Leibniz, Correspondencia Casi Completa
Leibniz, Correspondencia Casi Completa
Leibniz, Correspondencia Casi Completa
AÑO 1693
81
gravísimas ocupaciones de gobierno y su prudentísima administración,
disfruta también sobremanera de los arcanos de la naturaleza y del arte,
fomenta generosamente la investigación y estimula y protege con el más
cálido espíritu a los cultivadores de todas las ciencias, sobre todo de las
matemáticas, generosidad ésta propia de su Excelencia, que el mundo
literario nunca podrá alabar en demasía y que, desde luego, yo recordaré
perpetuamente en lo más humilde y profundo de mi ser; digo que habiendo
conocido todo esto, deseo rogarte encarecidamente que, con la autoridad que
te confiere tu incomparable erudición, promuevas mi causa ante su
Excelencia, a fin de poder conseguir el objetivo deseado, lo que, no siendo
difícil para ti, confío entenderás que será para mí una ocupación
enormemente grata, de la que te estaré eternamente obligado, etc. 3
Basilea, 20 diciembre 1693
Mi hermano te envía su más cordial saludo.
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AÑO 1694
82
tratarían los principios de una Matemática más elevada, principios que
implican la universal consideración del infinito, a diferencia de aquella
Geometría que, fundándose en el Algebra, contiene una matemática general
de las cantidades sólo finitas 4. Opino que no sólo en cantidad, sino mucho
más y sobre todo en calidad, ganaría mucho el proyecto añadiéndole vuestros
importantes descubrimientos; pues este método no es menos vuestro que mío.
Así que espero vuestra opinión, la tuya y la de tu ilustre hermano. Podéis
contar con mi lealtad y quedaréis satisfechos 5.
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Basilea, 9 mayo 1694
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 5
Basilea 2 septiembre 1694
GM.III 143-152
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“percurrentes”; y le hace algunas observaciones al respecto. Otras
ecuaciones y desarrollos, como las cuadraturas que pueden reducirse a
cuadraturas de círculos e hipérbolas, 143-150. Se lamenta de no poder
dedicar a la matemática todo el tiempo que a él le gustaría, pues tiene que
cumplir con otras obligaciones relacionadas con la enseñanza, “y no
tengo tu capacidad para dedicarme a muy diversos asuntos a la vez”,
151).
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Te doy las gracias por lo que me escribes acerca del cálculo de mis
exponenciales o lo que tú llamas percurrentes, y sobre todas las demás cosas
excelentes de que hablas. Aunque a juzgar por mi carta anterior pudieras
fácilmente creer lo contrario, hace ya mucho tiempo que los principios de las
exponenciales me eran familiares, aunque el cálculo de las de grado más M III
152
elevado haga menos tiempo que lo he producido. Con frecuencia me disperso
tanto que casi me veo obligado a interrumpir estos estudios, a menos que me
vea forzado a proseguirlos más en atención a los amigos que por mis propias
meditaciones. De manera que si (como pareces insinuar) me falta vuestra
ayuda, mucho me temo que el opúsculo aquel sobre el que pienso acerca de
la Ciencia del Infinito no llegue pronto a ver la luz o ni siquiera llegue nunca.
Comprendo que esto a vosotros poco os afecta, puesto que vais a necesitar de
mí menos que yo de vosotros.
85
(Siguen más desarrollos sobre la ecuación x x = y , que en la carta
anterior Bernoulli había resuelto mediante logaritmos, 153-157).
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AÑO 1695
Cuantas veces miro una carta tuya, otras tantas acrecienta mi dolor la
frustrada esperanza de verte; y cuanto más proyecta ella ante mí la generosa
imagen de tu profundísimo ingenio, tanto más me hurta la fruición de su
arquetipo. A pesar mío y con envidia me entero de que Sturm, el joven, ha
obtenido una plaza que estaba pensada para mí 11. Si con la paz de Europa se M III
158
ofrece alguna vez una ocasión propicia, la aprovecharé ávidamente, a fin de
poder estar más cerca de ti. Porque aquí, teniéndome que ocupar de asuntos
muy diversos, me temo, y teme también tú, que me veré obligado a
interrumpir mis estudios matemáticos.
Eres más injusto contra ti mismo que contra todo el mundo literario, si
persistes todavía en regatearle por más tiempo esa obra tuya sobre la Ciencia M III
163
del Infinito, que tienes entre manos; si alguna vez fuera publicada, podría yo
añadirle algunas pequeñas notas a modo de comentario, si a ti te pareciera
bien, pues ya la obra estaría completa por sí misma (…).
86
Basilea 2/12 febrero 1695
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Todo lo cual hace que sólo con dificultad pueda dedicarme a resolver M III
problemas, y me limito a perfeccionar y poner en orden lo ya hecho (…). 165
Sería una ingratitud por mi parte el no reconocer cuánto te debo, pues con tu
propaganda y con tu ejemplo te has ocupado en recomendar mis
investigaciones, cualesquiera que ellas hayan sido, ante los ilustres señores
de París y en otros lugares; o, para decirlo con más exactitud, porque les has
añadido consistencia con tu talento y tu correctísima utilización. En cuanto al
Sr.Varignon, ignoraba hasta ahora que hubiera tomado gusto por nuestras
cosas. Desearía saber también quiénes son los otros y si entre ellos se
encuentra el Sr.Ozanam, que no se mostró precisamente muy favorable para
conmigo, como quizás sepas 13.
Comparto, por lo demás, plenamente la afirmación que me recuerdas
de nuestro excelente Malebranche; en todo momento inculco yo lo mismo,
que cada cual comprenda que (como ya dijo Cicerón) no ha nacido para sí
mismo. Incluso es para mí un dogma que cuanto más ardiente y sinceramente
busque uno el bien común, tanto más incrementará su propia felicidad, lo que
puede demostrarse con argumentos incontrovertibles14. Así que alabo
sobremanera el que te muestres dispuesto a ayudar a los demás y a ensanchar
las posibilidades del género humano; sobre todo cuando tú puedes hacerlo
mejor que otros muchos.
Me temo que este año no podré añadir una línea a mi Ciencia del Infinito; por M III
mandato superior me requieren otras ocupaciones. En cuanto la tenga 166
diseñada, la someteré muy gustosamente a tus observaciones. Adiós.
87
(Hay una PS sobre el desarrollo de una serie matemática, 167s).
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88
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 11
Basilea 8/18 junio 1695
GM.III 179-190
(Es a partir de esta carta, tras la lectura por Bernoulli del Specimen
Dynamicum I, cuando empiezan ambos a entrar en terrenos que superan
el mero cálculo técnico de diferenciales, series y cuadraturas. Distintos
desarrollos matemáticos; el cálculo de máximos y mínimos, 182-185,
que, dice Bernoulli, ya había él estudiado desde 1691, 182. Siguen los
conflictos con el hermano Jacob, 185s. En la página 188 se entra en el
terreno del Specimen Dynamicum; es la primera vez que aparece en la
correspondencia el término “metafísico", y se ve cómo el joven
Bernoulli, que ha entendido perfectamente el nuevo cálculo, no se
imagina lo que tras éste se esconde en las manos de Leibniz).
89
todo diferencial, a su vez, de otros infinitos y cada uno de éstos todavía de
otros infinitos, y así hasta el infinito. Considerado todo esto, ciertamente se
M III
destruye de un plumazo la opinión de los Atomistas 20.
189
Estas cosas y otras semejantes, que me vinieron a la mente al estudiar
con atención la matemática abstracta, me condujeron hace ya tiempo a
muchas especulaciones no muy distintas a las tuyas acerca de los orígenes y
propiedades de las cosas; seguro estoy de que, si algunas de ellas se
publicaran, serían tenidas por muchos como un mero pasatiempo ingenioso
cuando no por algo ridículo, y, sin embargo, a mí me parecen perfectamente
acordes con la razón 21. Pero lo que dices hacia el final acerca de la medida
de las fuerzas, confieso que tus razones no acaban de convencerme, y no
porque tu opinión sea completamente nueva y contraria a la comúnmente
recibida hasta ahora y nunca puesta en duda, sino porque tú la deduces del
efecto, el cual, sin embargo, no es perpetuo y constante. Porque el hecho de
que los cuerpos hagan ascensos proporcionales a los cuadrados de las
velocidades no implica que también las fuerzas estén en la misma razón
proporcional tratándose de cuerpos iguales; en verdad, estos ascensos,
aunque sean algo homogéneo, no son, por así decirlo, sino efectos
accidentales, que solamente dependen de las leyes de la gravedad y del
movimiento de la materia etérea; de manera que, si el Supremo Arbitro de las
cosas hubiera querido producir estas leyes de otra manera, también los
cuerpos, con sus mismas velocidades y, por lo tanto, con sus mismas fuerzas,
harían ascensos en una razón completamente distinta; por lo tanto, es claro
que estos efectos no provienen inmediata y únicamente de las fuerzas de los
cuerpos movidos, los cuales sin duda continuarían moviéndose hasta el
infinito si no fueran impedidos por otro cuerpo peregrino; en consecuencia, el
hecho de que asciendan sólo hasta una altura dada es más bien un efecto que
ha de atribuirse a la resistencia de la materia ambiente 22. Pero tampoco son
necesarias más pruebas; tu propio argumento se retuerce contra ti, si con él
muestro que fuerzas de cuerpos iguales están en razón de sus velocidades.
Pensemos en dos cuerpos iguales, A con velocidad 2, y B con velocidad 1,
que se mueven, si quieres, horizontalmente en el vacío, y ahora
simultáneamente presionan sobre un medio uniformemente denso y
resistente, en el que penetran; ¿acaso no disminuyen sucesivamente las
velocidades de ambos cuerpos en este medio uniforme, estando tales
disminuciones en razón de los espacios recorridos? Llegados, por fin, los dos
al reposo, el cuerpo A habrá penetrado en el medio no más que el doble que
el cuerpo B. Por lo tanto, según tu modo de hablar, la fuerza del cuerpo A
será a la fuerza del cuerpo B como el efecto de aquél al efecto de éste, o sea,
como 2 á 1 23. Exactamente de la misma manera podría mostrarse que las
fuerzas de cuerpos movidos estarán en cualquier otra razón, si se supone un
medio no uniformemente penetrable: o sea, en cualquier supuesto, los M III
cuerpos convierten sus fuerzas en penetración o, mejor, en la superación de la 190
resistencia continua del medio. Tendría todavía otras muchas cosas que decir
sobre esta materia, pero el tamaño de esta carta ha crecido ya más de lo
90
esperado.
(Ha recibido de Holanda varias cartas en las que le anuncian que va a ser
invitado a ocupar la cátedra de matemáticas en la Academia de
Gróningen, con un sueldo anual de 1.200 florines holandeses, más otros
emolumentos académicos. Por otra parte, agradece a Leibniz el que éste
le haya recomendado para la misma plaza en la recién fundada Academia
de Halle. Bernoulli, que siempre había soñado con ésta última, pide
consejo a Leibniz sobre cuál elegir, 190).
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que había absorbido, y es justamente éste el efecto que yo utilizo para medir
la fuerza. Mas, a fin de darte satisfacción también en lo que dices,
imaginemos como medio una serie de elastros (fig.36) iguales y semejantes,
uniformemente colocados, que, al paso del cuerpo, se flexionan o M III
comprimen, y retienen la flexión 194
recibida, como si fueran un objeto
cerrado, o sea, se vuelven tensos.
Descubrirás que el cuerpo A, de una
libra y velocidad 2, y el cuerpo B, de
cuatro libras y velocidad 1, penetran
igualmente en tal medio, o sea, consumen su fuerza oprimiendo el mismo
número de elastros y, por lo tanto, al haber consumido su fuerza produciendo
la misma fuerza (esto es, la misma tensión), quiere decirse que sus fuerzas
eran también iguales 28; pues supongo que el efecto íntegro, apto para
producir una fuerza, es equipotente [aequipollere] a la causa 29. Por ello
entenderás que no me ocupo en demostrar estas cosas tan a la ligera como tú
creías (cosa que me sorprende). Tampoco Huygens es ajeno a esta opinión
mía 30. Y no menos me sorprende que pienses de mí que doy por supuesto lo
que está en cuestión cuando hago consistir la naturaleza del cuerpo en la
fuerza primitiva de actividad y resistencia [nitendi renitendique]. Aunque el
sujeto ese a quien es inherente la fuerza o a quien se atribuye el ser sea el
cuerpo mismo, no por ello se sigue que deba concebirse el cuerpo como algo
preexistente, pues por la misma razón también el Ente sería anterior a la
esencia, ya que ésta es inherente a él. Y en todo caso, a cualquier predicado
primario que pudiéramos asignar le afectaría tal objeción. En realidad, es
precisamente tal predicado 31, junto con el predicado común de Ente, de
substancia o de sujeto, el que constituye la noción de cuerpo. Pero, incluso
aunque yo hubiera ofrecido algo posterior a la esencia del cuerpo, no por ello
habría cometido petición de principio, si hubiera ofrecido algún atributo
recíproco inteligible, que es lo que creo haber hecho, cosa que no ocurriría
con otros atributos 32. Sobre la relación del alma con el cuerpo yo sostengo
una teoría especial, con la que creo que todo se explica de manera inteligible;
te la expondría ahora si tuviera tiempo, pero lo haré en la primera ocasión
que se presente, satisfecho de que no te desagraden estas meditaciones.
Porque yo pienso que quien se ocupa de cuestiones profundas no debe
limitarse sólo a las matemáticas; su uso de la matemática debe ser tal que le
estimule el ingenio también para todo lo demás. No creo que sea necesario el
vacío, como no lo son los átomos, y espero que no estarás en desacuerdo
conmigo cuando entiendas mis razones.
Me has dejado muy conmovido al comunicarme el rumor sobre la
muerte del incomparable Huygens. Como yo no he recibido la noticia, espero
intranquilo. A punto estaba de enviarle yo una carta.
92
B.Nieuwentijt ha escrito dos libros contra nuestro cálculo; pero no
entiende las segundas diferenciales 33. Segunda edición de la Medicina
Mentis de Tschirnhaus, 195 34.
La polémica entre los hermanos. Leibniz trata de mantener una
posición equilibrada y justa frente a ambos, y recomienda a Johann que
modere sus impulsos juveniles…, y no olvide la medicina, sobre la que
ya ha escrito una disertación De usu musculorum,196).
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juzgado con precipitación, perdóname; por mi parte, yo también pensé que lo
que te decía no lo había madurado menos. De todas maneras, me gustaría
convencerte de que no me ha movido a ello ningún placer por contradecirte,
sino el puro amor a la verdad; y créeme que semejante morbosidad, común a
todos los filosofastros que no tienen otra cosa que hacer, es lo más ajeno a mi
talante personal. Así que permíteme que te proponga, sólo para aclararme a
mí mismo, una ligera inquietud que tu respuesta me sugiere. Dices que dos
cuerpos, A y B, de masa 1 y 4 y velocidad 2 y 1 respectivamente, penetran de
la misma manera en un medio uniformemente elástico, o sea, consumen su
fuerza en la presión de un mismo número de elastros. Pero supongamos que
los cuerpos A y B son iguales y se mueven con velocidades 2 y 1; siguiendo
tu opinión, el cuerpo A penetrará en el medio cuatro veces más que el cuerpo
B 36. Sin embargo, yo creo poder demostrar que las profundidades alcanzadas
por dos cuerpos iguales en un medio uniformemente elástico están en razón
de la raíz cuadrada [subduplicata] y no en razón cuadrada [duplicata] de las
velocidades. Sea (fig.41) el cuerpo A, que penetra en un medio AB
uniformemente elástico, esto es, tal que todos sus puntos, por ejemplo el C,
están dotados de un elastro igual y, por lo tanto, todas sus elasticidades M III
tomadas en conjunto en la 203
abscisa AC se designan por
la aplicación CF del
triángulo ABG; y sea AD la
primera velocidad del
cuerpo A. Si ahora queremos
averiguar la velocidad CE
que tendrá en el punto C,
deberemos construir la curva DEB, de forma que las diferenciales de las
aplicadas CE sean como las aplicadas CF del triángulo, esto es, que las
disminuciones de las velocidades sean proporcionales a las elasticidades;
ahora bien, se demuestra fácilmente que la curva DEB es una parábola cuyo
vértice es D y su eje DA. Supongamos, pues, que el cuerpo A tiene ahora otra
velocidad Ad; para encontrar las restantes velocidades Ce habrá que construir
otra parábola deb con vértice en d y eje dA, que sea la misma que la anterior
DEB, pues en ambas las elasticidades son las mismas. Y, por la identidad de
las parábolas, tendremos AB. Ab :: AD . Ad 37. Por lo tanto, el número de
elastros presionados por la velocidad AD es al número de elastros
presionados por la velocidad Ad como la raíz cuadrada de sus velocidades y,
en consecuencia, según esta demostración, el cuerpo A necesitaría una
velocidad cuádruple para producir un efecto doble, mientras que, según tú,
necesitaría una velocidad sólo doble para un efecto cuádruple 38.
94
recomendado que estudiara más intensamente problemas relacionados
con la medicina. Johann Bernoulli le responde que su delicada salud no le
permite dedicarse más que a actividades puramente mentales y, debido a
sus problemas oculares, tampoco puede realizar lecturas muy
prolongadas; por ejemplo, no ha podido leer en su integridad la
Geometría de Descartes, 202-205. Ha sabido que Huygens no había
muerto aún, pero había perdido la razón, como en tiempos ya le había
ocurrido en París).
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esfera L como el número de esferas es a la unidad. Puesto esto así, si
tomamos otro cuerpo C, con velocidad h, que consume también exactamente
su fuerza contra el mismo número de esferas dando a cada una la velocidad e,
digo que las potencias de los cuerpos C y B son entre sí como el número de
esferas iguales lanzadas a la velocidad e. Pero si ahora, en lugar de las esferas
iguales dotadas de cierta velocidad, tomamos otros efectos iguales repetidos,
por ejemplo, la elevación de ciertos pesos a una determinada altura, digo que
la misma proporción de potencia que obtuvimos por el camino precedente de
las esferas, que era puramente mecánico y no implicaba ningún fenómeno
físico, la conseguiremos también utilizando la gravedad 40. En efecto,
imagina (fig.42) una escuadra o ángulo recto λ PL de manera que la pértiga
λ P sea vertical y PL horizontal, que sujeta
el grave L; lo mismo para las escuadras μ QM, ν RN etc que sostienen los
graves M y N; estos graves M III
209
son iguales y en todo
semejantes entre sí, como
antes las esferas; las
escuadras son iguales en
todo, de manera que λ , μ ,ν
están en la misma recta
horizontal paralela, y
L,M,N así mismo en la
misma. Es claro que el
cuerpo B, al golpear sucesivamente contra las pértigas λ P, μ Q,ν R, que
suponemos son líneas rígidas libres de peso y resistencia, elevará las esferas
graves L,M,N a la misma altura, como por ejemplo L a la altura (L), de
manea que la esfera L, elevada a (L) y descendiendo por el arco (L)S, llegará
a la horizontal TS o LQM; y seguirá corriendo a la velocidad que exige la
altura del descenso a la que la elevó el cuerpo B. Lo mismo dígase de M,N.
De manera que medir el número de graves iguales elevados a la misma altura
es lo mismo que medir el número de cuerpos iguales que alcanzan la misma
velocidad, suponiendo, claro está, que el ascenso sea tal que pueda producir
esa velocidad. Se comprende así que podemos utilizar con seguridad la
medida de los graves para medir la potencia. Pues bien, la consideración de la
gravedad es elegantemente apta para esta medida, ya que puede dividirse
muy cómodamente en partes homogéneas. En efecto, supongamos que B
consume su potencia chocando contra las dos pértigas λ y μ , y C chocando
sólo contra λ ; la potencia de B será doble, pero la potencia de C será sólo
simple. De donde se ve que la potencia de B, que eleva dos libras, L y M, a la
altura de un pie (suponiendo que (L) o (M) están a un pie de altura sobre la
horizontal LM), es doble que la potencia de C, que eleva sólo una libra L a la
altura de un pie. De manera semejante, se sigue también de aquí que la
potencia que eleva una libra a dos pies es doble que la potencia que eleva una
libra a un pie. Pues, si imaginas que el grave L, elevado por el choque de B
contra la escuadra λ , es trasladado en (L) a la escuadra μ mediante alguna
96
fácil conexión o mecanismo que permita que de nuevo se eleve cuando B
choca contra μ , observarás que B consume toda su fuerza igualmente de este
modo que del anterior: pues en nada afecta que eleve (L) o que eleve M a un
pie en el segundo choque, puesto que hemos prescindido de la resistencia de
la escuadra o del mecanismo. De manera que la potencia de B se consume al
elevar una libra a dos pies; de donde se sigue que hace falta la misma potenci
a para elevar una libra a dos pies, que para elevar dos libras a un pie.
Apliquemos ahora todo esto a los elastros o un medio elástico. Ves
fácilmente lo que pretendo. Considera (fig.43) que L λ ,M μ ,Nν , son elastros M III
iguales y semejantes, y que ejercen del mismo modo su tensión ante el 210
choque del móvil B: (según nuestros principios de medida) mediremos la
potencia de B por el número de tales elastros que con tensión uniforme
consumen en ello toda la potencia de B. Considero, pues, que tensar un
elastro representa la misma potencia que elevar un grave a una altura, de la
que al caer pueda tensar ese mismo elastro; o, lo que es lo mismo, representa
la misma potencia llevar un elastro a un determinado grado de tensión, ya se
haga de forma mediata o inmediata; y esto precisamente en virtud de nuestro
principio, según el cual el efecto íntegro equivale a toda su causa o, dicho de
otra manera, son equipolentes los que pueden lo mismo. Por lo que resulta
evidente que los pesos pueden ser sustituidos por elastros y a la inversa.
Con todo esto llegamos ya a la cuestión que últimamente nos ocupaba,
a saber, es necesario que el cuerpo B, con velocidad 2, pueda penetrar, en un
medio dotado de elastros homogéneamente repartidos, cuatro veces más que
un cuerpo igual, D, con velocidad 1. Pues si el cuerpo D puede elevar una
libra a la altura de un pie consumiendo su potencia, podrá el cuerpo B, con
doble velocidad, elevar una libra a cuatro pies, o cuatro libras a un pie o, para
decir ambas cosas con una sola expresión, podrá elevar cuatro veces una libra
a un pie antes de consumir su fuerza; o, lo que es lo mismo, si un elastro
puede ser tensado por la caída de una libra desde un pie, se sigue que B, con
velocidad doble, podrá tensar cuatro elastros; si D es igual, pero con
velocidad simple, sólo tensará uno.
Estos razonamientos son coherentes entre sí y siempre satisfactorios. Si
no lo fueran, esto es, si la proporción de las fuerzas producidas entre dos
cuerpos de una velocidad dada consumiéndose en la tensión de los elastros
fuera distinta que la producida elevando pesos o imprimiendo movimientos,
caería toda la ciencia dinámica, esto es, sería imposible medir las fuerzas;
más aún, la potencia no sería una cantidad cierta, sino algo vago y sin
sentido. He explicado estas cosas con más detenimiento, a fin de que, cuando
tengas tiempo, las examines. El problema es de gran importancia.
Por lo demás, si te parece que a tus reflexiones anteriores yo he
respondido últimamente más excitado que de costumbre, espero que, una vez
consideres la cuestión, te persuadas de que lo he hecho con el deseo de
centrar más la atención entre nosotros. Yo tolero muy fácilmente las
objeciones; y si vienen de ti, no sólo no las rehuyo sino que más bien las
busco, pues sé que suelen serme muy fructíferas, sobre todo cuando
97
concentras bien tu mente. Y aunque en un asunto como éste, que desde hace
tiempo vengo madurando, creo haber conseguido algo, reconozco
gustosamente que tu talento es tal que podrás en breve no sólo igualar
M III
nuestros cotidianos trabajos sino incluso superarlos. Me parece, sin embargo, 211
que el negocio éste de la dinámica tú lo has tratado con demasiada
precipitación, pues no creerás que todas estas cosas tan bellamente
estructuradas me hayan venido como por sorpresa. Adios, y dondequiera que
estés, quiéreme, y suerte.
Hannover 29 julio 1695
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LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 16
Hannover 5/15 septiembre 1695
GM.III 211-212
98
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 17
Basilea 24 agosto 1695
GM.III 212-216
99
pues no se requiere en ambos casos la misma potencia. Tú, en cambio,
pareces estar en contra de esto cuando dices: "de aquí se sigue que la misma
potencia hace falta para elevar una libra a dos pies (yo añado "en dos veces"),
que para elevar dos libras a un pie". El problema es distinto en un medio
homogéneamente elástico: pues, como en él los elastros iguales y semejantes
están distribuidos en pequeños intervalos iguales, sin duda con una potencia
doble se oprime un número doble de elastros y, por lo tanto, los espacios
recorridos estarán en razón de las potencias. En esto, sin duda, estamos de
acuerdo; pero precisamente esto mismo muestra que las elevaciones de pesos
iguales realizadas de un único salto no son proporcionales a las potencias de
estos pesos. Pues, si comparamos la causa de la gravedad con las resistencias
de los elastros, veremos que estos elastros, en este caso las solicitaciones a la
gravedad, no se verifican en iguales espacios mínimos recorridos, sino en
iguales mínimos intervalos de tiempo; pues así se explica la gravedad: en
efecto, es sabido que Galileo dedujo las aceleraciones de los graves
descendentes partiendo de los impulsos de la materia ambiente, que estimula
al grave uniformemente en momentos iguales. Puesto esto así, es muy
evidente que un peso ascendiendo a una altura cuádruple no superará más
que un impulso doble, puesto que no necesita más que doble de tiempo y los
tiempos son como el número de los impulsos. Por lo tanto, si la superación de
un impulso se toma como medida común de las potencias, se sigue, de
acuerdo con tu mismo principio, que para elevar de un golpe un peso a una
altura cuádruple sólo se requiere una potencia doble, y que las elevaciones
estarán en razón doble de las potencias; y como las elevaciones están también
en razón doble de las velocidades, las potencias serán como las velocidades y
no como el cuadrado de las mismas41. Pero no puedo demorarme más en
estas cuestiones, pues hay otros pensamientos que me apartan de ellas,
aunque tengo todavía otras muchas cosas que no me permiten pasarme a tu
bando. Te agradecería que resuelvas este pequeño reparo mío y me digas
sinceramente en qué piensas tú que estoy equivocado; mi mayor gozo ha sido
siempre ser instruido por ti. Sabes bien que mis objeciones a lo tuyo no son
para oponerme sino para aprender; y no dudo de que a ti también podrán
serte útiles.
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100
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 18
Amsterdam 8/18 octubre 1695
GM.III 216-217
(Las dos cartas, ésta y la anterior de Leibniz, 24 agosto 1695, carta 16, se
han cruzado).
No te habría extrañado mi silencio, si por ésta hubieras sabido que hace M III
ya seis semanas que estoy de viaje, que, por cierto, va bastante lento debido a 216
la tierna edad de nuestro hijo. También a mí me sorprende que no hayas
recibido todavía la última que te escribí ocho días antes de mi partida, según
veo por la fecha de la tuya, 5/15 septiembre, que me han transmitido aquí.
Espero que te haya llegado ya y que en ella hayas visto las nuevas
dificultades que he encontrado en la tuya anterior a propósito de la
penetración en un medio elástico, que supongo aceptarás benévolamente
(…)42. Pasé por Leiden, donde encontré a de Volder, profesor de
matemáticas, a quien tras un breve coloquio abandoné, sobre todo porque ví
que no se mostraba muy a favor de nuestro método, que, decía, está sacado
todo él de Sluse 43.
Amsterdam 8/18 octubre 1695
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LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 19
Hannover 20/30 octubre 1695
GM.III 217-222
101
igual) recorrida de una sola vez (fig.44).
Pero cuando tengas tiempo para considerar este problema con un poco
más de atención, espero que tú
mismo te extrañarás de cómo
pudiste sospechar esta
diferencia. Pues la naturaleza
está construida de tal manera
que, ya trates de hacer algo por
veces o de un solo tracto, nunca
harás nada mayor con la misma
fuerza; de lo contrario, nada
sería más fácil que el
movimiento perpetuo mecánico.
Es lo mismo que gastar una misma suma de dinero en pequeñas monedas
repartidas en varias veces o hacerlo de una sola vez con toda la cantidad 44.
Tú mismo ves que el peso L al ascender de un solo tracto a la altura PT, en
realidad no lo hace todo a la vez sino por los grados PQ,QR,RS,ST; y no hay
entre ambos casos más diferencia que el hecho de no haber intervalos entre
las veces. Pero puedo poner intervalos entre las ascensiones, sin que quepa en
ello diferencia alguna; por ejemplo, si el mismo grave L corre primero
horizontalmente de 1 a 2; a continuación asciende de forma inclinada de 2 a
3, de manera que su altura perpendicular sea igual a PQ; de nuevo
horizontalmente va de 3 a 4 para elevarse de forma inclinada de 4 a 5, cuya
altura perpendicular igualará a QR; y así sucesivamente de 5 a 6, de 6 a 7, de
7 a 8, de 8 a 9. Supongo que tú aquí exigirás otra distinción y dirás: concedo
esto, si el peso L realiza toda su acción con el primer ímpetu recibido; pero
no lo admito, si ha de ser excitado con nuevo impulso. Ciertamente cabe
postular de alguna manera esta distinción, pero yo la considero nula, salvo
naturalmente para aquél que dijera que hay que conservar el depósito del
dinero [argenti την θέσιν διάφυλάττειν] mientras las circunstancias lo
permitan. De manera que, a menos que mi conclusión tuviera que admitirse
por otras razones, estás en tu derecho, pensarás tú, de alegar esta distinción
hasta que yo demuestre que aquí no viene al caso. Pero quiero, incluso, en
este aspecto ser generoso, a fin de que mi demostración sea cierta y no nos
apoyemos sólo en argumentos probables.
Así pues, si concedes que una esfera mayor equivale a la suma de otras M III
menores y que reposa una vez lanzadas éstas al movimiento, admitirás que en 219
nada afecta a la potencia el hecho de que lo que se produce sea en conjunto o
por separado. Pues bien, así es como se demuestra el problema que ahora nos
ocupa. Digo, pues, que la potencia es la misma, tanto para que el cuerpo L
(fig.45) ascienda en tránsito continuo a la altura PT, como para
que ascienda a la misma altura mediante cuatro veces repetidas
PQ,QR,RS,ST, aun recibiendo siempre un nuevo impulso. Supongamos que
el cuerpo L, moviéndose sobre la horizontal, ha alcanzado tanta velocidad
que, con el ímpetu recibido, haya ascendido en tránsito continuo hasta la
102
altura PT, y ya desde allí de nuevo desciende
103
que nada. Pues lo que a ti te crea dificultades, mucho más se las producirá a
otros. Tengo examinado todo este problema de tantos modos y he llegado por
tan diversos argumentos y experiencias a la misma convergencia tal, que no
puedo ya temer ningún paralogismo. Mas no por ello dejo de escuchar
gustosamente cualquier observación, sobre todo si viene de ti.
Añades a renglón seguido que tu objeción está sacada de las causas de
la gravedad; pero éstas, como tantas veces ya he dicho, no son un obstáculo.
En efecto, es muy cierto que a cada momento de tiempo igual le corresponde
igual impulso; pero debe saberse que este impulso no por ello produce igual
fuerza en el cuerpo impulsado (puesto que éste se muestra de forma diversa
según la mayor o menor fuerza que ya tenga), aunque produzca el mismo
grado de velocidad, ya que estas dos cosas no coinciden. Por lo tanto, esta
objeción es una petición de principio 45. En efecto, tal como ya he explicado
públicamente, un cuerpo dos veces A, movido con velocidad e, es en realidad
y en potencia activa doble que el cuerpo A dotado de velocidad e, puesto que
en el primero se verifica dos veces Ae, o sea Ae + Ae. Por el contrario, el
cuerpo A movido con velocidad dos veces e (o sea, A dos veces e) no es el
doble de Ae, porque, aunque se haya duplicado la velocidad, no se ha
duplicado a la vez el cuerpo; ahora bien, yo entiendo la potencia multiplicada
sólo cuando algo real, que tiene potencia, se repite o multiplica íntegramente;
como no es lo mismo cuando se trata de elevar un peso dado (sea de forma
interrumpida o continua) a una altura multiplicada que cuando se trata de
elevar un peso multiplicado a una altura dada: pues ambas repeticiones
pueden darse por separado, cada una con su efecto propio y exacto. De
manera que cuando piensas que, según mi principio, se toma como medida la
superación del impulso, no estoy de acuerdo ni debo estarlo, a menos que
todos estos elementos estén igualmente relacionados tanto en el impulsante
como en el impulsado, tal como advertirás tú mismo si consideras el asunto
con más detención. Para que haya medida es necesario que se repita la
producción o destrucción real de alguna potencia. Y entiendo que ha de
repetirse la potencia real, o sea, aquella que incluye su sujeto, como, por
ejemplo, un peso elevado, un elastro tenso, un grave puesto en movimiento, a
fin de que la repetición sea completa. No basta, pues, con que se repita algo
modal, como, por ejemplo, la repetición de un grado de velocidad sin
repetición del cuerpo; o sea, no basta con poner varios grados de velocidad
existentes a la vez en el mismo cuerpo. Y observarás por la experiencia que,
si utilizas la repetición real, todo concuerda perfectamente en los diversos
supuestos; no así en la modal, pues en la repetición modal no se incluyen por
igual, esto es, con repetición exacta, todos los elementos. Y sospecho que
M III
todo lo demás que todavía suscita en ti alguna inquietud proviene únicamente 221
de no haber advertido esto, que es para mí como el primer principio del Arte
Universal de la Medida o Ciencia de la Cantidad en general. Curiosamente
hasta ahora apenas se me ha objetado nada referente a este punto, que yo no
haya previsto ya o que no se resuelva por sí mismo, si se prosigue la
reflexión 46.
104
He descubierto, en efecto, que en la solución de problemas todavía
intactos, sólo según mis principios se obtiene resultado. Pues no sólo deriva
de ellos lo que otros han verificado con experimentos o han deducido de
otros principios más limitados, sino que puedo además avanzar más lejos
hacia aquello en lo que los principios de tales personas fracasan. Como, por
ejemplo (fig.46), si una esfera A choca a la vez contra dos esferas B y C,
puedo demostrar qué ocurrirá, y esto (asómbrate) mediante el único principio
de que, en caso contrario, la causa y el efecto
no serían equipolentes o, lo que es lo mismo,
en determinadas condiciones no podría
elevarse a una altura dada después del choque
el mismo peso que antes del choque, o a la
inversa.
---------------------------------------------------------------------------------------------
105
Me complacen mucho los argumentos que aduces sobre la medida de la M III
223
potencia y, por fin, me inclinan hacia tu posición. Me quedan, no obstante,
algunos reparos que me gustaría eliminar. Dices que los impulsos de la
materia causante de la gravedad, siendo iguales y produciendo iguales
velocidades en el peso, no por ello producen igual fuerza. Sin embargo, si se
considera que la materia sutil causante de la gravedad se mueve con
velocidad tan grande que pueda considerarse infinita (y así debe suponerse
pues, de lo contrario, las aceleraciones de los graves, al caer, no se
incrementarían hasta el infinito) respecto de la velocidad que tiene el peso
ascendente o descendente, entonces habrá que considerar el peso como en
reposo, cualquiera que sea su grado de velocidad; de manera que habrá que
entender así mismo que los impulsos producirán siempre en el peso igual
fuerza. De forma parecida a como entiendo yo que una bala, disparada por
una escopeta, choca con igual fuerza contra una tortuga, tanto que ésta se
halle en reposo como que se mueva más o menos lentamente, pues cualquier
velocidad de la tortuga es nada comparada con la velocidad de la bala 47. M III
En segundo lugar, admito que el peso L (fig.44), al ascender con un 224
solo ímpetu por 2,3; 4,5; 6,7; 8,9 y descender después, puede oprimir
tantos elastros G,H,I,K, cuantos son suficientes para elevar por intervalos el
mismo peso a la misma altura, porque cualquier elastro oprimido, al
restituirse, transmite al peso la fuerza que de él recibió; y así ascenderá
gradualmente por las alturas PQ,QR,RS,ST, por las que antes había
descendido. Pero desearía que me demostraras lo siguiente: que con el mismo
ímpetu con el que asciende por la altura 2,3; 4,5; 6,7; 8,9 pueda también el
grave L oprimir tantos elastros cuantos oprimió al descender. Si demuestras
esto, me pondré completamente de tu parte. Pues la posibilidad del
movimiento perpetuo mecánico, que tú deduces de la negación de esto, no
hace al caso: siempre habrá un adversario exigente que pueda admitir tal
posibilidad 48.
En tercer lugar, tu hipótesis destruye todas las reglas de la
comunicación del movimiento, expuestas por Descartes y otros y admitidas
hasta hoy. Por ejemplo, si una esfera choca con velocidad 1 contra otra igual
y en reposo, ambas proseguirán moviéndose juntas tras el choque con
1 1
velocidad no como , tal como hasta ahora se ha creído, sino como ; con
2 2
esta velocidad, ambas ascenderían a una altura que sería la mitad de la que
habría alcanzado la primera esfera con toda su velocidad íntegra. De esta
manera, tendríamos que fabricar nuevas reglas de la comunicación del
movimiento para todos los demás casos, si, de acuerdo con tu principio, las
fuerzas están en razón compuesta de los pesos y de las alturas a las que con
sus velocidades podrían ascender 49. Según esto, puedo adivinar fácilmente
qué ocurriría si la esfera A chocara simultáneamente contra dos esferas en
reposo B y C; pues, si la velocidad de la esfera A es como 1, entonces la
106
A
velocidad futura de cada esfera será , suponiendo que las esferas
A+ B+C
no tengan elasticidad, y las tres irán en línea recta. Pero tú, en tu esquema, no
las pones en línea recta, de modo que, si la esfera que choca contra las otras M III
dos lo hace de forma oblicua, el problema no parece quedar bien definido; al 225
menos yo no alcanzo tu razonamiento.
En cuarto lugar, me complace bastante tu distinción entre la
producción de potencia real y modal, donde muestras ingeniosamente cómo
hay que tomar la repetición de aquélla y no la de ésta para medir la potencia.
Sin embargo, no veo qué impedimento hay para que las penetraciones de una
esfera en un medio no elástico sino simplemente resistente por fricción
puedan tomarse como medida de la potencia; pues en nada varía el que la
potencia sea absorbida o se restituya; la potencia es simplemente la causa de
la penetración y, por lo tanto, la penetración es su efecto, de manera que,
repetido el efecto, se repite también la causa. De aquí se sigue que una esfera,
con velocidad doble, penetraría en un medio blando, como el lodo, cuatro
veces más que otra esfera igual con velocidad simple; pero esto está todavía
por demostrar y yo sigo creyendo que las penetraciones serán como las
velocidades 50.
Ignoro todavía qué procuradores nombró Huygens para editar sus
manuscritos. Recibiré con sumo gusto los extractos que me ofreces de sus
cartas dirigidas a ti, en los que reconoce la excelencia de nuestro método; si
se presta la ocasión, se los podré echar a la cara a de Volder, poco
simpatizante de lo nuestro, y a otros.
---------------------------------------------------------------------------------------------
107
Creo que pueden eliminarse los reparos que aún te quedan sobre mi M III
Dinámica. La primera objeción es, de todas las que en este asunto pueden 227
hacerse, la más sutil: la velocidad de la materia gravífica es
incomparablemente mayor que la del cuerpo grave, de manera que éste, en
comparación con ella, es como si siempre estuviera en reposo, como la
tortuga respecto del disparo de la escopeta. Mi respuesta es que esto es muy
verdadero y que el efecto que se produce en un móvil lento, en comparación
con el movimiento aquel velocísimo, es tal que, tanto que el cuerpo lento esté
en reposo como en movimiento, la diferencia entre estos dos estados no es
notable. En efecto, si se pone el ojo alternativamente en la bala de la escopeta
o en la tortuga y se mira a la una desde la otra, no percibirá diferencia entre el
reposo y el movimiento lento. Pero si el efecto nuevo, que se produce en el
cuerpo lento por el impacto, se compara con el movimiento o efecto anterior
que en el cuerpo mismo ya existía, entonces aquél es muy notable respecto
de éste y, por lo tanto, en este caso hay una gran diferencia entre lo que un
mismo impacto, aun velocísimo, produce en un cuerpo en reposo y lo que
produce en un cuerpo lento, y no podemos afirmar que el receptor
permanezca siempre del mismo modo con respecto al impacto. Y aunque éste
imprima o elimine siempre el mismo grado de velocidad, no siempre sin
embargo dará o eliminará el mismo grado de potencia, sino que dará mayor
(potencia) a quien es favorable o tiende en su misma dirección, y la quitará a
quien se resiste o tiende en contrario.
En segundo lugar, no entiendo bien qué es lo que todavía quieres que
te demuestre cuando pides que haga ver "que el grave L pueda oprimir tantos
elastros cuantos oprimió al descender, con el mismo ímpetu con el que
asciende por la altura 2,3; 4,5; 6,7; 8,9 ". Pues, hasta donde yo entiendo,
siempre es fácil mostrar que un grave puede hacer lo mismo ascendiendo
que descendiendo, y, la verdad, no acabo de ver por qué pides esto. Una
misma causa, al consumirse o emplearse toda ella, siempre producirá el
mismo efecto, cualquiera que sea el modo como la causa aplicada se
consuma, ascendiendo o descendiendo 51.
En cuanto a lo tercero, el modo de reducir al movimiento perpetuo
como un absurdo, que yo utilizo, y que, según tú, podría ser rechazado por un
adversario riguroso, a mí me parece que en esta ciencia ello sería de un rigor
excesivo, y que podemos admitir sin temor esta hipótesis, por lo demás muy
en consonancia con la razón y comprobada con infinitos experimentos. Quien
defienda como posible el movimiento perpetuo mecánico, también creerá
poder defender que el agua ascienda libremente por la montaña. M III
228
En cuarto lugar, por lo que se refiere a las reglas de la comunicación
de los movimientos, estoy de acuerdo en que, si el cuerpo A con velocidad 1
choca contra otro igual B en reposo, y ambos prosiguen conjuntamente tras el
choque y no queda absorbida ninguna parte de la potencia, todo el conjunto
108
1
marchará a la velocidad . Pero hay que advertir que este caso no se da, ya
2
que, si los cuerpos son elásticos, no caminarán juntos después del choque; y,
si son blandos como la arcilla, gran parte de las fuerzas quedará absorbida en
el choque mismo y transmitida a las partes insensibles de la propia materia
blanda, y no se restituirá a los cuerpos íntegros, como sí ocurre en el caso de
los elásticos.
En quinto lugar, interpretas correctamente que de mis principios se
sigue que un cuerpo con velocidad doble penetrará cuatro veces más en una
materia blanda; a condición, naturalmente, de que no se tenga en cuenta la
condensación que se produce en el cuerpo blando, que al principio cede más
fácilmente y después con más dificultad debido a que las partes posteriores se
hacen más compactas precisamente por el impacto de las anteriores; es decir,
a condición de que sólo se considere la dificultad de separar partes tenaces,
excluyendo el movimiento de partes de cuerpos blandos como es el agua,
esto es, excluyendo lo que en mi opúsculo De Resistentia Medii llamé
resistencia respectiva, y manteniendo sólo la absoluta 52 . Todas estas cosas
que yo excluyo pueden y deben hacer que la regla dada no se observe con
exactitud; creo, sin embargo, que, con las debidas cautelas, la experiencia la
confirmará.
---------------------------------------------------------------------------------------------
AÑO 1696
109
Hace pocos días el Rector de nuestra Academia me recomendó un libro M III
editado el pasado año por Denis Papin, cuyo título es Fasciculus 229
dissertationum de novis quibusdam machinis, etc, donde entre otras cosas
ofrece una sinopsis de la controversia mantenida entre vosotros sobre la
medida de las fuerzas motrices, y al final dice haberte rogado que también tú
escribieras un extracto, a fin de que los lectores pudieran hacerse cargo con
más exactitud de todos los argumentos a favor y en contra. Me sorprende que
nunca me hayas remitido en este asunto a las Acta Eruditorum, pues veo por
esta sinopsis que mis principales objeciones ya habían aparecido en las Actas,
formuladas por el Sr.Papin, así como tus respuestas, y de todo ello a mí no M III
me constaba nada absolutamente; de haberlo sabido, me habría ahorrado el 230
trabajo inútil de repetirlas, lo que ha fatigado nuestras plumas hasta ahora.
Durante el tiempo en que vosotros discutíais yo estaba en Francia, a donde
nada me llegaba de las Actas. Ahora, a través de uno de mis colegas, he
logrado hacerme con las que contienen la controversia; en ellas he examinado
con provecho las razones de uno y otro y, una vez estudiadas cuidadosamente
junto con las que yo mismo había descubierto, reconozco como enteramente
verdadera tu posición, hacia la que desde algún tiempo yo mismo me
inclinaba, pero, debido a algunos reparos que aún me superaban, mantenía en
suspenso mi decisión; de manera que en adelante tu posición no sólo no
tendrá en mí un adversario, sino su defensor en cualquier ocasión que se
presente 53.
Me duele la postura del Sr.Papin empecinándose en su falsa opinión;
yo ceo que o no ha examinado bien el problema o no ve muy honroso abdicar
de un error popular cuya defensa ha emprendido él en favor de los
Cartesianos. Pues sus afirmaciones de que la potencia de un cuerpo mayor no
puede transferirse toda a uno menor en reposo; que una parte de la potencia
no desaparece (cosa que tú ya demostraste con rigor que debía ocurrir
necesariamente según la doctrina de los Cartesianos), sino que se disipa y
comunica a la materia ambiente en el choque mismo 54; igualmente, que no
existen cuerpos perfectamente rígidos 55; todo ello me parecen a mí refugios
en los que trata de buscar asilo para su posición ya vacilante. Porque, ¿quién
no ve que esta traslación de toda la potencia desde el cuerpo mayor al menor
no se concibe como algo actualmente factible, sino en cuanto que, sin la más
mínima contradicción, puede sustituirse mentalmente la potencia del cuerpo
menor por una igual potencia del cuerpo mayor? Para ello basta con que
podamos decir que, si de una afirmación establecida en el contexto de esta
suposición se sigue un absurdo, la afirmación misma es absurda.
Agudamente señalaste tú que, si el adversario niega esto, es como si alguien
le negara a Arquímedes que alguna recta fuera igual a una curva por el hecho
de que no podría mostrarlo geométricamente. Yo añadiría más: si alguien
mostrara ante mis ojos que ha descubierto el movimiento perpetuo de la
misma manera que tiene un metal más pesado que el oro, yo diría, y con
perfecto derecho, que este hombre ha descubierto de verdad el movimiento
perpetuo, aunque no se encuentre un metal más pesado que el oro ni haya
110
esperanza de encontrarlo; pues me habría mostrado la posibilidad del
movimiento perpetuo, si no práctica, al menos teórica 56.
Dices muy bien que la objeción tomada del movimiento velocísimo de
M III
la que tú llamas materia gravífica, es sutilísima; y es, por cierto, una objeción 231
muy querida por el Sr.Papin. Pero tu respuesta a mí no me satisface del todo;
pues parece que no sólo las velocidades impresas en el cuerpo en cada
momento, sino también los efectos mismos que los impulsos de la materia
gravífica producen en él, deben ser iguales, tanto si se comparan con el
movimiento velocísimo de la materia como si se comparan con el
movimiento previo que el cuerpo tenía. Esta comparación no tiene lugar aquí,
pues los efectos se consideran absolutamente y lo único que se pregunta es si,
comparados entre sí, son todos iguales. Y se puede demostrar fácilmente que
la esfera A, chocando a velocidad infinita contra la esfera B, le imprime
siempre igual fuerza, tanto que ésta esté en movimiento como en reposo, de
manera que un adversario podría seguir afirmando continuamente que la
potencia del cuerpo ascendente debe medirse no por los ascensos sino por la
medida del tiempo. Y de aquí se sigue a continuación que un cuerpo
ascendente, por ejemplo, a una altura cuádruple no recibe sino el doble de
impulsos iguales que otro cuerpo igual que ascienda a una altura simple, y,
por lo tanto, las potencias de estos cuerpos serán como 2 a 1, y no como 4 a 1
57
. Debo confesar que esta dificultad me ha perseguido intensamente durante
tiempo (pues veía que no hay aquí una petitio principii, como tú decías, sino
una impugnación contra la fuerza de tu argumento), hasta que por fin pensé
que me desembarazaba de ella diciendo: es verdad que los efectos producidos
en el cuerpo por los impulsos de la materia gravífica, al comienzo de
cualquier momento, son siempre iguales, tanto que el cuerpo esté en reposo
como que se mueva; pero también es verdad que un cuerpo, descendente o
ascendente, se enfrenta en un momento a un determinado número de
partículas perpendicularmente dispuestas, el cual número estará en razón de
las velocidades del cuerpo movido; ahora bien, cada una de estas partículas
imprime su peculiar impulso igual sobre el cuerpo ascendente o descendente.
De esta manera, el efecto de la materia gravífica habrá de computarse no sólo
al inicio del momento, sino el producido a lo largo de todo el momento, por
la cantidad de espacio recorrido en cada momento; por lo tanto, el aumento
momentáneo de la potencia del cuerpo ascendente o descendente varía
siempre en razón de las velocidades, y será infinitamente mayor que la fuerza
del impulso que recibe de la materia gravífica estando en reposo.
Te expondré mejor mi idea con un esquema (fig.47). Representa AB la
línea de los descensos, en la que 01, 02, 03, 04, 05, etc sean recorridos en los
momentos iguales 1, 2, 3, 4, 5, etc; se aplican a 0, 1, 2, 3, 4, 5, etc 0a, 1b, 2c,
3d, 4e, 5f, etc , que denotan las fuerzas de los impulsos de la materia
gravífica en el cuerpo al comienzo de cada momento. Ahora, por la
naturaleza de la caída de los graves, la altura A8 es cuádruple de A4, aunque
en ella no se contengan más que el doble de impresiones iguales 0a, 1b, 2c,
3d, 4e, 5f, 6g, 7h, 8i, que en ésta 0a, 1b, 2c, 3d, 4e; de aquí concluía yo con el
111
Sr.Papin que basta con que el grave ascienda por la altura 4A la cuarta parte
de 8A para superar la mitad de la resistencia que superaría ascendiendo por
8A, no advirtiendo el error que consiste en que tomaba las impresiones de los
momentos iniciales 0a, 1b, 2c, 3d, 4e, etc en lugar de las impresiones
M III
232
continuas 0b, 1c, 2d, 3e, 4f, etc, que evidentemente no son iguales. Se ve así
con meridiana claridad la verdad de tu aserto, a saber, que las potencias de
cuerpos iguales están en razón de las alturas recorridas: pues, en efecto, la
suma de todas las impresiones 0b + 1c + 2d + 3e + 4f + 5g + 6h + 7i, esto
es, el rectángulo Ai, es a la suma de todas las impresiones 0b + 1c + 2d +
3e, esto es, el rectángulo Ae como la altura A8 es a la altura A4. Te ruego me
digas sinceramente si he tocado el problema con exactitud. Yo creo que con
este argumento se podría convencer al Sr.Papin, aunque la verdad es que en
otro lugar del mismo libro, en disputa con Guglielmini 58 sobre la medida del
flujo de las aguas, nos proporciona su propia espada con la que se le puede
vencer. En efecto, de lo que en la pág. 77 infiere él legítimamente contra su
adversario, se sigue claramente que las fuerzas motrices o potencias de pesos
iguales están en razón de sus ascensos, o sea, en razón cuadrada de sus
velocidades. Supongo que no te será molesto que extracte aquí lo que viene
al caso, pues tal vez aún no has tenido oportunidad de ver el libro: "Consta
que, admitido el movimiento por la gravedad, si se lanzan los graves hacia
arriba, van perdiendo su movimiento al ascender; pero terminado el ascenso,
no puede encontrarse su centro de gravedad más alto que antes de que
empezaran a moverse; de lo contrario, se daría el movimiento perpetuo
mecánico. Sea, por ejemplo (fig.48) la cuerda ABD que rodea por encima a
la polea BC, en uno de cuyos extremos, A, pende una libra, y en el otro, D,
dos libras; y sea AE el doble de ED: el centro de gravedad estará en E.
Supongamos ahora que el peso D desciende hasta d; deberá en consecuencia
el peso A ascender otro tanto, o sea, hasta a, y así el centro de gravedad se
1
encontrará en e. Será fácil demostrar que el descenso Ee es sólo del
3
descenso Dd. Por lo tanto, si el cuerpo movido se eleva hacia arriba no
112
MIII
233
1
ascenderá sino a de la altura dD, o sea, f, y el cuerpo A continuando su
3
movimiento hacia arriba sólo recorrerá el espacio hasta G, y entonces el
centro de gravedad se volverá a encontrar a la misma altura que antes, o sea,
en E, etc". Verás fácilmente cuánto contribuye esto a confirmar tu
pensamiento. Una libra, que desciende desde la altura Dd, puede hacer que
1
tres libras asciendan a de la misma altura. Luego cualquiera de las tres
3
1
libras ascendentes tendrá de la potencia de la libra descendente (puesto que
3
el efecto es igual a la causa), y así se verifica lo propuesto, a saber, que las
potencias de pesos iguales están en razón de sus ascensos o descensos, o sea,
en razón cuadrada de sus velocidades. Quizás replicaría el Sr.Papin que
aquella libra, al estar junto a las otras dos, no produce la misma fuerza que si
descendiera sola al aire libre por la misma altura, puesto que durante el
descenso necesita más tiempo y, por lo tanto, recibe más impulsos de la
materia gravífica en aquel caso que en éste. Pero, al objetar así, nos
conduciría igualmente al movimiento mecánico perpetuo, pues no tendríamos
necesidad de suponer el traslado de toda la potencia del cuerpo mayor al
menor, con lo que el Sr.Papin, encerrado en sus refugios, o sea, al negar esta
traslación y la perfecta rigidez, no podría ya escaparse.
Al meditar todas estas cosas y ver tan espléndidamente confirmarse tu
nuevo modo de medir las fuerzas motrices y destruir la vulgar opinión
aquella de los Cartesianos, que ha hecho cuerpo y ahondado raíces en las
Escuelas de los filósofos, de manera que la mayor parte de ellos prefiere
creer ciegamente lo que sale de la boca de cuantos se llaman filósofos
modernos, en vez de estudiar y examinar las cosas con detención y exigencia;
digo que yo, al haber meditado honradamente este problema, he abandonado
por fin el error vulgar y hasta me he irritado conmigo mismo por haberlo
fomentado tanto tiempo dentro de mí. Y se me ocurre, incluso, si no sería
posible que este nuevo método para medir las potencias fuera demostrado
directamente y αποδεικτικως desde la naturaleza misma y la ley del
movimiento, suponiendo a los cuerpos moviéndose en el vacío, en el que
ejercieran sus fuerzas unos sobre otros. Porque la demostración por la
reducción al movimiento perpetuo como algo absurdo, a un pertinaz
113
cartesiano conseguirá enredarle en nuevas inquietudes más que sacarle de su
errónea opinión 59.
Tras una leve meditación he visto que podría probarse esto
directamente con un principio que el propio Descartes admitió, a saber, por la
composición del movimiento.
Sería así (fig.49): Muévase la esfera A con velocidad y dirección AB y
hagámosla chocar oblicuamente contra otra esfera igual B en reposo, de
manera que el ángulo de choque sea el semirrecto ABD; se pregunta qué
ocurrirá después del choque, suponiendo que toda la potencia de un cuerpo
que choca directamente pueda transferirse a otro cuerpo igual en reposo.
Considero el movimiento AB compuesto de otros dos iguales AC, BC, cuyas
direcciones hacen el ángulo recto ACB; ahora bien, al ser AC paralela a BD y
M III
234
114
experiencia que se dan cuerpos que se restablecen tan prontamente que no
hay diferencia sensible entre la velocidad, antes del choque, de la esfera que
irrumpe y la velocidad, después del choque, de la esfera igual que lo recibe,
y, por lo tanto, la objeción nada vale contra nuestra demostración.
Supongamos, sin embargo, a favor del adversario, que sólo se comunica a la
esfera B una parte de la velocidad BC (fig.50), a pesar de que, según la
opinión de Descartes, se seguiría de aquí algo absurdo. Pero supongámoslo,
y reciba la esfera B por la percusión de la esfera A una parte de la velocidad
BC, por ejemplo, BG. Así, según Descartes, permanecerá para la esfera A en
la dirección CB una velocidad residual CG (pues suponemos las esferas
iguales). Ahora bien, puesto que A sigue conservando en la dirección AC su
velocidad íntegra AC, tendrá después del choque, en virtud de la composición
M III
235
115
pueden ser consideradas como efectos de los cuerpos movidos, tenemos ya
probado nuestro propósito 63.
Me he demorado ya demasiado en esta materia; no obstante, de entre
todo lo que parece deducirse de tu nueva interpretación, por lo demás
bastante bien justificada en este momento, me gustaría proponerte en pocas
palabras algunas cosas sobre las que desearía alguna aclaración tuya. Parece
que el centro de percusión de los cuerpos se explica ahora de manera distinta
a como se ha creído hasta el presente pues, en lugar de medir las fuerzas de
choque por la masa de los elementos y sus velocidades, se ha de hacer, según
la nueva hipótesis, por los cuadrados de las velocidades. De esta manera, el
centro de percusión de una línea recta rígida, que se mueve en torno a uno de
sus dos extremos, no estaría allí donde está el centro de gravedad en el
2
triángulo, o sea, alejado del otro extremo en reposo de la longitud de la
3
línea, sino que estaría donde está el centro de gravedad en la pirámide, es
3
decir, alejado del centro de rotación del eje; y lo mismo en otros casos. Por M III
4 236
otra parte, parece que las resistencias del medio, que tú llamas respectivas,
prescindiendo de las absolutas, no están en razón duplicada de las
velocidades, sino triplicada. Por ejemplo, un cuerpo movido en un líquido de
escasa tenacidad, dotado con dos grados de velocidad, penetra en un cierto
tiempo una cantidad doble de líquido y a doble velocidad que otro cuerpo
igual movido con un solo grado de velocidad; pero como, según la nueva
hipótesis, las fuerzas de cantidades iguales están en razón duplicada de las
velocidades, la resistencia de aquel cuerpo será ocho veces más que la
resistencia de éste, contra lo que pareces afirmar en las Actas del año 1691,
p.177 64. Dirás quizá que la diferencia está en que en el primer caso el cuerpo,
con todas sus partes juntas y en un solo instante, choca contra otro, como una
esfera contra otra, mientras que en el segundo el cuerpo lo hace por partes y
sucesivamente, como un fluido contra un obstáculo; pero, si distingues de
esta manera, desearía me explicaras la razón de la distinción. También me
gustaría saber la razón exacta de por qué tu nueva hipótesis sólo se verifica
en velocidades actuales y no también en los conatos, pues el conato no es
más que un movimiento infinitamente pequeño. Por qué, por ejemplo, para
mantener en equilibrio cuatro libras suspendidas de una de las barras de una
palanca a una sola distancia de ella no se requiere en la otra parte de la
palanca sólo una libra suspendida a dos distancias, sino dos libras. Porque,
aun concediendo que se pueda dar razón de esto último, parece que, si a estas
dos libras, que hacen equilibrio con las otras cuatro opuestas, se les imprime
aunque sólo sea una mínima velocidad actual hacia abajo, vencerían de
inmediato y descenderían con gran ímpetu; pues estas dos libras, al tener dos
grados de velocidad, tendrían una fuerza doble que las otras cuatro que sólo
tienen un grado de velocidad. Pero esto va contra la experiencia, porque de
hecho descienden muy lentamente y no hasta donde podrían 65. Te pido
también una explicación del experimento aquel, que, según refiere Descartes
116
en sus Cartas (y el Sr.Varignon nos recuerda en las Actas del año
1691,p.300) realizó muchas veces el P.Mersenne con el Sr.Petit con aquella
máquina de guerra que, colocada verticalmente y disparada, lanzaba una bala
que nunca vieron volver a tierra ni señal alguna de ella; se supone que no
cayó y sigue todavía suspendida vagando por el aire. Si esto no es una
fantasía, malparada quedaría tu demostración sacada de la imposibilidad del
movimiento perpetuo 66.
Cuando dices que quien defiende la posibilidad del movimiento
perpetuo mecánico pensará igualmente en la posibilidad de que el agua
ascienda libremente por la montaña, ya veo yo hacia dónde apuntas con el
dedo: a aquel invento mío del perpetuo móvil, que publiqué en las Actas, en
el que explicaba el continuo ascenso de las aguas a través de los poros de la
tierra, como si ésta fuera un filtro, y su descenso bajo la forma de chorros y M III
fuentes. A cualquiera que se pare a pensar siquiera brevemente en la presión 237
de los fluidos no le parecerá absurdo ni contrario a ninguna ley de ninguna
naturaleza este tipo de perpetuo móvil. ¿O es que tendríamos un movimiento
perpetuo mecánico si lográramos hacer ascender de forma espontánea o
mediante algún movimiento interno de sus partículas el centro de gravedad
de un cuerpo? Todo lo contrario; si sobre un líquido más grave contenido en
un recipiente vertemos otro más leve perfectamente mezclable con el
anterior, el centro de gravedad de ambos líquidos no ocupará ya el lugar más
inferior, sino que necesariamente ascenderá; de no ser así, los líquidos no se
mezclarían. Y si dices que esta mezcla no duraría, sino que con el paso del
tiempo las partículas del líquido más grave descenderían de nuevo al fondo,
yo te ruego que consideres hasta qué extrema pequeñez se disuelve el
mercurio en un líquido corrosivo como el espíritu de nitro 67, y tan
íntimamente se mezcla con él que, si no se le añade alguna sal, la mezcla
durará indefinidamente y permanecerá el líquido tan límpido y fluido que, si
no lo dedujéramos de la gravedad, nadie diría que está impregnado por nada.
¿Qué impide, pues, que, con la ayuda de un filtro que separara estas dos
substancias, la más leve de la más grave, se pueda obtener el movimiento
perpetuo? Mediante esta filtración el común centro de gravedad, que ya no
está en su lugar natural, tiende a descender; pero como se le impide
descender debido a la materia secreta que fluye por el tubo, la cual se supone
que se mezcla de nuevo con el líquido restante, esta tendencia y, por lo tanto,
la filtración perseverará continuamente. Así pues, la objeción de que la
acción del líquido más grave quede interceptada por el filtro de manera que
sólo el leve gravitaría sobre el que está en el tubo, no vale, puesto que el
mismo líquido leve, que está fuera del tubo, es presionado por el grave, y así,
juntas las fuerzas de ambos, presionan sobre el que está en el tubo. Por lo
tanto, no es sorprendente y mucho menos debe ser absurdo si, de esta
manera, cuando la naturaleza del movimiento lo permite (me refiero al
movimiento interno), diga yo que se puede obtener un movimiento perpetuo,
pues negarlo sería tanto como considerar absurdo el ascenso del centro de
gravedad, que aquí vemos sin embargo que de hecho ocurre. No obstante,
117
estoy de acuerdo contigo en que es imposible el movimiento perpetuo
mecánico, si hubiere de obtenerse mediante alguna máquina formada por
cuerpos sólidos, que operara por el solo artificio e ingenio humano. Pero
como esta carta se me ha alargado más allá de lo esperado, tal vez para ti
hasta la náusea, la interrumpo aquí y dejo el tema de los diferenciales para la M III
próxima ocasión. 238
Gröningen 18/28 enero 1696
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118
cuestión consista en saber cuántos impulsos reciben los corpúsculos, pues el
problema no depende de su número sino, por así decirlo, como ocurre con los
soplos del viento (bouffées de vent) en una nave de velas, donde el número
de impulsos es el mismo para instantes iguales y, por lo tanto, proporcional a
los tiempos. De manera que te ruego trates de considerar conmigo el otro
miembro del dilema, a saber, si la esfera A, que choca con velocidad infinita
contra la esfera B, le imprime la misma fuerza, tanto que la esfera B esté en
reposo como que se mueva, cosa que, según dices tú, se puede demostrar
fácilmente, aunque yo reconozco que todavía no veo la demostración.
Uniremos, pues, nuestras especulaciones a fin de ver si podemos
satisfacernos plenamente en esta cuestión; y reitero, no sé si descubrirás si
queda algo sólido en mi respuesta a tu elegante dificultad de la bala disparada
contra la tortuga. No parece que sea absolutamente cierto que con impulsos
continuos infinitamente veloces contra la esfera B en reposo deba
imprimírsele siempre al móvil y en cada instante el mismo grado de
velocidad, sino sólo cuando el cuerpo que choca se considera infinitamente
menor que el móvil continuamente golpeado; y esto es lo que realmente
ocurre en los impulsos de la materia gravífica o en los del viento que empuja
a la nave, debido a la máxima sutilidad y porosidad de la materia chocante.
Pero, si el cuerpo que choca es, por ejemplo, igual o notablemente
comparable con el chocado y se relacionan entre sí como el agua con la
piedra y le hiere con ímpetu infinito, es claro que en el primer impulso se
imprime al chocado en reposo una velocidad infinita, pero también es
manifiesto que tal grado no se puede mantener de manera continua sucesiva.
Verás, por lo tanto, que no podemos afirmar en términos generales que un
medio que opera de manera uniforme, si tal modo de operar se supone de
velocidad infinita, imprima de forma continua el mismo grado de velocidad;
pero, aunque éste fuera el caso, es decir, que se imprima siempre el mismo o
casi el mismo grado de velocidad, no veo que de aquí se pueda deducir, sin
petición de principio, que se imprima también el mismo grado de fuerza, o
sea, que se produzca en el paciente el mismo efecto, pues yo no admito que
las fuerzas sean proporcionales a la velocidades, sino que más bien tengo por
demostrado lo contrario 69.
Lo que dices sobre el choque oblicuo es excelente y completamente de
acuerdo con mi modo de pensar. Más aún, si en un plano (fig.51) se dan tres
esferas iguales A,B,C, y la esfera A choca a la vez contra las dos B,C, en
reposo, de manera que en el momento del choque sus centros formen un
triángulo rectángulo en A, demuestro que el cuerpo A se detendrá en 2 A, los M III
240
cuerpos B y C recibirán toda la fuerza y se
moverán con las velocidades 2 B 3 B y 2 C 3 C,
que serán los lados del cuadrado cuya
diagonal 1 A 2 A es la velocidad de A antes del
choque. De aquí he sacado una consecuencia
a la que de nuevo se ve obligado el Sr.Papin.
119
En efecto, supongamos que los cuerpos B y C chocan directamente en 3 B y
3 C contra una pared inmóvil elástica; retrocederán con la velocidad y por el
He aquí el argumento.
120
una milla en una hora.
121
Me temo que el experimento de Mersenne es erróneo; porque si fuera
verdad que la esfera, lanzada por el artefacto bélico colocado verticalmente,
no volviera a caer, se seguiría que la gravedad perdería fuerza a breve
distancia de la tierra, y ésta sería como un imán que sólo atrae pequeñas
agujas muy próximas. En todo caso, esto no nos perjudica ni creo yo que la
cosa sea así. También es extraño que desde los tiempos de Mersenne nadie
haya repetido el experimento.
Cuando últimamente te escribí contra el movimiento perpetuo
mecánico, te ruego aceptes que en ningún modo tenía yo en mi mente lo que
tiempo atrás habías propuesto con aquello del filtro; te lo habría dicho
claramente y con sinceridad y, en todo caso, no te habría punzado con
palabras mordaces, pues ése no es mi estilo. Y no estoy en contra cuando
afirmas que debe intervenir un movimiento interno originado por principios
distintos a los de la gravedad, como, por ejemplo, una fermentación durable o
periódica en el líquido, de manera que lo que pretendes no es sino un
movimiento perpetuo físico. Pues dices muy bien que, al verter un líquido
más leve sobre otro más grave y mezclarlos perfectamente, asciende el centro
común de gravedad, con lo que se ve que para producir la mezcla hace falta
una fuerza exterior o física. Y quizás todavía sea necesaria después otra
fuerza física para conseguir la filtración, o sea, para vencer la causa que
retiene la mezcla, la cual causa retentiva tal vez pudiera ser la misma
sutilidad de las partes. En una palabra, que no estuvo en mi ánimo escarnecer
tu ingeniosísima especulación.
Con esto creo haber tocado todas tus cuestiones, aunque no las haya
resuelto todas, lo que espero hacer, si Dios quiere, en otra ocasión, cuando se
restablezca mi salud. Entre tanto, me esforzaré en atender siempre con
prontitud a los problemas más inmediatos. En el asunto éste de nuestra
Dinámica hay todavía muchos que debo explicarte, pues aún no los he hecho
públicos. Después de haberme dedicado a estas cosas durante muchos años,
no te extrañará que haya llegado a conclusiones que no pueden plantearse de
forma inmediata. Pero tú comprendes fácilmente la enorme importancia que
tiene el definir correctamente los principios de esta Matemática o Físico-
Matemática tan universalmente válida, que añade a la Geometría o ciencia
M III
universal de las imágenes la consideración de las fuerzas (cosa no sujeta a la 243
imaginación). Muy gustosamente te expondré a ti mis pensamientos, a fin de
que, una vez conocidos, puedas por ti mismo superar más fácilmente las
dificultades y me alivies de la necesidad de seguir yo especulando
indefinidamente. Si Dios me concede energías y vida, muchas cosas aún más
elevadas me quedan todavía por elaborar, que no me gustaría se perdieran 77.
Como el cartero público había partido antes de tener terminada esta
carta y aún me quedaba tiempo, me ha parecido bien añadir algo más y no
dejar de satisfacerte en todo. En cuanto a mi demostración extraída de los
primeros principios, es digno de notar y, sobre todo, algo admirable, el hecho
de que de aquí se sigue que se conserva siempre la misma cantidad de acción
motriz absoluta; y en esto consistió el error de Descartes, que no la entendió
122
bien y, siguiendo los prejuicios recibidos, la confundió con la que él llamaba
cantidad de movimiento 78. En segundo lugar, ha de saberse que yo distingo
la fuerza absoluta de la directiva, aunque la directiva sólo se puede deducir y
demostrar desde la sola consideración de la potencia absoluta. En efecto, yo
demuestro que no sólo se conserva la misma fuerza absoluta o cantidad de
acción en el mundo, sino que también se conserva la misma fuerza directiva
y la misma cantidad de dirección hacia las mismas partes, o sea, la misma
cantidad de progreso, pero calculando el progreso en las partes mediante la
multiplicación de la masa por la velocidad, no por el cuadrado de la
velocidad. Ahora bien, esta cantidad de progreso difiere de la cantidad de
movimiento en que, cuando dos cuerpos tienden en direcciones contrarias,
para obtener la cantidad de movimiento total (en el sentido cartesiano) deben
sumarse las cantidades de movimiento de cada uno (multiplicando la
velocidad por la masa), mientras que, para obtener la cantidad de progreso,
deben restarse entre sí: en tal caso, la cantidad de progreso será la diferencia
de las cantidades de movimiento. Así que, cuando Descartes pensaba que
podía salvar la acción del alma sobre el cuerpo afirmando que el alma no
aumenta ni disminuye la cantidad de movimiento en el mundo pero aumenta
y disminuye la cantidad de dirección de los espíritus, se equivocó por ignorar
esta nueva ley nuestra de la conservación de la cantidad de dirección, que no
es menos hermosa e inviolable que la conservación de la fuerza o acción
absoluta 79. Esta ley de la dirección o, mejor, su consecuencia, es la que ha M III
confundido a la mayoría, que, al ver que en ella se verifica la medida 244
mediante la multiplicación de la velocidad por la masa, han creído que se
verificaba siempre universalmente, incluso cuando se trata de la fuerza
absoluta. Experimentalmente se constata, por ejemplo, que, si dos esferas
duras, esto es, elásticas, A y B, chocan entre sí directa y centralmente con
velocidades que sean inversamente proporcionales a sus cuerpos, se repelen
mutuamente, de manera que ambas retroceden a la misma velocidad que
traían. La necesidad de este fenómeno se sigue de nuestro principio de la
conservación de la dirección. Pues, antes del choque, el progreso de ambos o
cantidad de dirección es igual a cero; luego la misma debe ser después del
choque. Pero, como también debe conservarse la fuerza absoluta de ambos,
se demuestra que estas dos conservaciones, la de la fuerza absoluta y la de la
directiva, no pueden obtenerse simultáneamente sino mediante dicha
repercusión 80. Con igual método se demuestra lo que antes ya dije acerca de
la esfera A que choca con B y C formando un triángulo rectángulo, y las
reglas de choque de dos cuerpos quedan así inmediatamente definidas.
Incluso es también muy verdadero que la misma fuerza directiva se obtiene
multiplicando la masa por el cuadrado de la velocidad, como alguna vez
mostraré. Pero, entre tanto, dejando esto último aparte, la simple
consideración de la dirección o progreso verifica que, también en otros
muchos casos, sea necesario multiplicar la velocidad por la masa, y siguen
siendo verdaderos los teoremas de la mecánica recibida, como es el caso de
la oscilación o la percusión, o incluso el de la resistencia respectiva del
123
medio. Pues yo he descubierto que, si colocamos un cuerpo moviéndose en
un medio compuesto de innumerables diminutas esferas, diseminadas éstas
por el espacio tanto más enrarecido cuanto menos denso sea el medio, los
decrementos de las velocidades producidos en cada choque son
proporcionales a las velocidades; y como, en tiempos iguales, el número de
choques en este caso es como las velocidades, tendremos que, para iguales
elementos de tiempo, los decrementos serán como los cuadrados de las
velocidades 81. Y esto lo demuestro partiendo de mis principios de la
conservación tanto de la fuerza absoluta como de la de dirección. Verás, así,
cuánta cautela hay que tener en el recto uso de los principios y cómo no
podemos ir a saltos sin haber examinado todo cuidadosamente. No me he
dignado exponer estas cosas más profundas a aquellos objetores que no
muestran disponibilidad para aprender, aunque no les he querido ocultar este
principio general de la conservación, también el de la dirección, contra los
cartesianos. Pero a tí deseo que todo se te muestre en un golpe de vista. Y
con esto te he dado ya la base desde la que satisfacer a todas tus dificultades
(incluso las ya resueltas más atrás). Sólo añado lo siguiente: no tenemos ya M III
por qué buscar una demostración para la hipótesis aquella según la cual un 245
grave, descendiendo o ascendiendo, recibe para instantes iguales más
impulsos de la materia gravífica cuanto mayor sea su velocidad, pues no la
considero verdadera 82; y aunque fuera verdadera, las velocidades no
crecerían de forma igual, o sea, según los tiempos. Dicho de otra manera, no
se puede admitir que, para cada impulso grave, se añada o se sustraiga el
mismo grado de fuerza absoluta; pues aunque supongamos que la materia
gravífica siempre actúa de manera uniforme, sin embargo el grave receptor
no permanece igualmente dispuesto: su disposición es muy distinta cuando
está en reposo que cuando ya ha recibido fuerza 83. Y por ello mismo, cuando
una misma velocidad se añade a una velocidad ya existente en el cuerpo,
nuestros principios demuestran que se añade una fuerza mayor que cuando el
cuerpo está en reposo; esto es, añadir un grado de velocidad a un cuerpo
movido o más movido es más que añadirlo a uno en reposo o menos movido;
con lo cual el argumento contrario queda destruido, y no hay por qué buscar
otra solución. Adiós.
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124
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 24
Gröningen 22 febrero 1696
GM.III 245-254
(Se interesa por la salud de Leibniz y hace votos por que se cure el
catarro).
Por lo que veo, el Sr.Papin nunca entregará las armas; ha emprendido M III
con demasiada beligerancia la defensa de la doctrina cartesiana como para 246
que ahora pueda abandonarla, preocupado más por alcanzar su propia gloria
(si alguna gloria es negarse a abandonar prejuicios) que la verdad. Y aunque
llegara a ver su error, no lo reconocería y mucho menos lo confesaría
públicamente. Por lo demás, a mí me satisface estar de acuerdo contigo en el
conjunto de estos problemas y que no te haya desagradado todo lo que en mis
cartas anteriores escribí para fundamentar tu nueva hipótesis. Me sorprende,
sin embargo, que no apruebes mi modo de explicar los impulsos de la materia
gravífica, que se imprimen al cuerpo en cada instante de tiempo; yo creo que,
si hemos de ser jueces ecuánimes, deberíamos atribuirnos a cada uno de los
dos lo propio. Porque, ¿hay algo más claro que el hecho de que dos
cantidades de fluidos equiveloces, que chocan contra dos cuerpos iguales, les
comuniquen a éstos fuerzas que estaban en razón de las mismas cantidades
de los fluidos? Se trata aquí simplemente de la repetición de efectos
homogéneos, que tú tanto enfatizas para la medida de las causas. Así, por
ejemplo, una cantidad de fluido como 2 A, con velocidad C, producirá una
fuerza doble mayor que la cantidad 1 A del mismo fluido con la misma
velocidad C; pues lo que puede un A lo mismo podrá otro A, caeteris paribus;
de manera que, duplicada la causa, se duplica el efecto. Por lo tanto, si no te
agrada lo que ya dije, que el número de impulsos que en un instante se
imprimen a un cuerpo grave es proporcional a su velocidad, supongamos que
se da un único impulso impreso en cada instante 84 (aunque, a decir verdad,
no hay un único impulso, sino una continua presión a todo lo largo del
descenso del grave), ¿acaso los impulsos impresos en los distintos instantes
no serán (suponiendo que la velocidad de la materia gravífica permanezca
siempre la misma) como las cantidades de fluido o materia gravífica
recorridas o penetradas en dichos instantes? Pero estas cantidades son como
los mínimos espacios de descensos momentáneos, esto es, como las
velocidades del grave. Por lo tanto, también los impulsos, o más bien las
fuerzas de los impulsos impresas al grave en los diversos instantes, serán
como las velocidades. Esto se comprueba claramente en la figura de mi
última carta que, si te parece, puedes volver a mirar 85; en ella, si suponemos
que el grave que desciende por AB está, por ejemplo, en 2, hará en un
instante el descenso 2,3; si lo ponemos luego en 6, en un tiempo igual
125
recorrerá 6,7; se ve inmediatamente que, para tiempos iguales, empujará al
grave una mayor cantidad de materia gravífica cuando esté en 6 que cuando
está en 2; y estas cantidades serán como los espacios recorridos, esto es,
como 5,6 es a 1,2; o sea, como las velocidades alcanzadas en dichos lugares. M III
Pero te ruego que consideres esto conmigo con un poco más de atención, 247
pues no dudo de que prestarás tu asentimiento cuando se vea cómo
concuerdan perfectamente el razonamiento y la experiencia. Es verdad que
yo he afirmado con cierta imprecisión que el grave, descendente o
ascendente, recibirá de la materia gravífica para un mismo tiempo más
impulsos, esto es, en proporción a su velocidad; pues, como ya dije, se trata
en realidad de una única presión continua; pero lo que quise entender por el
número de impulsos proporcionales a las velocidades fue las presiones
inducidas en un instante, las cuales son proporcionales a las velocidades,
debido a que el grave penetra la materia gravífica en esa proporción: esto es
lo que yo opino, y no que el grave se mueva unas veces más lentamente y
otras más velozmente, como tú dices. Verás, así, que mi pensamiento en nada
se opone a la opinión recibida, según la cual las velocidades crecen
uniformemente, o sea, según los tiempos. Y para que no falte nada,
demostraré el otro miembro de nuestro dilema, a saber, que la esfera A, que
choca con velocidad infinita contra la esfera B, le imprime una fuerza igual,
tanto si la esfera B está en reposo como si se mueve 86. Y para demostrarlo,
estableceré dos premisas como aceptadas. 1. Si dos esferas se mueven en un
plano a cualquier velocidad y chocan entre sí, la cantidad de impulso se
considerará la misma, o sea, el choque será igual de fuerte, tanto que el plano
sobre el que se mueven las esferas esté totalmente en reposo como que se
mueva con cualquier velocidad; nadie negará esto, pues, de lo contrario, las
acciones de los cuerpos en la tierra no serían las mismas en la hipótesis
ptolemaica que en la copernicana , y, por ejemplo, un operario que trabajara
en una nave no empujaría un clavo con la misma fuerza si la nave reposa que
si está en movimiento. 2. Un cuerpo movido con velocidad infinita prestará el
mismo efecto que presta si a su velocidad se le añade un grado finito de
velocidad; sea el cuerpo A con velocidad infinita (∞) y el mismo cuerpo A
con velocidad ∞ + 1; sus efectos serán como los cuadrados de las
velocidades, esto es, como ∞ 2 y ∞ 2 + 2∞ + 1; pero estos dos cuadrados se
consideran iguales, puesto que 2∞ + 1 se considera como nada respecto de
∞2 .
Puestas estas premisas, supongamos que la esfera A, en un plano en
reposo, se mueve con velocidad ∞, y choca contra la esfera B en reposo;
entendamos ahora que el plano se mueve también en la misma dirección con
velocidad 1: según esto, la esfera A tendrá la velocidad ∞ + 1, y la esfera B
la velocidad 1, y, por lo tanto, según el lema primero, la esfera A, con
velocidad ∞ + 1, podrá contra la esfera B, con velocidad 1, lo mismo que la
propia esfera A, con velocidad ∞, contra la esfera B con velocidad 0 o en
reposo. Pero, según el lema segundo, el efecto de la esfera A, con velocidad
∞, es igual al efecto de la esfera A, con velocidad ∞ + 1; por lo tanto, también
126
la esfera A, con velocidad ∞ podrá, contra la esfera B con velocidad 1, tanto M III
como contra la misma esfera B con velocidad 0 o en reposo; esto es, la fuerza 248
impresa a la esfera B será igual, tanto que se mueva como que esté en reposo.
Q.E.D. De donde se desprende, si no me equivoco, la verdad de lo que afirmé
acerca de la bala disparada contra la tortuga.
Mientras escribo esto, no puedo por menos que advertir algo que, por
la afinidad de la materia, me ha venido a la mente después de escrita mi carta
anterior, con ocasión de la lectura de tu opúsculo aparecido en Acta Erudit.
del año 1689, p.40 De resistentia medii et motu projectorum gravium in
medio resistente, donde parece que lo que dices en el Art.1 sobre la
resistencia absoluta está escrito con demasiada precipitación, como tú mismo
noblemente reconocerás, si lo vuelves a leer 87. Dices: 1. “Los decrementos
de las fuerzas son proporcionales a los incrementos de los espacios”, lo que
ciertamente así debe ser, puesto que para superar una fricción doble mayor,
esto es, para recorrer un espacio doble, se invierte una fuerza doble mayor,
etc. Pero lo que añades: 2. “las velocidades son proporcionales a los
espacios; las perdidas, a los recorridos; y las aún restantes, a los que
quedan por recorrer”, esto parece menos consecuente con tu hipótesis de la
medida de las fuerzas. La razón que allí das es ésta: “supongamos que los
incrementos de espacio son iguales; serán también iguales los decrementos
de las fuerzas (por la prop.1): pues si los decrementos de las fuerzas del
mismo móvil son iguales, también los decrementos de sus velocidades serán
iguales (pues las fuerzas son como los cuadrados de las velocidades; y al
haber cuadrados iguales, también serán iguales los lados); por lo tanto, los
elementos de las velocidades perdidas son como los elementos de los
espacios recorridos, y los de las restantes como los que aún quedan por
recorrer. Luego las velocidades son como los espacios”, etc88. Esto falla,
ante todo porque consideras como perdidas unas velocidades que no existen
y, por lo tanto, nada aportan a la medida de las fuerzas perdidas, cuando las
que deberían haberse considerado eran las velocidades residuales para medir
las fuerzas residuales, a partir de las cuales se habrían evidenciado los
decrementos de unas y otras; pues son velocidades reales que determinan
fuerzas. Así pues, si en la figura allí propuesta (fig.52) la velocidad al inicio
es AE, el espacio
íntegro a recorrer en el medio es la recta AB, la parte ya recorrida es AM, la
que todavía queda por recorrer es MB, M III
la velocidad residual MC (o AF), la 249
perdida FE, entonces ECB no será una
recta sino una parábola cuyo vértice
será B y eje BA; lo cual se ve por el
solo hecho de que, si el espacio
3
recorrido AM es, por ejemplo, del
4
3
eje AB, perdería también el móvil
4
127
de su fuerza (porque los espacios recorridos son como las fuerzas
1
empleadas), y por lo tanto conservará el móvil de la fuerza inicial; y como
4
(según la hipótesis nueva) las fuerzas son como los cuadrados de las
1
velocidades, tendrá el móvil en M de la velocidad inicial, esto es, BM.BA
2
:: MC q .AE q . Por lo demás, tú mismo secundas claramente esta objeción mía
en tu penúltima carta cuando dices que he valorado rectamente que de tus
principios se sigue que un cuerpo doblemente veloz penetrará cuatro veces
más en una materia blanda, con tal de que se considere sólo la dificultad de
separar las partes resistentes, esto es, considerando sólo la resistencia
absoluta, etc. Pero, siendo esto así, se cae casi todo lo que en dicho opúsculo
deduces de tus premisas; de manera que la curva AL, cuya abscisa y ordenada
BM, ML, representan los espacios restantes y los tiempos empleados, no será
logarítmica, sino una parábola común, contra las reglas 3 y 5 del Art.1º. Y, en
consecuencia, el móvil M completará el espacio íntegro a recorrer, AB, en
tiempo finito, contra la regla 4 ibidem 89. Todo lo que sigue, en su mayor
parte, queda invalidado. Por todo ello, dejo a tu consideración si no
convendría corregir esto. Pero, por favor, te ruego encarecidamente que
aceptes serenamente esta observación mía; tú sabes que mi único afán es el
estudio de la verdad y lo lejos que estoy de la costumbre de aquéllos que en
seguida divulgan públicamente sus objeciones contra los escritos de otros con
el único deseo de burlarse; y, a la inversa, cuando me equivoco en algo, no
sólo acepto disciplinadamente la corrección, sino que además me siento
agradecido ante quien me ha liberado del error; y en este sentido, te debo a ti
mucho más de lo que yo podría merecer.
El modo de comunicar toda la fuerza desde una masa mayor a otra
menor, que tú has deducido de lo que yo escribí sobre el choque oblicuo de
las esferas, me agrada sobremanera; y no dudo de que obligará al Sr.Papin a
aceptarlo aun contra su voluntad; sería interesante ver qué responde. En mi
opinión, harías bien en responder también públicamente a sus últimas
objeciones, puesto que parece que a ello te invitaba en su libelo; de lo
contrario, muchos pensarían que Papin había defendido su posición con
éxito.
El argumento a priori con el que demuestras tu principio es, sin duda, M III
hermosísimo y, como dices, completamente inesperado; y por habérmelo 250
comunicado a mí te estoy no poco agradecido. No veo qué es lo que un
adversario pueda decir en su contra, a no ser quizás que la acción virtual
parece confundirse con la acción formal, y de esta manera negará que “A es
cuádruple que C” haya de derivarse del hecho de que A sea doble que B
virtualmente, y B doble que C formalmente. Diría, entonces, que es lícito
razonar como lo haces tú, si ambas acciones fuesen homogéneas, es decir, o
ambas virtuales o ambas formales; pero, si tomamos las dos a la vez, caemos
siempre en petitio principii (πρωτον ψευδος); con lo cual, una acción que
hace el doble en un tiempo simple no será cuádruple, sino sólo doble que una
128
acción que hace lo simple en tiempo simple. Imito así tu argumento:
3. Luego, etc.
Ves así los dos argumentos, que concluyen exactamente lo mismo, pero
totalmente lo contrario de tu conclusión, y se fundan en el axioma conocido
de que dos cosas iguales a otra son entre sí iguales; lo cual sólo tiene lugar en
cantidades homogéneas, como aquí comparando una acción virtual con otra
virtual o una formal con otra formal, pero no aquélla con ésta. Tú mismo
examinarás lo que debe responderse a esta objeción, que no soy yo quien la
formula, sino que podría formularse por otros, y espero sinceramente que la
aceptarás de igual manera.
En las Actas de febrero del año 1689 he visto que también tú
descubriste que las fuerzas centrífugas o, como tú las llamas, los conatos
excusorios están en razón compuesta directa duplicada de las velocidades e
inversa simple de los radios 90. Si quisieras detenerte un poco a considerar un
problema que yo propuse hace un año en las Actas, confío en que no lo
encontrarás tan tosco como para que no merezca tu atención. Es así: un grave
desciende libremente en un plano vertical y gira sobre sí mismo describiendo
una curva que desconocemos; acelera y por ello su fuerza centrífuga
aumenta. Pero como el hilo enroscado del que pende el grave se alarga, por
este motivo la fuerza centrífuga disminuye. Se trata de construir una curva
tal, que los decrementos de la fuerza centrífuga producidos por el M III
alargamiento del hilo queden compensados por los incrementos de la misma 251
fuerza que provienen de la aceleración, esto es, una curva tal, que la tensión
del hilo se mantenga siempre la misma o que el hilo se extienda siempre con
la misma fuerza.
Desearía me explicaras cuál es esa sutileza que se produce en la
investigación del centro de percusión, que no sea otra que el considerar los
cuadrados de las velocidades actuales, tal como yo mismo había sugerido en
129
mi carta anterior.
Dices también que hace tiempo examinaste la resistencia respectiva en
relación con tus leyes de la medida y que, sin embargo, la encontraste
verdadera; pero no sé si lo que consideras verdadero es que las resistencias
respectivas son como los cuadrados o como los cubos de las velocidades; lo
primero es la opinión vulgar; lo segundo es lo que se sigue de tu ley de la
medida.
Lo que más me ha satisfecho es lo que dices acerca de la fuerza
directiva y la cantidad de dirección hacia las mismas partes o cantidad de
progreso; ahí has descubierto de manera excelente lo que a Descartes y a
otros ha llevado al error, a saber, que al ver ellos que en algunos casos se
verificaba la medida mediante el producto de la velocidad por la masa como,
por ejemplo, en dos esferas perfectamente elásticas, que chocan entre sí con
velocidades inversamente proporcionales a los cuerpos, de manera que, tras
el choque, retroceden con la misma velocidad anterior, cometieron la falacia
de inducir que siempre se verifica así la medida. Acertadamente dices tú que
la fuerza directiva sólo puede deducirse y demostrarse desde la sola
consideración de la potencia absoluta; pero no es tan fácil demostrar que
siempre se conserva la misma cantidad de dirección o progreso. Por ello,
quiero que sepas que desde hace ya muchos años yo mismo había formulado
un principio semejante, que, con ocasión del tuyo, lo he recordado de nuevo
y, tras volverlo a examinar, he visto que ambos concuerdan admirablemente.
Es así: si cuerpos cualesquiera en movimiento concurren entre sí de cualquier
forma, el centro común de gravedad después del choque se mantendrá del
mismo modo que antes del choque, esto es, después de la acción mutua de los
cuerpos el centro común de gravedad conservará la misma dirección y la
misma velocidad que tenía antes de la acción. Puedo demostrar que lo que tú
llamas cantidad de dirección, o sea, el producto de la velocidad por la masa,
no es más que la cantidad de progreso del centro de gravedad, o sea, el
producto de la velocidad del centro común de gravedad por la suma de las
masas y, por lo tanto, estos dos principios son exactamente uno y el mismo.
De aquí es lícito suponer que se conserva siempre en el mundo la misma
cantidad de dirección, pues esta cantidad es siempre nula, o sea, hay tanta M III
252
cantidad de dirección hacia una parte cuanta la hay en la contraria; de no ser
así, el centro común de gravedad de todo el universo marcharía
uniformemente en línea recta hasta el infinito, cosa que la naturaleza
aborrece. Concibo, pues, toda la máquina mundana como un cuerpo
suspendido en el centro de gravedad, cuyas partes, no obstante libres y
separadas, se mueven en todos los modos en torno al centro, de manera que
se conserva un perpetuo equilibrio. Partiendo de estos principios es como se
construyen fácilmente las reglas nuevas y verdaderas de la comunicación de
los movimientos: pues las antiguas, formuladas por Descartes y otros, son
todas ellas erróneas por no haber tenido en cuenta la conservación de la
misma cantidad de fuerzas motrices y de progreso del centro común de
gravedad. La conjunción de estas dos cantidades siempre iguales a sí mismas
130
es lo que determina las reglas; de lo contrario, nos encontraríamos frente a la
indeterminación del problema pues, si se mantiene siempre la misma
cantidad de fuerzas, pudiendo variar sin embargo de infinitos modos las
velocidades de los móviles, entonces no se conservaría la misma cantidad de
dirección o progreso del centro de gravedad; y, a la inversa, si varían de
infinitos modos las velocidades de manera que siempre se mantenga la
misma cantidad de progreso, entonces no se conservaría la misma cantidad
de fuerzas. Por lo tanto, el único caso válido es aquel en el que se obtengan al
mismo tiempo las dos cosas, de manera que la regla general de la
comunicación de los movimientos se expresa así 91.
La esfera a con velocidad m, que choca contra la esfera b dotada de
am + 2bn − bm
velocidad n, tendrá después del choque la velocidad , y la
a+b
bn + 2am − an
velocidad de b será , si las esferas se dirigen en la misma
a+b
dirección y m es mayor que n; y si se dirigen en direcciones contrarias, habrá
que poner simplemente –n en lugar de +n, y +n en vez de –n. De esta
manera, si el cuerpo A con velocidad 1 choca contra otro igual B en reposo,
tendrá B después del choque la velocidad 1 y A quedará en reposo (es lo
mismo aquí que los cuerpos sean perfectamente elásticos o duros, pues se
seguirá el mismo efecto, tanto que sean perfectamente elásticos como que
sean perfectamente duros, y entiendo que es completamente falso lo que
algunos, entre ellos Wallis, afirmaron, a saber, que la perfecta dureza, si es
que alguna se diera, haría que los cuerpos tras el choque serían arrastrados a
la vez y juntos). Pero si mediante algún artificio se pudiera hacer que en el
momento mismo del choque los cuerpos, aun siendo perfectamente duros,
mediante un garfio o pegamento se adhirieran entre sí tan estrechamente que
no pudieran sino avanzar juntos, sin duda en tal caso, y debido a la
conservación de la misma cantidad de fuerzas, procederían con la velocidad
1
; pero, entonces, la cantidad de progreso no sería la misma. He aquí un M III
2 253
caso, que en tu penúltima carta habías negado que pudiera darse: me gustaría
oir tu respuesta a esto; una cierta respuesta podría yo aducir, pero a mí mismo
no me satisface del todo. Dices, además, que la simple consideración de la
dirección o progreso verifica también que en otros muchos casos sea
necesario multiplicar la velocidad por la masa y que siguen siendo
verdaderos los teoremas de la mecánica recibida, como es el caso de la
oscilación o la percusión, o incluso el de la resistencia respectiva del medio.
No sé yo cómo consigues que con la sola velocidad multiplicada por la masa
se llegue al conocimiento del centro de oscilación; yo hallo de manera muy
elegante y sencilla este centro poniendo sólo el principio de la conservación
de la misma cantidad de fuerzas, en lo que estoy en total acuerdo con el
Sr.Huygens, sin necesidad de emplear su oscuro principio, según el cual el
centro común de gravedad de un péndulo compuesto debe ascender a la
misma altura, tanto que los cuerpos que componen el péndulo se muevan por
131
separado como que oscilen juntos cuando están fijos en línea rígida 92. En
cuanto al centro de percusión, todavía no consta si es lo que los geómetras
han afirmado hasta ahora. Lo que sí concedo muy gustosamente es que, si
colocamos un cuerpo moviéndose en un medio constante compuesto de
innumerables diminutas esferas diseminadas homogéneamente, los
decrementos de las velocidades serán como los cuadrados de las velocidades,
para tiempos elementales iguales. También yo puedo demostrarlo partiendo
de los principios de la conservación tanto de la potencia absoluta como de la
de dirección; pero esto no prueba de ninguna manera que las resistencias
mismas, esto es, los decrementos de las fuerzas, perdidos en cada instante,
sean como los cuadrados de las velocidades; más bien lo que se evidencia de
aquí es que las resistencias son como los cubos de las velocidades. Pues
(fig.53), si el móvil A se traslada en dicho medio y la
abscisa AB representa el tiempo, la velocidad será BD en la curva hiperbólica
CD, con asíntota AB y velocidad
inicial AC, puesto que los
diferenciales de BD son como los
cuadrados de éstas. Pero las fuerzas
del móvil son también como los
cuadrados de las velocidades BD;
por lo tanto, los decrementos de las
velocidades son como las fuerzas y, en consecuencia, los decrementos de los
decrementos de las velocidades serán como los decrementos de las fuerzas,
es decir, como la resistencia misma; ahora bien, en la hipérbola los
decrementos de los decrementos de las ordenadas BD, esto es, las diferencias
segundas son como los cubos de las ordenadas mismas BD. Luego, etc.
Gröningen 22 febrero 1696
PS. (…) Nada me sería más grato que escribirte con más frecuencia, M III
incluso semanalmente, pero los asuntos públicos y privados me lo impiden; 254
además, los trabajos nocturnos me están prohibidos, pues la luz de la lámpara
daña mis ojos (…)
---------------------------------------------------------------------------------------------
132
haré, no obstante, lo que buenamente pueda. Pero lejos de ti el sentirte
obligado a escribirme semanalmente, puesto que yo no puedo corresponderte
igual; actúa como creas conveniente en la seguridad de que lo tuyo nunca es
para mí demasiado. Si no siempre estoy de acuerdo en algunas cosas, te
ruego no lo tomes como si hiciera sobre ti juicios injustos, cosa que pareces
insinuar cuando dices: “si hemos de ser jueces ecuánimes, hemos de
atribuirnos a cada uno de los dos lo propio”. Espero comprendas que no sin
grave razón dudé de tu modo de explicar el impulso de la materia gravífica.
Tú afirmas que, si un fluido A choca contra un cuerpo L y otro fluido B
semejante y equiveloz al anterior choca contra el cuerpo M igual al cuerpo L,
entonces las fuerzas producidas en los cuerpos L y M serán como las
magnitudes de los fluidos A y B: o para utilizar tus propias palabras: “dos
cantidades de fluidos equiveloces, que chocan contra dos cuerpos iguales, les
comunican a éstos fuerzas que están en razón de las mismas cantidades de los
fluidos”. No admito esta proposición y no veo cómo se pueda demostrar esto
por la repetición de los efectos que yo empleo y recomiendo. Y verás que
ocurre lo contrario, si A y B no son fluidos sino sólidos, aunque los cuerpos
receptores L y M se entiendan en reposo. Y mucho menos ocurrirá si difieren
en velocidad. En efecto, si la esfera A, 1, con velocidad 1, choca contra la
esfera L,1, en reposo, recibirá la esfera L la velocidad de 1. Pero si la esfera
B,2, con velocidad 1, choca contra la esfera M,1, en reposo, la esfera M
M III
recibirá una velocidad de 4. Se ve, pues, que, aunque la esfera B sea doble 255
que A, las fuerzas impresas en M serán mucho más que el doble de las
impresas en L 93. No rechazo el número de impulsos; incluso me parece más
conforme a la verdad que la presión continua. Por lo que se refiere a tu modo
de probar que un cuerpo de velocidad infinita da la misma fuerza al cuerpo
golpeado, tanto que éste se halle en reposo como en movimiento, concedo
que el impulso es igual de fuerte, lo mismo si los cuerpos chocan en un plano
en reposo que si lo hacen en un plano movido; pero una cosa es que el
choque sea igual de fuerte, y otra distinta es que se produzca en el golpeado
la misma cantidad de potencia, si ha de computarse tanto lo que es propio
como lo que es común, puesto que una es la composición de las fuerzas y
otra la de los movimientos o, mejor dicho, la de las direcciones, todo lo cual
también se puede dar en los cálculos finitos 94. Hay además en tu argumento
otras cosas que no concluyen correctamente, como se vería si se redactara en
forma.
La corrección que haces a mi medida de la resistencia absoluta la veo
muy verdadera; y la tendré en cuenta cuando se presente la ocasión 95. En
efecto, no vale la consecuencia que yo sacaba: “si los decrementos de las
fuerzas del mismo móvil son iguales, también los decrementos de las
velocidades serán iguales”; esto me ocurrió debido al prejuicio vulgar sobre
la medida de las fuerzas, todavía adherido de manera inconsciente a la mente.
Sea el móvil a, con velocidad e; su fuerza será aee; la fuerza perdida, avv; la
fuerza residual, aee – avv; la velocidad residual será ee − vv . Sea ahora (e) la
velocidad del mismo móvil; su velocidad residual será (e)(e) − vv . El
133
decremento de la velocidad en el primer caso era e - ee − vv , y en el caso
posterior es e - (e)(e) − vv ; ambas cantidades no son iguales. De manera que
lo que será verdadero es que, si las fuerzas íntegras del mismo cuerpo son
iguales para diversos tiempos, también las velocidades serán iguales; pero no
será cierto cuando se trata de una parte, como es el caso de las fuerzas
perdidas o adquiridas.
Todavía no he comunicado al Sr.Papin el modo como se transfiere toda
la fuerza desde una masa mayor a una menor, cuya posibilidad él había
negado para defender su tesis. El 20 de diciembre del pasado año le escribí
yo en estos términos: “Para concluir, recuerdo que en otra ocasión Vd había
negado que un cuerpo grande pudiera trasladar toda su fuerza a uno más
pequeño, puesto que Vd había visto que, si se sigue la opinión corriente de
los cartesianos, que Vd defiende, yo infería de allí el movimiento perpetuo, y
Vd había tratado de evitar la validez de mis pruebas modificando los modos
de esta traslación lo mejor que podía y formulando dificultades rebuscadas M III
sobre ellos. No obstante, repasando después mis reflexiones sobre el choque 256
de los cuerpos, he descubierto que, sin palanca ni ningún otro aparato de los
que yo me había servido antes para satisfacerle a Vd, hay una manera sencilla
para ello. Y es que haciendo chocar dos cuerpos a la vez contra un tercero,
aunque los dos cuerpos conjuntamente compongan una masa más grande que
el tercero, no obstante en un determinado momento se detendrán en reposo y
trasladarán toda su fuerza al tercero” 96. A lo que el Sr.Papin respondió en
carta de 15 de enero 1696: “Con referencia a lo que Vd dice de dos cuerpos
que comunican conjuntamente todo su movimiento (yo no había dicho “todo
su movimiento”, sino “toda su fuerza”) a un tercero, tengo dudas de qué sea
esto; así que, temiendo verme obligado a dar dos respuestas en lugar de una,
esperaré para hablar de ello hasta que Vd haya expuesto claramente el
hecho”, etc.
Así que, al ver yo por la misma carta suya que no se mostraba
precisamente ecuánime sino que trataba de eludir los problemas, pensé que
no valía la pena seguir exponiendo la cuestión; ni tampoco ahora estoy
dispuesto; ni quiero ni puedo perseguir a quien sólo busca escapatorias. Por
el contrario, he visto con satisfacción en tu carta del pasado 18 de enero que
tú aportas sobre la composición del movimiento algunas cosas que
concuerdan felizmente con las mías y pueden oponérsele. Lo que escribió en
su libelo me parece a mí que tiene poco que ver con tu controversia conmigo,
de manera que prefiero que las cosas se vayan poco a poco aclarando por sí
mismas, más que polemizar con él.
