Sociedades Andinas Antes de 1532 PDF

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Capítulo 3

LAS SOCIEDADES ANDINAS


ANTES DE 1532*
Cuando la región andina fue invadida por las tropas de Pizarra en 1532, habían
pasado ya cuarenta años desde la caída tanto de Granada como de las primeras is-
las del Caribe ante los castellanos; más de veinte años desde la invasión de Mesoa-
mérica. Una generación entera de europeos —casi dos— se habían familiarizado ya
con las costumbres de los «infieles» y los «indios». Los hijos engendrados en el Nue-
vo Mundo ya eran adultos; hablaban las lenguas de sus madres. Padres e hijos oían
relatos de otros parajes, aún más remotos y más ricos, situados más allá de Pana-
má, en la Mar del Sur. Rumores acerca de sociedades como las andinas abundaban
entre los colonizadores de Nicaragua y el Istmo; hay quien cree que las noticias ha-
bían llegado hasta el Brasil. Un portugués, Aleixo García, escuchó lo suficiente en
aquella tierra para acompañar a una incursión de los chiriguanos contra el altipla-
no; entrando desde el sudeste atacaron las instalaciones inka,1 al menos cinco años
antes de que Pizarro las invadiera desde el norte. Años después de que el clan de
los Pizarro hiciera valer sus derechos sobre el mundo andino, otros peninsulares se-
guían pretendiendo que ellos habían sido los primeros en oír hablar de estos reinos.
Nuestro conocimiento de las civilizaciones andinas antes de 1532 parte de tales
relatos y crónicas posteriores de testigos presenciales. Es un conocimiento muy in-
completo; incluso la colectividad de los estudiosos no siempre es consciente de lo

* El autor y el redactor desean reconocer la ayuda de la Dra. Olivia Harris, del Goldsmiths'
College en Londres, por su labor en la preparación final de este capítulo.
1. En la actualidad unos diez millones de personas hablan quechua y aymara. En 1956, el Con-
greso Indigenista Interamerícano, celebrado en La Paz, optó por una norma ortográfica para la es-
critura de estas lenguas; este criterio se usará aquí. Puesto que por lo menos seis fonemas distintas
se transcribieron en la colonia con una sola letra c, el Congreso recomendó que cada una de las seis
fuera cuidadosamente separada. Por esto se escribe inka y no inca; khipu y no quipo. Las letras Ch,
P y T pueden inducir a confusión ya que en las lenguas andinas cada una de ellas puede ser glotali-
zada, aspirada o llana. Así mit'a, para evitar la confusión con palabras similares que carezcan de
glotalización. En 1975, el gobierno peruano declaró el quechua como una de las lenguas oficiales
del país que se puede usar en las escuelas, en los tribunales y otros lugares públicos. El aymara es
de uso frecuente en la radio y la televisión de La Paz.
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fragmentario de la documentación que queda. La arqueología podría ayudarnos si


no fuera por la posición marginal que esta disciplina ocupa todavía en las repúbli-
cas andinas (en fuerte contraste con México). Millones habrán leído la Oda a Ma-
chu Picchu de Pablo Neruda; millones más habrán visitado el monumento, pero nadie
sabe cual segmento de la sociedad inka habitaba el lugar. Esto no desanima las olea-
das sucesivas de arquitectos que «restauran» el asentamiento, pero muy pocos, si es
que los hay, arqueólogos se ganan la vida en la antigua ciudad. Casi no hay exca-
vaciones serias de este paisaje urbano casi vertical; faltan análisis serios de las téc-
nicas de edificación y de planeamiento urbano que distinguen Machu Picchu de otros
centros urbanos en los Andes.
Paradójicamente, períodos mucho más antiguos, algunos fechados miles de años
antes de los inkas, parecen ser más accesibles y se han estudiado minuciosamente,
particularmente los detalles de su cerámica. Aspectos decorativos de otras artesa-
nías, especialmente los tejidos —el arte mayor en los Andes— han sido todos ellos
catalogados, fotografiados y protegidos. Pero a medida que nos acercamos a 1532,
cuando el estado andino fue derribado y astillado en los centenares de grupos étni-
cos que lo componían, lo menos probable es que aprendamos lo indispensable de la
arqueología inka, tal como se practica hoy en día. Casi todo cuanto tenemos depende
de los relatos escritos de aquellos que «estuvieron allí».
De cierto modo, estos relatos son notables: a sólo dos años después del desastre
en Cajamarca, donde el rey Atawallpa [Atahualpa] fue capturado, se publicaron en
Sevilla dos relatos describiendo estos acontecimientos, en una época cuando las co-
municaciones transatlánticas eran lentas y la impresión de libros peligrosa. Uno de
estos relatos era el informe oficial de los Pizarro, escrito por su primer escribano,
Francisco de Xerez; éste se esforzó en establecer que suya era la «verdadera rela-
ción» {Verdadera relación de la conquista del Perú [1534]) ya que otro testigo pre-
sencial, Cristóbal de Mena, se le había adelantado en la impresión. Y anteriormen-
te a estos dos, en una feria anual celebrada en Lyon, buhoneros ya ofrecían a los
mercaderes allí reunidos desde el Rin al Piamonte, hojas sueltas impresas, que des-
cribían el rescate multimillonario de Atawallpa.
Los estudiosos tienden a lamentar las deficiencias de tales informes; cada espe-
cialista ha preparado un interrogatorio cuyas preguntas quedan sin respuesta. Aun-
que los bailes folklóricos representan, incluso en la actualidad, el encuentro de los
inka y los soldados europeos, ya no nos ayudan a recuperar la tradición oral dinás-
tica, 450 años después de los acontecimientos. Algunos de los más antiguos relatos
hechos por los extranjeros han sido comúnmente conocidos durante mucho tiempo,
pero no quedan muchos. El siglo xix fue el gran período en el que se desenterra-
ron y publicaron estas primeras descripciones; la mayoría se había publicado incluso
antes, W.H. Prescott había tenido acceso a ellos. Es extraordinario como su intem-
poral The Conquest of Perú [1847], todavía se lee hoy, más de 140 años desde su
publicación. Esto se debe, creemos, menos a la comprensión que Prescott tenía de
las civilizaciones precolombinas, cuanto al limitado tiempo que los investigadores
contemporáneos invierten en la búsqueda de nuevas fuentes, además de la superfi-
cialidad de la arqueología inka antes aludida.
El único estudioso importante en este campo fue Marcos Jiménez de la Espada,
muy activo en tal búsqueda y la consecuente publicación hace cien años. Lo hacía
mientras se ganaba la vida como conservador de anfibios y batracios en el Museo
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de Historia Natural de Madrid. Como actividad suplementaria publicó las fuentes


manuscritas ya usadas por Prescott y otras que el investigador de Nueva Inglaterra
nunca alcanzó a ver. Por 1908, cuando el alemán Pietschmann localizó en Copen-
hague algo verdaderamente sin precedente, una «carta» de 1.200 páginas dirigida al
rey de España, escrita e ilustrada por un «yndio» andino alrededor de 1615, ya la
urgencia que había movido a Jiménez a publicar fuentes primarias inéditas se había
esfumado. Pasaron 28 años más antes de que los agravios de Waman Puma [Gua-
rnan Poma] (Nueva Coránica y Buen Gobierno) se vieran impresos. Desde enton-
ces, se han localizado nuevos textos desconocidos, la mayoría de ellos, por Hermann
Trimborn de Bonn, pero es notable ver cómo la obra de Prescott se parece a la de
Cunow (1896), Baudin (1928), Rowe (1946), Murra (1955), y, más recientemente,
Hemming (1970). Todos ellos usan más o menos las mismas fuentes, y si difieren
lo hacen en materia de interpretación e ideología.
En los últimos treinta años, se han disipado algunos de los misterios, especial-
mente en lo que se refiere al estado inka. Se han hecho algunos progresos al com-
prenderse la articulación de los grupos étnicos locales a los inkas, por el estudio de
los litigios, o por registros demográficos o de tributos recopilados en las primeras
décadas del dominio europeo. Todavía es un hecho claro que el estudio de John H.
Rowe sobre las formas de gobierno en los Andes centrales, «Inca cultura at the time
of the Spanish Conquest» publicado hace casi 40 años (1946) en el Handbook of South
American Indians, es todavía una acertada declaración de nuestros conocimientos en
etnografía. Sondear la vida cotidiana y la organización de los estados andinos que-
da pendiente. Es un trabajo a largo plazo para acometer seriamente cuando los ar-
queólogos y etnólogos aprendan a trabajar juntos, y cuando las cinco repúblicas que
han heredado la tradición andina —Bolivia, Perú, Ecuador, Chile, Argentina— de-
cidan que la herencia es verdaderamente suya.

Mientras tanto, advertimos que los primeros observadores del siglo xvi llegaron
a ciertas conclusiones que los estudios modernos han confirmado.
En primer lugar, el paisaje no se parecía en nada a lo que los observadores ha-
bían visto ni oído antes. Algunos eran soldados que habían servido en Italia, Méxi-
co, Guatemala, Flandes o el norte de África, pero en los Andes las montañas eran
más altas, las noches más frías y los días más calurosos, los valles más profundos,
los desiertos más secos, las distancias más largas de lo que las palabras podían des-
cribir.
En segundo lugar, el país era rico, y no sólo en términos de lo que pudieran lle-
varse de allí. Había riqueza en cuanto al número de personas y sus habilidades, las
maravillas tecnológicas que se observaban en la construcción, la metalurgia, inge-
niería civil, los sistemas de riego, o la fabricación textil («los cristianos tomaron la
que quisieron y todavía quedaron las cosas [los depósitos de tejidos] tan llenas que
parecía no haber hecho falta la que fue tomada ...). 2
En tercer lugar, el reino había sido sometido al gobierno de un príncipe, unas
tres o cuatro generaciones antes de 1532. Y desde los primeros días tras el triunfo
español en Cajamarca, observadores cuidadosos se preguntaban cómo esta autori-

2. Francisco de Xerez, Verdadera relación de la conquista del Perú [1534], Madrid, 1947,
p. 334.
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dad, gobernando a tanta gente separada por su particular geografía, se había derrum-
bado tan fácilmente.
Si bien básicamente ciertas, cada una de estas conclusiones puede admitir refor-
mulación. Aunque se encuentra completamente localizada entre los dos trópicos, la
geografía andina tiene pocas análogas —si es que las hay— para el hombre en otras
latitudes. Por ejemplo, las regiones con la mayor densidad de población se encuen-
tran sumamente altas. En 1532 (como hoy, en realidad) vivía más gente en el alti-
plano alrededor del lago Titicaca que en ninguna otra parte. Esto angustia no sólo
a los planificadores enviados por organismos internacionales; incluso los economistas
locales revelan a menudo su exasperación. Contemplan una enorme población de me-
nesterosos, que intentan arañar la vida bajo lo que el forastero citadino percibe como
circunstancias desalentadoras. ¿Por qué una población agrícola tan numerosa insis-
te en cultivar unas tierras en las que se pueden esperar más de 300 noches de hela-
das al año?
Un paso importante de cara a la comprensión de la geografía andina se dio en
los últimos años veinte, cuando el investigador alemán Cari Troll realizó un traba-
jo de campo en Bolivia. En 1931 publicó lo que todavía es la obra de mayor influen-
cia sobre los múltiples y variados «nichos» que existen en el paisaje creado por la
estrecha proximidad entre cada una de las cordilleras, los desiertos costeros y las
selvas del Amazonas.3 Hace notar que las gráficas clásicas de lluvias y temperatu-
ras eran inadecuadas y erróneas, en los informes para esta región. Para registrar los
extremos andinos en cualquier período determinado de 24 horas, Troll ideó unas grá-
ficas nuevas. Anteriormente, había descubierto que la terminología científica desa-
rrollada en otra parte no describía los climas locales; mucho de su vocabulario lo
adquirió de la práctica etnográfica andina. Evidentemente, uno puede meter con cal-
zador la puna andina en la cesta de la compra de la estepa o de la sabana misma,
pero esto implica una grave pérdida de especificidad. Estas praderas tropicales, aun-
que frías y altas, se han cultivado durante mucho tiempo, quizá incluso antes de que
se hubieran talado todos los árboles; durante milenios, la mayoría de los pueblos an-
dinos han vivido allí. No sólo los inkas, sino estructuras de estado más antiguas (Ti-
wanaku, Wari) surgieron en la puna; Troll consideró que esto podría ser un indica-
dor significativo de las potencialidades que la mayoría de los observadores contem-
poráneos no alcanzan a comprender.
La agricultura andina sólo ha atraído la atención de los agrónomos recientemente.
La fácil adaptación por los campesinos de cultígenos europeos y africanos —cebada,
caña de azúcar, la uva, plátanos— ha enmascarado su apego a los cultivos resisten-
tes y de implantación local minuciosamente adaptados a las condiciones andinas. Na-
die sabe cuántos cultígenos se sembraban para el 1532; muchos ya se han perdido
y otros tardaron en extinguirse, sufriendo por su baja posición, a pesar de sus pro-
bados valores nutritivos. Cuando se estudia la cantidad de tubérculos (de los que la
papa es tan sólo el más conocido) o el tarwi (un lupino rico en grasas) o la kinuwa
(un cereal de las grandes altitudes, con fuerte contenido en proteínas) o la hoja de
coca que apaga la sed, se advierte lo aborigen y prístino que era el complejo agrí-

