vivir
según Cristo, dar a conocer su pertenencia a Dios y su fe en las promesas. Pero no es eso
todo: la justificación no está sólo en Dios, sino en el justificado; las obras no tienen sólo un
valor de signo, sino que forman parte del mismo proceso de la justificación y más
concretamente de su incremento" (Illanes, 1984, 31).
En el protestantismo ascético, el rechazo de la salvación por las obras, o de las obras como
medio de alcanzar la salvación, obliga a los moralistas a un largo "détour". Las obras
constituyen en todo caso una forma, no de "comprar" la salvación, antes bien de librarse de
la angustia por la salvación. Es decir que el trabajo no conduce directamente a la salvación
sino, indirectamente, a la esperanza de haber sido "contado entre los santos". Este "détour",
este rodeo, el Opus Dei puede ahorrárselo tranquilamente.
Así pues, lo que el ascetismo del Opus Dei tiene en común con el ascetismo protestante no
es eso, sino precisamente el elemento que Weber había considerado "especifico" del
calvinismo: a saber, el carácter necesariamente "constante y metódico" del trabajo. En vez
de la vieja práctica católica tradicional de las buenas obras aisladas, en palabras de Weber:
"una vida entera de buenas obras erigida en sistema". Este control constante y metódico es
el que el Opus Dei introduce asimismo, con su doctrina de la santificación del trabajo.
En el calvinismo, la consecuencia lógica de la predestinación hubiese debido ser el
fatalismo; pero el resultado psicológico fue exactamente el inverso, gracias a la
introducción de la noción de "confirmación" o "Bewcihrung" (Weber, 1904, 161). En el
caso del Opus Dei, en cambio, "lógica y psicología coinciden", y se refuerzan mutuamente,
a la hora de legitimar la intervención activa del hombre en el mundo y, por ende, el
desarrollo del espíritu capitalista. Lo cual no obsta para que también en el caso de
monseñor Escrivá, igual que en el caso de los reformadores protestantes, pueda tratarse de
una lógica "latente" y no -como pretenden algunos críticos- de una lógica inscrita en sus
intenciones manifiestas.
Recordemos la célebre afirmación de Weber: "Dejémoslo claro de una vez para siempre:
(...) lo único que realmente preocupaba (a los reformadores), el eje único de su vida como
de su obra, era la salvación del alma. Todos los objetivos éticos, y todos los efectos
prácticos de su doctrina, giraban en torno a este eje y no eran, por lo tanto, más que
consecuencias de motivaciones puramente religiosas. De tal modo que habremos de estar
dispuestos a admitir que en buena parte los efectos culturales de la Reforma han sido
consecuencias imprevistas e incluso "no deseadas, no queridas", de la obra de los
reformadores: consecuencias a menudo bien alejadas de lo que ellos se proponían, y alguna
vez hasta contrapuestas a lo que pretendían alcanzar" (Weber, 1904, 125).
También en el caso de Escrivá de Balaguer nos gustaría, en la medida de lo posible,
"dejarlo claro, de una vez para siempre".
c) Además de los temas de la predestinación y de las obras, existe aún un tercer factor
importante de diferenciación entre el cristianismo de los reformados y el del Opus católico.
Un tercer factor que, a la vez que contribuye a reforzar la cohesión interna del Opus Dei
como grupo, explica asimismo que su ascetismo intramundano se base, en algunos puntos
significativos que más adelante estudiaremos, en unos planteamientos harto distintos que
en el caso del calvinismo. Nos referimos al hecho -considerado por Weber como el punto
de ruptura más decisivo frente al catolicismo (Weber, 1904, 142s)- de la abolición radical
de todo tipo de "mediaciones" entre los predestinacionistas. Ni la Iglesia, ni los
sacramentos, ni los clérigos pueden ayudar al individuo "en su camino al encuentro de un
destino predeterminado desde la eternidad" (ibíd., 142): este camino, el hombre de la
Reforma se ve obligado a recorrerlo completamente solo.
En el Opus Dei, por el contrario, estas "mediaciones" no sólo están presentes, como en
toda la tradición católica, sino que aparecen incluso particularmente acentuadas. "Cum
Petro ad Iesum per Mariam": devoción a la Virgen, devoción al Santo Padre (a quien
Escrivá llama el "vicecristo en la tierra"), devoción eucarística, devoción a los santos, a los
ánge409 les custodios; práctica frecuente de los sacramentos, con una especial insistencia
en la confesión; dirección espiritual. Nada más lejos de "la extraordinaria soledad interior
del individuo" (Weber, 1904, 142) que la situación de un miembro del Opus Dei. Su mundo
está lleno de mediaciones y de mediadores, hasta el punto de llegar a condicionar su
concepción de la relación con Dios, con la Iglesia y con los demás hombres.
El miembro del Opus forma parte de una gigantesca alianza, a la cual puede apelar en
cualquier momento a fin de que las fuerzas sobrenaturales le ayuden y le apoyen en la
consecución de sus objetivos. "Magia", habrían de decir inmediatamente todo buen
calvinista y todo fiel puritano. Pero "magia" de una eficacia psicológica tremenda, para el
individuo decidido a santificar a los demás mientras se santifica a si mismo. El propio
fundador de la Obra, en su meteórica carrera hacia el reconocimiento de sus "virtudes
heroicas" y hacia su "beatificación" por parte de la Iglesia, constituye la demostración
palpable de que los miembros del Opus efectivamente son capaces de alcanzar sus
objetivos, al mismo tiempo que de paso obtienen "un nuevo mediador", que lógicamente se
ocupará de manera muy especial de todos sus asuntos.
En tales condiciones, por más que la literatura "oficial" del Opus Dei recurra, para referirse
al carácter "laical" de su espiritualidad, a la fórmula del "sacerdocio universal de todos los
fieles", es evidente que dicha expresión posee unas connotaciones muy distintas que en el
caso del protestantismo (véase, por ejemplo, Portillo, 1981). Al fin y al cabo, "cuando un
seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden
ser discípulos" (Camino, n°. 61). Del mismo modo, por más que Berglar afirme que "no
conozco ninguna asociación de cristianos que sea más "igualitarista" que la Obra" (Berglar,
96), lo cierto es que la estructura organizativa del Opus es estrictamente jerárquica, hasta el
punto de que si en algún caso se está en desacuerdo con un superior, "nunca le contradigas
delante de quienes le estén sujetos, aunque no lleve razón" (Camino, n°. 954). Suponiendo
que cupiera hablar de la existencia de una eclesiología del Opus Dei, por más que sus
autores hagan uso de la fórmula conciliar de la Iglesia como "pueblo de Dios"
(Conversaciones, n°. 21), queda claro que la autodefinición del Opus como "gran familia"
(Bernal, 313) le aproxima básicamente al modelo de la familia extensa, patriarcal, y no al
de la comunidad entendida como asociación voluntaria de individuos libres que constituye,
según Weber, el fundamento mismo de la democracia.
En todos estos aspectos, por otra parte, el Opus Dei se inscribe, en última instancia, dentro
del marco de las concepciones católicas más tradicionales. Por tanto, no estamos
subrayando con ello ningún rasgo innovador, sino mostrando tan sólo que existen, entre el
ascetismo intramundano de los puritanos y el ascetismo intramundano del Opus Dei,
diferencias significativas. Pese a lo cual subsiste el hecho -que es para nosotros, aquí, el
que realmente más importa- del carácter igualmente intramundano de ambos tipos de
ascetismo.
