Una Visión Que Da Vida
Una Visión Que Da Vida
Una Visión Que Da Vida
JOHNPOWELL, S.J.
Obra Nacional de la
Buena Prensa, A.C.
1
Una visión que da vida
Cómo ser cristiano en el mundo actual
John Powell, S.J.
en colaboración con Michael H. Cheney
Traducido por Carlos Villalobos
Copyright © 1995 by Thomas More, a división of Tabor Publishing
ISBN: 0-88347-294-5
ISBN: 970-693-209-7
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Buena Prensa, A.C.
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Distribuidora oficial
Uruapan, Mich.
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Índice
Introducción
Vivir plenamente la vida cristiana............................................. 7
Capítulo 1
La visión: lo que ves es lo que recibes..................................... 19
Capítulo 2
La visión que modela nuestra vida........................................... 32
Capítulo 3
Las fuentes de nuestra visión…............................................... 38
Capítulo 4
¿Qué hay en mí?....................................................................... 49
Capítulo 5
Debemos aprender a ser buscadores del bien…...................... 65
Capítulo 6
La terapia de la visión y la fe religiosa…................................ 73
Capítulo 7
La visión cristiana de sí mismo................................................ 87
Capítulo 8
Debemos aceptarnos tal como somos.................................... 105
3
Capítulo 9
Debemos aceptar la responsabilidad de nuestras vidas.......... 118
Capítulo 10
Debemos satisfacer nuestras necesidades de relajación, ejercicio
y alimentación........................................................................ 131
Capítulo 11
Debemos esforzarnos y salir de nuestras zonas de
comodidad.............................................................................. 147
Capítulo 12
Debemos buscar el crecimiento, no la perfección................. 158
Capítulo 13
La manera como vemos a los demás...................................... 168
Capítulo 14
Debemos aprender a comunicarnos eficazmente................... 181
Capítulo 15
Un principio de vida............................................................... 192
Capítulo 16
La crisis contemporánea del amor......................................... 207
Capítulo 17
Debemos hacer de nuestras vidas un acto de amor……….....220
Capítulo 18
La grandeza de Dios............................................................... 245
Capítulo 19
Debemos aprender a gozar las cosas buenas de la vida……..268
Capítulo 20
Dios revelado en Jesús........................................................... 277
4
Capítulo 21
La visión cristiana del sufrimiento......................................... 304
Capítulo 22
La visión cristiana de la Iglesia.............................................. 325
Capítulo 23
Debemos hacer de la oración una parte
de nuestra vida cotidiana ....................................................... 347
Capítulo 24
La visión cristiana de la voluntad de Dios............................. 360
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La gente totalmente viva trasciende más allá de su persona.
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Introducción
7
potencial y disfrutamos de una vida humana plena son nuestras
actitudes, es decir, la visión que tenemos de la realidad.
Cada uno de nosotros tiene una visión de la realidad que
controla todos los demás aspectos de nuestra vida. Esa visión es
la manera como captamos la realidad. Es la manera como nos
vemos a nosotros mismos, a los demás, a la vida, al mundo que
nos rodea y a Dios. Esta visión está dentro de ti e igualmente hay
una dentro de mí; y en cada uno de nosotros hay una visión
diferente.
Esta visión de la realidad controla y regula nuestra capa-
cidad de vivir y disfrutar. Debido a la manera en que cada uno
ve la realidad, esta visión controla su propia capacidad de par-
ticipar en la vida, de unirse a la danza de la vida, de cantar las
canciones de la vida.
Me gustaría apuntar que el noventa y cinco por ciento de
nuestro sufrimiento es el resultado de una forma equívoca o dis-
torsionada de ver la realidad: una manera equívoca de verme a mí
mismo, de verte a ti y a las demás personas; una manera equívoca
de ver la vida, de ver el mundo; una manera equívoca de ver a
Dios. Estas distorsiones son causantes de la mayor parte de nuestro
sufrimiento.
Creo que esto mismo pensaba Juan el Bautista cuando
salió del desierto con gran estrépito para anunciar la venida de su
primo, Jesús. Él dijo: "¡Deben cambiar su manera de pensar!" Es
decir: "Deben reformar, re-formar la manera en que ven la
realidad. ¡Deben cambiar su visión! Ésta es la única manera en que
pueden cambiar realmente. Cuando tengas deseos de cambiar tu
forma de pensar, cuando desees abrir tu mente a una nueva
mirada, una nueva visión, entonces acércate y déjame verter agua
sobre tu cabeza. El agua simbolizará la destrucción de tus
antiguas formas de ver las cosas y el crecimiento de una nueva
visión".
Cuando Jesús aparece finalmente en escena, dice lo mismo
que Juan el Bautista. Jesús dijo: "Lo que los hace felices es su
actitud básica. Toda felicidad y salud empieza con la forma de
ver las cosas. Las circunstancias o las posesiones no garantizan
la felicidad. Sólo la posesión de la verdad les garantiza la
felicidad, al ver las cosas como realmente son".
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Juan el Bautista y Jesús nos ofrecen la verdad: nuestra
percepción personal de la realidad determina nuestra participa-
ción en la felicidad de una vida plena y humana. En otras pala-
bras, si nuestras actitudes son saludables y realistas, nuestra
existencia será mucho más plena, feliz y llena de vida. Por el
contrario, esas actitudes si son inestables, distorsionadas e insa-
nas, tendrán un efecto negativo en nuestras vidas, en nuestra
visión de la realidad. Jesús afirmó que él mismo era "el Camino,
la Verdad, y la Vida". Y nos ofrece la Visión Maestra de la
Realidad. '
Creemos que su visión, su manera única de ver la realidad,
es la verdad que nos hace libres. Por lo tanto, si deseamos
cambiar -crecer- primero deberemos innovar nuestra visión bási-
ca, nuestra percepción de la realidad.
En este libro hablaremos y analizaremos con detalle las
formas en que podemos crecer hacia la plenitud de la vida cris-
tiana. Y de manera concreta veremos (1) lo que precisamente es
esta visión de la realidad, (2) la manera en que esta visión con-
trola todo lo relativo a nuestra existencia (3) de dónde obtenemos
nuestra visión de la realidad, (4) cuáles formas específicas
podemos utilizar para ponernos en contacto con nuestra visión,
y revisarla, y (5) lo que es la visión cristiana de UNO MISMO,
los DEMÁS, la VIDA, el MUNDO, y DIOS. Primero comenza-
mos con una descripción de lo que es un ser humano pleno y
totalmente vivo.
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Cuando mi amigo escuchó todas esas advertencias desa-
lentadoras que se le hacían al joven marinero, sintió un deseo
irresistible de expresar algo de optimismo y aliento.
Conforme la pequeña nave se alejaba rumbo al horizonte,
mi amigo se dirigió a la punta del muelle, y ondeando ambos
brazos de manera frenética le hacía señas deseándole confianza.
Él seguía gritando: "¡Buen viaje! ¡Eres fuera de serie! ¡Estamos
contigo! ¡Estamos orgullosos de ti! ¡Buena suerte!".
En ocasiones me parece que hay dos tipos de personas.
Aquellas que sienten la obligación de decirnos todo lo que puede
salir mal cuando nos dirigimos hacia aguas desconocidas de
nuestras vidas singulares: "Nada más deja que salgas al mundo
frío y cruel, amigo mío"; "Te lo digo yo". Y otras que perma-
necen de pie al final del muelle, animándonos, transpirando una
confianza contagiosa: "¡Buen Viaje!"
La historia de la psicología está inmensamente poblada de
personas eruditas que han enfocado sus trabajos principalmente
hacia los enfermos, tratando de descubrir la causa de su
enfermedad y previniéndonos a los demás acerca de lo que puede
salir mal. Sus intenciones han sido buenas, y sus esfuerzos, sin
duda alguna, nos han beneficiado a todos; sin embargo, debe
darse de manera certera un lugar honorífico en esta historia de la
psicología al "padre de la psicología humanista", el difunto
Abraham Maslow. Su compromiso no fue primordialmente con
el enfermo y las causas de su enfermedad. Por el contrario, él
dedicó la mayor parte de su vida y energías al estudio de las
personas sanas (aquellas que se renuevan a sí mismas) y les pre-
guntó sobre los orígenes de la salud.
Abe Maslow era definitivamente del tipo Buen Viaje. Esta-
ba más interesado en lo que iba bien que en lo que iba mal, estaba
más deseoso de guiarnos a manantiales de una vida humana
plena, que de prevenirnos de las lesiones que podríamos recibir
al tratar de seguir adelante.
En la tradición de la psicología humanista de Maslow, me
gustaría empezar ahora con un retrato verbal de las personas que
están totalmente vivas y ofrecer algunas observaciones acerca de
lo que las hace saludables.
A manera de descripción general, las personas totalmente
vivas son aquellas que utilizan todas sus facultades, poderes
10
y talentos humanos. Estos individuos funcionan totalmente en
sus sentidos externos e internos. Se sienten cómodos con esto y
abiertos a la total experiencia y expresión de todas las emociones
humanas. Esas personas están vibrantemente vivas en mente,
corazón y voluntad. Creo que en la mayoría de nosotros existe
un miedo instintivo de viajar a toda velocidad. Preferimos, por
seguridad, tomar la vida en pequeñas y refinadas dosis. La
persona totalmente viva viaja con la confianza de que si uno está
vivo y funcionando a toda su capacidad, el resultado será la
armonía y no el caos.
Los seres humanos con vida plena están vivos en sus sen-
tidos externos e internos. Ven un mundo hermoso. Escuchan su
música y poesía. Perciben la fragancia de cada nuevo día y sabo-
rean la delicia que hay en cada momento. Por supuesto sus sen-
tidos también se sienten agredidos por la fealdad y sienten repug-
nancia por los malos olores. Estar totalmente vivo significa estar
abierto a todas las experiencias humanas. Escalar una montaña
requiere de gran esfuerzo, pero la vista desde la cima es mag-
nífica. Los individuos completamente vivos poseen una imagi-
nación activa y un sentido del humor cultivado. También están
vivos en sus emociones. Son capaces de experimentar la amplia
gama y la galaxia de los sentimientos humanos: sorpresa, asom-
bro, ternura, compasión, agonía, éxtasis...
Las personas totalmente vivas también están vivas en sus
mentes. Están más conscientes de la sabiduría de la aseveración
de Sócrates de que "¡La vida, sin reflexión, no vale la pena
vivirla!" La gente totalmente viva siempre medita y reflexiona.
Son capaces de plantear preguntas pertinentes a la vida y son lo
suficientemente flexibles para que la vida los cuestione. No
vivirán una vida sin reflexión en un mundo sin interrogantes.
Posiblemente la mayoría de ellas son personas vivas en voluntad
y en corazón. Aman mucho. Se aman y se respetan a sí mismas
de manera sincera. Todo amor comienza y se construye a partir
de esto. La gente totalmente viva está contenta de estar viva y de
ser lo que es. También aman a los demás de manera delicada y
sensible. Su disposición general hacia los demás es de interés y
amor. En sus vidas existen personas a quienes quieren de tal
manera que la felicidad, el triunfo y la seguridad de esos, seres
amados es tan real para ellos como lo son los suyos
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propios. Son personas comprometidas y fieles con aquellos a
quienes aman de esta forma especial.
Para estas personas la vida posee el color de la alegría y el
tañido de la celebración. Sus vidas no son un cortejo fúnebre
perenne. Cada mañana es una nueva oportunidad esperada con
ánimo. Existe una razón para vivir y una razón para morir. Y
cuando estas personas mueren, sus corazones se llenan con gra-
titud por todo lo que han sido, por "la forma en que fueron", por
su experiencia hermosa y plena. Una sonrisa se extenderá por
todo su ser cuando se haga un recuento de sus vidas. El mundo
siempre será un lugar mejor, más feliz y más humano porque
vivieron y sonrieron y amaron aquí.
La plenitud de la vida no debe considerarse equívocamen-
te como una felicidad total y definitiva. Las personas totalmente
vivas, precisamente porque están totalmente vivas, experimentan
de manera obvia tanto el fracaso como el triunfo. Están abiertas
al dolor y al placer. Tienen muchas preguntas y algunas respues-
tas. Lloran y ríen. Sueñan y guardan la esperanza. Las únicas
cosas que permanecen ajenas a su experiencia de vida son la pasi-
vidad y la apatía. Dicen un fuerte "sí" a la vida y un clamoroso
"amén" al amor. Aunque sienten los fuertes acicates del creci-
miento -de ir de lo viejo a lo nuevo- sus camisas siempre están
arremangadas, sus mentes siempre activas, y sus corazones encen-
didos. Siempre están en movimiento, creciendo, son seres en pro-
ceso, creaturas en evolución continua.
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tud de la vida surgen desde dentro de la persona misma Y,
psicológicamente hablando, una autoaceptación gozosa, una bue-
na autoimagen, y un sentido de autocelebración son el sólido
cimiento de. Ja fuente que lleva a la plenitud de la vida.
2. Ser uno mismo. La autoaceptación libera a las personas
totalmente vivas y las lleva a ser auténticas y reales. Sólo las
personas que gozosas se han aceptado a sí mismas pueden
emprender todos los riesgos y responsabilidades de ser ellas
mismas. "¡Debo ser yo mismo!" repite una y otra vez la letra de
una canción; sin embargo, sentimos la tentación de utilizar
máscaras y participar en juegos. Los antiguos mecanismos de
defensa del viejo yo se van acumulando para protegernos de una
mayor vulnerabilidad. Pero atenúan la realidad y disminuyen
nuestro campo de visión, disminuyen nuestra capacidad de vivir.
Ser nosotros mismos tiene muchas implicaciones. Significa que
somos libres para tener y dar a conocer nuestras propias
emociones, ideas y preferencias. Los individuos auténticos se
permiten pensar sus propios pensamientos, tomar sus propias
decisiones. No se someten a la molesta necesidad de aprobación
de los demás. No se venden a sí mismos ante nadie.
Sencillamente, sus sentimientos, pensamientos y decisiones no
están en venta. Su principio y estilo vital es "ser auténtico
consigo mismo...".
3. Olvidarse de sí mismo al amar. Una vez que las
personas totalmente vivas aprenden a aceptarse y a ser ellas
mismas, proceden a dominar el arte de perdonarse a sí mismas,
el arte de amar. Aprenden a salir de sí mismas mediante el
cuidado y preocupación por los demás. El tamaño del mundo de
una persona es el .tamaño de su corazón. Podemos sentirnos
cómodos en el mundo real sólo en la medida en que hayamos
aprendido a amarlo.
Los hombres y mujeres totalmente vivos escapan del
mundo oscuro y disminuido del egocentrismo, que sólo tiene una
población de una persona. Están llenos de una empatia que les
posibilita sentir profunda y espontáneamente con los demás.
Debido a que pueden entrar al mundo de los sentimientos de los
demás -casi como si estuvieran dentro de los demás o los demás
dentro de ellos- su mundo se expande en gran medida y se amplía
su potencial de experiencia humana. Hay para ellos otras
personas muy queridas y han experimentado personalmente el
"más
Una visión que da la vida
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grande amor", ése que tiene el sentido de compromiso. Cuida-
rían a sus seres queridos con sus propias vidas.
Ser una persona amorosa es algo bastante diferente a ser
lo que se conoce como alguien compulsivamente bueno. Estas
personas utilizan simplemente a los demás como una oportuni-
dad para practicar sus actos de virtud, de los que llevan perfecta
cuenta. La gente que ama aprende a cambiar el motivo de su
atención y preocupación, de ellos mismos hacia los demás. Se
preocupan profundamente por los demás. La diferencia entre los
compulsivamente buenos y las personas que realmente aman es
la misma que hay entre una vida que actúa en un escenario y una
vida que es un acto de amor. La imitación del amor verdadero
está destinada al fracaso. Nuestra atención y cuidado de los
demás deben ser genuinos, o nuestro amor carecerá de sig-
nificado. Esto es una gran verdad: no hay aprendizaje en la vida
sin el aprendizaje del amor.
4. Creer. Una vez que la gente totalmente viva aprendió
a trascender la preocupación puramente egoísta, descubre el "sig-
nificado" de su vida. Este significado está presente en aquello
que Víctor Frankl denomina "vocación específica o misión en
la vida". Se trata del compromiso hacia una persona o una causa
en la que podemos creer y a la cual podemos dedicarnos. Este
compromiso de fe moldea las vidas de aquellos individuos total
mente vivos, haciendo que todos sus esfuerzos parezcan impor-
tantes y valiosos. La devoción a este empeño de por vida los
eleva más allá de la pequeñez y mezquindad que devora irreme-
diablemente las vidas sin significado.
Cuando no existe esta motivación en una vida humana, nos
vemos abandonados casi por completo a la búsqueda de sen-
saciones. Al buscar nuevos "estímulos" sólo se pueden experi-
mentar nuevas formas de romper la monotonía de una vida estan-
cada. Por lo común, una persona sin motivaciones se pierde en el
bosque de las ilusiones químicamente inducidas, la orgía pro-
longada, la inquietud anhelante de rascarse aun sin tener come-
zón. La naturaleza humana aborrece el vacío. Debemos encontrar
un motivo en el cual creer o pasar el resto de nuestra vida
buscando una compensación al fracaso.
5. Pertenecer. El quinto y último componente de la vida
plena sería sin duda alguna un "lugar llamado hogar", un senti-
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miento de comunidad. Una comunidad es una unión de personas
que "tienen algo en común", que comparten mutuamente sus
posesiones más preciadas: ellas mismas. Se conocen y se abren
unas a otras. Ellas son unas para otras. Comparten con amor sus
personas y sus vidas.
Las personas totalmente vivas poseen un sentido de per-
tenencia a sus familias, a su iglesia, a la familia humana. Hay
otras con las que se sienten totalmente cómodas y como en casa,
con las que experimentan una sensación de pertenencia mutua.
Es un lugar donde puede sentirse su ausencia y lamentarse su
muerte. Cuando están con estas otras, las personas totalmente
vivas encuentran una satisfacción semejante al dar y al recibir. El
sentido opuesto de aislamiento siempre resulta decreciente y
destructivo. Nos lleva a los fosos de la soledad y la enajenación,
donde sólo nos espera la muerte.
La ley inevitable inherente a la naturaleza humana es ésta:
nunca somos menos que individuos pero nunca somos simple-
mente individuos. Ninguna persona es una isla. Las mariposas
son libres, pero nuestros corazones necesitan tener como hogar
el corazón de otra persona. Las personas totalmente vivas poseen
la paz profunda y la alegría que sólo puede experimentarse en esa
casa.
Con esto podemos apreciar el perfil de los hombres y las
mujeres totalmente vivos. Al avanzar con buen éxito en los cin
co pasos que acabamos de mencionar, la pregunta básica a medi
da que enfrentamos la vida es: ¿cómo puedo experimentar más
plenamente, gozar y aprovechar este día, esta persona, este reto?
Estas personas se mantienen firmes ante los acontecimientos de
la vida. Por lo general son más constructivas que destructivas
en sus palabras y acciones. Son más flexibles que rígidas en sus
actitudes, son capaces de mantener relaciones constantes y satis
factorias. Se sienten relativamente libres de los síntomas psíqui
cos y psicológicos que causa el estrés. Actuarán bien, de mane
ra razonable conforme a sus talentos. Darán muestra de su adap
tabilidad y confianza en sí mismas cuando son llevadas hacia
algún cambio b cuando deban tomar una decisión que cambia
rá el curso de sus vidas. t
A todos nos gustaría ser este tipo de personas, y todos
podemos parecemos a ellas. En último análisis podemos des-
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Una visión que da la vida
17
¿Quién soy? ¿Quiénes son ellos? ¿Para qué sirve la vida?
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Capítulo 1
La visión:
Lo que ves es lo que recibes
El presupuesto de la terapia de visión consiste en que cada uno
de nosotros posee una percepción única y altamente personali-
zada de la realidad, una manera de ver las cosas, una visión. En
consecuencia, cada quien es tan feliz, saludable y vivo como
nos lo permita esta visión de la realidad.
Permíteme pedirte que tu mente proyecte un cortometra-
je casero sobre la pantalla de tu imaginación. Imagina que
durante una noche oscura regresas a tu casa y ves una pavorosa
serpiente de 12 metros de largo en el jardín de la entrada. Tu
corazón empieza a latir salvajemente y la adrenalina bombea
hacia tus venas. Rápidamente tomas un azadón y con gran
frenesí tasajeas en pedacitos a la ondulante serpiente.
Satisfecho al verla muerta, entras en la casa e intentas
tranquilizar tus nervios con una bebida caliente. Después,
acostado en la cama e incluso con los ojos cerrados, todavía
puedes ver el aspecto sinuoso de ese animal en el jardín de la
casa.
A la mañana siguiente regresas a la escena de la serpiente
destrozada y te das cuenta, con gran horror, de que nunca hubo
tal serpiente en el jardín de la casa. Lo que yace sobre el prado
frente a tus ojos es simplemente la manguera que alguien había
olvidado poner en su lugar. Nunca fue otra cosa que una
manguera, por supuesto; pero para ti fue una serpiente. Lo que
viste la noche anterior fue una serpiente, y todas tus acciones y
reacciones fueron el resultado de lo que tú viste. El miedo, el
19
John Powell, S.J.
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vaso y lamentarse diciendo: "¡Qué barbaridad! Está medio
vacío". Todos hemos escuchado sobre aquellos dos hombres que
veían a través de los barrotes de la prisión. Uno veía sólo fango
y el otro estrellas. Todo está en cómo lo veamos.
Percepciones y actitudes
Hay muchas cosas que percibimos una y otra vez casi de la mis-
ma forma. Al poco tiempo esa percepción repetida se convierte,
en un hábito. Por ejemplo, puede darse el caso de que alguien,
siempre haya percibido el dinero como algo muy importante.
Nunca ha podido olvidar el día que perdió una moneda en
primero* de primaria, o el día en que recibió su primer cheque.
Cada vez que este hombre hacía dinero, ganaba dinero o
encontraba dinero, sentía gran regocijo y se felicitaba a sí mismo.
Sin embargo, cada vez que gastaba dinero o perdía dinero, sentía
un gran desaliento. Esta manera de ver el dinero, luego de varias
repeticiones, se torna en un hábito. Este hombre tiene un modo
habitual de percibir la realidad del dinero: es muy importante y
tiene gran trascendencia en su visión. Esto es lo que denomino
actitud. Nuestras vidas están moldeadas y regidas por nuestras
actitudes.
Dentro de tu cabeza y en la mía hay miles de estas acti-
tudes. Algunas veces pienso que son lentes de la mente mediante
los que cada uno de nosotros vemos la realidad a nuestra manera.
Estos lentes pueden disminuir o agrandar, colorear, aclarar u
oscurecer la realidad que se ve a través de ellos. Y existe un lente
diferente para cada parte diferente de la realidad. Algunos
agrandamos ciertas cosas y minimizamos otras, y no hay dos
personas que vean algo exactamente de la misma forma. Lo más
importante, pienso, es que nuestras acciones y reacciones están
determinadas por algo dentro de nosotros, por la forma en que
vemos la realidad, por nuestras actitudes.
Nuestras actitudes son en verdad los lentes de la mente a
través de los cuales percibimos la realidad. Sin embargo, hay otra
comparación que me ayuda aún más a comprender la fuerza de
las actitudes. Imagino nuestras actitudes como miembros del
jurado de la mente, equilibrados y listos para interpretar toda la
evidencia que se les presenta. Las actitudes de este jurado están
listas para pronunciar veredictos y sugerir las acciones y
reacciones apropiadas.
21
John Powell, S.J.
¡Envejece conmigo!
Lo mejor está por venir:
el resto de la vida
para lo cual se hizo lo primero.
Nuestro tiempo está en su mano.
Rabí Ben Ezra
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te hacia el envejecimiento. El punto importante que debemos
observar y absorber hasta que dicho proceso sea irrefutable es
que nuestras actitudes moldean nuestras reacciones, tanto emo-
cionales como de conducta.
En algunas ocasiones probé este experimento en mis cla-
ses en la universidad para ilustrar esta situación. Les pregunté a
mis estudiantes: "Si alguno de ustedes repentinamente se levan-
tara y saliera del salón dando un enfurecido portazo, ignorán-
dome y pronunciándose contra mí, ¿cómo reaccionaría yo? ¿Cómo
me sentiría? ¿Qué diría o haría?"
En mis clases, todos mis alumnos estuvieron siempre dis-
puestos a responder. Por lo general, algún alumno decía: "¡Usted
se enojaría en serio. Usted diría: ' ¡Denme el nombre y matrícula
de ese alumno. No va a salirse con la suya!'". Otro alumno
insinuaría: "No, usted probablemente se sentiría herido. Se pre-
guntaría: '¿Cómo pueden hacerme esto a mí? Estoy dando lo
mejor de mí'". E incluso algún otro miembro de la clase propon-
dría, "Usted probablemente se sentiría culpable, se echaría la cul-
pa por haber fallado. Usted desearía disculparse y se preguntaría
qué hizo mal. '¿Qué hice? Quizá dije algo que molestó a esa
persona. ¡Oye, regresa; me siento verdaderamente apenado!' "Y
con frecuencia alguno de mis estudiantes propone: "Usted lo com-
padecería, se sentiría apenado por esa persona que había aban-
donado enfurecida el salón de clase. Usted diría algo como:' ¡Pobre
muchacho! Lo que pasa es que aún no está listo para esto'".
Siempre me siento satisfecho de obtener estas reacciones
tan múltiples y variadas. En realidad, pienso que cada opinión es
una proyección de la actitud (y reacciones subsecuentes) del que
las propone. Tendemos a pensar que todos reaccionarían ante
ciertas situaciones igual que nosotros, pero esto simplemente no
es verdad. Nuestras actitudes siempre son únicas. Y además, si
te lo preguntas no estoy seguro de cómo reaccionaría yo mismo.
Cuando alguien me deja con la palabra en la boca, siempre pienso
que esa persona quiere ir al baño. Pero la realidad es que
posiblemente reaccionaría según cualquiera de las formas
sugeridas. Sin embargo, de esto sí estoy seguro: mis reacciones
reflejarían mis actitudes -mi actitud ante mí mismo, mi actitud
ante el rechazo de los demás, y quizá mi actitud ante la necesidad
de agradar a los demás.
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El conocimiento central y crítico es que mi reacción, cual-
quiera que sea, no está determinada por la persona que abandona
mi clase, sino por algo dentro de mí. Mi reacción está deter-
minada por mis propias actitudes interiores. Una reacción puede
verse estimulada por mil situaciones, sin embargo, mi reacción
específica está determinada por la manera como percibo a la per-
sona, cosa o situación que estimula una reacción dentro de mí.
Por lo tanto, debo investigar mis propias actitudes inte-
riores cuando me cuestiono sobre mis reacciones emocionales y
conductuales ante la vida y este tipo de acontecimientos. Es
totalmente contraproducente realizar un inventario de las acti-
tudes de otra persona y no enfocarme en las mías. Si recurro a
culpar a los demás, nunca aprenderé mucho sobre mí mismo. Es
inútil preguntar ¿qué le pasó? Por el contrario, si deseo crecer,
debo afrontar la pregunta: ¿cómo veo esta situación? Debo com-
prender que algo en mí da su opinión, dicta mis reacciones y hace
que la experiencia me ayude a crecer o amargarme.
Desde donde me encuentro ahora, diría que ésta es la dife-
rencia esencial entre una persona que madura y una que no madu-
ra: Si estoy dispuesto a ver mis reacciones como un reflejo de
mis propias actitudes interiores, entonces de manera definitiva
estoy en el camino del autoconocimiento y la madurez humana.
Por supuesto sería mejor si culpara a alguna otra persona o cosa
, por mis reacciones negativas. Podría incluso recurrir a echarle
la culpa a la posición de las estrellas: "¡Mis astros no estaban en
el mejor lugar!" Sin embargo, si cedo ante esta tentación, im-
pediría mi propio crecimiento como persona. "La falla, mi que-'
rido Bruto, no está en las estrellas, sino en nosotros mismos"
(Shakespeare, Julio César). El primer paso y esencial para una .
plena madurez humana es admitir honesta y atrevidamente que
actúo y reacciono por algo en mí: mi manera acostumbrada de
percibir a las personas, cosas, situaciones. Todas mis reacciones
son resultado de mis actitudes interiores.
Actitudes en acción
En mi libro Fully Human, Fully Alive, narré una anécdota mía
sobre un coche averiado que me encontré cuando transitaba por
una vía rápida y congestionada de Chicago. Circulaba yo por el
carril derecho, justo donde se había estacionado el irresponsa-
Una visión que da la vida
24
de estruendoso tráfico. Esto provocó en mí un pánico instan-
táneo. No supe qué hacer. Lo que no revelé sobre este episodio
en aquel libro fue que algunos meses después una mujer que tra-
baja conmigo (Loretta Brady) llegó tarde a una reunión. "Lo
lamento", dijo, "mi coche se descompuso". Le pregunté ama-
blemente acerca del incidente y averigüé que su coche se había
averiado en el mismo lugar donde había ocurrido mi propia tra-
gedia; ¿acaso eran vestigios del "Triángulo de las Bermudas"?
Sé que suena un poco inventado, pero en realidad fue verdad. -
¿Qué hiciste?
-¡Bajé la colina del lado oeste de la vía rápida! -dijo ale-
gremente con una sonrisa ligeramente triunfal. -Pero ¿acaso no
hay una reja enorme? -¡Sí, pero la salté! (su sonrisa triunfal
crecía) -¿De veras? ¿Y luego qué pasó?
-Crucé hacia el otro lado de la carretera por un pasadizo
peatonal, encontré un teléfono, y pedí ayuda.
Guardé silencio. Percibí un dolor en mi alma, y le dije: -Quiero
hacerte una pregunta personal: ¿Qué sentiste al-hacer todo
esto?
-Me sentí feliz. -Pensé: ¡qué
odiosa eres...!
Como pueden ver, me gusta repetir esta historia, princi-
palmente por mi propio beneficio. Este incidente me confirma
que mis actitudes interiores -los lentes, el jurado- determinan la
naturaleza de mis experiencias y por último hacen mi vida feliz
o infeliz, agradable o dolorosa, llena de alegrías o situaciones de
pánico. Necesito verdaderamente asimilar y recordar esto. A fin
de recordarme a mí mismo este pensamiento crucial, tengo un
rótulo en mi espejo (lo primero que feo cada mañana) que dice:
"¡Estás viendo la cara de la persona responsable de tu felicidad
del día de hoy!" Todo está en la forma en que Jo veamos, como
lo dijo Epicteto. Supon que esta verdad es lo que Abraham
Lincoln tenía en mente cuando dijo en una de sus frases más
conocidas: "Las personas son por lo general tan felices como
deciden serlo". También me parece que es lo que William
Cowper, el poeta, tenía en mente cuando escribió:
25
La felicidad depende, como lo
demuestra la Naturaleza,
menos de las cosas externas de
lo que supone la mayoría.
Charla de Sobremesa
26
de nuestra mente un par de lentes diferente. Podemos entrenar
nuevamente a nuestros jurados mentales. Podemos buscar y hallar
una perspectiva nueva y más brillante, y gozar consecuentemente
de una vida más plena y feliz.
William James, un gran físico y culto profesor de Harvard,
descubrió rápidamente en sus investigaciones médicas que la
perspectiva de una persona o su manera de ver las cosas tiene una
influencia profunda en la salud física. Se dio cuenta de que la
mayoría de los pacientes que lo consultaban con una enfermedad
física en realidad necesitan una revisión de rumbo. Y fue así que
James emprendió sus estudios de psicología y finalmente
escribió una pequeña obra maestra llamada Los Principios de la
Psicología. En este libro el Dr. James escribió: "El descubri-
miento más grande en nuestra generación es que los seres huma-
nos, al cambiar las actitudes interiores de sus mentes, pueden
cambiar todos los aspectos externos de sus vidas".
Como sabes, William James también ha escrito libros sobre
religión y el avance de las fronteras espirituales del ser humano.
