Tema Clara de Asis Significa
Tema Clara de Asis Significa
Tema Clara de Asis Significa
"El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" -Santa Clara.
Clara nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y
poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy
cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.
Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente
familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación.
Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día
en su vida espiritual.
Ya en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores de San
Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y
hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la
atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que
ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.
Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de
su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que
ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en El toda su fuerza
y entereza.
Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los
hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día
traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el
que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos
diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es
puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total
y radical.
Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar
su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo
hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional
forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A
los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían
que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto
era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal
entendida.
Santa Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la
gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta
concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de la
Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor
por manos de Francisco.
De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del
mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso,
tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo
manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para
ser una santa religiosa.
Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en
servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.
Días más tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que
su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de
llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de
edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San Francisco,
preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en
San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la
expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también
su prima Pacífica.
Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente de la
comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por
su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor.
Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de
renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus
hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.
Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía,
pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en
plenitud.
Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de
Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro mas rico de las
que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo
era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor
ejemplo que dio a sus hijas.
La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de su humildad
fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su
protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó
para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus
hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a sus
hermanas.
Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba como
lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y
no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.
"En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La
hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro
a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie
de la hermana y lo besó."
Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a
todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y
su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por
el Papa Inocencio III.
Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas perfectamente esa
unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y
Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió
nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en
el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y a r.ma
La vida de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del
Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por
la salvación de las almas.
La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San
Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran
exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de
mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.
Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus
conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran
regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice
que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva y
me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser
pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les
respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del
campo, nos sabrá alimentar también a nosotros".
Mortificación de su cuerpo
Los ayunos. Siempre vivió una vida austera y comía tan poco
que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se
explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante el
tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los
demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella
misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una
entrega total al amor que la consumía interiormente y su
gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.
Por su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San
Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un
pedazo de pan que no fuese menos de una onza y media.
La vida de Oración
Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto
para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y
recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se
le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del
Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las
ingratitudes propias y de los hombres.
Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo mas
íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de
grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara
salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y
despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.
Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no
se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios para la redención, "Sin el derramamiento
de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación". Ella añadía: "Hay unos que no rezan ni se
sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación.
Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio
espiritual la tierra sería destrozada por el maligno". Santa Clara aportó de una manera generosa a
este equilibrio.
En otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus
monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.
Cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y,
rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra
mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para
estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.
Cuando el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o completamente opuestos
al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con
grandes bienes.
, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias
sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el
espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir
que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se
convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su
gracia para que otros reciban de ella.
El Señor en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y de su
salvación, nunca nos abandona y manda profetas que con sus palabras y sus vidas nos recuerdan
la verdad y nos muestran el camino de regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos
torcidos y nos enseñan como rectificarlos.
En la Basílica de Sta. Clara encontramos su cuerpo incorr que todas comieran. Santa Clara dijo:
"Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para
abastecer de pan a sus esposas pobres?"
En una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al
Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para
que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tu la que bendigas estos
panes". Santa Clara le dice que sería como un irespeto muy grande de su parte hacer eso delante
del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de
la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa
sobre todos los panes.
Larga agonía
Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando todos los
sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba
sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad
de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita".
San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray
Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía:
"Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya
los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".
El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, y dos días después
de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos,upto y
muchas de sus reliquias.
En el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto donde
ella pasó muchos años de su vida acostada, se observa la ventana por donde veía a sus hijas.
También se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos con el
poder de la Eucaristía.
Hoy las religiosas Clarisas son aproximadamente 18.000 en 1.248 conventos en el mundo.
4. CLARA MUJER LIBRE
La pobreza de Clara es libertad, no sólo para seguir a Cristo, sino también para construir la
fraternidad con los demás. Estos dos valores se encuentran significativamente unidos en el
nombre primitivo «Hermanas pobres» (RCl 1,1 y TestCl 37).
