Dante Alighieri y El Esoterismo de La Divina Comedia
Dante Alighieri y El Esoterismo de La Divina Comedia
Dante Alighieri y El Esoterismo de La Divina Comedia
Lokmanya Kesav Bal Gangadhar Tilak (nacido el 23 de julio de 1856 y muerto el 1 de agosto
de 1920), también conocido como Bal Gangadhar Tilak fue un periodista, editor, autoridad
en los Vedas, estudiante de Sánscrito, matemático, reformador social y político indio, líder
del ala extremista del Congreso Nacional Indio y principal figura del sentir nacionalista
anterior a Mohandas Gandhi. Fue llamado por el gobierno colonial británico como «El padre
del desasosiego indio» a quien le fue conferido el título de «Lokmanya» que traduce
literalmente “Aceptado por el pueblo como su líder“. Su lema, «Swaraj (gobierno
autónomo), es mi derecho de nacimiento», inspiró a millones de indios. Su libro
“Geetarahasya” un tratado clásico sobre Geeta, escrito en idioma maratí, fue escrito por él,
en prisión en Mandalay. Nació en el seno de una familia brahmán, en Ranjani Aaleea, en el
Distrito de Ratnagiri. Su padre Shri Gangadhar Tilak fue un profesor de escuela y catedrático
del Sánscrito que murió cuando Bal Gangadhar Tilak tenía apenas 16 años. Estudió derecho
en el Deccan College y más tarde fue profesor durante cinco años en la Escuela Inglesa de
Poona de 1880 a 1885 y cinco años más en el Fergusson College de 1885 de 1890, antes de
convertirse en periodista en 1890. Tilakn fue un ferviente nacionalista y ayudó a revivir la
festividad del Ganapati en 1893, con el fin de provocar el fervor patriótico. Inauguró en 1895
el festival Shivaji con el mismo propósito. En 1897, los británicos le encarcelaron por
sedición debido a sus críticos artículos. En 1907 organizó una facción extremista dentro del
Partido del Congreso, que exigía la completa independencia de la India. Fue detenido una
vez más por los británicos en 1908 y nuevamente encarcelado, esta vez durante seis años. En
1916, fundó la Liga de autogobierno de toda la India para luchar por su causa. Su defensa de
la independencia sólo fue adoptada por el Partido del Congreso después de su muerte. Fue el
principal artífice de la Liga de autogobierno de toda la India, junto con la teosofa Annie
Besant en 1917, quienes adoptaron una bandera que contenía la bandera británica. Durante
la polémica de Guénon con articulistas de la “Revue Internationale des Sociètes Secrètes“,
escribiría a Reyor lo siguiente, en 1933: “Los artículos de esta gente son el soporte de los
ataques psíquicos lanzados contra mí”. Cuenta Reyor que los guenonianos ignoraban tres
puntos fundamentales del “guenonismo” hasta que no aparecieron los primeros artículos, en
octubre de 1932, de lo que luego sería “Consideraciones sobre la Iniciación”, en que se
hacía referencia a la necesidad de una iniciación en una organización regular, la necesidad
de los ritos y la necesidad de un exoterismo.
Y dice Reyor: “Está claro, que si no se admite que Guénon estaba encargado de una
“misión” que implicaba una investigación en los diferentes medios con pretensiones
tradicionales justificadas o no, su pertenencia sucesiva y a veces simultánea a los medios
más opuestos puede legítimamente parecer inquietante. Era un obispo gnóstico y masón
que colabora en una revista antimasónica, un musulmán que colabora en una revista para
la propagación del Sagrado Corazón de Jesús, etc…, hay que reconocer que esto ofrecía
un bello campo a la malevolencia”. Estas vivencias parisinas en los diversos medios
ocultistas fueron decisivos para su posterior rechazo o cuando menos menosprecio, incluso
visceral en algunos casos, a todo tipo de fenomenología paranormal, incluso marginando
a un tercer plano las experiencias místicas. Y lo curioso del caso es que Guénon asentó su
segunda mitad de la vida en el sufismo, en el que las “visiones” son predominantes, así
como un aflorar del sentimiento por ser “Fieles de Amor“, y sin embargo portaba consigo
un anillo con el “Om” védico grabado. Pero ¿cuál es el significado del nombre árabe de
Guénon? De cada una de las líneas de los escritos de René Guénon se desprende el carácter
dominante unificador e integral de un hombre que supo hacer del “Único” (Wahid) su
aspiración fundamental. En la tradición sufí, a los seres humanos que detentan una función
instructora les son asignados ciertos “nombres” que definen la naturaleza de su enseñanza.
En el caso de René Guénon, su nombre fue el de “Abd al-Wahid Yahia“, que significa
“Siervo del Único“, siendo Yahia el nombre del Profeta Juan el Bautista. Examinando
detenidamente este nombre, podemos observar que se relaciona directamente con el tipo
de orientación tradicional del “último metafísico de occidente“.
Y ahora veamos quién era el protagonista del artículo. Dante Alighieri (Florencia, 1265 –
Rávena, 1321) fue un famoso poeta italiano. Su obra maestra, La Divina Comedia, es una
de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista. Es
considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las cumbres de la literatura
universal. En italiano es conocido como “il Sommo Poeta” (El Poeta Supremo). A Dante
también se le llama el “Padre del idioma” italiano. Su primera biografía fue escrita por
Giovanni Boccaccio (1313-1375), en Trattatello in laude di Dante. Participó activamente
en las luchas políticas de su tiempo, por lo que fue desterrado de su ciudad natal. Fue un
activo defensor de la unidad italiana. Escribió varios tratados en latín sobre literatura,
política y filosofía. A su pluma se debe el tratado en latín De Monarchia, de 1310, que
constituye una exposición detallada de sus ideas políticas, entre las cuales se encuentran
la necesidad de la existencia de un Sacro Imperio Romano y la separación de la Iglesia y
el Estado. Luchó contra los Gibelinos de Arezzo. La fecha exacta del nacimiento de Dante
es desconocida, aunque generalmente se cree que está alrededor de 1265. Esto puede
deducirse de las alusiones autobiográficas reflejadas en La Vita Nuova. Se desconoce en
qué año nació Dante, aunque suele datarse su nacimiento en torno a 1265, tomando en
cuenta algunas alusiones autobiográficas en la Vita Nova y en el Infierno, que se inicia «en
medio del camino de nuestra vida», cuando se sabe por otras de sus obras que, siguiendo
una tradición bien conocida, Dante consideraba que la mitad de la vida de un hombre eran
los 35 años, por lo que, si el viaje imaginario se inicia en 1300, debería haber nacido hacia
1265. Algunos versos del Paraíso informan que nació bajo el signo de Géminis, es decir,
entre el 21 de mayo y el 21 de junio. Suele situarse el nacimiento de Dante Alighieri entre
el 21 de mayo y el 21 de junio de 1265. Pudo haber sido bautizado con el nombre de
«Durante» en el Baptisterio de Florencia, y Dante podría ser la versión hipocorística de
tal nombre. Su familia era una gran familia florentina cuyo verdadero nombre
era Alaghieri, favorable al partido güelfo. Su padre, Alighiero de Bellincione, era un güelfo
blanco, pero no sufrió la venganza de los gibelinos, después de su victoria en la batalla de
Montaperti. Esta salvación le dio un cierto prestigio a la familia.
La madre de Dante era Bella degli Abat y falleció cuando Dante tenía sólo 5 ó 6 años. Poco
después su padre, Alighiero, se volvió a casar con Lapa di Chiarissimo Cialuffise. Existe
controversia en cuanto a esa boda, proponiendo que los dos se hayan unido sin contraer
matrimonio, debido a las dificultades levantadas, en la época, a la boda de viudos. El padre
de Dante tuvo con ella dos hijos: Francesco y Tana (Gaetana). Mientras estudiaba en su
ciudad natal en 1278, fue discípulo de Brunetto Latini, quien hace aparición en el capítulo
del Infierno (canto XV), en la Divina Comedia. Fue amigo del poeta Cavalcanti. Cuando
Dante tuvo 12 años, se comprometió con Gemma, hija de Messer Manetto Donati, con la
que se casó en 1291. Los matrimonios negociados a edades tan precoces eran entonces
frecuentes y constituían una ceremonia importante, que exigía actos oficiales firmados
delante de notario. Dante tuvo varios hijos con Gemma. Muy poco se sabe de la educación
de Dante. Se presume que se educaba en casa y que estudió poesía toscana de Guittone de
Arezzo y Bonagiunta Orbicciani. En ese momento, la Escuela Siciliana (Scuola poetica
siciliana), un grupo cultural de Sicilia, cautivó a Dante. Sus centros de interés lo llevaron
a conocer juglares de Provenza y la cultura latina. También se hacía evidente su admiración
hacia Virgilio. Además estudió la lengua vernácula italiana, el latín (el idioma franco de
esa época), el provenzal, y de hecho insertó algunos versos en este idioma en
el Purgatorio. Hay que señalar que en la Edad Media la caída del Imperio romano dejó
una docena de pequeños Estados, de modo que Sicilia estaba alejada cultural y
políticamente de la Toscana, como ésta lo estaba de Provenza. Las regiones no compartían
la misma lengua ni la misma cultura y los medios de comunicación eran difíciles. Cuando
tenía 9 años encontró a Beatriz Portinari, hija de Folco Portinari, de la cual se enamoró «a
primera vista», y al parecer sin aún haberse hablado. Él la vio con frecuencia después de
los 18 años, a menudo intercambiaban saludos en la calle, pero nunca llegó a conocerla
bien. Es difícil entender lo que este amor comprendía en realidad, pero algo sumamente
importante para la cultura italiana . Era en nombre de este amor que Dante dio su impresión
al Dolce stil nuovo que influenciaría a escritores y poetas a descubrir el tema del «Amor»,
que nunca antes había sido tan acentuado. El amor por Beatriz, al parecer, era la razón de
su poesía y de su vida, junto con sus pasiones políticas.
Cuando Beatriz murió en 1290, Dante trató de encontrar un refugio en la literatura latina.
Entonces se dedicó a estudios filosóficos en escuelas religiosas, como Santa Maria
Novella. Esta pasión por la filosofía sería criticada más tarde por el personaje de Beatriz
en el Purgatorio, el segundo libro de la La Divina Comedia. Dante, como muchos
florentinos de aquellos días, estuvo involucrado en el conflicto entre los güelfos y
gibelinos. Luchó en la batalla de Campaldino (el 11 de junio de 1289), con los Caballeros
Florentinos Güelfos contra los Gibelinos de Arezzo. Luego, en 1294, estuvo entre los
caballeros que escoltaron a Carlos Martel de Anjou-Sicilia (el hijo de Carlos I de Sicilia)
mientras él estaba en Florencia. En junio de 1290, se sitúa la fecha de la presunta muerte
de Beatriz, a la edad de 24 años. Más adelante, en su carrera política, se hizo doctor y
farmacéutico. Se propuso no ejercer estas profesiones, pero una ley emitida en 1295 «el
efecto de las reglas de Giano del Bella» requirió que la nobleza que pretendía ocupar
cargos públicos debían alistarse en uno de los gremios de Corporazioni di Arti e
Mestieri. Entonces Dante obtuvo una rápida admisión en el gremio de los boticarios. La
profesión que escogió no era completamente inepta, ya que vendía sus libros en las tiendas
de los boticarios. Como político, logró un poco de importancia. Después de derrotar a los
Gibelinos, los Güelfos se dividieron en dos facciones: Güelfos Blancos (Guelfi Bianchi),
el partido de Dante, liderados por Vieri dei Cerchi, y los Güelfos Negros (Guelfi Neri),
conducidos por Corso Donati. Es miembro del Consejo Especial del Pueblo entre 1295 y
1296 y posteriormente formó parte del consejo que elegía los priores. De 1296 a 1297 fue
miembro del Consejo de los Ciento. En el año 1300 fue designado como embajador en San
Gimignano. En 1300 Dante es elegido como uno de los seis magistrados más altos en la
ciudad de Florencia. La situación política en Florencia no era fácil, porque el Papa
Bonifacio VIII planificaba una ocupación militar de la misma, y esto dificultó su labor
como funcionario político. En 1301, Carlos de Valois, hermano del rey Felipe IV de
Francia, visitó Florencia porque el Papa lo había designado pacificador de Toscana. Pero
el gobierno de la ciudad ya había reaccionado negativamente a la llegada de los
embajadores del Papa algunas semanas antes, buscando así la independencia de las
influencias papales.