En estos libros James insiste repetidamente que nuestra felicidad
no depende en gran medida de lo que nos sucede exterior-mente
sino de lo que nos sucede dentro de nosotros mismos. Cuando
nos enfrentamos a la vida y sus circunstancias de manera positiva
y triunfante, entonces sin importar lo que suceda habremos
aprendido el secreto maestro de la vida. Lo importante es nuestra
manera de ver, interpretar y reaccionar ante cualquier cosa que
nos suceda. En ocasiones la peor de las cosas que pueda
sucedemos puede traer consigo la mejor cosa que nos hubiera
podido ocurrir dentro de nosotros. Y debemos asumir la .
responsabilidad de lo que nos sucede en nuestro interior. Debe-
mos asumir la responsabilidad de nuestras actitudes. Sólo si
aceptamos esta responsabilidad podemos crecer a lo largo de las
diferentes circunstancias de la vida. Este fue el mensaje de
William James.
Más recientemente un psiquiatra de la Universidad de
Pennsylvania, el Dr. David D. Burns, escribió un testimonio
sobre la misma verdad. En su excelente libro Feeling Good: The
New Mood Therapy (William Morrow and Company, Inc., 1980)
el psiquiatra Burns nos recuerda que todo depende de nuestras
percepciones, la forma en que vemos las cosas..Insiste en que
27
siempre sentimos y actuamos como pensamos; nuestras actitu-
des dan forma a todo lo que procede de ellas. Si nuestras acti-
tudes son distorsionadas o débiles, nuestro pensamiento será iló-
gico y disfuncional. En estas condiciones muy pronto empeza-
mos a experimentar una extensa gama de pesadumbres y emo-
ciones opresivas, y éstas se reflejan en nuestro comportamiento.
Los resentimientos que cargamos surgieron en realidad de
nuestras mentes. Nuestras percepciones distorsionadas se vuel-
ven nuestros despiadados tiranos, y nos atormentan mientras lo
toleramos.
Otro psiquiatra, el muy conocido Víctor Frankl, enseña
básicamente lo mismo en su sistema de "Logoterapia". Un alum-
no de Frankl, el Dr. Robert C. Leslie, autor de Jesús and Logo-
therapy (Nashville: Abingdon Press, 1965), recuerda estas pala-
bras de una conversación con el Dr. Frankl: "Todos pueden ser
ayudados, si no directamente mediante el método psicoanalíti-
co, sí indirectamente con apoyos al paciente para el cambio de
su actitud". Leslie añade a manera de explicación:
28
La logoterapia no es ni enseñanza ni predicación.
Está tan alejada del razonamiento lógico como
de la exhortación moral. Para decirlo de manera
figurativa, el papel del logoterapeuta es más bien
el de un oftalmólogo que el de un pintor. Un pin-
tor intenta presentarnos una imagen del mundo
en la forma que él lo ve; un oftalmólogo trata de
hacernos ver el mundo como realmente es. La
función del logoterapeuta consiste en extender y
ampliar los campos visuales del paciente para que
la totalidad del espectro del significado y los valo-
res le sean conscientes y visibles.
Un (santo) ejemplo
Cuando pienso en la fuerza y efectos de nuestras actitudes, con
frecuencia pienso en la vida y en especial en la muerte de uno
de mis modelos favoritos de manera de ser: Tomás Moro, abo-
gado y santo. Para mí, este hombre es una impugnación vivien-
John Powell, S.J.
30
Sin embargo, antes de que consideremos esta visión maes-
tra de Jesús, debemos tomar en cuenta cómo nuestras actitudes,
nuestra percepción o visión de la realidad, controlan todos los
aspectos de nuestras vidas.
31
Capítulo 2
35
mente esta experiencia? ¿Cuáles son las oportunidades para amar
y ser amado hoy, en este encuentro, en esta situación?"
36
37
38
Capítulo 3
39
embareo, no hay duda de que las enfermedades del cuerpo pue-
den afectar a su vez los estados psicológicos. La anemia o un
desequilibrio de la química del cerebro pueden llevar a la depre-
sión. Esta depresión de origen físico puede distorsionar conse-
cuentemente la manera en que una persona percibe la realidad.
En otras palabras, nuestra visión de nosotros mismos y el mun-
do que nos rodea puede verse influenciada profundamente por
factores físicos.
Una vez dicho esto, me limitaré en este análisis de las
visiones humanas y sus orígenes, a las influencias psicológicas
y del entorno.
Mensajes de la familia
En la medida en que los recién nacidos -y más adelante, los
niños- empiezan a descubrir e interpretar la realidad, van adqui-
riendo una visión moldeada en gran medida por los padres y
demás miembros de la familia. Los niños pueden distorsionar los
mensajes de la familia, y sus etapas de mayor impresión pueden
coincidir desafortunadamente con los días más oscuros en la vida
de sus familias. Quizá no escuchen lo que los demás pretendieron
decir, o pueden estar muy abiertos a los padres y a los demás
durante periodos en los que éstos son menos aptos para transmitir
una perspectiva saludable. Sin embargo, para bien o para mal, la
primera visión tentativa del niño será en conjuntó la de sus padres
y familiares.
Los niños se verán a sí mismos en gran medida como los ven sus
padres y demás familiares. Aprenderán a temer las cosas que sus
padres temen, amar lo que ellos aman, a valorar lo que ellos
valoran. Este proceso de osmosis, mediante el cual los niños
absorben la visión de la realidad de los padres, comienza con las
experiencias prenatales. La paz o turbulencia de una madre
mientras lleva en el seno a su hijo es transmitida al niño mediante
cambios en su química sanguínea y contracciones musculares. El
niño registra estos mensajes en sus células encefálicas y su
sistema nervioso en desarrollo. La tranquilidad de la madre y sus
traumas se convierten en los del niño. La madre le dice a su hijo
a través de estos mensajes corporales que el mundo es seguro y
apacible o que es peligroso e inseguro. Por lo menos
40
en cierta medida, estos mensajes afectarán la evaluación de la
realidad y la visión básica del niño con las que comienza la vida.
Los recién nacidos son interrogantes vivientes. Desde el
preciso momento en que los niños reciben el regalo de la vida,
también comienzan a recibir respuestas y valoraciones. Junto con
estas respuestas y valoraciones se les suministra una coloración
emocional: "vivir en este mundo es difícil; la respuesta apropiada
a la vida es la depresión", o "la vida es una aventura emocionante;
la respuesta apropiada es un sentido de anhelo y alborozo". Por
lo general los niños son dóciles y prontos a aceptar las
valoraciones y respuestas emocionales sugeridas que sus padres
les comunican.
Por supuesto, estas percepciones, interpretaciones y res-
puestas emocionales sugeridas se tragan enteras y todas de una
sola vez. La repetición es la madre del aprendizaje. La dinámica
en el desarrollo de una visión es ésta: un niño, en una situación
humana definida y en respuesta a estímulos definidos, concibe
un cierto pensamiento, por ejemplo: "No valgo por mí mismo.
Mi único valor es complacer a los demás". En situaciones
sucesivas y repetidas de naturaleza similar, el niño tiene este
mismo pensamiento, percibiendo de manera repetida el supuesto
hecho de falta de valor personal y la necesidad de agradar. La
percepción original se refuerza en cada incidente. Después de la
repetición suficiente, lo que primero era un pensamiento y un
hecho cuestionable, se convierte en una actitud y una convicción.
Cuando esto sucede, la percepción original se ha conver-
tido en parte de la visión del niño. Sus respuestas emocionales y
de conducta corresponderán a esta percepción habitual. El niño
estará triste y buscará constantemente la aprobación de los demás.
Éste es otro ejemplo del hecho de que los humanos somos crea-
turas de hábitos. Nuestros hábitos nos definen. Nuestros pensa-
mientos se cristalizan en actitudes, y nuestras actitudes fraguan
en un marco de referencia habitual, una forma de ver las cosas,
uña visión.
Las combinaciones y variables son infinitas en la trans-
misión de mensajes así como en la forma en que se reciben.
Consecuentemente, la gente desarrolla visiones únicas y actúa de
manera muy diferente. Por ejemplo: medíante mensajes codi-
Visiones heredadas
La primera pregunta del bebé se relaciona consigo sí mismo:
¿Quién soy? Las respuestas percibidas a esta pregunta y la per-
cepción consecuente de sí mismo serán las partes más importan-
tes de la visión que se está formulando. Si los niños son amados
o se perciben a sí mismos como amados por lo que son, de-
sarrollarán una buena autoimagen y estarán en camino hacia vidas
plenas. Si son amados por cómo se ven o por lo que pueden hacer
por los demás, están en camino hacia vidas disminuidas.
La segunda pregunta de los niños es acerca de las demás
personas: ¿Quiénes son? Los padres contestarán a esta pregunta
más con el ejemplo que con palabras. Los niños están atentos y
escuchan las respuestas. Observan las expresiones en los rostros
de sus padres y escuchan las inflexiones de sus voces cuando
hablan con otra gente y de otra gente. Las reacciones de los
padres son repetidas; los mensajes se refuerzan; los pensamientos
del niño se convierten en actitudes de adulto. Poco a poco llegan
a concluir que la demás gente es esencialmente buena o mala,
amigable o arisca, digna de confianza o no, segura o
44
muy saludable; afirmará al niño o a la niña y los invitará a vivir
más plenamente. La otra es enfermiza; sólo puede amenazar al
niño y disminuir sus perspectivas para la vida. En esta segunda
versión, distorsionada (desde mi punto de vista), Dios nos ama
sólo de manera condicional. Dios nos ama si, y sólo si somos
complacientes y obedecemos las leyes de Dios. Si no lo hace-
mos -en pensamiento, palabra o de hecho- Dios inmediatamente
nos retirará el amor. Sentiremos inmediatamente las sombras
del enojo divino que caen sobre nuestras vidas. Si cumplimos
con la condición de la fidelidad perfecta, entonces Dios nos ama-
rá. Si no, Dios seguramente nos vomitará. Esto es una carga bas-
tante pesada para dejarla caer sobre una mente y un corazón jóve-
nes. Si más tarde, los niños rechazan creer en este Dios, enton-
ces estarán dando, con toda seguridad, un paso adelante hacia la
verdad.
La verdad de Dios, como la veo en las enseñanzas judeo-
cristianas y lo creo personalmente, es que Dios nos ama incon-
dicionalmente. Dios dice a través del profeta Isaías: "¡Te he ama-
do con un amor eterno!... aunque una madre olvidara al hijo de
su vientre, yo nunca te olvidaría... Llevo marcado tu nombre en
las palmas de mis manos para nunca olvidarte". Claro que pode-
mos negar a Dios y rechazar ese amor. Si alguna vez ofreciste
tu amor a alguien que no lo quiso, sabrás entonces lo que esto
significa. Este rechazo del amor de Dios constituye la realidad
del pecado. Sin embargo, Dios continúa inmutable ofreciéndo-
nos su amor constante. Dios no se ve disminuido de ninguna
forma por nuestro rechazo. Los brazos de Dios siempre están
abiertos para recibirnos.
Para mí, el ideal del amor incondicional fue dramatizado
en una historia narrada recientemente por un psicólogo muy
conocido. Parece que un matrimonio en problemas consultó a
un consejero. La esposa se quejaba de que su esposo era amo-
roso sólo cuando tenía su casa en perfecto orden. El hombre
aceptó que eso era verdad, pero sostuvo que tenía el derecho de
esperar una casa en perfecto orden cuando regresaba de un duro
día de trabajo. La esposa replicó: "Pero yo necesito saber que
me ama esté o no la casa limpia, sólo para tener las fuerzas de
limpiarla". El consejero estuvo de acuerdo con ella.
45
dignos de amor, ya sea del amor de Dios o el amor de sus
padres.
El verdadero amor es un regalo. El
verdadero amor es incondicional.
48
Algo en mí está escribiendo la historia de mi vida, haciéndola
triste y pesarosa o agradable y apacible.
49
Capítulo 4
dad, esta persona puede sufrir toda su vida deseando ser más
atractiva, más inteligente, más simpática, etcétera. Mucha gente
concibe la capacidad de ser amada en estos términos. En rea-
54
lidad, lo que hace a una persona atractiva y amable es ser afec-
tuosa, preocuparse realmente por los demás, estar dispuesta a
identificar y satisfacer las necesidades de los demás. La persona
perpetuamente sola por lo común no se da cuenta de esto.
En busca de una actitud alternativa: Hay otras personas
que no se sienten tan aisladas y solas como yo. Muchas de ellas
al parecer no poseen tantas dotes naturales como yo. ¿Entonces,
qué tienen que yo no tengo? ¿Qué hacen que yo no hago? ¿Qué
piensan de las relaciones sociales y cómo las afrontan? Verda-
deramente debería preguntarles.
Actitud saludable: lo que hace que una persona sea amada
es la auténtica preocupación por los demás. Y de alguna manera
soy capaz de hacerlo: entregarme, salir en busca de los demás y
tratar de satisfacer las necesidades de los demás. Una persona
afectuosa es una persona amada. A fin de cuentas soy lo que
hago con lo que tengo. Mi soledad y aislamiento en realidad son
autoimpuestos. He estado sentado en esta habitación oscura,
esperando que alguien entre e ilumine mi vida. Tengo que salir,
identificar y satisfacer las necesidades de los que me rodean.
Sólo entonces presentaré ante los demás la persona amable
que en realidad soy. Si salgo en busca de personas de manera sin-
cera y consistente, con toda seguridad se me amará y apreciará.
Caso # 3 (conciencia de una actitud distorsionada a través
de una incomodidad en el comportamiento): En realidad me
molesta que ya no se pueda confiar en nadie, ni siquiera en tu
propia familia. Tarde o temprano la gente te decepciona. Siem-
pre pasa lo mismo. Ya he dejado de tener héroes o modelos. Todos
los que he admirado resultan tener pies de barro. Incluso la gente
religiosa que va a la iglesia, a fin de cuentas son hipócritas. No
practican lo que predican. Estoy muy molesto con la gente. Sólo
trato de evitarla lo más posible. Hablo lo menos posible con la
demás gente. No confío en nadie. Me siento más seguro así.
Diagnóstico de la distorsión: Parecería que esta persona
da fuertes indicaciones de que exige perfección, por lo menos
con respecto a los demás pero más probablemente también con
respecto a sí misma. En el pensamiento de esta persona, la nor-
Una visión que da la vida
57
forma saludable y cristiana de ver la realidad en cuestión. ¿Reco-
mendaría la actitud que descubrí a otra persona? ¿Quiero con-
servarla para mí mismo?
Resumen
Dios nos llama a la plenitud de la vida. La promesa y legado de
Jesús para sus seguidores es una paz profunda y personal. Cuan-
do la plenitud de la vida y la paz personal se ven interrumpidas
por el desánimo, ya sea físico, emocional o de la conducta, la
experiencia del desánimo es una invitación a la introspección y
reflexión personal. La pregunta necesaria y algunas veces dolo-
rosa que debe plantearse es ¿qué hay en mí? No puedo cambiar a
los demás, a mi mundo circundante, el clima o la posición de las
estrellas. Me puedo cambiar a mí mismo. En reflexión y oración,
62
puedo rastrear mi desaliento hasta sus raíces en el terreno de las
actitudes. Puedo ver claramente lo que hay en mí. Y ésta es el
área de mis actitudes que puedo controlar y cambiar. Puede haber
ocasiones cuando mi actitud se encuentra en total armonía con mi
fe cristiana. Pero la mayor parte del tiempo, si tú eres como yo,
encontrarás una actitud neurótica y no cristiana en la fuente
misma de tu desánimo.
Por lo tanto debo preguntarme acerca de las actitudes alter-
nativas. Debo salir a los otros en busca de ayuda y explorar la
mente y las actitudes de otra gente que al parecer no está afligida
con mi desaliento. También quizá sea útil registrar en un diario
la descripción tanto de la vieja actitud que debe desaprenderse
como de la nueva actitud que se adquirirá.
¿Te has sentido alguna vez que estás parado con otra per-
sona en una importante confluencia del camino de la vida de esa
otra persona? Si es así, probablemente sentiste que si la persona
eligiera el camino menos transitado, eso haría toda la diferencia.
Tengo la misma sensación acerca de esta pregunta que hemos
estado discutiendo. Cada uno de nosotros se encuentra, creo, en
la confluencia de un camino en la vida. Puedo tomar el camino
de culpar a la demás gente, a mi manera de ser, a la situación en
la que me encuentro, al clima, a las estrellas, etcétera. Este
camino de asignar responsabilidades por mis reacciones a los
demás es un camino sin salida. Al final sólo hay muerte: la
muerte de mi crecimiento y desarrollo como cristiano, la muerte
de la paz, la muerte de lo que pudo haber sido.
Tengo la sensación de que también podemos elegir el otro
camino: adentrarnos en la pregunta "¿qué hay en mí?" Es obvio
que habrá pendientes y precipicios y curvas cerradas en ese cami-
Una visión que da la vida
63
64
Un buscador del bien es alguien que busca y encuentra lo que hay de bueno en él o en
ella, en los demás, y en todas las situaciones de la vida.
65
Capítulo 5
67
Una visión que da la vida
68
John Powell, S.J.
69
Una visión que da la vida
70
de las experiencias más significativas de toda mi vida. Les
dije a los oficiales que finalmente comprendía cómo se había
sentido Jesús. Les aseguré que durante la Semana Santa, cuando
recordamos su sufrimiento, sería más comprensiva que nunca.
Ellos se justificaban: 'Sólo estamos haciendo nuestro trabajo,
señora'. Y yo seguía tranquilizándolos y dándoles las gracias". A
propósito, le pregunté si estaba pensando en levantar una
demanda legal contra la administración local o quizá en contra
del oficial que la arrestó. Ella replicó: "Oh no, el oficial que me
arrestó sólo era un pobre muchacho que fue más allá de sus
deberes. En una ocasión se equivocó y me dijo 'mamá', en lugar
de 'señora'. En cierta forma estoy segura de que sólo estaba bus-
cando una mamá".
Hablamos de "reformular" nuestras experiencias difíciles
para encontrar lo bueno que hay en ellas. Supongo que el término
viene de reformular una imagen. La formulación saca a la
71
luz ciertos detalles que quizá se hubieran pasado por alto de otra
manera. Cuando reformulamos una experiencia, volvemos a ella
para buscar las líneas plateadas dibujadas en la nube oscura, para
enfocar la atención en las lecciones aprendidas, en las ventajas
que se derivaron de ella. Muchos psicoterapeutas le piden a sus
clientes que recuerden la historia de una desgracia. Al momento
de narrarla, se le pide al cliente que la cuente como una opor-
tunidad y una ventaja. Por ejemplo, James Whistler, el pintor,
quería ser un militar de carrera hasta que fue obligado a aban-
donar sus estudios en West Point. Se sintió tan deprimido por su
fracaso, que tomó la pintura como terapia. El cantante Julio
Iglesias sólo deseaba ser un jugador de fútbol hasta que sufrió
una lesión y estuvo temporalmente paralizado. Una enfermera le
llevó una guitarra para ayudarlo a pasar el tiempo. Casi siempre
parece que cuando se cierra una puerta, otra se abre. La
importancia radica en ser un buscador del bien.
72
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salvara por él" (Jn 3, 16-17). La venida de
Jesús a este mundo fue el acto supremo de buscar el bien. El
mundo que encontró Dios "muy bueno" en la creación seguía
siendo, para la visión de Dios, todavía muy bueno. En lo pro-
fundo de cada corazón humano, Dios habita y reconoce la bon-
dad y talento ocultos en él.
Nosotros, que fuimos hechos a imagen y semejanza de
Dios compartiremos su felicidad en la medida que nos convir-
tamos en buscadores del bien. Existe incluso prueba científica
y computarizada de esto.
Hay un problema. Aunque debemos aprender a reformu-
lar nuestras experiencias y convertirnos en "buscadores del bien",
aún está presente un problema: ¿cómo sabemos si nuestra visión
es la correcta? ¿Cómo sabemos que la gente que piensa bien de
sí misma va por buen camino? ¿Cómo sabemos que la gente que
piensa bien de los demás sólo lo hace porque es ingenua? En
otras palabras: ¿cómo sabemos si nuestra visión de la realidad
es la correcta?
Me gustaría sugerir que estas preguntas que nos plantea-
mos nos lleven a los pies de Dios. Estas preguntas nos ayudarán
a comprender la importancia de la Palabra de Dios, es decir, de
las Escrituras, y la gran Palabra que Dios envió al mundo, Jesús,
el Hijo de Dios. Sólo él puede darnos la seguridad de que
nuestra visión es la correcta.
Creer en Jesús nos da lo que los psicólogos nunca pueden
proporcionar: una visión maestra. El mismo Jesús dijo que si
aceptamos y vivimos su mensaje, si adoptamos como nuestra su
visión, nos convertiríamos en esas personas totalmente vivas
que nos llama ser. La persona y visión de Jesús es la verdad que
nos libera de las actitudes interiores distorsionadas que nos impi-
den ser totalmente humanos y llevar una vida plena.
73
Capítulo 6
La terapia de la visión y
la fe religiosa
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"Si se mantienen fieles a mi palabra, serán ver-
daderos discípulos míos, conocerán la verdad y la
verdad los hará libres".
Jn 8, 31-32
80
Reflexiona sobre estas palabras hasta que hayas formado un nue-
vo pensamiento en ti y se haya arraigado profundamente en tu
visión: Jesús dijo a sus discípulos:
81
Fíjense en los lirios: no hilan ni tejen; sin embargo, yo les aseguro
que ni el mismo Salomón, en el esplendor de su gloria,
se vistió como uno de ellos.
Lc 12, 27
82
el interés por los demás. "Todo lo que hagan por mis hermanos,
conmigo lo hicieron". Pero recuerda que tu triunfo al amar será
proporcional a la apertura al aceptar el amor y afirmación de
Dios. Del mismo modo, será proporcional al amor que tienes por
ti mismo. Al final, el triunfo de tu vida será juzgado por cuan
sensible y delicadamente amaste.
Yo estaré con ustedes. Dios dice: Mi alianza es el comJ
promiso eterno de amarlos, de hacer todo lo que es mejor para
ustedes. Seré bondadoso, alentador y condescendiente, pero tam-
bién seré desafiante. En ocasiones vendré a darles consuelo en
sus aflicciones. Otras veces vendré a inquietarlos en su como-
didad. Todo lo que haga, siempre será un acto de amor y una
invitación a crecer. Estaré con ustedes para iluminar su oscuri-
dad, dar fortaleza en su debilidad y llenar sus vacíos, curar sus
quebrantos y sus enfermedades, enderezar lo torcido que haya en
ustedes y revivir las cosas buenas que hayan muerto en ustedes.
Permanezcan unidos a mí, acepten mi amor, gocen el calor de mi
amistad, sírvanse de mi poder, y darán mucho fruto. Tendrán
vida y la tendrán en abundancia.
Tu destino es la vida eterna. Dios dice: En todos los sen-
tidos únete a la danza y los cantos de una vida plena. Al mismo
tiempo, recuerda que eres peregrino. Estás en camino hacia la
casa eterna que he preparado para ti. La vida eterna ya empezó
en ti pero no está completa. Todavía hay sufrimientos inevita-
bles. Sin embargo recuerda que los sufrimientos de esta etapa de
tu vida son nada en comparación con la gloria que verás revelada
en ti algún día. No hay ojo que haya visto, ni oído escuchado, ni
mente imaginado nunca la alegría que tengo preparada para ti
porque te has abierto al regalo de mi amor. En tu camino hacia la
casa eterna, disfruta el viaje. Deja que tu felicidad sea doble, en
la gozosa posesión de lo que tienes y en la ansiosa anticipación
de lo que será. Digan un resonante "¡sí!" a la vida y al amor en
todo momento. Algún día subirás a mi montaña, y en ese
momento para ti todos los relojes y calendarios habrán terminado
su cuenta. Junto con todos mis hijos, tú serás mío y yo seré tuyo
para siempre.
Esto es, como yo lo veo, la visión básica de los cristianos
propuesta en el Evangelio (la buena nueva) que ofrece una pers-
pectiva de vida y muerte -una visión de la realidad- que tran-
85
creación. La revelación de Dios, que pudiera verse de otra
manera como ficción, es claramente un hecho: una visión de la
realidad. El toque del Espíritu da por resultado una profunda
armonía, paz y orden, reemplazando una clase de caos primor-
dial en una visión interior de la realidad del ser humano. Por
consiguiente, todos los patrones emocionales y de conducta de
la persona tocada por el Espíritu se ven profundamente afecta-
dos. Hay un nuevo sentido de integración y totalidad. La persona
experimenta "el vínculo de la paz, esa unidad que es fruto del
Espíritu" (Ef 4, 3). Como una nueva creación, esta persona es
habilitada por el Espíritu para caminar hacia el hermoso mundo
de Dios y hacia la plenitud de la vida a la cual Dios ha llamado
a sus hijos.
¿Qué vendrá?
En las páginas siguientes, me gustaría describir esta visión maes-
tra de Jesús, gozosa y liberadora, tal como la entiendo. Sé muy
bien que nuestra comprensión cristiana de Jesús, su mensaje y
visión, es progresivo. Cada generación se apoya en la generación
anterior. Como pigmeos sobre los hombros de gigantes, nosotros,
que pertenecemos a esta generación, debemos comprender mejor
la persona y visión de Jesús que las generaciones anteriores. Y
aquellos cristianos que vendrán después de nosotros deberán ver
más claramente que nosotros el significado de su persona y
mensaje. Yo puedo compartir contigo, mi hermana, mi hermano
en Cristo, al Jesús que conozco y su visión, de la mejor forma
que puedo comprenderla en este momento de mi vida y en este
punto de la historia humana. Confío en que habrá otros con
reflexiones más profundas que las mías. Confío en que habrá
otros que proseguirán lo que yo dejé de hacer, que verán y
comprenderán la persona y visión de Jesús más claramente que
yo. Sin embargo, quiero compartir contigo los pensamientos que
me ayudan a ser un creyente más apacible y más plenamente
vivo. En todo esto estoy seguro de una cosa: en la medida en que
tú y yo comprendamos y vivamos realmente la visión de Jesús,
seremos de igual forma libres para vivir, amar, crecer, y
experimentar la plenitud de vida que Jesús nos ofrece.
86
No podemos amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos.
87
Capitulo 7
88
John Powell, S.J.
90
dera, donde fue empollado por la clueca mamá gallina. El pichón
de águila, con sus proverbiales ojos de hierro, vio el mundo por
primera vez. Vio a los demás pollitos de la pradera e hizo lo que
ellos hacían. Graznó y rascó la tierra, picoteó aquí y allá por
algún grano o alguna cascara, y de vez en cuando al aletear
lograba elevarse algunos metros por arriba del suelo y bajaba
nuevamente. El águila aceptó e imitó la rutina diaria de los terre-
nales pollitos de la pradera. Y la mayor parte de su vida trans-
currió de esta manera.
Y, como continúa la historia, un día un águila voló sobre
la nidada de pollitos de la pradera. La ahora crecida águila, que
todavía pensaba que era un pollito de la pradera, dirigió su mira-
da con admiración temerosa mientras la gran ave se elevaba por
los cielos. "¿Qué es eso?" -dijo con asombro. Entonces una de
las viejas gallinas de la pradera le contestó: "En alguna ocasión
vi una igual. Es un águila, la más orgullosa, fuerte y la más mag-
nífica de entre todas las aves. Pero no vayas a soñar que tú pue-
des ser una de ellas. Tú eres como el resto de nosotras y nosotras
somos gallinas de la pradera". Y fue así, que impedido por esta
creencia, el águila vivió y murió pensando que era un pollo de la
pradera.
Y de esta misma forma, cada uno de nosotros vive y mue-
re. Nuestras vidas están moldeadas por la manera como nos per-
cibimos a nosotros mismos. Todas las actitudes importantes
mediante las cuales nos percibimos y evaluamos a nosotros mis-
mos nos dicen quiénes somos y detallan la conducta propia de
esta persona que somos. Vivimos y morimos según nuestra auto-
percepción.
Existe aún otro efecto muy importante de la actitud hacia
nosotros mismos. Esta actitud determina no sólo cómo actuamos
sino también cómo nos tratarán los demás. Sin duda recuerdas a
ese niño desagradable de la primaria, que te pegaba un papel en
la espalda que decía: "¡Patéame!" (Y otros niños detestables
sentían la obligación de hacerlo). Bueno, al parecer es verdad que
nuestras actitudes hacia nosotros mismos, la forma como nos
percibimos a nosotros mismos, conforman un mensaje o también
una señal. Sólo que este anuncio que tú y yo llevamos en la frente
es como una descripción de lo que somos. Le dice a las demás
personas quiénes somos y los invita a una
91
reacción definida. Al igual que los niños de la escuela, la mayoría
de la gente nos trata en consecuencia. Si mi letrero dice que no
soy mucho, entonces ésa es precisamente la atención, respeto y
afirmación que recibiremos: ¡no mucho! Por otro lado, si el
anuncio impreso por mi actitud hacia mí mismo dice que soy una
persona que merece respeto, entonces las demás personas me
tratarán con respeto.
Deberá añadirse una posdata a lo que se acaba de decir
acerca de este "anuncio" que llevamos impreso en nuestra frente,
reflejando nuestras actitudes hacia nosotros mismos. Podemos de
manera consciente tratar de fingir, de mostrar una personalidad
pública que desmienta lo que verdaderamente pensamos y
sentimos de nosotros mismos. Podemos tratar de camuflar nuestra
ansiedad mediante una demostración externa de arrogancia.
Podemos simular confianza cuando estamos temblando por den-
tro. Sin embargo, la mayoría de las personas ve a través de nues-
tras máscaras transparentes. Tenemos un sentido, ¿o tú no?, que
nos dice cuándo la otra persona es "auténtica" y cuándo está asu-
miendo una pose pública. Nos gustaría preguntarle al fanfarrón:
"¿Estás tratando de convencernos a nosotros o a ti mismo?"
De modo subconsciente, en miles de formas que quizá
podamos tratar de ocultar, revelamos públicamente nuestra auto-
imagen. Le decimos a la gente, de manera tan clara como si
hubiera un anuncio visible para que todo mundo lo vea, lo que
realmente pensamos de nosotros mismos. Y la mayoría de las
personas, al leer nuestra revelación involuntaria con impulsos
que son parcialmente conscientes y parcialmente subconscientes,
nos tratan en consecuencia. La intuición humana puede llegar a
ser alarmantemente precisa. La gente es mucho más perceptiva
de lo que quizá creamos. Y es así, que cuando la gente
preocupada acude a un consejero para preguntar cómo pueden
cambiar a la demás gente con la que tratan, el consejero casi
siempre les da el mismo consejo: "Cambie usted mismo. Cambie
su propia actitud hacia usted mismo, y los demás automáti-
camente cambiarán la manera en que lo tratan".
94
de mi vida un acto de amor. Y sé que éste es el primer e indis-
pensable paso: debo amarme a mí mismo. Debo aprender a iden-
tificar y valorar los dones únicos que Dios me dio. Por lo tanto,
hice una lista de todo lo que me gusta de mí. Le di orden
alfabético para evitar repeticiones. Mi lista incluye todo, desde
el color de mis ojos y mi amor por la música hasta la profunda
compasión espontánea que siento por todos los que sufren.
Conservo esta lista en la gaveta central de mi escritorio
por dos razones. La primera es porque la tengo cerca y a la mano
para leerla cuando siento que me deprimo. También porque está
fácilmente disponible cuando descubro una nueva cualidad agra-
dable en mi persona. La segunda razón es un poco más humo-
rística. Les digo a los demás que conservo esta lista en la gaveta
central de mi escritorio en caso de que muera repentinamente.
Le dará algunas ideas a la persona que se designe para escribir
mi obituario. La existencia de esta lista en mi escritorio también
sirve para otro tipo de contingencias. Cuando la gente viene a
verme y al parecer sufre problemas ocasionados por una actitud
incapacitante de sí mismos, les sugiero que escriban una lista
semejante. Cuando expresan asombro o incredulidad, y dicen que
seguramente estoy bromeando, les muestro y permito que lean
mi lista. (P.D.: ¡Por el momento hay aproximadamente tres-
cientos registros en mi lista!)