Clara de Asís, mujer singular del siglo XIII, pertenece a esa familia humana que a nadie
puede dejar indiferente. Los santos tienen la intuición genial para detectar lo absoluto y lo
esencial del vivir. Abren caminos insospechados porque son audaces del riesgo y poseen el
coraje de la aventura y de la creatividad.
Clara vivió la vida de tal manera que puede ofrecer a los hombres y mujeres categorías
universales porque vivió lo concreto con validez universal. No es fácil en el mundo, realizar
y vivir el encuentro, aunque la vida esté compuesta de encuentros permanentes, porque el
hombre y la mujer modernos llevan tantas máscaras que encubren su verdadero rostro,
cuando hacen propia la vida y costumbres de las grandes «estrellas del momento». La
máscara forma parte de la cultura que proclama tanto la sinceridad y la transparencia.
Descartes el filósofo de las «ideas claras y distintas» lleva consigo una enorme máscara que
encubre bajo una impresionante ironía.
Clara no poseía una voluntad de sospecha ni de desconfianza sino una voluntad de
encuentro, de acogida, de escucha, de confianza y de servicio. Acercarse a Clara es ponerse
en contacto con una personalidad singular, llena de misterio, de fascinación y de
transparencia. Acercarse a Clara es encontrarse con un ideal humano y cristiano difícil de
imitar. A Clara puede aplicársele lo que Manselli escribía de Francisco, que «tenía el don
supremo de la simpatía instintiva»; y, como él, ella es una de las personalidades más
originales y radicales que ha ofrecido la historia humana. Alma santa e insigne que vivió la
utopía del evangelio como forma prodigiosa de la vida cotidiana..
Los grandes promotores de la vida religiosa, como Clara, siempre fueron testigos
excepcionales de esa gran revolución del corazón que se traduce en el modo humano y
entrañable de tratar todos los seres humanos y naturales con ternura y simpatía, con respeto
y espíritu de finura y de escucha porque todos los seres creados tienen su propio valor, su
propio mensaje y su propia significación como igualmente su propia palabra, que es
necesario escuchar y descubrir. Clara trasmite esta ternura y simpatía que posee a sus
hermanas, siendo paciente y comprensiva con las más débiles.
Clara de Asís fue capaz de encuentros verdaderos y profundos porque fue libre, fue
transfigurada, fue capaz de escuchar, de mirar la realidad con ojos nuevos y transparentes y
fue capaz de participar y de celebrar. Esta elección es definitiva, está resuelta a renunciar a
todo para adquirir la perla preciosa del Reino. Pero ¿quién será capaz de conocer y
profundizar el sufrimiento que experimentó su tierno corazón, la dolorosa separación de sus
seres queridos? Sólo la gracia de Dios fue quien la impulsó. Porque esta gracia es
exigente; pero en definitiva es la gracia la que da libertad, para quien quiere comprometerse
y tomarla en serio.
Clara es la otra parte del otro, es decir, de Francisco, hijos naturales de Asís, patria chica que
ha visto nacer y desarrollar la vida excepcional de dos grandes santos, Francisco y Clara,
que han creado historia y fueron y siguen siendo paradigmas de comportamiento para
muchos hombres y mujeres de su tiempo y del nuestro, porque sus personas y sus vidas
encarnaron e hicieron creíble una utopía que parecía imposible.
«Francisco representa la palabra, Clara el silencio; Francisco vive la acción, Clara la
contemplación; Francisco se convierte en mensaje de paz, Clara en fermento de unidad;
Francisco es la transparencia, Clara la luz; Francisco patentiza el ánimus creador, Clara el
ánima fecunda; Francisco es el gran especialista de Dios, Clara es el testimonio alegre de «lo
único necesario». Francisco y Clara, hijos biológicos de una ciudad. Entre el Asís de antes y
el de después de Francisco y de Clara hay una gran ruptura, hay un cambio de rumbo
histórico; hay un alma distinta, una nueva subjetividad y un nuevo horizonte espiritual».