3. Cari Troll, «Die geographische Grundlagen der Andinen Kulturen und des Inkareichs», en
Ibero-Americanisches Archiv, V, Berlín, 1931. Del mismo autor, The geo-ecology ofthe mountai-
nous rexions ofthe tropical Americas, Bonn, 1968.
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cola andino. Algunos de los cultivos (maíz, batatas) se descubrieron en todo el con-
tinente, pero en el sur ninguno era materia prima, aunque algunos se consideraran
productos exóticos altamente apreciados.
Sin embargo, en las circunstancias andinas no era suficiente tener una perfecta
adaptación local. Hay muy pocas tierras de cada una de las variedades. Los buenos
pastos pueden estar muy lejos. Incluso si se comparan los productos de dos o tres
niveles vecinos, no se podría proporcionar las bases para la formación de una gran
población o la creación de un estado. Si los pueblos andinos quisieran eludir las ham-
brunas, llenar sus propios graneros y los de sus señores y dioses, tendrían que afron-
tar los cambios abruptos de las condiciones geográficas, no sólo como unas desven-
tajas o limitaciones, sino como ventajas potenciales. Esto se consiguió muy pronto
en los Andes, incluso por los grupos humanos reducidos que en el curso de un solo
aflo podían pescar, cosechar y cultivar huertos en varios pisos. A medida que la po-
blación crecía, empezaron a aprovecharse recursos en pisos cada vez más lejanos,
abajo en la zona seca costera si vivían en la cordillera occidental, o en los bosques
de las estribaciones de los Andes si su tierra base estaba en la cadena oriental.
En la agricultura andina, la adaptación enfrentaba otra desventaja: los cambios
bruscos de temperatura desde las noches glaciales a los días tropicales. En el alti-
plano, la región más densamente poblada, se registran frecuentemente diferencias
de 30 °C e incluso mayores en un período de 24 horas. Esta aparente desventaja se
transformó también en una ventaja de adaptación: en una fecha todavía desconoci-
da en la historia andina, todo tejido vegetal, pero especialmente las miles de varie-
dades de tubérculos y todas las pulpas silvestres y cultivadas empezaron a sufrir un
proceso: se helaban durante la noche, secándose al sol tropical al día siguiente. Los
tejidos helados y secos eran muchos, pero dos nombres habían continuado siendo
de uso más general: ch 'uñu y ch 'arki. La mayor parte de ellos no sólo eran fáciles
de transportar, sino que podían permanecer indefinidamente bajo las condiciones de
la puna.
Dentro de semejantes adaptaciones y transformaciones del medio ambiente, el ta-
maño de los estados andinos variaba desde unes cientos de familias hasta unos 25.000
o 30.000 unidades domésticas, con una población total que, quizá, alcanzara los
150.000 habitantes; cuando un estado como el Tawantinsuyu de los inkas los incor-
poraba, la población podría alcanzar los 5 millones o más.4 La ampliación en la es-
cala de los estados condujo a cambios en la situación y las funciones de los asenta-
mientos dispersos. En el valle de Huallaga, en el actual Perú central, los primeros
registros europeos identificaron varios grupos étnicos, de los cuales el más nume-
roso era el chupaychu, al que se le atribuyeron 4.000 familias en el sistema deci-
mal de cálculo andino. Otros dan cuenta en el valle de algunos con 400 «fuegos».
Independientemente del tamaño, en 1549, cada grupo mencionado poseía huertos en
los que se cultivaba la hoja de coca, situados a unos tres o cuatro días de camino,
desde el asentamiento principal:

preguntado si los yndios que están la coca son naturales de la tierra o mitimaes pues-
tos de otra parte y de donde son naturales dijo que los tres yndios que están en la coca

4. Sobre la población del Perú en 1532, las estimaciones recientes la cifran en 2 a 9 millones;
véase la «Nota sobre la población nativa de América en vísperas de las invasiones europeas», infra
pp. 120-121
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de Pichomachay son el uno del pueblo de Pecta otro de Atcor y otro de Guacas y que
están puestos allí del tiempo del inga y que estos se mudan cuando se muere la mujer
o cuando ellos se mueren ponen otro en su lugar y que en la coca de Chinchao hay otros
dos yndios uno es del pueblo Rondo y otro de Chumichu ...

Este testimonio fue registrado en 1549, tan sólo siete años después de romperse
la resistencia local a la invasión. La hoja de coca de Chinchao se menciona de nuevo:

en este mismo día visitamos ... en Chinchao 33 yndios que son coca camayos de to-
das las parcialidades de los chupaychos los cuales 20 de estos ya están visitados y con-
tados en sus mismos pueblos donde son naturales.

De este testimonio, poco común en la historiografía andina por su meticulosidad


y lo prematuro de su fecha, observamos que estos colonos fueron enviados desde
cada aldea de las tierras altas; permaneciendo en las tierras bajas durante la vida de
la pareja, porque el censo andino no contaba a los solteros ni viudos; sin embargo,
continuaban ligados a los registros de sus khipu, aunque estuvieran físicamente ausen-
tes de su lugar de origen. A distancias similares, de dos a cuatro días de camino,
otros colonos cuidaban rebaños de camélidos, excababan para buscar sal, cortaban
madera o cultivaban pimientos y algodón. En el valle del Huallaga, la hoja de coca
y la sal eran compartidas por los habitantes de las cercanías: algunas de las minas
de sal estaban instaladas a 6 y 8 días lejos de «casa».
Los pueblos principales de esta zona fueron localizados por debajo de la línea de
los 3.000 m, en un tinku, el lugar de encuentro de dos zonas ecológicas, en donde
podían conseguirse fácilmente los tubérculos y el maíz, a menos de una jornada de
camino, arriba y abajo del pueblo.5
En otras condiciones geográficas, donde era imposible este fácil acceso a las tie-
rras del maíz, ya que los asentamientos nucleares se elevaban a 3.500 e incluso a
3.800 m de altitud —muy cerca de los rebaños de camélidos— no se podía trabajar
mucho tiempo en los campos de maíz y regresar en el mismo día. En el densamen-
te poblado altiplano del lago Titicaca,6 el maíz, como un cereal del rito de la hos-
pitalidad, era todavía indispensable, pero ahora era cultivado por colonos permanen-
tes, en parcelas situadas a varios días de casa, según el modelo descrito anteriormente
para los cultivos de la hoja de coca. El mayor tamaño del poblado hacía posible en-
viar colonias más grandes y establecerlas muchos más días lejos. El reino aymara
de los lupaqas había enviado verdaderas muchedumbres hasta el desierto de la cos-
ta, a diez y a veces incluso quince días lejos del núcleo. Thierry Saignes ha estu-
diado recientemente el acceso de todos los pueblos que circundan el Titicaca a las
«islas» de las tierras bajas, al este del lago; allí, la madera, la hoja de coca y la miel,
así como el maíz, podían estar al cuidado directo de la propia familia o de quienes
dependían de ella.7

5. fñigo Ortiz de Zúñiga, Visita de la Provincia de León de Huánuco [1562], I, Huánuco, Pertí,
1967, p. 44; Ibid., pp. 303-304.
6. Garci Diez de San Miguel, Visita hecha a la Provincia de Chucuito [1567], Lima, 1964,
p. 109.
7. Thierry Saignes, «De la filiation a la résidence: les ethnies dans les vallées de Larecaja»,
AESC, 33/5-6 (1978), pp. 1.160-1.181. Este es un tema de los Ármales sobre la antropología his-
torie;! do lus Andes, editado por John V. Muirá v Nathan Wachtel.
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Cada uno de los accesos complementarios a los diversos niveles ecológicos8 dis-
persos, se ha denominado como el modelo «archipiélago» en los asentamientos an-
dinos. Mientras en la mayor parte de los lugares las distancias se habían reducido
en los tiempos coloniales y, más recientemente, algunas de las poblaciones de las
tierras altas todavía tenían «doble domicilio».9
La arqueología afirma que este modelo es antiguo, aunque pocas excavaciones
hayan probado su edad. Algunos propugnan que dichos accesos múltiples y simul-
táneos a los diferentes microclimas que seguía una sola etnia no debieron suceder
hasta que la proyección de la paz establecida por un estado protegiera a las carava-
nas anuales que comunicaban a los asentamientos periféricos con los núcleos de po-
der. Los estados probablemente favorecían estos acuerdos, imponiendo su autoridad
sobre los grupos étnicos rivales. Pero incluso en los siglos en que un centro políti-
co de menor relevancia podía reclamar su hegemonía, durante los períodos arqueo-
lógicos llamados Intermedio Primitivo o Tardío, los accesos complementarios a una
amplia gama de nichos ecológicos era demasiado importante para ser dejado aparte
del repertorio económico de los señoríos locales andinos.
Independientemente de su origen, se puede afirmar que ese ascenso en la escala
política tenía consecuencias en la complejidad de los acuerdos en las zonas perifé-
ricas. Hemos visto antes, en el caso de los mineros de sal, que sus asentamientos
eran multiétnicos; este rasgo resultaba más común a medida que se amplía el seño-
río. La ocupación simultánea de una «isla» en la periferia por colonos pertenecien-
tes a varias comunidades debe haber conducido a la fricción, las riñas, incluso las
hegemonías temporales de un contendiente sobre otro. Pero las evidencias indican
que el viaje de acceso a los productos exóticos era tan duro que, a los períodos de
lucha siguieron años en que el acceso estaba compartido, sin importar lo tensa que
fuera la tregua.
La forma de selección que se hacía de los colonos vitalicios y el mantenimiento
de su lealtad al grupo que les mandaba, han sido objeto de especulación. Cuando la
distancia al núcleo era corta, el colono, conocido en quechua como un mitmaq, po-
día mantener fácilmente los vínculos con su comunidad de origen. Pero cuando la
distancia aumentaba a 8, 10 o incluso más días, los dispositivos institucionales sur-
gían para garantizar no sólo el acceso de los colonos a los productos, sino también
a la sociabilidad, a cónyuges para su descendencia o a la participación ceremonial
en el núcleo. Fuentes eclesiásticas europeas del siglo xvi indican que las caravanas
se desplazaban libremente desde un piso a otro; las esposas procedían de lugares bien
lejanos.10
La especialización gremial se hallaba implícita en el mismo modelo de asenta-
miento disperso. El mitmaq de las zonas boscosas era también responsable de los
vasos y platos de madera; los habitantes de las playas debían secar el pescado y las
algas comestibles, pero además recogían guano. Al regreso, la caravana que venía