Para resolver el problema, Dante fue designado como embajador y jefe de una delegación
para proponer un tratado de paz. Pero al llegar a Roma fue retenido por el Papa Bonifacio
VIII que pretendía tomar Florencia, para que, de acuerdo con los güelfos negros, la ciudad
se anexara a los Estados Pontificios. Corzo Donati, jefe de los güelfos negros desató una
persecución en contra de los güelfos blancos, después de que el pontífice tomó la ciudad
por la fuerza en 1301. Bonifacio VIII pidió a la delegación volver a Florencia y obligó a
Dante a permanecer en la ciudad. Al mismo tiempo (el 1 de noviembre de 1301) Carlos de
Valois entraba en Florencia con los Güelfos negros, y en los seis días posteriores
destruyeron todo y mataron a la mayor parte de sus enemigos. Después del nombramiento
de Cante dei Gabrielli da Gubbio como podestà (alcalde) de Florencia (9 de noviembre
de 1301), Dante fue condenado por él a exilio durante dos años, y a pagar una gran suma
de dinero. El poeta no podía pagar su multa y finalmente fue condenado a exilio perpetuo
(10 de marzo de 1302) al igual que a otros 600 güelfos blancos, partidarios de la
independencia y le fue negada toda participación política. El podestà declaró que si alguna
vez Dante hubiese sido atrapado por soldados florentinos habría sido ejecutado. Gemma,
la esposa de Dante, permaneció en Florencia con el fin de evitar la total confiscación de
los bienes conyugales. El poeta participó en varias tentativas de los Güelfos blancos para
recuperar el poder que habían perdido, pero fallaron debido a traiciones. Dante, disgustado
por el trato que recibió de las manos de sus enemigos, también se molestó por las luchas
internas y la ineficacia de sus aliados, y de hecho votó a hacer un partido de uno. Llegado
a este punto comenzó a bosquejar las ideas para la Divina Comedia. Fue a Verona como
invitado de Bartolomeo Della Scala y entonces se trasladó a Sarzana (Liguria). Es después
de ello que, como se supone, vivió un tiempo en la ciudad de Lucca, en donde vivió
tranquilo con Madame Gentucca, mencionada en el Purgatorio. Algunas fuentes
especulativas dicen que Dante permaneció en París entre los años 1308 y 1310. Otras
fuentes, de menos fiabilidad, lo sitúan en Oxford. En 1310, Enrique VII de Luxemburgo
invadió Italia. Enrique VII, (Heinrich, en alemán; Arrigo, en italiano) (1275 – 1313),
miembro de la Casa de Luxemburgo.
Enrique fue Conde de Luxemburgo, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
desde 1308 a 1313 y Rey de romanos desde 1308. Hijo del Conde Enrique VI de
Luxemburgo y de Beatriz de Avesnes. En 1292 casó con Margarita de Brabante, hija de
Juan I duque de Brabante y de Limburgo. De esta unión nació Juan en 1296, llamado el
Ciego, (futuro conde Juan I de Luxemburgo), quien fue designado Rey de Bohemia en
1310. En 1308, Enrique fue elegido rey de Romanos y fue coronado como Emperador en
Roma el 29 de junio de aquel año, título que había estado vacante desde la muerte de
Federico II. Se enfrentó al expansionismo de Francia y trató sin éxito de recuperar la
influencia que había perdido el título imperial, especialmente en Italia, donde destacó el
enfrentamiento que mantuvo con el papa Clemente V, la ciudad de Florencia y el rey
Roberto de Nápoles. Enrique VII murió cerca de Siena en 1313 de camino a una campaña
de castigo en contra del rey Roberto de Nápoles al que había acusado de deslealtad.
Enrique es el famoso alto Arrigo en el Paraíso de Dante, donde se le enseña al poeta el
puesto de honor que espera a Enrique en el cielo. Dante también alude a él en numerosas
ocasiones en el Purgatorio, refiriéndose a él como el salvador que devolverá el gobierno
imperial a Italia, y terminará con el inapropiado control temporal de la iglesia. Sin
embargo, el éxito de Enrique VII en Italia no duró, y tras su muerte las tropas anti-
imperialistas recuperaron el control de la península. Tras su muerte, los rivales Luis de
Wittelsbach y Federico el Hermoso, de la Casa de Habsburgo, se disputaron la corona. La
disputa finalizó con la batalla de Mühldorf, el 28 de septiembre de 1322, en la que Luis
resultó victorioso.; Dante vio en Enrique VII la ocasión de la venganza, así que le escribió
varias cartas en las que le incitaba a destruir violentamente a los Güelfos Negros.
Mezclando la religión y preocupaciones privadas, invocó la peor cólera de Dios contra su
ciudad, sugiriendo varios blancos particulares que coincidían con sus enemigos personales.
En Florencia, Baldo d’Aguglione perdonó a la mayor parte de Güelfos Blancos del exilio,
permitiéndoles volver.
Sin embargo, Dante había ido demasiado lejos en sus violentas cartas a Enrique VII, y por
ello no fue perdonado. En 1310, Enrique VII, emperador de Alemania fue coronado en
Milán, como rey de Italia. En 1312, Enrique VII asaltó Florencia y derrotó a los Güelfos
Negros, pero no hay ninguna prueba de que Dante estuviese implicado. Unos dicen que
rechazó participar en el asalto sobre su ciudad; los otros sugieren que su nombre se hubiera
hecho desagradable para los Güelfos Blancos y también que cualquier rastro de su paso
por la ciudad había sido quitado cuidadosamente. Dante buscó entrevistarse con Enrique
VII y aunque no pretendía deber su regreso al ejército alemán, si quería ver una Florencia
libre de la codicia pontifical. Los deseos de Dante cambiaron a raíz de enterarse de que
Enrique VII había fallecido envenenado; y con él cualquier esperanza para que Dante
volviera a ver Florencia otra vez. Así que regresó a Verona, donde Cangrande della
Scala le permitió vivir con cierta seguridad y una cierta prosperidad. Como
agradecimiento, Cangrande fue admitido virtualmente en el Paraíso de Dante. En 1315,
Florencia fue forzada por Uguccione della Faggiuola, el oficial militar que controlaba la
ciudad, a conceder una amnistía a los exiliados. Dante estaba en la lista de ciudadanos
perdonados. Pero Florencia requirió que, aparte del pago de una suma del dinero, estos
ciudadanos estuvieran de acuerdo con ser tratados como delincuentes en una ceremonia
religiosa y someterse a un consejo público en el que se les reconocería como delincuentes
públicos. Dante rechazó este vergonzoso requerimiento y prefirió permanecer en el exilio.
Cuando Uguccione finalmente derrotó a Florencia, la pena de muerte de Dante se convirtió
en el confinamiento, en la condición única de que volviera a Florencia a jurar que nunca
fuese a entrar a la ciudad otra vez. Confirmaron su condena a muerte y la ampliaron a sus
hijos. Dante esperó mucho tiempo ser invitado a volver a Florencia en términos
honorables. Para él, el exilio era casi una forma de muerte despojándolo de la mayor parte
de su identidad. Desde luego, nunca regresó.
El príncipe Guido Novello da Polenta lo invitó a Rávena en 1318 y él aceptó. Terminó
el Paraíso, y finalmente murió en 1321 (a la edad de 56 años) de regreso a Rávena de una
misión diplomática en Venecia, quizás de malaria. Dante fue enterrado en la Iglesia de San
Pier Maggiore, llamada más tarde San Francisco de Asís. Bernardo Bembo, pretor de
Venecia, mostró preocupación en 1483 por sus restos, organizando su traslado a una tumba
mejor. Finalmente, Florencia lamentó el exilio de Dante. En 1829, se construyó una tumba
para él en Florencia en la Basílica de Santa Cruz. Esa tumba ha estado siempre vacía y el
cuerpo de Dante permanece en su tumba en Rávena. El frente de su tumba en Florencia se
lee “Onorate l’altissimo poeta” («Honrad al más alto poeta»). La Vita Nuova (‘Vida nueva’)
es la primera obra conocida de Dante Alighieri; escrita entre 1292 y 1293, poco después de
la muerte de su amada Beatriz. En la obra se alternan 31 poemas líricos y 42 capítulos en
prosa. El sentido del título viene dado por la renovación vital que experimenta el poeta al
enamorarse de su amada. La parte en prosa sirve como explicación de los sonetos, escritos
según los cánones del dolce stil nuovo, y escogidos entre los que Dante había compuesto
desde 1283, en honor de diversas mujeres y de la propia Beatriz. Destacan algunos,
como Donne ch’avete intelletto d’amore (capítulo V), o Tanto gentile e tanto onesta
pare (capítulo XXVI). Las explicaciones en prosa se escribieron después, con el objeto de
dar un marco narrativo a los poemas. La Vita Nuova es la máxima expresión del sentido
del Dolce Stil Novo. El tema de la obra es el amor platónico de Dante por su amada Beatriz.
Dante encuentra por primera vez a Beatriz a los nueve años y se enamora de ella en el acto.
Vuelve a encontrarla nueve años después, a los dieciocho de edad, y compone un soneto en
honor suyo. Desde ese momento, siente por Beatriz un amor platónico, y su mayor felicidad
es ser saludado por ella. Sin embargo, oculta cuidadosamente el amor que tiene por Beatriz
cortejando abiertamente a otra dama. Llegado esto a oídos de Beatriz, ella le niega el saludo.
Se le aparece el Amor, y en su discurso, que el poeta no comprende, profetiza la muerte de
Beatriz Portinari. Dante toma como objetivo de su vida expresar a través de la poesía su amor
por Beatriz. Muere el padre de Beatriz y, poco después, Dante cae gravemente enfermo.
Durante su enfermedad tiene una pesadilla que es un presagio de la muerte de Beatriz, que
se relaciona con el número 9. Dante se cree enamorado de otra dama, pero vence esta falsa
pasión, y una visión le muestra a Beatriz, vestida de rojo, en la gloria de los cielos, por lo
cual el poeta decide no amar a otra mujer y consagrar su vida al recuerdo de su amada, aunque
no escribirá sobre ella hasta que no sea capaz de encontrar la forma adecuada de hacerlo. En
el ámbito universal se conoce a Beatriz como una de las más grandes musas de la historia.
Fue esta mujer quien inspiró a Dante para escribir una de las más grandes obras de la literatura
mundial.
La Divina Comedia es una epopeya alegórica en tercetos encadenados escrita entre 1304
y su muerte, considerada como una de las obras maestras de la literatura italiana y mundial.
Numerosos pintores de todos los tiempos crearon ilustraciones sobre ella, destacan
Botticelli, Gustave Doré y Dalí. Dante la escribió en el dialecto toscano, matriz del italiano
actual, que se utilizó entre los siglos XI y XII. La obra se divide en tres
partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Cada una de sus partes está dividida en 33 cantos,
a su vez compuestos de tercetos. La composición del poema se ordena según el simbolismo
del número tres (número que simboliza la trinidad sagrada, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
así como también, el número tres simboliza el equilibrio y la estabilidad en algunas
culturas, y que también tiene relación con el triángulo): tres personajes principales, Dante,
que personifica al hombre, Beatriz, que personifica a la fe, y Virgilio, que personifica a la
razón. La estrofa tiene tres versos y cada una de las tres partes cuenta con treinta y tres
cantos. El poema puede leerse según los cuatro significados que se atribuyen a los textos
sagrados: literal, moral, alegórico y anagógico. En este poema, Dante hace gala de un gran
poder de síntesis que es característico de los grandes poetas. Dante Alighieri llamó
comedia a su libro pues, de acuerdo con el esquema clásico, no podía ser una tragedia, ya
que su final era feliz. El libro suele presentarse actualmente con un gran cuerpo de notas
que ayudan a entender quiénes eran los personajes mencionados. Estos comentarios
incluyen interpretaciones de las alegorías o significados místicos que contendría el texto,
que otros prefieren leer como un relato literal. Esta tendencia se acentuó en el siglo XX
entre los exégetas y críticos de La divina comedia, muchos de los cuales sostienen que
Dante narró una historia en el mundo material de ultratumba tal como se lo concebía en su
tiempo. Miguel Asín Palacios, por otra parte, destacó la importancia de la escatología
musulmana en la estructura del Infierno dantesco, y en particular de la obra Escala de
Mahoma, en la que Mahoma, guiado por el arcángel Gabriel, recorre el Cielo y el Infierno,
dividido este último en siete estancias.
“O voi che avete gl´intelletti sani; Mirate la dottrina che s´asconde; Sotto il velame delli
versi strani!”. Con estas palabras, Dante indica de una manera muy explícita que hay en
su obra un sentido oculto, del que el sentido exterior y aparente no es más que un velo, y
que debe ser buscado por aquellos que son capaces de penetrarle. En otra parte, el poeta
va más lejos todavía, puesto que declara que todas las escrituras, y no solo las escrituras
sagradas, pueden comprenderse y deben explicarse principalmente según cuatro sentidos.