Clara, noble de familia, se convierte en mujer libre y luminosa por propia voluntad y decisión
personal y como consecuencia de ininterrumpidos encuentros profundos consigo misma, con
Francisco, con Dios, con su propia familia, con sus hermanas, con la Iglesia, con sus
conciudadanos y con los hermanos y hermanas de religión. Es decir, ella pertenece de lleno
a la estructura vital y arquitectónica del franciscanismo en cuanto movimiento evangélico y
forma de vida.
Clara es una especialista del encuentro porque previamente se dejó encontrar y se abrió a las
posibilidades ilimitadas que el ser humano anida en sí. El encuentro con Francisco que había
sido elegida nada más y nada menos que por el mismo Dios, cuyo «poder es más fuerte, su
generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más
elegante» (CtaCl 9).
La noche del domingo de Ramos de 1212, clara abandona la casa paterna y se dirige a santa
María de los Ángeles, se puso en la dinámica del encuentro del amor y del amor
transformador de Dios. Desde estos momentos su corazón es iluminado con la luz de
Francisco, el cual dice Clara: «era columna nuestra, nuestro único consuelo después de Dios,
y nuestra firmeza» (TestCl. 38). De este modo se encuentra existencialmente con Jesucristo
y, como posteriormente escribe a Inés de Praga: «Amándole, sois casta; abrazándole, os
haréis más pura; aceptándolo, sois virgen» (1 CtaCl 8). Ella misma quedó sellada
fuertemente por aquellos encuentros que la convierten en una mujer amable y acogedora
hasta ser llamada «el último refugio de las atribuladas» (RCl 4, 12). Este deseo de salir al
encuentro desde la caridad, la cortesía y el respeto lo transformó en precepto al ordenar que
las abadesas deben demostrar «una familiaridad grande» con todas las hermanas (RCl 10,4);
al mismo tiempo impulsa a las hermanas para que salgan al encuentro de los más necesitados
siendo así «cooperadoras del mismo Dios y sostenedoras de los miembros vacilantes de su
Cuerpo inefable» (3 CtaCl 8). Concluyendo en el Testamento con el gran precepto del amor
cristiano: «Amándoos mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las
obras el amor que interiormente os alienta, a fin de que, estimuladas las hermanas con este
ejemplo, crezcan siempre en el amor y en la caridad recíproca» (TestCl 59-60).
En Clara predominan la disponibilidad, el enfrentamiento y la decisión radical de ser
coherente hasta las últimas consecuencias. Ella vivió intensamente el encuentro con un Dios
vivo y comunicativo, que siempre exige más. Clara fue adquiriendo gradualmente una gran
lucidez interior gracias a la cual sabía de dónde venía y a dónde iba, y cuál era el camino que
tenía que recorrer. Clara practicó prodigiosamente la categoría del encuentro porque
descubrió, vivió y celebró la gratuidad del sacramento de la vida y de la creación.
El encuentro, como dimensión relacional antropológica, está íntimamente vinculado a la
categoría de presencia. « Desde que Clara abre su corazón al Espíritu, es consciente de esta
presencia del Tú absoluto, le es fácil descubrir la presencia total en los pobres, en los sabios,
en la misma creación y sobre todo en los acontecimientos de su vida personal. Su apertura a
todos los seres se fundamenta en su propia experiencia vivida de la paternidad universal de
un Dios que es amor y es gratuidad. Por eso su vida se transformó en transparencia
comunicativa y en acción de gracias.
En la fenomenología del encuentro de la santa de Asís se nos revela la transfiguración de su
propia personalidad. Clara de nombre, lucha contra las opacidades y oscuridades que cada
ser humano lleva en sí y se manifiestan en la ambigüedad personal, se transformó en mujer
de luz y en semáforo luminoso de trascendencia. Fue una mujer transparente que lucho
contra las perfidias del equívoco y del engaño. Su voluntad de transparencia se manifiesta
en la imagen del espejo que tanta importancia tiene en sus escritos.