También, cuando la gente me hace un cumplido, tiendo a
pedirles en son de broma "que amplíen el tema", porque me ayu-
dará a acrecentar mi autoaprecio y mi gratitud hacia Dios, que
ha sido tan bueno conmigo. El punto fundamental es éste: mi úni-
ca oportunidad de amarlos a ustedes y a Dios se basa en mi ca-
pacidad de apreciarme y amarme. Y así que trabajo en eso. Amar-
nos a nosotros mismos es nuestra única oportunidad para una
vida feliz. Si una persona en verdad se ama a sí misma, no habrá
mucho que pueda hacerla seriamente infeliz.
Esta persona poseerá una capa protectora contra la crítica
áspera y poco amable. Esta persona puede aceptar y gozar en
verdad ser amada por los demás.
Además de todo esto, si en verdad me amo a mí mismo,
estaré con alguien que me agrada las veinticuatro horas al día.
Por otro lado, si no me amo a mí mismo, no habrá mucho que
95
secretamente creeré que me lo merezco. No seré capaz de acep-
tar los cumplidos o aceptar realmente el ofrecimiento de amor
de las demás personas porque razonaré: "si en realidad me cono-
cieran, no me amarían". Si la gente insiste en amarme, cuestio-
naré sus motivos y sus puntos de vista. Las oscuras sombras y
distorsiones de una actitud incapacitante hacia uno mismo, la
forma en que me percibo, destiñe y distorsiona todo lo demás
que veo. Para mí es obvio que una actitud saludable de auto-
aprecio es básica para un alma apacible y una vida feliz.
El peligro de la vanidad y el orgullo
En este punto preguntaríamos: ¿puede alguien amarse a sí mis-
mo demasiado? Me gustaría sugerir que lo más probable es que
la respuesta, con una importante salvedad, sería "no". El egoís-
mo no brota del amor propio, sino que es resultado del dolor,
producto de una pobre autoimagen de sí mismo.
Una persona ególatra tiene una especie de dolor de dien-
tes, un dolor de vacío dentro de sí misma. Esta persona intenta
llenar ese vacío doloroso con pretensiones, mencionando a per-
sonas importantes, mostrándose como una autoridad en todo
tipo de asuntos, de importancia o banales. Lo que pudiera
parecer un exceso de amor a sí mismo de hecho representa una
carencia de amor a sí mismo. Erich Fromm sostiene
correctamente que el egoísmo y el verdadero amor de sí mismo
son lados opuestos del espectro. Nadie cae repentinamente del
auténtico autoaprecio en la trampa de la egolatría. De hecho,
entre mayor sea el autoaprecio, existirá menor peligro de ésta.
Hay una importante salvedad que ya mencioné anterior-
mente. Lo que voy a decir ahora representa una reflexión rela-
tivamente reciente para mí. Por mucho tiempo, me pareció que
había contraposición entre el amor de sí mismo y la virtud cris-
tiana de la humildad. Lo que antes entendía como humildad
pedía que la persona negara con firmeza cualquier cosa buena
de sí misma, y enfocara toda su atención consciente en los erro-
res y fracasos personales. Sentí, incluso al hacerlo, que ése era
el camino hacia la autodestrucción psicológica.
Me sentí fascinado al descubrir que uno de los Padres de la
Iglesia, san Ambrosio, obispo de Milán a finales del siglo IV,
John Powell, S.J.
97
habría sido apreciada si ustedes no la hubieran encontrado y
admirado". Cuando regresó el grupo, luego de realizar la tarea
asignada, el anciano y sabio maestro les hizo esta observación:
"La gente es así. Cada persona es diferente, delicadamente
construida, con sus dones únicos. Sin embargo... ustedes deben
pasar tiempo con ellas para saberlo. Y así mucha gente pasa
inadvertida y sin haber sido apreciada porque nadie se tomó el
tiempo alguna vez de admirar su propia singularidad". En verdad,
cada uno de nosotros es una obra maestra única de Dios.
98
Eres único.
103
“Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de
júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la
humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán
dichosa todas las
generaciones, porque ha hecho
en mí grandes cosas el que
todo lo puede. Santo es su
nombre”.
Lc 1, 46-49
104
Debo darme cuenta de que soy yo y sólo yo, una persona en proceso:
Aprendiendo, cambiando, creciendo siempre y eternamente.
105
Capítulo 8
106
estas cosas que enterramos y "que ofenden a la vista", no están
muertas, sino aún vivas. Continúan influenciándonos. Pero no
estamos conscientes de ellas o de su persistente influencia sobre
todos nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Por lo tanto no es una situación fácil confrontarme a mí
mismo con las preguntas: "¿En realidad me acepto a mí mismo?
¿Estoy feliz de ser quien soy? ¿Encuentro significado y
satisfacción en ser quien soy? Las respuestas que vienen de
manera fácil y expedita no son totalmente confiables. Sin
embargo, existen señales confiables, o síntomas, de la verdad.
Estas señales de autoaceptación son evidentes en mi vida
cotidiana. Me gustaría enlistar aquí diez señales que considero
visibles en quienes de manera auténtica y gozosa se aceptan a
sí mismos como son.
La gente que se acepta es feliz- De manera peculiar la
primera señal de la auténtica autoaceptación es la felicidad
misma. Suena como un círculo vicioso, ¿no es cierto? Con todo,
la gente que disfruta siendo quien es siempre tiene buena
compañía. Está con alguien agradable las veinticuatro horas al
día. En días buenos y malos, ese ser familiar y agradable
siempre está ahí. Pocas son las cosas que pueden hacerlo sentir
infeliz. Si los demás son críticos o poco afectuosos, aquellos que
realmente se aman a sí mismos creerán en verdad que ha habido
un problema de comunicación. O si esto no funciona, entonces
pensarán que esa persona crítica o poco amable tiene un
problema personal. Sentirán pena por ella, pero no se
molestarán con esa persona.
Las personas que se aceptan se comunican fácilmente
con los demás. Entre más nos aceptemos como somos, daremos
por sentado que somos agradables a los demás. Por lo tanto,
presuponiendo su aceptación, nos gusta estar con la demás
gente. Entraremos con confianza en una habitación llena de
gente desconocida y nos presentaremos. Nos consideraremos
como un regalo que entregamos al revelarnos tal como somos,
y pensaremos que las demás personas son regalos que se
reciben, amable y agradecidamente. Sin embargo, si en realidad
nos amamos, también disfrutaremos y saborearemos los
momentos de soledad. Se ha dicho de manera acertada que para
quienes se aceptan alegremente a sí mismos, al estar solos están
en soledad apacible. Para quienes no se aceptan, el estar solos
puede significar un confinamiento doloroso. El solitario
experimenta un vacío
107
v sólo buscará diversiones: un periódico, una taza de café, el
sonido estridente de la radio.
Las personas que se aceptan siempre están abiertas a ser
amadas y recibir cumplidos. Si en realidad me acepto y disfruto
ser yo mismo, comprenderé que me amen las demás personas.
Estaré dispuesto a aceptar el amor de los demás de manera
amable y agradecida. No tendré que luchar con el remordi-
miento silencioso: "Si me conocieran en realidad, no me ama-
rían". También podré aceptar, interiorizar, los comentarios y
cumplidos favorables. Me sentiré cómodo con esos cumplidos.
No estaré constantemente receloso de los motivos de alguien
acostumbrado a dar cumplidos. "¿Dime qué piensas en el fon-
do?" "¿Qué pretendes de mí?". No tendré que quejarme amar-
gamente conmigo mismo: "No puede ser verdad".Las personas
que se aceptan están facultadas para ser auténticamente ellas
mismas. En la medida que me acepte verdadera y alegremente
a mí mismo como soy, seré dueño de una autenticidad que sólo
puede ser fruto de una genuina autoaceptación. En otras
palabras, debo aceptarme a mí mismo antes de ser yo mismo.
Seré realista. Cuando vea heridos mis sentimientos, podré decir
un fuerte "¡ay!". Cuando amo y admiro a otra persona, seré
honesto y abierto al manifestarle mi amor y admiración. No me
torturará la posibilidad de una comprensión equivocada o
interpretación errónea. No me preocuparé si mis sentimientos
son correspondidos o no. En una palabra, seré libre de ser yo
mismo. Esta autenticidad significa que no tendré que cargar
conmigo, como si fuera una bolsa cargada con el equipaje de la
vida, un conjunto de máscaras. Enfrentaré un hecho honesto: no
tengo que buscar agradarte, sino ser yo mismo. Lo que ves es lo
que hay. Éste soy yo, el único yo, una obra original de Dios. No
hay copias en ninguna parte. La mayoría de nosotros hemos
estado poniéndonos máscaras o representando papeles por tanto
tiempo que ya no sabemos dónde termina la representación y
dónde empieza el auténtico yo. Sin embargo, poseemos un ins-
tinto interior acerca de la autenticidad. Tenemos un
esclarecedor sentido de la honestidad cuando hemos sido
nosotros mismos. La gente que se acepta se ha aceptado tal
como es en este momento. Mi yo de ayer es pasado. Mi yo del
mañana es desconocido. Lograr desatarme de mi pasado y dejar
de vivir el
109
las necesidades, peticiones y exigencias de los demás. Están al
pendiente de las necesidades de los demás, a quienes con fre-
cuencia ayudan con compasión. Sin embargo, también pueden
decir no a los demás sin un vacilante sentimiento de arrepenti-
miento o culpa. Conocen sus propias limitaciones y necesidades.
La gente que se acepta es autónoma. Se deja guiar desde
su interior y no por las demás personas. Si me acepto verdadera
y alegremente, haré lo que considero correcto y apropiado, y no
lo que la demás gente piensa o dice. La autoaceptación es
relativamente inmune a la psicología de masas o al espíritu de la
muchedumbre. No siente miedo de nadar contracorriente si es
necesario. Fritz Perls diría: "No vine a este mundo a vivir de sus
experiencias. Y ustedes no vinieron a este mundo a vivir de las
mías".
La gente que se acepta tiene buen contacto con la reali-
dad. En ocasiones este tipo de contacto con la realidad se explica
con mayor facilidad describiendo lo opuesto. Evita soñar des-
pierto o imaginarte a sí mismo viviendo otra vida como otra per-
sona. Me enfrento conmigo tal como soy, y con los demás tal
como son. No malgasto energía inútil lamentándome porque no
soy diferente. Disfruto y vivo la vida tal como es. No vago men-
talmente en lo que "pudo" haber sido.
La gente que se acepta es asertiva. La última señal de la
autoaceptación es estar seguro de sí mismo. Como persona auto-
aceptada, hago valer mi derecho de ser tomado en serio, mi dere-
cho de pensar mis propios pensamientos y tomar mis propias
decisiones. Mis relaciones son de igual a igual. No seré el des-
valido ni el ayudador compulsivo de los indefensos. También
defenderé mi derecho a equivocarme. Muchos de nosotros nos
alejamos de nuestra verdadera convicción por suponer que quizá
estamos equivocados. Ocultamos nuestras opiniones, nos rehu-
samos a dar a conocer nuestras preferencias. El regocijo de la
autoaceptación nos desafía a ser firmes, a respetarnos a nosotros
mismos, a expresarnos abierta y honestamente. ¿La auto-
aceptación es una forma disfrazada de egolatría? Hay un instinto
que provoca a la mayoría de nosotros a sonrojarnos cuando se
nos dice que debemos amarnos a nosotros mismos. Experi-
111
cuada, debemos definir claramente el problema. Así es que pre-
guntamos: "¿por qué para muchos de nosotros es difícil acep-
tarnos?" Creo que la respuesta es que todos tenemos complejos
de inferioridad. Aquellos quienes al parecer no tienen este com-
plejo sólo están fingiendo.
Venimos a este mundo haciendo preguntas para las cuales
no hay respuesta. La pregunta más obvia que preguntábamos
era, "¿Quién soy?" Desde el nacimiento hasta la edad de cinco
años supuestamente obtenemos un promedio de 431 mensajes
negativos todos los días. "Bájate de ahí". "No, tú eres muy peque-
ño". "¡Dame eso!". "Te vas a hacer daño". "Ya hiciste otro tira-
dero". "Estáte quieto, por favor. Tuve un día difícil". Un amigo
mío jura que hasta que tuvo ocho años, pensó que su nombre era
"Freddy No-No". Sin duda alguna, esta primera impresión de
nuestra insuficiencia se quedó con nosotros.
También es verdad que los obstáculos para la autoacepta-
ción son tan únicos en cada uno de nosotros como lo es nuestra
historia personal. Las causas y razones por las que no puedo ser
feliz siendo como soy son de alguna manera diferentes de las
causas y razones por las que tú no eres feliz siendo tú. Por esto,
para definir el problema más claramente, empecemos con cinco
categorías generales. Pregúntate cuál de las siguientes es la más
difícil de aceptar. ¿Cuál es la más sencilla? A medida que vayas
leyendo, toma algunas notas mentales acerca de la manera en
que calificas las siguientes categorías en cuanto a tu dificultad
para aceptarte. Clasifícalas de mayor a menor grado de
dificultad.
Mi cuerpo
Mi mente
Mis errores
Mis sentimientos o emociones
Mi personalidad
¿Acepto mi cuerpo?
Probablemente la apariencia física es el asunto que con mayor
frecuencia se comenta y compara. En consecuencia, para muchos
de nosotros, se ha convertido en un obstáculo grave para la auto-
¿Acepto mi mente?
En casi toda situación escolar o de trabajo, se enfatiza de cierta
manera la inteligencia. Con frecuencia en nuestras relaciones
personales existe una competencia intelectual entre las partes.
113
miraban casi con piedad o quizá ridiculizaron nuestros comen-
tarios, preguntas o la manera de comportarnos.
Por esto debemos preguntarnos si nos sentimos cómodos con la
cantidad y calidad de inteligencia que se nos ha dado. ¿Me siento
tentado a compararme con los demás sobre esta base? ¿Me siento
intimidado por las demás personas que parecen más rápidas
mentalmente o más informadas que yo? Mi autoestima y en
consecuencia mi felicidad pudiera verse seriamente involucrada
con estas preguntas y mis respuestas hacia ellas.
¿Acepto mi personalidad?
Sin entrar en detalles, creo que es un cálculo prudente asumir
que existen tipos de personalidad. Estos tipos parecen ser en par-
te genéticos y en parte el resultado de una programación tem-
115
vertidos. Algunos nacieron para ser líderes, otros son fieles segui-
dores. Algunos son callados, otros expresivos. Algunos somos
divertidos, otros ni siquiera pueden recibir bien una broma. Algu-
nos son de cascara dura y otros muy sensibles. Sin embargo cada
uno de nosotros es único, diferente a todos los demás. Nuestros
propios dones nos diferencian. Nuestras limitaciones nos defi-
nen. ¿Cómo puedo conocer mi tipo básico de personalidad, estoy
contento de ser yo mismo? ¿Mi personalidad básica me parece
atractiva o deplorable?
Para una mejor comprensión de mi personalidad, pudiera
ser útil hacer una lista de las cinco cualidades que me describen
más acertadamente: callado, sencillo, diplomático, chistoso,
hablador, emotivo, comprometido, solitario, alegre, preocupado,
etcétera. Luego le pediré a algún amigo cercano y muy honesto
que haga una lista similar de las cualidades que me definen mejor,
que capturan mi personalidad. Las dos listas juntas me ofrecerán
un punto por dónde empezar. Mi personalidad soy yo en acción.
¿Me gusta lo que veo, o me siento decepcionado de mí mismo?
¿Me gustaría cambiar mi personalidad en forma radical, o estoy
satisfecho con quien soy? ¿Elegiría a alguien como yo como
amigo íntimo?
118
Capítulo 9
119
una simple llave. Hay momentos en que sencillamente no pode-
mos ser todo lo que queremos ser, hacer lo que queremos hacer,
o decir sólo aquellas cosas que queremos decir. En ocasiones
nuestros hábitos nos mantienen cautivos. Parecen indestructi-
bles. Nuestros ayeres yacen pesadamente sobre nuestro hoy, y
nuestro hoy caerá abrumadoramente sobre nuestros mañanas.
Lloramos cuando sabemos que deberíamos estar riendo. Come-
mos o bebemos en exceso incluso cuando sabemos que esto no
es bueno para nosotros. Cerramos nuestros labios cuando sabe-
mos que debemos hablar. Por lo tanto, ¿qué significa aceptar la
"responsabilidad total"?
Aceptamos que no somos totalmente libres. Todos hemos
sido programados desde niños a lo largo de la infancia, y esta
programación limita nuestra libertad. Además, hemos practicado
fielmente nuestros hábitos por mucho tiempo, y los hábitos
disminuyen nuestra libertad de elegir. En algunas ocasiones sólo
la antigua inercia humana nos controla. Junto con san Pablo
debemos admitir: "Veo lo bueno y estoy de acuerdo, pero hago
lo contrario. Mis miembros alojan otra ley".
Claramente, la responsabilidad total no implica la libertad
total. En este contexto, la responsabilidad total significa lo
siguiente: hay algo en mí'que determina mis acciones y respues-
tas ante los diferentes estímulos y situaciones de la vida. Puede
ser el resultado de mis genes, mi programación o la fuerza de
mis propios hábitos. Sin embargo es algo en mí. Tomo la res-
ponsabilidad total de esto. Hago lo que hago, digo lo que digo,
porque hay algo en mí. Otras personas o situaciones pueden esti-
mular una respuesta, pero la naturaleza de esa respuesta estará
determinada por algo en mí.
Primero, veamos el significado de la responsabilidad total
de todas mis acciones. Una de mis ejemplificaciones favoritas es
la bien conocida historia de Sydney Harris, ya difunto. Al
acompañar al puesto de periódicos a un amigo, Harris observó
que el hombre que vendía los diarios estaba ostensiblemente
122
una emoción es una percepción y una consecuente reacción físi-
ca a esa percepción, no podríamos tener emociones si no tuvié-
ramos mente y cuerpo. Por ejemplo, si te percibo como mi ami-
go, físicamente tendré una reacción de bienestar y paz contigo.
Emocionalmente siento gusto al verte. Sin embargo, si te percibo
como un enemigo, mi reacción física será pelear o huir. Mis
músculos se tensarán y mi corazón se acelerará. Tendré miedo
de ti y de lo que podrías estar planeando hacerme o decirme.
Aunque no soy libre de controlar esta reacción emocional,
sé que es causada por algo en mí: mi percepción de ti. Esta
percepción puede ser correcta o equívoca. Puede estar matizada
por otras experiencias, pero claramente es algo en mí lo que
dirige mi respuesta emocional.
Como ya lo dije antes, con frecuencia expongo este caso a
mis estudiantes: "Imagínense que uno de ustedes sale molesto de
este salón de clases. Ustedes expresarían su inconformidad
conmigo y mi capacidad como profesor. ¿Cómo me sentiría?"
Por lo común mis estudiantes son rápidos para contestar: "Usted
se enojaría. Le recordaría al estudiante que sabe su nombre". Otro
no estaría de acuerdo: "No, usted se sentiría herido. Usted sabe
muy bien que se esfuerza mucho para ser un buen maestro.
Estaría triste al ver que todos sus esfuerzos reciben ese tipo de
respuesta". Y todavía habría otro que opinara: "No, yo creo que
usted se sentiría culpable. Le pediría al alumno que regresara y
le diera otra oportunidad. Quizá hasta intentaría disculparse".
Siempre hay alguien que sugiere la respuesta compasiva: "Usted
sentiría pena por el muchacho. Pensaría que seguramente hay
otras tensiones que lo están afectando".
Al final de la discusión por lo general he recopilado diez
u once sugerencias acerca de mi posible respuesta emocional
ante esa situación. (Secretamente sospecho que la mayoría de
ellos está proyectando cómo se sentiría). Cualquiera que sea el
Una visión que da la vida
123
precisa que tendré. Lo que pienso de mí, cómo me veo a mí mis-
mo como maestro, lo importante que es para mí el tema que
estoy exponiendo, todas estas cosas dentro de mí determinarán
mi reacción emocional precisa. Debo aceptar la responsabilidad
total de esto. Y esto es a lo que me refiero al aceptar la respon-
sabilidad total de mis emociones".
Muchas de mis respuestas emocionales son buenas. Otras
tienden a ser autodestructivas. Así que cuando reflexiono sobre
mi reacción emocional en una situación dada, regresó a la per-
cepción donde todo empezó. Puedo plantear preguntas, ampliar
sobre el tema o incluso modificar esa percepción. Quizá deba
pensarlo de nuevo. Quizá tú sólo tratabas de ser amigable para
no apenarme. Puede ser que me perciba a mí mismo como un
ser inferior, y en vez de admitir eso, quizá trato de ocultarlo con
algún desplante. Yo sé esto: si cuestiono y quizá cambio mi per-
cepción, también cambiará mi respuesta emocional.
Dueños de sí mismos contra inculpadores
Al tratar de responsabilizarnos por nuestras respuestas emocio-
nales y de conducta, supongo que sólo tenemos dos opciones.
Somos "dueños" de ellas o le "echamos la culpa" a alguien o
algo. Sin embargo, ésta no es una elección sencilla y sin conse-
cuencias. Mi honestidad puede ponerme en el camino de la madu-
rez, o mi racionalización me sacará de la realidad. Si soy dueño
de mis respuestas, me hago responsable de mis emociones y com-
portamiento, llegaré a conocerme a mí mismo. Maduraré. Si tra-
to de explicar mis acciones y sentimientos haciendo
responsables a otras personas o situaciones, nunca llegaré a
conocer mi verdadero yo. Impediré mi desarrollo personal
mientras persista en esta renuencia a reconocer mi
responsabilidad. Recuerda: el crecimiento comienza cuando
dejamos de echar la culpa a los demás.
123
John Powell, S.J.
124
veo a esa persona aborrecible como alguien lastimado o desva-
lido, entonces mi reacción probablemente será de compasión.
Observa que al revisar nuestras percepciones o actitudes
(percepciones practicadas o habituales), también revisamos nues-
tras respuestas emocionales. Es importante que recordemos que
una percepción siempre está en el centro de cada emoción. Esa
percepción determinará la naturaleza e intensidad de la emoción.
Probablemente es cierto que muchas de nuestras emociones son
saludables y felices. Sin embargo, si mis patrones emocionales
son autodestructivos o enajenantes socialmente, quizá desee
analizar las percepciones o actitudes que están escribiendo el
libreto de mi vida. Esto con toda seguridad es parte de mi
"responsabilidad total".
125
punto de nuestro crecimiento personal. Cuando esto sucede, ten-
demos naturalmente a culpar a las demás personas o situaciones
por nuestras respuestas. Una vez atrapados en este círculo vicio-
so, permaneceremos en un lugar de dolor. Y ahí nos quedamos.
Sin embargo, si asumimos la responsabilidad total descrita antes,
estaremos libres para reconocer y revisar nuestras respuestas. Y
éste es con toda seguridad el sendero de la paz y la felicidad
personal. No puedo cambiar el mundo como yo quiero, pero sí
puedo cambiar mi respuesta hacia el mundo. Puedo cambiar. La
felicidad es un trabajo interior.
129
Dentro de nosotros hay un padre y un hijo.
130
Por lo tanto, la responsabilidad total es una responsabili-
dad adulta. Pero debe enseñarse en las etapas tempranas de l a
vida y asumirse cada vez más a medida que se crece. El castigo
por negarse a hacerlo es permanecer encarcelado en una niñez
perpetua.
Trato de practicar lo que predico. En algunas ocasiones
lo logro. Y en otras todavía fracaso. Sin embargo, me estoy esfor-
zando en asumir la responsabilidad total de mi vida y mi felici-
dad. Ya hablé acerca de un letrero en mi espejo que veo y leo
cada mañana.
¡Estás viendo la cara de la persona responsable de tu feli-
cidad del día de hoy!
Toda la vida es un proceso. Todos estamos en camino hacia
la plenitud de la vida. Y debemos gozar el viaje. Estoy seguro
de que las dos piernas sobre las que necesitamos caminar por la
vida son (1) la autoaceptación gozosa, la apreciación de nuestra
singularidad humana, y (2) la voluntad de asumir la respon-
sabilidad total por cada paso y resbalón en el camino.
131
Capítulo 10
La historia de la separación
En este asunto llegamos de manera natural a nuestros prejuicios.
La negación de la interconexión de nuestras partes se remonta a
los antiguos filósofos griegos. Platón fue el primero en dividir la
naturaleza humana en categorías separadas. Obviamente pensó
en la mente (el yo pensante) como la parte superior del
compuesto humano. Concibió la mente como separada y distinta
del cuerpo. Y concluyó que el cuerpo no podía influenciar la:
mente y viceversa. Más tarde Agustín, la civilización occidental
y los pensadores cristianos, todos en conjunto contribuyeron a
este pensamiento de que la mente y el cuerpo son entes separados
y distintos. Finalmente, el filósofo Rene Descartes trazó una
marca de separación entre el alma y el cuerpo. Descartes quería
hacer de la naturaleza humana algo tan claro como su amada
geometría. Este "dualismo cartesiano" (alma/cuerpo) perdura
hasta nuestros días. El cuerpo es el cuerpo y el alma es el alma.
No existe el conjunto mente/cuerpo/espíritu que forme el yo.
Nuestro pasado quizá fue engañoso. En nosotros, el espí-
ritu y la materia no son como el aceite y el agua. Nos guste o no,
somos una unidad misteriosa. Nuestros cuerpos, mentes y
espíritus son las partes sensiblemente interconectadas de nuestra
unidad. Nada puede pasar en una de estas partes que no afecte
en cierta manera a las otras dos.
Durante años hemos confiado nuestros cuerpos a los médi-
cos, nuestras mentes a los psiquiatras, y nuestras almas a los
teólogos. Sin embargo, ya no podemos mantener esta clara sepa-
ración. En ocasiones nuestros médicos nos dicen que nuestras
aflicciones y dolores no son puramente físicas. Son psicosomá-
ticas. En otras palabras, nuestros dolores están en nuestros cuer-
pos pero han sido inducidos psicológicamente. Por otro lado,
algunas veces nuestros psiquiatras nos deben informar que nues-
tra depresión se debe a un trastorno puramente físico, algo simi-
lar a un desequilibrio químico o alguna deficiencia de vitaminas.
Y los teólogos podrían sólo decirnos que nuestro sufrimiento no
es en realidad un juicio divino sino que probablemente se
Estrés
Ya hemos mencionado que el problema físico puede ser causa de
problemas mentales y espirituales. También es cierto que estar al
pendiente de nuestras necesidades físicas facilita el uso de la
mente y las funciones del espíritu. Uno de los principales pro-
blemas que nos afectan en la actualidad es el estrés. Comienza
con alguna rigidez, tensión o pérdida temporal de la armonía
interior. Nos hace perder nuestro sentido de control o equilibrio.
El estrés forma parte de la vida, nadie puede evitarlo. Los acon-
tecimientos o situaciones que provocan estrés pueden ser posi-
tivos y aparentemente agradables, o pueden ser también negati-
vos. Cualquier nuevo reto requerirá alguna adaptación, y esto
sencillamente puede producir estrés. Aunque, los seres humanos,
por lo común, logramos crecer, también deseamos el control y la
seguridad de nuestro equilibrio, la serenidad de un estado de
serenidad sin desafíos. Por eso un nuevo niño en la familia puede
provocar tanto estrés como la muerte de un familiar.
"Enamorarse" puede ser tan estresante como "desenamorarse".
134
nuestro entorno,
nuestros cuerpos,
nuestras mentes, y
nuestros espíritus.
En cuanto al entorno, siempre hay algún reto de adapta-
ción. Somos convocados a soportar frío y calor, ruido, multitu-
des, convivencia, fechas límite, amenazas a la seguridad perso-
nal y la autoestima... Nuestros cuerpos, también nos plantean
desafíos que provocan estrés: el acelerado desarrollo de la ado-
lescencia, las cuestas de la ancianidad, enfermedad, accidentes,
trastornos del sueño o alimenticios. La mente con sus diferentes
percepciones también puede ocasionar estrés. Por ejemplo, nos
percibimos como inadecuados o rechazados. Nos pensamos
como débiles o de poca valía. Tomamos nuestros errores como
algo catastrófico. Interpretamos la realidad como una amenaza.
¡Cualquiera que sea el caso el resultado es el estrés!
Y finalmente, un espíritu vacío puede ocasionarnos un
gran desaliento. Pensamos que podemos seguir adelante sin la
seguridad y sosiego de la fe y su perspectiva. Sin embargo sin
éstas experimentamos al poco tiempo soledad y ansiedad dolo-
rosas. Caemos en un confuso estado depresivo. Algo en nosotros
quiere saber de dónde venimos, qué estamos haciendo aquí, y
hacia dónde nos dirigimos. El espíritu registra estrés cuando no
podemos encontrar sentido en la vida. No queremos pensar que
somos simples mortales que deambulan por vidas sin sentido.
Así como el cuerpo puede enfermarse y provocar estrés, también
el espíritu puede desfallecer y llevarnos a un vacío saturado de
estrés.
Tan pronto como aparece el estrés en nosotros, cualquie-
ra que sea su fuente, ocurren cambios bioquímicos inmediatos
en nuestros cuerpos. Experimentamos la necesidad de "pelear o
huir". Nuestras mentes perciben algún tipo de zozobra o ame-
naza. Nuestros centros reguladores físicos envían información
inmediata a todo el cuerpo. Las sustancias que llevan este men-
saje le dicen al cuerpo que acelere sus procesos orgánicos y glan-
Relajación
El primer paso para combatir el estrés es la relajación. Y el pri-
mer paso para aprender cómo relajarse es identificar nuestros
factores de estrés. En la primera oportunidad haz una lista de las
personas, las actividades, y las situaciones que tienden a crear
estrés en ti. Además, la mayoría de nosotros tenemos nuestro
"Talón de Aquiles" ante el estrés. Si puedes identificar tu "Talón
Una visión que da la vida
137
fuerzas huracanadas en mi persona antes de que pueda iden-
tificarlo. (Espero que tú seas mejor que yo en esto.)
Hay algunos factores de estrés que al parecer nos ayudan;
otros tienden a disminuirnos. El estrés en nuestras vidas ha sido
comparado con la fricción del arco del violín. Si no hay fricción
tampoco hay música. Si hay demasiada fricción, sólo habrá un
chillido punzante. Las situaciones de estrés benéfico al parecer
nos excitan y nos dan energía. Con frecuencia he pensado que
entrar en un salón de clase para enseñar es un factor de estrés útil
para mí. Casi siempre me siento estimulado ante la idea.
139
mos tan enfermos en la medida de nuestros sentimientos secre-
tos. Por supuesto, los sentimientos deben expresarse en primera
persona y no en segunda. Por ejemplo, "Me siento enojado" en
vez de "¡Me hiciste enojar!" Las reflexiones obvias y las habi-
lidades sencillas pueden producir el milagro de la conversión
con bastante facilidad. El estrés dañino se convierte en prove-
choso. La tranquilidad reemplaza la tensión.
Por lo tanto, debemos aprender a identificar nuestros fac-
tores de estrés. La transformación de un factor de estrés negativo
en un factor positivo se parece a la experiencia de un milagro.
Aquello que fue pernicioso se vuelve útil. Con frecuencia
podemos obtener la iluminación y la facultad para llevar a cabo
esta conversión al hablar el asunto con otra persona. Es espe-
cialmente útil si esa persona ha experimentado el mismo estrés
y lo ha superado con éxito mediante el proceso de conversión.
Ejercicio físico
La fórmula tradicional para comprender la tensión es: "mente
hiperactiva en cuerpo hipoactivo". El ejercicio diario y vigoroso
(si es posible) restaura el equilibrio. También libera la tensión
acumulada. Lo que el ejercicio hace por nosotros físicamente es
eliminar del cerebro y la circulación sanguínea los componentes
químicos de la tensión. El ejercicio también promueve la produc-
ción y el flujo de las sustancias que nos hacen sentir relajados y
apacibles, como las endorfínas. Es muy difícil sentirse deprimi-
do luego de un ejercicio vigoroso. Con frecuencia los corredores
experimentan un sentimiento de alborozo, conocido común-
mente como la embriaguez del corredor. Físicamente, es un cam-
bio neuroquímico en el cuerpo provocado por el ejercicio.