El hecho de que la Divina Comedia, en su conjunto, pueda interpretarse en varios sentidos,
es una cosa que no puede prestarse a ninguna duda, puesto que tenemos a este respecto el
testimonio mismo de su autor, ciertamente mejor cualificado que otros para enseñarnos
sobre sus propias intenciones. Los comentadores concuerdan generalmente en reconocer,
bajo el sentido literal del relato poético, un sentido filosófico-teológico y también un
sentido político y social. Pero Dante nos advirtió de buscar en ella cuatro sentidos. Para
Guénon, el cuarto sentido no puede ser más que un sentido propiamente iniciático,
metafísico en su esencia. Es precisamente en razón de este carácter esotérico por lo que
ese sentido profundo ha escapado completamente a la mayoría de los comentadores.
Aquellos que han entrevisto este lado esotérico de la obra de Dante han cometido muchas
equivocaciones en cuanto a su verdadera naturaleza, porque les faltaba la comprehensión
real de estas cosas, y porque su interpretación fue afectada por prejuicios de los que les era
imposible deshacerse. Es así como Gabriele Rossetti (1828 –1882), poeta, ilustrador,
pintor y traductor inglés, y Eugene Aroux, que fueron de los primeros en señalar la
existencia de este esoterismo, creyeron poder concluir de ello la «herejía» de Dante, sin
darse cuenta de que eso era mezclar consideraciones que se refieren a dominios
completamente diferentes. Para Aroux, la cuestión se planteaba así: ¿fue Dante católico o
albigense? Los antiguos iniciados participaban indistintamente en todos los cultos
exteriores, según las costumbres establecidas en los diversos países donde se encontraban;
y es también porque veía esta unidad fundamental, y no por el efecto de un «sincretismo»
superficial, por lo que Dante ha empleado indiferentemente, según los casos, un lenguaje
tomado ya sea al cristianismo, ya sea a la antigüedad grecorromana.
En la Edad Media hubo organizaciones cuyo carácter era iniciático y no religioso, pero
que tomaban su base en el catolicismo. Si Dante ha pertenecido a algunas de estas
organizaciones, lo que nos parece incontestable, eso no es una razón para declararle
«herético». No hubo más que dos casos donde la acusación de «herejía» pudo ser llevada
contra algunos de sus miembros. El primero de estos dos casos es aquel donde algunos
iniciados han podido librarse a divulgaciones inoportunas, corriendo el riesgo con ello de
arrojar la turbación en los espíritus no preparados para el conocimiento de las verdades
superiores, y también de provocar desórdenes desde el punto de vista social; los autores de
semejantes divulgaciones cometían el error de crear ellos mismos una confusión entre los
dos órdenes esotérico y exotérico, confusión que, en suma, justificaba suficientemente el
reproche de «herejía». Y este caso se ha presentado en diversas ocasiones en el Islam,
donde no obstante las escuelas esotéricas no encuentran normalmente ninguna hostilidad
por parte de las autoridades religiosas y jurídicas que representan el exoterismo. Hacemos
alusión al ejemplo de El-Hallâj, condenado a muerte en Bagdad en el año 309 de la Hégira
(921 de la era cristiana), y cuya memoria es venerada por aquellos mismos que estiman
que fue condenado justamente por sus divulgaciones imprudentes. En cuanto al segundo
caso, es aquel donde la misma acusación fue tomada simplemente como pretexto por un
poder político para arruinar a adversarios que estimaba tanto más temibles cuanto más
difíciles eran de alcanzar por los medios ordinarios. La destrucción de la Orden del Temple
es su ejemplo más célebre, y este acontecimiento tiene precisamente una relación directa
con el tema de este artículo. En el museo de Viena se encuentran dos medallas de las que
una representa a Dante y la otra al pintor Pierre de Pisa; ambas llevan al reverso las letras
F.S.K.I.P.F.T., que Aroux interpreta así: Frater Sacroe Kadosch, Imperialis Pincipatus,
Frater Templarius. Para las tres primeras letras, esta interpretación es manifiestamente
incorrecta y no da un sentido inteligible. Guénon piensa que es menester leer Fidei Sanctoe
Kadosch. La asociación de la Fede Santa, de la que Dante parece haber sido uno de los
jefes, era un «Tercer Orden» de filiación templaría, lo que justifica la denominación
de Frater Templarius; y su dignatarios llevaban el título de Kadosch, palabra hebrea que
significa «santo» o «consagrado», y que se ha conservado hasta nuestros días en los altos
grados de la Masonería.
Se dice que Dante Allighieri se encontró con Jacques de Molay una semana antes de su
arresto y que presidió una de las primeras audiencias en contra de los templarios. También
se dice que asistió a su ejecución en la hoguera. La Divina Comedia traza el plan maestro
templario en paralelo con muchas otras obras que proporcionan detalles. A la Fideli de
Amore pertenecieron escritores como Wolfram von Eschenbach, autor de la célebre
epopeya Parzival, Giovanni Boccacio, Francesco Petrarca, Francis Bacon, Miguel de
Cervantes y William Shakespeare. Estos dos últimos eran los portavoces de los grupos
templarios. Miguel de Cervantes de los de España y el mundo musulmán, y William
Shakespeare de Inglaterra y el Norte de Europa. Muchos cuestionan que ellos hayan sido
los verdaderos autores de sus libros. Y la vida misma de estos personajes refleja el destino
templario en sus respectivas regiones, con Cervantes sufriendo persecución, cárcel y
dolores en el Mediterráneo, al igual que los templarios del lugar, mientras Shakespeare
llevaba la vida fácil y de compadrazgo con el rey, tal como hacían los templarios de
Inglaterra. De ninguno de los dos existe un retrato verdadero. Pero más curiosa aun es su
“muerte”, pues ambos mueren el mismo día en sus respectivos calendarios, el 16 de abril
de 1616. De los trovadores poco se puede decir, pues de sus canciones queda muy poco en
forma literaria. Sin embargo, es de notar el caso de Chretien de Troyes, el más famoso
trovador templario. Finalmente, entre los pintores encontramos los famosos casos de
Leonardo Da Vinci y Nicolas Pussin, entre otros. Se puede apreciar el hecho de que Dante
tome como guía, para el fin de su viaje celeste, a San Bernardo, que estableció la regla de
la Orden del Temple. Y parece haber querido indicar así que era solo por la mediación de
éste como se hacía posible, en las condiciones propias de su época, el ascenso al grado
supremo de la jerarquía espiritual. La palabra contemplante, por la que Dante designa
después a San Bernardo, parece ofrecer un doble sentido, a causa de su parentesco con la
designación misma del Temple.
Es así como hubo efectivamente una Orden de los Trinitarios u Orden de Gracia, que
tenía como meta, al menos exteriormente, el rescate de los prisioneros de guerra. Es en
Oriente donde aparentemente estas Órdenes tomaron los datos herméticos que asimilaron.
Una segunda hipótesis reconoce la existencia, durante toda la edad media, de una tradición
iniciática propiamente occidental. Órdenes fundadas más tarde, y que no tuvieron nunca
relaciones con Oriente, estuvieron provistas igualmente de un simbolismo hermético,
como la Orden del Toisón de Oro, cuyo nombre mismo es una alusión tan clara como es
posible a este simbolismo. Sea como sea, en la época de Dante, el hermetismo existía
ciertamente en la Orden del Temple, lo mismo que el conocimiento de algunas doctrinas
de origen más árabe, doctrinas que Dante mismo parece no haber ignorado tampoco, y que
le fueron transmitidas sin duda también por esta vía. Algunos han llegado a atribuir al
blasón, cuyas relaciones con el simbolismo hermético son bastante estrechas, un origen
exclusivamente persa, mientras que, en realidad, el blasón existía desde la antigüedad en
un gran número de pueblos, tanto occidentales como orientales, y concretamente entre los
pueblos célticos. No obstante, volvamos a las concordancias masónicas mencionadas, ya
que hay varios grados del Ritual Escocés, para los cuales Aroux cree observar una perfecta
analogía con los nueve cielos que Dante recorre con Beatriz. Las correspondencias
indicadas para los siete cielos planetarios son: a la Luna corresponden los profanos; a
Mercurio, el Caballero del Sol (grado 28); a Venus, el Príncipe de Gracia (grado 26,
verde, blanco y rojo); al Sol, el Gran Arquitecto (grado 12) o el Noachita (grado 21); a
Marte, el Gran Escocés de San Andrés o Patriarca de las Cruzadas (grado 29, rojo con
cruz blanca); a Júpiter, el Caballero del Águila blanca y negrao Kadosch (grado 30); a
Saturno, la Escala de oro de los mismos Kadosch. Algunas de estas atribuciones parecen
dudosas, ya que no parece apropiado hacer del primer cielo la morada de los profanos,
mientras que, según Guénon, el lugar de éstos no puede estar más que en las «tinieblas
exteriores». Es el Infierno el que representa el mundo profano, mientras que no se llega a
los diversos cielos, comprendido en ellos el de la Luna, sino después de haber atravesado
las pruebas iniciáticas del Purgatorio. La esfera de la Luna tiene una relación especial con
los Limbos; pero ese es un aspecto diferente de su simbolismo, que es menester no
confundir con aquel bajo el que es representada como el primer cielo. En efecto, la Luna
es a la vez Janua Coeli y Janua Inferni, Diana y Hécate. Los antiguos lo sabían muy bien
y Dante no podía equivocarse asignando a los profanos una morada celeste, aunque fuera
la más inferior de todas. Estos dos aspectos corresponden también a las dos puertas
solsticiales. Es significativo este simbolismo, que los antiguos Latinos habrían resumido
en la figura de Janus. Por otra parte, habría que hacer algunas distinciones entre los
Infiernos, los Limbos, y las «tinieblas exteriores» de que se trata en el Evangelio.
Lo que es poco discutible es la identificación de las figuras simbólicas vistas por Dante: la
cruz en el cielo de Marte, el águila en el de Júpiter, la escala en el de Saturno. Esta cruz,
después de haber sido el signo distintivo de las Órdenes de Caballería, sirve todavía de
emblema a varios grados masónicos. Y, si está colocada en la esfera de Marte, es por
alusión al carácter militar de esas Órdenes, su razón de ser aparente, y al papel que
desempeñaron exteriormente en las expediciones guerreras de las Cruzadas. Se puede
observar también que el cielo de Marte es representado como la morada de los «mártires
de la religión». Sobre Marte y Martirio, hay incluso una suerte de juego de palabras del
que se podrían encontrar en otras partes otros ejemplos, tales como que la colina de
Montmartre fue antaño el Monte de Marte antes de devenir en el Monte de los Mártires.
Haremos notar otro hecho bastante extraño: los nombres de los tres mártires de
Montmartre, Dionisio, Rústico, y Eleuterio, son tres nombres del dios Baco. Además,
Saint Denis, considerado como el primer obispo de París, es identificado comúnmente a
San Dionisio el Areopagita, y, en Atenas, el Areópago era también el Monte de Marte. En
cuanto a los otros dos símbolos, el agula y la escala, podemos reconocer en ellos los
del Kadosch Templario. Asimismo, el águila, que la antigüedad clásica atribuía a Júpiter
como los hindúes la atribuyen a Vishnu, fue el emblema del antiguo Imperio romano y ha
permanecido el emblema del Sacro Imperio. Pero el simbolismo del águila en las diferentes
tradiciones requeriría un estudio especial. El cielo de Júpiter es la morada de los «príncipes
sabios y justos»: «Diligite justitiam, qui judicatis terram», correspondencia que, como
todas las que da Dante para los otros cielos, se explica enteramente por razones
astrológicas. Y el nombre hebreo del planeta Júpiter es Tsedek, que significa «justo». En
cuanto a la escala de los Kadosch, la esfera de Saturno está situada inmediatamente por
encima de la de Júpiter, y se llega al pie de esta escala por la Justicia (Tsedakah), y a su
cima por la Fe (Emounah). Este símbolo de la escala parece ser de origen caldeo y haber
sido aportado a Occidente con los misterios de Mithra. Tenía entonces siete escalones de
los que cada uno estaba formado de un metal diferente, según la correspondencia de los
metales con los planetas. Por otra parte, se sabe que, en el simbolismo bíblico, se encuentra
igualmente la escala de Jacob, que, al unir la tierra a los cielos, presenta una significación
idéntica. No carece de interés anotar que San Pedro Damiano, con quien Dante conversa
en el cielo de Saturno, figura en la lista de los Imperatores Rosae-Crucis, dada en
el Clypeum Veritatisde Irenaeus Agnostus (1618).