Si Clara llega a ser luz es porque previamente superó la oscuridad que la rodeaba; y si
consiguió la gran libertad es porque superó las grandes resistencias y venció las incontables
dependencias menudas de la vida cotidiana. La libertad humana siempre se ve amenazada
porque la persona en su caminar por la existencia no logra desprenderse de su ambigüedad
y de no pocos condicionamientos y contradicciones.
La libertad es el gran privilegio de la persona humana, que puede tenerla simplemente como
posibilidad de llegar a ser libre o puede lograr realmente ser una persona libre. Sólo se
consigue ser libre después de un largo proceso de liberación de invisibles y pequeñas
esclavitudes que acosan y rodean cotidianamente a cada cual, en su propia situación y
circunstancia. El ser humano es un complicado tejido de ser y no ser, de tener y de
desprenderse, de apropiación y desapropiación. Y si la negación de uno mismo es el paso
obligado para la propia afirmación, igualmente la verdadera libertad no se logra sin un largo
proceso de liberación.
En la conquista de la libertad la persona humana se encuentra y se enfrenta con cosas que
hay que saber valorar como puras mediaciones en la propia vida. El radicalismo de Clara en
la pobreza no proviene de un maniqueísmo ni de un desprestigio de las cosas cuanto de una
gran valoración de la libertad. Ella sabe muy bien que quien mucho posee fácilmente es
poseído. Por eso en su estilo de vida ofrece una ética de la frugalidad y una cultura de la
ascesis.
Clara se presenta como una personalidad fuerte, ejemplo de femineidad auténtica y madura.
Es mujer pobre y humilde, libre y valiente, hermana y madre de numerosas compañeras; es
más, se siente, esposa, madre y hermana del mismo Señor Jesucristo, «adornada por el
estandarte luminoso de la virginidad inviolable y de la pobreza santísima» (1 CtaCl 18).
Clara ha ejemplarizado una nueva tipología femenina no bajo la máscara de la seducción
petrificante sino de la seducción liberadora y transparente.
Es preciso no tener ya a nadie en este mundo, haber dado completamente las espaldas a la
familia, como el hijo de Pietro Bernardone y Clara Favarone: «Desde ahora quiero decir:
Padre nuestro, que estás en los cielos, y no padre Pedro Bernardone» (TC 20). Tal es
precisamente la pobreza de Clara, según la reflejan sus fuentes: un abrirse de par en par
frente a Dios, con ilimitada confianza en las promesas evangélicas hechas a los pobres (Mt
6,19-21 y 25-34; Lc 12,22-32). Un quedarse libres, con el corazón despejado de toda
preocupación humana, libres como «los pájaros del cielo» (Lc 12,6).
El Padre celestial es, para Clara, aquel Padre de quien se puede decir, al fin de la vida, que
«siempre te ha mirado como la madre al hijo pequeño que ama» (Proceso III, 20; XI ,3); y
bendecirlo y darle gracias, frente a la hermana muerte, como «mujer pobre» que todo lo ha
recibido gratuitamente de Él: «Tú, Señor, seas bendito porque me has creado...»
La pobreza de Clara es una pobreza radical, capaz de excavar este vacío hasta en lo más
íntimo del corazón; es una kénosis o anonadamiento -una gama amplia de pobreza-
obediencia-amor de la humillación (LCl 12-14); capaz de hincar de rodillas, ante el Altísimo
Padre, no sólo la persona, sino aquel fondo del ser humano donde anida, negligente y doble,
el yo del orgullo.
Clara, despojada de todo apoyo humano se hace libre, desligada, abierta, disponible ante la
plenitud del Bien, que brota como manantial gozoso del seno del Padre de las misericordias
e inunda de «secreta dulzura el corazón de los amigos» (Carta III). Incluso el recuerdo de
esta plenitud de Bien hace que el corazón se le sobresalte: «brilla dulcemente en la memoria»
(Carta IV), escribe Clara, e invita, exhorta, apremia a ser cada vez más pobres, más vaciados:
pobres a la medida de Francisco, para ser, como él, cabida del Dios «todo el Bien».