2) La noción de trabajo
Siempre que en el Opus Dei se habla de la santificación del trabajo, suele añadirse
inmediatamente: "sea cual sea la ocupación". Monseñor Escrivá dirá que lo mismo le da
que un "hijo suyo" sea ministro del gobierno o barrendero, catedrático de universidad o
peón de la construcción, empresario u obrero, y que lo único que verdaderamente le
preocupa es la santidad de todos ellos.
Dado que este planteamiento se hace desde una organización que, sobre todo durante los
primeros años, se dirigía "a los intelectuales y a la parte directiva de la sociedad"
(recordemos cómo quedaban definidos los objetivos del Opus Dei en las Constituciones del
año 1950, y cómo se especificaban dichos objetivos en el Annuario Pontificio mientras el
Opus Dei fue un instituto secular; todavía hoy los Estatutos de la prelatura se hacen eco de
este pasado, al precisar que se dirige a "personas de toda condición, y principalmente los
llamados intelectuales"; art. 2,2), la insistencia en la "santificación, cualquiera que sea la
actividad profesional", nunca viene acompañada de una reflexión sobre las distintas -y
desiguales- condiciones de trabajo de unos y otros, antes bien de un silencio que equivale a
una implícita aceptación del statu quo.
Ya Weber subrayaba que "el signo que permite reconocer la santidad del trabajador es la
conciencia del trabajo bien hecho". Y si para el empresario burgués el trabajo bien hecho
consistía precisamente en velar por sus intereses económicos, "el poder del ascetismo
religioso ponía a su disposición a unos trabajadores austeros, concienzudos, de una
perseverancia y una laboriosidad inhabituales, e identificados con un trabajo que
consideraban un fin querido por Dios". En nota a pie de página, Weber añade el siguiente
comentario: "Se observará que se produce en este punto una concordancia un tanto
sospechosa entre los intereses de Dios y los de los empresarios" (Weber, 1904, 258).
a) Esta concordancia queda más reforzada aún si, como sucede en la concepción del Opus
Dei, la santificación del individuo a través de su trabajo se vincula a la santificación de los
demás con el trabajo. Obviamente, aquel que ocupa un lugar de trabajo preeminente, con
personal subalterno, es quien tiene mayores probabilidades de influir benéficamente en los
demás: de donde las "afinidades electivas" de la doctrina con unos sectores sociales
concretos, desde el ama de casa que, además de hijos, tiene sirvienta, pasando por quienes
sirvamos precisamente donde nos condujo nuestra vocación humana: en nuestro trabajo
profesional". (citado en Illanes, 1984,81).
También Lutero evolucionó en su interpretación del texto, a medida que -según Weber-
"fue enredándose progresivamente en las ocupaciones y preocupaciones de este mundo".
(Weber, 1904,118). En el caso del Opus, creemos que las dificultades surgen por e1 hecho
de querer servirse del texto con dos objetivos distintos. Por un lado, afirmar que "cada uno
permanezca en "la misma actividad profesional" en que fue llamado" responde
perfectamente a la idea de Escrivá de la santificación en todas las ocupaciones. En la gran
familia del Opus caben personas de todas las condiciones, y lo único que cuenta es que
cada uno haga bien la labor que le corresponda, santificando así el trabajo y santificándose
en el trabajo. Todas las actividades pueden ser igualmente santas.
Es evidente que, de paso, el argumento favorece una concepción armoniosa y poco
conflictiva de la vida social, en la que el empresario, el político o el intelectual han de estar
contentos de santificarse en sus profesiones, de la misma manera que tienen que estar
satisfechos el obrero, el taxista o el albañil. Y si resulta que en el Opus Dei, pese a haber
gente de todas las condiciones, predominan más los primeros que los segundos, ¡alabado
sea el Señor! Bastará no mencionar para nada el contexto en el cual se sitúa la frase de la
carta de Pablo a los Corintios, que es un contexto escatológico: "queda ya poco tiempo".
La denominada "indiferencia paulina" ante el mundo temporal -que puritanos y Opus Dei
substituirán por una actitud totalmente opuesta a la indiferencia- es precisamente la que le
lleva a afirmar que, puesto que la vida presente es tan breve y efímera, "da lo mismo" que
cada uno continúe como siempre, porque "ya no merece la pena que nada cambie". Situada
en su contexto escatológico, la afirmación de Pablo denota indiferencia; utilizada en un
contexto de secularidad, de afirmación del valor del mundo temporal, rezuma ideología
conservadora.
Pero al mismo tiempo, por otro lado, el versículo de san Pablo puede ser asimismo
aprovechado en un segundo sentido, curiosamente próximo por lo demás al que en un
primer momento le atribuyó Lutero. Para Lutero, en efecto, la afirmación de Pablo ponía
de manifiesto el hecho de que para vivir la vocación no era preciso hacerse monje, sino que
cualquier "estado" "tiene ante Dios exactamente el mismo valor" (Weber, 1904, 113; esta
dimensión la recoge también Rodríguez, 1986, 38). Ello coincide con el interés de
monseñor Escrivá en subrayar que la vocación del Opus Dei no es la vocación de los
monjes. Y en este caso la traducción: "que cada uno permanezca "en el mismo estado" en
que fue llamado", es la que mejor conviene para poder afirmar que "los miembros del Opus
Dei buscan su propia santificación y la de los demás, permaneciendo cada uno en el estado
canónico que le corresponde, con una espiritualidad específica, netamente secular"
(Fuenmayor y otros autores, 424s). Y así, en otra ocasión en que Escrivá vuelve a citar el
mismo versículo de la carta a los Corintios, no dice como antes que "el Señor quiere que le
sirvamos "en nuestro trabajo profesional"" (citado en Illanes, 1984, 81), sino que "el
espíritu del Opus Dei tiene como característica esencial el hecho de no sacar a nadie de su
sitio, sino que lleva a que cada uno cumpla las tareas y deberes "de su propio estado"
(Conversaciones, n°. 16).
Por último, cuando la referencia al versículo bíblico no es explícita, muchas veces los
textos se limitan sencillamente a juntar ambas dimensiones, del mismo modo que antes
vimos cómo unían las dimensiones de la llamada a la santidad y la llamada al apostolado.
Así, en el decreto de introducción de la causa de beatificación del fundador se habla de "la
búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado, mediante la santificación del trabajo
ordinario, en medio del mundo, y sin cambiar de estado" (en Seco, 197). Asimismo, en el
escrito de la postulación para la causa de beatificación se dice que los miembros del Opus
han de "buscar la santidad y ejercitar el apostolado entre sus compañeros y amigos, cada
muy al contrario, el miembro del Opus, más que "un peregrino" que se halla de paso por la
tierra, es "un ciudadano" del mundo, con todos sus derechos y deberes.
c) Con anterioridad habíamos observado ya que, a diferencia del protestantismo ascético, el
Opus Dei veía en el trabajo no tanto la contribución del hombre a la construcción del
futuro Reino de Dios como su cooperación en el establecimiento del "reinado efectivo de
Nuestro Señor", ahora y aquí (Camino, n°. 832).