Según Dante, el octavo cielo del Paraíso, el cielo estrellado, con las estrellas fijas, es
el cielo de los Rosa-Cruz. En él los Perfectos están vestidos de blanco; exponen un
simbolismo análogo al de los Caballeros de Heredom y profesan la “doctrina evangélica”,
la misma de Lutero, opuesta a la doctrina católica romana. La Orden de Heredom, de
Kilwining, es el Gran Capítulo de los altos grados vinculado a la Grande Loge Royale
d’Edimbourg, y fundada, según la Tradición, por Roberto I Bruce (Robert the Bruce), rey
de Escocia de 1306 a 1329.. El término inglés Heredom (o Heirdom) significa «herencia»
(de los Templarios). No obstante, algunos creen que designa el hebreo Harodim, título
dado a aquellos que dirigían a los obreros empleados en la construcción del Templo de
Salomón. El verdadero esoterismo debe estar más allá de las oposiciones que se afirman
en los movimientos exteriores que agitan el mundo profano, y, si estos movimientos son a
veces suscitados o dirigidos invisiblemente por poderosas organizaciones iniciáticas, se
puede decir que éstas los dominan sin mezclarse en ellos, de manera que ejercen
igualmente su influencia sobre cada uno de los partidos contrarios. Es verdad que los
protestantes, y más particularmente los Luteranos, se sirven habitualmente de la palabra
«evangélica» para designar su propia doctrina, y, por otra parte, se sabe que el sello de
Lutero llevaba una cruz en el centro de una rosa. Se sabe también que la organización
rosacruciana que manifestó públicamente su existencia en 1604, se declaraba claramente
«antipapista». Pero debemos decir que esa Rosa-Cruz de comienzos del siglo XVII era ya
muy exterior, y estaba muy alejada de la verdadera Rosa-Cruz original, la cual no
constituyo nunca una sociedad en el sentido propio de esta palabra. Y, en cuanto a Lutero,
no parece haber sido más que un agente subalterno de la Rosa-Cruz. Sea como sea, las
vestiduras blancas de los Elegidos, o de los Perfectos, al recordar evidentemente algunos
textos apocalípticos, parecen ser sobre todo una alusión al hábito de los Templarios. Y, a
este respecto, hay un pasaje particularmente significativo, en que la palabra «convento» ha
permanecido en uso en la Masonería para designar sus grandes asambleas. Por lo demás,
esta interpretación permite dar un sentido muy preciso a la expresión de «milicia santa»
que encontramos en versos que parecen expresar discretamente la transformación del
Templarismo, después de su aparente destrucción, para dar nacimiento al
Rosacrucianismo: “In forma dunque di candida rosa; Mi si mostrava la milizia santa, Che
nel suo sangue Cristo fece sposa“. El último verso puede referirse al simbolismo de la
cruz roja de los Templarios.
Por otra parte, para hacer comprender mejor cuál es el simbolismo de que se trata, he aquí
la descripción de la Jerusalem celeste, tal como figura en el Capítulo de los Soberanos
Príncipes Rosa-Cruz, de la Orden de Heredom de Kilwinning u Orden Real de Escocia,
llamados también Caballeros del Águila y del Pelícano: «En el fondo (de la última
estancia) hay un cuadro donde se ve una montaña de donde brota un río, a la orilla del
cual crece un árbol que lleva doce tipos de frutos. Sobre la cima de la montaña hay una
peana compuesta de doce piedras preciosas en doce pasamentos. Encima de esta peana
hay un cuadrado de oro, sobre cada una de cuyas caras hay tres ángeles con los nombres
de cada una de las doce tribus de Israel. En este cuadrado hay una cruz, sobre el centro
de la cual está tumbado un cordero». Así pues, es el simbolismo apocalíptico el que
encontramos aquí, y las concepciones cíclicas a las que se refiere están íntimamente
ligadas al plan de la obra de Dante. «En los cantos XXIV y XXV del Paraíso, se encuentra
el triple beso del Príncipe Rosa-Cruz, el pelícano, las túnicas blancas, las mismas que las
de los ancianos del Apocalípsis, las barras de cera de sellar, las tres virtudes teologales
de los Capítulos masónicos (Fe, Esperanza y Caridad); ya que la flor simbólica de los
Rosa-Cruz (la Rosa cándida de los cantos XXX y XXXI) ha sido adoptada por la Iglesia
Católica como la figura de la Madre del Salvador (Rosa mística de las letanías), y por la
iglesia de Toulouse (los Albigenses) como el tipo misterioso de la asamblea general de los
Fieles de Amor. Estas metáforas ya eran empleadas por los Paulicianos, predecesores de
los Cátaros en los siglos X y XI». En los Capítulos de Rosa-Cruz (grado 18 escocés), los
nombres de las tres virtudes teologales son asociados respectivamente a los tres términos
de la divisa «Libertad, Igualdad, Fraternidad». También se podrían aproximar a lo que se
llama «los tres principales pilares del Templo» en los grados simbólicos: «Sabiduría,
Fuerza, Belleza». A estas tres mismas virtudes, Dante hace corresponder San Pedro,
Santiago y San Juan, los tres Apóstoles que asistieron a la Transfiguración de Jesús. Estas
aproximaciones se podrían multiplicar sin gran dificultad. Pero, salvo probablemente en
el caso del Templarismo y del Rosicrucianismo original, sería menester no pretender sacar
de ellas conclusiones en lo que respecta a una filiación directa de las diferentes formas
iniciáticas, entre las cuales se constata así una cierta comunidad de símbolos. En efecto,
no solo el fondo de las doctrinas es siempre y por todas partes el mismo, sino que también
los modos de expresión mismos presentan frecuentemente una similitud destacable. Y ello
para tradiciones que están muy alejadas en el tiempo o en el espacio como para que se
pueda admitir una influencia inmediata de las unas sobre las otras: Para descubrir una
vinculación efectiva, habría que remontarse mucho más lejos de lo que la historia permite
hacerlo.
Por otro lado, comentadores tales como Rossetti y Aroux, al estudiar el simbolismo de la
obra de Dante, se han detenido en su lado ritualista, es decir, en formas que ocultan el
sentido profundo mucho más de lo que lo expresan. Y, «es natural que ello sea así, porque,
para poder percibir y comprender las alusiones y las referencias convencionales o
alegóricas, es menester conocer el objeto de la alusión o de la alegoría; y, en el caso
presente, es menester conocer las experiencia místicas por las que la verdadera iniciación
hace pasar al misto y al epopte. Para quien tiene alguna experiencia de este género, no
hay ninguna duda sobre la existencia, en la Divina Comedia y en la Eneida, de una
alegoría metafísico-esotérica, que vela y expone al mismo tiempo las fases sucesivas por
las que pasa la consciencia del iniciado para alcanzar la inmortalidad». El mismo
reproche puede ser dirigido también a Éliphas Lévi, que, aunque afirma una relación con
los misterios antiguos, ha visto sobre todo una aplicación político-religiosa, y que ha
cometido el error de suponer que las organizaciones propiamente iniciáticas se han
comprometido directamente en las luchas exteriores. He aquí, en efecto, lo que dice este
autor en su Histoire de la Magie: «Se han multiplicado los comentarios y los estudios
sobre la obra de Dante, y nadie, que sepamos, ha señalado su verdadero carácter. La obra
del gran Gibelino es una declaración de guerra al Papado por la revelación atrevida de
los misterios. La epopeya de Dante es johanita y gnóstica; es una aplicación atrevida de
las figuras y de los números de la Kabbala a los dogmas cristianos, y una negación secreta
de todo lo que hay de absoluto en estos dogmas. San Juan es considerado frecuentemente
como el jefe de la Iglesia interior, y, según ciertas concepciones de las que encontramos
aquí un indicio, se quiere a este título oponerle a San Pedro, jefe de la Iglesia exterior; la
verdad es más bien que su autoridad no se aplica al mismo dominio. Su viaje a través de
los mundos sobrenaturales se cumple como la iniciación a los misterios de Eleusis y de
Tebas. Es Virgilio quien le conduce y le protege en los círculos del nuevo Tártaro, como
si Virgilio, el tierno y melancólico profeta de los destinos del hijo Polión, fuera a los ojos
del poeta florentino el padre ilegítimo, pero verdadero, de la epopeya cristiana. Gracias
al genio pagano de Virgilio, Dante escapa de ese abismo sobre cuya puerta había leído
una sentencia de desesperanza; y escapa de allí poniendo su cabeza en el lugar de sus
pies y sus pies en el lugar de su cabeza, es decir, tomando el contrapié del dogma, y
entonces remonta a la luz sirviéndose para ello del demonio mismo como de una escala
monstruosa; escapa a lo espantoso a fuerza de espanto, a lo horrible a fuerza de horror.
El Infierno, parece, no es un atolladero más que para aquellos que no saben volverse;
Dante toma al diablo a contrapelo, si me es permisible emplear aquí esta expresión
familiar, y se emancipa por su audacia. Es ya el protestantismo rebasado, y el poeta de
los enemigos de Roma ya ha descubierto a Fausto al subir al Cielo sobre la cabeza de
Mefístoles vencido». Este pasaje de Éliphas Lévi, como muchos otros (sacados sobre todo
del Dogme et Rituel de la Haute Magie), ha sido reproducido textualmente por Albert Pike
en sus Morals and Dogma of Freemasonry.
Por otra parte, la independencia intelectual no era, en la Edad Media, una cosa excepcional,
y los monjes mismos no se privaban de una crítica muy libre, cuyas manifestaciones se
pueden encontrar hasta en las esculturas de las catedrales. Todo eso no tiene nada de
esotérico, y hay, en las obras de que se trata, algo mucho más profundo. «Estas importantes
manifestaciones del ocultismo, dice también Éliphas Lévi en Histoire de la
Magie, coinciden con la época de la caída de los Templarios, puesto que Jean de Meung
o Clopinel, contemporáneo de la ancianidad de Dante, florecía durante sus más bellos
años en la corte de Felipe el Hermoso. Es un libro profundo bajo una forma ligera es una
revelación tan sabia como la de Apuleyo de los misterios del ocultismo. Se puede decir lo
mismo, en el siglo XVI, de las obras de Rabelais, que encierran también una significación
esotérica que podría ser interesante estudiar de cerca. La rosa de Flamel, la de Jean de
Meung y la de Dante han nacido sobre el mismo rosal». Importa precisar también a este
propósito que existe una suerte de adaptación italiana del Roman de la Rose, titulada Il
Fiore, cuyo autor parece no ser otro que Dante mismo. Lo que ofrece un interés muy
particular para la historia de las doctrinas esotéricas, es la constatación de que varias
manifestaciones importantes de estas doctrinas coinciden, en pocos años, con la
destrucción de la Orden del Temple. Hay una relación incontestable entre estos diversos
acontecimientos. Por consiguiente, en los primeros años del siglo XIV, y sin duda ya en el
curso del siglo precedente, había, tanto en Francia como en Italia, una tradición secreta, la
misma que debía llevar más tarde el nombre de tradición rosacruciana. La denominación
de Fraternitas Rosœ-Crucis aparece por primera vez en 1374, o incluso, según algunos,
como Michel Maier, en 1413. Y la leyenda de Christian Rosenkreuz, el supuesto fundador
cuyo nombre y cuya vida son puramente simbólicos, quizás no fue enteramente constituida
más que en el siglo XVI. Pero el símbolo de la Rosa-Cruz es ciertamente muy anterior.
Aquella doctrina esotérica presentaba caracteres que permiten hacerla entrar en lo que se
llama generalmente hermetismo. La historia de esta tradición hermética está íntimamente
ligada a la de las Órdenes de Caballería. Y en aquella época era conservada por
organizaciones iniciáticas como la Fede Santa y los Fieles de Amor, así como también
aquella Massenie del Santo Graal de la que el historiador Henri Martin habla en estos
términos: «En el Titurel, la leyenda del Grial alcanza su última y espléndida
transfiguración, bajo la influencia de ideas que Wolfram parecía haber embebido en
Francia, y particularmente en los Templarios del mediodía de Francia. El Templario
suabo Wolfram d´Eschenbach, autor de Perceval, e imitador del benedictino satírico
Guyot de Provins, que él mismo designa bajo el nombre singularmente deformado de
«Kyot de Provence». Ya no es pues en isla de Bretaña, sino en Galia, cerca de los confines
de España, donde el Grial está conservado. Un héroe llamado Titurel funda un templo
para depositar en él el santo Vaso, y es el profeta Merlín quien dirige esa construcción
misteriosa, iniciado como ha sido por José de Arimatea en persona en el plano del Templo
por excelencia, es decir, del Templo de Salomón“. Henri Martin agrega: «Perceval acabó
por transferir el Grial y reedificar el templo en la India, y es el Prestejuan, ese jefe
fantástico de una cristiandad oriental imaginaria, que heredó la guardia del Santo Vaso».