Veo que mi argumento a priori no ocupa en tu mente el mismo lugar
que en la mía; pero tampoco me quejo por ello. Lo que sí te ruego es que lo
expongas con un poco más de precisión pues no es fácil esquivarlo, y, en
todo caso, podías tú mismo haber ofrecido la solución de tu objeción y no
dejármela a mí. No veo qué pretendes cuando dices que la acción virtual se
confunde con la formal. Para mí, en este caso, la acción no es o virtual o
formal; simplemente una acción es doble que la otra, lo mismo me da
134
virtualmente que formalmente. Es decir, virtualmente cuando es doble en
valor, aunque no sea doble en materia o en figura externa, de la misma
manera que un ducado es doble que un tálero; formalmente, como un tálero
es doble que un semitálero. Lo que importa saber es que lo que es doble M III
formalmente también lo es virtualmente o en valor; por lo tanto, puesto que 257
aquí no se trata sino de la fuerza o su medida, no hay confusión alguna entre
géneros diversos de cantidades o medidas. En consecuencia, entiendo por
virtualmente doble lo que es tal sólo en valor; y formalmente doble llamo a
aquello que es, a la vez, formal y virtualmente doble, y podía perfectamente
haber eliminado estos términos (que sólo añadí por una especie de deseo de
armonía); así pues, de la misma manera que un ducado es doble que un
tálero, y un tálero es doble que un semitálero y, por lo tanto, concluyo que un
ducado es cuatro veces mayor que un semitálero, así también, puesto que el
recorrido de 2 millas en una hora es doble que el recorrido de 2 millas en dos
horas, y el recorrido de 2 millas en 2 horas es doble que el recorrido de una
milla en una hora, se sigue que el recorrido de 2 millas en una hora es
cuádruple que el recorrido de una milla en una hora. Perdóname si te
confieso sinceramente que no pareces haber examinado sino muy de pasada
mi argumentación, cuando objetas que se puede volver contra mí de la
siguiente manera: 1. La acción que hace el doble en tiempo simple es
virtualmente doble que la acción que hace el doble en tiempo doble. 2. La
acción que hace el doble en tiempo doble es virtualmente simple respecto de
la acción que hace lo simple en tiempo simple. Luego, 3, la acción que hace
el doble en tiempo simple es doble que la acción que hace lo simple en
tiempo simple, lo cual va contra mí. Pero yo te ruego que pienses con qué
derecho se puede admitir la premisa segunda, a saber, que el recorrido de dos
millas en dos horas sea virtualmente simple, esto es, igual al recorrido de una
milla hecha en una hora. Ciertamente, las cosas que son iguales en valor,
equivalen; pero, ¿qué corredor no preferirá recorrer una milla en una hora
mejor que dos millas en dos horas? O, si le pides que haga esto último,
aunque sea a intervalos, te pedirá doble premio, puesto que ha duplicado su
trabajo. De manera que, tal como yo dije, lo que es formalmente doble (o sea,
el recorrido de dos millas en dos horas) es por ello mismo doble también
virtualmente o en valor 97. Dígase lo mismo de tu segundo argumento,
fabricado, según dices, a imitación del mío, pero que está igualmente muy
lejos de él, como fácilmente verás por ti mismo con sólo sustituirlo por el
ducado, el tálero y el semitálero. Pero me complace reproducir este simulacro
de argumentación: 1. La acción que hace el doble en tiempo simple es
formalmente simple respecto de la acción que hace el mismo doble en tiempo
doble. 2. La acción que hace el doble en tiempo doble es formalmente doble
que la acción que hace lo simple en tiempo simple. Luego, 3, la acción que
hace el doble en tiempo simple es doble que la acción que hace lo simple en
tiempo simple. Da la impresión de que hablas aquí como si las proposiciones
se pudieran tomar caprichosamente; porque, ¿con qué garantía tomas aquí la
primera premisa? Ser formalmente simple no es otra cosa que ser
135
formalmente igual o coincidir, como un tálero y dos semitáleros. Pero el M III
recorrido de dos millas en una hora es formalmente tan diferente del 258
recorrido de dos millas en dos horas, que ni siquiera virtualmente o en
valoración pueden ser iguales; ¿cómo alguien puede dudar de que sea más
recorrer lo mismo a más que a menos velocidad? ¡Limitaciones de la mente
humana! 98
La introducción de los dos términos, “virtualmente” y “formalmente”,
que yo podía haber omitido, te distrajo de la verdadera fuerza de mi
argumento y, descarriado del tema, caíste en lo que los franceses llaman
“prendre la change” [desviar el tiro]. Estas cosas suelen ocurrirnos por falta
de atención; muchas veces algo que parece obvio nos deslumbra y nos
arrastra hasta el extremo de desvanecerse el resto y en seguida creemos haber
encontrado la base de un paralogismo o πρωτον ψευδος, tal como tú
alegremente dices. La verdad es que no me prometía yo nada especial; pero
tampoco esperaba ser declarado reo de un manifiesto paralogismo en una
argumentación no casualmente improvisada, sino meditada durante muchos
años y que yo te había vendido como algo de cierta importancia. Así que
confieso que no pudo por menos de asombrarme sobremanera lo precipitado
de tus afirmaciones, y espero no te ofenda la sinceridad de mi reproche,
puesto que es conveniente concentres tu atención, a fin de no verme obligado
a emplear mal mi tiempo defendiendo lo que fácilmente podías haber
aprobado con un poco de reflexión, cosa que todavía me molesta más. Con
mayor fundamento podía haberse objetado en este sentido: de la misma
manera que yo asumí la proposición “la acción que hace el doble en tiempo
simple es doble que la acción que hace el doble en tiempo doble”, se podía
afirmar con el mismo derecho esta otra: “la acción que hace el doble en
tiempo simple es doble que la acción que hace lo simple en tiempo simple”.
Pero yo habría respondido que ésta última no se puede aceptar, sino que más
bien se muestra como manifiestamente falsa de la siguiente manera: Entre
estas dos proposiciones: A “hacer el doble en tiempo simple”, y C “hacer lo
simple en tiempo simple”, hay una intermedia, que es menor que la primera y
mayor que la segunda, y es B “hacer el doble en tiempo doble”; pues es
manifiesto (de acuerdo con la naturaleza de la repetición perfecta) que si B es
el doble de C, se sigue demostrativamente que A es más que doble de C. Así
pues, la comparación entre A y C puede resolverse, a su vez, por la
interposición de la comparación más simple; pero la comparación entre A y B
no puede resolverse por la interposición de otra más simple, sino que ella
misma es primitiva. Cuando medites esto, tendré mucho gusto en conocer un
día tu opinión sobre mi argumento 99. Pero añadiré todavía otro que,
considerado en su fondo, nos lleva al anterior, pero tiene su propio peso 100. M III
Las acciones motrices (entiendo acciones uniformes) de un mismo móvil 259
están en razón compuesta de los efectos inmediatos, o sea, de las longitudes
recorridas y de las velocidades. Ahora bien, las longitudes (uniformemente
recorridas) están en razón compuesta de los tiempos y de las velocidades. Por
lo tanto, las acciones motrices están en razón compuesta simple de los
136
tiempos y duplicada de las velocidades; de manera que, para los mismos
tiempos o elementos de tiempo, las acciones motrices de un mismo móvil
están en razón duplicada de las velocidades, o, si hay distintos móviles, en
razón compuesta simple de los móviles y duplicada de las velocidades. En
consecuencia, partiendo de nuestros principios, se demuestra de la forma más
verdadera y más recta que se conserva en el universo en cualquier momento o
para tiempos iguales la misma cantidad de acción motriz; y que la que los
cartesianos miden como cantidad de movimiento no es la verdadera cantidad
de acción motriz. Las potencias son, pues, como las acciones que, libres de
obstáculos y de añadidos externos, se ejercitan en tiempos iguales. Se ve, así,
que se conserva siempre en las cosas la misma fuerza y la misma acción
motriz, y que lo que de la potencia o acción se pierde en una cosa eso mismo
se traslada a otra 101.
Has adivinado perfectamente (supongo que considerando simplemente
el choque de dos cuerpos, cuyas velocidades son inversas a sus masas, sin
tener en cuenta la dirección, según vi102) que el principio de la conservación
del progreso del centro de gravedad coincide con el principio de la
conservación de la dirección. En efecto, la dirección o progreso total es lo
mismo que el progreso del centro de gravedad multiplicado por la suma de
los móviles, como ya fue señalado por Guldin 103, cuya regla he ampliado yo;
en realidad, el centro de gravedad es sólo una simplificación para comodidad
del razonamiento; pero yo he preferido utilizar la expresión “dirección” por
tratarse de mi polémica con los cartesianos. Cuando estuve en Roma en el
año 1689 y mantuve largas conversaciones con Auzout 104, francés
extraordinariamente erudito y uno de los fundadores de la Academia Real de
las Ciencias, puse en orden mis especulaciones y compuse un pequeño libro,
en el que se demuestran todas estas cosas, tanto la fuerza absoluta como la
directiva, la conservación del progreso del centro de gravedad y otras cosas
no menores 105. Al pasar por Florencia se lo dejé a un amigo, excelente
matemático, que me lo pedía para editarlo; él puso todo cuidadosamente en
limpio; pero como todavía faltaba el final del libro, que yo me había
propuesto añadir, detuve la edición, y hasta ahora 106. Y aún no le he puesto
el colofón, en parte porque habrían de aparecer nuevas cosas que merecían
ser añadidas, y en parte porque no he querido hacer tragar a la fuerza
verdades tan hermosas a aquéllos que veo no han aceptado mis
descubrimientos como es debido. Por lo demás, y hace ya unos cuantos años, M III
publiqué en el Diario de París esta elegante proposición extraída del mismo 260
contexto: Si el móvil A (considerémoslo ahora como un punto) tiende
simultáneamente con los movimientos (o sea, con velocidades y direcciones)
AB,AC,AD, etc (esto es, trasladado sólo por el primer movimiento, llegaría a
B en el mismo tiempo en el que, trasladado por el segundo, llegaría a C, y así
sucesivamente), y se busca el punto G, que sea el centro de gravedad de los
puntos B,C,D,E, etc, y la recta AG se prolonga hasta F de manera que AF sea
a AG como el número de las tendencias lo sea a la unidad, tendremos que el
móvil se trasladará con el movimiento compuesto AF (esto es, en el mismo
137
tiempo en el que con el solo movimiento AB habría llegado hasta B o con el
solo movimiento AC habría llegado hasta C, etc, ahora con el movimiento
compuesto llegará a F). Esta proposición, que a Huygens le pareció profunda,
nace de la conservación de la dirección, a saber, que de dos movimientos
componentes, que son entre sí como los dos lados de un paralelogramo, se
produce el movimiento compuesto, que es como la diagonal; el caso general
de esta proposición es bien simple, y sin duda conocido 107. Tu Sr. hermano
ha recordado últimamente esta proposición mía en lo que acaba de publicar
contra nosotros en las Actas. Yo le he respondido (lo diré de pasada) con la
máxima cortesía, aunque parecía poner también en duda mi sinceridad, de
manera que no he podido callar 108. Nuestro Mencke, varón excelente, me
hizo saber que te había escrito exhortándote a que respondieras con
moderación al que es tu hermano mayor, y quería que te aconsejara yo lo
mismo. También le he respondido diciéndole que yo no dudo de tu
moderación y que ya desde tiempo atrás te he encontrado a este respecto
compartiendo mis propios sentimientos (όμοψηφον).
Como ya sugerí en mi última carta, es verdad que, con la unión de
estas dos leyes, la conservación de la fuerza absoluta y la conservación de la
dirección, se determinan las leyes de los movimientos o choques, con tal de
que supongamos que los cuerpos concurrentes A y B son duros o, lo que para
mí es lo mismo, perfectamente elásticos. Yo suelo iniciar así el cálculo y
espero no te moleste que te lo comunique. Al progreso de dos cuerpos A y B
hacia el mismo lado llamémosle, antes del choque, v para el primero e y para
el segundo, y después del choque, x para aquél y z para éste; y si los cuerpos
no tienden hacia la misma parte con su centro de gravedad, entonces el
progreso de aquél que tiende hacia la parte contraria será negativo. Puesto
esto así, tendremos según la ley de conservación de las fuerzas absolutas:
(1) Avv + Byy=Axx + Bzz; por la ley de conservación de la dirección
tendremos: (2) Av+By=Ax+Bz; esta segunda regla sólo en un caso coincide M III
con la regla cartesiana de la conservación de la cantidad de movimiento, a 261
saber, cuando ambos cuerpos tienden hacia el mismo lado tanto antes como
después del choque y, por lo tanto, ninguno de los progresos v,x,y,z, es una
cantidad negativa. Pero he aquí ya la tercera ley que de esto se deriva, no
menos elegante sino incluso más simple que las otras; pues, siendo la primera
compuesta de tres dimensiones y la segunda de dos, esta tercera es de una
sola dimensión. Es ésta: (3) v-y=z-x. Y se demuestra así: de la ecuación (1) se
deduce la (4): Avv-Axx=Bzz-Byy; y de la ecuación (2) se produce la (5): Av-
Ax=Bz-By. Se divide ahora la ecuación (4) por la ecuación (5) y tenemos la
(6): v+x=y+z o (lo que es lo mismo) la ecuación (3). Así pues, la ecuación
(3) contiene la ley de la conservación de la velocidad respectiva, tanto que
sea de aproximación o acercamiento antes del choque como de alejamiento
después de él. Pero esta ley puede demostrarse también desde otra
consideración, a saber, por la fuerza elástica de los cuerpos concurrentes, los
cuales, comprimidos por el choque, se restablecen después y, por lo tanto,
solamente vuelven en sentido contrario la velocidad respectiva, es decir, se
138
expanden tanto como se comprimían. Por lo tanto, de las leyes primera y
tercera, demostradas independientemente, se puede deducir a su vez la
segunda ley. En efecto, si dividimos la ecuación (4) por la ecuación (6), se
produce la ecuación (5) o la (2). Y todavía se esconden aquí otros muchos
arcanos admirables 109. El caso en el que los cuerpos concurrentes procedan
juntos después del choque conservando sus fuerzas es más fácil de imaginar
que de observar en la naturaleza, pues una parte [de la fuerza] quedaría
absorbida en el garfio o en el pegamento; es así como se respondería a la
objeción que tú te haces a ti mismo.
Sin duda habremos de estar de acuerdo con Huygens en cuanto al
centro de oscilación, en donde no puede encontrar dificultad quien tome en
cuenta nuestros principios; pero tampoco la encontrará respecto del centro de
percusión por la razón dada. En cuanto a la resistencia respectiva del medio,
creo que entre nosotros no hay diferencia real, pues reconoces lo que dije,
que, para elementos de tiempo iguales, los decrementos de las velocidades
[perdidos en cada impulso] serán como los cuadrados de las velocidades 110.
Por lo demás, me serán muy gratas las especulaciones que prometes sobre el
centro de oscilación, la resistencia respectiva, y todo lo demás. Hace ya
mucho tiempo que no me has escrito nada sobre nuestras ecuaciones
diferenciales, aunque comprendo que ahora tienes otras muchas cosas en las
que ocuparte.
---------------------------------------------------------------------------------------------
Me gustaría ver ya el fin de nuestras disputas (lo que sin duda tú M III
también estarás deseando), sobre todo teniendo en cuenta que no afectan a lo 263
esencial de la materia, en lo que estamos de acuerdo; pero, al darte gusto y
enviarte mis discrepancias, que en algunos detalles todavía persisten, más
bien deberíamos pensar en cómo uniendo nuestras fuerzas podamos vindicar
139
una verdad tan clara frente a los ataques de nuestros antagonistas, aunque la
verdad es que sólo tú eres el primer descubridor de esta verdad y suficiente
por ti mismo para defenderla. Pero no quisiera en modo alguno que palabras
mías, sinceras aunque tal vez proferidas con alguna imprudencia, las
interpretaras como si yo te acusara de alguna injusticia; nada más lejos de mí.
Me consta tu nobleza, que unes a tu profunda ciencia y erudición; y desearía
manifestarte cuánto te aprecio y cuánto más te prefiero que a todos cuantos
matemáticos, físicos o filósofos se dejan oír; con cuánta frecuencia y ante
todo el mundo con quien me es dado conversar cada día tengo yo en mis
labios a mi único Leibniz. Lo que no me impide seguir defendiendo mi idea
de que dos cantidades de fluidos equiveloces que chocan contra dos cuerpos
iguales confieren a éstos fuerzas que están en razón de las cantidades de los
fluidos. Pero aquí yo supongo que las cantidades de los fluidos son
infinitamente pequeñas en comparación con los cuerpos contra los que
chocan (y así debe suponerse, pues ésta es la relación que ya utilicé para
explicar el impulso momentáneo de la materia gravífica, la cual, en efecto,
para cualquier instante de tiempo, choca contra el grave en una proporción
infinitamente pequeña de sí misma) y, por lo tanto, los fluidos transfieren a
los cuerpos toda su fuerza, pues debemos pensar que las partículas del fluido
reposan tras el impulso, debido a la sucesión continua de unas tras otras. Por
este motivo no puede ponerse en duda mi afirmación. De manera que, si un
fluido A choca contra el cuerpo L transfiriéndole toda su fuerza, y un fluido
B, semejante al anterior e igualmente veloz, choca contra el cuerpo M igual a
L transfiriéndole así mismo toda su fuerza, las fuerzas producidas en los
cuerpos L y M (incluso aunque L y M no fuesen iguales) serán como las
fuerzas de los fluidos antes del impulso, puesto que son iguales a ellos y, por
lo tanto, serán como las magnitudes de los fluidos. ¿Cómo es posible dudar
del hecho de que las fuerzas de fluidos homogéneos y equiveloces son como
sus magnitudes? Pues es evidente que no se trata aquí de una repetición
modal sino real. Por todo ello, verás que el ejemplo que tú pones de cuerpos M III
sólidos no infinitamente pequeños que chocan contra otros cuerpos en reposo 264
no cuadra aquí. Por cierto (sea dicho de pasada), parece que precipitadamente
has cometido aquí un error de cálculo. Dices así: “si la esfera A,1, con
velocidad 1, choca contra la esfera L,1, en reposo, la esfera L recibirá la
velocidad 1”; hasta aquí todo muy cierto; “pero ---añades-- si la esfera B,2,
con velocidad 1, choca contra la esfera M,1, en reposo, la esfera M recibirá la
4
velocidad 4”; yo creo que la esfera M recibirá una velocidad , de acuerdo
3
con las reglas de la comunicación de los movimientos construida según el
nuevo principio, cuyas fórmulas expuse yo en mi carta anterior y que extraía
de las ecuaciones que tú mismo habías expuesto en tu última, o sea, de la
conjunción de las leyes de conservación de las fuerzas absolutas y de la
conservación de la dirección. Por lo tanto, contra lo que tú dices, las fuerzas
impresas en M no son “mucho más”, sino un poco menos que “el doble de las
impresas en el cuerpo L” 111.
140
El problema aquel de si la acción de la materia gravífica debe
explicarse por impulsos discretos o por presión continua, no lo discutamos
más, pues no son más que modos diversos de considerar una y la misma cosa,
que, si se utilizan correctamente, producen sin duda como conclusión lo
mismo. Pero me sorprendes con la inesperada distinción que haces entre que
“el choque sea igual de fuerte” y que “se produzca en el golpeado la misma
cantidad de potencia”, dos cosas que, sinceramente, yo creía que eran lo
mismo, al considerar el choque más o menos fuerte como efecto del
golpeador, el cual efecto es igual a la cantidad de potencia producida en el
golpeado. Y me llama la atención que no mantuvieras esta distinción en tu
respuesta a mi ejemplo de la tortuga, donde parece bastante claro que
negabas la igualdad de los choques, que ahora concedes. De todas maneras, y
como quiera que sea, el estado de nuestra controversia se reduce a saber si
dos cuerpos iguales, ya estén en movimiento o en reposo, que reciben
impactos igualmente fuertes, recibirán también igual fuerza o potencia.
Tú esto lo niegas; yo, en cambio, aunque la razón me dicte lo contrario,
mantengo mi juicio en suspenso, justamente sólo porque tú lo niegas, pues
prefiero encomendarme al futuro antes que contradecirte. Así que te
agradecería que aceptes mis dificultades no como si provinieran de un
adversario, sino más bien de un amigo que advierte al amigo acerca de lo que
del adversario le pueda venir. Sólo quisiera, pues, que me explicaras una
cosa: si golpear igualmente fuerte no es lo mismo que imprimir la misma
fuerza; porque, si no es así, entonces yo no tengo un concepto claro y
distinto de lo que es un choque.
Me satisface que hayas aceptado bondadosamente la corrección que M III
hice a tu medida de la resistencia absoluta; estuve dudando si era correcto 265
mencionarte cosas que tú habías publicado hacía bastante tiempo, temiendo
que fuera una impertinencia mía recordártelas de nuevo. Verás así una vez
más que sólo el amor a la verdad me induce a remover cosas de las que, aun
sabiéndolas correctas, uno duda si van a ser o no bien recibidas.
Sagazmente has previsto los enredos del Sr.Papin, que él parece
anticiparse a preparar, para lo cual altera maliciosamente tus palabras
cambiando “fuerza” por “movimiento”, como si tú ignoraras la diferencia
entre estos términos, cuando es justamente aquí donde reside el principal
nudo de la controversia. Tampoco creo yo que debas corregirle y conducirlo
al redil, pues perderías un tiempo y unas energías que, en mi opinión,
invertirás con más provecho exponiendo públicamente ante la República de
las Letras íntegro el problema y no simplemente a modo de respuesta, cosa
que a Papin no le haría callar, sino advirtiendo al lector que entregarás el
relato histórico de toda la controversia y, al mismo tiempo, la explicación de
las dificultades propuestas hasta el presente, así como otras nuevas que aún
nadie te ha planteado, dejando así a juicio del lector todo el problema; y no
pierdas tu precioso tiempo litigando inútilmente.
Me abrumas con inmerecida y severa reprimenda rechazando con no sé
qué indignación la objeción que amistosamente había yo propuesto contra tu
141
argumento a priori, siendo así que al comienzo expresamente te decía que no
la entendieras como mía, sino formulada por algún adversario. ¡Qué más
puedo hacer! Si soy el pregonero de tus descubrimientos en cualquier ocasión
que se presenta, ¿por qué te enojas cuando, a fin de defender la verdad, te
pido en confianza aclaración de las dificultades que luego he de resolver en
público ante los adversarios? Pero, en todo caso, si mis objeciones te
molestan lo más mínimo, imponme silencio y detendré mi pluma exagerada
no vaya a proferir tal vez una opinión precipitada, de la que por falta de
atención yo sea reo; digo “tal vez” porque no soy adivino para saber cuándo
un argumento tuyo se te ha escapado de pasada o ha sido meditado durante
años; somos hombres y sujetos a errores; y si al medir la resistencia absoluta
y quizás también en otras ocasiones pudo salirte algún paralogismo, ¿por qué
no podía ocurrirte lo mismo ahora? Mas, para que veas cómo está la cuestión,
te expondré en pocas palabras la causa que me hizo “errar el tiro”, cosa que a
mí me parecía un legítimo contra-argumento. Yo tomaba los términos
“virtualmente” y “formalmente” en un sentido distinto del que tú les das
ahora en tu explicación, sentido que no carece de razón, según creo: en
efecto, por acción virtual yo entendía la fuerza misma o potencia del agente,
y en este sentido mi premisa segunda, que tú niegas, era perfectamente
verdadera, a saber: “la acción que hace el doble en tiempo doble es M III
virtualmente simple respecto de la acción que hace lo simple en tiempo 266
simple”, esto es, “la misma fuerza o potencia del cuerpo se requiere para
recorrer un espacio doble en tiempo doble que la que se requiere para
recorrer un espacio simple en tiempo simple”; en ambos casos la velocidad
del cuerpo y, por lo tanto, también su potencia es la misma. A su vez, por
acción formal yo entendía el efecto ya producido, de manera que el camino
permanece siempre con la misma longitud, tanto que sea recorrido en una o
en dos horas; y en este sentido, la premisa primera de mi otro contra-
argumento será también verdadera, a saber: “la acción que hace el doble en
tiempo simple es formalmente simple respecto de la acción que hace el
mismo doble en tiempo doble”; esto es, “el espacio recorrido en un minuto
por un cuerpo con velocidad doble es igual al espacio recorrido en dos
minutos por un cuerpo con velocidad simple”. Verás, por lo tanto, que no
hablé como si pudieran emplearse las proposiciones caprichosamente, sino
que maduré todo antes de escribirlo. Pero ahora ya tu respuesta me satisface
plenamente; así que me quedo tranquilo, pues veo el significado que tú les
das a estos dos términos. Tu argumento me parece elegantísimo y no debieras
ocultarlo por más tiempo al público, pues añadiría mucha fuerza a los
argumentos a posteriori 112
Me convence plenamente tu tratamiento de la conservación de la
cantidad de las fuerzas motrices así como de la dirección o, lo que es lo
mismo (dices tú que lo adiviné, pero no casualmente sino que con trabajo he
llegado a ello), de la conservación del progreso del centro de gravedad. Y lo
que sobre todo es aquí interesante es que la tercera ley, la de la conservación
de la misma velocidad respectiva, o sea, de la misma diferencia de
142
velocidades antes y después del choque, que, como bien dices, puede
también mostrarse desde la fuerza elástica de los cuerpos concurrentes, fluye
tan bellamente como corolario de las dos precedentes; esta confluencia
confirma no poco el principio de la conservación de la cantidad de las
fuerzas. Sin duda, subyacen aquí otros arcanos. Yo pienso, por ejemplo, que
se podrían definir otras muchas leyes, si en lugar de la división utilizamos la
multiplicación, o sea, multiplicando la ecuación (1) por la (2) o la (3) y la
resultante, de nuevo, por una de las inferiores, lo que podría continuarse al
infinito. La proposición extraída de la conservación del progreso del centro
de gravedad, que, con razón afirmó Huygens, era producto de una meditación
profunda y que publicaste tú hace ya algunos años en los Diarios de París 113, M III
me la había comunicado ya entonces el Sr.Varignon y yo encontré su 267
demostración inmediatamente 114. Sea (fig.54) el móvil A, que tiende
simultáneamente con las velocidades y direcciones AB,AC,AD,AE, etc
y sea AF la dirección y la velocidad con la que el móvil A es trasladado por el
movimiento compuesto. Digo que AF
(una vez trazada) pasará por el centro
común de gravedad G de los puntos
B,C,D,E,etc y que es respecto de AG
como el número de los puntos lo es a
la unidad. Pues los movimientos
particulares BA,CA,DA,EA.etc pueden
entenderse como compuestos de los
colaterales Bβ y Bb, Cγ y Cc, Dδ y Dd,
Eε y Ee, etc; y como FAγ es la
dirección del movimiento compuesto,
serán las velocidades positivas iguales
a las velocidades negativas, esto es, Bβ
+ Cγ etc.= Eε + Dδ etc
Por consiguiente, según consta por la Estática, FAγδ es el eje de equilibrio, o
sea, pasa por el centro de gravedad de los puntos B,C,D,E,etc. Ahora bien,
como Bb,Cc,Dd,Ee,etc son paralelas a AF, serán las velocidades parciales
tomadas en conjunto Bb + Cc + Dd + Ee, etc iguales a la velocidad
compuesta AF; y como de nuevo consta por la Estática, Bb + Cc + Dd + Ee
etc será respecto de AG como el número de los puntos B,C,D,E,etc lo es a la
unidad. Luego, etc.Q.E.D. De aquí se sigue, a su vez, que si el móvil A se
encuentra en el centro mismo de gravedad G y es excitado por las potencias
AB,AC,AD,AE,etc en las direcciones AB,AC,AD,AE,etc, el móvil A
permanecerá en reposo. De este teorema general es sólo un caso particular
aquél que recuerdo haber leído en Huygens y otros, según el cual, si un
cuerpo que se encuentra en el centro de gravedad de un triángulo o de una
pirámide triangular cualquiera es atraído por potencias según las direcciones
de las líneas trazadas desde los ángulos al centro y en razón directa de las
mismas, entonces el cuerpo no se moverá hacia ninguna parte y permanecerá
en reposo. De todo esto se concluye que, no sólo en este caso sino también en
143
todos los demás, el centro de las potencias (por decirlo así) es el mismo que
el centro de gravedad. Pues lo que es propio de este triángulo y de la
pirámide triangular es que su centro de gravedad es también el centro de
gravedad de los puntos angulares.
Concedo que las resistencias de un medio respectivamente resistente
son como los cuadrados de las velocidades del móvil, si por resistencias se
entienden los decrementos de las velocidades; pero, si por resistencias
entendemos (y, en mi opinión, así hay que entenderlas también) los
decrementos de las fuerzas del móvil perdidos en cualquier elemento de
tiempo, entonces está fuera de toda discusión que las resistencias serán como M III
los cubos de las velocidades. 268
Las que tú llamas especulaciones mías sobre el centro de oscilación no
son muchas ni de mayor calado; simplemente puedo reunir toda la doctrina
de los péndulos en un solo teorema, que concuerda perfectamente con los de
Huygens; pero no doy preferencia al centro de gravedad, que Huygens
suponía que asciende y desciende homogéneamente tanto que los cuerpos
oscilen por separado o que lo hagan juntamente, y me atengo más bien a tu
nuevo principio de la conservación de la misma cantidad de fuerzas, y de él
extraigo después, como consecuencia, el principio de Huygens. Sea, en
efecto (fig.
55) el péndulo HA, compuesto de una serie de graves A,B,C,etc fijos a la
pértiga rígida HA sin gravedad,
y agitado en torno al centro H.
Se busca la longitud del péndulo
simple e isócrono HG.
Supongamos que
las distancias de los graves AH,BH,CH,etc del péndulo compuesto son
a,b,c,etc, y la distancia GH del péndulo simple es x. Después de que el
péndulo desciende cuanto puede, o sea, hasta la vertical, las velocidades de
los puntos A,B,C,etc serán respecto de G como a,b,c,etc serán respecto de x;
por lo tanto, la cantidad de fuerza de los graves A,B,C,etc será Aaa + Bbb +
Ccc,etc. Consideremos ahora que los cuerpos A,B,C,etc no oscilan fijos a la
pértiga, sino que cada uno lo hace separadamente en su distancia en torno a
H; tendremos, según la naturaleza de caída de los graves ya conocida y
aceptada, que las velocidades de los graves A,B,C,etc, al llegar a la vertical,
serán ax , bx , cx ,etc, suponiendo que la velocidad del punto G es x. Se
ve, de esta manera, que la cantidad de fuerza de los graves A,B,C,etc será Aax
+ Bbx + Ccx + etc. Y como supongo que se conserva la misma cantidad de
fuerzas en ambos casos, tendremos que Aaa + Bbb + Ccc + etc = Aax + Bbx
Aaa + Bbb + Ccc + etc
+ Ccx + etc; y, por lo tanto, x = . Esta es, en definitiva,
Aa + Bb + Cc + etc
la proposición fundamental, que en su Tratado, pag.100, demostró Huygens
con gran esfuerzo y por reducción al absurdo de los casos de mayor o menor
ascenso del centro de gravedad (que yo no necesito considerar). De ella se
extraen con gran facilidad todos los demás teoremas hugenianos, de manera
144
que también aquí se pone de manifiesto la verdad del nuevo principio, puesto
que concuerda tan exactamente con el de Huygens. Y en esta ecuación se ve
así mismo claramente que el centro de oscilación es el que corrientemente se
llama de percusión 115.
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No pienses que me ofenden nuestras disputas, con tal de que sirvan M III
274
para ilustrar y confirmar la verdad, cosa que no puede por menos de ocurrir
entre amantes y buscadores de ella. En cuanto a las palabras que utilizamos,
ya se sabe, a veces el ardor de la escritura nos domina y las torna menos
exquisitas; pero mutuamente otorgamos y pedimos disculpas.
Tampoco yo he dudado de tu afecto hacia mí, y la pequeña reprensión
que, por mi parte, te hice no quisiera que la vieras como nacida de
indignación alguna (que no la hubo), sino de mi ánimo amistoso, al tener la
sensación de que determinados problemas los tratabas con un aire más
superficial del que merecían o del que la verdad exigía.
Espero que nuestra controversia sobre el origen de la potencia impresa
en los graves podrá ya recomponerse más fácilmente, después de que
expresamente tus palabras me han dado a comprender dónde reside nuestra
diferencia. A saber, tú defiendes que la partícula del fluido gravífico imprime
al grave toda su fuerza; si así fuera, admito que cualquier impulso añadiría al
grave prácticamente el mismo grado de potencia. Pero yo pienso que la
partícula de materia gravífica que impacta retrocede completamente sin que
las partículas siguientes lo impidan. Pues no se suceden sino mediante
intervalos, y, aunque se sucedieran de forma inmediata, constituirían una
145
unidad continua impactante, de la cual de nuevo podría decirse lo mismo,
esto es, que no transfiere toda su potencia. Porque, si las partículas
impactantes dieran toda su potencia, se seguiría un incremento uniforme no
de la velocidad sino de la potencia del grave, pues el número de impactos es
proporcional al tiempo.
De todas maneras, hasta donde recuerdo, tú no mencionabas en tus
anteriores cartas esta última relación de la traslación de toda la potencia, con
lo que, si no me equivoco, has cambiado tu razonamiento. Desde luego, si la
esfera B,2, con velocidad 1, choca contra la esfera M,1, en reposo, es
4
evidente que la esfera M adquirirá la velocidad , tal como tú escribes; por
3
descuido me olvidé yo de dividir por 3, como exigía la ecuación.
Ciertamente yo considero como algo muy verdadero que, aunque los
impactos sean igualmente fuertes, no por ello sin embargo se sigue que en el
receptor se imprima la misma potencia, puesto que la fuerza del impacto no
se ha de medir sólo por lo que ocurre en el golpeado, sino también a la vez
por lo que ocurre por parte del impactante. De todas maneras, creo que el
desacuerdo se refiere aquí más a nuestro diverso modo de hablar que al
problema mismo; pero el meollo de nuestro problema no está en esto último,
sino en lo que acabo de decir hace un momento 116.
Si todavía hay que seguir desenvainando la espada con el Sr.Papin, se
M III
verá por el efecto que en él produzcan mis últimas cartas. Polemizar con él en 275
público merecerá menos la pena. Quien no se conmueve mediante
correspondencia privada, mucho menos entregará las armas públicamente.
Así que bastará con exponer el problema cuando llegue su tiempo.
Supongo que, dada tu sinceridad, reconocerás noblemente que tuve
motivos para sorprenderme al verte interpretar lo “formalmente” y
“virtualmente” de manera tan distinta a la mía; nunca se me había pasado por
la mente el sentido que tú le das, ni habría podido utilizarlo para mi objetivo
sino de forma manifiestamente impropia. Pero está bien que, al fin, yo te
haya satisfecho y reconozcas mi derecho. ¿Qué opinas de la otra prueba de la
misma proposición? Está más de acuerdo con la forma admitida, pero ambas
coinciden en su raíz. La conclusión yo la veo de la máxima importancia, pues
aquí se descubre el gran arcano de la Sabiduría Divina, y se corrige la
doctrina de Descartes sin dejar, por ello, de obtenerse el objetivo que él se
había propuesto. En efecto, se conserva en el mundo la misma cantidad de
acción motriz, si se mide dicha cantidad como es debido. Y en verdad,
también se podría decir que se conserva la misma cantidad de moción, si no
fuera porque se ha hecho ya un lugar común esta frase en el sentido de
estimar la moción multiplicando la velocidad por la masa. Pero, de acuerdo
con esta doble demostración mía, se ve que la cantidad de acción motriz está
en razón compuesta simple de la masa y duplicada de la velocidad. Y, por lo
tanto, consta también a priori que Dios no habría actuado según las leyes de
la perfecta Sabiduría, si, de acuerdo con la doctrina de los cartesianos,
conservara la misma cantidad de movimiento tal como ellos la entienden; en
146
realidad, de acuerdo con la razón, tal cantidad no sería constante 117.
No por casualidad, sino debido a tu agudo talento adivinaste, o más
bien demonstraste, que el progreso constante del centro de gravedad coincide
con la conservación de la dirección. Así mismo, tu demostración de mi regla
sobre la composición de los movimientos concuerda completamente con la
que sugerí en el mismo Diario, cuando la edité.
También demuestras bellamente cómo desde nuestro principio, y de
una sola vez, se construye la proposición fundamental de Huygens sobre los
péndulos; así, el uno se confirma e ilustra con el testimonio del otro.
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147
como puede concebirse que una partícula del fluido gravífico (pues tú mismo
reconoces que nuestra disputa se ventila ya a nivel de partícula exigua) M III
278
imprime al grave toda su fuerza. Esta traslación de toda la potencia, que,
según tú, yo no había alegado en mi penúltima carta y que, por lo tanto,
cambié en la última el razonamiento, siempre la quise tener en mente, de
manera que lo que cambió fueron las palabras, no el razonamiento. Pienso,
pues, contigo que la partícula retrocede, si se admite que las siguientes le
siguen sólo a intervalos y que la que en un momento choca lo hace al mismo
tiempo libremente y puede retroceder sin ningún impedimento. Pero
considera, si te parece, si no intervendrán también los recovecos y
sinuosidades de los poros del cuerpo grave, de manera que la partícula de
materia gravífica, tras el impulso, no pueda tan fácilmente penetrar en el
cuerpo y separarse de él, sino que, algo así como intrusa en el poro, se vea
obligada a permanecer fija en él y ser absorbida por el cuerpo toda su fuerza.
¿Acudimos de nuevo a mi ejemplo de la tortuga? Esta, sin duda, recibe toda
la fuerza de la bala de la escopeta disparada contra ella, si después del choque
permanece en su carne y no se dispersa por ninguna otra parte; y en este
sentido, no veo qué diferencia hay si la tortuga se mueve o está en reposo; en
ambos casos agota toda la fuerza de la bala, a menos que digas que parte de
ella es absorbida por la materia ambiente, lo que queda excluido suponiendo
que el movimiento en cuestión se verifica en el vacío. Pero, volviendo a
nuestra cuestión, al ser la materia gravífica algo sutilísimo y estando todo
lleno, constituye sin duda un quid continuo en la medida en que sus
partículas deben seguirse no por intervalos sino de forma inmediata. Pero,
aun concediendo que la materia gravífica no sea algo continuo, por lo menos
sus partículas estarán diseminadas homogéneamente y, por lo tanto, aunque
no actúe por presión continua, sin embargo el número de impulsos será
proporcional no al tiempo sino al espacio. Lo que hasta ahora te ha impedido
que dieras tu asentimiento a mi idea es que tú crees con Galileo como
absolutamente necesario que el número de impulsos es proporcional al
tiempo; si así fuera, yo mismo admito que mi opinión no sería sostenible,
puesto que, según ella, las velocidades del cuerpo que desciende no crecerían
uniformemente según los tiempos. Pero verás ahora qué bellamente se sigue
esta última uniformidad también partiendo de mi hipótesis, aunque sea
totalmente contraria a la de Gelileo. En esto me ha ocurrido algo parecido a
lo que le aconteció a Fermat contra Descartes en la polémica de la refracción,
cuando, con un razonamiento directamente opuesto al cartesiano, llegó a las
mismas leyes de las refracciones formuladas por Descartes. Así pues, yo
muestro 1. cómo se puede concebir que una partícula de materia gravífica
M III
transfiera al grave toda su fuerza; 2. que el número de impulsos está en razón 279
de los espacios, es decir, para un mismo tiempo, el grave, ascendente o
descendente, recibe impulsos en proporción a la velocidad (pues los espacios
elementales recorridos, en un mismo tiempo elemental, son como las
velocidades). Siguiendo, pues, este procedimiento, demuestro de la siguiente
manera la uniformidad o constancia de incrementos de las velocidades según
148
los tiempos. Sea (fig. 56) la altura
del descenso AB, que se divide en partes iguales Aa,ab,bc, etc; por el lema 2º,
el número de los impulsos a través de Aa,ab,bc,etc será también igual.
Es así que, por el lema 1º, el grave recibe toda la fuerza de las partículas
gravíficas; luego los aumentos de las fuerzas del grave sucesivamente
existente en cada uno de los puntos a,b,c,etc son iguales, esto es, si
ae,bf,cg,dh,etc representan fuerzas adquiridas, entonces ae,if,lg,mh,etc serán
elementos iguales, y, por lo tanto, AC será una línea recta. Ahora bien, puesto
que estoy hablando contigo, supongo demostrado a priori el principio de que
149
intervalos de tiempo (comme font les bouffées de vent), ¿qué impedimento
hay para que el grave experimente (si es que puede sentir) siempre y en todas M III
280
partes esa acción? Perdóname que sea tan prolijo; no esperaba soltar tantas
palabras sobre esta materia. Pero, como ya al comienzo manifesté que te iba a
exponer mi opinión o, si prefieres, mi modo de explicar el origen de la
potencia impresa en los graves a fin de evitar reincidir en lo sucesivo en más
polémicas, espero no lleves a mal el que me haya dejado arrastrar por la
pluma más extensamente de lo que habría hecho sin abusar de tu paciencia.
Pero antes de abandonar definitivamente esta materia, no puedo evitar
darle vueltas y más vueltas al asunto, pues cuanto más atentamente remuevo
todo lo dicho hasta aquí, más me confirmo en mi opinión. He aquí un símil
cómodo que en este momento se me ocurre. Me imagino un medio dotado de
infinitas espirales elásticas u otros elastros igualmente fuertes y
homogéneamente diseminados o, mejor, inmediatamente yuxtapuestos;
supongo un artificio que los mantenga tensos de manera que, frente al acceso
de algún cuerpo, se liberen súbitamente de su amarra y salten transmitiendo
íntegra toda la fuerza de su elasticidad contra el cuerpo que les oprime; este
mecanismo puede fácilmente concebirse, si hacemos que el elastro se
restituya a una velocidad incomparablemente mayor que la del cuerpo que se
mueve. Pues bien, en este medio imagino ahora un cuerpo con la fuerza
mínima suficiente para lograr que un elastro empiece a moverse; así, retenida
la fuerza del primer elastro, prosigue el cuerpo alcanzando al segundo, cuya
fuerza recibe igualmente; después, retenidos los dos primeros grados de
fuerza, avanza recibiendo el tercero, luego el cuarto, el quinto, el sexto, etc;
estos grados de fuerzas se acumulan en virtud de intervalos iguales no de
tiempos elementales sino de espacios elementales. Y, sin embargo, digo que
en el medio descrito este cuerpo se acelera uniformemente según los tiempos,
esto es, según la ley que Galileo formuló de aceleración de los graves; lo que
claramente se ve por la demostración precedente. De manera que, si no
quieres admitir que la materia gravífica opera según la explicación dada por
mí, sin embargo te verás obligado a decir, al menos, que es posible que opere
así, puesto que se salva siempre la uniformidad de la aceleración en tiempos
iguales, y no se ve razón alguna de por qué el modo tradicional de
explicación, que es el tuyo, deba preferirse al mío, cuando ya he demostrado
más atrás cómo es posible que la partícula de materia gravífica traslade toda
su fuerza al grave; mientras que, al contrario, aparecen grandes
incongruencias si se establece que los impulsos proceden según los
elementos de tiempo. No obstante, someto todas estas cosas a tu
consideración; quizás encuentres en ellas alguna utilidad, sobre todo después
de que, tras haber considerado mi opinión diametralmente opuesta a la
opinión comúnmente admitida sobre la uniformidad de la aceleración, se ve
que la confirma plenamente; digo que encontrarás alguna utilidad, después de M III
que te hayas liberado de un prejuicio que quizás te ha llevado a no 281
profundizar nunca seriamente en los argumentos que hasta aquí te he
ofrecido.
150
Sobre la cantidad del impulso no quiero ya insistir, puesto que ella en
nada afecta a nuestra controversia. Sin embargo, todavía no está claro cómo
debe medirse su fuerza si es verdad que, según sugieres tú, la potencia
impresa no es proporcional al impulso. Recuerdo haber leído a Ignacio
Gaston Pardies en su discurso De motu locali 118, donde trata de deducir de la
cantidad de impulso las reglas del movimiento, sirviéndose de un principio
que a mí me parece falsísimo, a saber, de la indiferencia del cuerpo al
movimiento y al reposo, de manera que un cuerpo grandísimo en reposo sería
arrastrado por un cuerpo mínimo que chocara contra él y sería conducido a
velocidad no menor que la que éste traía. Esta indiferencia, a la que también
tú te adheriste hace ya tiempo según veo en las Actas del año pasado, p.151,
ahora la rechazas no sin razón y atribuyes a los cuerpos una inercia o
resistencia al movimiento 119. Pero todo esto sea dicho sólo de pasada: según
este principio, que ya el propio Pardies censuraba contra los cartesianos, no
se conserva siempre la misma cantidad absoluta de movimiento, cosa que él
mismo muestra mediante el choque oblicuo de los cuerpos; en todo caso, él
no determina la verdadera cantidad de moción ni afirma que se obtenga por la
multiplicación de la masa por el cuadrado de la velocidad.
Tu segunda demostración de la proposición sobre las acciones
motrices, que expusiste en tu carta anterior, la veo tan ingeniosa como la
primera y, como tú mismo dices, pensada más juxta formam, aunque en el
fondo ambas coinciden. Nada hay, en efecto, más cierto que el hecho de que
las acciones motrices deban medirse por sus efectos inmediatos; así pues, si
las longitudes recorridas y las velocidades (a menos que alguien se obstine en
pretender que la velocidad es la causa) son efectos inmediatos de la acción y,
además, distintos entre sí, esto es, que uno no dependa del otro ni esté
incluido en el otro (sin estas condiciones no sería lícito el razonamiento pues,
por ejemplo, del hecho de que dos libras de oro ocupen un espacio doble que
una libra de oro y, además, que dos libras sean doble que una libra, no se
sigue que estas dos libras sean el cuádruple o dos veces el doble de pesadas
que una libra, puesto que una duplicidad está ya incluida en la otra, es decir,
puesta una, está ya puesta la otra), entonces las acciones motrices estarán
necesariamente en razón compuesta de las longitudes y de las velocidades y,
en consecuencia, para tiempos iguales, en razón duplicada de las velocidades.
Excelente también la distinción que haces en la misma carta: entre (A) hacer
el doble en tiempo simple y (C) hacer lo simple en tiempo simple se da un
medio menor que el primero y mayor que el segundo, a saber, (B) hacer el
doble en tiempo doble. Admito que B es manifiestamente (por repetición
perfecta) el doble que C y que, por lo tanto, se sigue demostrativamente que
A es más que el doble que C; sin embargo, de aquí todavía no se sigue que
aquél (A) sea precisamente el cuádruple de éste (C), mientras no se haya M III
demostrado previamente que A es el doble que B; y esto, a mi juicio, no es 282
tan fácil de demostrar, pues entre hacer el doble en tiempo simple y hacer el
doble en tiempo doble no se ve tal repetición; incluso a primera vista parece
que aquél es el cuádruple de éste; puesto que si A, en tiempo simple, hace lo
151
mismo que B en tiempo doble, será necesario que A sea doble veloz que B y,
por lo tanto, su potencia será cuádruple que la potencia de B 120. Por todo
esto, verás que esta cuestión no se presenta como si no mereciera un análisis
más detenido.
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152
ocurra más en el problema de la causa de la gravedad; no obstante, incluso en
esas cosas (si tan importantes parecen) será lícito averiguar qué opinión se
acerca más a lo verdadero. En una carta a mí dirigida, tu señor hermano, al
ver cómo explicaba yo la medida de las fuerzas mediante algunos elastros
que consumen toda su fuerza a favor de un cuerpo, me ha interpretado como
si yo creyera que la gravedad se produce por dicha acción de los elastros
cuando transfieren su fuerza al grave mediante impulsos repetidos. Yo le he
respondido que utilizo los elastros sólo a modo de ejemplo 123. Por el
contrario, tú observas correctamente que mediante esta estrategia se producen
los mismos fenómenos que ya explicó Galileo para los graves; y la cosa es
clara a quien la estudie; pues, al ser los espacios recorridos por el grave
proporcionales a las fuerzas adquiridas o perdidas por dicho grave, será
necesario que, para espacios iguales, las fuerzas adquiridas o perdidas por el
grave sean también iguales; lo cual es lo mismo que si la fuerza les fuera
dada o quitada por los elastros. Ahora bien, que tal causa haya de buscarse
realmente en los espacios, es algo que requiere una investigación más
profunda: ciertamente, por sentido común siempre se puede decir esto,
aunque se utilice una explicación por el viento o por la fuerza centrífuga. Si
imaginamos, por ejemplo, que un grave que asciende irrumpe contra una tela
de araña homogénea, podría explicarse una pérdida también homogénea de M III
fuerza; pero un cuerpo verdaderamente activo, al modo de los elastros, no es 285
tan fácil de moderar 124; no obstante, si tú puedes descubrir un modo que sea
acorde con la naturaleza, lo aplaudiré gustosamente. Dices que a ti te da lo
mismo el que yo admita, si quiero, tu opinión. Pero yo te ruego que
consideres que nada más ajeno a mí que semejante modo arbitrario de
proceder y que nada más propio de mi talante que escuchar la voz de la
razón. Puede ocurrir, ciertamente, y a veces debe ocurrir, que la partícula de
materia gravífica permanezca en los poros del cuerpo y pierda en ellos su
fuerza; pero no por ello ésta se trasladará a todo el cuerpo o servirá para
incrementar el descenso, sino que será absorbida en los movimientos de las
partes. Dices tú: "al ser la materia gravífica algo sutilísimo y estando todo
lleno, constituye sin duda una unidad continua y las partículas no se suceden
por intervalos". Yo, en cambio, pensaría más bien que la materia gravífica no
es lo más sutil que hay ni lo llena todo ni constituye una unidad continua,
sino que está sólo diseminada en otra mucho más sutil125. Y añades lo
siguiente: "aun concediendo esto, sin embargo el número de impulsos sería
proporcional al espacio". Pero no muestras cómo se logra esto, y reconocerás,
supongo, que el viento actúa contra una nave en un número de impulsos
proporcional más bien al tiempo que al espacio. En todo caso, nuestra
polémica sobre esta cuestión proviene de que a ti te parecía que con la
explicación tradicional no se podía resolver cierta dificultad contra nuestra
medida de las fuerzas; y esto ha hecho que hasta ahora me pareciera
necesario darte pie a polemizar conmigo. Pero ahora, ya lo veo, reconoces
que ambas explicaciones obtienen el mismo resultado. Y de tu última carta
deduzco cuál es en este momento tu objetivo; no me opongo, a condición
153
(como ya dije) de que se pueda explicar de manera precisa cómo se verifica
lo que dices. Por cierto que, mientras escribo, paso la vista por unas palabras
tuyas que todavía me inquietan; dices que "aparecen grandes incongruencias
si se establece que los impulsos proceden según los elementos de tiempo".
Confieso que no veo yo cuáles son esas incongruencias. Pero, si todavía te
ronda por la cabeza la objeción esa que ha suscitado en ti este asunto, te
rogaría que la expongas con más claridad y en forma. Cuando hace poco en
mi intercambio epistolar con Papin le traduje en forma su objeción, la
abandonó y fabricó otra nueva, que ahora le estoy resolviendo, y espero que,
disputando así en forma entre él y yo, se acabará la controversia, pues ni uno M III
ni otro se quejará más de no ser entendido 126. 286
Sobre la cantidad del impulso espero satisfacerte en otra ocasión. Por
lo que se refiere a Pardies, tu opinión es correcta. Su disertación De motuum
regulis no es importante: ha visto bien la dificultad del concurso oblicuo,
pero no la resuelve.
Mi demostración a priori de nuestra medida de las fuerzas se apoya
ciertamente en una suposición, a saber: la acción que hace algo
uniformemente en tiempo simple es doble que la acción que hace lo mismo
uniformemente en tiempo doble. Este supuesto deben concederlo Catelan y
los otros con quienes he polemizado; falsamente suponían ellos que yo no
tenía en cuenta la medida del tiempo, cuando no hay nadie que la haya
empleado mejor que yo. Es verdad que todavía no he descubierto el modo de
demostrar a priori esta proposición por vía de congruencia 127; incluso
tampoco esta otra, que la acción que hace lo mismo en tiempo más breve sea
mayor; y por ella habría que empezar 128. Pero, una vez admitido esto, del
hecho de que no pueda darse una resolución más primitiva entre A y B, esto
es, que no pueda interponerse ningún otro medio entre A y B tal como B se
había interpuesto entre A y C, no se puede decir otra cosa sino que las
acciones son como las velocidades 129. En efecto, A era hacer el doble en
tiempo simple, B hacer el doble en tiempo doble, y C hacer lo simple en
tiempo simple: por lo tanto, la acción A es mayor que la acción B, y tanto
mayor en la medida en que crece la acción manteniéndose el efecto y
decreciendo el tiempo. En consecuencia, del hecho de que no haya ningún
otro principio de determinación más primitiva, se sigue que las acciones son
inversas a los tiempos. O sea, cuando no es posible encontrar ninguna razón
de proporción compuesta, sólo la razón simple se ha de verificar. No
obstante, es importante resolver la objeción que, según dices muy bien,
podría a alguien ocurrírsele ponerme; y una vez resuelta, se encenderá (creo)
una luz mayor, y se pondrá de manifiesto la diferencia entre potencia y
acción. Tu objeción dice así: A en tiempo simple hace lo mismo que B en
tiempo doble; luego A es doble veloz que B. Luego la potencia de A es
cuádruple que la potencia de B. Respondo concediendo todo el argumento,
o sea, que la potencia es cuádruple; y, sin embargo, afirmo que aquí la
acción es solamente doble. Y demuestro así esta paradoja: la potencia de A es
cuádruple (esto es lo que hemos demostrado en este argumento), pero su
154
acción es sólo doble, puesto que la acción está en razón compuesta de la
potencia que se ejerce y del tiempo durante el que se ejerce; por lo tanto, la
potencia cuádruple de A, ejercida en tiempo simple, produce una acción
doble de la que produce la potencia simple de B ejercida en tiempo doble, y
cuádruple de la que produce la potencia simple de C ejercida en tiempo
simple. Es decir, en (A) la potencia 4 en tiempo 1 produce la acción 4; en (B)
la potencia 1 en tiempo 2 produce la acción 2; finalmente, en (C) la potencia
1 en tiempo 1 produce la acción 1. Verás de esta manera qué bellamente
cuadra esto y qué poco precisas son las nociones que vulgarmente se tiene
M III
acerca de la potencia, de la acción y otras semejantes. Hace ya muchos años 287
que expliqué estas cosas en una disertación que escribí en mi viaje itálico y
que dejé en Florencia a un amigo que se había comprometido a publicarla,
pero luego yo me retrasé al mismo tiempo que surgían nuevas ideas que
prometí añadir; al final no lo hice, mas no porque falten cosas sino tiempo
para ordenarlas 130. Observarás que en este momento estoy midiendo la
acción por la razón compuesta de sus principios, o sea, la potencia y el
tiempo, mientras que hace un momento la he medido por la razón compuesta
de lo que hace, esto es, por su efecto extensivo o material, o sea, la longitud
(a la que κατ' έξοχήν suelo llamar efecto) y por su efecto intensivo o formal,
pues el ideal es que produzca mucho y en poco tiempo. Como ves, ambas
medidas concuerdan entre sí 131.
---------------------------------------------------------------------------------------------
155
detendré más en ello; permíteme, no obstante, que remueva en pocas palabras
lo que en tu última decías sobre esta cuestión. ¿Así que mi hermano dio por
fin rienda suelta a su malevolencia y te escribió? 134 ¿a fe que no tenía otra
materia sobre la que escribir sino sobre la acción de los elastros, que había
aprendido de mí y de tu correspondencia conmigo? Seguramente ofreció
como propio lo que ha sido cocido en olla ajena; pues sobre estas cosas poco
había pensado él hasta que yo se las enseñé. Pero dime, por favor, si se
percató de que por la acción de los elastros se descubren los mismos
fenómenos que explicó Galileo. No creo que lo hiciera; de esto nada le dije
yo, pues a mí mismo se me ocurrió después de mi salida de la patria.
Prometes aplaudir gustosamente mi explicación, si puedo encontrar un
camino acorde con la naturaleza, mediante el cual algo que siendo activo M III
pueda moderarse con la técnica de los elastros del mismo modo que 296
podríamos imaginar que un grave ascendiendo sufriera decrementos de
fuerza proporcionales a los espacios al irrumpir contra la tela homogénea de
una araña. Pues bien, si me concedes, al menos, que puede establecerse por
sentido común que la partícula gravífica transfiere al grave toda su fuerza,
tendremos lo que pides; pues, si las partículas gravíficas no forman un
continuo, por lo menos están homogéneamente dispersas, y así, lo que tú
imaginas pasivo en las redes de la araña es aquí verdaderamente activo; en
efecto, al transferir cada partícula toda su fuerza (por hipótesis, pues ya en mi
anterior mostré que es posible) y al ser el número de partículas proporcional
al espacio, es claro que el incremento de fuerzas será también homogéneo. La
mejor manera de explicar mi idea será con un símil. Imagina un navío que
lleva un hombre en la popa; al principio, el navío está en reposo sobre el agua
estancada sin resistencia; el navío mismo es muy sólido, de manera que sus
partes están libres de todo vaivén pero transmiten la fuerza impresa a todo el
navío, abstracción hecha de toda materia ambiente. Ahora el hombre,
sentado, golpea con un martillo la popa en dirección horizontal y todo el
navío empieza a moverse; el hombre prosigue repitiendo golpes iguales, no
en tiempos iguales, sino en pequeños espacios iguales por los que avanza el
navío. Lo que digo es que el navío se acelerará del mismo modo que
desciende un grave; pues recibe en cada espacio no sólo impulsos iguales
(puesto que tú distingues entre impulso y fuerza), sino también fuerzas
iguales, ya que la fuerza del martillo, que se supone siempre la misma, se
agota toda en el empuje del navío no quedándole a él nada más que el hecho
de ser parte del navío; pues bien, de la misma manera, la materia gravífica, al
ser infinitamente veloz, podría considerarse como una única partícula
siempre en el interior del grave, reiterando sus impulsos en cada elemento
espacial y constituyendo un único impulso, en vez de que para cada espacio
tengamos que añadir una partícula nueva. Dices tú que no muestro cómo se
consigue que el número de impulsos sea proporcional al espacio; pero yo
pienso que esto está ya suficientemente mostrado por el hecho mismo de que
se concede que las partículas gravíficas están homogéneamente diseminadas
a lo largo de toda la altura del descenso. Pues si el número de las partículas
156
que golpean es proporcional al espacio, también el número de golpes le será
proporcional, ya que habrá tantos golpes como partículas que producen los
golpes. Admito, ciertamente, que el viento actúa contra la nave en un número
de impulsos proporcional al tiempo (suponiendo que el viento es
incomparablemente más rápido que la nave); pero esto en ningún modo
refuta mi afirmación, sino que más bien la confirma; pues hay una gran
diferencia entre los dos modos de actuar 135, y por eso no me extraña que, M III
como tú crees que no la hay, no hayas querido hasta ahora estar de acuerdo 297
conmigo. La nave es empujada por las partículas del viento que se suceden
continuamente desde atrás y que tienen un movimiento progresivo en la
dirección de la nave; de manera que, tanto que repose como que se mueva,
siempre recibe ésta nuevas y nuevas impresiones y en razón de la cantidad
del viento que sopla, esto es, en razón del tiempo. Por el contrario, un grave
que desciende no es empujado por ninguna materia como si ésta fuera un
viento que soplara desde la circunferencia al centro de la tierra; es empujado
por partículas rapidísimas, que no tienen ningún movimiento progresivo
hacia el centro de la tierra; de manera que, si el grave no se mueve, no recibe
ningún impulso nuevo. Si las esferas (fig. 68) 1,2,3,4,etc, colocadas
sucesivamente a iguales distancias, chocan en movimiento paralelo contra el
cuerpo A, el número de impulsos estará en razón
del tiempo. Pero si las partículas equidistantes
a,b,c,d,etc se mueven rapidísimamente en torno al
centro fijo de los remolinos α,β,γ,δ,etc, y la
primera partícula a empuja al cuerpo B contra el
remolino β, y la partícula b contra el remolino γ,
etc, entonces el número de impulsos estará en
razón del espacio recorrido por el cuerpo B. El
primer modo de funcionar es el del viento; el
segundo es propio de la materia gravífica o, al
menos, análogo a ella. Con esta explicación se ve
bastante bien cuáles
son aquellas incongruencias que se producen si establecemos que los
impulsos proceden según los tiempos; y entre ellas una es que, según esta
última hipótesis, habría que decir que un cuerpo ya en movimiento recibe de
la partícula gravífica, tan incomparablemente veloz que respecto de ella es
como si el cuerpo reposara, un mayor grado de fuerza que cuando está en
reposo. Si esto no es una incongruencia, no es al menos una verdad tan clara
que un adversario no pueda negar.
Excelente es tu distinción entre potencia y acción; pero con ello tu
argumento a priori muestra sólo que la acción de A es cuádruple que la
acción de C; pero lo que tú querías era demostrar esto acera de la potencia.
Naturalmente, la cosa se aclara diciendo que aquí las acciones son como las
potencias, pues ambas se realizan en tiempo igual. Me parece bien que
reconozcas que todavía no ha podido demostrarse que la acción de A es doble
que la acción de B, pues el principio aquel que dice “cuando no es posible
157
encontrar ninguna razón de proporción compuesta, será necesario que se
verifique la razón simple”, a mí me parece oscuro y aquí no prueba
suficientemente lo que debería probar; la otra proposición “la acción que
hace lo mismo en tiempo más breve es mayor” y por la que, según dices, M III
habría que empezar, yo la admitiría como un axioma. 298
158
ese elegantísimo problema de la óptica, que es la curvatura del rayo en un
medio cambiante, donde he descubierto la admirable coincidencia que existe
entre ambas curvas. Deseo vivamente conocer tu opinión sobre mis dos
soluciones. También he construido la curva que llamo síncrona, que descubrí
con ocasión del problema anterior; allí demuestro que esta curva corta como
normal a todas las cicloides trazadas desde un mismo inicio. Es una curva
admirable; definida la extensión de un arco circular, su construcción me ha
sido fácil desde la consideración del material precedente; si, por el contrario,
trato de buscarla considerándola en abstracto, ni siquiera puedo llegar a una
ecuación diferencial; de manera que, si se me hubiera ocurrido proponer este
último problema por separado o en otra ocasión, o sea, en estos términos:
“encontrar aquella curva que sea perpendicular a todas las cicloides”,
prácticamente nadie habría dado con la solución y me habría podido
vanagloriar de ser el único que la tenía; pero hemos de sacrificarnos por la
utilidad pública más que por la gloria personal. Recuerdo que hace tiempo te
propuse el problema general de encontrar la curva que corta como normal a
otras dadas ordenadamente, que yo resolvía para algunos casos. Tú ofrecías
un método general; pero, si ahora quisieras reproducirlo, verías que a veces
no se verifica, a saber, cuando las curvas ordenadamente dadas son
transcendentes, como se ve en este caso. Del otro modo de proceder, que yo
sugiero en mi artículo, el de la curva que corta como normal a otras
logarítmicas, no he podido todavía hacer la construcción ni he logrado su M III
ecuación diferencial de primer grado, pero puedo presentar una serie muy 300
sencilla que la muestre. Excelente es lo que dices del triángulo rectángulo
pitagórico. También yo he descubierto muchas cosas nada despreciables con
ocasión de mi problema: entre otras, una admirable propiedad de la cicloide,
que es ésta: las mismas semicicloides
Ad,ad,ad,etc, trazadas sobre la recta CD (fig. 69) serán cortadas como
normales por todas las mismas
semicilcoides Cb,cb,cb,etc
trazadas sobre la paralela AB.
Así que no sé qué cosa
admirable le acontece a la
cicloide: su evoluta es una
cicloide; su cáustica es cicloide;
y ahora su normal es igualmente
una perpetua cicloide, y precisamente la misma. Estas tres cosas se verifican
así mismo en la espiral logarítmica, que mi hermano califica de espiral
admirable, de la que yo fui el primero en descubrir que su evoluta se
convierte en la misma espiral. He aquí, pues, la extraordinaria afinidad entre
estas dos curvas. Quien quiera profundizar sobre lo que propongo en mi
artículo tendrá materia abundante sobre la que investigar. Nuestra curva
brachystochrona es aplicable a infinitos casos particulares como, por
ejemplo, si por los infinitos arcos circulares que pueden trazarse entre dos
puntos dados quisiéramos averiguar aquél que, respecto de los demás, fuera
159
el de descenso más rápido, esto es, si desde un punto dado y en un mismo
momento se hicieran caer distintos graves por cada uno de los arcos, cuál
sería aquel arco por el que se trasladaría el grave con más rapidez hasta el
otro punto; o si en lugar de arcos circulares, colocáramos arcos de otras
curvas; o, también, si por una recta que une dos puntos dados se trazan
infinitos triángulos isósceles o triángulos rectángulos o cualquier otra figura
rectilínea, siempre podríamos encontrar el caso del descenso más rápido, de
manera que podríamos formular tantos problemas particulares como
quisiéramos, con lo que, en fin, podemos decir que nuestro problema general
consiste en averiguar el mínimo de los infinitos más mínimos. Pero paso ya a
otras cuestiones, que tu sugieres.
160
difícilmente se puede verificar que en cada intervalo de espacio se
produzca un impulso tal que exactamente proporcione a la nave una
fuerza igual. Sin embargo, si se admite tu hipótesis, todo concuerda
perfectamente. Te digo esto a fin de darte ocasión de perfeccionar tus
pensamientos, pues a mí me parece difícil que lo que dices pueda
aplicarse a la gravedad. Es fácil verificar la pérdida homogénea de MIII
fuerza en razón del espacio, pero su adquisición no lo es tanto. 312
En cuanto a los supuestos que yo asumo, admito que la proposición
una acción que hace lo mismo en tiempo más breve es mayor puede
tomarse como axioma; pero has de saber que, para mí, se requiere la
demostración de todo axioma que hayamos de emplear, pues de lo
contrario la ciencia sería imperfecta. Y quien demuestre este axioma, creo
que abrirá el camino también al otro, cuya demostración deseamos.
Aunque no descalificaré a quien acepte estas cosas sin demostración.
Pero, en mi opinión, hay algunas cosas que sin el otro principio no se
demuestran. Yo no lo considero oscuro si se entiende correctamente 138.
No obstante, nos bastará a nosotros con el que yo he supuesto para medir
la acción y, por lo tanto, la potencia, hasta que logremos encontrarle una
demostración rigurosa. Yo siempre he distinguido entre la acción y la
potencia, y en mi última carta te expuse cómo se infiere la una de la otra,
pensando que a ti te agradaría.
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161
hermano Jacob. Un trabajo de Nieuwentiil: se lo devuelve a Leibniz:
es un mal trabajo, 315) 139.
162
Piensa que cuando De L’Hospital estudie bien el problema, también
se pasará al nuevo estilo, 318.).
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163
149
. El axioma mismo que tú citas, el todo es mayor que la parte, es aquí
muy oportuno. Ciertamente yo nunca lo he puesto en duda, y, sin
embargo, más de una vez he buscado su demostración, y la he encontrado
en un silogismo construido con la definición de “mayor”, “menor”, y el
axioma de identidad; defino “menor” como aquello que es igual a la parte
de otro (el mayor). El axioma de identidad que utilizo dice así: toda cosa
es igual a sí misma, esto es, a = a, y lo tomo como indemostrable. Con
ello argumento en el silogismo de la primera figura:
Lo que es igual a la parte de un todo, es menor que ese todo, por la MIII
322
definición de “menor” 150.
La parte de un todo es igual a la parte de ese todo, o sea, igual a sí
misma, por el axioma de identidad.
Luego la parte de un todo es menor que ese todo, que es lo que
había que demostrar.
Ves así cómo hay dos principios últimos de toda demostración a
priori: las definiciones y las proposiciones idénticas, cosa que ya en otros
lugares he hecho ver 151. Me ha parecido conveniente desarrollar esto un
poco más, a fin de que en el futuro te dignes absolverme, si en algún
momento digo algo que a primera vista parezca inaceptable o pueda ser
tenido como un subterfugio, lo que nada hay más lejos de mí.
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164
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 35
Gröningen 12 septiembre 1696
GM.III 324-330
165
Gröningen 12 septiembre 1696
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166
Gröningen 27 octubre 1696
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167
Aún no ha recibido el libro de De L’Hospital sobre el cálculo
diferencial. Seguramente en él se contendrá lo que él mismo le
enseñó al francés en París, aunque sin duda éste habrá añadido más
cosas 344. Dificultades del hermano para resolver la
brachystochrona, 345. Está muy enfadado con las Considerationes
Secundae circa calculi differentialis principia, et responsio ad virum
Nob.G.G.Leibnizium del ignorante B.Nieuwentiit (cfr. supra nota
33). Aconseja a Leibniz que le responda de forma seria y
contundente, 346).
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-
168
inflamaciones y calenturas. Apenas podrías imaginar la cantidad de
ocupaciones que me dispersan. Pues, aparte mis obligaciones de oficio
que se refieren al derecho de nuestros Príncipes y a los documentos de la
Historia Brunsvicense, a la dieta de Ratisbona y las consiguientes cartas
que he de intercambiar con los ministros que tenemos en Viena y en otras
partes, además del diario trabajo de recopilación de noticias históricas que
se refieren a nosotros, para lo que he contratado como ayudante a un joven
erudito, y de la elaboración de los correspondientes escritos en defensa de
nuestra causa, quiero mencionarte sólo algunas cosas que se acumulan
diariamente más allá del orden del día. Hoy mismo he escrito una
larguísima carta a un insigne varón a quien, bajo los auspicios del César,
le ha sido encomendado resumir algunas conversaciones irénicas que, por
orden del emperador, mantuvo hace tiempo con nuestros teólogos un
hombre de gran dignidad y que se interrumpieron con su muerte; pues
bien, al saberse que aquellas primeras conversaciones pasaron por mis
manos, se me ha encargado a mí la labor 153. Pues ya desde niño me ocupé
de las controversias con los pontífices y las analicé hasta el mínimo
detalle. Tú sabes bien de mi ingente labor con Pellison y con el obispo de
Meaux, hasta el punto de que se podrían confeccionar volúmenes enteros
sólo con las cartas que sobre estas materias intercambiamos 154. De joven
publiqué algunas cosas sobre el ordenamiento y reforma de la
jurisprudencia y prometí muchas más 155. Veía ya entonces el fundamento
que permitía sistematizar en unos pocos principios toda la ingente mole de
cuestiones. ¡Y todavía hay ahora quienes reclaman y exigen a gritos todo
esto! Así que, a fin de que no perezca lo que tal vez no se le ocurriera a
cualquiera, estoy acumulando lo antiguo y añadiendo cosas nuevas, para
formular algunas definiciones y los Elementos del derecho perpetuo; y
adaptando lo más selecto del Derecho Romano, sobre todo de los
Pandecta, estoy elaborando un libro que no sé si habrá otro que se MIII
aproxime más que él a la nervadura matemática 156. Y para que no creas 348
que he descuidado los temas químicos y médicos, has de saber que he
invertido una parte no exigua de este verano con Francisco Mercurio van
Helmont, aunque él prefiere conversar más sobre asuntos filosóficos.
Ahora algunos doctos varones quieren arrancarme sus secretos, al saber la
familiaridad de mi trato con él; pero, aparte de que hay muchas cosas
suyas que yo no he llegado a conocer, lo que he comprendido no quiero
divulgarlo contra la voluntad del amigo 157. Últimamente, una señora
princesa de Bélgica, que se enteró de que él ha estado algunos meses con
nosotros, al pedir información sobre algunos secretos, acudió a mí como si
yo fuera conocedor de ellos, sin saber que yo soy de los que conceden
poco crédito a los secretos 158. Tengo, además, en mi casa un operario que
está construyendo un tercer ejemplar de mi máquina aritmética. Creo que
ya conoces algo de ella. Mediante ruedas realiza casi al instante grandes
multiplicaciones y divisiones, basada en un principio completamente
distinto al de los bastones y logaritmos de Neper. Hace unos veinte años
169
que la inventé y envié los primeros rudimentos a la Sociedad Inglesa y
hace poco la mostré a la Sociedad Francesa. Huygens, Arnauld y otros,
que la vieron en París, preguntaban a veces cómo iba yo a permitir que se
malograra una cosa así. Con que, al fin, he devorado trabajo y gastado
dinero hasta conseguir terminar dos máquinas en las que se puede llegar a
doce cifras, de forma que el invento no pueda ya perecer 159. En este
momento ya no me ocupo de más máquinas sobre otros asuntos que se
agitan en mi cabeza; no puedes imaginarte la cantidad de cosas que yo
intentaría, en parte sacadas de mi propio pensamiento y en parte
aprovechando los instrumentos que ya tenemos, y que aun hoy mismo
pasan cada día por mi mente. Pero ahora prefiero hablar de cuestiones
filosóficas. Sabes que estoy elaborando un sistema nuevo y, si no me
equivoco, he logrado explicar el problema de la unión del alma y del
cuerpo. Creo haber demostrado otras muchas cosas bastante originales en
metafísica, algunas de las cuales he publicado en las Actas y los Diarios,
pero inspirado en fuentes todavía poco conocidas 160. Hace poco acabo de
escribir a una gran princesa acerca de la naturaleza de las almas, lo que a
ella le ha parecido no sólo profundo, sino también lúcidamente expuesto.
Mi tesis es que todas las cosas están, por así decirlo, llenas de almas o
naturalezas análogas, y que ni siquiera las almas de los animales perecen
161
. Sobre estas cuestiones he tenido algunas conversaciones por carta con
Sturm, lo mismo que hace tiempo lo hice con Arnauld, comprometidos
ambos con el cartesianismo 162. Ahora tengo que enviar cartas a China
para responder al R.P.Grimaldi, con quien conversé largamente en Roma. MIII
En la actualidad ejerce de mandarín en un aula china y dirige la actividad 349
matemática; él me escribió a su paso por Goa. Si te interesa saber algo de
allí sobre matemática o física, házmelo saber 163. También he escrito hace
poco a Suecia y a Moscú sobre cuestiones relacionadas con las lenguas de
la Escitia interior, desde los lapones y moscovitas hasta los tártaros
chinos. Conocer todo esto es de gran importancia para averiguar el origen
de las naciones, pues germanos, polacos, húngaros, turcos y persas, por no
citar otros, provienen de Escitia 164.
Además de todo esto, este invierno estoy tratando de editar un
volumen de autores inéditos medievales que se ocuparon de Historia,
asunto éste un poco molesto que requiere un cuidadoso análisis de los
tipos de letra, y que no me atrevo a confiar enteramente a otros 165.
También estoy recopilando y ordenando materiales para otro volumen
sobre el Códice Diplomático 166. Al mismo tiempo mantengo
conversación sobre algunos temas literarios con Tenzel, autor de los
Coloquios mensuales alemanes, y hombre muy docto 167; entre otras
cosas, sobre la etimología de la voz “Germania”, que él cree fue impuesta
por los Romanos del Latín y significa “fraternidad”; mi sospecha es que
“germanos” son los mismos que “herminones”, una parte de la nación a la
que hacen referencia Tácito y Plinio, pues con frecuencia la parte más
conocida da el nombre al todo, como ocurre hoy con los franceses, que a
170
todos los germanos nos llaman “alemanes”, cuando antiguamente esta voz
se atribuía sólo a los helvecios y suebos, que abarcaban el ducado de
“Alemannia”. En realidad, “herminones” y “germanos” apenas se
diferencian sólo por el grado de aspiración de la primera consonante;
también los Hispanos llaman “hermanos” a los que los Latinos llaman
“germanos”, o sea, “fratres”. En fin, si quisiera mencionar aquí, además,
el cúmulo de cartas que he escrito este año, necesitaría el día entero para
darte noticia de todos mis escritos; porque también he producido versos, a
veces para dar satisfacción a algunas peticiones, y otras veces no pedidos,
como el siguiente epitafio que he compuesto para honrar a Huygens, del
que aquí tienes la copia.
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AÑO 1697
171
problemas de series. Ha aparecido en las Actas un escrito de un
matemático francés, llamado Sauveur [Salvador], que pretende haber
demostrado la brachystochrona; pero ignora el cálculo diferencial
confundiendo, entre otras cosas, dos líneas que forman un ángulo
infinitamente pequeño con dos líneas paralelas, etc. Más problemas
de series y cuadraturas, 355. La polémica con Tschirnhaus, 350. En
el Apéndice figura la solución de Sauveur, 357-360)
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-
172
tratando de resolver este problema que le resulta cada día más
interesante, aunque los holandeses no puedan con él; quien lo habría
resuelto sin duda, si hubiera vivido, habría sido Huygens, 367s. Ha
enviado a las Actas un artículo sobre “Principios del cálculo de las
exponenciales o percurrentes”, 368).
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173
(De L’Hospital le ha enviado su solución al problema de la
brachystochrona y demuestra que es una cicloide común: Apéndice
374s. Bernoulli encuentra en ella una solución semejante a la propia,
pero descubre, a pesar de todo, algún paralogismo. En todo caso, si el
método de De L’Hospital es bueno ---dice---, tendremos tres
soluciones: la directa, la indirecta u óptica y una especie de
reducción del descenso más rápido a la catenaria, 373).
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LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 48
Hannover 5 marzo 1697
GM.III 377
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174
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 49
Gröningen 13 marzo 1697
GM.III 377-382
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Espero hayas recibido mi última, enviada hace ocho días. Ahora, sin
esperar a tu respuesta, me ha parecido conveniente remitirte de inmediato
MIII
la solución propuesta por un anónimo inglés, que acabo de recibir del 387
Sr.Basnage de Beauval 169. Te habría enviado las mismas Transactions en
vez de los extractos, si no hubiera sido demasiado incómodo por su
excesivo volumen. Pero te adjunto la carta de Beauval así como otro
175
escrito recibido conjuntamente con ella, que su autor, desconocido para
mí, quiere suplantar por el mío anterior, que te comuniqué hace ocho días;
se trata, dice Basnage, de un joven de La Haya, que se ha equivocado al
distinguir entre “ascender” y “descender”, cosa que en este problema es
irrelevante. El sentido del problema es averiguar el camino que, desde un
punto a otro, debe recorrer el móvil con la máxima velocidad, tanto que lo
haga mediante descenso continuo como que a veces ascienda o descienda;
aparte de que nunca se asciende de un punto superior a uno inferior sino
que se desciende, puede tomar el camino que quiera; como aquel
viandante que desciende del monte, aunque en algún momento no tenga
más remedio que salvar algunos obstáculos ascendiendo algo. El
Sr.Beauval hace referencia a algunas objeciones tuyas contra los
Principios de Descartes y se ofrece a enviármelas; hoy mismo le he
respondido que me será muy grato recibirlas, pues espero encontrar en
ellas algo interesante más allá de lo que ya me has enseñado sobre la
cantidad de movimiento 170. El autor de la solución publicada en las
Transactions creo que es el Sr. Newton; lo sospecho porque dice que
recibió dos ejemplares de mi programa, y, en efecto, yo envié dos
ejemplares, uno a Newton y otro a Wallis en sendos paquetes sin más
explicación. Y mi sospecha recae más sobre el primero que sobre el
segundo porque veo a Newton más versado que a Wallis en la más
reciente geometría de los infinitos. Así que, como ya ves que se ha hecho
pública la solución verdadera, no creo que debamos esperar más a editar
nuestras propias soluciones. Desearía así mismo que fijes bien en mi
artículo el día en el que te envié la solución, que era el 21/31 de julio de
1696 171.
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176
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LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 53
Wolfenbüttel 15 abril 1697
GM.III 394-398
177
merecen), podrás enviárselos al Sr. Gerhard Meier, teólogo de Bremen 172,
si se presenta la ocasión, junto con las Transactions inglesas que te
enviaron para mí, si es que en ellas se contiene algo distinto de lo que ya
me comunicaste. Por la mía anterior verás que Newton extrajo su solución
a tu segundo problema de la misma fuente que yo, sólo que utilizó un
rodeo innecesario 173. Adiós. (…).
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178
su ánimo entre el respeto por su viejo benefactor y el reproche a la
vez a su viejo discípulo (p.398). Leibniz , una vez más, ha de templar
las cuerdas (p.403s), tal como ha de hacerlo inmediatamente en el
conflicto entre los hermanos, que va a estallar de la manera más
violenta y desagradable (p.405s).
En esta misma carta Leibniz anuncia a Johann que en las
últimas Actas de mayo han sido publicadas todas las soluciones a la
brachystochrona, incluida la de Jacob, que se permite, a su vez, retar
expresamente a Johann a resolver dos problemas nuevos,
estableciendo igualmente plazo y premio. [Envío a la nota al final y a
la carta siguiente una explicación más detallada de estos dos
problemas, y traduciré aquí sólo algunos párrafos que, no siendo
esenciales para nuestro objetivo, nos introducen en lo más profundo
de la condición humana, entre la genialidad y el odio] 175.
179
Te agradezco el envío del fragmento de las Actas; podías haberte
ahorrado este trabajo, pues dos días antes que la tuya, que me llegó ayer, o
MIII
sea, tres días antes, recibí carta del Sr. Mencke con el mismo fragmento y
414
sus esquemas gráficos. El artículo de mi hermano que en él se contiene me
induce a responderte de inmediato. Dice al comienzo que no se había
sentido obligado por mi provocación y, sin embargo, yo puedo mostrar
claramente, con un papel escrito de su propia mano que el M. De l’
Hospital me proporcionó 177, que durante mucho tiempo ha sudado
desdichada e inútilmente con este problema, hasta que por fin, tras
agotadores trabajos, no ha encontrado otra vía de solución que la que tú
descubriste en un solo día y con método mucho más breve. ¡Dios mío,
tantas proporcionalidades necesita, cuando a nosotros con una sola nos
basta! Añade a continuación que con la misma facilidad se puede
descubrir la curva de la refracción, o sea, aquélla que recorre un móvil a
través de un medio no uniforme en un tiempo mínimo. Pero, ¡cómo no ha
caído en la cuenta de la identidad de esta curva con nuestra
brachystochrona! 178. Mas, dejando aparte todo esto, paso ya a lo que a mí
concierne especialmente. ¿Estas son aquellas cosas tan difíciles, de las que
con tanta grandilocuencia te ha escrito a ti? 179 ¿Tan difícil es, digo yo, lo
que propone acerca de las figuras isoperímetras, aquello que dice sobre el
máximo descenso del centro de gravedad, o la caída más veloz hacia la
perpendicular? ¡Parturiunt montes! Todas estas cosas, que en parte ya
habíamos discutido ambos hace tiempo y, en parte, son simples
consecuencias de lo entonces tratado, acabo de publicarlas yo en las Actas
de este mismo mes. Tú sabes bien, pues hace bien poco te lo he
comunicado, el modo de resolver la funicular por mi método directo sin
necesidad de las tangentes, considerando simplemente el máximo
descenso del centro de gravedad 180. Comprenderás, por otra parte, una
vez más cuál es su actitud ante mí, cuando introduce ese ficticio “alguien”
(“non nemo”), a quien dice ocultar, que me ofrece, precisamente a mí MIII
como concursante, además de las merecidas alabanzas (para que no 415
rechace la oferta), unos honorarios de 50 imperiales, creyendo que de esta
manera va a propalar alegremente la debilidad de mis métodos y la
excelencia de los suyos y hacer así patente a todo el mundo erudito a qué
larga distancia me encuentro yo detrás de él. En el fondo, a quien está
provocando a la vez es a todos los matemáticos, al prometer sus propias
soluciones si, transcurrido el plazo de este año, nadie las ofrece. Y, sin
embargo, mira por dónde, con ello se declara inferior a todos cuantos
miden con rigor sus propios trabajos. Sin duda, estos problemas han sido
laboriosos para mi hermano y le han costado mucho trabajo; quizás, a
través de rodeos y tentativas inclasificables por su asistematicidad, ha
podido llegar fortuitamente a la solución al ocuparse de cuestiones
completamente distintas; y quizás por ello creyó imposible que cualquier
otro intentara, o se atreviera o pudiera, superar el asunto como proyecto.
180
Imagínate, pues, el dolor y la tristeza que debió de embargarle al ver que
en las mismísimas Actas de este mayo, donde con tanta temeridad me
insulta, donde con tan altiva arrogancia plantea sus problemas y con tanta
envidia me provoca a resolverlos, al ver, digo, que allí mismo se contenía
(de manera implícita, cierto, pero deducible fácilmente como corolario por
cualquier novato) mi solución a su problema, y precisamente al problema
para cuya solución me promete el honorario de los 50 imperiales; y lo que
es más, una solución infinitamente más general que la que exige su
problema. En efecto, pregunta mi hermano “cuál de entre las infinitas
cicloides (fig.106) que pasan
por A y están definidas sobre la misma base AH, es aquélla por la que un
grave en descenso llega en el
mínimo tiempo desde A a la
perpendicular ZB”. Si en lugar de
la perpendicular ZB ponemos otra
recta dada en posición formando
cualquier ángulo con la horizontal,
se resuelve facilísimamente el
problema en su fórmula más
universal, de este modo. Sea
(fig.107) la horizontal AZ, la recta
ZB dada en la posición, y el punto
dado A. Digo que la cicloide AB,
descrita sobre AZ y que corta la
recta ZB en ángulos rectos, será
aquélla por la que el grave llegue
con la máxima velocidad desde el
punto A a la dada en posición ZB.
Esto se sigue de manera
inmediata de aquella propiedad de
mi curva síncrona, donde demostré
que ésta es la normal a todas las
cicloides descritas desde A sobre la
horizontal 181. De aquí se deduce
que la tangente MIII
a la síncrona será perpendicular a la cicloide por el punto de contacto de 416
ambas, y este punto determinará precisamente el descenso más rápido
hacia dicha tangente por la naturaleza misma de la síncrona, puesto que
solamente este punto de la tangente está en la síncrona, mientras que todos
los demás están fuera de ella. Así pues, si hacemos que ZB toque a alguna
síncrona, entonces B será el punto de contacto. Luego… Pero habrá que
demostrar todavía (para dar satisfacción al hermano) cómo hay que
construir la cicloide AB a fin de que ZB sea la recta normal, lo que hago
así. Sobre ZG, diámetro perpendicular a AZ y construido arbitrariamente,
se describe el círculo ZβG que corta a la recta ZB en β; y por este punto
181
trazamos la cicloide αβ. Si ahora calculamos que el arco αZ sea a ZG
como AZ es a su cuarta proporcional, será ésta última el diámetro del
círculo generador de la cicloide buscada AB. Si trazamos finalmente AB
paralela a αβ, será B el punto de descenso más rápido.
He aquí resuelto el problema en toda su amplitud, que puedes
comunicar a mi hermano cuando tengas ocasión, y rogarle al mismo
tiempo que deposite en ti la suma prometida; yo te nombro nuestro juez,
en la seguridad de que él también te aceptará. Y que sepa el hermano que,
si no cumple su promesa, no me defraudará a mí sino a los pobres, a
quienes he destinado tal cantidad: pues siento pudor en recibir
emolumentos por una solución que he descubierto sin trabajo alguno, sin
perdida de tiempo, sin daño para mis intereses, no en tres meses como él
me concedía para reflexionar, sino en tres minutos de hora. El segundo
problema, el que se refiere a las isoperímetras (por cierto, no sé si éste
queda incluido en los honorarios, cualesquiera que éstos sean) se resuelve
con la misma facilidad e igualmente en un campo mucho más universal
que el señalado por mi hermano. No hay en él oscuridad alguna como tú
crees, sino que quizás lo has entendido tú mal, debido al deficiente
esquema gráfico 182.
La pregunta es ésta: “de todas las isoperímetras (fig.108)
construidas sobre la base común BN, cuál es aquélla, BFN, que, no
conteniendo ella misma el espacio más grande, haga sin embargo que otro
espacio contenido en la curva BZN sea el máximo, de forma que su
182
1
elástica. Si n= , esto es, si los PZ están en raíz cuadrada (subduplicata)
2
respecto de los PF, la curva BFN será de nuevo una cicloide común, a la
que, por lo tanto, le acontece esta propiedad singular, que ∫ dy x es el
dt
máximo de todos los puntos, y (llamando t al arco BF) será ∫ x
(tal
como sabemos por el descenso más rápido) el mínimo de todos. Es ésta
una excelente propiedad de la que goza la cicloide.
Generalizando observo, cosa que mi hermano no habrá visto, que
siempre que n es una fracción cuyo numerador es la unidad y el
denominador un número par, la curva buscada BFN será tal que podrá
construirse mediante rectificación del círculo; si el denominador es impar,
1
la curva buscada BFN será siempre algebraica. Sea, por ejemplo, n= ,
3
esto es, cuando los PZ están en razón de la raíz cúbica (subtriplicata) de
2 2 2 2
defino los casos que son íntegramente sumables, los que requieren
extensiones circulares, y los que no son ni sumables ni circulares. Ahora
bien, si en este momento propongo y resuelvo el problema en su expresión
más universal, esto es, si en lugar de que PZ deba estar, según quiere mi
hermano, en razón de una determinada potencia respecto de PF, lo está en
cualquier razón respecto de PF y de los datos; quiero decir, si PZ es igual
a GH, que es la aplicada a la curva dada BH, la cual, en lugar de MIII
pertenecer a las parábolas, según quiere mi hermano, yo la supongo 418
cualquiera otra, ¿no conseguiré mucho más de lo que se me pide? Si mi
hermano se viera obligado a aumentar en la misma proporción los
honorarios prometidos, no creo que tuviera suficiente con todas sus
riquezas. Pues bien, he aquí la solución: dados los mismos supuestos
anteriores, llamemos X á GH (que se traza desde BG ó x); tendremos el
espacio BGH, esto es, algebraicamente ∫ Xdy o, al menos,
Xdx
transcendentemente; por lo tanto, se da también ∫ x
. Sea, pues,
Xdx ξdx
∫ x
= ξ ; digo que, siendo GF ó y= ∫
aa − ξξ
, entonces F estará en la
curva buscada BFN, la cual será, de todas las isoperímetras, aquélla cuyas
aplicadas FP trazadas hacia Z, siendo PZ igual a GH, producen el espacio
NBZN, que es el máximo de los que así pueden trazarse.
Justamente ahora, al meditar con más profundidad en estas cosas,
descubro una admirable propiedad común a estas curvas; lo que hace un
momento creía yo que era propio de la cicloide, o sea, que en ella ∫ dy x
183
dt
era el máximo, y ∫ x
el mínimo, ahora veo que esto es común a todas
estas curvas. Pues lo que digo es que si BFN es una curva tal que ∫ x m dx es
dt
su máximo, entonces también ∫x m
será siempre su mínimo. Me gustaría
que alguien demostrara a priori esta necesaria propiedad.
Mas a fin de no omitir nada (aunque no sería necesario, pues estoy
seguro de que mi hermano tampoco lo ha resuelto), añadiré, para hacértelo
saber a ti, que también he resuelto geométricamente el problema de
averiguar la curva del más rápido descenso no sólo hacia la perpendicular,
sino también hacia cualquier otra recta dada en posición, y esto no sólo
referido a todas las cicloides, como más arriba lo has visto, sino también
referido a todas las demás curvas de otra clase y de otra base; con lo que
podrás ver que no se requiere un número determinado de curvas, como tú
crees. Pues yo defino con precisión, ya sea mediante cuadraturas o por
rectificaciones, justamente aquélla que, entre todas las infinitas de su
especie, responde a lo que se busca. Y todo el problema se reduce siempre
a determinar previamente la síncrona de las curvas de una especie dada; si
estas curvas son cicloides, la síncrona se determina con facilidad, pues,
como antes ya he mostrado, es la normal a todas las cicloides. Pero, si las MIII
curvas dadas son de otra clase, por ejemplo, circulares o parabólicas (mi 419
hermano dice que éstas no las ha resuelto, sino propuesto a otros), aquí
nos queda todavía trabajo y labor por hacer. Pues en estos casos, la
síncrona ya no es perpendicular a las curvas de una especie dada, sino que
su inclinación a ellas es variable. En esta materia creo haber aportado algo
y ofrecido a mi hermano más de lo que en toda su vida podrá él averiguar,
aunque seguramente llegará a conocer (si es que no lo ha visto ya) mi
construcción de la síncrona de las cicloides. Yo mismo no habría
penetrado tanto en este terreno, si no fuera porque un genio, no sé si
blanco o negro (por utilizar la expresión de un teólogo de aquí), me ha
inspirado un arte especial con el que resuelvo problemas que hasta ahora
me habían parecido insolubles 183. Con ello verás hasta dónde he
progresado en sólo tres días cuando antes ni en sueños había yo pensado
en todo esto. No me queda, pues, sino rogarte que presiones al Sr. Mencke
a fin de que cuanto antes, si es posible este mismo mes, dé a conocer al
público cómo en un tiempo tan breve he encontrado la solución a los
problemas que mi hermano me había propuesto, a mí antes que a los
demás, y cómo he aportado mucho más de lo que se me pedía; que yo
mostraré mis soluciones en cuanto él haga efectivo el premio prometido
para mí y destinado por mí para los pobres, siempre bajo tu dictamen,
pues tú eres casi la única persona capaz de entender estas cosas; de
manera que, si consideras legítimas mis soluciones, me lo adjudiques, y si
no, lo devuelvas al hermano.
El Sr. Tschirnhaus, a juzgar por lo que escribe en su artículo 184, no
parece haber entendido bien esta materia. Menciona la cicloide, pero no
184
resuelve el problema; por lo que deduzco que el Sr. Mencke le dio a
conocer nuestras soluciones antes de imprimirlas. Si conociera mi
demostración sintética, que tú omitiste, no dudo de que modificaría la
opinión que ahora sustenta en el sentido de que otras curvas no cicloides
pudieran satisfacer el problema.
He recibido cartas del Sr. De L’Hospital y del Sr. Beauval. El
primero me informa que el Sr. De La Hire ha intentado resolver de tres
maneras el problema del descenso más rápido, pero siempre ha fracasado,
pues a lo único que llega es a la parábola cúbica 185. El Sr. Beauval me MIII
420
promete corregir en cuanto tenga ocasión el error cometido en la
recensión de mi problema en lo que se refiere a tu solución 186; también
me ha enviado el fascículo de tus Observaciones contra la filosofía
cartesiana, pero aún no he podido leerlas (…).
Tu actuación entre nosotros, no lo niego, es exquisita y no debes
arrepentirte de tu esfuerzo por reconciliar a mi hermano conmigo. Me
temo, sin embargo, que tu empeño será inútil, como en tiempos le fue a
Cárcavy cuando quiso hacer lo mismo entre Descartes y Roberval 187.
Tampoco creas que yo temo ahora de mi hermano cosas peores que las
normales. Ojalá hubiera estado siempre lo bastante prevenido; habría
evitado seguramente aquí o allá algo de lo mucho que de su maldad he
tenido que soportar. ¡Desgraciado de mí, si el destino me hubiera forzado
a depender de él! Además de este desagradable hermano, tengo otros dos,
uno más pequeño, de quien ya te hablé 188, y otro mayor que yo, dotado
para el arte de la pintura, pero que la practica poco, pues es funcionario
público en mi patria. Me había olvidado agradecerte tu felicitación por el
nacimiento de mi hijita; pero, ¡oh tristeza!, tu felicitación se convierte de
pronto en condolencia, pues me trae a la memoria su muerte, acaecida
hace ahora dos semanas. Adiós.
Te ruego guardes bien esta carta, a fin de que puedas publicar mis
soluciones cuando haga falta.
Te devuelvo ahora sólo el artículo de mi hermano para no cargar
demasiado el paquete; el resto lo haré en otra ocasión.
Envía sin demora al Sr. Mencke la otra carta que aquí te adjunto.
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185
(Sobre la utilidad de su máquina aritmética; no es una mera
curiosidad, sino un instrumento muy valioso para el cálculo,
421s).
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-
186
de esta regla, una vez corregido lo que había que corregir, quede
demostrada con tu razonamiento 189. Me satisface tu criterio para el
examen de las reglas de los movimientos, al que tú llamas ley de la
continuidad, pues es evidente y casi como connatural a nosotros que, al
irse desvaneciendo la diferencia de los datos, debe desvanecerse
igualmente la diferencia de los sucesos. Por eso, tantas veces me ha
asombrado cómo pudo ser que un hombre de tanto talento, por otra parte,
como Descartes pudiera idear unas reglas tan incongruentes, tan absurdas
y, exceptuada la primera, tan manifiestamente contradictorias entre sí.
Hasta un niño, me parece a mí, es capaz de ver su falsedad pues es
claramente manifiesto que el salto es contrario a la naturaleza 190. El modo MIII
como tú explicas la dureza de los cuerpos mediante el movimiento 433
conspirante de partículas lo veo muy ingenioso 191. Esto me recuerda
algunas especulaciones que yo hacía cuando hace algunos años paseaba
por los jardines de Versalles: contemplaba yo los saltos y los juegos del
agua, algunos de los cuales parecían representar recipientes de diversas
figuras, de manera que se diría estaban hechos de vidrio sólido y
brillantísimo; pero, al introducir la mano, estallaban en mil gotas y, al
sacarla, volvían instantáneamente a adoptar la misma figura; sólo que
experimentaba yo alguna dificultad o como resistencia en los recipientes
al quererlos romper. Empecé entonces a pensar que, si mediante algún
artificio pudiera imprimirse al agua del surtidor una velocidad infinita o
tan incomparablemente grande que resistiera a cualquier impulso, estos
recipientes terminarían por endurecerse y mostrarse como un sólido
perfecto, que en cada instante cambiara su materia manteniendo siempre
la misma figura. Que la dureza se origine de un movimiento conspirante
de partículas se observa también en el hecho de que una materia, por lo
demás fluidísima, como es el aire, cuando es agitada con un movimiento
vehemente, difícilmente cede ante un cuerpo duro que quiera penetrarla,
tal como vemos cuando hace viento muy violento. Este fenómeno lo
observo yo de una manera notable en la explosión de mi escopeta
neumática, que por la acción del aire comprimido lanza a través de un
cañón bastante grueso una especie de globo de color plomizo hasta una
distancia de 50 pasos; lo que observo, digo, es que el aire se condensa
tanto y sale luego con tanto ímpetu y velocidad que aparece bajo la forma
visible de un cuerpo alargado sólido y opaco para desvanecerse en un
instante. Estoy convencido de que, si fuera posible que en el momento
mismo en que irrumpe este aire condensado otro globo procedente de
cualquier parte chocara contra él de forma perpendicular a la dirección del
aire, éste último globo no sólo no penetraría a través del aire, sino que
incluso retrocedería como si se hubiera estrellado contra un cuerpo duro.
Pues bien, a pesar de todo esto, parece que tú rechazas los átomos, cuando
precisamente tu opinión sobre la dureza más bien los postula; pues, ¿qué
obstáculo hay para que creamos que la materia, incluso la más fluida, se
componga de mínimos corpúsculos cuyas partes estén dotadas de un
187
perpetuo movimiento conspirante? Tales corpúsculos serían los átomos,
mentalmente divisibles, pero actu indivisos 192. Adiós.
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-
188
análisis mucho más sublime que el hasta ahora conocido, que servirá para
todo razonamiento humano 193; trabajos de química, técnica y mecánica,
para los que empleo operarios. Así que por ti mismo podrás juzgar si me
es posible ocuparme con más asiduidad en las profundas cuestiones
geométricas. Mas no por ello has de enfadarte o mostrar impaciencia con
palabras agresivas, cada vez que me veas no responder con prontitud a tus
requerimientos, o atribuirme falta de consideración o negligencia. No es
éste el estilo que a mí me mueve, cuando sé además que no me falta tu
comprensión; otros, más suspicaces, se molestarían o lo soportarían mal,
sobre todo si no les acompaña tu elegancia; entre amigos siempre pueden
decirse las cosas, todas y en confianza y, como dicen los franceses,
“obligeamment”.
189
del reposo 197. Pues el movimiento conspirante no sólo resiste a quien lo
perturba, sino que además se restablece a sí mismo, de manera que las
cosas duras son en realidad de una elasticidad extraordinariamente rápida.
Pero en todo caso, por grande que sea la fuerza del movimiento
conspirante, nunca sin embargo será realmente infinita y, por lo tanto,
nunca en la naturaleza se darán los átomos, sino que siempre puede,
incluso debe, ser vencido y debilitado el movimiento debido al choque
perpetuo de los cuerpos entre sí. En consecuencia, yo pienso que no existe
ningún cuerpo perfectamente duro ni perfectamente fluido, sino que en MIII
439
todo cuerpo se da algún grado de dureza y de fluidez. Todavía hay otras
muchas razones que no toleran los átomos y el vacío en la naturaleza 198.
Adiós.
PS. Me harás un favor si, mediante una nota adicional, mejoras el pasaje
en el que dices que (salvada la fuerza de mi objeción) he interpretado mal
el pensamiento de Descartes.
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-
190
movimiento conspirante, válido para explicar la resistencia. No defiendo
el vacío ni los átomos propugnados por Gassendi 199; pero deberás
conceder los míos concebidos como he dicho, lo que en nada se opone a
tu hipótesis. Pero de esto, en otra ocasión.
El libelo aquél de Malebranche, en el que se definían las nuevas
leyes del movimiento, fue escrito cuando yo estaba en París, en mi
presencia y con mi aprobación; nada puso en él su autor sin habernos
consultado previamente a De L’Hospital y a mí; pero no te extrañe que en
muchas cosas siga él hasta el presente lejos de la verdad, pues en aquella
época ninguno de nosotros admitíamos todavía la verdadera cantidad de
las fuerzas. La razón de que no te lo diera a conocer antes de editarlo es
que creía él que en esta materia tú te basabas en un falso principio. He
oído que va a ver la luz dentro de poco un tratado póstumo de Huygens,
titulado De mundo Saturni; ignoro si éste es el que tú le pides a Beauval,
el De Cosmotheoro 200. Adiós y quiéreme.
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191
Sobre los cuerpos indivisos pueden considerarse grados. El grado
supremo es cuando las partes conservan siempre el mismo lugar entre sí,
esto es, cuando el cuerpo es perfectamente rígido, y así es como hasta
ahora se ha dado a todos los átomos este nombre. Esto es lo que los
seguidores de Demócrito, los gassendistas y, entre los cartesianos,
Cordemoi han creído que se daba en la naturaleza; a éstos se les ha unido
últimamente Hartsoeker, con la única diferencia de que los democritianos
componen todo de solos átomos entre los que colocan el vacío, mientras
que Hartsoeker difunde una materia perfectamente fluida entre los átomos
perfectamente duros uniendo los dos extremos entre sí 203. Yo, en cambio,
tengo por demostrado que no existe ni lo perfectamente duro ni lo
perfectamente fluido. Y me alegra ver que también tú ahora rechazas
conmigo lo perfectamente duro y el vacío. Pues, a mi modo de ver, todo
cuerpo, por pequeño que sea, está dividido actualmente en partes, y no
sólo en partes mentalmente asignables, sino en partes realmente discretas
debido a la diversidad de movimientos, lo mismo que en los remolinos y
saltos de las aguas; de manera que en tal cuerpo una parte está separada de
otra, aunque no de la totalidad 204.