"El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la
creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los
demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la
mejora de la sociedad en la que se vive, y al progreso de toda la humanidad" (Escrivá,
homilía del año 1963, "Es Cristo que pasa", n° 47).
Los dos textos bíblicos en los cuales parece fundamentar-se toda la "teología del trabajo"
de monseñor Escrivá y de sus seguidores, y que sitúan el origen del mandamiento divino
(vocación) del trabajo son, por una parte, "creced y multiplicaos; llenad la tierra y
dominadla" (o sometedla, señoreadla; Génesis 1,28); y por otra parte, la afirmación de que
Dios creó al hombre "para que trabajara" (Génesis 2,15).
De hecho, en el caso de esta segunda referencia, el texto del Génesis dice que "Dios tomó
al hombre y le colocó en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo guardara". Todas las
versiones coinciden en estos dos verbos; pero Escrivá suele limitarse a utilizar, en latín,
uno solo de los dos verbos de la Vulgata -"ut operaretur"- y a traducirlo por "trabajar" y no
por "cultivar". "El Señor colocó al primer hombre en el Paraíso, "ut operaretur" -para que
trabajara" ("Surco", n°. 482); o simplemente: "Dios creó al hombre para que trabajara"
("Conversaciones", n°. 24).
Es de suponer que el recurso a este verbo, "operaretur", obviamente emparentado con el
substantivo que da nombre al "Opus", debió ser muy del agrado del padre Escrivá. El
problema estriba en que el texto de la Vulgata, según el cual Dios colocó al hombre "in
Paradiso voluptatis, ut operaretur et custodiret illum", no admite el tipo de traducción que
le da Escrivá. El verbo en cuestión exige el complemento y, por consiguiente, la única
forma posible de traducirlo consiste en decir "que 'lo' cultivara" o "que 'lo' trabajara" (el
Paraíso). Si se quiere ver en este texto el origen de la vocación del hombre, éste habría sido
llamado, no genéricamente a trabajar, sino concretamente a cultivar o a trabajar e1
"Paradisum voluptatis".
El otro aspecto que llama inevitablemente la atención es que tanto este texto como el
anterior ("llenad la tierra y dominadla") se sitúan "antes" de la expulsión del Paraíso, es
decir, "antes" del pecado original. Por tanto, es lógico que para Escrivá el trabajo no
constituya una maldición ni un castigo, por cuanto no es la consecuencia del pecado ("con
trabajo comerás de los frutos de la tierra todos los días de tu vida"; "con el sudor de tu
frente comerás tu pan"; Génesis 3,17-19). Una vez más, el Opus Dei se ahorra así el largo
"détour" de los puritanos para llegar a connotar positivamente e1 trabajo, hasta ver en la
actividad profesional la vocación a la cual Dios les llama. Escrivá llega a ello por la vía
directa; saltándose, como quien dice, el penoso episodio del pecado del hombre. Con
razón, pues, afirma Helming que "en muchos aspectos el Opus Dei representa una vuelta a
los planes originales de Dios, al primer mandamiento que dio a Adán y Eva en el Paraíso"
(Helming, 21).
"Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la
experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo" (Escrivá, "Es Cristo que pasa",
n°. 48). Es el principio del ascetismo en acción, por contraposición a la actitud
contemplativa del místico. (Para el Opus Dei la "sana" contemplación es la de san José, ya
que no es "la de los monjes, sino la del trabajador que, en medio de su quehacer diario, no
ha dejado de tener presente en cada momento el sentido último de las cosas"; Suárez, 61).
Así, el trabajo es a la vez una vocación y una bendición. Más aún: el trabajo no es sólo un
medio ascético, sino que tiene incluso un "valor positivo de cooperación a la obra
creadora" (Aubert, 218). "La misión del trabajo humano es precisamente servir de medio al
hombre para alcanzar la participación en la vida divina a través de la participación en la
acción creadora, prolongándola y poniéndola de relieve en la glorificación de Dios. Hay
que comprender bien la grandeza de esta intuición (¡de Escrivá, por supuesto!): al ser el
hombre imagen de Dios, la naturaleza, transformada por el trabajo, puede hacerse de este
modo más semejante al hombre; y, humanizándose, se hace al mismo tiempo más
semejante a Dios" (Aubert, 216).
Nos hallamos en los antípodas de todo análisis empírico de las condiciones en las que a
menudo se desarrolla el trabajo humano. Y no digamos ya de toda concepción del hombre
alienado de la naturaleza y de su trabajo. Porque lo único que los autores del Opus Dei
subrayan constantemente es la vocación de "dominio" del hombre. El pecado es provocado
en todo caso por la debilidad humana, por las bajas pasiones, por la flaqueza de la carne; si
el pecado de Adán fuera pecado de orgullo, de desafío a Dios y voluntad de ser como él, el
hombre andaría con más cuidado antes de autoerigirse en "co-creador" con Dios y "co-
redentor" con Cristo. Según Escrivá, "el trabajo se nos presenta como realidad redimida y
redentora" ("Es Cristo que pasa", n°. 47). Cualquier representante del protestantismo
ascético diría, sin duda, que esto es "idolatría de la criatura", pura y simple.
Resulta curioso que un autor como García Hoz, quien al hablar de "la pedagogía de la vida
ascética en Camino" recuerda que para Escrivá "la verdadera pobreza consiste en renunciar
voluntariamente al dominio sobre las cosas" (Camino, n°. 632, en García Hoz, 1988, 187),
afirme por otro lado que "con las cosas la persona humana establece una relación de
dominio ya que el hombre está hecho para dominar el mundo a través del conocimiento
[¿será el conocimiento "del árbol del bien y del mal" del Génesis?] y de la acción". Y esta
"relación del hombre con las cosas tiene también un nombre muy querido por monseñor
Escrivá de Balaguer: se llama trabajo" (García Hoz, 1976, 9s). Según esto, el trabajo sería
al parecer exactamente lo contrario de la "verdadera pobreza". A través del mensaje del
Opus, Dios llama al hombre a trabajar, a afirmar esta relación de dominio: en éste punto, la
afinidad electiva entre "ética del Opus" y "espíritu del capitalismo" no puede ser más
evidente.
Al mismo tiempo, la continuación de este artículo de García-Hoz nos proporciona la clave
de dos diferencias capitales entre el ascetismo intramundano del Opus y el del
protestantismo. "El trabajo no es simplemente un quehacer del hombre con las cosas sino
una participación del hombre en "la obra creadora de Dios" [es decir, en el "Opus Dei", no
en la "construcción del Reino"], una participación también en la potencia y soberanía
divinas puesto que el ser humano está hecho para dominar el mundo. Y el más patente
dominio del mundo es el que se realiza justamente a través del trabajo, porque a través del
trabajo las cosas se ponen y se modifican "al servicio del hombre" [y no "a la mayor gloria
de Dios"]."
4. Un ascetismo intramundano "católico"
En la eterna -y bella- dialéctica cristiana del "ya sí, pero todavía no" (ya hemos sido
redimidos, pero todavía no estamos salvados; el pecado ya ha sido perdonado, pero todavía
no nos hemos librado de él), el Opus Dei carga todo el acento en la primera parte de la
fórmula, y tiende a negar así la tensión y el conflicto. El mundo en el cual vive el miembro
del Opus no es un "valle de lágrimas", sino un "jardín de las delicias", un "paradisum
voluptatis". Un jardín en el cual Dios le ha colocado "para cultivarlo y guardarlo", según el
Génesis; "para trabajar y dominar la tierra", según la versión libre de Escrivá.