La Caballería del Grial deviene aquí la Massenie, es decir, una Franc-
Masonería ascética, cuyos miembros se llaman los Templistas, y se puede entender aquí
la intención de relacionarlo con un centro común, figurado por este Templo ideal, la Orden
de los Templarios y las numerosa confraternidades de constructores que renovaron la
arquitectura de la Edad Media. Lo que es muy curioso es que la Franc-
Masonería moderna se remonta hasta la Massenie du Saint Graal. Hay una relación muy
estrecha entre el simbolismo mismo del Grial y el «centro común» al que Henri Martin
hace alusión, aunque sin que parezca comprender lo que simboliza la designación
del Prestejuan y de su reino misterioso. Los vínculos de la Masonería moderna con las
organizaciones anteriores son extremadamente complejos; pero por ello no será menos
interesante tenerla en cuenta, ya que en ello se puede ver uno de los orígenes reales de la
Masonería. Todo eso puede ayudar a entender los medios de transmisión de las doctrinas
esotéricas a través de la Edad Media, así como la oscura filiación de las organizaciones
iniciáticas en el curso de ese mismo periodo, durante el que fueron verdaderamente
secretas en la más completa acepción de esta palabra.
Una cuestión que parece haber preocupado mucho a la mayoría de los comentadores de
Dante es la de las fuentes a las que vincular su concepción del descenso a los Infiernos.
Sin duda, si Dante toma a Virgilio como guía en las dos primeras etapas de su viaje, la
causa principal de ello es el recuerdo del canto VI de la Enéida. Pero es menester agregar
que ello es porque, en Virgilio, no hay sólo una simple ficción poética, sino la prueba de
un saber iniciático incontestable. No carece de fundamento el hecho de que la práctica de
las suertes virgilianœ estuviera tan extendida en la Edad Media; y, si se ha querido hacer
de Virgilio un mago, eso no es más que una deformación popular y exotérica de una verdad
profunda. Por otra parte, no es difícil constatar que Virgilio mismo, en cuanto a lo que nos
ocupa, ha tenido predecesores en los Griegos, y recordar a este propósito el viaje de Ulises
al país de los Cimerios, así como el descenso de Orfeo a los Infiernos. A este respecto
debemos decir que Los fenicios y otros pueblos emigraron por tierra y mar. Dos de los
grupos fueron llamados los Cimerios y los Escitas y a través de una serie de cambios de
nombre poblaron Europa y se encontraron con los colonos arios más antiguos de Gran
Bretaña y Europa del Norte, que fueron trasladados por los navegantes fenicios, que son
muy importantes para la Historia. Los Cimerios emigraron al noroeste desde el Cáucaso y
el Asia Menor (Turquía) hacia os países que ahora llamamos Bélgica, Países Bajos,
Alemania y Dinamarca. Los historiadores romanos, Plinio y Tácito, dijeron que todas las
personas a lo largo de la costa desde Países Bajos hasta Dinamarca eran el mismo grupo
étnico y esto es apoyado por evidencia arqueológica que indica que este pueblo llegó a esa
región alrededor de 300 a 250 a.C. Otro grupo de Cimerios viajó hacia arriba por el río
Danubio por Hungría y Austria hacia Alemania del sur y Francia. Los romanos los
llamaron galos y los griegos los conocieron como los Keltoi o celtas. Grupos de estas tribus
celtas también se instalaron en Bohemia y Bavaria y otros invadieron Italia del norte.
Salustio, historiador romano, registró que los romanos fueron derrotados varias veces por
los “Cimbrios“, quienes se decía que eran galos. Otros historiadores romanos dicen que
los Cimbrios eran Celtas. Fueron divididos en tres tribus, los Belgae (Francia del noreste),
los galos (Francia central) y los Acquitanae (Francia del sur hasta los Montes Pirineos).
En el siglo II a.C, los galos / celtas (los Cimerios blancos de los Montes Cáucasos y el
Medio Oriente) ocuparon toda Europa central e Italia del norte y pasaron a conquistar todo
ese país. Alrededor de 280 a.C se expandieron hacia el sur, hasta Asia Menor, y reocuparon
las tierras de sus antepasados. Como el historiador Henry Rawlinson dijo: “Estas dos
grandes invasiones de Asia Menor procedieron de la misma raza, llamada los Cimerios o
los galos“. Estos galos invasores se establecieron en un lugar llamado Frigia que se hizo
conocido como Galatia y se suponía que fue a estas personas que San Pablo escribió la
carta del Nuevo Testamento a los Gálatas. Los Cimerios o los Cimbrios también se
establecieron en Gales y hasta el día de hoy el nombre para ese país en la lengua galesa es
Cymru. La verdad es que lo que se trata tiene la relación más estrecha con los misterios de
la antigüedad, y que los diversos relatos poéticos o legendarios no son más que
traducciones de una misma realidad. La rama de oro que Eneas, conducido por la Sibila,
va a coger primero al bosque, en esta misma «selva selvaggia» donde Dante sitúa también
el comienzo de su poema, es la rama que llevaban los iniciados de Éleusis, y que recuerda
también la acacia de la Masonería moderna, «prenda de resurrección y de inmortalidad».
Pero hay más. En la liturgia católica, es por la fiesta de los Ramos como se abre la Semana
Santa, que verá la muerte de Cristo y su descenso a los Infiernos, y después su resurrección,
que pronto será seguida de su ascensión gloriosa. Y es precisamente el Lunes Santo cuando
comienza el relato de Dante, como para indicar que ha sido al ir a la búsqueda de la rama
misteriosa cuando se ha extraviado en el bosque obscuro donde va a encontrar a Virgilio.
Y su viaje a través de los mundos durará hasta el domingo de Pascua, es decir, hasta el día
de la resurrección. El nombre latino de esta fiesta es Dominica in Palmis. La palma y la
rama no son más que una sola y misma cosa. Recordaremos también la denominación
popular de «Pascua florida», que expresa de una manera muy clara, aunque inconsciente
en aquellos que la emplean hoy día, la relación del simbolismo de esta fiesta con la
resurrección.
Muerte y descenso a los Infiernos por un lado, resurrección y ascensión a los Cielos por el
otro, son como dos fases inversas y complementarias, de las que la primera es la
preparación necesaria para la segunda. Estas fases se encontrarían igualmente en la
descripción de la «Gran Obra» hermética; y la misma cosa se afirma claramente en todas
las doctrinas tradicionales. Es así como en el Islam encontramos el episodio del «viaje
nocturno» de Mohammed, viaje que comprende igualmente el descenso a las regiones
infernales (isrâ), y después el ascenso a los diversos paraísos o esferas celestes (mirâj). Y
algunos relatos de este «viaje nocturno» presentan similitudes con el poema de Dante
particularmente sorprendentes, a tal punto que algunos han querido ver en ello una de las
fuentes principales de su inspiración. Miguel Asín Palacios (1871 – 1944), arabista
español, ha mostrado las múltiples relaciones que existen, en cuanto al fondo e incluso en
cuanto a la forma, entre la Divina Comedia, por una parte, y por otra, el Kitâb el-
isrâ (Libro del Viaje nocturno) y los Futûhât el-Mekkiyah (Revelaciones de la Meca) de
Mohyiddin ibn Arabi, obras que se escribieron unos ochenta años antes que la Divina
Comedia. Miguel Asín, autor de La Escatología musulmana en la Divina
Comedia, concluye que esas analogías son más numerosas que todas las que los
comentadores han llegado a establecer entre la obra de Dante y todas las demás literaturas
de todos los países. También Edgar Blochet, en su obra les Sources orientales de la Divine
Comédie, y Antoine Cabaton, en su obra la Divine Comédie et l’Islam, en la Revue de
l’Histoire des Religionstratan este terma. A. Cabaton dice: “en una adaptación de la
leyenda musulmana, un lobo y un león cortan la ruta al peregrino, como la pantera, el
león y la loba hacen retroceder a Dante. Virgilio es enviado a Dante y Gabriel a
Mohammed por el Cielo; ambos, durante el viaje, satisfacen la curiosidad del peregrino.
El Infierno es anunciado en las dos leyendas por signos idénticos: tumulto violento y
confuso, ráfagas de fuego. La arquitectura del Infierno dantesco está calcada sobre la del
Infierno musulmán: los dos son una gigantesca tolva formada por una serie de pisos, de
grados o escalones circulares que descienden gradualmente hasta el fondo de la tierra;
cada uno de ellos encierra una categoría de pecadores, cuya culpabilidad y cuya pena se
agravan a medida que los mismos habitan un círculo más hundido. Cada piso se subdivide
en otros diferentes, afectos a categorías variadas de pecadores; finalmente, estos dos
Infiernos están situados debajo de la ciudad de Jerusalem. A fin de purificarse al salir del
Infierno y de poder elevarse al Paraíso, Dante se somete a una triple ablución. Una misma
triple ablución purifica las almas en la leyenda musulmana: antes de penetrar en el Cielo,
son sumergidas sucesivamente en las aguas de los tres ríos que fertilizan el jardín de
Abraham. La arquitectura de las esferas celestes a través de las cuales se cumple la
ascensión es idéntica en las dos leyendas; en los nueve cielos están dispuestas, según sus
méritos respectivos, las almas bienaventuradas que, finalmente, se juntan todas en el
Empíreo o última esfera. Lo mismo que Beatriz se desvanece ante San Bernardo para
guiar a Dante en las últimas etapas, de igual modo Gabriel abandona a Mohammed cerca
del trono de Dios a donde será atraído por una guirnalda luminosa. La apoteosis final de
las dos ascensiones es la misma: los dos viajeros, elevados hasta la presencia de Dios,
nos describen a Dios como un foco de luz intensa, rodeado de nueve círculos concéntricos
formados por las filas cerradas de innumerables espíritus angélicos que emiten rayos
luminosos; una de las filas circulares más próximas del foco es la de los Querubines; cada
círculo rodea al círculo inmediatamente inferior, y los nueve giran sin tregua alrededor
del centro Divino. Los pisos infernales, los cielos astronómicos, los círculos de la rosa
mística, los coros angélicos que rodean el foco de la Luz divina, los tres círculos que
simbolizan la trinidad de personas, están tomados palabra a palabra por el poeta
florentino a Mohyiddin ibn Arabi”.
Pero estas similitudes muestran que la unidad de la doctrina está contenida en todas las
tradiciones. Allí donde no hay más que semejanzas de orden general, no hay lugar a
concluir de ello una comunicación directa. Esta conclusión no está justificada más que si
las mismas ideas son expresadas bajo una forma idéntica, lo que es el caso para Mohyiddin
y Dante. Es cierto que lo que encontramos en Dante está en perfecto acuerdo con las teorías
hindúes de los mundos y de los ciclos cósmicos, pero sin estar revestido de la forma que
es propiamente hindú. Y este acuerdo existe necesariamente en todos aquellos que tienen
consciencia de las mismas verdades, cualquiera que sea la manera en que han adquirido su
conocimiento. La distinción de los tres mundos, que constituye el plan general de la Divina
Comedia, es común a todas las doctrinas tradicionales; pero toma formas diversas. Y, en
la India misma, hay dos versiones que no coinciden, pero que no están en contradicción
tampoco, y que corresponden solo a puntos de vista diferentes. Según una de estas
divisiones, los tres mundos son los Infiernos, la Tierra y los Cielos; según la otra, donde
los Infiernos ya no se consideran, son la Tierra, la Atmósfera (o región intermediaria) y el
Cielo. En la primera, es menester admitir que la región intermediaria se considera como
una simple prolongación del mundo terrestre; y es así como aparece en el Purgatorio de
Dante, que puede ser identificado a esta misma región. La segunda división es
rigurosamente equivalente a la distinción hecha por la doctrina Católica entre Iglesia
militante, Iglesia purgante e Iglesia triunfante. Ahí tampoco se puede hablar del Infierno.
Para los Cielos y los Infiernos, frecuentemente se consideran subdivisiones en número
variable; pero, en todos los casos, se trata siempre de una repartición jerárquica de los
grados de la existencia, que pueden ser clasificados diferentemente según las
correspondencias analógicas que se tomen como base de una representación simbólica.
Los Cielos son los estados superiores del ser; los Infiernos, como su nombre mismo indica,
son los estados inferiores. Y cuando decimos superiores e inferiores, debe entenderse en
relación al estado humano o terrestre, que se toma naturalmente como término de
comparación, porque es el que debe servirnos de punto de partida. Puesto que la iniciación
verdadera es una toma de posesión consciente de los estados superiores, es fácil
comprender que sea descrita simbólicamente como una ascensión o un «viaje celeste».