8. John V. Murra, «El control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía de


las sociedades andinas» en J. V. Murra, ed., Formaciones económicas y políticas del mundo andi-
no, Lima, 1975.
9. Olivia Harris, «Kinship and the vertical economy», en International Congress of America-
nists, Actes, París, 1978, IV, pp. 165-177.
10. Freda Yancy Wolf, comunicación personal, basada en un estudio de los documentos de la
iglesia registrados en Juli, en la provincia de Chucuito.
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 55

de las tierras altas podría llevar tubérculos, el producto básico, pero también car-
ne, lana y otros artículos, que incluían el maíz de los niveles intermedios. En algún
momento de la historia andina todavía no determinado, el modelo de asentamiento
disperso experimentó un cambio cualitativo cuando se extendió para incluir aldeas
de artesanos que no estaban definidos ecológicamente. Además de las «islas» peri-
féricas citadas antes, los lupaqas también se refirieron a una aldea de ceramistas y
otra de metalúrgicos. Cada linaje en las 7 provincias mantenía un representante en
las aldeas especializadas, que contaban con cientos de artesanos en total.
El modelo de asentamiento disperso era uno de los rasgos característicos de la
territorialidad que los europeos pronto advirtieron. En 1538-1539, cinco años des-
pués de la invasión, las encomiendas concedidas por Pizarro siguieron este princi-
pio. Los beneficiarios no recibían tierras sino las personas de los dos jefes locales,
junto con sus subditos, aunque estuvieran salpicados a lo largo del paisaje. De este
modo, Lope de Mendieta, un viejo socio de los Pizarro, recibió todas las estancias
de camélidos, aldeas agrícolas o poblados de pescadores que habían prestado leal-
tad a Chuki Champi y a Maman Willka, señores de Karanqa." Los territorios no
contiguos se elevaban a 4.000 m sobre el nivel del mar y estaban situados en las ac-
tuales Bolivia, Chile y Perú.
El mismo modelo se siguió cuando hubo que reservar a un grupo étnico para Car-
los V: los lupaqas, cerca del lago Titicaca, eran conocidos como «los yndios del Em-
perador». En los años 1550, el abogado de la Corona recurrió al virrey contra la con-
cesión de algunas de las colonias costeras de los lupaqas a manos privadas. Él
indicaba que:

... e ansi fue ... en quitarles los yndios e las tierras que tenyan en la costa de la mar
que se hicieron particulares encomyendas ... no entendiendo los gobernadores la or-
den que los yndios tenyan e ansi gobernando estos rreynos el marques de Cañete se
trato esta materia y hallando verdadera esta información que yo le hice ...
Se hizo de esta manera que la provincia de Chucuyte se le volvieron los yndios y
las tierras que tenían en la costa en el tiempo del inga ... , y a Juan de San Juan veci-
no de Arequipa en quien estavan encomendados se le dieron otros que vocaron en aque-
lla ciudad ...12

La información que proporcionan tales fuentes europeas es más útil como docu-
mentación sobre los modelos de «complementariedad vertical» a nivel de señorío ét-
nico, ya que ésta era la realidad que se toleraba y trataba en las primeras décadas
del régimen colonial. La macroadaptación que el estado incaico hizo de este secu-
lar modelo andino (durante miles de años, con millones de habitantes, en lo que hoy
son las cinco repúblicas andinas), desmenuzado poco después de 1532, sería suma-
mente difícil de reconstruir en la actualidad.
Sin embargo, esta dimensión máxima es importante para comprender los cam-
bios que el modelo sufrió cuando la población gobernada superaba la escala de las

11. Manuscrito no publicado, legajo 658 en la sección de Justicia, Archivo General de Indias,
Sevilla.
12. Juan Polo de Ondegardo, «Informe... a licenciado Briviesca de Muñatones [1561]», Revista
Histórica, Lima, 13 (1940), p. 18.
56 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

20.000 familias. Al principio, el estado siguió las normas que predominaban en los
• Andes: las rentas habían aumentado por superficie cultivada que se enajenaban a las
comunidades locales según el modelo «archipiélago». Estas tierras estatales las tra-
bajaba la colectividad, en rotación, linaje a linaje, con mucha más dureza que cuando
trabajaban en los campos de sus señores étnicos o para los santuarios de la región.
Con el tiempo, el mitmaq estatal fue trasplantado a los nuevos territorios para ase-
gurar las rentas públicas y el dominio del propio imperio inka. Pero el gobierno que
éste ejercía era todavía «indirecto»: se hacía a través de los señores «naturales» prein-
kas. No había tributos: nadie debía lo cultivado en sus propias sementeras o alma-
cenado en sus propias despensas.
En las últimas décadas antes de 1532, la escala de la administración inka creció
en tal extensión que la distancia que separaba el núcleo de las colonias no tenía pre-
cedentes. Si los mitmaq querían formular alguna petición al núcleo central, rendir
culto en su santuario o simplemente visitar a sus familiares, tenían que emprender
un viaje de unos 10 a 15 días de camino. Durante el último gobierno inka, los co-
lonos podían encontrarse alejados a 60 e incluso 80 días de viaje. Aunque siguie-
ran estando enumerados en su khipu de origen uno se pregunta qué continuidad efec-
tiva quedaría funcionando.
No hay duda de que se había hecho un intento de reivindicar el precedente an-
dino: don Pedro Kutimpu, un señor lupaqa bien informado, que en 1532 era un sol-
dado, aclaró esta tentativa al explicar las discrepancias existentes entre el khipu como
instrumento demográfico en su posesión anterior a la invasión y los cálculos hechos
por los administradores coloniales:

... que cuando se visitó la dicha provincia por el inga se visitaron muchos yndios mi-
timaes que eran naturales de esta provincia y estaban ... en muchas otras partes ... y
que con todo esto eran los veinte mil yndios del quipo ...
Y que los dichos mitimaes como se encomendaran los repartimientos donde esta-
ban se quedaron alli y nunca mas se contaron con los de esta provincia ... 13

¿Hasta qué punto podría el grupo étnico original ejercer efectivamente tales pre-
tenciones y derechos a distancia? Los desplazamientos a Chile o Quito desde el lago
Titicaca parecían una pesada carga, por muchos precedentes que hubiera habido. Se
conocen indicios de una respuesta por la frecuencia de las rebeliones contra los
inkas14 y la facilidad con que muchas comunidades locales se decantaron por los
europeos, después de 1532. Sin embargo no nos ha llegado ninguna manifestación
de queja en este aspecto, a través de los testigos de la invasión.
Lo que puede afirmarse aquí es que el estado inka mantuvo una política de asen-
tamientos complementarios en los Andes, aunque la nueva escala supusiera penali-
dades. También se asignaron nuevas funciones a los mitmaq: aunque los mitmaq te-
nían aldeas de artesanos especializados, el estado puso en marcha una instalación de
manufacturas cerca de Huancané, situada en la orilla nordeste del lago Titicaca.15

13. Diez de San Miguel, Visita hecha a la provincia de Chucuito, p. 170.


14. John V. Murra, «La Guerre et les rébellions dans l'expansion de l'état inka», AESC, 33/5-6
(1978), pp. 927-935.
15. John V. Murra, «Los olleros del inka: hacia una historia y arqueología del Qollasuyu», en
Historia, problema y promesa, homenaje a Jorge Basadre, I, Lima, 1978, pp. 415-423.
58 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Se hizo reunir a un millar de tejedores y un centenar de alfareros. Aunque las ci-


fras reales no sean necesariamente literales, las proporciones de estas operaciones
del estado no deberían ponerse en duda; siendo la principal forma de arte andina,
las telas tenían también muchos usos políticos, rituales y militares, que el estado re-
quería en lo que eran las verdaderas dimensiones industriales dictadas por los mo-
delos europeos de siglo xvi. Se empleaba a decenas de mujeres «seleccionadas», que
se dedicaban totalmente a la producción de tejidos, y a las que se separaba de su gru-
po étnico para reunirías en cada centro administrativo estatal, donde los soldados es-
peraban su recompensa en telas, antes de marchar hacia la frontera. La novedad acer-
ca del trabajo en los talleres de Huancané es que las tejedoras formaban verdaderas
unidades domésticas; sin embargo, no podemos afirmar si estos centros de produc-
ción manufacturera constituían un caso único o un hecho común en el sistema de pro-
ducción inka que no se haya consignado.
Otra de las nuevas utilizaciones del mitmaq, en el ámbito del estado, tenía fines
militares. No existen pruebas de guarniciones exclusivamente militares, en el período
preinka; pero en las décadas anteriores a 1532, la expansión constante y las consi-
guientes rebeliones obligaron a guarnecer las fronteras de un modo permanente:

dijo que sus pasados primeros fueron puestos por el inga en esta tierra [el valle de
Huallaga] por guardar de la fortaleza de Colpagua que es hacia los Andes y que eran
tres fortalezas que se llamaban una Colpagua y otra Cacapayza y otra Cachaypagua
y otra [sic] Angar ... y estos fueron sacados de los quiduos y del Cuzco y puestos en
las dichas fortalezas ...16

Finalmente, podrían identificarse otros de los últimos usos de los mitmaq, con
fines no agrícolas, pero las prolongaciones militares y artesanas de la estrategia del
«archipiélago» constituyen una prueba suficiente de que los medios iniciales de com-
plementación productiva que permitían el acceso a una variedad de pisos ecológi-
cos se convirtieron en métodos impositivos de control político.

Tawantinsuyu, el estado inka, no fue la primera unidad política con multiplici-


dad étnica que surgió en los Andes. En las últimas décadas, los arqueólogos han dis-
tinguido varios «horizontes» (períodos en que las autoridades centrales podían go-
bernar tanto las comunidades de las tierras altas como las costeras), de períodos
«intermedios», cuando florecía un separatismo étnico.
El Horizonte Antiguo, también conocido como el Formativo en los Andes, se cen-
traba en Chavín, un templo situado a 3.135 m de altitud en las tierras altas orienta-
les; más conocido por su arte religioso, ha sido considerado por Julio C. Tello, el
decano de los arqueólogos andinos, como la «matriz de la civilización andina». Al-
canzó el apogeo de su influencia hace unos 3000 años, del 1000 al 300 a . C , cuan-
do influenció a otros asentamientos serranos, modificando también las formas artís-
ticas de la costa; no se puede asegurar si dichas influencias significaron la
dominación. Donald Lathrap ha insistido y se ha documentado sobre las raíces ama-
zónicas de este arte, que Tello había aceptado en primer lugar. A través de las tie-

16. Ortiz de Zúñiga, Visita de la provincia de León de Huánuco, II, p. 197.


LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 59

rras bajas tropicales, muchas de las antiguas fuentes de inspiración procedentes de