En ese mundo, Dios es "el empresario"; y el miembro del Opus, su "manager". Cuando
Berglar escribe que el mensaje de Escrivá supone "el inicio de una nueva era en la vida
cristiana", lo explica así: sin ser "mundanos", somos "hijos de Dios en este mundo"; hemos
de amar al mundo como "obra de Dios" (el mundo = Opus Dei), "y trabajar en él como
colaboradores suyos, pero sin querer acaparar los frutos de ese trabajo", que ofreceremos
"al Señor de la tierra, al "empresario" divino" (Berglar, 97).
Si a partir de la ética calvinista el empresario capitalista veía en la acumulación el signo de
la elección divina, en una fase ulterior del desarrollo capitalista el miembro del Opus es
más bien el experto profesional que ve el signo de la elección en el éxito de la organización
que dirige (Casanova, 1982, 450), cuyo "management" le ha sido encomendado
directamente por Dios mismo, que le ha escogido para esta tarea, como "instrumento" de
predilección (Portillo, 1976).
Frente al Dios radicalmente lejano e inaccesible del calvinismo, que desde la óptica del
simple creyente se presenta con los rasgos terroríficos del que casi nos atreveríamos a
llamar un Dios "autista", la imagen de Dios que se desprende de los textos de Escrivá no es
ya la del "Padre celestial del Nuevo Testamento, tan humanamente comprensivo, que se
alegra del arrepentimiento del pecador" (Weber, 1904, 141), sino la del amigo ("Amigos de
Dios" es el título de una de las colecciones de homilías de Escrivá), y casi la del "colega".
Un Dios que seria incluso manipulable y sobornable (recuérdese aquella plegaria de
Escrivá: "Señor, cuida de mi madre, puesto que yo estoy ocupándome de tus sacerdotes",
citada en Sastre, 280), si no fuera porque los intereses del "empresario divino" y los de su
"manager" son lógicamente coincidentes. Un Dios de quien los miembros del Opus son
"colaboradores", y con el cual son "co-creadores" y "co-redentores". Un Dios al cual
Escrivá puede rezar diciendo: "Señor, haz una de las tuyas: que se vea que eres Tú" (citado
en Fuenmayor y otros autores, 347). Si desde la óptica del sencillo creyente calvinista nos
atrevíamos a decir que Dios, en su inaccesibilidad, se presentaba como un Dios "autista",
desde la óptica de los simples fieles del Opus Dei el "Padre que está en los cielos" (Dios) y
"nuestro Padre en el cielo" (Escrivá) (Portillo, citado en Vázquez, 486) son literalmente
"compadres".
**********
Si pretendiéramos ser exhaustivos, habríamos de tomar sin duda en consideración bastantes
otros aspectos del peculiar estilo de ascetismo intramundano representado por el Opus Dei.
Son muchísimas las cuestiones que Weber suscita en su tesis, sobre todo en el último
capítulo, que habrían de permitirnos profundizar en el análisis de los paralelismos y las
diferencias existentes entre la ética de los puritanos y la del Opus. Por citar un único
ejemplo, es casi seguro que un análisis comparativo del "Christian Directory" de Richard
Baxter y de las obras de Escrivá de Balaguer sería enormemente interesante y de gran
utilidad.
Pero aun reconociendo su interés y su utilidad, no creemos que sea en absoluto
indispensable para nuestro propósito, que no era el de proceder a una aplicación
sistemática de la tesis de Weber, ni estaba presidido por pretensión alguna de
exhaustividad. Queríamos mostrar que el mismo tipo de "afinidades electivas" que Weber
detectaba entre el protestantismo ascético y el espíritu del capitalismo, desempeñaban en el
caso del Opus Dei un papel similar, y que aun partiendo de premisas harto distintas, las
consecuencias finales acababan siendo más o menos las mismas.
Perdida en medio de la letra diminuta de una de sus infinitas notas a pie de página, resulta
particularmente interesante la explicitación que Weber, polemizando con Brentano, hace de
un "presupuesto básico de toda mi tesis: a saber, que la Reforma hizo salir fuera de los
monasterios el ascetismo cristiano y la vida metódica, para implantarlos en la vida
profesional en medio del mundo" (Weber, 1904, 168, nota 84). Cuatro siglos más tarde, la
creación de la figura jurídica de los institutos seculares sancionaba este mismo proceso en
el seno del catolicismo; y el Opus Dei era considerado su modelo acabado.
Una interpretación de este tipo contaría, por lo demás, con el aval de la fórmula
programática de uno de los ideólogos más brillantes del Opus Dei durante el primer
franquismo, Florentino Pérez Embid, cuando proponía como lema en 1949:
"españolización en los fines y europeización en los medios" (Pérez Embid, 1949). En un
país que vivía aún en pleno "régimen de autarquía", la propuesta de Pérez Embid parece un
anuncio profético de lo que ocho o diez años más tarde había de ser el papel histórico de
los ministros "tecnócratas", Ullastres y Navarro, y muy especialmente de Laureano López
Rodó. En el contexto español de la época, hablar de "españolización en los fines" equivalía
a decir intransigencia en los valores, mientras que "europeización en los medios" implicaba
flexibilidad, e incluso manga ancha en las normas, sin necesidad de tener mala conciencia
ni de preocuparse del "qué dirán", gracias a la santificación de la "desvergüenza"
convertida en virtud.
Demos un paso más y substituyamos ahora la palabra "españolización", sinónimo de
intransigencia, por la weberiana "Wertrationalitat" o racionalidad orientada a los valores;
paralelamente, substituyamos la palabra "europeización", sinónimo de transigencia en aras
de la eficacia, por la noción de "Zweckrationalitát" o racionalidad instrumental (Weber,
1922, 12-26): y habremos avanzado considerablemente en la comprensión de la paradójica
combinación de tradicionalismo y modernidad en el Opus Dei.
En efecto, recordemos que para Weber una acción "wertratíonal" es aquella que implica
una creencia consciente en el valor "absoluto" de un comportamiento ético, religioso, etc.,
mientras que en la acción "zweckrational" las expectativas de comportamiento del otro son
asumidas como "condiciones o medios" de cara a conseguir los fines u objetivos racionales
del actor (Estruch, 1984, 146, nota 30). El tradicionalismo del Opus Dei se explica por el
hecho de que en sus creencias y en la defensa de los valores, sus miembros se comportan
como personas intransigentes, de acuerdo con las pautas de una acción "wertrational",
mientras que su carácter innovador se deriva de la flexibilidad y del criterio de racionalidad
instrumental que adoptan en el uso de los medios técnicos característicos de la modernidad.
2. Ética de las convicciones y ética de la responsabilidad
En el pensamiento de los últimos años de la vida de Max Weber hallamos una segunda
distinción, que en muy buena parte corre paralela a la que previamente había establecido
entre los dos tipos de acción racional, pero que para nosotros tiene además la ventaja de
estar situada en el terreno que aquí concretamente nos interesa: el terreno de la ética. Nos
referimos a su distinción entre "la ética de las convicciones" ("Gestnnungsethik") y "la
ética de la responsabilidad" ("Verantwortungsethik"), desarrollada sobre todo en el texto de
su conferencia sobre "La política como vocación", que pronunció en Múnich en 1919
(Weber 1921).