Vamos ya al segundo grado de indivisión, donde, aunque las partes
intercambian sus posiciones cambiando entre unas y otras de lugar, nunca
una parte se separa del todo, de manera que siempre se conserva la
continuidad de todas las partes. Si te entiendo bien, a esto es a lo que tú te
inclinas, y confieso que yo también he pensado muchas veces si no se
darán tales cuerpos, y aun ahora no veo su imposibilidad; sin embargo,
tampoco hasta ahora se ha podido demostrar que se den.
El tercer grado de indivisos sería el de aquellos cuerpos que
cambian de lugar algunas de sus partes, conservándolo otras; donde, a su
vez, la pregunta es si se da el cuerpo a en el que alguna parte b existió
siempre y siempre existirá; digo alguna parte b no tal que la totalidad de b
fuera siempre un continuo (pues así incidiríamos en el grado precedente),
sino que, aunque se suponga que b hubiera sido dividida, sin embargo
todas las partes de b hayan permanecido siempre y se mantendrán en a y,
por lo tanto, se separan las partes entre sí sólo dentro de ciertos límites.
MIII
El cuarto grado es si se da (el cuerpo) a y en él una parte b tal que, 448
no que la totalidad de b ni siquiera una determinada parte c de b
permanezca siempre en a (pues esto nos llevaría al grado tercero), sino
que una parte indefinida x de b permanezca en a, pero quizás siempre
disminuyendo; o, para hablar con más precisión, se puede preguntar si se
dan en a dos partes, b y p, tales que una parte x de b y una parte y de p,
nunca se separen mutuamente sino dentro de ciertos límites, que
definimos por a. Aunque, a su vez, todavía se puede distinguir si los
límites definidos por a son de una magnitud determinada suponiendo que
a nunca excede de esa magnitud; o si, por el contrario, son límites dotados
de una cierta actividad, como si, por ejemplo, a (un animal) pueda
indefinidamente crecer o disminuir. Todavía podríamos considerar otros
192
muchos casos de no poca importancia para penetrar en el interior de las
cosas; pero tú mismo, con tu talento y tu juventud, podrás continuar este
análisis. Adiós.
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193
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194
profesor de matemáticas parisino, La Montre 209. Me admira cómo te
dignaste mediar entre semejantes ineptos disputantes; a mí no me movería
la disputa de dos ciegos discutiendo de colores ni me mezclaría en ella.
¡Qué se puede esperar de un hombre que ignora las nociones más
comunes, como cuando este La Montre quiso deducir inmediatamente de
los Axiomas la Proposición 47 de los Elementos de Euclides 210; cometió
un paralogismo tan craso y evidente que nadie entre los matemáticos se
dignó refutarle; pero allí vino a castigarle el sexo débil, pues, en efecto, de
ello se encargó la esposa del M. De L’Hospital, como quizás hayas visto
en el Diario parisino. ¿Este es el profesor que debe enseñar matemáticas a
otros? Vergüenza da pensar que un hombre mostrara tan torpemente su
ignorancia. Pero, ¿y a nosotros esto qué nos va?, dirás tu. Perdona; es
verdad que sus errores no nos afectan; pero al salir incidentalmente a
cuento este hombre, no puedo por menos de sentir repugnancia al ver
cómo cuida tan mal a aquéllos que quieren beber de él la ciencia. Adiós.
195
contra Descartes. Lo más importante que allí anoté ya te lo he enviado a ti.
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LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 65
Hannover, 2 noviembre 1697
GM.III 466-468
196
al reposo, lo sustituimos por D doble, o sea, con masa 2. Según él, todo
ocurriría ahora como si concurriesen A con la misma masa de antes 10 y la
misma velocidad 4, pero D sería con masa 2 y velocidad 5. De aquí
concluye fácilmente que lo que ocurrirá es que en el alejamiento mutuo de
los cuerpos tendríamos ahora una menor suma de fuerzas que antes.
Supone, lo mismo que en la objeción anterior, que los cuerpos A,B,D, son
perfectamente rígidos, y que el elastro no está precisamente en ellos sino
en un supuesto cuerpo interpuesto, que habríamos de imaginar y que
inmediatamente desaparece cuando recobra la libertad, a fin de no
obstaculizar la marcha del cuerpo; pero sabemos que semejantes ficciones
no se dan en absoluto.
Yo le he respondido negando que D con masa 2 y velocidad 5 haga
en absoluto lo mismo que B con masa 1 y velocidad 5 o que uno pueda
sustituirse por el otro, puesto que el caso de B es doblemente más fuerte
que el caso D o, lo que es lo mismo, puede elevar a la misma altura un
peso doble. De todas maneras, sería interesante definir con un poco más
de precisión cuánta velocidad retiene A cuando B es llevado al reposo y
cuánta fuerza se traslada entonces al elastro, a fin de poder determinar
mejor qué ocurriría si, en el momento en que B llega al reposo, fuera
sustituido por uno doble D. No estaría de más que te entretuvieras en ello;
está a tu disposición.
Huet y otros amigos en Francia desean conocer mis Observaciones
contra Descartes. Pronto habrá oportunidad de enviárselas; así que te
ruego que se las hagas llegar al Sr. Meier de Bremen 215. Adiós.
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197
fundamento. Has respondido muy bien al decirle que, cuando dos cuerpos
que concurren con velocidades inversas a la razón de sus masas se paran,
no por ello de aquí se sigue que sus fuerzas sean iguales, pues una fuerza
no destruye otra fuerza, una fuerza no es contraria a otra, de la misma
manera que el cuadrado de una línea positiva y el cuadrado de una línea
negativa no se dice que hacen un cuadrado contrario, pues ambos son
positivos. Lo que hay que decir es que los dos cuerpos se detienen porque
tienen la misma cantidad de dirección mutuamente contraria, la cual, si la
consideramos respectiva, es nula; pues la dirección respectiva es el MIII
471
progreso del centro común de gravedad de los cuerpos que, al no
incrementarse antes del choque, tampoco se puede incrementar después
del choque. De lo contrario, se seguiría que algo que reposa podría
moverse por sí mismo, lo que es absurdo. Por lo tanto, a fin de que el
centro de gravedad permanezca después del choque lo mismo que antes de
él, será necesario que los cuerpos en conflicto se paren mientras
permanece tenso el elastro interpuesto o que, si el elastro se restablece, se
repelan con la misma velocidad primitiva. Sólo en estos dos casos es
posible que el centro de gravedad se conserve en reposo 216. Esta es,
pienso yo, la auténtica causa de lo que Papin atribuye a la igualdad de las
fuerzas, cometiendo el paralogismo de tomar por causa lo que no es
causa. De este error se derivan todos sus otros errores como, por referirme
a la primera objeción, si A con masa 1 y velocidad 4, y B con masa 4 y
velocidad 1, concurren y, tensado el elastro y llegados así ambos al
reposo, B es sustituido por D con masa 8, ¿quién no ve inmediatamente
que Papin supone gratuitamente que el cuerpo D recibe del elastro tanta
fuerza cuanta a éste le había dado previamente el cuerpo B, o sea, tanta
cuanta B recibiría de nuevo del elastro, si permaneciera? Ahora bien, para
averiguar cuánta velocidad recibe exactamente del elastro el cuerpo D y,
así mismo, con cuánta velocidad será repelido el cuerpo A, habrá que
considerar que toda la fuerza que los cuerpos A y B tenían antes del
choque tendrá que transmitirse en el choque al elastro interpuesto; por lo
tanto, si eliminamos de en medio de los dos cuerpos A y B este elastro así
tenso (que supongo podemos mantenerlo mediante algún mecanismo) y
entre los dos se interponen otros dos cuerpos C y D en reposo, es evidente
que, soltado repentinamente el mecanismo, transmitirá toda su fuerza a los
cuerpos C y D, cuya suma, en consecuencia, debe ser precisamente la
misma suma de fuerzas de los cuerpos A y B; de manera que el asunto se
reduce a distribuir esta suma de las fuerzas de los cuerpos A y B en dos
partes, una de las cuales, la que se comunicará a C, estará respecto de la
que se comunica a D en relación inversa como D a C; y si estas fuerzas se
dividen por sus moles C y D, y luego se extraen las raíces cuadradas de
sus cocientes, darán las velocidades que los cuerpos C y D recibirán del
elastro. De donde, en el caso particular de Papin, como los cuerpos A y C
son iguales o, más bien, tienen la misma masa 1, mientras que B tiene
masa 4, D con masa 8; y A con velocidad 4, B con velocidad 1,
198
4 1
descubriremos que retrocederán A y D con velocidades 10 y 10 MIII
3 6
respectivamente, tal como tú descubriste. 472
Respecto de la segunda objeción, cuando concurren A de masa 10 y
velocidad 4, B de masa 1 y velocidad 10, y en el choque una vez reducido
B al reposo es sustituido por el cuerpo D doble, o sea, con masa 2, al creer
(Papin) que todo se verifica como si concurriesen A como antes, o sea,
con masa 10 y velocidad 4, pero D con masa 2 y velocidad 5, comete una
petición de principio pues supone lo que ha de probar, a saber, que D con
masa 2 y velocidad 5 hace lo mismo, esto es, produce tanta acción como B
con masa 1 y velocidad 10; lo que es absolutamente falso y no es sino el
anterior error. Pero como tú me provocas a que entretenga mi ocio y me
aplique a definir “cuánta velocidad retiene A cuando B es llevado al
reposo y cuánta fuerza se traslada entonces al elastro a fin de poder
determinar mejor qué ocurriría si, en el momento en que B llega al reposo,
fuera sustituido por uno doble D”, te diré que puedo hacerlo, pero ello
requiere más meditación que lo anterior; y como el asunto me ha parecido
muy divertido y digno de un estudio más profundo, ello me ha estimulado
tanto más vivamente a satisfacer tu deseo y, tras una breve reflexión, he
logrado determinar el problema en general tomando los cuerpos y sus
velocidades en cualquier relación. Digo, pues, que en el caso éste de
Papin, el cuerpo A, en el momento en que B es llevado al reposo, retiene la
velocidad 3, esto es, se traslada al elastro íntegra la fuerza de B y, además,
siete décimo sextas ⎛⎜ ⎞⎟ partes de la fuerza de A; todo esto se ve
7
⎝ 16 ⎠
fácilmente. Pero, y esto es lo principal, digo que, si en el momento en que
B es llevado al reposo es sustituido por D, entonces A irá perdiendo
gradualmente su velocidad residual 3, y D irá gradualmente ganando, de
forma que los decrementos de aquél y los incrementos de éste serán
inversos a sus moles, hasta que al fin (lo que ocurrirá en el mismo instante
en que el elastro esté en su máxima tensión) A y D tendrán igual o común
5
velocidad, que, por lo tanto, será ; en ese momento la fuerza del elastro
2
en su máxima tensión será igual a la fuerza íntegra de A y, a la vez, igual a
la cuarta parte de la fuerza de B, es decir, igual a aquéllas que tenían antes
del choque. Descubierta así la fuerza del elastro, determinaremos por el
método antes expuesto cuánta velocidad imprimirá a los cuerpos A y D el
elastro al restablecerse de su tensión, a saber, al cuerpo A le dará una
37 37
velocidad de , y al cuerpo D le dará 5 en dirección contraria. En
12 12
consecuencia, si a la velocidad de A se le resta la velocidad común y a la
de D se le añade, tendremos lo buscado. Digo, pues, que tras la sustitución
5 37 5 37 MIII
pedida, A se trasladará a una velocidad − , y D a +5 en la 473
2 12 2 12
misma dirección. Este razonamiento se confirma perfectamente de forma
199
analítica suponiendo que la cantidad de las fuerzas y de la dirección
después del choque y de la sustitución debe permanecer la misma que
había sido antes del choque. Así, si suponemos que la velocidad futura de
A sea x y la velocidad futura de D sea y, entonces la cantidad de fuerza
será 10 xx + 2 yy = 260 , igual a la cantidad de fuerza antes del choque; y la
cantidad de dirección será 10 x + 2 y = 30 , cantidad de dirección antes del
5 37
choque; y de estas dos ecuaciones se deduce que x = − , e
2 12
5 37
y= +5 , como antes.
2 12
Para responder mejor al Sr. Papin yo mismo me tomé el trabajo de hacer MIII
los cálculos después de la última carta que te escribí y, por lo que veo, he 474
utilizado el mismo método que tú. A mí también me da el mismo resultado: se
conserva la misma cantidad de progreso o fuerza directiva, además de la
fuerza absoluta total. Te envío el borrador de mi doble carta a él, rogándote me
lo devuelvas pues quiero conservar íntegra toda mi polémica con él sobre este
200
tema.
Habría podido yo también adoptar aquí la conservación de la fuerza
directiva, pues también en este caso se puede demostrar. Pero he preferido
deducirla de otra manera, a saber, de la distinta consideración del choque, cosa
que veo que tú también has hecho. Espero que los cálculos coincidan
igualmente.
----------------------------------------------------------------------------------------------
AÑO 1698
201
1 1 5 37 1 5 37
44.4 :: 110.10 :: 27 − 13431. − :: 27 + 13431. + 5 todos son
2 6 2 12 2 2 12
proporcionales; por lo tanto, estamos de acuerdo. Me gustaría mucho ver lo
que Papin diga a tu respuesta; dile que nosotros dos hemos llegado a la misma
conclusión sin saber el uno los pensamientos del otro; quizás así reconozca
que la verdad está de nuestra parte, aunque tampoco me extrañaría que pensara
que los dos estamos ciegos y él solo el único que ve. Con ocasión del error de
La Hire, he hojeado el resto de su Tratado Mecánico 218, y he descubierto que
sus reglas sobre la comunicación del movimiento coinciden con las nuestras,
sin que el autor defina o presuponga la verdadera medida de las fuerzas; las
deduce partiendo de la naturaleza del elastro o, como sueles decir tú, de la ley
de la fuerza muerta, que imprime las velocidades en razón simple inversa de
las masas. No sé de dónde le ha venido a De La Hire esta inspiración; dudo
que de sí mismo. Yo creo que, partiendo de estas reglas como ya supuestas,
podría convencerse a De La Hire y a otros que hacen lo mismo que él
(incluido Papin, si es que admitiera el razonamiento de La Hire) de la
verdadera cantidad de acción; pues desde ellas se demostraría fácilmente que
se conserva perpetuamente la misma suma del producto del cuadrado de la
velocidad por la masa, no la simple multiplicación de la velocidad por la masa,
como sin duda el propio La Hire piensa, yugulándose con su propia espada.
Con tu permiso he comunicado al Sr. M.de L’Hospital tu método de solución
del segundo problema mío del Programa impreso hace un año, método que es
semejante al de Newton 219. Me veo obligado a interrumpir aquí, carente ya de
materia para escribir, y me temo que en adelante mis aportaciones serán en
general más estériles de lo que yo quisiera. Nuestras autoridades me han
encomendado un nuevo campo docente, y a tal fin han invertido una cantidad
de dinero para comprar instrumentos experimentales, de forma que, a ejemplo
de de Volder en Leiden, ejercite y deleite a nuestros estudiantes también en
experimentos matemático-físicos. Adiós, y que con los auspicios del nuevo
año disfrutes también de energía espiritual y corporal.
----------------------------------------------------------------------------------------------
MIII
Cuando pueda leer algún día la Mecánica de La Hire lo haré. Lo que 477
dices que tiene sobre los choques de los cuerpos, sospecho que lo mejor de
todo ello lo habrá tomado de los escritos de Mariotte, cuyos papeles llegaron a
202
sus manos. Sobre todo esto hablé yo con Mariotte en París, y, aunque a él no
le expuse entonces con suficiente detención mi teoría de la verdadera medida
de las fuerzas, algo le expliqué desde otro punto de vista, o sea, desde la fuerza
muerta ejercida por el elastro 220.
De todas maneras, con el solo principio de la fuerza muerta difícilmente
puede definirse el grado de tensión de un elastro producido por el choque de
los cuerpos, ni tampoco otras muchas cosas.
No apruebo que los hombres doctos no citen en su momento a aquéllos
de quienes se han beneficiado. Así, el Sr. Ozanam se atrevió a exponer mi
Cuadratura Aritmética en su Geometría Práctica, sin citar a su autor, y se
apropió casi a la letra de mi demostración. Y el mismo La Hire, cosa increíble,
parece que se atribuyó a sí mismo la aplicación de las epicicloides a las figuras
dentadas en una especial disertación sobre éstas 221, cuando es cierto que fue
un invento del danés Roehmer 222. Estaba yo en París en aquel tiempo cuando
éste hizo su invento y yo se lo escuché a él mismo y a Huygens; además, por
aquella época, La Hire todavía no había sido admitido en la Academia Real de
las Ciencias ni se sabía que hubiera aportado nada en este campo. Y lo que me
sorprende es que Roehmer, que vive en Dinamarca muy estimado por el rey,
no haya reivindicado lo que es suyo.
Me alegra que vuestras autoridades hayan tomado la excelente decisión
de financiar experimentos, y tan lejos estoy yo de pensar que esta ocupación
haya de hacer más estériles tus futuras cartas, que más bien al contrario las
espero más fecundas, a menos que creas que sólo disfruto yo con puras
abstracciones.
Así que espero de tu benevolencia que no me prives de tener alguna
noticia tanto de lo que tú produzcas como de todo aquello que otros te
comuniquen; pues no me cabe duda de que el M. de L’Hospital, el Sr.
Varignon y otros, te transmitirán muchas cosas dignas de saberse y todavía
más tú a ellos. Me agrada saber que has comunicado al Sr.Marqués mi método
de encontrar aquellos lugares de una curva que contienen una propiedad
definida respecto de muchos puntos, pues, aunque no sea distinta de la MIII
newtoniana, sin embargo de las cosas que dice Newton no se desprende 478
igualmente que de las mías el fundamento del problema 223.
Me llama la atención que el Sr. Papin no haya respondido exactamente a
lo que se pedía, convencido como está de que hay que distinguir entre lo que
ocurre en nosotros debido a la acción de la materia insensible, y lo que
ocurriría en el choque libre de los cuerpos; de los mismos prejuicios adolece
Malebranche. Le he rogado que diga qué reglas atribuye él a los cuerpos
libres; le haré saber nuestra coincidencia en las demostraciones. Al releer mis
cartas a él, que me has devuelto, observo que es verdad lo que dije, que las
velocidades perdidas en el choque de los cuerpos son inversas a sus moles;
pero no es igualmente verdadero de las velocidades recuperadas cuando los
cuerpos se restablecen y de nuevo empiezan a alejarse entre sí; aunque en
cierta manera será verdadero de las que quedan por recuperar. Adiós, y salud
para este nuevo año y para otros muchos.
203
Hannover, 18 enero 1698
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----------------------------------------------------------------------------------------------
204
recuperadas y velocidades que deben recuperarse, no la verás inútil. Adiós.
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205
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 74
Gröningen, 31 mayo 1698
GM.III 492-496
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206
como a la mayor parte de la gente, sobre todo en Francia.
A juzgar por su respuesta, veo que debiste de escribirle cosas profundas
e ingeniosas sobre la variación infinita de los cuerpos. Me parece entender tu
idea; yo mismo he pensado muchas veces sobre estas cosas, pero todavía no
me atrevo a pronunciarme. Tal vez los infinitos que nosotros concebimos y los
infinitamente pequeños sean cosas imaginarias, pero aptas para determinar las
cosas reales, como suele ocurrir con las raíces imaginarias. Consistirían estos
infinitos en razones ideales, con las que a modo de leyes se rigen las cosas,
aunque no existan en las partes de la materia. Porque, si establecemos líneas
reales infinitamente pequeñas, se seguiría de ello que habrían de establecerse
también rectas terminadas por ambas partes, que, sin embargo, serían respecto
de nuestras rectas ordinarias como el infinito es a lo finito; y puesto esto, se
seguiría que existe en el espacio un punto al cual jamás se podría llegar en un
tiempo asignable mediante un movimiento constante; igualmente habría que
concebir un tiempo terminado por ambas partes, que, sin embargo, sería
MIII
infinito de manera que se daría, por así decirlo, como una especie de eternidad 500
terminada; o podría uno vivir sin que jamás fuera posible asignársele para
morir un número determinado de años y, sin embargo, alguna vez se moriría;
por eso, a menos que me vea obligado por demostraciones incontestables, yo
no me atrevo a admitir todo esto. Quizás el infinito real sea el absoluto mismo,
que no se compone de partes, pero contiene por razón eminente y como en su
grado de perfección a todo lo que tiene partes. Si se diera algo perfectamente
inarticulad [rigidum] y perfectamente homogéneo [aequabile], se daría sin
duda todo lo que concebimos en nuestra geometría; pero me temo que la
naturaleza no tolera esto. De todas maneras, alabo la potencia de tu talento tan
dispuesta a desentrañar estos temas tan abstrusos. Si algún día se presenta la
ocasión, tal vez escuches de mí otras muchas cosas admirables, que tengo por
demostradas acerca del conjunto de las cosas [summa rerum] y sus principios
224
. Adiós.
----------------------------------------------------------------------------------------------
207
L’Hospital. Su método de medida de arcos de parábola y el conflicto
con el hermano a propósito de las isoperímetras).
MIII
Te has aproximado mucho a mi idea sobre la variedad de infinitos; 503
tampoco es que yo afirmara como reales grados infinitos de infinitos; sólo lo
propuse a modo de conjetura y dije que la cosa podría ser posible y probable.
El fundamento principal de esto es que no hay ninguna razón por la que Dios
haya querido que exista solamente el grado de infinitud o el género de
cantidades que constituyen nuestros objetos y se adaptan a nuestra MIII
inteligencia, cuando fácilmente puedo concebir que en un mínimo pulvísculo 504
exista un mundo en el que todo sea proporcional a este nuestro grande, y que,
al revés, este nuestro mundo no sea otra cosa que un pulvísculo de otro
infinitamente mayor. Este concepto puede prolongarse ascendiendo y
descendiendo sin fin: luego nuestro modelo de cantidades no es más que uno
entre los infinitos grados, y nada hay que me pueda persuadir de que debió
existir éste nuestro más bien que otro, pues todo cuanto puede producirse sería
aplicable a cualquier otro grado. Como, por ejemplo, si concibo en un
minúsculo globo de aire un mundo formado con todas sus partes
proporcionales a las nuestras, con su sol, sus estrellas, sus planetas, su tierra
con todos sus habitantes y todas las demás cantidades en la misma proporción,
de forma que lo que para nosotros es el mínimo tiempo de un segundo sería
para ellos la serie de muchos siglos; y así de otros; pues bien, estos hombres
podrían utilizar los mismos argumentos que nosotros para probar que ellos
solos existen, que su mundo es infinito, y que nada hay fuera de ellos. Pero
interrumpo aquí; no tendría páginas suficientes, si quisiera desplegar todos los
delirios, deliciosos para mí, a través de los que a veces me lanzo a volar por
las infinidades. Procuraré, no obstante, no tocar estos temas ante algunos
teólogos de esta ciudad, censores de todos los que quieren filosofar
libremente; me llamarían a capítulo si me escucharan tantas herejías, como
casi me ocurrió hace poco en una disertación pública filosófica.
Incidentalmente surgió la cuestión del estado de nuestros cuerpos después de
la resurrección, y yo dije que no resucitarían los cuerpos numéricamente los
mismos, pues éstos se modifican cada momento durante la vida, de manera
que quizás nuestro cuerpo actual tenga sólo una mínima parte de la substancia
que tenía hace un año; y en consecuencia, sería imposible que resucitáramos
con toda la substancia que durante tanto tiempo y sucesivamente habría tenido
nuestro cuerpo, a menos que imaginemos que entonces hubiéremos de tener
una mole gigantesca. ¡Qué dije! En esto se levantó un pastorzuelo, que parecía
no tener más que voz y, arrebatado de un celo brutal, me interrumpió y
comenzó a recriminarme a mí y a lo que apenas había podido escuchar de mí,
gesticulando descompuesto y condenándome como adversario de la fe
cristiana; y atacando a los que ahora llama filósofos novatores con tanta
ignorancia y tan furiosa estulticia que habrías pensado atarle con cadenas, si lo MIII
hubieras visto. Pero esto no es todo; ha llenado toda la ciudad del rumor de 505
que soy sociniano; que enseño una nueva creación de nuevos cuerpos en la
resurrección, y yo qué sé qué cantidad de tonterías me atribuye, que jamás han
208
pasado por mi mente, y esto con la connivencia y confabulación de los demás
teologastros. El domingo siguiente todas las proclamas dirigidas al pueblo
tronaban horriblemente contra los filósofos seductores de la juventud
estudiosa (así nos califican) y subversivos de la verdad revelada. Y no
descansan: de cara o a escondidas maquinan contra mí todo lo que pueden;
amenaza todavía una sorda tormenta y me perderían, si estuviera en sus
manos. Pero vanas son las iras cuando no hay argumentos; yo me río de sus
estúpidos intentos, y conmigo se ríen cuantos tienen un criterio más sólido;
pues también hay teólogos de mente sana y más profunda erudición, que
desaprueban ese ciego ímpetu de sus colegas inspirado sobre todo, pienso yo,
en puro odio contra las buenas ciencias. Tengo además patronos de superior
jerarquía que apoyan mis ideas, de manera que nada temo; y, por lo demás,
con gran confusión de los teologastros,
los dioses se rieron
y por largo tiempo se extendió por todo el cielo esta fábula 225.
Hace poco pasé por Leiden y coincidí en varias ocasiones con de Volder,
que me invitó una vez a su mesa, donde pude conocer y tratar a algunos otros
profesores leidenses. Asistió a la comida el Nob.Sr.De Blyswick, cónsul de
Delft y procurador de la Academia de Leiden, varón afable y generoso, insigne
amante y promotor de los buenos estudios; me dijo que mantenía
correspondencia contigo; te tiene en gran aprecio y me ofreció generosamente
sus servicios, si en algún momento se presentara la ocasión 226; volví a verle
alguna otra vez en casa de otros profesores; comprobé que era un gran
admirador tuyo. A punto ya de marcharme, de Volder comenzó a proponerme
una dificultad contra el cálculo de los infinitos, de la que, decía, ni él había
podido deshacerse ni hasta el presente había logrado resolvérsela Nieuwentijt,
a quien había consultado; me rogaba que yo le satisficiera en este punto, a lo
que gustosamente accedí prometiéndole hacerlo en cuanto volviera a casa, de
manera que inmediatamente le he enviado la solución 227. Comprendí, además,
que está de la parte de Papin en lo tocante a la medida de las fuerzas; dice que
tu presupones gratuitamente la elasticidad de los cuerpos cuando en realidad
ésta es en ellos sólo accidental; y que, si admitimos que los cuerpos son
perfectamente duros, tus razonamientos están fuera de lugar; pues, dada la
dureza perfecta, se sigue, por ejemplo, que dos cuerpos iguales que chocan MIII
centralmente a la misma velocidad no deben retroceder sino pararse en el 506
momento mismo del choque; y, en general, dos cuerpos perfectamente duros,
cualesquiera que sean su masa (mole) y su velocidad, no deben separarse
después del encuentro, pues tal separación provendría de la elasticidad que,
según él, habría que demostrar previamente. Como la premura de tiempo no
me permitía arrancarle oralmente de su opinión, le prometí copia de extractos
de tus cartas y las mías sobre esta materia, a fin de que viera qué es lo que me
ha impulsado a ponerme de tu parte.
209
Apéndice de Bernoulli, donde soluciona una vez más el problema de
las isoperímetras, realizado con un doble método, 506-514, y que ya
anteriormente había resuelto de manera semejante: cfr. supra GM.III
407-413, 414-418 y nota 175).
----------------------------------------------------------------------------------------------
210
(El Sr. M.De L’Hospital quiere consultar con Leibniz algunas cosas
sobre la nueva estrategia para las diferenciales, 515s).
----------------------------------------------------------------------------------------------
211
que cuanto más duros son los cuerpos tanto más perfecta es la fuerza elástica
que poseen; y que dada ésta, fácilmente se puede demostrar que se conserva la
cantidad de las fuerzas y no la cantidad de movimiento cartesiana, salvo en
ciertos casos. Ahora bien, que esta fuerza elástica sea congénita al cuerpo o
provenga de la materia ambiente, le dije, es lo mismo; incluso pueden darse las
dos cosas a un tiempo, pues fácilmente puedo concebir que Dios creó la
materia dotada de algún conato, esto es, que cuando la materia parece estar en
reposo, contiene sin embargo una velocidad infinitamente pequeña que
permanece siempre en ella puesto que desde el primer momento fue impresa MIII
518
por Dios; y que, por lo tanto, es este conato o movimiento infinitamente lento
el que produce aquella fuerza elástica ingénita, de manera que no es necesario
deducirla de ninguna alma corpórea o forma substancial.
Por mi parte, lo que a mí me sorprende es que preguntes “si se da en
algún modo una porción de materia que tenga con respecto a otra porción una
razón inasignable, es decir, si se da una línea recta terminada por ambas partes
y que, sin embargo, tenga respecto de otra recta una razón infinita o
infinitamente pequeña”, cuando estás admitiendo la división actual de la
materia en partes infinitas en número. Yo siempre he creído y sigo creyendo
que, si el cuerpo finito tiene partes infinitas en número, la más mínima de estas
partes debe tener respecto del todo una razón inasignable o infinitamente
pequeña. Para lo cual no es necesaria la división actual; basta con que tal
partícula coexista en el todo al modo como la línea matemática coexiste con la
superficie o la superficie con el cuerpo, o cualquier diferencial con su integral;
o, por hablar con más rigor, de la misma manera que, según Harvey y otros,
pero no según Leeuwenhoek, en el animal hay innumerables óvulos, en todo
óvulo un animálculo o más, en cualquier animálculo a su vez innumerables
óvulos y así hasta el infinito. En todo caso, como quiera que sea, mis
pensamientos sobre la infinidad de mundos no he querido venderlos como
ciertos y demostrados, sino a modo de conjeturas sólo probables, apoyado
principalmente en el razonamiento de que su existencia no implica
contradicción alguna; que lo mismo que nuestro conocimiento de lo finito es
relativo, así lo es también de lo infinito; que así como nada hay que sea en sí
mismo grande o pequeño, así tampoco nada que sea infinito o finito; y que, en
fin, no hay argumento alguno contra la infinidad de mundos, que no pueda ser
utilizado igualmente por los habitantes de otro mundo para demostrar que sólo
ellos existen. Pero tendremos quizás ocasión de explicar esto con más
detenimiento.
----------------------------------------------------------------------------------------------
212
GM.III 521-527
213
cuerpo, de nuevo debería darnos su definición, con la que seguramente no
estaríamos de acuerdo; pues él pondrá la extensión como esencia del cuerpo,
mientras que yo postulo algo más. Mientras que él opina que todo espíritu está
dotado de conocimiento e intelecto, yo pienso que existen almas o formas que
no son espíritus. Pues no veo qué impedimento hay para que se den diversos
grados de mónadas, dotadas unas de intelecto y otras sólo de sentido inferior.
De manera que si concebimos las formas substanciales como cosas análogas a
las almas, será lícito dudar de que hayan sido correctamente rechazadas.
214
----------------------------------------------------------------------------------------------
215
como su esfera de actividad. Parece que también Newton ha pensado una cosa MIII
semejante cuando, según recuerdo, afirma que todos y cada uno de los cuerpos 529
de todo el universo gravitan mutuamente o mutuamente se atraen entre sí, de
manera que mi cuerpo, por ejemplo, no es atraído hacia el centro de la tierra
más que hacia el centro de Saturno o de otro planeta, salvo por la diferencia de
proximidad, al margen naturalmente de que él admite el vacío, con la
aprobación de Huygens, tal como he visto en el Cosmotheoro de éste.
No recuerdo haber dicho nunca que en la división de la materia pueda
llegarse hasta los elementos indivisibles o porciones mínimas; en todo caso, la
cuestión no es hasta dónde pueda yo llegar en la división, sea actual o mental;
lo que se pregunta es hasta dónde de hecho está ya dividida. Tú admites que
una porción finita de materia está ya actualmente dividida en partes infinitas
en número, y sin embargo niegas que ninguna de estas partículas pueda ser
infinitamente pequeña: ¿cómo se compagina esto? Porque, si ninguna es
infinitamente pequeña, entonces cada una es finita; pero, si cada una es finita,
resulta que todas tomadas en conjunto constituirán una magnitud infinita,
contra la hipótesis. Imagina que dividimos en partes una magnitud
determinada según la progresión geométrica descendente 1/2, 1/4, 1/8, 1/16
etc. Mientras el número de términos sea finito, admito que cada uno de ellos
será también finito; pero si todos los términos existen actualmente, tendremos
un infinitésimo y, además, todos los siguientes de magnitud infinitamente
pequeña; es así que en todo cuerpo, en razón de su división, no la que se puede
hacer sin la ya hecha, existen realmente y actualmente todos los términos de
tal progresión. Luego, etc. Un cuerpo, por ejemplo, que describe una línea en
su movimiento, existe en acto en cada uno de los puntos que yo pueda
concebir en esa línea, y lógicamente también en dos de ellos que yo concibo
infinitamente vecinos, con lo que se habrá atravesado ese pequeño intervalo en
acto o partícula infinitamente pequeña. Y aunque tal partícula infinitamente
pequeña no existiera separadamente, coexiste en el todo; por ello, me
sorprende que digas que, si concedieras como posibles tales infinitos o
infinitamente pequeños de los que tratamos, creerías en su existencia.
Desearía, pues, que me demostraras su imposibilidad; pues de la misma
manera que no me veo yo capaz de probar su existencia, así igualmente por el
contrario estoy completamente persuadido de que no se puede demostrar con
argumento alguno su imposibilidad.
----------------------------------------------------------------------------------------------
216
LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 81
Hannover, 9/19 agosto 1698
GM.III 534
(En la carta anterior, la 80, en una Postdata dice Bernoulli que acaba
de recibir esta carta. Gerhardt la coloca aquí, como la 81. No contiene
nada especial que nos afecte. El conflicto con el hermano. Leibniz
aconseja a Johann que publique cuanto antes su trabajo, 534).
----------------------------------------------------------------------------------------------
217
se llegue a las porciones mínimas, fácilmente se podía entender que no hablaba
sólo de nuestras divisiones, sino también de las que se verifican en acto en la
naturaleza. Pues, aunque tengo por cierto que cualquier parte de materia está a
su vez actualmente dividida, no pienso que de aquí se siga que se dé una
porción de materia infinitamente pequeña, y menos aún se sigue que se dé la
porción más ínfima de todas 239. Cualquiera que se moleste en redactar la
consecuencia en forma, verá la dificultad. Pero tú dices: “si no hay ninguna
partícula infinitamente exigua, entonces cada una es finita”; concedo. Y
añades: “pero, si cada una es finita, entonces tomadas todas en conjunto
constituirán una magnitud infinita”. No concedo esta consecuencia; la
concedería, si se diera alguna parte finita que fuera menor que todas las demás
o mayor que toda otra; en tales casos, al haber más partes que cualquier
número dado, ciertamente se originaría una cantidad mayor que toda otra.
Ahora bien, consta que se da una parte finita menor que cualquiera dada. Has
elegido precisamente un ejemplo muy apropiado. Pongamos, en efecto, que en
una línea se dan en acto 1/2, 1/4, 1/8, 1/16, 1/32 etc y que existen en acto todos
los términos de esta serie; de aquí concluyes tú que se da el infinitésimo; yo,
sin embargo, pienso que lo único que se sigue es que se da en acto una fracción
finita asignable, cualquiera que sea su pequeñez. Lo mismo ocurre en el
movimiento: aunque se atraviesen todos los puntos, no se sigue de aquí que se
den dos puntos infinitamente vecinos y mucho menos que se den próximos
entre sí. Así que concibo los puntos no como elementos de la línea, sino como
límites o negaciones de ulterior progresión, es decir, como términos de la línea.
Por lo que se refiere a la naturaleza del cuerpo, muchas veces he dicho
(lo que no parece que tú repruebes) que todos los fenómenos en los cuerpos
pueden explicarse mecánicamente y, en consecuencia, también la fuerza
elástica; pero los principios mismos del mecanismo o de las leyes del
movimiento no pueden derivarse de la sola consideración de la extensión y la
impenetrabilidad y, por lo tanto, habrá que poner en el cuerpo alguna otra cosa
de cuya modificación se produzcan el conato y el ímpetu, así como de la
modificación de la extensión se producen las figuras 240. Yo entiendo por MIII
mónada una substancia verdaderamente una, que no es un agregado de 537
substancias. La materia misma por sí, esto es, como mole, a la que puedes
llamar materia prima, no es substancia; ni tampoco es agregado de
substancias, sino algo incompleto. La materia secunda o masa no es
substancia, sino substancias; por lo tanto, no es el rebaño sino el animal, ni es
la piscina sino el pez, lo que son una substancia verdaderamente una 241. Pues,
aunque el cuerpo del animal o el mío orgánico se componga a su vez de
innumerables substancias, éstas no son partes del animal o de mí. Pero, si no
hubiera almas o lo análogo a ellas, entonces no habría Ego, ni habría mónadas
ni unidades reales ni, por lo tanto, agregados substanciales; incluso todo en los
cuerpos no sería sino apariencias. Por todo ello, se comprende fácilmente que
no hay parte alguna de materia en la que no existan mónadas 242
Me ha sorprendido que Huygens y Newton admitan el vacío, o sea, que
no han arriesgado su espíritu más allá de las nociones geométricas. Todavía es
218
más sorprendente que Newton haya defendido una atracción que no se produce
mecánicamente. Por lo demás, su afirmación de que los cuerpos gravitan entre
sí (al menos en lo referente a los efectos sensibles en los grandes cuerpos de
nuestro sistema) no parece despreciable, aunque la cosa a Huygens le haga
menos gracia. Y, desde luego, apruebo plenamente tu afirmación de que
cualquier cuerpo, por exiguo que sea, tiene su esfera de actividad; yo suelo
decir que no existe corpúsculo alguno que no sea un mundo de infinitas
criaturas.
219
debo proseguir para llegar a la unidad simple e individual, de forma que
pueda decir “ésta es una substancia y no substancias”. Porque, en tal caso, la
materia deberá ser dividida no sólo en partes infinitamente pequeñas, sino
mínimas, o sea, en puntos o no-cuantos; pero éstos no se dan 244.
Ayer por la tarde recibí carta de de Volder. Se contenta con decirme
lo siguiente: “Lo que de tu carta no me convenció fue la solución a la
dificultad que yo había propuesto no a fin de impugnar el método de los
indivisibles, del que estaba yo mismo plenamente convencido, sino porque
me pareció sorprendente que un mismo razonamiento valiera para una parte
de la hipérbola y no para la otra, cuando las dos parecían iguales, de manera
que la misma ecuación serviría para ambas” 245. Adios”.
--------------------------------------------------------------------------------------------
220
3º Me pides que te divida una porción de masa en las substancias de
las que se compone. Respondo que hay en ella tantas substancias
individuales cuantos animales o vivientes o análogos haya en ella; de
manera que la divido como se divide el rebaño o la piscina, con la
advertencia de que el líquido que se extiende entre los animales del rebaño o
entre los peces, así como el líquido (incluso la restante masa) que se
contiene en cada pez o en cada animal, debe a su vez dividirse como una
nueva piscina, y así hasta el infinito.
4º Llamo mónada completa o substancia singular no sólo al alma sino
también al animal mismo o análogo, dotado de alma o forma y de cuerpo
orgánico.
5º Preguntas hasta dónde hemos de proseguir para obtener algo que
sea substancia y no substancias. Respondo que esto se obtiene incluso sin
subdivisión alguna, pues cualquier animal lo es. De manera que ni yo ni tú
ni él estamos compuestos por las partes de nuestro cuerpo.
6º Temes que la materia se componga de no-cuantos. Respondo que
no se compone más de almas que de puntos.
Y cuanto más preguntes tanto más comprenderás la coherencia y
firmeza de este pensamiento definitivamente fundado no en ligeras
consideraciones sino tras largas y constantes reflexiones y correcciones, y
quizás algún día llegarás a aprobar no menos estas cosas μεταφυσικώτερα
que las otras δυνάμικα 248.
El Sr. Bayle, autor del Diccionario editado en dos volúmenes in folio,
que tiempo atrás se ocupó de las Nouvelles de la République des Lettres,
hombre versado no menos en filosofía que en historia, ha leído en los
Diarios Francés y Holandés algunas cosas mías filosóficas, y ha publicado
en su Diccionario bajo el término “Rorarius” algunas objeciones
amablemente formuladas. Yo las he leído hace poco y he enviado al Sr.
Basnage una modesta réplica para que, si lo cree oportuno, las edite en su
Histoire des Ouvrages des Savans con la aprobación del Sr. Bayle. En una
carta muy cordial que éste me ha enviado me hace saber que mi respuesta le
ha sido comunicada y que la ha encontrado no sólo hermosa sino eficaz
(“fuerte”, como dice el original francés) y ha prometido que su edición será
para él muy grata. Supongo que esto aún se demorará un poco 249.
221
(PS. Le satisface que de Volder haya respondido, y ruega a
Bernoulli que le transmita algunas observaciones suyas sobre el
problema de los infinitésimos a propósito de la diferencia entre
las dos hipérbolas, y cómo él mismo había resuelto el problema
hacía ya muchos años con método distinto, pero bajo los mismos
principios que Bernoulli, 542. Y prosigue así):
MIII
De mayor importancia es la cuestión del origen de la fuerza elástica, que tú 544
trataste con él a propósito de mi Dinámica 251; me ha parecido, pues, de
interés que os exponga mi idea. Cuando defiendo que la fuerza elástica es
esencial a los cuerpos realmente existentes en la naturaleza, no entiendo esto
como si hubiera de ser extraída inmediatamente de las almas o formas, sino
que nace de la estructura del sistema de todo el universo, estructura que es
postulada por la sabiduría divina, por las leyes de las cosas introducidas por
Dios en éstas, y por los Principios Dinámicos deducidos de la metafísica
real y por ello mismo conectados por Dios a las formas creadas (o potencias
impresas por la divinidad); de manera que dado un cuerpo, por exiguo que
sea, se da un fluido mucho más sutil que lo rodea y lo penetra, que es el
Elastro del cuerpo. De lo contrario, no se cumpliría aquel grande y, en mi
opinión, inviolable axioma del orden natural, que fui quizás yo el primero en
exponer y emplear de manera peculiar en las Nouvelles de la République des
Lettres 252, al que llamo Ley de Continuidad, y que, cuando se lo propuse a
Huygens, partidario de los átomos, un año antes de su muerte, lo reconoció
digno de consideración: a saber, que no hay salto en las transformaciones y
que, por lo tanto, no se produce en ningún instante ninguna mutación
asignable ---ni del movimiento al reposo o al movimiento contrario, ni
viceversa---, a menos que pueda transitarse por grados intermedios 253. Así
que aquéllos que han afirmado (como en general lo hacen todos) que el
movimiento no se hace por saltos, esto es, que el cuerpo no pasa de lugar a
lugar sino por lugares intermedios, han visto la verdad, pero no toda; pues lo
mismo se verifica no menos en los grados que en los lugares. Pues bien, esta
ausencia de saltos en las mutaciones de los cuerpos se obtiene por la fuerza
elástica existente en ellos. Y de esta manera ocurre que los cuerpos, cuando
chocan, ceden mutuamente al comprimirse y luego se restablecen poco a
poco, y mediante transmisión gradual conservan sus direcciones y sus
fuerzas y, tal como has visto demostrado 254, también las cantidades de sus
fuerzas motrices (muy distintas de las comúnmente llamadas cantidades de
movimiento). Comprenderás también cómo mediante este principio de la
naturaleza desaparecen por completo los átomos de Demócrito, así como el
primero y segundo elemento cartesiano; y verás también que esta piedra
lidia me ha permitido, tú lo sabes, rechazar, solamente como con un simple
experimento ocular, las erróneas leyes que Descartes, Malebranche y otros
han atribuido a la naturaleza 255. Pero, volviendo a lo esencial que nos
ocupa, yo no deduzco del alma o forma ningún fenómeno particular sino
sólo la naturaleza del cuerpo y de las fuerzas en general. La gravedad, por
ejemplo, la fuerza elástica, las atracciones, repulsiones, direcciones
222
naturaleza obedece al precepto de Dios lo mismo que los súbditos se
someten a la promulgación de un edicto, o que, como extraviada siempre de
órbita, Dios la obligue a volver a su trayecto corrigiendo así su obra, como
suelen hacer los malos mecánicos; sino que, al dar las leyes, dio al mismo
tiempo a las cosas la fuerza y poder para cumplirlas, y en esto consiste
justamente la naturaleza de las entelequias. En todo caso, es verdad que
éstas mismas y toda realidad existente en las cosas subsiste y se conserva
perpetuamente por emanación divina 256.
--------------------------------------------------------------------------------------------
223
(sejunctum, separado) de las almas o formas. Pero un cartesiano, que no
tiene idea alguna de las formas y que pone la naturaleza del cuerpo
únicamente en la extensión, te replicaría que él ignora qué cosa sea eso
separado de las formas.
2º. Lo incompleto, según tú, es lo activo sin lo pasivo y lo pasivo sin
lo activo. Habrías podido decir que lo incompleto es la materia prima sin la
forma, y la forma sin la materia prima. Pero a un cartesiano, que no
reconoce distinción alguna entre materia y forma, se le presentaría la misma
dificultad que en el punto anterior.
3º. Si se admite que la masa es un conglomerado de vivientes o
análogos a ellos, podrá dividirse en substancias individuales. Pero los
cartesianos negarán que en los cuerpos haya algo análogo al alma o, en todo
caso, pedirán que se les explique claramente qué es eso que llamas análogo.
4º. Si para ti una mónada completa o substancia singular es un animal
o análogo, dotado de alma o forma y de cuerpo orgánico, los cartesianos
negarán que, a excepción del hombre, se dé tal mónada.
5º. Concedo que no hemos de proseguir mucho en la división para
obtener una substancia y no substancias, pues todo hombre lo es. Pero un
cuerpo que se considera inanimado, como el sílice, ¿hasta dónde ha de ser
dividido para que obtengas una substancia y no substancias? Pues, según
dices tú, el sílice no es substancia sino substancias.
6º. Nunca he temido que la materia, la materia secunda, se componga MIII
de no-cuantos; mi temor es que se componga de puntos dotados de forma, 547
pues un mínimo corpúsculo, aun infinitamente exiguo, no hace una
substancia sino substancias. Será, pues, necesario que la substancia singular
sea un punto con forma, no un quantum con forma; pues, en este último
caso, se dividiría en muchas substancias.
Veo que todo el problema se reduce a que de manera clara expliques
la forma o eso que llamas análogo al alma. No me niego a admitir ese
“tertium quid” en el cuerpo además de la extensión y la impenetrabilidad,
con tal de poder tener de ello una idea igualmente clara que la que tengo de
la extensión y del alma. Sé también que ese “tertium quid” puede existir
aunque no pueda concebir su esencia de manera clara, contra la pertinacia
de algunos cartesianos que afirman que aquello que no puede ser clara y
distintamente concebido por nosotros no existe, pues deberían demostrar
previamente que ellos pueden concebir clara y distintamente lo que existe;
de lo contrario, su conclusión es tan absurda como la de aquel ciego que, al
no haber visto nunca el sol o no poderlo ver, quisiera argumentar que el sol
no existe; cosa que yo les he reprochado más de una vez. Pero, aferrados
tercamente a su vieja cantinela, están sordos y te hacen tragar perpetuamente
su regla de la percepción clara y distinta, según la cual juzgan ellos si
existen o no existen las cosas. Así pues, en atención a ellos, a mí me gustaría
tener una explicación tuya más detallada, a fin de que, dada la ocasión, yo
pudiera responderles. ¿Qué tal, por ejemplo, si abandonaras el vocablo
“análogo al alma o a la forma”, que es odioso, y dijeras que consiste en un
224
cierto conato inherente o una fuerza primitivamente impresa, sin la cual el
cuerpo no sería cuerpo sino, por decir algo, pura “extensión uniforme”, tal
como yo la llamaría en lugar de utilizar el vocablo de los Antiguos “materia
prima”? Creo yo que resolverías así el asunto mucho más fácilmente y te
ganarías el asentimiento de los cartesianos con términos nuevos más
eficaces que los viejos, que con sólo oírlos ellos se sublevan. Podrías con
ello salvar fácilmente también toda tu Dinámica y explicarías los fenómenos
de la naturaleza, tales como la elasticidad, la impenetrabilidad, la
conservación de la cantidad de las fuerzas, etc. No creo yo que los
cartesianos pudieran silbarte con algún derecho tal conato ínsito o fuerza
impresa, pues ellos mismos se ven obligados a admitir que la materia ha
sido creada junto con el movimiento. Se explicaría así igualmente el
movimiento infinitamente lento, esto es, un conato hacia el movimiento o
una fuerza “muerta”, tal como tú muy apropiadamente la llamas, de la que,
yo diría, está dotada toda partícula de materia, por exigua que sea, y de la
que surgirían los diversos cuerpos según la variada complicación de estos
conatos y de sus direcciones y tendencias. Ciertamente, yo no me atrevería a MIII
negar que la creación de la materia secunda hubiera consistido sólo en esa 548
variada impresión de los conatos; pero, sin embargo, tampoco quisiera
afirmar que aquella extensión uniforme o materia prima preexistiera desde
la eternidad y fuera una única substancia con Dios, a fin de no parecer
espinoziano: me bastaría decir que la extensión es concreada en la difusión
misma de las fuerzas.
Transmití inmediatamente a de Volder tu Postscriptum 257; no dudo de
que tendrá también él sus objeciones sobre lo que dices de las formas. Le
aconsejé que te escribiera directamente si tenía algo que sugerir. Lo que
dices sobre la ley de continuidad me ha producido un intenso placer; pero tu
afirmación de que la velocidad no se imprime mediante un solo ímpetu sino
que se incrementa desde el reposo a través de todos los grados intermedios,
lo diré con tu permiso, es un pensamiento que yo he tenido desde hace ya
muchos años. Sin embargo, solía formularlo de manera algo distinta,
diciendo que la naturaleza no empieza ni termina nada abruptamente, de la
misma manera que toda curva carece de comienzo y fin, es decir, o vuelve
sobre sí misma o se prolonga por ambas partes hasta el infinito, salvando sin
embargo algunas excepciones; de manera que las cantidades sucesivamente
crecientes o decrecientes no sólo no aumentan ni disminuyen por salto, sino
que ni se generan ni se destruyen de un solo ímpetu. Y es ésta una de las
principales razones que me indujeron a suponer que quizás existan tantos
grados de infinitud por encima de nuestro módulo de magnitudes cuantos
por debajo hay de infinita pequeñez, argumento éste que expuse a Varignon;
o, al menos, puesto que a ti te repugna lo infinito e infinitamente pequeño en
la naturaleza de las cosas, adoptemos no lo infinito, sino lo incomparable, a
la manera como a través de los microscopios descubrimos animálculos
incomparablemente menores que nosotros y que los demás animales
comunes a nosotros; y sin duda estos mismos animálculos, si tuvieran sus
225
propios microscopios, descubrirían a su vez otros incomparablemente
menores que ellos, y así sucesivamente; en consecuencia, puesto que, según
mi principio, no es propio de la naturaleza detenerse abruptamente,
concluyo (permíteme que lo diga) que pueden existir en ella otros animales
que sean mayores que nosotros y que nuestros animales comunes, en la
misma proporción en que son menores los animálculos detectados por
nosotros al microscopio, y que, por lo tanto, aquéllos nos puedan contemplar
a nosotros en nuestro mundo con su microscopio tal como nosotros
contemplamos innumerables animálculos; y puede haber, a su vez, otros
animales incomparablemente mayores que ellos; de esta manera, pongo
tantos grados ascendiendo cuantos descubro descendiendo. Pues, ¿quién
pondrá límites al poder divino? Pero, hablando ya en serio, no veo por qué
nosotros y nuestros animales hayamos de tener en exclusiva esta
prerrogativa de constituir el grado supremo, puesto que, como es evidente,
también estos animálculos incomparablemente menores que nosotros
MIII
podrían vanagloriarse de constituir, ellos y la minúscula gota en la que 549
viven, todo un universo, con tal de que tuvieran un alma racional y pudieran
discurrir así. Concédeme, o al menos imagínate, que un pequeño gránulo de
pimienta (en el que, según las investigaciones de Leeuwenhoek y las mías
propias, se detectan al microscopio muchas miríadas de animálculos)
contiene partes exactamente proporcionales a las partes de nuestro mundo,
con su sol, sus estrellas fijas, sus planetas con satélites, su tierra adornada de
montañas, de campos, selvas, grutas, ríos, lagos, mares y variados animales,
¿no crees tú que estos pimientícolas, que contemplaran todos estos objetos
bajo el mismo ángulo de visión y magnitud con el que a nosotros nos
aparecen los nuestros, podrían pensar con el mismo derecho que fuera de su
gránulo no existe nada, lo mismo que nosotros creemos que nuestro mundo
lo contiene todo? 258 ¿Qué razón, pregunto, o qué experiencia podrían tener,
que les persuadiera de lo contrario y que mostrara a estas complejas
criaturas que hay otro mundo incomparablemente mayor con habitantes
también incomparablemente mayores? Pues bien, si estos pimientícolas no
pueden saberlo, ¿quién de nosotros sabe si no será quizás nuestro mundo
visible un simple grano respecto de otro incomparablemente mayor? La
misma razón hay en ambos casos. Todavía tengo otras conjeturas, que sería
demasiado largo enumerar aquí, pero que se confirman de modo excelente
con esta ley de una naturaleza que nunca comienza ni termina abruptamente.
Pensando sobre la ley de continuidad me viene a la mente lo que
recuerdo haber leído en Newton y otros, a saber, que la gravedad de los
cuerpos fuera de la tierra es inversamente proporcional al cuadrado de sus
distancias al centro, mientras que dentro de la tierra está simplemente en
razón directa de las distancias. A mí me parece que esto se opone de algún
modo a la ley de continuidad en la medida en que, así, los incrementos de
gravedad pasarían por salto a decrementos en la superficie misma de la
tierra. Pues si a una recta que sale del centro de la tierra se aplican las
ordenadas que expresan la gravedad en cada una de sus distancias al centro,
226
se aplicarán fuera de la tierra según la hipérbola de segundo grado, mientras
que dentro de la tierra lo sería según la línea recta; ahora bien, una
naturaleza que haga un tal salto repentino de una línea a la otra parece violar
la ley de continuidad. No me desagradaría saber tu opinión sobre este
problema.
--------------------------------------------------------------------------------------------
227
de ser explicada, adelantándome de alguna manera a tu consejo, pues, en
efecto, al común de los novatores le ofende menos el nombre “actividades”
que el de “formas”.
Al 3º. No debemos perder el tiempo con los cartesianos cuando
niegan que exista algo análogo al alma, pues no tienen razones para su
negación, ni del hecho de que algo no podamos imaginarlo se sigue que no
exista.
Al 4º. A mí me parece ridículo que la naturaleza de las cosas haya
sido tan pobre y mezquina que en todo nuestro globo sólo a esta masa MIII
552
insignificante que es la de los cuerpos humanos haya provisto de almas,
cuando podía dárselas a todos sin perjuicio alguno para el resto de los
destinatarios 259.
Al 5º. Hasta dónde ha de dividirse el sílice para que aparezcan
cuerpos orgánicos y, por lo tanto, mónadas, lo ignoro; pero fácilmente
comprendo que nuestra ignorancia de estas cosas en nada prejuzga a la
naturaleza 260.
Al 6º. Yo pienso que no se da ningún animal o viviente mínimo,
ninguno sin cuerpo orgánico, ninguno cuyo cuerpo no se divida a su vez en
muchas substancias. Por lo tanto, nunca se llega a puntos vivos o dotados de
formas 261.
Si tienes una idea clara de alma, también la tendrás de forma; pues
son el mismo género y especies distintas.
Perfectamente entiendes que no tiene por qué ser rechazado aquello
que no percibimos clara y distintamente.
Por más que se vanaglorien de su percepción clara y distinta, a mí me
parece que estos benditos cartesianos no perciben así ni siquiera la
extensión.
En todo caso, si nosotros concebimos el alma o la forma como aquella
actividad primera de cuya modificación se producen las fuerzas segundas,
de la misma manera que de la modificación de la extensión surgen las
figuras, pienso que esto es ya suficientemente inteligible.
Me explico; de aquello que por su esencia es meramente pasivo no
puede haber modificación activa alguna, puesto que las modificaciones más
bien limitan que aumentan o añaden; de manera que, además de la
extensión, que es sede y principio de las figuras, debemos poner la sede o
πρώτον δεκτικόν de las acciones, o sea, el alma, la forma, la vida, la
entelequia primera, o como gustes llamarla 262 .
Totalmente de acuerdo con tu consejo de abstenernos de mencionar la
materia prima y la forma substancial ante los cartesianos y adláteres, y
contentarnos con mencionar la masa pasiva por sí misma y la entelequia o
actividad primitiva, alma o vida.
Así mismo es perfecta tu afirmación según la cual todos los cuerpos
en el mundo se originan por el despliegue de las fuerzas ínsitas; yo no dudo
de que las fuerzas coexisten con la materia misma, pues opino que la
materia por sí misma no podría subsistir sin las fuerzas. Sin embargo, creo
228
que las Entelequias primitivas o vidas son cosa distinta que las fuerzas
muertas, las cuales quizás se originan siempre de las vivas, como se ve
cuando el conato de alejamiento del centro, que debe ser catalogado entre
las fuerzas muertas, se origina desde la fuerza viva de la circulación. Pero la
vida o Entelequia primera es algo más que cualquier simple conato muerto,
pues pienso que en ella, como en un animal, se alberga la percepción y el
apetito, que responden ambas al estado presente de los órganos 263. MIII
Razonas también plenamente de acuerdo conmigo y confirmas algo 553
que ya dije, a saber, que las mutaciones no se producen por saltos. Así que
no sólo no me burlo sino que abiertamente reconozco que hay en el mundo
animales tanto mayores que los nuestros cuanto éstos lo son respecto de
aquellos animálculos que vemos en los microscopios. La naturaleza no
conoce término alguno. Y a su vez puede ocurrir, incluso debe ocurrir, que
en los más mínimos pulvísculos o atomúsculos existan mundos no inferiores
en belleza y variedad al nuestro; y que (todavía más sorprendente) nada
impide que los animales al morir sean transferidos a esos mundos, pues creo
que la muerte no es más que una concentración del animal, y la generación
nada más que su despliegue 264.
Antes incluso de la obra de Newton yo había defendido ya la tesis de
que la gravedad está en razón inversa del cuadrado de las distancias, a la que
llegué no sólo por resultados a posteriori sino por argumentos a priori; y me
sorprende que él no lo advirtiera 265. En efecto, prescindiendo nuestra mente
de la causa física de la gravedad y manteniéndose sólo en los términos del
razonamiento matemático, considero la gravedad lo mismo que la atracción
que se produce en ciertos rayos o líneas atraídas, que salen del centro
atrayente; de manera que, así como en los rayos de luz las densidades de
iluminación estarán en razón inversa del cuadrado de las distancias al
emisor radiante, así también en las gravedades lo estarán las densidades de
atracción, esto es, de radiación. Ahora bien, yo pienso que en ambos casos
se trata de una y la misma ley, que no cambia sino por grados al
aproximarse a la tierra, en
donde, en efecto, al hacerse menor el radiante, comienza a adquirir la
naturaleza del punto; pero cuando se incide
en la tierra misma, puede producirse una
nueva ley, que, debido a una nueva causa,
haga que, si un cuerpo (fig.141) caminaba
en la curva AB, se desplace luego en la
recta BC sin dejar de cumplir todos los requisitos, con lo que no tiene por
qué violarse la ley de continuidad y, en efecto, no se viola aunque la línea
haya cambiado.
229
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 87
Gröningen, 6 diciembre 1698
GM.III 554-559
230
formas coexisten con la materia prima y que ésta sin aquéllas no podría
subsistir. Por lo tanto, lo pasivo no está ni puede estar realmente separado de
lo activo salvo por una abstracción de la mente, en cuanto que, en efecto,
puedo considerar aquél sin éste, como hacemos en Geometría. Pero yo
pregunto si Dios en su omnipotencia habría podido crear lo pasivo sin lo
activo, o sea, la materia prima sin almas o formas, tal como creó las almas,
es decir, Espíritus y Ángeles, sin materia, lo activo sin lo pasivo. Y dado que
pudo crear la sola extensión o materia sin forma, ¿podríamos, entonces,
suponer con seguridad el vacío? Sería así lo extenso sin cuerpo y, sin
embargo, no sería pura nada sino substancia extensa distinta del cuerpo, un
vacío éste que no podría ser rechazado por el argumento de los cartesianos
267
.
2º. Entiendo tu idea de lo incompleto; pero si lo activo sin lo pasivo o
la forma sin la materia es algo incompleto, parece seguirse que los Espíritus,
los Ángeles o el mismo Dios, que es un Ente Completísimo, habrán de ser MIII
556
sin embargo incompletos. Ya veo lo que responderás, que aquí entiendes
“incompleto” respecto de la composición, no respecto de la perfección.
Tenlo, sin embargo, bien en cuenta, a fin de que no des a los malévolos y
envidiosos motivo de bromas y torcidas interpretaciones 268.
3º. Es mucha verdad que los cartesianos no tienen argumentos para
negar que en los cuerpos exista algo análogo al alma; pero es al que afirma a
quien incumbe la prueba. Además, hasta donde yo sé, no dicen ellos que no
exista aquello que no podemos imaginar, pues la experiencia diaria podría
convencerles de su error, como cuando un ciego no puede imaginarse el sol
y, sin embargo, el sol existe. Lo que afirman es que no existe lo que no
podemos concebir clara y distintamente; aunque, a mi juicio, la verdad es
que tan absurdo es esto como lo anterior.
4º. Luego se da una partícula de sílice que es una substancia, no
substancias. Pero tú habías dicho que todo cuerpo es no una substancia, sino
substancias.
5º. Como yo pensaba que tu teoría era que no hay ningún corpúsculo
tan exiguo que pueda decirse que es una substancia y no muchas, creí poder
concluir correctamente de aquí que la substancia singular no es extensa, sino
un mero punto. Pero por el artículo anterior descubro que tú incluyes
substancias en substancias 269.
Si tengo la idea de alma---dices tú---, entonces tengo la idea de
forma, porque son el mismo género y especies distintas. Pero no vale la
consecuencia; yo tengo la idea de animal como género, pero no la de esta o
aquella especie de animal, que nunca he visto ni pintado ni vivo; tengo
también la idea de una especie, mas no por ello tengo inmediatamente la
idea de otra especie, aunque ambas se contengan bajo el mismo género.
Admito que algunas fuerzas muertas se originen de las vivas, como el
conato a alejarse del centro, la fuerza del elastro, la gravedad, etc.; pero de
aquí no se sigue que no puedan darse también conatos primitivos e ínsitos; y
a menos que hagas consistir tus entelequias primitivas o vidas en esta última
231
también la idea de una especie, mas no por ello tengo inmediatamente la
idea de otra especie, aunque ambas se contengan bajo el mismo género.
Admito que algunas fuerzas muertas se originen de las vivas, como el
conato a alejarse del centro, la fuerza del elastro, la gravedad, etc.; pero de
aquí no se sigue que no puedan darse también conatos primitivos e ínsitos; y
a menos que hagas consistir tus entelequias primitivas o vidas en esta última
clase de conatos, confieso una vez más que no logro comprender en qué las
hagas consistir. Dices que contienen percepción y apetito. ¿Qué más MIII
necesitas, entonces? Di que esas Entelequias tuyas son almas racionales, 557
pues sólo al alma racional compete percibir y apetecer, como dicen los
cartesianos, y así te dispensarán de más explicaciones, aunque negarán que
tales almas se den en los cuerpos.
Tu coincidencia conmigo al suponer que existen en el mundo
animales tanto mayores que los nuestros cuanto los nuestros son mayores
que los animálculos de los microscopios no me sorprende, puesto que, según
tú, todo el universo es un conglomerado de animales. Pero yo sostengo esto
en un sentido más literal, pues mi hipótesis es que aquellos animales
incomparablemente mayores que nosotros y que los nuestros son animales
en el sentido corriente, dotados de cuerpo y miembros semejantes a los
nuestros o, en su lugar, algo análogo, y que entre ellos hay algunos
inteligentes dotados de razón, esto es, hombres. Sin embargo, lo que en
verdad me parece sorprendente es tu afirmación de que un animal, al morir,
es transferido a un mundo incomparablemente más pequeño que el suyo
anterior en el que vivió, y que la muerte no es más que una contracción del
animal: esto sabe un poco a μετεμψύχωσις pitagórica 270.
En cuanto a tu explicación matemática de la gravedad prescindiendo
de las causas físicas, veo claramente que la ley de la razón inversa del
cuadrado de las distancias respecto del centro radiante no varía sino por
grados al aproximarse a la tierra, donde, en efecto, el radiante menor
empieza a adquirir la naturaleza del punto. Pero lo que no veo es cómo se
produce una nueva ley cuando se incide en la tierra misma, puesto que la
causa de la gravedad es la misma dentro que fuera de ella; además, el
radiante conserva siempre su naturaleza de punto, que es precisamente el
centro de la tierra hacia el que tienden los graves. Por eso, no comprendo lo
que dice Newton, que no solamente es el centro sino todos los restantes
puntos de la tierra los que atraen. Pero, admitiendo que tal atracción es
inherente a todos y cada uno de los puntos de la tierra y que, por lo tanto,
actúa sobre los cuerpos cuando éstos están fuera de la tierra con la misma
ley que cuando están dentro de ella, entonces no veo por qué en la superficie
de la tierra deba producirse esa repentina mutación.
232
He aquí una carta de de Volder 271, donde encontrarás algunas objeciones
contra tu Dinámica, la mayor parte de las cuales ya habían sido formuladas MIII
558
por Papin y por mí hace tiempo; si te dignas responderlas puedes enviarme a
mí la respuesta, que yo se la remitiré a él, aunque lo más razonable sería,
creo yo, que en confianza le escribieras directamente, a fin de que él se
sintiera a su vez en la libertad de corresponderte. En mi opinión, no harías
mal si esa Dinámica tuya, que aún escondes y de la que hasta el presente
sólo has editado algunos esbozos, la expusieras plenamente a la luz, junto
con tus respuestas a las objeciones que se te han hecho; cumplirías así con la
carga de responder de una vez por todas, lo que de otra forma tendrías que
estar repitiendo ad nauseam. Se encendería además, así lo espero yo, la luz
de una metafísica mejor, que, si de alguien, es precisamente de ti de quien la
esperamos, y que recuerdo tu mismo ya habías prometido. Tenemos en la
actualidad dos filosofías, la antigua y la nueva, pero que pecan las dos por
sus extremos: ¿qué tal, si tú fundaras la tercera, que se situaría en medio
entre ambas? No conozco a nadie más apto que tú para tal empresa; y no
dudo de que el sistema que compusieras habría de tener el más feliz de los
éxitos. Hay aquí en Holanda algunos excelente varones que abrazarían y
defenderían con firmeza este producto de tu ingenio, y entre ellos el mismo
de Volder, que, tras haber abandonado hace ya tiempo los principios
cartesianos como insuficientes y en gran medida falsos, tal como él mismo
me ha confesado, no dudo de que una vez hubiere comprendido rectamente MIII
y asimilado tus pensamientos, habría de propagarlos activamente e 559
inculcarlos entre sus alumnos que siempre son muy numerosos, de manera
que, quizás, en poco tiempo dominaría sobre la filosofía cartesiana y
aristotélica, y reconciliaría así a los Antiguos con los Modernos. Yo te ruego
encarecidamente que aceptes pensar en esto y hacerte acreedor a la gratitud
del mundo filosófico. Piensa en nosotros y en la posteridad y erige a tu
nombre un monumento. ¿Por qué has de creerte inferior a Descartes? 272.
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233
DE VOLDER A JOHANN BERNOULLI
Escrito 1
Leiden, 21 noviembre 1698
GP.II 148-152
234
elevar un cuerpo de una libra a 4 pies de altura. No se puede
dudar de que, si se toma en general, esto es verdadero, sin que
por ello sea legítima la conclusión que de aquí él deduce. Pero,
por la misma razón con la que el ilustre Leibniz le niega a Papin
que lo que puede vencer igual número de impulsos de gravedad
puede así mismo vencer igual resistencia, añadiendo la causa de
tal negación, a saber, que en ello se contiene το κρινόμενον, así
también me será lícito a mí, y por la misma razón, negar la
P II
verdad universal de este axioma 274. Si este ilustre varón alega 149
en su favor la evidencia del axioma (lo cual, no obstante, parece
depender del conocimiento de la acción que causa la gravedad),
con igual derecho diré yo lo mismo acerca de la evidencia de la
proposición que él niega. Pues, si entendemos que la resistencia
de la gravedad consiste en los impulsos con los que todo cuerpo
ascendente es empujado hacia abajo, y que todos estos
impulsos, iguales entre sí, actúan con el mismo ritmo sobre el
cuerpo que está en movimiento lo mismo que si estuviera en
reposo (puesto que la velocidad que recibe un cuerpo grave al
descender como la que pierde al ascender no tiene relación
alguna, o no la tiene en lo que aquí afecta, con la velocidad de la
causa de la gravedad) 275, y que, en fin, el número de estos
impulsos es proporcional a los tiempos, ¿no se seguirá de aquí
que, cualquiera que sea la resistencia que produzca el primer
impulso, producirá una segunda igual, y una tercera, etc y que,
por lo tanto, la cantidad de esta resistencia deberá medirse por
el número de impulsos homogéneamente resistentes? Así, las
fuerzas de dos cuerpos iguales, cuando uno se mueve a doble
velocidad que el otro, estarán entre sí en razón doble, aunque el
uno ascienda cuatro veces más alto que el otro, porque en el
ascenso cuatro veces mayor sólo se enfrenta al doble de
impulsos de resistencia. Y de cualquier modo que supongamos
que actúa la causa de la gravedad, con tal de que empuje al
cuerpo descendente o impida al ascendente con la misma
fuerza, se seguirá que quitará en el ascenso la cantidad de
movimiento o fuerzas que dio en el descenso y, en consecuencia,
habrá que gastar en definitiva el doble de cantidad de
movimiento para el ascenso hasta 4 pies; por lo tanto, suponer
235
en tal ascenso el cuádruple de fuerzas es dar por supuesto
justamente aquello que buscamos 276.
Por otra parte, la afirmación de este ilustre varón, según
la cual las fuerzas de un cuerpo de 4 libras, con grado de
velocidad uno, trasladadas a un cuerpo de una libra, producirán
sólo una velocidad de 2, con la que puede elevarse hasta 4 pies,
y no, como quieren los cartesianos, una velocidad de 4, porque
con ella habría de elevarse hasta 16 pies, es algo que no
comprendo bien cómo puede ocurrir 277. Sean, por ejemplo, 5
cuerpos iguales, uno de los cuales está en reposo, y cada uno de
los demás está dotado de velocidad 1. Estos cuatro, tomados en
conjunto, seguirán teniendo, supongo, las mismas fuerzas que un
cuerpo cuatro veces mayor que la magnitud de cada uno, e igual
velocidad. Ahora bien, las fuerzas de cada uno de ellos serán
iguales y, en consecuencia, en la traslación de fuerzas al quinto
cuerpo, parece que uno de ellos producirá tanta mutación
cuanta induciría cada uno de los otros tres. Pero en la traslación
de las fuerzas de uno adquirirá el quinto cuerpo 1 grado de
velocidad. Y si ahora a éste le añadimos la fuerza del 2º, ¿no
darán éstas un grado más? ¿por qué habrían de darle menos?
Pues, como la magnitud permanece la misma, ¿no será que toda P II
la mutación se producirá sólo en la velocidad? Y aunque cada uno 150
de los tres restantes tenga las mismas fuerzas que el primero,
¿no podrán todos conjuntamente producir más mutación que el
otro solo? 278.
A todo esto añade este varón insigne que él no admite
“que un cuerpo que tiene tres grados de velocidad contenga
tres veces un cuerpo igual a él con un grado de velocidad y, por
lo tanto, con el triple de potencia; pues, aunque contenga tres
veces un grado de velocidad, no contiene tres veces la cantidad
del cuerpo, sino solamente una” 279. A mí me parece que de aquí
se sigue que un cuerpo que tiene 4 grados de velocidad tiene
menos fuerzas que cuatro cuerpos iguales a él con un grado
cada uno y, por lo tanto, si todas las fuerzas de estos cuatro
cuerpos se transfieren a otro cuerpo en reposo, que sea igual
que cada uno de ellos, éste no tendrá 2 sino más que cuatro
grados de velocidad; pero, con ello, se produciría el movimiento
236
perpetuo. No voy a repetir aquí lo ya dicho por Papin; sólo
añadiré una cosa: aunque yo creo que el móvil perpetuo es de
aquéllos que nunca podrán llevarse a efecto mediante artificios
mecánicos, no estoy convencido, sin embargo, de que todo móvil
perpetuo implique contradicción. La estructura misma del
universo produce un móvil perpetuo. Por otra parte, si,
eliminados todos los impedimentos, una esfera que descienda
por cualquier plano inclinado, por ejemplo, una cicloide, ¿no
adquirirá, cuando llegue abajo, una fuerza con la que pueda
ascender a la misma altura de la que cayó? Si así fuera, se daría
el movimiento perpetuo.
En el ejemplo que utiliza el ilustre varón, en el que las
fuerzas que podían al principio elevar un cuerpo de 4 libras a un
pie puedan después elevarlo a cuatro, no puedo ocultar que hay
algo de lo que no me es posible desembarazarme cómodamente
280
. Pero sí opongo algo que se sigue de la opinión del ilustre
Leibniz, según la cual fuerzas muy desiguales se equilibran
mutuamente en la balanza. Paradójico llama a esto el ilustre
varón; pero no sé por qué algo me dice que esta paradoja es
igual de absurda que la que antes he mencionado. Y lo que añade
sobre la distinción que debe hacerse “entre la fuerza absoluta,
que es necesaria para producir un efecto subsistente, y la
fuerza para avanzar hacia un determinado lado o conservación
de la dirección”, la verdad, no entiendo lo que quiere decir 281.
En cuanto a lo que dices, que este ilustre señor llama P II
151
fuerzas a aquéllas que siempre se conservan con la misma
cantidad, mientras que la cantidad de movimiento aumenta o
disminuye, veo que coincide con las Reglas del movimiento de
Huygens, que puedes leer en las Transactions inglesas; allí se
afirma que, aunque aumente o disminuya la cantidad de
movimiento, sin embargo “siempre se conserva antes y después
del choque la misma suma de los productos de la mole de cada
cuerpo duro por el cuadrado de su velocidad” 282. Deduce
Huygens estas reglas de la hipótesis de que cuerpos duros
iguales y movidos igualmente de manera continua uno contra el
otro, rebotan cada uno después del choque con la misma
velocidad que antes tenían; pero a mí me parece difícil de
237
comprender cómo pueda compaginarse esto con lo que él mismo
dice en la Regla V, a saber, “que siempre se conserva la misma
cantidad de movimiento hacia una misma parte, eliminada la
cantidad de movimiento contrario”. Por lo que a mí respecta,
nada tengo que pueda afirmar de cierto sobre si la cantidad de
fuerzas es la misma o distinta. No encuentro ninguna causa que
incremente las fuerzas; pero, como éstas son mutuamente
contrarias entre sí, tampoco veo qué impedimento puede haber
para que una destruya la otra. Los cuerpos blandos iguales y que
chocan a igual velocidad cesan en sus respectivos movimientos;
lo mismo me inclino a creer acerca de los cuerpos duros no
elásticos, suponga Huygens lo que quiera. Pues a mí me parece
verosímil que un cuerpo, al que se ha lanzado contra la parte
contraria con una fuerza igual tanto que acabe de recibirla
como que ya antes la tuviera por otro concepto, se parará. Y si
esto es cierto, entonces cuerpos iguales que concurren
mutuamente con igual movimiento quedarán ambos en reposo. Y
no está claro por qué no van a perderse en este caso tanto la
cantidad de movimiento como las fuerzas. Y es precisamente
para librarse de esto para lo que, yo sospecho, este ilustre
señor defiende que la fuerza elástica es esencial a todos los
cuerpos.
He aquí lo que hasta el momento me inquieta, a fin de no
lanzar sin alguna base una piedra contra la doctrina de un varón
tan ilustre; porque, considerada la agudeza de su talento, la
solidez de sus razonamientos, el amplísimo reconocimiento que
de él se tiene en el mundo literario por tantos nuevos
descubrimientos, casi no dudo de que fácilmente destruirá mis
pequeñas objeciones, si es que lo merecen, sobre todo teniendo
en cuenta lo que ha escrito en las Actas de Leipzig sobre la
noción de substancia 283. Porque si tuviéramos demostrado a
priori que toda substancia es activa, fácilmente me convencería
de que de tan fecundísima fuente de verdades no sólo se
seguiría el esclarecimiento de todos mis reparos, sino también
de aquellas dificultades que hasta el presente han agobiado a
cuantos físicos ha habido. Debido a la ignorancia de esta
cuestión, se han visto obligados a colocar en Dios la causa del
238
movimiento y, algunos, para explicar determinados choques de
los cuerpos, lo han utilizado como un “Deus ex machina”; pues, al
descubrir por la experiencia que la materia es activa y no saber
explicar cómo esta fuerza fluye de la naturaleza del cuerpo, no
tenían otro sitio en que refugiarse. Porque, en efecto, una vez
conste que la naturaleza de la substancia corpórea contiene la P II
152
acción, parece lógico pensar que se mantendrá la misma
mientras los cuerpos duren. Y, si no me equivoco, se podrán
aclarar también desde aquí muchas consecuencias que parecen
estar implicadas en la causa del movimiento continuo. Se pondrá
de manifiesto, por ejemplo, qué es ese nisus que perdura en el
cuerpo, aunque debido a los impedimentos no tenga efecto
alguno, cosa que a mí me resulta muy difícil de comprender; de
qué modo se siguen de una misma fuerza activa las fuerzas
contrarias y cómo esas fuerzas, aunque sus resultados se
anulen mutuamente, permanecen sin embargo las mismas. Y para
terminar y no acumular más cosas, tal vez se descubra qué es
eso que, más allá de la extensión, hay que atribuir a la materia,
concepto sobre el cual, lo confieso, no tengo hasta el momento
la más mínima idea.
Ojalá se dignara tan ilustre señor hacer feliz a la
República Literaria con sus meditaciones sobre esta materia y
librarla así de las principales dificultades que obstruyen el
camino para un pleno conocimiento de las cosas físicas; asunto
éste que sería de la máxima importancia para mí y no dudo de
que para todos, ni pienso que pueda haber otro más excelso. Así
que no puedo por menos que rogarte encarecidamente que, por
el favor del que ante él disfrutas y en beneficio de la República
de las Letras, le arranques, si fuere necesario, todo esto o, si
tal vez sepas tú lo que sobre estas materias haya meditado, te
dignes compartirlo conmigo, pues aprecio extraordinariamente
los pensamientos de este hombre.
No recuerdo lo que entre tú y yo hemos comentado sobre
la fuerza elástica 284. A mí, desde luego, siempre me ha
parecido absurdo ponerla en los cuerpos perfectamente sólidos.
Pero es precisamente esta idea mía la que nuestro ilustre
hombre rechaza en su explicación. Y el fluido ese que pone,
239
tampoco entiendo en qué se diferencia del primer elemento de
Descartes 285. “Que no haya salto alguno en las mutaciones” es
quizás una de esas cosas que podrán demostrarse fácilmente, si
llegamos a conocer esa fuerza activa que, se supone, contiene la
noción de substancia. De todas maneras, parece muy duro
admitir que un cuerpo, movido a gran velocidad y que choca
contra otro inmóvil e incomparablemente más pequeño, sea
frenado por éste menor sin que se produzca el salto.
Termino, pero no sin antes hacerte saber que tengo
dudas de si he comprendido bien la idea de nuestro ilustre
varón acerca de lo que dice de la hipérbola común 286. Porque,
siendo en ésta las subtangentes iguales a la línea abscisa desde
la asíntota, se produciría otra hipérbola completamente igual a
la anterior, de manera que no habría diferencia alguna entre los
espacios de ambas, salvo que en una se añade a la hipérbola un
rectángulo que no está en la otra, y que, al ser finito, no tiene
ninguna relación con el espacio infinito. Adiós, ilustre varón, y si
en esta prolija y más larga de lo que al principio quería algo te
ha sido molesto, ruego me disculpes, etc.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 2
Hannover, sin fecha (entre el 6 y el 17 diciembre 1698)
GP.II 153-163
240
PII
La carta que escribió Vd hace poco al muy ingenioso Sr. 153
Bernoulli, profesor en Gröningen y especial amigo mío, la tomo
como dirigida a mí, pues toda ella está dedicada a exponer los
reparos que todavía le quedan a Vd al juzgar mis cosas. En ella
se manifiesta su humanidad y se trasluce también su nobleza y
su amor a la verdad; y la fuerza de su razonamiento es tal que
mi encuentro con Vd, conforme los temas se presenten, no
podrá por menos de ser altamente fructífero; así que no he
necesitado mucha deliberación para sentirme obligado a
escribirle.
Yo comprendo que las nuevas doctrinas sólo pueden
asentarse tras largas discusiones y el examen de varones
insignes. Ello me hace asumir gustosamente el trabajo de un
debate privado con personas como Vd (ojalá conociera muchas),
no para buscar la gloria en mis ocupaciones o el aplauso de la
gente (como aquéllos que en seguida dan a conocer lo propio),
sino más bien en la esperanza de confirmar y consolidar la
doctrina por parte de jueces legítimos, quiero decir,
inteligentes. Así que entro ya en materia.
Con razón parece Vd dudar entre dos posiciones, la
primera de las cuales es la siguiente: “se requieren las mismas
fuerzas para elevar un cuerpo de 4 libras a la altura de un pie
que para elevar un cuerpo de una libra a 4 pies de altura”; de
esta proposición deriva mi medida de las fuerzas. La otra
posición dice: “lo que puede vencer igual número de impulsos de
gravedad puede así mismo vencer igual resistencia”; de esta
proposición se deriva la medida comúnmente aceptada. Y no es
incorrecto lo que Vd añade: que con el mismo derecho con que
yo he negado la segunda porque contiene το κρινόμενον, puede
también negarse la primera afirmada por mí, mientras no se
demuestre con argumentos. Ya Descartes la había admitido y la
utilizó en sus trabajos mecánicos lo mismo que había hecho
Pascal en su Tratado sobre el equilibrio de los líquidos; de
manera que también yo podía haber hecho uso de ella como
argumento ad hominem contra los cartesianos. Pero, como mi
intención ha sido indagar la verdad por sí misma, me he
241
esforzado en probar mi tesis por deducción al absurdo, o sea,
por la imposibilidad del movimiento perpetuo, argumento éste
que Vd no parece desdeñar honestamente cuando confiesa que
“no puede ocultar que en el ejemplo utilizado por mí, en el que
las fuerzas que podían al principio elevar un cuerpo de 4 libras a
un pie puedan después elevarlo a cuatro, hay algo de lo que a Vd
no le es posible desembarazarse cómodamente” 287. Pues, en
efecto, de él se sigue, no el movimiento perpetuo físico PII
154
presente en toda la naturaleza, mediante el que las cosas
vuelven a un estado igual o equipolente, sino el mecánico, que
consiste en que el cuerpo, por la fuerza de su caída desde una
cierta altura, pudiera volver a elevarse no sólo a la misma
altura, sino a un lugar más alto, lo que sin duda parece absurdo
y ciertamente contrario a todos los experimentos. Pero, a su
vez, Vd piensa que yo debo admitir algo no menos incongruente,
como es que fuerzas corporales muy desiguales se equilibren en
la balanza.
Si no me equivoco, es aquí donde reside, excelente señor,
el nervio de su dificultad, a la que trataré de responder antes
que nada; y después procuraré satisfacer a otros problemas que
Vd ha planteado ocasionalmente. Ciertamente, yo pienso que
puede aceptarse con seguridad el axioma según el cual el efecto
no es mayor que la causa o, lo que viene a ser lo mismo, no
existe el movimiento perpetuo mecánico. Pero no voy a
demorarme ahora en él, puesto que, habiendo sido inicialmente
propuesto pero sólo supuesto por Descartes y Pascal, yo voy a
demostrarlo más adelante, y porque a Vd nada le impide admitir
la imposibilidad del movimiento perpetuo más que la dificultad
contraria. Pero veamos con más precisión si ésta es de tanta
importancia. Si, por ejemplo, concurren el cuerpo A de una libra
dotado de velocidad cuatro con el cuerpo B de cuatro libras
dotado de velocidad uno, admito que estos cuerpos se detienen
mutuamente, del mismo modo que colocados en la balanza
estarán en equilibrio. Puesto esto así, a Vd le parece absurdo
que sus fuerzas sean desiguales. Pero, si considera el asunto
conmigo más atentamente, observará que, lejos de descubrir
aquí dificultad alguna y todavía menos un absurdo, todo
242
armoniza de la manera más hermosa. En efecto, cuando
tratamos de fuerzas y acciones, hay que establecer una
importante distinción. Porque, o se trata del conflicto de dos
cuerpos como ocurre en el equilibrio de la balanza, o se trata de
la producción de un efecto absoluto, como es elevar un grave a
una determinada altitud o tensar un elastro hasta un cierto
grado. A su vez, las fuerzas son o muertas, como las que tiene
el primer conato de un grave que desciende, y también las que
tiene el conato que se adquiere en cada momento; o vivas, como
son las que están acumuladas en el ímpetu que el grave recibe a
lo largo de su descenso 288. El ímpetu de la fuerza viva es a la
simple solicitación de la fuerza muerta como el infinito es a lo
finito o, como en nuestras diferenciales, la línea es a sus
elementos 289. Pues el ímpetu se forma por el incremento
continuo de las solicitaciones. De esta manera, se comprende
cómo la naturaleza coordina elegantísimamente la ley del
equilibrio de los cuerpos confrontados, que es una ley
respectiva, con la ley de equipolencia entre las causas y los
efectos, que es una ley absoluta, y todo ello con intervención de
la ley de la transición gradual, que elimina todo salto. Pues la
PII
transición nunca se da sino por incrementos inasignables o 155
infinitamente pequeños y, por lo tanto, mediante las fuerzas
muertas. Y la ley de equilibrio sólo se ejerce respecto de las
fuerzas muertas, y ello tanto que los cuerpos graves carezcan
aún de ímpetu, como ocurre en la balanza donde sólo tratan de
descender cada uno en su parte, como que tengan ya su ímpetu,
como en el choque: pues lo único que hacen entre sí es que
mutuamente se arrebatan la misma cantidad de movimiento
(aunque infinitamente pequeño o muerto). Así pues, si el cuerpo
A es de masa 4 y velocidad 1, y el cuerpo B es de masa 1 y
velocidad 4, entonces, tanto en el conflicto de la balanza donde
simplemente tienden, como en el conflicto del golpe o choque
donde cada uno presiona al otro con su ímpetu, en A perece
continuamente un grado de velocidad infinitamente pequeño
como 1, y en B un grado de velocidad infinitamente pequeño
como 4, o sea, inversos a sus cuerpos, y, por lo tanto, en A será
la cantidad de movimiento muerto 4 × 1=4, y en B será la
243
cantidad de movimiento muerto 1 × 4=4, ambos iguales, o sea, 4,
y esto en virtud de la ley arquimédea del equilibrio, pues no es
sino en estos conatos primeros, que mutuamente se destruyen,
donde se verifican las demostraciones de Arquímedes y de
otros. Así ocurre, por ejemplo, cuando dos pesos, 4 y 1, están
colocados en la balanza de tal manera que no pueden moverse
sino cuando uno de ellos empieza a descender o ascender con
velocidad de 1, y el otro, a la inversa, a ascender o descender
con velocidad de 4; y cuando mediante equilibrio se impide el
descenso de los cuerpos, entonces el fiel de la balanza sostiene
el peso de ambos recibiendo una cierta presión, flexión o
tensión en sus fibras: de manera que toda la fuerza que perece
en los cuerpos es transferida al elasma de los mismos cuerpos o
al del mecanismo que los une o, si no son suficientemente
elásticos (los blandos, por ejemplo), es transferida al
movimiento de las partes que no se restituyen al todo (como lo
haría el elastro) sino que respecto de él perece. Este proceso
continúa hasta que se agota toda la fuerza, ocurrido lo cual los
cuerpos, mediante la restitución del elastro y en los mismos
grados según la ley del equilibrio (esto es, en incrementos de
velocidad inversos a los cuerpos), retroceden mutuamente
recibiendo las fuerzas que habían perdido al acercarse. Como
consecuencia, los cuerpos A y B en el presente caso se
detendrán por fin mutuamente, pero no a la vez y de repente
como en el equilibrio, sino poco a poco. Pues, al tener la misma
cantidad de movimiento (vivo), y al ser iguales por ambas partes
en el choque los decrementos de la cantidad de movimiento
según la ley de equilibrio debida a la continua pérdida de
fuerzas muertas o de velocidades inversas a los cuerpos, será
necesario que por fin se agote a la vez el movimiento de ambos
cuerpos. Pero, si uno de ellos tiene más movimiento, no se para
sino que ha de seguir. Y debe saberse que, en aquellos cuerpos
que tienen la misma cantidad de movimiento, la fuerza de
choque es igual a toda la fuerza de los cuerpos, lo que no ocurre
en otros casos donde dos cuerpos tomados en conjunto, además
PII
de la fuerza de choque o… 290, tienen en común la fuerza de 156
progreso. Y así como descubrimos que en las diferencias mismas
244
o incrementos se conserva siempre la ley de equilibrio, así
también, y como un admirable artificio de la naturaleza, cuando
computamos lo que como residuo queda en los cuerpos así como
todo lo que han perdido y ha sido trasladado al elasma,
descubrimos que también en las sumas o fuerzas vivas se
conserva siempre la misma fuerza viva según la ley de
equipolencia. Esto lo comprobamos cuando, después del
restablecimiento del elastro, los cuerpos se apartan de nuevo
mutuamente y reciben toda su fuerza. Si entonces imaginamos
que dirigen su ímpetu hacia arriba como si caminaran sobre un
péndulo, se descubre que, en ausencia de accidentes que la
absorban, se conserva siempre la misma cantidad total de
ascenso que hubiera podido obtener al comienzo antes del
choque. Y si, en medio del choque, suponemos que los cuerpos
dirigen hacia arriba su fuerza residual, hemos de imaginar que
el elasma de los cuerpos o algún otro elasma equipolente ejerce
toda la fuerza recibida en el choque y la dirige hacia algún otro
cuerpo interpuesto para lanzarlo hacia arriba. Y así, de nuevo
descubrimos en su totalidad la misma cantidad de ascenso que
antes del choque. Con la ayuda de estas dos leyes el Sr.
Bernoulli y yo resolvimos del mismo modo, y de manera
independiente uno del otro, un caso singular que el Sr. Papin me
había propuesto a mí por carta 291. Dada la importancia de esta
materia, ha sido necesario que le expusiera a Vd estas cosas
con más extensión, a fin de que se vea que, lejos de
perturbarnos la ley de equilibrio, más bien la utilizamos de la
manera más fecunda. De igual modo, si imaginamos que a un
cuerpo en descenso se le incrementa en cada instante una nueva
e igual velocidad infinitamente pequeña, se observa al mismo
tiempo la medida de la fuerza muerta y de la fuerza viva, esto
es, que la velocidad crece uniformemente según los tiempos,
pero la fuerza misma absoluta lo hace según los espacios, o sea,
según el cuadrado de los tiempos, a saber, según el efecto. Por
decirlo al uso de la Geometría o de nuestro análisis, nuestras
solicitaciones son como dx , las velocidades como x , y las
fuerzas como xx ó ∫ xdx 292.
Quizás esto podría ser suficiente; pero como Vd añade
245
algunas otras cosas dignas de aclaración, que, si no me equivoco,
están a mi alcance, trataré de satisfacerle también a este
respecto. Sea lo primero demostrar el axioma que Descartes y
Pascal asumieron como evidente y que, debido al aparente
conflicto con otro que Vd consideraba no menos claro, aquél le
pareció a Vd dudoso; y lo haré de forma que se vea que para ello
no es necesario conocer la causa de la gravedad; y al mismo
tiempo mostraré por la ley de la medida cuál es la razón de la
diferencia entre ambos axiomas, esto es, por qué hemos de
aceptar uno de ellos y cómo el otro, al oponérsele, es erróneo.
Yo entiendo por ley de medida o matemática, universalmente
verdadera, a aquella regla que puede utilizarse con total
seguridad mediante la simple repetición perfecta de un
PII
determinado patrón real. Así, por ejemplo, es manifiesto que un 157
rectángulo de 2 y 8 equivale a un cuadrado de 4, porque en
ambos se verifica exactamente 16 veces la repetición de una
misma unidad o patrón, o sea, el lado. De la misma manera
procedo en la
246
mismo, el grave L de una libra, que va a ser elevado a Q por la
altura LQ de 4 pies. Es claro que la libra L es elevada
por la altura LM a un pie, y después por MN a un pie, después
por NP a un pie, y finalmente por PQ a un pie y, por lo tanto, no
hay otra diferencia sino que aquello que en el primer caso se
verifica simultáneamente, en el segundo es sucesivo. Pues bien,
las reglas hasta el presente admitidas, y que son opuestas a las
razones de medida que yo establezco, son incapaces de cumplir
esta ley de medida. Evidentemente, si los graves A,B,C,etc
fueran iguales y mediante el primer impulso se diera a A una
velocidad, y después a B de forma semejante una velocidad igual
a la anterior, y a continuación a C lo mismo, etc, admito que se
habría repetido exactamente una medida real, es decir,
tendríamos tres veces un cuerpo dotado con una velocidad de
un determinado grado. Pero, si a un cuerpo anterior lo único que
se hace es añadirle un nuevo grado de velocidad, no es ya la
repetición de la cosa completa sino sólo una repetición modal,
de la que no puede tomarse una medida segura. Pues, en efecto,
es mucho más tener concentrados tres grados de velocidad en
un solo cuerpo que tenerlos dispersos a lo largo de tres
cuerpos; aquí ocurre lo que vulgarmente suele decirse, que la
fuerza
acumulada es más fuerte. Sean, por ejemplo, los cuerpos
L de masa 1 y velocidad 1
M de masa 3 y velocidad 1
N de masa 1 y velocidad 3;
consta que la potencia de M es a la potencia de L como 3 á 1,
porque en M se repite exactamente tres veces lo que hay en L.
Pero, a su vez, la potencia de N parece ser respecto de la
potencia de M como 3 á 1, porque el impedimento o resistencia
en N (debido a su menor mole de materia resistente inercial)
es tres veces menor que la resistencia de M. Por lo tanto, N es
nueve veces más potente que L, por dos razones, porque tiene
más velocidad y porque tiene menor resistencia en proporción a
esa misma velocidad. Pues las Entelequias ejercen su acción en
la materia, por decirlo a la manera virgiliana, PII
“en la medida en que los cuerpos, si no se les estimula, 158
247
se frenan” 293.
De todas maneras, aunque los resultados nos la muestran muy
correcta, no me atrevería a confiar en esta forma de medir, si
no fuera porque la someto a control externo mediante la ley
estimatoria de una medida real, con lo que a la vez se confirma
que era cosa muy cierta lo que sobre la Inercia de la Materia
sospechó, el primero de todos, el incomparable Kepler 294.
Además, y con otras demostraciones a priori, esto es, por la
naturaleza íntima de la acción y de la potencia, pruebo yo de
manera sorprendente esta misma medida de las fuerzas, cosa
que ahora omitiré aquí a fin de no extenderme demasiado y
porque pienso que lo dicho posee ya suficiente entidad 295.
Joaquín Jungius, Marcus Marci, Joh.Alph.Borelli,
Huygens, Wrenn, Wallis y Mariotte, han reflexionado
correctamente (aunque de forma parcial) sobre estas cosas y
las han elaborado mediante experimentos e hipótesis parciales;
pero yo las explico no sólo desde sus verdaderas fuentes, sino
que avanzo todavía más en casos que ellos no abordaron en modo
alguno o no lo hicieron bien 296. El propio Sr. Huygens confesó
que no había pensado en la conservación de las fuerzas;
después, estimulado por mí, a las que se conservan él las llamó
“ascensionales”, no mal por cierto, pero tampoco en su
verdadera dimensión; porque lo mismo tiene lugar en toda
fuerza viva, ya se aplique a la gravedad, al elastro o
simplemente al movimiento o cualquier otro efecto 297. Para
todos estos hombres, la ley de equilibrio fue un prejuicio que
les condujo a medir las fuerzas simplemente en razón
compuesta del cuerpo y de la velocidad y, por ello (tras la
explosión cartesiana de la conservación de la cantidad de
movimiento), no advirtieron la conservación de las fuerzas, que
es la que verdaderamente persiste admirable y multímoda. Así
Wallis, aun reconociendo en su libro sobre el movimiento que no
se conserva la cantidad de movimiento, sin embargo midió con
ella la fuerza 298. Pero la medida en razón compuesta del cuerpo
y de la velocidad, hecha siguiendo la ley de equilibrio, tiene un
peculiar carácter de necesidad que no debe transferirse a las
fuerzas vivas absolutas; más aún, tal como ya escribí hace
248
tiempo en las Actas de Leipzig, la regla general para medir la
fuerza por el efecto no sólo tiene lugar en la ley de equilibrio
(para la fuerza muerta), sino también en la ley de equipolencia
(para la fuerza viva); es decir, en ambos casos la fuerza se mide
en razón compuesta del cuerpo y del espacio o descenso; pero
en el primer conato que se produce en el equilibrio de los
cuerpos los espacios de descenso (que en ese momento son
todavía infinitamente pequeños) son como las velocidades, lo
que no ocurre en el descenso continuado o ímpetus adquiridos,
donde ya se ha producido la fuerza viva. Sin embargo,
incautamente, ellos tomaron una cosa por la otra. En conclusión,
creo haberle descubierto a Vd las fuentes de la verdad y del
error y haber satisfecho así a su dificultad en esta materna 299.
PII
Añadiré, sin embargo, todavía algo que hace ya mucho 159
tiempo me reafirmó en esta doctrina, y que el Sr. Bernoulli, una
vez comprendida la verdad de mi medida de las fuerzas,
descubrió agudamente por sí mismo sin yo advertírselo: y es que
esta teoría nuestra concuerda hermosamente con las leyes de
composición del movimiento, de manera que, cuando parecía
temerse algún divorcio con ellas, se vio que estas mismas leyes
demostraban nuestros principios 300. Supongamos una esfera R
que se dirige diagonalmente hacia
otras dos S y T en reposo y las tres iguales, de manera que en
el momento del choque sus
centros hagan un triángulo
rectángulo isósceles SRT, y
cayendo R sobre ellas en
ángulo recto. Completemos el
cuadrado V 1RW 2R y
prolonguemos sus lados en
2 R , o sea, W 2R en 3 S y V 2R en
249
V 2R . Puesto esto así, afirmo
que el cuerpo R, después de
venir desde 1 R a 2 R por la
diagonal 1 R 2 R , y
golpear allí a los dos cuerpos, reposa en 2 R , y que los dos
cuerpos S y T se mueven en los lados, y S es trasladado a 3 S con
velocidad de 2 S 3 S igual a W 2R , y T es trasladado a 3T con
velocidad de 2T 3T igual a V 2R . Esto se deduce asumiendo dos
cosas: la primera, conocida por la experiencia y por la razón, a
saber, que un cuerpo que choca directamente contra otro igual
le da toda su fuerza y dirección permaneciendo él en reposo; la
segunda, extraída de la ley de composición, es ésta: S situado
en 1 S o 2 S es golpeado por R viniendo oblicuamente por 1 R 2 R no
de otra manera que si R viniera directamente por W 2R ; y, por lo
tanto, de manera semejante, T situado en 1T o 2T es golpeado
por el mismo R viniendo de dicho modo no de otra manera que si
R viniera por V 2R . Pero de aquí se sigue el reposo de R y el
movimiento de S y T, tal como anuncié. Si ahora comparamos
esto con nuestra medida de las fuerzas, vemos que
efectivamente se conserva la misma cantidad de potencia viva,
pues la potencia de R es R por el cuadrado de 1 R 2 R , y las
potencias de S y T serán S por el cuadrado de 2 S 3S , y T por el
cuadrado de 2T 3T ; pero al ser R,S,T iguales, es manifiesto que R
por el cuadrado de 1 R 2 R , que es la potencia antes del choque,
será igual a S por el cuadrado de 1 S 2 S + T por el cuadrado de 1T 2T ,
que es la potencia después del choque. A su vez, de aquí se
deduce muy fácilmente el modo de hacer lo que el Sr. Papin me
pedía, que toda la fuerza de la materia del mayor se transfiera
al menor, porque si así fuera, decía él, se entregaría vencido,
pues de ello se seguiría el movimiento perpetuo o absurdo. Para
ello, pongamos ahora el caso contrario al anterior: los cuerpos S
y T están en movimiento desde 3 S a 2 S con velocidad 3 S 2 S , y
desde 3T a 2T con velocidad 3T 2T , ambos con el mismo tiempo
3.2, y golpean a la vez a R situado en 3 R o en 2 R por el tiempo
3.2; será necesario que después del choque los cuerpos S y T
PII
queden en reposo en 2 S y 2T , y que R camine por la diagonal 160
250
desde 2 R a 1 R con velocidad de 2 R 1 R , es decir, en tiempo 2.1,
que será el mismo que el tiempo 3.2. Así, toda la fuerza de la
masa S.T se ha trasladado a la mitad de la masa de aquéllos, o
sea, a R. Y, por lo tanto, si uno quisiera que se conservara la
misma cantidad de movimiento, o sea, que en solo R haya tanta
cuanta había antes en S y T al quedar éstos en reposo, sin duda
tendríamos el movimiento perpetuo mecánico. Así que el Sr.
Papin
se estancó y aplazó diez años su andadura 301.
Pero, tras haberse dado casi por vencido en su carta, poco
después, pasadas unas pocas semanas y restablecidas sus
energías, negó que él admitiera semejante composición del
movimiento, aduciendo razones de las que lo único que yo pude
sacar fue su pura negación, remitiéndome al fin a un futuro
experimento que para él, menos ocupado que yo, quizás no sea
difícil, aunque no dudo de que el tal experimento volverá a
refrendar nuestras tesis. Todavía negó otras cosas más
evidentes. Y, a propósito, será interesante señalar aquí que la
elegancia de aquella expresión que utilizan los geómetras
cuando dicen, por ejemplo, que la diagonal de un cuadrado puede
tanto como los dos lados, se verifica también en la Dinámica.