Es interesante observar lo que muchos autores sobre la
crisis de la edad adulta recomiendan primero y antes que nada:
ejercicio diario y vigoroso. Con frecuencia las necesidades psi-
cológicas o espirituales se presentan con mayor fuerza en la edad
madura. El resultado no sólo es la intrusión de nuestro viejo
amigo, el estrés, sino un círculo vicioso que aparentemente nos
atrapa a muchos de nosotros. Entramos en el círculo cuando
nuestras necesidades producen estrés, y éste magnifica en con-
secuencia las necesidades. El resultado es más estrés. La manera
más rápida de salir de esto es el ejercicio vigoroso. ¡Corre, nada,
camina enérgicamente, pero haz algo!
142
tam Books, 1984).
Por supuesto, no todos pueden o quieren correr. Sin embar-
go casi todos pueden caminar rápidamente. Caminar con velo-
cidad posee virtualmente todos los beneficios del ejercicio vigo-
roso. Al igual que la carrera, o la natación, caminar con velocidad
eleva el metabolismo para que el cuerpo queme calorías a un
ritmo más acelerado. Mejora el tono muscular y la eficiencia del
corazón. También se ha visto que el ejercicio disminuye la
acumulación de placa en las arterias, disminuye la presión
arterial, y retarda el proceso de envejecimiento. Con todos estos
beneficios obvios, el ejercicio debe ser un factor respetable de la
felicidad humana.
El estrés y la tensión se reducen en gran medida mediante
el ejercicio físico regular. En consecuencia, aquellos que hacen
ejercicio ven un mundo apacible y proporcionado. Son proclives
a una perspectiva saludable. Piensan con más claridad, tienen
mejor memoria, y son más alegres, agradables y optimistas. Por
supuesto, el comienzo puede ser la parte más difícil. Sin embargo
los beneficios a largo plazo son enormes.
144
Una parábola oriental ilustra acertadamente la condición humana y sus
interconexiones. En esta parábola el carruaje es el cuerpo humano. El caballo
representa las emociones humanas, y el conductor es la mente.
145
posiblemente el problema está ahí. Si los problemas continúan,
un buen psicoterapeuta procederá entonces a examinar al caballo
(emociones) y al conductor (mente). Sin embargo, los problemas
"al parecer más profundos" con frecuencia desaparecen una vez
que el cuerpo se ha relajado, alimentado y ejercitado
adecuadamente.
Nuestros prejuicios arraigados históricamente niegan en
gran medida la interacción del cuerpo, la mente y el espíritu. Y
aun así esta sensible interconexión se realiza diariamente en
nuestra propia experiencia. Cuando estamos bajo un estrés exce-
sivo, nos volvemos irritables. Cuando no hacemos ejercicio ade-
cuadamente, nos sentimos deprimidos emocionalmente. Perde-
mos la capacidad de pensar con claridad. El estrés prolongado
provoca que nuestro mismo espíritu se asfixie. Atender nuestras
propias necesidades físicas de relajación, ejercicio y nutrición
tiene un gran sentido. Sin estos cuidados, se reduce en gran medida
la calidad de nuestras vidas. El mundo ya no tiene sentido, y la
vida empieza a sentirse como rutina sin fin que nos hace daño.
Empezamos a preguntar: "¿y de qué se trata todo esto?"
146
El estiramiento repetido me escoltará a un mundo nuevo y más amplio.
147
Capítulo 11
148
John Powell, S.J.
150
hacia una nueva forma de actuar. Por ejemplo, mientras aprendo
a concebirme como competente, estoy facultado para intentar
cosas cada vez más difíciles. Sin embargo, el estirarse implica,
además, un proceso a la inversa. Estirarse significa actuar mi
forma de ser en una nueva forma de pensar. Por ejemplo, no creo
que pueda dar un discurso en público. Mi concepto de mí mismo
no incluye esta habilidad. En cierta manera no creo que "la
tenga". Y un día cualquiera me estiro. Doy el discurso, y todos
me dicen lo bueno que fue. Aprendo paulatinamente a pensar en
mí como orador. Actué mi forma de ser en una nueva manera de
pensar de mí mismo. Creo que todos nosotros hemos tenido una
experiencia similar. ¿Recuerdas la primera vez que pudiste nadar
sin la ayuda de otra persona? Gritaste: "puedo nadar", para que
todo el mundo lo pudiera escuchar. Lo mismo sucedió con el
primer pastel que horneaste o la primera vez que lanzaste un
jonrón. Lograste algo por primera vez, y tu concepto de ti mismo
cambió. ¡Antes, estabas seguro de que no podías, y ahora piensas
en ti como alguien que sí puede! Otra victoria del estiramiento.
Áreas de estiramiento
Las posibilidades son tan extensas como el mundo en que la per-
sona desea vivir. Sin embargo, hay ciertas áreas que para muchos
de nosotros necesitan una consideración especial. La primera de
ellas es la expresión de las emociones. Se ha demostrado una y
otra vez que encerrar nuestros sentimientos en nosotros resulta
autodestructivo. Ocultarlos es algo que simplemente no pode-
mos lograr. Lo que callamos lo actuamos. Actuaremos nuestros
sentimientos no expresados en nuestros propios cuerpos median-
te dolores de cabeza o úlceras. Actuaremos nuestros sentimien-
tos reprimidos en terceras personas inocentes. O nos enfurruña-
remos o guardaremos un rencor que nos envenenará gradual-
mente. Pero no lograremos suprimir nuestros sentimientos. Nece-
sitamos decirles a los demás cómo nos sentimos realmente. El
precio de no hacerlo es la infelicidad. El estiramiento en esta área
exige una expresión madura, correcta y razonable de nues-
151
Una visión que da la vida
pre se sugiere una cosa: "Hagan algo por ustedes mismos. Traten
de estimular su propio interés. Lean un libro. Ofrézcanse como
voluntarios para realizar algún proyecto". La mayoría de las
155
personas de bajo rendimiento se sientan al final del salón,
esperando que el maestro los inspire. Sin embargo tres de cada
cuatro profesores simplemente no motivan. Es la ley de los
promedios. El tipo clásico de bajo rendimiento se acostumbra a
sentarse en el borde del camino de la vida, y sufre una crisis de
identidad tras otra. Se la pasa mascullando: "¿quién soy?, ¿cuánto
valgo?, ¿y a quién le importa, de todos modos?" Es como estar
sentado en una mecedora. No te lleva a ninguna parte, pero te da
algo que hacer. • Este limbo de una existencia media continuará
hasta que la persona de bajo rendimiento se motive para estirarse.
Este estiramiento hará que la persona de bajo rendimiento expe-
rimente un entusiasmo que se generará a sí mismo. Cuando nos
comprometemos con algo, nuestra misma actividad genera más
entusiasmo. Y el entusiasmo se alimenta de sí mismo. Se
incrementa naturalmente y se multiplica. El estiramiento supera
nuestra inercia, y a partir de ese momento y de manera paulatina
nos convertimos en seres au tomo ti vados.
157
Lo importante no es lo que digo sino lo que escuchas.
158
Capítulo 12
159
refiere a la mente. Una persona obsesiva piensa y vuelve a pensar
casi constantemente acerca de la obsesión, cualquiera que ésta
sea. "Compulsivo" describe una conducta o un "hacer". La
persona compulsiva tiene que hacer, hacer, hacer. Una persona
compulsiva puede lavar sus manos veinte veces al día.
Ahora el hecho es que algunos de nosotros somos obse-
sivo-compulsivos en lo que se refiere a la perfección. Y puedo
pensar que hay algo de esto en la mayoría de nosotros. Incluso
aquellos que insisten en que no son perfeccionistas se sienten
incómodos con ser unas "fábricas de errores". Pueden decir el
capítulo y el versículo de su voluntad de ser imperfectos, pero su
recitación se detiene cuando cometen un error. Estaremos des-
tinados al sufrimiento en la medida en que experimentemos y
actuemos esta obsesión y compulsión. No resulta sorprendente
enterarse de que los perfeccionistas en realidad tienen la tasa más
elevada de depresión entre los seres humanos.
Al igual que todas nuestras tendencias, el perfeccionismo
tiene raíces muy profundas y aún sin descubrir. En algunas oca-
siones delata un miedo oculto. Por ejemplo, puedo estar pensan-
do inconscientemente: "si soy imperfecto, la gente no confiará en
mí" o "nunca podré salir adelante". O quizá exista una lógica de
todo o nada escondida bajo mis pensamientos superficiales: "si
no soy perfecto, entonces soy un fracaso". Algunas veces pienso
en secreto (pero lo admito muy rara vez) que "si soy un fracaso,
la gente me criticará". O quizá haya una vocecita de mi pasado
que preguntará susurrando: "Si no hago un trabajo perfecto, ¿qué
dirán mi mamita y mi papito?" Quizá sea que mi motivación para
la perfección es simplemente mi forma de obtener aprobación. Y
esto pudo haber comenzado en los inicios de mi infancia, con mi
mamita y mi papito.
A principios de la vida, se nos programa para pensar de
esta manera. Quizá este mensaje fue actuado por padres riguro-
sos. Ellos nos programaron para ser perfeccionistas al tratar ellos
mismos de ser perfectos. O quizá la inclinación hacia el perfec-
cionismo nos fue inculcada por otras personas que querían dis-
frutar de nuestras realizaciones como si fueran suyas. La presión
de nuestros iguales puede ser otro factor importante. Muchos
hemos sufrido la experiencia de que se burlen de nosotros, para
después resolver secretamente que nunca más cometeríamos un
160
error en público. Los castigos son simplemente demasiado dolo-
rosos, demasiado vergonzosos. Si soy una persona "perseveran-
te", entonces alguien puso en mí de alguna manera expectativas
sobre mí mismo que sólo pueden llegar a ser dolorosas. Por
supuesto, quizá fue sólo cuestión de mi mala interpretación. Sin
embargo, no es lo que se dice sino más bien lo que se escucha lo
que influencia a las personas, a las personas como tú y yo.
162
no sea la forma más virulenta de perfeccionismo, pero es sufi-
ciente para disminuir la alegría de vivir en nosotros y aquellos
que nos rodean.
Por supuesto, cualquier forma o grado de perfeccionismo
es poco realista. Y de alguna manera parece que la misma nega-
ción es un síntoma de la enfermedad. Cuando admitimos que el
perfeccionismo es una conducta obsesivo-compulsiva, decimos
implícitamente que el perfeccionismo es en sí mismo una forma
de imperfección, la misma con la que no podemos vivir.
Obviamente, un verdadero perfeccionista no puede admitir que
lo acosan esas esperanzas o expectativas irreales. Eso destruiría
su propia imagen.
165
dos puertas. Una dice "perfección instantánea" y la otra "creci-
miento gradual". ¿Por qué puerta te gustaría cruzar? Sorprenden-
temente, muy pocos, en mi experiencia personal, han elegido la
"perfección instantánea". Si cruzan por esa puerta, todo se acaba.
¿Qué harían para repetir la perfección? El camino ha llegado a
su fin. Sin embargo, quien elija cruzar por la puerta del "cre-
cimiento gradual", experimentará la alegría de sentirse cada vez
mejor, y el proceso continuará por toda la vida. Habrá pequeños
éxitos de crecimiento, sin el gran fracaso del perfeccionismo.
Una buena forma de elegir el crecimiento es manifestarse
por gozar y no así por alcanzar la perfección. Mientras escribo
estas palabras por primera vez, intento apegarme a mi propio
consejo. Algo en mí sabe que debe de haber una mejor manera
para decir todo esto. Quizá incluso hay una forma perfecta. Sin
embargo no escribo siete y ocho borradores y los rompo todos
desesperado porque no son perfectos. Mejor trato de gozar
compartiendo con ustedes. Releo lo que escribí, tacho esto o
aquello, agrego una palabra aquí o allá. Luego pienso: "Ahí está,
quedó bastante claro. En cierta manera parece que lo he dicho
mejor que en mis anteriores intentos. Quizá, sólo quizá, lo que
escribo será de ayuda para alguna persona". Éste es un pensa-
miento consolador.
Y aquí tenemos el bono sorpresa. Si te decides por dis-
frutar, en realidad harás un mejor trabajo que si estuvieras deter-
minado a hacerlo perfecto. (Es posible que todavía no lo creas,
pero algún día lo harás). Si estás en la escuela, sintoniza tu mente
para gozar lo mejor que puedas los cursos que estás tomando. Sin
duda los resultados te sorprenderán. Si tienes un empleo, trata de
disfrutar lo que haces lo más posible. Seguramente notarás la
mejoría de tu desempeño. Por el contrario, dirigir la mirada al
logro de la perfección, se tornará estresante y desmoralizador. El
resultado final probablemente será el desaliento. Y el desaliento
siempre quiere abandonar todo, darse por vencido.
El fracaso nunca es
definitivo ni absoluto.
Solo es una experiencia
de aprendizaje.
167
Debemos dar raíces y alas a nuestros hijos.
168
Capítulo 13
169
Una visión que da la vida
170
John Powell, S.J.
ayudar a sus hijos dándoles alas, las alas con las que puedan dejar
171
el nido de seguridad y aventurarse más allá hacia sus vidas
independientes.
Si una persona no realiza con éxito estas transiciones des-
critas aquí someramente, puede pasar gran parte de la vida en
busca de las partes perdidas. Esa persona puede volverse fácil-
mente dependiente en exceso de la aprobación y afirmación de
los demás, o puede permanecer indeciso, viajando por la vida en
los juicios y decisiones de los demás. Algunas personas se
quedan como pozos sin fondo en busca de la afirmación por parte
de los demás o intimidados perpetuamente por una supuesta
inferioridad hacia los demás. De cualquier manera, por lo general
nuestra actitud hacia los demás tiene raíces profundas en el fondo
de nuestras vidas tempranas. Como ya se mencionó, el niño que
sufrió abusos entra en su vida futura con enojo y lleno de
venganzas. Aquellos que vienen de familias unidas, afirmantes y
afectivas entrarán a su destino bien equipados con raíces y alas,
listos para bendecir y ser bendecidos por los demás. Nuestras
vidas son moldeadas por aquellos que nos aman... y por aquellos
que rehusan amarnos.
173
También, con excepción del gran mandamiento en sí mismo,
Jesús ni siquiera habla explícitamente de amar a Dios. Dice que
Dios toma como si se le hubiera hecho a Dios mismo todo aque-
llo que hagamos al menor de sus hijos. Jesús también nos enseña
que no deberíamos ofrecer a Dios nuestras ofrendas a menos y
hasta que nos hayamos reconciliado recíprocamente. (Mt 5, 23-
26). Finalmente, Jesús insiste en que no podemos esperar el
perdón de Dios por nuestros pecados a menos que estemos listos
para perdonar a aquellos que nos ofendieron. (Mt 6, 12). En el
mensaje y visión maestra de Jesús, el principal lugar de encuentro
con Dios está en los demás: nuestras familias, amigos, vecinos,
conocidos, y sí, incluso nuestros enemigos.
Una antigua canción irlandesa dice: "Vivir allá arriba con
los santos que amamos, ¡ah! eso es la más pura gloria; pero vivir
abajo con los santos que conocemos, ¡ah! ésa es otra historia".
Afrontémoslo, hay algunas personas con las que es difícil con-
vivir (¡claro, no tú ni yo!), y ya no hablemos de amarlas. Aque-
llas que son verdaderamente amorosas y comprensivas deben ver
algo en los demás que yo no alcanzo a percibir.
174
seguro en ese momento y acepté la invitación: "¡Daré sermones,
viajaré!" Pero a la hora cero, afuera de la capilla, viendo a los
participantes del retiro que pasaban frente a mí rumbo a la
capilla, me sentí totalmente intimidado. Había dos obispos, y el
más joven de los sacerdotes del retiro aparentaba quince años
más que yo. Cada uno de ellos parecía estar absolutamente
seguro, integrado, y digno de la más respetable veneración.
Cuando acepté la invitación, creí que ya tenía todo organizado,
pero cuando los dados estuvieron sobre la mesa, me pregunté
dónde estaban mis guías.
El sacerdote de mayor edad a cargo de la casa de retiro
estaba de pie conmigo en la puerta de la capilla. Pasábamos revi-
sión a toda la tropa. Me sonrió cuando entró el último sacerdote
participante en la capilla.
"¿Cómo se siente?" -me preguntó.
"¡Aterrorizado!" -fue mi respuesta espontánea y totalmen-
te honesta.
"¿Por qué?"
"¿Por qué? Está bromeando. ¿Acaso no los vio?"
"Sí, ellos sólo necesitan lo que necesitamos cada uno de
nosotros, un poco de amor y comprensión".
"¿Entonces por qué no se les nota? No parecía que esos
muchachos estuvieran haciendo fila para el amor y la compren-
sión. ¿Está seguro de que eso es lo que necesitan?"
"Estoy seguro", dijo con una sonrisa comprensiva y un
guiño amigable.
Y empezó el retiro. Durante la primera conferencia mi
boca estuvo seca y mis manos frías y sudorosas. Entre las líneas
de sus expresiones faciales leí esta pregunta: "¿De dónde sacaron
a este muchacho?" Juro que podía escuchar su pensamiento,
"Oye hijo, el aceite de la ordenación todavía no se ha secado en
tus manos. Cuando hayas caminado por la vida algunos
kilómetros más, vuelve y te volveremos a escuchar".
176
La empatía sólo plantea una pregunta: ¿Cómo es ser tú?
177
"Zaqueo -le dijo Jesús- me gustaría quedarme aquí en Jericó hoy
en la noche. ¿Puedo quedarme contigo en tu casa?" ¿Puedes
escuchar el estruendo de emoción en el corazón de ese pequeño
hombre? "¡Él quiere quedarse conmigo!" (Le 19,1-10). Obvia-
mente la multitud no compartía la alegría desbordada del peque-
ño publicano. El evangelio sólo dice que "empezaron a murmu-
rar". Zaqueo, se nos dice, bajó del árbol y en su gran y desbor-
dada alegría prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres.
Además, prometió devolver cuatro veces más la cantidad que
hubiera ganado deshonestamente. Entonces, Jesús le aseguró al
pobre hombre que ese día la salvación había llegado a su casa,
porque el Hijo del Hombre ha venido "a buscar y salvar" a aque-
llos que están perdidos. La bondad y los talentos de Zaqueo que
permanecían ocultos brotaron al toque de Jesús y su amor com-
prensivo. De alguna manera estoy seguro de que el pequeño
hombre y su mundo nunca volvieron a ser los mismos.
Luego tenemos a María, de Magdala, una población en la
costa oeste del Mar de Galilea. Con frecuencia se la identifica
con la prostituta que se escabulló en el banquete en la casa de
Simón el fariseo y derramó sus lágrimas sobre los pies de Jesús.
Sin embargo, no hay fundamentos en las escrituras para su iden-
tificación. No obstante, según Marcos (16, 9) y Lucas (8, 2),
Jesús sacó siete demonios de esta mujer. Cualquiera que sea su
pasado, María de Magdala realmente estuvo presente y dispo-
nible ante las necesidades del Señor. Una vez que la persona
buena y hermosa fue llamada por la comprensión de Jesús, ella
amó con valentía y arrojo. Permaneció de pie en el Calvario
cuando Jesús moría (Mt 27, 56). Seguramente los que conocían
su pasado se mofaron de ella y la ridiculizaron por su nueva reli-
giosidad y devoción. "Oye, María, ¿qué es toda esta piedad?
¡Todos sabemos quién eres en realidad!" Sin embargo, estoy
seguro de que ella fue lo bastante fuerte como para que la afec-
taran las burlas.
María Magdalena también estuvo presente en el entierro
de Jesús (Mt 27, 61). María es quien descubrió la tumba vacía el
día de la Pascua (Mt 28, 1-10). La importancia de María Mag-
dalena en toda la historia de la resurrección es evidente en el
evangelio de Juan (20, 1-18). Al parecer ella fue la primera en
178
ver a Jesús resucitado. Al igual que en el caso de Zaqueo, la
profunda fortaleza y la avasalladora lealtad al amar fueron lla-
madas a salir de esta grande y fuerte mujer por el amor de Jesús.
Zaqueo y María de Magdala y otras personas innumerables entre
nosotros pueden decir con verdad a Jesús:
Te amo por lo que estás haciendo de mí. Te amo por la
parte de mí que haces resaltar; te amo por no tomar en cuenta
todas las cosas sin sentido y débiles que no puedes sino atenuar,
y por sacar a la luz todas las hermosas cualidades que nadie había
encontrado.
179
en ese acto abandonamos nuestros propios puestos, nuestras per-
cepciones y más que todo nuestros prejuicios. Nuestra concen-
tración se entrega totalmente a la experiencia vicaria de la otra
persona. Rompemos nuestra fijación con nosotros mismos al
situarnos fuera de nosotros y dentro de los pensamientos, sen-
timientos y situaciones de la vida de la otra persona.
Cuando nos hemos identificado de esta manera con la otra
persona, satisfacemos la primera necesidad común a todos: ¡tener
a alguien que comprenda en realidad lo que es ser yo! Sólo des-
pués de sumergirnos en la experiencia de la empatia podremos
saber lo que quizá diríamos o haríamos o seríamos para la feli-
cidad y bienestar de la otra persona. Amar es verdaderamente un
arte. No hay decisiones automáticas o fórmulas fijas y definitivas
cuando tratamos de responder ante las necesidades de otra
persona. Quizá debemos ser duros o tiernos, hablar o permanecer
en silencio, sentarnos al lado de la otra persona o permitirle el
lujo de la soledad. Sólo la persona con empatia puede dominar
este arte.
181
Capítulo 14
182
continuamos guardando nuestros secretos fatales porque no que-
remos correr el riesgo del rechazo, ridículo, o condena.
Por dentro, en las bóvedas selladas de la privacidad, nues-
tros secretos parecen humo. Cualquier cosa que yo tenga miedo
de compartir se expande hasta que dejo de estar seguro de qué es,
dónde empieza y dónde acaba. Quizá todo tomaría sentido si
pudiera colocar todo en su lugar, como piezas de un rompe-
cabezas. Ciertamente el primer obstáculo para la comunicación
está dentro de nosotros mismos. No puedo decirte lo que no me
digo ni a mí mismo. Y de alguna manera, aunque pudiera encon-
trar el valor de dar a conocerlo, no estoy seguro de qué diría.
Un buen comienzo sería, por supuesto, entrar en contacto
con los miedos que me persiguen y me aprisionan. ¿Qué sucedería
si empezara a despejar las capas de mi pretensión y expusiera mi
parte oculta a la luz del día? ¿Qué pasaría si dijera a los demás
seres humanos lo que es ser yo? ¿Comprenderían? Mil preguntas
y dudas saldrían al acecho. ¿Perdería mi reputación? ¿La gente
se reiría o me rechazaría? ¿Se me castigaría de alguna forma por
mi honestidad? ¿Lo usarían después contra mí? ¿Se sentirían
abrumados por saberlo? ¿Se me acusaría de mentir? Por supuesto
que he sido un charlatán, ¿pero la gente lo expresaría
abiertamente? Me pierdo en todas mis preguntas y dudas. En
cierta forma reconozco la realidad de todo esto. Mientras, sigo
con mis pretensiones y espero salir adelante un día más sin ser
descubierto. Me escondo ante la presión de mis compañeros. Me
dejo guiar por los demás. Encuentro una máscara que ponerme,
una forma de existir en este mundo atemorizante.
Comunicación
Comunicación es una palabra bonita. Al parecer todos la apoyan,
como lo hacen por el amor y la paz. La comunicación ha sido
llamada la línea vital del amor. La raíz de su significado
menciona el acto de compartir. Implica que dos o más personas
tienen ahora algo "en común" porque lo han compartido. En su
sentido más profundo, la comunicación es la participación de las
personas mismas. Al mantener nuestra comunicación, tú me cono-
ces, y yo te conozco. Tenemos esto en común: nosotros mismos.
Una visión que da la vida
Hablar en la comunicación
Hay demasiadas cosas que debo compartirte. Está mi pasado. No
es sólo una relación rápida de mis datos biográficos. Debo
contarte mis risas y mis lágrimas, mis triunfos y fracasos. Debo
contarte mis memorias, aquellas que han dado forma y dirigido
mi vida. Dios nos dio recuerdos para que pudiéramos tener rosas
en invierno. Algunas de las mías están llenas de sol. Otras fueron
música grabada en la oscuridad y ahora sólo son un triste
acompañamiento. Debo contarte acerca de mi singular visión de
la realidad, la forma en que veo las cosas: a mí mismo, a las
demás personas en mi vida, el mundo que me rodea y el Dios al
que rindo culto y oración. También debo compartir mis secretos
ocultos, mis esperanzas y mis valores. Sin embargo, de cierta
manera más importante que todo esto, debo contarte acerca de
mis sentimientos. Algunos son de
186
Algunos de mis senti¬
mientos son el fruto
de experiencias alma¬
cenadas tan profunda¬
mente en mí que en
realidad nunca las he
explorado. Cuando
las comparto contigo,
tengo la sensación de
compartir contigo mi
yo más sensible.
Escuchar en la comunicación
Escuchar, escuchar con empatia, verdaderamente es un talento
que en raras ocasiones se desarrolla. Si tú o yo encontráramos a
cinco buenos escuchas a lo largo de la vida, habríamos logrado
188
algo poco frecuente. Ante todo, escucharía porque verdade-
ramente quiero saber cómo es ser tú. Esto significa que estaría
escuchando algo más que las palabras que utilizas. Escucharía las
emociones que vibran en tu voz. Vería las expresiones faciales y
observaría el lenguaje corporal que acompañan tus palabras. No
estaría preparando mentalmente mi propia respuesta a lo que
compartes. Al final, probablemente sólo asentiría con la cabeza
y te agradecería sinceramente. Te diría lo agradecido que estoy
por tu regalo. Y te prometería manejar tus confidencias con
amable respeto.
Aunque Dios nos dio dos orejas y una boca, la mayoría de
nosotros no somos buenos escuchas. Casi todos nosotros sólo
escuchamos lo suficiente para decir algunas palabras: ofrecer un
pequeño consejo, contar una anécdota del pasado, narrar algunas
historias de nuestras propias experiencias. Algunas veces nos
ponemos en el papel de solucionadores de problemas o tomamos
las riendas de la conversación para dar una visión general de
nuestras propias vidas. En algunas ocasiones hacemos evidente
nuestra incapacidad para escuchar al quitarle la palabra
definitivamente al que está hablando. Bostezamos, nos distrae-
mos visiblemente, hacemos alguna pregunta que no está rela-
cionada con el tema que se trata o sencillamente cambiamos el
tema. Algunos consideramos penoso el silencio, así que nos
entrometemos para llenar los intervalos.
Un buen escucha intentó previamente ser un buen conver-
sador. Por lo tanto los buenos escuchas saben lo difícil que es
abrirse. Si soy un buen escucha, sólo interrumpiré para pedirte
una aclaración o ampliación de algún detalle. Mis interrupciones
no tendrán la intención de confundirte. Trataré de ofrecerte la
atmósfera adecuada para que me entregues tu regalo. Obviamen-
te, toma trabajo y práctica convertirse en un buen escucha. Sin
embargo, lo que más se necesita es una capacidad real de empa-
tia, una paciente curiosidad por saber cómo es en realidad ser tú.
Una frase familiar para casi todos nosotros es "escuchar
con la cabeza y con el corazón". Ser totalmente lógico y tratar
190
conversaciones, escucharé sólo para averiguar si estás de acuer-
do conmigo, para ver qué tanto hay de ti en mi lista. En vez de
escuchar para saber cómo es ser tú, revisaré mi lista para ver si
eres "de los buenos". Asimismo, el prejuicio puede cerrar mi
mente a todo lo bueno que hay en ti porque recordaré algo que
dijiste años atrás. Te di un "promedio justo" en aquel momento
y ahora me niego a reconsiderarlo. Finalmente, quizá haya algo
que no me agrade de ti. Pudiera ser tu apariencia, tus sofis-
ticaciones o tus convicciones políticas. Me convierto en víctima
del prejuicio si permito que esta fuente única de aversión me
limite a abrirme contigo o a escucharte con empatia.
Otro obstáculo para la comunicación es la imaginación. La
imaginación tiende a llenar todos los detalles faltantes si algo no
se dice explícitamente. Por ejemplo, si tienes un problema de
visión, cuando ves a otra persona tiendes a entrecerrar los ojos
un poco. Tus ojos se achican de manera notoria. Si no me dices
que te agrado, probablemente imaginaré que no es así. Puedo
darme cuenta por la forma en que me miras. Cuando la
imaginación suple a la comunicación, los malentendidos son
inevitables. Y entonces esta posibilidad impone una carga tanto
para el hablante como para el escucha. El hablante deberá inten-
tar dejar los menos espacios libres posibles para la imaginación
del escucha. Sin embargo, el escucha también debe analizar sus
interpretaciones. "Me doy cuenta de que estás muy molesto con-
migo. ¿Es verdad o me lo estoy imaginando?"
La tentación de desistir
Estoy seguro de que todos han visto o escuchado el lema: "Los
ganadores nunca desisten. Los que desisten nunca ganan". Aparte
del grito de "ra, ra, ra" existe una verdad en esto que se aplica a
la comunicación. Hay momentos en que las mejores líneas de
comunicación se caen en medio de alguna tormenta. Un malen-
tendido, una discusión, un juicio áspero puede interrumpir con
192
Capítulo 15
Un principio de vida
Sócrates dijo que una vida sin reflexión no vale la pena
vivirla. Tarde o temprano todos nos preguntamos en lo profundo
de nosotros mismos: ¿Para qué sirve la vida? Esta es una
pregunta importante y en algunas ocasiones dolorosa. Sin embar-
go es una pregunta que debe plantearse.
Cuando me planteo a mí mismo esta pregunta, trato de
llevarla a mi estómago en vez de a mi cabeza. Mi pobre cabeza
ya ha memorizado demasiadas respuestas ideales, y estas res-
puestas repetitivas están listas para salir a montones tan pronto
como alguien presione el botón adecuado.
El gran psicólogo Abraham Maslow nos visualizó en bus-
ca de nuestros propios fines y necesidades humanas según una
jerarquía definida: una escalera con muchos travesanos. Los de
abajo son los impulsos básicos de alimentación, refugio y segu-
ridad ante las amenazas externas. Los travesanos de en medio son
el conjunto de necesidades y objetivos más esencialmente
humanos: las necesidades de "alto rango" de dignidad, perte-
nencia, amor. En la cima de la pirámide de Maslow están las
aspiraciones humanas más elevadas: independencia y excelencia.
Él denomina a este estado "autoactualización". Por supuesto,
nunca alcanzamos la cima, pero ésta es precisamente la que nos
hace seguir adelante. Maslow estaba convencido de que fun-
cionamos mejor cuando nos esforzamos por algo que no tene-
mos. Creo que para la mayoría, esto es verdad.
Por lo tanto, te pido que hagas conmigo lo que Dag Ham-
marskjold llamó en una ocasión "el viaje más largo, el viaje
Una visión que da la vida
193
el miedo, y muchas huyen cuando se da una bús-
queda de experiencias profundas, en el núcleo de
la personalidad. ...En todo caso, el riesgo de una
experiencia interior, una aventura del espíritu, nos
es ajena a la mayoría de los seres humanos.
Memories, Dreams, Reflections
Un inventario personal
Tú y yo nos debemos abrir a la pregunta: ¿Para que sirve la vida?
Debemos ir directo a la fábrica de nuestras vidas cotidianas.
¿Qué estoy haciendo? ¿Es mi vida una serie de fechas límite...
reuniones... limpieza de mi escritorio... contestar teléfonos... ir
de una crisis en otra? ¿Espero con ansia el trecho de vida que
tengo por delante? ¿La semana próxima? ¿El año que viene?