La ética de las convicciones es una ética absoluta, basada en la fidelidad absoluta a unos
principios y en su defensa a toda costa, sin tener en cuenta las posibles consecuencias. La
ética de la responsabilidad, por el contrario, obliga a tener muy en cuenta las posibles
consecuencias de la acción, hasta tal punto que en alguna ocasión el individuo, situado ante
el dilema de la opción, puede considerar preferible sacrificar momentáneamente sus
principios, con el fin de evitar el mal mayor de las previsibles consecuencias nefastas de
una acción exclusivamente orientada de acuerdo con las convicciones.
La distinción weberiana es tan clara, que todo el mundo puede reconocer al instante, en su
propia conducta, actuaciones orientadas hacia un polo o hacia el otro. Algún texto cercano
al Opus Dei no lo ve así y considera que la alternativa propuesta por Weber no clarifica
nada, sino al contrario (por ejemplo, Spaemann, 74ss). Por nuestra parte, en cambio,
consideramos que la distinción resulta clarificadora y útil, y que justamente para entender
la paradoja del Opus Dei es básica y definitiva.
Por supuesto que previamente hay que darse cuenta de que Weber está operando (como
siempre; pero esto es exactamente lo que Spaemann parece querer ignorar) con "tipos
ideales": es decir, con unas construcciones analíticas que no sirven para "describir" una
realidad concreta sino que están pensadas para ayudar a "entenderla y explicarla". La ética
de las convicciones, dice Weber, es la ética del "santo": cuando el santo lo es de verdad, se
trata de una ética llena de sentido, expresión de una gran dignidad (y cita como ejemplos a
Jesús, a los apóstoles y a san Francisco); pero cuando el santo lo es sólo a medias, es en
cambio una ética de la indignidad. La ética del político, por su parte, ha de ser básicamente
una ética de la responsabilidad. Un político que actuara guiándose exclusivamente por una
ética de las convicciones sería un personaje sumamente peligroso: un iluminado y un
fanático. (En el espectro político de las sociedades occidentales, cuanto mas nos acercamos
a la extrema derecha "como" a la extrema izquierda, tanto más nos acercamos también al
polo de la ética de las convicciones. En la medida en que estas categorías fueran
exportables a otros contextos socioculturales, el fenómeno de los regímenes islámicos
calificados de "fundamentalistas" habría de explicarse en función del claro predominio de
una ética de las convicciones. Y en contra quizás de las apariencias, el terrorismo
indiscriminado está mucho más cerca de una ética de las convicciones que de una ética de
la responsabilidad.)
Pero, puesto que de "tipos ideales" se trata, ética de las convicciones y ética de la
responsabilidad no son para Weber términos que se excluyan recíprocamente. Weber
afirma de manera expresa que ni la primera implica una falta de responsabilidad, ni la
segunda supone una falta de principios o de convicciones. Al contrario: una ética de las
convicciones que no estuviera acompañada y matizada por una ética de la responsabilidad
nos abocaría al fanatismo, mientras que una ética de la responsabilidad que sacrificara
todas las convicciones nos conduciría al puro cinismo totalmente carente de principios y de
escrúpulos. Precisamente por esta razón Max Weber concluye su conferencia sobre "La
política como vocación" reivindicando la complementariedad de ambos tipos de ética y
afirmando que "el individuo auténtico", la persona madura, es aquella que es capaz de
llegar a integrarlos en sus actitudes y en sus comportamientos.
La tesis con la cual quisiéramos concluir esta investigación sobre el Opus Dei es que su
paradójica combinación de modernidad y tradicionalismo se explica porque en
determinados ámbitos proclama y aplica esta complementariedad de planteamientos éticos
(razón por la cual es percibido como "moderno"), mientras que en otros ámbitos se guía, y
obliga a sus miembros a guiarse, por los criterios de una ética de las convicciones no
complementada o matizada por la ética de la responsabilidad (de donde su
"tradicionalismo" o "integrismo").
1) Ética de la responsabilidad y ética de las convicciones, integradas
a) El campo en el que más manifiesta es la adopción de la primera perspectiva es el de "la
actividad económica y empresarial". Los miembros del Opus optan ahí claramente por los
criterios de la racionalidad instrumental, tienen en cuenta el cálculo de la relación entre
medios y fines, y tratan de prever en todo momento las consecuencias de la acción. El
modelo es pues, clarísimamente, el de la ética de la responsabilidad. Por esta razón un
instituto como el IESE goza de prestigio internacional y puede ser legítimamente
presentado como una institución "insignia" de la modernidad del Opus Dei.
Incluso en la literatura sobre "ética empresarial" se detecta a menudo la preocupación por
integrar ética de las convicciones y ética de la responsabilidad. "Los conflictos éticos en la
empresa suelen aparecer cuando las personas que han de tomar decisiones empresariales se
encuentran con la aparente imposibilidad de elegir acciones que satisfagan
simultáneamente sus criterios de racionalidad económica y sus criterios éticos" (Pérez
López, 1990, 33). El lenguaje no es el mismo, pero aquello que el autor quiere expresar
con su lenguaje, sí lo es. Tiende a reservar el término "ética" para los principios o
convicciones, y propone el desarrollo de lo que denomina una "ascética empresarial" (ibíd.,
35), cuya función sería aproximadamente la misma que la de la " Verantwortungsethik" en
el pensamiento de Weber.
Se observa, por otra parte, un cierto deje "tradicionalista" en el lenguaje de Pérez López, en
la medida en que intenta fundamentar sus planteamientos en Aristóteles y santo Tomás,
cosa que inevitablemente conduce a un tipo de discurso que suele poner nervioso a
cualquier sociólogo: el discurso de la ética "natural", basado en el carácter dado por
supuesto e indiscutible de una realidad preexistente, y en el ejercicio "ascético" de
adaptación a dicha realidad, reificada y no percibida como socialmente construida. Pero a
pesar de estas dificultades, nos parece observar esta reivindicación de la
complementariedad cuando el autor niega que la ética empresarial pueda reducirse a
"teorías éticas normativas" (ibíd., 39s), dado que éstas sólo pueden señalar correctamente
las prácticas inaceptables (en nuestros términos, aquellos principios que "no" pueden ser
sacrificados, ni siquiera desde una ética de la responsabilidad), pero en cambio no pueden
orientar positivamente la acción (para lo cual "es preciso" recurrir a una ética de la
responsabilidad). (Juan A. Pérez López, que es profesor de IESE, me cedió amablemente el
material de una obra suya aún en preparación, que por esta misma razón no es citada aquí,
pero que me ha sido de gran utilidad.)
b) Podría decirse prácticamente lo mismo de la participación de ciertos miembros del Opus
en el "mundo de la política". El ejemplo más conocido de todos, y el que con mayor
frecuencia ha sido mencionado en estas páginas, lo ilustra perfectamente. Desde el punto
de vista que ahora nos ocupa, el papel desempeñado por los ministros "tecnócratas" del
Opus Dei, en la España franquista de los últimos años de la década de los cincuenta,
consistió en la introducción de un comportamiento presidido por la ética de la
responsabilidad en un régimen dictatorial y autoritario que desde el término de la guerra
"civil" había basado su actuación en la ética de las convicciones (dicho sea sin entrar en
juicios de valor sobre la clase de "convicciones" de que se trataba, ni sobre los posibles
abusos semánticos a los que puede conducir a veces una utilización tan genérica y "neutra"
de la palabra "ética").