Pues, si suponemos tres cuerpos iguales, uno de ellos movido a
una velocidad que esté en razón de la diagonal, éste puede tanto
cuanto los otros dos movidos con velocidades que estén en
razón de los lados; hasta tal punto que podemos decir que
Euclides o, más bien, el autor (quienquiera que fuese) de esta
expresión geométrica fue de alguna manera, sin saberlo, el
precursor de la Ciencia dinámica.
Ahora, a modo de miscelánea, resolveré las restantes
cuestiones que Vd plantea, que no dependen demasiado de todo
lo anterior. Y entre ellas, quiero hacer notar que, aunque un
grave en su ascenso venza un cierto número de impulsos, sin
embargo éstos no actúan siempre de igual manera ni encuentran
nunca al grave ofreciéndose a ellos del mismo modo. Sobre esto
he polemizado largamente por carta con el Sr. Papin y he
refutado su pretendida demostración. Pues, aunque la velocidad
de percusión que proviene del fluido gravífico sea tanta que,
251
comparada con ella, la velocidad del grave sea
incomparablemente pequeña de forma que éste pueda
considerarse en reposo si lo que pretende uno es medir su
velocidad con respecto a la velocidad del fluido, sin embargo,
como la cuestión no se refiere al efecto producido en el fluido
sino al que recibe el grave, y no se trata de comparar dos
estados distintos del grave respecto del fluido sino un estado
respecto del otro, entonces la razón de las notables diferencias
que entre estos estados se verifiquen nos dará lógicamente
también las diferencias en los efectos que recibe el grave 302.
Pensamientos muy sutiles, y algunos en concreto fuertes, opuso
en sus cartas el Sr. Papin, pero al final, tras ajustada discusión,
hubo de refugiarse en otras objeciones, pues se puso de
manifiesto que su pecado era contra nuestros cálculos
infinitesimales. Añadiré todavía esto: una cosa es vencer una PII
161
fuerza, como la de los impulsos de la gravedad; y otra cosa es
consumirla. Si imagináramos que un grave consume en tiempos
iguales iguales fuerzas de un fluido; por ejemplo, que en
tiempos iguales un número igual de iguales partículas del fluido
impulsando con igual velocidad se redujera al reposo al
trasladar su fuerza al grave, entonces yo concedería que los
incrementos de las fuerzas del grave serían también iguales.
Pero, como esto no puede ocurrir, será necesario que haya
partículas del fluido que retrocedan y quede retenida parte de
su potencia. De manera que habría de medirse también la
potencia perdida, a fin de conocer la que el grave recibe en
cada impulso.
También mantuve con Huygens (ay, otrora nuestro!) una
amistosa polémica sobre los cuerpos duros, que, en mi opinión,
reaccionan y conservan las fuerzas sólo mediante la fuerza
elástica, o sea, cediendo y restableciéndose. Y, si recuerdo
bien, mi afirmación de que la mutación nunca debe producirse
por saltos, provocó en él alguna inquietud 303. Pero Vd,
excelente señor, parece tener algo que objetar contra este
axioma cuando dice: “parece muy duro admitir que un cuerpo,
movido a gran velocidad y que choca contra otro inmóvil
(supongo que quiere Vd decir en reposo, pues propiamente lo
252
inmóvil no se da) e incomparablemente más pequeño, sea
frenado por éste sin que se produzca salto”. Sin embargo, por
exiguo que sea un cuerpo, alguna proporción mantiene con
respecto al grande y algún conflicto de fuerza, aunque mínimo,
habrá entre ellos, de manera que por la resistencia del elastro
de cada uno de ellos ha de verificarse la inflexión mediante la
cual es absorbida la fuerza del choque y transmitida al elastro
para ser después restablecida por éste poco a poco. Por su
parte, los cuerpos blandos absorben también la fuerza, no
destruyéndola sino recibiéndola en sus minúsculas partículas o
empleándola en la dispersión de la trama que levemente las une,
como cuando un taco de papeles se esparce en muchas hojas.
Pero la fuerza empleada en romper la trama no perece sino que
es recibida en otra materia más sutil, exactamente como la
fuerza esa que habría que emplear para separar mutuamente
dos superficies pulimentadas, cuestión ésta sobre la que he
conocido los excelentes experimentos hechos por Vd 304. Y por
lo que se refiere a los cuerpos irreductiblemente duros, como
son los átomos que imaginamos, coincido con Vd en que en ellos
no hay flexión alguna posible ni conservación de fuerzas; lo que
ocurre es que yo, por mi parte, entiendo que tales cosas no se
dan en la naturaleza, lo que espero aceptará Vd sin dificultad.
Yo pienso que, como consecuencia del orden de las cosas y
también por principios metafísicos 305, el elasma es esencial a
todos los cuerpos, aunque en el funcionamiento de la naturaleza
no se realice sino mediante el fluido que los penetra. Hasta aquí
estoy completamente de acuerdo con Descartes y con Huygens.
Pero de aquí llegamos a la existencia de lo que podríamos PII 162
denominar mundos dentro de mundos y a la imposibilidad de que
exista un Elemento primero, sino que el fluido mismo
elastrífico, aunque parezca uniforme y simple respecto del
cuerpo con el que el elasma lo une, consta en realidad él mismo a
su vez, y en su debida proporción, de otros cuerpos, como son
los que vemos, y a su vez éstos mismos necesitan de otro fluido
más sutil para formar su propio elasma, y así se va hasta el
infinito. De manera que tampoco se da el segundo Elemento de
Descartes, compuesto de esferas torneadas, ni son los cuerpos
253
de una esfericidad distinta de cómo es la de nuestra tierra 306.
Ojalá pudiera yo exponerle a Vd o tuviera en este
momento elaboradas mis meditaciones metafísicas sobre la
naturaleza de la substancia y todo lo que de ella se deriva con la
misma claridad con que tengo ya la parte matemática de mi
Dinámica; a buen seguro, no tardaría en comunicárselo a
hombres como Vd, a quienes satisfacer es ya luchar por la
verdad. Pero hasta ahora me ha sido más fácil responder a las
objeciones que exponerlo todo de manera perfecta. Y, aunque
mis intuiciones dejen todavía traslucir algunas dudas, su gran
sentido de la prudencia le hará a Vd comprender bien la
importancia de demostrar claramente cosas tan alejadas del
alcance vulgar y de los prejuicios de la mayoría, y de
preservarlas cuidadosamente de la siniestra censura de
hombres ignorantes y muchas veces malévolos. De todas
formas, ya he presentado algunos avances sobre la relación
entre las substancias en los Diarios Parisinos y Holandeses, y
hace poco he respondido al Sr. Sturm, profesor en Altdorf, en
las Actas de Leipzig de septiembre 307; creo también que se ha
publicado o lo va a ser en Histoire des ouvrages des savans mi
respuesta al muy docto y agudo Bayle, residente en Rótterdam,
que me había propuesto algunas objeciones en su Diccionario; él
vio mi respuesta, que el Sr. Basnage le había transmitido, y
manifestó que le parecía ver en ella algo sólido 308. Estos
ensayos quieren ser como un preludio mientras preparo un
tratamiento mayor. En todo caso, cuando defiendo que la
materia es siempre activa y dotada de tendencia, no quisiera
que esto se entendiera como si yo pensara que, debido a los
impedimentos, tal tendencia llegara a no tener efecto alguno, lo
que con razón escribe Vd que le parece difícil de entender. Mi
idea es, por lo tanto, que, cualesquiera que sean los obstáculos
que se le opongan, siempre tiene algún efecto, aunque
refractado, por así decirlo, o menos pleno; porque los
impedimentos mismos, al actuar como obstáculos, también han
de sufrir ellos mismos una acción. Y por lo que se refiere a lo
que hay que atribuir a la materia más allá de la extensión, me
parece que está bastante claro que, además de otras
254
que no se contiene en la sola extensión.
Sobre la hipérbola nada tengo que añadir; yo mismo quise
decir lo mismo que Vd, y el Sr. Bernoulli lo anotó en el margen
PII
de la carta de Vd, que a mí me transmitió 309, junto con las 163
demás cosas que aquí le escribo.
-----------------------------------------------------------------------
Como la carta que el Sr. de Volder te escribió iba casi únicamente MIII
dirigida a mí, le he respondido a él directamente siguiendo tu consejo. Me 559
temo que demasiado extensamente; pero he preferido pecar por este lado
y tampoco he tenido tiempo para ser más breve. Te ruego le transmitas mi
respuesta, y donde veas necesario insistir más en algo, ilustrar o incluso
corregir, no dejes de hacerlo. Ahora paso a la tuya más brevemente, pues
no tengo tiempo suficiente para responder a los dos.
Hasta ahora he planteado a modo de hipótesis algunas cosas cuya
demostración exigiría un tratamiento mayor; de manera que, por el
momento, las explicaciones y definiciones pueden servir de
demostraciones, con tal de que se ajusten a los fenómenos.
Yo no digo que los cuerpos considerados ordinariamente como MIII
inanimados (tal como los sílices) tengan percepción y apetito, sino más 560
bien que en ellos se contienen cuerpos que los tienen, como los gusanos
en el queso.
La cuestión de los infinitésimos se reduce a probar la proposición
que tú utilizas: “si en la serie 1/2, 1/4, 1/8, 1/16 etc el número de
términos es infinito, entonces existe el infinitésimo”. Pero, ¿qué ocurriría
si cada uno de ellos fuera finito y distante del primero en un número
inasignable de intervalos? No veo yo qué dificultad hay en concebir una
serie compuesta nada más que de términos de magnitud finita, pero
infinitos en número.
Tienes razón al pensar que en las criaturas nunca se da lo pasivo
actualmente separado de lo activo; qué es lo que Dios podría hacer, no me
atrevo a definirlo. En todo caso, si no repugna a la potencia divina la
existencia de lo pasivo aislado, lo mismo que el vacío, parece sin
embargo que repugna a su sabiduría; y no es cierto que, al margen de
Dios, se den inteligencias completamente separadas: muchos Santos
Padres se inclinaron por la opinión contraria hasta atribuir cuerpos a los
ángeles.
255
ángeles.
Dios es, sin duda, acto puro por ser perfectísimo; pero los seres
imperfectos tienen pasividad o, si lo prefieres de otra manera, se
entienden como algo incompleto.
El hombre es substancia; su cuerpo o materia es substancias; diría
lo mismo del viviente que late dentro del sílice.
Así como por analogía con nuestra alma concebimos de alguna
manera otras almas e inteligencias, así también he pensado que, por
analogía con las almas, habría que concebir en algún modo otras
entelequias primitivas, si es que se dan, muy alejadas de nuestros
sentidos; aunque reconozco que esto no lo concebimos de manera
perfecta 310.
No es en absoluto necesario que todas las almas y entelequias sean
racionales; los cartesianos, que llegan a esta conclusión, creo yo que
actúan precipitadamente cuando razonan sobre lo desconocido partiendo
de lo conocido.
También yo admitiría fácilmente que se dan animales en el sentido
corriente incomparablemente mayores que los nuestros; y alguna vez he
dicho bromeando que podría existir un sistema semejante al nuestro, que
fuera como el reloj portátil de un gran gigante.
Puesto que creo haber dicho, y defendido públicamente, que las
entelequias o, por así decirlo, los átomos substanciales ni comienzan a
existir ni dejan de hacerlo de forma natural, y que la destrucción del
cuerpo orgánico no es más que una involución de los órganos, es evidente
que de estas afirmaciones se desprende la posibilidad de una traslación de
nuestro sistema a otro más exiguo, en el que todo se verificaría tan bien
como en el nuestro o incluso mejor. Pero no paso a afirmar nada más allá
de la posibilidad. Yo no apruebo la μετεμψύχωσιν a otro animal nuevo,
sino la μεταμόρφωσιν, αύζησιν (aumento), μείωσιν (disminución) del
mismo animal. Y cuando he hablado acerca del origen del alma o acerca
de las mutaciones de los animales, expresamente he declarado que nada
defino sobre el origen y estado del alma racional, y que el Reino de la
Gracia tiene leyes peculiares más allá de aquéllas por las que se gobierna MIII
561
el Reino de la Naturaleza 311.
No he examinado lo que dice Newton sobre la ley de atracción
dentro de la tierra y, entre tanto, me inclino a compartir tu opinión. Yo
creo verosímil que también las partes de la tierra se atraigan como el
magnetismo 312.
256
correspondencia con hombres doctos. Pero, entre tanto, lo que importa es
esforzarnos en seguir avanzando, para lo cual espero también de tu
talento cosas nada mediocres. No soy yo persona que se precipite ni
cuando las palabras vienen de un amigo, dichas un poco fríamente, ni
cuando son propuestas con malévola intención. Más bien he preferido
exponerme honestamente que venderme en el mercado. Adiós
----------------------------------------------------------------------------------------
AÑO 1699
257
ya antiguo, para explicar la acción de la materia gravífica, a fin de que, si
se le ofrece la ocasión, pueda sustituir por él la explicación vulgar. Espero
que de Volder terminará por ponerse de nuestra parte, una vez haya
tenido tiempo de meditarlo todo detenidamente; si así ocurre, pienso que
no será un beneficio pequeño, sobre todo si tan feliz suceso te estimula a
ti mismo a publicar completos tus pensamientos, de los que
desgraciadamente has dado aún a conocer sólo algunos, y se eliminan de
una vez todos los prejuicios del vulgo y las censuras de los ignorantes.
Desearía que tomaras en consideración que, en los comienzos, no hay que
buscar el aplauso de la turba, sino el voto de los jueces ecuánimes,
aunque sean pocos. Por eso, vuelvo gustosamente a repetirte lo que hace
poco te sugerí y rogué, por si, al fin, puedo conmoverte; pero no sé qué
cosa te ha inducido a interpretar mis palabras como si hubiera dicho
frívolamente lo que en mí ha brotado de un ardentísimo deseo. Hazlo
como a ti te guste, ya sea mediante escrito propio o mediante la
correspondencia; es igual el camino, con tal de que tu parto vea por fin la
luz.
Respondo ahora brevemente a lo demás de tu carta. Los cartesianos
concederán que en el interior del sílice y demás cuerpos inanimados
pueden contenerse otros animálculos, como los gusanos en el queso; pero,
lo mismo que los gusanos no componen la materia del queso, o sea, lo
que propiamente es el queso puesto que o han sido introducidos desde
fuera o generados de óvulos o semillas, así también negarán que aquellos
animálculos, que quizás se hospedan en el sílice, hagan por ello la materia
del sílice, o sea, lo que propiamente es el sílice.
La proposición: “si en la serie 1/2, 1/4, 1/8, 1/16 etc existen
términos en número infinitos, entonces existe el infinitésimo” (que, según MIII
563
tú, todavía ha de ser probada para demostrar la existencia de una cantidad
infinitamente pequeña), la pruebo fácilmente así: si existen diez términos,
existe el décimo; si existen cien términos, existe el centésimo; si los
términos son mil, existe el milésimo; luego si los términos son en número
infinitos, existe el infinitésimo.
Todavía no veo la razón por la cual lo pasivo aislado o vacío
repugne a la sabiduría de Dios; si me lo demostraras, ya sería suficiente
para probar la imposibilidad del vacío; puesto que lo que no es
compatible con la sabiduría de Dios, pienso yo que tampoco es
compatible con su potencia. Veo, por otra parte, que te inclinas a opinar
que ni los ángeles ni ninguna otra inteligencia (salvo Dios) están
completamente separadas de los cuerpos. Mucho te agradecería que
fueras en esto más explícito y me explicaras, a la vez, con qué cuerpos
quedará unida nuestra alma después de la muerte. A propósito, recuerdo
ahora algo que hace tiempo me escribiste, que tienes una teoría muy
peculiar acerca del comercio del alma con el cuerpo, mediante la cual
dices que todo se explica de manera inteligible. Me habías prometido
explicármela en la primera ocasión que se ofreciera, pero hasta el
258
dices que todo se explica de manera inteligible. Me habías prometido
explicármela en la primera ocasión que se ofreciera, pero hasta el
presente te has olvidado de hacerlo; permíteme, pues, que te recuerde tu
promesa.
Si las entelequias no empiezan a existir ni dejan de hacerlo de
forma natural, es que empezaron a existir en la creación universal. Dices
tú que la destrucción del cuerpo orgánico no es sino la involución de los
órganos; yo diría más bien que es la disolución de los órganos.
-----------------------------------------------------------------------------------------
MIII
Ante todo te felicito por el recién nacimiento de tu hijita e invoco 564
para ti, para ella y para toda tu queridísima familia, todas las alegrías, al
mismo tiempo que reitero mis más solemnes votos y te doy las gracias
por tu carta. Ha sido para mí una satisfacción que hayas añadido a mi
carta al Sr. de Volder lo que has creído oportuno. Lo que has hecho no ha
sido tanto un permiso mío cuanto más bien un derecho tuyo. Además, lo
que a otros les cuesta conseguir, tú eres capaz de comprender incluso
mejor que yo mismo. Esto suelo compararlo yo con lo que a menudo
descubro en las correcciones de imprenta: que en general corrige uno más
fácilmente las cosas ajenas que las propias, del mismo modo que las
propias limitaciones las advierte mejor cualquier otro que uno mismo,
sobre todo si ha pasado por las mismas dudas y se ha liberado al fin de
ellas.
Te ruego me comuniques lo que respecto a todo esto le has escrito
al Sr. de Volder, a fin de que yo posea todos los datos a tener en cuenta,
pues es de suponer que su respuesta ha de hacer referencia a todo ello.
De acuerdo con el ejemplo que pusiste, ya veo que en el argumento
a priori de la medida de la acción será mejor omitir en adelante aquel
“virtualmente”, pues no hace sino inducir a alguien a dudar si la distinta
razón de medida contenida en cada una de las premisas pueda
conducirnos a una única conclusión. Del mismo modo que basta con
decir: un ducado es doble que un tálero, un tálero es doble que un
259
semitálero, sin necesidad de añadir que un ducado es virtualmente doble
que un tálero y un tálero formalmente doble que un semitálero; basta con
que procedamos así en nuestro caso.
Tu elegantísimo método para determinar el centro de oscilación
partiendo de nuestro principio aportará mucha luz y mucha garantía 317.
El modo como actúa la materia gravífica requiere todavía una
investigación más profunda; ha de valorarse, sin duda, tu aportación al
problema, pero al estudiarla me han surgido muchas dudas, lo que
tampoco es de extrañar en una cuestión como ésta tan difícil y alejada de
los sentidos.
Ya te di las gracias y las reitero ahora por apoyar con tanto ardor
mi reputación pública y por animarme a llevar a cabo todo aquello que
pueda contribuir a propagar y afianzar nuestros pensamientos. Cuando
dije que tus palabras estaban dichas un poco a la ligera, no me refería a
esto, sino a lo que últimamente habías publicado en las Actas 318. Pero ya
te manifesté que no estaba en mi ánimo tomar a mal tus palabras.
Admito que en el queso hay partes en las que no se detecta ningún MIII
gusano; pero, ¿qué impide que en ellas se escondan, a su vez, otros 565
gusanos o plantas más sutiles y otros seres orgánicos de otra naturaleza y
así hasta el infinito, de manera que no haya nada en el queso, que se vea
libre de tales seres? Lo mismo puede decirse del sílice.
Yo no digo que el vacío, el átomo y otras cosas semejantes sean
imposibles, sino sólo que no están en consonancia con la sabiduría divina;
pues, aunque Dios no hubiere de producir nada sino de acuerdo con las
leyes de su sabiduría, sin embargo los objetos de su potencia y de su
sabiduría son distintos y no hay que confundirlos. De entre los infinitos
posibles Dios elige de acuerdo con su sabiduría lo que es más
conveniente. Ahora bien, es manifiesto que el vacío (lo mismo que los
átomos) deja lugares estériles o inútiles en los que, mantenidas todas las
demás condiciones, todavía podría producirse algo. Pero dejar esto así
pugna contra la sabiduría. Mi opinión es, pues, que nada estéril e
incultivado existe en la naturaleza, aunque a nosotros muchas cosas nos
parezcan tales 319.
Las entelequias tienen, sin duda, un mismo origen común con el
resto de las cosas, y no pueden producirse ex novo de forma natural.
Yo admito que algunos órganos de los animales, los más groseros,
se destruyen y disuelven, pero pienso que algunos se conservan siempre,
de manera que el animal permanece (aunque envuelto), dotado de la
misma entelequia anterior; pues las entelequias no emigran de materia en
materia ni existen jamás sin organismos.
Mis pensamientos sobre el comercio o unión de la entelequia con el
cuerpo los encontrarás expuestos en los Diarios de los Eruditos de París y
La Haya del Sr. Basnage. No puedo indicarte ahora los lugares exactos.
Creo que en parte son del año 1696 y, en parte, de 1697 y 1698. Pero
podrás encontrar todas las citas en el Diccionario del Sr. Bayle, donde me
260
menciona, y el índice alfabético de cada tomo (pues son dos) lo contiene
todo. Ahora no tengo a mano el libro, pero sin duda lo tendrás en
Gröningen 320.
Sobre el origen y el estado después de la muerte no me atrevería a
pronunciarme cuando nos referimos al alma humana, pues las almas
racionales o inteligentes, como la nuestra, creadas de manera especial a
imagen de Dios, están gobernadas por leyes muy distintas que aquellas
cosas que carecen de inteligencia. Dios no se relaciona con los espíritus
sólo como el artífice con su obra, sino como el príncipe con sus súbditos.
Pero, como digo, las entelequias, sometidas sólo a las leyes naturales, MIII
creo que nunca se separan por completo de toda materia una vez recibida 566
ésta.
He buscado inútilmente en las imprentas un libro titulado Dudas
del Sr. Bernier sobre la Filosofía , editado hace algunos años en Francia,
y que yo había visto, pero que ahora no puedo encontrar. Me gustaría
volverlo a leer, ya que este hombre fue jefe de los gassendistas, pero poco
antes de morir confesó abiertamente en este librito en qué cosas ni
Gassendi ni Descartes convencían. Quisiera resolver sus dudas y añadir
mis soluciones contenidas en mis Observaciones sobre Descartes, que tú
ya has visto (y cuya edición proyectan ahora unos amigos) 321. Si en algún
sitio pudiera encontrarse el libro, te ruego me ayudes a conseguirlo, al
menos por un tiempo. Adiós, y cuídate
261
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 91
Gröningen, 11 febrero 1699
GM.III 566-572
Te doy las gracias por tus piadosos votos y, por mi parte, invoco MIII
567
también para ti todas las alegrías y la mayor prosperidad.
Todavía no he recibido respuesta del Sr. de Volder; es posible que
esté preparando una concienzuda. Lo que por mi parte añadí a tu carta,
todo te lo he contado ya en mi anterior. Las dudas que en tiempos tuve
yo, y que pensaba pudiéranle ocurrir también a de Volder, así como tus
aclaraciones, extraídas todas simplemente de nuestro comercio epistolar,
he querido transmitírselas a él en parte por no cargarme con un nuevo
trabajo y, también, a fin de que conociera el proceso y el modo como he
llegado yo a ponerme de tu parte, no fuera a pensar que lo he hecho
simplemente por complacerte. En cuanto a tu argumento a priori para
medir la acción, no he omitido los adverbios “virtualiter” y “formaliter”
porque entonces no me constaba tu voluntad de omitirlos en adelante;
pero si esto le crea a de Volder alguna dificultad, tú mismo podrás
responderle como lo hiciste conmigo. Aunque mi método de explicación
de la acción gravífica no sea cierto ni pueda nunca demostrarse tal, puede
sin embargo valer como hipótesis, como algo posible, para cerrar la boca
a Papin y sus secuaces, que todavía se aferran pertinazmente a la noción
vulgar de gravedad para atacar la verdadera medida de las fuerzas.
Yo no niego que en aquellas partes del queso, en las que no se
detectan gusanos, puedan existir sin embargo otros gusanos o plantas más
sutiles. Lo que pregunto es si estos gusanos, sobre todo los visibles,
forman la substancia o esencia del queso, esto es, si son aquello sin lo que
el queso no sería queso. O si sólo son de una substancia extraña no
perteneciente al queso, tal como muchos piensan que se generan desde las
semillas de moscas, mosquitos y otros insectos transportados al queso.
Si el vacío, el átomo y cosas semejantes no son acordes con la
sabiduría divina, yo creo que por ello mismo son imposibles. Lo que
repugna a la sabiduría divina repugna también a su potencia, pues los
atributos de Dios son el Dios mismo. De lo contrario, si Dios pudiera
hacer cosas insensata o imprudentemente, Dios no sería perfecto, pues se
haría a sí mismo imperfecto; por lo tanto, la potencia y la sabiduría
divinas sólo se diferencian por la razón, por nuestro modo diverso de
concebirlas, en ningún modo en Dios mismo. Dios no elige entre los
infinitos posibles, sino que elige desde la eternidad; esto es, eligió todos
los posibles, previó, decretó y ordenó: y lo que no decretó es incluso para
Dios imposible, pues imposible es para él revocar sus decretos; de lo
contrario, no sería consecuente consigo mismo, sería mudable 322. Pero
262
dejemos a los teólogos decidir sobre estas cuestiones, no vayamos a
resbalar sobre el enmarañado problema de la predestinación, y tampoco
quiero yo iniciar contigo ahora una disputa religiosa. Lo que, en
definitiva, queda por demostrar es que el vacío, lo mismo que los átomos,
aunque dejen lugares estériles, repugnan a la sabiduría divina. Pues MIII
podría uno, por ejemplo, decir que tal esterilidad fue necesaria para 568
producir el movimiento o, en general, para construir el sistema del
mundo. De hecho, antes de ser creado el mundo, nada había excepto Dios
y, por lo tanto, había (si así se puede hablar) como una esterilidad
universal; ahora bien, si esto no repugnaba con la sabiduría divina, no se
ve por qué hayan de repugnar estos pequeños vacíos estériles. Por otra
parte, si se dan lugares vacíos, no por ello han de ser necesariamente
estériles; estéril es lo que es inútil, pero estos vacíos tienen su uso, como
su uso completamente necesario para cumplir su función tienen los poros
en la esponja o los agujeros en la red o en un cedazo. De manera que me
parece difícil demostrar que los vacíos y los átomos repugnan a la
sabiduría divina, y todavía más difícil si tenemos en cuenta que casi
siempre los fines y objetivos de Dios nos son desconocidos. Además, si
nosotros, míseros humanos, quisiéramos decidir lo que conviene y lo que
no conviene a la sabiduría divina a juzgar por lo que a nosotros nos
parecen acciones buenas o malas, prudentes o imprudentes, ¿no
tendríamos que decir igualmente que Dios no debería permitir que se
cometieran pecados? Pues considero que los pecados se sitúan en medio
de las acciones buenas así como los pensamientos humanos perversos en
medio de los buenos, lo mismo que los lugares vacíos en medio de los
cuerpos. Más aún, como el pecado no sólo no produce nada de bien sino
menos que nada, o sea, el mal, puede considerarse más estéril incluso que
el vacío, que, a fin de cuentas, no es más que ausencia de cuerpo. De
todas maneras, yo también creo que no se dan en la naturaleza ni los
vacíos ni los átomos y que nada hay estéril o incultivado; pues siempre he
pensado que, mientras no nos conste lo contrario por la revelación o por
la razón o la experiencia, debemos suponer, como una conjetura, todo
aquello que constituya para nosotros la mejor consolidación y
representación de la gloria, el poder y la majestad de Dios. Así, yo
prefiero creer más en un universo infinito que en uno finito, más en lo
lleno que en lo vacío, más en lo organizado que en los átomos, más en la
variedad de grados de infinitos animales que en un número de ellos finito,
etc.
Lo que has expuesto en el Diario de La Haya del Sr. Basnage sobre
el comercio y unión del alma con el cuerpo, no lo he visto; he leído, en
cambio, el Diario de París del año 1696, donde haces referencia a tres
modos de armonía: el primero, es el de la influencia; el segundo, de
asistencia; y el tercero, de preordenación. Tú rechazas el primero y el
segundo; el primero, porque no es concebible cómo puede actuar el alma
sobre el cuerpo o el cuerpo sobre el alma mediante especies o cualidades
263
inmateriales; el segundo, porque sería acudir a Dios ex machina, ya que
debería éste intervenir en cada momento en operaciones que son
completamente naturales y ordinarias; y te decides por el tercero como el
más elegante y el más digno de Dios, pues basta con que Dios haya MIII
formado ambas substancias, alma y cuerpo, con tanta perfección y 569
exactitud que conspiren una con la otra observando simplemente cada una
sus propias leyes, lo mismo que dos relojes perfectamente exactos
concuerdan siempre entre sí, sin ulteriores intervenciones del relojero.
Pero esta doctrina no me parece a mí del todo nueva: he oído que nuestro
Sr. Braun 323 la ha explicado bastantes veces casi en los mismos términos
y, si no me equivoco, se contiene en su Sistema Teológico; yo mismo he
pensado siempre casi de la misma manera el problema. He leído el pasaje
del Diccionario del Sr. Bayle, donde se cita todo esto; entre otras
objeciones que él formula, extraigo una de gran importancia, cuando
objeta que la mente, como un ente simple, no puede tener por sí misma
tantas modificaciones distintas, a menos que las reciba sucesivamente
desde otro ente más poderoso; más bien, al contrario, deberá permanecer
en el mismo estado y pensar continuamente acerca de una y la misma
cosa, mientras no sea distraída de dicho estado por la acción de otro ente
externo, de manera parecida a como un cuerpo nunca se aparta por sí
mismo de su movimiento rectilíneo. La mente no conoce de antemano sus
futuros pensamientos, lo que sin duda debería ocurrir si los tuviera por sí
misma y no inmediatamente producidos por Dios a través de las causas
ocasionales 324.
Me parece entender bien tu opinión acerca del origen de las
entelequias. Dices que con la muerte de los animales sólo se destruyen y
disuelven los órganos más groseros, pero que permanecen los más sutiles,
en los que siempre opera la misma entelequia, de manera que permanece
numéricamente el mismo animal, porque, como tú dices, no emigran las
entelequias de materia en materia. Pues bien, partiendo de aquí formulo
yo la siguiente teoría: en la creación del universo asignó Dios a cada
entelequia un determinado corpúsculo orgánico o mínima partícula de
materia, a la que aquélla informa y anima perpetuamente, a la que nunca
abandona y a la que es tan esencial que nunca puede separarse totalmente
de ella; ahora bien, este corpúsculo del animálculo (al que llamaré
“semillas” del cuerpo animal que luego se ha de generar) 325 se desarrolla
y despliega por generación y nutrición, recibiendo materiales nuevos
exteriores que se introducen insensiblemente a través de los poros; poco a
poco va creciendo hasta transformarse de un animálculo invisible en uno
visible. Podemos pensar que este desarrollo se verifica de forma que
aquellas primeras y esenciales semillas, aunque minúsculas, se difundan
homogéneamente para formar, incluso, el cuerpo del más grande animal,
de manera parecida a como un minúsculo grano de sal disuelto en una
cantidad grande de agua se mezcla uniformemente con ella hasta el punto
que no hay ninguna gota de agua que no participe, en razón de su masa,
264
del grano de sal. Así, cuando el cuerpo del animal deja de crecer y
comienza a disminuir poco a poco en la medida en que las partes MIII
570
incorporadas desaparecen de nuevo o en algún modo se destruyen, es
evidente que las semillas, que se habían difundido en un espacio grande,
de nuevo se contraen y ocupan un espacio menor hasta que, agotadas
todas las partes foráneas, son reducidas a su primitiva pequeñez, al modo
como el gránulo de sal diluido en el agua, cuando ésta se seca, se cuece,
evapora o filtra, va lentamente de nuevo concentrándose hasta
condensarse por fin en su primitiva minúscula masa. Si no me equivoco,
todo esto se desprende de tu hipótesis, bellamente sin duda, si no le
amenazara ninguna dificultad. Porque, según esta idea, la muerte no sería
sino la sucesiva destrucción de las partes más groseras del cuerpo; pero
ésta se produce de repente, si no en un instante (pues dices en el texto de
Bayle que no puede observarse el momento de la muerte), al menos en un
proceso tan pequeño que el tiempo de la destrucción no puede compararse
prácticamente con el tiempo de la generación y de la nutrición; pero,
entonces, aquí la naturaleza debe operar como por salto. Ya me
explicarás, pues, cómo puede salvarse la ley de la continuidad cuando,
tras una duradera evolución, el animal se envuelve en su primitiva
pequeñez como en un cerrar de ojos; me dirás también por qué no ha
querido la naturaleza emplear para la involución tanto tiempo como para
la evolución. Además, si antes de su muerte se le amputa al animal una
pierna o cualquier otro miembro, algo de la semilla se le quitará al
amputarlo, de manera que, después de la reducción del animal a su estado
mínimo, lo que de las semillas fue separado habrá de volver o no volver
al animálculo; si lo primero, desearía me explicaras cómo se podría hacer
para que aquello que hubiere sido transportado, por ejemplo, a América,
pudiera volver a Europa y ser reintegrado al animálculo; si lo segundo,
entonces aquello que por la amputación del miembro se hubiere quitado a
las semillas no sería esencial ni necesario, contra la hipótesis. Insisto en
que todo esto se funda en tu afirmación de que la entelequia no emigra de
materia en materia. Así, por ejemplo, un caballo sería reducido tras la
muerte a aquel animálculo y con aquel mismo corpúsculo y la misma
entelequia que antes de la generación latía en la semilla equina, y que
sólo con la ayuda del microscopio podría haberse visto. Con todo esto se
me ocurre una cosa graciosa, y es que no sería imposible que un mismo
animal pudiera generarse y morir dos, tres o más veces; porque, si con la
muerte del animal lo único que ocurre es su reducción a su primitivo
estado, ¿qué impedimento hay para que de nuevo se desarrolle mediante
el incremento de nueva materia? ¿Quién sabe si el Bucéfalo de los MIII
tiempos de Alejandro Magno no habrá aparecido un montón de veces 571
bajo la forma visible de otros caballos? Para lo cual, habrá bastado con
que cualquier caballo haya absorbido en su pienso o bebida al Bucéfalo
imperceptible y lo haya mezclado con los animálculos de su propia
semilla. Advertirás que nada digo acerca del hombre, pues tú mismo
265
excluyes al alma humana; quisiera, sin embargo, que me dijeras también
qué sabes de cierto sobre el estado de esta alma tras la muerte, pues, a lo
que parece, también crees que no estará sin cuerpo, como tampoco los
ángeles ni los demonios.
He preguntado por el libro del Sr. Bernier, pero aún no lo he
encontrado.
A mí me parece clarísimo: si se dan términos infinitos, se dará
también el término infinitésimo (no digo el último) y los que le siguen.
Me sorprende que no quieras admitir una magnitud infinitamente
pequeña, cuando te ves obligado a admitir el número infinito, que
recuerdo en otra ocasión negaste. Adiós y cuídate.
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 92
Gröningen, 14 febrero 1699
GM.III 573
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266
LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 93
21 febrero 1699
GM.III 574-576
267
respondí al Sr. Bayle; y el Sr. Basnage, en carta que me escribió, si no
recuerdo mal, en el otoño del pasado año, me prometió publicar mi
respuesta en el número del último trimestre pasado. Y si no lo ha hecho, MIII
575
sospecho que será porque su último trimestre aún no ha salido, sobre lo
cual te ruego le preguntes 328. Te envío también, para que lo analices, lo
que he preparado para el Diario de París a propósito de un autor que
pensaba que el comercio del alma con el cuerpo es algo sobrenatural,
opinión ésta que seguramente tendrán que defender todos los cartesianos
que no admiten mi hipótesis de la preformación. Te ruego que, una vez
leído, me devuelvas este ensayo, a fin de poder enviarlo a París 329.
En tu interpretación de mi teoría sobre la materia substrato de las
entelequias, hay algunas cosas que yo no me atrevería a asegurar. En todo
esto, a mí no me gusta acudir a hipótesis cuando tenemos algo cierto;
basta, en todo caso, con atenernos al planteamiento general del problema.
A tus objeciones respondería así. Cuando digo que no puede definirse el
momento de la muerte, añado que en sentido metafísico ese momento es
nulo; tampoco veo en qué se viola la ley de la continuidad por el hecho de
que aquí se produzca una gran mutación en un tiempo muy breve, cosa
que ocurre con frecuencia según el orden de la naturaleza, sobre todo en
las muertes. Es normal que las máquinas compuestas se formen
lentamente y se estropeen con facilidad. Pero la sabiduría del Autor hace
que en el conjunto les ocurra a las cosas siempre lo óptimo. Que un
mismo animal se nos muestre varias veces en este Teatro es posible: pero
también pienso que es posible lo contrario. De manera que aquí la razón
no puede definir gran cosa. Todo esto requiere una investigación más
profunda 330.
No respondes al argumento que yo alegué, según el cual, si se dan
términos infinitos, no se sigue que se dé el infinitésimo, porque es lícito
concebir una serie de infinitos términos compuesta de términos
meramente finitos u ordinarios en una progresión geométrica decreciente.
Yo admito una multitud infinita, pero tal multitud no hace un número o
una totalidad; no es más que el hecho de que hay más términos que los
que numéricamente puedan asignarse, exactamente como ocurre que se
da la multitud o compuesto de todos los números sin que tal multitud sea
un número o una totalidad.
21 febrero 1699
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 94 331
Gröningen, 4 marzo 1699
268
GM.III 579-581
MIII
Para no cargar demasiado el paquete con tantas páginas, me veo
579
obligado esta vez a ser bastante breve. He aquí la respuesta de de Volder,
que he recibido hace diez días 332. Sus preocupaciones parece que se
centran ante todo en que se demuestren tus axiomas: que no se da ninguna
transición por saltos; que la elasticidad es esencial a los cuerpos; que toda
substancia es necesariamente activa por naturaleza; que la inercia de la
materia es algo distinto de la extensión; que, además de la extensión, se
requiere la fuerza, la cual es a modo de alma y que tal fuerza puede
concebirse sin una causa o fundamento de sí misma. Los términos
“virtualiter” y “formaliter” también a él le han confundido, como tú
habías previsto. No parece haber entendido bien la importancia del
argumento que demuestra que las fuerzas del cuerpo que asciende a una
misma altura, sea de forma continua o por veces, son las mismas. Así que,
si te parece, tendrás que responderle a todo esto.
A la tuya, que acabo de recibir hace un par de días 333, respondo
sumamente agradecido de que no te haya importado recomendar a mi
hermano; me esforzaré en corresponder a este favor en cuanto se presente
la ocasión.
Ciertamente, nosotros no siempre podemos determinar qué es lo
posible y lo imposible; pero yo tiendo a creer que lo que no conviene a la
prudencia de Dios tampoco conviene a su potencia, por la razón que
alegué en mi carta anterior; y la distinción entre necesidad hipotética y
absoluta no tiene ninguna realidad en Dios y sólo se da en nuestra razón.
No niego que nosotros conozcamos muchas cosas que son acordes con la
sabiduría y la justicia divinas, pero no lo conocemos todo. Parece que
opinas lo mismo que yo, aunque con otras palabras, cuando dices que el
mal, unido con frecuencia al bien, incrementa la realidad de éste y es útil,
lo mismo que las sombras en la pintura o las disonancias en la música; de
aquí trataba yo de concluir que quizás Dios diseminó los vacíos entre lo
lleno y los átomos entre lo orgánico por la misma razón por la que el
pintor mezcla las sombras con la pintura o el músico las disonancias con
la armonía. Pero cuando dices que los males son, en definitiva, permitidos
pues de ellos nace un mayor bien, habrás de cuidar de no infringir el
dicho vulgar “no se debe hacer el mal para obtener el bien” 334.
A lo restante de tu carta, sobre todo aquello que expones en tu MIII
ensayo sobre la unión del alma y el cuerpo, te responderé en otra ocasión 580
con más calma; puedo, sin embargo, adelantarte que la mayor parte de él
me ha gustado mucho; hay sólo un par de cosas que me han producido
una cierta inquietud, como cuando dices que existe alguna semejanza
entre las sensaciones y los vestigios de los objetos, pues no explicas en
qué consiste esa semejanza 335. Si por semejanza entiendes la idea misma
o representación mediante la que el objeto se presenta a la mente como en
pintura, seguro que los cartesianos no te la rechazan. También yo he
269
pensado siempre, lo mismo que tú, que todas nuestras percepciones
futuras se producen en secuencia natural desde las presentes; esto es, de la
combinación sucesiva de varias ideas nacen otras varias, de manera
parecida a como del movimiento presente de los cuerpos y de su múltiple
concurso se producen según un orden natural todos los fenómenos
futuros, con lo que no es necesario acudir a Dios como ex machina para
que inmediatamente y en cada momento ponga en la mente las ideas o
percepciones nuevas. Sin embargo, difícilmente se entiende cómo puede
ser que de percepciones presentes se produzcan súbitamente las
contrarias; por ejemplo, cuando uno padece una sensación de mucho frío
y al momento esta percepción se transforma en una percepción de
intensísimo calor, o quien ahora exulta de inmensa alegría y al instante se
hunde en la más honda tristeza. No parece que semejantes percepciones
se transmuten a sí mismas como por salto, a menos que algo extrínseco
las determine de nuevo en cada momento 336. La diferencia que estableces
entre las percepciones distintas y las confusas me satisface
extraordinariamente, o sea, que la percepciones distintas sean únicas y
autónomas de manera que cada una pueda excitar su individual atención,
mientras que las confusas sean como un conglomerado de infinitas
percepciones distintas que, debido a su multitud y sutileza, no pueden
cada una por separado excitar la debida atención; pero, que compares las
confusas con las máquinas de la naturaleza y las distintas con las
máquinas del arte, hasta ese extremo ya no vale igualmente la
comparación, pues se seguiría que, siendo las ideas distintas más
perfectas que las confusas, también las máquinas del arte serían más
perfectas que las máquinas de la naturaleza, cosa que nadie concedería
fácilmente. Quizás podrías decir mejor que difieren lo mismo que se
diferencian la línea curva y la recta, de manera que, como la curva se
compone de infinitas mínimas rectas, así la idea confusa se compone de
infinitas distintas. Ilustra muy bien esta cuestión el símil de la blancura en
la espuma o el del espejo esférico.
-----------------------------------------------------------------------------------------
270
GM.III 576-578 337
MIII
He aquí lo que le responderé al Sr. de Volder, aunque no con la
576
amplitud que tú desearías; pero si ves que falta algo, tú mismo lo suplirás
en la tuya. No dudo de que podrás hacerlo de manera excelente, pues no
le es fácil a uno prever lo que a otros les puede inquietar. También me he
permitido dejarte a ti la carga de satisfacerle en cuanto al argumento del
ascenso equivalente tanto que sea continuo como en varias veces, pues no
recuerdo bien lo que entre tú y yo discutimos hace tiempo sobre este
problema y, entre tantos papeles revueltos, no tengo a mano las cartas 338.
En torno a la potencia de Dios, repito lo que ya dije: Dios lo puede
todo, pero no elige sino lo óptimo, y no veo qué pueda objetarse a esta
afirmación. La distinción entre la necesidad hipotética y la absoluta vale,
en mi opinión, igual para Dios que para las criaturas, y sigo sin ver qué
pueda oponerse a esto. Los vacíos y los átomos a mí no me parecen
sombras sino defectos, y además inexcusables, puesto que en nada
contribuyen ya que, eliminados por completo, todo lo demás puede
verificarse lo mismo que si estuvieran. El dicho aquél vulgar, según el MIII
cual no debe hacerse el mal para obtener un bien es falso si se toma con 577
excesiva generalidad. Hay veces en que es conveniente hacer o padecer
algunos males o perjuicios, a fin de obtener un bien mayor o evitar un
mal.
La única semejanza que yo entiendo entre la sensación y el objeto
lo es sólo de representación. Pero los cartesianos andan diciendo una y
otra vez que ellos no la admiten, y así lo dice expresamente el autor al
que respondo 339, quien, a fin de explicar las cualidades sensibles de los
cuerpos, opina que forma parte del arbitrio divino qué sensación quiere
Dios atribuir al alma. Por tu parte, la dificultad que a ti te parece que
queda por superar se refiere a las transformaciones repentinas, por
ejemplo, el paso del calor al frío. Conviene, sin embargo, tener en cuenta
que, si nosotros entendiéramos perfectamente el cuerpo, seríamos capaces
de prever en él dichas transformaciones y, por lo tanto, igualmente las del
alma, que es representativa del cuerpo. De manera que no hay ninguna
mutación por salto más que ante nuestra apariencia, puesto que no se nos
ha dado comprender las transformaciones insensibles interpuestas.
Yo he comparado no sin fundamento las percepciones confusas
con las máquinas de la naturaleza, que son cosa diferente que las
máquinas del arte. Esto lo he tratado en mi primer ensayo sobre estas
materias, publicado en el Diario Francés; esto es tan verdadero como que
las máquinas del arte pueden ser conocidas mediante percepciones
distintas, mientras que las máquinas de la naturaleza sólo mediante
confusas, porque toda máquina de la naturaleza envuelve infinitos
órganos 340.
La comparación de las percepciones distintas y confusas con la
recta y la curva no está nada mal, porque ésta contiene infinitas flexiones.
271
Pero el término de la comparación reside en que la curva tiene, en efecto,
infinitas flexiones, pero todas ellas sometidas a una única ley finita
distintamente inteligible, lo cual no puede ocurrir en las máquinas de la
naturaleza 341.
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 3
Leiden, 18 febrero 1699
GP.II 163-168
P II
163
272
equilibrio no se ejerce más que respecto de las fuerzas
muertas”, o más bien por la demostración de su axioma “ninguna
transición se verifica por salto”, pues veo que de éste se sigue
aquélla), reconozco que queda resuelta. En efecto, respecto de
la balanza, la cosa es manifiesta, puesto que se trata en ella del
primer inicio del movimiento; en cuanto a los cuerpos que ya
contienen el ímpetu, aunque la cosa no se vea tan clara, como
Vd dice, a mí me basta con afirmar que, conservándose en los
cuerpos blandos el cambio de figura y restituyéndose ésta en
los elásticos, el axioma muestra con evidencia que el contacto
no se verifica en un único instante, sino que necesita un
intervalo de tiempo, aunque sea mínimo; pero, así como
reconozco que su respuesta a mi objeción es suficiente, sin
embargo, al haber asumido Vd sin demostración que todo esto
concuerda con el resto de sus afirmaciones, así también espero
no negará Vd que la ciencia completa de toda esta materia
depende de la demostración de su axioma.
El axioma de Descartes es, sin duda, verdadero, si
suponemos que el cuerpo L (en su fig. 157) requiere tanta
fuerza para moverse por LM como para hacerlo por MN, NP,
P II
PQ, iguales a LM. Pero esto es justamente lo que hay que 164
demostrar. Si el cuerpo L ascendiera desde L con un grado de
velocidad hasta M, después en M, recibido otro grado de
velocidad, ascendiera hasta N, y así sucesivamente hacia P y Q,
entonces, sin duda, todas esas fuerzas con las que ascendería
por LQ, tomadas en conjunto, serían iguales a las fuerzas del
cuerpo A,C,E,G que asciende por AB, que es igual a LM. Pero si
el cuerpo L tuviera 2 grados de velocidad con los que
ascendiera por LQ, entonces aquél que midiera las fuerzas por
la velocidad defendería que el tal cuerpo encontraría por parte
de la materia gravífica tanta resistencia y, en consecuencia,
perdería tanta fuerza, al pasar por el espacio LP, triple de PQ,
cuanta después al pasar por PQ; y afirmará que esto se sigue
de la igualdad del tiempo que ha empleado para recorrer esos
espacios.
Añade Vd después otro argumento extraído de la
composición del movimiento, contra el que, reconozco, nada
273
tengo que objetar, sino sólo una cosa: que este argumento está
basado no en la naturaleza general de los cuerpos, sino en la
peculiar naturaleza de los cuerpos perfectamente elásticos, en
los que aquélla que Vd llama conservación de las fuerzas no se
debe tanto a la naturaleza de los cuerpos cuanto a la del
elastro. Yo recuerdo que hace muchos años, estudiando las
leyes del movimiento de Huygens, que sin demostración había él
publicado en los Diarios, deduje yo sus mismas leyes en los
cuerpos elásticos basándome en una doble hipótesis. La primera
era ésta: las cantidades de movimiento de dos cuerpos (a las
que yo entonces llamaba fuerzas) que se movieran en
direcciones contrarias, se destruirían mutuamente (lo que yo
consideraba perfectamente claro por la igualdad de fuerzas
contrarias); pero, en el caso de que se movieran hacia el mismo
lado, la cantidad se conservaría y se distribuiría entre ambos
cuerpos en razón de sus magnitudes. De esta hipótesis extraía
yo las leyes del movimiento en los cuerpos blandos. La otra
hipótesis era que, como la fuerza de choque entre cuerpos
iguales es la misma, cualquiera que sea la razón de sus
velocidades con tal de que la distancia media se supere en un
mismo tiempo, la fuerza del elastro debería medirse por esta
velocidad media, y su restablecimiento sería inverso a la
magnitud de los cuerpos. Puesto esto así, razonaba yo de la
siguiente manera. Sea el cuerpo a con velocidad c y el cuerpo b
con velocidad f, que chocan entre sí, ya vengan en direcciones
contrarias como en la misma dirección. Si los cuerpos no fueran
elásticos, proseguirían ambos después de su encuentro con la
ac m bf
velocidad desde A hacia B, pues
a+b
supongo que, en el caso de la determinación en direcciones
contrarias, ac es mayor que bf. Si
son elásticos, la fuerza del P II
elastro será c ± f , y la velocidad 165
deberá distribuirse entre ambos
cuerpos en razón inversa de su
magnitud. De manera que, si a + b
es a c ± f como
274
b será a la velocidad que el elastro proporciona al cuerpo a y
como a será a la velocidad que el elastro proporciona al cuerpo
b , entonces A tendrá por el choque en la dirección desde A
ac m bf
hacia B la velocidad , y del elastro recibirá desde B hacia
a+b
bc ± bf
A la velocidad . En consecuencia, la diferencia entre
a+b
ac m 2bf − bc
ambas será la velocidad de A ∝ , y en la dirección
a+b
desde A hacia B, si esta cantidad es positiva, y desde B hacia
A, si es negativa. Igualmente, B tendrá por el choque en la
ac m bf
dirección desde A hacia B la velocidad , y desde el
a+b
ac ± af
elastro recibirá también desde A hacia B la velocidad ∝ ,
a+b
2ac m bf ± af
y cuya suma será la velocidad de B ∝ , con la que
a+b
continuará desde A hacia B. Al descubrir yo entonces que de
esta conclusión se seguían las reglas del movimiento de
Huygens, no dudé de que mis hipótesis concordaban con las
suyas; pero comprendí que en esto yo estaba equivocado,
cuando tras la muerte del ilustre hombre pude ver su libro
sobre el movimiento. En él, y sin hacer mención alguna del
elasma, todo lo deduce de la hipótesis de que, si dos cuerpos
duros, iguales y moviéndose de forma uniforme, chocan el uno
contra el otro, retroceden cada uno por su parte conservando
igual velocidad. Lo que descubrí fue que no era sorprendente
que de esta hipótesis se dedujeran las leyes de los cuerpos
elásticos, puesto que ella misma no sería verdadera si no
implicara tácitamente la naturaleza misma del elastro.
De estos análisis se sigue, y esto tiene gran importancia
para nuestro debate, que en el choque de cuerpos
perfectamente elásticos permanece siempre el mismo producto
de los cuerpos por el cuadrado de las velocidades. En efecto, si
ac m 2bf − bc
el cuadrado lo multiplicamos por a , y el cuadrado
a+b
2ac m bf ± af
lo multiplicamos por b , la suma de estos productos
a+b
será acc + bff . Que las fuerzas de los cuerpos elásticos hayan de
estimarse según esta medida se confirma por el hecho de que,
275
si tales cuerpos a y b chocan de nuevo entre sí con las
velocidades adquiridas después del primer choque, el cuerpo A
tendrá después de este segundo choque la velocidad c , el B la
velocidad f y, por lo tanto, aquí la causa equivale al efecto
exactamente, puesto que uno se sigue enteramente del otro, y
viceversa 343.
Sin embargo, aunque esto se verifica en los cuerpos
perfectamente elásticos, lo que no acabo de ver es cómo aplica
Vd esta medida de las fuerzas a todos los cuerpos, y menos aún
si tenemos en cuenta que estas fuerzas se producen en los
elásticos por una cierta pérdida de fuerza en los no-elásticos, P II
al menos en mi hipótesis. Cuando se trata de las fuerzas de los 166
cuerpos, no hemos de fijarnos en lo que se deduce de alguna
propiedad peculiar, sino en lo que fluye de la naturaleza general
de todos los cuerpos y que es intrínseco por igual a todos ellos
en cualquier circunstancia en que se encuentren. Así que,
excelente Señor, si desea Vd que sin ningún reparo aceptemos
lo que dice, habrá de descenderse, me parece, hasta la noción
de la substancia y demostrar que es por su propia naturaleza
necesariamente activa o, al menos, que la naturaleza de la
substancia corpórea es con certeza tal que necesariamente
conserve siempre sus fuerzas. Y esto, a menos que se
demuestre a priori, no será fácil, para mí ni posible, concebir
que la existencia del cuerpo matemático es completamente
contradictoria 344.
Sobre lo que dice Vd acerca de la inercia de la materia,
no comprendo qué es lo que ella denote distinto de la
extensión. Todo objeto tiene por su propia naturaleza la fuerza
de permanecer en su estado, fuerza que no difiere de la
naturaleza del objeto, de manera que en el ejemplo que Vd
pone la inercia misma es propia de la extensión.
En cuanto a la naturaleza de las substancias y el
comercio entre ellas y en lo referente a sus fuerzas, he leído
lo que Vd ha escrito en los Diarios Franceses, en las Actas de
Leipzig, así como en la Histoire des ouvrages des savans, pero
lo veo casi todo tratado con tanta brevedad y concisión que no
me atrevería a asegurar si he entendido lo que Vd quiere. Me
276
parece que le niega Vd a la extensión el carácter de substancia,
cuando en realidad, si algo es concebido por sí mismo, es
precisamente la extensión, es decir, se concibe de tal manera
que bajo ese concepto se representa algo uno. Dice Vd que en
la sola extensión no existe una unidad real, sino sólo un
agregado de muchas partes. A mí, en cambio, me cuesta más
trabajo concebir partes realmente distintas en la extensión
que concebir en ella la unidad. Porque si, como Vd concede, no
hay vacío, entonces una parte, que uno se imagine, no podrá
concebirse sin otra; de donde parece concluirse que no puede
haber entre ellas diferencia real alguna y que la diferencia de
partes ha de ser imaginaria y no consistir en la variedad de la
substancia sino de los modos. Añade Vd que, además de la
extensión, se requiere una cierta fuerza (force), que es a modo
de alma y que, según Vd, no cae bajo el ámbito de la imaginación
sino sólo de la inteligencia 345. De mí le diré que ni siquiera me
entra en la inteligencia, mientras no conozca la causa o
fundamento de esas fuerzas. Cuando yo hablo de fuerzas pero
no comprendo la causa de las fuerzas, no hablo más que del
efecto, de manera que sólo percibiría las fuerzas mismas
cuando conociera lo que son, de dónde fluyen y por qué razón
producen necesariamente su efecto. Pero no quisiera
embarcarme en discutir más estas cosas, pues tengo muchas
dudas de si he comprendido bien su pensamiento, no vayamos a
malograr con objeciones nuestro objetivo y fatigarnos uno al
otro. Sólo hay una cosa que no puedo silenciar, y es que me ha
interesado mucho ese que Vd llama comercio o armonía entre la
mente y el cuerpo, del que me he formado un concepto, que con P II
un ejemplo trataré de explicarle; si correctamente o no, Vd 167
juzgará 346.
Supongamos una máquina compuesta de muchas partes,
que realiza con sus fuerzas sus propias operaciones.
Supongamos también una mente que contenga una idea
adecuada de esta máquina y de todas sus partes. Esta
representará con toda exactitud la máquina y nada se
representará en ella que no esté en la máquina, y toda mutación
que acontezca entre las partes de la máquina tendrá su
277
representación necesariamente deducida de la idea, y, a la
inversa, todo lo que se siga de la idea necesariamente
acontecerá en la máquina, pero de tal manera que lo que ocurre
en la máquina se produzca por la naturaleza de la máquina, y lo
que en la idea, por la naturaleza de la idea, que es
representación de la máquina. Porque, si algo aconteciera en la
máquina que no se siguiera de la idea de la máquina, o, al revés,
se siguiera de la idea algo que no aconteciera en la máquina, la
conclusión sería que esta idea no sería idea de esta máquina, lo
que va contra la hipótesis. Imaginemos ahora que se da una
mente que tenga idea de una de las partes de esta máquina;
esta idea tendrá respecto de la idea adecuada de toda la
máquina la misma relación que tiene esa parte con toda la
máquina. Pero, así como de aquella idea adecuada de la máquina
se sigue con toda claridad todo lo que acontece en toda la
máquina, así también de esta idea de la parte se seguirá todo lo
que acontezca con las solas fuerzas de esta parte; pero cuando
acontece algo debido a otras partes de la máquina que actúan
sobre esta parte, entonces la mente, que sólo tiene idea de esa
parte, como eso que acontece no se sigue de su idea pero
alguna relación tiene con ella, no podrá percibirlo claramente,
sino confusamente, o sea, lo sentirá; y cuando acontezca en la
máquina algo debido a otras partes que no afectan a esta
parte, como ésta en nada es modificada por ellas, la mente que
tiene idea de esta parte nada de ellas percibirá ni sentirá.
Comprendo bien la importancia de demostrar claramente
estas cosas tan alejadas del alcance vulgar y de los prejuicios
de la mayoría; pero justamente por eso pienso que es a Vd a
quien corresponde hacerlo. Lo que dice sobre censuras no tiene
por qué preocuparle. Créame, excelente Señor, el concepto que
de Vd tienen todos los que cultivan las letras y las ciencias es
tan alto que nada debe Vd temer de parte de hombres
ignorantes o malévolos. Pues, si de ellos algo hubiere de
temerse, el peligro estaría más en proponer novedades
extrañas sin fundamentos en los que apoyarlas, que en aportar
demostraciones deducidas de primeros principios, que todo el
mundo puede reconocer. Ante jueces inteligentes y amantes P II
168
278
sólo de la verdad, aunque sean pocos, toda demostración hará
que los demás no se atrevan a abrir la boca o, si algo maquinan,
se perjudicarán a sí mismos más que a Vd, dañarán su propio
prestigio, si alguno tienen, y aumentarán el de Vd. Así que le
ruego encarecidamente una y otra vez que no prive de sus
meditaciones a los buenos por la torpeza o malevolencia de los
malos. Y quede todo a su criterio y a su decisión; por nuestra
parte, sólo nos queda disfrutar de lo que Vd haga.
--------------------------------------------------
He aquí por fin mi carta de respuesta, que te ruego hagas llegar al MIII
Sr. de Volder y, si lo ves necesario, la completes con otra tuya. 581
Nada nuevo tengo que añadir a mi anterior, sino desearte que estés bien y
que prosigas tus investigaciones.
279
Si los vacíos y los átomos en nada colaboran y, aunque se
eliminaran, todo podría seguir siendo igual, admito que serían defectos
inexcusables; pero es justamente esto lo que se pregunta, si todo lo
demás podría funcionar normalmente sin vacíos ni átomos, o, por el
contrario, tal vez los vacíos tengan una utilidad parecida a la de los
agujeros en la red o los poros en la esponja. Tú dirás que la razón te dicta
que no son propios de la prudencia divina los lugares estériles, y yo, en
cambio, considero que no nos compete a nosotros determinar con el solo
uso de nuestra razón qué es lo que le conviene o no le conviene.
Imagínate que hubiera en Júpiter hombres no pecadores, de una santidad
y vida intachable y libres de maldad, pero que ni por la revelación ni por
la experiencia tuvieran el más mínimo conocimiento de criaturas
pecadoras; imagínate, digo, que quisieran investigar racionalmente si
conviene o no a la prudencia divina permitir pecados en el mundo o crear
hombres proclives al pecado: lo más probable sería que, midiendo la
prudencia divina con la suya propia, llegaran inmediatamente a la
conclusión de que Dios no puede tolerar los pecados ni permitir que se
cometan en el mundo. Tú dices que los males tienen su utilidad entre los
bienes, como las sombras en las pinturas o las disonancias en las
armonías; pero es muy cómodo argumentar “ex post facto”, o sea,
después de aprender de la triste experiencia la verdad de los hechos.
Ahora bien, si en los asuntos morales ocurren muchas cosas que a
nosotros nos parecen repugnar a la prudencia divina, ¿cómo no podría
ocurrir algo parecido en el terreno de las cosas físicas? Así que yo no me
atrevería sin más a afirmar que los vacíos y los átomos no son propios de
la prudencia divina, sobre todo si podemos quizás probarlos de otra
manera; basta con que digamos que los conceptos de plenitud y de
división actual de la materia nos permiten explicarlo todo mejor y más
ajustadamente que bajo el supuesto de los vacíos y de los átomos.
Todavía no veo cómo una máquina de la naturaleza, aunque
envuelva infinitos órganos, no pueda sin embargo ser sometida a una ley
finita, aun cuando ésta ley nos sea desconocida; por ejemplo, un cuerpo
que choca contra otros cuerpos en número infinitos e infinitamente
pequeños, los modifica todos y, sin embargo, la ley de movimiento de
este cuerpo es finita. Admito que toda curva geométrica contiene
infinitas flexiones, que pueden ser expresadas mediante una ley finita;
pero niego que esto pueda decirse de las curvas mecánicas que uno traza
aleatoriamente con la mano sin ninguna ley cierta conocida.
280
----------------------------------------------------------------------------------------
LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 4
Hannover, 24 marzo 1699
GP.II 168-175
281
más se dividen y desmenuzan las cosas, lo cual no ocurre en los
saltos, en los que nuestro análisis se vería al fin abocado a lo
in-inteligible (άρρετα). Pero esto, en mi opinión, se verifica no
sólo en las transiciones de lugar en lugar, sino también de
forma a forma y de estado a estado. Pues la experiencia refuta
todas las mutaciones por salto y no creo yo que pueda
aportarse ninguna razón a priori contra el salto de lugar en
lugar, que no valga también contra el salto de estado en estado
348
.
Me parece que el modo como deduce Vd las reglas del PII
movimiento de dos cuerpos que chocan, extrayéndolas de la 169
destrucción del movimiento por el encuentro y de su
restablecimiento por el elastro, es muy correcto, a condición
de que nos elevemos a un grado más profundo en la
inteligibilidad de su causa, como ya entre nosotros hay
acuerdo, a saber, que ambos fenómenos se producen
sucesivamente en virtud de la ley de equilibrio de las fuerzas
muertas. Muchas veces me ha llamado la atención que nuestro
Huygens confiase obtener estas reglas de algún sitio distinto
que no fuera el elastro, pues, como bien dice Vd, no tuvo más
remedio que suponerlo tácitamente. Tal vez algún día pueda yo
añadir a mi dinámica su libro sobre el movimiento, si les parece
bien a Vds, a quienes él confió por testamento sus escritos;
adornaría así mi obra con un emblema tan excelente, se
descubrirían las conexiones entre los problemas y las
semejanzas en la argumentación, y sería verdaderamente
interesante y hermoso comparar entre sí los diversos procesos.
Cuando los que concurren entre sí son más de dos cuerpos, no
me parece a mí que Huygens alcanzara la verdad; me induce a
pensar así una proposición, que él asume en su libro sobre la
luz, que a mí no me parece verdadera 349. Pero, volviendo a lo
nuestro; que esta medida de las fuerzas pueda aplicarse a
todos los cuerpos, trataré ahora de confirmarlo resolviendo las
dificultades que puedan ofrecerse en contrario. Según mi
hipótesis, a saber, que no existen cuerpos totalmente elásticos
350
, la fuerza es recibida en las partículas intestinas que, a su
vez, son ellas mismas elásticas y, por lo tanto, la fuerza no
282
perece; simplemente es sustraída a nuestros sentidos; y no
negará Vd que todo esto rima bien con el modo de obrar de la
naturaleza y con el orden, esto es, con la experiencia y con la
razón. Sin el elasma no podrían obtenerse ninguno de nuestros
axiomas: ni el de la eliminación de saltos, ni el de la
conservación de las fuerzas tanto absolutas como respectivas,
ni la coherencia entre las leyes de la fuerza muerta y la fuerza
viva, ni la armonía entre la composición de los movimientos y la
cantidad de las fueras. Pues bien, todas estas cosas no se
pueden demostrar sino desde la ley del orden supremo, pues no
son de absoluta necesidad de forma que lo contrario implique
contradicción. El sistema de las cosas podía haber sido
construido de innumerables maneras; pero prevaleció aquél que
se fundaba en una razón más fuerte. La actividad de la
substancia, por el contrario, ésta sí que es de necesidad
metafísica y, si no me equivoco, habría tenido lugar en
cualquier sistema 351.
No creo yo que una substancia pueda consistir en la sola
extensión, puesto que el concepto de extensión es incompleto;
no se concibe la extensión por sí misma, sino que es una noción
resoluble y relativa; se resuelve en pluralidad, continuidad y
coexistencia, esto es, existencia de partes en uno y mismo
tiempo. La pluralidad es inherente también al número, así como
la continuidad lo es también al tiempo y al movimiento; mientras
que la coexistencia sólo se da en lo extenso. Pero de aquí se PII
170
desprende que siempre se supone algo que continúa o se
difunde, como en la leche la blancura; en el oro, el color, la
ductilidad, el peso; en la materia, la resistencia. Pues la
continuidad por sí misma (la extensión no es más que una
continuidad simultánea) no hace la substancia como no la hace
la multiplicidad o el número, en los que es necesario que haya
algo que es numerado, repetido, continuado. Por lo tanto, yo
creo que nuestro pensamiento ha de completarse y definirse
con la noción de τών δυναμικών, más que con la de extensión, y
no hemos de buscar otra noción de potencia o fuerza más que
la de ser un atributo del que se sigue la mutación, cuyo sujeto
es la substancia misma. No veo yo en qué esté todo esto más
283
allá de nuestra inteligencia; una formulación más gráfica, como
una pintura, no es compatible con la naturaleza del problema.
Yo pienso que la unidad de lo extenso sólo se da en abstracto,
esto es, cuando abstraemos nuestra mente alejándola del
movimiento interno de las partes, mediante el que cada parte
de la materia está, a su vez, subdividida en partes actualmente
diversas, sin que con ello pierda cada una su plenitud; pues las
partes de la materia no difieren sólo modalmente entre sí si
están penetradas de almas y entelequias, que siempre
subsisten 352.
En algún lugar de sus cartas he visto que también
Descartes, siguiendo el ejemplo de Kepler, admitió la inercia en
la materia 353. Vd la deduce de la fuerza que cada cosa posee
de permanecer en su estado, y dice que no difiere de la propia
naturaleza de ésta; así, piensa Vd, el solo concepto de
extensión es suficiente para explicar este fenómeno. Sin
embargo, el axioma mismo de la conservación del estado
necesita una modificación, pues, por ejemplo, aquello que se
mueve en línea curva no conserva propiamente la curvilineidad
sino sólo la dirección 354. Pero, en fín, admítase que existe en la
materia la fuerza para conservar su estado; esta fuerza no
puede en modo alguno deducirse de la sola extensión. Yo admito
que todo objeto permanece en su estado mientras no haya una
razón de su mutación, lo cual no deja de ser un principio de
necesidad metafísica; pero una cosa es conservar el estado
hasta que algo lo modifique y, por lo tanto, ser por sí mismo
indiferente a ambos estados, y otra cosa distinta, que contiene
mucho más, es que un objeto no sea indiferente, sino que tenga
una fuerza o como inclinación a retener el estado y, por lo
tanto, resistir a quien lo modifique. Hace años, cuando yo era
adolescente, edité un librito en el que, considerando la materia
como indiferente por sí misma al movimiento y al reposo,
concluía que un cuerpo muy grande en reposo debería ser
movido por cualquiera muy pequeño que le empujara sin que
éste sufriera debilitación alguna, y de aquí extraía yo mis
reglas abstractas del movimiento al margen del sistema 355. Sin
duda, podría uno imaginar un mundo así como posible, en el que
284
la materia en reposo obedeciera a cualquier motor sin ninguna
resistencia; pero tal mundo sería un perfecto caos. Así que, dos
cosas en las que yo siempre me apoyo, los resultados de la
experiencia y la razón del orden, me han hecho después
reconocer que la materia ha sido creada por Dios dotada
internamente de cierta repugnancia al movimiento o, por PII
171
decirlo con una sola palabra, dotada de aquella resistencia por
la que un cuerpo se opone por sí mismo al movimiento, de
manera que, si está en reposo, resiste a todo movimiento, y, si
está en movimiento, a todo movimiento mayor aun en la misma
dirección, rompiendo así la fuerza del que le impele. Ahora
bien, si la materia por sí misma se opone al movimiento en
virtud de esta fuerza general pasiva de resistencia, pero al
mismo tiempo es empujada hacia el movimiento en virtud de la
fuerza especial de acción o entelequia, entonces se seguirá que
la inercia debe resistir continuamente a la entelequia o fuerza
motriz a todo lo largo del movimiento. Por eso mostré en mi
carta anterior que una fuerza acumulada es más fuerte, o sea,
se produce una fuerza doblemente mayor, si dos grados de
velocidad están unidos en una sola libra que si están repartidos
en dos libras, y, por lo tanto, es doble mayor la fuerza de una
libra movida a doble velocidad que la de dos libras movidas a
velocidad simple, puesto que en ambos casos es la misma la
cantidad de velocidad, pero en el caso de una sola libra la
inercia de la materia resiste doblemente menos 356. En cuanto a
la desigualdad de fuerzas entre una sola libra y dos libras
dotadas de velocidad inversa a sus masas, que ya tenemos
demostrada por otros conceptos en nuestra medida de las
fuerzas 357, también se deriva perfectamente desde la
consideración de la inercia: hasta tal extremo armoniza todo.
Resumiendo, la resistencia de la materia contiene dos cosas, la
impenetrabilidad o antitipía y la resistencia o inercia; y en ellas
dos, que se contienen de igual modo a todo lo largo del cuerpo,
o sea, proporcionales a su extensión, es donde yo coloco la
naturaleza de la materia o principio pasivo, al mismo tiempo que
reconozco en la fuerza activa, que se ejerce variadamente a
través de los movimientos, a la entelequia primitiva o lo que he
285
llamado algo análogo al alma, cuya naturaleza consiste en una
cierta ley perpetua de una misma serie de mutaciones, que
libremente verifica. No puede eliminarse este principio activo o
fondo de actividades, puesto que las fuerzas actrices son
accidentales o mudables y los movimientos mismos son
modificaciones de alguna cosa substancial; pero tales fuerzas y
acciones no pueden ser modificaciones de una cosa meramente
pasiva como es la materia. La conclusión es que debe darse un
Activo primero o substancial, que sea modificado por la
presencia de un dispositivo pasivo o materia. Por lo tanto, las
fuerzas secundarias o motrices y sus movimientos deben
atribuirse a la materia secunda o cuerpo completo, que resulta
de lo activo y lo pasivo 358.
Llegamos así al comercio entre el alma o cualquier
entelequia del cuerpo orgánico y la máquina de órganos, y me
satisface que no haya desagradado del todo mi hipótesis a un
hombre como Vd, de tanto talento y juicio. Su excelente
ilustración atribuyendo al alma la idea adecuada de la máquina
corpórea es justamente lo que yo pretendo cuando digo que la
naturaleza del alma es ser representadora del cuerpo. De
manera que lo que se sigue de las leyes del cuerpo es necesario
que el alma se lo represente ordenadamente, unas veces de
forma distinta, otras (cuando está implicada una multiplicidad
de cuerpos) de forma confusa; en el primer caso es entender,
en el segundo, sentir. Sin embargo, espero que convendrá Vd PII
172
conmigo en que una cosa es el alma y otra distinta la idea del
cuerpo: pues el alma permanece la misma, mientras que la idea
del cuerpo es continuamente diversa, una tras otra, en la
medida en que, al cambiar el cuerpo, exhibe siempre de él
modificaciones presentes. La idea de un estado presente del
cuerpo reside siempre en el alma, pero ni es simple ni
puramente pasiva, sino asociada a la tendencia hacia una idea
nueva que nace de la anterior, de forma que el alma es fuente o
fondo de ideas diversas de un mismo cuerpo, que nacen según
una ley establecida. Por lo tanto, si Vd entiende el nombre de
idea adecuada para significar, no aquello que cambia, sino la ley
misma constante que prescribe el cambio, entonces no me
286
opongo, y este es el sentido que yo le doy a la expresión cuando
digo que en el alma reside la idea del cuerpo y todos los
fenómenos que de ello se siguen. En todo caso, quedan aquí
todavía por discutir otras muchas cosas más profundas, que no
omitiré cuando se presente la ocasión; pues, aunque no pueda
fácilmente demostrarlo todo a priori con rigor geométrico ni
formular exhaustivamente mis pensamientos incluso aun cuando
veo las razones, me atrevo sin embargo a prometer que no
podrá presentarse objeción alguna a la que no espere
satisfacer, lo cual, tratándose de temas tan alejados de los
sentidos, no es nada despreciable, sobre todo si tenemos en
cuenta que la pista principal para descubrir la verdad es la
coherencia de los principios entre sí y con los fenómenos. Toda
objeción que tenga alguna consistencia ayuda siempre a
desentrañar la naturaleza de un problema. Así que yo y todos
cuantos somos amantes de la verdad hemos contraído con Vd
una gran deuda: veo que Vd arroja luz sobre mí, hasta el punto
de que yo mismo entiendo mejor lo mío cuando leo lo suyo. Y si
con su ayuda y la del Sr. Bernoulli y la de otros semejantes
(ojalá no fueran tan pocos!) puedo alguna vez llegar a edificar
con demostraciones ciertas lo que hasta el presente intento
defender, no buscaré en otros la luz que a Vds en buena parte
debo. Seguro de sus juicios, temeré menos la opinión de los
demás 359.
Me gustaría poder demostrarlo todo con el mismo rigor
con el que creo haber demostrado que las acciones motrices
realizadas en un mismo intervalo de tiempo por un mismo
cuerpo son como los cuadrados de las velocidades; esta
demostración la he hecho con un argumento que, extraído de
nuestra correspondencia, le comunicó a Vd hace poco el Sr.
Bernoulli, donde yo le previne, y así se lo ha escrito él, ante el
temor de que los términos “formaliter” y “virtualiter” le
confundan a Vd. La demostración concluye igual, eliminados
estos adverbios. No obstante, a fin de que su sentido quede
perfectamente claro, le pondré un ejemplo exactamente igual
al empleado por nosotros. Un ducado es virtualmente doble que
un tálero (pues, supongo, equivale en valor a dos táleros). Un
287
tálero es formalmente el doble de un semitálero (pues contiene
en sí en acto dos semitáleros y, por lo tanto, también en valor
es igual a ellos). Por lo tanto, un ducado es cuatro veces más
que un semitálero. Lo de menos es si uno contiene al otro
formalmente o virtualmente con tal de que lo contenga en valor PII
o potencia, pues la conclusión sigue la peor parte. Lo mismo 173
ocurre en nuestro caso.
288
pues hay algo más detrás de ellas. Llamemos L a la acción de
recorrer dos leguas en dos horas, M a la acción de recorrer una
legua en una hora, y N a la de recorrer una legua en dos horas.
Es manifiesto que entre L y N, en donde la razón de sus
acciones (contenida en la conclusión) es la razón de acciones
equitemporales pero diferentes en su efecto, se interpone
exactamente M y, por ello, la razón de L a N se compone, según
un orden natural, de las razones L a M y M a N. Pues esta
razón L a M (contenida en la premisa primera), que es de
acciones equiveloces pero diferentes en su efecto, o sea,
simplemente la misma razón que la de los efectos, es una razón
simplicísima y ulteriormente irresoluble, puesto que aquí la
medida resolutoria se verifica simplemente por repetición
formal. Pero tampoco entre M y N puede interponerse ninguna PII
otra razón más simple. Por eso, lícitamente pongo como premisa 174
posterior la razón M a N de acciones iguales en efecto y
diferentes en velocidad, o sea, la razón de las velocidades, y
como premisa primera la razón de acciones de igual velocidad, o
sea, la razón de los efectos. Por lo tanto, las acciones
diferentes a la vez por su efecto y por su velocidad están en
razón compuesta de los efectos y de las velocidades, o sea, la
acción de recorrer dos leguas con doble velocidad es cuádruple
que la acción de recorrer una legua con velocidad simple, donde
es manifiesto que estas acciones son equitemporales. Con lo
que tenemos otra enunciación equivalente de la presente
demostración.
Pero de todo esto se sigue una nueva conclusión
admirable: se conserva en el mundo la misma cantidad de acción
motriz o (para que se comprenda rectamente) se produce en el
universo tanta acción en una hora cuanta en cualquier otra; así
hay que entenderlo mediante este enunciado, que es más
correcto que el utilizado habitualmente: se ve así cómo
concuerdan perfectamente la conservación de la acción con la
medida y conservación de las fuerzas. En efecto, este
resultado podía también preverse desde otra consideración, a
saber, que la acción no es más que el ejercicio de las fuerzas a
lo largo del tiempo, o sea, la fuerza multiplicada por el tiempo
289
y, por lo tanto, las acciones estarán en razón compuesta de los
tiempos y de las fuerzas. En consecuencia, las acciones
equitemporales serán como las fuerzas; pero, como hemos
demostrado aquí, las acciones equitemporales son como los
cuadrados de las velocidades; por lo tanto, coincidiendo
perfectamente con lo ya antes demostrado desde otro aspecto,
también las fuerzas serán como los cuadrados de las
velocidades, en hermosísimo acuerdo. Yo siempre he valorado
más esta demostración, pues no utiliza la hipótesis del peso ni
la del elastro ni ninguna otra circunstancia, sino que fluye de
forma transparente de las nociones primeras y abstractas. Y,
además, se descubre la verdadera solución del enigma que a
otros perturbó, de manera que en adelante no debamos
sorprendernos de que no se conserve la misma cantidad de
movimiento. Descartes se propuso, sin duda, un buen objetivo,
pero fracasó en los medios. Vislumbró como entre nieblas que
se conservaba la cantidad de acción y de fuerzas pero, como se
dice vulgarmente, tomando un “quid pro quo”, interpretó lo que
él llama cantidad de movimiento como si fuera la acción motriz
y la medida de las fuerzas. Con ello se produjo el divorcio
inaceptable entre la medida de las fuerzas según grados de
velocidad y la medida de las mismas por los efectos y, como
consecuencia, el absurdo del movimiento perpetuo y del efecto
superior a su causa. Pero, despejadas ahora las tinieblas, todo
esto se desvanece y no se verá ya como una paradoja el que
siempre se produzcan los mismos efectos aun con cantidades
de movimiento distintas, cuando la acción es siempre igual para
tiempos iguales 361. Con relación al argumento del ascenso de un PII
175
peso, ya simultánea o sucesivamente, como no recuerdo ahora
bien lo que el Sr. Bernoulli y yo nos escribimos hace tiempo
sobre este problema, pero sin duda él se lo habrá comunicado a
Vd, ruego que sea este ingeniosísimo varón el que tenga a bien
aclarárselo 362
Adiós, excelente Señor, y cuide Vd en lo posible su
salud, pues al comunicarme que últimamente no era muy buena,
me temí que no permaneciera con nosotros durante muchísimo
tiempo, temor que compartirían todos los que han disfrutado
290
de sus sólidos conocimientos.
----------------------------------------------------------------------
Si Dios puede todo, pero entre todas las cosas sólo quiere algunas, MIII
las óptimas, tendrán que ser distintos también en él el poder y el querer. 583
Los vacíos no pueden tener un uso que no tengan también los fluidos
suficientemente sutiles, pero éstos tienen, además, un uso que los vacíos
no pueden tener 363. Que permitir los pecados sea contra la sabiduría no
puede demostrarse con ningún argumento.
Las curvas que aleatoriamente trazamos con mano libre se
comportan como las máquinas naturales, esto es, no están sometidas a
ninguna ley finita. Y como esto es lo que tú mismo admites de estas
curvas libres, si te paras despacio a reflexionar sobre el problema, verás
que lo mismo has de admitir de las máquinas naturales 364. MIII
584
Si hubiera mentes que, carentes de toda noticia de pecado,
juzgaran que no hay pecado alguno en el universo, probablemente no
razonarían de forma demostrativa, lo contrario de lo que nosotros
hacemos con el vacío. En efecto, los vacíos pueden conocerse
perfectamente pues en su noción no envuelven ninguna otra cosa, lo que
no puede decirse de los pecados, que implican la serie de las cosas. Hay
todavía otros argumentos contra los vacíos y los átomos, pero esto nos
llevaría ahora a una discusión más compleja 365.
291
palabras y sólo de pasada 366. Alguna vez le podremos comunicar lo que
estamos tratando con el Sr. de Volder. Supongo que has recibido mi carta
para éste.
----------------------------------------------------------------------------------------
292
concepto de elasticidad, verdadera obsesión suya, pues sin la
elasticidad no hay forma de explicar las leyes del movimiento,
frente a los cuerpos duros de Huygens, Wallis, Descartes, etc.
Y, no lo olvidemos, la elasticidad es la expresión fenoménica
del mecanismo resistencia/acción, constitutivo metafísico de la
noción de substancia, que se verifica a través de la continuidad.
Le pregunta Bernoulli si conoce a alguien que haya logrado
medir el peso del aire por condensación. Resumiré aquí algunos
párrafos; otros los presentaré textualmente en traducción.
Empieza Bernoulli así):
----------------------------------------------------------------------------------------
He aquí por fin la respuesta del Sr. de Volder. Muchas son sus
objeciones, agudas y sólidas, aunque me parece excesivamente severo y
escrupuloso a la hora de exigirte pruebas de lo que, en mi opinión, no
puede probarse con exactitud, como son, por ejemplo, las consecuencias
que pueden deducirse de la ley del orden, o el principio ese tuyo activo
de la substancia. Así que no veo cómo te lo vas a ganar si sólo le envías
cosas que no son ciertas y demostrables. Personalmente yo había previsto
lo que de Volder te objetaría. En cuanto a lo que tú le escribiste, yo lo
apruebo en su mayor parte, pero no pensé que de todo ello necesitaras
demasiado mi opinión; de lo contrario, te habría respondido sin demora,
aunque era yo el que esperaba carta tuya. Había, de todas maneras, algo
que me dejaba inquieto; pero prefiero no removerlo ahora: mejor que lo
haga de Volder. Así me beneficio por ambas partes, sin que a mí me
cueste gran esfuerzo. Pues, por un lado, disfruto mucho leyendo tus más
293
profundas meditaciones que exhalan una metafísica muy sublime, cosa
que ya le había adelantado yo a de Volder cuando le envié tu última
carta; pero, a la vez, la solidez de de Volder en sus objeciones y su
excelente manera de presentarlas me producen no pequeña admiración.
Será, pues, para mí placentero y provechoso contemplar el éxito de
vuestra iniciada polémica. Pero vayamos a lo nuestro. MIII
Dios sólo puede aquello que decreta y quiere todo lo que decreta; 590
luego quiere todo lo que puede; en consecuencia, no hay en él diferencia
entre el querer y el poder, cualquiera cosa que se diga de la distinción
entre la necesidad absoluta y la hipotética.
Desearía me demostraras geométricamente que los fluidos pueden
tener todo el uso que tienen los vacíos, pero los vacíos no todo el que
tienen los fluidos.
Según lo que dices, concedes que las ideas confusas pueden
compararse no sólo con las máquinas naturales, sino también con las
curvas trazadas aleatoriamente a mano libre. Todos esos otros
argumentos que dices tener contra los vacíos y los átomos, sería para mí
un gran placer conocerlos, si es que te dignas comunicármelos; confieso
que todavía no estoy demostrativamente convencido de la imposibilidad
de su existencia 368.
----------------------------------------------------------------------------------------
294
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 5
Leiden, 13 mayo 1699
GP.II 175-181
295
causas que coincidan en todo aquello que es necesario para
producir tal efecto, en cuyo caso ya no son diversas. Pero si
decimos que es posible que este mismo sistema de las cosas
pudiera haber sido producido de muchas otras maneras, no veo
en tal caso la razón para preferir uno a otro. Así que no alcanzo
a entender a qué ley de orden se refiere Vd. Somos nosotros PII
176
los que con nuestra inteligencia, concibiendo y ordenando las
cosas de la manera más fácil, solemos construir un cierto
orden; pero, ¿qué tiene que ver esto con la universalidad de las
cosas?
Todo esto hace que aquellos argumentos que ya
Malebranche extraía del orden no me interesen, como tampoco
aquéllos que se deducen del beneplácito de Dios, que es, me
parece a mí, un principio oscurísimo, que la mayoría de las veces
no tiene más fundamento que nuestra ignorancia. Quien acerca
del triángulo no sabe otra cosa sino que es una figura de tres
lados, no dudará en imaginarse que pudo Dios, si así hubiera
querido, haber hecho un triángulo que tuviera todos sus ángulos
iguales a dos rectos o haber hecho otro con ángulos mayores o
menores. No vería aquí ninguna contradicción, que fácilmente
habría descubierto de haber conocido mejor la naturaleza del
triángulo.
Por todo ello, espero que comprenderá fácilmente,
excelente Señor, por qué no entiendo el argumento que extrae
Vd del orden; tampoco logro ver qué quieren decir aquellas
palabras: “la razón del orden hace que nuestra inteligencia se
sienta más satisfecha cuanto más se dividen y desmenuzan las
cosas”. No veo qué más puede desear nuestra inteligencia en la
siguiente proposición: dos cuerpos perfectamente sólidos, o
sea, matemáticos, iguales y que con igual velocidad, cualquiera
que ésta sea, se dirigen uno contra el otro y chocan, pasan de
un salto desde el movimiento al reposo. ¿Qué hay aquí,
pregunto yo, que no se entienda perfectamente en el caso de
estos cuerpos? ¿qué hay en esta proposición contra la razón y
el orden, que me obligue a modificar una hipótesis que yo
percibo claramente? Nada me ocurre que yo no entienda como
racional, nada que me conduzca a lo in-inteligible (άρρητα).
296
Pero ---sigue diciendo Vd--- “la experiencia refuta todas
las mutaciones por salto”. Muchas, sí, de acuerdo; pero,
¿todas? Ni Vd mismo, supongo, diría esto puesto que nuestra
experiencia no alcanza los cuerpos insensibles. Y lo que Vd
añade, que no puede aducirse ninguna razón a priori contra el
salto de lugar en lugar, que no valga también contra el salto de
estado a estado, me ha producido un cierto asombro, no sólo
por el enunciado mismo, sino sobre todo porque me he dado
cuenta de que no sabía si alguna vez había yo pensado en ello,
cosa que ocurre con mucha frecuencia. Pero, puesto a pensarlo,
he aquí lo que en este momento me viene a la mente. Si se
produce un intervalo en el tiempo, el cuerpo reposaría durante
ese tiempo intermedio y después, desde el reposo y sin ninguna PII
177
nueva causa, pasaría del reposo al movimiento. Si el intervalo
fuera de lugar, debería darse una causa de la interrupción, y
exactamente una causa adecuada al tamaño de tal interrupción;
pero en el movimiento no se contiene dicha causa, ni puedo
concebir un movimiento sin dirección, ni dirección sino en línea
recta (pues la curva es una mutación continua de la dirección),
que por su naturaleza es continua. Por lo tanto, si se produjera
la interrupción, la causa de esta interrupción sería distinta del
movimiento mismo y externa a la cosa movida. Por otra parte,
como consta que ningún cuerpo puede actuar a distancia, a
menos que Vd diga que esto también hay que demostrarlo,
¿cómo puede concebirse que en un cuerpo situado en este lugar
haya algún principio del que se siga una traslación inmediata a
la distancia de un pie o de una milla? En el caso nuestro del
ejemplo que hace poco cité, la causa de por qué los dos cuerpos
se paran en un único salto es, me parece, manifiesta 370, pero
no veo yo que esto ocurra por interrupción del movimiento por
razón de lugar.
Pero, si Dios lo hubiera querido, o sea, si así fuera, no
dudo de que en tal caso los cuerpos habrían tenido en sí mismos
algún fundamento del que se siguiera necesariamente tal
interrupción; pero tampoco podríamos saber que Dios lo habría
querido así de forma universal (pues en algún caso especial
quizás la experiencia podría mostrarlo), a menos que tal
297
fundamento fuera percibido y así mismo conocida su aplicación
en la interrupción. Pues bien, por la misma razón tampoco se
puede saber que no se da ninguna mutación por saltos, mientras
no deduzcamos de la naturaleza de los cuerpos el fundamento
por el cual todo salto está excluido. Y en tanto esto no se dé,
semejante conclusión seguirá siendo incierta para mí.
Ahora bien, si esta cuestión Vd la defiende como
hipótesis, no sólo no me opongo sino que muy gustosamente
concedo que la hipótesis de Vd no adolece de aquella dificultad
con la que se enfrenta la que supone que los cuerpos no son
elásticos. Pues en esta última hipótesis, hay causas que
destruyen las fuerzas y la cantidad de movimiento, pero no las
hay que las aumenten, lo que no ocurre en la hipótesis de Vd.
De todas maneras, si me es lícito argumentar así, ¿cómo sabré
yo que no plugo a Dios que las fuerzas de los cuerpos no
elásticos vayan poco a poco perdiéndose? 371. Sea de ello lo que
fuere, a mí me gustaría saber acerca de este universal
fundamento algo con más certeza, para no servirme sólo de una
mera hipótesis.
Por eso, lo que me produce verdadera satisfacción es
saber que Vd defiende que la actividad de la substancia es de
absoluta necesidad. Y precisamente, que esta actividad se
sigue necesariamente de la naturaleza de la substancia es una
de esas cosas que por muchos motivos desearía con más placer
ver demostrada.
Niega Vd que la sola extensión constituya una
substancia. Mas para no disputar de nombres, diré lo que yo
entiendo por el término “substancia”, cuya noción formo no
partiendo de las cosas, sino de los conceptos; primero, porque
de ellos solos depende todo nuestro conocimiento, y luego,
porque la noción de substancia es un mero concepto o, como se
dice, un ente de razón, puesto que también puede aplicarse a PII
178
aquellas supuestas cosas, si es que existieran, que no tuvieran
ningún atributo común. Ahora, entre mis conceptos descubro la
siguiente diferencia: a veces me representan un todo uno del
que nada puedo separar sin que el todo perezca; otras veces
representan dos o más, y en éstos, a su vez, la diferencia está
298
en que o puedo concebir uno sin el otro de manera recíproca o
sólo desde uno de ellos. Cuando es de manera recíproca, como
en los conceptos de extensión y pensamiento, donde uno no
implica al otro y a la inversa, entonces no digo un concepto sino
dos. Cuando puedo concebir uno sin el otro, pero sólo desde uno
de ellos, como cuando pienso el movimiento, en el que se
contiene la extensión mientras que ésta puedo concebirla sin
movimiento, o la traslación, que no es lícito concebirla sin la
extensión, a éste lo llamo concepto de accidente o modo y a su
objeto, accidente o modo. Cuando a la mente se le representa
sólo un todo uno, como cuando pienso la extensión, concepto del
que nada puedo separar sin que todo él perezca, a este
concepto lo llamo concepto de substancia y a su objeto,
substancia. Y en este sentido, la sola extensión es substancia;
si Vd entiende por substancia algo distinto, le ruego
encarecidamente me lo explique.
Me sorprende mucho esto que Vd dice: “no hemos de
buscar otra noción de potencia o fuerza más que el de ser
atributo del que se sigue la mutación, cuyo sujeto es la
substancia misma”. “Y no veo yo ---añade Vd---en qué supere
esto la capacidad de nuestra inteligencia”. Yo, en cambio, no
veo aquí nada que mi entendimiento capte. El sujeto de las
mutaciones es una mera noción lógica que no explica nada.
Además, pregunto: ¿qué otra cosa se dice con estas palabras
sino que la cosa cambia y que hay alguna causa de esta
mutación?
“La unidad de lo extenso ---sigue Vd--- sólo se da en
abstracto”. Yo, en cambio, creo percibirla, aunque supongamos
lo extenso dividido en partes agitadas de muy diversas formas
Para mí, forman unidad aquellas cosas de las que una no puede
existir ni ser concebida sin la otra, y viceversa. Ahora bien,
como repugna que exista o pueda concebirse el vacío, repugna
que una parte de materia, si así pudiéramos hablar, pueda ser
concebida o existir sin todas las demás.
“La idea de extensión se resuelve en pluralidad,
continuidad y coexistencia” ---dice Vd. Yo pienso que en
pluralidad, no. La continuidad de la extensión es la extensión
299
misma, que no está en el movimiento sino en cuanto que el
movimiento implica extensión; y que tampoco está en el tiempo
porque, aunque el tiempo se designe también con el vocablo de
continuidad, ésta, como el tiempo mismo, es un mero ente de
razón. Por su parte, la existencia no añade nada a la naturaleza
de las cosas existentes y, por lo tanto, tampoco la
coexistencia, la cual, como deriva de la naturaleza de la
extensión, nada añade a ésta.
PII
A continuación, opina Vd que la inercia de la materia se 179
diferencia de la extensión porque la materia, sólo por la
extensión, es indiferente al movimiento y al reposo, mientras
que, por la inercia, resiste a quien le induce la mutación. Por lo
que a mí respecta, no admito en la extensión más indiferencia
que aquélla por la que recibe movimiento y reposo, si hay una
causa que produzca uno u otro. Mas no por ello concluyo que
cualquier fuerza, incluso mínima, pueda producir cualquier
movimiento, incluso el máximo. ¿De verdad cree Vd que, si no
se asigna a la materia una inercia distinta de la extensión,
ocurriría que un mínimo cuerpo, dotado de cualquier
movimiento, sería capaz de empujar a uno grande sin ninguna
disminución de su propio movimiento? A esto parece que se
opone la naturaleza misma de la causa y el efecto, que
conservan entre sí una cierta proporción: pues es evidente que
es de mayor eficacia mover a la misma velocidad un cuerpo
extenso mayor que uno menor, por el hecho mismo de que el
efecto realizado es mayor. En todo caso, la resistencia misma
no parece ser algo meramente pasivo pues, supongo, resiste en
cuanto se esfuerza en contrario.
“Las fuerzas actrices mudables son modificaciones de
alguna cosa substancial”. Sin duda. “Pero no pueden serlo de
una cosa meramente pasiva”. Pero es que tal cosa pasiva no se
da, si verdaderamente se demuestra que toda substancia es
activa; justamente en saber qué cosa sea esto es donde está mi
mayor dificultad. Yo concibo, en efecto, la extensión y su
infinita variedad de modos, y creo, además, que puedo
concebirla en reposo en todas sus partes y, al mismo tiempo,
moviéndose de diversas maneras. También sé que es modificada
300
por los efectos y que, por lo tanto, en realidad es movida; y en
virtud de tal efecto me consta que yo no puedo renunciar a
pensar en un principio activo. Por lo tanto, si yo tuviera por
demostrado que toda substancia es activa por naturaleza,
tendría por demostrado a la vez, supongo yo, que toda
extensión es movida necesariamente y tendría así la verdadera
causa del movimiento y, por lo tanto, de toda mutación,
problema éste en cuya solución han fracasado hasta ahora
todos los físicos que ha habido. Ahora bien, para demostrar
esto, me parece a mí que no basta con conocer que existe un
cierto principio o alguna causa de la mutación; lo que se
requiere es que yo sepa qué cosa es, de dónde fluye. Tampoco
entiendo qué diferencia hay entre el concepto de las fuerzas y
aquel concepto de las potencias que imaginaron los
Escolásticos, con quienes, estoy seguro, no estaría Vd de
acuerdo, mientras no se explicite cuál es en realidad ese
fundamento del que fluyen las fueras, y se muestre, a la vez,
que de dicho fundamento se siguen necesariamente las que yo
llamo fuerzas y el efecto que producen. Dígase lo mismo de los
vocablos “principio activo”, έντελεχεια, “inercia”, etc. Una vez
que todo esto quede explicado, no tendremos ya problema con
las palabras 372.
Permítaseme, no obstante, preguntar todavía si el tal PII
180
principio activo es la extensión misma o un modo de la
extensión, o más bien alguna otra substancia distinta de la
extensión y, por lo tanto, sin nada en común con ella. Si es la
extensión o un modo de ella, entonces la extensión no será un
mero principio pasivo. Pero, si es una substancia distinta, ¿cómo
puede actuar sobre la extensión? Evidentemente, o yo no
entiendo bien aquel comercio del que Vd habla o poco nos va a
ayudar en este problema. Porque, según mi ejemplo, que
celebro no le desagradara a Vd, y si he captado bien su idea, se
sigue que el alma aquélla no es causa activa de la materia, sino
sólo representadora y, por lo tanto, habrá que concebir en la
materia otra fuerza o έντελέχεια que sea propia de la materia.
Pero, si la separamos de la extensión, habrá que explicar de
nuevo cómo puede actuar sobre la extensión; y si no la
301
separamos, tendremos que deducirla de la naturaleza de la
extensión. La idea adecuada que yo atribuía a la mente la
concibo formada de muchas ideas, como la máquina lo está de
muchas partes, y entre esas ideas estará también la idea de
ese principio activo que está en la máquina; pero yo no pienso
que se trate de una sola idea que desde sí misma tiende a
transformarse, como tampoco en la máquina una pieza se
modifica en otra, sino que más bien lo mismo que las partes de
la máquina actúan unas sobre otras moviéndose, también todas
las ideas, que tomadas en conjunto componen aquella idea
adecuada de la máquina, se relacionan unas con otras
representándose. Ojalá pudiera yo percibir ese principio activo
distinto de la extensión, que Vd reconoce en el cuerpo, y saber
de qué modo se sigue de él el cambio en la materia, con la
misma claridad con la que creo percibir las ideas y cómo de
ellas fluyen necesariamente aquellas mutaciones que
representan las que fluyen en las cosas.
Tiene Vd razón al considerar que su última demostración,
en la que se concluye que las acciones equitemporales son como
los cuadrados de las velocidades, ha de preferirse a las demás
por su generalidad y porque no parte de datos particulares. Sin
embargo, algo hay que todavía me impide darle mi asentimiento.
Pues, además de lo que escribí en mi anterior carta sobre esta
materia, me ocurre que cuanto más estudio el problema tanto
más me parece que las acciones han de compararse entre sí
sólo en razón de sus efectos y en ningún modo en razón del
tiempo, puesto que éste nada tiene que ver en la producción del
efecto. Es verdad que las acciones equiveloces tienen entre sí
una relación en función del tiempo, pero no porque el tiempo
aporte algo sino porque en este caso la razón de los efectos y
de los tiempos es la misma. Pero, como la naturaleza toda de las
acciones consiste en la producción del efecto y la fuerza de la
acción, como fuerza de la causa, es igual al efecto, a mí me
parece claro que las acciones son como los efectos y, por lo
tanto, no es correcta su proposición segunda, ni tampoco que
“las acciones que prestan el mismo efecto estén en razón
directa de las velocidades o inversa de los tiempos”. Tampoco
302
admito que “preste más fuerza aquél que presta más
rápidamente el mismo efecto”. Pues, ya utilice un tiempo más
corto o uno más largo, emplea exactamente aquellas fuerzas de
las que se sigue el mismo efecto, las cuales no son ni mayores ni
menores en cualquiera de los dos casos, sino que parecen
iguales al efecto 373. PII
181
Espero me disculpe, excelente Señor, por haberle
ocupado con un discurso tan prolijo; mi ruego es tanto más
encarecido cuanto que me temo no haber comprendido
correctamente su pensamiento en todos los aspectos y haber
cometido, por ello, alguna impertinencia (άπροσδιόνυσα). Si ha
sido así o no, lo mismo que todo lo demás que he dicho, lo
someto muy gustosamente a su solidísimo criterio.
----------------------------------------------------------------------
LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 6
Hannover, 23 junio 1699
GP.II 185-187 374
303
en algún lugar ha ocurrido como historia la Utopía de Moro o la
Argéntida de Barclay. Pero, admitido esto, se sigue que no por
necesidad absoluta, sino por otra razón (a saber, el bien, el
orden, la perfección) alcanzan la existencia unos posibles en
lugar de otros. La experiencia, acorde con las leyes del orden,
nos sirve de contraste y, aunque no tiene fuerza demostrativa
universal, tiene gran poder para confirmarlo e, incluso, hay
muchas cosas que no se conocen de otra manera. El propio
sistema presente, a través de todas sus cosas y en todas ellas,
pienso yo, no puede ser producido sino de un único modo y no
admito para él causas diversas posibles. En mi opinión, la
elección tiene lugar entre los diversos sistemas posibles, no PII
entre los diversos modos de producir un mismo sistema. Pienso, 182
pues, que el bien, la perfección, el orden, constan por razones
no menos ciertas que los números o las figuras. Si imaginamos
que tuviera que ser producido un triángulo, no habría ninguna
otra razón por la cual quedara definido qué clase de triángulo
sería: sin ninguna duda, se produciría un equilátero 375.
Admito que, si se dan cuerpos sólidos 376, se producirá en
el choque la mutación por salto; nuestra inteligencia nada
echará en falta en la consecuencia, pero mucho en la premisa y
en la conclusión.
Aunque concedamos que la dirección se produce siempre
en línea recta, no veo sin embargo cómo de aquí se siga la
continuidad del movimiento, puesto que la transcreación podría
producirse de forma que siguieran también la dirección recta
aquellos lugares en los que un cuerpo fuera producido por Dios
sucesivamente por salto. Quiero decir, tal como ya hice notar
en mi carta anterior, que aceptando que todo es siempre
creado por Dios, nada prohíbe, naturalmente saliéndonos de las
actuales leyes del orden, que un cuerpo sea transcreado de un
lugar a otro lugar por salto, de manera que salte en lugares
alternos y repose un momento durante algún tiempo. Salto,
intervalo, vacío, reposo, todo ello son cosas semejantes.
Algo parecido a esto es lo que creyeron algunos
filósofos: que el movimiento era más lento o más veloz cuanto
con mayores o menores intervalos fuera interrumpido. Pienso,
304
pues, por todo ello que ni por la razón ni por la experiencia
estamos más ciertos de que el movimiento no se produce por
salto que lo pudiéramos estar de que cualquier mutación fuera
continua 377.
Sutiles e ingeniosas son, por su parte, las cosas que dice,
excelente Señor, acerca de la noción de substancia. Es
potestad de cada cual asignar nombres a los conceptos, pero no
siempre estos conceptos responden a las cosas actualmente
existentes o al común uso aceptado.
En efecto, dice Vd que forma la noción de substancia no
partiendo de las cosas, sino de los conceptos. Pero, ¿no son los
conceptos mismos los que se forman partiendo de las cosas?