6.2. Una kénosis para una comunión: una muerte para una vida.
La clausura en la Orden de las clarisas capuchinas hoy no puede ser comprendida como «un
medio para…» La clausura es más: es un modo típico de profundizar aquella kénosis de
Jesucristo, que es propuesta por Él para quien lo quiera seguir. Por medio de los consejos
evangélicos, que hunden sus raíces en la kénosis, y en el anonadamiento de Cristo. De este
modo la vida contemplativa de las Hermanas Pobres de Santa Clara, en su jornada histórica,
aparece con una fisonomía propia, muy distinta a las características, de otras Órdenes, aun
las dedicadas a la vida contemplativa-claustral.
El seguimiento primordial de Cristo pobre y crucificado, condujo a Clara y sus primeras
compañeras a descubrir el valor profundo de la clausura de forma carismática. Y este modo
de «vivir enclaustradas» viene a florecer significativamente desde muy temprano como un
cuarto voto, el Voto de Clausura, que caracteriza y da originalidad a la Orden de las Damas
Pobres.
Vale la pena analizar, a la luz de recientes estudios, los hechos relacionados con el tema.
Clara, después de su experiencia en el monasterio benedictino, se marcha a san Pablo de
Panzo, situado en una ladera del monte Subasio. Según un estudio reciente de Mario Sensi:
Dice que santo Ángel de Panzo no era un monasterio benedictino, como se pensaba de dicho
monasterio, era una casa de «encarceladas» o «penitentes», como las existentes en el monte
Subasio, cerca de Asís. Lo que significa que Clara, no satisfecha con la experiencia
benedictina, quiso tener otra opción de vida religiosa, eligiendo la de «encarcelada».
La espiritualidad de las «encarceladas» o «penitentes», tiene más relación con el nombre de
«Orden de las damas encerradas» (Proc XVI, 2), nombre designado por el común de la gente
del lugar, para identificar a las Orden de las damas pobres, según el proceso de canonización
de santa Clara (año 1253). Con toda probabilidad, a este estilo de vida perpetua, Clara debe
más a éstas, que a la familia benedictina o cisterciense: porque es aquí donde ella recibe la
inspiración, «en la cárcel de este estrecho lugar se encerró la Virgen Clara por amor a su
celeste esposo» (LCl 10). «Se encierra como en una cárcel….se encierra como en una
tumba…En esta estrecha cárcel se abre sólo a la vista de Dios».
Otra observación frecuente, sin fundamento alguno, es la siguiente: en tiempo de Francisco
y Clara se afirmaba que, no se concebía la vida religiosa femenina fuera del claustro. Es
totalmente inexacto; porque poco antes de santa Clara surgió en Flandes el movimiento las
llamadas de Beguinas, cuya espiritualidad era la vida de oración y de trabajo, muy parecida
a lo que hoy llamamos vida activa.
Por su parte, El padre Jesús María Bezunartea, OFM Cap. hace una importante aportación,
relacionada al tema que nos ocupa o más bien completa lo que falta a la reflexión de Chara
Lainati. Él parte del texto que condensa toda la espiritualidad Clariana; se trata de la Bula de
aprobación de la Regla, en su segunda parte (el texto del Cardenal Rainaldo) dice así:
«Vosotras, amadas hijas en Cristo, despreciasteis las pompas y placeres de este mundo y
decidisteis seguir las huellas del mismo Cristo y de su santísima Madre. Por ello, elegisteis
vivir encerradas y servir al Señor en suma pobreza para daros a Él con plena libertad de
espíritu…. (Pról RCl2)».
Estas palabras aunque no sean originales de Clara, dice el autor, describen una experiencia
espiritual propia de la misma Clara, que parecen estar escritas por ella misma. Ella traza los
rasgos fundamentales y espirituales de su experiencia de clausura, tal como es la vivencia en
san Damián.
El misterio Pascual de Cristo consta de tres momentos fundamentales: Pasión, muerte y
resurrección del Señor. Cuando Jesús invita a sus discípulos para seguirle, les dice: «si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24)».