2) ¿Ética de la responsabilidad, sin ética de las convicciones?
La prioridad otorgada a la preocupación por la relación entre los medios y los fines de la
acción es igualmente manifiesta en otro texto sobre "Ética empresarial" de un miembro del
Opus (pero no del IESE), Gómez Pérez, quien -nuevamente con el lenguaje de la casuística
tradicional- examina las circunstancias susceptibles de afectar y modificar el acto moral:
"quién, qué, con qué medios, por qué, cómo y cuándo" (Gómez Pérez, 1990, 33). Hasta tal
punto que en este caso no siempre está muy claro en qué quedan las "convicciones" a las
cuales no puede renunciar quien actúa por ética de la responsabilidad, dada su tesis de que
"un buen comportamiento éticamente bueno trae beneficios a la empresa" (ibíd., 94), es
decir, que "la ética compensa", "la ética es rentable" (ibíd., 18s), dada su justificación del
"soborno" cuando se trata de evitar que "la empresa tenga graves pérdidas con peligro para
la supervivencia" (ibíd., 120), y dada su disculpa de la falta de conciencia fiscal (ibíd., 83)
o de la evasión de impuestos cuando el Estado "no cumple el bien común" y el evasor
dedica "esos fondos a la defensa del bien común" (ibíd., 125).
Ese mismo autor plantea, como "case study" de elaboración propia, el caso de un
empresario que se ha enriquecido y que ha evadido impuestos. La lectura "de un libro de
ética empresarial" le hace tomar conciencia de que su comportamiento, además de ilegal,
ha sido inmoral. Al mismo tiempo. declarar anura la verdad a Hacienda podría llegar a
afectar a la supervivencia del negocio, así como a más de dos mil puestos de trabajo. "Por
otro lado, no está dispuesto a dar tanto dinero a una administración que se caracteriza por
ocasiones en que la guerra no sólo es permitida, sino que es un deber acudir a ella"; y que
aunque "no se va a la guerra a matar al enemigo sino a defenderse" existe, no el derecho,
pero sí la "permisión", la "licitud" de matar en una guerra justa (Herrera, 254 y 258).
b) La objeción de conciencia. El año 1974 -un año antes de la muerte de Franco- la
revista de la Universidad del Opus en Navarra, "Nuestro Tiempo", publicó un curioso
artículo de José Zafra en el cual el autor, tras haber afirmado que todo español tiene la
obligación de servir a la patria con las armas y que es políticamente inconcebible la no
aceptación de la idea del servicio militar se plantea las posibles consecuencias de una
hipotética discrepancia con respecto a este principio básico. Y escribe: "Sólo cabría "en
buena lógica" seguir una de estas líneas de conducta: quitar la vida a los discrepantes;
desposeerlos de la nacionalidad y dejarlos en la condición de apátridas residentes hasta que
encuentren otro país que los acoja; declararlos deficientes mentales y recluirlos en
establecimientos adecuados; o rebajarlos a la condición de semiciudadanos, es decir
sometidos a alguna forma de "capitis diminutio". (Zafra, 64).
Hasta aquí la "pura lógica" de José Zafra: ética de las convicciones, pura y dura. Pero
resulta aún más interesante -una vez dominados los escalofríos y vencido el pánico-
observar cómo, en la segunda parte de su artículo, el autor se plantea la posibilidad de no
emplear la "pura lógica" sino la "prudencia". La posibilidad, en otras palabras, de
introducir unas tímidas dosis de ética de la responsabilidad en un discurso presidido por la
ética de las convicciones. Así lo afirma explícitamente él mismo: se puede gobernar
"desentendiéndose del principio" (ibíd., 65). Y entonces, después de observar que el mero
encarcelamiento del objetor le parece discutible, encuentra que sería coherente la solución
de la degradación civil: no limitada a la supresión de los derechos políticos, o a la
prohibición de trabajar en la administración pública y de ejercer la docencia, sino llegando
"incluso a la interdicción de poseer bienes inmuebles" (ibíd., 70), ya que quien se niega a
servir a la patria con las armas no tiene derecho a poseer ni un pedazo de ella. Finalmente,
una última solución alternativa sería la del servicio substitutorio, que habría de ser una
actividad "no menos ardua o arriesgada, más duradera, e igualmente beneficiosa para la
nación que el servicio militar" (ibíd, 71).
Unos años más tarde, y una vez regulada mínimamente en la legislación española la
cuestión de la objeción de conciencia, el planteamiento de Gómez Pérez da ya mayor
cabida a la ética de la responsabilidad, aunque siga subsistiendo en conflicto con las
convicciones (que curiosamente, si antes eran contrarias a la guerra, son ahora favorables
al servicio militar).
Desde una "concepción ética subjetivista", que afirma la autonomía de la conciencia, la
objeción no presenta problema. "La concepción objetiva de la moralidad afirma, en
cambio, que la ley moral natural, inscrita en la naturaleza humana, obliga naturalmente"
(Gómez Pérez, 1980, 194). En último término, todo depende de la ley: si la ley es injusta,
la objeción es un derecho y un deber; pero si la ley es justa, "no cabe la objeción de
conciencia". La ley es justa, evidentemente, cuando está de acuerdo con "la ley moral
natural". No es fácil encontrar una fórmula que sintetice mejor el significado del concepto
sociológico de "reificación", y que de paso ilustre mejor los usos de esta "reificación" al
servicio de los intereses de los legitimadores o ideólogos con capacidad de imponer las
"definiciones oficiales". ¿"Quién decide" cuándo una ley es justa o injusta?
"El servicio militar obligatorio no es en sí injusto", dictamina, de acuerdo con "una
concepción objetiva de la moralidad", nuestro autor (Gómez Pérez, 1980, 195), el mismo
que justificaba el fraude fiscal de un empresario porque el Estado gasta dinero en
actividades "que a él le parecen completamente ilícitas" (Gómez Pérez, 1990, 136).