195
¿Mi existencia es de la mano a la boca? ¿Es cuestión de "aguan-
tar"? ¿Cuando me levanto en la mañana, mi primera reacción
es: "¡Buenos días, Dios!" o "¡Dios mío, ya es de día!"? ¿Estoy
en una competencia de supervivencia? ¿Me siento atrapado?
¿Nada más la estoy pasando? ¿Me pregunto "por cuánto tiempo
más voy a soportar esto"?
Como dice Cari Jung, algunos de nosotros estamos teme-
rosos de enfrentar estas preguntas por lo que pudieran encerrar
las respuestas. Quizá anticipamos que alguien que en realidad
no las comprende, utilizará nuestras respuestas para decirnos
que debemos cambiar nuestras vidas: dejar nuestros empleos
actuales, nuestras familias, mudarnos a un clima más soleado,
etcétera. Por supuesto, pudiera ser que tú o yo cambiáramos algo
en nuestras vidas, pero creo que es mucho más realista e impor-
tante cambiar algo en nosotros mismos. Quizá, el objeto de nues-
tra atención debieran ser los parásitos que nos consumen inte-
riormente y nos privan de las alegrías y satisfacciones más inten-
sas de la vida.
Por ejemplo, si soy un "complaciente compulsivo" de los
demás, que vive o muere según la aprobación que reciba por mi
persona o por mi trabajo, ningún cambio de vida, empleo, fami-
lia o clima podrá ayudarme. No importa a donde vaya o lo que
haga, el problema estará conmigo. Todavía me estaré plantean-
do esas preguntas cruelmente dolorosas: ¿Acaso esa mirada sig-
nifica que no le agrado? ... No sonrió. Creo que no está contenta
con mi desempeño... (Y mil etcéteras).
Lo mismo sería cierto para el "perfeccionista compulsi-
vo" que nunca puede sentirse satisfecho porque nunca nada es
totalmente perfecto. Esta persona es, al menos interiormente,
un crítico despiadado de todo y de todos. (Esta persona, al
entrar en el cielo, sin duda sugerirá que Dios se gaste unos
cuantos dólares en el arreglo del lugar.)
196
El significado de un principio de vida
Un principio de vida es una intención, un propósito generalizado
y aceptado que se aplica a decisiones y circunstancias espe-
cíficas. Por ejemplo: "Debe hacerse el bien y evitarse el mal". Si
éste es uno de mis principios de vida, en cualquier momento que
me enfrente con una decisión específica que involucre el bien y
el mal, mi principio me llevará a elegir aquello que es bueno y a
evitar aquello que es malo.
Me gustaría sugerir que cada uno tiene un principio de
vida dominante. Quizá es difícil hacerlo salir de las regiones
201
supuesto, Adler propuso que el deseo básico y la lucha por el
poder, como compensación por los sentimientos de inferioridad,
deberían ser canalizados hacia logros positivos y útiles. Sin embar-
go, éste fue su supuesto e interpretación: El impulso básico en
las personas está dirigido al poder y a la realización.
B. F. Skinner, un psicólogo contemporáneo, propuso en
una ocasión que no es el placer ni la búsqueda del poder lo que
escribe el libreto de la vida humana. Él afirma que somos el
resultado irreversible de nuestro condicionamiento o programa-
ción. Esto nos invita lógicamente a evitar la responsabilidad de
nuestras vidas. "El condicionamiento operante" se basa en el
supuesto de que si encontramos gratificante cierto tipo de con-
ducta, tenderemos a repetirla. Si produce resultados negativos, la
evitamos e intentamos otra cosa. En su libro Más allá de la
libertad y dignidad humanas, Skinner intenta refutar la teoría de
que podemos elegir nuestro propio principio de vida. Según él,
no tenemos la suerte de elegir nada. Su teoría es conductual y
lleva al determinismo. Si alguien aceptara esto, significaría la
abdicación de toda la responsabilidad personal por la propia vida
y sus acciones. La actitud de esa persona sería esperar y ver lo
que la vida tiene guardado, sólo ver cómo suceden las cosas.
Como resultado de la programación durante la infancia cada
quien vería la historia de su vida como un disco fonográfico, ya
impreso, completo en todos sus detalles. El reproductor de CDs
está girando durante la vida de la persona. El proceso es auto-
mático. La historia no puede cambiarse. Estamos predetermina-
dos. Ningún adulto ejerce realmente su libertad o su responsa-
bilidad. Así lo dice Skinner.
203
La vida de Dios ya está en nosotros. Deberíamos estar celebrándolo.
Durante los tres años que pasó con los Doce -la mayor
parte del tiempo enseñándoles y preparándolos para su misión-,
el mensaje central de Jesús era el Reino de Dios. Gran parte de
204
las narraciones del Evangelio se refieren a la predicación y pará-
bolas del Reino. Si este Reino pudiera definirse brevemente, con
toda seguridad incluiría dos cosas.
Primero, el Reino es una invitación de Dios. Es una invi-
tación para que toda la humanidad venga a Dios en una íntima
relación de amor. En una manera más vivida, podemos imaginar
a Dios, sonriéndonos con una cálida mirada de amor, acep-
tándonos: "¡Vengan a mí. Yo seré su Dios. Ustedes serán mi Pue-
blo, los hijos de mi corazón!" Debe notarse que este llamado o
invitación no se nos hace a nosotros como simples individuos.
En el Reino de Dios nunca somos menos que individuos, sin
embargo nunca somos simples individuos. Somos el Cuerpo de
Cristo. Hemos sido llamados al encuentro del abrazo amoroso de
Dios como hermanos y hermanas en el Señor. La invitación al
Reino se nos extiende a todos juntos. Puedo decir "sí" a Dios sólo
si les digo "sí" a ustedes, mis hermanos y hermanas. Es el único
y mismo "sí" que abarca a mi Dios y mi familia humana, a todos
en el mismo acto de amor.
Segundo, por nuestra parte, el Reino de Dios implica la
libre respuesta de amor. "¡En el principio del libro se escribe de
mí que el hacer su voluntad es mi deleite. Esperen, ya voy...
corriendo!" Cuando rezamos la Oración del Señor "¡Venga a
nosotros tu Reino!", pedimos para que todos digamos el gran "sí"
(y todos los pequeños "sí" que estarán ahí incluidos) a cada quien
y a nuestro Padre.
Estoy seguro de que esto fue lo que Jesús quiso poner en
claro a Pedro y a los discípulos. Durante todos sus días con ellos,
y especialmente en la Última Cena, en sus últimos momentos con
ellos, él quería subrayar la verdad: ¡Mi Reino es un Reino de
amor! No es de placer donde manda el poder o donde la gente
compite. No es un campo de placer o un remanso para aque-
líos que no tienen la voluntad de intentar. El requisito solemne y
único para entrar en el Reino de Dios es elegir el amor como
principio de vida. Sólo hay una etiqueta de identificación: "que
se amen los unos a los otros como yo los he amado; y por este
amor reconocerán todos que son mis discípulos" (Jn 13, 35).
Jesús le dijo a Pedro: "¡Si no te lavo, no tendrás parte con-
migo. El único poder en mi Reino es el poder del amor!" Al
comienzo de su disputa sobre quién era el más importante, Jesús
les lavo los pies y los dejó con un recordatorio bastante solemne:
205
ejercen la autoridad se hacen llamar bienhecho-
res. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo con-
trario: que el mayor entre ustedes actúe como si
fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera
un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está
a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que
está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes
como el que sirve".
Le 22, 25-27
El culto de la experiencia
contra el compromiso incondicional
Por supuesto, de vez en cuando todos nosotros deberíamos hacer
un inventario de nuestro crecimiento personal y de nuestro sen-
tido de realización. La pregunta "¿En realidad estoy disfrutando
de mi vida?" ayudará con toda seguridad a revelar información
valiosa para ponerme en contacto con las partes de mí mismo que
no se han realizado. Si encontramos dentro de nosotros algunos
vacíos dolorosos, deberíamos revalorar nuestras actitudes y quizá
redirigir algunas de nuestras energías. Sin embargo no se trata de
una lucha.
El meollo de esta situación y el enigma del problema es:
¿Nos sentimos realizados al tratar de tener todas las experiencias
posibles? ¿Es verdad que entre más experiencias tenga una
persona, más desarrollada y realizada será como persona? ¿O la
verdad es lo opuesto: una persona se realiza al comprometerse y
elegir las experiencias según honren, promuevan y reafirmen el
compromiso?
Tratar de elegir todas las experiencias disponibles es como
tratar de mezclar aceite y agua: son mutuamente insolubles. El
211
John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
207
un abatimiento generalizado. Si un hombre deci-
de ser un verdadero esposo y padre, leal y fiel a
su compromiso matrimonial, la experiencia de
tener una amante o visitar prostitutas hará de su
corazón y de su alma una ciudad dividida. Si una
persona está determinada a crecer a través del
contacto con la realidad, que es la única manera
de crecer, la experiencia de la embriaguez o los
narcóticos alucinógenos será muy discapacitante.
212
dicional es una apuesta. En el amor nos ponemos nosotros mis-
mos en la mesa y no hay vuelta de hoja. En este punto muchos
parecen derrumbarse. A unos pasos de la grandeza, se desmayan
ante el pensamiento de nunca regresar. Éste es el camino menos
recorrido.
El culto a la experiencia nos impele a tomar todo lo que
podamos mientras pasamos por este mundo. Además de ser con-
fuso internamente, este programa es una imposibilidad práctica.
Nos puede dejar tan fragmentados que quizá nunca podremos
volver a acomodar las piezas en su lugar. Con toda seguridad nos
dejará con sueños rotos y esperanzas destrozadas. Si escuchamos
a los predicadores y propagandistas de este culto, nos
208
pareceremos a la persona que quiere todo con tanta ansiedad que
al final pierde todo. Me viene a la memoria la descripción gráfica
de ese tipo de persona, que Sylvia Plath nos ofrece en The Bell
Jar:
213
John Powell, SJ.
Una visión que da la vida
210
recibir, de risas y lágrimas, de vivir y morir. Nunca promete la
gratificación instantánea, sólo la realización última. El amor
significa creer en alguien, en algo; supone una voluntad de
luchar, trabajar, sufrir y unirse en el regocijo. Dudo que alguna
vez se haya dado un solo caso de realización profunda y duradera
en una persona con la mentalidad y pregunta básica de: ¿Qué
saco yo de esto?
Por supuesto, ésta es la paradoja de los evangelios: satis-
facción y realización son los derivados del amor ofrecido. Sólo
pertenecen a aquellos que pueden llegar más allá de sí mismos,
para quienes dar es más importante que recibir.
Algunas veces nos sentimos tentados a confundir los "bue-
nos tiempos" con una "buena vida". La búsqueda exitosa de
"buenos tiempos" interminables es un Camelot que nunca existió
y nunca podrá existir; sólo puede provocar la inevitable tristeza
y la desilusión de expectativas insatisfechas. G. Marian Kin-get
escribe:
214
215
211
John Powell, S.J.
212
refleja la necesidad humana de independencia, pero ignora la
necesidad de relaciones verdaderas y profundas. Perls carece de
la calidez, el cuidado, la empatia y el compromiso que son tan
esenciales para el amor, el que a su vez es primordial para el
proceso de ser persona.
El suplemento que nos ofrece el psicólogo Walter Tubbs,
habla por sí mismo. Compensa el desequilibrio del pensamiento
de Perls, y nos ofrece una visión más completa de la condición
humana. La verdadera realización humana se logra sólo con
relaciones de amor: "la verdad comienza con dos".
213
218
219
214
Capítulo 17
¿Qué es el amor?
No sé si haya una palabra en los diccionarios que haya sido tan
frecuentemente mal utilizada como el amor. La mayoría de los
jóvenes y muchos de los que tenemos la edad suficiente para
saberlo, pensamos en el amor como un sentimiento. Cuando surge
un sentimiento, hablamos de "enamorarse". Cuando el senti-
miento mengua, el amor se convierte repentina pero decididamente
en historia. Se acabó. Enamorarse locamente o una atracción
emocional temporal puede confundirse fácilmente con el amor.
Otra fuente de confusión es que casi todos en algún momento
inteppretamos mal la necesidad de amor. Cuando llega otra
persona y satisface una de nuestras necesidades, nos sentimos
tentados a decir: "Te amo". La clásica expresión del amor ver-
dadero, "Te necesito porque te quiero", es muy diferente de "Te
amo porque te necesito". No te ganas mi amor llenando mis
vacíos, mis necesidades. Mi amor siempre será mi regalo para ti
y te lo entrego en completa libertad.
El verdadero amor, estoy seguro, es una decisión y un
compromiso. Antes de que pueda amar en verdad a alguien, debo
tomar una decisión interior que me compromete a todo lo que sea
mejor para la persona que amo. El amor me lleva a decir, a hacer,
a ser todo lo que necesita el ser amado. El amor puede pedirme
215
ser duro o tierno, suave como el terciopelo o duro como el acero.
El amor me puede pedir confrontar a la persona que amo o
consolarla. Pero primero debo decir sí al amor. Debo tomar esa
decisión y compromiso. Debo estar listo para hacer cualquier
cosa que me pida el amor. En las encrucijadas de cada decisión,
sólo debo decir esto: ¿Cuál es la cosa amorosa que debe hacerse?
¿Es esto posible? Claro que no es posible ser perfecto en
todo. Sin embargo, es un ideal excelente. En realidad es el único
principio de vida que puede traernos felicidad. En cada momento
de mi vida y de la tuya, planteamos una pregunta fundamental
que se refiere a nuestro principio de vida. Puedo preguntar,
"¿cómo puedo hacer el más dinero posible?" o quizá pregunte:
"¿Dónde puedo divertirme más?" La persona que decidió hacer
de su vida un acto de amor no pregunta en primer lugar acerca
del dinero o la diversión. La persona amorosa no anda en busca
del placer, de escuchar los aplausos ni dejarse envolver en
aromas de incienso. El impulso básico de esta persona simple-
mente es convertirse en un ser humano amoroso. La única pre-
gunta es: ¿Cuál es la cosa amorosa que debe hacerse? Ésta es la
decisión del amor. Este es el compromiso del amor.
220
221
John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
224
en el orden dado. Si voy a amarte efectivamente, antes que nada
debo poner en claro contigo que me importas y que estoy de tu
lado. Me comprometo a estar "para ti". Éste es el mensaje de
afecto. Una vez que se establece, debo continuar a animarte a
creer en ti mismo. Permitir que te apoyes en mí o que te engan-
ches a mis capacidades no es amarte. Es mantenerte débil y
dependiente. Debo ayudarte a utilizar tu propia fuerza pidién-
dote que pienses y decidas por ti mismo. Ésta es la tarea del
aliento. Y finalmente, después de que el afecto y el aliento se
han ofrecido con buen éxito, debo retarte para que pongas tu
bondad y dones a trabajar. Tú sabes que me importas. Tu sabes
que creo en ti y estoy seguro de que puedes hacerlo. Ahora digo,
"¡Hazlo. Vamos, hazlo!" Éste es el momento del reto.
Por eso Erich Fromm llamó adecuadamente al amar, un
217
arte. En las ciencias y en las recetas, hay medidas exactas e ins-
trucciones cuidadosas para el procedimiento. Pero esto no es así
en el amor. Debo decidir diestramente cuándo es el momento
para el afecto, cuándo se necesita el aliento, y cuándo está lista
la persona que amo para el reto. No hay manuales de instruc-
ciones ni respuestas seguras, sólo mi mejor juicio. En ocasiones
puedo equivocarme en mi juicio. Sin embargo siempre puedo
pedir perdón por mis errores. Y los demás siempre pueden acep-
tar mis buenas intenciones, incluso cuando mi juicio haya sido
deficiente.
225
John Powell, S.J.
El amor y la infidelidad
Por naturaleza el amor es incondicional. Sin embargo, ¿qué suce-
de si decido amar a alguien y esa persona me es repetidamente
218
infiel? ¿El amor incondicional perdona simplemente una y otra
vez y continúa amando? Ésta es una buena pregunta y debe ser
atendida, sin embargo la respuesta no es fácil. El amor con toda
seguridad no me pide volverme estúpido e ingenuo. Por lo tanto
debo hacer un juicio -lo mejor que puedo- acerca de cuál sería la
actitud amorosa que debe tomarse, mantenerse y puntualizarse.
El perdón no es el problema aquí. Por supuesto, te perdono. El
amor no pone límites al perdón. La situación real es: ¿qué es lo
mejor para ti y para mí? Eso es lo que debo hacer.
Debo intentar equilibrar el amor por mí mismo y mi amor
por ti. Debo preguntar: "¿Cuál es la mejor manera para preservar
mi propia autoestima y al mismo tiempo ayudarte con amor?"
Amar en verdad es un arte y no una ciencia. No existen respues-
tas claras y obvias. El amor no nos promete un jardín de rosas.
Con toda seguridad, castigarte por haberme decepcionado
sería una forma velada de amor condicional. Por otro lado, seguir
confiando en ti después de las repetidas infidelidades no sería
amarte. Eso sólo haría que permanecieras débil. Tampoco sería
amarme a mí mismo, realmente tendería a minar mi propio
autorrespeto. Por lo tanto debo plantearme esta difícil pregunta:
"Considerando todas las circunstancias, ¿qué sería lo mejor que
pudiera decir, hacer, ser, por ti y para mí?" En cierto punto, creo,
que debo pedirte que elijas entre la fidelidad conmigo o la
infidelidad sin mí.
Una visión que da la vida
221
donde sólo habita una persona. Y debo añadir que el espíritu
humano se ve despojado seriamente al no tener una relación de
amor con un Dios amoroso. El escritor León Bloy escribió en una
ocasión: "Sólo los santos son verdaderamente felices".
225
Una visión que da la vida
234
seguía seca. Mis manos estaban todavía frías. Recordé
226
entonces el consejo de un anciano sabio espiritual que dijo: "Si
continúas haciendo la misma pregunta a Dios y no obtienes
respuesta, intenta otra pregunta". Por esto le pregunté a Dios:
"¿Por qué estoy tan nervioso? ¿Y por qué no haces nada al
respecto? ¿Estás tratando de decirme algo?"
Ahora no tengo dificultad al pensar en un Dios amoroso
que interactúa y se comunica con nosotros. En realidad, éste es
el único Dios en el que creo. De todas formas, esa noche, al
estar sentado justo enfrente de ciento veinte hermanos jesuítas,
sé que Dios me habló. Sé que fue la gracia de Dios. En algún
lugar, en lo profundo de mí, escuché: "Te estás preparando para
dar otra actuación. Y yo ya no necesito otra más de tus actua-
ciones. Sólo actos de amor. Tú quieres actuar ante tus hermanos
para que sepan lo bueno que eres. No necesitan eso. Ellos nece-
sitan que los ames, para que sepan lo buenos que son".
Sé que no inventé el mensaje. Sé que vino de Dios. Me
cambió profundamente a mí y a mi vida. Después de escuchar
esas palabras, dirigí la mirada a los miembros de mi comunidad.
Miré a los ancianos retirados de la enseñanza que se preparan
para el gran retiro de la muerte. Siendo bastante joven y lleno
de vitalidad, me pregunté a mí mismo: "¿Cómo es ser viejo?
¿Qué se siente cuando el tráfico de la vida empieza a pasar
frente a uno, cuando nadie se detiene a preguntar cómo estás?
¿Cómo se siente?" Entonces miré a aquellos que están enfermos
física y crónicamente. Se levantan cada mañana con una agonía
en sus entrañas llamada úlcera, o un dolor en sus huesos llama-
do artritis. Yo gozaba de una vida casi continua de buena salud,
y me pregunté: "¿Cómo es sentirse enfermo casi todo el tiempo?
¿Cómo es llevarse a la cama el dolor para dormir y levantarse
con él en la mañana?"
Entonces eché una mirada a los cuatro o cinco miembros
de mi comunidad y miembros de Alcohólicos Anónimos.
"¿Cómo es? -me pregunté-. ¿Cómo es vivir con una adicción?
¿Cómo es luchar por mantenerse sobrio un día a la vez? ¿Cómo
es pararse en una reunión y decir, 'Mi nombre es... y soy
alcohólico'?" Entonces miré a los hombres que en ocasiones
fracasan en su trabajo. Para ser honesto, Dios me ha bendecido
con más triunfos de los que hubiera soñado en mis sueños en
Technicolor. "¿Se
23
5
John Powell, S.J.
227
sienten fracasados?" Les pregunté en silencio a mis menos afor-
tunados hermanos. "¿Albergan resentimientos o envidia por el
triunfo de los demás? ¿Se preguntaron alguna vez por qué todo
parece ir mal para ustedes y bien para los demás?"
No es fácil caminar por la vida en los zapatos de otra per-
sona. Es obra de una virtud llamada empatia. La empatia es,
estoy seguro, el preludio esencial para amar a los demás. Des-
pués del diluvio de preguntas llenas de empatia, me sentí aver-
gonzado de mi deseo ególatra de impresionar a esos hombres.
Había estado orando por la gracia de mostrarles lo bueno que era
yo. Debería haber estado orando por la gracia de amarlos.
Sin embargo, Dios todavía no acababa conmigo esa noche.
En otro momento de gracia, recordé a la cantante y animadora
Mary Martin. En una ocasión se dijo de ella que "sería difícil
sentarse entre el público de Mary Martin e imaginar que la gente
la amara más a ella de lo que ella amaba a su público". Sea como
fuere, Mary Martin fue la que dijo que nunca salía al escenario
sin primero mirar cautelosamente por el telón a su público y
susurrar, "¡Los amo! ¡Los amo! ¡Los amo!" Mary Martin
mantiene que no puedes estar nervioso cuando amas en realidad.
La única manera de estar nervioso, decía, es siendo tímido. Sólo
puedes estar nervioso si preguntas: "¿Cómo lo estoy haciendo?"
Pero no puedes estar nervioso cuando preguntas: "¿Cómo la
están pasando?" Esta última pregunta rompe la fijación que la
mayoría de nosotros tiene consigo mismo.
Por lo tanto, miré a mi comunidad en esa noche memo-
rable y con mis fuerzas prometí: "No sé si realmente los he amado
antes, pero voy a amarlos, a amarlos, amarlos". Casi como si
hubiera agitado una varita mágica sobre mi cabeza, todo el
nerviosismo y la tensión desaparecieron. La saliva regresó a mi
boca, y la sangre empezó a fluir por los dedos de mis manos.
Era una lección que ya había aprendido antes, y debía
aprender una y otra vez. Algún día, quizá, estaré totalmente abierto
a su significado. El amor es una liberación. El amor es el
lubricante que hace la vida más fácil. El amor rompe la tensión
y la preocupación nerviosa de nosotros mismos. Nos libera para
una vida de paz. El amor conserva para nosotros la única espe-
ranza sustancial para una felicidad duradera.
Una visión que da la vida
228
Vocaciones de amor
De acuerdo con lo que hemos desarrollado hasta ahora en este
curso, el camino para la realización personal y la felicidad se
logra (a) al adquirir actitudes cristianas saludables que nos per-
miten darnos cuenta con mayor facilidad de nuestro potencial
para ser completamente humanos y estar totalmente vivos, y (b)
al hacer de nuestras vidas un acto de amor. El camino para una
vida humana plena es imposible sin antes elegir el principio de
vida de amor incondicional y de servicio. La vida totalmente
humana y el principio de vida de amor van de la mano, son inse-
parables. En consecuencia, en vez de aceptar y vivir nuestra vida
bajo los principios de vida de poder, placer y desligado de la
responsabilidad, el cristiano ve la felicidad y la realización como
derivados de una vida de amor y servicio.
Entonces, como cristianos, cuando tomamos decisiones y
elecciones, la pregunta esencial que debe plantearse es: ¿Qué es
lo más amoroso que puede decirse? En breve, el principio de vida
de amor y servicio es la vocación general que Dios nos da a cada
quien. Dios quiere que seamos felices y realizados amándolo a
él, a las demás personas (incluyendo nuestros enemigos) y a
nosotros mismos. Amando y sirviendo actualizamos nuestro
potencial para ser plenamente humanos y estar totalmente vivos.
Además de nuestra vocación general hacia el amor, Dios también
nos da a cada quien una vocación específica para llevar una vida
célibe o de matrimonio. En consecuencia, al esforzarnos por
hacer nuestra la visión de realidad de Jesucristo y aceptar su reto
de hacer de nuestras vidas un acto de amor, resulta importante
considerar el concepto de las "Vocaciones Cristianas" de los
cuatro estados de vida: vida célibe, vida religiosa, órdenes, y vida
en matrimonio.
236
237
John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
229
supuesto, hay muchos tipos diferentes de soltería. Algunas per-
sonas son solteras debido a las circunstancias -viudos o divor-
ciados-, mientras que otros son solteros por elección -no se han
casado o no fueron llamados al matrimonio o la vida religiosa.
Sin embargo, para muchos, la vida célibe será seguramente un
estado temporal hasta que decidan casarse o entrar en el sacer-
docio y/o la vida religiosa. Con todo, la Iglesia reconoce que
Dios también puede llamar a individuos a la vida célibe no con-
sagrada de manera permanente.
La vocación célibe no consagrada es la más flexible de
todas. A diferencia de la vocación célibe consagrada al sacerdo-
cio o la vida religiosa, el individuo célibe no consagrado no se
compromete de por vida a un cónyuge, una familia o a una orden
religiosa. Por lo tanto, la persona célibe tiene la flexibilidad de
decidir si quiere permanecer célibe de manera permanente o tem-
poral. Puede decidir casarse más tarde, entrar en la vida religio-
sa, convertirse en diácono o sacerdote o mantenerse permanen-
temente en el estado célibe. A su vez, la flexibilidad de la vida
célibe ofrece a la persona célibe la libertad de reubicarse, cam-
biar carreras, entrar en diferentes campos y ministerios sin que
tenga que considerar cómo estas decisiones pudieran afectar al
cónyuge, a la diócesis o a la comunidad religiosa.
Además, el individuo célibe tiene la libertad de elegir invo-
lucrarse en trabajo misionero laico, en ministro parroquial laico
como coordinador de educación religiosa, ministro de la juventud,
ministro eucarístico, o catequista, etcétera. Un célibe también
puede decidir ordenarse diácono y servir a la Iglesia de manera
oficial. Aun afuera de la esfera del ministerio parroquial, los
célibes pueden hacer de su vida un acto de amor al dedicarse a
las ciencias y campos de la medicina o a tareas filantrópicas. En
cualquiera de estas ocupaciones, relacionadas o no con la
parroquia, la persona célibe tiene libertad para trabajar y dedi-
carse al bien común y el bienestar de la humanidad. De estas
maneras y muchas otras la persona célibe puede específicamente
hacer de su vida un acto de amor.
Vida célibe consagrada: vida religiosa
Muchos individuos, llamados a la vida célibe, también
pueden discernir una vocación a la vida religiosa. El término
religiosa, como se utiliza aquí, significa simplemente "vivir en
regla". Una persona religiosa es un sacerdote, hermano, diácono,
hermana que se consagra y compromete a sí mismo o a sí misma
a un compromiso total e indivisible hacia la Iglesia y el trabajo
del Reino de Dios. En la Iglesia hay muchas formas diferentes de
230
vida consagrada, de voto, religiosa. Algunas comunidades
religiosas se abocan a la oración mientras que otras se entregan
a la acción. Lo que todas las comunidades religiosas tienen en
común es un compromiso permanente o temporal a seguir una
regla de vida diseñada para ayudar al individuo y a los demás
miembros de la comunidad para crecer en el amor de Dios, de
los demás y de sí mismo. El compromiso de la vida célibe
consagrada incluye tres votos o promesas que profesa un
individuo: el celibato: un compromiso elegido porque ofrece la
libertad para amar a los demás sin exclusividad y para dar tes-
timonio de la realidad del amor de Dios; obediencia, un com-
promiso de obedecer a la Iglesia y a la comunidad religiosa del
individuo; y pobreza, un compromiso para vivir una vida sen-
cilla, ordenada y libre de posesiones materiales y no materiales.
Estos tres votos o promesas ayudan a la persona comprometida
a vivir la vida célibe consagrada, a vivir los valores del Reino de
Dios y hacer de su vida un acto de amor.
Hay diferentes estilos de vida consagrada en la vida reli-
giosa. Por lo general, las comunidades religiosas caen en dos
categorías; se dedican ya sea a la vida activa o a la contempla-
tiva. Agustinos, dominicos, franciscanos, jesuítas, oblatos, sale-
sianos, vicentinos, y muchas otras comunidades religiosas se
dedican al ministerio activo. Su ministerio incluye, sin limitarse
a ello, la enseñanza; el trabajo misionero; el ministerio de ayuda
a personas con alguna discapacidad o que hayan sufrido algún
abuso; la enfermería y otros campos de la medicina; el trabajo
parroquial; la investigación científica; el trabajo social; el
cabildeo; los medios de comunicación, las artes; etcétera. Por
otro lado, otras comunidades religiosas como los benedictinos,
trapenses, cartujos, clarisas y carmelitas, están dedicadas a la
vida contemplativa. Estas comunidades religiosas viven un esti-
238
239
John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
231
su lugar de residencia y sirven a la gente que los visita. Por ejem-
plo, en Vallyermo, California, los benedictinos tienen un amplio
programa de retiros para jóvenes y adultos en su monasterio.
232
pastor de la Iglesia. En virtud de su ordenación, un obispo per-
tenece al magisterio, la autoridad oficial de enseñanza de la Igle-
sia. Junto con el Papa y otros obispos, el magisterio formula y
escruta la ortodoxia de las creencias y prácticas de la comunidad
de la Iglesia para llevarla a vivir como auténtico y fiel signo de
Cristo. Además, los obispos locales se involucran en asuntos
relativos a la sociedad en general y llaman a la comunidad de
fieles a responder a estos asuntos a la luz del Evangelio.
Vida en matrimonio
La vocación del estilo de vida cristiana en matrimonio es un
sacramento del amor de Dios por la humanidad y de la unión de
Jesús con la Iglesia. Cuando un hombre y una mujer se com-
prometen en matrimonio, simbolizan la alianza y amor incondi-
cional de Dios por los demás. La pareja unida en matrimonio
simboliza e intercede el amor de Dios hacia ellos mismos y hacia
los demás mediante su compromiso de amarse y halagarse uno
al otro, para permanecer juntos en los buenos y en los malos
momentos, en la enfermedad y en la salud hasta que la muerte
los separe.
El matrimonio en la Iglesia es una forma especial de vivir
la vida como un acto de amor. Como vocación de amor, el hombre
y la mujer casados se comprometen a abrirse a la vida en familia,
a servir a los demás y a adorar a Dios. Como el amor de Dios da
vida, la consecuencia natural del amor en matrimonio son los
hijos. De manera similar, como el amor de Dios es alimento de
vida, los cristianos casados no están destinados a permanecer en
una identidad aislada, sino que deben estar al servicio de los
demás en la comunidad mundial. Lo hacen primero criando una
familia basada en los valores y actitudes cristianos.
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Una visión que da la vida
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Discernimiento de la vocación de uno mismo
Todo tipo de vocación es un llamado de Dios para hacer de nues-
tras vidas un acto de amor. La pregunta que enfrentamos ahora
es: ¿Cómo sabemos a qué vocación nos está llamando Dios?
Debes considerar ciertas inquietudes en los intentos que
hagas por discernir la vocación a la que Dios te está llamando.
Primero, es muy importante que te conozcas lo suficientemente
bien a ti mismo. Este autoconocimiento te permite conocer qué
tan bien te relacionas con los demás, de qué maneras te es más
fácil servir a los demás, qué te hace feliz, y qué forma de vida
(célibe o en matrimonio) tiene mayor significado para ti. El
último capítulo de este libro, "La visión cristiana de la voluntad
de Dios", te ayudará a discernir la vocación específica a la que
Dios te llama. Te ayudará a estar más sintonizado con tus más
profundas inclinaciones (atracciones).
Dios nos llama a una vocación específica a través de las
cosas comunes de nuestra vida. Sin ser demasiado simplistas,
podemos colocar frente a nuestras mentes los distintos estilos de
vida vocacional a los que Dios nos podría llamar. Después de
considerar las alternativas, aquella en la que encontramos la
mayor paz de corazón probablemente es la vocación que nos lla-
ma Dios a elegir. Sin embargo, ninguna de estas decisiones debe
tomarse precipitadamente. Es importante que explores las dife-
rentes oportunidades, que converses con personas de diferentes
estilos de vida, y que busques guía espiritual antes de tomar una
decisión para toda una vida de matrimonio, célibe, religiosa o
consagrada.