Mesoamérica podrían haber alcanzado Chavín.17
No existe unanimidad entre los arqueólogos sobre el modo en que dichos «hori-
zontes» surgieron y con el tiempo se desintegraron en los Andes. Algunos autores
han indicado que el coagulante era el «comercio», impuesto por autoridades milita-
res que generalmente provenían de las tierras altas; otros han descubierto un entu-
siasmo religioso detrás de la expansión.
El Horizonte Medio se data desde el 500 d.C. al 1000 d.C. aproximadamente,
concentrándose en dos lugares al menos: Tiwanaku, en la orilla del lago Titicaca en
Bolivia, y Wari, cerca de la actual ciudad de Ayacucho en Perú. Los dos eran ver-
daderos asentamientos urbanos, concebidos para ser los núcleos de unos estados im-
portantes y de gran extensión. Existen evidencias de contemporaneidad e incluso con-
tactos producidos entre los dos; a principios de este siglo se les consideraba, por lo
general, como una sola unidad política, cuya capital estaba al sur de las tierras al-
tas. Las investigaciones recientes indican que, aunque Tiwanaku y Wari ejercieron
su hegemonía simultáneamente, sus esferas de interacción estaban separadas. Incluso
algunos indican que una zona amortiguadora se extendía entre los dos estados, des-
de el límite de la nieves perpetuas hasta el océano.18 En su Pueblos y culturas del
Perú antiguo (1974), L.G. Lumbreras, el principal arqueólogo andino, afirmaba que
el urbanismo y el militarismo empezaron en Wari e influyeron gradualmente en to-
das las sociedades de los Andes Centrales.
El impulso realizado para la integración interregional procedía sistemáticamen-
te de las tierras altas, excepto el desierto; durante siglos los pueblos costeros desa-
rrollaron frecuentemente su propio potencial oceánico y de irrigación. Gran parte
de la anterior arqueología sobre la costa realizada por extranjeros, concentró su in-
terés en la arquitectura espectacular hecha con ladrillos de adobe, o las produccio-
nes cerámicas y textiles, cuyas muestras ocupan los museos y las colecciones pri-
vadas en todo el mundo. En su «Guía» del tesoro andino en el Museo Americano de
Historia Natural, de Nueva York, Wendell C. Bennett y Junius B. Bird se refieren
a «un período de artesanos maestros». La arqueología reciente ha intentado propor-
cionar el soporte cronológico y de organización social para cada tipo de manifesta-
ción artística. Es cierto que a través de los siglos, los habitantes de las tierras altas
podían, y a menudo lo hacían, interrumpir la florescencia costera cortando y des-
viando los canales de irrigación que conducían las aguas de los glaciares andinos a
las plantaciones del desierto, pero es digno de notar durante cuánto tiempo los gru-
pos locales de la costa pudieron volver a tradiciones más antiguas una vez que el «ho-
rizonte» se hubo replegado.
Asimismo, en la sierra, las diversas unidades políticas incorporadas al estado
inka, mantuvieron unas características étnicas y una conciencia propias. La rápida

17. Véase Julio C. Tello, Chavín, cultura matriz de la civilización andina, ed. Toribio Majiá
Xesspe, Lima, 1960; John H. Rowe, «Form and meaning in Chavín art», en John H. Rowe y Do-
rothy Menzel, eds., Peruvian Archaeology, Palo Alto, California, 1967; Donald W. Lathrap, «Our
father the cayman, our mother the gourd: Spindem revisited», en C.A. Reed, ed., Origins ofagri-
culture, La Haya, 1977, pp. 713-751; Thomas C. Patterson, «Chavín: an interpretation of its spread
and influence», en E.P. Benson, ed., Dumbarton Oaks Conference on Chavín, Washington, D . C ,
1971, pp. 29-48.
18. Elias Mujica, comunicación personal (1980).
60 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

expansión de Tawantinsuyu se consiguió absorbiendo todas las entidades políticas


de cierta embergadura, sin preocuparse por las aldeas o el paraje étnico local. Los
señores locales estaban adaptados a un sistema de «gobierno indirecto»; les tocó a
ellos administrar y hacer cumplir el nuevo orden, que se ha considerado menos ori-
ginal, en cuanto que su ideología sólo reivindicaba una proyección sobre un amplio
escenario de modelos de la autoridad existente.
La tradición oral en los Andes y la arqueología coinciden en que el Período In-
termedio Reciente, durante los siglos anteriores a la expansión inka, había sido awqa
runa (tiempos de soldados):

se despoblaron de los dichos buenos citios de temor de la guerra y alzamiento y con-


tradicción que tenían entre ellos.
De sus pueblos de tierra baja se fueron a poblarse en altos y serros y peñas ... y
comensaron a hazer fortalezas ... y escondedixas ... y comensaron a rrefiir y batalla
y mucha guerra y mortanza con su señor y rrey, brabos capitanes y ballentes y ani-
mosos y peleauan ... y auia mucha muerte ...
y se quitauan a sus mugeres y hijos y ... sus sementeras y chácaras y asecyas de
agua y pastos. Y fueron muy crueles que se rrobaron sus haziendas, rropa ... cobre,
hasta lleualle las piedras de moler ..."

En el Período Antiguo cada región producía distintos artefactos identificables,


exentos de cualquier manifestación preandina como las primitivas de Tiwanaku o
Wari. Las investigaciones realizadas en la región del lago Titicaca han confirmado
la presencia arqueológica en los últimos tiempos de la época preinka, de «casas y
lugares ocultos» en el interior de las fuertes murallas defensivas que rodeaban ex-
tensiones de 20 hectáreas o más, a unas altitudes por encima de los 4.000 m.20
Cuando fueron conquistados por los inkas, la población que conocemos como los lu-
paqas fueron desplazados o deportados 3.800 m «hacia abajo», a orillas del lago. Las
murallas no necesitaban ser tan largas después de la pax incaica; ahora el camino
real pasaba a través de 7 «capitales provinciales» lupaqas, algunas de las cuales se
convertirían en centros administrativos de los inkas. Algunas llegaban a ocupar hasta
40 hectáreas de espacio urbano y todas ellas pueden distinguirse todavía hoy. Se-
gún el khipu en la posesión de Pedro Kutimpu, este grupo de lengua aymara se com-
ponía de 20.000 unidades domésticas antes de 1532. El testimonio de sus dos seño-
res fue registrado en 1567 por un inspector enviado desde Lima para verificar el
rumor de que estos «yndios del emperador» eran sumamente ricos. El inspector in-
formó que eran verdaderamente ricos: en los tiempos preeuropeos habían maneja-
do centenares de miles de camélidos; incluso un lupaqa admitió que todavía poseía
1.700 cabezas, tras 35 años de haber sufrido saqueos.21
Los dos señores que declararon gobernaban Chucuito, una de las 7 «provincias»;
eran asimismo señores o reyes de todos los lupaqas.22 Cada una de las otras 6 pro-

19. Felipe Guarnan Poma de Ayala, Nueva coránica y buen gobierno [1615], México, 1980,
pp. 63-64.
20. John Hyslop, «El área lupaca bajo el dominio incaico: un reconocimiento arqueológico»,
Histórica, Lima, 3/1 (1979), pp. 53-80.
21. Diez de San Miguel, Visita hecha a la provincia de Chucuito, pp. 303-363.
22. John V. Murra, «An Aymara Kingdom in 1567», en Ethnohistory, 15, II (1968), pp.
115-151.
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 61

vincias tenían su propio par de jefes, uno para la mitad superior y otro para la infe-
rior. La división dual era un rasgo casi universal en la organización social andina;
no hay razón, pues, para atribuirlo a la influencia inka.
Los vínculos de parentesco constituían el principio organizador dentro de las 14
subdivisiones. Cada mitad informaba de unas 10 a 15 hatha, a veces traducido como
linajes. Desde que los notarios y escribanos europeos prefirieron la terminología que-
chua de Cusco, se denominaron generalmente ayllu. El debate sobre la naturaleza
y funciones de esta unidad social tenía una larga historia en los estados andinos, más
que los calpulli en Mesoamérica. Cada hatha lupaqa era una unidad designada; po-
día disponer de tierras y rebaños, así era en todo el reino, cada mitad y cada una
de las 7 unidades políticas. Cada una tenía sus propias autoridades; cada una incluía
a familias procedentes de la población aymara predominante y de los oprimidos pes-
cadores uru; no podemos decir en la práctica cómo se logró este resultado ideoló-
gico, al unir a gente de clases distintas en un solo grupo de parentesco.23
No existe ninguna información acerca de santuarios lupaqas desde la inspección
de reconocimiento inmediatamente después de la conversión de los señores lupaqa
al cristianismo. Habían sido amonestados para no rendir culto a las cimas de las mon-
tañas cubiertas de nieve; estaban prohibidas las peregrinaciones a los monumentos
erigidos en las ciudades amuralladas preinkas. En 1567 había una minoría de gana-
deros prósperos que todavía no estaban bautizados; a algunos [chamanes] y sacer-
dotes aymarás se les comunicó que saldrían hacia un campo de concentración en una
orilla del lago, pero Fray Domingo de Santo Tomás, segundo obispo de Charcas,
ordenó su liberación. Autor del primer diccionario y la primera gramática del que-
chua, el obispo era miembro del Real Consejo de Indias, pero también era confe-
sor de Bartolomé de las Casas; su argumento consistía en que un shaman no podía
ser prisionero, puesto que nunca se había convertido y por ello no podía ser apóstata.
Aparece alguna noticia sobre los templos del culto solar construidos por los in-
kas en territorio lupaqa. Una parte de la «provincia» de Yunguyo se hallaba aleja-
da, erigiéndose allí un centro de peregrinación. Miembros de los linajes reales de
Cusco se habían reinstalado en Copacabana y las islas próximas a la costa.24 A fi-
nales del siglo xvi, la iglesia europea decidió volver a utilizar este centro de pere-
grinación; y todavía se usan actualmente.
Los lupaqas son los más conocidos de los muchos pueblos aymarás que surgie-
ron durante la época preinka, en la parte más elevada del altiplano. Otras unidades
políticas están recibiendo ahora una atención especial, realizándose mapas de sus te-
rritorios, incluyendo la costa desértica de Chile.25 Sus tradiciones orales se recogie-
ron ocasionalmente en los papeles de litigios entablados por sus señores en la Audien-
cia de Charcas; durante una década aproximadamente, la administración colonial
alentó este tipo de peticiones por sus propias razones. Estas reclamaciones sobre los

23. El estudioso que ha reflexionado más detenidamente sobre los vínculos de parentesco en
las sociedades andinas y su manipulación por parte del estado es R. Tom Zuidema. Véase The Ce-
que System of Cuzco: the social organization ofthe capital ofthe Inca, Leiden, 1964; y «The Inca
kinship system: a new theoretical view», en R. Bolton y E. Mayer, eds., Andrean Kinship andMa-
rriage, Washington, D.C., 1977.
24. Véase Adolph Bandelier, The islands of Titicaca and Koati, Nueva York, 1910.
25. Tristan Platt, «Mapas coloniales en la provincia de Chayanta», en Martha Uriuste de Aguirre,
ed.. Estudios bolivianos en honor a Gunnar Mendoza, La Paz, 1978.
62 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

privilegios antiguos y nuevos, generalmente incluían las genealogías de los litigan-


tes recogidas por los conservadores de registros de vínculos, todavía en ejercicio.
Unos de estos demandantes inscribió los nombres de sus predecesores, incluyendo
uno que «rindió obediencia» al inka, cuatro generaciones antes. A cambio, recibió
una esposa de la corte y su hijo, Moroco, fue recordado en la genealogía como un
«inka»; junto con la esposa iban incluidas prendas de ropa tejidas por los artesanos
reales y el privilegio de usar una litera.
Otra relación especial entre Cusco y los señores aymarás era su papel militar. A
principios de la expansión de Tawantinsuyu, sus ejércitos se reclutaban según el mis-
mo principio de la mit'a que movilizaba las energías para otros trabajos públicos:
hombres y mujeres iban a la guerra por rotación, ayllu a ayllu, un grupo étnico tras
otro. Iban pertrechados con sus armas tradicionales, bajo el mando de sus propios
señores étnicos. Nada de esto los liberaba de muchas otras tareas que debían reali-
zar para el Cusco.26
En algún momento de la historia de Tawantinsuyu, esta mit'a militar debió con-
siderarse ineficaz: los señores aymarás reclamaron en un memorándum dirigido a
Felipe II que la destreza y lealtad militares de sus ancestros habían sido recompen-
sadas y que habían sido liberados de cualquier otra prestación:

hemos sido soldados desde el tiempo de los ingas ... reseruados de pechos y ala-
cabalas y de todas las demás tascas y servicios personales que se entiende de guarda
de ganados ... y de hacer la mita en la corte de la ciudad del Cuzco y de ser cante-
ros, tejedores de la ropa de cumbe y de abasca y de ser chacareros, albañiles y cante-
ros gente que tenía por costumbre trasponer un cerro a otra parte a puras manos ...
no eramos gente bailadores ni truhanes que ... tenían costumbre de cantar canciones
delante de los dichos ingas por las victorias ..."

