Pio G. Alves de Sousa
Pio G. Alves de Sousa
Pio G. Alves de Sousa
EN IGNACIO DE ANTIOQuíA
que ver- con la vida real de los hombres y mujeres que dan
vida a las diferentes comunidades cristianas. Lo que los análisis
sistemáticos posteriores subrayan con fuerza, a veces con la
fuerza de las expresiones dicotómicas, aparece en Ignacio de
Antioquía afirmado con fácil naturalidad y de un modo com-
plexivo: lo visible y lo invisible, lo local y lo universal, la di-
versidad y la unidad.
¿Cuál es la razón de esta peculiar riqueza y facilidad de
expresión? La proximidad de la doctrina a la vida, el hecho de
que aquella no hay cortado su cordón umbilical con la vida
que la alimenta, y que es su justificación, hace fácil lo difícil.
La presencia viva, casi palpable, de Cristo aglutina alrededor de
un centro visible -el obispo- a todos aquellos que se confie-
san sus discípulos. Esta realidad tiene traducciones visibles, prin-
cipalmente en la celebración de fe.
2) Fuente de la unidad
pulcros de muertos, sobre los que sólo hay escritos meros nom-
bres de hombres» 9.
La relación unidad-Dios, Cristo, obispo es una constante
en los escritos de S. Ignacio. En un texto de la Carta a los Mag-
nesios insiste en la relación de estos datos, acabando por presen-
tar, a partir de ellos, los trazos fundamentales que configuran
la realidad viva de una Iglesia local:
terio, digno del nombre que tiene, digno de Dios, está armoni-
zado con el obispo como las cuerdas con la cítara: así en la
concordia de vuestros sentimientos y en la armonía de vuestra
caridad cantéis vosotros a jesucristo» 14.
La sintonía del presbiterio con el obispo es un hecho y
un estímulo. Lo mismo se puede afirmar de los diáconos que,
como «ministros de los misterios de Cristo», son servidores de
la Iglesia y, por eso, deben ser gratos a todos 15. También es-
tos, sirviendo a todos, deben situarse en su lugar guardando la
debida sumisión «al obispo como a la gracia de Dios y al pres-
biterio como a la ley de Jesucristo» 16. Esa debe ser la disposi-
ción de todos, ya que «cuantos son de Dios y de jesucristo,
ésos son los que están al lado del obispo. Ahora que, cuantos,
arrepentidos, volvieren a la unidad de la Iglesia, también esos
serán de Dios, a fin de que vivan conforme a jesucristo» 17. Se
identifican los que están unidos a Dios con los que están uni-
dos al obispo y viceversa. La importancia de esta mediación no
depende de un interés o gusto personal y pasajero. Hay razones
profundas que explican y exigen que sea así. «y es así que, so-
metidos como estáis a vuestro obispo como si fuera el mismo
jesucristo, os presentáis a mis ojos no como quienes viven se-
gún los hombres, sino conforme a jesucristo mismo, el que
murió por nosotros, a fin de que, por la fe en su muerte, esca-
péis a la muerte. Es necesario, por tanto, como ya lo practicáis,
que no hagáis cosa alguna sin contar con el obispo; antes some-
teos también al colegio de los presbíteros, como a los Apóstoles
de jesucristo, esperanza nuestra, en quien hemos de encontrar-
nos en toda nuestra conducta» 18.
El obispo es, en cada Iglesia, la presencia visible de Cris-
to. Su ministerio tiene la raíz en Dios y, por eso, debe ser ejer-
cido en sintonía con él: «Este obispo -Ignacio se refiere al
obispo de la Iglesia de Filadelfia- sé que no lo es por sí mismo
* * *
Encontramos unidas la vida y la doctrina. Por una y otra
vía, se subrayan trazos esenciales del misterio de la Iglesia con
una preocupación dominante: la inequívoca afirmación de la
unidad. La unidad tiene su raíz en Dios, por Cristo, recibe el
aliento del Espíritu y tiene una referencia visible: el obispo. De-
be traducirse también en la unidad entre todos aquellos que se
confiesan discípulos de Cristo.
La liturgia, la celebración de la fe, principalmente la euca-
ristía, se presenta como ocasión favorable para manifestar el al-
to nivel de conciencia de la unidad centrada en el obispo con
su presbiterio.
La Iglesia real es la Iglesia de Cristo, que se ve, de un
modo inmediato, en la Iglesia que tiene el obispo como cabeza;
Iglesia que convive en sintonía con las demás Iglesias presididas
por sucesores de los apóstoles. La solidaridad inter-comunidades
es un hecho que presupone y facilita la comprensión de la unidad.
No es detectable una parcialización de la Iglesia por vía de la exis-
tencia de la Iglesia en las Iglesias locales; no es detectable -y esto
constituye, a mi modo de ver, un dato enormemente positivo-
una demarcación, una polarización, Iglesia local/Iglesia universal. Se
hace, permanentemente, un tránsito fácil, como natural, de Igle-
sia local a Iglesia universal y viceversa. La unidad evita al indi-
vidualismo cerrado sobre sí mismo, sin caer en la uniformidad.