En resumen, Dios llama a cada uno a vivir una vida de
amor. Para ser plenamente humanos y estar totalmente vivos,
debemos amar a Dios, a los demás, y a nosotros mismos. Porque
a través del amor entramos a la plenitud de la vida y encon-
tramos definitivamente la felicidad y la realización. Sin embargo
Dios nos llama ya sea a la vida célibe, consagrada o no con-
sagrada, o la vida en matrimonio.
Mientras tanto, mientras sigues aprendiendo más acerca de
ti mismo y empiezas a considerar las diferentes vocaciones de
amor a las que Dios te llama, recuerda que tu vida en este
momento es extremadamente importante. En tus relaciones actua-
les con los demás, Dios te llama a vivir tu vida como un acto de
amor. Aprende a comunicar hoy afecto, ánimo, desafío. Cuando
tomes una decisión de amor específica, pregúntate a ti mismo:
¿Cuál es la cosa más amorosa que debe decirse, hacerse, o ser?
Empieza ahora a vivir tu vida como un acto de amor, y
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cuando estés listo para elegir un estilo de vida que permanezca
para toda la vida, entonces sabrás mucho más de ti mismo y de
la vocación de amor.
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La grandeza de Dios
Dios vio que todo cuanto había hecho era bueno.
Gen 1, 31
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Una visión que da la vida
Espiritualidad de la encarnación:
buscar y encontrar a Dios en todas las cosas
La actitud de rechazo al mundo parece ignorar las palabras del
Génesis "Dios vio que todo cuanto había hecho era bueno". El
rechazo al mundo ignora el júbilo teológico, la espiritualidad de
la encarnación que "busca y encuentra a Dios en todas las cosas".
Ignacio de Loyola no podía ver las estrellas del cielo nocturno
sin sentirse conmovido hasta las lágrimas por la belleza de Dios.
Teresa de Ávila halló la dulzura de Dios en el gusto de las uvas.
Los dos libros favoritos de Felipe Neri fueron el Nuevo Testa-
mento y su Libro de Bromas. Gerard Manley Hopkins, un sacer-
dote y poeta jesuíta, dijo que "el mundo está cargado de la gran-
deza de Dios". Hopkins proclamaba que "Cristo está presente en
diez mil lugares" y que Dios debería ser glorificado "por las cosas
imperfectas", "La tan amada frescura vive en lo profundo de las
cosas" porque el Espíritu Santo "crece en el mundo torcido con
cálidos pechos y ¡ah! brillantes alas".
Por lo tanto debemos preguntarnos: ¿Cómo debe ver este
mundo un verdadero creyente cristiano? ¿Cuál es la verdad libe-
radora acerca de este mundo y sus diversos elementos que debo
conocer para ser libre? ¿Si en verdad "me revisto de la mente de
Cristo", cómo percibiría el mundo? ¿Si pudiera ver a través
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de los ojos de Cristo, cómo se vería el mundo? ¿Qué actitud
hacia este mundo me liberará para ser una persona totalmente
viva para la gloria de Dios, para experimentar la paz y la alegría
que son el legado de Jesús para sus seguidores?
Definición de "el mundo"
Antes de intentar dar una respuesta a estas preguntas, me gustaría
dar una definición acerca de lo que quiero decir con "el mundo".
De la manera que utilizo aquí este término, el mundo abarca toda
la realidad creada, excepto a las personas. En consecuencia, el
mundo en este sentido incluiría todas las cosas materiales, pero
también incluiría cosas inmateriales como los talentos y
habilidades, cualidades y logros personales. Éstos son términos
abstractos, ¿no es verdad? Concretamente, la lista de realidades
creadas incluidas bajo "el mundo" comprende cosas como
dinero, casa, libros, piano, máquina de escribir, buena apariencia,
habilidades atléticas, una sonrisa encantadora, cabello rizado,
dentadura blanca sin imperfecciones, buena salud, grados
académicos, talento artístico, sentido del humor, impulsos
compasivos, genio intelectual, amor a la naturaleza, reputación,
poder o influencia, encanto personal y carisma. En nuestra dis-
cusión, éstos son tipos de cosas que incluyo en el término exten-
sísimo de "el mundo". Todas estas cosas son parte de mi mundo.
¿Como creyente cristiano en qué forma debo verlas? Si el
mensaje del evangelio estuviera en verdad en la médula de mis
huesos, si mi mente y pensamientos estuvieran empapados de la
visión de Jesús, ¿cuál sería mi actitud hacia este mundo?
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El espíritu de desposeimiento implica que nunca se les estará permitido a
estas cosas buenas y agradables apropiarse de mí ni poseerme.
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el dinero es la raíz de todo mal, sino que el amor al dinero es la
raíz de todo mal. Tener dinero no es malo; entregar su corazón
al dinero es una tragedia. Dondequiera que esté su tesoro, ahí
estará su corazón. Si entregas tu corazón a las cosas de este mun-
do, muy pronto empezarás a competir con los demás para obtener
todo lo que puedas. Empezarás a quemar la vela por ambos cabos
para adquirir más y más cosas. Éste es el ancho y muy transitado
camino hacia la hipertensión arterial y las úlceras, a la ansiedad
y la depresión. Si eligen adentrarse en este camino, en algún
momento se sentirán tentados a engañar, estafar, y comprometer
su integridad por el 'dinero fácil' o un 'buen negocio' ".
El Reino de Dios, que se tratará ampliamente más tarde en
este libro, es una invitación que nos hace Dios para pertenecer a
él en el amor. Por nuestra parte, el Reino de Dios es una respuesta
de amor, un "sí" a esta invitación. Sin embargo, es decisivamente
importante darse cuenta de que la invitación de Dios no se
extiende a cada uno de nosotros individualmente. Somos
llamados a ser el pueblo de Dios, una comunidad de fe, de amor.
Se nos invita a formar parte de la familia de Dios. Por la
naturaleza misma de la invitación sólo podemos llegar a Dios
todos juntos; si no es así no podemos ir. Este es el significado
radical de "¡Venga a nosotros tu Reino!" El punto esencial es: no
puedo decir mi "sí" para responder con amor a la invitación de
Dios sin decir un "sí" de amor para ti. Es imposible que ame a
Dios y no te ame a ti. Asimismo, es imposible para ti amar a Dios
sin amarme a mí. Y así, como hemos visto, Jesús nos dice que si
vamos a colocar la ofrenda de nuestro amor en su altar y
recordamos un rencor no perdonado, el alejamiento de una per-
sona, debemos resolver primero esa situación. Sólo entonces
estamos invitados a ir y dejar nuestra ofrenda de amor en el altar
de Dios. Jesús es muy claro en esto: No podemos amar a Dios sin
amarnos los unos a los otros.
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Jesús le dijo: "Todavía te falta una cosa: Vende
todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y así
tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sigúe-
me". Al oír estas palabras, el hombre se puso muy
triste, porque era sumamente rico. Al verlo tan
triste, Jesús dijo: "¡Qué difícil les va a ser a los
ricos entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que
un camello pase por el ojo de una aguja, que un
rico entre en el Reino de Dios".
Le 18, 22-25
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Una visión que da la vida
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Parece que llevó a nadar a sus hijos a la playa. Cuando final-
mente llegó en su vieja y voluntariosa camioneta familiar, los
niños entusiasmados abrieron las puertas y una de las puertas
le dio un ligero rayón al BMW (Bavarian Motor Works = $40
mil dólares) que estaba estacionado. El propietario del BMW
estaba cerca de su coche y montó en cólera total, agrediendo
ver-balmente a los niños e insultando a la joven madre.
"¿Saben ustedes cuánto cuesta este carro?" -preguntó gritando
a viva voz. Finalmente, temiendo por su propia seguridad
física y la salud de ese pobre hombre enfurecido, la madre
llamó a un policía, que tuvo que mirar con cuidado para hallar
por fin el casi inde-tectable rayón. El oficial, retorciendo sus
cejas, preguntó desconcertado: "¿Por esto está usted tan
exaltado?" En verdad es difícil ser rico, tener muchas
posesiones y aún así responder al llamado y valores del Reino.
Donde están nuestros tesoros ahí estarán nuestros corazones, y
las manos que empuñan fuertemente posesiones valiosas no se
abren con facilidad. Y el hecho simple es éste: Se necesita
tener las manos libres para entrar en el Reino de Dios.
También recuerdo a un octogenario millonario que me
decía que había dormido a intervalos la noche anterior. Me
explicó que él mismo escribía los comerciales radiofónicos de
su muy lucrativo negocio, y que al parecer había estado dando
vueltas en la cama a lo largo de toda la noche anterior tratando
de pensar sobre un nuevo comercial que lo enriquecería aún
más. "Los comerciales -me dijo- dan mucho dinero, ¿sabía
usted?" Recuerdo la pesada tristeza que sentí por este hombre
acaudalado económicamente pero personalmente
empobrecido. Había invertido su corazón en divisas de este
mundo. Había depositado su alma en los bancos terrenales.
"Hete aquí-pensé-, vales muchos millones de dólares y estás
cerca del fin de tu vida. Y todavía no concibas el sueño y
rebuscas en tu alma los inteligentes arti-
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Recordarás la historia de Jesús y el joven rico. El pobre mucha-
cho no podía aceptar la invitación de seguir a Jesús al Reino por
su apego a sus posesiones.
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Una visión que da la vida
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mente. En esos momentos, sólo podíamos pensar: "¡Que el cie-
lo tenga piedad de quien raye mi bicicleta o le haga una abolla-
dura a la defensa de mi carro!"
Recuerdo una historia que me contó una madre joven. Parece
que llevó a nadar a sus hijos a la playa. Cuando finalmente
llegó en su vieja y voluntariosa camioneta familiar, los niños
entusiasmados abrieron las puertas y una de las puertas le dio
un ligero rayón al BMW (Bavarian Motor Works = $40 mil
dólares) que estaba estacionado. El propietario del BMW esta-
ba cerca de su coche y montó en cólera total, agrediendo ver-
balmente a los niños e insultando a la joven madre. "¿Saben
ustedes cuánto cuesta este carro?" -preguntó gritando a viva
voz. Finalmente, temiendo por su propia seguridad física y la
salud de ese pobre hombre enfurecido, la madre llamó a un
policía, que tuvo que mirar con cuidado para hallar por fin el
casi inde-tectable rayón. El oficial, retorciendo sus cejas,
preguntó desconcertado: "¿Por esto está usted tan exaltado?"
En verdad es difícil ser rico, tener muchas posesiones y aún así
responder al llamado y valores del Reino. Donde están nuestros
tesoros ahí estarán nuestros corazones, y las manos que
empuñan fuertemente posesiones valiosas no se abren con
facilidad. Y el hecho simple es éste: Se necesita tener las
manos libres para entrar en el Reino de Dios.
También recuerdo a un octogenario millonario que me
decía que había dormido a intervalos la noche anterior. Me expli-
có que él mismo escribía los comerciales radiofónicos de su muy
lucrativo negocio, y que al parecer había estado dando vueltas
en la cama a lo largo de toda la noche anterior tratando de pensar
sobre un nuevo comercial que lo enriquecería aún más. "Los
comerciales -me dijo- dan mucho dinero, ¿sabía usted?"
Recuerdo la pesada tristeza que sentí por este hombre
acaudalado económicamente pero personalmente empobrecido.
Había invertido su corazón en divisas de este mundo. Había
depositado su alma en los bancos terrenales. "Hete aquí-pensé-
, vales muchos millones de dólares y estás cerca del fin de tu
vida. Y todavía no concilias el sueño y rebuscas en tu alma los
inteligentes arti-
Un inventario personal
Por supuesto pudiéramos continuar interminablemente. Sin embar-
go las únicas preguntas en realidad pertinentes para mí son éstas:
¿Estoy poseído y dominado por las cosas? ¿Dónde tengo inver-
tido mi corazón? ¿He entregado mi corazón de tal manera a un
don personal o a un trozo de propiedad, que mi capacidad de
amar a los demás, de preocuparme por sus necesidades y estar
disponible cuando así me lo piden, se ha visto disminuida pro-
porcionalmente? Pienso que éstas son las preguntas que debemos
proponernos todos los que sinceramente deseamos ser incluidos
en el Reino de Dios.
Según el principio general de que no es sabio pedir a los
demás que hagan lo que no quieres hacer tú mismo, me gustaría
compartir contigo mi propia lista de posesiones "intocables". Al
recopilar esta lista me planteé a mí mismo esta pregunta: ¿De
todas las cosas que forman parte de "el mundo" como yo mis-
rno lo experimento, cuál sería para mí la más difícil de abando-
nar, de vivir sin ella? ¿Cuál de los dones en mi vida veo como
los más importantes para mi felicidad? Ésta es mi lista:
1. Salud mental y emocional
2. Salud física, en especial la vista
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3.Fe y el significado que da a mi vida
4.Mi participación en el sacerdocio de Jesús
5.Miembro de la Compañía de Jesús
6.La cercanía de varios amigos con los que puedo ser
totalmente abierto y sentirme totalmente seguro
7. Amor a la belleza y al don de la autoexpresión
8. El reconocimiento de los demás de que soy una per-
sona sincera y amable
9. La sensación de triunfo: el conocimiento de que real-
mente estoy logrando al menos en parte lo que me gus-
taría hacer con mi vida
10. Sentido del humor y espíritu de entusiasmo.
La pregunta esencial
Vayamos ahora a las subsecuentes preguntas fundamentales: ¿He
invertido mi corazón en cualquiera de estos "intocables", tanto
que he visto disminuida mi capacidad de amarme a mí mismo, a
mi prójimo y a mi Dios? ¿Estoy listo para abrir mis manos a
Dios, diciendo: "Hágase tu voluntad!" o más bien estoy insis-
tiendo en que Dios me permita hacer mi voluntad a mi manera?
¿Hay algo en mi lista con lo que simplemente no podría vivir?
Este asunto de las manos abiertas no es sencillo ni fácil. En lo
que a mí respecta, si Dios realmente me pidiera que cediera algu-
no de mis "intocables", experimentaría mi propia agonía en el
huerto. Sin embargo, espero que con la gracia de Dios pueda
decir, como Jesús: "Pero que no se haga mi voluntad, sino la
tuya". Sé que sólo puedo salir adelante con la gracia de Dios; sé
que no puedo hacerlo por mi cuenta. Siempre que leo la historia
del joven rico en los evangelios, siento una fácil y rápida empatia
por él. Se le invitó a vender todo lo que poseía y a seguir a Jesús.
Sin duda era la oportunidad de su vida, no obstante se sintió triste
porque tenía muchas posesiones. Siento tristeza por él porque se
perdió la oportunidad de su vida, pero al mismo
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Una visión que da la vida
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En una ocasión un hermano sacerdote me dijo que un poco antes
de ser ordenado sacerdote, se tomó un tranquilizante prescrito
por un médico para aliviar la tensión de los nervios de la orde-
nación. Debido a una rara irregularidad bioquímica, el tranqui-
lizante resultó ser para él un estimulante. Volvió con el médico
y le comentó lo deteriorado de su condición, por lo que el bien
intencionado doctor duplicó la dosis y enseguida la vista del
joven se nubló y su nerviosismo empeoró significativamente.
Informado de los acontecimientos, el superior del seminario lo
llamó a su oficina y compasivamente pero con firmeza le infor-
mó que no podía ser ordenado.
Mi amigo me dijo que se fue a su habitación, se arrodilló
al lado de su cama, y golpeó una y otra vez sus brazos contra el
colchón, en son de protesta: "Dios mío, no puedes hacerme esto.
No puedes tomar trece de los mejores años de mi vida y justo a
punto de llegar a la ordenación, ¡quitarme todo!" La protesta
atormentada muy pronto se convirtió en letanía: "¡No puedes...
no puedes...!" Finalmente, exhausto y agotado emo-cionalmente,
se tiró sobre la cama y susurró: "Pero, claro que puedes. Tú
puedes hacer lo que decidas hacer. Tú eres mi Dios. Yo soy tu
creatura. Hágase tu voluntad".
Entonces, cuando me platicaba esto, agregó algo que no
me esperaba: "Ésa fue la primera vez en mi vida que experimenté
una paz total. Aún había muchas preguntas sin respuesta
vibrando en mi cabeza, pero mi corazón sólo sentía la paz de la
entrega". Después, conforme las páginas del calendario avanza-
ban, las preguntas dolorosas recibieron respuesta a su tiempo y
se le concedió al joven su deseado propósito de la ordenación.
Sin embargo, la lección de paz con las manos abiertas de la
entrega permanecerá con él todos los días de su vida.
Algo similar aconteció una vez en mi vida. En cierto sen-
tido continúa sucediendo en mi vida. Al principio de mis años
veintes, visité a un oculista, un oftalmólogo, por primera vez.
Me pareció que le tomaba mucho tiempo escudriñar en
cada uno de mis ojos con su pequeño rayo de luz. Finalmente,
se retiró un poco y sin verme me preguntó si estaba al tanto del
estado de mis ojos. Cuando le respondí que no, dijo suavemente
y en cierta forma triste: "Algún día, probablemente, usted será
ciego".
El efecto inmediato en mí fue una conmoción de choque.
Como un repentino estallido de un rayo, experimenté cientos de
dolorosas emociones. Sin duda el pobre doctor percibió todas
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estas reacciones. Compasivamente me dijo que sufría una des-
composición heredada, congénita, de la retina, llamada retinitis
pigmentosa. Me dijo que no había un pronóstico seguro. "Muchas
personas con este mal -explicaba- ya son ciegas a la edad de
usted. Algunos tienen visión parcial toda su vida". Entonces
agregó que probablemente recibiría algún tipo de aviso con la
pérdida gradual de la visión periférica y un aumento de la ceguera
nocturna. "Si llega a tener o cuando tenga únicamente visión en
túnel, le recomendaría reiteradamente que en ese punto apren-
diera Braille antes de quedarse ciego".
Recuerdo la pesadez y el miedo, la pena anticipada sobre
la posible pérdida de visión. Al abandonar el consultorio del
doctor, recuerdo que caminé por la calle soleada para memori-
zar toda la belleza visual de ese día de primavera. "Aprenda
Braille antes de quedarse ciego..." repetía la grabadora de mi
mente. Me preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que ya no
pudiera ver más el azul del cielo, las nubes blancas, las hojas
verdes y el césped, los rostros de las personas que amo. Me
peguntaba cómo sería pasar por la vida de noche, dando tropie-
zos por un mundo de oscuridad. Recuerdo también una fotogra-
fía emotiva y conmovedora que una vez recorté de una revista.
Era la imagen de un ciego, con un bastón blanco y un pocilio,
titubeando por Park Avenue en la ciudad de Nueva York. El letrero
que llevaba colgado decía: "Por favor, ayúdame. Mis días son
más oscuros que tus noches".
Por supuesto, Dios les ha pedido entregar su visión a
muchas otras personas. Hay quienes sufren mi enfermedad y han
sido ciegos desde la infancia. Por varias razones algunas perso-
nas nacen ciegas; nunca han visto el cielo, las nubes, el color
verde, el resplandor de la primavera y la belleza solemne y triste
del otoño; nunca han visto los rostros de aquellos que aman. Sin
embargo, aquí estaba Dios que advertía que quizá se me
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guna de las creaturas de Dios. Debemos permanecer libres siem-
pre, nunca dejar que nada nos posea o tome nuestras decisiones.
Esta apreciada libertad sólo la poseen los pobres de espíritu, la
gente de manos abiertas. El justo medio es éste: usar y disfrutar,
experimentar y admirar el mundo de Dios (los puños cerrados) y
al mismo tiempo permanecer libres de la dominación de
cualquier creatura, para que el amor de nuestros corazones pueda
ser dado a Dios, a nuestro prójimo, y a nosotros mismos (las
manos abiertas).
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Operaciones de seguridad:
jugar a lo seguro y obtener lo suficiente
Durante los últimos años de la vida de mi querida madre, ella
sufrió de una grave artritis paralizante. Había ocasiones en que
la subía y bajaba cargada por las escaleras de la casa de la familia
en Chicago. La rutina era previsiblemente regular. Bajábamos
algunos escalones y entonces mi madre extendía su mano y se
asía fuertemente al barandal. El diálogo que se seguía siempre
era éste:
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Mi mamá siempre se soltaba a la cuenta de dos y entonces
podíamos bajar algunos escalones más, para repetir la misma
escena y diálogo. Mi mamá se asía del barandal y yo le advertía
de su destino inminente si no se soltaba.
En una de estas ocasiones, reflexioné que el intercambio
entre mi madre y yo debe ser parecido al intercambio entre yo y
el Señor. Por supuesto, él tiene a todo el mundo en sus manos,
incluyéndome a mí, y me lleva por el camino hacia mi deseado
destino. Sin embargo, continúo cogiéndome fuertemente al
"barandal de seguridad" que me ayuda a sentirme seguro. Jesús
me recuerda que no podemos movernos mientras me apegue tan
fuertemente a los pequeños dones, posesiones y logros que for-
man parte de mi operación de seguridad. Lo escucho decirme
claramente: "déjalos ir..." pero de mi siempre honesto estómago
sale un gemido: "Tengo miedo, me dejarás caer". Siento miedo
por la perspectiva de las manos abiertas. ¿Qué sucederá si digo
el "sí" de la entrega? ¿Qué pasará conmigo?
En verdad, la seguridad es una necesidad muy profunda en
nosotros. Tenemos todas esas preguntas vibrantes e inquietantes
que pulsan por nuestros nervios y músculos: ¿Qué me pasará si
me dejo ir? ¿Tendré lo suficiente: suficiente tiempo, suficiente
dinero, suficientes provisiones para la ancianidad, suficientes
personas que me cuiden, suficiente inteligencia, suficiente
salud...? Y así continúo asido firmemente a mi barandal de
seguridad. Me hace sentir seguro; sin embargo me mantiene
inmóvil. Es un obstáculo para la gracia.
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de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo
te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo
y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o
encarcelado y te fuimos a ver?"
Mt 25, 34-39
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John Powell, S.J.
j/ímett a ícu
ta¿ catete/
vendad <$ue
to& áaná
U(ke¿.
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Capítulo 19
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Debemos aprender a gozar
las cosas buenas de la vida
El corazón alegre mejora la salud; el
espíritu abatido seca los huesos
Prov 17, 22
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aguja que insertaban en mi columna".
Hablamos por largo rato acerca de morir y las perspectivas
que presenta para una vida plena. Siempre había escuchado que
nadie puede vivir plenamente a menos que sepa que la vida algún
día llegará a un final. Betty me ayudó a comprender la verdad de
esa aseveración. Ya murió, finalmente la leucemia reclamó su
vida; pero me dejó con un profundo conocimiento de la
necesidad de disfrutar todas las cosas buenas de esta vida. Era
como si Dios me estuviera diciendo a través de ella: "Eres un
peregrino en el camino, trata de disfrutar el viaje".
Otra persona que me ha ayudado a comprender la menta-
lidad del placer fue un hombre llamado Frank. A todos les agra-
daba Frank, era cálido y amable. Siempre sonreía. A Frank le
gustaba la "gente pequeña" al igual que apreciaba las "cosas
pequeñas". Y de repente Frank muere. A pesar de que en algún
momento había sido bastante rico, Frank no dejó gran cantidad
de propiedades o inversiones; sin embargo, al igual que Betty,
Frank me dejó un último legado. Fueron dos páginas de "Una
lista de mis placeres especiales". El buen amigo Frank había cul-
tivado activamente su capacidad de disfrutar al hacer una lista de
sus alegrías cotidianas. Trabajó toda su vida adulta con la
mentalidad de disfrutar. Sintonizó su mente para disfrutar todo
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de dividir y conquistar. He aislado mi tendencia a ser un ayu-
dador-rescatador-capacitador y mi propensión al perfeccionis-
mo. Ahora estoy trabajando en ellos. Sé que es cuestión de un
cambio paulatino, desaprender los viejos y tan practicados hábi-
tos y reemplazarlos con nuevos hábitos dadores de vida. Así que
estoy intentando ser paciente, pero esto para nosotros los per-
feccionistas es una tarea difícil. Sin embargo, debo ser honesto y
decir que cada pequeña victoria parece iluminar el cielo de mi
mundo y ampliar mi capacidad de gozo y la plenitud de la vida.
Y con el paso del tiempo, parece que disfruto cada vez más y más
el camino.
Recuerda que algún día serás llamado a dar cuentas de
todos los placeres legítimos que no pudiste gozar. ¡Así que sigue
adelante, peregrino, disfruta del camino!
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Una visión que da la vida
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eút¿ ¿ola*.
Capítulo 20
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Una visión que da la vida
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el Dios que no esté presente donde los hombres
se aman,
el Dios que no tuviera misterios, que no fuera más
grande que nosotros,
el Dios que para hacernos felices nos ofreciera
una felicidad divorciada de nuestra naturaleza
humana,
el Dios que no poseyera la generosidad del sol
que besa cuanto toca, las flores y el estiércol,
el Dios que no fuera amor y que no supiera trans-
formar en amor cuanto toca,
el Dios incapaz de enamorar al hombre,
el Dios que no se hubiera hecho verdadero hom-
bre con todas sus consecuencias,
el Dios en el que yo no pueda esperar contra toda
esperanza.
Sí, mi Dios es el otro Dios.
Dios es misterio
Algo en mí afirma con insistencia: "¡Nada de eso!" Primero que
nada, Dios es infinito. Si pensamos alguna vez que tenemos bien
enfocado a Dios en el ojo de nuestra mente, la única cosa de la
que podemos estar seguros es: que estamos equivocados. No es
posible realizar imágenes talladas ni fotografías finamente enfo-
cadas de Dios. Porque Dios es absolutamente diferente y, más
allá de cualquier cosa que podamos imaginar, Dios definitiva-
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mente es un Dios de misterio. En ocasiones esto nos causa resen-
timiento. Queremos un Dios que podamos acomodar en nuestras
pequeñas mentes finitas, que podamos llevar por ahí en nuestros
libritos de oración. No queremos un Dios que no podamos asir
frenéticamente. En estos momentos de lucha contra el misterio,
olvidamos que si pudiéramos acomodar a Dios en nuestras
mentes, entonces tendríamos que vagar aquí y allá en la prisión
de esas pequeñas mentes por toda la eternidad. Con toda
seguridad nos cansaríamos de un Dios tan pequeño.
Dios siempre ama, al igual que el sol siempre irradia luz y calor.
Debemos recordar que Dios creó este nuestro asombrosa-
mente complicado y vasto mundo con un simple acto de volun-
tad. Fue simplemente así. Dios equipó cada átomo de material
con una enorme capacidad y potencial. Nuestro Creador exten-
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cuando decidimos abandonarlo. Es de suma importancia com-
prender que Dios no deja de amar, no se enoja ni es vengativo,
ni muere de ansia por castigarnos y ajustar cuentas. Ése sería un
Dios hecho a nuestra imagen y semejanza en nuestros peores
momentos.
Estoy seguro de que este discernimiento sobre Dios y su
amor está en la parábola del hijo pródigo. Jesús nos dice que el
padre (Dios) deja que su hijo se vaya, pero espera pacientemente
el regreso del hijo despilfarrador. De hecho, él anhela el regreso
de su hijo. En la parábola, cuando el muchacho regresa, habiendo
ya desperdiciado su vida y fortuna, el padre sale corriendo
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Ahora pienso que si le dijéramos a Dios: "voy a mejorar;
voy a ser mejor para que me ames más", la respuesta de Dios
sería: "Hijo de mi corazón, tienes todo al revés. No deberías
pensar en que si te vuelves más virtuoso te amaré más, porque ya
tienes todo mi amor como un regalo incondicional. No tienes que
cambiar para que te ame más. No podría amarte más. Lo que en
realidad debes saber es lo mucho que siempre te he amado. Y
entonces... entonces en verdad cambiarás".
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
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un empleo equivocado de la libertad humana podemos castigar-
nos a nosotros mismos.
Somos libres, podemos pecar, podemos elegir rechazar a
Dios y el ofrecimiento del amor de Dios. Todas estas decisiones
tienen consecuencias inevitables. Nuestros pecados siempre
terminan en algún tipo de sufrimiento. Cuando nos alejamos del
sol, nos oscurecemos y enfriamos, y sabemos que el sol no nos
castiga con su ausencia. Si elegimos estar sin Dios, porque que-
remos algo con mayor intensidad que a Dios, empezaremos a
lastimarnos. No podemos acusar a Dios verdaderamente de cas-
tigarnos por nuestros errores.
Quizá sea posible que la decisión final de nuestras vidas,
llamada la "opción fundamental y final", es estar sin Dios. Si la
muerte da fin a esta decisión, podemos incluso perder a Dios para
siempre. En los evangelios, Jesús nos advierte en repetidas
ocasiones acerca de la posibilidad de esta situación, la peor de
todas las tragedias. Sin embargo, incluso en este caso, la pérdida
de nuestras almas es el resultado de nuestras propias decisiones
y no del castigo de Dios. Dios, que nos tiene grabados en las
palmas de sus manos y que nos recordará incluso si nuestras
madres nos olvidaran, quiere estar con nosotros para siempre. La
voluntad de Dios es que todos nos salvemos. (1 Tim 2, 4). Dios
es el padre del hijo pródigo, que siempre desea y espera nuestro
regreso. Si nuestra elección es diferente, es nuestra propia
decisión, nunca la de Dios. Lo único que puede hacer Dios es
aceptar nuestra decisión.
Finalmente, ¿qué hay que decir sobre el "temor de Dios"?
Éste es sólo la conclusión lógica, creo, de lo que ya se ha dicho:
que igualmente podríamos tener miedo de nosotros mismos.
Podemos temer las consecuencias de nuestra debilidad humana,
del mal uso de nuestra libertad al tomar decisiones falseadas,
pero no necesitamos tener miedo de nuestro Dios grande y amo-
roso, que sólo quiere nuestra felicidad y salvación. No tenemos
que temer a una madre o a un padre cuyo amor es incondicional
e irrevocable. Una de las imágenes en las Escrituras que se utiliza
para expresar el amor de Dios por nosotros es la del amor de un
novio siempre fiel por su futura esposa. Nosotros, la esposa,
podemos y quizá debiéramos temer la posibilidad de nuestra
propia infidelidad. La realidad es que todos somos pecadores. En
ocasiones, todos hemos sido novias adúlteras. Hemos sido
infieles a alguien que siempre nos ha sido fiel. Me arrepiento
profundamente de estos momentos de infidelidad en mi propia
vida. Y temo muchísimo la posibilidad de repetirla. Abandonar el
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amor es la tragedia más triste y de mayores dimensiones. Sin
embargo nunca podría creer en un Dios que exige que se le tema,
nunca podría creer que Dios nos esté invitando a una relación de
esa clase.
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
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Jesús y la ley
Jesús inició su carrera rabínica a la edad apropiada: treinta años.
Él era rabí de profesión. La palabra significa "maestro", título
honorífico que se le daba a los maestros de la Ley (Mt 23, 7-8).
En consecuencia, se esperaba que Jesús dedicara la mayor parte
de su tiempo a la labor de interpretar la Ley. De manera habi-
tual los rabíes asesoraban sobre cuestiones de la Ley, la gente se
acercaba a ellos para consultarlos sobre los requisitos de la Ley
en relación con casos específicos.