No podemos decir cuales fueron las consecuencias de un servicio militar tan pro-
longado, como éste haya hecho quedarse rezagada la producción de subsistencia de la
población aymara. En cualquier lugar de los Andes, quienes permanecían en su patria
étnica eran obligados a trabajar las parcelas de los soldados, pero las largas ausencias,
pasando por alto el calendario agrícola, debió haber supuesto un estado de tensión en
las reciprocidades basadas en el parentesco, aunque aprovechadas políticamente.
Tampoco podemos decir hasta dónde se extendió la división dual del altiplano en
una urqusuyu (la media montaña) y una umasuyu (la orilla del agua), y si era aymara
o incaica. La dicotomía parece haber sido más pronunciada en la región del lago Ti-
ticaca. Allí había habido un sustrato lingüístico tras el cual, con la mitad oriental
en donde se hablaba el pukina, no el aymara. Desgraciadamente, el filtro inka con
el que muchos han visto los temas andinos, todavía no permite desenredar el con-
texto étnico del dualismo. En sus orígenes, las mitades se habían concentrado o «reu-
nido» en el lago Titicaca, una zona «neutral» con su propio microclima. Se ha des-
cubierto que urqu y urna se reorganizaron cuando Cusco se convirtió en el núcleo.28

26. Waldemar Espinoza Soriano, «El memorial de Charcas: crónica inédita de 1582», Cantu-
ta, Revista de la Universidad Nacional de Educación, Chosica, Perú, 1969.
27. J. Murra, citado en «La Guerre et les rébellions», pp. 931-932.
28. Thérése Bouysse-Cassagne, «L'Espace aymara: urco et urna», AESC, 33/5-6, 1978, pp.
1.057-1.080.
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 63

En los primeros contactos con los europeos, fueron incluidos ritual y administrati-
vamente en la región meridional, el qollasuyu, la más densamente poblada del es-
tado inka.
El componente «acuoso» de la división dual en el altiplano se puede percibir en
la presencia de una minoría étnica y ocupacional entre los aymarás, puede que in-
cluso una «casta» de pescadores uru. El verdadero significado de su presencia se está
aclarando gracias a las investigaciones más recientes.29 Durante la colonia, estos
pescadores se fueron confundiendo con la mayoría aymara; la noción muy difundi-
da de que eran pukina-hablantes y quizás la población autóctona de la laguna, en las
alturas andinas, necesita verificación arqueológica.
La correlación entre la información histórica y las excavaciones arqueológicas
constituye un método que se ha utilizado tan sólo ocasionalmente en los Andes. Mu-
chos de los enigmas de la historia andina son más accesibles de lo que parece. Existe
todavía continuidad en los modos de vida y las lenguas; pese a 450 años de gobier-
no colonial, incluso se remonta a los tiempos preinkas. Tanto la tradición oral di-
nástica como la popular se puede obtener, al menos parcialmente, en los testimo-
nios de los testigos y administradores europeos; verificándolos y divulgándolos con
la ayuda de la arqueología, se podría conseguir una versión más profunda y menos
sensacionalista de las sociedades andinas.
Puede comprobarse que en la época precolonial, la lengua aymara se extendía mu-
cho más ampliamente que en el presente. A los habitantes del altiplano, que habi-
tan al norte del lago Titicaca, todavía se les considera como qolla (aymara), por parte
de los que viven en el Cusco, incluso aunque hayan pasado a hablar quishwa. No
sería demasiado difícil averiguar el momento en que tal cambio tuvo lugar y las cir-
cunstancias históricas bajo las que se produjo, pero la escasez de estudios filológi-
cos en 1980 todavía nos limita al terreno de las conjeturas. En muchos de los va-
lles del Pacífico, en lo que hoy es Chile y el sur de Perú, se hablaba también aymara;
a principios del siglo xx, ciudades rituales en la misma latitud que Lima, en la pro-
vincia de Yauyos, hablaban kauki, una variante del aymara.30
Los europeos se refirieron a la lengua de los inkas como quechua, que derivaba
de la palabra qhishwa, «valle». La denominación propia, utilizada hasta hoy día por
los que hablan la lengua nativa, es runa simi, «la lengua del pueblo»; esto no se ha
captado en los cultos tratados europeos. Antes de 1532, el quechua era la lengua de
la administración inka, y había muchos bilingües; algunas fuentes coloniales se re-
fieren a ella como la «lengua general» (aymara y pukina se describen a veces con
la misma denominación). El lingüista Alfredo Torero, ha indicado que el quechua
fue, en otro tiempo, el idioma de la costa central, desde donde se propagó antes y
después de los inkas.31 Las variantes que eran mutuamente comprensibles, se habla-
ban desde el actual Ecuador en el norte, hasta Tucumán en el sur. La distinción en-
tre los habitantes del altiplano y el valle fue fundamental para la clasificación étni-
ca en los Andes; al parecer, los europeos no diferenciaron entre esta distinción y las
lenguas diferentes.

29. Nathan Wachtel, «Hommes d'eau: le probléme uru (xvi-xvn siécles)», AESC, 33/5-6
(1978), pp. 1.127-1.159.
30. Martha Hardman de Bautista, Jaqaru: an outline of phonological structure, La Haya, 1966.
31. Alfredo Torero, El quechua y la historia social andina, Lima, 1974.
64 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Se ha hecho poca arqueología seria en el corazón de la tierra inka: el valle de Vil-


canota y el área del circum-Cusco. John Howland Rowe inició el estudio científico
de los antecedentes inkas32 pero ha atraído a pocos discípulos.
Lo que se puede afirmar con cierta seguridad es que después de un largo perío-
do de conflictos que separan el «Horizonte Medio» del Antiguo o del Incaico, Cus-
co pasó de ser, en el siglo xv, de núcleo de una comunidad local a un importante
centro urbano, capital de Tawantinsuyu, que los europeos describieron. No sólo era
el centro administrativo del reino sino también el centro ceremonial, donde se sa-
crificaban diariamente cientos de piezas de finas telas y donde decenas de sacerdo-
tes ayunaban mientras contemplaban los movimientos del sol desde sus observato-
rios de palacio. Los calendarios estatales inka en este caso no son tan comprensibles
como con los mayas, porque los resultados de las observaciones no se registraban
en piedra sino que, lo más probable, se plasmaban en tejidos perecederos.33
La capital estaba situada en el centro de una red de caminos reales que medía unos
20.000 km o más, enlazándola con Chile, el Océano Pacífico y el norte de la línea
ecuatorial. La división territorial en cuatro partes llamadas suyus, subdivididas a su
vez, se ha estudiado, deduciéndose que cada «línea» extendida desde el centro ce-
remonial unía a una familia real concreta con los santuarios de los que eran sus cus-
todios.34 La mayoría de los linajes reales vivían con su servidumbre, en la ciudad
o en los pueblos cercanos. Garcilaso de la Vega, que nació en Cusco sólo algunos
años después de la invasión europea, nos proporciona un descripción nostálgica de
la ciudad natal de su madre inka, escribiendo desde su exilio andaluz, muchos años
más tarde.35 Aunque sin cartografía todo lo que se puede hablar de Tenochtitlan, la
capital azteca, tanto arquitectónica como sociológicamente, se puede escribir sobre
Cusco, a pesar de una larga década de esfuerzos promovidos por la UNESCO
recientemente36
No está claro cuantos de los grupos étnicos incorporados por los inkas estuvie-
ron representados en Cusco. Hemos oído que los chimú, una comunidad costera, pre-
tendían enviar artesanos y mujeres a la ciudad. Los plateros ya se encontraban allí
desde 1542, su presencia fue observada por un fraile europeo. El rey chimú espe-
raba no tener que proporcionar tropas, los soldados de la costa no eran considera-
dos de confianza y uno puede pensar que estuvieran incapacitados para luchar a una
altitud de 4.000 m. En ocasión de ceremonias, se esperaba que los extranjeros aban-
donaran Cusco.
No hay acuerdo en cuanto al grado de intervención directa que Cusco ejerciera
en el gobierno de los grupos étnicos incorporados. Los enemigos de los inkas, como
el virrey Francisco de Toledo (1568-1581), describieron a los señores étnicos como
«tiranos», lo que en la España del siglo xvi significaba que eran «ilegítimos»; nom-

32. John H. Rowe, An introduction to the archaeology of Cuzco, papers ofthe Peabody Mu-
seum, 28/2 (1974).
33. John V. Murra, «Cloth and its functions in the Inca state», American Anthropologist, 64/4
(1962), pp. 710-728.
34. Zuidema, Ceque System.
35. Garcilaso de la Vega, «El Inca». Primeraparte'de los Comentarios Reales [1604], Madrid,
1960.
36. El mejor mapa que se aproxima al aspecto de la ciudad, tal y como se vela antes de 1534,
está en: Santiago Agüito Calvo, Cusco: la traza urbana de la ciudad inca. Cuzco, 1980.
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 65

brados burocráticamente, eran enviados desde la capital real y, en este sentido, no


eran «jefes naturales», en absoluto. También se afirma que los inkas agotaron la lí-
nea real de parentesco, susceptibles de ser nombrados administradores regionales,
y con el tiempo obligados a asimilar dentro del status inka a los habitantes leales de
ciertas aldeas que circundaban Cusco. Conocidos como allikaq (los que habían pro-
gresado, ascendido): «eran los hijos mayores de Papri y Chillque; eran inspectores
enviados por todo el reino para examinar los centros administrativos y los telares
y los almacenes ... algunos (otros) eran de Quilliscachi y Equeco ...». 37
Hay prueba que en algunas regiones rebeldes, especialmente en la costa, los in-
kas nombraron gobernadores que sustituyeron al «señor natural». Generalmente, se
trataba de una línea de parentesco de los «rebeldes», o de familias vecinas, cuya he-
gemonía regional se habría aprobado en Cusco.38 Sin embargo, la mayor parte de
la información que nos ha llegado procede de las tierras altas, debido a la desapari-
ción de la población costera inmediatamente después de 1532: los jefes locales de
las tierras altas pertenecían a la comunidad étnica que gobernaban. Comprendieron
lo que se les exigía, ya que, al menos en teoría, seguían imperando las normas prein-
kas. El diagnóstico, absolutamente exacto, el rasgo andino que caracterizaba estas
normas, era que las despensas de los campesinos permaneciesen intactas. Efectiva-
mente, ahora tenían que llenar no sólo los almacenes de su propio señor y del san-
tuario local sino que también tenían que generar rentas al estado, trabajando sus par-
celas recién enajenadas o de nuevo regadío, y cuidando los rebaños de camélidos
pertenecientes al estado.
A pesar de todo, había una burocracia «federal»: estaban situados en grandes cen-
tros administrativos como Willka Waman, Huanuco Pampa, Paria o Tumi Pampa,
todos construidos a lo largo del camino real. De ellos, únicamente se ha estudiado
detalladamente Huanuco Pampa: ocupaba casi dos km2, y contenía hasta 5.000 edi-
ficios, entre viviendas y palacios, además de 500 almacenes. La ciudad pudo haber
albergado entre 12.000 y 15.000 habitantes, la mayoría tenían que servir en sus tur-
nos de mit'a, aunque algunos vivían allí de modo más permanente, como las teje-
doras y cocineras de los aqllawasi, sus envejecidos guardianes, los administrado-
res que estaban a cargo de los almacenes y los especialistas religiosos.39 ¿Cuántos
de estos eran «inkas», ya fueran miembros de los linajes reales o allikaq? Un escri-
tor andino como Waman Poma, afirmaba que todos sus parientes que no pertenecían
a la realeza ocupaban otros tantos puestos «federales» en los centros administrativos.
Cualquiera que fueran las proporciones a lo largo del camino, funcionarios rea-
les «inspeccionaban» al pueblo, los señores provinciales y sus territorios. La mejor
información sobre sus relaciones procede de una inspección realizada en 1562 a los
chupaychu, un pequeño grupo étnico del valle Huallaga, situado a unos dos días de
camino desde Huanuco Pampa. Durante las entrevistas, realizadas en su propia re-
gión, declararon que antes de 1532 habían sido:

37. Waman Puma de Ayala, Nueva coránica, pp. 363 (365).


38. I. Ortiz de Zúñiga, Visita de la provincia de León de Huanuco [1562], II, p. 46.
39. Craig Morris, «Reconstructing patterns of non-agricultural production in the Inca eco-
nomy», en Charlotte B. Moore, ed., Reconstructing complex societies, Cambridge, Mass,
1972; ídem, «Tecnología y organización inca del almacenamiento de víveres en la sierra», en
Heather Lechtman y Ana María Soldi, eds., Runakunap Kawsayninkupaq Rurasqankunaqa,
I, México, 1981, pp. 327-375.
66 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

cuando el dicho ynga gobernador venia a visitar las dichas cuatro guarangas [uni-
dad de 1.000 unidades domésticas] si hallaba a algún cacique o principal culpable de
cinco culpas muy principales ...
como era no haber obedecido lo que el ynga señor principal había enviado a man-
dar o haberse querido rebelar contra el o haber tenido negligencia en recoger o lle-
var los tributos y como es no haber hecho los sacrificios que tres veces en el año eran
obligados a hacer y como era no haber ocupado a los yndios en su servicio haciendo
ropa u otras cosas para el dejado de hacer lo que tocaba y por otras cosas semejan-
tes a estas siendo cinco culpas le quitaban el señorío ... lo daban al hermano o pa-
riente ...40

Ninguna de las crónicas europeas nos ha ofrecido tanta información sobre la ar-
ticulación que existía entre los señores étnicos y el estado en términos explícitos.
Otro testigo, más viejo que el anterior, llamado Xagua y con experiencia en el ser-
vicio antes de 1532 en Cusco, explicó a los inspectores europeos que cuando el se-
ñor local moría;

iba el dicho inga señor principal el cual si hablaba al hijo hábil para mandar le daba
la tiana y lo nombraba por señor y no lo siendo nombraba otro de los que con el an-
daban que le servían que fuese para ello ...
no se osaba de su autoridad entrar en el señorío hasta ir al Cuzco personalmente
al ynga para que le diese licencia y silla en su cacicazgo ... y si el hijo del cacique era
muchacho y no para mandar lo llevaban al Cuzco y el inga nombraba un deudo o pa-
riente mas cercano del cacique muerto que fuese cacique en su lugar y este lo era en
tanto que vivia y no lo quitaba ...

Otro anciano testigo podía recordar más allá del reinado inka y se refería a aque-
llos tiempos: «antes que el inga viniese a esta tierra cuando algún cacique moría da-
ban los yndios sujetos al muerto el señorío a otro que fuese valiente y no lo daban
al hijo».
En este caso, el testigo confirmaba lo que algunos escritores europeos habían re-
gistrado sobre las costumbres inkas: un cambio de «la selección del valiente», en lo
que eran awqa runa o tiempos militares, hacia una mayor rigidez en las líneas he-
reditarias.41
Los testigos, procedentes del valle de Huallaga, no daban más detalles sobre el
censo dirigido por las autoridades de Cusco, como parte de sus «inspecciones». Pe-
riódicamente, las familias eran enumeradas y los resultados plasmados en los nudos
de los registros khipu. Según Waman Puma, se clasificaba a los hombres y las mu-
jeres en 10 grupos de edad.42 Los censos coincidían con el reconocimiento estatal
de los matrimonios más recientes: las nuevas parejas estaban entonces inscritas en
su grupo apropiado. Ningún soltero, sin importar la edad, prestaba servicios per-
sonales en la mit'a; ella o él eran parte de la familia de cada uno. Para concertar un

40. Ortiz de Zúñiga, Visita a la provincia de León de Huanaco [1562], II, pp. 45-49.
41. John V. Murra, «La visita de los chupachu como fuente etnológica, parte U: Las auto-
ridades étnicas tradicionales», en I. Ortiz de Zúñiga, La provincia de León de Huanaco,
p. 381-406.
42. Guarnan Poma de Avala, Nueva coránica, pp. 196-236.
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 67

matrimonio las características ideológicas del estado inka lo hacían pasar por un rito
familiar de trámite, dentro del aparato oficial.43
Hay evidencias de que en los últimos tiempos de la época inka se realizó un es-
fuerzo para ir más allá del principio étnico, cuyo reconocimiento había regido las
relaciones del estado con sus unidades integrantes. Se introdujo un vocabulario ad-
ministrativo, que se relacionaba con el orden decimal de los nudos atados a las cuer-
das de los khipu. Los señores étnicos y sus provincias podían ahora registrarse en
los censos por muchos miles, cientos e incluso pequeños grupos de familias. Los se-
ñores de los wanka fueron llamados para gobernar 28 unidades de 1.000 o waran-
qa; los de los lupaqas, 20. Xulca Cóndor, en el alto Huallaga, registró sólo tres pa-
chaka de 100 familias cada una, mientras que su vecino río abajo, Pawkar Waman,
declaraba haber gobernado a 4 waranqa.
Hasta qué punto esta tentativa decimal fue más allá del censo realizado por la ad-
ministración efectiva de los grupos étnicos sometidos es algo incierto. En principio,
no había ningún aparato burocrático que pudiera mantener unidades sociales y ét-
nicas puras, modelos decimales. Cuando se dispuso del material de Huallaga, fue
posible utilizar las cifras casa por casa para demostrar que una pachaka correspon-
día a un grupo de 5 caseríos vecinos.44 Incluso en 1549, tras una larga resistencia
ante los europeos, que duró 10 años, estas 5 unidades registraron una población de
59 familias. Trece años más tarde, habían recuperado hasta 75. Un especialista sueco,
Ake Wedin, ha relacionado la aparición del vocabulario decimal con necesidades mi-
litares. Para ser precisos, cabría esperar que se usara con más frecuencia entre los
aymarás, en el sur de los Andes. Sin embargo, encontramos su mayor utilización en
el norte, donde algunos piensan que los inkas lo habían adoptado de la práctica
local.45
Si uno trata de averiguar hasta qué punto la intervención inka en los asuntos lo-
cales, cotidianos, desafiaba a la autoridad del jefe étnico, la información empleada
es incompleta. Un testigo declara que:

las causas civiles sobre bienes y haciendas el cacique principal iba a ver la tierra
sobre que era la diferencia ... y averiguaba por los quipos y antigüedad que entre ellos
había cuyo era ...
y siendo casos arduos de importancia y muertes no lo ejecutaban entre ellos y la
hacian saber al ynga el cual dicho ynga enviaba un ynga y señor su deudo a tomar cuen-
ta al cacique principal ...
si le hallaban culpable en algo lo reñían y castigaban y que no sabe si le quitaban
el señorio ... los desagrauiua y castigaba ... lo mismo podía hacerlo el cacique prin-
cipal en ausencia del ynga.

La última frase es en algunos sentidos la más significativa. Mucho antes de los


inkas, pero también hoy día, la jefatura étnica en los Andes ha confirmado anual-
mente los derechos sobre la tierra, de los linajes y las familias. Aunque los repre-
43. John V. Murra, The economic organization of the Inca state, Greenwich, Conn.,
1955; nueva edición 1980, p. 98.
44. Gordon J. Hadden, «Un ensayo de demografía histórica y etnológica en Huánuco»,
en I. Ortiz de Zúñiga [1562], Visita a la provincia de León de Huánuco, I, pp. 371-380.
45. John H. Rowe, «The Kingdom of Chimor», Acta Americana, 6/I-II, México (1948),
pp. 26-59.
68 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

sentantes del estado pudieran haber actuado en una apelación, nuestra visión del es-
-tado inka pronosticaría que las decisiones locales sobre las parcelas agrícolas per-
manecerían en manos de las etnias.
De acuerdo con el testigo del valle Huallaga, Cusco había introducido algunas
limitaciones en la autoridad de los señores étnicos para decidir en asuntos de vida
o muerte. En casos de homicidio, un testigo declaraba: «llevaron al acusado delan-
te de el [el inka] y en presencia del cacique local, en la plaza publica el testigo ...
describió el crimen ... y si había asesinado pero se daba una explicación, [ellos] no
lo mataban sino que lo castigaban azotándolo ... y obligándole a mantener a la viu-
da e hijos ...».
No se puede afirmar la frecuencia con que se producían estos viajes de «inspec-
ción». El escritor andino Waman Puma pretende que tenían lugar cada seis meses;
los testigos citados anteriormente, una vez al año. Si era cierto, dicha frecuencia ha-
bría requerido desplazar desde Cusco a un grupo numeroso de «orejones», de lo que
no hay pruebas objetivas. Tan lejos como podemos reconstruirlo, el sistema políti-
co se mantenía en lo alto y a través de él se anunciaban las reuniones públicas que
se celebraban en el usnu construido en cada uno de los grandes centros administra-
tivos de dimensiones urbanas que se encontraban a lo largo del camino real. Pare-
ce ser que la ejecución de cualquier política se dejaba en manos de los jefes de las
etnias locales, hombres de confianza del sistema, quienes decidían los turnos de mit'a
que realizaban una tarea concreta. La capacidad de la autoridad étnica para movili-
zar y dirigir a un gran número de cultivadores, trabajadores para la construcción,
o soldados se adquiría por concesión y se puso a prueba en los primeros días de la
invasión europea, cuando Pizarro o Benalcázar pudieron contar con sus aliados an-
dinos para aumentar sus ejércitos y porteadores sin los cuales la invasión no se hu-
biera realizado.
La variedad de tareas que la mit'a prehispánica comprendía era muy amplia. Dis-
ponemos de una relación, única hasta ahora, que data de 1549, por la que se recla-
ma la enumeración de tareas que un solo grupo étnico, relativamente pequeño, de-
bía realizar para Cusco.46 Tan sólo 7 años más tarde, se hacía constar que los
chupaychu del valle Huallaga habían sido sometidos al dominio europeo. Quienes
informaban, lo hicieron empleando todavía el vocabulario decimal para describir la
organización local. Cuando los interrogadores quisieron conocer lo que las «4.000»
familias habían «dado» al estado, Pawkar Waman y sus pares respondieron leyendo
en un khipu de 25 a 30 cuerdas. La relación está probablemente incompleta; las can-
tidades reclamadas parecen muy amplias y no están confirmadas por ninguna otra
fuente disponible. Sin embargo, la escasez de muestras no debería disuadirnos de
la utilización de los khipu, sino para los números citados, que pueden ser simple-
mente malinterpretados, puesto que según los grupos étnicos el khipu solía agrupar
tipos de compromisos. Un testigo que llegaba a los Andes, como el trompeta de Fran-
cisco Pizarro, declaró en otro caso:

los indios de este país tienen registros y cuentas de las cosas que dan a sus seño-
res ... empleando lo que ellos llaman quipos; todo lo que dan [incluso] desde hace mu-
cho tiempo se registra también allí. Y este testigo sabe que dichos quipos son muy exac-

46. Ortiz de ZúfiiRa, Visita la provincia de León de Huánuco fl5621, II, pp. 289-310.
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 69

tos y veraces pues en numerosas y distintas ocasiones el testigo ha comprobado algu-


nas cuentas que ha tenido con indios contando las cosas que le había dado a ellos. Y
comprobó que los quipos que los citados indios tenían eran muy exactos ..."