Pero podemos preguntarnos por la razón de que esta ascensión deba ser precedida de un
descenso a los Infiernos. Para eso hay varias razones. Por una parte, este descenso es como
una recapitulación de los estados que preceden al estado humano, que han determinado
sus condiciones particulares, y que deben participar también en la «transformación» que
va a cumplirse. Por otra, permite la manifestación de las posibilidades de orden inferior
que todo ser lleva en estado no desarrollado, y que deben ser agotadas antes de que le sea
posible llegar a la realización de los estados superiores. Por lo demás, es menester precisar
que no puede retornarse a estados por los que ya se ha pasado. No puede explorar esos
estados más que indirectamente, tomando consciencia de las huellas que han dejado en las
regiones más obscuras del estado humano mismo. Y por eso es por lo que los Infiernos
son representados simbólicamente como situados en el interior de la Tierra. Por el
contrario, los Cielos son los estados superiores, y no solo su reflejo en el estado humano,
cuyos prolongamientos más elevados no constituyen más que la región intermediaria o el
Purgatorio, es decir, la montaña en la cima de la cual Dante coloca el Paraíso terrestre. La
meta real de la iniciación, no es solo la restauración del «estado edénico», que no es más
que una etapa en la ruta que debe conducir mucho más arriba, puesto que es más allá de
esta etapa donde comienza verdaderamente el «viaje celeste». Esta meta es la
conquista activa de los estados «suprahumanos» y es una de las diferencias esenciales que
existen entre los iniciados y los místicos. El estado humano debe ser llevado primero a la
plenitud de su expansión («estado edénico»), mediante la realización integral de sus
posibilidades. Pero esto no será todavía más que la base sobre la que el ser se apoyará para
elevarse a los estados superiores, en que figuran las esferas planetarias y estelares, en el
lenguaje de la astrología, y las jerarquías angélicas, en el lenguaje de la teología. Es
notable que las tres partes del poema se terminan todas por la misma palabra stelle, como
para afirmar la importancia muy particular que tenía para Dante el simbolismo astrológico.
Las últimas palabras del Infierno, «riveder le stelle», caracterizan el retorno al estado
propiamente humano, desde donde es posible percibir como un reflejo de los estados
superiores.
En cuanto al verso final del Paraíso: «L´Amor che muove il Sole e l´altre stelle», designa
el «viaje celeste» al centro divino que está más allá de todas las esferas, y que es, según la
expresión de Aristóteles, el «motor inmóvil» de todas las cosas. El nombre de «Amor», que
se le atribuye, podría dar lugar a interesantes consideraciones en relación con el
simbolismo propio a la iniciación de las Órdenes de Caballería. Así pues, hay que
distinguir dos periodos en la ascensión. El primero no es una ascensión más que en relación
a la humanidad ordinaria. La altura de una montaña, cualquiera que sea, es siempre nula
en comparación de la distancia que separa la Tierra de los Cielos. El despliegue de las
posibilidades del ser total se efectúa primero en el sentido de la «amplitud», y después en
el de la «exaltación», según términos tomados del esoterismo islámico. La distinción de
estos dos periodos corresponde a la división antigua de los «misterios menores» y de los
«misterios mayores». Las tres fases a las cuales se refieren las tres partes de la Divina
Comedia pueden explicarse también por la teoría hindú de los tres gunas. Según el
hinduismo, las gunas son las tres cualidades de las que está compuesto el universo y son
las tendencias fundamentales de las que procede todo ser manifestado. Cada una no puede
existir sin las otras. Estas se hallan presentes en los distintos grados de la materia y lo sutil,
incluyendo la mente y la energía del universo. Estas cualidades se mueven en el nivel
físico, emocional y mental, en todo el universo, denominado prakriti (‘naturaleza’)
o maiá (‘ilusión’), pues abarcan todo lo existente. Según que una u otra de estas tendencias
predomine en ellos, los seres se reparten jerárquicamente en el conjunto de los tres
mundos, es decir, en todos los grados de la existencia universal. Los
tres gunas son: sattwa, la conformidad a la esencia pura del Ser, que es idéntica a la luz
del Conocimiento, simbolizado por la luminosidad de las esferas celestes que representan
los estados superiores; rajas, la impulsión que provoca la expansión del ser en un estado
determinado, tal como el estado humano, o, si se quiere, el despliegue de este ser en un
cierto nivel de la existencia; finalmente; tamas, la obscuridad, asimilada a la ignorancia,
raíz tenebrosa del ser considerado en sus estados inferiores. Así, sattwa, que es una
tendencia ascendente, se refiere a los estados superiores y luminosos, es decir, a los Cielos,
y tamas, que es una tendencia descendente, se refiere a los estados inferiores y tenebrosos,
es decir, a los Infiernos; rajas, que se podría representar por una extensión en el sentido
horizontal, se refiere al mundo intermediario, que es aquí el «mundo del hombre», puesto
que es nuestro grado de existencia el que tomamos como término de comparación, y que
debe ser considerado como comprendiendo la Tierra con el Purgatorio, es decir, el
conjunto del mundo corporal y del mundo psíquico.
Esto corresponde a la primera de las dos maneras de considerar la división de los tres
mundos que hemos mencionado antes. Y el paso de uno a otro de estos tres mundos puede
ser descrito como resultando de un cambio del guna. Existe precisamente un texto vêdico
en el que los tres gunas son presentados convirtiéndose el uno en el otro según un orden
ascendente: «Todo era tamas: Él (el Supremo Brahma) ordenó un cambio, y tamas tomó
el tinte (es decir, la naturaleza) de rajas (intermediario entre la obscuridad y la
luminosidad); y rajas, habiendo recibido de nuevo un mandato, revistió la naturaleza de
sattwa». Este texto da un esquema de la organización de los tres mundos, a partir del caos
primordial de las posibilidades, conforme al orden de generación y encadenamiento de los
ciclos de la existencia universal. Puesto que la teoría de los tres gunas se refiere a todos
los modos posibles de la manifestación universal, es susceptible de aplicaciones múltiples.
Una de estas aplicaciones, que concierne especialmente al mundo sensible, se encuentra
en la teoría cosmológica de los elementos. Se trata de explicar la repartición de todo el
conjunto de la manifestación según la división jerárquica de los tres mundos, y su
repercusión desde el punto de vista iniciático. Analizando el papel que desempeña el
simbolismo de los números en la obra de Dante, hay indicaciones muy interesantes en un
trabajo del profesor Rodolfo Benini: Per la restituzione della Cantica dell´Inferno alla sua
forma primitiva, en el Nuovo Patto. Este trabajo es una investigación del plan primitivo
del Inferno, emprendida con intenciones que son sobre todo de orden literario; pero las
constataciones a las que conduce esta investigación tienen en realidad un alcance mucho
más considerable. Según Benini, para Dante habría tres parejas de números que tienen un
valor simbólico por excelencia: son 3 y 9, 7 y 22, 515 y 666. Para los dos primeros números
todo el mundo sabe que la división general del poema es ternaria; por otra parte, el 9 es el
número de Beatriz, como se ve en la Vita Nuova. Por lo demás, este número 9 está
directamente vinculado al precedente, puesto que es su cuadrado, y se le podría llamar un
triple ternario. Es el número de las jerarquías angélicas y, por consiguiente, de los Cielos,
y es también el de los círculos infernales, ya que hay una cierta relación de simetría inversa
entre los Cielos y los Infiernos.
El móvil de Felipe el Hermoso, para Dante, es la avaricia y la avidez. Hay quizás una
relación más estrecha de lo que se podría suponer entre dos hechos imputables a este rey:
la destrucción de la Orden del Temple y la alteración de las monedas. Y, cosa más
sorprendente, la estrofa siguiente contiene, en términos propios, el Nekam Adonaï de
los Kadosch Templarios: “O Signor mio, quando sarò io lieto; A veder la vendetta, che,
nascosa, Fa dolce l´ira tua nel tuo segreto?”. Ciertamente, éstos son los «hechos nuevos»
que Dante tuvo que tener en cuenta, y eso por motivos muy diferentes de aquellos en los
que se puede pensar cuando se ignora la naturaleza de las organizaciones a las que Dante
pertenecía. Estas organizaciones, que procedían de la Orden del Temple y que tuvieron
que recoger una parte de su herencia, debieron disimularse entonces mucho más
cuidadosamente que antes, sobre todo después de la muerte de su jefe exterior, el
emperador Enrique VII de Luxemburgo, cuya sede en el más alto de los Cielos había
mostrado a Dante. En hebreo, Nekam Adonaïsignifica: «Venganza; ¡oh
Señor!»; Adonaï debería traducirse más literalmente por «Señor mío», y se observará que
es exactamente así como se encuentra traducido en el texto de Dante. Desde entonces,
convenía ocultar el signo «de reconocimiento» al que hemos hecho alusión. Las divisiones
del poema donde aparecía más claramente el número 11 debían ser, no suprimidas, pero si
vueltas menos visibles, de manera que pudieran ser encontradas solo por aquellos que
conocieran su significación. Y si se piensa que han transcurrido seis siglos antes de que su
existencia haya sido señalada públicamente, es menester admitir que las precauciones
requeridas habían sido bien tomadas, y que las mismas no carecían de eficacia. El número
11 ha sido conservado en el ritual del grado 33 escocés, donde se asocia precisamente a la
fecha de la abolición de la Orden del Temple, contada según la era masónica. Por otra
parte, al mismo tiempo que aportaba estos cambios a la primera parte de su poema, Dante
aprovechaba para introducir nuevas referencias a otros números simbólicos. Y he aquí lo
que dice Benini: «Dante imaginó entonces regular los intervalos entre las profecías y otros
rasgos sobresalientes del poema, de manera que éstos se respondieran uno a otro según
números determinados de versos, escogidos naturalmente entre los números simbólicos.
En suma, un sistema de consonancias y de periodos rítmicos fue sustituido por otro, pero
mucho más complicado y secreto que aquél, como conviene al lenguaje de la revelación
hablada por seres que ven el porvenir. Y aquí es donde aparecen los famosos 515 y 666,
de los que la trilogía está llena: 666 versos separan la profecía de Ciacco de la de Virgilio,
515 la profecía de Farinata de la de Ciacco; 666 se interponen de nuevo entre la profecía
de Brunetto Latini y la de Farinata, y todavía 515 entre la profecía de Nicolás III y la de
messire Brunetto».
Estos números, 515 y 666, que vemos alternar regularmente, se oponen uno a otro en el
simbolismo adoptado por Dante. En efecto, se sabe que el 666 es en el Apocalipsis el
«número de la bestia», y que se han hecho innumerables cálculos, frecuentemente
fantasiosos, para encontrar el nombre del Anticristo, cuyo valor numérico debe
representar, «ya que este número es un número de hombre». Por otra parte, el 515 es
enunciado expresamente con una significación directamente contraria a esa, en la
predicción de Beatriz: «Un cinquecento diece e cinque, messo di Dio…». Se ha pensado
que este 515 era la misma cosa que el misterioso Veltro, enemigo de la loba y que se
encuentra así identificado a la bestia apocalíptica. Se sabe que la loba fue primero el
símbolo de Roma, pero que fue reemplazada por el águila en la época imperial. Se ha
supuesto incluso que ambos símbolos designaban a Enrique VII de
Luxemburgo. El Veltro se trata solo de uno de los aspectos de la concepción general que
Dante se hace del Imperio. El Veltro es un lebrel, un perro, y Aroux sugiere la posibilidad
de una suerte de juego de palabras entre cane y el título de Khan dado por los Tártaros a
sus jefes. Así, un nombre como el de Can Grande della Scala, el protector de Dante, podría
haber tenido un doble sentido. Esta aproximación no tiene nada de inverosímil, ya que no
es el único ejemplo que se pueda dar de un simbolismo que reposa sobre una similitud
fonética. Agregaremos incluso que, en diversas lenguas, la raíz can o kan significa
«poder», lo que se relaciona todavía con el mismo orden de ideas. El Emperador, tal como
le concebía Dante, es completamente comparable al Chakravartî o monarca universal de
los Hindúes, cuya función esencial es hacer reinar la paz sarvabhaumika, es decir, la paz
que se extiende a toda la tierra. Habría que hacer también aproximaciones entre esta teoría
del Imperio y la del Khalifato, por parte de Mohyiddin. Benini, al observar que el número
515 se transcribe en letras latinas por DXV, interpreta estas letras como iniciales que
designan Dante, Veltro di Cristo. Pero nada autoriza a suponer que Dante haya querido
identificarse él mismo a este «enviado de Dios». En realidad, basta cambiar el orden de las
letras numéricas para obtener DVX, es decir, la palabra Dux, que se comprende sin más
explicación. Por lo demás, se puede observar que este Dux es el equivalente
del Khan tártaro. y agregaremos que la suma de las cifras de 515 da también el número 11.