A este respecto podemos recurrir a ciertos antecedentes
históricos. Una vez que llegó a su fin el cautiverio en Babilonia
(587-539 a. C), Ciro el Persa, conquistador de esa región, per-
mitió que el pueblo judío se reagrupara. En esa época, quinientos
años antes del nacimiento de Jesús, el restablecido pueblo judío
redactó el Antiguo Testamento, incluyendo la Tora, o leyes que
norman la vida de Israel. Estas leyes formaban parte de la alianza
entre Dios y el pueblo de Dios. Sin embargo, en ese periodo se
le dieron una nueva interpretación y un énfasis diferentes a la
Ley. Se convirtió en una norma absoluta y rigurosa, y para
muchas personas representó un cambio en su relación personal
con Dios. La tradición farisaica llevó este absolutismo de la Ley
a extremos exasperantes. Verdaderamente los fariseos
comenzaron una nueva tradición: diseñaron leyes orales para
interpretar, aplicar y preservar la Ley creando así preceptos nue-
vos, minuciosos y muy exactos. En otras palabras, enmarañaron
la Ley con innumerables normas restrictivas.
Cuando Jesús entró en escena para iniciar su carrera rabí-
nica, el ímpetu de la confrontación fue casi inmediato. Jesús
repetía que Dios es amor y que Dios nos llama a una relación de
amor, no a una relación jurídica. Jesús insistía que las pres-
cripciones de la Ley nunca pueden reemplazar la relación per-
sonal de amor. Además, enseñaba que las prescripciones de la
Ley estaban enaltecidas, sublimadas y compendiadas en la ley de
amor a Dios y al prójimo (Mt 22, 34-40). Jesús puso en claro que
no había venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud y perfección
en el amor (Mt 5,17-20). La primera estrategia empleada por los
fariseos para combatir a este renuente rabí fue hacerlo resolver
situaciones delicadas.
"Maestro (Rabí), ¿si el buey de un hombre cae en una zanja
en día sábado, le está permitido sacarla de ahí?"
"Maestro, ¿estamos obligados a pagar impuestos a Roma?
¿Cuál es la interpretación de la ley al respecto?"
"Maestro, ¿por qué tus discípulos recogen espigas de trigo
en sábado si la Ley prohibe hacer esto?"
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
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pierde una, no deja las noventa y nueve en el cam-
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po y va en busca de la que se le perdió hasta
encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga
sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a
su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice:
'Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja
que se me había perdido'. Yo les aseguro que
también en el cielo habrá más alegría por un
pecador que se arrepiente, que por noventa y nue-
ve justos que no necesitan arrepentirse".
Le 15, 1-7
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John Powell, SJ.
Una visión que da la vida
Simón el fariseo
Simón, un fariseo, tenía una gran historia que le gustaba repetir.
Simón en un intento de ser condescendiente, invitó a Jesús y a
algunos de sus amigos a cenar en su casa. Por supuesto que evitó
extenderle a Jesús las más simples cortesías que se le deben a un
invitado distinguido, como podría ser lavar sus pies. ¿Por qué
debía hacerlo? Jesús debía estar contento de recibir la invitación
de un fariseo respetado. Todo iba muy bien hasta que...
"No lo van a creer. Entra una mujer (nunca eran permiti-
das en esos banquetes). ¡Y no digo una mujer; sino una ramera
del pueblo, una prostituta común! No estoy bromeando. Esa
meretriz entró titubeante y armó un gran espectáculo. ¡Empapó
los pies de Jesús con sus lágrimas embusteras y los limpió con
su cabello decolorado!
"Por supuesto, aún me pregunto por qué este buen rabí no
le dio un puntapié en la cara a la prostituta y la lanzó fuera de
ahí. No, él siguió recostado en su lugar y la dejó que continuara.
¡Fue realmente molesto! Ahora seguramente tampoco creerán lo
que sigue. Aclaré mi garganta a manera de insinuación, y el
Buen Maestro me planteó un acertijo. En verdad: ¡un acertijo!
'Si dos hombres le deben a un tercero, el uno una enorme deuda
y el otro una pequeña, y el tercer hombre, de buen corazón,
cancela de sus libros las deudas de ambos, ¿quién lo amará más?
Yo por supuesto me incliné por aquel que debía más.
"Entonces, realmente se desbarató. ¿Saben qué me pre-
guntó? Me preguntó: '¿Ves a esa mujer?' Y no los estoy enga-
ñando, la llamó 'mujer', a ella, que debía ser apedreada a muerte
por ser una persona corrupta y detestable. Bueno, me dijo: ¿Ves
a esa mujer? Y empezó a ensalzarla por el amor que le había
mostrado. Dice que sus pecados deben ser perdonados porque
nadie puede demostrar ese amor a menos que Dios esté en esa
persona. Todo amor, dice, es un don de Dios.
"Pero aquí va lo mejor: finalizó su pequeño discurso dicien-
do que dondequiera que se cuente la historia de su vida, en los
siglos por venir y en los confines de la tierra, se conocerá la his-
toria de 'esta buena mujer y la bondad que mostró hacia mí'.
¿Escucharon alguna vez algo igual? Vaya megalómano, ¿no es
cierto? ¡ Claramente piensa que su historia perdurará después de
él, y será contada en los años por venir!" (Le 7, 36-50).
La historia de Simón es tan sólo una de tantas que mues-
tran la opinión general.
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"¡Se está mofando de la Ley. Insiste en que la Ley ha sido
subordinada y elevada a la categoría de la única y gran ley del
amor! Ustedes pueden ver que continúa hablando de amor, no
de pecado. Realmente intenta decir que Dios ama a los pecado-
res. Y todos nosotros sabemos que Dios sólo puede tener des-
precio por los pecadores. Qué clase de rabí es suave acerca del
pecado, e incluso come y bebe con pecadores. Está corrompien-
do todo lo que nosotros defendemos".
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extraviado el camino, ¿verdaderamente concluyen que soy sua-
ve con el pecado? ¿No saben que es posible amar a un pecador
y sentir pena por el pecado? En realidad, lo que digo es que la
observancia de la Ley sin amor no tiene vida. Relacionarse con
Dios de manera legalista es como jugar con Dios: hacemos todos
los movimientos correctos y decimos todas las palabras correc-
tas, y finalmente alabamos a Dios con gran satisfacción perso-
nal: 'Mira, cumplí todas tus reglas. Hice todo lo que tenía que
hacer. ¡Ahora no puedes condenarme con severidad!' ¡Mi Padre
los ama. Mi Padre es amor!"
Jesús intentaba explicarles que sólo tratamos a alguien de
esa forma legalista cuando le tememos. Nos sentimos más a gusto
cuando nos protege un convenio legal con todas sus cláusulas y
disposiciones. Cumplimos con todos los requisitos ante esa
persona y podemos sentirnos a salvo y satisfechos. Sin embargo,
Jesús insistía que Dios nos invitaba más bien a una relación de
amor. Dios no es un profesor exigente que amedrenta a sus
estudiantes con el temor de reprobar.
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
los miró larga y tristemente directo a los ojos, y entonces les res-
pondió contándoles una parábola: la parábola del Hijo Pródigo.
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La parábola del pródigo
En una parábola hay dos cosas que son puestas una al lado de la
otra a manera de comparación o contraste. Una parábola invita
al escucha a reflexionar sobre la comparación, por lo que el ob-
jeto o la persona en cuestión puede ilustrarse o comprenderse
mediante la comparación. Por ejemplo, al tratar de explicar el
Reino de Dios, Jesús dice que es semejante a "un hombre que va
a sus campos a plantar semilla" (Me 4, 3-9). Jesús invita al
escucha a ver una escena de la vida cotidiana. Al imaginarse al
sembrador trabajando, plantando una cosecha que vendrá con el
tiempo, los escuchas pueden ser ayudados a comprender que el
Reino, la semilla de la invitación de Dios, tendrá de la
humanidad una respuesta paulatina, que vendrá lentamente.
Otra nota para dar contexto a la parábola del Pródigo, la
palabra más impactante que utilizó Jesús en todos sus diálogos
con sus contemporáneos fue la palabra Abbá. Jesús insistía en
que Dios quería que lo llamáramos Abbá, un nombre tierno que
implica creer en un amor imperturbable e incondicional, un amor
comprensivo y perseverante. Abbá es el nombre con el que una
niña o un niño llama a su padre, y el nombre en sí mismo com-
pendia su profunda relación de confianza e intimidad.
De cualquier manera, en el momento de la confrontación
de Jesús con los fariseos, cuando se le pregunta a Jesús quién es
Dios y qué piensa y cómo reacciona ante los pecadores, Jesús
cuenta la historia del hijo pródigo. Quizá deberíamos en realidad
llamar a esta historia la parábola del Abbá pródigo, porque el
mensaje central se refiere al padre y a su pródigo (extravagante)
e incondicional amor.
La historia gira alrededor de un hombre y sus dos hijos
que viven y trabajan juntos en una granja. El muchacho más jo-
ven piensa cada vez con más fuerza que su padre es un anticua-
do, y gradualmente empieza a despreciar e incluso resentir la
vida que lleva con su padre. Ya tuvo suficiente de pollos en la
mañana y saltamontes en la tarde. El muchacho sueña con las
delicias de la gran ciudad con sus luces nocturnas e inicuos pla-
ceres. Un día se presenta ante su padre para exigirle su heren-
cia y anunciarle su pronta partida. El padre se siente triste, por
supuesto, pero finalmente le da la herencia al hijo. El muchacho,
sin volver la mirada se va a emprender sus altas expectativas y
poner en práctica sus atrevidos sueños.
Jesús presenta al padre aceptando la partida del hijo, pero
con su corazón embargado por la pena. Durante el largo intervalo
de la ausencia del hijo, el padre se sienta todas las noches en el
288
frente de la casa de la granja, observa con ojos tristes y
esperanzados el camino que viene de la ciudad. No puede olvidar
a su hijo. Siempre recordará a su pequeño, la niña de sus ojos y
la delicia de sus sueños. Siempre habrá un lugar especial en el
corazón del padre para su hijo. Cuando el muchacho descubre el
vacío de sus esperanzas y el desencanto de sus sueños, cuando
ya ha derrochado su herencia y sus amigos lo han abandonado,
entonces retoma el largo camino hacia el hogar. Espera que lo
contraten como jornalero, sin pensar siquiera que se le reinstale
en su calidad de hijo.
Jesús presenta al padre, viendo como siempre hacia el
camino que viene de la ciudad, y de repente reconoce en la dis-
tancia la figura de su hijo. El corazón del padre late con gran
fuerza, queriéndosele salir del entusiasmo. Desbordante de ale-
gría, y en contra de todas las tradiciones de la época, el padre
corre hacia el camino y acoge a su hijo en sus propios anhelantes
brazos. Ni siquiera escucha la sugerencia del muchacho: "No
espero que me tomes de vuelta como hijo". Luego de decir esto,
el muchacho siente los brazos de su padre que lo rodean y lo
aprietan, y escucha los suspiros de alivio en el pecho de su padre.
Siente las tibias lágrimas de su padre que bajan por los surcos de
sus propias mejillas. El padre gime suavemente, una y otra vez:
"¡Estás en casa... estás en casa!" Entonces el padre recobra
fuerzas, ordena con firmeza, y hace traer anillos y túnicas "para
mi muchacho". Da instrucciones para que traigan músicos, maten
al preciado becerro cebado. Habrá una fiesta, la mejor de todas.
Repite la alegre noticia: "¡Mi hijo está en casa! ¡Mi hijo está en
casa!"
Al concluir la parábola, Jesús mira directamente a los ojos
de los escribas, los fariseos, y los sumos sacerdotes. "Esto", dice,
"es lo que Dios es. Así es como Dios siente y reacciona ante un
pecador" (Le 15, 11-32). Por supuesto, esta historia selló su des-
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gozaron con él.
Y entonces, las luces se apagaron y la marea de la buena
fortuna cesó para Jesús. Los hosannas del Domingo de Ramos se
convirtieron en burlas y gritos que clamaban su muerte. El Señor
de la vida, con milagros bullendo en las yemas de sus dedos,
insólitamente se convirtió en el Cordero de Dios, golpeado y
quebrantado. Los apóstoles se retiraron rápidamente a la
habitación superior en busca de la seguridad que tanto significaba
para ellos. Atrancaron las puertas y sólo hablaban con murmullos
temerosos. Calcularon con ansia sus oportunidades de salir con
vida de todo esto. ¿Qué pasaría si el flagelado Jesús fuera
crucificado? ¿Qué les sucedería entonces a ellos? ¿Las fuerzas
de la oscuridad que lo mataron también querrían matarlos? Desde
el viernes por la tarde hasta el domingo por la mañana, iban y
venían, preocupados y sudorosos en el caluroso encierro de la
habitación superior.
Llegó la mañana del domingo, brillante y clara y llena de
una gran sorpresa. Una María Magdalena sin aliento llega a tocar
la puerta de la habitación superior: "¡La tumba... la tumba está
vacía!" Pedro y el joven Juan corren a verificar lo que habían
escuchado, y regresan con los demás para confirmar el hecho: la
tumba realmente está vacía. Ése fue el primer haz de luz en su
ensombrecido mundo. Fue el primer rayo de esperanza que
irrumpiría en su desesperación.
Entonces Jesús resucitado, majestuoso, pasa a través de la
puerta y sus barricadas. Toda la sangre y las heridas, las fracturas
y la fealdad de la muerte habían desaparecido. Él es de nuevo el
más hermoso de entre los hijos de los hombres. Los apóstoles
abandonaron a Jesús en su terrible sufrimiento de muer-
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Una visión que da la vida
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Vi su bondad siempre fiel a través de las obras de amor
que realizó. Fue un proceso lento, pero llegamos a creer en él.
Llegamos a creer en el confort y el desafío de Jesús. Jesús vino
a decirnos todas las cosas que él había escuchado de su Padre (Jn
5, 19, 30). Jesús insistía con nosotros en que su Reino era cues-
tión de fe (Jn 6, 29). Nos invitó a ver todo a través de los ojos de
la fe. Y nos pidió que apostáramos nuestras vidas a la única
fuerza real en este mundo, la fuerza del amor (Jn 13, 34-35).
Nos aseguró que él es el camino, la verdad, y la vida, y que
si lo seguíamos nunca caminaríamos en la oscuridad. Jesús es la
verdad, la perfecta revelación del Padre, y él comparte con
nosotros la propia vida de Dios que está en él. (Jn 1, 17; 14, 6;
17, 6) Poco a poco llegamos a conocer a un Dios de amor porque
Jesús nos presentó el significado y la realidad del amor. Él fue
muy paciente con nosotros, mientras aprendíamos poco a poco a
aceptar una manera totalmente nueva de ver las cosas, una visión
totalmente nueva. Nosotros los cristianos somos aquellos que
conocemos esta verdad porque vemos a través de los ojos de la
fe y nos hemos revestido con la mente de Jesús (1 Jn 2, 3-6).
Esta verdad, esta visión es la que nos hace libres: libres de
todos los prejuicios incapacitantes que debilitan el espíritu
humano y nublan los cielos del mundo. La verdad de Jesús nos
hace libres de la tiranía de la posesión por las cosas de este mun-
do. Su verdad nos permite ascender por sobre la debilidad de
nuestra naturaleza humana (Jn 8, 31-34; 1 Jn 2, 4).
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1 Cor 1, 18-25
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cielo, confirmados en la gracia y llenos de una felicidad total por
la presencia divina. Por qué Dios decidió crear este mundo, el
único que conocemos, ¿por qué Dios decidió crearnos libres y
capaces de pecar, capaces de herirnos unos a otros? Esto,
supongo, es una parte profunda del misterio de Dios. El novelista
ruso Dostoyevsky especuló que éste era el único error de Dios:
hacernos libres. Cuando yo especulo acerca de esta decisión de
Dios, de crear éste y no otro mundo, pienso que debo admitir
junto con Job:
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John Powell, S.J.
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Alguien dijo que lo que somos es el regalo que Dios nos
hizo, y en lo que nos convertimos es nuestro regalo para Dios. En
verdad Dios nos da, a ti y a mí, los materiales para nuestra vida,
y nos ofrece su ayuda para construir con ellos una catedral de
amor y alabanza. Debo afrontar mi responsabilidad propia y
definitiva respecto a esta situación. Debo utilizar esos materiales
que se me han dado como una oportunidad de crecer, o por lo
contrario se convertirán para mí en un obstáculo. Para utilizar otra
analogía, día con día Dios me da piezas nuevas para armar el
gigantesco rompecabezas de mi vida. Algunas de estas piezas son
filosas y dolorosas. Otras son pardas y sin color alguno. Sólo
Dios, quien planeó y previo la película de mi vida, conoce la
posible belleza una vez que todas las piezas hayan sido colocadas
fielmente en su lugar. Conoceré la belleza sólo después de haber
colocado en su lugar la última pieza, la pieza de mi muerte.
Por último, no puede alcanzarse ningún entendimiento teo-
lógico satisfactorio del sufrimiento si sólo se considera esta vida
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Día con día Dios me da nuevas piezas para
armar el gigantesco rompecabezas de mi vida.
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¡ÉStei,,
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Una visión que da la vida
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¡Así es que gracias a Dios por las sensaciones y el dolor! Con
frecuencia nos alertan sobre la presencia de peligro o alguna des-
gracia. Asimismo, las varias incomodidades que experimenta-
mos pueden también ponernos en alerta sobre nuestras actitudes
distorsionadas e incapacitantes. Sin embargo las lecciones de
dolor sólo pueden aprenderse cuando el alumno está listo. Y esto
significa que debemos estar listos para entrar en nuestro dolor y
tratar de aprender de él. Significa que debemos reprimir nuestro
instinto de huir del dolor; debemos rechazar cualquier incli-
nación a drogamos hasta el desinterés total para no sentir nada.
Por ejemplo, si aquellas personas que sufren constantes
dolores de cabeza debido a la tensión entraran en su dolor y
aprendieran de él, quizá entonces podrían darse cuenta de que
están intentando infructuosamente agradar a toda la gente a su
alrededor, o quizá también su autovalía depende de la aprobación
de los demás. En esta situación, todas las personas en la vida de
esta persona tendrán el poder de cortar la yugular del yo de esa
persona. O quizá los dolores de cabeza por tensión indican que
esa persona es perfeccionista, que exige la perfección de sí
misma y de todos los demás. La sola posibilidad de imperfección
y fracaso es un pensamiento aterrador para esa persona.
Asimismo podría ser que esos dolores de cabeza sean el resultado
de tomarse a sí mismo demasiado en serio. En vez de verme a mí
mismo como parte de un mayor drama humano, quizá me
visualice como el único actor en el escenario. Todo el desenlace
del drama humano parecerá entonces depender de mi desempeño.
Finalmente, podría ser que tenga dolores de cabeza por tratar de
confiar mi felicidad en manos de las demás personas. Como
hemos visto, es fútil para mí tratar de responsabilizar a los demás
por mi felicidad. La felicidad es un asunto de nuestras propias
actitudes. La felicidad comienza en la cabeza.
Todas las actitudes anteriores son en cierta forma distor-
sionadas y neuróticas. Implican una manera distorsionada y dañina
de ver las cosas. Cualquiera que se permita vivir con una de ellas
está destinado a grandes miserias y tensión. Pero date cuenta de
que los dolores de cabeza por tensión son sólo el síntoma, la
señal. El dolor es el profesor, y está sugiriéndonos constan-
temente una lección; sin embargo el alumno debe estar listo para
escuchar. Esa misma tensión en otra persona podría presentar-
se como depresión o un alejamiento de las demás personas. El
caso es que el sufrimiento, dondequiera y como quiera que se
sienta, es una señal de peligro, una advertencia. El sufrimiento
está hablando, le dice algo a la persona que lo escucha: "¡Cuando
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el alumno está listo, aparece el maestro!"
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mismo me sorprendía de lo profundo y dominante de mi
aversión. Una tarde en mi oficina, un psicólogo amigo mío
platicaba conmigo y le comenté acerca de mis fuertes reacciones,
mis sentimientos antagonistas por esa persona. En cuestión de
minutos ya había logrado que buscara dentro de mí la verdadera
fuente de dolor. Reflexionó: "El mundo está lleno de gente
antipática. Sin embargo, hay algo en nosotros mismos cuando les
permitimos atraparnos". Empezamos a explorar mi propio
espacio interior y en algunos instantes vio que mis hombros se
relajaban con alivio. Escuchó un ligero suspiro que decía: "¡Lo
encontré!" "¿Qué es? -me preguntó-. ¿Puedes compartirlo?" "Sí,
por supuesto -le dije-, mira, el Señor me pidió hacer de mi vida
un acto de amor. Para ser cristiano en las encrucijadas de cada
decisión debo preguntar sólo esto: ¿Cuál es la cosa amorosa que
debe ser, hacerse, decirse? Me he comprometido conmigo mismo
de todo corazón a ser cristiano. Ésta es mi postura ante la vida.
No obstante, no he estado amando para nada a esa persona. He
querido sacarla de mi cabeza y de mi vida. No he preguntado lo
que debo hacer, ser o decir para ayudar a esa persona a encontrar
felicidad y realización. Simplemente, no estaba amando. La
fuente de mi dolor es que he transigido el compromiso de mi
vida".
Algunos años después de esa experiencia, empecé a tener
sentimientos similares hacia otra persona con la que tenía que
relacionarme. Sin embargo, la lección de mi previo dolor regresó
como un fuerte recordatorio. Justo en la mitad del juego de
superioridad verbal con esta segunda persona, me di cuenta de lo
que estaba haciendo (trataba de ganar una discusión) y de lo que
no estaba haciendo (amar). Puse mis manos en "T" y dije en voz
alta: "¡Tiempo!" Entonces admití abiertamente: "Oye, no te estoy
amando. Lo siento mucho". Reímos un poco y nos abrazamos, y
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
desde entonces vivo feliz. Gracias a Dios por el dolor y sus lec-
ciones. Nos motiva a cambiar. Y, por supuesto, Jesús tenía razón:
"¡Si ustedes hacen del amor la regla y el motivo constante de su
vida, serán muy felices!"
Los psicólogos tienen razón, y por supuesto la sabiduría
cristiana a lo largo de los siglos siempre ha estado en lo correcto
acerca de este asunto de la felicidad humana. De alguna forma
312
nuestra infelicidad representa una deficiencia de amor. Nuestro
sufrimiento y dolor nos recuerdan, en formas difíciles de ignorar,
que nuestra metanoia está incompleta. Intentamos nuestras
propias fórmulas para la realización, ponemos en práctica
nuestros planes para la felicidad personal y soñamos nuestras
pequeñas fantasías acerca del destino. Cuando éstos fracasan, el
dolor de la frustración y el sufrimiento por el error nos aconsejan
regresar y mirar de nuevo en las fuentes de las bienaventuranzas
del evangelio. Debemos enfocar nuevamente los lentes de
nuestra mente para restaurar una percepción despejada de lo que
estamos llamados a ser. Debemos intentar llegar a un cono-
cimiento claro de que la felicidad sólo puede llegar a nosotros
como derivado del amor y de una vida motivada por el amor.
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
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El mundo en que vivimos desconoce de manera obvia y niega
enérgicamente esta actitud cristiana hacia el sufrimiento. El men-
saje de los medios de comunicación, que invaden constantemente
nuestros sentidos e intentan persuadir nuestras mentes es éste:
Vayan por la vida experimentando el máximo placer y el mínimo
dolor. Debe evitarse todo tipo de sufrimiento. Tengan una hora
feliz. Insensibilícense con algunas copas. Sólo se vive una vez.
Tomen todo lo que puedan. Vuelen ahora, paguen después. Dejen
que rueden los buenos tiempos. Cuando tengan dolor, tómense
una pastilla. Narcotícense. Promuevan el placer. Coman, beban y
sean felices; mañana moriremos. Recuerden: ésta es la
"generación del yo". ¡Sean buenos con nuestro buen amigo el
número uno!
En cierta forma todos hemos aceptado esta filosofía de
vida de "los buenos tiempos". Sólo se necesita leer las estadís-
ticas para darse cuenta del gran éxito mundial de la mercado-
tecnia y los medios de comunicación. En Estados Unidos se ven-
den anualmente suficientes aspirinas al igual que otros analgé-
sicos para desaparecer tres mil millones de dolores de cabeza.
Los fármacos más frecuentemente prescritos son los tranquili-
zantes. No hay ningún otro que se le compare. Nuestro pequeño
"valle de lágrimas" se convierte rápidamente en el "valle del
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John Powell, S.J.
Capítulo 22
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pero menos común: "una organización dirigida por sacerdotes y
ministros" y "donde algunas personas van los domingos". Las
respuestas también llegan a incluir los sistemas educativos, y en
ocasiones suele vislumbrarse algo de tristeza o amargura en los
ejercicios: "una casa de hipócritas". Obviamente, hay varias
formas de ver o percibir la Iglesia. Y por eso preguntamos:
¿Cómo debería ver un cristiano a la Iglesia? ¿Cómo ve Jesús a la
Iglesia?
Uno de mis exalumnos, que ahora también es profesor, me
explicó un ingenioso recurso que emplea con sus estudiantes de
primaria, con el que pretende obtener una imagen sencilla, clara
y cristiana de la Iglesia. Mi amigo va al pizarrón y dice: "Voy a
poner aquí a la Iglesia, letra por letra en el pizarrón". Entonces
escribe con letras grandes: IGLEIA, luego se aleja un poco y
murmura: "Algo falta". Por supuesto, sus jóvenes y ansiosos
estudiantes le dicen lo que falta: "¡Ese, ese, ese, ese!" Entonces
él los mira entusiastamente y los señala uno a uno diciendo: "Sí,
falta ése y ése y éste y éste en la Iglesia, y no puede haber Iglesia
sin ése y ése y éste y tú y yo". Me gus-
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John Powell, SJ.
La necesidad de la Iglesia
La Iglesia tiene muchas facetas y puede percibirse desde muchos
puntos diferentes y atractivos. De la misma manera en que yo
soy hombre, maestro, sacerdote, jesuita y se me puede percibir
en cualquiera de estas condiciones, asimismo la Iglesia puede
percibirse como un organismo, el Cuerpo de Cristo, la prolon-
gación de Jesús en el tiempo y la extensión de Jesús en el espa-
cio, etcétera. Es innegable que la Iglesia también es una orga-
nización, una organización del "Pueblo de Jesús". De la misma
manera en que los órganos de nuestros cuerpos desarrollan dife-
rentes funciones, así cada organización tiene un propósito espe-
cífico. No fundamos una organización y luego buscamos algo
que pueda hacer. Más bien primero tenemos una causa, algo que
lograr, una necesidad que satisfacer. Y luego iniciamos una orga-
nización para trabajar por esa causa, para lograr ese objetivo,
satisfacer esa necesidad. Como cualquier otra organización, la
318
Iglesia se formó para hacer algo. Dios quería que algo se hiciera,
y Dios llamó a la unión de la Iglesia, al Pueblo de Jesús, para
que lo llevara a cabo.
De la misma forma, todos estamos conscientes de que un
individuo no puede él solo lograr la difusión de un cambio en el
mundo. Un solo individuo normalmente no puede consumar una
gran causa. Por eso constituimos partidos políticos, grupos
indigenistas, y organizaciones para preservar las especies en peli-
gro de extinción, para promover el respeto por la vida, para pre-
servar el equilibrio ecológico y promover la paz mundial. Un
individuo que no está motivado por el entusiasmo y apoyo de los
demás involucrados en la misma causa, por lo general termina
dándose por vencido. La dedicación y el entusiasmo humano por
una causa, como todo lo humano, son contagiosos. La dedicación
y el entusiasmo se ganan, no se enseñan. Solos, lejos de una
organización, cada uno de nosotros nos sentiríamos perdidos en
la vastedad de la selva humana. Solos, sentiríamos ahogarnos en
los extensos mares de la indiferencia, nuestras voces serían como
un silencioso murmullo en medio de una banda de instrumentos
de metal. Sin embargo, en coro, todo el mundo
Una visión que da la vida
319
amorosas de Dios de hacer de nosotros su familia. Este pueblo
elegido debe invitar a las demás personas a la experiencia de la
intimidad de Dios e integrarlos a la familia de Dios. En algunas
ocasiones nos frustramos al pensar que la parte más importante
de ese anuncio e invitación son las palabras que utilizamos. Con
gran frecuencia nos comprometemos demasiado con nuestras
palabras e incluso llegamos a perdernos en ellas. De hecho, las
palabras que utilizamos con frecuencia son la parte menos
importante de ese anuncio e invitación que se le confió a la
Iglesia. Existe un viejo proverbio chino: "Lo que eres habla tan
alto que no puedo escuchar lo que estás diciendo". Todos
sabemos que el ejemplo es mucho más elocuente y persuasivo
que las palabras. Cuando los demás nos amonestan y sermonean,
con frecuencia queremos retarlos: "Muéstramelo tú. No me lo
digas". La gente sólo quiere valores que pueda experimentar, que
haya visto "en vivo".
Y es así que las personas más importantes y eficaces en
esta Iglesia, llamadas por Dios a congregarse, no son aquellas
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327
John Powell, S.J.
322
puesto así, ya que Dios puede hacer cualquier cosa que desee. El
hecho es que me siento seguro al decir que Dios así lo dispone
porque esta clase de oración proporciona interacción y la unidad
definitiva entre nosotros. Nos une a todos en una red de
interdependencia humana y ayuda mutua. En verdad somos la
familia, hermanos y hermanas en el Señor. Si uno de nosotros
sufre, todos sufrimos. Si uno de nosotros es exitoso, entonces
todos nos alegramos. Somos familia, la familia de Dios:
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
324
de nosotros y esto significa que todos estamos unidos recí-
procamente. Estamos unidos más fuertemente por esta presencia
viva del Espíritu en nosotros que si fuéramos una familia con
vínculos de sangre. La vida compartida de Dios, de la que todos
somos templos, nos hace familia de una manera muy pro-
fundamente personal. Ésta es la visión de fe de la realidad que
llamamos Iglesia.
Por lo tanto, el plan de Dios principia con los generosos
dones de Dios de vida y amor. Y para los que hemos sentido esta
vida y este amor que nos vivifican, Dios nos pide que com-
partamos con nuestras hermanas y hermanos lo que hemos reci-
bido. La realidad de la Iglesia, en su significado más fundamen-
tal, describe esta red de canales por los que los dones de Dios se
esparcen por toda la creación. Somos el medio por el que Dios
elige bendecir el mundo y reúne a nuestra raza humana, para
hacer de nosotros la familia de Dios y hacernos familia
recíprocamente.
La Iglesia y el Reino
Anteriormente describimos el Reino de Dios de esta manera: Por
parte de Dios es la invitación que nos hace para ir a Él con amor.
De nuestra parte el Reino es un "sí", una respuesta de amor:
"¡Vamos a Él!" Todos los estudiosos de las Sagradas Escrituras
convienen en que "el Reino de Dios" es el mensaje central de la
predicación de Jesús. La cuestión que se pone en discusión se
refiere al momento de su venida. Jesús parece estar diciendo tres
diferentes cosas al respecto. Primero habla del Reino como si
estuviera ya presente:
325
Me 9, 1
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
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todas nuestras inquietantes preguntas. Experimentaremos para
siempre la alegría pura que Dios ha querido compartir con noso-
tros, la familia amada de Dios, desde toda la eternidad. Éste es el
plan amoroso de Dios. Ésta es la forma en que se suceden las
etapas del Reino de Dios.
El Reino de Dios, entonces, es una invitación de Dios, que
nos pide entrar en él y decir "sí", y participar del plan de Dios.
Como ya se mencionó, hay tres etapas principales de esta invi-
tación descrita en el Nuevo Testamento: (1) la presencia y el
poder de Jesús en el mundo, (2) La muerte-resurrección y asun-
ción de Jesús y el envío del Espíritu Santo, (3) su segunda venida
en el final del mundo y el juicio final del mundo.
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John Powell, S.J.
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Pienso que este Reino está en mi propia vida. Cada día trae
un nuevo suministro de "materiales" con los que debo construir
una catedral de amor y alabanza. Cada día trae nuevas piezas del
rompecabezas de mi vida, que deben acomodarse perfectamente.
Cada día me desafía a un "sí" nuevo, más profundo y más
amoroso. Algunas de estas invitaciones son muy agradables, pero
otras son hirientes y dolorosas. En algunas ocasiones, Dios me
lleva hacia una noche de sufrimiento y me moldea en las
dolorosas llamaradas de la duda. Dios me desafía fuertemente a
entregarme. Siento los estrepitosos golpes de la gracia que
martillea mi alma. También muchas invitaciones vienen como la
primavera a derretir mi frialdad. Trae de vuelta los pastos, las
hojas y las flores. Las cálidas brisas de la consolación invaden mi
corazón. La sangre fluye nuevamente por las venas de mi alma.