Las dos primeras cuerdas que el contable de Pawkar Waman leyó en 1549 pro-
bablemente no estaban en orden; se le había preguntado si tenían minas o las habían
tenido, para determinar los indios que se habían «tirado» al interior de las minas de
oro. La respuesta fue: tres hombres y tres mujeres de cada pachaka, 100 unidades
domésticas servían un año cada uno.
El encargado del registro estaba entonces autorizado para actuar según su pro-
pio criterio. En primer lugar enumeraba las 8 obligaciones que se debían a la coro-
na inka en Cusco y fuera de la ciudad. Una de ellas consistía en enviar 400 «yndios»
a la capital, situada a unos 60 días de camino desde sus casas, para «hacer paredes».
Otros 400 fueron a sembrar, «para que comiese la gente», se supone que los alba-
ñiles ausentes. Incluso considerando la posibilidad de que los 400 se refirieran a los
dos sexos, aunque fueran 400 pares o parejas del total de los 4.000 hogares, se tra-
ta de un porcentaje muy alto sobre toda una población chupaychu. Si el resto de los
grupos étnicos hubieran enviado tan altas proporciones a Cusco, no habría habido
espacio físico para acogerlos a todos. Una solución fácil, pues, sería aceptar un error
de traducción o de copia, ya que el intérprete era local y la aritmética española le
podría resultar desconocida. Los 400 albañiles podrían coincidir con los 400 labra-
dores, ya que con frecuencia la gente enviada a realizar las obligaciones de la mit'a
tenía que producir sus propios alimentos. Otra explicación sería admitir que los se-
ñores tendrían alguna razón para exagerar sus cargas en tiempos de los inkas. Esas
ocho cuerdas incluían también a la gente que custodiaba la momia del rey Thupa;
otros estaban destinados en las guarniciones que se enfrentaban a los rebeldes del
Lejano Norte.
Las siguientes 10 cuerdas, aproximadamente, se referían a las obligaciones rea-
lizadas en la región más próxima al hogar, dentro del territorio disperso sobre el que
los chupaychus mandaban, situado en el actual departamento de Huánuco. Compren-
dían a los pastores de los rebaños de camélidos estatales, tejer su lana y «hacer tin-
turas y colores» para teñirlas. Tres cuerdas enumeraban las minas de sal y las co-
sechas de pimientos y hoja de coca. La cuerda número 13 trataba del nivel principal
del país de los chupaychus, el ancho cauce del Pillkumayu, el río conocido hoy como
Huallaga. Allí el pueblo de Pawkar Waman proporcionó 40 «yndios» que: «para guar-
dar de las chácaras ... en todo este valle ... y el maiz dellas llevando la mayor par-
te al Cusco y lo demás a los depósitos [en Huanuco Pampa] ...». 48
Esta es la única referencia en el khipu de las tierras enajenadas por el estado en
el territorio chupaychu.
Las cuerdas 17 a 20 formaban una macrocategoría de artesanos especializados
que también permanecían en el área próxima. Una se refería a los ojeadores de caza
real, otra a los zapateros, que hacían sandalias, una tercera a los «carpinteros para
hacer platos y escudillas» en las zonas boscosas río abajo de sus asentamientos prin-

47. Waldemar Espinoza Soriano, «Los Huanca aliados de la conquista (1560)», Anales
Científicos de la Universidad del Centro, Huancayo, I (1971-1972), p. 367.
48. J. Ortiz de Ziíñiga, Visita a la provincia de León de Huánuco fl562], II, p. 306.
70 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

cipales. Este era también el nivel donde se cultivaba la hoja de coca, pero las 2 cuer-
das que referían estas obligaciones no estaban contiguas en el khipu cuando se re-
gistró.
Con las cuerdas 21 a 24 se volvía a las actividades relacionadas con las instala-
ciones del estado, a excepción de las que se referían al centro administrativo regio-
nal de los inkas en Huanuco Pampa, a dos días de camino desde el valle Huallaga.
Allí, 68 familias chupaychus proporcionaban «guardas», un oficio que compartían
con otros muchos grupos étnicos de la región, pero hasta ahora, las investigaciones
arqueológicas no han sido capaces de determinar la situación del radio en donde se
reclutaban para este gran centro de tipo urbano.
Ocho familias más enviaban porteadores, preparados para transportar cargas a
lo largo del camino real. Únicamente constaban dos paradas en el camino, una a 5
días de marcha hacia el sur y la otra sólo a un día. Las crónicas europeas cuentan
que a estos porteadores se les podía confiar un solo día de transporte, pero algunos
estudiosos del sistema de comunicaciones inka, como John Hyslop, ponen en duda
este aspecto. Cuarenta hombres ancianos fueron designados como guardia «de las
doncellas del Ynka»; eran las aqlla, las «escogidas» que tejían y cocinaban para las
tropas que pasaban, en su camino hacia el norte.
La última cuerda leída, la número 25, nos remite a la agricultura y al valle pró-
ximo al hogar: 500 familias «sembraban y hacían otras cosas sin salir de sus tierras».
Este es el mayor número registrado en los khipu y se refiere superficialmente a la
misma clase de tareas que en la cuerda 13. En este caso, el maíz se cultivaba bien;
había una importante cosecha suntuaria y ceremonial. La cerveza que se elaboraba
a partir de estos cultivos era indispensable para las ceremonias e institucionalizaba
la «generosidad». Podemos suponer que los 40 indios de la cuerda 13, una familia
de cada pachaka, eran los responsables durante todo un año, mientras que los 500
seguían el turno rotatorio como cultivadores.
Todas estas múltiples actividades, sin tener en cuenta su diversidad, pueden re-
sumirse en las prestaciones de la mit'a: el servicio militar, el cultivo, la construc-
ción, que suponían todas ellas un gasto de energía que se realizaba en beneficio del
estado por todos los grupos étnicos prácticamente incorporados al Tawantinsuyu. Ni-
guna de estas cuerdas significaba tener que dar o «pagar» nada de los propios recursos
personales —si exceptuamos las tierras enajenadas inicialmente y que, en ese mo-
mento, se trabajaban en beneficio del estado, la corona y el Sol.
Sin embargo, había una excepción: las cuerdas 8 y 9 se ocupaban de los «que ha-
cían plumas» y recogían miel. Se trataba, pues, de productos no cultivados, que los
jóvenes solteros entregaban (¿a quién?), como un subproducto de su trabajo cuidando
el ganado y explorando el terreno, en beneficio de sus casas. En este sentido, «no
había tributos» en la sociedad inka: los únicos productos en especie que se entrega-
ban al estado los proporcionaban quienes no habían formado todavía su propia casa;
los productos eran «crudos», según la dicotomía de Claude Lévi-Strauss. A la auto-
ridad no se le debía entregar nada «cocido», nada que se hubiera cultivado o manu-
facturado para la propia despensa particular.
El hecho de que las rentas del estado consistieran abrumadoramente en presta-
ciones en forma de energía, en tiempo empleado en beneficio del estado, dentro de
una amplia gama de iniciativas, aparece claramente en los khipu de los chupaychus.
Entre los testigos presenciales europeos, el que comprendió mejor todo esto fue Cieza
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 71

de León y el licenciado Polo. Ellos lo describen fielmente y contrastan esta carga con
los tributos en especie que se imponían a las poblaciones andinas en la década de 1550.
El mismo sistema de inspección de 1549 recoge también lo que los chupaychus entre-
gaban en ese momento a Gómez Arias de Ávila, su encomendero. Este khipu consis-
te en una larga lista de sacos de hoja de coca, prendas de vestir acabadas, calzado euro-
peo, tejas, alimentos exóticos y aves de corral; todos ellos se esperaban entregar en
especie. La yuxtaposición de las páginas inmediatas, al referir las rentas generadas de
acuerdo con los principios andinos y europeos, no podía ser más dramática.

La rápida expansión de Tawantinsuyu en torno a unos 4.000 km desde el actual


Ecuador en el norte hasta Chile y Argentina en el sur, llevada a cabo en menos de
un siglo, introdujo cambios en las antiguas dimensiones fundamentales de la orga-
nización andina. Se crearon tensiones en las relaciones administrativas y religiosas.
El gobierno indirecto, a través de los señores étnicos y los santuarios locales se vol-
vió más difícil. La complementariedad ecológica operaba mejor allí donde no ha-
bía una amplia red de mercados; las rentas del estado basadas en las prestaciones
de la mit'a resultaban más fáciles de imponer donde las autoridades políticas de la
región utilizaban tales tipos de rentas. Sin embargo, en torno al 1500 d.C, muchas
de estas condiciones previas ya no eran obvias.
Los ejércitos de Cusco se encontraron con regiones desconocidas, de clima tem-
plado o ecuatorial y, por lo tanto, con unas circunstancias ecológicas nuevas. Así,
al norte de Cajamarca, en Perú, las condiciones de la puna se sustituían por climas
más cálidos y lluviosos, en los que nadie vivía a 4.000 m de altitud; en donde no
podían hacerse reservas heladas y secas, las denominadas ch'uñu y ch'arki; y don-
de la complementariedad ecológica, si se daba, se practicaba en menor medida y con
carácter fuertemente local.
En la puna, donde existe la mayor densidad de población, los intercambios com-
plementarios permanecían en manos del grupo étnico. El comercio y el trueque, si
se producían, eran marginales, pues las caravanas de un solo grupo étnico relacio-
naba el núcleo político y económico con las colonias que tenían bajo control. Cuando
las distancias eran cortas y los contrastes mínimos, los intercambios podían quedar
en manos de las familias campesinas, pero también podían pasar a manos de los fo-
rasteros, algunos de ellos comerciantes profesionales. Roswith Hartmann ha subra-
yado que los modelos meridionales que seguían el principio de «sin mercado ni co-
mercio», no se podía aplicar a todo el Tawantinsuyu.49 Udo Oberem y Frank
Salomón han demostrado que en la zona de Pasto-Carchi existían los mindala, es-
pecialistas en intercambios comerciales entre distancias largas y medias. Uno de los
artículos suntuarios que vendían era la hoja de coca que los habitantes de las tierras
bajas cultivaban en el norte, quienes no eran los colonos de las tierras altas; ade-
más se cotizaban otros artículos ligeros de peso, aunque de gran valor. Salomón in-
dica que los comerciantes disfrutaban de la protección política de los jefes étnicos
de las tierras altas, y podían dedicar todo su tiempo al intercambio.50

49. Roswith Hartmann, Mürkte im alten Perú, Bonn, 1968.


50. Udo Oberem, «El acceso a recursos naturales de diferentes ecologías en la sierra ecua-
toriana (siglo xvi)», en International Congress of Americanists, Actes. París, 1978, IV; Frank Salo-
món, «Systemes politiques vérticaux aux marches de l'empire inca», en AESC, 33/5-6 (1978), pp.
967-989.
72 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