Añade que la noción de substancia es un concepto de la mente
o, como se dice, un ente de razón. Pero, si no me equivoco, lo
mismo puede decirse de todo concepto, de manera que decimos
que son entes reales o de razón no de los conceptos, sino de los
objetos de los conceptos. Yo creo que la substancia es un ente
real, absolutamente real, por cierto. Sigue Vd diciendo que los
conceptos son de dos clases, los que representan un todo uno,
del cual no puede separarse nada sin que el todo perezca; según
Vd, este es el concepto de substancia, y tal es el de la
extensión; otros son los que en el concepto representan dos o
más cosas. Todo esto lo veo yo un poco oscuro: sin duda, toda
noción o definición es tal que nada puede quitársele sin que el PII
todo definido perezca; pero puede producirse otro definido 183
distinto como, por ejemplo, si al cuadrado le quitamos la noción
de equilátero, perece el cuadrado pero permanece el
rectángulo. La noción a la que nada puede quitársele ha de ser
simple o primitiva, pero no pienso yo que en ella deba consistir
la substancia ni es ésta la noción de extensión. Según Vd, esas
dos o más cosas, a su vez, se presentan de forma que puede
concebirse una sin la otra, y así la percepción y la extensión no
se implican una a la otra, la extensión es implicada en el
movimiento pero no a la inversa, de manera que el movimiento
es un accidente o modo. Pero yo estoy muy lejos de todo esto,
y pienso que la percepción está implicada en la extensión,
incluso el movimiento, la substancia y el accidente pueden
305
implicar y ser implicados mutuamente. La extensión es un
atributo, lo extenso o materia no es substancia, sino
substancias; por parte de éstas, se relacionan entre sí la
duración, el tiempo y la cosa que dura; y por parte de lo
extenso, se relacionan entre sí la extensión, el lugar y la cosa
localizada. No se ve, pues, que puedan darse cosas que no
tengan ningún atributo común. Tampoco creo yo que la
extensión sea un concepto primitivo al que nada se le pueda
quitar, puesto que se resuelve en pluralidad, que tiene en
común con el número; en continuidad, que tiene en común con el
tiempo; y en coexistencia, que la tiene incluso con las cosas no
extensas. Tampoco creía yo que hubiere de negar Vd la
pluralidad en lo extenso, sobre todo si admitimos partes
actuales, a menos que la neguemos también en un rebaño o en
un ejército, o sea, por doquier en todas partes. La continuidad
en el movimiento es distinta de la continuidad del lugar, pues en
aquélla se da también la continuidad de tiempo y de variación
en el grado cambiante de velocidad; el tiempo no es ni más ni
menos ente de razón que el espacio. Coexistir y pre- o
postexistir son algo real; no lo serían, cierto, según la noción
vulgar de materia y de substancias. La verdad es que es más
fácil decir lo que estas cosas no son que exponer con palabras
lo que son y demostrarlo con razones 378.
Dice Vd que el sujeto de la mutación no es sino una
noción lógica. Pero basta con que sea verdadera; aunque con el
mismo derecho podría haber dicho Vd que es una noción
metafísica: despreciamos lo obvio, cuando de ello, sin embargo,
muchas veces se desprende lo no obvio. Hay que empezar por
definiciones nominales, y de ellas hablaba yo cuando decía que
había que buscar para la potencia una como la que yo
mencionaba. Otra cosa distinta es, después, la consideración
causal, es decir, cómo se sigue la mutación. Y aquí es donde
puede haber un reto a nuestra inteligencia. Dice Vd que
percibe la unidad de lo extenso, aunque esté dividido en partes
movidas de muy diversos modos, porque una parte no puede
existir ni ser concebida sin otra. Con ello afirma Vd dos cosas
que yo no me atrevería a conceder: que una parte de lo extenso
306
no puede existir ni ser concebida sin otra; y, además, que las
que son así forman una unidad lo muestra Vd porque el vacío es
imposible. Pero esto ni siquiera lo admiten los suyos, y, aunque
lo concediéramos, se seguiría que una parte de la materia no
podría darse sin alguna otra, pero en ningún modo se seguiría
que no pudiera darse sin ésta o éstas. Además, si no me
equivoco, esta argumentación prueba demasiado, porque, según
ella, también las partes separadas formarían unidad. Tal como
yo entiendo la unidad, todas estas cosas se llaman más
correctamente plurales, y sólo constituyen unidad como PII
agregados, o sea, en la medida en que son comprehendidas bajo 184
un único acto del pensar. En la substancia verdaderamente una
no hay varias substancias; en la extensión yo no admito ni la
inercia ni el movimiento; en la materia extensa, los dos, pero no
por razón de la extensión 379.
Dice Vd muy bien, y de acuerdo también con mi
pensamiento, que es contrario a las leyes de la potencia, de la
causa y del efecto, el que un cuerpo grande sea empujado
impunemente por uno pequeño; pero, precisamente por ello,
pruebo yo que existe en el cuerpo algo δυναμικόν, por cuya
fuerza se cumplen las leyes de la potencia y, por lo tanto, algo
además de la extensión y la άντιτυπία, desde las cuales dos, por
sí solas, nada de esto se podría probar. Así le respondí a un
individuo en el Diario Parisino hace ya muchos años 380. Yo
defiendo que la resistencia contiene inherente algo más que la
pasión. Y que las fuerzas motrices secundarias no son
modificaciones de algo meramente pasivo y que, por lo tanto, se
da un Principio activo substancial, pensé que era conveniente
explicitarlo en atención a aquéllos que todavía no admiten que
toda substancia es activa. Un extenso en reposo es, en mi
opinión, una de esas cosas que, lo mismo que el movimiento más
veloz, no pueden concebirse de manera distinta.
Pregunta Vd, excelente Señor, si, a mi juicio, el principio
activo es la extensión o un modo de la extensión o, más bien,
una substancia distinta de la extensión. Respondo que, a mi
parecer, este principio es substancial y constitutivo de lo
extenso mismo o materia, esto es, constitutivo de la cosa, la
307
cual contiene no sólo la extensión y la antitipía, sino también la
acción y la resistencia;la extensión misma es un atributo que
resulta de muchas substancias existentes continua y
simultáneamente. De manera que la fuerza primitiva no puede
ser ni la extensión ni un modo suyo; y no actúa sobre la
extensión, sino en lo extenso 381. En cuanto a su pregunta, si el
cuerpo animado tiene sus propias entelequias distintas de su
alma, respondo que tiene innumerables, puesto que él mismo, a
su vez, consta de partes particularmente animadas o casi. En el
alma está la idea adecuada de la materia; pero el alma no es la
idea misma de la materia, sino fuente de las ideas que a ella le
nacen dentro de sí misma por su propia naturaleza, mediante
las que se representan ordenadamente los distintos estados de
la materia. Una idea es algo, por así decirlo, muerto y en sí
mismo inmutable, como la figura; el alma, en cambio, es algo
vivo y actuoso, y en este sentido yo no digo que haya una idea
que tienda por sí misma a modificarse, sino que se dan varias
ideas que se suceden unas a otras de forma que una puede
colegirse de otra. En otro sentido de la expresión, podría decir
de algún modo que el alma es una idea viva o substancial o, más
correctamente, una substancia ideante. Y tampoco pienso que PII
Vd esté pidiéndome otra cosa, puesto que entiende las ideas 185
actuando entre sí como representación, pues no creo que
conciba las ideas como substancias concurrentes entre sí lo
mismo que los cuerpos.
Yo he defendido que “es más hacer lo mismo con más
velocidad” y que es propio de la naturaleza procurarse un gran
ahorro de tiempo, lo que es confirmado por todos los
experimentos. Así que considero adecuado este postulado; si
fuera rechazado, reconozco que mi última demostración, y
prácticamente toda la medida de las fuerzas en la naturaleza,
carecerían de valor. Admítase, pues, de momento que, apoyada
en esta hipótesis, se dé como demostrada mi medida y
explicados con ella los fenómenos 382.
Esto es, excelente Señor, lo que he pensado que podía
responderle. Mi deseo habría sido explicarle todo con más
precisión y probarlo con más solidez; pero en esta infancia en
308
la que todavía vive nuestra filosofía ya es algo decir cosas que
no parece puedan refutarse, y deducir todo lo demás partiendo
de unas pocas hipótesis no desdeñables. Quizás algún día
podamos ir más lejos, si puedo contar sobre todo con la luz de
su talento. Adiós.
383
APÉNDICE
309
conveniente sumergirnos en problemas más oscuros, como son
los de la naturaleza de la substancia y de la extensión, en
donde veo que nuestras respectivas nociones no son las mismas.
Es mejor resolver unas pocas cosas que darle mil vueltas a
muchas. No obstante, para tranquilidad suya, espigaré entre
otras algunas, para que tampoco se me entienda a mí
incorrectamente.
Si se admite la existencia de cuerpos sólidos 386,
reconozco que en el choque se producirán mutaciones por salto;
nada echará en falta nuestra inteligencia en cuanto a la
consecuencia, pero mucho en la premisa y en la conclusión.
Ni por la razón ni por la experiencia se ve claro que
estemos más ciertos de que el movimiento no se produce por
salto que lo pudiéramos estar de que cualquier otra mutación
fuera continua. Pues, aunque concediéramos que la dirección se
produce siempre en línea recta, nada impide sin embargo que, si
Dios transcreara los cuerpos de lugar en lugar por salto, lo
hiciera de forma que también estuvieran en línea recta los
lugares en los que el cuerpo fuera creado de nuevo.
No creía yo que pudiera negarse la pluralidad en lo
extenso, sobre todo si admitimos, como Vd mismo hace, las
partes actuales, a menos que la neguemos también en un rebaño
o en un ejército, o sea, por doquier. Ninguna parte de la
materia es absolutamente necesaria a otra, y, aunque lo fuera,
tal conexión no produce una unidad de substancias. Según yo lo
entiendo, en una substancia verdaderamente una no hay muchas
substancias, y, cuando las hay, éstas no constituyen una
substancia sino un agregado.
Dice Vd que el sujeto de la mutación no es sino una
noción lógica: podría haber dicho Vd que es una noción
metafísica, y que basta con que sea verdadera. Despreciamos lo
obvio, de lo que sin embargo se sigue lo no obvio. Yo creo que
hay que empezar por definiciones nominales, como la que yo
tenía en mente cuando decía que había que buscar para la
potencia la que yo ofrecía. Otra cosa distinta es ya la
consideración causal, es decir, cómo se sigue la mutación, y aquí
es donde puede haber un reto a nuestra inteligencia.
310
Coincide plenamente con mi idea su afirmación de que es
ajeno a las leyes de la potencia o de la causa y el efecto o, por
así decirlo, ajeno a las reglas de la Metafísica real, el que un
cuerpo grande sea empujado impunemente por uno pequeño. Sin
embargo, esto no es contrario a las nociones vulgares del
cuerpo, deducidas de la sola Geometría, esto es, aquéllas que
sólo pueden derivarse de la extensión y la impenetrabilidad.
Por eso, de todo ello saqué yo la conclusión de que en el cuerpo,
además de lo geométrico y lo matemático, están las fuentes de
la realidad dinámica y, por así decirlo, metafísica. Pues, siendo
adolescente, hace ya de esto mucho tiempo, mostré que,
admitida la noción vulgar de materia, lo único que se podría
decir es que un cuerpo recibe en el choque el conato que otro
cuerpo le proporciona al tratar de avanzar y, por eso, es
arrastrado con un conato compuesto del suyo y del recibido: en
tal caso no habría oposición alguna, puesto que todos los
conatos son compatibles entre sí. De donde se seguiría que un
cuerpo pequeño arrastraría impunemente consigo a otro grande
en reposo o a otro más lento que estuviera delante de él 387.
Sólo me queda, excelente Señor, responder, según mi PII
187
punto de vista, a las dos preguntas que Vd me propone. La
primera es: “¿es el principio activo la extensión o un modo de la
extensión o es, más bien, una substancia distinta de la
extensión?” Respondo que a mí me parece que es algo anterior
a la extensión, algo constitutivo de la substancia misma que
está en lo extenso. Es decir, la extensión no es, para mí, más
que un atributo del agregado que resulta de muchas
substancias. Por lo tanto, el principio de actividad ni puede ser
la extensión ni un modo de ésta, ni actúa sobre la extensión
sino en lo extenso.
La segunda pregunta es: “si el cuerpo animado tiene sus
propias entelequias distintas de su alma”. Respondo que las
tiene e innumerables, puesto que él mismo, a su vez, consta de
partes particularmente animadas o activadas.
Esto es, excelente Señor, lo que ahora me viene a la
mente, que pueda responderle. Mi deseo habría sido explicarlo
todo con más precisión sobre los temas tratados, y probarlo
311
con más solidez; pero en esta infancia en la que todavía vive
nuestra filosofía ya es algo decir cosas que no parece puedan
refutarse, y deducir todo lo demás partiendo de unas pocas
hipótesis nada desdeñables. Quizás algún día podamos ir más
lejos, si puedo contar sobre todo con la luz de su talento.
Adiós.
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312
menos que hables in sensu composito, como suele decirse. O sea, es
verdad que sólo hace eso, lo que quiere; pero, si sólo eso pudiera, todo lo MIII
haría de forma necesaria y no sería un agente libre; pues no puede haber 593
lugar para el decreto o la elección cuando sólo una cosa es posible.
(Si los vacíos existieran) habría que afirmar de ellos un uso que los
fluidos no pudieran tener. Pero, si quieres, tienes también otro argumento
en la carta adjunta al Sr. de Volder, a saber, si se dieran los átomos se
daría la mutación por salto.
No recuerdo haber leído quién fue el que midió el peso del aire
comprimido. Lo que sí recuerdo es que Boyle, en su respuesta a Franc. MIII
Linus y en trabajos posteriores, creyó mostrar con experimentos que la 594
fuerza elástica del aire era más o menos inversamente proporcional al
espacio. Debería investigarse lo mismo acerca del peso: el propio Boyle
observó también que el aire que se enrarece al calentarse recibe una
fuerza de dilatación más que proporcional a lo que cabía esperar según su
grado de rarefacción. Esto es interesante y nos invita a preguntarnos si no
ocurrirá, de manera semejante, que el aire comprimido adquiera una
fuerza de dilatación menos que proporcional a su grado de densidad, cosa
que en cierta ocasión me pareció observar en un improvisado
experimento que hice. Adiós
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313
A punto de salir de la ciudad para pasar unas semanas en el campo,
contesto en unas pocas palabras a tu última. Envié a de Volder tu carta;
pero, como vino cerrada, no pude leerla; así que en vano me remitías a
ella para encontrar el argumento contra los vacíos y los átomos. No
tienes necesidad de exhortarme a que haga de testigo y defensor de la
verdad, pues ya lo he hecho y lo sigo haciendo ahora. Cuando yo me
ofrecía de espectador ocupándome cómodamente en hacer síntesis,
quiero que lo entiendas en referencia a las dudas pues, sopesando
vuestras respectivas opiniones, alguna utilidad podré yo obtener.
Transmití a de Volder, y de forma muy explícita, tus quejas sobre su
exagerada escrupulosidad, exhortándole a mitigar su rigidez.
Me basta con que aceptes in sensu composito que Dios sólo puede
lo que quiere: pues en Dios no reconozco ninguna distinción entre sus
atributos, que no difieren más que en razón de sus efectos. Concedo
gustosamente que Dios lo hace todo de forma necesaria, porque ejecuta
necesariamente sus decretos. No obstante, Dios es un agente libre puesto
que no es impelido ni determinado a obrar por ninguna cosa extrínseca, y
en esto, según pienso, consiste la suprema libertad; la otra alternativa,
poder y no hacer, es tanto como poder lo que no ha decretado o poder
revocar sus decretos, cosa que implica imperfección en Dios y está, para
MIII
mí, muy lejos de significar libertad. 595
314
sea, el aire se comprimirá sólo hasta un cierto grado finito de densidad.
Es decir, la fuerza elástica se hace infinita puesto que es igual al peso
ejercido y, en consecuencia, las fuerzas crecen en proporción mayor que
las densidades. Las relaciones entre fuerzas crecientes y densidades ya
las estudié yo hace tiempo en mis Meditaciones sobre el movimiento de
los músculos. Cfr. Acta Lips. 1694, p.205.
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315
al estilo de Fatio. “Alguna vez me escribió sobre estas materias,
pero nunca replicó a mis respuestas”, 597s. Cfr. supra notas
133, 367).
316
Supongamos también que el mismo aire contenido en el volumen (v)
soporta por sí mismo el peso (p) y, al calentarse, el peso mayor (π).
Ahora bien, sabiendo que el calor actúa menos sobre el aire más
enrarecido, supongamos que el aire es homogéneo perfectamente elástico
y que, cualquiera que sea su estado, el mismo aire se dilata igual a igual
calor o se dispone igualmente a dilatarse; por ejemplo, supongamos que,
al acceder un calor de un determinado grado, éste hace que el aire ocupe
un espacio doble del que tiene, es decir, soporta el doble de peso que
antes; dicho también así, supongamos que el calor es un suplemento de
compresión o densidad y hace en el aire como si éste mismo se hiciera
doble en densidad. Puesto esto así, tendremos que p es a π como (p) es a
(π); pero si (v) es mil veces mayor que v, entonces (suponiendo que el
aire es homogéneo, esto es, que sus gravedades específicas son como sus
compresiones o pesos presionantes) también (p) será un poco menos que
mil veces mayor que p. Y, por eso, aunque supongamos que el calor
duplica la fuerza elástica y, por lo tanto, π será igual a 2p o (π) sea igual
a 2(p), sin embargo (π) será una cantidad poco apreciable porque (p)
también lo es, y de aquí que en el barómetro el calor perjudica poco,
debido a la gran rarefacción del aire. Sin embargo, Boyle creyó advertir
que en el aire muy enrarecido el calor produce algo apreciable, algo más
notable de lo esperado, es decir, algo más que proporcional a la
rarefacción.
317
aire poco enrarecido, hubiere también elevado a más que el doble la
exigua cantidad de mercurio contenida ahora en el tubo B, el
experimento tendría ya alguna mayor importancia, porque entonces el
calor habría hecho en el aire enrarecido más que en proporción a la
rarefacción, o sea, su acción sería más que proporcional a la rarefacción
que parecía esperarse. Partiendo de estos experimentos, podría uno
preguntarse si el calor actúa por multiplicación (por así decirlo) o por
adición, esto es, si sólo opera como multiplicando la propia densidad del
aire, tal como más arriba he supuesto, o, por el contrario, actúa como
añadiendo de su parte alguna nueva fuerza (por así decirlo) constante y
no simplemente creciente en proporción al aire receptor; o quizás actúa
en parte por multiplicación, y en parte por adición. Porque, si, en efecto,
se verificara esta adición, entonces el calor haría aumentar el elastro del
aire enrarecido más que en proporción a su rarefacción, y, a su vez, haría
aumentar el elastro del aire comprimido en menor proporción que su
densidad. Es ésta una cuestión de gran importancia que merecería
estudiarse, y de la que no sé si Boyle se percató.
Pero, dejando de lado por ahora el defecto al que al principio me
he referido, que se producía por la mezcla de materia incomprimible, lo
que yo busco es otra fuente de alguna nueva irregularidad, si es que ésta
se descubre en las operaciones del calor. Añadiré, de pasada, que del
hecho de que el aire al comprimirse no pueda aniquilarse, se sigue que MIII
sólo puede llegar a un grado finito de densidad. Pero, si imagináramos 601
que la cosa es homogéneamente, esto es, metafísicamente elástica,
siempre se podría continuar la compresión hasta el infinito, de manera
que, incrementando el peso cien mil veces, se comprimiría el aire hasta la
parte cienmilésima; por lo tanto, nada prohíbe que las densidades sean
proporcionales a las fuerzas, con tal de que el aire sea homogéneamente
elástico, sin que haya aquí ningún peligro de aniquilación.
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318
prometido; no dudo de que habrás recibido la anterior, junto con la
síntesis de mi respuesta. Te adjunto también la copia de mi carta a de
Volder y te pido que me lo devuelvas todo por partes. No sé qué ha
podido añadir Fatio a la teoría de la gravitación de Newton, para que se
envalentone de participar de su gloria, como lo hace.
¿Has pensado alguna vez en el número de divisiones o particiones
de un número dado, o sea, de cuántas maneras se puede dividir en dos,
tres, etc. partes? A mí me parece una operación nada fácil y, sin
embargo, digna de ser averiguada.
Últimamente he disertado contigo ampliamente sobre la gravedad
específica y la fuerza elástica del aire y el concurso del calor y del frío en
ellas. Es ésta una cuestión digna de estudio mediante razonamientos y
experimentos.
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BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 105
Gröningen, 7 agosto 1699
GM.III 602-609
319
cosas, pero que no todo lo que se le objeta es realmente objetable. A su
vez, él se sorprende de que tú te quejes de su negativa a admitir algo
esencial al tema que tratáis, y que, sin embargo, no respondas una sola
palabra a lo que es la causa de su negación, o no lo atiendas con la
debida diligencia o lo consideres como algo frívolo o indigno de tu
respuesta o quién sabe qué otra razón haya por medio, que no es posible
adivinar.
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 7
Leiden, 1 agosto 1699
GP.II 187-189
320
realidad y más perfección”, ni tampoco que “difiera del más
lento en algo más”; lo que pienso es que lo que hay de más
realidad en el movimiento más rápido es compensado con lo que
hay de más larga duración en el más lento 396.
Todo lo cual me parece que se funda precisamente en
aquellos principios que Vd mismo utilizó en su respuesta al
Abbé D.C. en las Nouvelles de la R. des L 1689, p.137 397, donde
expresamente decía Vd que “hay siempre una perfecta
ecuación entre la causa plena y el efecto entero”, y todo lo que
de esta afirmación se derivaba. En nuestro caso el efecto es
uno y el mismo. Por lo tanto, también lo serán las causas, que
consisten, íntegramente, en la producción de las mismas
fuerzas.
Si alguna interrupción pudiera haber en el movimiento,
como ésta no se deduce ni de la velocidad del movimiento ni de
su dirección, debería tener una causa distinta del movimiento
mismo; tampoco podría yo determinar qué sea eso de que nada
prohíbe que Dios transcreara cuerpos de un lugar a otro por
salto, conservando los lugares en línea recta. Así que, como no
tengo la más mínima idea de la causa que produjera semejante
salto, nada puedo razonar acerca de ella.
Yo admito la pluralidad en un rebaño y en un ejército,
porque tienen partes que no están conectadas entre sí por
ningún nexo necesario; pero esto no ocurre en lo extenso,
donde una parte es absolutamente necesaria a otra, en mi
opinión. Tampoco admito yo una diferencia substancial entre
las partes de la extensión, sino sólo diferencia modal, opinión
ésta que es mía y que comparto con aquéllos que atribuyen
toda la variedad de los cuerpos sólo al movimiento porque
piensan que sólo él produce la diferencia de modos 398.
Que el sujeto de la mutación sea una noción lógica o
metafísica, como Vd dice, me parece a mí que hace poco al
caso. Yo la he llamado lógica porque, entendido el cuerpo en su
generalidad y sin mayor determinación, nada encuentro en él
que con ella no quede explicado.
Todo cuerpo tiene el conato de perseverar en su estado,
del que no será perturbado sino por una causa externa. Esta le
321
produce un conato a moverse en línea recta; pero, como es
necesaria una causa mayor para mover un cuerpo mayor que uno
menor, permanecerá la misma fuerza de movimiento, pero su
velocidad disminuirá necesariamente.
Nada tengo que añadir sobre el principio ese activo
anterior a la extensión, puesto que, para asombro mío, no
entiendo nada de todo ello.
Me parece entender lo que Vd responde a mi segunda
pregunta; pero ésta, por la misma razón que la primera, se
refería a la έντελέχεια del cuerpo animado en cuanto
considerado éste como único, al margen de las partes que él
pueda tener particularmente animadas.
Y con ambas preguntas lo que yo quería saber es lo
PII
siguiente: si ese principio activo o έντελέχεια es totalmente 189
distinto de la extensión, entonces de aquí se sigue, creía yo,
que ni el uno ni la otra tienen poder alguno sobre la extensión.
Lamento, excelente Señor, no haber podido acceder
plenamente a su pensamiento, lo que desearía no lo recibiera Vd
como afán de contradecirle por mi parte. Más bien, al
contrario, pues ni Vd mismo, supongo, aprobaría que, movido
sólo por su autoridad, que tan grande es para mí, asintiera sin
haber comprendido bien lo que Vd dice. Adiós
322
la cantidad real, no de la rapidez, sino simplemente del efecto, de manera
que lo que digo ahora no sólo no contradice, sino que conspira bellamente
con lo que he afirmado en otras ocasiones, a saber, que en el efecto real no
se toma en consideración el tiempo, pero sí ha de tenerse completamente en
cuenta en el efecto formal 399.
Así pues, si el Sr. de Volder sigue manteniendo la misma
ecuanimidad que mostró al principio, no dudo de que se sentirá satisfecho
con este argumento.
Por otra parte, me ha parecido inútil remover ahora la doctrina acerca
de la actividad de las substancias, cuestión ésta muy alejada de la materia y
de los sentidos, hasta que no nos pongamos previamente de acuerdo sobre
cosas más sencillas. Diga él lo que quiera, no viene a cuento ahora que
desconfíe de mi demostración acerca de la substancia, pues no es sensato
que ya, de inmediato y saltándome otras cuestiones previas de hecho
necesarias, me interne en estas materias tan alejadas del pensamiento
común y todavía no bien digeridas, sólo por la ridícula vanidad de alardear
ante él con la posibilidad de mi demostración. Además, ¿con qué esperanza
de éxito podría hacerlo, si ni siquiera en cuestiones matemáticas, a mi
juicio clarísimas, estaba dispuesto a ceder? Convencer a los hombres en
asuntos metafísicos requiere un género de discurso, cuya forma tengo
MIII
concebida, pero aún no formulada.
610
Tampoco quisiera que en nombre mío te quejes ante él de su
excesiva rigidez; a fin de cuentas, ¿en qué me perjudica a mí que él persista
en esa rigidez o, si prefieres, en su obstinación? ¿Qué otra cosa consigue
sino cerrarse a sí mismo los caminos? Yo admito noblemente las
objeciones de mis oponentes y las resuelvo, y al hacerlo así aporto a los
problemas no poca luz. Es verdad que una cosa es responder a las
dificultades y otra cosa demostrar lo pedido; pero, ¿acaso tú obligarías a
tragarse el todo a quien te desprecia una parte de tu obsequio? Ya es gran
cosa resolver las dificultades; diría, incluso, que nadie hasta ahora lo ha
hecho en Filosofía. Comprendo que a él le parezca más importante
descubrir la naturaleza íntima de la substancia que medir las fuerzas de los
cuerpos. Pero es justamente esta medida de las fuerzas la que prepara
nuestra mente, a fin de poder soportar esa otra luz más intensa, que ofusca
como en densa niebla los ojos de quienes se han habituado a las nociones
vulgares y cartesianas sobre la naturaleza de la materia, del movimiento y
de las fuerzas; de manera que por esta puerta hemos de pasar de la
matemática a la metafísica. En una palabra, que no nos toca a nosotros
quejarnos, sino mostrar a los demás el camino recto y, si lo desdeñan,
animarles a su estudio, de manera que ni ellos se quejen de nosotros, ni
nosotros de ellos, sino ellos de sí mismos.
323
Hannover, 1/11 septiembre 1699
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 8
(sin fecha) 400
GP.II 189-195 P II
189
Bien está que reconozca Vd que en el axioma enunciado “es
más hacer lo mismo en menos tiempo” reside todo nuestro
problema y que, por lo tanto, una vez admitido, toda mi doctrina
de la medida de las fuerzas queda demostrada; mas, por ello
mismo, no sé por qué no he de estar yo satisfecho con él, puesto
que, además, es un axioma confirmado por todos los
experimentos, y, tal como yo lo empleo, admitido hasta ahora por
todos y, si no me equivoco, capaz de reducir todo el problema a
nociones muy simples y sólidas, cosa que antes no se había hecho.
Es verdad que yo no había reparado en las razones que Vd aduce
en contrario, cuando nada hay más grato para mí que moverme
entre razones; pero, como ahora las expone y urge Vd con más
precisión, trataré de satisfacerle con mucho gusto y demostrar
que, si no me equivoco, tales dificultades sólo provienen de
atribuir al axioma un sentido que le es completamente ajeno 401.
Dice Vd que el tiempo es un mero ente de razón. De
acuerdo; pero ni más ni menos real que el movimiento. De aquí
deduce Vd que el tiempo no aporta nada; cierto, una vez más.
Pero Vd también entiende que hay en el agente alguna causa o
perfección que hace que una acción libre actúe más prontamente,
y que tal perfección la medimos por el tiempo como a posteriori,
pues no se ve ninguna otra razón que nos permita conocerla. Por
lo tanto, aunque el axioma sea en cierto sentido universalmente
verdadero, tal como después diré, sin embargo, a fin de eliminar
el mínimo reparo, deberá entenderse referido a la materia
subyacente, es decir, referido a la acción por sí misma o pura,
324
que depende sólo del agente, tal como ocurre cuando éste se P II
190
mueve sin obstáculo y ejerce su fuerza libremente, o sea, cuando
caeteris paribus la única manera de medir la fuerza es el tiempo
que el agente invierte en producirla. Por eso, cuando yo decía que
una acción más rápida es más o que es más recorrer una legua en
una hora que en dos horas, indiqué bien de qué acción hablaba, y
la entendía como la acción “más rápida por sí misma” o que es
libremente más veloz, por oposición a aquélla que es sólo más
veloz porque sufre menor impedimento. A esta acción, que aquí
llamo libre, suelo a veces calificarla de formal, puesto que es
natural al agente o fluye por sí misma de la naturaleza o estado
de la cosa; por eso, ha de ser también continua, pues la
interrupción provendría de otra parte; deberá, pues, entenderse
como una acción puramente libre, no mezclada con lo violento, o
sea, tal que no encuentre fuerza externa alguna o resistencia que
tenga que superar; si no fuera así, es claro que no podría medirse
la fuerza del agente por su sola duración puesto que otro objeto
resistente la moderaría, y entonces ni la acción que ejerce
violencia desde fuera, ni la libre, podría entenderse como el
simple ejercicio de la potencia ni estaría en razón compuesta de
la potencia y del tiempo en que la ejerce; hay, pues, una gran
diferencia entre el ejercicio que conserva la potencia y que fluye
de ella espontáneamente, y el uso que consiste en su consumo o
destrucción por el conflicto con el exterior. En conclusión,
aunque realmente no hay en la naturaleza ninguna acción sin
obstáculo, separamos, mediante una abstracción de la mente,
aquello que en la cosa es por sí mismo de aquello que se mezcla
con las circunstancias externas, sobre todo si tenemos en cuenta
que esto último debe ser medido por aquello como a priori.
Es aquí donde reside la solución del problema que, si no me
equivoco, todavía le hacía a Vd dudar. En efecto, en una acción
que consume su fuerza (o sea, que supera un impedimento al que
ha de transferir su fuerza), esta fuerza debe medirse, no por la
duración, sino simplemente por el efecto, puesto que, cualquiera
que sea el tiempo que necesite, no podrá prestar un efecto
mayor que la fuerza que tiene, la cual, por muy rápidamente que
actúe, sólo se consume a sí misma a esa velocidad, mientras que,
325
por el contrario, el ejercicio conservativo de la potencia
aprovecha sin conflicto tanto más cuanto más rápidamente actúa.
Algunas de estas cosas ya se las dije entonces a Catelan,
sugiriéndole a la vez que tan lejos está de ser un obstáculo para
mí (como él pensaba) la consideración del tiempo, que más bien se
demuestra desde él mi teoría, pero por una razón muy distinta de
la que él suponía, que es la que ahora le he confiado a Vd; pues me
parece Vd persona capaz de comprender un análisis tan profundo
y bello; a él, en cambio, y a la gente en general, se lo dije más
bien velado. Porque aquí descubrirá Vd una maravillosa armonía:
la misma medida de las fuerzas se verifica en ambos casos, ya
sea que el móvil actúe conservando su fuera a lo largo de su
actividad no produciendo sino, por así decirlo, un efecto formal o
ejercicio de sí mismo, o sea, su cambio de lugar; ya sea que el
móvil produzca otro efecto ejerciendo una acción violenta y, por
lo tanto, consumiendo su fuerza, como ocurre cuando un peso
asciende o se dispara un elastro; pero en ambos casos se
concluye que las fuerzas están en razón duplicada de las P II
191
velocidades.
Lo que le dije a Catelan, a saber, que equivalen siempre la
causa íntegra y el efecto pleno, sigo pensando también ahora que
es completamente verdadero. Pero, cuando digo esto, no estoy
pensando en aquel efecto formal que es sólo modal, sino en el
efecto real que puede ser, a su vez, causa de otro efecto; así, es
un efecto real que un cuerpo tenga una determinada velocidad,
que un grave deba ser elevado a cierta altura, que un elastro se
tense hasta un determinado grado; pero este efecto no puede
producirse en un efecto de acción libre, sino en un efecto que
produce violencia. Pues bien, a pesar de todo esto, y hablando en
términos analógicos, también en la acción libre o formal del móvil,
si lo entendemos como agente sobre sí mismo, podemos concebir
un efecto real, que no sea un mero cambio de lugar (a éste lo
considero yo sólo como algo modal), sino un efecto que sea el
móvil mismo que, a velocidad dada, se sucede a sí mismo en el
momento siguiente producido desde sí mismo con la misma
velocidad procedente del momento anterior. En este sentido,
también en la acción formal o libre se verifica el axioma de la
326
igualdad entre la causa plena y el efecto íntegro. Sólo que en
este caso, más que producirse una fuerza nueva, lo que ocurre es
que se conserva la anterior; por lo que también aquí es manifiesto
que no se puede producir una fuerza nueva sin que se consuma a
la vez la anterior; de lo contrario, crecería la fuerza del
universo. Hablando, pues, en términos generales, se mantiene
como verdadero que tanto en la acción libre como en la violenta
es irrelevante el tiempo que se necesite para producir un efecto
real, si bien en la libre el tiempo está ya de por sí
predeterminado, mientras que en la violenta varía con las
circunstancias. Pero, como es imposible medir por su efecto real
la potencia que se ejerce en una acción libre puesto que tal
efecto es idéntico a sí mismo, esto es, idéntico con la causa a
través de todo su recorrido, resultará que el efecto modal se
hace útil, y a él y a su prontitud habrá que recurrir únicamente,
para medir a priori la cantidad de acción libre. Resumiendo, en el
efecto real no hay ninguna consideración del tiempo; en el efecto
formal, puesto que es modal, toda; y la fuerza, ya se ejerza
libremente por la cantidad de acción, ya se ejerza produciendo
violencia por la cantidad de efecto, se mide en ambos casos de la
misma manera siempre con el resultado que enuncié 402.
Ahora bien, siendo esto así y fácilmente comprensible para
quien lo estudie con atención, no puede por menos de
sorprenderme que Vd, dotado de talento y capacidad analítica,
haya visto aquí contradicción entre mis afirmaciones, cuando, P II
192
producidas éstas tras largas meditaciones, se muestran más
coherentes cuanto más se examinan, hasta el punto de que lo que
producen las nuevas dificultades es nueva materia para elegantes
consideraciones (como, creo, es el caso actual). Incluso, en algún
sentido, también las acciones violentas valen más cuanto más
prontamente se realizan, de manera que mi axioma podría
considerarse universalísimo, pues siempre es más cualquier
ahorro de tiempo, no sólo para nosotros mortales, reducidos en
esta vida a un tiempo breve, sino también para el inmortal Autor
de las cosas, que, haciéndolo todo bajo la más perfecta razón, no
malgasta ni deja transitar incultivado ningún intervalo de lugar o
de tiempo o, por decirlo así, ningún espacio terreno, aunque lo
327
tenga él infinito, argumento éste que, aunque está extraído de la
causa final, no por ello lo considero yo menos sólido 403. Sin
embargo, de aquí no se sigue que siempre en una acción violenta
pueda colegirse de una mayor prontitud una mayor potencia en el
agente; a veces lo que produce es sólo una mayor facilidad en las
circunstancias que rodean la acción, como, por ejemplo, si un
grave dotado de ímpetu se mueve en línea
recta más que en plano inclinado; esto ocurre
en el ascenso por una línea curva AB descrita
en un plano vertical, por la que sube
oblicuamente una esfera hasta que incide en
la recta vertical tangente BC. De todas
maneras, a Vd le ocurre (cosa que a mí no tan
fácilmente) que pasa por alto las razones que yo aporto, como
cuando hace poco dije que un movimiento más rápido difiere de
uno más lento, y que difiere en más, es decir, que en él hay más
realidad; pues las cosas que difieren entre sí, pero no son
específicamente distintas, es que difieren en magnitud, cosa que
no veo pueda negarse. También pensé que encontraría algún eco
en Vd la idea de que con mi modo de medir las fuerzas (bajo el
supuesto de que una acción por sí misma más rápida debe ser
considerada más perfecta) se demuestra de forma bellísima que
se conserva siempre en el mundo la misma cantidad de acción
motriz, y se obtiene así definitivamente aquel objetivo en el que
Descartes fracasó, al pretender erróneamente que se
conservaba la cantidad de movimiento. Pero, si todo esto no vale
nada para Vd, difícilmente podemos esperar que valga algo todo
lo demás que se contiene en este argumento actual; pues, aunque
toda esa multitud de hermosos fenómenos que descubrimos en
nuestras conclusiones acerca de los movimientos parecen afectar
más a la imaginación, ocurre sin embargo que en un debate
abierto siempre se le escapa algo a aquél a quien las razones no le
hieren, y tampoco debemos exigirnos mutuamente la infinita
paciencia que requiere el tener que redactar en forma nuestros
argumentos y, cumplidas todas las reglas, dar y recibir siempre
uno del otro lo que es justo.
Pasando a algunos otros puntos, me exigía Vd que probara
328
a priori la ley de la continuidad de las mutaciones; pero con el
mismo derecho pedí yo que se demostrara a priori la ley de la P II
continuidad en el movimiento. El argumento que Vd adujo estaba 193
tomado de la dirección, a saber, que los cuerpos movidos siempre
lo hacen en la recta; a lo que yo respondí que no veía la
consecuencia puesto que, en la hipótesis de que fueran
transportados por salto, la causa que lo hiciera no tendría menos
poder para hacerlo también siempre en línea recta; de manera
que, si no me equivoco, es a Vd a quien incumbe tener que
demostrar que dicha causa no podría hacerlo. Por otra parte, yo
utilicé la hipótesis de la transcreación a modo de ejemplo
ilustrativo, puesto que estaba dialogando con filósofos y
precisamente con cartesianos, que afirman, y no mal en este
punto, que Dios crea todas las cosas continuamente: por lo tanto,
según ellos, que las cosas se muevan no es otra cosa sino que son
reproducidas en diversos lugares sucesivamente; pero, entonces,
son ellos los que han de demostrar que tal reproducción no puede
verificarse por salto, o quizás mejor, que no puede demostrarse
tal imposibilidad sino recurriendo a la razón que yo dí a favor de
la ley de la continuidad en el universo 404. Y si no admitimos las
recreaciones de las cosas, habremos de mantener la misma
posición, cualquiera que fuere la causa del movimiento. Además,
quien responde puede asumir una hipótesis no admitida por el
oponente, mientras ésta no sea refutada. Afirma Vd
correctamente que la interrupción no está en consonancia ni con
la velocidad del movimiento ni con su dirección; pero esto supone
haber aceptado ya que el movimiento es por su propia naturaleza
algo continuo. Sin embargo, quien rechace completamente la
continuidad en las cosas, ese tal afirmará que el movimiento no
es en esencia más que saltos sucesivos que pasan a través de
intervalos no debidos a la naturaleza de las cosas sino por la
acción de Dios, o sea, afirmará las reproducciones en lugares
separados, y filosofará como quien compone la materia de meros
puntos discontinuos, aferrándose a semejante doctrina por las
dificultades laberínticas que entraña la naturaleza del continuo,
de las que no sólo se siguen los saltos, sino además otras cosas
que comúnmente no se entienden. En una palabra, esta hipótesis
329
de los saltos sólo puede refutarse mediante el principio del
orden, con el que la razón suprema ha hecho todo de la manera
más perfecta 405.
Dado que todo cuerpo extenso, tal como realmente se
encuentra en el mundo, es como un ejército de criaturas, como un
rebaño o un conglomerado, lo mismo que un queso de gusanos, el
nexo de cualquier parte con cualquiera otra del cuerpo no será
más necesario que el que pueda darse entre las partes de un
ejército; y de la misma manera que en un ejército unos soldados
pueden sustituir a otros, así también en todo cuerpo extenso
unas partes a otras; ninguna parte tiene conexión necesaria con
ninguna otra, de manera que en la materia en general, eliminado
un elemento, es necesario que sea sustituido por otro,
exactamente lo mismo que ocurre cuando los soldados
encerrados en un lugar estrecho (donde caben pocos), en cuanto
sale uno es necesario que entre otro. Pero todo esto ya estaba
sugerido en mi carta anterior, y no veo qué pueda decirse de
cualquier cuerpo, a excepción del alma, que no valga también para
un ejército o una máquina. Sólo una única unidad verdadera (no
meramente sensible) concibo yo: es la mónada, aquello en lo que
no hay pluralidad de substancias.
Yo también asigno al movimiento (incluyendo en él también
las causas del movimiento) toda la variedad de los cuerpos, y, sin
embargo, defiendo una diferencia substancial entre las partes de
la materia. Lo mismo reconocen todos aquéllos que atribuyen al
hombre un alma racional como algo substancial libre de
extensión, pero no asignan una tal mente a todas las partes de la PII
194
materia 406.
Parece que califica Vd de nociones lógicas o metafísicas a
aquéllas que no explican nada; yo, en cambio, a éstas últimas no
las tengo ni siquiera como nociones. Sin embargo, aquélla a la que
yo me referí, tan lejos está de no explicar nada que más bien, al
contrario, de ella y otras semejantes, me parece a mí, se derivan
demostraciones de gran importancia. Pero tal es nuestra índole y
tales son nuestras preocupaciones que, aunque en teoría, por
decirlo de alguna manera, distinguimos enfáticamente y
protestamos distinguir lo inteligible de lo imaginario, en la
330
práctica sin embargo consideramos inadvertidamente casi como
no existente aquello que no es imaginable.
Y no de otra manera es como yo recibo lo que Vd dice no
entender acerca del principio activo anterior a la extensión, o
sea, no logra Vd imaginarlo. Pero basta con que una proposición se
siga necesariamente de algo inteligible para que ella misma sea
también inteligible. Sin duda, algo entiende Vd cuando los
cartesianos le hablan del alma humana, la cual en cuanto al género
no difiere, para mí, de las otras entelequias. Así que, a su
primera pregunta, qué es el principio activo, se respondería lo
mismo que a quien preguntara qué es el alma, aunque yo
respondería con más matizaciones. Lo que nos perturba a veces
son los prejuicios y la autoridad: hay muchos que creen entender
en Descartes exactamente lo mismo que niegan entender en
otros 407. En cuanto a la segunda pregunta, si el cuerpo animado
tiene una entelequia distinta del alma, Vd la interpreta como
refiriéndose al cuerpo animado como a un todo, abstracción
hecha de las partes particularmente animadas; en este sentido,
respondo que tal cuerpo no tiene otra entelequia distinta del
alma y de las entelequias de las partes particularmente
activadas; incluso tal alma no sería alma de la totalidad si no
fuera también alma de la parte particularmente animada, o sea,
si no fuera, debido a la estructura de la totalidad, el alma
dominante en el todo 408.
Cuando Vd dice que hace falta una causa mayor o una
mayor fuerza para mover, a una misma velocidad dada, un cuerpo
mayor que un cuerpo menor, está Vd suponiendo tácitamente que
el cuerpo resiste al movimiento. Porque si el cuerpo no resiste
sino que es indiferente y como en equilibrio, no veo qué obstáculo
pueda ofrecer al impelente su distinta magnitud; incrementando
cuanto se quiera todos los indiferentes jamás resultará una
resistencia y, por lo tanto, si no es necesario transitar por los
grados inferiores, bastará cualquier causa o impulso que empuje
o determine hacia la velocidad y dirección del movimiento y, en
consecuencia, cualquier cuerpo por pequeño que sea producirá
movimiento en cualquier otro arrastrándole consigo sin
resistencia de éste último ni disminución del movimiento del
331
anterior. Pero como esto no ocurre sino que, por el contrario, hay
que invertir y consumir una mayor fuerza para producir el
movimiento de un cuerpo mayor, entendemos que la materia
resiste al movimiento. Pero de aquí se sigue también que los
cuerpos sufren una compresión antes de ser lanzados y, al mismo
tiempo, se observa en ellos la ley de la continuidad en las
mutaciones y el hecho de que ni el mayor movimiento puede
producirse nunca sino transitando por el movimiento menor 409.
Si la έντελέχεια difiere totalmente de la extensión,
concluye Vd de aquí que nada puede sobre la extensión. Pero, ¿no PII
difiere también el movimiento de la extensión? Y sin embargo, 195
algo puede sobre ella. Por otra parte, hablando con rigor, la
extensión es sólo algo modal, como el número y el tiempo; no es
una cosa, pues es simplemente el modo abstracto como
designamos la pluralidad posible continua de las cosas
coexistentes, mientras que la materia son aquellas cosas mismas
plurales en número y, por lo tanto, es agregado de aquellas cosas
que contienen entelequias. De manera que, si con el nombre de
“extensión” Vd entiende la materia misma, entonces no admito
que la entelequia esté totalmente separada de la extensión.
Finalmente, que una cosa pueda algo sobre otra no significa en
rigor metafísico sino que una responde espontáneamente a la
otra (según hemos convenido entre nosotros acerca del comercio
del alma con el cuerpo).
No tiene por qué disculparse Vd de su desacuerdo
conmigo; esto no es algo voluntario. Lo que por ambas partes
debe ser suficiente es el amor a la verdad, la escrupulosidad en
el análisis y la nobleza acompañada de moderación en el decir,
todo lo cual no puede por menos de ser provechoso y placentero a
las personas bien dispuestas. Adiós. 410
PS. He sabido por nuestro común amigo, el Sr. Bernoulli 411,
que poner en claro la actividad de la substancia le parece a Vd de
mayor importancia que medir las fuerzas. Quizás sea cierto y
apruebo su opinión. Sin embargo, a mí me ha parecido siempre
que ésta es la puerta que nos permite pasar de las cosas a la
verdadera metafísica, a fin de liberar poco a poco nuestro
espíritu de las falsas nociones de la gente y de los cartesianos
332
sobre la materia, el movimiento y la substancia corpórea, y
comprender que de estas nociones no pueden derivarse las reglas
de las fuerzas y de las acciones y que, o se acude a Dios como
recurso (άπό μηχανής), o habrá que entender en los cuerpos
alguna cosa más profunda. Porque, si una mente no preparada se
adentra en aquel santuario donde puede contemplarse desde sus
orígenes la inesperada naturaleza de la substancia y del cuerpo,
es de temer que la oscuridad le ciegue por exceso de luz.
-----------------------------------------------------------------------
333
parte post, respecto de los cuales Dios obra ciertamente de forma
necesaria; sin embargo, obra también libérrimamente o espontáneamente o
voluntariamente puesto que no está determinado a obrar en virtud de
ninguna cosa extrínseca. Además, como Autor, existe libérrimo e
independiente de sus eternos decretos, y en este sentido puede decirse sin
contradicción que obra a la vez libremente y necesariamente.
Para evitar malentendidos acerca del peso y la condensación del aire,
yo mido el grado o cantidad de condensación por la razón inversa de los
volúmenes y directa de la materia aérea que tiene peso; tanto que tenga una
parte incomprimible como que no, el peso del aire será proporcional a su
condensación. Imagina que el aire contenido en el volumen a se extiende
uniformemente hasta ocupar el volumen 2a; ¿acaso podemos afirmar que,
permaneciendo de este modo el peso, la condensación del primer volumen
a ha de ser doblemente mayor que la condensación del posterior volumen
2a y que, por lo tanto, la gravedad específica de aquél será doble mayor
que la gravedad específica de éste? Si ahora imaginas que el aire del
volumen a se extiende hasta un volumen 3A, esto es, según la definición,
recibe una condensación tres veces menor, recibirá así mismo una gravedad
específica tres veces menor puesto que una tercera parte del aire contenido
en 3a pesa exactamente una tercera parte de lo que pesa todo el aire. Y así
sucesivamente, de manera que siempre el peso del aire de iguales
volúmenes es proporcional a su condensación. Cuando tú añades que es
verosímil que se dé una parte incomprimible homogéneamente dispersa en
el aire, no veo dificultad en admitirlo si hablas de partículas de aire
tomadas por separado, que son ciertamente sólidas y no sometidas a
compresión, y en este sentido no sólo alguna parte sino todo el aire es
incomprimible. Pero si, a lo que parece, a quien atribuyes la
incomprimibilidad es a una cierta parte de la masa, como la que
generalmente se atribuye al agua, entonces no veo cómo puede entenderse
tal materia diseminada homogéneamente en el aire comprimible; porque si
está diseminada de manera que sus partículas no se tocan, como las islas en
un océano, nada impide que puedan irse acercando mutuamente y hacerse
así comprimibles, contra la hipótesis, de manera parecida a como el agua, MIII
613
en sí incomprimible, puede comprimirse mezclada con el aire, cuando se
evapora; y si tal materia imcomprimible la entiendes diseminada en al aire
en algún otro sentido, por ejemplo, que sus partículas se tocan unas a otras
en contacto inmediato, entonces sería más correcto afirmar que la parte
comprimible del aire está diseminada en la incomprimible, y no a la
inversa, y así toda la masa del aire sería incomprimible, como el agua, pues
el contacto inmediato de las partículas resistiría a la fuerza que tiende a la
compresión, a menos que alguien afirmara que estas partículas son tan
sutiles que podrían escaparse por los poros de la vasija pneumática, cosa
que tú no supones. Así que te agradecería que me expongas tu idea de esto
de manera más clara, pues hasta el presente no puedo comprender cómo
puede estar diseminada en el aire una materia incomprimible, que no
334
traspase los poros de los cuerpos y, sin embargo, no impida la compresión
del aire. Tienes toda la razón cuando afirmas que la densidad del aire puede
comprenderse de dos maneras: o por el peso y el volumen, lo que no es otra
cosa que la gravedad específica del aire; esta medida de la densidad, que yo
acabo de utilizar es, para mí, la genuina y verdadera; o por la compresión o
fuerza elástica, esto es, por el peso que el aire puede soportar en el vacío,
por ejemplo, por la altura del mercurio; esta medida es impropia pues la
elasticidad no es de la esencia de la compresión, como se ve, por ejemplo,
en la harina que en el modio se comprime sin resistencia hasta la mitad de
su espacio. De todas maneras, espero algún día elaborar experimentos para
investigar hasta qué medida los incrementos de la gravedad específica
difieren, en proporción, de los incrementos de la fuerza elástica.
Ahora entiendo cómo hay que tomar tu afirmación de que “el aire
enrarecido parece recibir una fuerza de dilatación mayor que proporcional a
su rarefacción”. Así: el peso que puede soportar un aire más enrarecido,
calentado a un cierto grado de calor, tiene, respecto del peso que sustenta el
mismo aire no calentado, una relación mayor que la que tiene un peso que
puede soportar un aire más denso, calentado al mismo grado de calor,
respecto del peso que sustenta un aire no calentado. Pero de este fenómeno
no me consta ninguna experiencia.
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MIII
615
335
Al habérsete otorgado el nombramiento de Rector Magnífico y su
dignidad (por cuyo honor te felicito cordialmente), no te quedará tanto
tiempo para escribir cartas. Lo comprendo, cada cosa tiene su tiempo.
También Spinoza defiende que Dios obra no coactivamente, sino
espontáneamente. Pero su error consiste, entre otras cosas, en que elimina
en Dios la elección, como si sólo haya sido posible lo que hizo. Parece, por
tus últimas palabras, que tú no te apartas de la distinción que los teólogos
hacen entre los diversos modos de necesidad.
Por lo que se refiere al aire, podríamos, a modo de distinción, medir
la condensación por el peso que hay en el volumen, y la compresión (a falta
de otro término mejor) por la fuerza elástica. De manera que, si hubiera
partículas incomprimibles diseminadas por el aire, la compresión no les
afectaría a ellas en nada, cosa que no ofrece ninguna dificultad; habríamos
de concebirlas como islas dispersas nadando; al comienzo no impedirían la
compresión del aire, pero impedirán que ésta sea proporcional a la
condensación, aunque llegaría a ser tal si el aire fuera puro. Pero, si la
compresión fuera tanta que al fin todas las partículas incomprimibles
llegaran a tocarse estrechísimamente, entonces cesaría también toda
compresión ulterior. En realidad, nada existe completamente
incomprimible, pero así podemos entendernos comparativamente, de
manera que para la distinción entre condensación y compresión basta con
que las partes sean desigualmente comprimibles. En este sentido, un aire
puro podría tener condensaciones proporcionales a las compresiones,
quiero decir, sensiblemente o hasta cierto grado proporcionales.
Ciertamente, estas cosas nunca se dan así en la naturaleza como se dan en
la matemática pura, y ocurre aquí lo mismo que cuando decimos que en el
descenso de los graves la velocidad crece uniformemente, o sea, MIII
616
sensiblemente o hasta cierto grado uniforme, porque, en rigor, esto no es
cierto y bastaría con que los espacios de descensos fueran lo
suficientemente largos para que viéramos, incluso sensiblemente, hasta
dónde falla esta regla. Así que, hablando en términos absolutos, no puede
darse un cuerpo pura o metafísicamente elástico o, por así decir, un πρώτον
Έλαστικόν, porque la fuerza elástica no es algo primitivo y matemático,
aunque en la práctica así aceptamos ambas cosas para poder verificar la
medida; de la misma manera, afirmar que las condensaciones son
proporcionales a las compresiones es lo mismo que afirmar que las
extensiones son proporcionales a las fuerzas tensas o fuerzas del elastro;
esto es lo que solemos hacer, aceptando como cierto y perfecto lo que en
realidad es sólo aproximado. Por lo demás, tu afirmación de que lo
metafísicamente elástico debe poder comprimirse hasta la aniquilación o
espacio infinitamente pequeño, no sería una dificultad puesto que para ello
haría falta una fuerza también infinita. En realidad, lo que ocurre es que
toda compresión es la expresión de una materia más sutil; por lo tanto, no
puede ocurrir que algo sea puramente elástico y que, incrementada la
fuerza, se pueda incrementar siempre la compresión 414.
336
(Sería interesante hacer experimentos, etc, 616. Sobre el plagio de
Fatio a Newton, 616s).
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MIII
617
337
menor, tanto que haya partículas elásticas como no elásticas, lo mismo que
se comprime la harina y otras cosas por el estilo. Si, en lugar de la
compresión, lo que buscas es un término más significativo, yo optaría por
utilizar más cómodamente el término “coacción”: la coacción supone la
resistencia, es decir, solamente “coaccionan” aquellas cosas que resisten y
se oponen, o sea, las elásticas. Es mucha verdad lo que dices, que la
compresión o coacción no afecta a las partículas incomprimibles MIII
diseminadas por el aire sino cuando se consideran por separado; pues, 618
tomadas en conjunto, toda la mole aérea se compone de partículas
incomprimibles. Yo concibo el aire como si fuera un ovillo de lana cuyos
filamentos se componen de partículas sólidas, o como pequeñas esferas
que, a modo de islas, nadan en la materia sutil que se introduce y extiende
por los intersticios y deja vías de movimiento abiertas, que es lo que
constituye, a mi juicio, la elasticidad; también puede concebirse el aire
como un compuesto de pequeñísimos remolinos que dejan continuamente
un espacio mayor en torno a sus centros, de manera parecida a como
Descartes imaginó sus vórtices celestes; y de otras muchas maneras puede
concebirse la naturaleza del aire. En todo caso, y cualquiera que sea la
composición que imaginemos, siempre el aire estará compuesto de
partículas sólidas en el sentido en que tú las llamas incomprimibles; pues
también yo coincido contigo en que nada hay perfectamente sólido o
completamente incomprimible. Por eso, cuando he dicho que lo
metafísicamente elástico debe poder comprimirse hasta la aniquilación, no
negaba que para ello sea necesaria una fuerza infinita; lo que he querido
afirmar es que nada puede ser metafísicamente elástico, pues ninguna
materia, ni aun utilizando una fuerza infinita, puede aniquilarse o ser
reducida a un espacio infinitamente pequeño.
338
problema merece alguna respuesta, me parece a mí. En otro orden de cosas, MIII
todavía tiene levantada la espada contra ti, y también contra mí, pues hasta 619
el momento no he logrado convencerle de la equivalencia entre los
ascensos continuos y los ascensos por intervalos; él sigue pensando que
para éstos últimos se requiere más fuerza que para los otros; no obstante,
espero convencerle. Como piensa que yo disfruto de mayor familiaridad
contigo, me manda que te pida la demostración de la actividad de las
substancias, que a él le has negado; y añade (supongo que irónicamente)
que, como yo estoy de tu parte y tengo ya mi mente purgada, te ofreceré
una mejor disposición para que me confíes tal demostración, pues no se
siente menos ávido que yo de conocerla. Desde luego que yo estoy
deseándolo; pero no quisiera ser inoportuno si viera que ello te incomoda.
-------------------------------------------------------------------------------------------
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 9
Leiden, 12 noviembre 1699
GP.II 196-200
339
la misma potencia serán como los tiempos, y las acciones
realizadas en el mismo tiempo serán como las potencias.
Supongo que hasta aquí no habrá entre nosotros ningún
desacuerdo. Pero, en lo que a mí me parece que de aquí se sigue,
me temo que no me va a tener Vd de su parte. En efecto, una
acción libre, considerada en sí misma y no respecto de un
determinado y definido tiempo, sino respecto de su sola
prontitud y prestancia, que es la misma a lo largo de todo el
tiempo en que actúa, responde plenamente, me parece a mí, a las
fuerzas de las que fluye y con las que se coadecúa
perfectamente. Desde luego, su perfección debemos medirla por
el tiempo en el que recorre un camino; pero, aunque así sea, es sin
embargo también verdad que ella misma no depende del tiempo,
puesto que durante cualesquiera partes de tiempo sigue siendo la
misma y depende de la sola proporción de sus fuerzas. Y aunque
tales acciones deban ser comparadas al realizarse en un
determinado tiempo, lo primero que en ellas debe considerarse
es su prestancia y sólo después el tiempo durante el que se
realizan. En este sentido, se sigue de aquí que la acción que
recorre un cierto espacio en una hora equivale a la acción que
recorre el mismo espacio en dos horas. Pues, en la medida en que
la primera acción es doblemente rápida y, en este sentido,
doblemente más perfecta que la segunda, su perfección será sin
duda doble que la de la segunda; pero en cuanto que la segunda se
ejercita durante doble tiempo será, a su vez, respecto del
tiempo, doble que la primera. Es decir, la primera acción será
respecto de la segunda como 2 a 1 desde el punto de vista de la
prestancia o prontitud de su acción; pero, con relación al tiempo
empleado será respecto de la segunda como 1 a 2. Por lo tanto,
aquellas acciones que están en razón compuesta de la prestancia
que tienen en sí mismas y del tiempo en el que se ejercen serán
entre sí iguales 415. En los mismos principios está fundado el
siguiente argumento. La potencia con la que se recorren dos
leguas en dos horas es la misma que la potencia con la que se
recorre una legua en una hora, pues siendo libre permanece
invariante. Pero la potencia de la que fluye una acción que
completa una legua en una hora es doble que la potencia de la que
340
fluye una acción que completa una legua en dos horas, pues la
prestancia de la primera acción es en sí misma doble que la de la
segunda. Por lo tanto, la potencia de la que fluye la acción con la
que se recorren dos leguas en dos horas es doble que la potencia
de la que fluye la acción con la que se recorre una legua en dos
horas 416.
Añadiré algo que pondrá todavía más en claro dónde reside P II
la diferencia entre nuestros respectivos razonamientos. Dice Vd 197
que las acciones que prestan el mismo efecto están en razón
inversa de los tiempos. Yo estoy de acuerdo con esto, si habla Vd
de la prestancia de la acción considerada en sí misma; pero no lo
estoy, si se refiere al valor de la acción realizada durante un
determinado tiempo. Sobre esto mi razonamiento es el siguiente,
y dejo a su juicio decidir si es correcto o no. En ambos casos el
efecto de las acciones es el mismo. Por lo tanto, la prestancia o
eficacia o perfección de la acción, o de cualquier manera que
quiera decirse para designar aquello que en la acción es siempre
lo mismo, multiplicado por el tiempo es la misma. Así, la eficacia
de la acción A multiplicada por un tiempo como 1 es igual a la
eficacia de la acción B multiplicada por un tiempo como 2; es
decir, la eficacia de la acción A respecto de la eficacia de la
acción B será como 2 a 1, o sea, inversa a los tiempos. Es así que
la eficacia de la acción responde a la potencia. Luego las
potencias que hacen lo mismo son inversas a sus tiempos.
Esto es, excelente Señor, lo que todavía me impide estar
del todo de acuerdo con Vd. Sospecho, naturalmente, que Vd
negará que la prestancia de la acción responda a las fuerzas,
porque, si así fuera, ¿cómo podría Vd mantener su tesis con
fundamento? Por mi parte, como la prestancia de la acción es el
efecto inmediato y pleno de las fuerzas, no veo cómo no ha de
responder a ellas. Quizás dirá Vd que éste es un efecto formal,
no real; pero yo no capto por qué este efecto formal responda a
la potencia menos que el real que es producido por la fuerza del
efecto formal. Además, cómo podemos saber cuánto efecto real
produce esta o aquella potencia si no es por la experiencia, la cual
precisamente debe estar ausente de toda demostración a priori.
Me sorprende Vd al decir que yo he pasado por alto su
341
afirmación de que “el movimiento más rápido difiere del más
lento” y que “difiere en más”, cuando en mi carta anterior yo
había repetido literalmente sus propias palabras y prestado mi
asentimiento; pero añadí algo que ahora acabo de exponer con
más detención, a saber, que lo que tiene de más realidad un
movimiento más rápido es compensado en el más lento con una
mayor duración.
La diferencia que yo pongo entre lo extenso y el ejército
es que cada uno de los miembros del ejército puede perecer
manteniéndose los demás, mientras que ni la más mínima parte de
lo extenso puede hacerlo sin que a la vez perezcan todas.
Admito que basta que “una afirmación se siga
necesariamente de algo inteligible para que ella sea también
inteligible”, si de lo entendido se sigue a priori; pero no, si es a
posteriori. Por ilustrarlo con un ejemplo, yo entiendo
perfectamente la naturaleza de la gravedad, si llego a entender
que del sistema universal del mundo o del sistema particular de P II
nuestra tierra se sigue necesariamente el descenso de los 198
cuerpos; pero de ninguna manera, si por el hecho de ver a los
cuerpos descender yo razonara que se requiere, para que esto
ocurra, alguna causa, a la que llamo gravedad.
Ya por su carta anterior, excelente Señor, pude
comprender, cosa que ésta su última me lo confirma todavía más,
su sospecha de que yo estoy tan entregado a Descartes que sigo
a la letra su autoridad y me creo entender en él lo que me niego a
entender en otros. No haré aquí ninguna apología pues ya se
encargan de hacerla lo bastante quienes a él se adhieren de
forma compulsiva, y no nos serviría aquí de nada. Añadiré, sin
embargo, que reconozco en sus principios, tanto físicos como
metafísicos, muchos y grandes errores, aunque en otras cosas,
sobre todo de carácter general, estoy de acuerdo con él. Pondré
sólo un ejemplo, que tiene que ver con lo que nosotros tratamos
ahora: no puedo entender en modo alguno qué quieren decir
Descartes y los cartesianos cuando hablan del alma humana unida
y operante sobre el cuerpo y, a la inversa, del cuerpo paciente; a
mi juicio, este modo de hablar carece por completo de sentido, a
menos que probaran de qué modo el movimiento se sigue de los
342
pensamientos y éstos del movimiento, lo que tan lejos están de
lograr que pienso, por el contrario, que no hay cosa más absurda.
Y esta es la razón por la que el modo como Vd concibe esta
conjunción me ha complacido tanto, puesto que explica no qué es
lo que el alma haga sobre el cuerpo y el cuerpo sobre el alma, sino
cómo las mutaciones del alma se verifican a la vez que las del
cuerpo, aunque cada serie según sus propios principios.
Si sus entelequias no difieren del alma en cuanto al género,
¿no quiere esto decir que, así como el alma no puede nada
respecto del cuerpo ni éste respecto de aquélla, tampoco las
entelequias pueden nada respecto de la materia ni la materia
respecto de ellas? De manera que, así como en el cuerpo hay que
poner una cierta fuerza distinta del alma, mediante la que se
verifican las funciones del cuerpo, así también en la materia
deberá haber una cierta fuerza de mutación distinta de la
entelequia. Esto es lo que yo quería sugerir cuando dije que, si la
entelequia difiere de la extensión o extenso, no puede nada la
entelequia sobre ella, puesto que ni es la extensión ni un modo de
la extensión y, por lo tanto, ninguna mutación podrá producir en
ella. Por eso responde Vd correctamente que la έντελέχεια no
difiere de la materia 417. Ciertamente difiere, creo yo, de aquélla
que Vd llama materia prima, cuya naturaleza consiste en la
inercia y la antitipía. Así pues, esta έντελέχεια o inducirá en la
materia prima alguna mutación o ninguna. Si ninguna, entonces no
será έντελέχεια de esa materia; si la induce, como sin duda lo
hace puesto que la mueve, entonces sigue la duda de cómo puede
ser que una έντελέχεια que ni es materia prima ni un modo de ella,
sino algo substancial distinto de la materia prima, pueda actuar
sobre la materia prima y producir en ella una mutación; porque,
supongo yo, no será lícito decir que una responde
espontáneamente a la otra: esto implicaría que la mutación se
verifica tanto en la entelequia, con las fuerzas de la entelequia,
como en la materia prima, con las fuerzas de la materia prima;
pero ésta, como Vd la hace consistir en la inercia, carecerá por
completo, creo yo, de fuerzas actrices 418.
P II
En mi argumentación sobre la continuidad del movimiento 199
defendí que la causa del movimiento está en el cuerpo, que no es
343
Dios quien como por milagro mueve el cuerpo, ni se puede
concebir que ninguna causa corpórea actúe a distancia. Pero
tampoco es cosa de que nos detengamos en esto, puesto que,
como quiera que sea, tiene poco que ver en el conjunto de
problemas que ahora nos ocupan. Sólo añadiré, de pasada, que a
mí nunca me satisfizo la opinión aquélla de Malebranche y otros
cartesianos, según la cual el movimiento no se produce por la
fuerza del choque de los cuerpos, sino por el poder inmediato de
Dios, que mueve este o aquel cuerpo con ocasión del choque. Yo
nunca he dudado del efecto de los choques ni de que hubiera en
el cuerpo mismo alguna fuerza de movimiento por la que
produjera como por causas segundas el movimiento que nace del
conflicto entre los cuerpos. Por eso me agradó sobremanera lo
que decía Vd en su Specimen Dynamicum (que con esta ocasión he
vuelto a leer, por si podía obtener alguna luz). Sólo una cosa me
atormentaba siempre y era que no había manera de encontrar en
el cuerpo la causa de esta fuerza, que es lo que, en mi opinión, ha
dado lugar a que muchos, al negar a los cuerpos toda actividad,
hayan acudido a Dios como recurso, asignándole toda la fuerza de
la acción. Por eso, una vez más, he saltado de gozo al leer en las
Actas de Leipzig que Vd, de quien estoy absolutamente
persuadido de que nada diría sin algún profundo razonamiento y
de que, si de alguien, sólo de Vd podía esperarse, asegura que a
toda sustancia le es inherente la fuerza de obrar 419. Yo veía que,
una vez demostrado esto por la noción o naturaleza de la
substancia, se clarificarían muchas cosas sobre las que ahora
dudamos y se seguirían innumerables consecuencias de
extraordinaria utilidad para la Física. En efecto, si se
demostrara que toda substancia es activa por su propia
naturaleza y que, por lo tanto, se conserva necesariamente la
fuerza activa que de ella dimana, se pondría de manifiesto que
todos aquellos cuerpos que con movimientos contrarios chocan
entre sí son elásticos, porque, si algunos de ellos no lo fueran,
perecería la común cantidad de movimiento y, por lo tanto,
también la fuerza que a esa cantidad de movimiento está
asociada; perecería así mismo la fuerza de los cuerpos que
concurren entre sí uniformemente, pues perecería todo
344
movimiento. Ya entre nosotros dos hemos convenido que lo que se
conserva en el choque de cuerpos elásticos es como el cuadrado
de las velocidades multiplicado por la masa. Todo esto y todo lo
que Vd extrae de aquí tiene para mí tal consistencia que estoy
admirado de lo hermosamente que todo concuerda, de manera
que en mi ánimo y en mi afecto estoy ya de su parte, deseando
sólo poder estarlo también en el talento. Pero, lo que a nadie en
este mundo exigiría, y mucho menos a Vd a quien tanto admiro, es
que todo fuera reducido a argumentos formales, puesto que a las
personas inteligentes no les son necesarios, y a quienes no lo son
de nada les sirven. Así que, si a todo cuanto aquí he expuesto
P II
prolijamente ve Vd que algo le falta, será para mí un gozo recibir 200
de Vd la medicina a mi torpeza; si me desahucia, será un dolor
para mí. Ciertamente, no me atrevería a asegurar que mi mente
está del todo libre de aquellas falsas nociones de la gente y de
los cartesianos sobre la materia, el movimiento y la substancia
corpórea. Pero sí creo comprender lo suficiente que las reglas de
las fuerzas y de las acciones no se pueden deducir de aquellos
principios, cualesquiera que sean sus leyes, con lo que o hay que
acudir a Dios como recurso (άπό μηχανής), cosa que yo rechazo
categóricamente, o habrá que deducir de la substancia corpórea
las fuerzas de los cuerpos, cosa que ojalá pudiera yo hacer. Pero
en todo caso, así como confieso ingenuamente mi ignorancia, así
igualmente me hará Vd muy feliz si se digna hacerme partícipe
de esta luz. Pero tal será mi actitud que, si lo consigo, me sentiré
sumamente obligado para con Vd; y si no, nada tendré de qué
quejarme, pues siempre reconoceré que todo va a depender de su
criterio. Adiós
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AÑO 1700
345
He aquí por fin mi respuesta para el Sr. de Volder, en la confianza de
que, si a ti te satisface, también para él será eficaz. Espero que con esto
termine por reconocer la gran diferencia que hay entre los distintos géneros
de medir la prestancia de una acción. No puedo prever qué reparos puedan
aún quedarle, pues nada puede ser más ajeno a la razón que defender que
dos acciones, que hacen lo mismo con distinta rapidez, hayan de ser sin
embargo iguales entre sí; semejante afirmación no sólo repugna a la
actividad de nuestra razón sino también a toda experiencia.
No acierto a entenderte cuando dices que te he felicitado por tu
nombramiento. Yo te he felicitado por tu nombramiento y por tu cargo, o
sea, por tu dignidad. ¿Que yo te he comparado con Spinoza? Fui yo quien
te aconsejé que evitaras ciertas formulaciones, a fin de que no dieras a
personas, al parecer hostiles a ti, ocasión alguna de hacerte daño y
compararte. No retuerzas en contrario lo dicho con la mejor intención.
Llamamos también posible a lo que nunca ocurrirá, justamente porque
negamos que el futuro sea necesario.
Sólo nos queda hacer experimentos sobre el aire condensado,
enrarecido, calentado o contraído por el frío.
Cuando digo que algo es metafísicamente o, si prefieres,
matemáticamente elástico, nuestra mente se aleja de lo que la materia MIII
tolera, lo mismo que ocurre cuando imaginamos la gravedad desde el rigor 620
matemático, que ella no abarca. No obstante, este tipo de medidas tiene
utilidad en su momento, para poder afirmar que metafísicamente la
gravedad se produce desde la nada, o sea, desde el centro de atracción 420.
346
es difícil expresarlo con palabras, ¿cuánto más lo será cuando nuestros
pensamientos no están aún bien ordenados? Así que, quien no da lo que no
tiene, no puede ser acusado de negarse a darlo. De todas maneras, algunos
rudimentos ya le he ofrecido, quizás más para no defraudar su voluntad que
para esperar satisfacerle plenamente.
Lo que me sorprende es que piense todavía que los ascensos
continuos requieren menos fuerzas que los verificados a intervalos; ¿o es
que piensa que no es lo mismo hacer descender cuatro libras a un pie que
una libra a cuatro pies, cuando en ambos casos lo que ocurre es que una
libra desciende a un pie cuatro veces, con la única diferencia de que en un
caso el descenso es sucesivo y en el otro simultáneo? El sucesivo puede
hacer el simultáneo y el simultáneo el sucesivo, sin que ninguno haga nada
más. Las cosas que pueden intercambiarse mutuamente son siempre entre
sí equivalentes.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 10
Hannover, 9/20 enero 1700
GP.II 201-206
------------------------------------------
347
y de los cuadrados de las velocidades.
(5) La acción que recorre dos leguas en dos horas es
doble que la acción que recorre una legua en una hora.
(6) La acción que recorre una legua en una hora es doble
que la acción que recorre una legua en dos horas.
(7) Luego, la acción que recorre dos leguas en dos horas
PII
es cuádruple que la acción que recorre una legua en dos 201
horas.
(8) Si el espacio o efecto es el mismo, las acciones están
en razón de las velocidades.
(9) Luego, por (1), si el efecto es el mismo, las potencias
están en razón directa de las velocidades e inversa de
los tiempos.
(10) Pero, si el efecto es el mismo, las velocidades están en
razón inversa de los tiempos.
(11) Luego si el efecto es el mismo, las potencias están en
razón inversa duplicada de los tiempos.
(12) En general, (por (1) y (2)), las potencias están en
razón compuesta directa de los espacios y de las
velocidades e inversa de los tiempos
(13) Por (3), las velocidades están en razón directa de los
espacios e inversa de los tiempos.
----------------------------------
348
de los tiempos empleados, pero inversa; mientras que las
potencias con las que se recorre un mismo espacio están en razón
inversa duplicada de los tiempos empleados. Pero aquellas
acciones cuya potencia o intensión es la misma están en razón
simple y directa de los tiempos.
En este último sentido, es muy cierto lo que Vd dice, de
acuerdo conmigo, que la intensión o “prestancia de la acción no
depende del tiempo sino de la sola proporción de sus fuerzas”.
También concedo que “si han de compararse las acciones entre sí,
lo primero que en ellas puede considerarse es su prestancia”
(intensión, potencias de las que fluyen), y después el tiempo en el
que se realiza la prestancia, o sea, su extensión. Pero lo que Vd
añade: “de aquí se sigue que la acción que recorre un cierto
espacio en una hora equivale a la acción que recorre el mismo
espacio en dos horas”, esto no se demuestra. Veamos la prueba
que Vd da de esta consecuencia. Lo dice Vd así: “Pues en la
medida en que la primera acción es doblemente rápida y, en este
sentido, doblemente más perfecta que la segunda 421, su
perfección será sin duda doble que la de la segunda; pero en
cuanto que la segunda se ejercita durante doble tiempo será, a
su vez, respecto del tiempo, doble que la primera”. Según esto,
por compensación, serán iguales entre sí. Sin embargo, yo pienso
que, a juzgar por la incongruencia de esta conclusión, puede
sospecharse que algún vicio se esconde en las premisas. A fin,
pues, de examinar con precisión la consecuencia, supongamos dos
acciones, la primera que recorre una legua en una hora, y la
segunda que recorre una legua en dos horas. Dice Vd que éstas PII
son iguales, y afirma una primera cosa que yo concedo, a saber, 202
que el tiempo de la segunda es doble que el de la primera; pero
afirma también Vd una segunda cosa que yo niego, a saber, que la
potencia o intensión o prestancia de la primera es doble que la de
la segunda; yo, en cambio, afirmo que es cuádruple puesto que,
para mí, las potencias están en razón duplicada de las
velocidades: confunde Vd, por lo tanto, potencia con velocidad.
Para que se vea esto con más claridad, propongo dos resoluciones
de la acción distintas: la primera es que las acciones estén en
razón compuesta de las potencias y de los tiempos; la segunda es
349
que estén en razón compuesta de los efectos (o espacios
recorridos) y de las velocidades. Y para que vea Vd mejor la
diferencia de ambas resoluciones, es importante considerar aquí
algo que generalmente se olvida, y es que, así como puede
entenderse de dos maneras distintas la “extensión” o “difusión”
de la acción, así también de las mismas dos maneras puede
afirmarse la intensión que, junto con su extensión
correspondiente, verifica toda la medida. Quiero decir, si la
extensión de la acción se toma según el tiempo, entonces la
intensión es potencia; pero si la extensión de la acción se toma
según el lugar, entonces la intensión es velocidad, cosa que en
todo lo que aquí estamos tratando debe ser cuidadosamente
tenido en cuenta y distinguido, y cuyo olvido, si no me equivoco,
ha contribuido mucho a la confusión en esta materia. Porque es
bastante claro que la intensión, entendida en el primer sentido,
debe ser distinta de la intensión tomada en el otro sentido.
Insisto, en ambos casos es verdad que las acciones están en
razón compuesta de las potencias y de los tiempos empleados y
que, a la vez, están también en razón compuesta de las
velocidades y de los espacios recorridos. Por lo tanto, puesto
que, a su vez, los espacios están en razón compuesta de las
velocidades y de los tiempos en que se recorren, se sigue que las
acciones estarán en razón compuesta duplicada de las
velocidades y simple de los tiempos. Pero, como, según nuestra
primera medida, las mismas acciones estaban en razón compuesta
de las potencias y de los tiempos, se seguirá que las potencias
están en razón duplicada de las velocidades 422. Verá Vd así qué
hermosamente se reúne de nuevo todo y todo concuerda bajo un
razonamiento intachable. Pero si alguien pretendiera admitir sólo
la primera resolución, o sea, la resolución de la acción en el
tiempo y su prestancia desplegada a lo largo del tiempo, y no la
segunda resolución en el espacio (lugar) y su prestancia
desplegada en el espacio (lugar), con la pretensión de que fuera
la misma la cantidad de acción con tal de que fuera el mismo el
espacio (lugar) 423, ese tal habría preferido sin razón una
resolución sobre la otra, cuando puede haber alguien que con el
mismo derecho eligiera sólo la resolución en el espacio (lugar) y
350
su prestancia desplegada en el espacio. Pero ambas posiciones
por separado son igualmente ajenas a la razón, y se ve
claramente que deben admitirse con el mismo derecho las dos PII
203
resoluciones. Pero las prestancias mismas han de diferir
necesariamente una de otra, porque si las acciones estuvieran en
razón compuesta de las prestancias y de los tiempos y, a la vez,
en razón compuesta de las mismas prestancias y de los espacios,
se seguiría que los tiempos estarían en razón de los espacios (de
los lugares) o, lo que es lo mismo, las acciones que se realizaran
en un mismo tiempo recorrerían también el mismo espacio, o sea,
todos los movimientos serían equiveloces.
Todavía aporta Vd otro argumento que dice así: “La
potencia con la que se recorren dos leguas en dos horas es la
misma que la potencia con la que se recorre una legua en una
hora”. Esto lo concedo. Pero sigue Vd diciendo: “Pero la potencia
que completa una legua en una hora es doble que la potencia que
completa una legua en dos horas”. Esto yo no lo admito pues, para
mí, es cuádruple. Esta relación vale para las acciones y para las
velocidades, pero no para las potencias. Y, en consecuencia,
tampoco admito la conclusión: “la potencia que completa dos
leguas en dos horas es doble que la potencia que completa una
legua en dos horas”, pues, según mi opinión, será cuádruple.
Un tercer argumento suyo es éste: dice Vd que yo afirmo
que “las acciones que prestan el mismo efecto están en razón
inversa de los tiempos”. En efecto, así es. Añade Vd estar de
acuerdo con esta afirmación, si se habla de la prestancia de la
acción considerada en sí misma, pero no, si se refiere al valor de
la acción realizada en un determinado tiempo. Esto me parece a
mí un poco oscuro. Mi enunciado es absoluto e incluye todo lo que
pueda medirse en la acción libre de cualquier modo que sea. Pero
el razonamiento con el que Vd trata de asentar su distinción
arroja alguna luz sobre nosotros. Dice Vd que, por hipótesis, “en
ambos casos el efecto de las acciones es el mismo”. Esto yo lo
concedo. “Por lo tanto”, añade Vd, “la prestancia de la acción
multiplicada por el tiempo es la misma”. También esto lo admito,
si por prestancia de la acción entiende Vd la velocidad puesto
que, como tantas veces ya he dicho y es manifiesto por sí mismo,
351
el efecto o espacios recorridos están en razón compuesta de las
velocidades y de los tiempos; y, por lo tanto, al ser el mismo el
espacio recorrido, también será el mismo el producto de la
velocidad por el tiempo. Pero no concedo lo que Vd dice, si por
prestancia de la acción entiende Vd lo que más atrás hemos
entendido, a saber, la potencia. De manera que, aplicando al caso
presente lo ya dicho, concedo si por prestancia de la acción
entiende Vd aquella intensión que, con la extensión a lo largo del
espacio, compone la cantidad de acción, o sea, si lo que Vd
entiende es la velocidad; pero no concedo, si por prestancia de la
acción entiende Vd aquella intensión (admitida por los dos desde
el comienzo) que, con la extensión a lo largo del tiempo, compone
la cantidad de la acción, o sea, si lo que Vd entiende es la PII
204
potencia. Verá Vd una vez más cómo es éste el origen de la
confusión. Pero sigamos su argumentación para el caso en el que
el espacio recorrido sea el mismo. Dice Vd: “la prestancia de la
acción A multiplicada por un tiempo como 1 produce lo mismo que
la prestancia de la acción B multiplicada por un tiempo como 2.
Por lo tanto, la prestancia de la acción A respecto de la
prestancia de la acción B será como 2 á 1, o sea, inversa a los
tiempos”. Todo esto es correcto, si por prestancia de la acción
entendemos la velocidad. Pero, una vez más, aquí cambia Vd el
sentido cuando concluye: “Es así que la prestancia o eficacia de la
acción responde a la potencia”. Esto lo niego, si se refiere a
aquella prestancia de la acción que hasta ahora yo he admitido en
su argumento, pues aquí se habla de la velocidad, que no responde
a la potencia, como ya he mostrado. Por consiguiente, tampoco
concedo lo que Vd concluye: “Luego las potencias que hacen lo
mismo son inversas a los tiempos”, pues, para mí, son inversas a
los cuadrados de los tiempos, mientras que las acciones, así como
las velocidades, son inversas a los tiempos cuando el efecto es el
mismo.
Así pues, si Vd comprende ya, excelente Señor, que ese
gran absurdo, según el cual son equivalentes aquellas acciones
uniformes que hacen 424 lo mismo en tiempos muy desiguales, no
se funda en razón alguna sino que más bien está construido sobre
la confusión entre potencia y velocidad, cosas éstas dos que,
352
según ya se ha expuesto, son tan distintas entre sí como lo son
entre sí el tiempo y el lugar, espero de Vd que generosamente
renuncie a él en adelante. “Nunca encontrarás en la naturaleza de
las cosas que, dado que una magnitud A se constituye o
determina por dos datos, l y t, dos magnitudes A sean iguales
si coinciden en l y difieren en t, lo que sin duda ocurriría si el
absurdo ese fuera verdadero” 425. En efecto, puesto que una
acción se determina por un tiempo y por el lugar en cuyo
recorrido se emplea el tiempo, si las acciones que recorrieran el
mismo lugar durante tiempos desiguales fueran iguales entre sí,
también serían iguales los dos A, cada uno de los cuales se
determinaría por sus l y t, y coincidirían en l, difiriendo en t, lo
que repugna con esa generalísima y, por así decir, metafísica
matemática, cuyo axioma ha permitido demostrar absolutamente
que las potencias no deben estar en razón de las velocidades.
Incluso, según el sentido común de todos los mortales, hacer lo
mismo más rápidamente es considerado como algo más y muchas
veces los más rápidos reciben premios, pues han realizado un
mayor trabajo, naturalmente si la acción es uniforme y no ha sido
interrumpida. Así que yo espero que, de la misma manera que a
Vd le satisfizo mi distinción entre acción libre y acción violenta,
también le satisfaga la nueva distinción entre las dos intensiones,
la que compone la cantidad de acción con la extensión por el
tiempo, y la que lo hace con la extensión por el lugar o, lo que es PII
lo mismo, la distinción entre potencia y velocidad. Comprenderá 205
Vd que en todo este asunto se han aducido las razones y se ha
llevado todo al cálculo, μεταφυσικωτέρως en el caso de las
acciones libres y φυσικωτέρως en el de las violentas, de manera
que no le quede a Vd ya ninguna objeción (que, en todo caso,
aceptaré) a la que no prometa poder satisfacer exactamente 426.
Paso ya a las demás cuestiones, en las que ojalá pudiera
satisfacerle a Vd del mismo modo; y, en concreto, voy a
referirme a algunas cosas que, de pasada, se han cruzado. Los
miembros de lo extenso, lo mismo que los de la máquina o los del
ejército (que no dejan de ser ejemplos de algo extenso), yo
entiendo que pueden perecer, aunque, eliminado un extenso, sea
necesario sustituirlo por otro. Así que lo extenso perece; la
353
extensión, no; de la misma manera que perecen los hombres y no
la naturaleza humana. En cuanto a que aquellas cosas que se
siguen de lo inteligido sean a su vez ellas mismas inteligibles, no
creo que haya entre nosotros desacuerdo. Sin duda, a Vd,
hombre de inteligencia y de sentido común, sería absurdo
acusarle hoy de crimen de esclavitud; pero aquellas cosas que han
quedado arraigadas por la costumbre se adhieren a nosotros aun
sin darnos cuenta, cosa que yo descubro muchas veces en mí
mismo.
Cuando digo que el alma o entelequia no puede nada sobre
el cuerpo, entiendo por cuerpo no la substancia corpórea cuya
entelequia es una substancia una, sino el agregado de otras
substancias corpóreas que constituyen nuestros órganos, pues
una substancia no puede influir en otra y, por lo tanto, tampoco
en el agregado de otras. Y lo que digo es que todo cuanto se
verifica en la masa o agregado de substancias según las leyes
mecánicas, eso mismo se expresa según las propias leyes de sí
misma en el alma o entelequia (o, si Vd prefiere, en la mónada o
substancia simple una, que consta de actividad y pasividad). La
fuerza de la mutación en toda substancia proviene de sí misma, o
sea, de su entelequia, y esto es tan cierto que cuanto ocurra en
el agregado puede derivarse de aquellas (entelequias) que están
ya en el agregado. La έντελέχεια o fuerza, esto es, la actividad,
difiere sin duda de la resistencia o pasividad, y puede Vd
entender aquélla como forma y ésta como materia prima; pero no
difieren como si hubieran de considerarse como dos substancias
distintas, sino como constituyendo una sola, y la fuerza que
modifica la materia prima no es la propia fuerza de ésta, sino la
entelequia misma.
-----------------------------------------
354
fuerza para obrar, es más, que siempre actúa; pero como entre PII
206
mis pensamientos en esta materia hay muchos muy abstractos,
alejados de los sentidos y ajenos al uso común y, por otra parte,
estoy ahora muy distraído con múltiples y muy variadas
ocupaciones, no me atrevo a prometer lo que no sé si podré
cumplir dignamente. Intuyo que debo elevarme muy alto a
principios sobre los que hasta ahora apenas tenemos nada hecho.
Además, fuera de Vd, tampoco tengo a casi nadie con quien me
gustaría discutir estas cosas; así que, en cuanto pueda hacerlo,
será Vd uno de los primeros en conocer los progresos que haya
hecho, lo que será para mí del máximo interés pues auguro
obtener un gran provecho de sus observaciones acerca de todas
aquellas cosas que, mediante hipótesis y postulados, deseamos
demostrar, y cuya verdad unas veces se nos ofrece prometedora
como entre nieblas y otras veces, al menos mientras llega, nos
permite operar con buenos resultados. Ya me habría gustado a mí
haberlo tenido todo demostrado a priori ante Vd, cuando ni
siquiera en la Geometría se ha hecho todavía, y no digamos nada
lo lejos que aún se está en la Metafísica. Y, aunque reconozco que
está por encima de mis fuerzas alcanzar hasta el límite un
perfecto análisis, espero con la ayuda de Vd acercarme al menos
lo más posible, pues siento que nada hay que me entusiasme más
que los pensamientos de personas como Vd, ya sean semejantes a
los míos o expresamente contrarios; al intentar acomodarme o
enfrentarme a ellos, siempre saco algo de nueva luz, de la que
ojalá me fuera lícito ya disfrutar. Pero hay otras muchas cosas
que pesan tanto sobre mí que, si Vd pudiera conocer lo agobiado
que estoy por ellas, quizás más que perdonarme por alguna
tardanza involuntaria casi sentiría Vd conmiseración de mí, a
quien no está permitido el placer del reposo. Adiós y que todo le
vaya bien 427.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - -- - - -
(Prosigue el texto enviado a de Volder):
355
toda substancia es por sí misma activa. Porque acudir a Dios ni es
razonable ni explica ni modifica nada. Así que sería la
imposibilidad misma de explicar tal influjo la que nos conduciría
al hecho de que éste no se da de substancia a substancia. Medite
Vd sobre esto hasta que podamos desentrañarlo todo con más
profundidad. Adiós.
-----------------------------------------------------------------------
356
Junto con tu carta, le envié también al Sr. de Volder una nueva
demostración mía de la equivalencia entre los ascensos continuos y por MIII
623
intervalos; espero que por fin se convenza.
-------------------------------------------------------------------------------------------
-------------------------------------------------------------------------------------------
MIII
625
357
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 113
Gröningen, 6 abril 1700
GM.III 626-630
Te envío carta del Sr. de Volder, recibida hace ocho días: parece que
va cediendo algo. No puedo por menos que alabar la nobleza de un hombre
deseoso no de vencer, sino de ser vencido. Si todavía te queda algo que
decir, a modo de demostración, en favor de la actividad de la substancia, no
se lo ocultes a quien con tanto esfuerzo lo solicita vivamente. En carta que
me escribías a mí añadías lo siguiente: “si con toda la Escuela entendemos
por substancia todo aquello que puede obrar o padecer y que nada es
pasivo sin que sea activo, se sigue entonces que toda substancia puede
obrar”. No podrá negar que esta consecuencia es muy verdadera; pero me
temo que de Volder dirá que asumes gratuitamente que “nada es pasivo sin
que sea activo”, pues tal vez esté convencido, con otros muchos, de que se
dan substancias meramente pasivas. Por fin, mi demostración de los
ascensos continuos y por intervalos ha convencido plenamente a de Volder
acerca de la verdadera actividad de las fuerzas, como podrás colegir por su
carta; partiendo de ella, él mismo ha demostrado elegantemente la falsedad
de la hipótesis común, que se basa en la cantidad de movimiento. Hace ya
tiempo yo elaboré para ti esta misma demostración, que entonces hacía
derivar del choque oblicuo de un cuerpo contra otro cuerpo; de Volder la
admitió después sólo para los cuerpos elásticos, defendiendo que no era
suficiente para los cuerpos perfectamente duros. La que ahora ofrezco, tal
como está, vale tanto para los perfectamente duros (si es que tales existen o
pueden concebirse) no menos que para los elásticos, de manera que nos
sirve frente a cualquier adversario. Es una demostración pura y abstracta.
Al final de esta carta te la transcribo en los mismos términos que a de MIII
Volder, puesto que me la has pedido, aunque podrás entenderla también 626
por la carta de de Volder. En síntesis, si suponemos dos cuerpos iguales y
no elásticos, uno en movimiento y el otro en reposo, que chocan, será
absurdo que, después del choque, ambos prosigan en la dirección del
cuerpo con un movimiento a mitad de la velocidad que éste tenía antes del
choque, pues de Volder muestra, siguiendo mi razonamiento, que este
cuerpo puede dar a cuatro cuerpos iguales que él la cuarta parte de su
propia velocidad (lo que ya completaría la cantidad de movimiento) y
retener sin embargo todavía la mitad de esa misma velocidad, lo que, en
consecuencia, aumentará la primitiva cantidad de movimiento, y la medida
de las fuerzas así extraída no sería consistente consigo misma ni con la
verdad; por el contrario, si suponemos (como hacemos nosotros) dos
cuerpos no elásticos que chocan estando uno en movimiento y el otro en
reposo, ambos proseguirán después del choque no con la mitad de la
velocidad, sino con una velocidad que será respecto del primero como
358
1
es a 1, con lo que, según nosotros, se conserva la misma cantidad de
2
fuerzas; entonces, según mi razonamiento, se seguirá que el cuerpo puede
mover siete cuerpos iguales a él y dar a cada uno de ellos una velocidad
1
que sea respecto de la primera velocidad como es a 2, y, además,
2
después de los siete impulsos, retener él mismo la misma velocidad que dio
a los otros cuerpos, lo que concuerda elegantemente con la verdadera
medida de las fuerzas; esto es lo que debía ocurrir, y así, nuestra Regla es
general y, a la vez, coherente consigo misma en todos los casos
particulares.
Vuelves a la vieja cuestión cuando dices “acontece que hay posibles
que no ocurren”; pero a esto yo he respondido ya diciendo que esto no es
verdad de la parte de Dios, pues respecto de él no hay contingentes, o sea,
aquello que ocurriría fuera del orden de sus decretos; yo admito como tú el
dicho vulgar “del poder al ser no vale la consecuencia”, aunque más bien MIII
deberíamos argumentar “del no ser al no poder”. Para decir en una sola 627
palabra lo que pienso, Dios eligió libremente todo lo que decretó
eternamente, pero, tras la elección hecha, todo lo elegido es necesario 431.
APÉNDICE
Extracto de la carta de Johann Bernoulli a de Volder
GM.III 629-630
Demostraré que las fuerzas con las que un cuerpo asciende a una
determinada altura en un solo salto son iguales a las fuerzas del mismo
cuerpo que de nuevo desciende en cuatro impulsos, consumiendo toda la
fuerza adquirida para cada uno de esos impulsos en tensar el elastro, esto
es, aquellas fuerzas iniciales son iguales a las fuerzas de los cuatro elastros
tensados de este modo. Supongamos un cuerpo que, cuando comienza
a ascender, tiene dos grados de velocidad; como las velocidades son como
la raíz cuadrada de las alturas,
en lo que estás de acuerdo
359
conmigo, y como, según la
hipótesis, los cuatro elastros
distan entre sí la cuarta parte de
toda la altura, es claro que el
cuerpo empujará a cada elastro
con 1 grado de velocidad y los
tensará consumiendo todo su
grado de velocidad. Según esto,
lo único que me incumbe es
mostrar (sin tener ahora en
cuenta la gravedad) que este
cuerpo (que concibo como perfectamente duro, a fin de que no pienses que
vale sólo para los elásticos), movido con dos grados de velocidad, puede
tensar precisamente los cuatro elastros, cuando para tensar por separado
cada uno de los elastros se requiere en el cuerpo un solo grado de
MIII
velocidad. Imagina que el cuerpo C (fig. 145) choca oblicuamente contra el 629
elastro L a la velocidad CL como 2 con un ángulo de inclinación CLP de
30º cuyo seno CP es la mitad del radio CL. Ahora bien, ¿qué ocurrirá
después del choque del cuerpo C contra el elastro L? Como el movimiento
por CL se compone de los dos colaterales por CP y PL, y como CP, según
la cual el cuerpo choca directamente contra el elastro L, expresa la mitad de
la velocidad del cuerpo por CL, se consumirá este movimiento por CP
tensando el elastro (sería lo mismo que si el cuerpo C chocara
perpendicularmente contra el elastro con la velocidad CP, que por hipótesis
éste podría destruirla) mientras permanece la velocidad del cuerpo y su
dirección PL. Llevado ahora PL contra M de manera que LM sea == PL==
3 (pues se supone que CL==2) y aplicando contra M otro elastro
semejante que forma con LM el ángulo LMQ, cuyo seno LQ sea ==
CP==1, por la misma razón será manifiesto que el cuerpo C, después de la
tensión del elastro L, tensará el elastro M perdiendo su movimiento por LQ
y conservando el movimiento por QM. Si ahora se prolonga QM hacia N de
manera que MN==QM== 2 y allí choca con el elastro que constituye con
MN el ángulo semirrecto MNR, en el que MR es de nuevo ==CP==1, se ve,
lo mismo que antes, que todo el movimiento por MR se emplea en tensar el
elastro N y que el cuerpo se mueve siguiendo la dirección y la velocidad
RN==1; finalmente, si con esta velocidad residual choca
perpendicularmente contra el elastro 0, le dará a éste al girar toda la
velocidad que le queda. Pues bien, con estas premisas, razono de la
siguiente manera. La potencia del cuerpo C es tanta que, por sí solo y sin
ninguna otra ayuda, ni de la gravedad ni de ninguna otra cosa, puede tensar
precisamente los cuatro elastros, siendo su potencia la misma que se
requiere para que, tensando cada uno por separado, vaya cayendo el cuerpo
desde cada cuarta parte de aquella altura a la que con su velocidad inicial
podía ascender; es así que esta potencia es la misma que se requiere para
que el cuerpo se eleve de un salto a toda la altura. Luego para ascender de
360
un salto se emplea tanta potencia o tantas fuerzas cuantas se emplean MIII
tensando los cuatro elastros en el descenso del cuerpo. Q.E.D. 630
-------------------------------------------------------------------------------------------
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 11
Leiden, 5 abril 1700
GP.II 207-210
361
cualquiera en una hora es igual a la acción que completa el mismo
espacio en dos horas aunque la potencia sea doble, esto según mi
anterior razonamiento. Pero en la segunda hipótesis es la acción
misma la que será doble, pues el efecto de la potencia actuando
durante ese tiempo y, por lo tanto, el valor de la acción no será
ya el espacio completo, sino el espacio recorrido con esa
velocidad puesto que ésta ya no es la potencia, sino un efecto de
la potencia. De donde se sigue lo que Vd dice, a saber, que las
acciones, cuando el espacio recorrido es el mismo, son entre sí
como las velocidades.
Esto es, supongo, lo que Vd dice cuando afirma que
igualmente contienen el valor de la acción tanto la intensión con
la extensión a lo largo del tiempo como la intensión con la
extensión a lo largo del espacio (lugar). En el primer caso, tal
como Vd señala, la intensión es la potencia, cualquiera que ésta
sea y cualquiera que sea la prestancia que contenga. En el
segundo caso, la intensión es la velocidad, la cual, aunque
considerada en sí misma no incluye toda la prestancia de la
potencia, determina a ésta a lo largo del espacio y así incluye
toda la prestancia de las fuerzas.
Mientras le daba vueltas a todo esto, llegó muy a propósito
una carta que, junto con otra de Vd, me enviaba el ingeniosísimo
Bernoulli 432. En ella comprobé que por la composición del
movimiento se demuestra que un cuerpo movido con 2 grados de
velocidad puede tensar 4 elastros, de forma que para tensar
cada uno de ellos se requieren las fuerzas del mismo cuerpo
dotado de 1 grado de velocidad. Supone el cuerpo colocado
oblicuamente frente a tres elastros e incide por separado en
cada uno de ellos, de forma que la velocidad de movimiento con la
que choca directamente contra un elastro es la mitad de toda la
velocidad que tiene al comienzo del movimiento; con ello muestra
que, tras haber tensado tres elastros, le sobra todavía al cuerpo
1 grado de velocidad, que invierte en tensar el cuarto elastro,
sobre el que incide directamente. De este movimiento (que puede
actuar en el plano horizontal y, por lo tanto, no implica ninguna
noción de gravedad, que a mí y a otros nos ofrecía reparos) se
sigue una cuádruple proporción de fuerzas para una velocidad
362
doble. Aquí no representa el elastro ninguna dificultad porque
suponemos que no comunica al cuerpo ninguna fuerza, pues PII
simplemente se tensa, y porque ocurriría lo mismo si, en lugar del 208
elastro, suponemos que cualquier otro cuerpo es empujado con la
velocidad que se requeriría para consumir ese único grado de
velocidad con la que choca directamente.
Pero, como un exceso de prudencia nunca es malo, yo he
tratado de aplicar este mismo razonamiento a la hipótesis que
hasta ahora había defendido. En efecto, para todos aquéllos que
miden las fuerzas por la cantidad de movimiento se da por hecho
que, si dos cuerpos iguales y no elásticos, uno en movimiento y el
otro en reposo, chocan entre sí, ambos se dirigirán tras el
choque en la dirección del cuerpo en movimiento con la mitad de
la velocidad que tenía éste antes del choque. Así, pretenden
ellos, se conserva la misma cantidad de movimiento.
Hagamos, pues, que el cuerpo A con velocidad AB ≈ 2
choque contra el cuerpo B igual a A con una oblicuidad tal que,
construido el triángulo rectángulo ABC, su normal BC al cuerpo B
sea la mitad de AB. Después del choque, el cuerpo A retendrá la
misma velocidad a lo largo de BD igual y paralela a AC, y la
velocidad hacia DE paralela e igual a la mitad de la velocidad BC
1
y, por lo tanto, tenderá hacia E a la velocidad BE ≈ 3 . De nuevo
4
en E
363
cuerpo A, puestos los cuerpos en B,E,H,L, iguales a él, después de
comunicar con cada uno de ellos la cuarta parte de la velocidad
que tenía al comienzo antes de ningún choque, conserva todavía al
final la mitad de su velocidad. Y, aunque aquí no se manifiesta la
proporción de las fuerzas como ocurre en los elastros (la razón
de esto puede deducirse fácilmente de la doctrina de Vd), sin
embargo el experimento muestra que la hipótesis de la medida de
las fuerzas por la cantidad de movimiento ni es coherente
consigo misma ni con la verdad. Puesto que, si las fuerzas han de
medirse por la cantidad de movimiento, resulta que el cuerpo A
ha dado a los cuatro cuerpos tomados en conjunto unas fuerzas
iguales a las propias y, sin embargo, ha retenido todavía la mitad
de sus propias fuerzas, lo que, supongo, nadie negará que es
completamente absurdo. De aquí no me ha sido difícil concluir
que ni la potencia ha de medirse sólo por la velocidad en los
PII
mismos o iguales cuerpos, ni la acción por la sola velocidad y el 209
tiempo, y que, por lo tanto, tiene Vd razón al considerar al
espacio recorrido con esta velocidad. Y de aquí se sigue la
medida de las fuerzas que Vd defiende 433.