Por supuesto, en algunas ocasiones no estoy vigilante ni
orando. No estoy listo con mi "sí". Y el Dios amable y clemente
viene en mi busca como el Buen Pastor que trata de encontrar a
su oveja perdida. Dios siempre me está invitando nuevamente,
pidiéndome una vez más el "sí" de mi amor y entrega. Junto con
Michel Quoist oro: "Señor, ayúdame a decir 'sí' ". Y en las
propias palabras del Señor, oro: "Venga a nosotros tu Reino" en
mi vida y en mi mundo.
El Reino "horizontal"
Una implicación de nuestro llamado al Reino, que cada quien
debe enfrentar, es ésta: No puedo decir mi "sí" de amor a Dios
sin decir mi "sí" de amor a ti. Tampoco tú puedes decir tu "sf' a
Dios sin incluirme a mí en tu acto de amor. Jesús es muy claro al
respecto. Si acudimos a colocar nuestra ofrenda de amor en su
altar y estando ahí nos viene a la memoria que abrigamos algún
resentimiento contra alguien, debemos regresar; primero debe-
mos estar en paz entre nosotros. Sólo entonces podremos volver
a él con nuestra ofrenda, el "sf' de amor. No quiere mi ofrenda de
amor a menos que tú hayas compartido conmigo ese don.
330
Un Dios con piel
Hay una historia bien conocida acerca de un niño que quería que
su mamá lo abrazara a la hora de acostarse. Cuando la mamá le
recordó a su pequeño que los brazos de Dios lo abrigarían toda
la noche, el niño contestó: "Sí, lo sé, pero esta noche necesito un
Dios con piel". Hay algo profundo en la respuesta del niño. En
ocasiones todos necesitamos a un Dios con piel. Todo lo que
sabemos en nuestras mentes viene de cierta manera a través de
los canales de nuestros sentidos. Los sentidos son los órganos
mediante los que hacemos contacto con el mundo externo. Por lo
tanto, si Dios viene a nosotros a través de los canales normales
de nuestro conocimiento, esto ocurre en cierta forma a través de
nuestros sentidos. De alguna manera, Dios nos debe permitir
verlo, escucharlo y tocarlo. En el Antiguo Testamento, la voz de
Dios se escucha en el trueno y se ve el relámpago sobre el Sinaí.
La voz de Dios sale retumbando de la zarza ardiente y de la boca
de los profetas. Dios es la voz silenciosa que viene en la suave
brisa, y dice: "Estén en silencio, y sepan que soy Dios". San Juan,
al principio de su primera carta, dice que quiere hablarnos sobre
Jesús:
Una visión que da la vida
331
Y por eso Dios quiso modelar una comunidad de amor
que llamamos Iglesia. San Pablo dijo que este plan de Dios,
escondido en Dios desde toda la eternidad, fue revelado por
Jesús y debe realizarse en y a través de nosotros. Pablo exclama
que éste es el plan de Dios: \Cristo en nosotros! (Col 1, 27). El
plan de Dios es que Jesús continuará viviendo en ustedes y en
mí y en todos los miembros de su Cuerpo, la Iglesia. En verdad,
Dios será para todos los humanos de todas las épocas "un Dios
con piel":
333
otra seguridad excepto decir que sé que me ha tocado y
transformado mi vida.
Por lo tanto cuando pregunten: "¿Podría ponerse de pie el
pueblo de Jesús? Me gustaría pararme bien erguido. Quiero
sostenerlo y ser contado como uno del pueblo de Jesús. Sin
embargo debo compartir esto con ustedes: Sería muy aterrador
hacerle frente solo. Necesito que ustedes estén conmigo en las
filas de la Iglesia, del pueblo de Jesús. Necesito que mi débil voz
se una a las de ustedes en el coro que canta la alabanza del Señor
y dice la oración del Señor. Sí, he sentido el toque del Señor en
mi vida y he sentido la mano del Señor en la mía. Sin embargo
dudaría mucho de mis propias experiencias si ustedes no están a
mi lado y me confirman en mi fe con su propio testimonio de la
gracia.
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John Powell, S.J.
como ves las aguas del océano que borran tus hue-
llas, también mi amor y misericordia han borrado
el registro de tus pecados. Te quiero de regreso a
mi amor. Te llamo a vivir y a amar, no a morir".
Era como un rayo de luz deslumbrante en la
oscuridad que era mi vida en ese tiempo. Me alejé
de las aguas y de todos mis pensamientos de
muerte. He construido con el amor y la ayuda
continua de Dios, una vida hermosa y satisfacto-
ria. Ahora vivo y amo.
No obstante, nunca le he contado a nadie, abso-
lutamente a nadie, lo que me sucedió ese día en
la playa. Toda mi vida cambió para siempre debi-
do a esa experiencia. Todavía siento miedo de
que al compartirla, alguien me diga que todo fue
un sueño, una alucinación. Alguien me podría
decir que en realidad no quería morir, y por eso
inventé la voz que me decía lo que realmente que-
ría escuchar.
Capítulo 23
339
Entonces una noche a principios de la primavera, Dios me
tocó. Me sentí lleno de la presencia innegable de Dios. Recuerdo
que pensé: "Si esto es la felicidad, entonces nunca antes había
sido feliz. Una probada del vino nuevo". Recuerdo que estaba de
pie llorando lágrimas de alivio. En verdad había un Dios. Y este
Dios había estado en mí todo el tiempo.
La pregunta crucial
Posiblemente la única pregunta que divide con mayor fuerza a
los creyentes entre sí es ésta: ¿Es verdad que Dios interactúa con
nosotros? Se dice que Thomas Jefferson, quien se consideraba a
sí mismo un hombre religioso, negó esta voluntad de Dios de
interactuar con nosotros. De hecho, se dice que eliminó de su
Biblia todos los pasajes que describen a Dios en contacto con la
historia humana y en diálogo con los seres humanos. Incluso hay
algunos teólogos que niegan esta voluntad de Dios de invo-
lucrarse con nosotros, los seres humanos. Y muchos que en teoría
quizá no estemos dispuestos a aceptar a un Dios que no se
involucre, en realidad sí pensamos de esa manera sobre Dios.
Muchos, de hecho, esperamos que Dios permanezca en silencio
y distante. Ocasionalmente lanzamos nuestras oraciones y ofren-
das por encima de la alta pared que nos separa de Dios. Espe-
ramos que Dios nos escuche, pero no esperamos una respuesta.
La situación es verdaderamente crítica porque todas las relaciones
prosperan sólo en la comunicación. Incluso a un nivel puramente
humano, sin comunicación activa no puede darse ninguna
relación. Pienso que lo mismo sucede en nuestra relación con
Dios. En ella, la comunicación tiene un nombre especial: oración.
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§§§ OQ© 9 O 999
t ■
341
ción a la que uno se sienta inclinado, la esencia de la comuni-
cación es, como siempre lo ha sido, una participación honesta de
sí mismo.
El sincero deseo de orar
Reconocemos que hay momentos en los que podemos participar
en una oración sin palabras. Sin embargo, hay algo sin lo cual
sencillamente no podemos orar: el deseo sincero de orar. Al prin-
cipio ninguno de nosotros está dispuesto a aceptarlo, pero todos
sentimos miedo de acercarnos demasiado a Dios. Mil preguntas
y dudas fluyen dentro de nosotros frente al solo pensamiento de
estar cerca de Dios. ¿Qué me dirá Dios? ¿Qué me pedirá Dios?
¿Hacia dónde me llevará Dios? Lo desconocido siempre es un
poco aterrador y en este caso es mucho lo que está en juego. Toda
mi vida está involucrada en ello, Dios puede destruir todo lo que
he construido, reordenar todos mis valores.
Además, me introduzco en el diálogo con los demás como
un igual; mis pensamientos son tan buenos como los tuyos, mis
decisiones son mías, y tú no tienes derecho de interferir, no vine
a este mundo a vivir de acuerdo con tus expectativas, y tú no
viniste a este mundo a vivir de acuerdo con las mías. Esto es bas-
tante diferente en el diálogo con Dios, quien nos dice: "Estén
tranquilos y sepan que soy Dios". Albert Einstein dijo en alguna
ocasión: "Cuando me acerco a este Dios, debo quitarme los zapa-
tos y caminar con suavidad, porque estoy en terreno sagrado".
El alto precio de la oración: la entrega
Otra condición básica para una oración exitosa es la entrega. La
palabra misma con frecuencia nos aterroriza. Sin embargo la rea-
lidad es que la disposición a la entrega es una condición no nego-
ciable para la oración. Recuerdo haber leído una historia que
escribió una mujer que nunca conocí. En su artículo describía sus
orígenes humildes: un departamento sin agua caliente, el ahorro
de los centavos para darse algún "gusto". Conoció a su futuro
esposo. Él era la personificación del héroe de sus sueños. No
podía creer lo que escuchaba cuando le pidió casarse con él. Ade-
más como tenía algún dinero, se mudaron a una zona residencial,
donde había agua caliente, grandes ventanas y prados verdes.
Había flores en el verano. Y muy pronto se dio la maravilla de
los hijos. Eso era todo lo que Jean siempre había querido.
350
Después, empezó a sentirse enferma físicamente, lo que la
llevó finalmente al doctor, quien la hospitalizó para algunas prue-
bas. No estaba preparada en absoluto para lo que iba a escuchar
342
cuando su doctor la miró tristemente y le dijo: "Su hígado ha
dejado de funcionar". Ella casi terminó gritándole: "¿Usted dice
que me estoy muriendo?" Con su mirada dirigida al piso, él le
dijo solemnemente: "Hemos hecho todo lo que pudimos". Enton-
ces ella se dio la media vuelta y abandonó el cuarto del hospital.
Sintió que dentro de ella se encendía el fuego ardiente de
la ira. En su furia quería reprocharle a Dios lo que sucedía. Se
encaminó con dificultad por los corredores rumbo a la capilla;
iba a ser un enfrentamiento cara a cara. Se sentía demasiado débil
y debía recargarse contra las paredes mientras caminaba. Cuando
entró en la capilla, estaba oscuro. Nadie más estaba ahí. Tomó el
pasillo central rumbo al altar. Mientras caminaba por aquel
pasillo interminable, ella iba preparando su discurso: "Dios mío,
eres un fraude, un verdadero charlatán. Te has hecho pasar como
amor por dos mil años; sin embargo siempre que alguien encuen-
tra un poco de felicidad, le mueves el tapete donde está parado.
Bueno, sólo quiero que sepas que basta. Conozco tu juego".
Ya frente al altar en el pasillo central, cayó al piso. Estaba
tan débil que sus ojos apenas veían las palabras bordadas en la
alfombra del escalón del santuario. Leyó la frase y la repitió:
"Señor, ten piedad de mí, un pecador". Repentinamente todas las
palabras de enojo, todo el deseo de poner a Dios en su lugar
habían desaparecido. Todo lo que quedaba era: "Señor, ten pie-
dad de mí, un pecador". Entonces, puso su aturdida cabeza entre
sus brazos cruzados y escuchó. En lo profundo de sí misma escu-
chó: "Todo esto es una simple invitación para que dirijas tu vida
hacia mí. ¿Sabes?, nunca lo has hecho. Los doctores de este lugar
hacen lo mejor que pueden para tratarte, pero sólo yo puedo
curarte".
En el silencio y la oscuridad de esa noche, dirigió su vida
a Dios. Firmó su cheque en blanco y se lo entregó a Dios para
que escribiera todas las cantidades. Era la hora de Dios. Era el
momento de su entrega.
Halló el camino de regreso a su habitación del hospital y
se durmió profundamente. Al día siguiente, luego de análisis de
sangre y orina, el doctor le dio noticias esperanzadoras: "Al pare-
351
John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
354
seres humanos porque pensamos que pueden ver a través de
nosotros. Verdaderamente somos fábricas de errores y algunas
veces nuestros errores han tenido un alto precio para nosotros y
para los demás. Debemos sentirnos cómodos con esta condición
humana o pretender que no es verdad. Debemos seguir ocultán-
donos detrás de nuestras imposturas. Naturalmente no estoy sugi-
riendo que sólo nos rindamos y cedamos a la debilidad humana.
Sugiero que debemos aprender a sentirnos cómodos siendo sólo
piezas de algo mayor. Todos hemos pecado y pecaremos
346
nuevamente. Para mí, es extremadamente importante conocer al
Jesús que se presenta como el Médico Divino, que hace visitas a
domicilio altamente personalizadas, a los que estamos enfermos.
Es importante para mí conocer al Jesús, el Buen Pastor. Debo
recordar continuamente que él nos busca como ovejas perdidas y
se regocija cuando nos encuentra.
Una y otra vez vuelvo a la parábola del Hijo Pródigo. Yo
soy el hijo pródigo, he derrochado mis dones en tantas vanidades
e inmadurez. Siento un profundo remordimiento. He sido muy
ingrato. Preparo mis palabras con cuidado y digo con temor: "Oh,
no puedo pedir que se me tome nuevamente como hijo. Tómame
como mano de obra contratada. Por favor, acéptame de nuevo".
Emprendo el camino de vuelta a casa, fortalecido por mi acto de
contrición que surgió de la soledad y la necesidad mismas. Mis
pasos son vacilantes e inseguros. Pero mi Abbá-Padre me ve y se
apresura por el camino. Me toma en sus brazos y suspira de
alivio: "Estás en casa. ¿Sabes?, eso era todo lo que quería. Estás
en casa". En su parábola, Jesús me asegura que mi amoroso
Abbá-Padre me da la bienvenida. Debo leer la parábola una y
otra vez. He tenido que hacer el largo viaje a casa más de una
vez. Paulatinamente he llegado a conocer el tierno amor y la
misericordia llena de gracia de Dios.
347
lamenta de que la psicología haya desatendido el espíritu huma-
no y el mundo de lo espiritual.
Sin embargo en realidad no tenemos otra alternativa. Somos
mente, cuerpo y espíritu. Estamos "en ella". Sabemos cuando el
cuerpo está enfermo y lo confiamos a nuestros médicos. Sabe-
mos que la mente está enferma, y la confiamos a nuestros psi-
quiatras. Pero el espíritu también puede enfermarse. El espíritu
puede morir de hambre, como puede suceder con el cuerpo. Tam-
bién necesita alimento consistente y ejercicio regular. ¿Cuáles
son los síntomas cuando se enferma el espíritu? Lo alimentamos
con rencores, sentimos resentimientos hacia mucha gente,
hallamos poco significado en la vida o la actividad humana. Se
nos dificulta disfrutar. Somos débiles cuando se necesita nuestra
fuerza, y nos convertimos en quejumbrosos e inculpadores. Es
evidente que estamos vacíos de lo que las Escrituras llaman los
"dones del Espíritu Santo": amor o caridad, felicidad, paz,
paciencia, amistad, bondad, lealtad, ternura y autocontrol.
Alguien sugirió que cuando Dios nos creó, fuimos hechos
como el queso suizo. Tenemos muchos agujeros dentro de noso-
tros que sólo puede llenar Dios mismo. Si no le pedimos a Dios
que llene nuestros vacíos, intentaremos sin éxito llenarlos noso-
tros mismos. Fanfarroneamos, mentimos, chismoseamos, colec-
cionamos trofeos, decimos nombres, alardeamos, competimos
por los reflectores, intentamos lograr el poder sobre los demás,
nos atragantamos en las fuentes del placer sensual y buscamos
estímulos. Sin embargo, al final nos quedamos con el doloroso
vacío que sólo Dios puede llenar.
Los años de la universidad por lo general son años de ries-
go y revisión. Por eso no me sorprende cuando alguno de mis
antiguos estudiantes regresa a contarme alguno de sus experi-
Una visión que da la vida
La hora de Dios
348
Por lo general el término hora tiene un significado neutral. Es
puramente una indicación de tiempo. Sin embargo, en las Escri-
turas, la "hora de Dios" tiene un significado religioso especial.
La hora de Dios indica una momento crucial en la vida o en la
historia humana, a través de la intervención especial de Dios. El
Señor nos pide estar vigilantes y listos porque no podemos saber
anticipadamente la "hora de Dios", la hora en que Dios vendrá a
nosotros con una intervención especial. Ahora soy lo suficiente
viejo y sagaz para saber que no puedo exigir o crear esta hora de
Dios. Dios vendrá a mí y a ti en una forma y una hora que Dios
mismo elegirá. En algunas ocasiones nos sentimos tentados a
comportarnos como entrenadores de animales, con nuestros aros.
Solicitamos la urgente presencia de Dios, para que salte por entre
nuestros aros, ¡y ahora mismo! Pero al final descubrimos, en
algunas ocasiones con tristeza, que Dios no es un animal
entrenado. Dios elige los momentos y los medios. Lo nuestro es
sólo estar listos para esos momentos especiales. Algunas veces
la hora de Dios parece llegar en el momento mismo del limite de
nuestras fuerzas. Sin embargo, parte de nuestra confianza en Dios
es que Dios vendrá a nosotros, en el mejor momento posible y de
la mejor manera posible. Debo dejarte ser tú, y tú debes dejarme
ser yo mismo. Y debemos dejar a Dios ser Dios.
349
nícale a Dios quién eres. Haz un esfuerzo por ampliar esta ima-
gen verbal. Al principio será difícil; sin embargo, el profundizar
cada vez más en las capas de uno mismo es un ejercicio muy útil
en el autoconocimiento, además de ser una buena oración. Y ya
que todo en realidad es un don de Dios, es útil iniciar con una
oración por el don de orar bien. "Ayúdame, Dios amoroso, para
conocerme a mí mismo y conocerte a ti. Ayúdame a comprender
nuestra relación. Ilumíname y dame fuerzas. Gracias". Luego
continúa con preguntas reflexivas como: ¿Quién soy? ¿Cómo me
siento hoy? ¿Cuáles son los pensamientos que han estado
retumbando en mi interior durante las últimas veinticuatro horas?
¿Qué ha sido lo más importante para mí? ¿Cuál persona ha sido
más importante para mí? ¿En qué hallé placer? ¿Qué me causó
dolor? ¿Hay algunas personas en especial que hayan tenido una
participación importante en mi vida reciente? ¿Qué motivos me
llevaron a actuar? ¿Qué fue lo que en realidad quiero lograr,
ganar, evitar? ¿En general, qué estoy haciendo con mi vida?
¿Quiero realmente esto?
Pienso que al esforzarme en verbalizar mis respuestas a
preguntas como éstas, en realidad me estoy conociendo mejor a
mí mismo. A medida que levantamos más capas y echamos una
mirada a los nuevos rincones de nosotros mismos, las respuestas
se tornan ligeramente diferentes. Mis estados de ánimo también
cambian. Algunos días me sentiré cansado de todo. Otros días me
sentiré preparado para mover montañas. También quizá me
alejaré de la "puerta conversacional" abierta hacia Dios.
Nosotros los humanos en realidad tenemos muchas puertas por
las que Dios pueda entablar el diálogo. Tenemos nuestras mentes
en las que Dios puede poner nuevas ideas, reflexiones, pers-
pectivas. Tenemos nuestras voluntades o corazones en los que
Dios puede implantar deseos y fuerza. Tenemos emociones para
que Dios pueda confortarnos en nuestra aflicción o afligirnos en
nuestra comodidad. También tenemos imaginaciones, lo que sig-
nifica que en nuestro diálogo, Dios puede decirnos palabras o
incluso sugerirnos imágenes. Cuando Robert le pide a Juana de
Arco en Saint Joan de Shaw: "¿En verdad escuchas la voz de
Dios o es la voz de tu imaginación?" Juana contesta: "Ambas
cosas. Ésa es la manera en que Dios nos habla, a través de nues-
tras imaginaciones". También tenemos recuerdos, y Dios puede
remover nuestros recuerdos en la oración de reminiscencia. Dios
también puede curar nuestros recuerdos dolorosos y transfor-
marlos en recuerdos útiles. En conjunto, existen estas cinco posi-
bilidades para que Dios entre en nuestra oración de reflexión. Lo
350
importante es saber que nuestros límites son las oportunidades
de Dios.
Al final de la oración, le pido a Dios por mis necesidades.
"Ilumíname para visualizar y dame fuerzas para llenar de amor
este día de mi vida. Llena mis pozos secos con tu amor para que
pueda transmitirlo". Entonces menciono los nombres de las
personas por las que he prometido orar. Le pido a Dios que las
bendiga. Pido a Dios por las personas que he herido, algunas
veces con conocimiento, otras sin saberlo, porque estaba tan
distraído conmigo mismo incluso para darme cuenta. Le doy
gracias a Dios por amarme y le pregunto sobre lo que tiene
planeado para el día de hoy, porque realmente me gustaría ser
parte de sus planes.
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Capitulo 24
La visión cristiana de
la voluntad de Dios ■
353
Yo supondría que la mayor parte del tiempo, las volunta-
des de los padres y los hijos están en armonía. Cuando papá y
mamá llevan al niño a la playa o al circo, cuando toda la familia
disfruta de un helado o juegan algún juego, no hay conflicto.
Asimismo, cuando Dios nos ofrece toda las cosas buenas y
hermosas creadas para su disfrute, no hay conflicto. Y con segu-
ridad estamos haciendo la voluntad de Dios cuando disfrutamos,
apreciamos y agradecemos estas abundantes y hermosas cosas:
buena comida, la luna y las estrellas, las playas de arena blanca,
las aguas ondulantes de los riachuelos o los rugientes mares, los
rostros sonrientes de los amigos, la alegría de un bebé recién
nacido, el abrazo del amor, la alegría de los árboles de Navidad.
Dios vio todas estas cosas y las consideró "¡muy buenas!" Y la
voluntad de Dios es que nos unamos a esa afirmación, que use-
mos y gocemos de su obra maravillosa y espléndidamente agra-
dable. Definitivamente todo esto es una parte importante de hacer
la voluntad de Dios.
Por supuesto, hay momentos en que la voluntad de una
madre y un padre no concuerda con la voluntad del niño. La
mayor parte del tiempo, cuando somos muy pequeños, nuestros
padres saben qué es lo mejor. Por supuesto, sería de gran ayuda
si los hijos pudieran convencerse de que sus padres sólo desean
su felicidad, incluso cuando no les permiten experimentar con
cerillos o jugar en la calle o quedarse despiertos toda la noche.
Asimismo, nos sería de gran ayuda si pudiéramos creer que Dios
quiere realmente nuestra felicidad, incluso cuando Dios nos
desafía con dificultades y nos pide que soportemos el fracaso o
el dolor. Pienso que la comparación entre Dios y los padres es
válida, excepto que los padres pueden equivocarse en sus juicios.
Dios, por definición, es infinitamente inteligente e infinitamente
amoroso. Dios no puede equivocarse, sabe mucho
Una visión que da la vida
mejor que nosotros qué nos hará felices. Esto está implícito en
la pregunta que Dios hace a Job: "¿Dónde estabas cuando hice
el mundo?"
Un amigo mío muy querido y bueno, ahora ya fallecido,
fue la persona con más deficiente salud que he conocido. Un
ataque a las coronarias a los treinta y cinco años de edad. Múl-
tiples cirugías por cáncer que dejaron un agujero en el centro de
su cara y requirió una prótesis para remplazar su nariz y meji-
llas. Debido a esta persistente mala salud, estuvo siempre muy
354
limitado y confinado a actividades sedentarias. Sufrió prolonga-
das crisis de dolor y con frecuencia se avergonzaba de su des-
dicha. En una ocasión le pregunté a este hombre acerca de su
reacción. ¿Te deprimes de vez en cuando? ¿Te sientes amargado
en ciertos momentos? Nunca olvidaré su respuesta: "Estas son
las cartas que Dios me dio amorosamente, y éstas son las cartas
que jugaré amorosamente". Siempre recordaré la respuesta de
mi amigo y estaré agradecido por ella.
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John Powell, S.J.
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Una visión que da la vida
359
monasterio. El escritor le preguntó al abad: "¿Cuál es el paso
ineludible para dilucidar la voluntad de Dios?" El abad contestó:
"Para encontrar la voluntad de Dios sobre un asunto específico
es necesario desear la voluntad de Dios con todo tu corazón en
todas las cosas y en todo momento".
La persona que busca y desea la voluntad de Dios con fir-
meza puede sentir confianza en que la voluntad específica de
Dios puede estar presente en sus inclinaciones y atracciones más
profundas. Muchos de los santos percibieron que una determi-
nada acción era la voluntad de Dios porque experimentaron una
fuerte atracción dentro de ellos mismos para tomar ese curso de
acción. Teresa de Lisieux dijo en alguna ocasión que sabía que
Dios quería que ella fuera hermana carmelita porque Dios había
plantado en su corazón un fuerte deseo para ello. Una vez más,
la pregunta principal que tú y yo debemos confrontar es ésta: ¿En
verdad quiero la voluntad de Dios? ¿Estoy decepcionado primero
por querer hacer mis propios planes y después por insistir en el
apoyo de Dios en su realización? ¿Ó trato de encontrar mi lugar
en los planes de Dios, en el "plan maestro" de la providencia de
Dios? Si nuestra pregunta es ésta última, entonces podemos
consultar de manera segura y sabia nuestras propias
inclinaciones y atracciones más profundas para identificar los
movimientos y direcciones de la gracia.
El segundo método de discernimiento que a mi parecer es
el más útil es el siguiente. Una vez más, suponemos que he rea-
lizado mi acto de fe y que en verdad y sobre todo deseo la volun-
tad de Dios. Nos resulta de gran provecho imaginarnos siguiendo
cada uno de los posibles cursos de acción, al enfrentarnos con las
frecuentes bifurcaciones de decisión a lo largo de nuestra vida.
Al plantearnos mentalmente todas las alternativas, la voluntad
específica de Dios será aquella en la que encontramos mayor paz
de corazón.
¿Por qué? Imagina junto conmigo, si así lo deseas, que la
gracia de Dios es una fuerza física. Esta gracia nos lleva suave-
mente por una dirección definida. Si tratamos de ir en dirección
contraria, debemos ejercer una fuerza adicional y sentiremos la
fricción y la pesadumbre que provoca esta oposición. Sin embar-
go, si nos movemos con ella, fluimos con la fuerza suave pero
marcada de la gracia, sentiremos más bien el apoyo y el impul-
so de las suaves presiones de la gracia. De manera similar, aun-
que la gracia no es una realidad física sino espiritual, cuando nos
movemos en la dirección de la gracia de Dios, hay una expe-
riencia interior de armonía y paz. Estamos moviéndonos con la
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corriente. Hay un sentido de que "esto es lo correcto que debe-
mos hacer, decir o ser". Por otro lado, cuando protestamos contra
el estímulo, como lo dice san Pablo, hay una experiencia de
lucha. "Mis miembros alojan otra ley". La fuerza de nuestras
voluntades no fluye con el movimiento de la gracia, sino lucha
contra ella.
Concretamente, al averiguar si existe alguna voluntad espe-
cífica o directiva de Dios, debo intentar más que cualquier otra
cosa, estar consciente de mi propia intención básica y general:
¿En verdad deseo la voluntad de Dios? ¿Estoy dispuesto a sus-
pender o por lo menos detener mis propios deseos hasta que ave-
rigüe los deseos de Dios? ¿Estoy listo para abrir mis manos a
Dios? ¿Mi oración central y de mayor fuerza es "¡Hágase tu
voluntad!"? El deseo de hacer siempre la voluntad de Dios es la
parte más importante de nuestro discernimiento. Éste debe ser
siempre el deseo más profundo de nuestros corazones.
Confiar en el Señor
Hay una regla antigua que dice: "Oremos como si todo depen-
diera de Dios pero trabajemos como si todo dependiera de noso-
tros mismos". Otra versión de esto dice: "Cuando estés en alta
mar y se presente una tormenta, ora con todo corazón pero rema
con todas tus fuerzas hacia la orilla".
Recientemente escuché una historia sobre un hombre cuya
casa estaba en una zona inundada. Vio por la ventana del primer
piso de su casa a un hombre que pasaba por ahí en un bote. El
hombre del bote le gritó: "¡Súbase al bote y póngase a salvo!"
"No -fue la respuesta-, confiaré en el Señor". Las aguas subieron
aún más y muy pronto el pobre hombre se asomó por la ventana
del segundo piso de su casa. Una vez más pasó un hombre en un
bote y le imploró que se subiera al bote y salvara su vida. "No -
contestó con firmeza-, confío en el Señor". La inundación
alcanzó su más alto nivel y muy pronto el hombre se vio forzado
a subir al punto más alto del techo de la casa. Pasó un helicóptero
y voló sobre él. El piloto le dijo por el altavoz "¡Vamos a lanzar
una escalera. Suba al helicóptero y sálvese!" Una vez más el
hombre, sin esperanza alguna de sobrevivir, se sentó sobre el techo
y contestó: "¡No, voy a confiar en el Señor!"
Bueno, al parecer las aguas siguieron subiendo y el pobre
hombre finalmente se ahogó. En las "puertas del cielo" al encon-
trarse con la figura majestuosa de san Pedro, con su barba blan-
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Una visión que da la vida
María: Pietá
Los evangelios (Le 1, 26-38) nos hablan sobre un ángel que se
presenta ante una joven con una pregunta que ella misma nunca
hubiera pensado siquiera: "¿Serás la madre del Mesías?" La
asombrada muchacha ya había prometido su virginidad a Dios.
No comprendía cómo podía ser madre. El ángel procedió a ase-
gurarle que esto no sucedería a través del poder del hombre sino
mediante el poder de Dios. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti".
Haciendo acopio de toda su inteligencia, la jovencita planteó la
única pregunta importante: "¿En verdad ésta es la voluntad de
Dios? ¿Dios realmente quiere esto de mí? Esto siempre había
sido el deseo de su corazón: hacer la voluntad de Dios en todas
las cosas. El ángel le asegura que es la voluntad de Dios y la
joven, María, inclina su cabeza con un inmediato "¡Sí! Soy la
esclava del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que me has dicho!" (Le 1,
38) Y así, en este momento la Palabra se hizo carne. El Hijo de
Dios tomó su humanidad del cuerpo de María y el poder de Dios
hizo de ella su casa, bajo el corazón inmaculado de María.
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John Powell, S.J.
Una visión que da la vida
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de Dios. En la escultura, María sostiene a Jesús en sus brazos,
mirando el molido cuerpo de su hijo, con una compasión
cariñosa y amorosa de madre. Miguel Ángel llamó a su estatua
la "Piedad". Pietá en italiano es una palabra que implica "fide-
lidad". María es aquella mujer que con todo su corazón deseaba
sólo la voluntad de Dios, que dijo su "sí" pero no comprendió
todo lo que implicaba. Sin embargo, ella confió en Dios, confió
en ese Dios que la amaba, confió en la sabiduría y los caminos
de Dios, incluso cuando no los comprendía. La síntesis del
increíble logro de Miguel Ángel es la palabra: piedad.
Oración final
Dios, Padre mío: Crea en mí un corazón que ansie sólo tu volun-
tad: un corazón para aceptar tu voluntad, para hacer tu voluntad,
para ser lo que tú quieres que yo sea, para hacer lo que tú quieres
que yo haga.
Cuando decidiste crear este mundo, ya tenías los planos y
diseño de mi vida: el momento de mi concepción, el día y la hora
en que nacería. Viste desde toda la eternidad el color de mis ojos
y escuchaste el sonido de mi voz. Sabías cuáles dones tendría y
aquellos de los que carecería. También sabías el momento y la
circunstancia de mi muerte. Estas decisiones son todas ellas parte
de tu voluntad hacia mí. Trataré amorosamente de construir un
templo de amor y alabanza con estos materiales que tú me has
dado. Lo que soy es tu regalo para conmigo. En lo que me
convierta será mi regalo para ti.
Con respecto al futuro, pido la gracia de firmar un cheque
en blanco y ponerlo confiadamente en tus manos, para que
escribas en él los montos: la longitud de mi vida, la suma de
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John Powell, S.J.
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