En definitiva, el reconocimiento del derecho a la objeción de conciencia aparece en estos
textos como una concesión, hecha en nombre de la ética de la responsabilidad, sabiendo
perfectamente que implica una cierta renuncia a las convicciones. Ambos tipos de ética se
encuentran claramente en situación de conflicto y no de integración. El panorama va a ser
totalmente distinto cuando, con una elegante pirueta, Gómez Pérez diga que la
problemática de la objeción de conciencia va hoy mucho más allá del "caso concreto del
servicio militar" y, vinculándola ahora al creciente "pluralismo de la sociedad" y a la
"concepción democrática de la política" (Gómez Pérez, 1987, 135s), vuelva a hallar la
coherencia entre concepción objetiva y concepción subjetiva de la moralidad. Dirá
entonces, en efecto: "¿Hasta qué punto un ciudadano tiene que pagar unos impuestos que
sirven para sostener un hospital en el que se practica el aborto?" (objeción de conciencia
fiscal). "¿Cómo puede un médico, una enfermera, practicar abortos yendo en cada caso
concreto en contra de su conciencia, que condena ese acto como un crimen?" (objeción de
conciencia profesional) (Gómez Pérez, 1980, 196).
c) La pena de muerte. También en este tercer caso el planteamiento es similar. No se trata,
según nuestro autor, de criticar las actuales "tendencias abolicionistas" de la pena de
muerte, pero conviene no exagerar a la hora de condenarla. "En realidad, si se declara
absolutamente ilícita la pena de muerte (por tanto, una inmoralidad), hay que concluir que
siempre en la historia se ha actuado inmoralmente cuando la pena ha sido aplicada"
(Gómez Pérez, 1980, 115). Huyamos, pues, del carácter "absoluto" de la ética de las
convicciones y seamos "realistas" y responsables: siempre y en todas partes ha habido
delitos y penas (ibíd., 111); "la existencia de las penas está estrechamente conectada con su
utilidad o, en otros términos, con sus fines" (ibíd., 112; en todo este capítulo no se hablará
para nada de "la ley moral natural"); la pena de muerte ha sido durante muchos siglos "la
pena por excelencia", y durante muchos siglos "incluso los pensadores más ecuánimes y
ponderados no tuvieron ninguna duda sobre su utilidad y justificación" (ibíd., 113).
A continuación el autor da cinco argumentos a favor y seis en contra de la pena de muerte,
para concluir que en alguna ocasión podría ser considerada lícita (ibíd., 114) y que, en
definitiva, "la cuestión sigue abierta" (ibíd., 115).
Una docena de páginas antes, había dedicado un capítulo del mismo volumen a hablar de la
eutanasia. ¿Para decir, también en este caso, que se trata de una "cuestión abierta"? ¿Sería
concebible aquí una frase como la de hace unos instantes: "si se declara absolutamente
ilícita la eutanasia hay que concluir que siempre en la historia se ha actuado inmoralmente
cuando ha sido aplicada", para concluir que en determinadas circunstancias podría ser
lícita? No; aunque reconoce que históricamente la eutanasia ha sido una medida frecuente,
aquí no hay argumentos a favor sino tan sólo en contra (Gómez Pérez, 1980, 103). "Un
mínimo sentido de la humanidad permite ver que esto no es progreso, sino regresión,
marcha atrás" (ibíd., 105); a la hora de hablar de la pena de muerte no se hacían esta clase
de consideraciones, sino que el autor reconocía, como mucho, que "parece claro que la
tendencia abolicionista corresponde mejor a la humanización del derecho y a la posibilidad
de una sociedad diversa" (ibíd., 115).
Pero si en el caso de la pena de muerte no hay un pronunciamiento definitivo, de carácter
absoluto, en el de la eutanasia entramos ya de lleno en el terreno de la más pura ética de las
convicciones. En cualquiera de sus modalidades "la eutanasia propiamente dicha es una
acción inmoral, porque el objeto de ese acto es intrínsecamente malo: la supresión de una
vida" (ibíd., 103). También la guerra suponía una "amenaza inmediata de muerte efectiva"
(ibíd., 107), pero no por ello era "intrínsecamente mala".
Y prosigue: "La inmoralidad de la eutanasia se deduce directamente de "la ley moral
natural", cuando los hombres llegan a dar con su fundamento: la existencia de Dios como
único dueño de la vida y de la muerte. Por tanto, la eutanasia -aun con el consentimiento de
la víctima- es un atentado a la ley moral" (ibíd, 103). Vuelve a aparecer aquí la referencia a
la "ley moral natural", ausente en cambio en el tratamiento de la pena de muerte, y a su
el Opus Dei sea percibido, en todos estos aspectos, como un movimiento de orientación
sumamente tradicionalista y "poco moderno", y que desde los llamados "valores de la
modernidad" se le puedan atribuir los calificativos de "conservador" y "retrógrado".
a) Masculinidad y feminidad. Ya al hablar de los orígenes del Opus Dei, de la coexistencia
de hombres y mujeres en su seno, e incluso de ciertos rasgos de la personalidad del padre
Escrivá, habíamos observado que subyacente a la manera de plantear la problemática de la
sexualidad se hallaba una determinada lectura biológica, antropológica y psicológica de la
masculinidad y la feminidad.
El volumen "Problemas morales de la existencia humana" les dedica sendos capítulos
(Gómez Pérez, 1980, 129-144), pero aquí nos fijaremos sobre todo en un texto paralelo, y
más sintético, de otro autor del Opus Dei. En un libro sobre la "Ética del quehacer
educativo", Carlos Cardona añade al final un apéndice, "Acerca de la mujer" (Cardona,
1990, 135-148), cuyas últimas páginas ilustran bien lo que pudiéramos llamar una
reificación del factor cultural del género, sin distinguirlo del factor biológico del sexo.
En su texto, Cardona considera indispensable ese apéndice final, por cuanto actualmente
-dice- se reivindica a menudo una "igualación" que tiende a negar la "diferencia" entre
hombre y mujer (Cardona, 1990, 135). Existe un "equívoco feminismo" que
paradójicamente acaba convirtiéndose en un "masculinismo de la peor especie". Y añade:
"Nada más desagradable que una mujer hombruna; o mejor, sí, es aún "más detestable" (...)
un hombre, un varón afeminado" (ibíd., 141s).
Las distintas cualidades, diversas y complementarias, del hombre y de la mujer no son
meros rasgos culturales. Son cualidades que les han sido atribuidas por Dios, y como tales
han de ser reconocidas, "como vestigios, más aún, como imagen y semejanza de Dios"
(ibid., 140s). ¿Por ejemplo? Determinadas características de la feminidad, "como ese
'instinto' que mueve a la mujer a procurar ser amable, atractiva (y no me refiero aquí
principalmente a lo físico, sino a lo psíquico y a lo espiritual: la simpatía, la ternura, la
paciencia, la piedad, por ejemplo). Y por lo mismo, se entiende igualmente bien la especial
'repulsión' que inspira la mujer antipática, adusta, agresiva y, en su extremo, arpía" (ibíd.,
144;). Podríamos comparar esta caracterización con la que Jesús Urteaga hacía de la
virilidad (Urteaga, 1948, 63ss), y que habíamos comentado ya en uno de los primeros
capítulos. O bien con aquella recensión que Víctor García Hoz hacía del libro "Santo
Rosario" de Escrivá, en la que afirmaba que el Rosario no es "un pasatiempo cansino de
mujerucas", sino un arma, "algo que han de utilizar los hombres que andan ocupados en
cosas de guerra" (García Hoz, 1945, 594). O incluso con la caracterización negativa que de
manera indirecta hace el propio Escrivá de ciertos rasgos femeninos, diciendo: "Eres
curioso y preguntón, oliscón y ventanero: ¿no te da vergüenza ser, hasta en los defectos,
tan poco masculino?" (Camino, n°. 50). Pero para Carlos Cardona los valores de la
feminidad no son explicables en términos psicológicos o fenomenológicos: "es algo de
carácter ontológico. No se trata de que la mujer "se muestra" así. Se trata de que la mujer
"es" así" (Cardona, 1990, 145).