Paso ahora a lo más importante, aquello que se refiere a la
actividad de la substancia; pues, una vez resuelta ésta, todo lo
demás, sobre lo que ocasionalmente nos ocupamos, podrá
resolverse fácilmente, en mi opinión. En este orden de cosas, me
es grato que haya aceptado Vd entrar en esta disputa y ofrecer
algo que, como Vd dice, es sólo un intento de prueba. No me
detendré en la oscuridad que entraña su afirmación de que una
substancia no puede influir en otra, pues yo mismo he estado
siempre muy persuadido de ello, y esto es lo que interpreto dicen
sus palabras, de que es imposible encontrar un tránsito
mentalmente concebible desde las propiedades de una substancia
a las propiedades de otra y, por lo tanto, de las operaciones de
una a las de otra. Y esta es, supongo, la razón por la cual
recurren a Dios quienes niegan a la substancia toda actividad
interna. Pero, habiéndome parecido siempre lamentable este
refugio (κρησφύγετον), nunca he dudado de la verdad de la
conclusión a posteriori que Vd formula. Sin embargo, yo le he
pedido una demostración a priori, extraída de la noción misma de
364
substancia, cosa que hasta ahora no he obtenido. Si tuviera a
bien, excelente Señor, comunicármela, me sentiría hacia Vd
sumamente obligado. Adiós.
----------------------------------------------------------------------
365
Gregoriano y la diplomacia en torno a ella, 631-632.
--------------------------------------------------------------------------------------------
-------------------------------------------------------------------------------------------
MIII
Ya estoy aquí con mis viejos amigos y de vuelta a mis obligaciones 634
epistolares 434. Las ocupaciones en las que he estado absorbido se las explico
ampliamente al Sr. de Volder en la carta que aquí recibes, abierta como
antaño, rogándote que entiendas lo dicho a él como dirigido también a ti, y
aceptes tú también mis disculpas, que nunca mejor que en esta ocasión
estarán justificadas. Espero, incluso, que la causa de mi tardanza os sea
grata, ya que de ella podemos augurar frutos no pequeños. Pues no pequeña
366
cosa es que nuestro gran Príncipe haya decidido erigir una Sociedad de las
Ciencias, a fin de poder ayudar y estimular a hombres ilustres. Así que te
ruego también a ti que reúnas tus investigaciones y nos beneficiemos todos
de esta hermosa ocasión y del generoso talante del Príncipe. Te animo, pues,
a que muestres abiertamente tu deseo de ser recibido en la Sociedad. Si en
una carta dirigida a mí lo expresas con palabras laudatorias, que yo pueda
presentar a los berlineses, y en las que no hagas mención alguna a mi
sugerencia, yo haré que te envíen una carta de recepción. Verás por la que le
escribo a de Volder que no va a ser para ti un trabajo excesivo, puesto que
escribir cuatro veces al año y sugerir algo de tus propios estudios o de tus
comunicaciones con los amigos, va a serte sumamente sencillo. Con todo
ello trataré de reunir material, a fin de que pueda editarse una Miscelánea al
modo como la Natura Curiosorum, quizás trimestral; de esta manera, no
tendremos que estar siempre dependiendo del criterio ajeno para publicar
nuestras cosas.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 12
Wolfenbüttel, 6 septiembre 1700
GP.II 210-213
367
Han pasado varios meses desde que recibí su última carta, P II
pero el cúmulo de ocupaciones que ocasionó mi viaje a Berlín 210
hicieron imposible que madurara mi respuesta 436. He consumido
casi todo el verano en el séquito de la Corte de la Serenísima
Electora de Brandenburgo, que volvía a casa tras haber visitado a
su madre y hermano 437. Y he de confesarle que mi estancia allí me
ha envuelto en el aroma de gratísimos vínculos. Pues, además del
favor de tan grande Princesa para con su viejo servidor, el
poderosísimo Elector, su marido, ha puesto por fin manos a la
obra sobre la fundación de una Sociedad de las Ciencias, que él sin
duda ya tenía en mente, y que ahora yo he promovido secundando
sus mandatos. Hombres ilustres, no sólo de los territorios
electorales sino también de lugares más remotos, han dado ya sus
nombres o los darán a imitación de la Sociedad Real Inglesa, sin
limitación de número ni más condiciones exigibles a quienes no
residan en Berlín que escribir al Secretario de la Sociedad una
vez por trimestre, si no pueden con más frecuencia, a fin de que
envíen como buenamente puedan todo cuanto ellos u otros hayan
conseguido para el incremento del saber. A su vez, la Sociedad
procurará fomentar sus estudios y dirigirlo todo al bien público.
Los que residan en Berlín se reunirán periódicamente y algunos de
ellos tendrán ocupaciones organizativas. No se descuidará la
investigación sobre las obras de la naturaleza y del arte,
observaciones astronómicas, la mecánica y la química. Por expreso
deseo personal del Serenísimo Elector, se fomentará la lengua y la
cultura germana. Por mi parte, recomendé algo que favorece
extraordinariamente las ciencias, y es la confección de un léxico
con aquellos términos técnicos que utilizan los artesanos y otros
múltiples oficios y tipos de vida, donde se esconde un inagotable
tesoro de vocablos y conocimientos. Se cultivará el estudio de la
Historia y de la erudición literaria y, por resumirlo en una palabra,
no se despreciará nada que pueda contribuir al incremento de una
ciencia cada vez más sólida. Así que, ocupado intensamente en
todo esto, además de mis obligaciones cortesanas, reuniones con
amigos y trabajos nocturnos para pergeñar los borradores de
promoción, diseño y organización de la Sociedad, se me ha pasado
P II
368
el tiempo sin que apenas me haya quedado un minuto para 211
mantener mi contacto literario con los amigos. He tenido que
acompañar muchas veces a la Corte en visita a los pueblos vecinos
y casi nunca lograba llegar a casa antes de media noche, lo que me
produjo no poco cansancio. Pero me consuela el éxito, que espero
superará ante los amigos cualquier excusa mía; y no abandonaré
Berlín antes de que todo quede prácticamente solventado,
firmadas las cartas electorales de la fundación, corroborada la
Instrucción General de la Sociedad por parte de aquéllos que
tienen poder y, no en último lugar, comenzada la edificación del
observatorio, expedidos algunos privilegios valederos a lo largo de
las amplísimas tierras del Elector, a fin de que con el paso del
tiempo se generen para la Sociedad algunos fondos con los que
atender los experimentos físicos y matemáticos, adquirir
instrumentos de experimentación, medios tipográficos y, en fin,
llevar a cabo trabajos absolutamente necesarios o provechosos. El
Serenísimo Fundador ha querido que me ocupe yo de la Sociedad
aun a distancia y que, si fuera necesario, acuda a él, para lo cual
me ha otorgado un diploma honorífico. He aquí, nobilísimo Señor,
las actividades que con tanto empeño estoy promoviendo para el
bienestar común y la búsqueda de la verdad, que espero serán
recibidas por Vd con agrado y aprobación. De su ayuda y de su
consejo me prometo también mucho. Se trata, como Vd ve, no
tanto de un proyecto nuestro o de Brandenburgo, sino de todo el
género humano, en cuya promoción importa implicar a los
poderosos, a fin de proseguir tan nobles inquietudes y cuidar de
que no se malogren, una vez que ellos mismos hayan sido tocados
por estos benditos impulsos. Naturalmente, entre aquéllos que
pueden aportar sus consejos útiles y su apoyo, apenas sabría
poner a nadie antes que a Vd y, conocedor como soy de tantas
pruebas de su amor a la verdad, no dudo de que Vd aceptará. Todo
esto que le cuento recíbalo Vd no como una disculpa mía, sino a fin
de que Vd no ignore lo que ¡por Hércules! me pertenece a mí no
más que a Vd. Y ahora paso ya al argumento de su carta.
Y antes de nada, no es mayor mi alegría que mi felicitación
a Vd por haber descubierto la verdad y haber comprobado mis
leyes de la medida de las fuerzas. El Sr. Johann Bernoulli ha
369
demostrado de manera elegantísima cómo un cuerpo de velocidad
como 2, o sea, según nosotros, de fuerza 4, la consume en cuatro
choques oblicuos contra elastros. Porque, si en su esquema 438, en
vez de los elastros L,M,N,O, ponemos con Vd cuatro cuerpos
iguales en todo a C y en reposo, y sobre los cuales incide el cuerpo
C con la misma oblicuidad que sobre los elastros, el efecto y el
movimiento en el cuerpo C será exactamente el mismo, y, en lugar
de los elastros tensos, los cuerpos L,M,N,O, se moverán con P II
212
velocidades como 1, de manera que sus direcciones serán
respectivamente las paralelas a ellos CP,LQ,MR,RN; así, toda la
fuerza del cuerpo C se trasladará a los cuatro cuerpos iguales a
él, movido cada uno a la mitad de la velocidad de C; el Sr. Bernoulli
supone solamente la ley del choque oblicuo, admitida por casi
todos, si no me equivoco; yo supongo, además, que un cuerpo que
concurre directamente contra otro igual y en reposo, es reducido
al reposo y transmite al otro toda su velocidad, lo que se
comprueba no sólo con experimentos sino también por el sentido
común. Por su parte. Vd, excelente Señor, ha mostrado que, ya
sea utilizando elastros o cuerpos iguales en su lugar, no puede por
menos que caerse en el absurdo, si se sigue la hipótesis común que
mide las fuerzas del cuerpo simplemente por la velocidad. Yo me
atrevería incluso a defender que sólo nuestra hipótesis (la única
verdadera) es capaz de satisfacer los variados y complicados
casos que, desde hace mucho tiempo, yo intenté resolver de muy
diversos modos tanto en choque oblicuo como en otros distintos.
Sin embargo, aunque todo esto confirma la verdad y reduce
al absurdo la posición contraria, dado que requiere algunos
postulados especiales como la gravedad, el elastro, el choque
oblicuo, no descubre todavía de forma suficiente las fuentes y las
causas; esto sólo puede conseguirlo mi medida de la acción, que no
dudo ya le satisface a Vd, pues ella muestra elegantemente que, al
conservarse la misma cantidad de fuerzas, se conserva también
para tiempos iguales la misma cantidad de acción motriz en el
universo: esto lo vio Descartes como entre nieblas y lo postuló,
pero no lo consiguió porque confundió las fuerzas con la velocidad
y la acción en el tiempo con lo momentáneo. Reconocerá Vd
también, supongo yo, que nada es más acorde con la razón que el
370
hecho de que una acción ha de ser tanto mayor cuanto más
rápidamente realice lo mismo, y que, así como una acción que
recorre dos leguas en dos hora es (extensivamente) doble que la
acción que recorre una legua en una hora, así también ésta es
(intensivamente) el doble que la acción que recorre una legua en
dos horas, y que, por lo tanto, la primera acción es cuádruple que
la tercera y, en consecuencia, las acciones que actúan en tiempos
iguales son como los cuadrados de sus velocidades, o sea, como las
fuerzas; pues las acciones están en razón compuesta de las
fuerzas y de los tiempos. Verá Vd también que no debemos
excluir aquí la medida intensiva, puesto que es manifiesto que dos
acciones que hacen lo mismo en tiempos desiguales difieren entre
sí; y difieren en más o en grado, lo cual sólo ocurre cuando aquello
en lo que se distinguen es algo que consiste en una simple
magnitud, o sea aquí, el tiempo; por lo tanto, no hay lugar a la
compensación (tal como la habría, si se dieran algunas otras
diferencias). Tampoco una consideración general o, por así decirlo,
metafísica de la medida permite que esas dos acciones se
consideren iguales. Todo esto ya lo había insinuado yo desde el P II
principio, a fin de que no se interpretara que una tesis, que a 213
primera vista hubiera de ser admitida por la mayoría, la adoptaba
yo completamente en precario o forzado; y ahora la vuelvo a
formular no con el deseo de corregirla, sino para que se conozcan
más profundamente las fuentes de este bellísimo problema y
quede claro que los principios de la naturaleza no son menos
metafísicos que matemáticos o, mejor, que las causas de las cosas
se ocultan bajo una cierta matesis metafísica, que mide las
perfecciones o grados de realidad 439.
Finalmente, desea Vd, excelente Señor, que la actividad de
la substancia se pruebe no sólo a posteriori (como se dice) o del
hecho de que, no pudiendo una substancia creada recibir nada de
otra, sin embargo actúa tal como consta por la experiencia, sino
que desea que se derive también a priori de la naturaleza misma
de la substancia. Pero comprenderá Vd que previamente debemos
establecer una definición de substancia, sobre la que ambos
convengamos, lo cual, aunque quizás parezca de poca importancia,
yo creo sin embargo que valdrá la pena 440. Así que gustosamente
371
entraré en este terreno, si Vd quiere ayudarme en esta
investigación (lo que puede perfectamente hacer con su gran
talento) y me dice qué es lo que Vd entiende por aquella
substancia cuya actividad desea se demuestre o indicármelo
mediante una descripción nominal, no vayamos a disputar sobre
cosas distintas, como ciegos gladiadores. Antiguamente los
filósofos no se ocupaban demasiado en definir. Vd sabe que
Spinoza ha dado no hace mucho una definición de substancia que
nadie acepta, y no ha explicado sus propiedades. Quienes han
escrito contra él, no sé si han dado otra mejor, pues no he podido
examinar atentamente sus escritos. Por mi parte, aunque creo
haber hecho algo en este terreno, preferiría conocer en qué
puedo convenir con el sentido que Vd le da. Y a propósito de los
refutadotes de Spinoza, me gustaría preguntarle qué hay de eso
que, entre otras muchas cosas excelentes, leí en el Diccionario de
Bayle: que, entre Vds, Bredenburg refutó primero a Spinoza en un
libelo que editó; pero después, meditando la cuestión con más
profundidad, llegó a creer que el razonamiento de Spinoza
contenía fuerza demostrativa, lo que le intranquilizó y buscó la
ayuda de los amigos para resolver el problema, pero sin éxito.
Kuyper editó después sólo para los amigos el escrito de
Bredenburg, con lo que se produjeron entre ellos algunas disputas
redactadas en holandés. Desearía saber dónde consta el
razonamiento de Bredenburg y cómo puede adquirirse. Por lo
demás, adiós y cuídese Vd 441.
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MIII
He recibido y leído con avidez tu última carta, en la que expones la 635
causa de tu prolongado silencio; la que incluías para de Volder se la remití
372
hace dos días. Algo había oído ya de la fundación de la nueva Sociedad de
las Ciencias y de tu viaje a Berlín con este motivo; ahora lo sé todo por ti
mismo. Te felicito por el honor que el poderosísimo Elector te ha otorgado
de presidir la puesta en marcha de un proyecto tan digno de alabanza; pero
ante todo felicito a la República Literaria y a todas las buenas artes y las
ciencias, que no podrán por menos que alcanzar los logros y perfecciones
anheladas bajo los auspicios de tan gran Príncipe ya de antiguo, a lo que MIII
parece, él mismo por su cuenta amante de las musas; y sin duda con el 636
mismo ánimo agradecido será recibido este proyecto por la Academia de
Halle, fundada por el propio Príncipe en medio del estrépito de la guerra, y
en la actualidad floreciente por encima de las demás. Así que con toda razón
afirmas que no es cosa pequeña el que esta Sociedad de las Ciencias sea
erigida por un tan gran Príncipe, para ayudar y estimular a hombre ilustres,
que no harían mal si saben utilizar como es debido tan excelente ocasión y,
unidas sus fuerzas, se deciden a secundar el generoso ofrecimiento del
Príncipe y promover la utilidad pública ampliando los estudios de las
materias más sublimes, con lo que labrarán la gloria inmortal no sólo del
Serenísimo Fundador, sino también de toda la Germanía, nuestra patria
común, sobre todo cuando la reciente fundada Sociedad se levante, como
espero, entre sus vecinas italiana, francesa e inglesa, como ciprés entre
arbustos. En cuanto a mis pobres estudios, si en alguna pequeña medida
pudieran contribuir a la consolidación e incremento de la Sociedad, no me
negaría a ofrecerlos si se me pidiera honesta y dignamente. Dejo a tu
prudente decisión lo que quieras comunicar de mí a los berlineses. No dudo
de que, entre otras cosas, se trataría de cultivar sobre todo la física y la
ciencia experimental. Mi deseo sería poder disponer de financiación para
adquirir más instrumentos, mobiliario, materiales y demás cosas necesarias
para la investigación: yo garantizaría un digno aprovechamiento. Nuestras
autoridades invirtieron aquí hace algunos años, por consejo mío, una
pequeña cantidad para uso de nuestra juventud estudiosa, pero apenas bastó
para comprar los instrumentos más imprescindibles. Así que, privado de la
subvención anual (que inútilmente he seguido pidiendo) y utilizando sólo
los recursos ordinarios, no hay manera de acercarse a los secretos de la
naturaleza con la dedicación que a mí me gustaría; lo que no ha impedido,
no obstante, que, sin perder el tiempo, me haya dedicado privadamente a
proyectos menos ambiciosos, en los que a veces he conseguido alguna
novedad. Así, no hace mucho, he descubierto el modo de preparar un nuevo
tipo de fósforo muy brillante y fácil de manejar con mercurio al vacío.
373
Gröningen, 5 octubre 1700
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DE VOLDER A LEIBNIZ
374
Escrito 13
Leiden, 18 octubre 1700
GP.II 214-219
375
las fuerzas a lo largo de un cierto tiempo. Por ejercicio de las
fuerzas entiendo, sea al final lo que fuere, aquello que fluye de
ellas y por ellas es producido; no invoco el tiempo sino en cuanto
que se trata de determinar una acción, y tal determinación no se
sigue de las fuerzas solas puesto que éstas perseverarían
indefinidamente, sino que, como los productos de las fuerzas se
verifican de forma sucesiva y homogénea, la determinación se
medirá por sucesión homogénea, esto es, por el tiempo 444. Esto es
común a toda acción. Ahora bien, si nos fijamos en una acción
corpórea, habremos de considerar qué es ese ejercicio de las
fuerzas o cuál es el efecto pleno de estas fuerzas. Pues bien,
PII
este efecto es el espacio recorrido con una determinada 215
velocidad. Esto es lo que se produce y nada más. Pero la velocidad
determina las fuerzas, no determina la acción puesto que la
velocidad, lo mismo que las fuerzas, perseveraría indefinidamente
la misma y, por lo tanto, será determinada por el espacio. Aquí no
debe considerarse el tiempo, porque éste no es efecto de las
fuerzas sino sólo su medida, mediante la cual, dado un espacio, se
determina la velocidad y, dada una velocidad, se determina el
espacio. Además, como la velocidad se considera como un efecto
de la potencia y no la potencia misma, y, por lo tanto, forma parte
del valor de la acción, es claro que las acciones que recorren el
mismo espacio con velocidad distinta son como las velocidades. Por
consiguiente (si s es el espacio, v la velocidad, t el tiempo), el
valor de la acción será sv o, como s ≈ vt, la acción será v 2 t , que es
lo mismo que Vd defiende 445.
Por lo que se refiere al último punto, la actividad de la
substancia por sí misma, dice Vd bien que debemos establecer una
definición de substancia antes de que pueda demostrarse su
actividad. Y como Vd ha creído ver que yo exigía esta
demostración, he aquí mi explicación de la noción de substancia.
Yo establezco como fundamento que todo nuestro conocimiento se
sustenta sólo en conceptos, cuya expresión son las palabras.
Debemos, pues, primero distinguir los conceptos, y después
asignar a cada uno de ellos los vocablos como signos. Ahora bien,
si yo analizo mis conceptos, me parece encontrar en ellos la
siguiente variedad. O el concepto me representa un todo uno del
376
que nada de su representación puedo quitarle sin que el todo
perezca; o me representa dos, de los cuales puedo concebir uno
sin el otro, pero no al revés. Si ocurre lo primero, digo que tal
concepto es un concepto de cosa o substancia y al objeto al que
responde lo llamo cosa o substancia. Si ocurre lo segundo, a estos
conceptos los llamo conceptos de modos y a los objetos de estos
conceptos los llamo modos. Yo utilizo muy cómodamente esta
denominación porque, como es manifiesto que, cuantas cosas son o
son concebidas, son substancias o modos, entiendo que en esta
clasificación quedan incluidos todos nuestros conceptos. Porque, si
en un concepto se contienen más de dos, como A,B,C, entonces o
cada uno de ellos puede concebirse por separado y serán tres
conceptos, no uno; o A puede concebirse sin B y C, sin que B y C
puedan serlo sin A, aunque B pueda concebirse sin C y C sin B, en
cuyo caso tendremos de nuevo dos conceptos de dos modos
distintos de una substancia. Pero si A puede concebirse sin B y C,
sin que B pueda concebirse sin A pero pueda serlo sin C mientras
que C no puede serlo sin B, entonces C será también modo, pero
será modo del modo B, como puede ilustrarse con el ejemplo de un
cono rectángulo, donde su ángulo recto no puede concebirse sin el
cono, ni el cono sin el cuerpo, pero puede concebirse el cuerpo sin
el cono y éste sin el ángulo recto; y así de otros casos. Lo
explicaré con un ejemplo. Descubro en mí el concepto de
PII
movimiento, en el que manifiestamente van implicadas dos cosas: 216
en primer lugar, el cuerpo mismo; y en segundo lugar, el traslado
del cuerpo, al que llamo movimiento. La relación entre ambos es
que yo puedo concebir el cuerpo sin movimiento, pero no el
movimiento sin el cuerpo; por lo tanto, el movimiento será un modo
del cuerpo. Según esto, si yo quiero formar el concepto de cuerpo,
es necesario que conciba de él algún atributo que represente su
esencia. Pero este atributo representará uno o dos; si uno, o sea,
aquello de lo que nada puedo separar y a quien puedo asignar el
movimiento, lo llamaré substancia corpórea, de la que el
movimiento será un modo; si representa dos, entonces o puedo
concebir cualquiera de ellos sin el otro y en tal caso diré que el
cuerpo se compone de dos substancias, o puedo concebir el uno sin
el otro pero no éste si aquél y en tal caso al primero lo llamaré
377
substancia del cuerpo y al segundo su modo. Yo utilizaría aquí el
ejemplo de la extensión, que hasta ahora me ha parecido muy
adecuado para lo que pretendemos, si no fuera porque me temo
que Vd no estará de acuerdo en que yo diga que me represento la
extensión como un todo uno; lo utilizaré sin embargo porque, dado
que no es necesario que los ejemplos sean verdaderos, por él
podrá Vd ver más claramente, creo yo, lo que trato de decir.
Cuando yo concibo la extensión, se me representa un todo
uno; pues puedo, en efecto, concebirla mayor o menor, pero, en
cualquiera magnitud que sea, concibo la extensión de una misma
cosa que, o la concibo toda, por decirlo así, o no concibo nada de
ella. Pero en la figura y en el movimiento concibo también la
extensión, la cual sin embargo puedo concebirla sin figura y sin
movimiento, y cualquier término o traslación de la extensión no
puedo concebirlos sin la extensión misma; son, por lo tanto, modos
suyos, Pero si Vd niega que la extensión represente en nuestra
mente un todo uno, sea así. Pero, entonces, en el concepto de
extensión se concebirá la cosa misma que es extensa y la
extensión que le acontece, en cuyo caso diré que la extensión es
un modo de la cosa extensa. Pero, a su vez, de esta cosa misma, de
la que la extensión es modo, o no concibo nada o, si concibo algo,
estaremos en la misma situación, a saber, si representa un todo
uno que se concibe por sí solo, o representa dos, de los que uno se
concibe por sí solo y el otro no. De esta manera llegaremos
finalmente a aquello sobre lo que o no concibo nada o se concibe
por sí solo, y al ser esto último aquello a lo que ocurre todo lo
anterior, habrá que llamarlo substancia, de la cual o no tendremos
ningún concepto y será una pura voz sin significado alguno, o
tendremos aquel concepto que representa un todo uno. Esta es mi
noción de substancia, que yo considero adaptada perfectamente a
las definiciones comunes, aunque un tanto obscuras, de
substancia. Existirá por sí misma, esto es, no requerirá sujeto PII
217
alguno al que sea inherente y será substrato de los accidentes.
Fuera de la causa eficiente, no necesitará ninguna otra cosa para
existir, descubrimiento éste que pertenece a Descartes.
No me hago ninguna ilusión, excelente Señor, de que Vd
vaya a aprobar todo esto; sospecho más bien que, a juzgar por lo
378
que entre nosotros ya hemos tratado, construye Vd otra noción
más abstrusa de substancia. Pero si me la diera, espero que de la
diferencia entre su noción y la mía se encenderá en mí algo más de
luz. Sobre todo habrá que investigar si de la suya se sigue la
actividad y si ésta puede aplicarse al problema que aquí
discutimos. En todo caso, cualquiera que sea, esté Vd seguro de
que nunca discutiré de términos 446.
Precisamente, mientras me ocupo de esto, cae en mis manos
un texto aparecido en las Nouvelles de la République des Lettres,
mes de octubre, donde su autor, D. Bernard, tras mencionar al P.
Malebranche, que hace de Dios la causa única del movimiento, dice
lo siguiente: “Esto es todo lo que de razonable ha podido decirse
hasta el presente. Sin embargo, hay muchas personas que
consideran que no se trata de cortar el nudo que no podemos
desatar. Se dice que uno de los grandes filósofos de nuestro
tiempo ha encontrado una demostración para probar que los seres
creados tienen alguna eficacia; todo el mundo debe rogarle que
ponga a disposición pública un descubrimiento tan bello y tan útil”.
No dudo de que habla de Vd. Y desde luego, a mí me consta que
hay muchos que conmigo desean ávidamente esta demostración
447
.
Para terminar, pregunta Vd por Bredenburg; de este asunto
prácticamente no conozco más que lo que dice Bayle. Fue
Bredenburg uno de los principales doctores de aquel club que tres
o cuatro veces por año se reunían en Rijnsburg, una aldea próxima
a nuestra ciudad, a donde acudían los socios desde todas partes.
Dos características tenía este club: la primera era que se admitía
a la comunidad sagrada a todos cuantos confesaban a Cristo,
cualquiera que fuera su opinión respecto de las controversias que
desdichadamente han desangrado a los cristianos; la segunda era
que a todo varón se le concedía libertad para hablar, disertar,
orar públicamente y cantar himnos. Como he dicho, entre ellos
descollaba Bredenburg; es cierto, y no será necesario repetir
aquí, lo que dice Bayle sobre su refutación de Spinoza y su
posterior demostración y polémica con sus amigos. Su
demostración (que supongo es lo que a Vd más interesa) contiene
cuatro proposiciones: la primera, se da el Ser necesariamente
379
existente; la 2ª, todos los atributos de este ser existen
necesariamente; la 3ª, uno de los atributos de este ser es la
operación o agitación o, mejor, la fuerza activa o, quizás aún
mejor, la fuerza real y necesariamente agente; finalmente, los PII
efectos de este ser existen necesariamente y han de existir tal 218
como son. Los axiomas con los que construye esto son: 1. de la
nada nada se produce; 2. lo que es, o sea, algo, nunca puede ser
reducido a nada, debido a la infinita distancia entre el ser y la
nada; 3. en el efecto no se contienen más cosas que en la causa. Y
su razonamiento es, resumido, el siguiente. Se da algo; luego, por
los axiomas 1 y 2, es cierto que el ser real es necesario. Porque, si
se niega esto, habrá que admitir que nada hay, pues, negado este
ser necesariamente existente, todo perece. De aquí concluye, en
2º lugar, que los atributos de este ser, puesto que expresan su
naturaleza, existen necesariamente. 3º. Como para conservarse a
sí mismo en el ser eterno se requiere la máxima fuerza agente que
pueda concebirse, tan igualmente imposible será que Dios o el ser
necesariamente existente no actúe como que no exista. Más aún,
esta fuerza activa será un atributo de Dios. Finalmente, del 1º y
2º axioma se sigue que, puesto que se da la fuerza activa, esa
fuerza necesariamente agente existe necesariamente. Como se
ve, mezcla aquí todo esto de forma un tanto confusa. De todo ello,
4º, se sigue fácilmente que todos los efectos han de ser
necesariamente tales como son. He aquí en síntesis la
demostración que he extraído de su libelo, que encontré en casa
de un amigo tras buscarlo infructuosamente entre los
bibliotecarios; si lo puedo conseguir, se lo proporcionaré a Vd
gustosamente. Como dice correctamente Bayle, en el libelo,
descubierto tras la muerte de Hartogsveldt, todo es excelente en
el orden de la moral, la piedad y, como se dice, la devoción, pero
en el que se echa en falta la agudeza de ingenio y la solidez de
juicio; fue editado por Kuyper, hombre perversísimo, si no me
fallan todos mis informes, que bajo apariencia de bondad se había
granjeado la amistad de Hartogsveldt y que, incluso después de
haberla perdido convicto de graves crímenes por dos o tres veces,
de nuevo la volvió a recuperar fingiendo arrepentimiento. El mismo
añadió una refutación a la que respondió Bredenburg. Con lo que
380
entre los asociados del club de Rijnsburg, al que pertenecían
también Hartogsveldt y Kuyper, se originó una gran polémica;
algunos acusaban a Bredenburg de ateo y enemigo de toda religión
(puesto que ésta, según el propio Bredenburg, no puede ser
compatible con un Dios que opera necesariamente). No puede ser
que alguien posea una demostración que considera perfectamente
construida y que, sin embargo, esté convencido de lo contrario de
dicha demostración; esto es lo que le ocurría a Bredenburg, que
confesaba reconocer lo correcto de su demostración; incluso
afirmaba expresamente que no podía refutarla sino admitiendo
que de la nada se produce algo, y sin embargo afirmaba creer lo
contrario adhiriéndose no a la razón sino a la palabra revelada por
Dios. Parece que Bayle aprobaba esta escapatoria; pero quien no la
PII
aprobó fue Linburg, profesor de teología entre los llamados 219
Remonstrantes de Ámsterdam, quien sostuvo con Bredenburg una
disputa pública sobre si puede creerse lo contrario de lo que
afirma una demostración evidente. Todo esto duró hasta la
muerte de Bredenburg, unos a favor y otros en contra suya. Este
es el resumen 448. Adiós.
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381
el que te enviaran el diploma de recepción. No será necesaria ninguna otra
ceremonia, lo mismo que ya se ha hecho con otros. Lo que debes hacer es
enviar la comunicación de tu invento tal como tú lo quieras describir,
añadiendo las razones de sus diversas utilidades. Por ejemplo, cabría
preguntarse si consideras que una pequeña cantidad de mercurio, dividida en
partes y ocupando una gran superficie, produce lo mismo que una cantidad
grande ocupando poco espacio, o sea, si la luz depende más de la cantidad
de superficie que de la cantidad de cuerpo.
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382
LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 14
Hannover, 31 diciembre 1700
GP.II 219-222
383
a 220
como a : t (ó ), es decir, las potencias estarán en razón
t
compuesta directa de las acciones que producen e inversa de los
tiempos en que las producen. A su vez, las acciones habrá que
medirlas por sus perfecciones, las cuales consisten en la cantidad
de todo su efecto, si tomamos éste en sentido lato, y, si lo
tomamos en sentido más estricto, en dicho efecto combinado con
su prontitud, y, por lo tanto, las acciones motrices deberán
medirse tanto por el espacio recorrido como por la velocidad de la
carrera, con lo que (2) a será como sv, lo cual significa que las
acciones motrices estarán en razón compuesta de los espacios
recorridos y de las velocidades con que se recorren. Finalmente,
(3) s será como tv, o sea, los espacios están en razón compuesta
de las velocidades y de los tiempos empleados, lo cual es una
verdad geométrica, así como lo anterior era una verdad
metafísica.
De estos fundamentos podríamos extraer conclusiones muy
elegantes, mas por ahora baste con que, por (2) y (3), se produce
(4) a es como tvv, o sea, las acciones motrices están en razón
compuesta simple de los tiempos y duplicada de las velocidades.
De donde, por (1) y (4), tendremos que p es como tvv:t, es decir,
al desvanecerse los tiempos, será (5) p como vv, o sea, las
potencias motrices están en razón duplicada de las velocidades
con las que actúan. Por lo tanto, de (5) se sigue (6), esto es, que,
si se conserva, ya sea en el universo ya sea entre cuerpos
relacionados entre sí, la misma cantidad de fuerzas motrices,
entonces permanece la misma suma de los cuadrados de las
velocidades multiplicados por los cuerpos, y a la inversa. A su vez,
del artículo (1) se puede concluir (7), a saber, que, si permanece la
misma potencia aun con tiempos iguales, entonces permanece en el
universo la misma cantidad de acción motriz, y a la inversa. Todo
esto se refiere propiamente al movimiento uniforme, pero puede
aplicarse también al no uniforme, y entonces las llamo razones
correlativamente compuestas y suelo emplear la expresión
“aplicación de figura en figura”, tal como Gregorio de S. Vicente
concibió (las potencias) en razón correlativamente compuesta de
las figuras multiplicadas entre sí, en las que aquellas se producen
453
.
384
Muy bella es su disertación sobre la noción de substancia; y
ya que Vd ha entrado en ella, me dispongo a acompañarle, porque,
aunque parece que nuestros respectivos resultados son distintos,
ambos sin embargo buscamos el mismo objetivo. Mi primera duda
es sobre aquello que dice Vd: “el concepto de substancia es aquél
que representa un todo uno de forma que nada de su
representación pueda quitársele”. Pero a continuación parece que
lo describe de manera un poco distinta, cuando dice que la
substancia puede concebirse separadamente, definición ésta que
no parece coincidir con la anterior. Y como no entiendo bien el
sentido de la primera, insistiré en ésta segunda, que Vd explica
PII
bellamente diciendo que, si se dan A,B,C, y el precedente puede 221
concebirse sin el siguiente y no al contrario, entonces A será
substancia, B será su modo y C será modo del modo, con tal de
que A no necesite de otro para ser concebido. Todo esto es, sin
duda, muy ingenioso. Pero se me ocurren dos observaciones: la
primera se refiere a la noción misma; y la segunda, a su aplicación.
En efecto, respecto de la noción, la dificultad es que no prohíbe
que se den dos, A y B, cada uno de los cuales pueda concebirse por
separado, y se dé además un C que requiera de los dos, de forma
que podría darse algo que fuera, a la vez, modo de dos
substancias, es decir, que estaría a la vez en dos sujetos. Incluso
podría darse también que C necesitara de manera desigual de A y
de B para ser concebido. Por no referirme ahora al hecho de que
la modificación parece implicar algo más que la simple necesidad
de otro para ser concebida. Yo pienso, más bien, que todo
concepto se entiende siempre como algo distinto. Pero vayamos a
la segunda observación que yo quería hacerle, la aplicación de su
noción a la substancia: ¿no necesitamos también de los atributos
para el concepto de substancia? Porque, si Vd los exige de forma
que para ello no hiciera falta otra substancia, cometeríamos
círculo en la definición. Por otra parte, fuera de la substancia
primera, no hay ninguna otra, creo yo, que pueda concebirse por sí
misma, pues supongo que Vd reconoce que no existe sólo esta
substancia o, mejor, que el nombre de substancia es entendido
por la gente en el sentido de que se dan muchas substancias en el
universo. La materia, por ejemplo, no se concibe por sí misma, sino
385
por las partes de que se compone; ni tampoco las mentes se
conciben por sí mismas, a mi juicio, puesto que tienen una causa; y,
en general, las criaturas tienen una conexión que se origina por la
Causa Común. En cuanto a la extensión, a mí me parece que no es
más que el orden continuo de existencia simultánea, lo mismo que
el tiempo no es más que el orden continuo de existencia sucesiva;
y, por lo tanto, ni la una ni el otro los tomo como substancia; lo
son, en cambio, las cosas que así existen. Por su parte, los modos
son mudables; pero tanto las substancias como los atributos y las
propiedades permanecen; de manera que, si no me equivoco, hemos
de buscar una definición que distinga a las substancias no sólo de
sus modos, sino también de otros predicados. Esto es lo que le
ofrezco a Vd para su reflexión, con lo que espero podremos ir
penetrando cada vez más en el interior del problema.
Le agradezco su información sobre el pasaje de Bernard en
las Nouvelles de la Rep., elogio que yo habría atribuido a cualquier
otro más que a mí; así mismo su exposición de la demostración de
Bredenburg, que no convence mucho pues comete el paralogismo
corriente de confundir aquello que está determinado y ocurrirá
infaliblemente con lo que es necesario. Lo que determina los
futuros contingentes es una verdad producida por causas y, sin
embargo, ésta es la razón por la cual dichos futuros contingentes
no deben ser pensados como necesarios 454. Yo creía que tal
exposición no se refería al problema de la necesidad, cuya
dificultad no reside en ella misma sino en nociones erróneas;
PII
pensaba que trataba de la doctrina de la substancia; y por eso 222
tenía interés en el informe de Vd. Por lo demás, cuídese. Adiós.
------------------------------------------------------------------------
AÑO 1701
386
La carta que me escribiste la víspera del nuevo siglo y año gregoriano
yo la recibí también la víspera del mismo año, pero juliano, que fue un día MIII
notable puesto que le cupo una larga noche de once días; por fin pasó! Y 645
brilló ya el duodécimo de enero; lo mismo les ha ocurrido a los Frisios
occidentales. Que haya sido yo entre los primeros a quienes has respondido
tras el regreso de tu viaje es una nueva muestra de tu fidelidad para
conmigo, que reconozco agradecido y a la que me esforzaré en responder en
cualquier ocasión. Me complace que mi invento del nuevo fósforo te haya
gustado.
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387
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PS. He aquí carta del Sr. de Volder. Insiste, como verás, y urge a que
te decidas a exponerle tu noción de substancia.
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 15
Leiden, 13 febrero 1701
GP.II 222-224 456
388
consecuencias que Vd saca de su cálculo. Y no cabe duda de que
estos mismos principios pueden aplicarse al movimiento no
uniforme, siempre que se haga constar la relación de incremento o
decremento de la velocidad, cualquiera que ésta sea, respecto de
los tiempos.
Por lo que respecta a la noción de substancia, yo afirmé que
mi concepto de substancia era aquél que representa algo uno de
manera que nada de representación se le pueda quitar sin que el
todo perezca. Vd se queja de la oscuridad de esta definición y
opina que no coincide con mi segunda descripción, en la que dije
que la substancia es aquello que puede concebirse separadamente.
Ahora soy yo el que no comprendo dónde encuentra Vd la
oscuridad, por lo que trataré de explicar mi idea lo mejor que
pueda. Cuando yo concibo algo uno, me parece claro que o me lo
represento, por así decirlo, como un todo, o no me represento
nada de él, puesto que no tiene de qué componerse. Porque, si yo
concibo una cosa que o no tiene partes o, si las tiene, todas ellas
son de una y la misma naturaleza, ¿no es verdad que esa cosa o
esa naturaleza una e idéntica en todas sus partes o la concibo
como toda o nada concibo de ella? Por lo tanto, dado que este
concepto no representa nada mas que esto uno, ¿qué cosa puede
haber más clara que afirmar que esto uno puede concebirse
separadamente de todos los demás? Por eso lo asigné a la
substancia. Su objeción dice que pueden concebirse A y B cada PII
uno por separado y, además, un tercero C que necesite de los dos. 223
No opino yo así. Porque, o son A y B substancias de la misma
naturaleza o de naturaleza completamente distinta; no pueden ser
en parte de la misma y en parte de distinta naturaleza porque
representan cada una algo uno. Si son de la misma naturaleza,
entonces el tercero C podrá en su concepto general contener esta
común naturaleza que está en A y B, pero no podrá contener en
particular a A o B, a menos que él mismo esté determinado de
forma más particular, y entonces será modo de esta substancia
cuya naturaleza contiene de forma particular. Si A y B son de
distinta naturaleza, entonces el tercero C, siendo uno y el mismo,
no puede evidentemente contener ambas naturalezas. Supongamos
que A y B son dos cuerpos cada uno de los cuales se concibe por
389
separado, y sea C, por ejemplo, la figura esférica. Esta, en
general, contendrá la naturaleza común que está en A y en B, sin
la que no puede ni concebirse ni existir, pero en ningún modo
contendrá de una manera determinada la naturaleza de A o la de
B. Si quien determina a C es una causa productora o alguna otra
razón referida especialmente a la naturaleza de A, entonces no
necesitará la naturaleza de B. Si A es un cuerpo y B una mente,
entonces no podrá haber un único modo común de ambas
substancias, a menos que digamos que C está compuesto en parte
por el modo del cuerpo y en parte por el modo de la mente, esto
es, a menos que digamos que C no es un modo sino dos, y dos
modos de cosas distintas.
Dice Vd que “la modificación parece implicar algo más que la
simple necesidad de otro para ser ---añade Vd correctamente---
un concepto distinto”. No lo veo yo así, excelente Señor; puesto
que todo lo que de diversidad distingo yo entre mis conceptos se
reduce a la diversidad entre substancias y modos.
Sigue Vd preguntando si para el concepto de substancia
necesitamos los atributos. Sin duda ninguna, si se trata del
concepto de una substancia concreta: pues, no siendo ella misma
otra cosa que su propia naturaleza, su concepto no representa
otra cosa que su atributo; por eso decimos que aquello que está en
el concepto de la cosa representa su naturaleza. Pero, cuando nos
preguntamos por la noción general de substancia, no hay lugar
alguno, creo yo, para los atributos, puesto que éstos determinan
necesariamente esta o aquella substancia. La noción general de
substancia es aquella manera de concebir mediante la que
distinguimos conceptualmente aquello que llamamos substancia de
aquello que son todos sus modos; precisamente por eso debe ser
definida por la manera como la concebimos.
Finalmente, arguye Vd que, fuera de la substancia primera,
no puede concebirse por sí misma ninguna otra, puesto que todas
tienen causa. Yo, por el contrario, entiendo que para concebir la
existencia de la substancia se requiere necesariamente una causa,
pero no para concebir su esencia, que es sólo de la que aquí
tratamos. Añade Vd correctamente que “los modos son mudables;
pero las substancias, los atributos y las propiedades permanecen”.
390
Esto también se desprende fácilmente de mi noción. Y por fin, lo
PII
que dice Vd, que debemos buscar una definición que distinga a la 224
substancia no sólo de sus modos sino también de los otros
“predicados”, no entiendo lo que significa, cuando, fuera de los
modos y las substancias o sus atributos, yo no concibo nada real.
Ojalá que a todo esto se hubiera dignado Vd añadir su
propia noción de substancia. Así, una vez conocido mejor su
pensamiento, habría comprendido yo más claramente la solidez de
sus objeciones y, confrontadas ambas definiciones, supongo que
habría podido detectar mejor lo que a la mía le falta.
No me sorprende que no le haya satisfecho a Vd la
demostración de Bredenburg. Pero no sé por qué hay algo que me
choca en eso que dice Vd, de que el problema de la necesidad no
entraña dificultad en sí mismo sino en las falsas nociones. Si
quisiera explicármelo en pocas palabras, me haría Vd muy feliz,
pues parece que las nociones de causa y efecto conducen a la
necesidad; nada ocurre sin causa y toda causa parece producir su
efecto necesariamente [cfr. supra nota 322]. Pero esto sea dicho
sólo de pasada. Adiós.
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391
Escribiré al Sr. de Volder; ahora no me es posible 457. Adiós.
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--------------------------------------------------------------------------------------------
392
aunque no me atrevo a asegurar que vaya a dar satisfacción a este ilustre
hombre, al menos no a corto plazo.
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 126
Gröningen, 11 abril 1701
GM.III 658-659
--------------------------------------------------------------------------------------------
393
envío de papeles. La polémica con el hermano, 660. Nada de 659
especial interés).
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394
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Pensaba haberle escrito en esta ocasión a nuestro de Volder, pero una MIII
vez más otros asuntos se interponen, así que te ruego le pidas de mi parte 670
disculpas y comprensión por mi tardanza.
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--------------------------------------------------------------------------------------------
395
(Ha tratado de ser imparcial en su informe sobre el conflicto entre
los hermanos, y matiza ahora todavía más sus palabras 673s (cfr.
Apéndice de la carta anterior, en nota 461). Han recibido en la
Sociedad Prusiana el invento del fósforo, 674).
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 133
Gröningen, 9 julio 1701
GM.III 674-676
--------------------------------------------------------------------------------------------
396
(Sigue intercambio matemático tras recibir información de
Varignon y su polémica con Rolle, 677 [cfr. supra nota 224].
Desea recibir nuevas instrucciones sobre el fósforo, para
transmitirlo a la Sociedad Real, y quiere que contenga todo lo que
Bernoulli ha enviado a París, 677. También desea conseguir el
nuevo libro de Fatio, que es un apéndice de lo que contra ellos ya
había escrito el suizo naturalizado inglés, cfr. supra notas 390,
391. Ha oído que David Gregory prepara una obra sobre
matemáticas. Se trata de Astronomiae Physicae et Geometricae
Elementa, que no aparecerá hasta 1702 en Oxford, cfr. supra nota
145).
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 16
Hannover, 6 julio 1701
GP.II 224-228
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - -- - - - -
La substancia es άτομον αύτοπληρούν, átomo completo por sí
PII
mismo o que se completa a sí mismo. De esto se sigue que es un 224
átomo vital o átomo que tiene έντελέχεια. Átomo es lo mismo que
verdaderamente uno. A lo que es conglomerado de substancias lo
llamo ‘cosa substancial’.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - - -
397
perezca el todo. Pero piense Vd si no puede también ser una
substancia aquélla que añade nuevas perfecciones a las
perfecciones de otras; pues toda perfección es, si no me equivoco,
materia de representación. Así, los seguidores de Demócrito PII
(como Vd mismo dice, los ejemplos no tienen por qué ser 225
verdaderos, pues se usan sólo a modo de aclaración) conciben el
espacio como substancia y dicen que el cuerpo es una substancia
más perfecta, que añade a la extensión la resistencia. Algunos
modernos, por su parte, opinan que a ciertos cuerpos se les puede
añadir una nueva perfección, a saber, el pensamiento; y la Escuela
distinguía, además de cualquier cuerpo, un ser animado simple, uno
sentiente más perfecto, y finalmente uno racional como el más
perfecto de todos. Digo esto para hacerle ver que su noción de
substancia no parece adecuarse a las que la gente llama
substancias, sino sólo a la substancia simplicísima. Ocurre lo
mismo cuando Vd dice que la substancia es aquélla que se concibe
por sí misma; a esta afirmación yo opuse que nada mejor para
conocer un efecto que su causa y que todas las substancias, a
excepción de la primera, tienen causa. Vd replica que se requiere
una causa para concebir la existencia de la substancia, no para
concebir su esencia. A lo que yo replico de nuevo: para concebir su
esencia se requiere el concepto de causa posible; para concebir su
existencia se requiere el concepto de causa actual. Preveo ya la
tercera réplica de Vd, una réplica elegante extraída de la
Geometría así: La esencia de una elipse (por ejemplo) no depende
de una sola causa, pues diversas causas pueden producir la misma
elipse, como la sección de un cono, la sección de un cilindro, el
movimiento de una cuerda; pero la existencia de una elipse sólo
puede concebirse si se pone una determinada causa. A esto mi
cuarta réplica es doble: la primera es que, aun cuando para
concebir la esencia de una elipse no sea necesario concebir el
modo concreto de generarla, sin embargo no se puede concebir
perfectamente la esencia de la elipse o de cualquier cosa si no es
posible demostrar su posibilidad a priori mediante la causa formal
contenida en todos los métodos concretos de generarla, para lo
cual deben emplearse necesariamente líneas más simples que ella.
Mi segunda réplica, expuesta ya por mí hace tiempo, es que en las
398
cosas incompletas, como son las líneas o figuras, puede darse una
cosa semejante a otra aunque se generen por causas distintas,
como es el caso de una elipse generada por una sección cónica, que
es semejante a otra elipse trazada por movimiento en el plano;
pero esto no puede hacerse en las cosas completas, de manera que
una substancia no puede ser perfectamente semejante a otra ni
puede una misma substancia ser generada de múltiples maneras.
Partiendo de aquí (además de otros argumentos) llegué yo
entonces a la conclusión de que no existen los átomos, ni es el
espacio una substancia; ni siquiera la materia prima, separada de
toda actividad, puede computarse entre las substancias 462.
Ocupémonos ahora de los modos que, lo mismo que Vd, yo
también distingo de los otros predicados, o sea, de los atributos y
propiedades. Sin embargo, si hacemos consistir los modos sólo en PII
la necesidad de otro concepto, también las propiedades serán 226
modos, pues lo que es común a modos y propiedades es que
existen en otro (insunt). Pero la misma definición que Vd da de los
modos compete también a cosas que no existen en otro como son
los efectos, los cuales necesitan de las causas para ser
concebidos, como ya he dicho: de esta manera, todos los efectos
serían modificaciones de la causa y podría una misma cosa ser a la
vez modo de muchas cosas, puesto que una misma cosa puede ser
efecto de muchas causas concurrentes. Y, por el contrario, ¿quién
negará que también alguna substancia sea modificada por
intervención de otra, como cuando un cuerpo se comprime por la
presión de un obstáculo?; será necesario el concepto de los dos
cuerpos para concebir distintamente la compresión de uno de ellos
y, sin embargo, la compresión puede ser modo sólo de uno, en el
caso, por ejemplo, de que el otro prosiga y no se comprima. Por lo
tanto, para la modificación se requiere otra cosa distinta que la
necesidad del concepto de otro; y, por su parte, existir en otro
(que es común a propiedades y modos) es algo más que necesitar
del concepto de otro. En mi opinión, ninguna cosa hay en todo el
universo de las criaturas que no necesite del concepto de
cualquier otra de entre la universalidad de las cosas para la
formación de su perfecto concepto, puesto que cada una influye
en cualquier otra de manera que, si aquélla desapareciera o la
399
imagináramos distinta, todas las cosas en el mundo serían
distintas de como ahora son. Por lo demás, admito que, si A y B
son dos substancias tal como Vd las define, esto es, simplicísimas,
no podrían tener ningún predicado común; pero de aquí no se sigue
con la misma necesidad que no pudiera darse algún tercero C que
necesite de ambas para su concepto. Así, lo mismo que las
relaciones resultan de varios absolutos, igualmente las cualidades
y las acciones resultan de varias substancias; y lo mismo que una
relación no se compone de tantas relaciones como correlatos, así
tampoco los múltiples modos que dependen de una pluralidad de
cosas tienen por qué resolverse en otros tantos modos. Por lo
tanto, el hecho de que un modo necesite de otros muchos no
implica que él mismo no sea uno y que tenga que ser compuesto de
muchos. Por otra parte, no se ve cómo de su noción sea posible
derivar los modos, puesto que la substancia, tal como Vd la define,
esto es, tal que no contiene más que una simple representación o
un único atributo, no tendrá sino un único modo; tampoco se ve el
origen de la diversidad, puesto que de lo uno sólo lo uno se
produce, con lo que el modo sería invariable, contra la hipótesis.
Todavía más, la cosa no tendría ningún modo, pues ni siquiera se ve
la diferencia entre modo y atributo. En consecuencia, si, como se
hace vulgarmente, se dice que un cuerpo no contiene otra cosa que
la extensión y ésta se concibe como un atributo simple y primitivo,
entonces no habrá ninguna razón que pueda explicar cómo se
produce en los cuerpos alguna variación o cómo existe una
pluralidad de cuerpos. He demostrado ya en otro lugar (en
respuesta al Sr. Sturm, publicada en las Acta Lips.) que, si la PII
materia no fuera heterogénea (y esto lo hacen las entelequias), no 227
podría producirse ninguna variedad en los fenómenos, pues en
ellos se sucedería siempre exactamente lo equivalente con lo
equivalente 463. Lógicamente, tampoco distingo aquí entre la
noción general de substancia y la noción de substancia concreta:
toda substancia está ya determinada, aunque unas se determinen
por unos y otras por otros modos. En cuanto a mi noción de
substancia, yo prefiero que vaya perfilándose de nuestro mutuo
intercambio (algunas pautas de ella ya se dejan ver), antes que
producirla yo solo y como imponerla.
400
Volviendo sobre su penúltima carta 464 a fin de tenerlo todo
ante los ojos, observo que quedan algunos detalles por aclarar.
Sería difícil poner ejemplos de un concepto al que no se le pueda
quitar nada de su representación; las nociones primitivas se
esconden por debajo de las derivadas, pero a duras penas
podemos distinguirlas. Dudo de que un cuerpo pueda concebirse
sin movimiento, aunque admito que el movimiento no es concebible
sin cuerpo. Pero en el concepto de movimiento no sólo está
implicado el cuerpo y la mutación, sino también la razón y la
determinación de tal mutación, la cual no puede descubrirse en el
cuerpo, si hacemos consistir la naturaleza de éste en algo
meramente pasivo, o sea, en la sola extensión o en la extensión
más la impenetrabilidad. En la extensión yo concibo más de una
cosa, a saber, la continuidad (que le es común con el tiempo y el
movimiento) y la existencia simultánea, de manera que no es
necesario que la extensión se conciba o toda o nada de ella. Es
evidente que, para que haya extensión, debe darse la cosa que se
repita de continuo, esto es, muchas cosas cuya coexistencia sea
continua. Pregunta Vd, excelente Señor, ¿qué es lo que se concibe
en la cosa a la que se atribuye la extensión, fuera de la extensión
misma? Respondo que la cosa añade a la extensión la acción y la
pasión. “Por lo tanto (dice Vd) la extensión será un modo de lo
extenso”. Respondo de nuevo que, tal como yo lo veo, la extensión
no por ello será un modo de las substancias de las que resulta,
puesto que ella, la extensión, es invariable y designa la
determinación numérica de las cosas, la cual determinación
permanece la misma bajo cualquier mutación, y Vd reconoce
conmigo que los modos deben ser variables. De todas formas, yo
opino que no sólo la extensión, tampoco la acción y la pasión se
conciben por sí solas, y la verdad es que ni es necesario ni fácil
llegar a las nociones de la máxima simplicidad, como ya dije. En
resumen, si no exigimos más que la extensión para concebir la
substancia, me temo que hagamos desaparecer todas las
substancias creadas, lo que sería no deshacer el nudo sino
cortarlo 465.
Como, a propósito de Bredenburg, yo me referí de pasada a
la necesidad, y afirmé que la dificultad que genera lo que de ella
401
se dice proviene de que se manejan nociones falsas, decía Vd que
aquellas breves palabras mías le habían suscitado curiosidad y que
le haría feliz si explicara un poco más mi pensamiento, puesto que
parece que toda causa produce necesariamente su efecto. Yo PII
concedo, naturalmente, que nada ocurre nunca sin razón, esto es, 228
sin que haya una razón por la cual algo sea así y no de otra
manera; pero generalmente las razones son inclinantes más que
necesitantes, de manera que queda a salvo la contingencia de las
cosas 466.
Por carta recibida de Leiden he sabido que tiene Vd el
propósito de editar una reproducción del Autómata Astronómico
de Huygens. Por ello le estará agradecida la República y la
memoria de un hombre tan extraordinario, y tanto más cuanto
más completa sea la reproducción. Me gustaría saber en qué se
diferencian la de Huygens y la de Röhmer, si en su estructura o en
su eficacia. Porque, si no hubiere de tener alguna mayor
prestación, seguramente aquel varón ilustre no habría emprendido
un trabajo tan costoso previamente hecho ya por otro 467. Y si Vd
prepara alguna otra cosa, sea de Vd mismo o con ocasión de la
edición, o en general sobre sus profundos estudios (en los que Vd
es tan capaz), le ruego no nos prive de darnos noticia de todo ello.
También nos escriben diciendo que el Sr. Hartsoeker continúa
puliendo vidrios objetivos sin necesidad de horno de cocer,
extrayéndolos con gran éxito de una enorme esfera. A todos los
demás favores que de su parte recibimos yo añadiré el que pueda
instruirnos también sobre estos y parecidos avances de la ciencia.
Adiós.
-------------------------------------------------------------------------
402
Espero que te haya llegado mi última carta junto con la que en ella MIII
incluía para el Sr. de Volder 468; aquí recibes ahora otras nuevas para ambos, 678
donde podrás leer los argumentos volderianos; espero me disculpes que no
te haya enviado sólo la anterior, sino también estas dos dirigidas a ti.
Contigo tengo un motivo especial para escribirte, y es que te recuerdo que
estoy a la espera de tu hermosísimo fósforo, cuyo paquete confío recibir o
por correo o, quizás mejor, por transporte público, con lo que te quedaré
MIII
obligado. Pagaré los gastos.
679
(Sigue un breve párrafo, donde discute algunos pormenores del
nuevo invento de Bernoulli, 679).
--------------------------------------------------------------------------------------------
403
(Ha recibido el paquete con el fósforo. Ha enviado a Mencke el
comentario de Johann sobre el análisis de las isoperímetras de
Jacob, a ver si el editor de las Actas lo quiere publicar, 682).
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--------------------------------------------------------------------------------------------
404
(Johann se queja de que Mencke favorece al hermano más que a
él, y sin causa alguna, 684. Se queja también larga y amargamente
de que Gröning 471, autor de una Historia de la Cicloide, de la que
lo ignora casi todo, no le atribuya a él el mérito que se le debe,
685s. Más cosas sobre el fósforo, 687).
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--------------------------------------------------------------------------------------------
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 17
Leiden, 7 octubre 1701
GP.II 228-232
405
perfección denota una substancia distinta o, al menos, si decimos
que una substancia tiene varios atributos, entonces, lejos de decir
que son los mismos aquellos atributos en los que entendemos una
unidad o identidad, más bien tendremos que decir, al contrario,
que lo son aquéllos entre los que entendamos la mayor diversidad
que pueda caer en nuestro concepto; pero con ello parece que
decimos con las palabras algo distinto de lo que entendemos en la
mente. PII
229
Dice Vd que mi noción de substancia “no parece adecuarse a
las que la gente llama substancias, sino sólo a la substancia
simplicísima”. En cuanto a lo primero, en nada perjudica a mi
definición, pues es notoria la confusión del vulgo cuando se
refiere a estas nociones. En cuanto a lo segundo, más bien la avala
porque, si se aplica a la substancia simple, es que implica
realmente en sí la noción general de substancia, que se contiene
necesariamente en la noción de substancia simple. Además, ¿qué
inconveniente habría en que toda substancia fuera simple en tanto
que substancia?
Frente a lo que Vd dice sobre la causa de la substancia, yo
opino que, si no se concibe la esencia de ninguna substancia sin su
causa posible, entonces no se concibe la esencia de ninguna, y
como creo concebir las causas posibles de los modos pero, de las
substancias, ninguna, por eso decimos corrientemente que éstas
son creadas, esto es, que tienen una causa que las produce, pero
no sé de qué manera.
Nunca habría yo objetado nada a lo que Vd dice acerca de
los procedimientos para generar elipses, puesto que yo mismo
estaba más que persuadido de que la primera parte de su cuarta
réplica satisfacía completamente a mi dificultad. La segunda
parte es la que no sé si comprendo bien. Sospecho que Vd
entiende por cosas incompletas las cosas meramente pasivas, a las
que arbitrariamente asignamos determinados movimientos y con
las que nos referimos a todas las fuerzas o a una parte de ellas; y
por completas, a las cosas que tienen en sí una determinada
fuerza de obrar, mediante la cual, para toda acción, parecen
producir necesariamente un determinado efecto y
necesariamente de aquel preciso modo como están determinadas a
406
obrar 473.
Yo distingo entre propiedades y modos en cuanto que las
propiedades equivalen a la esencia de la cosa y, por eso, no
difieren de ella más que en nuestro modo de concebirlas, cosa que
de ninguna manera ocurre con los modos. Y no creo yo que las
propiedades requieran de ningún concepto ajeno; si suponemos,
por ejemplo, que la extensión se concibe en sí sola, su propiedad
consiste en que está en un lugar: aunque dicho con palabras
distintas, el concepto es el mismo. Pues, ¿qué otra cosa es estar
en un lugar sino ser extenso? 474.
Los efectos serán modificaciones o, como yo prefiero
decir, propiedades de la causa pues mutuamente se intercambian.
Si entendemos propiamente por causa aquella cosa que produce en
cuanto que es causa y en cuanto que actúa con todas sus fuerzas
(pues de aquéllas con las que no actúa no decimos que es causa),
entonces será muy difícil distinguir la causa del efecto; así, por
ejemplo, si con la ayuda de un hilo sujeto en los focos trazamos
una elipse, el trazado de la punta del estilete con el que se
describe será propiamente la causa de la elipse y, sin embargo, PII
¿no será el trazado la elipse misma? 230
Que algo pueda ser, a la vez, un mismo efecto de múltiples
causas concurrentes es verdadero si, como hacemos
ordinariamente, hablamos con poca propiedad; pero, según una
noción rigurosa de causas y efectos, yo lo considero falso. Pues
dichas causas múltiples o lo son de las mismas operaciones, como
cuando dos pesos iguales actúan conjuntamente arrastrando un
cuerpo, en cuyo caso el efecto de ambos será semejante pero no
idéntico, pues cada uno de los pesos arrastra la mitad del cuerpo;
o son causas de operaciones distintas, de las que necesariamente
se seguirán efectos distintos.
No niego yo que una substancia se modifique por
intervención de otra, si Vd se refiere a substancias de una misma
naturaleza específica. En tal caso, en efecto, no difieren entre sí
en cuanto substancias; y, por lo tanto, también yo considero como
verdadero lo que Vd añade: que una substancia influye en
cualquier otra de su misma naturaleza, de manera que, si se
elimina una de ellas o se la imagina distinta, todo resultará
407
distinto de cómo ahora es. Lo cual podría quizás ampliarse un poco
más de la siguiente manera.
Si A y B no tienen ningún predicado común, tampoco
tendrán ninguna operación común, y, en consecuencia, ningún
efecto común. Por lo tanto, ese tercero C, que se supone
necesitar de ambos para su propio concepto, no necesitará de
nada que sea común a ambos, pues no lo hay. Pero necesitará de
predicados distintos provenientes de uno y del otro. Mas, al ser
estos predicados distintos y no implicarse el uno al otro y, en
consecuencia, poderse separar mutuamente lo mismo que A y B, se
seguirá que aquellos dos predicados que se contienen en C también
podrán separarse el uno del otro, esto es, se seguirá que ese
tercero C ya no será uno, sino compuesto de dos distintos.
De todas formas, tampoco quiero negar que un modo que se
sigue de
varias substancias de la misma naturaleza pueda ser uno, con tal
de que la causa formal sea una y la
misma, como ocurre en el ejemplo de la
elipse, que Vd aduce. Ilustraré con un
ejemplo lo que trato de decir. Sean dos
cuerpos A y B , que actúan sobre otro
cuerpo C, de manera que por un tiempo
dado el cuerpo A empuja al C por la
recta CG, y el B por la recta CE; el
cuerpo C se moverá por la recta CF del
mismo modo que si hubiera sido
empujado por un cuerpo D en la recta
CF. Lo cual es perfectamente normal, puesto que, al ser las dos
determinaciones CE, CG, equivalentes a CF, necesariamente se
seguirá el mismo efecto; no creo, sin embargo, que esto pueda
darse en otras circunstancias.
Dice Vd a continuación que de mi noción de substancia no se
sigue ningún modo. De acuerdo. Mas precisamente por ello es por
lo que le he venido pidiendo a Vd con tanta insistencia una
demostración que haga ver que toda substancia es activa por su
PII
propia naturaleza. Porque es evidente en sus propios términos que 231
toda substancia que está sometida a la variación de modos ha de
408
contener una acción o fuerza activa o en ella misma o en aquella
otra substancia que produce la variación; y por eso, no tengo
dificultad en admitir que toda substancia creada, que la
experiencia nos muestra sujeta a una infinita variación, está
dotada de fuerza; pero que ésta fluya de la naturaleza misma de
la substancia y sea, por lo tanto, inseparable de ella, esto es lo
que yo pido que se demuestre únicamente a priori 475.
En cuanto a que las nociones primitivas se distingan
difícilmente de las derivadas, yo creo que el cometido de la
ciencia perfecta es precisamente distinguir y deducir las
derivadas de las primitivas.
Afirma Vd que en la extensión concibe varias cosas, la
continuidad y la coexistencia. Sin embargo, yo las tengo como la
misma cosa. Pues, para mí, son lo mismo aquellas cosas entre las
cuales existe un nexo necesario y recíproco. Puedo, en efecto,
concebir la continuidad sin la coexistencia, por ejemplo, en el
tiempo; pero de aquí no se sigue que ambas sean distintas en lo
extenso, puesto que puedo concebir la especie sin el individuo,
aunque aquello a lo que, en el individuo, llamo especie no difiera
realmente del individuo mismo a quien lo adscribo. Dice Vd que
para que haya extensión se requiere una pluralidad de cosas, cuya
coexistencia sea continua. Sin embargo, yo no las llamaría
simplemente plurales a esas cosas, puesto que, según la definición
que acabo de dar, se da entre ellas, si así puedo hablar, un nexo
necesario y recíproco. Cualquiera que sea la pluralidad que uno
suponga aquí, será cierto que una parte A de la extensión no
puede concebirse ni puede existir sin otra parte B, y viceversa
476
.
Estas son, excelente Señor, las reflexiones que, al meditar
las suyas, me vienen a la mente y que gustosamente someto a su
solidísimo juicio.
Me pregunta Vd sobre las cosas de Huygens. Supongo que
sabrá que el ilustre Huygens, de piadosa memoria, nos encomendó
al Sr. Fullen 477 y a mí que diéramos al público de entre sus
escritos aquéllos que fueran aptos para la imprenta. El proyecto
se ha demorado, en parte porque tales escritos nos han llegado a
nosotros con retraso y, en parte, porque no habitamos en el mismo
409
lugar, además de otras varias dificultades que han ido
acumulándose. Nuestra intención es editar su Dióptrica, el
Tratado de los Parhelios, el Autómata Planetario tal como él lo
describió, y algunas cosas sobre el movimiento. La Dióptrica ya
está en prensa, pero los trabajos avanzan lentamente. En cuanto
al Romeriano, no lo conozco lo suficiente como para poder
establecer su diferencia. El de Huyghens muestra en un plano los
movimientos de los planetas en torno al sol, señalando tanto la
longitud como la latitud para tiempos dados, de manera que un
único reloj mueve para todos los planetas un eje común, que va
provisto de variedad de dientes para cada uno de ellos; así, una
vez colocados los planetas en su debido lugar, la máquina señala
con su solo movimiento los lugares de los planetas para muchos
PII
años. 232
A Hartsoeker hacía mucho tiempo que yo no lo veía ni había
oído nada de él. Así que, a fin de no darle a Vd noticias inseguras,
le escribí. Me contesta enviándome saludos para Vd y afirmando
que, en efecto, está ocupado en pulir vidrios objetivos
extrayéndolos con gran éxito de una enorme esfera; que ha
logrado vidrios de gran calidad de 100, 200, 300, 400, 500 y 600
pies, pero que los trabaja con la ayuda de horno de cocer,
mediante horno de vidrios, tal como explicó en la Dióptrica 478.
A la última carta de Vd darán respuesta las cartas de
Oudin y de Bayle, que aquí le adjunto 479.
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410
Berlín, atendiendo a los deseos de la reina y del Elector, y 688
ocupado en sus cometidos de consejero, obligado a interrumpir
continuamente sus ocupaciones ordinarias, 688. Ha mostrado al
rey y a la reina el fósforo perpetuo de Bernoulli, 688. Le satisface
el nuevo barómetro de éste. El de Huygens tenía algunas
dificultades, pero era utilizado con provecho, 688. La Historia de
la Cicloide, escrita por Gröning, no es, en efecto, buena; le faltan
muchas cosas; la gente cree que con cuatro cosas ya se escribe un
libro, 689. El Sr. Mencke, hombre honesto, es muy escrupuloso
cuando tiene que publicar algo que pueda desagradar a otros. Yo
mismo ---dice Leibniz--- lo experimenté en el caso de Fatio. No
obstante, debería haber distinguido entre la defensa y la agresión,
689).
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 18
Berlín, 27 diciembre 1701
GP.II 232-235
P II
Para responder a su última carta me habrían sido muy 232
útiles nuestras cartas anteriores, que se quedaron en casa. Así
que, mientras espero volver a Hannover, he pensado que será
mejor interrumpir mi demora, prolongada por mi larga ausencia,
y responderle de alguna manera mejor que mantener silencio.
411
Espero, pues, que su generosidad sabrá disculpar ambas cosas,
mi silencio y mi respuesta.
Y para entrar ya en sus consideraciones, mi idea es que no
hay ejemplo de ninguna perfección, que no tenga nada en común
con otra ni implique ninguna relación con otra y que, por lo tanto,
pueda constituir por sí sola una substancia.
Si la noción de substancia en general no compete sino a la
substancia simplicísima o primera, ella sola sería la única
substancia. Sin duda, puede Vd perfectamente entender así el
vocablo “substancia”, de manera que sólo Dios sea substancia y
llamar de otra manera al resto de las cosas. Pero mi idea es
buscar una noción que corresponda a todas y esté de acuerdo
con el uso de la gente, de manera que Vd, aquél, yo, seamos
considerados como substancias. Espero no me negará Vd la
licitud de este modo de proceder y su utilidad, si es que da buen
resultado. En todo caso, no todo lo que se atribuye a una
substancia una contiene la noción general de substancia, como no
todo lo que se atribuye a un cuadrado es aplicable a la noción
general de paralelogramo. Yo concedo que toda substancia es
simple según un cierto modo de entenderla, quiero decir, si esto
se entiende de la substancia y no de un agregado de substancias.
PII
Y aun cuando admitiéramos que toda substancia existe ab
233
aeterno, sin embargo, exceptuada la substancia primitiva, todas
las demás deben tener sus causas, o sea, razones externas en
virtud de las cuales existen más bien que no existen.
Si las propiedades B y C difieren entre sí y de la esencia
de A en el modo de concebirlas, habrá que incluir en sus
respectivos conceptos algo distinto de A..
Si lo extenso se concibiera en sí solo, no estaría en un
483
lugar .
En mi opinión, es claro que ni el estilete movido ni el
trazado del estilete son la elipse; la elipse está en el papel, el
estilete fuera de él; la elipse es permanente, el trazado del
estilete es transitorio.
Yo no sé si puede decirse que, cuando dos pesos iguales
actúan conjuntamente arrastrando un cuerpo, no se da un efecto
común a los dos sino separado uno del otro, o sea, la mitad a
412
cada uno. Pues no puede asignarse a cada uno de los pesos una
concreta mitad del cuerpo arrastrado, sino que actúan
indivisiblemente.
Lo que dije acerca de la conexión y simpatía de las
substancias ha de aplicarse, creo, a todas ellas, aunque no sean
de una misma naturaleza específica.
Por eso, yo no creo que sea posible que A y B no tengan
ningún predicado común. Pues del hecho de que dos predicados
que concurren a la formación del concepto de C sean separables,
no se sigue que no formen un concepto de C. Por ejemplo, un
cuadrado es un rectángulo equilátero; pero puede separarse un
rectángulo de un equilátero (como el que llamamos έτερόμηκες) y
un equilátero de un rectángulo (como el triángulo, el pentágono,
etc), y sin embargo, el cuadrado es una figura y tiene un
concepto.
Así como reconozco su profundidad en todo lo demás,
alabo igualmente su sinceridad cuando reconoce Vd que de su
noción de substancia no puede deducirse ningún modo. Yo, por el
contrario, pienso que puede demostrarse que no se da una cosa
así y que la substancia existente debe ser o sujeto de modos o
ciertamente su causa, aunque aquello que es sujeto es siempre
causa de los modos, no al revés.
Por eso entiendo que Vd trate de investigar en las
nociones primitivas o, al menos, acercarse a ellas todo lo posible.
Concede Vd que la coexistencia 484 y la continuidad, que
entran en la noción de extensión, difieren formalmente; tampoco
yo le pido más. Pero aquella noción que se compone de distintos
conceptos formales no es primitiva. Precisamente entre los
principales errores de los cartesianos uno es que han concebido
la extensión como algo primitivo y absoluto entendiéndolo como PII
substancia. De este error debe liberarse quien quiera filosofar 234
correctamente, pues es la única manera de poder comprender la
noción de cuerpo y de substancia, si es que yo entiendo algo.
Semejante falso supuesto de lo primitivo hace perezosa a la
filosofía, enredándola en las cualidades ocultas, pecado éste en
el que también ahora se cae continuamente, tal como no hace
mucho hice ver en el Journal des Savans contra aquéllos que
413
piensan que la percepción del calor, del frío, etc no representa lo
que está en los movimientos, sino que es yo no sé qué άρρητον o
arbitrario que con ocasión de los movimientos imprime Dios en la
mente 485. Pero, volviendo a la cuestión, nunca encontraremos la
extensión sin pluralidad de cosas cuya coexistencia sea continua,
ni descubriremos en ella otra cosa sino esto: que tales cosas
pertenecen a lo inteligible 486. El nexo entre ellas no es
necesario, pues pueden algunas de ellas desaparecer y ser
perfectamente sustituidas por otras. Por el contrario, la
extensión, si la distinguimos de los extensos, es algo abstracto,
lo mismo que la duración o el número separado de las cosas, en el
que la conexión de partes es igualmente necesaria que en la
extensión 487. Así, en el número tres se unen mediante vínculo
eterno tres unidades inteligibles, aunque ocurra que la conexión
entre las tres cosas numeradas no sea necesaria, pues,
eliminadas algunas, otras permanecen, y nunca faltan cosas a los
números, ni existe entre ellas más vacío que el que hay en el
lugar, en el tiempo o en otros órdenes, a menos que concibamos
un universo inerte donde sólo haya posibilidades. Esto último es
lo que son la extensión, la duración o los números sin las cosas,
aunque la gente los conciba como substancias al modo de ideas
platónicas. La extensión es, así, relativa a alguna naturaleza de la
que es difusión, como lo es la duración respecto de la cosa que
dura. Ahora bien, lo peculiar de la extensión es que a uno y el
mismo lugar le corresponden diversas cosas extensas sucesivas,
esto es, que se suceden las unas a las otras en el orden de las
coexistencias; y lo propio del tiempo es que cosas plurales
existen simultáneamente en el mismo tiempo 488.
Le doy a Vd las gracias por haberme transmitido el saludo
(que le ruego devuelva de mi parte) y la respuesta del ilustre
Hartsoeker, y también por haberme enviado las cartas de los
Sres. Bayle y Oudin, a quienes, me atrevo a pedir a Vd, se ocupe
en remitir las aquí adjuntas 489. Si tan grandes son las lentes
hartsoekerianas, hay motivos para esperar de ellas nuevos y
extraordinarios descubrimientos astronómicos; yo espero que
igualmente se perfeccionarán los microscopios, cuya utilidad
será todavía mayor. También el ilustre Tschirnhaus se ocupa de
414
promover el arte de la construcción de lentes. Hace poco pasó
por Holanda camino de Francia, como supongo sabrá Vd. Durante
su escala en Hannover desgraciadamente yo estaba ausente.
Espero que los ojos de todos se vuelvan hacia él en la Academia
Real de las Ciencias, cuando muestre las excelentes novedades
que nos prometió. Espero impacientemente la Dióptrica y todas
las demás cosas del gran Huygens. Por lo demás, salud por
muchos años, que se los deseo a Vd, como en el presente, muy
felices.
AÑO 1702
415
Remitiré hoy tu carta para de Volder 491 junto con las que envías
para Oudin y Bayle. No necesitas de mi ayuda para hacer a de Volder más
comprensible tu pensamiento, a menos que pretendas que le encienda yo al
sol la cara. Veo que tiene una noción de substancia muy distinta de la tuya; MIII
también es verdad que entiende la extensión como la esencia primitiva de 691
los cuerpos; tú, en cambio, dices que es sólo algo relativo y que presupone
alguna naturaleza común a través de muchas cosas coexistentes. Dice él
que no puede concebir en qué consiste esa común naturaleza del cuerpo, y
sin duda te va a pedir una idea clara y distinta así como de tu definición de
substancia, que, si no me equivoco, tú le habías prometido, después de
darte él la suya. Te deseo también yo para el año nuevo y toda la serie de
los siguientes todo lo mejor para ti y lo más feliz. Adiós 492.
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416
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 19
Leiden, 3 abril 1702
GP.II 235-238
417
lograr discernir lo que Vd pretende, las más de las veces no
capto el problema con exactitud. Si así es, espero perdonará a
un hombre que no entiende lo que Vd oculta; me siento Davo, no
Edipo 494. De todas maneras, en cuanto mis tinieblas lo permitan,
he aquí lo que brevemente puedo decir.
Todo lo que constituye la noción de la substancia
simplicísima contiene en sí la noción general de substancia, pues
ésta se aplica necesariamente a toda substancia. Aquello que
hace que yo, Vd, etc, seamos calificados de substancias será
necesariamente común a todas las substancias y, por lo tanto,
también a la simplicísima. Y la diferencia que ordinariamente se
establece entre substancia primera y substancias segundas no
incluye tanto lo que todo el mundo dice que hace la noción de
substancia, esto es, no ser inherente a otro, cuanto sobre todo
la causa, que la substancia primera no requiere otra sino a sí
misma, mientras que las segundas requieren otra distinta de
ellas. Es verdad que no todo lo que se atribuye a un cuadrado
contiene la noción general de paralelogramo, pero también es
verdad que en la noción de cuadrado se contiene todo lo que
pertenece a la noción general de paralelogramo. De manera
parecida… 495, si yo formo la noción de substancia simplicísima,
en ella estará incluida la noción general de substancia; pero como
en aquella noción sólo se considera una única perfección, bastará
esta única para constituir la substancia. Si, además, otros
muchos atributos pueden constituir conjuntamente una
substancia, no parece que dicha pluralidad de atributos forme
necesariamente parte de la noción general de substancia, puesto
que puede concebirse la substancia simplicísima con un solo
atributo. Ciertamente, la noción de substancia implicará algún PII
atributo, uno o varios; pero sea de una manera u otra, en la 236
noción general de substancia no necesariamente habrán de
incluirse varios, a menos que Vd pretenda hacer entrar en la
noción de substancia algún atributo no considerado como es en sí
sino, por así decirlo, modificado. Y esto es lo que yo sospecharía
de Vd, si no fuera porque, de ser así, se seguiría que Vd toma las
causas de los modos como si fueran propias de la substancia, que
es justamente lo que hay que demostrar.
418
Concede Vd que toda substancia es simple según un cierto
modo de entenderla, palabras éstas que, si las entiendo bien,
están a mi favor. Yo las interpreto así: los atributos de la
substancia emanan de su íntimo principio y fuente, de tal manera
que guardan entre sí un nexo necesario y recíproco. Y si
interpreto bien sus palabras, éstas dicen lo mismo que yo
pretendía, a saber, aquellos atributos que tienen entre sí tal
nexo, no los considero como plurales a parte rei, sino como los
mismos. Buscamos, en efecto, una noción de substancia, no de un
agregado de substancias.
Admito gustosamente que todo cuanto existe tiene una
causa en virtud de la cual existe más bien que no existe.
Cuando dije que las propiedades de una cosa no difieren
de la esencia de la cosa misma más que en la manera de
concebirlas y que en esa manera las distinguía de los modos,
explicaré ahora con un ejemplo lo que allí quería decir. Concibo
una figura plana cerrada por tres líneas rectas; la llamo
triángulo y supongo que en ello consiste su esencia. Ahora, de
este triángulo demuestro que su lado mayor es necesariamente
opuesto a su ángulo mayor, que todos sus ángulos son iguales a
dos rectos, etc. A esto lo llamo propiedades del triángulo,
distintas sin duda de la esencia del triángulo según el modo de
concebirlas, pero en realidad en nada distintas de él, sino que me
representan según modos distintos de concebirla una y la misma
naturaleza del triángulo. Y entiendo que esto es así porque estas
propiedades se intercambian con la naturaleza del triángulo.
No entiendo lo que Vd quiere decir cuando afirma que “si
lo extenso se concibiera en sí solo, no estaría en un lugar”. A mí
me parece que esto es lo mismo que si uno dijera “si lo extenso
se concibiera en sí solo, no sería extenso”. No capto qué es lo
que “estar en el lugar” añada a la cosa extensa, que no sea una
pura denominación externa 496.
Si del trazado del estilete separamos todo lo que es
exterior y todo aquello que se utiliza para que el punzón del
estilete se mueva según una ley, nada quedará más que el P II
trazado de este punzón, que sin duda es la elipse, tanto si su 237
rasgo queda impreso en el papel como si no.
419
Reconozco que nadie puede precisar qué parte exacta del
peso arrastrará cada uno de los dos cuerpos que empujan el peso
con fuerzas iguales; pero tampoco podrá negarse que en ambos
la acción es semejante, que semejante será el efecto producido
y que cada uno empujará la mitad del peso.
En todo rectángulo, además de los lados opuestos
paralelos y de los ángulos rectos, se contiene también una cierta
longitud de sus lados. Nada de todo esto puede eliminarse del
rectángulo sin que éste perezca, ni de su concepto sin que éste
se destruya. La naturaleza del rectángulo considerado en
general puede ofrecer cualquier razón entre sus lados, pero en
cada caso será una razón concreta que no puede eliminarse sin
que éste rectángulo perezca. En este sentido, el cuadrado no
goza de ninguna prerrogativa sino que, según nuestro arbitrio,
cuando se conserva la razón de igualdad entre sus lados,
utilizamos para esta figura la denominación especial de
cuadrado, quedando el resto de sus propiedades comprendidas
bajo el nombre general de rectángulo. Por lo tanto, cuando no se
trata del concepto general de rectángulo, sino de éste o aquél
existente en la naturaleza, no es sorprendente que tenga una
única naturaleza y un único concepto, puesto que sus lados
opuestos paralelos unidos entre sí por sus ángulos rectos, con su
concreta razón entre los lados, incluso con su determinada
magnitud, no pueden eliminarse de este rectángulo ni
modificarse mutuamente en este rectángulo, sin que
automáticamente este rectángulo se destruya por completo;
pero si a este rectángulo le añado el movimiento, entonces el
concepto del rectángulo movido implica ya dos cosas, puesto que
el movimiento se puede separar del rectángulo permaneciendo
éste el mismo. De acuerdo con esto, si concurren a la formación
del concepto de la cosa C dos atributos separables, esta cosa C
no será ya una cosa una ni será uno su concepto, pues se trata de
una separación que no se opera sólo por abstracción de la mente,
sino que puede tener lugar en la naturaleza. Al ser separables
estos atributos que constituyen el concepto de la cosa C, serán
ciertamente distintos, requerirán causas distintas, producirán
efectos distintos y, por lo tanto (a menos que el término “uno” lo
420
tomemos en su significación amplia, como corrientemente
hablamos de una casa, o de una ciudad, etc.), no constituirán una
unidad, si tenemos en cuenta, además, que estamos hablando de
atributos de las substancias, que no son inherentes a ningún otro
sujeto. Así que nada impide que varios modos afecten a un único
sujeto y que los conceptos de esos modos compongan un
concepto común.
Piensa Vd que no son posibles dos cosas, A y B, que no
tengan ningún predicado común. ¿Habremos de afirmar,
entonces, que tal diferencia entre las cosas implica
contradicción? No lo veo. Pero, a fin de evitar cualquier
ambigüedad en los términos, supongamos que existen dos cosas
con propiedades, en lo posible, completamente distintas.
Ciertamente, de ambas se predicará que existen, que son cosas,
PII
ya sean substancias o modos, que tienen causas de su esencia y
238
de su existencia, y todo lo demás que genéricamente puede
atribuirse a todas las cosas; sin duda ninguna, en este sentido
tendrán algunos predicados comunes. Sin embargo, podré decir
correctamente, si no me equivoco, que nada hay común entre
ellas. En efecto, esto que llamo “cosas” o “substancias”, aunque lo
designe con el mismo nombre e incluso lo conciba bajo un mismo
concepto general, en realidad, o sea, en la cosa misma no son lo
mismo, sino que difieren tanto cuanto difieren sus respectivas
naturalezas. Los cartesianos, por ejemplo, distinguen la
substancia corpórea de la pensante; la naturaleza de ésta última
la ponen en el pensamiento y la de aquélla en la extensión, y
afirman que se diferencian entre sí de tal manera que no tienen
ninguna propiedad ni ningún accidente común entre ellas. No
discuto ahora si en esto tienen razón o no. Sin embargo, a ambas
las llaman “cosas”, las denominan “substancias”; pero como estas
designaciones generales no determinan la naturaleza de ninguna
de las dos, sino que expresan sólo el modo conceptual con el que
las aprehendemos, que es completamente extrínseco a las cosas
mismas, no consideran estas generalidades como atributos
comunes. Y no sin razón, creo yo, puesto que, según ellos, la
primera caracterización es la verdadera 497.
Añade Vd que puede demostrarse que aquello de lo que no
421
se deduzca ningún modo, no existe, etc, lo cual sería perfecto si
se demostrara a priori.
Estoy de acuerdo con Vd en que consta por la experiencia
que los cuerpos no están de ninguna manera destituidos de toda
fuerza; pero de esto, que conocemos por la experiencia, yo pido
una demostración extraída de la naturaleza misma de la
substancia. Afirma Vd que, si distingo la extensión de los
extensos, aquélla es algo abstracto, como la duración, el número,
etc. Pero, aunque en el mejor de los casos esto fuera cierto,
todavía quedaría por explicar cuáles son esas cosas que son
extensas, qué atributos tienen, bajo qué conceptos se
representan. Y, la verdad, puestas las cosas así, me parece que
de todo esto no entiendo nada, lo mismo que cuando, percibido el
número tres, tampoco entiendo cuáles sean esas cosas que se
denotan en el número.
Las cartas que adjuntó Vd a su última, las envié una al Sr.
Oudin y la otra hice que la remitieran a Rótterdam 498. Adiós.
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422
LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 20
Hannover, abril 1702
GP.II 239-241
423
suficientemente resuelto.
Cuando yo digo que toda substancia es simple, lo entiendo
en el sentido de que carece de partes. Pero, si todas aquellas
cosas que tienen entre sí un nexo necesario fuesen una única
substancia, entonces, supuesto que excluimos el vacío, se
seguiría que todas las partes de la materia, al tener entre sí una
conexión necesaria, compondrían una única substancia; pero con
ello se confundiría la substancia con el agregado de substancias,
cuando, según dice Vd bien, buscamos la noción de substancia, no
la del agregado de ellas.
Vd objeta contra mí, me parece que como si yo no lo
admitiera, algo que realmente admito, a saber, que “si lo extenso
se concibiera en sí solo, no sería ni siquiera extenso”, pues
supone Vd que tal extenso implica contradicción. Yo considero
como cierto que aquello que se concibe en sí solo, no puede estar
en el lugar. Pues estar en el lugar no es una mera denominación
extrínseca; más bien, al contrario, no se da ninguna denominación
tan extrínseca que no contenga una intrínseca como fundamento;
esta es una de mis principales convicciones (Inter κυρίας δόξας) PII
499
. 240
424
separables, esto es, interpreto yo, si pueden encontrarse en
sujetos distintos sin relacionarse entre sí, entonces no formarán
un concepto uno de C. Yo objeté el ejemplo del cuadrado, cuyos
predicados son ser rectángulo y ser equilátero, predicados
ambos que en otros casos no se dan juntos. Esta separación no
sólo es mental, sino que se da en la naturaleza, puesto que el
έτερóμηκες es un rectángulo no equilátero y, por el contrario,
algún triángulo es equilátero no rectángulo. Y lo que Vd replica
en su última carta no sé cómo aplicarlo. Yo admito que del
rectángulo no se puede separar alguna proporción entre sus
lados, pero un predicado es “alguna proporción entre los lados” y
otro predicado distinto es la proporción de “igualdad”, y ambos
difieren entre sí como el género y la especie. Nada hace al caso
si el cuadrado tiene alguna prerrogativa frente a los demás
rectángulos, que, por cierto, la tiene: la de su simplicidad 500. Sin
duda, estos dos predicados requieren causas distintas. Si, por
ejemplo, hacemos moverse la recta AB sobre la recta CD, la
causa que hace que el ángulo entre A y C
sea recto es distinta de la causa que hace
que AB sea igual a CD. Y por eso se
entiende fácilmente que se produzcan
efectos distintos; pues bien, esto es lo que
ocurre con el concepto unitario del
cuadrado.
Dos cosas cualesquiera, A y B, no sólo tienen en común el
ser cosas y substancias, sino que también tienen entre sí cierta
simpatía, como recuerdo haber dicho ya en mi carta anterior,
cosa que Vd no pareció rechazar seriamente.
Los cartesianos piensan que puede haber alguna
substancia que consista sólo en la extensión, porque conciben la
extensión como algo primitivo; pero, si abordaran el análisis de PII
esta noción, verían que la sola extensión no puede bastar para 241
definir lo extenso, como el número no basta para definir las
cosas numeradas. Yo admito con Vd que la referencia al número
tres no basta para comprender las tres cosas numeradas, como
tampoco la referencia a la extensión o difusión basta para
entender la naturaleza de aquello de lo que se hace la difusión. Y
425
esta naturaleza es justamente sobre la que pienso que
deberíamos investigar. Así que dejo a su criterio reflexionar si
no será ésta precisamente aquel τό δυναμικόν, de donde brota la
acción y la pasión 501.
Finalmente, aun concediendo que no podemos tener una
demostración a priori de todo, tal como Vd me pide, ¿es que por
ello mi hipótesis concuerda menos con las cosas? Porque, si ésta
puede probarse a posteriori, valdrá algo más que una mera
hipótesis. ¿O es que puede aportarse contra la otra noción de
substancia algo más válido que el hecho de que Vd mismo
reconozca que de ella no pueden deducirse los modos y las
mutaciones? De manera que, aunque de ella no se demostrara su
imposibilidad, bastaría con establecer nuestras propias nociones
de forma que se acomoden a nuestros descubrimientos y
necesidades, se resuelvan las dificultades y se abran así caminos
para la búsqueda de razones más elevadas. Así que yo siempre
estaré dispuesto a resolver honradamente todas las dudas que
se opongan a lo que afirmo, tal como constantemente lo vengo
haciendo hasta ahora, cosa que seguramente esperaría Vd en
vano conseguirlo de la hipótesis contraria 502. Adiós, y cuídese.
------------------------------------------------------------------------
MIII
No dudo de que te habrán llegado mis cartas para ti y para el 696
excelente Sr. de Volder.
Acabo de recibir la segunda edición del Diccionario de Bayle, donde
se contiene la réplica a lo que escribí a su anterior edición, toda ella llena
de buen oficio y humanidad. Estoy pensando volverle a contestar, a lo que
él mismo me invita. Te lo enviaré a ti y, a través de ti, al Sr de Volder,
para que vosotros se lo remitáis al ilustre Bayle 503. En la voz “Zenon”
vuelve a repetir lo que el jesuita Gouye le objetó al M. de L’Hospital en el MIII
426
Journal des Trevoux. Pues, como sabes, el autor del Diccionario se inclina 697
hacia el pirronismo y fácilmente se apunta a cualquier argumento para
dudar 504.
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427
LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 148
Lüzenburg (Berlín), 24 junio 1702
GM.III 702-708
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MIII
He aquí carta de de Volder. Tu anterior de 24 de mayo la he recibido 708
por conducto de un amigo, aunque un poco tarde. Todavía no he visto la
segunda edición del Diccionario de Bayle; lo que respondas a la réplica
que el autor te hace lo trasladaré rápidamente, si me lo envías.
428
la Cicloide, de Gröning, 708s. Respuesta a los desarrollos
matemáticos de la de Leibniz, de 24 junio, 709-711). MIII
711
A través de aquellos amigos que venían de los Bátavos (y que me
trasmitieron tu carta) te envié hace dos semanas, si recuerdo bien, (…),
algunos escritos míos contra mis adversarios, a fin de que veas lo que hago
o, más bien, lo que padezco; te sorprenderá seguramente la dureza de
estilo, pero quiero que sepas que ha sido el último remedio al que he
podido acudir para contrarrestar algo del furor de mis enemigos. Apenas
creo ha existido alguien desde el tiempo de los Apóstoles hasta el día de
hoy, que haya sufrido de sus hermanos mayor persecución que la que yo
he tenido que soportar de ignorantes detractores y perversos hipócritas. Mi
afirmación según la cual la operación del alma sobre el cuerpo no consiste
en ningún influjo, sino sólo en el consenso y concurso de las acciones de
ambos siguiendo cada uno sus propios principios, que es la misma que tú
defiendes, ellos la convierten en no sé qué herejía y Beckerianismo; y
cuando he afirmado que el cuerpo no puede pecar, ellos me han querido
condenar a la hoguera; dicen que nuestra filosofía y nuestra matemática
pervierten la teología. Así que ya ves cómo tengo que perder el tiempo.
Adios 505.
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 21
Leiden, 25 julio 1702
GP.II 241-243
PII
241
La inquietud de no saber si entiendo bien su pensamiento
me detiene bloqueado; y esta duda ha sido hasta ahora la causa
de mi silencio y, quizás, la seguiría siendo si no fuera porque
creo será mejor responderle algo, aunque sea inoportuno
(άπροσδιόνυσον), que no responder nada.
Si interpreto rectamente sus palabras cuando afirma Vd
que τό δυναμικόν es aquella naturaleza de la que se hace la
difusión, lo que pretende es que la substancia corpórea consta
de materia, a la que asigna, si no me equivoco, la
impenetrabilidad y la inercia, y de fuerza activa o έντελεχεία.
429
Pues bien, yo admito muy gustosamente que, partiendo de las
innumerables mutaciones que la experiencia muestra
acontecerles a las cosas corpóreas, se sigue fácilmente que en
los cuerpos mismos reside la fuerza productora de dichas
mutaciones. Y no niego que, si se admite esta fuerza, se
resuelven en la Física muchas dificultades que, de otra manera,
serían insolubles. Por poner un ejemplo, admitido este supuesto,
será esta fuerza la que produzca la traslación del cuerpo
mientras otra fuerza contraria a la anterior no la inhiba, y será
así fácil de explicar por qué los cuerpos movidos perseveran en
su movimiento, lo cual, por decirlo de manera benévola, siempre
me ha parecido un tanto embarazoso en la hipótesis cartesiana. PII
Pues, según ella, al no ser el movimiento en los cuerpos una 242
fuerza permanente desde la que se produzca la traslación, sino
que es solamente la traslación misma que consiste en una
perpetua mutación del lugar, deberá ocurrir, en virtud de la
misma regla que emplean para resolver este conflicto, que para
cada momento se dé una causa nueva de cada cambio de lugar, de
manera no distinta a como ellos explican correctamente que en
el movimiento curvilíneo se requiere para cada momento una
causa nueva que modifique la dirección de forma que, así como,
en este caso, eliminada la causa este cuerpo no cambia su
dirección, así tampoco aquél cambiará de lugar. Por el contrario,
admitida esta fuerza que Vd defiende, se explica la acción y la
pasión de los cuerpos sin necesidad de acudir a Dios como
máquina, y otras muchas cosas de semejante tenor 506.
Pero si Vd me pregunta qué es, entonces, lo que yo llevo
mal en esta cuestión, se lo diré. Yo considero como cierto que lo
que es uno y lo mismo no puede separarse de sí mismo o, dicho a
la inversa, aquellas cosas que pueden mutuamente separarse, no
son uno y lo mismo, sino que, por ser cosas diversas, requieren
causas diversas.
Esto no me impide, sin embargo, admitir que muchos y
diversos modos puedan coincidir en un mismo sujeto, siempre
que dichos modos abarquen a ese sujeto uno en su propio
concepto. Pero esto, que es muy fácil en los modos, me parece
sin embargo muy difícil en las substancias, puesto que éstas,
430
cada una, no tienen ningún sujeto distinto de sí mismas. Pues,
aunque concibamos las substancias mediante sus atributos o
propiedades, creo que no se puede decir que esos atributos son
inherentes a las substancias, sino más bien que son ellos las
substancias mismas. Supongamos, por ejemplo, que se concibe
una substancia por el atributo A.. Este atributo será o la
substancia misma o habrá de tener un sujeto distinto de él, al
que sea inherente. Pero en este último caso, supongo que todo el
mundo estará dispuesto a admitir que tal sujeto, distinto del
atributo, será propiamente lo que llamamos substancia. Sin
embargo, o lo ignoraremos por completo o habremos de
conocerlo por otro atributo que represente la naturaleza de
dicho sujeto. Pero nos volvemos a encontrar con el mismo
problema sobre este atributo, de manera que, o habremos de
seguir así hasta el infinito, o encontrar un atributo que no
difiera de su sujeto, sino que será, por decirlo así, él mismo su
sujeto y, por lo tanto, propiamente substancia.
Según esto, supongamos ahora una substancia que tiene
dos atributos, A y B, pero tales que pueden separarse
mutuamente y, por lo tanto, no tienen un nexo necesario y
PII
recíproco entre sí: si lo tuvieran, no serían dos atributos, sino
243
uno. Ahora bien, como ambos atributos son atributos de la
substancia, el sujeto del atributo A será el mismo atributo A, y
el sujeto del atributo B será el mismo atributo B, pero, al ser
distintos estos atributos, serán también distintos los sujetos
respectivos con los que coinciden; y, por lo tanto, serán
substancias distintas. Así pues, ésta no será una substancia una,
sino compuesta de dos substancias tan diferentes entre sí como
lo son los dos atributos.
De acuerdo con este razonamiento, comprenderá Vd
fácilmente que lo que yo deseo de su noción de substancia
corpórea es que se muestre que existe un nexo necesario y
recíproco entre la materia y esa fuerza activa que se le asigna, y
que conjuntamente forman una substancia; o que, al menos, se
muestre que, aun cuando tal vez la materia pudiera concebirse
sin la fuerza activa, no pueda sin embargo existir sin ella.
Mientras no se muestre una de estas dos posibilidades, seguirá
431
pareciéndome gratuita la unión de estas dos cosas, sobre todo
teniendo en cuenta que la fuerza activa, a la que no puedo
concebir sin la materia aunque pueda concebir ésta sin aquélla,
se me ofrece a mi consideración respecto de la materia como el
modo respecto de la substancia.
Quienes hacen consistir toda distinción entre los cuerpos
en el modo de la extensión, tal como hacen hoy aquéllos que
excluyen el vacío, no negarán, supongo, la afirmación de que los
cuerpos sólo difieren entre sí modalmente y que, en cuanto a
substancia, son uno y lo mismo.
Estar en un lugar u ocupar un lugar de determinado
tamaño y figura no añade, en mi opinión, otra cosa que ser de la
misma figura y tamaño. Y no descubro ninguna diferencia
conceptual cuando contemplo el cuerpo matemático y el espacio
en el que se dice que está. Si del trazado del punzón se elimina
todo lo que no produce exactamente la elipse, no quedará más
que el punto que describe el arco de la elipse, y este trazado
exactamente tomado en nada difiere del arco de la elipse. Todos
los puntos por los que pasa el punzón son puntos de la elipse, y, si
concebimos una parte de su trazado, concebimos una parte de la
elipse, y si lo concebimos todo, toda. Pero todo esto es de poca
importancia, como tampoco lo es el discutir si a dos causas que
con las mismas fuerzas arrastran un peso conjuntamente ha de
atribuírseles la mitad de la potencia o la mitad de la cosa física.
En el fondo, estamos de acuerdo.
Como la noción de cuadrado es una noción de modo, quizás
incluso un modo de modo, no es sorprendente que se componga
de varios, lo que es propio de los modos.
He aquí, excelente Señor, no tanto una respuesta cuanto
más bien la descripción de una enfermedad mía, que me impide
captar la fuerza de sus razones; si tuviera Vd a bien emplear
contra ella alguna medicina, me proporcionaría un tratamiento
muy agradable. Adiós.
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432
LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 150
Berlín, 19 agosto 1702
GM.III 712
MIII
No dudo de que habrás recibido mi última con algunas meditaciones 712
mías sobre el Análisis Tetragonístico. Ahora te adjunto también cartas para
los ilustres señores de Volder y Bayle, rogándote envíes la suya al primero
y la otra para el segundo, en la que se contiene mi réplica a lo que él me
respondió en la segunda edición de su Diccionario. Pídele a de Volder que
escriba a Bayle una carta suya junto con mi escrito, una vez lo haya leído y
estudiado, y que me dé su opinión: espero insistentemente también la tuya.
Adiós y quiéreme 507.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 22
Berlín, 19 agosto 1702
GP.II 244 508
PII
Una vez leído lo que el celebérrimo Bayle contestó a mi 244
réplica en la segunda edición de su Diccionario, he escrito una
nueva respuesta, que someto a la consideración de Vd y de
nuestro ingeniosísimo Bernoulli. Y esto lo hago con tanto más
placer cuanto que pienso que encontrará Vd en ella algunas cosas
que sobre la naturaleza de la substancia deseaba Vd que yo
explicara con más profundidad. Así que apelo al juicio de Vd no
menos que al del Sr. Bayle, y le ruego que, si le parece correcta,
le envíe Vd la carta adjunta a la vez que mi nueva respuesta, una
vez leída por Vd. Sobre todo lo demás, me remito a mi carta
433
anterior
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434
experimentaba un especial deleite al descubrir muchas cosas semejantes a
las que alguna vez yo he pensado: estoy completamente de acuerdo con lo
que dices acerca de la unión del alma y el cuerpo; incluso esto mismo he
defendido yo en disertaciones públicas, aunque ello me ha proporcionado
por parte de algunos teólogos gravísimas polémicas, que se desarrollaban
en un ambiente tan encendido que en escritos y sermones me convertían en
un hereje, pero todo para ignominia suya puesto que, además de no
hacerles caso alguno, como podrás ver en algunos escritos míos que hace
poco te envié, las Autoridades de la Provincia se han puesto de mi parte y
han impuesto silencio a mis perseguidores. Yo he explicado aquella unión
del alma y el cuerpo mediante la armonía, exactamente como haces tú.
Después he sabido por algunos cartesianos que tampoco ellos conciben el MIII
problema de otra forma, de manera que la “vía de asistencia”, como tú la 714
llamas, es compatible con la “vía de armonía”; ellos entienden que Dios
creó el alma con todas sus ideas, que, produciéndose unas tras otras de
manera sucesiva o desplegándose, como tú dices, concurren con otros
tantos movimientos que también se producen sucesivamente en los
cuerpos, de forma que no es necesario que el alma mueva al cuerpo o, al
revés, transmita al alma el cuerpo sus percepciones. He utilizado, si no me
equivoco, tu misma comparación, aquélla de los dos relojes que, marcando
cada cual sus horas, pueden ir perfectamente sincronizados sin que se
interfieran mutuamente; pero es esto justamente lo que mis adversarios
dijeron que era detestable Beckerianismo 511. De acuerdo, pues, con
nuestra doctrina, el alma tiene sus percepciones como si no existiera el
cuerpo, y los cuerpos se mueven como si no existiera el alma; por lo tanto,
no hay dependencia real alguna entre cuerpo y alma, sino sólo relativa.
Todo esto está claro. Pero de aquí parece seguirse que, por ello mismo, no
hay necesidad de ningún principio activo o entelequia, puesto que no hay
en el universo nada que actúe sobre algo que esté fuera de sí mismo, a
menos que queramos admitir la influencia entre las cosas, lo que tú
rechazas. Tampoco entiendo bien tus palabras cuando afirmas que un
punto de masa tiene su tendencia según la tangente a la curva
preestablecida, pero que hay una entelequia que dirige ese punto según la
curva preestablecida: entonces, ¿actúa la entelequia sobre el punto? ¿y
cómo? ¿mediante influjo? No, puesto que éste tú lo niegas; ¿lo hace por la
armonía? Pero, si es así, no habrá sino una relación que en realidad no
modifica nada. Por consiguiente, aquel punto de la masa se moverá según
la curva preestablecida, aunque no hubiera ninguna entelequia que medite
la curva preestablecida. Digo “medite”, pues parece que tú le atribuyes
pensamiento al afirmar que el punto de masa, por sí mismo y sin la
entelequia, no tiene memoria 512. Quisiera también saber por qué, no
siendo toda entelequia, si te entiendo bien, más que un alma menos
perfecta, nuestra alma no tiene la misma prerrogativa que ella, a saber, la
de ser principio activo y poder actuar sobre la masa, como tú dices,
mientras que nuestra alma nada puede hacer fuera de sí misma, incluso ni
435
siquiera mover el más mínimo punto de masa. Por lo demás, es elegante lo
que dices sobre el espejo o imagen del universo existente en toda alma o
entelequia, de manera que nada ocurre en todo el universo de lo que no
tengamos percepción, pues, debido a la división y continuidad de la
materia, el más mínimo movimiento que se produce en el lugar más
remoto se propaga hasta nuestro cuerpo y, en virtud de la armonía entre
ellos preestablecida, se produce también la percepción en la mente.