Estas palabras que introducen en la kénosis o anonadamiento, condición indispensable para
participar del reino. Como había anunciado a los hijos del Zebedeo (Mc 19, 33-40).
La bula antes citada, se refiere directamente y expresamente a la experiencia de clausura de
Clara y las Damianitas, aquí se encuentra precisamente el momento del misterio pascual, en
el hecho de «haber despreciado las pompas y placeres de este mundo». Clara recuerda este
hecho en su Testamento contraponiendo su vida de conversión cuando se encontraba en «en
las miserables vanidades del siglo (TestCl 24)».
Clara en lugar de los placeres mundanos y transitorios busca otros: «no rehusábamos
indigencia alguna, pobreza, trabajo, tribulación, ni ignominia, ni desprecio, del mundo, sino
que más bien considerábamos estas cosas como grandes delicia (TestCl ». Esta ascética con
la que dominaban sencillamente la carne y sus pasiones, es el primer paso pero un paso
especial de la experiencia pascual vivida por Clara en su vida de consagración, encerrada en
la clausura. Esta sin duda habrá sido la experiencia fuerte del paso intermedio entre el mundo
y la vida con «plena libertad de espíritu», entregada totalmente al Señor: la experiencia del
sepulcro o segundo momento del misterio pascual. A este momento pertenecen las palabras:
«Por ello, elegisteis vivir encerradas y servir al Señor en suma pobreza» (Pról RC 12).
La clausura ofrece una experiencia kenótica de descenso al sepulcro, donde se gesta una vida
nueva, a través de la soledad, o separación del mundo, para disfrutar del silencio del claustro
del corazón, es decir un estar a solas con quien sabemos nos ama, gozando de lo único
necesario (Lc 10,42), como Clara misma escribe a Inés de Praga (2 CtaCl 3). «Para Clara la
clausura pertenece a Dios, el instrumento a través del cual se entra en la heredad» (ib).
Última consideración, en la línea de esta nueva vida, engendrada en el alma a través de esta
separación. Clara escribe a Inés de Praga en su tercera carta. Allí le menciona expresamente
la semejanza existente entre la experiencia de María, como madre de Jesús que acogió a su
Hijo «en el pequeño claustro de su vientre sagrado y lo formó en su seno de doncella (3CtaCl
3)».
Al concluir el tercer capítulo, lo hago con el tema de la clausura por ser el signo más
significativo de la libertad de la Clarisa Capuchina. Es un medio por el que se expresa la
total pertenencia al Señor crucificado. La clausura es un estar encerradas en el cuerpo, pero
libres en el espíritu y haciendo propias las necesidades de los más indigentes y marginados
de la sociedad.
La pobreza de Clara es libertad, no sólo porque sigue a Cristo, sino también porque construye
la fraternidad. Nosotras también estamos llamadas a reproducir estos mismos valores en
nuestras comunidades. El ejemplo de Jesús debe ser el que nos motive a vivir con entusiasmo
y alegría nuestra entrega. Él nos muestra el camino cuando dice: «Nadie me quita la vida, yo
mismo la doy» (Jn 19,17). Nosotras fuimos llamadas por Él y libremente decidimos seguirlo;
que esta opción sea la que nos motive para afrontar con paz y responsabilidad la adversidad.
Clara por su parte también nos impulsa a no perder de vista el camino abrazado.
«Recuerda como otra Raquel tu propósito, y mirando tu punto de partida,
retengas lo que tienes, hagas lo que haces y jamás cejes. Con andar
apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen ni aun se te pegue el polvo del
camino, recorre la senda de la fidelidad, segura, gozosa, expedita y con
cautela; ni asientas a ninguno que quiera apartarte de este propósito, sino
abraza como virgen pobre a Cristo pobre».
Que estas palabras de nuestra madre santa Clara sean un aliciente en los momentos de
prueba, para seguir adelante con gozo y alegría nuestra entrega al Señor, porque sólo Él es
digno de ser amado.