De igual modo, las letras DIL, primeras de las palabras Diligite justitiam, y que son
primeramente enunciadas por separado, valen 551, que está formado de las mismas cifras
que 515, colocadas en otro orden, y que se reduce igualmente a 11.
Este Dux puede bien ser Enrique de Luxemburgo, si se quiere, pero es también cualquier
otro jefe que pueda ser escogido por las mismas organizaciones para realizar la meta que
se habían asignado en el orden social, y que la Masonería escocesa designa todavía como
el «reino del Sacro Imperio». Ciertos Supremos Consejos escoceses, concretamente el de
Bélgica, han eliminado no obstante de sus Constituciones y de sus rituales la expresión de
«Sacro Imperio» por todas partes donde se encontraba. Vemos ahí el indicio de una
singular incomprensión del simbolismo hasta en sus elementos más fundamentales, y eso
muestra a qué grado de degeneración han llegado, incluso en los grados más altos, en
algunas facciones de la Masonería contemporánea. Después de estas observaciones,
llegamos a lo que Benini denomina la «cronología» del poema de Dante. Ya hemos
mencionado que éste cumple su viaje a través de los mundos durante la Semana Santa, es
decir, en el momento del año litúrgico que corresponde al equinoccio de primavera. Y
hemos visto también que es en esta época, según Aroux, cuando los Cátharos hacían sus
iniciaciones. Por otra parte, en los capítulos masónicos de Rosa-Cruz, la conmemoración
de la Cena es celebrada el Jueves Santo, y la reanudación de los trabajos tiene lugar
simbólicamente el viernes a las tres de la tarde, es decir, en el día y en la hora en que se
supone murió Cristo. En fin, el comienzo de esta Semana Santa del año 1300 coincide con
la luna llena; y, para completar las concordancias señaladas por Aroux, es también en la
luna llena cuando tienen sus asambleas los Noachites, miembros de una religión anterior
al antiguo testamento y de dimensión universal, celebrada por un Noé transfigurado en “un
padre de todos los pueblos”. Ese año 1300 marca para Dante la mitad de su vida, ya que
tenía entonces 35 años, y para él es también la mitad de los tiempos. Aquí también,
citaremos lo que dice Benini: «Raptado por un pensamiento extraordinariamente
egocéntrico, Dante sitúa su visión en el medio de la vida del mundo —el movimiento de
los cielos había durado 65 siglos hasta él, y debía durar otros 65 después de él— y,
mediante un hábil juego, hizo que se rencontraran los aniversarios exactos, en tres
especies de años astronómicos, de los acontecimientos más grandes de la historia, y, en
una cuarta especie, el aniversario del acontecimiento más grande de su vida personal».
Lo que debe retener sobre todo nuestra atención, es la evaluación de la duración total del
mundo, diríamos más bien del ciclo actual: dos veces 65 siglos, es decir, 130 siglos o
13.000 años, de los que los trece siglos transcurridos desde el comienzo de la era cristiana
(en la época de Dante) forman exactamente la décima parte.
El número 65 es por lo demás digno de observar en sí mismo, ya que por la suma de sus
cifras, se reduce también a 11. Además, este número se encuentra descompuesto en 6 y 5,
que son los números simbólicos respectivos del Macrocosmo y del Microcosmo, y a los
que Dante hace salir de la unidad principal cuando dice: «… Cosi come raia dell´un, se si
conosce, il cinque e il sei». Finalmente, al traducir 65 en letras latinas, tenemos LXV, o,
con la misma interversión que anteriormente, obtenemos LVX, es decir, la palabra Lux; y
esto puede tener una relación con la era masónica de la Verdadera Luz. Añadiremos
también que el número 65 es, en hebreo, el número del nombre divino Adonaï. La duración
de 13.000 años, que coincide también con la antigüedad prevista para el Diluvio
Universal, no es otra cosa que el semiperiodo de la precesión de los equinoccios, evaluado
con un error de solo 40 años por exceso, inferior por tanto al medio siglo, y que representa
por consiguiente una aproximación completamente aceptable, sobre todo cuando esta
duración se expresa en siglos. En efecto, el periodo total es en realidad de 25.920 años, de
suerte que su mitad es de 12.960 años; este semiperiodo es el «gran año» de los Persas y
de los Griegos, evaluado a veces también en 12.000 años, lo que es mucho menos exacto
que los 13.000 años de Dante. A este respecto es relevante decir que, en astronomía,
la precesión de los equinoccios es el cambio lento y gradual en la orientación del eje de
rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica el eje de la Tierra en la esfera
celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una
circunferencia completa cada 25.776 años, período conocido como año platónico, de
manera similar al bamboleo de un trompo o peonza. Este cambio de dirección es debido a
la inclinación del eje de rotación terrestre sobre el plano de la eclíptica y la torsión ejercida
por las fuerzas de marea de la Luna y el Sol sobre la protuberancia ecuatorial de la Tierra.
Estas fuerzas tienden a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de
la eclíptica. Históricamente se le atribuye el descubrimiento de la precesión de los
equinoccios a Hiparco de Nicea como el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra
con una aproximación extraordinaria para la época. Las fechas exactas no son conocidas,
pero las observaciones astronómicas atribuidas a Hiparco por Claudio Ptolomeo datan del
147 al 127 a.C. Algunos historiadores sostienen que este fenómeno ya era conocido, al
menos en parte, por el astrónomo babilonio Cidenas, que ya hubiese advertido este
desplazamiento en el año 340a.C.
Este «gran año» era considerado por los antiguos como el tiempo que transcurre entre dos
renovaciones del mundo, lo que sin duda debe interpretarse, en la historia de la humanidad
terrestre, como el intervalo que separa dos grandes cataclismos en los que desaparecen
continentes enteros y de los que, el último, fue la destrucción de la Atlántida. A decir
verdad, eso no es más que un ciclo secundario, que podría ser considerado como una
fracción de otro ciclo más extenso. Pero, en virtud de una cierta ley de correspondencia,
cada uno de los ciclos secundarios reproduce, a una escala más reducida, fases que son
comparables a las de los grandes ciclos en los cuales se integra. Así pues, lo que puede
decirse de las leyes cíclicas en general encontrará su aplicación a diferentes grados: ciclos
históricos, ciclos geológicos, ciclos propiamente cósmicos, con divisiones y subdivisiones
que multiplican aún estas posibilidades de aplicación. Por lo demás, cuando se rebasan los
límites del mundo terrestre, ya no puede tratarse de medir la duración de un ciclo por un
número de años entendido literalmente. Los números toman entonces un valor puramente
simbólico, y expresan proporciones más bien que duraciones reales. Por ello no es menos
verdad que, en la cosmología hindú, todos los números cíclicos están basados
esencialmente sobre el periodo de la precesión de los equinoccios, con el que tienen
relaciones claramente determinadas. Los principales de estos números cíclicos son 72, 108
y 432. Es fácil ver que son fracciones exactas del número 25.920, al que se vinculan
inmediatamente por la división geométrica del círculo. Y esta división misma es también
una aplicación de los números cíclicos. Así pues, ese es el fenómeno fundamental en la
aplicación astronómica de las leyes cíclicas, y, por consiguiente, el punto de partida natural
de todas las transposiciones analógicas a las que estas mismas leyes pueden dar lugar. Es
destacable que Dante haya tomado la misma base para su cronología simbólica, y, sobre
este punto también, podemos constatar su perfecto acuerdo con las doctrinas tradicionales
de Oriente. Por lo demás, en el fondo hay acuerdo entre todas las tradiciones, cualesquiera
que sean sus diferencias de forma; es así como la teoría de las cuatro edades de la
humanidad, que se refiere a un ciclo más extenso que el de 13.000 años y al que hace
referencia Tolkien en sus obras, se encuentra a la vez en la antigüedad grecorromana, en
los Hindúes y en los pueblos de la América central. Se puede encontrar una alusión a estas
cuatro edades (de oro, de plata, de bronce y de hierro) en la figura del «anciano de Creta»,
tal como se indica en Inferno, que, por lo demás, es idéntico a la estatua del sueño de
Nabucodonosor (Daniel, II); y los cuatro ríos de los Infiernos, que Dante hace salir de él,
y que no dejan de tener una cierta relación analógica con los del Paraíso terrestre. Todo
esto no puede comprenderse más que si uno lo refiere a las leyes cíclicas.
Pero uno se puede preguntar por qué Dante sitúa su visión exactamente en medio del «gran
año». Podemos hacer observar primero que, si se toma un punto de partida cualquiera en el
tiempo, y si se cuenta a partir de ese origen la duración del periodo cíclico, siempre se llegará
a un punto que estará en perfecta correspondencia con aquél de donde se ha partido, ya que
es esta correspondencia misma entre los elementos de los ciclos sucesivos la que asegura la
continuidad de éstos. Así pues, se puede escoger el origen de manera de colocarse idealmente
en el medio de un tal periodo; se tienen así dos duraciones iguales, una anterior y la otra
posterior, en el conjunto de las cuales se cumple verdaderamente toda la revolución de los
cielos, puesto que todas las cosas se rencuentran finalmente en una posición analógicamente
correspondiente a la que tenían al comienzo. Esto puede ser representado geométricamente
como el símbolo alquímico del reino mineral. Este símbolo es uno de los que se refieren a
la división cuaternaria del círculo, cuyas aplicaciones analógicas son casi innumerables.
Coronado de una cruz, es el «globo del mundo», jeroglífico de la Tierra y emblema del poder
imperial. Este último uso del símbolo de que se trata permite pensar que debía tener para
Dante un valor particular; y la añadidura de la cruz se encuentra implicada en el hecho de
que el punto central donde se colocaba correspondía geográficamente a Jerusalem, que
representaba para él lo que podemos llamar el «polo espiritual». El simbolismo del polo
desempeña un papel considerable en todas las doctrinas tradicionales. Por otra parte, en los
antípodas de Jerusalem, es decir, en el otro polo, se eleva el monte del Purgatorio, por encima
del cual brillan las cuatro estrellas que forman la constelación de la «Cruz del Sur». Ahí está
la entrada de los Cielos, de igual modo que por debajo de Jerusalem está la entrada de los
Infiernos; y encontramos figurada, en esta oposición, la antítesis del «Cristo doloroso» y del
«Cristo glorioso». Quien primero denominó Cruz del Sur a ésta constelación, fue el marino
Hernando de Magallanes, en su viaje en el año 1505, acompañando a Lourenco de
Almeida. Dante Alighieri, en su obra “La Divina Comedia” dice: “…distinguí cuatro
estrellas vistas por los primeros humanos…”, cuando salía del Infierno e iba al Purgatorio.
Se cree que se trataba de la Cruz del Sur.
La historia dice que el primer europeo que las observó fue Américo Vespuccio (1454-1512)
según se lo escribió a Lorenzo de Pier Francisco de Médicis. Sin embargo, antes las pudo
haber observado Marco Polo (1254-1324), el cual llegó hasta las islas de Java y de
Madagascar en 1284, que aunque no la nombra directamente, sí existe una descripción del
filósofo y médico Pietro de Albano, a quien Polo, describió las estrellas que se encontraban
al Sur del Ecuador. Dante, a través de Marco Polo, se pudo haber enterado de la existencia
de las cuatro estrellas. Él decía que dichas estrellas sólo habían sido vistas por Adán y Eva,
en su morada del paraíso terrestre, supuestamente situado en el Hemisferio Sur. Ptolomeo
(siglo II), conocía estas estrellas, y la Cruz figuraba como parte del grupo de Centaurus junto
con Lupus (el Lobo). En 1624, el astrónomo alemán Jakob Bartsch, separó las estrellas de la
Cruz del Sur que habían sido incluidas por Ptolomeo en la constelación del Centauro. Pero
su visibilidad fue desmejorando por efecto del movimiento de precesión de la Tierra, hasta
que se perdió. Pero, según otros datos, antes que Vespuccio y otros renombrados navegantes
contemplaran la Cruz, el piloto y astrólogo portugués Joao de Lisboa, ya la había divisado
desde la costa Este de Brasil corriendo el año 1500. Desde ese entonces, tanto Joao como el
navegante Pero Anes, utilizaron la Cruz para hallar la posición del Polo Sur Celeste, y, al
respecto, escribieron un tratado llamado “Manual de Navegación“, en el que se aconsejaba a
los navegantes el uso de esta constelación para determinar la situación de la Estrella Polar
del Sur, Sigma Octantis. En el año 1679, La Cruz del Sur, se constituye en la constelación
número 63, pues antes figuraba como parte de Centauro. En el Antiguo Testamento, cuando
se hace referencia a la parte más protegida y más interior de una morada, donde se conservan
las cosas más preciosas, es “penetralia“. Giovanni Schiaparelli, en “Astronomía en el Antiguo
Testamento“, hace referencia a esto, y al libro de Job, donde se alude a alguna brillante
constelación entre las más australes de su horizonte. No es difícil de ubicar a qué constelación
se hace referencia, ya que no son muchas en éstas latitudes las que están conformadas por
estrellas que sean de elevada magnitud. Hay que hacer mención a la precesión de los
equinoccios, por lo cual, estas constelaciones, eran vistas en la época que se escribió ese
texto. Schiaparelli hace la siguiente descripción: “…En los tiempos a que aludimos, pudieron
los pastores y agricultores de Palestina contemplarla (ahora sin embargo ya no les sería
posible) sobre el horizonte extremo meridional, bajo la apariencia de una luz intensa como
de aurora austral sembrada de estrellas brillantes, y admirar un espectáculo, que hoy sólo
puede ser visto por quien descienda hacia el Ecuador…”.