MIII
(El escocés Pitcairne fue invitado a Leiden; pero, al fin, tras una 715
breve estancia, se marchó al contraer matrimonio y ya no volvió.
De su libro nada ha oído Bernoulli, 715).
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MIII
(Envía la moneda de 40 ducados, otorgada por el rey de Prusia en 716
atención a los méritos de Bernoulli por su fósforo perpetuo, 716).
436
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 23
Leiden, 7 octubre 1702
GP.II 244-246 516
PII
Nada me ha ocurrido más inesperado que recibir del
244
ilustre Bayle en el plazo de breves días, devuelto, su escrito de
Vd contra las objeciones suyas, acompañado de una carta que
adjunto a ésta mía, en la que parece renunciar a una nueva
respuesta, ya sea porque piensa que sus argumentos siguen
manteniendo su vigencia originaria, ya porque haya ocurrido
437
alguna otra circunstancia. Pero con esto se han desvanecido mis
grandes esperanzas. Pues yo esperaba que de lo que él
respondiera habría de brillar en medio de mis tinieblas una gran
luz, con la que poder atravesar más fácilmente por todos los
meandros de la hipótesis de Vd. En realidad, lo que debería yo
hacer ahora es seguir también este gran ejemplo, pues dudo
tanto de haber comprendido su pensamiento, que apenas me
siento capaz de formular alguna objeción que apunte
directamente al fortín de su causa 517. Me esforzaré, sin
embargo, en explicar cómo entiendo yo su hipótesis y qué es lo
que de ella yo desearía, con el fin de que, si me aparto de su idea
o por mi torpeza no logro penetrarla, benévolamente me
reconduzca Vd al buen camino.
Como la masa de la materia es divisible hasta el infinito, al
eliminar todo vacío carecerá por completo de unidad. Además, al
ser meramente pasiva, impenetrable y resistente al movimiento,
nada puede si no se le añade la fuerza motriz o entelequia; la
cual, como Vd la considera indivisible, producirá junto con la
masa la substancia corpórea, unidad, o monada. Ahora bien, cada
substancia corpórea contiene en sí infinitas máquinas, cada una PII
245
de las cuales, dotada de sus propias fuerzas, contendrá a su vez
otras infinitas, y así hasta el infinito. Pero con ello, me parece
que aquella unidad, que Vd había establecido al principio, se
desvanece por completo. Pues, de esta manera, cada substancia
corpórea ya no será tanto una substancia sino más bien un
agregado de infinitas substancias y no tendremos jamás acceso
a la substancia simple no compuesta de muchas, de manera
parecida a como en la división de la materia nunca es posible
llegar a una mínima masa que no esté compuesta de otras
muchas. Quizás responderá Vd que este agregado de máquinas
adquiere unidad por la έντελέχεια que sobreviene a todas las
demás. Sin embargo, así como concedo que sin la fuerza
inherente a la materia no sería posible ninguna mutación, y
precisamente por eso la admito a posteriori, así también me
parece duro admitir como hipótesis (cuando hasta ahora no hay
ninguna necesidad evidente que me obligue a ello) que del
agregado de muchas substancias, esto es, de muchas partes de
438
materia dotadas de cierta fuerza, surja otra cosa distinta que
no sea aquello que resulta del nexo de dicha materia y de la
composición de dichas fuerzas y que ha de ser, por lo tanto, un
compuesto de todas ellas. De manera que esa unidad que, me
parece a mí, coloca Vd como fundamento de su hipótesis, muchos
no la verán sino como aquella unidad arbitraria que utilizamos en
los asuntos matemáticos 518.
A fin de evitar que las substancias actúen mutuamente
unas sobre otras, Vd defiende que en las entelequias están ya
preestablecidas todas las mutaciones que en algún momento
habrán de verificarse en esa materia de la que ellas son
entelequias; e ilustra Vd esto con la opinión de Malebranche y
otros, según la cual en la primera planta y en el primer animal
han preexistido ya todas las plantas y animales que desde tal
origen habrían de producirse. Pero a mí me parece que
semejante hipótesis sobre plantas y animales sólo proviene del
hecho de que ellos eran incapaces de descubrir las causas por
las que desde una masa orgánica se origina toda la constitución
orgánica general. Y, a fin de no quedarse sin explicación,
acudieron a la primera creación, o sea, a una causa
completamente desconocida. Sin duda, yo reconozco que a dicha
causa habrá que atribuir las fuerzas por las que se sigue todo lo
demás, pero me parece un postulado excesivo (μέγα λίαν αίτημα)
semejante modo de concebir las fuerzas. La causa que Vd
propone es mejor, si se demuestra que sus substancias no actúan
mutuamente unas sobre otras; volveré inmediatamente sobre
esto 519.
Aceptadas, pues, así estas premisas, yo admito que cada
cuerpo es afectado por todo otro cuerpo y que existe una mutua
relación de todos con todos; también admito que la actual
estructura de cada substancia envuelve la estructura de todas
las demás, y que de aquí se sigue todo el futuro funcionamiento;
y, en fin, que nada se verifica en cualquier agregado de estas
substancias, que no se siga de la naturaleza de toda la masa, lo PII
que Vd parece llamar espontaneidad. Sin embargo, aunque todo 246
esto sea así, quedan aún algunas cosas que no acabo de
comprender bien. En primer lugar, por qué llama Vd indivisibles a
439
estas fuerzas motrices que con la materia componen la
substancia corpórea; porque el hecho es que estas fuerzas se
miden por la masa y la velocidad de los cuerpos; y como en una
misma masa la velocidad puede aumentar y disminuir, podrán
aumentar y disminuir también las fuerzas. Responderá Vd quizás
que, aunque se modifiquen estas que Vd gusta llamar fuerzas
derivadas, la fuerza primitiva permanece la misma. Lo cual yo lo
entendería diciendo que permanece la misma fuerza total que se
encuentra en todos los cuerpos tomados en conjunto, y que se
distribuye de forma variada. Pero lo que no acabo de ver claro es
cómo permanece la misma fuerza en este cuerpo concreto,
cuando se activan los órganos por los que se ejercen sus
fuerzas. Si suponemos que en cada cuerpo no residen más que las
fuerzas que ya tiene y que Vd llama derivadas, ¿no será esto
suficiente para que de aquí se siga todo lo que haya de ocurrir
en toda la naturaleza de las cosas? ¿qué necesidad tenemos de
establecer, además, unas fuerzas primitivas, y que además sean
indivisibles?
En segundo lugar, si la substancia corpórea es una masa
dotada de cierta fuerza de movimiento, no veo por qué haya de
temer Vd la acción mutua de estas substancias entre sí, o que
una tal masa se enfrente a otra masa cuando cada una de ellas
está igualmente dotada de su propio nisus. ¿O es que lo que
ocurra de tal conflicto no será lícito percibirlo y deducirlo de la
consideración de cada una de esas masas y velocidades, del
mismo modo que de la acción de una causa se deduce el efecto?
¿Por qué he de tener que negar yo que estas substancias actúen
mutuamente entre sí, cuando tan claramente siento percibir su
acción y el efecto de tal acción? Otra cosa muy distinta es
cuando negamos que la mente actúe sobre el cuerpo y el cuerpo
sobre la mente, puesto que, a mi juicio, no negamos esto porque
sean substancias, sino porque son substancias totalmente
distintas de manera que de las propiedades de una no es lícito
deducir las propiedades del otro; pero esto no ocurre entre los
cuerpos. Me parece a mí que Vd introduce entre todas las
entelequias alguna diferencia específica o algo semejante,
aunque no utilice este término. Pero yo me pregunto por qué,
440
cuando la razón de ser de la entelequia consiste justamente en
la naturaleza de estas fuerzas. Porque, si la cosa no es así, o sea,
si Vd pretende que la entelequia es distinta de las fuerzas,
entonces mi pregunta es qué cosa es la entelequia y cómo empuja
a la masa. Y esto me resulta ya a mí tan oscuro como lo que
acabo de decir, que la mente actúe sobre el cuerpo.
Por estas últimas palabras mías podrá Vd suponer
fácilmente que yo no puedo aceptar como una cosa una o PII
substancia a esta masa junto con su entelequia, a menos que 247
entre ella y la entelequia se demuestre un nexo necesario;
tampoco puedo tomar como substancia una entelequia en la que
se contiene tanta variedad de tendencias, a menos que tanto
entre todas las tendencias que tiene en el presente como entre
las que tendrá en el futuro se demuestre la existencia de este
nexo necesario; por no añadir que, además, tengo serias dudas
de que una cosa una y simple pueda estar sometida a ninguna
mutación desde su propia naturaleza, puesto que toda mutación
proviene siempre desde otro.
En todo aquello que afirma Vd acerca de las almas se
detecta una mayor evidencia. Pues, si sus entelequias fueran
almas (lo que a Vd, sin duda, no le parece impropio puesto que las
dota de una suerte de vida y percepción), aunque mucho más
imperfectas que la humana, puedo comprender de alguna manera
que habrá entre ellas respecto de sus percepciones la misma
mutación que se verifica entre los cuerpos; puesto que, al
contener en sí misma el alma de cada cuerpo la percepción del
estado presente de su propio cuerpo, envolvería también en su
percepción el estado presente de los otros cuerpos que actúan
sobre el suyo y, a la vez, todas las mutaciones que se sigan de los
cuerpos así constituidos, y todo ello por la fuerza de su
percepción; y esto ocurriría distintamente si suponemos que
distinta o más bien adecuada es su percepción, o confusamente,
si así es la percepción. Así que apruebo plenamente lo que dice
Vd sobre las percepciones distintas y confusas. No obstante,
puestas así las cosas, vuelve la misma dificultad, cómo esta alma
mueve la masa.
Pero es hora ya de terminar, pues me temo que, si no he
441
logrado captar con cierta exactitud su pensamiento, tanto más
me aleje del objetivo cuantas más vueltas le dé al asunto. Sólo
una cosa más añadiré: si es verdad que “la extensión es el orden
de las coexistencias posibles, lo mismo que el tiempo es el orden
de las posibilidades no coexistentes” 520, me sorprende que el
tiempo y el número se apliquen a todas las cosas tanto
corporales como espirituales, mientras que la extensión sólo a
los cuerpos. Pero dejo la pluma. Adiós.
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 156
442
Gröningen, 18 noviembre 1702
GM.III 717-718
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AÑO 1703
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 24
PII
Leiden, 1 marzo 1703
248
GP.II 248 523
Brevemente
Leiden, Calendas marzo 1703
443
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444
máquina hidráulica que se utiliza por aquí para extinguir incendios.
Desearía me hicieras saber si los has recibido.
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Adiós.
Hannover, 20 junio 1703
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 25
Berlín, Hannover, 20 junio 1703
PII
GP.II 248-253 528
248
445
Respondo conjuntamente a sus dos últimas cartas llenas
de profunda meditación 529. Y espero que de mi respuesta al Sr.
Bayle se le haya mostrado a Vd más claramente mi pensamiento,
como así lo deja Vd ver, si no me equivoco 530. El mismo Sr. Bayle
escribe reconociendo que ha penetrado con más profundidad en
mi hipótesis. A lo que parece, sólo duda acerca de la posibilidad
de una producción continua espontánea de los pensamientos en el
alma 531, cosa en la que yo no encuentro ninguna dificultad, tanto
por la experiencia, puesto que nosotros mismos percibimos con
frecuencia tal proceso (¿cómo, si no fuera así, podríamos creerlo
posible?), como a priori, ya que lo considero necesario por la
naturaleza misma de toda substancia, que debe ser activa, o sea,
tener tendencias. Añádase a esto otra razón: que por todas
partes (se entiende, en las cosas completas) el presente está
cargado de futuro y, a su vez, todos los futuros están
preestablecidos en el estado presente 532. Pero las dificultades
de Vd provienen de otras raíces. Me refiero, en primer lugar, a
PII
su penúltima carta, en la que desea Vd que se establezca un nexo
249
necesario entre la materia (o resistencia) y la fuerza activa, a
fin de no juntarlas gratuitamente. Pues bien, la causa de tal nexo
es que toda substancia es activa, y toda substancia finita es
pasiva, y es a esta pasividad a la que está asociada la resistencia.
Tal conjunción viene exigida por la naturaleza de las cosas, la
cual no puede ser tan paupérrima que fracase en su principio
mismo de obrar ni tolera menos el vacío de formas que el de
materia, por no detenerme ahora en la idea de que la unidad y la
actividad tienen las mismas fuentes.
Yo no apruebo del todo la doctrina sobre los atributos,
que se formula en la actualidad en el sentido de que algún
predicado simple absoluto, que llaman atributo, constituya una
substancia; yo no descubro en nuestras nociones ningún
predicado plenamente absoluto o que no envuelva alguna
conexión con otros. El pensamiento y la extensión, que suelen
ponerse como ejemplos, son sin duda tales atributos, como
tantas veces ya he mostrado. Pero ningún predicado se
identifica con el sujeto sino cuando se toma en concreto, de
446
manera que la mente con quien coincide es con el pensante
(aunque no formalmente) y no con el pensamiento. Es propio del
sujeto envolver, además del pensamiento presente, también los
pensamientos futuros y los pretéritos 533.
Así que quienes distinguen los cuerpos únicamente por los
así llamados modos de la extensión, tal como hacen hoy aquéllos
que, según Vd, excluyen el vacío, no niegan, en efecto, que los
cuerpos se diferencien sólo modalmente. Sin embargo, dos
substancias singulares deben distinguirse más que modalmente.
Más aún, tal como vulgarmente entienden ellos la cuestión, ni
siquiera modalmente se ve que se distingan. Si Vd toma dos
cuerpos, A y B, iguales y con la misma figura y movimiento, se
seguirá, de acuerdo con semejante noción de cuerpo, esto es,
entendidos por sus solos supuestos modos de la extensión, que
no contendrán intrínsecamente nada en que distinguirse. Y, sin
embargo, ¿es que por ello A y B dejan de ser individuos
distintos?¿cómo es posible, entonces, que siendo distintos no se
puedan distinguir entre sí de ninguna manera? Esto y otras
muchas cosas del mismo tenor indican claramente que la nueva
filosofía, que construye las substancias sólo desde lo material y
pasivo, pervierte completamente las verdaderas nociones de las
cosas. Las cosas que difieren deben diferir en algo, esto es,
deben tener en sí alguna diversidad asignable, y es sorprendente
cómo un axioma tan evidentísimo, junto con tantos otros, no haya
sido utilizado por los hombres. Es que, en general, los hombres,
contentos con satisfacer a su imaginación, no se preocupan de
las razones, y por eso han surgido tantas cosas monstruosas
contra la verdadera filosofía. Quiero decir, que no han empleado
más que nociones incompletas y abstractas, o sea, matemáticas,
que el pensamiento sustenta, pero que, desnudas en sí mismas, la
naturaleza no reconoce, como la de tiempo, la de espacio o
extensión puramente matemática, la de masa meramente pasiva,
la de movimiento matemáticamente entendido, etc, con las que
pueden los hombres fingir lo diverso sin alcanzar la diversidad
real, como, por ejemplo, dos partes iguales de una línea recta;
pues, en efecto, una línea recta es algo incompleto y abstracto
que hay que considerar desde el punto de vista teórico; pero en PII
447
la naturaleza cualquier recta se distingue de cualquier otra por 250
sus contenidos. De aquí se sigue que no pueden darse en la
naturaleza dos cuerpos a la vez perfectamente iguales y
semejantes. Incluso los que aparentemente sólo difieren en
razón del lugar, deben expresar su propio lugar, esto es, lo que
les rodea y, por eso, no sólo se distinguen por el lugar o por sola
denominación extrínseca, como vulgarmente se cree. De aquí
también se sigue que los cuerpos, entendidos al modo vulgar,
como los átomos de los seguidores de Demócrito o las pequeñas
esferas perfectas de los cartesianos, no pueden darse en la
naturaleza y no son otra cosa que pensamientos incompletos de
filósofos que no penetran suficientemente en las naturalezas de
las cosas. Utilizando otro argumento incontrovertible, he
demostrado en mi última respuesta al Sr. Sturm 534 que, dado lo
lleno, es imposible que la materia, tal como se concibe
vulgarmente, esto es, formada sólo por las modificaciones de la
extensión o (si se prefiere) de la masa pasiva, sea suficiente
para llenar el universo, sino que es completamente necesario
poner en la materia alguna otra cosa en la que resida el principio
de la variación y de la distinción de los fenómenos y, por lo
tanto, además del aumento, disminución y movimiento, es
necesaria la alteración y, en consecuencia, la heterogeneidad de
la materia. Aunque yo no admito la generación y corrupción de la
substancia 535.
Paso ahora a su segunda carta. Cuando afirmo que la
substancia, también la corpórea, contiene infinitas máquinas,
pienso que ha de añadirse que tal substancia constituye una
máquina compuesta de las otras máquinas y que, además, está
activada por una entelequia, sin la que no habría en ella un
principio de verdadera unidad 536. Por lo demás, creo que de todo
lo dicho se evidencia la necesidad de admitir las entelequias,
pues no veo cómo podríamos prescindir de las verdaderas
unidades, si lo que queremos es construir entes reales y
substancias. Por el contrario, las unidades arbitrarias, que
utilizamos en matemáticas, no tienen aquí cabida, pues éstas sólo
sirven para los entes aparentes, como son todos los entes por
agregación, tal como un rebaño, un ejército, cuya unidad es sólo
448
mental; dígase lo mismo, en general, de todo agregado, donde no
encontraremos verdadera unidad si eliminamos la entelequia 537.
Hablando con propiedad y rigor, tal vez no deberíamos
decir que la entelequia primitiva actúa sobre la masa de su
cuerpo, sino que se junta con la potencia pasiva primitiva a la que
completa y con la que constituye la mónada; tampoco puede
influir en las otras entelequias y substancias existentes en la
misma masa. Pero, en los fenómenos, esto es, en el agregado
resultante, todo se explica ya mecánicamente, entendiendo aquí
que las masas actúan mutuamente unas sobre otras, de manera
que en estos fenómenos sólo es necesaria la consideración de las
fuerzas derivativas, una vez que consta de dónde resultan éstas,
a saber, los fenómenos de los agregados resultan de la realidad PII
de las mónadas. 251
En mi opinión, nunca se produce una máquina orgánica
nueva de la naturaleza, pues siempre está compuesta de infinitos
órganos, a fin de expresar a su modo todo el universo; incluso
siempre contiene todos los tiempos pretéritos y presentes, pues
ésta es la auténtica naturaleza de toda substancia; y está así
garantizado que todo lo que ocurre en el alma, eso mismo es
expresado en el cuerpo; y, por todo ello, el alma y la máquina por
ella animada, así como cualquier animal, son tan indestructibles
como el universo mismo. En consecuencia, tal máquina no puede
producirse ni tampoco destruirse mediante mecanismo alguno.
Ninguna entelequia primitiva puede originarse ni extinguirse de
forma natural ni carece jamás de cuerpo orgánico. Hasta donde
alcanza mi consideración de las cosas, todo esto no debe ser de
otra manera, pues el problema no deriva de nuestra ignorancia
de la producción de los organismos, sino de principios más
elevados 538.
Pues bien, es a esta substancia misma, dotada de potencia
activa y pasiva, ambas primitivas, a la que yo tomo como la
mónada indivisible o perfecta, a modo de un Ego o cosa
semejante, y no a las fuerzas esas derivadas, que continuamente
aparecen unas tras otras. Porque si no se da algo
verdaderamente uno, toda cosa verdadera quedaría eliminada.
Las fuerzas que se producen por la masa y la velocidad son
449
derivativas y pertenecen a los agregados o fenómenos. Y cuando
hablo de la fuerza primitiva permanente, no me refiero a la
conservación de la fuerza motriz total, de la que hace tiempo
hemos tratado Vd y yo, sino a la entelequia, que expresa siempre
esa fuerza total y otras muchas cosas. Las fuerzas derivativas
no son sino modificaciones y resultado de las primitivas.
Por todo ello entenderá Vd, excelente Señor, que por la
conjunción de las solas fuerzas derivadas con la resistencia,
esto es, por modificaciones evanescentes, no pueden
constituirse las substancias corpóreas, pues toda modificación
supone algo durable. Así pues, cuando Vd dice: “supongamos que
en los cuerpos no residen más que fuerzas derivativas”, yo
respondo que esta hipótesis no es posible y que con ella sólo se
produce de nuevo otra derivación, al asumir nociones incompletas
como si fueran conceptos plenos de las cosas 539.
Yo no admito propiamente la acción mutua entre las
substancias, pues no se ve ninguna razón para que una mónada
influya en otra mónada. Pero en las apariencias de los agregados,
que sin duda no son más que fenómenos (fundados, sin embargo,
y regulados), ¿quién puede negar el concurso y el impulso? Pero,
incluso en este terreno de los fenómenos y las fuerzas
derivadas, yo descubro que así como unas masas no dan una
fuerza nueva a otras masas sino que determinan la fuerza ya
existente en ellas, así también un cuerpo se flexiona frente a
otro en virtud de su propia fuerza antes de ser empujado por él
540
PII
. 252
Es necesario que las entelequias se distingan unas de
otras, esto es, no son completamente semejantes entre sí; más
bien, al contrario, son principios de diversidad, pues cada una
expresa de manera diferente que las demás el universo según su
propio modo de representación, pues su oficio es justamente ser
otros tantos espejos vivientes de las cosas, otros tantos mundos
concentrados 541. Solemos, sin embargo, decir corrientemente
que pertenecen a la misma especie las almas de animales
gentilicios, como las humanas, en un sentido no matemático sino
físico, como cuando decimos que padre e hijo son de la misma
especie.
450
Si entiende Vd la masa como un agregado que contiene
muchas substancias, podrá también concebir en ella una única
substancia preeminente o concebirla como un animado dotado de
una entelequia primaria. En todo caso, para la constitución de la
mónada o substancia simple completa yo no reúno con la
entelequia sino la fuerza pasiva primitiva que se relaciona con
toda la masa del cuerpo orgánico, de la que el resto de las
mónadas subordinadas que están en los órganos no son parte sino
requisitos inmediatos para su constitución y concurren con la
mónada primaria para la formación de la substancia corpórea
orgánica, sea animal o planta. Distingo, por lo tanto así: (1)
entelequia primitiva o alma; (2) materia prima o potencia pasiva
primitiva; (3) mónada completa formada por estas dos; (4) masa
o materia secunda, esto es, máquina orgánica, a la que concurren
innumerables mónadas subordinadas; (5) animal o substancia
corpórea, a la que la mónada dominante da unidad dentro de la
máquina 542.
Duda Vd, excelente Señor, acerca de si una cosa una y
simple esté sometida a mutaciones. Pero, como sólo las cosas
simples son verdaderas cosas, no siendo todo lo demás sino
entes por agregación y, por lo tanto, fenómenos que, como decía
Demócrito, existen por costumbre (νόμω) no por naturaleza
(φuσει), es claro que, si no hay mutación en lo simple, no habría
en absoluto mutación alguna en las demás cosas 543. Además, no
toda mutación debe provenir del exterior; más bien, al contrario,
es esencial a la substancia finita la tendencia interna a la
mutación ni puede ésta originarse en las mónadas de forma
natural desde otra parte. En cambio, en los fenómenos o
agregados toda mutación nueva se deriva del concurso entre
ellos según leyes prescritas, en parte, por la metafísica y, en
parte, por la geometría, pues es necesario utilizar abstracciones
para explicar las cosas científicamente. En efecto, cuando se
trata de la masa, consideramos cada parte como algo incompleto
que aporta su aspecto propio, y luego se completa la totalidad
con el concurso de todas; así, un cuerpo cualquiera, considerado
él solo, lo entendemos tendiendo en la recta tangente; pero,
debido a las impresiones acumuladas de los demás, su
451
movimiento se verificará en línea curva. Pero, cuando se trata de
la substancia misma, que por sí es completa y envuelve la
totalidad de lo demás, en ella se contendrá y se expresará la
construcción de la línea curva, porque todo el futuro está ya
predeterminado en el estado presente de la substancia. De
manera que entre la substancia y la masa hay tanta distancia
cuanta hay entre las cosas completas, que son en sí mismas, y las
cosas incompletas, que nosotros concebimos por abstracción. Así
nos es permitido definir en los fenómenos qué es lo que debemos PII
atribuir a cada parte de la masa, podemos hacer distinciones en 253
todo y explicarlas con razonamientos, cosa que requiere
necesariamente abstracciones 544.
Parece que ha comprendido Vd excelentemente mi
doctrina acerca de cómo todo cuerpo expresa a todos los demás,
y cómo cada alma o entelequia expresa su cuerpo y, a través de
él, a todos los demás. Pero, una vez haya extraído Vd toda la
potencia que en ello se encierra, observará que nada hay de
cuanto he dicho que no se siga de aquí.
Había dicho yo que la extensión es el orden de las
coexistencias posibles, y que el tiempo es el orden de las
posibilidades no coexistentes. Si esto es así, le sorprende a Vd
que a todas las cosas tanto espirituales como corporales se les
aplique el tiempo, mientras que la extensión sólo a los cuerpos.
Respondo que para ambos géneros de cosas la razón de ambas
aplicaciones es la misma, es decir, a las mutaciones tanto de lo
espiritual como de lo material les compete su sede, por así
decirlo, en el orden de las sucesiones, o sea, en el tiempo, y a
ambas les compete su lugar en el orden de las coexistencias, o
sea, en el espacio. Pues, aunque las mónadas no son extensas,
tienen sin embargo en la extensión una suerte de posición [situs]
, esto es, una cierta ordenada relación de coexistencia respecto
de todo lo demás a través de la máquina que presiden. Yo pienso
que ninguna substancia finita existe separada de todo cuerpo y,
por lo tanto, no carece de posición u orden relacional respecto
de las restantes que coexisten en el universo. Las cosas
extensas contienen en sí pluralidades dotadas de posición; pero
las que son simples, aunque no tienen extensión, deben tener sin
452
embargo en la extensión su propia posición, aunque ésta no sea
posible designarla mediante puntos, como hacemos en los
fenómenos incompletos 545. Adiós. Berlín 1703.
PS.
Si recuerdo bien, esta carta se la escribí a Vd el pasado
invierno; pero como ahora nuestro ilustre Bernoulli, a quien se la
había encomendado, dice no haberla recibido, se la vuelvo a
escribir sacada de mis papeles 546. Le estoy muy agradecido por
el obsequio de la obra póstuma de Huygens, que aún no he
recibido de Leipzig, pero confío llegará.
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453
Hannover, 3 julio 1703
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Las dos cartas aquéllas que me enviaste hace algún tiempo las he
recibido, junto con la última tuya en la que incluías la carta para de
Volder, y me he ocupado de trasladar la otra para el ilustre Kuyper, que no
dudo les habrá llegado correctamente. Pero, como hasta la fecha no he
recibido respuesta de de Volder y no tenía por mi parte nada especial que
decir, he retrasado mi respuesta y aún la habría retrasado más hasta recibir
algo de de Volder, si no fuera porque creí entender por la última tuya que
andabas preocupado por el destino de las anteriores 548.
En cuanto a lo que dices de la obra póstuma de Huygens en torno a
las leyes de los movimientos, ya le he escrito a de Volder con una buena
cantidad de observaciones mías sobre esta cuestión, haciéndole ver que, si MIII
454
Huygens hubiera seguido nuestros principios, habría podido demostrar y 723
establecer las reglas de los movimientos más claramente, más fácilmente y
de forma más sintética.
------------------------------------------------------------------------------------------
455
LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 162
Herrenhausen/Hannover, 2 octubre 1703
GM.III 725-726
Me complace saber que, al menos y por fin esta segunda vez, te han
llegado mis cartas para de Volder; me temía, por tu silencio, no fueran a
perderse como la primera vez.
456
DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 26
Leiden, 30 octubre 1703
GP.II 254-256 551
P II
254
Cuanto más profundizo en sus pensamientos, menos me
sorprende el que repita Vd cada vez con más frecuencia que
tiene en su mente todo tan previsto que está dispuesto a
resolver cualquier objeción. Creo advertir que en su hipótesis da
Vd por supuesto cuanto puede deducirse de las leyes mecánicas
y, por eso, es inútil desde ellas afinar las armas contra Vd.
Incluso creo detectar como de pasada (si tengo razón, lo dejo a
su juicio) cuál es el camino por el que puede uno llegar a
establecer dichos pensamientos. Pues, si partimos de la
afirmación de que existen en la universalidad de las cosas una
pluralidad de substancias y que no actúan mutuamente unas
sobre otras, todo lo demás parece que no es difícil deducirlo. En
efecto, como la experiencia enseña que se produce la mutación y
ésta no puede verificarse sin actividad y pasividad, y como
ninguna substancia puede actuar sobre otra ni padecer la acción
desde ninguna otra, entonces o será necesario acudir a Dios
como máquina con Malebranche o aceptar con Vd que en toda
substancia reside alguna fuerza de actuar, que contiene en sí
todas sus mutaciones y que las despliega sucesivamente. En
consonancia con todo esto, puesto que ninguna substancia puede
perecer por sí misma ni por la acción de otra ya que ésta no
puede actuar sobre ella, habrá de permanecer la misma cada una
de ellas por siempre; además, tendrá que envolver en sí los
tiempos pretéritos, presentes y futuros, y todas las demás
consecuencias de este tenor, que en la hipótesis de Vd se
muestran paradójicas (παράδοξα).
Sin duda, yo prefiero su hipótesis a la de Malebranche,
aunque no sea más que por el hecho de que él necesita de Dios
para cada acto, y Vd en cambio, sólo lo necesita en el primer
acto físico (φυσικώτερον) de la producción. Pero hay algo que en
457
ambos casos a mí me parece común, y es que la razón, ya sea de
la primera producción de entelequias ya sea de la acción divina
en cada una de ellas, permanece muy oscura y, además, ninguna
de las dos hipótesis puede ser refutada por las leyes mecánicas,
puesto que ambas las suponen.
Hay, además, en la causa de Vd, algo que a mí me sienta
mal, y es que supone de forma gratuita que toda substancia es
activa, puesto que en la definición misma del término substancia
Vd incluye ya el principio de la acción. Así que, a fin de no
disputar de nombres, creo que sigue todavía por tenerse que
demostrar la primera cuestión que se planteó entre nosotros, a
saber, que nada puede existir que no tenga su potencia de obrar
552
.
En segundo lugar, ni siquiera tanto así percibo yo qué sea P II
eso a lo que Vd llama substancia. Porque, si yo nada percibo más 255
que la fuerza activa y la resistencia, en cambio del sujeto de
esas fuerzas, que para Vd es en definitiva, supongo yo, la
substancia, nada percibo yo 553. Pero paso ya a su carta, sobre la
que me ocuparé brevemente.
Yo había preguntado por la causa del nexo entre la
materia y la fuerza activa, a lo que Vd responde que toda
substancia es activa y toda substancia finita es pasiva. Pero esto
es justamente el το κρινόμενον, lo que aquí está en debate y cuya
demostración yo pedía. Además, tampoco entiendo bien por qué
exige Vd en la substancia una potencia pasiva. Pues, dado que no
puede recibirla de ninguna otra substancia, tal resistencia no le
servirá más que para resistir a su propia fuerza activa.
Los cuerpos A y B , iguales y con la misma figura y
movimiento, no tienen ninguna diversidad intrínseca; es verdad,
sin embargo, que puede darse una causa de por qué el cuerpo A
ocupa este lugar en vez de aquél; pero esta causa no depende
tanto de la naturaleza intrínseca del cuerpo A cuanto del
sistema de todo el universo; de éste se deriva que, en un tiempo
dado, el cuerpo A ocupe este lugar, el B aquél, y que incluso se
puedan deducir todos los lugares que estos cuerpos ocuparán por
separado. La diferencia intrínseca que aquí parece Vd poner yo
estoy convencido de que se debe más a su propia hipótesis de Vd
458
que a la naturaleza de las cosas.
Yo reconozco que entre cuerpos modificados
aleatoriamente no habría ninguna diferencia, si se eliminan todas
sus distintas fuerzas o los distintos efectos de esas fuerzas.
Pero, aunque se introduzcan las fuerzas esas, que Vd llama
derivadas, o, según la hipótesis de Malebranche, los efectos de
esas fuerzas de donde quiera que éstas provengan, a mí me
parece que se seguirían los mismos fenómenos que ahora.
Aquello que Vd dice: “Si lo que queremos es construir
entes reales y substancias, no podremos prescindir de las
unidades verdaderas”, y también: “si no se da algo
verdaderamente uno, toda cosa verdadera quedaría eliminada”, o
no lo entiendo yo o es un supuesto más de su hipótesis.
Como también supongo que obedece a este mismo
fundamento el hecho de que Vd niegue que en los cuerpos haya
sólo fuerzas derivativas. Sin embargo, si nosotros admitimos que
la masa corpórea está dotada de cierta fuerza de movimiento
que ha de deducirse de la masa y de la velocidad, obtendríamos
exactamente los mismos fenómenos. Mientras que, por el
contrario, no parece que pueda deducirse nada de esas fuerzas
primitivas y estables inherentes a las diversas partes de la
masa, a menos que con Vd aceptemos llamarlas substancias
particulares, cuando quizás todo este universo corpóreo no es
sino una sola substancia.
Cuando en mi carta anterior yo decía que todo cuerpo es
afectado por otro cuerpo, esto no lo deducía de las entelequias,
sino de las fuerzas derivadas. Yo no dudo de que una cosa simple
pueda modificarse; lo que entiendo es que no puede modificarse P II
256
desde sí misma. En efecto, siempre he estado persuadido de que
cuanto se sigue de la naturaleza de una cosa está siempre
presente a la cosa de manera invariable mientras se conserva la
misma naturaleza de la cosa, y de ella no puede eliminarse
justamente porque entre eso que se sigue y la naturaleza de la
cosa hay un nexo necesario 554; por lo tanto, toda mutación que
se verifique conservándose la misma naturaleza de la cosa habrá
de tener necesariamente una causa exterior. Vd dice, por el
contrario, que “es esencial a la substancia finita la tendencia
459
interna a la mutación”; pero esto es justamente lo que se exige
demostrar y lo que, si no me equivoco, queda refutado con el
razonamiento que acabo de dar. Adiós
------------------------------------------------------------------------
460
de Rolle, en 4º. Parece ingenioso, pero de las moscas hace
elefantes mediante complicadísimos desarrollos inútiles. Largo
en promesas, parco en soluciones. Y cuando tiene que resolver un
problema, esto es,
cuando hay que llevar a Vulcano
las armas de Dios,
se convierte en espada mortal, hielo quebradizo,
y al golpear salta hecho añicos, 728) 555.
461
recibir ni dar ninguna fuerza que pueda producir demasiado ni demasiado
poco, o sea, que no se excedan produciendo un efecto mayor o menor que
la causa; pues tampoco ellos tienen ninguna capacidad de previsión. Hay,
pues, otro principio desde el que, una vez admitido, se pueden mostrar las
leyes de los movimientos, a saber, que el choque y el conato con el que
mutuamente se repelen los cuerpos concurrentes es el mismo que la
velocidad de aproximación, de manera que es irrelevante cuál sea el
movimiento en cualquiera de ellos. Pero también este principio se asume
desde el fundamento de la armonía más que de una perfecta demostración;
se asume, en efecto, que la materia resiste al movimiento, esto es, que un
cuerpo en reposo no permite ser trasladado de lugar sino quebrando la
fuerza del que choca contra él, mientras que no concibiendo en la materia
más que la extensión y la impenetrabilidad esto no se podría inferir, sino
que más bien cualquier cosa en reposo debería poder ser trasladada de
lugar por cualquier otra sin resistencia alguna por su parte; pero de esta
manera toda la armonía de las leyes de la naturaleza quedaría eliminada y
las mutaciones se verificarían por saltos. En consecuencia, habrá que
apelar como último fundamento al principio de Armonía y Sabiduría, que
se verifica hermosamente a fin de que la Naturaleza en sus mismas leyes
generales dé testimonio del Supremo Autor, lo cual no ocurriría si sólo
tuviera lugar una mera demostración geométrica 557.
Como verás por todo esto, no debes pensar que me sirvo sólo de un
único principio, aquél de la reducción al movimiento perpetuo como algo
absurdo, aunque éste ciertamente lo utilicé en las Actas para adaptar el
problema a la comprensión de todos. En realidad, apenas encontrarás un
método que yo no haya utilizado para obtener lo mismo, como son el
estudio de los graves, la capacidad elástica de los cuerpos, la igualdad del
efecto y de la causa, la igualdad entre la acción y la reacción de los
concurrentes, la hipótesis de indiscernibilidad, la eliminación de saltos e
intervención de las fuerzas muertas, la composición de los movimientos
especialmente el choque oblicuo. Pero lo que sobre todo lo demás me ha
complacido es la consideración metafísica de las fuerzas y de las acciones,
puesto que, una vez puestas las definiciones más pertinentes, de ellas
deduzco con geométrica necesidad que las fuerzas están en razón
compuesta simple de los cuerpos y cuadrada de las velocidades. También
he utilizado ecuaciones, que hace casi un año transmití a tu Sr. hermano,
que me las preguntaba 558; así, suponiendo que el movimiento del cuerpo
a antes del choque es v, después del choque x, y el movimiento de b antes
del choque sea y y después z, tendremos que v-y=z-x, o también v+x=y+z,
y av+by=ax+bz, y finalmente avv+byy=axx+bzz, teniendo en cuenta que
habrá que cambiar los signos de estas letras cuando su dirección sea
contraria a la que prevalece. Desde cualesquiera dos de estas ecuaciones se
sigue la tercera, y todavía hay algunas otras cosas más profundas 559. En MIII
cuanto al Sr. Huygens, una vez había admitido el principio de la 730
composición del movimiento, no tenía necesidad de derivar de él el
462
ascenso del centro de gravedad, ya que éste coincide con la igualdad del
efecto y de la causa; pues, si cuerpos elásticos chocan entre sí con
velocidades inversas a sus masas, consta con geométrica necesidad, en
virtud de la naturaleza del equilibrio y de las fuerzas muertas, que deberán
perder mutuamente entre sí su movimiento 560.
Te pido que hagas llegar la carta adjunta 561 a nuestro ilustre de
Volder, a quien supongo tampoco desagradarán estas cosas acerca de las
leyes de la naturaleza, que deben ser derivadas no de la necesidad
geométrica, sino del principio de la Sabiduría y de la Armonía. Me
olvidaba decirte que el Sr. Huygens no parece haber pensado en el elastro
de los cuerpos concurrentes, por lo que se vio obligado a recurrir al
principio del centro de gravedad. Demostró la primera proposición
separadamente de la segunda, porque entonces todavía no hacían uso del
razonamiento según mi ley de la continuidad, que debo recordar sirve
también en la geometría elemental. Así, por ejemplo, cuando Euclides
supone, más bien que demuestra, que dos rectas equidistantes están en el
mismo plano, la cosa se obtiene inmediatamente si se consideran
convergentes con el punto de convergencia alejado infinitamente, o sea,
cuando se desvanece la razón de la recta dada respecto de su prolongación.
Como a tu Sr. hermano y a otros les llama la atención que dos
cuerpos de fuerzas desiguales se detengan mutuamente (cosa que también
al gran Huygens le parecía errónea, pues no entendía bien la naturaleza de
las fuerzas), suelo recomendarles que distingan entre fuerzas vivas
absolutas, en las que puede producirse algún efecto violento (como el
ascenso de un grave, la tensión de un cuerpo elástico, o el movimiento de
uno desde el reposo), y las que podríamos llamar impeditivas, las cuales,
en el proceso de su mutua destrucción, siguen necesariamente las leyes de
las fuerzas muertas o embrionarias, si prefieres decirlas así, puesto que la
destrucción no se verifica por saltos sino de forma continua, esto es,
mediante decrementos inasignables o fuerzas embrionarias 562. Pero las
fuerzas impeditivas difieren totalmente de las absolutas, como el ángulo de
contingencia difiere del recto 563.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 27
Hannover, 10 noviembre 1703
GP.II 256-259
PII
256
Sin duda ha captado Vd agudamente el problema al sacar
463
la conclusión de que, según mi pensamiento, las substancias
merecedoras de tal nombre (esto es, las mónadas o perfectas
Unidades substanciales, de las que resulta necesariamente todo
lo demás) no ejercen influjo alguno unas sobre otras, y que todo
lo que se verifica de otra manera ha de pertenecer a los
fenómenos. Sin embargo, se aleja Vd de mi idea al atribuir todo
esto sólo a una hipótesis mía, cuando yo lo considero, por el
contrario, una doctrina necesaria. Tampoco es cierto que yo
asuma de forma gratuita que la substancia es activa, como se
desprende de no pocas cosas que ya le vengo escribiendo a Vd.
Si yo incluyera arbitrariamente la actividad en la definición de
substancia para concluir de aquí que toda substancia es activa, y
luego aplicara mi arbitraria definición a todo aquello que
realmente se da en la naturaleza y a lo que vulgarmente se da el
nombre de substancia, cometería ciertamente petición de
principio o el vicio de suponer en la definición lo que se ha de
demostrar. [Lo que yo entiendo por mónadas activas por sí
mismas son aquéllas de las que nada puede predicarse más que la
percepción, la cual, en efecto, implica la acción] 564.
Así que, cuando se pregunta qué entendemos con el
nombre de substancia, digo yo que ante todo deben excluirse los
agregados. Un agregado, en efecto, no es más que el resultado
de todo aquello que, tomado conjuntamente, adquiere unidad sólo
en nuestra mente, al recoger precisamente lo que hay de común,
como, por ejemplo, un rebaño de ovejas; pues una cosa es que
dos cuerpos no estén distanciados (y en esto consiste el
continuo aparente formado por ellos) o que uno sea empujado
contra el otro (y en esto consiste la conexión), y otra cosa
distinta es ser realmente uno, y se ve claro que el fundamento
real de la unidad no pueden ellos aportarlo. Pero, si de esto no le
puedo persuadir a Vd, es inútil seguir con lo demás. De manera PII
que deberíamos ir por pasos y ante todo examinar esto con 257
cuidado.
Además, parece que está Vd pidiéndome la causa, cuando
todavía no admite el efecto. Resolvamos, pues, primero la
cuestión τό ότι, o sea, si toda substancia, se entiende por
nosotros conocida, hayamos de considerarla como activa y si
464
esto puede mostrarse desde los fenómenos 565.
En cuanto a la resistencia en la substancia, entiende Vd
que no puede consistir en otra cosa sino en que la substancia se
opone a su propia potencia activa. Pero esto no debe parecerle
absurdo, puesto que también en las cuasi-substancias o cuerpos
ocurre que la masa del cuerpo frena la propia velocidad que otro
cuerpo trata de imprimirle; y, generalizando, será necesario que
haya en las cosas en cuanto limitadas un principio de limitación,
como hay en cuanto agentes un principio de actividad 566.
Que los cuerpos se diferencien entre sí intrínsecamente
lo atribuye Vd no a las cosas mismas, sino a mi hipótesis. Pero ya
había aportado yo una demostración, y precisamente extraída de
los fenómenos, a saber, que de no ser así, no se distinguiría en lo
lleno un estado de otro, pues las partes que se sucedieran unas a
otras serían siempre exactamente equivalentes. Este argumento
destruye sobre todo a los cartesianos, que no reconocen
cualidades o fuerzas en el movimiento, sino sólo traslación, como
si Dios detuviera los cuerpos ahora aquí y luego allá,
produciendo, en cambio, en la mente sensaciones arbitrarias que
no responden a las afecciones del cuerpo; y ataca de manera
especial a Malebranche, a Sturm y a otros ocasionalistas, que
atribuyen sólo a Dios toda fuerza o potencia activa, eliminando
de las cosas corpóreas cualquier principio de diversificación 567.
Vd, en cambio, apartándose en esto de unos y otros, admite
conmigo las fuerzas derivativas esperando así poder salvar las
variaciones de los fenómenos. Mas, para ello, debería Vd admitir
también mi otro argumento: que las fuerzas derivativas o
accidentales son meras modificaciones, pero que lo activo no
puede ser modificación de lo pasivo; pues en la modificación lo
único que se da es la variación de los límites y, por eso, los
modos simplemente limitan las cosas, no las aumentan ni pueden
contener, por lo tanto, una perfección absoluta que no esté
ínsita en la cosa que modifican. Por otra parte, de no ser así,
habría que concebir estos accidentes a modo de substancias,
como si fueran cosas puestas por sí mismas. De manera que o
tendrá que admitir Vd mi doctrina o se verá obligado a
refugiarse en aquel equívoco (άλλόγλωσσον) que Vd mismo
465
sugiere: que tal vez el universo todo no sería más que una única
substancia, con lo que pervierte Vd el sentido que los demás dan
al término “substancia”. Ni veo yo argumento verosímil a favor
de semejante paradoja, pues los que aportó B. de S. no contienen
(si le entiendo bien) ni sombra de demostración. En todo caso,
más allá de la disputa sobre el término “substancia”, basta con
que admita Vd sujetos distintos o cosas en las que inhieren los
modos, pues con ello sigue valiendo el argumento expuesto sobre
el carácter limitativo y no incrementador de éstos. En resumen,
se entiende que ni el movimiento basta sin las fuerzas, ni las PII
fuerzas derivativas sin las entelequias primitivas 568. 258
Dispuesto a impugnar mi afirmación de que es esencial a la
substancia finita la tendencia interna a la mutación, dice Vd:
“cuanto se sigue de la naturaleza de una cosa está siempre
inherente a la cosa de manera invariante mientras se conserva la
misma naturaleza, y de ella no puede eliminarse justamente
porque entre eso que se sigue y la naturaleza de la cosa hay un
nexo necesario”. Pero de aquí se seguiría que nada en absoluto
sería activo por su propia naturaleza, pues una acción es también
una variación de una criatura activa. Mi respuesta es que hay que
distinguir entre propiedades que son perpetuas y modificaciones
que son transitorias. Cuanto se sigue de la naturaleza de una
cosa puede seguirse o perpetuamente o temporalmente, y esto
último de forma inmediata, o sea, como presente, o a través de
la mediación de otro anterior, o sea, como futuro. Tenemos un
ejemplo en las cuasi-substancias o cuerpos que tienen fuerza, es
decir, puestos en movimiento. De la naturaleza de un cuerpo
movido en una recta dada y a una velocidad dada, sin ninguna
intervención externa, se sigue que tras un lapso de tiempo
llegará a un punto dado en la recta. ¿Habremos de decir, por
ello, que siempre y perpetuamente llegará a ese punto? Se trata,
pues, de concebir en las tendencias primitivas lo que nos vemos
obligados a reconocer en las derivativas. Es algo parecido a lo
que ocurre con las leyes de las series o en las ecuaciones de
líneas; en el comienzo mismo suficientemente definido se
contienen todos los términos, y así es como sin duda tiene que
ser toda la naturaleza; de lo contrario, sería torpe e indigna de
466
la Sabiduría. Y no se ve que haya ninguna clase de razón para
dudar, salvo que lo inusual a veces nos aterra 569.
Por lo tanto, si reconoce Vd conmigo que el sistema de las
causas ocasionales no es digno de un filósofo, si considera
inexplicable el influjo de una substancia en otra substancia (las
verdaderas, digo), no veo cómo puede Vd dudar de la intrínseca
tendencia de las cosas a la mutación, cuando es la experiencia de
los fenómenos la que nos muestra que existen mutaciones en las
cosas y cuando las operaciones mismas de nuestra mente
corroboran desde dentro de nosotros las mutaciones. Así pues,
pienso que τό ότι [el hecho] está demostrado a posteriori y
resueltas también sus objeciones. No podrá Vd evitar
razonablemente el principio de la mutación intrínseca por más
vueltas que le dé ni aun refugiándose en el sistema de B. de S.
Pues, aunque admitamos que cada particular fenómeno sufre la
mutación desde otro y éste, a su vez, desde otro, sin embargo no
puede encontrarse así el principio de la mutación, pues
simplemente lo que se hace es trasladar la dificultad sin
resolverla. Por consiguiente, o la razón de la mutación es
intrínseca a toda la universalidad de las cosas y, en
consecuencia, a cada una (pues, ¿qué otra cosa es tal universo
sino todas las cosas particulares?), o residirá en una substancia
extramundana, por hablar con Marciano Capella o, más bien,
supramundana, es decir, Dios, lo que no deja de ser verdad, si lo
que buscamos es el último principio. Pero, dado que Dios (por ser
PII
perfectísimo) opera del modo natural en el que debe darse la
259
razón y el orden, habrá que afirmar que introdujo en las cosas
estos principios de las mutaciones a fin de que los fenómenos
puedan ser inferidos, los posteriores desde los anteriores. Sólo
después de admitir esto así, podrá Vd aplicarlo en sus términos
correctos en todas las cosas. Más aún, habrá que decir que, si no
lo produjo así, nada durable produjo en absoluto, ningún sujeto
de la mutación. Adios 570.
467
observaciones a los pensamientos de Huygens sobre el
movimiento, lo que me dio a mí también ocasión de responderle
algunas cosas, que le rogué se las diera a conocer a Vd. Podrían
serle de alguna importancia 571.
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AÑO 1704
MIII
Desde que desaparecieron mis cartas dirigidas a ti y a de Volder, 732
468
que, como te recuerdo, me ví obligado a repetir, siempre me temo lo
mismo, que, cuando escribo a los dos, las cartas no te llegan, y no lo
entiendo. Yo sé que hay gentes más curiosas de lo ajeno de lo que es
debido, a quienes a veces he descubierto abriendo o destruyendo las que
recibo o las que envío.
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Por la respuesta de de Volder aquí adjunta verás que tu temor por MIII
las cartas dirigidas a él era vano; ya te hice saber que las había recibido por 737
conducto de los dos ingleses que vinieron a despedirse aquel mismo día,
cuando partían para Hannover; a ellos les entregué carta de recomendación
para ti, pero, a juzgar por la tuya, todavía no han llegado allí; puede ser
que se hayan entretenido en Hamburgo o que por fin te la hayan entregado.
Verás por la carta lo que en síntesis le he escrito a Cheyne; te habría
expuesto aquí con más detalle mi comentario a su libro, si hubiera tenido
más tiempo.
Y para responder brevemente a la tuya anterior, que, según
ordenabas, comuniqué a de Volder, he recomendado ante los de Utrecht al
Dr. Hermann, que no rechazará la cátedra si se le ofrece; espero tener
éxito.
469
Opuscula Posthuma Physica et Matemática. Hay una amplia recensión en
Acta Lips. del año 1701 m. de diciembre; me sorprende que no la hayas
visto. Me satisface mucho que te hayan gustado mis pequeñas anotaciones
a la Foronómica de Huygens 574; de Volder pensaba que yo me había
equivocado lo mismo que Huygens al calcular los incrementos de las
velocidades por la interposición de cuerpos; pero yo le he mostrado que
era él quien erraba tomando como verdadera una regla que era falsa. Las
especulaciones metafísicas que añades tú hace tiempo que me las habías
expuesto en su mayor parte, si no me equivoco. Y sobre lo que ahora
propones, que Huygens demostró la primera proposición separadamente de
la segunda porque entonces todavía no estaba en uso el razonamiento
según tu ley de la continuidad, yo opino más bien que cualquiera habría
podido deducir la primera de la segunda, aun sin tener en cuenta la ley ésta
de la continuidad; y por lo que se refiere a la ley misma, yo creo que no
hay nadie que la ignore aunque no siempre piense en ella, pues la
naturaleza misma como que nos la dicta; lo que a ti se te debe bajo el
nombre específico de continuidad no es el haberla dado a conocer a los
demás, sino el haberla removido y recordado 575.
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 28
Leiden, 5 enero 1704
GP.II 259-261
470
da verdadera cosa”, pero yo no comprendí dónde estaba aquí el
argumento. Porque, si por cosas verdaderas entiende Vd de
nuevo cuerpos verdaderamente unos e indivisibles, no veo ningún
absurdo en afirmar que tales verdaderos cuerpos, como Vd dice,
no se dan. Desde luego, yo no dudo de que esto exige una
demostración.
Yo había manifestado que todos los fenómenos pueden
explicarse si ponemos en los cuerpos fuerzas derivadas. Pero
entonces, añade Vd textualmente, “debería Vd admitir el otro
argumento: que las fuerzas derivativas son meras
modificaciones, mientras que lo activo no puede ser modificación
de lo pasivo”, etc. Mucho me temo, sin embargo, que no podré
hacerlo, no porque me asuste la fuerza del argumento, sino
debido a su oscuridad. En realidad, si he de decir la verdad, ni
siquiera capto lo que Vd pretende. En un cuerpo corriente yo no
concibo más modos que una determinada magnitud, una figura y
el movimiento o el reposo. En la magnitud y en la figura, ellas
solas, nada hay activo, aunque no diría fácilmente lo mismo del
movimiento o resultado de la masa y la velocidad, esto es, de las
fuerzas derivativas. Ahora, entre las fuerzas derivativas y las PII
que Vd llama primitivas no concibo yo otra diferencia sino que 260
aquéllas están en continua mutación sucediéndose en cada
momento unas a otras, mientras que éstas se las considera
constantemente las mismas. Pero la mayor o menor duración de
una cosa no cambia su naturaleza. No veo, por lo tanto, por qué
las derivativas no son activas 576.
Cuando dije que tal vez el universo todo no fuera sino una
única substancia, expresamente me refería al universo corpóreo,
siguiendo en esto la opinión común de aquéllos que defienden que
los cuerpos son substancias, no en cuanto que son éstos o
aquellos cuerpos, sino en cuanto que son cuerpos. Así que no
entiendo qué es lo que le ha movido a Vd a mezclar aquí la opinión
de B. de S. como si fuera semejante a la mía. Lo que es propio de
él no es lo que yo dije acerca del universo corpóreo, sino que él
identifica como una misma substancia el pensamiento y el
cuerpo, opinión que yo siempre he tenido como muy absurda 577.
Dice Vd que de la objeción que yo puse contra la tendencia
471
interna a la mutación se seguiría que nada en absoluto sería
activo por su propia naturaleza. Así sería, en efecto, menos
cuando la acción se produce siempre de la misma manera y, por lo
tanto, no introduce ninguna modificación en el agente. Continúa
Vd diciendo que “cuanto se sigue de la naturaleza de una cosa,
puede seguirse o perpetuamente o temporalmente”. Esto último
lo niego. De la naturaleza del triángulo se sigue que sus ángulos
son iguales a dos rectos, y esto se sigue perpetuamente.
Tampoco veo cómo de la naturaleza de una cosa en sí misma
considerada pueda seguirse una sucesión que se requiere para la
acción, a menos que la cosa misma sea sucesiva, lo cual se adapta
perfectamente a las fuerzas derivativas, no así en cambio a las
primitivas. Los ejemplos que Vd aduce no me convencen. De la
naturaleza de un cuerpo en movimiento se sigue que en un tiempo
dado alcance un punto dado; pero lo alcanza siempre, a menos
que intervenga algo exterior. Lo mismo ocurre con las leyes de
las series: en la naturaleza misma de la serie se contienen todos
los términos de manera única e invariante, sin que en ella pueda
concebirse nada de la sucesión. En resumen, que estos ejemplos
parecen estar más a mi favor que en contra.
Así pues, si suponemos que Dios al principio de las cosas
introdujo en la materia tantas fuerzas derivativas cuantas ésta
tiene ahora, ¿qué necesidad hay de acudir a esa tendencia
intrínseca de las cosas a la mutación? En esta hipótesis mía, o
los cuerpos particulares no serían substancias, si para que haya
substancia Vd desea esa unidad o fuerza primitiva, o, si las
llamamos substancias, serían substancias de la misma naturaleza,
donde ningún inconveniente habría en que unas actuaran sobre
otras. Yo sé que para suponer estas fuerzas derivadas hay que PII
acudir a Dios; pero también Vd lo hace para las primitivas. Y no 261
por ello dejaríamos de decir que Dios ha producido en las cosas
aquellos principios de mutaciones que permiten inferir los
hechos posteriores de los anteriores: siempre habría producido
Dios fuerzas derivadas, de las que se seguiría toda mutación. La
experiencia enseña, sin duda, que se producen mutaciones; pero
lo que entre Vd y yo nos preguntábamos no era qué es lo que la
experiencia enseña, sino qué es lo que se seguiría a priori de la
472
sola naturaleza de las cosas; y la verdad es que ninguna
experiencia, que yo sepa, enseña que dimanen desde dentro. En
cuanto a los procesos de la mente, son todavía más oscuros como
para que de ellos podamos extraer argumento. La consciencia
enseña que se produce mutación en la mente, pero ocurre
muchas veces de manera que el agente no tiene consciencia de la
causa exterior de sus procesos. De manera que suponer que
aquella mutación depende de la naturaleza intrínseca de la mente
me parece a mí una suposición exagerada (μέγα λίαν αίτημα) 578.
Fue para mí una cosa muy grata leer lo que le escribió Vd
al ilustre Bernoulli 579. Adiós.
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LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 167
Hannover, 15 enero 1704
GM.III 739-740
Como tu carta, que me han entregado los dos ingleses, estaba escrita MIII
hacía tiempo, deduzco que habrás recibido la mía anterior junto con la 739
dirigida a de Volder 580. Últimamente te he vuelto a escribir intranquilo por
su destino 581.
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473
Poco después de mi penúltima carta 582 llegaron los dos ingleses con
MIII
la tuya siguiente, a la que en seguida respondí 583. La última tuya 584 me ha 740
encontrado en Braunschweig. Y a ella respondo inmediatamente, pues
estoy a punto de salir para Halberstadt y lugares vecinos a buscar
manuscritos históricos, y allí me ha de quedar poco tiempo para nuestras
cosas, pues por todas partes me asediará un número no pequeño de
amigos. No fue vano, sino fundado, mi temor por la pérdida de las cartas:
De nuevo puede ocurrir lo que una vez puede.
Me parece muy bien que recomiendes a Hermann ante los de Utrecht.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 29
Braunschweig, 21 enero 1704
GP.II 261-265
474
Vamos a ver si es posible entre nosotros dejar algo bien PII
establecido acerca de las mónadas. Lo uno, interpreta Vd bien, 261
es aquello que no puede dividirse en pluralidades; y así son, sin
duda, mis Unidades. Pero la pregunta, dice Vd, es si tales
unidades se dan en los cuerpos, y supone Vd que yo acudo a las
entelequias para probarlo. Pues bien, es justamente lo contrario:
apelo a las unidades para probar las entelequias, aunque no deja
de ser cierto que, si desde otra consideración se demostraran
las entelequias, tendríamos también las unidades verdaderas y
reales 586.
En efecto, que éstas se dan yo traté de probarlo porque,
en caso contrario, nada habría en los cuerpos. Y la secuencia de
la argumentación era así: primero, lo que puede dividirse en
pluralidades consta de o es un agregado de esas pluralidades.
Segundo, todo lo que es un agregado de pluralidades no es uno
más que en la mente ni tiene más realidad que la prestada, esto
es, la de las cosas de las que es agregado. Por lo tanto, tercero,
todo lo que puede dividirse en partes no tiene realidad más que
en aquello que no puede dividirse en partes. Más aún, no tiene
más realidad que la de las unidades que en él subyacen. Y no veo
en qué pueda Vd tener dudas, cuando Vd mismo concede que una
pluralidad de cosas que están inmediatamente juntas o que se
chocan mutuamente no tiene por qué constituir unidad real;
pero, entonces, ¿de dónde extraerá Vd su unidad o qué realidad
puede atribuir a un todo si no es aquello de lo que consta? Así
que mi idea es que los cuerpos que vulgarmente se llaman
substancias no son sino fenómenos reales ni son más substancias
que lo puedan ser el parhelio o el arco iris, ni da mejores
garantías el tacto que la vista: sólo la mónada es substancia; el
cuerpo es substancias, no substancia; y no hay otra manera de PII
liberarnos de las dificultades del laberinto del continuo y cosas 262
semejantes 587.
Habla Vd como si no entendiera lo que pretendo cuando
digo que las fuerzas derivativas son meras modificaciones, y que
lo activo no puede ser modificación de lo pasivo. ¿O es que no
475
entiende Vd lo que significa modificación, activo y pasivo? No sé
qué clase de oscuridad encontró Vd en mi argumento para que
extrajera de lo que yo decía algo que no dije o, incluso, lo
opuesto a lo que dije. Supone Vd que yo niego que las fuerzas
derivativas sean activas cuando dice: “no veo por qué éstas (las
derivativas) no han de ser activas”. Tan no niego que sean
activas que, precisamente por el hecho de que son activas y, sin
embargo, modificaciones, concluyo que tiene que haber algún
activo primitivo del que sean modificaciones.
Dice Vd que el movimiento, esto es, lo que resulta de la
masa [mole] y la velocidad, son fuerzas derivativas. Yo, en
cambio, no considero al movimiento como fuerza derivativa, sino
que pienso que el movimiento (es decir, la mutación) se sigue de
ella. La fuerza derivativa es el estado mismo presente en tanto
que tiende al siguiente o pre-envuelve al siguiente, en la medida
en que todo lo presente está grávido de futuro. Pero lo
persistente mismo, en cuanto que envuelve todos los casos, tiene
fuerza primitiva, de manera que la fuerza primitiva es como la
ley de una serie, y la fuerza derivativa es como la determinación
que designa un término concreto en la serie 588.
No recuerdo de nadie que dijera antes que B. de S. que en
todo el universo sólo hay una única substancia; así que perdone
Vd que éste me viniera a la mente; en todo caso, puede servir
como ilustración.
Si los cuerpos, en cuanto que son éste o aquel cuerpo, no
son substancias, entonces no son substancias singulares; es como
si uno dijera que Pedro es substancia sólo en cuanto que es
hombre, o sea, sólo las especies serían substancias, no los
individuos. En este sentido, tampoco la universalidad de los
cuerpos sería substancia singular, pues ¿qué otra cosa es sino
agregado de los cuerpos singulares, a menos que se le introduzca
un algo permanente, como se vio obligado a hacer ese que cité?
Con lo que, al final, sólo sería substancia por ser mónada. Pero lo
que él atribuyó de alguna manera a todo el universo, podía
haberlo reconocido como algo análogo en todas sus partes por
doquier. Las substancias no son totalidades que contengan
formalmente partes, sino cosas totales que contienen
476
eminentemente cosas parciales 589. PII
Si nada hay que por su propia naturaleza sea activo, 263
entonces nada en absoluto sería activo; pues, ¿dónde ha de estar
la razón de la acción si no es en la naturaleza de la cosa? Vd
pone la siguiente limitación: “una cosa podrá ser activa por su
propia naturaleza, si la acción se produce siempre del mismo
modo”. Pero, como toda acción contiene la mutación, concluimos
lo que Vd parecía negar, la tendencia interna a la mutación,
incluso la temporal, por la propia naturaleza de la cosa. En
efecto, negaba Vd que “de la naturaleza de la cosa se siguiera lo
que sólo le compete temporalmente”. Y lo probaba Vd por la
naturaleza del triángulo; pero no distinguía Vd entre naturalezas
universales y singulares. De lo universal se sigue lo eterno; pero
de lo singular se sigue también lo temporal, a menos que crea Vd
que lo temporal carece de causa.
“No veo ---sigue Vd diciendo--- cómo de la naturaleza de
la cosa considerada en sí misma pueda seguirse una sucesión”.
Ciertamente, no puede si Vd se refiere a una naturaleza no
singular. Y añade: “a menos que la cosa misma sea sucesiva”. Pero
ocurre que todas las cosas singulares son sucesivas o sometidas
a sucesión; así que recae Vd en mi doctrina. Para mí, nada hay en
ellas que sea permanente más que la ley misma que implica la
sucesión continua, ley que para cada una de ellas está en
consonancia con la que rige en todo el universo.
Por lo demás, Vd mismo reconoce que (en lo que yo llamo
cuasi-substancias) de la naturaleza de un cuerpo movido se sigue
que, en un tiempo dado, si nada lo impide, se alcance un punto
dado. Reconoce Vd, por lo tanto, que de la naturaleza de las
cosas singulares se sigue lo temporal. No veo qué puede Vd
objetar a esto.
Prosigue Vd: “en una serie (como la de los números) nada
se concibe sucesivo” ¿Y con esto, qué? Yo no digo que una serie
sea una sucesión, sino que una sucesión es una serie, y que tiene
en común con todas las demás series el que la ley de la serie
muestra hasta dónde se debe llegar progresando en ella o, dicho
de otro modo, puesto el inicio y la ley de progreso se producen
los términos por orden, tanto que el orden o el inicio lo sean sólo
477
por naturaleza como que lo sean también en el tiempo.
Yo no admito eso que Vd dice: “todos los términos se
contienen en la serie de un modo único e invariante”. Esto sólo
tiene lugar de algún modo en una serie uniforme; pero hay otras
series en las que se dan máximos, mínimos, puntos de inflexión,
etc.
Cuando dice Vd que “Dios al principio de las cosas
introdujo en la materia tantas fuerzas derivativas…”, está ya
tácitamente incluyendo en la materia las fuerzas primitivas,
pues ¿qué es la materia si no puede entenderse más que por las
mónadas?; la materia es siempre un agregado o, mejor, el PII
resultado de una pluralidad de fenómenos hasta llegar a lo 264
simple.
“Nada impide ---dice Vd--- que substancias de la misma
naturaleza actúen unas sobre otras”. Pero Vd sabe que los
filósofos han negado más bien la acción entre semejantes, y,
además, según lo que Vd dice, ¿qué impedimento habría para que
actuaran mutuamente substancias también de naturaleza
distinta? Mas, cuando trate Vd de explicarse todo esto, verá
que lo que realmente se prohíbe es que cualquier substancia
finita influya sobre cualquier otra. Por no decir que todas las
substancias son de distinta naturaleza y que no se dan en la
naturaleza dos que se diferencien sólo numéricamente, y que las
que se creen semejantes no son sino ficciones de la mente que
no reconoce, o no presta atención, a la diversidad o se abstrae
de ella. Sólo hay un caso de una substancia que actúa
inmediatamente sobre substancias, es la substancia infinita, que
actúa sobre las substancias finitas. Esta acción consiste en que
las produce o conserva continuamente, pues es necesario que
haya una causa de por qué existen las finitas y conspiran entre
sí, lo que debe producirse por la substancia infinita, que es por sí
misma necesaria 590. [Si alguien pretende decir que, si Dios
reprodujera siempre unas substancias sustituyendo a otras no
permanecerían las mismas, plantearía sólo una cuestión de
nombre, pues no encontraríamos en las cosas ningún principio que
decidiera la controversia; la nueva sustituta sería considerada
como la misma anterior en la medida en que se conservara la ley
478
de la serie o del simple tránsito continuo, ley que es la que nos
permite a nosotros formarnos una opinión de la identidad de un
mismo sujeto modificado o mónada. Es la persistencia de una
determinada ley, que implica los estados futuros de aquello que
concebimos como idéntico, lo que constituye, en mi opinión, la
identidad de la substancia 591.
Y si se me concede que existen infinitos percipientes, en
cada uno de los cuales hay una ley cierta de progresión de sus
fenómenos; que los fenómenos de los diversos percipientes
conspiran entre sí; y que la común razón tanto de su existencia
como de su conspiración reside en aquello que llamamos Dios, yo
por mi parte nada más pongo ni nada más pido que se ponga en
las cosas. Todas las demás alternativas y problemas pienso que
derivan de nociones no bien resueltas, y me sorprendería que
alguien pudiera añadir algo nuevo. Si a lo largo de nuestras
disputas siempre tuviéramos esto bien presente en nuestro
ánimo, evitaríamos muchos litigios].
Dice Vd: “la experiencia enseña que se producen
mutaciones; pero lo que entre nosotros nos preguntábamos no
era qué es lo que la experiencia enseña, sino qué es lo que se
sigue de la naturaleza de las cosas”. Pero, ¿es que piensa Vd que
yo puedo o quiero demostrar en la naturaleza nada que no
presuponga las mutaciones? Y añade Vd: “ninguna experiencia
enseña que dimanen desde dentro” Ni tampoco yo le he vendido
esto como experiencia 592.
Dice Vd: “los procesos de la mente son más oscuros”. En
cambio, yo pensaba que son los más claros, casi los únicos claros
y distintos.
Y creía que Vd admitiría que, al menos, hay en la mente PII
algo que proviene intrínsecamente de ella misma y no de otra 265
substancia finita, y tal vez de aquí saqué yo la conclusión de que
mi opinión le parecería inteligible; en cambio, Vd la ha entendido
como si yo hubiera postulado que todo está ya en la mente.
Ciertamente, yo afirmo esto, pero no como postulado.
Como no tengo a mano mis anteriores cartas, puede
ocurrir que haya divagado un tanto libremente de argumento en
argumento, como adivinando el hilo de lo que se iba diciendo.
479
Pero, aunque quizás no conviene hacerlo así (lo que tal vez a Vd
tampoco le agrade), al menos nos proporciona la ocasión de
expresar e intercambiar espontáneamente los pensamientos. Lo
que para mí es agradable y cómodo y en alguna medida también
útil al revisarlo en su conjunto, no me atrevería a decir que a Vd
también le guste, y no quisiera ser inoportuno 593. Adiós.
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480
Hace poco me entregó tu gratísima el joven eruditísimo Sr.
Hottinger.
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Quizás te hayas enterado de que durante este primer cuatrimestre del MIII
año la República Literaria ha sufrido la pérdida de matemáticos insignes. 746
El primero fue el inglés Wallis; a éste le siguió nuestro francés M.De
L’Hospital; casi al mismo tiempo el italiano Viviani, y últimamente nos
han arrebatado al ilustre bátavo Hudde, cónsul en Amsterdam. Y como ya
no había sitio para mí, me he librado de la barca de Caronte, donde ya
tenía un pie metido.
481
(Breve referencia a la última enfermedad de De L’Hospital, la
misma que la suya. No ha podido ver todavía el libro Elements de
Mechanique et de Physique del francés Sr. Parent, que Leibniz le
había recomendado).
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(Le alegra saber que Bernoulli está bien, sin haber tenido noticia MIII
previa de su enfermedad. Le anima a que dedique más tiempo, no 747
al ejercicio de la medicina donde hay mucha ignorancia [parece
que tal ignorancia fue la causa de la muerte de De L’Hospital],
sino a promover la ciencia médica. Se extiende en aconsejarle una
serie de remedios caseros, 745s. Se sorprende de que Bernoulli
no conozca el libro del Sr. Parent, editado en París en 1700. El
libro vale poco: habla de un extraño “centro de inmensidad”,
cuando tenemos claramente el mismo “centro de gravedad” antes
y después del choque, 748).
482
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483
de aires. Sigue disertando sobre las enfermedades. Los médicos
parece que prefieren la violencia de las medicinas a la dieta y los
remedios naturales, que Leibniz considera más sanos. Sigue
insistiéndole en que las personas que, como Bernoulli, son dadas
al razonamiento abstracto, deberían aportar más al estudio de la
medicina, 752s. De acuerdo sobre el poco valor del libro del Sr.
Parent. Sobre Tschirnhaus y sus errores. Tampoco le extraña que
Mencke no haya publicado las refutaciones de Hermann a los
escritos de Tschirnhaus. Mencke no es muy benévolo con
Bernoulli).
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484
del que se queja amenace con una enfermedad más grave, pues algún
tiempo antes de mi enfermedad yo también experimenté un cierto
abatimiento en todos mis miembros.
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485
por un lado, la de los cuerpos que pueden ser divididos hasta el
infinito, y, por otro, la de Vd con sus entelequias, no veo tanta
diferencia como a primera vista parece. Todo cuerpo consta de
partes, y éstas a su vez de otras, y así hasta el infinito; por su
parte, toda substancia corpórea contiene en sí infinitas otras; y
éstas, a su vez, otras, y así sucesivamente; de manera que en
ninguno de los dos casos se puede llegar a una substancia que no
contenga otras en sí. La única diferencia consiste en que a cada PII
una de ellas Vd le añade la εντελέχεια indivisible, que produce 266
todas sus cosas de manera sucesiva. Y si yo lograra formarme
una noción clara y distinta de lo que Vd dice, me ayudaría mucho
para aceptar todo el asunto; pero, salvo el nombre, no creo
percibir nada nuevo más que la noción general de fuerzas, que Vd
le añade.
Yo siempre he entendido por fuerzas no algo substancial,
sino algo inherente a la substancia. De manera que, entendidas
separadamente del fundamento del que fluyen, siempre he
considerado yo a las fuerzas a modo de denominación
extrínseca, pero al fundamento como aquello mismo que existe
realmente en sí. Tal vez esto último sea lo que Vd llama fuerzas
primitivas, de las que fluyen las derivadas; pero de estas
primitivas, hasta donde alcanza la cortedad de mi ingenio, nada
percibo sino la afirmación de Vd de que de ellas fluyen todas las
restantes mutaciones.
Cuando, hablando del universo corpóreo, expresamente
añadí yo que tal vez sea una substancia, no pretendía decir otra
cosa sino lo que han afirmado Descartes y todos los demás
seguidores de la filosofía mecánica, a saber, que todas las cosas
corporales constituyen una única sustancia 600. Pero esto ya lo
había afirmado yo en mis anteriores, de manera que me
sorprende que lo vuelva a repetir Vd ahora. Dice Vd que de las
cosas singulares se sigue lo temporal; no me opongo. Pero queda
por explicar en qué se diferencia lo singular de lo universal y por
qué lo temporal se sigue de lo singular y no de lo universal. Las
cosas universales no actúan mutuamente entre sí; las singulares,
sí; y por eso, en relación a las acciones, están sometidas a la
mutación. Pero, cómo se aplique esto también a las substancias,
486
que no actúan mutuamente entre sí, es algo que me queda oscuro.
He resumido brevemente esto, no tanto para responder
cuanto para que, si callaba, no interpretara Vd mi silencio
contrariamente a mi intención. Pero no quisiera ocultarle que me
resultó sumamente desagradable advertir en sus palabras una
cierta condescendencia, como si a mí no me agradara poner de
acuerdo nuestros pensamientos, etc. Por ello, no puedo por
menos de sospechar que fue a Vd a quien debió de molestarle lo
que escribí. Por mi parte, en ningún modo quisiera ser
impertinente para con los amigos. Así que termino. Adiós 601.
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487
actividad que experimentamos en nosotros mismos, y que no contiene más
que la percepción y el apetito. Cualquier otra cosa más allá de esto ni se
puede alcanzar ni se puede conocer en la naturaleza de las cosas, salvo
naturalmente la Razón Suprema y Común tanto de todas las substancias
percipientes como de la armonía entre ellas, a la que llamamos Dios, de
cuya existencia, por cierto, resplandece aquí una nueva y clarísima
demostración. Por lo tanto, no son puros nombres en lugar de realidades lo
que yo le he ofrecido, como por dos veces parece él insinuar en su carta
dirigida a mí. Los argumentos que le he dado no los encontrará fácilmente
en otro sitio ni fácilmente podrá destruirlos, ni sé si hay otros más
inmediatos que éstos y que penetren más profundamente en el interior de
las cosas. Finalmente, que los nombres de entelequia, fuerzas derivativas
y mónada se adaptan a las razones de las que se extrae el significado de
dichos nombres, es, si no me equivoco, algo que el tema mismo del debate
pone de manifiesto 603.
Te ruego que, si te parece, comuniques al Sr. de Volder lo
anteriormente escrito, como si fuera algo que tú haces por propia
iniciativa, a fin de que comprenda mejor que no fue del todo inoportuna mi
advertencia 604.
1 julio 1704
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 31
Hannover, 30 junio 1704
GP.II 267-272
488
sorprenderme de la desviación de sus respuestas, cuando
renuncia a sujetarse a los argumentos. Sus palabras son las
siguientes: “si entiendo bien, argumenta Vd así: lo que puede ser
siempre ulterior y ulteriormente dividido no tiene ninguna
realidad más que desde las cosas de las que es agregado y, por lo
tanto, ninguna más que la de aquellas cosas que no pueden
dividirse. Este argumento concluye rectamente que en la masa
de los cuerpos no pueden asignarse unidades indivisibles; sin
embargo, no demuestra que la realidad carezca de cuerpo
matemático, etc”. Me veo obligado a repetir sus palabras (lo que
otras veces no había hecho por brevedad), a fin de evitar el
peligro de divagar. A esto respondo, en primer lugar, repitiendo
mi argumento de manera más precisa de la siguiente forma: toda
cosa que puede dividirse en pluralidades (que ya existen en acto)
es agregada de esas pluralidades, y lo que es agregado de
pluralidades no es uno sino en la mente y no tiene más realidad
que la prestada por sus contenidos. De aquí yo concluía: luego se
dan en las cosas unidades indivisibles, pues, en caso contrario, no
habría en las cosas unidad verdadera ni una realidad no
prestada, lo que es absurdo. Pues donde no hay verdadera unidad
no hay verdadera multiplicidad. Y donde no hay más realidad que
la prestada nunca habrá jamás realidad alguna, pues ésta debe
ser siempre en definitiva propia de algún sujeto. Y aquí es donde
yo le preguntaba a Vd si y en qué palabras mías encontraba
alguna duda. Pero Vd, en segundo lugar, sacaba de aquí una
conclusión distinta de la mía, que ignoro cómo de mis palabras
podía inferirse, pues pretendía Vd que “de aquí se concluye
rectamente que en la masa de los cuerpos no pueden asignarse
unidades indivisibles”. Pero yo pienso que se concluye
precisamente lo contrario, a saber, que en la masa corpórea,
esto es, en la constitución de las cosas corpóreas hay que
desembocar en las unidades indivisibles como primeros
constitutivos; a menos que lo que Vd pretendía fuera: “se
concluye rectamente que las masas corpóreas mismas no son
unidades indivisibles”, con lo que estoy de acuerdo, pero de esto
no se trata ahora. Pues, ciertamente, los cuerpos son siempre PII
divisibles; más aún, están actualmente divididos, pero no lo están 268
489
sus constitutivos. Si nos sujetáramos con rigor a los argumentos
del contrario, se eliminarían estos inconvenientes en nuestros
debates y la inevitable prolijidad en nuestras respuestas 605.
Continúa Vd diciendo lo siguiente: “Pero (su argumento) no
demuestra que la realidad (a menos que el término “realidad”
entrañe alguna ambigüedad) carezca de cuerpo matemático, pues
sin duda yo concibo de él con toda evidencia innumerables
propiedades”. Aquí de nuevo respondo de dos maneras: primero,
de mis palabras se deduce exactamente que el cuerpo
matemático no es algo real; y segundo, los argumentos por los
que dice Vd concebir tal cuerpo con toda evidencia (como real)
no le confieren realidad.
En cuanto a lo primero, el hecho de que el cuerpo
matemático no pueda resolverse en primeros constitutivos
muestra que no es real sino algo mental, no designando otra cosa
que la posibilidad de partes, no algo actual. Por ejemplo, una
línea matemática se comporta como la unidad aritmética y en
ambos casos sus partes no son sino posibles y totalmente
indefinidas; una línea no es más agregado de las líneas en las que
se puede cortar que lo es la unidad agregado de las fracciones
en las que se puede dividir. Y de la misma manera que un número
que numera no es una substancia sin las cosas numeradas, así el
cuerpo matemático o extensión tampoco lo es sin los activos y
pasivos o movimiento. Pero en las cosas reales, o sea, en los
cuerpos, las partes no son indefinidas (como lo son en el espacio,
que es cosa mental), sino que están actualmente asignadas de un
modo definido, en cuanto que la naturaleza establece divisiones
y subdivisiones actuales según la variedad de movimientos; y aun
cuando estas divisiones proceden hasta el infinito, no por ello
dejan de resultar todas ellas desde determinados constitutivos
primeros o unidades reales en número infinitas. Hablando pues
con rigor, la materia no se compone de unidades constitutivas,
sino que de ellas resulta, pues la materia o masa extensa no es
sino un fenómeno fundado en las cosas, como el arco iris o el
parhelio, mientras que toda realidad lo es sólo de unidades. Así
pues, los fenómenos siempre pueden dividirse en fenómenos
menores, que podrían ser percibidos por animales más sutiles,
490
pero nunca se llegará a fenómenos mínimos. Por el contrario, las
unidades substanciales no son partes de, sino fundamentos de
los fenómenos 606.
Y ahora, excelente Señor, vayamos a su objeción. Dice Vd
así: “Yo concibo con toda evidencia innumerables propiedades del
cuerpo matemático”. Sin duda, concedo, propiedades tales como
las del número o las del tiempo, que, no siendo más que órdenes o
relaciones que pertenecen a la posibilidad y a las verdades
eternas de las cosas, han de ser luego aplicadas a las cosas
actuales, dado el caso 607. Pero añade Vd: “concibo el cuerpo PII
matemático como existente y no inherente a ninguna otra cosa”. 269
Esto no lo concedo más que al modo como concebimos el tiempo
como existente y no inherente. Si por cuerpo matemático
entiende Vd el espacio, habrá que asimilarlo al tiempo; y si
entiende la extensión, habrá que asimilarlo a la duración. Es
decir, el espacio no es más que el orden de existencia simultánea
de posibles, y el tiempo el orden de existencia sucesiva de
posibles. Y lo que el cuerpo físico es al espacio, es el estado o
serie de las cosas al tiempo. Pero el cuerpo y la serie de las
cosas añaden al espacio y al tiempo el movimiento o acción y
pasión, y su principio. Como varias veces ya he dicho (aunque
parece Vd haberlo olvidado), la Extensión es el abstracto de lo
Extenso, no es más substancia que pueda serlo el número o la
multiplicidad, y no expresa más que una cierta, no sucesiva (como
la duración), sino simultánea difusión o repetición de una
determinada naturaleza o, lo que es lo mismo, la multiplicidad de
cosas de una misma naturaleza junto con alguna relación de
orden de los existentes; una naturaleza, digo, que en efecto se
dice extenderse y difundirse. Así pues, la noción de extensión es
relativa, esto es, la extensión es extensión de algo, de la misma
manera que decimos que la multiplicidad o la duración es
multiplicidad de algo, duración de algo. Ahora bien, esa
naturaleza que suponemos se difunde, se repite y continúa, es lo
que constituye el cuerpo físico, y no puede descubrirse más que
en un principio de acción y pasión, pues nada más que esto nos
sugieren los fenómenos. Cuál sea esta acción o pasión lo diré
después. Pero ya desde ahora verá Vd que, si hacemos un análisis
491
de las nociones, desembocamos por fin en aquello en lo que vengo
insistiendo. No es de extrañar, pues, que los cartesianos, al
tomar la extensión como algo absoluto, άρρητον, irresoluble o
primitivo, no han entendido la naturaleza de la substancia
corpórea ni han alcanzado los verdaderos principios; fiándose de
la imaginación, y quizás también buscando el aplauso de los
hombres, han querido detenerse allí donde la imaginación
termina, aunque alardean de haber distinguido bien lo imaginario
de lo inteligible.
Dice Vd: “Siempre he entendido por fuerzas algo no
substancial sino inherente a la substancia”. Correcto, si entiende
Vd las fuerzas como mudables; pero cuando la fuerza se toma
como el principio de la acción y de la pasión, que es modificado
mediante las fuerzas derivadas o aspecto momentáneo de la
acción, entenderá Vd bien por todo lo dicho que este principio es
exigido por la noción misma de extensión, puesto que ésta es
relativa, y, por lo tanto, desde el propio análisis que Vd hace de
la substancia corpórea, verá que hay que llegar hasta aquí. Esto
mismo se descubre todavía mejor (como acabo de mostrar más
atrás), si hacemos el análisis de la multiplicidad y de los
fenómenos con respecto a las unidades y a la realidad 608.
Añade Vd: “Entendidas separadamente del fundamento PII
del que fluyen, siempre he considerado yo a las fuerzas como 270
una denominación externa”. Yo prefiero más bien entender las
fuerzas derivativas con relación a su fundamento, como la figura
respecto de la extensión, a saber, como su modificación. Y
recordará Vd que en el cálculo en el que yo demostré a priori la
verdadera medida de las fuerzas (derivativas), la (que llamé)
fuerza multiplicada por el tiempo en que se ejerce producía la
acción y era, por lo tanto, lo que en la acción es momentáneo
pero con relación al estado siguiente. Y esto es justamente lo
que tantas veces he dicho, ni recuerdo haber retractado, a
saber: si no hay en nosotros algo activo primitivo, no puede
haber en nosotros ni fuerzas derivativas ni acciones, porque
todo lo accidental o mudable debe ser modificación de algo
esencial o perpetuo, ni puede implicar de positivo más que
aquello que es modificado, al ser toda modificación sólo una
492
limitación; la figura lo es de lo cambiado, la fuerza derivativa lo
es de aquello que cambia 609.
Sigue Vd diciendo lo siguiente: “el fundamento, o sea,
aquello mismo que está en la cosa quizás sería lo que Vd llama
fuerzas primitivas, de las que fluyen las derivadas”.
Completamente cierto. Aquí se ve que en esto estamos
realmente de acuerdo.
Añade Vd: “Pero de éstas [las primitivas], hasta donde
alcanza la cortedad de mi ingenio, nada percibo sino la
afirmación de Vd de que de ellas fluyen todas las restantes
mutaciones”. Se ofende Vd a sí mismo con excesiva modestia,
cuando está comprendiendo el asunto en lo que es su esencia. ¿O
acaso pretende Vd imaginar lo que sólo se puede entender? ¿ver
sonidos, oír colores? En efecto, creo que no discrepa Vd de lo
que yo afirmo (que de ahí fluyen las mutaciones). ¿O le parece
poco comprender esto?
Convendrá, pues, considerar ahora que en este principio
de acción se contiene un gran fondo de inteligibilidad, pues en él
hay algo análogo a lo que reside en nosotros, a saber, la
percepción y el apetito, ya que, al ser uniforme la naturaleza de
las cosas, no puede ser la nuestra infinitamente distinta de
todas las demás substancias simples de las que se compone todo
el universo. Más aún, analizando esto con rigor, habrá que
afirmar que nada hay en las cosas sino substancias simples, y en
ellas la percepción y el apetito; y que la materia y el movimiento,
más que substancias o cosas, son fenómenos de seres
percipientes, cuya realidad reside en la armonía de los
percipientes consigo mismos (según tiempos diversos) y con los
demás percipientes 610
Cuando Descartes y otros dicen que “todas las cosas
corporales son una única substancia”, entienden que todas tienen PII
una naturaleza semejante y no pretenden afirmar, creo yo, que 271
todos los cuerpos se concentran formando una única verdadera
substancia. Es evidente que el mundo es un agregado, como un
rebaño o una máquina.
Yo había dicho que de las cosas singulares se sigue lo
temporal. Vd dice que “no se opone; pero que queda por explicar
493
en qué se diferencia lo singular de lo universal y por qué (lo
temporal) se sigue de lo singular y no de lo universal”. Pero, si no
me equivoco, son las cosas singulares las que tienen una relación
esencial con las partes ciertas de tiempo y lugar, y de todo ello
abstraemos mentalmente lo universal 611.
Finalmente añade Vd: “las cosas singulares actúan unas
sobre otras y, por lo tanto, en relación a las acciones están
sometidas a la mutación. Pero, cómo se aplica esto también a las
substancias, que no actúan mutuamente entre sí, es algo que me
queda oscuro”. Parece que esto se dirige contra mi doctrina de la
armonía preestablecida entre las substancias simples, que no
pueden actuar unas sobre otras y, sin embargo, producen
mutación cada una en sí misma, cosa que, según sus propias
palabras, es necesario que ocurra, pues anteriormente ha
admitido Vd la existencia de un fundamento interno de las
fuerzas o acciones. De manera que debemos admitir un principio
interno de la mutación, y, a menos que así lo reconozcamos,
jamás existiría en absoluto principio alguno natural de mutación
ni, en consecuencia, mutación alguna natural. Pues, si el principio
de la mutación fuera externo a todas las cosas e interno a
ninguna, no existiría en absoluto en parte alguna, y habríamos de
recurrir, con los ocasionalistas, a Dios, único actor. Por
consiguiente, tal principio es realmente interno a todas y cada
una de las substancias simples, pues no hay razón para que unas
lo tengan y otras no, y consiste en el proceso de las
percepciones de cada mónada; nada más que no sea esto contiene
toda la naturaleza de las cosas. Ahora verá Vd a qué simplicidad
ha quedado reducido el problema, pues llegamos así a aquellos
principios mismos que se han mostrado necesarios y suficientes,
de forma que añadir algo más no sólo parece superfluo, sino
inconsistente e inexplicable. Por consiguiente, ir más lejos y
preguntar por qué existe en las substancias simples una
percepción y un apetito es buscar algo, por decirlo así,
ultramundano y convocar a Dios para que dé razón de por qué
quiso la existencia de aquello que nosotros llegamos a concebir.
Me he visto obligado a ser más prolijo en mi respuesta
reproduciendo sus propias palabras de Vd, a fin de poder
494
establecer sólidamente algo de una vez por todas. Pues he
advertido que, cuando antes tratábamos las cosas de manera
más libre y espontánea, con frecuencia nos olvidábamos de lo
anterior en nuestro razonamiento y, envueltos circularmente
unas veces, y otras divagando, mostrábamos, sin querer, signos
de impaciencia.
Nuestro excelente y común amigo, el Sr. Bernoulli, me PII
hizo saber que su salud no era óptima, y que él mismo está 272
también convaleciente de una grave enfermedad. Lo lamento muy
de veras, pues valoro en mucho las meditaciones de Vd, de las
que todavía espero muchos frutos. En mi opinión, lo que todos
necesitamos es alegría, ejercicio físico y, sobre todo, una buena
dieta adaptada a nuestro organismo, pues ésta es la verdadera
medicina contra las enfermedades crónicas y las diátesis
nocivas; pero con demasiada frecuencia nos descuidamos, ya sea
por malos hábitos o absorbidos por las ocupaciones. Adiós.
612
Hannover, 30 junio 1704
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495
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DE VOLDER A LEIBNIZ
Escrito 32
Leiden, 14 noviembre 1704
GP.II 272-274
496
cosas completamente nuevas e inesperadas. A mi pregunta de
dónde fluyen las fuerzas de la substancia corpórea, Vd parece
eliminar por completo los cuerpos, puesto que los pone sólo en lo
visible, reduce las cosas a meras fuerzas, y éstas ni siquiera son
fuerzas corpóreas sino la percepción y el apetito, todo lo cual ha
llenado de tal manera mi mente de tinieblas que ni siquiera
ahora, tras haber leído y releído varias veces su carta, me
atrevería a decir que entiendo algo de lo que Vd dice. Así las
cosas, a fin de que no interprete Vd mi silencio contra mi deseo,
ensayaré una respuesta a lo que Vd dice o lo que supongo que
dice, y me alegraré si consigo el objetivo; pero, si no es así,
tampoco desconfío de la indulgencia de su talante ecuánime,
dada la novedad de la materia y la oscuridad en que me muevo.
Reconozco, y esto ya lo admití en mi anterior, que en el
cuerpo matemático no hay unidades indivisibles; pero añadiré, al
mismo tiempo, que sigo dudando de si en la masa infinita de la
extensión no podrá encontrarse quizás tal unidad, puesto que las
partes que concebimos en esta masa como diferentes no parecen
distinguirse realmente, dado que no puede ponerse ni concebirse
en ella ninguna parte sin ponerlas y concebirlas todas 614.
Los que afirman que la substancia de todo lo corporal es
una, incluso quienes sostienen que los cuerpos mismos sólo se
distinguen entre sí por los modos de la extensión, ¿no están
afirmando que el universo de los cuerpos se compone sólo de una
única substancia afectada de infinitos y diversos modos? Pero
dejemos esto 615.
La noción de extensión, considerada en general y
abstracción hecha de los modos que la afectan, es decir,
considerada en sí misma, ciertamente sólo muestra partes
posibles e indefinidas. Pero la misma noción, aplicada a las cosas
existentes, es decir, afectada de sus modos, tiene divisiones
determinadas producidas realmente según la variedad de sus
movimientos. Sin embargo, la diferencia que hay entre la
primera extensión y ésta segunda actualmente dividida, no es
mayor que la que encontramos entre un bloque de marfil tomado
en general y ese mismo bloque configurado en diversas estatuas.
Dice Vd: “la extensión es el abstracto de lo extenso y no
497
es más substancia que lo pueda ser el número o la multiplicidad,
ni expresa más que una cierta, no sucesiva (como la duración), PII
sino simultánea difusión o repetición de una determinada 273
naturaleza o, lo que es lo mismo, la multiplicidad de cosas de una
misma naturaleza junto con alguna relación de orden de los
existentes; una naturaleza, digo, que en efecto se dice
extenderse y difundirse”. En estas palabras el término
“difusión” me produce oscuridad. Entiendo fácilmente de qué
manera una misma e indivisible cosa, como ocurre con el número,
pueda repetirse; pero no capto cómo esa cosa pueda difundirse
o, lo que para mí es lo mismo, cómo pueda extenderse, esto es,
existir simultáneamente en partes diversas. Si, además, Vd
pretende que esas naturalezas que se repiten sean cosas
singulares, en sí mismas no extensas, no entiendo cómo de su
repetición pueda producirse la extensión. Los puntos, por
ejemplo, aunque se repitan infinidad de veces, no producen una
línea, ni una línea infinitamente repetida produce una superficie,
ni la superficie un cuerpo, sino que, para que se produzca la
extensión, será necesario que cada una de las partes tenga ya
alguna extensión. Por lo tanto, estas unidades suyas indivisibles,
aunque se repitan infinidad de veces, nunca se difundirán ni
producirán la extensión, a menos que cada una de ellas contenga
ya algo extenso. Como Vd sabe, se dice vulgarmente que aquellas
cosas que están en un “donde” [in ubi] se penetran mutuamente,
lo contrario de lo que ocurre con las que están en “un lugar” [in
loco], de manera que en la punta de un alfiler podría haber
infinidad de almillas sin que entre ellas se produjera ninguna
extensión. No trato ahora de probar esto, pero muestra sin
embargo que de una cosa no extensa no puede producirse
extensión alguna 616.
Recuerdo que Vd ha dicho muchas veces que, si en
nosotros no hubiera algo activo, no podría haber en nosotros
fuerzas derivativas y acciones; pero, que yo sepa, jamás ha dado
Vd razón alguna de semejante afirmación, a menos que ahora por
fin me la ofrezca, que yo la aceptaré.
Para mostrar en qué se diferencian de los universales las
cosas singulares, dice Vd que “son las cosas singulares las que
498
tienen esencial relación con las partes ciertas de tiempo y lugar, PII
y de ellas abstraemos mentalmente lo universal”. Sin duda; pero 274
¿qué es lo que hace ese orden relacional para que de lo singular
se siga una mutación que de lo universal no es posible deducir?
Cualquiera que sea ese orden relacional, la cosa misma no tiene
en sí más que su propia naturaleza y nada podrá derivarse de ella
que no se contenga en tal naturaleza. Un cuerpo esférico,
cualquiera que sea el tiempo y el lugar, es siempre el mismo y
nada podrá derivarse que no se contenga en la naturaleza de la
esfera.
Mas para no alargarme demasiado, hay algo que debe
admitirse como cierto, y es que o reconocemos en las cosas algún
principio interno de las mutaciones o habrá que recurrir a Dios.
Sin embargo, esto no impide que yo no acabe de entender este
principio interno ni el modo como opera. Fue precisamente esta
dificultad de entender el principio interno lo que indujo a
muchos a acudir a Dios; y admitirá Vd que tampoco puede uno
liberarse de ella hasta que no se explique de forma adecuada el
principio ese y su modo de operar.
Si, por fin, me pregunta Vd qué es lo que yo considero
necesario demostrar, le pediría, en primer lugar, que se me diera
una noción de substancia corpórea; después, cómo se deducen de
ella las fuerzas activas. Para decirlo con un ejemplo, si yo
pregunto cuál es la figura que tiene sus ángulos iguales a dos
rectos, me responderá satisfactoriamente quien me dé en
primer lugar la noción de triángulo o figura cerrada por tres
líneas rectas; y después me demuestre que de ella se sigue la
propiedad pedida; pero no lo hará bien quien responda diciendo
que es la figura que contiene este principio de igualdad. No
pregunto, pues, por qué en las substancias simples haya
percepción y apetito; tampoco pregunto por qué se deriva
(oriatur) de ellas la masa extensa, pues esto parece Vd negarlo,
sino por qué desde ellas aparece (appareat) una masa extensa
sometida a innumerables mutaciones, y por qué razón la
percepción y el apetito producen este fenómeno 617. Mientras
siga ignorando todo esto, confesaré que el tal principio interno
de acción no puedo ni imaginarlo ni entenderlo. Ojalá se me
499
permitiera ver algún ejemplo de las fuerzas primitivas y,
contemplando éste, reconocer cómo se siguen sucesivamente
innumerables mutaciones, mientras permanece, claro está, la
misma naturaleza de las fuerzas primitivas. Una vez yo llegara a
comprender esto, me sentiría haber comprendido algún principio
interno. Lo único que hasta ahora me parece entender es sólo
esto, que existe alguna causa de las mutaciones; pero, cuál sea
esa causa y cómo produce las mutaciones, de todo esto soy
completamente ignorante. Adiós.
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AÑO 1705
Te ruego transmitas las dos cartas adjuntas, una para el Sr. Kuyper y MIII
la otra para el Sr. de Volder, insignes ambos cada uno en su oficio, y 761
500
cierres la primera, si te parece, tras haberla leído.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 33
(sin fecha y sin despedida) 618
GP.II 275-278
501
cada una de forma diversa los mismos fenómenos del universo,
todo lo cual es necesario que se produzca desde una Causa
Común. Es necesario que existan por todas partes estas
substancias simples y que sean autárquicas (αύτάρκεις) (unas
respecto de otras), pues el influjo de unas sobre otras es
ininteligible; de manera que poner en las cosas algo más allá de
esto es cosa inútil ni se sostiene con argumento alguno. En
efecto, como todo debe ser deducido de los fenómenos, yo
pregunto ¿qué indicio tenemos para probar que en ellos hay algo
real más allá de ellos mismos o algo substancial, que no sean las
substancias a las que les nacen desde ellas mismas las
apariencias que en ellos vemos, de acuerdo con las reglas
eternas de la metafísica y de la matemática? Si a esto alguien
quiere añadir alguna otra cosa, nada logrará, trabajará
inútilmente buscando razones y chocará con dificultades
insuperables. Por eso, no andaban del todo descaminados los
Académicos cuando argüían (es verdad que con malos
argumentos o usando mal los buenos) contra todo aquello que
fingimos fuera de nosotros mismos, esto es, fuera de nuestras
almas o substancias simples. Yo, en cambio, lo único que pongo
por todas partes y en todas las cosas es aquello que
generalmente todos admitimos en nuestra alma, a saber, las
mutaciones internas espontáneas, y de esta manera resuelvo
todo el problema mediante un solo argumento. De acuerdo con PII
todo esto, ¿cuáles son los cuerpos que yo pongo? Las fuerzas 276
corpóreas, o sea, έν τοίς φαινομένοις, si es que ha de entenderse
que éstas añadan algo a las substancias simples o sus
modificaciones; por eso decimos correctamente que el arco iris,
aunque no es substancia, es una cosa, esto es, un fenómeno [real,
o sea, bien fundado, que no engaña las expectativas de quien
procede racionalmente]; pues no sólo la vista, sino también el
tacto tiene sus fenómenos, [y tales son las masas corpóreas
como entes de agregación, cuya unidad depende del percipiente]
619
.
En la masa de la extensión o, mejor, de los extensos o,
como yo prefiero decir, en la multiplicidad de las cosas, afirmo
que existe no una unidad, sino unidades innumerables.
502
Yo no habría dicho que “el universo corpóreo está
compuesto de una única substancia afectada de infinitos modos
diversos”, aunque puede decirse que la materia, considerada en
sí misma (esto es, en cuanto pasiva), es por todas partes
semejante a sí misma. [Se puede decir, en efecto, que la materia
es real en cuanto que es en las substancias simples la razón de lo
que en los fenómenos observamos como pasivo]. La verdadera
substancia no está en la totalidad agregada, sino en cada uno de
los singulares que se agregan, de la misma manera que en el
océano no hay una única substancia o cosa, sino que cada gota
contiene otras cosas, aunque aceptáramos que todas las gotas
están hechas de una masa semejante. Por lo demás, tanto el agua
antes de formarse las gotas, como la masa de marfil, que Vd
alega, antes de formarse las estatuas, están actualmente
divididas, y lo mismo ocurre con cualquier masa, mientras que en
la extensión matemática, con la que entendemos los posibles, no
hay división actual ni más partes que las que hacemos con el
pensamiento, ni hay primeros elementos, como tampoco en los
números fraccionarios se da un mínimo que sea elemento de los
restantes. [Así pues, el número, la hora, la línea, el movimiento o
grado de velocidad y demás cuantos ideales o entes
matemáticos, no son en realidad agregados de partes, puesto
que en ellos está totalmente indefinido el modo como uno quiera
hacer la asignación de partes; y esto debe ser absolutamente
entendido así, porque no significan otra cosa que la mera
posibilidad misma de asignar partes de cualquier manera] 620.
Si no hubiera divisiones de la materia en la naturaleza, no
habría cosas distintas, ni siquiera habría más que mera
posibilidad de cosas: es, por el contrario, la división actual en las
masas la que hace distintas a las cosas que vemos y supone las
substancias simples. Pero se equivocaría gravemente quien
creyera (como pienso que muchos hacen de manera vulgar) que
existió alguna vez o pudo existir una cierta materia o masa por
doquier uniforme y quiescente, y que por la división de ésta PII
surgieran las cosas, o por reposo volvieran a sumergirse en ella. 277
Quienes tienen la mente ocupada con tan burda imagen no sólo
olvidan otros aspectos, sino sobre todo aquél que hace tiempo ya
503
le demostré a Sturm, a saber, que de esa manera no habría
fundamento alguno para distinguir entre sí las cosas corpóreas,
puesto que, cualquiera que fuera el movimiento que de esa
manera quisiera uno imaginar, siempre la sustitución se haría
entre cosas exactamente equivalentes 621. Sorprende, pues, que
haya podido extenderse semejante opinión con la que se
destruyen todos los fenómenos. Naturalmente, mucho menos
surgirán de tal masa las almas o seres percipientes, que existen
no sólo en nosotros sino por todas partes en las cosas, tal como
la uniformidad en la variedad de la naturaleza mostrará a
cualquier estudioso 622. Quienes imaginan, pues, el origen de las
cosas desde esa materia a la que me he referido, palpan las
sombras en vez de las cosas, confunden la substancia con la
extensión, algo en sí ideal consistente en la relación lo mismo que
el número y el tiempo, y forman las cosas con ideas como si
fueran números pitagóricos. Y aunque se añada a la extensión la
impenetrabilidad, no por ello es todavía algo completo que
permita dar razón del movimiento, ni menos todavía dar razón de
las leyes del movimiento, ni siquiera de las diferencias que
observamos.