En el norte, el Tawantinsuyu encontró la resistencia más violenta con que se había


enfrentado. La tradición oral dinástica hace constar una y otra vez la necesidad de
«reconquistar» los territorios al norte de Tumipampa, la actual Cuenca. Estos desa-
fíos militares presumiblemente fomentados por el Inka para poner a prueba a los sol-
dados de los aymara meridionales, que no pertenecían a la mit'a; tan sólo 12 años
antes de la invasión europea éstos serían reemplazados para los cañaris, ex-rebeldes
de la zona, que se habían escogido para realizar obligaciones militares, prácticamente
en dedicación exclusiva. Frank Salomón ha investigado los pormenores de la expan-
sión inka en el norte, demostrando que el intento de imponer las instituciones so-
ciales y económicas del sur resultó tardío y parcial.51
Las nuevas distancias largas que había que recorrer desde Cusco también hacían
difícil, si no imposible, que los mitmaq ejercitasen sus derechos residuales del «ar-
chipiélago» en su unidad política de origen. En 1532, la población se podía censar
todavía en el khipu de su grupo de origen, pero si entonces estaban demasiado ale-
jados y sus nuevas obligaciones muy especializadas, la gente tendía a permanecer
en donde se hubieran vuelto a instalar. Incluso la aparición y la victoria de los euro-
peos no convencieron a algunos mitmaq para que regresaran a sus lugares de ori-
gen, a menos que procedieran de los grupos étnicos cercanos, como sucedía con los
«mil» tejedores del estado en Huancané.
Otro factor que fomentaba la formación de asentamientos permanentes lejos de
su base étnica eran los privilegios otorgados a los repobladores. En el valle de Hua-
llaga las inspecciones de 1549 y 1562 consignaron las quejas de los recién llegados
y sus descendientes nacidos allí, que tan pronto como el régimen inka se derrum-
bó, los habitantes habían recuperado muchos de sus campos que se habían expro-
piado en beneficio de los mitmaq. Y todavía no hay pruebas de que ninguno de los
demandantes regresara a sus propias regiones; simplemente, abandonaron la custo-
dia de las fortalezas que les había encargado, volviendo a instalarse entre los nativos.
Waldemar Espinoza ha publicado documentos sobre los rigurosos repoblamien-
tos de colonias inkas, que se obligaban a hacer en la región de Abancay;52 un alto
porcentaje de la población local fue deportada a otros lugares y sus terrenos cedi-
dos a los mitmaq, algunos tan alejados como el actual Ecuador. Se tomaron medi-
das similares a lo largo de la costa, donde los inkas tuvieron ocasión de encontrar
una seria resistencia: las sociedades que disponían de un sistema de irrigación lo-
cal se habían desarticulado, un porcentaje más alto de las tierras costeras se habían
expropiado para uso del estado, los habitantes de las tierras bajas no confiaron en
el ejército, imponiéndose los templos del culto solar. Se desconoce hasta qué pun-
to los habitantes de las tierras bajas intervinieron en el tráfico por la costa, por me-
dio de balsas, hacia las aguas cálidas del golfo de Guayaquil,53 pero probablemen-
te no permaneció sin alteraciones.

51. Frank Salomón, Ethnic lords of Quito in the ages ofthe Incas: the political economy
of north-Andean chiefdoms, Comell, 1978.
52. Waldemar Espinoza Soriano, «Colonias de mitmas múltiples en Abacany, siglos xv
y xvi: una información inédita de 1575 para la etnohistoria andina», Revista del Museo Nacional,
39, (Lima, 1973), pp. 225-299.
53. María Rostworowski de Diez Canseco, «Mercadores del valle de Chincha en la época pre-
hispánica», Revista Española de Antropología Americana, 5 (Madrid, 1970), pp. 135-178; John
V. Murta, «El tranco de muelu en la Costa del Pacífico», en Formaciones económicas (1975).
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 73

Los casos más extremos de repoblación que el estado llevó a cabo van más allá
de cualquier posible extensión del principio de complementariedad ecológica. Com-
prenden dos amplios valles productores de maíz, en Yucay y en Cochabamba. En
ambos casos se deportó a la población aborigen, renovándose los habitantes.54 Apa-
rentemente no se hizo ningún esfuerzo para representar este repoblamiento en tér-
minos aceptablemente ideológicos: las regiones abandonadas eran demasiado com-
pletas para poder explicarlo en términos del «acceso a la máxima variedad de
recursos».
En Yucay, cerca de Cusco, el repoblamiento tuvo que hacerse con fines políti-
cos: entre los que se transfirieron estaban los soldados con dedicación completa coop-
tados entre los rebeldes cañaris del norte. Esta dedicación exclusiva a las obligaciones
militares podría no tener precedentes en los Andes; pero como los charkas, a quie-
nes se les sustituyó sólo 12 años antes de 1532, los cañaris fueron reclutados entre
las líneas étnicas, esperando poder cultivar todavía sus propios productos alimenti-
cios cuando regresaran a casa.55
En Cochabamba, el mayor valle de cultivo de maíz en todo el Tawantinsuyu, la
población local también fue expulsada, pero en este caso se dio un paso sin prece-
dentes en el aumento de la productividad en la superficie cultivada por el estado. En
tiempos del rey Wayna Qhapaq, inmediatamente antes de la invasión europea, el nue-
vo territorio abandonado se dividió primeramente en cuadrantes y cada uno de és-
tos en franjas, que se extendían «de cordillera a cordillera». Cada franja se asigna-
ba a un grupo de lengua aymara de las tierras altas que habitaban desde el lago
Titicaca al norte, hasta el desierto de Atacama en el sur; los cultivadores que pro-
porcionaban no eran colonos mitmaq sino mit'ayuq, enviados temporalmente por tur-
nos. En cada cuadrante, por algunas hileras de maíz que se destinaban para alimentar
a la mit'a (que comprendía no menos de 13.000 cultivadores o 2.400 almacenes lo-
cales), la mayor parte del trigo cosechado se enviaba al centro administrativo que
los inkas habían construido en Paria, en el altiplano, y desde allí a Cusco.56 La sus-
titución del principio de los mitmaq por una nueva modalidad de mit'a debió haber
tenido implicaciones ideológicas que no han sido desveladas todavía.
En los últimos tiempos de los inkas se produjo otro cambio que tuvo al final con-
secuencias de amplio alcance: la aparición de poblaciones, con respecto a las que
el estado rompió su afiliación y enumeración con respecto al grupo original. Estos
pueblos dedicaban la jornada completa a los asuntos del monarca, y posiblemente
incluso a los del estado. Ya se ha mencionado el caso de las mujeres aqlla, «elegi-
das» para tejer un beneficio del estado y los reyes; Waman Puma supo que habían
existido seis clases de aqlla con diferentes status y responsabilidades. 57 Práctica-
mente no se conoce nada sobre su organización interna, porque como resultaron
atractivas para los españoles (quienes las identificaban como monjas), desaparecie-
ron casi inmediatamente después de 1532. La figura equivalente en los hombres eran
los yana, a quienes se les destituyó de sus cargos y de la autoridad que ejercían en

54. Nathan Wachtel, «Les mitimaes de la vallée de Cochabamba: la politique de coloni-


sation de Wayna Capac», Journal de la Société del Américanistes, París, 1980.
55. J. Murra, «La Guerre et les rébellions», pp. 933-934.
56. N. Wachtel, «Les Mitimaes».
57. Guarnan Poma de Ayala, Nueva Coránica y buen gobierno, pp. 298-300 (300-302).
74 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

los asentamientos tradicionales. A diferencia de las aqlla, constituían familias y tra-


bajaban exclusivamente como artesanos, pastores y cultivadores.
Existen pruebas de que se asignaban criados preinkas a las familias polígenas de
los señores étnicos. Una autoridad secundaria del valle de Huallaga hablaba de cuatro
y ana locales: uno, que habitaba sobre el valle principal, cuidaba el ganado de los
señores; el segundo trabajaba abajo, en los campos de hojas de coca; los dos últi-
mos vivían en el mismo asentamiento con su señor y se ocupaban de sus múltiples
intereses. Puede ser una simple coincidencia que el número de sus yana fuera el mis-
mo que el de esposas.58
Sin embargo, como se refleja en la tradición oral dinástica, la ideología inka exi-
gía que los yana fueran una innovación suya. Un «hermano» real, enviado para rea-
lizar una inspección en el reino y dirigir un censo, declaró haber ocultado la exis-
tencia de algunas poblaciones del khipu, con objeto de utilizarlas en un desafío
dinástico ante el pariente que reinaba. La conspiración fracasó y la piel del herma-
no se transformó en la de un tambor; las poblaciones que excluyó de su informe fue-
ron consideradas rebeldes y por ello, debían ser aniquiladas. Se supone que la rei-
na pudo detener la masacre haciendo ver a su esposo que los «rebeldes» podrían
trabajar en beneficio de las haciendas reales. Debido a que el lugar donde todo esto
sucedió se llamaba Yanayaku, entonces los criados denominaron yana, y algunas ve-
ces yanayakus.59
Los cronistas europeos observaron a estas poblaciones cuando eran «libres» de
sus obligaciones étnicas y de parentesco, pues ya no se censaban en su khipu de ori-
gen. Mientras que muchos han afirmado que su status de servicio tenía carácter he-
reditario, no existen pruebas decisivas de esto: en una de las pocas menciones ve-
races sobre su destino, los relatos antiguos afirmaban que únicamente el hijo del yana
que fuera «adecuado» podría hacer bien su trabajo. El resto volvería supuestamente
al lugar de origen étnico. Hay mucha fuerza en el testimonio como para interpretar
que los yana eran esclavos.60
Los intentos de presentar como privilegios lo que en realidad eran tareas duras
y nuevos cambios en el status son anteriores a los inkas con toda probabilidad. El
nombre de las aqlla, separadas de su grupo étnico y de sus futuros maridos, proce-
día de aqllay, que significaba seleccionar, escoger; el nombre de los yana procedía
de yanapay, es decir, asistir por completo, ayudar a alguien sin hacer un cálculo
exacto de las ganancias. Los criados deportados veían su nueva actividad como una
variante de la clase de obligaciones recíprocas más desinteresadas y que se realiza-
ban por interés emocional.61 Es dudoso que nadie fuera admitido para trabajar en el
estado inka por mecanismos verbales tan transparentes; todavía desconocemos mu-
cho sobre estas poblaciones de criados. Una de las dimensiones más accesibles de
su status y sus funciones sería su porcentaje entre la población total. Mientras el ín-
dice total era aparentemente bajo (en torno al 1 por 100 de la población), este no

58. John V. Murra, «La visita de los chupachu».


59. John V. Murra, «Nueva información sobre las poblaciones yana», en Formaciones
económicas.
60. Emilio Choy, Antropología e historia (Lima, 1979). Para el debate sobre el modo
de producción que predominaba en 1532, véanse varios artículos reproducidos en Waldemar
Espinoza Soriano, ed., Los modos de producción en el imperio de los incas, Lima, 1978.
61. John V. Murra, «Nueva información sobre las poblaciones yana».
LAS SOCIEDADES ANDINAS ANTES DE 1532 75

tiene que ser el único factor a considerar. Si bien la tendencia era a aumentar, y pese
a que las «rebeliones» afectaron a su status, los yana fueron quienes presagiaron el
futuro. En 1500 el Tawantinsuyu se había alejado completamente de los grupos ét-
nicos autónomos que hablaban sus propias lenguas, adoraban a sus propios dioses
y, como un grupo étnico, podían satisfacer gran parte de sus necesidades. Todo esto
se vería afectado y, a la larga, amenazado con la aparición de los criados que tra-
bajaban en dedicación exclusiva.62

62. Para un tratamiento complementario sobre las sociedades andinas antes de la inva-
sión europea, véase HALC, I, Wachtel, cap. 7, pp. 177-180.

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