Dado que su libro se ocupa básicamente de temas educativos, la conclusión que saca es que
hay que ir contra la "coeducación" de chicos y chicas. Durante la pubertad y la primera
adolescencia, chicos y chicas han de ser educados "separada y distintamente". "Y no por
miedo a los asaltos del instinto animal", sino con el fin de favorecer la formación de la
personalidad de unos y otras (ibid., 147; el entrecomillado es nuestro).
En coherencia con este tipo de planteamiento, lo que se ha dado en llamar "filosofía de la
liberación sexual" no es algo ambivalente y discutible, sino sencillamente condenable. Y
para condenarla se recurrirá, si es preciso, a "la artillería pesada". En un artículo sobre el
tema, publicado en 1978, Rafael Gómez considera que la expresión "filosofía de la
liberación sexual" no es otra cosa que "un título de ennoblecimiento para fenómenos
corrientes, pero no por eso menos 'infrahumanos'" (Gómez Pérez, 1978a, 5). "No hay que
olvidar sin que esto signifique alimentar prejuicios nacionalistas o raciales, que Freud y
Marcuse pertenecen a la "esfera mental germánica" y a la "esfera genética judía'" (ibíd., 6;
el entrecomillado es nuestro). Y algo más adelante, al referirse a Wilhelm Reich, recuerda
que el mismo Freud "consiguió que fuera expulsado de esa "mafia" que constituía ya
entonces la sociedad psicoanalítica internacional" (ibíd., 11).
Por un lado, cabría esperar una actitud mucho más prudente, por parte de un miembro del
Opus Dei, a la hora de utilizar un término como el de "mafia". Porque si es lícito emplearlo
de una forma tan genérica y tan escasamente rigurosa para aplicarlo a la Asociación
Psicoanalítica Internacional, luego va a resultar más difícil quejarse cuando otros (Le
Vaillant, Ynfante, etc.) lo apliquen precisamente al Opus Dei. Pero por otro lado, y sobre
todo, es evidente que el tono del discurso ha variado radicalmente, y que ese uso del
lenguaje nos sitúa ya muy lejos del terreno de la ética de la responsabilidad en el que hasta
aquí habíamos estado moviéndonos.
b) El matrimonio y la sexualidad. El hecho de que el hombre y la mujer tengan unas
características diversas y complementarias por obra y voluntad de Dios (Cardona, 1990,
140s), acarrea como consecuencia directa la afirmación según la cual "el único uso lícito
de la sexualidad es el que se realiza en el matrimonio verdadero, es decir, en la unión
indisoluble de un hombre con una mujer" (Gómez Pérez, 1987, 73).
Son inmorales, por lo tanto, las relaciones sexuales fuera del matrimonio (Gómez Pérez,
1980, 159), es inmoral toda forma de homosexualidad (ibíd., 161) y lo es también la
masturbación (ibid., 162). De acuerdo con una declaración de la Congregación vaticana
para la Doctrina de la Fe (del año 1975), todo uso de la sexualidad, fuera de las relaciones
conyugales, es inmoral. Cuando las encuestas sociológicas indican la existencia y la
frecuencia de tales fenómenos, "están constatando hechos. Y los hechos no constituyen un
criterio que permita juzgar el valor moral de los actos humanos" (citado en ibíd., 162).
Recordemos que en el caso de la guerra se nos decía textualmente que eran los hechos, "los
datos concretos", los que habían modificado "el tradicional planteamiento sobre la eticidad
de la guerra" (ibid., 110). Los hechos, en cambio, no obligan a modificar los
planteamientos sobre la eticidad de determinados comportamientos sexuales. Está más
claro que el agua: en un caso se apela a los criterios de la ética de la responsabilidad, y en
el otro se acude estrictamente a la ética de las convicciones.
La única concesión que está en todo caso dispuesto a hacer el autor -en un texto, todo hay
que decirlo, sobre ética "social"- es la afirmación según la cual "la pacífica convivencia
implica, en este campo como en otros, "tolerar" acciones ajenas -también si son
objetivamente inmorales- siempre que no se ponga en peligro el bien común" (Gómez
Pérez, 1987, 75). El ejemplo concreto aducido a continuación no es otro que el de la
prostitución, que "en general no ha sido defendida, sino simplemente tolerada", para acabar
diciendo que hay que ver hasta qué punto pone en peligro la convivencia, y que "no pueden
darse, en este ámbito, reglas generales" (ibid., 75).
¿La fórmula que habla de la "paternidad responsable" tiene algo que ver, acaso, con la ética
de la responsabilidad? Sí, en la medida en que una pareja puede llegar a la decisión de no
tener, de forma provisional o definitiva, más hijos; es evidente que semejante decisión se
toma teniendo básicamente en cuenta las consecuencias de la acción. Sin embargo, la única
forma lícita de actuar consistirá en tal caso en "seguir los metodos naturales de control
natal prescritos por Dios con los ritmos biológicos de la mujer" (Cipriani, 1989, 76).
Condena explícita, por lo tanto, de todo método anticonceptivo: esterilización, dispositivos
mecánicos, productos farmacológicos, etc. El juicio ético "no tiene más remedio que ser
tajante" (Gómez Pérez, 1980, 88). Tampoco en este caso existen "datos concretos" que
obliguen a modificar "el planteamiento tradicional". Durante siglos las epidemias habían
casadas quedaban circunscritas a unos períodos muy determinados, fijados en función del
calendario y de la temperatura corporal de la mujer. Los arqueólogos marcianos han
logrado identificar los domicilios de los católicos merced a la presencia en ellos de grandes
cantidades de gráficos, calendarios, agendas llenas de cifras y termómetros rotos, restos
que demuestran la enorme importancia otorgada a este código. Algunos especialistas han
pretendido que se trataba de un método para regular la descendencia; pero tal hipótesis ha
debido descartarse al haber quedado manifiestamente probado que los católicos tenían un
promedio de hijos superior al de todos los demás grupos. El catolicismo se caracterizaba
asimismo por alguna otra doctrina, como por ejemplo la creencia en un Redentor y en una
vida después de la muerte."
En definitiva, si dos de las principales conclusiones de la primera parte de este estudio eran
que monseñor Escrivá de Balaguer fue hijo de un tiempo y de un país muy concretos -la
España de la primera mitad del siglo xx-, y que el Opus Dei es hijo -más exótico que
propiamente original- de su fundador, las dos conclusiones principales de esta segunda
parte son que el Opus Dei es un movimiento al mismo tiempo moderno y tradicionalista.
Su modernidad, fruto en buena parte del estilo ascético intramundano que adopta, le
aproxima notablemente a algunos de los rasgos más característicos del protestantismo
ascético, del que le separan no obstante determinados planteamientos doctrinales. Su
tradicionalismo, particularmente acentuado en aquellos temas en los que se guía por una
estricta ética de las convicciones, en detrimento de los criterios más propios de la ética de
la responsabilidad, es un tradicionalismo que básicamente comparte con algunas
posiciones oficiales de la Iglesia católica, y constituye un reflejo de las dificultades de
inserción del catolicismo en las sociedades occidentales contemporáneas, pese a los
esfuerzos de adaptación realizados por el concilio Vaticano II, que ciertos sectores
significativos de este catolicismo -y entre ellos, el Opus Dei- intentaron combatir,
aparentemente sin éxito, pero en realidad con eficacia notable.
FIN DEL LIBRO