La difusión, que yo concibo en la extensión y que a Vd
parece suscitar la sospecha de no sé qué oculta paradoja, no
pretendo que sea otra cosa que aquella continuación en la que la
parte es semejante al todo, al modo como concebimos la
blancura difundida en la leche, la misma dirección en la línea
recta e igual curvatura en la circunferencia 623. Porque lo que se
difunde no son mis unidades o substancias simples (como
vulgarmente concebimos el flujo de un punto), ni éstas
constituyen un todo homogéneo, pues la homogeneidad de la
materia no se obtiene más que por abstracción de la mente,
cuando pensamos sólo lo pasivo y, por ello, incompleto 624.
Yo creía haber expuesto ya “la razón por la cual las
fuerzas derivativas y las acciones presuponen algo activo”; en
todo caso, lo hice públicamente en mi respuesta a Sturm 625.
Pero me complace haberlo probado ahora para Vd.
Las cosas singulares contienen el infinito; para la
formación de los universales, por el contrario, abstraemos
504
mentalmente ciertas circunstancias y eliminamos otras
muchísimas. Así que sólo en lo singular se da una noción completa
y, por eso, contiene sus propias mutaciones. El cuerpo esférico,
perfecto en todos sus términos, no se da en la naturaleza en
parte alguna; lo formamos mentalmente eliminando las
imperfecciones. Dígase lo mismo de cualquier otra figura que una
mente finita pueda formar, la cual en ninguna parte puede
existir con exactitud. La ordenada relación esencial que cada
singular tiene con el tiempo y el lugar ha de entenderse, pues, en
relación a los contenidos en tiempo y lugar tanto próximo como
remoto, que todo singular ha de expresar necesariamente, de
manera que en él pueda leerse el universo entero por un lector
de infinita perspicacia 626. PII
Pregunta Vd finalmente “por qué en mí o en cualquier otra 278
substancia verdadera se producen estas apariencias”. Respondo:
de las apariencias precedentes se producen las siguientes de
acuerdo con las leyes metafísicas y matemáticas de la eterna
verdad. Y la razón por la cual se dan unas determinadas
apariencias es la misma razón por la que existe el universo. Por
todo ello, verá Vd fácilmente que las substancias simples no
pueden ser más que fuentes o principios (y, al mismo tiempo,
sujetos) de otras tantas series de percepciones, que se
desarrollan ordenadamente y expresan con la máxima y
ordenadísima variedad la misma universalidad de los fenómenos
mediante los que la Suprema Substancia difundió, en cuanto es
posible, su propia perfección en las substancias múltiples que de
ella dependen, y a las que hemos de concebir como
concentraciones del universo y (unas más que otras) como
imitaciones de la divinidad. No creo que puedan entenderse, ni
siquiera incluso (en conjunto) desearse, otras razones de las
cosas: o así debieron existir o de ningún otro modo.
(Sin despedida)
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505
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 180
Gröningen, 18 abril 1705
GM.III 761-763
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Por carta del Rvdo. Señor Johannes Braun he sabido que preparas tu MIII
763
marcha y que has decidido volver a tu Patria. Deseo muy de veras que todo
te salga felizmente. Como, si no me equivoco, conservas mi respuesta a las
objeciones del ilustre Bayle contenidas en la última edición de su
Diccionario, te ruego que, una vez sellada y puesta a mi nombre, se la dejes
a este amigo a fin de que, cuando llegue la ocasión, me la pueda transmitir.
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506
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 182
Gröningen, 11 julio 1705
GM.III 764-765
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507
Hannover, 14 julio 1705
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508
LEIBNIZ A JOHANN BERNOULLI
Carta 185
Hannover, 28 julio 1705
GM.III 770-772
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Desde mi regreso a la Patria con toda mi familia tras un viaje lleno MIII
de peligros, preocupaciones y hastío (pues durante él dos de mis hijos, 772
débiles, cayeron en grave enfermedad con peligro de muerte), eres tú entre
los primeros a quien he querido escribir. Seguramente ya sabrás la gran
desgracia que nos ha caído, y a mí al que más, con la inesperada muerte de
mi hermano; recibí con estupor la triste noticia cuando estaba en
Ámsterdam y, al mismo tiempo, supe que se habían celebrado las exequias
el mismo día en que yo partía de Gröningen, él hacia la Patria celeste, yo a
la terrestre. ¡Inescrutable destino! Sin el cual ahora estaría yo en Utrecht,
509
pues, una vez rendida visita a mis padres, parientes y amigos, tenía
intención de volver a Holanda pasados algunos meses y aceptar la cátedra MIII
de Utrecht, toda vez que, aun habiendo rechazado la primera oferta que las 773
Autoridades me habían hecho, ahora tras mi partida de Gröningen me
reclamaban por segunda vez en condiciones muy ventajosas. Pero la Patria
me retiene con lazos y compromisos, quieren que suceda al hermano
difunto: de manera extraordinaria y extremadamente honorífica el Senado
Académico me ofreció la sede vacante; se reunió conmigo en mi casa de
forma colegiada y me abrumó con ruegos y promesas muy halagadoras;
además, y a fin de retenerme bajo su autoridad, se reunieron los
Magistrados y decretaron para mí un aumento especial, además del salario
ordinario. Así que, dando de lado a tantas y tan grandes ofertas extranjeras,
he prestado oídos a estos y otros ruegos y, sobre todo, a la insistencia de
mis padres y amigos, a fin de hacer felices, no precisamente a mí, sino
sobre todo a mi esposa y mis hijos, que han de sobrevivir después de mi
destino, y porque, además, las promesas hechas a cada uno de ellos son
cosas que hay que cumplir. También he rechazado la invitación de Leiden
que, a mi paso por Utrecht y con la aprobación del Ilustre Obdamio y de
los restantes Procuradores de la Academia Leidense, me hizo el ilustre de
Volder, rogándome insistentemente que aceptara sucederle; y para
retenerme en Holanda, quería él abandonar la docencia (que durante 35
años ha ejercido con suma excelencia) y pasármela a mí. He aquí, pues, que
al fin soy profesor de matemáticas en Basilea. Con la ayuda de Dios,
emplearé todos mis esfuerzos en honrar mi nuevo puesto con la misma
eficacia y el mismo reconocimiento que el anterior. Ahora, por el momento,
distraído con tantos pensamientos y agobiado por tantas ocupaciones, no
puedo prestar atención a las cuestiones matemáticas. Adiós.
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510
(resumen)
P II
278
En el reciente número de septiembre del Diario de los
Eruditos, de Amsterdam, he admirado los Elementos de
Geometría editados <bajo el nombre> del Duque de Borgoña; pero
más todavía me ha llamado la atención lo que allí se dice acerca
de las unidades según mi doctrina. Pues, quienquiera que lo haya
escrito ha dejado sin resolver la dificultad, al afirmar que los
geómetras defienden que la extensión no consta de puntos,
mientras que para los metafísicos la materia debe resultar de las
unidades o substancias simples. En realidad, la materia no es algo
continuo, sino algo discreto dividido actualmente hasta el
infinito, aunque ninguna parte de espacio asignable está
desprovisto de materia. Sin embargo, el espacio, como el tiempo,
no es algo substancial sino ideal, y consiste en posibilidades u
orden relacional, igualmente posible, de los existentes. Así que
en él no hay más división que aquélla que la mente hace siendo la
parte posterior al todo. Por el contrario, en las cosas reales las
unidades son anteriores a la multiplicidad, y no hay
multiplicidades sino por las unidades. [Dígase lo mismo de las
mutaciones, que no son realmente continuas]. P II
Los extremos de una línea no coinciden con las unidades de 279
la materia. En una misma recta no pueden concebirse tres puntos
continuos. Pero concebimos dos: el extremo de una recta y el
extremo de otra recta, desde la cual se da un mismo todo; del
mismo modo que en el tiempo hay dos instantes: el último de la
vida y el primero de la muerte.
Una unidad no es tocada por otra unidad, sino que hay una
perpetua trans-creación en el movimiento; así, por ejemplo, si una
cosa está en proceso de continuar sus mutaciones por un tiempo
asignable, debería darse su penetración en el tiempo posterior
inmediatamente próximo; pero, como se exige evitar la
penetración para producir el orden en las mutaciones, deberá
estar cada punto en lugar distinto 629.
Puede entenderse el espacio como repleto de infinitas
maneras por la materia dividida actualmente en partes. Ejemplo,
si a tres círculos tangentes entre sí les interponemos otros tres
511
también tangentes entre sí, y a éstos otros tres, tendremos un
modo de llenar el espacio en los ángulos distinto que en el medio.
Otra manera de llenar es si en el espacio inscribimos siempre el
máximo círculo tangente a todos los círculos que incluyen el
espacio. Mediante las mutaciones actuales también el tiempo se
resuelve en unidades de duración, es decir, en otras tantas
creaciones infinitas en número. Pues del tiempo no existen sino
instantes 630.
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Me alegra profundamente que hayas llegado sano y salvo con los MIII
tuyos y siento muy de veras que no hayas encontrado vivo a tu hermano 631. 774
Yo esperaba de vuestra mutua comunicación y colaboración grandes frutos
para la República de las Letras y para vosotros mismos. Pero Dios lo ha
querido de otra manera y habremos de conformar nuestra voluntad con la
divina.
Me gustaría que se conservara todo lo que él dejó y se pusiera al
servicio público. Por lo que a ti respecta, te felicito gozando ya de la Patria
y de los amigos, y confío en que así lo será por mucho tiempo. No dudo de
que esta grata solución de tus asuntos será para ti un acicate a fin de
proseguir en tus meritorios trabajos.
Siempre he estado muy dispuesto en favor del excelente Hermann.
De manera que, si consulto con el Sr. de Volder o si se ofrece alguna otra
ocasión para recomendarle, no faltaré a ello. Estoy a la espera de su
respuesta a la carta que le escribí manifestándole el dolor que nos ha
producido en la Sociedad Berlinesa la noticia de la muerte de tu ilustre
hermano y ofreciendo en su nombre a la Sra. viuda, a los hijos y parientes
la expresión de nuestro sentimiento, que de manera muy especial va
también dirigida a ti. Por mandato de la Sociedad reitero que ésta guardará
siempre la memoria de un hombre tan ilustre. Se redactará su elogio, que
publicarán las Acta Eruditorum.
Por lo que veo, están vacantes las plazas de profesor de matemáticas
en Gröningen y en Utrecht, y la de Leiden semivacante, si, como dices, de
Volder pensaba en ti. Me temo, sin embargo, que ésta última vaya a parar a
alguna otra persona.
512
Es una lástima que aquí en nuestra Germania apenas haya alguien
que se ocupe en hacer avanzar algo nuestro análisis. El joven aquél suevo,
que me saludó en Berlín, y que tú también conocías (Jenich (¿) se llamaba,
si no me equivoco), parecía ocuparse algo de esta ciencia, pero no había
hecho grandes progresos. Tampoco sé si el Sr. Wolff, que ha editado en
Leipzig una disertación sobre nuestro cálculo, los ha hecho mayores.
Espero, sin embargo, que éste último progresará algo más pues el otro, si
no me equivoco, se ocupaba más de la práctica 632.
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513
familiares y allegados del difunto que la Sociedad Berlinesa se haya
dignado testimoniar su dolor ante la noticia y haya celebrado también ella
misma su oficio fúnebre 635.
De Volder me escribe informándome que ya ha abdicado de sus
obligaciones profesionales, conservando su salario de mil florines
holandeses y todos los honores y emolumentos académicos con el título de
profesor emérito. Si hubiera previsto que yo no iba a orientarme hacia su
provincia, seguramente no habría renunciado tan pronto; pero, como
manifestó su voluntad con excesiva precipitación, no ha podido después
honestamente volverse atrás. Entre tanto, le ha sucedido el Sr. Bernard,
francés, redactor de Les Nouvelles de la République des Lettres, pero no
como profesor perpetuo, sino como lo que llaman Lector provisional,
mientras se decide convocar a un profesor más apto. Los de Leiden siguen
esperando que en algún momento podrán pensar en mí con más éxito,
cuando cambie aquí mi situación. Y, si te he de decir la verdad, todavía mi
alma añora Bélgica, cosa que no oculté a de Volder; en realidad, nada me
impide satisfacer mi deseo sino el hecho de que, mientras vivan algunas
personas, no estoy del todo libre; por eso, me alegra que todavía siga
abierta para mí la puerta de Holanda.
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514
transmitirse cómodamente al mercado natural de Leipzig. MIII
También editarás, supongo, tu discurso de alabanza del nuevo 778
análisis, que esperaré con la misma ocasión.
Yo no tenía información suficiente de los conocimientos del Sr.
Bernard, francés, y editor de las Nouvelles de la République des Lettres; así
que ignoraba que su excelencia en física fuera tanta como para suceder a de
Volder.
La disertación del Sr. Wolff acerca de nuestro análisis no va más allá
de los datos elementales, o sea, mi algoritmo.
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AÑO 1706
515
venido, al fin, a añadirse la marcha de nuestro amigo Bernoulli,
que me había proporcionado mi acceso a Vd. Todas estas cosas
me han hecho más perezoso para escribir temiendo que, recocida
una y otra vez mi mollera, no hiciera más que incomodarle. Así
que, fuera de las cosas que anteriormente le escribí y que en
estas pocas palabras se contienen, no me queda nada que añadir. PII
Sobre los escritos de Huygens y Hudde, acerca de los que 280
Vd pregunta, esto es lo que hay. Entre los escritos de Huygens no
hemos encontrado nada nuevo que se considere apto para editar.
Pero sus escritos se conservan en la biblioteca de nuestra
Academia, a la que él los legó. De los huddenianos nada espero,
puesto que, de acuerdo con las cláusulas de su testamento, todos
fueron entregados a Dedelius, nieto de su hermano, ahora
consejero municipal (scabinus) en Amsterdam, pero ignorante de
las matemáticas. Recuerdo haber visto con frecuencia en casa
del difunto un libro en 8º bastante grueso, y le oí a él decir que
allí se encontraban descritos muchos descubrimientos suyos;
pero, no pudiendo ni él mismo apenas entenderlos, cuánto menos
podrán ser entendidos por otros. Sea de ello lo que fuere,
cayeron en unas manos de las que nada espero 638.
Quizás le haya llegado a Vd el rumor de que he abandonado
las obligaciones académicas y que hice cuanto pude para que me
sucediera nuestro común amigo Bernoulli 639, pero en vano pues
fue promovido a su Basilea. De momento, ha sido a nuestro Sr.
Bernard, redactor de las Nouvelles de la République des Lettres,
a quien han concedido la facultad de enseñar filosofía y
matemáticas, pero no le han dado el título de profesor, a la
espera, supongo, de la resolución del asunto 640. El ilustre
Bernoulli me recomendó al Sr. Hermann 641 que, cuando pasó por
aquí hace pocos años, polemizó conmigo y del que he visto en las
mismas Nouvelles algunos interesantes trabajos sobre
matemáticas. Invoca nuestro amigo el testimonio de Vd sobre el
Sr. Hermann 642; pero nada añade sobre lo que éste pueda
aportar en filosofía o metafísica. De todas maneras, si sobre
esto sabe Vd algo más, no deje de comunicármelo, pues en algún
momento puede serle útil 643. Aunque estoy convencido de que
nuestra gente no va a hacer nada de inmediato, sin embargo no
516
dudo de que el testimonio de Vd, que los nuestros sin duda
valorarán mucho, también a él le será muy provechoso, si la
ocasión se presenta. No me queda sino hacer votos para Vd en
este año que ya hemos inaugurado y en otros muchos futuros,
prósperos y felices. Adiós.
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LEIBNIZ A DE VOLDER
Escrito 36
Hannover, 19 enero 1706
GP.II 281-283
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517
(Aquí introduce Leibniz una variante de lo que va a decir a
continuación. Este importante párrafo dice así):
518
percepción anterior se sigue una nueva. Y esto, que suele
admitirse por los filósofos tanto antiguos como modernos para
ciertos casos, o sea, en las operaciones voluntarias del alma,
opino yo que puede darse siempre y en todo lugar, y es suficiente
para la explicación de todos los fenómenos, dada la gran
uniformidad y simplicidad de las cosas 646.
Entenderá Vd fácilmente por todo esto que no se
destruyen sino que se conservan las substancias materiales, con
tal de que no las busquemos fuera, sino έν τώ δυναμικώ, es decir,
en la fuerza activa y pasiva de los percipientes, que se ejerce a
través de los fenómenos; que la extensión, lo mismo que el
tiempo, la masa, y el movimiento que de la variación de éstos se
produce, no menos que las cualidades reales, se muestran en los
fenómenos y existen νόμω más que φύσει, como decía Demócrito.
Esto mismo se comprueba también por la naturaleza transitoria y
respectiva del movimiento y por el famoso laberinto del continuo,
en el que nos enredamos por un erróneo concepto del tiempo, del
espacio y de la masa.
En las cosas reales la cantidad es discreta, esto es, una
multiplicidad resultante de verdaderas unidades; la cantidad
continua, que no se ve pero es exacta, pertenece a lo ideal y a las
posibilidades, puesto que envuelve o implica algo indefinido o
indeterminado, que la naturaleza actual de las cosas no admite.
647
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - - - -
519
parte, tengo por demostrado (como ya alguna vez he escrito,
aunque todavía no haya logrado explicarlo todo ordenadamente
de forma que pueda ofrecer a los ojos de los demás una
demostración cómoda) que es esencial a la substancia el que su
estado presente envuelva o implique los futuros y viceversa, y
que no puede buscarse en otro sitio la fuerza o razón del paso a
nuevas percepciones 648.
Es evidente también por todo lo dicho que en las cosas
actuales no hay más que cantidad discreta, o sea, en cualquier
agregado sensible que responde a los fenómenos hay una multitud
de mónadas o substancias simples mayor que cualquier número
dado. Pero la cantidad continua es algo ideal que pertenece a los
posibles y a los actuales en tanto que posibles 649. Es decir, el
continuo envuelve partes indeterminadas, mientras que en las
cosas actuales nada es indefinido puesto que en ellas cualquier
división que fuera posible está ya hecha. Lo actual se compone
como el número se compone de unidades; lo ideal, como el número
se compone de fracciones: en un todo real hay partes actuales,
pero no en uno ideal. Lo que ocurre, sin embargo, es que nosotros,
confundiendo lo ideal con las substancias reales cuando buscamos
partes actuales en el orden de los posibles y partes
indeterminadas en el agregado de los actuales, nos precipitamos
en el laberinto del continuo y caemos en contradicciones
inexplicables. Por otra parte, la ciencia del continuo, esto es, la
ciencia de los posibles, contiene las verdades eternas, que nunca
son violadas por los fenómenos actuales, pues la diferencia entre
éstos y ellas es siempre menor que cualquiera asignable dada. No
tenemos, pues, ni podemos desear en los fenómenos ninguna otra
prueba de realidad más que el hecho de que concuerdan entre sí
y con las verdades eternas 650.
Me duele que hayan desaparecido muchos excelentes PII
pensamientos de los insignes varones Huygens y Hudde. El 283
primero, no mucho antes de morir, había formulado de modo
enigmático en las Acta Eruditorum un nuevo invento para
perfeccionar el uso del péndulo en los navíos; pero me temo que,
como quiera que sea, haya perecido. Adiós y cuídese.
PS. El Sr. Hermann, hombre docto residente en Basilea, de
520
quien pide Vd mi opinión, es excelente en matemáticas, como Vd
sabe. Si sobresale en otras materias, no lo tengo constatado,
pues de ello no he hablado nunca con él, ni me he comunicado por
carta más que sobre asuntos matemáticos; no dudo, sin embargo,
de que quien es capaz de lo más lo es también de lo menos;
cuando se dedicaba a la teología, cultivó la filosofía.
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521
tratamiento didáctico más cómodo que el del libro Análisis de los
infinitamente pequeños 652, además de que éste último esta escrito en
francés, idioma que no todos mis discípulos entienden.
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INTERLUDIO I
(Jacob Hermann)
522
por la originalidad de la ciencia del filósofo, va a enviar a éste una reescritura
matemática del principio fundamental de la Dinámica (cfr. supra nota 455)..
* * *
Desde octubre de 1704 Jacob Hermann mantuvo una intensa correspondencia
matemática con Leibniz, también hasta la muerte de éste. El tema inicial fue la
sugerencia de Leibniz al joven matemático para expresar los determinantes de dos
ecuaciones de segundo grado en su nuevo lenguaje diádico (Documentos 1-3). Siguió
un interesante debate sobre series infinitas, elaboración de ecuaciones diferenciales,
perfeccionamiento del nuevo cálculo, diversos métodos para encontrar los divisores de
una ecuación al estilo newtoniano, el cálculo de la fuerza tangencial…etc, para
desembocar (desde el Documento 43, diciembre 1708, GM.IV 342) en algo que para
Hermann era un proyecto fascinante: reescribirle a Leibniz desde un punto de vista
estrictamente matemático a priori el propio principio fundamental de la Dinámica, en el
contexto de un libro que estaba escribiendo sobre la mecánica de fluidos. Traduciré
estas últimas cartas (Documentos 55-76, desde 9 abril 1711 a 3 diciembre 1715) en todo
lo que se refiere a la demostración a priori de la Dinámica.
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523
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524
(Sigue la polémica sobre la transformación de curvas, 790s.
Hermann espera a que le llamen de Padua. [Cfr. Hermann a
Leibniz 14 abril 1706, Documento 17, GM.IV 296]. Se sorprende
de que Saurin haya admitido someterse al juicio inepto de Gallois
y de De la Hire [nota 627], y vuelve a rechazar los argumentos de
éste sobre la curvatura que sufre un rayo de luz que atraviesa un
medio continuamente deformado, que no es, como creía De la
Hire, una cicloide, y que hasta su sobrino Nicolás (hijo de su
hermano menor) ha resuelto [supra nota 185], 791s).
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(Está muy ocupado con la visita del rey de Prusia, cuyo hijo,
Friedrich Wilhelm, va a contraer matrimonio con Sofía Dorotea,
hija del Elector, 793. Sigue la polémica sobre el trazado de curvas
525
y los errores de De la Hire, 793s. El problema de la exactitud en
la construcción de las tablas astronómicas. Flamsteed tardó en
entregar a Newton sus observaciones celestes, cuando éste
escribía su teoría de la luna, 794).
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526
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 197
Basilea, 11 septiembre 1706
GM.III 796-801
527
emplearlas. De esta manera, ha ido poco a poco incrementándose y
perfeccionándose este cálculo, al practicarlo tanto él como yo
continuamente. Cuando por fin marché a París, le expliqué a De L’Hospital
todas nuestras reglas, las del cálculo diferencial y las del integral; y en el
libro editado por él más tarde fui yo quien le proporcionó no sólo los
fundamentos, como tú insinúas, sino toda la materia, como consta
plenamente por manuscritos y un montón de cartas que todavía conservo y
que han visto con frecuencia muchos hombres doctos y dignos de crédito;
de manera que con no menor derecho podría yo decir de esta obra lo que
Virgilio de sus versos plagiados por otros:
Yo hice esta tablilla; otro se llevó los honores,
Así vosotros, no para vosotros etc 657.
En cuanto a todo lo demás de tu escrito, no tengo ninguna otra
observación que hacer, sino desear que vea la luz cuanto antes. No te lo
devuelvo, para no hacer más pesado el paquete, pues no dudo de que
conservarás el autógrafo. Adiós.
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528
me puse a pensar en las diversas técnicas para regresar o sumar y, por
cierto, con gran éxito ya entonces, como mostró la práctica. Lo que
últimamente he publicado sobre cuadraturas racionales ya entonces lo
tenía, pues una vez descubierta la reducción de fracciones compuestas a
simples para series numéricas era fácil hacer lo mismo para las cuadraturas
de figuras. Todo esto tiene ya treinta años.
Pero si tú has descubierto en sumatorios o integrandos alguna técnica
que a mí se me haya escapado, gustosamente la reconoceré con la nobleza
que siempre te he mostrado.
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AÑO 1707
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529
Carta 200
Berlín, 1 febrero 1707
GM.III 810-812
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530
engreído y pertinaz; de todos era conocido que era adversario de
nuestro cálculo, 816. A Röhmer le plagió De la Hire el invento
de los dientes epicicloidales, invento que aquél comunicó a
Leibniz en persona cuando estaban en París [cfr. supra nota 467].
Será muy grato publicar en Miscelanea lo que Bernoulli está
haciendo sobre giros de curvas “multigibas”, 816. Fontenelle le
hace saber a través de un amigo que en el Diario Holandés de
Bernard se ha publicado una mala recensión de su historia de
nuestro cálculo, 816).
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JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 203
Basilea, 12 agosto 1707
GM.III 817-818
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531
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AÑO 1708
532
Hannover, 15 marzo 1708
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533
las Memoires de Trevaux algunas cosas mordaces, pero en realidad
estúpidas. Estos hombres no entienden que tanto en la geometría como en
nuestro análisis no necesitamos enredarnos en las controversias metafísicas
acerca de la composición del continuo, pues nos bastan los indefinidamente
pequeños, esto es, tan pequeños que el error sea menor que cualquier error
dado; o lo que es lo mismo, cumplir la regla de la continuidad establecida
ya por mí hace tiempo en las Nouvelles Litteraires de Bayle, según la cual
el caso especial de una realidad evanescente se contiene en la regla general,
axioma éste que también mostré que es útil en la física 659.
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AÑO 1709
534
Hannover, 25 abril 1709
GM.III 839-840
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535
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 212
Basilea, 2 julio 1709
GM.III 843-848
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536
JOHANN BERNOULLI A LEIBNIZ
Carta 214
Basilea, 1 octubre 1709
GM.III 845-846
(Le envía esta carta por conducto de Burnet, hijo del obispo de
Salisbury, joven excelente, dotado de grandes cualidades, erudito
y “no mal versado en nuestro cálculo”, 845. Nicolás Bernoulli
está satisfecho de que a Leibniz le haya gustado su disertación De
usu artis conjectandi in jure, y aprovecha la ocasión para
manifestar a Leibniz, a través del tío, su deseo de encontrar una
plaza de profesor de matemáticas. El mejor trabajo, superior al
Essay sur les yeux de hazard de Rémond de Montmort y a todos,
es el del difunto Jacob).
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AÑO 1710
537
segunda edición algunos errores, incluso algunos paralogismos,
que yo detecté en la primera [La segunda edición de los Principia
no salió hasta 1713, con el famoso prefacio de Cotes], 849.
Hermann le escribe diciéndole que está preparando su Mecánica
de Fluidos, que será una recopilación de trabajos anteriores
dispersos, 849).
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538
(Bernoulli está asombrado de la prodigiosa actividad de Leibniz
“ante la que yo sucumbiría”, dice. Por eso, no se atreve a pedirle
más. Sólo una cosa: puesto que llevan escribiéndose tantos años y
aún no han logrado verse personalmente, desea le envíe un retrato
suyo, 852. Scheuchzer, el mayor, ha escrito una Física, que
pretende dedicar a Leibniz; ignora Bernoulli si el autor está en
posesión de “nuestra Geometría más profunda”. Se complace en
explicar a Leibniz algunos paralogismos de la 1ª edición de los
Principia de Newton. En la pág. 48 ---dice--- demuestra Newton
que la fuerza centrípeta que tiende al centro de la elipse está en
razón directa de la distancia del cuerpo que gira en torno a dicho
centro; y en la pág. 49, Corolario 1º, concluye: luego la conversa
será también verdadera y, por lo tanto, cuando la fuerza centrípeta
sea como la distancia, entonces el giro del cuerpo será
necesariamente una elipse. Igualmente, poco después, pág. 50, 51,
52, 53 y 54, demuestra que la fuerza centrípeta que tiende hacia el
centro de la sección cónica está en razón inversa del doble de las
distancias, para concluir en la pág. 55, corol. 1º, que también la
proposición conversa será verdadera, o sea, si las fuerzas
centrípetas están en razón inversa del doble de las distancias al
centro de las fuerzas, entonces esa curva será una sección cónica.
Aunque materialmente verdaderas las dos series de proposiciones
---replica Bernoulli---, son fundamentalmente paralogísticas,
“formalmente viciosas, aunque materialmente verdaderas”.
Debería Newton demostrar previamente que este género de curvas
compete sólo a la sección cónica y a ninguna otra curva, pues,
tratándose de ecuaciones diferenciales de segundo orden, podría
ocurrir que alguna otra curva, una transcendente por ejemplo,
satisficiera también el problema, etc. Sigue exponiendo otros
paralogismos de los Principia, 853-855) 663.
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539
Escribir la física en lenguaje matemático es una cosa grande y
deseable. Algo de este estilo es lo que hace poco he recibido de un varón MIII
docto, holandés, cuyo nombre ahora no tengo a mano, pues no estoy en 856
casa. Diserta él largamente sobre la naturaleza del cuerpo y del
movimiento; pero no estoy en absoluto de acuerdo, como ya le he
manifestado. En todo caso, hay que animar sobre esta idea a todos aquéllos
que lo intentan y, entre ellos, a nuestro doctísimo Scheuchzer, de quien
cabe esperar grandes cosas. Honorato Fabri, Carlos Renaldus y Francisco
Lana, y últimamente Joh. Christoph Sturm, han escrito grandes obras de
este género; y aunque no siempre han conseguido su objetivo, casi siempre
nos enseñan algo; a este respecto, me gustaría que se editara la Física
póstuma de Sturm 664.
PS. (…) No sé si has visto los escritos médicos de George Ernest
Stahl, profesor en Halle, que está construyendo una curiosa reforma de la
filosofía y de la medicina; sostiene extrañas doctrinas sobre el alma y
contra la filosofía mecánica; niega los espíritus animales, desprecia la
utilidad de una anatomía más minuciosa, y defiende otras paradojas; y, sin
embargo, encuentra quien le aplaude. Un excelente varón, amigo mío y de
él, al ver que a mí no me gustaban estas afirmaciones, me indujo a enviarle
algunas observaciones, a las que el Sr. Stahl ha respondido no sin
arrogancia. Ahora estoy ocupado en replicarle. Cuando llegue el momento
te lo enviaré todo puesto que tú eres médico y te pediré opinión. Entre
tanto, te ruego que leas los escritos stahlianos, sobre todo su Teoría Medica
editada hace poco, si es que la encuentras entre vosotros 665. También el Sr.
Hartsoeker me ha pedido objeciones a sus Conjecturae. Le he enviado
algunas, pero él las ha incluido (sin citar mi nombre) y las ha refutado en
sus Ecclaircissements 666.
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540
Varignon, M. De L’Hospital y su esposa; y espera conseguir uno
de Newton), 858s. Acaba de recibir el primer número de
Miscelanea Berolinensia, que le ha enviado Jablonski y va
comentando los diversos trabajos en ella incluidos, entre otros, la
presentación por Leibniz de su máquina aritmética y la Historia
inventionis phosphori. Pero ---le dice--- en tu Symbolismus
memorabilis calculi algebraici et infinitessimalis, in
comparatione potentiarum et differentiarum [Misc. Berol. 1710,
pars III, p. 160; nueva ed. en LAMARRA, A.-PALAIA, R. o.c.
vol. II, n. 119, p. 724-729] has olvidado, quizás porque hace de
ello más de quince años, que fui yo quien estableció que
d −1 , d −2 , d −3 , etc. equivalía a ∫ +1 , ∫ +2 , ∫ +3 etc, de donde extraje la
regla universal para expresar en serie la suma de las diferenciales
o integral ∫ ydx , que poco antes había publicado en las Actas,
859s).
541
es proporcional al cuadrado de la velocidad; en efecto, está en razón
compuesta tanto de dicha velocidad como de la superficie áspera vencida
en tiempos iguales; pero tales superficies vencidas en tiempos iguales y
debidas a iguales rugosidades estarán en razón de las velocidades mismas
de dichas rugosidades, que supongo homogéneas; por lo tanto, lo que se
produce es la relación de las resistencias en razón duplicada de las
velocidades. Pág. 374: “por lo tanto, cuando las impresiones son, etc” 672.
Subyace aquí un doble error: el primero es que las impresiones con las que
los orbes se empujan mutuamente por fricción no están (como supone el
autor) solamente en razón de las fuerzas resistentes, sino también en razón
de sus distancias al centro de los orbes en virtud del mecanismo por el que
los momentos de las fuerzas crecen en razón de sus distancias respecto del
cilindro, y, en las ruedas u orbes, en razón de los radios; el segundo error es
que las fuerzas de resistencia no son sólo como las superficies contiguas y
sus traslaciones (tal como ya he hecho notar comentando la hipótesis del
autor); es decir, son como los cuadrados de las velocidades relativas con las
que los orbes se separan unos de otros. No obstante, cosa admirable, estos
dos errores se neutralizan mutuamente y hacen que los tiempos periódicos
se produzcan tal como se afirma en la proposición. Pero, en la pág. 376,
donde el autor comete los mismos errores, éstos ya no se compensan el uno
al otro y, por ello, se aparta de la verdadera razón de los tiempos periódicos
de las partes de un fluido, cuando se trata de un vórtice infinito agitado por
una esfera que gira sobre su propio eje. El autor define estos tiempos
periódicos en razón cuadrada de las distancias al centro de la esfera 673; yo,
en cambio, en razón sesquiplicada de las mismas, totalmente de acuerdo
con los fenómenos observados en planetas y satélites, de manera que los
vórtices cartesianos, contra la opinión del autor (que, apoyado en su falso
teorema, trata de destruirlos en las págs. 381 y 382) 674, están MIII
admirablemente construidos y confirmados. ¡Cuánto habría disfrutado 862
Descartes, si esta razón sesquiplicada de los tiempos periódicos, que por
observación descubrimos compete a los planetas, hubiera podido
demostrarla él por necesidad interna derivada de las partes del vórtice
fluido que por fricción se impelen mutuamente! Los cartesianos se merecen
que se evoque de nuevo seriamente esto frente a Newton, si contra la
acusación de incongruencia quieren reivindicar sus vórtices (que Newton
rechazó como si no respondieran a los fenómenos).
542
él, se contraen por efecto de una cierta crispación. Stenon era también de la
misma opinión. Adiós.
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AÑOS 1711-1712
543
restablecen. Pues bien, si al fluido le atribuyes alguna tenacidad, el
resultado es el mismo; puede, en efecto, concebirse que, cuantas veces el
móvil se libera del contacto con la parte del fluido, otras tantas veces rompe
abruptamente los hilos viscosos que lo retenían. Por lo tanto, si,
prescindiendo de la tenacidad, consideras en el medio dado sólo la
resistencia que se produce por la mole cuando, por ejemplo, la esfera
movida en el fluido se ve obligada a expulsar de su lugar una parte del
fluido, lo mismo se verifica, aunque en virtud de otro principio, que las
disminuciones de las velocidades para iguales elementos de tiempo son
proporcionales a las velocidades. Así, cuando una esfera lanzada por una
máquina atraviesa el aire, describí hace tiempo que, cualquiera que sea el
género de resistencia que utilices, ya sea la mole del aire o la aspereza de la
esfera o la tenacidad del aire, siempre la disminución de la velocidad que en
cualquier momento experimente la esfera será proporcional a su velocidad
residual. Pero serás tú mismo quien juzgue hasta qué medida concuerda
esto con tus opiniones o con las de Newton.
Estoy a la espera de ver qué responde Stahl a mi réplica; haré que MIII
todo te llegue cuando esté concluido. Pero, entre tanto, deseo que hagas por 865
conocer todo lo que os llegue de él, sobre todo su obra fisiológica. Pues
todo lo demás suyo se contiene en disertaciones académicas en gran
número editadas por él mismo. Su estilo es un tanto oscuro.
544
la naturaleza del sujeto, o como si Dios, al producir una acción en los
cuerpos, no lo hiciera mediante los modos apropiados a la naturaleza de los
mismos. Todavía promete más cosas, en las que se ve de inmediato lo no MIII
866
poco alejado que se encuentra de los principios filosóficos, aunque, la
verdad, esto lo comparte con otras muchas personas. Adiós.
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545
Oder, ante la renuncia de Sturm, hijo de Johann Christoph, 868.
De Harsoeker poco hay que decir. Protesta: no tiene
correspondencia alguna con el médico Hottinger. Alguna vez ---
dice--- pasó por aquí, y algo he oído de sus polémicas en Zurich,
que debían de nacer más del teólogo reaccionario que del iniciado
en los misterios de la naturaleza. Pero son más dignos de perdón
que de ira quienes abundan más en buena voluntad que en sano
juicio”, 869).
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546
velocidades perdidas son proporcionales a los tiempos empleados”, como
se ve en el ascenso de los graves, cuyas velocidades ---tú mismo lo
formulaste hace ya tiempo--- decrecen en virtud de la misma ley con la que
lo hace una esfera que penetra por un medio lleno de ligeros pelillos
homogéneamente elásticos. De manera que la medida ha de hacerse de otra
forma. Así: sea g la velocidad íntegra de la esfera, v la residual, la
velocidad perdida g-v; ahora, si el tiempo empleado es t, entonces g-v será
como t; por lo tanto, -dv será como dt; de aquí se sigue que en momentos
iguales serán iguales las disminuciones de las velocidades; pero no se sigue
lo que tú concluyes: que las disminuciones de las velocidades en cualquier
momento sean proporcionales a las velocidades mismas. Al menos en otros
tiempos pensabas de manera distinta a como ahora escribes. Así, por
ejemplo, en tu carta de 29 de julio de 1695 decías: “supongamos (fig. 174)
un punto C de
un medio uniformemente elástico; si AC es el espacio recorrido, CH será la
potencia perdida aplicada al
triángulo BAP, y CE será la
velocidad residual aplicada a la
parábola BED, cuyo vértice es B
678
. Si ahora consideramos también
la resistencia en cuanto que se
produce por la aspereza del cuerpo
movido o por la tenacidad del
fluido, admito que es lo mismo que
si sólo suponemos la elasticidad homogénea del medio; pues, en efecto, las
asperezas pueden compararse con pequeñas protuberancias elásticas que al
raspar el medio se contraen un poco y se restablecen; y la tenacidad
consiste en la dificultad de romper abruptamente los hilos viscosos que lo
retienen cada vez que el móvil se libera del contacto con la parte del fluido.
Pero, si prescindiendo de la aspereza y la tenacidad, consideramos sólo la
resistencia que se produce al desplazarse la mole en el medio, cuando, por
ejemplo, la esfera movida en el fluido se ve obligada a expulsar de su lugar
una parte del fluido, tú dices que, aunque en virtud de otro principio, ocurre
lo mismo, a saber, que las disminuciones de las velocidades para iguales
elementos de tiempo son proporcionales a las velocidades. No alcanzo a
comprender a qué principio te refieres; a mí me parece que, en el supuesto MIII
del que tratamos, no hay que buscar otro principio sin éste: que la 872
resistencia del fluido está en razón duplicada de la velocidad, cosa que todo
el mundo admite y que de manera excelente puede demostrarse
precisamente partiendo de tu medida de las fuerzas. Y una vez admitido
este principio, es fácil demostrar que los decrementos de las velocidades,
para iguales elementos de tiempo, son proporcionales, no a las velocidades
mismas, sino a los cuadrados de las velocidades y, por lo tanto, serán como
las fuerzas residuales. Sea, en efecto, m el móvil, s el espacio recorrido, v la
velocidad, f la fuerza residual, y t el tiempo; según la regla de la medida de
547
las fuerzas, f es como vv y, por lo tanto, -df será como –vdv; pero, según el
principio aquí admitido, -df, esto es, la disminución de las fuerzas, será
como vvds y, por lo tanto (puesto que ds es como vdt) como v 3 dt ; en
dv
consecuencia, -vdv será como v 3 dt , esto es, − como dt: esto quiere decir
vv
que, en tiempos elementales iguales, los decrementos de velocidades –dv
son como sus cuadrados vv. Igualmente, el principio según el cual las
resistencias de los fluidos son proporcionales a los cuadrados de las
velocidades, si recuerdo bien, no sólo lo concediste sino que en tiempos tú
mismo me lo demostraste a mí en tus cartas. No sé, entonces, a qué viene
ahora esto que dices, de que hace tiempo descubriste que “cuando una
esfera lanzada por una máquina atraviesa el aire, cualquiera que sea el
género de resistencia que se utilice, ya sea la mole del aire o la aspereza de
la esfera o la tenacidad del aire, la disminución de la velocidad que en
cualquier momento experimenta la esfera será siempre proporcional a su
velocidad residual”. Por lo que se refiere a la aspereza de la esfera o a la
tenacidad del aire, en cuanto pueden considerarse como elasticidades
uniformes, ya he demostrado que, para tiempos elementales iguales, los
decrementos de sus velocidades son también iguales; y en lo que se refiere
a la resistencia que proviene de la mole del aire que hay que vencer, ves
igualmente que la disminución momentánea de la velocidad tampoco es
proporcional a la simple velocidad residual, sino a su cuadrado. Así que no
estaría de más que repasaras un poco detenidamente todo esto; verás que
cuando lo escribiste sólo te dejaste llevar de la memoria. (…).
De los escritos stahlianos todavía no he visto nada; he oído a un MIII
amigo, que los hojeó casualmente prestados por un extranjero, que es éste 873
un autor excesivamente pagado de sí mismo y poco benévolo con los
demás. De su estilo dice mi amigo lo mismo que tú, que es complicado y
oscuro. De todas formas, tendré mucho gusto en recibir lo que envíes sobre
vuestra polémica.
548
Basilea, 8 abril 1711
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549
Basilea, 3 octubre 1711
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AÑO 1712
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550
(Los problemas del traslado de Hermann; convendría que
cumpliera en Padua todo su contrato, a fin de no perjudicar la
sucesión en favor de Nicolás, 881s. La recensión de Varignon al
libro de Grandi se publicará en las Actas de abril. Aunque puede
decirse ---añade Leibniz--- que la expresión -1 y semejantes
significan “menos que nada”, sin embargo, el paso de -1 á 1 y de
1 á -1 es siempre una razón imaginaria, pues de ella no hay
logaritmo posible 683. Esta afirmación de Leibniz origina con
Bernoulli una polémica sobre la naturaleza de los logaritmos, si
pueden o no ser negativos. [Véase, por otra parte, en el Apéndice
de esta obra algunos aspectos metafísico-matemáticos de la
polémica con Grandi]. Espera mucho del sobrino Nicolás).
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551
que se escribe por ahí. Estoy seguro de que sacará mucho provecho de su
estancia en París. También deberíamos confiar en que se publiquen pronto
algunos inéditos que andan todavía ocultos de tu hermano Jacob.
Y tú mismo, que seguramente tienes también cosas estupendas ya
preparadas, no deberías permitir que se malogren tus trabajos, que nadie
mejor que yo sabrá valorar. Y lo primero que yo desearía es que pienses en
la aplicación cada vez más intensa de la matemática al conocimiento de la
naturaleza. Ya son dignas de ti las cosas que editaste sobre los músculos;
en este terreno podrías hacer muchas cosas que harían comprender la
utilidad de la matemática para la medicina. Como sabes, hay en la
actualidad en Inglaterra, en Holanda y en Francia, una gran polémica sobre
el uso de la mecánica en medicina: algunos niegan que todo se verifique
mecánicamente en las acciones de nuestros cuerpos, entre ellos Stahl, con
quien yo he polemizado por carta, pero tengo la impresión de que ni a sí
mismo se entiende. Otros, por el contrario, opinan que todo podemos
explicarlo mecánicamente. Yo no estoy ni con los unos ni con los otros.
Todo en los cuerpos se produce, en efecto, mecánicamente, pero todavía no
hemos progresado hasta poder explicar mecánicamente todo. Por lo tanto,
no se debe despreciar este estudio de la mecánica, sino cultivarlo cada vez
más. Parece, por ejemplo, que en nuestros órganos algunas operaciones
consisten en continuas vibraciones insensibles que, aun pareciéndonos a
nosotros en reposo, son excitadas por otras contrarias. De manera que el
problema nos conduce a la fuerza elástica. Yo sospecho que la memoria
consiste en cierta conservación de vibraciones, de manera parecida a como
una campana tañida sigue conservando y reverberando el sonido… 684. Así MIII
que no parece que tengamos necesidad del fluido ese que designan con el 885
nombre de espíritus animales, pues éstos pueden reducirse a la fuerza
elástica que, aun no siendo necesaria en la práctica, no debería
minusvalorarse para un conocimiento integral del conjunto de las cosas 685.
Adiós.
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552
trabajos de Grandi, Leibniz había afirmado en la carta anterior
que tal relación es imaginaria, pues de ella no hay logaritmo.
Bernoulli niega esta última afirmación. Si x es una variable que
crece indefinidamente y lx es su logaritmo, igual responderá éste
a -1 que a +1, es decir, lx=1-x. En efecto, la diferencial de un
logaritmo es igual al cociente entre la diferencial del número y el
dx
número mismo, o sea, dlx = ; pero lo mismo se puede decir de
x
− dx dx − dx
; por lo tanto, dlx = = = dl − x ; y así también
−x x −x
lx = 1 − x , como se ve en la figura 175, donde la curva
logarítmica ABC tiene su réplica en αβγ, lo mismo que una
hipérbola tiene su opuesta, de manera que si tomamos BE como la
unidad, EF será el logaritmo no sólo de CF sino también de γF,
que designa el número negativo de la anterior.
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553
(Sigue el problema de los logaritmos, 888).
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554
conocer esta demostración y, sobre todo, de saber si difiere de las que
nosotros hemos utilizado hasta ahora, en parte a priori y en parte a
posteriori.
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HERMANN A LEIBNIZ
Documento 55 MIV
365
Padua, 9 abril 1711
GM.IV 365-366
555
(El interminable asunto del traslado a Frankfurt –Oder, 365).
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HERMANN A LEIBNIZ
Documento 56
Padua, 2 junio 1711
GM.IV 366-367
556
descubierto que, partiendo de un único y simplicísimo principio, no sólo
deduzco fácilmente todo cuanto se puede proponer sobre los
movimientos acelerados en cualquier hipótesis imaginable de
gravitación, ya desciendan los cuerpos en el vacío o en cualquier otro
medio resistente, sino también la teoría universal del centro de
oscilación según un método distinto del de Huygens o del de Bernoulli,
aunque mis conclusiones coinciden exactamente con las que estos dos
eximios geómetras obtuvieron.
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557
continua replicación o sucesión de las velocidades elementales; y, a su
vez, la tendencia que se organizará por estas velocidades elementales
será como el área A 2 A 2 EE de la figura producida por éstas, lo que es
fácil de probar; por lo tanto, el área A 2 A 2 EE expresa realmente la
tendencia viva o fuerza del cuerpo en E, donde se entiende ha
adquirido la velocidad EF, con la que seguirá moviéndose
uniformemente, si no se le añaden nuevas impresiones de otras
velocidades elementales sucesivas. Por la misma razón, el móvil A
tendrá en G su fuerza correspondiente cuando se suponga ha
adquirido la velocidad GK, que se expresará con el área A 2 A 2 GG , tal
como demuestro más extensamente en mi Tratado; y como EF, GK, son
las ordenadas de la escala o curva de las velocidades AFK adquiridas
en el móvil por la replicación de las velocidades elementales, y Newton
ha demostrado que las áreas A 2 A 2 EE , y A 2 A 2 GG son proporcionales a
los cuadrados de las ordenadas EF y GK, se sigue que la fuerza absoluta
y plena del cuerpo A con velocidad EF es a la fuerza del mismo cuerpo
con velocidad GK como el cuadrado de EF es al cuadrad de GK 693.
Esto mismo se confirma elegantemente mediante las reglas del
movimiento por choques 694. Pues si una esfera elástica A con velocidad
4 choca con otra en reposo siete veces mayor que ella, 7A, le imprimirá
una velocidad de 1 y retrocederá con una velocidad de 3, esto es, la
misma que tenía disminuida en un grado; si ahora con esta nueva MIV
velocidad choca en segundo lugar con otra en reposo, 5A, y luego, con 369
la velocidad residual de grado 2 después del impacto, lo hace en tercer
lugar con otra en reposo, 3A y, finalmente, con la velocidad residual de
grado 1 después del tercer impacto, empuja a una cuarta esfera A en
reposo igual a ella, imprimirá a cada una de las esferas 7A, 5A, 3A, A, un
grado de velocidad, pero ella tras el cuarto choque quedará en
reposo, habiendo consumido, por lo tanto, toda su fuerza en los cuatro
impulsos; pero como estos impactos producidos por la esfera impelente
son equiveloces, sus movimientos serán efectos violentos homogéneos
que, tomados en conjunto, equivaldrán a la fuerza de la esfera A con
velocidad 4. Por lo tanto, su fuerza será tanta cuanta sería la fuerza de
una esfera 16A igualmente veloz que cada una de las 7A, 5A, 3A, A, e
igual a todas ellas; pero la fuerza de una esfera 16A con velocidad 1 es
a la fuerza de otra esfera 1A igualmente veloz como 16 es a 1; en
consecuencia, la fuerza de la esfera A con velocidad 4 es a la fuerza de
la misma esfera con velocidad 1 como 16 es a 1, esto es, en proporción
duplicada de sus velocidades.
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558
LEIBNIZ A HERMANN
Documento 58
MIV
GM.IV 371-373 372
559
(Grandi y su escaso conocimiento de nuestro cálculo, 373).
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HERMANN A LEIBNIZ
Documento 59
Padua, 7 julio 1712-
GM.IV 373-374
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HERMANN A LEIBNIZ
Documento 60
Padua, 4 agosto 1712
GM.IV 374-377
560
espacio, de la velocidad y del tiempo, respectivamente. Trataré, pues,
de probarlo adelantando algunas premisas; Vd me dirá si he tocado el
fondo del problema. Así pues, digo que:
1. Cuerpos iguales y equiveloces tienen fuerzas iguales.
En efecto, si un móvil M es trasladado con una fuerza V+dV y velocidad
c+dc, y si al mismo móvil dotado de otra fuerza V y velocidad c se le
imprime un incremento de fuerza motriz dQ que añada a la velocidad c
el incremento dc, de manera que la fuerza total sea V+dQ y su
velocidad correspondiente c+dc igual a la que competía a V+dV,
tendremos que V+dV = V+dQ, es decir, dV = dQ.
561
dV de la mayor, les corresponden las velocidades c y c+dc, y una
solicitación cualquiera S en el espacio elemental dl continuada en el
tiempo elemental dt durante el cual el móvil recorre dicho espacio
elemental, puede generar un incremento dc de la velocidad c, digo
que será necesario que el elemento de las fuerzas sea dV = Sdl = dQ,
esto es, dV = dldc:dt =cdc.
En efecto, si (por hipótesis) la solicitación S en el tiempo elemental
dt añade a la velocidad c del móvil su incremento dc, entonces a la
velocidad total c+dc le corresponderá (por el art. 3) la fuerza V+dQ.
Pero a la misma velocidad c+dc le corresponde (por hipótesis) la fuerza
V+dV; por lo tanto (por el art. 1) V+dQ = V+dV, y dQ = dV; en
consecuencia, como dQ = Sdl, tendremos que dV =Sdl = dcdl:dt = cdc.
Q.E.Dem.
Con ello se ve por qué en mi carta anterior expresé las fuerzas por
las áreas de las figuras cuyas ordenadas son las solicitaciones o
velocidades elementales y las abscisas los espacios que el móvil debe
recorrer, lo que en dicha carta había quedado demasiado confuso. Y
en esto consiste la demostración con la que trato yo de probar su
principio dinámico; naturalmente, no me corresponde a mí afirmar si lo
he logrado; más bien, incluso, desconfiando de mi propio razonamiento,
quiero y debo someterlo a su juicio para su aprobación o rechazo. Que
esos principios metafísicos que Vd utiliza deben de ser seguramente
excelentes me induce a pensarlo su extraordinaria obra de Teodicea.
MIV
Así que ya siento cómo el inmenso tesoro de los beneficios que de Vd 376
he recibido hasta ahora se verá incrementado no poco cuando me
haga partícipe de ellos, tal como Vd generosamente me manda
esperar, y solicitaré entonces su permiso para adornar mi opúsculo con
joyas tan preciosas.
No mezclaré mis ensayos de dinámica con mis trabajos
hidragógicos, sino que los colocaré como preámbulo con un
tratamiento específico. También yo insisto en mi opúsculo sobre el
argumento que Vd formuló hace tiempo, según el cual debería
producirse el movimiento perpetuo si las fuerzas fueran como la
cantidad de movimiento. Así mismo, del principio de la “conservación
de la misma cantidad de fuerzas” también yo descubro que pueden
deducirse por el choque las reglas del movimiento 704.
En efecto, sean A y B dos móviles y sea + a , − b sus velocidades
antes del impacto (supongo, para simplificar, que ambos se aproximan
mutuamente con sus velocidades, pues el argumento es también válido
para los restantes casos), y − α , + β sus velocidades tras el choque.
Ahora, según el principio, tenemos que Aa 2 + Bb 2 = Aα 2 + Bβ 2 , esto es,
Aa 2 − Aα 2 = Bβ 2 − Bb 2 , o también A.a + α .a − α = B.β + b.β − b (1). Ahora
bien, si suponemos que cada una de estas velocidades aumenta con
un incremento + dp (podría igualmente suponerse un decremento − dp )
de manera que + a , − b , + β , − α , se conviertan en + a + dp , − b + dp ,
+ β + dp , − α + dp , y sustituimos estos valores por los de la ecuación (1),
tendremos lo siguiente A.a + α .a − α + 2dp = B.β + b.β − b + 2dp , o también
A.a + α .a − α + 2 Adp.a + α = B.β + b.β − b + 2 Bdp.β + b (2). Restando la
562
ecuación (1) de esta segunda (2) nos quedará 2 Adp.a + α = 2 Bdp.β + b ,
que dividida por 2dp , nos dará A.a + α = B.β + b (3); y de aquí resultará
Aa − Bb = Bβ − Aα . Si ahora llamamos z a la velocidad del centro de
gravedad antes del impacto, ω a la velocidad después del impacto y
la suma de ambos cuerpos es A+B=M, tendremos Aa − Bb = Mz , y
Bβ − Aα = Mω ; por lo tanto, Mz = Mω , o también z = ω , esto es, el centro
de gravedad se moverá con la misma velocidad antes y después del
choque. Dividamos ahora la ecuación (1) por la (3) y resultará
a − α = β − b o también a + b = α + β , esto es, la velocidad relativa de los
cuerpos al aproximarse mutuamente es la misma que la que tienen al
separarse después del choque. Las mismas soluciones se verifican en el
caso en que los móviles antes del impacto se muevan en la misma
dirección; en estos casos la suma de velocidad + dp , − dp , hace las
veces de movimiento común o de navío, el cual, a diferencia de lo que MIV
algunos suponen, a saber, que el movimiento dado del navío dificulta la 377
demostración, en este caso es precisamente una cantidad menor que
cualquiera dada e, incluso, nula, lo que no obsta para que la
proposición siga siendo válida.
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LEIBNIZ A HERMANN
Documento 61
Wolfenbüttel, 9 septiembre 1712
GM.IV 378-381
563
este momento a mano tus cartas anteriores y, por eso, no sé si en ellas
has aportado algo para probar que Sdl = dcdl:dt.
Sin duda, puede probarse mi principio dinámico suponiendo la
gravedad, esto es, la velocidad elemental o solicitación que imprime en
tiempos iguales elementos iguales de velocidad tal como hace tiempo
publiqué en las Acta Eruditorum, midiendo la fuerza o potencia por el
efecto que la consume, el efecto violento. Pues, aunque parece que lo
que en esa demostración se emplea es la hipótesis física de la
gravedad y la experiencia, sin embargo los experimentos sólo sirven, en
realidad, como confirmación, mientras que la demostración procede
de la hipótesis misma, abstracción hecha de los experimentos 705.
Pero yo tengo todavía otra prueba más elevada extraída de
principios metafísicos, que es la que tú ahora deseas, en la que no es
necesario proceder por elementos infinitamente pequeños, ni siquiera
utilizar el efecto violento o un supuesto como la gravedad. En ella me
sirvo de algunas nociones como las de potencia, efecto puro y acción,
y las aplico al movimiento uniforme. Suelo proceder así. Sea l la longitud MIV
del espacio o línea de movimiento, t el tiempo, v la velocidad, c el 379
cuerpo, e el efecto, p la potencia, a la acción. Yo mido el efecto
diciendo que el efecto está en razón compuesta de los cuerpos que se
trasladan y de las líneas por las que se trasladan. Así, habrá que decir
que e es como cl. Es decir, considero aquí el efecto como algo puro,
consistente simplemente en la diferencia producida entre el estado
anterior y el posterior, prescindiendo de los medios por los cuales se
produce tal diferencia. Hablo, por lo tanto, de un efecto puro, no del
violento al que antes me refería, que consume la fuerza con la que es
producido y que efectivamente también la mide, como cuando hay
que elevar un grave a una altura; pero esto no ocurre en el efecto puro,
que se produce conservándose la potencia, como cuando suponemos
que un cuerpo se traslada a lo largo de una longitud en un plano
horizontal. Por otra parte, para medir la acción compongo tanto el
efecto puro como la velocidad con la que es realizado; y por lo tanto,
en un movimiento uniforme, donde para cada elemento de tiempo
igual se produce el mismo efecto con la misma velocidad, habrá que
decir que a es como ev, es decir, las acciones están en razón
compuesta de los efectos y de las velocidades. De esta manera,
habiendo demostrado que e es como cl, se seguirá que a será como
clv. A su vez, la de potencia es una noción tal que, multiplicada por el
tiempo en que se ejerce, produce la acción, esto es, la potencia es
aquello cuyo ejercicio temporal es la acción, pues sólo desde la acción
puede conocerse la potencia. Por lo tanto, en un movimiento uniforme,
donde se conserva la misma potencia, habrá que decir que a es como
pt, esto es, las acciones están en razón compuesta de las potencias y
de los tiempos en que éstas se ejercen. En consecuencia, tendremos
que clv será como pt. Pero sabemos que en un movimiento uniforme l
es como tv, esto es, las longitudes recorridas están en razón compuesta
de los tiempos y de las velocidades; por consiguiente, ctvv será como
clv, o sea, ctvv será como pt. Y, por fin, p será como cvv, esto es, las
potencias estarán en razón compuesta simple de los cuerpos y
564
duplicada de las velocidades. Q.E.D 706. De aquí se desprende aquel
elegante corolario según el cual, dado que se conserva en el mundo la
misma cantidad de potencia, se sigue también que ha de conservarse
en el mundo la misma cantidad de acción para tiempos iguales. Esto es,
hay tanta acción motriz en una hora cuanta la hay en cualquier otra, y,
por eso, se puede decir que se conserva en el mundo la misma
cantidad de moción, pero entendida rectamente, o sea, añadiendo la
misma cantidad de tiempo. Esta es la razón por la cual Descartes no
entendió correctamente la cantidad de movimiento, porque quiso
separarla del tiempo que toda acción implica. Lo que él llamó cantidad
de movimiento debería haberlo llamado más correctamente cantidad
de conato, esto es, de algo momentáneo, toda vez que el movimiento
actual es algo sucesivo 707 . MIV
Ya conoces mis tres reglas acerca de los choques directos 380
centrales de dos cuerpos duros. A saber, si los móviles son A y B, sus
velocidades antes del choque a y b, después del choque α y β ,
suponiendo que tales velocidades son cantidades positivas cuando
ambas tienden en la misma dirección, y negativa aquélla que tiende en
dirección contraria, tendremos la Regla 1ª: se conserva la misma
cantidad de potencia Aaa + Bbb = Aαα + Bββ . Regla 2ª: se conserva la
misma cantidad de progreso Aa + Bb = Aα + Bβ . Esta cantidad de
progreso difiere de la cantidad de movimiento cartesiana en que,
cuando los cuerpos tienden en direcciones contrarias, el progreso total
es la diferencia de los progresos de cada uno. En este caso, la cantidad
de progreso en cada uno y la cantidad de movimiento cartesiana
coinciden 708. Regla 3ª: se conserva la misma velocidad respectiva; es
decir, aquella por la que los cuerpos modifican su distancia a − b = β − α
709. Desde dos cualesquiera de estas tres reglas se sigue la tercera
565
ímpetu pero, a la vez, también van
descendiendo por el común impulso
de la gravedad; ahora bien, en los cuerpos graves sometidos al efecto
de la gravedad el centro común de gravedad desciende
continuamente cuanto puede y con movimiento acelerado, algo así
como si la suma de los graves tendiera a reunirse en el centro mismo de
gravedad. El particular movimiento de cada uno tampoco impide este
efecto de la gravedad, sólo que en este lugar la aceleración es
infinitamente pequeña debido a su inclinación inasignable y, por lo
tanto, coincidirá con el movimiento uniforme. Ahora bien, como el caso
horizontal coincide con el caso de una inclinación infinitamente MIV
pequeña, y el caso de una inclinación infinitamente pequeña produce 381
un progreso del centro de gravedad equivalente al uniforme, resultará
que el caso horizontal producirá el mismo progreso. Esto mismo se
verifica con otra demostración, incluso mejor y más evidente: Los
cuerpos A y B van a concurrir en un plano horizontal; pero supongamos
que previamente han descendido en arcos circulares verticales
tangentes al plano horizontal desde alturas que han producido en ellos
la velocidad que tienen, y de forma que ambos terminan de descender
en el mismo momento y alcanzan el plano horizontal; en ese momento
su común centro de gravedad alcanza un determinado grado de
velocidad con el que prosigue en la recta horizontal (A)(B) hasta que se
produce el choque. Ahora bien, si después del impacto este centro no
prosigue con la misma velocidad que antes sino que alcanza otra,
conservará ésta a menos que algo la impida. Supongamos, pues, que
los cuerpos, tras el choque, continúan su marcha con la velocidad y
dirección que han adquirido en el choque sin que ningún obstáculo
ulterior lo impida, y que en el mismo momento ambos llegan a los arcos
inclinados sobre la horizontal y tangentes a él, como antes, por los que
pueden ascender de nuevo; entonces, también el común centro de
gravedad comenzará a ascender en el mismo momento, pero no con
la misma velocidad con la que antes había terminado su descenso, sino
con la adquirida después del choque y, por lo tanto, no podrá alcanzar
de nuevo exactamente la misma altura de la que descendió, sino que
podrá ascender o más o menos y, en consecuencia, el efecto no será
igual a la causa, lo que suponemos absurdo. Por consiguiente, no
puede ocurrir que la velocidad del centro común de gravedad se
modifique por el choque, y con ello tenemos demostradas ambas reglas
partiendo de un mismo principio, a saber, la conservación de la
potencia 710. Todavía tengo otras vías, que enseñan cosas nuevas y
hasta ahora no bastante conocidas, que merecerían ser publicadas a
fin de que no perezcan. Así que se me ocurre que podría yo escribir
brevemente algunos elementos de dinámica y enviártelos para que tú
los desarrollaras e ilustraras, si te parece. De esta manera, con un
pequeño librito mío y un amplio comentario tuyo podría nacer quizás un
original Opus Dynamicum nada despreciable y, si no me equivoco,
totalmente separable del tuyo hidragógico. Tengo también una
demostración para hacer ver que en todo cuerpo, incluso en toda línea
o figura, se da un centro de gravedad, cosa que no sé si ha sido
566
estudiada por alguien. Sobre esta cuestión habría que consultar a
Guldin 711. Adiós.
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(…)
HERMANN A LEIBNIZ
Documento 64
Padua, 22 diciembre 1712
GM.IV 383-387
567
dl:dt es como la velocidad (c), se sigue que dP será como mcdc, y P
como mcc. Así es, digo, como yo pensaba haber obtenido la
demostración a priori. Pero, aunque esta deducción parece bastante
correcta, la tengo por muy poca cosa frente a su privilegiada
demostración derivada de esos principios metafísicos, por cuya
generosa comunicación no puedo por menos que darle las mayores
gracias puesto que me satisfizo sobremanera, por más que aún me
inquieta una dificultad que, seguramente, proviene de la torpeza de mi
ingenio. Mas, a fin de liberarme de ella, permítame, celebérrimo Señor,
que se la proponga confiando en su benevolencia, de la que espero
suplicante su solución. Es así: Dada la longitud del espacio o línea de
movimiento l, el tiempo t, la velocidad v, el cuerpo c, el efecto e, la
potencia p y la acción a, se producen tres igualdades con cuya MIV
combinación prueba Vd que pt es como ctvv, o p como cvv: I. que e es 385
como cl; II. que a es como ev; y III. que a es como pt. La primera y la
tercera no me ofrecen dificultad; mi duda es sólo sobre la segunda;
pues, como a mí me parece que las acciones son proporcionales a los
efectos de manera que una acción doble o triple debe prestar un
doble o triple efecto, no veo por qué a debe ser como ev, cuando más
bien creería yo que a sería simplemente como e; porque si entendemos
bajo el nombre de efecto todo cuanto es producido por la causa,
parece que bajo el efecto e se contiene ya la velocidad v, de forma
que no se ve por qué en la medida de la acción haya de incluirse de
nuevo la velocidad junto con un efecto bajo el que esa misma
velocidad estaba ya incluida 713. Esta es la única dificultad que se me
ofrece sobre su sutilísima demostración, de la que, no obstante, espero
liberarme con esos Elementos Dinámicos que su incomparable
humanidad y benevolencia me va a confiar y que ya con gran
impaciencia espero, seguro de que han de contener, además, muchas
cosas excelentes; y, sin duda, muchas auguro extraídas de las reglas del
movimiento que Vd defiende sobre la igualdad del progreso del centro
de gravedad de los cuerpos antes y después del choque, deducida del
principio de la conservación de la potencia motriz después del choque,
que es la misma que lo era antes del impacto de cuerpos
perfectamente duros. Y lo que también me satisface es que mi
deducción de la misma igualdad de progreso no le haya desagradado
a Vd; incluso también yo la presenté entonces mediante el cálculo
diferencial, derivando la ecuación Aaa + Bbb = Aαα + Bββ , de forma que
tenemos 2 Aadv + 2 Bbdv = 2 Aαdv + 2 Bβdv , de la que se produce
Aa + Bb = Aα + Bβ , demostración ésta que ya se la había expuesto yo
por carta al iltre. Abate Conti, patricio veneciano, ignorante de estas
cosas, aunque yo mismo no veía entonces demostrado el problema en
todo su rigor.
Su demostración de que en toda línea, superficie o cuerpo, se
da también un centro de gravedad auguro que va a ser algo nuevo, y
deducido de principios distintos de los que utilizó Wallis (propos. 15 De
Centr. Grav. Fol.638 de sus Obras Matem. Tom. I) para demostrar lo
mismo. De Guldin no tengo nada a mano.
Mi opúsculo no se refiere sólo a la hidrostática, sino que contiene
568
todo lo que, en general, es necesario saber acerca de las fuerzas
aplicadas a los cuerpos. Todo ello se desarrolla en dos libros, el primero
de los cuales está, a su vez, dividido en dos partes. La primera contiene
muchas cosas referentes al cálculo de las direcciones medias: en primer
lugar, de tendencias diversas infinitas en cualquier dirección; en
segundo lugar, direcciones medias de puntos (donde recojo su
elegantísimo teorema publicado hace tiempo en el Diario de París); a
MIV
continuación, direcciones medias de líneas; y, finalmente, de superficies,
386
y en todas ellas se exponen las elegantes propiedades del centro de
gravedad. Me refiero seguidamente a estas mismas tendencias
verificadas en cuerpos flexibles mediante una proposición general, en la
que se contienen las soluciones de las curvas catenaria, velaria y telaria
y otras muchas de la misma naturaleza; y no sólo estudio las tendencias
o impulsos perpendiculares a las curvas o paralelos al eje, que
determinan los puntos de estas curvas, sino que defino también las
tendencias oblicuas y sus direcciones medias. En la segunda parte del
libro primero resuelvo todo lo que se refiere a los movimientos
acelerados o retardados, isócronos, paracéntricos y otros del mismo
género, sin referencia a la resistencia del medio; y entre otras cosas,
demuestro aquí a priori el principio de Huygens, sobre el que construyó
él su teoría general del centro de oscilación, el teorema del centro
común de gravedad de las partes de un péndulo compuesto, a saber,
si cualquiera de sus partes, separada de las demás, comienza a
ascender con la velocidad que había adquirido al descender
conjuntamente y conectada con las restantes, llegará a ascender de
nuevo hasta la misma altura de la que todas las partes conjuntas del
péndulo compuesto habían descendido; este principio había sido ya
establecido en su tiempo mediante demostración indirecta por el ilustre
Jacob Bernoulli, deduciéndolo de su fórmula del centro de oscilación.
Mi demostración, sin embargo, es independiente de esta noción de
centro, y resuelve el problema de manera directa. El libro segundo se
ocupa de los cuerpos fluidos e investiga todo lo referente a las presiones
o gravitaciones de los líquidos, a la fuerza de los recipientes para
soportar la necesaria presión del líquido, a los equilibrios de los líquidos,
la gravedad, densidad y elasticidad de la atmósfera; así mismo, trata los
movimientos de las aguas que saltan violentamente de los recipientes,
algunas cosas referentes al curso de los ríos, la fuerza de los fluidos
debida a la percusión, donde se estudian las resistencias que los
cuerpos introducidos en fluidos soportan por parte de los recipientes; y,
finalmente, los movimientos, rectilíneos o curvilíneos, de los cuerpos
sometidos a medios fluidos y otras muchas cosas. Con todo ello, el
opúsculo llevará por título Sobre las fuerzas y los movimientos de los
cuerpos sólidos y fluidos. Me he atrevido a dedicarlo al Ilustre Nombre
de Vd y al de nuestra Sociedad Real de Berlín, y lo enviaré a la imprenta
a comienzos del nuevo año. Mi primera intención había sido introducir
en el Libro Primero la Dinámica y reivindicar en ella ampliamente los
argumentos de Vd contra las objeciones papinianas; pero, como Vd
prefiere que estas materias sean tratadas por separado y, sobre todo,
como tiene Vd intención de redactar los Elementos de su Sistema, he
569
eliminado del libro todo lo referente a estas cuestiones. El hecho de que MIV
se digne Vd enviarme algunas partes de sus Elementos Dinámicos para 387
editarlos no puedo por menos de verlo como un elocuente testimonio
de su benevolencia para conmigo más allá de mis méritos, sobre todo
lo cual le doy mis más expresivas gracias.
(…)
Padua, 22 diciembre 1712
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AÑO 1713
LEIBNIZ A HERMANN
Documento 65
1 febrero 1713
GM.IV 387-390 714
570
mueven, con ello mismo estás admitiendo la acepción que yo le doy al
efecto, o sea, prescindiendo de la velocidad. Pues es manifiesto que cl
puede juntarse con una velocidad mayor o menor y darnos como
resultado clv, esto es, ev, que es lo que yo atribuyo a toda la acción.
Según esto, del solo hecho de que e sea como cl, tal como tú
mismo reconoces, no se sigue que las acciones sean proporcionales a
los efectos. Mis tres equivalencias, e es como cl, a como ev, a como pt,
no son más que definiciones; es decir, ser como cl es para mí la
definición de efecto; ser como ev es para mí la definición de acción; y
ser como a:t es para mí la definición de potencia o, lo que es lo mismo,
a es como pt; defino, pues, la potencia (que debe reconocerse sólo por
su propio ejercicio) como aquello que, ejerciéndose, se prolonga a lo
largo del tiempo y así produce la acción. Y entiendo por acción aquello
mediante lo que la potencia actúa cuanto puede. Cuando hayas
reflexionado despacio sobre todo esto, descubrirás quizás que nada
hay más cómodo de distinguir y de ordenar que estas nociones, ni
encontrarás relaciones más exactas.
Yo no admito que la causa agente, que da al móvil m en el
tiempo dt la velocidad dc, sea como mdc:dt, ni veo cómo puede
probarse esto, a menos que lo tomes como definición. Pero, entonces,
no comprendo ni veo cómo desde esa noción, unida conjuntamente
con el espacio, formas la potencia y por qué no podría decir uno con el
mismo derecho que la causa agente es como mdl:dt u otra cosa.
Cuando se trata de las nociones más simples, como es el caso, lo que se
pregunta no es qué produce la causa en otro, sino qué es lo que
produce ella en sí misma, o sea, en la causa. Aquí el estado mismo del
móvil o potencia queda determinada considerando su magnitud y
velocidad, pues no se trata de la producción de la velocidad, sino de lo
producido mediante esa velocidad 716.
Si ahora lo que queremos es pasar a situaciones más compuestas
y aplicarles esta definición, verás que tu hipótesis tampoco se verifica,
sino que muchas veces la potencia se determina sólo mediante mdc sin
que tenga nada que ver cuánto es el tiempo empleado dt. Por
ejemplo, un grave que desciende desde alguna altura produce una
determinada velocidad sin que importe en cuánto tiempo desciende:
pues el tiempo variará según la mayor o menor inclinación del plano de
descenso. Así que en todos estos problemas tenemos que proceder por
MIV
grados, empezando por los conceptos más simples y siguiendo nuestro
389
razonamiento con exquisito cuidado; de lo contrario, tomaremos una
cosa por otra. En las situaciones más simples, como en el caso del
movimiento uniforme, o el de un cuerpo no grave o de un grave movido
en plano horizontal, no sirve la utilización de cantidades elementales.
Tampoco la extensión de la acción a lo largo de un espacio es un
concepto cómodo ni se entiende bien, a no ser que la hagas
momentánea concibiéndola de manera distinta a como yo lo hago.
Para mí, la acción es ya temporal y en sí misma contiene ya el espacio o
longitud y, por consiguiente, no debe concebirse y luego extenderse,
pues se entiende la extensión de una cosa cuando se le añade algo
nuevo en virtud de lo cual la cosa se concibe ensanchándose o
571
replicándose. Por el contrario, para mí, la potencia se extiende a lo
largo del tiempo precisamente porque ella por sí misma, en el sentido
que yo le doy, no contiene el tiempo sino que es algo momentáneo que
se replica en cada momento, esto es, es multiplicada por el tiempo; y
así se produce una acción dada. Parece, sin embargo, que, cuando tú
hablas de la extensión de la acción, la entiendes en un sentido distinto.
Tus definiciones son completamente distintas de las mías; así que
discreparemos incluso en los términos mismos. Tú tomas el efecto de
manera más amplia que yo, equivalente a lo que para mí es la acción;
por el contrario, entiendes la acción de forma más restrictiva que yo,
equivalente a mi potencia. Así, no lograremos un encuentro 717.
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HERMANN A LEIBNIZ
Documento 66
Padua, 2 marzo 1713
GM.IV 390-391
(…)
572
(Le habría gustado traducir al italiano la Théodicée, pero se
acercaba ya la hora de dejar Padua, 391. El joven Nicolás tiene
otros competidores, pero Hermann tratará de poner en su favor
todo su empeño, 391).
HERMANN A LEIBNIZ
Documento 68
Padua, 6 abril 1713
GM.IV 392
(…)
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INTERLUDIO II
(Descubrimiento del Cálculo Diferencial)
AÑOS 1713-1714
573
necesarias correcciones en la obra (GM.III 901, 903) y, de manera obsesiva, la
enconada guerra a propósito del Commercium Epistolicum que Collins había recogido
de la vieja correspondencia entre Leibniz, Wallis, Oldenburg, Newton, Sloan…, y que
los ingleses acababan de editar con interpolaciones y falsificaciones (GM.III 894, 897,
898, 903, 905, 909-911, 912, 913, 915s, 919, 921s, 913, etc). Johann Bernoulli, que ha
recibido de Newton un cierto reconocimiento por sus observaciones a los Principia y a
quien debe, seguramente, su ingreso en la Royal Society (GM.III 901, 903, 904),
recuerda a Leibniz que fue Nicholas Mercator el primero que estudió las series por
divisiones continuas y James Gregory quien primero realizó la cuadratura aritmética del
1 1 1
círculo en la serie 1 − + − etc, aunque también es verdad ---añade Bernoulli--- que
3 5 7
Leibniz la descubrió después de forma independiente (GM.III 910, 917), lo que
atestigua David Gregory, sobrino de Jacob, en su De Quadraturis, donde atribuye el
invento no a su tío, sino a Leibniz (GM.III 919, 932) 720. En todo caso, éste protesta
enérgicamente: “Huygens y todos los que me conocían en París fueron testigos de mi
cuadratura” (GM.III 913) 721. En medio de tanta desazón, Johann Bernoulli sugiere a
Leibniz que, además de contestar a los ingleses y rebuscar entre sus papeles los
borradores de las cartas para editar cuanto antes un “Commercium” alternativo y
reivindicativo, lo mejor que puede hacer es plantear a sus adversarios una serie de
problemas que sólo con el cálculo diferencial son solubles, tales como los derivados de
las cicloides, de las catenarias, las velarias, las isócronas, paracéntricas,
brachystochronas, etc, que durante tantos años ambos habían compartido (GM.III 916,
937).
Toda esta problemática, apasionante y morbosa, ha sido ya ampliamente
estudiada 722. Aquí podemos prescindir de ella. Me limitaré a extractar y traducir
algunos comentarios de Bernoulli y de Leibniz a la “filosofía” de Newton y los últimos
ecos de la Dinámica leibniziana.
No me resisto, sin embargo, a transcribir el principal párrafo de la carta 244, 7
junio 1713 (GM.III 909-912) de Johann Bernoulli a Leibniz, al que en síntesis acabo de
referirme y que tanta guerra dio en la polémica con Newton y los ingleses. Aunque no
aporta nada especial al proyecto que aquí me he propuesto, investigar la función que
desempeñan la matemática, el cálculo infinitesimal y la física en la metafísica de
Leibniz, nos hacen ver in vivo los enredos en los que se vio envuelto el filósofo, cuyo
pensamiento más profundo estaba, sin embargo, en otra parte. Dice así Bernoulli:
574
Philosophical Transactions, reivindicara para Newton lo que es suyo y
mostrara que la Aritmética de Fluxiones fue descubierta antes que el
Cálculo Diferencial; incluso que éste, modificado simplemente el nombre y
el modo de anotación, fue tomado en préstamo de aquélla y así, arrebatado
a Newton, fue publicado por ti bajo otra forma en las Acta Eruditorum 724.
Pero si yo he de decir lo que pienso de cuanto puede desprenderse de este
fárrago de cartas, parece que fue Mercator el primero que descubrió las
series por divisiones continuas y James Gregory quien, ampliando después
la materia, llegó al parecer el primero a la cuadratura aritmética del círculo
1 1 1
en la serie 1 − + − + etc, que tú, desconociendo sin duda que ya antes
3 5 7
había sido descubierta, la editaste como tuya en las Actas, y realmente tuya
fue, lo mismo que de Gregory, pues, aunque más tarde, tú la descubriste
igual que él: descubrir es propio del talento, hacerlo el primero es cosa de
la suerte, como en algún lugar dice Wallis. Parece que, con esta ocasión,
Newton promovió ulteriormente el estudio de las series por extracción de
raíces y fue el primero que así las utilizó, y es verosímil que, al
desarrollarlas, se limitara a recomponer todo su trabajo desde el comienzo,
pues yo creo que en aquel tiempo ni siquiera soñaba en un cálculo de
fluxiones y sus fluentes o en su reducción a operaciones generales
analíticas a modo de algoritmo o reglas aritméticas y algebraicas. El indicio
más poderoso que tengo para sospechar esto es que de las letras x, x, x; y, y,
sobrepuntuadas etc, que ahora utiliza para representar las diferenciales
dx, ddx, d 3 x; dy, ddy, etc, en ninguna de aquellas cartas encontrarás rastro ni
vestigio; incluso ni siquiera en sus Principia Phil. Nat., donde habría tenido
frecuente oportunidad de utilizar su cálculo de fluxiones, se hace la más
mínima mención de él ni se barrunta referencia alguna, sino que todo se
verifica mediante líneas de figuras sin un análisis determinado, al modo
como, no sólo él, sino también Huygens, y antes, lo habían hecho
Torricelli, Roberval, Fermat o Cavalieri y otros. La primera vez que MIII
aparecieron estas letras puntuadas fue en el volumen tercero de las Opera 911
de Wallis, muchos años después de que el cálculo diferencial se
generalizara por todas partes. Un segundo indicio que me permite
sospechar que el cálculo de fluxiones no nació antes que el cálculo
diferencial, esto es, que Newton no conoció la verdadera relación que se
establece entre fluxiones de fluxiones, o sea, diferenciar diferenciales de
grados superiores, se descubre una vez más en sus Principia Phil. Nat., p.
263, donde para referirse a las diferencias o incrementos primero, segundo,
tercero, cuarto, etc, de una potencia, por ejemplo, x n , entiende que debe
poner los términos segundo, tercero, cuarto, quinto, etc. de (x + O )n
desarrollada en serie por extracción, esto es,
n n −1 n.n − 1 n − 2 2 n.n − 1.n − 2 n −3 3
xn + x O+ x O + x O etc (entiende por O el
1 1.2 1.2.3
incremento constante de x , que ahora anotaría así: x sobrepuntuada).
Puedes ver, tal como el verdadero método de diferenciar pone de
575
manifiesto, que esta regla de Newton es falsa. En efecto, a excepción del
primero y segundo término, todos los restantes se apartan de los
diferenciales superiores de la potencia x n , pues la segunda diferencial no es
n.n − 1 n − 2 2
x O , sino simplemente n.n − 1.x n − 2 O 2 , y la tercera diferencial no es
1.2
n.n − 1.n − 2 n −3 3
x O , sino sólo n.n − 1.n − 2.x n −3 O 3 , y así de las siguientes; esto
1.2.3
es lo que ya he expuesto en mi último artículo publicado en las Acta Erudit
725
. Pero, desde los tiempos en que yo escribí esto, he advertido (y mi
sobrino me lo hizo ver) que Newton ha permanecido en su error hasta el
año 1711, cuando su opúsculo titulado Análisis por series fluentes y
diferencias de magnitudes, con enumeración de líneas de tercer orden, que
antes venía anexo al Tratado Optico, fue eliminado; en él (pág. 64), lo
mismo que en la edición precedente anexa al Tratado Optico, sigue todavía
manteniendo que los términos segundo, tercero, cuarto, etc de la serie
n.n − n n 3 − 3nn + 2n 3 n −3
n −1
z + nOz +
n n−2
OOz + O x ,etc expresan respectivamente
2 6
los incrementos primero, segundo, tercero, etc de z n . Pero, observa bien
esto, en el ejemplar que a mí me envió como obsequio a través de mi
sobrino añadió de su pluma para el segundo término la expresión “ut”, de
nn − n
manera que donde se decía: “el tercer (término) OOz n − 2 será su
2
n 3 − 3nn + 2n 3 n −3
segundo incremento, etc, y el cuarto O z será su tercer MIII
6 912
incremento”, intercaló ese “ut”, escribiendo ahora: “será como su…”. Así
que no advirtió su error sino poco antes, o incluso sólo después, de la
llegada de mi sobrino a Inglaterra, a quien los ingleses sonsacaron además
otras cosas. Todo esto me hace dudar si en la carta que Keill escribió a
Sloan y que la R. Society ordenó se te enviara a ti en mayo de 1711, los dos
párrafos que comienzan por “Sit incrementum…” y “Praeterea si
differentia…”, que contienen la corrección del error de Newton, han sido
ahora introducidos en el manuscrito impreso en el Commercium
Epistolicum, que no fue editado hasta después de la salida de mi sobrino de
Inglaterra 726. Tú tienes que verificar ahora si estos párrafos aparecen en el
original que a ti te enviaron. En todo caso, lo que es cierto es que Newton
no alcanzó el verdadero método de diferenciar diferenciales sino mucho
tiempo después de que para nosotros era ya algo familiar. Pero tengo que
interrumpir aquí; te ruego utilices con discreción lo que acabo de escribirte
y no me mezcles con Newton y sus seguidores; no quisiera inmiscuirme en
estas polémicas ni parecer ingrato a Newton, que me ha distinguido con
muchas muestras de generosidad 727. Más cosas para otra ocasión. Adiós.
Cfr. también págs. GM.III 913, 917, 919, 931-933, 934, 936s, donde Johann
Bernoulli ofrece otras pruebas de falsificaciones en las cartas contenidas en el
576
Commercium Epistolicum. Sigue inagotable y aburrida la polémica.
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AÑO 1715
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577
(Con fecha 23 mayo 1714, carta 254, GM.III 931, Bernoulli
comunica a Leibniz el envío de su último libro Manuaria
Nautica. Leibniz (30 diciembre 1714, carta 255) lo hojea
rápidamente alabando la utilización del análisis para un servicio
público tan útil como la navegación, 933. El 6 de febrero 1715
(carta 256) Bernoulli insiste en que Leibniz lea el libro con más
detenimiento, 935, y en carta posterior (carta 258, 22 mayo 1715)
se lamenta duramente de las estúpidas críticas que, de nuevo, ha
hecho de su libro el arrogante Parent, 940s. Leibniz añade ahora
que el tal Parent le acusa a él también de “negar que la
conservación sea una creación continua”, que él mismo admite si
se entiende rectamente, tal como ya ha explicado en la Théodicée;
también le ha objetado contra la armonía preestablecida, 943) 729.
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578
LEIBNIZ A HERMANN
Documento 73
Hannover, 17 septiembre 1715
GM.IV 398-402
(…)
579
tanto muertas como vivas 733.
En el párr. 87 dices bien que el lema aquél de las diferencias es el
fundamento de las cuadraturas; pero me gustaría añadir que lo es de
las cuadraturas que se producen mediante nuestro cálculo infinitesimal
u otro semejante. Existen, sin embargo, cuadraturas que se producen de
otra manera, como, por ejemplo, la cuadratura de la lúnula.
Justamente con este teorema empecé yo mis métodos y, por eso, llamé
“diferencial” a mi cálculo. Así que los que hablan de “fluxión” oscurecen
su verdadero origen y no lo valoran adecuadamente.
Cuando en el párr. 115 dices que Newton llama “centrípetas” a las
solicitaciones centrales, podrías añadir que también las “centrífugas”
fueran incluidas entre las solicitaciones centrales; por eso, yo he utilizado
el nombre de “centrales” incluyendo en él a unas y a otras. Sin duda,
cada matemático tiene derecho a imponer nombres a las cosas,
siempre que se mantenga constante el significado; pero es útil, además,
conservar una cierta analogía en la όνοματοθεσία. Así, cuando construyes
el momento de solicitación por la solicitación sobre el elemento de
espacio recorrido en un elemento de tiempo, parece que convendría
construir igualmente el momento de velocidad por la velocidad sobre el
elemento espacial; pero veo que en el párr. 125 llamas momento de
velocidad al que se produce mediante la velocidad misma multiplicada
por su propio elemento.
Dices en el párr. 219 que puedes demostrar apodícticamente que
las fuerzas deben ser medidas según las alturas de los ascensos,
argumento éste que bien me gustaría conocer. Yo, en cambio, no suelo
utilizar sólo los ascensos, sino también cualquier cuerpo resistente que
absorbe la fuerza; por ejemplo, en lugar del ascenso de una
determinada cantidad de graves hasta una cierta altura, puedes utilizar
igualmente la tensión de un elastro hasta un cierto grado, o también el
movimiento de un determinado número de esferas hasta una velocidad
dada, la misma para cada una; todo lo cual puede verificarse en estos
casos tanto antes como después del choque. Por no añadir ahora mi
método a priori para explicar las fuerzas partiendo de su definición, que
ya te di a conocer.
Dices bien en el párr. 218 que seguramente no se dan cuerpos
completamente inertes; que podría decirse sin forzar la idea (“senza
forza”) que los cuerpos sólo son inertes “in speciem” y así designas tú a
aquéllos que absorben fuerza internamente. Y añades que ninguno de
los más excelentes geómetras de nuestro siglo parece rechazar esta
doctrina. Sin embargo, tú verás que Newton la rechaza, pues, no
habiendo comprendido perfectamente la naturaleza de las fuerzas, no
hace mucho afirmaba en el Apéndice de su Optica que las fuerzas
decrecen paulatinamente en el mundo y son reparadas
(milagrosamente) por la fuerza divina 734. MIV
400
(Siguen algunas otras breves observaciones al libro de Hermann,
de las que aquí podemos prescindir. La principal de ellas es el
estudio de la movilidad de los centros de solicitación en los
movimientos planetarios. Por ejemplo, Newton, al estudiar el
movimiento de la luna, no consideró como móvil su centro de
580
oscilación, que es la tierra, 401).
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-------------------------------------------------------------------------------------------
MIII
También a mí me parece que Hermann concede demasiado a los 949
ingleses en su libro, hasta el extremo de que a lo largo de casi todo él
incorpora el modo de demostración de Newton; con lo cual aquellas
demostraciones, que él llama lineales, ocupan casi siempre muchas páginas
con gran fastidio y fatiga de los lectores, mientras que, si hubiera querido
utilizar el análisis, las habría resuelto fácilmente en tres o cuatro líneas. Da
la impresión de haber pretendido hinchar el volumen del libro más allá de
lo necesario, como si de este modo pensara alcanzar una gloria mayor. Lo
mejor del libro, sobre todo en su primera parte, casi todo lo había tratado
yo, en parte en mi artículo publicado en las Actas de Leipzig 1713, meses
de febrero y marzo, y en parte en los últimos capítulos de mi libro francés
Sobre la práctica náutica 735. Observo, además, otros paralogismos.
581
de algunos teoremas hidráulicos).
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582
He hecho saber al Sr. Hermann que no me parece bien demostrada,
ni siquiera verdadera, la proposición de la pág. 7 740, según la cual la causa
de la gravedad actúa sobre todas las partes del cuerpo; porque, si se
mezclan en el cuerpo uniformemente partes graves y no graves, se
mantendrá la misma gravedad aun cuando el cuerpo varíe de lugar. Y si por
“partes del cuerpo” entiende todo cuanto está contenido en su volumen, es
claro que debe estar también incluida la materia gravífica que lo penetra, la
cual sin embargo no es grave 741.
El Sr. Hermann protesta ante mí de que el conflicto con Riccati se
originó sin él saberlo en absoluto, y que tan cierto es que él no lo fomentó
que está dispuesto a darlo por concluido, cosa que hará bien en cumplir 742.
También yo he notado en él una cierta actitud un tanto alejada de mí; entre
otras cosas, habla de mi teorema de la composición de los movimientos
como si él mismo lo hubiera demostrado, cuando ya en el viejo Diario
Francés había dado yo su demostración, la misma que él aduce ahora, si no
me equivoco. Nada ganará con su excesiva afición a Newton y los ingleses;
oigo que Keill ha lanzado ya contra él algunos ataques. Adiós.
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HERMANN A LEIBNIZ
Documento 75
Frankfurt/Oder, 22 diciembre 1715
GM.IV 403-408
(…)
MIV
403
Ante todo quiero darle mis más expresivas gracias por haber
mirado con buenos ojos mi pequeña obrita de Foronomia y haberme
transmitido las observaciones que su lectura le ha sugerido; sólo lamento
que el verso de mi amigo sobre Newton sea interpretado como una
ofensa a tantos otros preclaros varones, sentido éste que estaba muy
lejos de la intención del poeta; el citado verso tan sólo pretendía sugerir
que fue Newton el primero que redujo a sistema tanto sus propias
meditaciones sobre las materias contenidas en sus Principia como los
descubrimientos de otros reelaborados por él; y todo ello lo ofreció al
público, salvando el honor de la invención que con respecto a los
argumentos específicos contenidos en la obra newtoniana compete
naturalmente a sus autores, como son las reglas del movimiento en el
choque de los cuerpos, las teorías sobre las fuerzas centrífugas, el
isocronismo de los graves en caída, la proporción entre los tiempos de
rotación y las área de las órbitas descritas por los planetas, etc.
El argumento que yo aporto en el párr. 28 de mi Foronomia para
probar que la gravedad actúa sobre todas las partes interiores de los
583
cuerpos parece que Vd no lo considera válido, bajo el razonamiento de
que, si hubiera partes del cuerpo no afectadas por la gravedad y
distribuidas uniformemente a lo largo de la masa, no se modificaría el
peso del cuerpo, aunque éste cambiara de lugar. Pero permítame con
todo respeto responder que esto mismo prueba lo que yo tenía que
probar, que los pesos de los cuerpos son proporcionales a las masas.
Porque, si las partes no afectadas por la gravedad están difundidas
uniformemente por la masa, lo mismo les ocurrirá a las partes afectadas
por la gravedad, a saber, que estarán también uniformemente
distribuidas por la masa; por lo tanto, estas partes afectadas, tomadas
en conjunto, tendrán una cierta proporción respecto de toda la masa
dada y, en consecuencia, el peso de todo el cuerpo será como su MIV
masa. Por otra parte, si la gravedad puede actuar sobre las más íntimas 404
partículas del cuerpo uniformemente dispersas por la masa, no se ve
ninguna razón por la que no pueda actuar sobre todas, a menos que
digamos que no todas están sometidas a los impulsos de la gravedad,
sino que algunas están simplemente difusas en la masa. Pero si esto se
dice, yo respondo que de aquí se seguiría que el cuerpo, al modificar su
figura y su lugar, también debería modificar su peso, pues es
inconcebible que unas partículas del cuerpo, que, estando en un cierto
lugar de éste, estaban sometidas a los impulsos de la gravedad, ésas
mismas también lo estuvieran lo mismo cuando el cuerpo está en otro
lugar, por más que Vd suponga que las partes de los cuerpos no
afectadas por la gravedad están uniformemente distribuidas por la
masa y, cambiando el cuerpo de lugar, serían otras las partes que se
expondrían a los impulsos de la gravedad de manera que, modificado
el lugar del cuerpo, sería necesario que también el peso de éste se
modificara, contra la hipótesis.
Conozco bien su excelente teorema, que en el párr. 49 di por
demostrado, y que se verifica no sólo respecto de las solicitaciones sino
también de toda clase de tendencias, y en este sentido lo he utilizado
en el párr. 451ss; también he sabido por su extraordinaria obra de
Théodicée que el teorema estaba expuesto en el Diario Parisino, mes de
septiembre de 1693, aunque todavía no lo he visto, a pesar de haberlo
buscado con gran interés.
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LEIBNIZ A HERMANN
Documento 76
Hannover, 3 diciembre 1715
GM.IV 408-410
(…)
584
En ningún modo repruebo yo los versos de tu amigo poeta, MIV
hombre docto y elegante, como se ve; simplemente me refiero a la 408
costumbre de los germanos, que (a diferencia de lo que Tácito dice de
los griegos) sólo admiran lo ajeno 743 (…). No me es posible ahora entrar
en una discusión más profunda en torno a las cosas que con mi mejor
voluntad hice notar sobre tu excelente obra. Sólo quiero tocar, por ser
MIV
más sencilla, una cuestión, a saber, si la gravedad actúa sobre todas las
409
partes del cuerpo, esto es, si todas las partes de un cuerpo grave son
ellas mismas graves. Yo pienso que esto no es verdadero, si por “partes
del cuerpo” se entiende todo cuanto se contiene en su volumen. Ni
puede ser verdadero más que para aquél que defienda con algunos
nuevos ingleses que se da el vacío y que la gravedad no se deriva de
principios mecánicos, sino de alguna cualidad oculta; yo pienso que
ambas hipótesis son completamente falsas. Considero que los cuerpos
graves están sometidos al fluido gravífico; que éste mismo fluido no es
un grave y que, por lo tanto, no todo lo que se incluye en el volumen de
los cuerpos es afectado por la gravedad. Tu tesis es: la gravedad actúa
sobre todas las partes del cuerpo, aun las más interiores. Y la pruebas
así: si, al cambiar el cuerpo de lugar, no puede modificarse la
gravedad, se sigue que la gravedad actúa sobre todas las partes
interiores; ahora bien, es verdadero lo primero (por la hipótesis
propuesta, confirmada por la experiencia), luego también lo segundo.
Deberías, sin embargo, probar la proposición hipotética: pero no se ve
cómo puedes hacerlo, pues tu argumento parece que va dirigido
solamente contra aquéllos que aplicarían la gravedad sólo a las partes
exteriores, y no contra quienes la aplicarían también a las interiores
aunque no a todas. Así que, me parece a mí, tu prueba no puede
expresarse en forma concluyente. Hasta aquí he respondido a tu
argumento. Pero yo voy más allá y, mediante argumento o instancia
contraria, he tratado de romper la fuerza de tu consecuencia
mostrando la estructura de un cuerpo que satisfaga a la experiencia,
esto es, que cambiando de lugar no se modifique su gravedad, aunque
la gravedad no actúe sobre todas las partes del cuerpo. Y esto lo hago
admitiendo que hay partes no graves distribuidas uniformemente a lo
largo de la masa. Tú respondes que de ello se sigue que los pesos de los
cuerpos son proporcionales a sus masas. Cierto; pero tú querías probar
algo más, a saber, que cualquier parte de un cuerpo grave es ella
misma grave. Tú objetas que no puede concebirse un cuerpo cuyas
MIV
partes estén (a la mirada de nuestros sentidos) igualmente sometidas a 410
los impulsos de la gravedad, cualquiera que sea el lugar del cuerpo en
que se encuentren; pero no ofreces la razón de por qué tal cosa no
pueda concebirse. Yo, en cambio, pienso que puede concebirse así.
Imaginemos que un cuerpo consta en su totalidad de redes o elastros
superpuestos unos a otros y uniformemente entrelazados; de cualquier
modo que lo muevas, estará sometido al mismo fluido prácticamente
del mismo modo; y, desde luego, completamente del mismo modo
hasta donde nuestra percepción alcanza, con tal de que la red esté
tejida por filamentos suficientemente delgados (tal como, en realidad,
debemos decir de nuestros cuerpos). Pero, puesto esto así, la diferencia
585
por cambio de lugar será insensible, pues tal diferencia sólo podría
producirse en la superficie y no en el interior; ahora bien, si tenemos en
cuenta que cuanto más sutil es la textura, tanto más denso es el cuerpo
en comparación con sus filamentos, resultará que las partes superficiales
no tendrán una relación sensible respecto del todo. Para decirlo en
confianza, a mí me parece que aquí hay algo que tienes que modificar.
De todas maneras, esta proposición tuya, que yo considero ni probada
ni verdadera, tampoco la necesitas para tu obra, creo yo 744.
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AÑO 1716
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586
espada, también la filosófica, con Newton o, lo que es lo mismo, con su
escudero Clarke, ecónomo del rey. Como sabes, Keill y el autor del
prefacio de la nueva edición de los Principia de Newton han querido
impugnar también mi filosofía 747. Así que escribí a la Serenísima Princesa
Regia de Gales 748, mujer de excelente talento y no ajena a estas materias,
informándole de que se está degenerando algo entre los ingleses la filosofía
o, mejor, la teología natural; que Locke y otros como él dudan de la
inmaterialidad del alma; que Newton atribuye sensorium a Dios, como si
éste necesitara de un espacio a modo de órgano de la sensación; de manera
que a alguien pudiera ocurrírsele pensar que no existe más que un alma del
mundo, como decían los viejos estoicos. Que este mismo autor elimina la
sabiduría y las perfecciones de Dios al pretender que el mundo es una
máquina no menos imperfecta que los relojes de nuestros artesanos, que
muchas veces tienen que ser destensados y otras corregidos; así, según
Newton y sus seguidores, la máquina del mundo necesita también de vez
en cuando alguna corrección extraordinaria, cosa que es poco digna del
Dios Autor. En mi opinión, Dios lo estableció todo desde el principio tan
sabiamente que no es necesaria ninguna corrección, que lo denunciaría
como poco previsor. La Serenísima Princesa de Gales remitió a Clarke una
copia de la carta. Este redactó en inglés un escrito contrario, que ella me lo
ha enviado; yo he respondido, él ha replicado; yo he vuelto a responder y
él, a su vez, a replicar; últimamente, por cuarta vez, he respondido a su
tercer escrito 749. Entre otras cosas, la fórmula utilizada por mí en la
Théodicée, según la cual Dios es una inteligencia supramundana, él la MIII
rechaza como si yo lo excluyera del gobierno del mundo. A lo que yo le he 964
preguntado si él piensa que Dios no es otra cosa que una Inteligencia
mundana o alma del mundo 750. Justifica de mala manera la doctrina
newtoniana de la espontánea disminución de las fuerzas activas y su
definitiva desaparición si no son reparadas por Dios, todo lo cual muestra
que Newton y sus seguidores no han alcanzado todavía la verdadera ciencia
de la Dinámica 751. Según nuestros principios, siempre se conserva la
misma cantidad de fuerzas. También defiende mal la proposición
newtoniana sobre el espacio como sensorio de Dios 752. Y como el espacio
es hoy en día como el “ídolo de los ingleses” 753, yo le hago ver que el
espacio no es algo real absoluto, como tampoco lo es el tiempo, sino un
orden general de coexistencia como el tiempo es un cierto orden de la
existencia sucesiva. Por lo tanto, es algo ideal, de manera que, si
desaparecieran las criaturas, no existiría sino en las ideas de Dios 754. Le he
mostrado igualmente que, según Newton, serían necesarios continuos
milagros para sostener el patrimonio de la naturaleza, y de la defensa que
hace Clarke deduzco que no tiene una idea correcta de milagro. Para él, los
milagros parecen diferir de los fenómenos naturales sólo con relación a
nosotros, como algo menos corriente, cuando en realidad, según los
teólogos, y también según la verdad, los milagros (al menos, los que son de
un orden superior, como crear o anihilar) trascienden todas las fuerzas de la
587
naturaleza creada. De manera que todo cuanto es inexplicable por la
naturaleza de las cosas, como son la newtoniana atracción general de la
materia y otras cosas por el estilo, o forman parte de los milagros o son
cosa absurda 755. Quizás nuestra polémica se prolongue todavía un poco
más, pero en ella tratamos de eliminar todo lo que pueda ofender, y ya
veremos cómo terminan las cosas. Para mí, este tipo de debates son como
un juego y un pasatiempo, porque en Filosofía:
Lo tengo todo previsto y previamente estudiado 756
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588
Basilea, 14 julio 1716
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589
verdaderamente elegantísima. He leído con gran placer tu disertación Sobre
la conformidad entre la fe y la razón: la encuentro escrita con gran solidez
y en su mayor parte, por no decir en todo, me ha resultado muy placentera;
pero, sobre todo, me ha satisfecho lo que polemizas contra Bayle, enemigo
de la razón. Por lo que se ve, has reducido rápidamente a Clarke,
obligándole a decir que la voluntad de Dios no se funda en ninguna razón;
de esta manera, haría de Dios un ente bruto e irracional, que obraría sólo
como por un ímpetu ciego, si no es que quiere acudir con Demócrito y
Epicuro al choque fortuito de los átomos (…).
FIN DE LA CORRESPONDENCIA
ENTRE LEIBNIZ Y JOHANN BERNOULLI
590