La visibilidad de la Cruz del Sur desde Egipto en la época en que se construyeron las
pirámides, ya no es novedad. Según Alberto Martos Rubio en su ensayo “Historia de las
Constelaciones“, podría ser que la cruz ansada con la que los egipcios representaban el
símbolo de la vida y de lo viviente, podría tener su origen en esta constelación, cuyo
aspecto no puede haber pasado desapercibido a una civilización tan avanzada. Desde la
India, según datos de una antigua tradición, existía una constelación conocida como
“Sula“, cuyo significado es “la viga de la crucifixión“. Por ubicación y descripción, sería
coincidente con la Cruz del Sur. Colocarse en medio del ciclo es colocarse en el punto
donde estas tendencias se equilibran. Es, como dicen los iniciados musulmanes, «el lugar
divino donde se concilian los contrastes y las antinomias»; es el centro de la «rueda de las
cosas», según la expresión hindú, o el «invariable medio» de la tradición extremo oriental,
el punto fijo alrededor del cual se efectúa la rotación de las esferas, la mutación perpetua
del mundo manifestado. El viaje de Dante se cumple según el «eje espiritual» del mundo.
Desde el punto de vista propiamente iniciático, lo que acabamos de indicar responde
también a una verdad profunda; el ser debe ante todo identificar el centro de su propia
individualidad con el centro cósmico del estado de existencia al que pertenece esta
individualidad, y que va a tomar como base para elevarse a los estados superiores. He aquí
por qué Dante, para poder elevarse a los Cielos, debía colocarse primero en un punto que
sea verdaderamente el centro del mundo terrestre; y este punto lo es a la vez según el
tiempo y según el espacio, es decir, en relación a las dos condiciones que caracterizan
esencialmente la existencia de este mundo. Si retomamos ahora la representación
geométrica de que nos hemos servido precedentemente, vemos también que el rayo
vertical, que va desde la superficie de la tierra a su centro, corresponde a la primera parte
del viaje de Dante, es decir, a la travesía de los Infiernos. El centro de la tierra es el punto
más bajo, puesto que es ahí hacia donde tienden por todas partes las fuerzas de la pesantez.
Tan pronto como es rebasado, comienza pues el ascenso, y va a efectuarse en la dirección
opuesta, para desembocar en los antípodas del punto de partida. Para representar esta
segunda fase, es menester prolongar el radio más allá del centro, de manera que se
complete el diámetro vertical. Se tiene entonces la figura del círculo dividido por una cruz,
es decir el signo Å, que es el símbolo hermético del reino vegetal.
Ahora bien, si se considera la naturaleza de los elementos simbólicos que desempeñan un
papel preponderante en las dos primeras partes del poema, se puede constatar en efecto
que se refieren respectivamente a los dos reinos mineral y vegetal. No insistiremos sobre
la relación evidente que une el reino mineral a las regiones interiores de la tierra, y solo
recordaremos los «árboles místicos» del Purgatorio y del Paraíso terrestre. El símbolo
hermético del reino animal es el signo . Este símbolo es en cierto modo inverso del símbolo
del reino mineral, puesto que lo que era horizontal en uno deviene vertical en el otro y
recíprocamente. Y el símbolo del reino vegetal, donde hay una suerte de simetría o de
equivalencia entre las dos direcciones horizontal y vertical, representa un estado
intermediario entre los otros dos. Pero los límites del mundo terrestre son rebasados aquí,
de suerte que ya no es posible aplicar la consecución del mismo simbolismo. Es al final de
la segunda parte, es decir, todavía en el Paraíso terrestre, donde encontramos la mayor
abundancia de símbolos animales. Así pues, es menester haber recorrido los tres reinos,
que representan las diversas modalidades de la existencia en nuestro mundo, antes de pasar
a otros estados, cuyas condiciones son completamente diferentes. Haremos observar que
los tres grados de la Masonería simbólica tienen, en algunos ritos, palabras de paso que
representan también respectivamente a los tres reinos, mineral, vegetal y animal. Además,
la primera de estas palabras se interpreta a veces en un sentido que está en una estrecha
relación con el simbolismo del «globo del mundo». Es menester considerar todavía los dos
puntos opuestos, situados en las extremidades del eje que atraviesa la tierra, y que, como
lo hemos dicho, son Jerusalem y el Paraíso terrestre. En cierto modo, son las proyecciones
verticales de los dos puntos que marcan el comienzo y el fin del ciclo cronológico. Si estas
extremidades representan su oposición según el tiempo, y si las extremidades del diámetro
vertical representan su oposición según el espacio, se tiene así una expresión del papel
complementario de los dos principios cuya acción, en nuestro mundo, se traduce por la
existencia de las dos condiciones de tiempo y de espacio. La proyección vertical podría
ser considerada como una proyección en lo «intemporal», puesto que se efectúa según el
eje desde donde todas las cosas son consideradas en modo permanente y ya no transitorio.
El paso del diámetro horizontal al diámetro vertical representa pues verdaderamente una
transmutación de la sucesión en simultaneidad.
Pero, ¿qué relación hay entre los dos puntos de que se trata y las extremidades del ciclo
cronológico? Para uno de ellos, el Paraíso terrestre, esta relación es evidente, y eso es lo
que corresponde al comienzo del ciclo. Pero, para el otro, es menester precisar que la
Jerusalem terrestre se toma como la prefiguración de la Jerusalem celeste que describe
el Apocalipsis. Simbólicamente, por lo demás, es también en Jerusalem donde se coloca el
lugar de la resurrección y del juicio que terminan el ciclo. La situación de los dos puntos
en los antípodas uno del otro toma también una nueva significación si se observa que la
Jerusalem celeste no es otra cosa que la reconstitución misma del Paraíso terrestre. Entre
el Paraíso terrestre y la Jerusalém celeste hay la misma relación que entre los dos Adam
de los que habla San Pablo (1ª Epístola a los Corintios). En el comienzo de los tiempos,
es decir, del ciclo actual, el Paraíso terrestre se ha hecho inaccesible a consecuencia de la
caída del hombre. La nueva Jerusalem debe «descender del cielo a la tierra» en el final
del mismo ciclo, para marcar el restablecimiento de todas las cosas en su orden primordial.
Y se puede decir que desempeñará para el ciclo futuro el mismo papel que el Paraíso
terrestre para éste. En efecto, el fin de un ciclo es análogo a su comienzo, y coincide con
el comienzo del ciclo siguiente. Lo que no era más que virtual en el comienzo del ciclo se
encuentra realizado efectivamente en su fin, y engendra entonces inmediatamente las
virtualidades que se desarrollarán a su vez en el curso de ciclo futuro. Hay todavía a este
propósito muchas otras cuestiones en las que podría ser interesante profundizar, como por
ejemplo: ¿por qué el Paraíso terrestre es descrito como un jardín y con un simbolismo
vegetal, mientras que la Jerusalem celeste es descrita como una ciudad y con un
simbolismo mineral? Ello es porque la vegetación representa la elaboración de los
gérmenes en la esfera de la asimilación vital, mientras que los minerales representan los
resultados definitivamente fijados, «cristalizados» por así decir, al término del desarrollo
cíclico. Para indicar aún otro aspecto del mismo simbolismo, agregaremos que el centro
del ser es designado por la tradición hindú como la «ciudad de Brahma» (en
sánscrito Brahma-pura), y que varios textos hablan de él en términos que son casi idénticos
a los que encontramos en la descripción apocalíptica de la Jerusalém celeste.
En lo que concierne más directamente al viaje de Dante, conviene notar que, si es el punto
inicial del ciclo el que deviene el término de la travesía del mundo terrestre, en eso hay
una alusión formal a ese «retorno a los orígenes» que tiene un lugar tan importante en
todas las doctrinas tradicionales. Y sobre el que, por una coincidencia bastante
sorprendente, el esoterismo Islámico y el Taoísmo insisten más particularmente. Lo que
se trata, por lo demás, es todavía la restauración del «estado edénico», y que debe ser
considerada como una condición preliminar para la conquista de los estados superiores del
ser. La aproximación a la que estos textos dan lugar es todavía más significativa cuando
se conoce la relación que une al Cordero del simbolismo Cristiano con el Agni vêdico,
cuyo vehículo es representado por un carnero. Hay un cierto aspecto del simbolismo del
fuego, que, en diversas formas tradicionales, se liga bastante estrechamente a la idea del
«Amor», transpuesta en un sentido superior como lo hace Dante. Y, en esto, Dante se
inspira todavía en San Juan, al que las Órdenes de Caballería han vinculado sus
concepciones doctrinales. Conviene hacer observar, además que el Cordero se encuentra
asociado a la vez a las representaciones del Paraíso terrestre y a las de la Jerusalem celeste.
El punto equidistante de las dos extremidades, es decir, el centro de la tierra, es el punto
más bajo, y corresponde también al medio del ciclo cósmico, cuando este ciclo es
considerado cronológicamente, o bajo el aspecto de la sucesión. En efecto, entonces se
puede dividir su conjunto en dos fases, una descendente, que va en el sentido de una
diferenciación cada vez más acentuada, y la otra ascendente, en retorno hacia el estado
inicial. Éstas dos fases, que la doctrina hindú compara a las fases de la respiración, se
encuentran igualmente en las teorías herméticas, donde se les llama «coagulación» y
«solución»: en virtud de las leyes de la analogía, la «Gran Obra» reproduce en abreviado
todo el ciclo cósmico. Se puede ver en ello la predominancia respectiva de las dos
tendencias adversas, tamas y sattwa, que hemos definido antes. La primera se manifiesta
en todas las fuerzas de contracción y de condensación, la segunda en todas las fuerzas de
expansión y de dilatación. Y encontramos también, a este respecto, una correspondencia
con las propiedades opuestas del calor y del frío, puesto que la primera dilata los cuerpos,
mientras que la segunda los contrae. Por eso es por lo que el último círculo del Infierno
está congelado.
Lucifer simboliza el «atractivo inverso de la naturaleza», es decir, la tendencia a la
individualización, con todas las limitaciones que le son inherentes. Así pues, su morada es
«il punto al qual si traggon d´ogni parte i pesi», o, en otros términos, el centro de estas
fuerzas atractivas y compresivas que, en el mundo terrestre, son representadas por la
pesantez; y ésta, que atrae a los cuerpos hacia abajo, o al centro de la tierra, es verdaderamente
una manifestación de tamas. Podemos notar que esto va en contra de la hipótesis geológica
del «fuego central», ya que el punto más bajo debe ser precisamente aquel donde la densidad
y la solidez están en su máximo. Y, por otra parte, esto no es menos contrario a la hipótesis,
considerada por algunos astrónomos, de un «fin del mundo» por congelación, puesto que este
fin no puede ser más que un retorno a la indiferenciación. Por lo demás, esta última hipótesis
está en contradicción con todas las concepciones tradicionales. No es solo para Heráclito y
para los Estoicos que la destrucción del mundo debía coincidir con su abrasamiento; la misma
afirmación se encuentra casi por todas partes, desde los Purânas de la India al Apocalipsis. Y
debemos constatar también el acuerdo de estas tradiciones con la doctrina hermética, para la
cual el fuego, que es aquel de los elementos en el que predomina sattwa, es el agente de la
«renovación de la naturaleza» o de la «reintegración final». Así pues, el centro de la tierra
representa el punto extremo de la manifestación en el estado de existencia considerado. Es
un verdadero punto de detención, a partir del cual se produce un cambio de dirección, donde
la preponderancia pasa de la una a la otra de las dos tendencias adversas. Por eso es por lo
que, desde que se ha alcanzado el fondo de los Infiernos, comienza la ascensión o el retorno
hacia el principio, ascensión que sucede inmediatamente al descenso. Y el paso de un
hemisferio al otro se hace rodeando el cuerpo de Lucifer, de una manera que hace pensar que
la consideración de este punto central no deja de tener ciertas relaciones con los misterios
masónicos de la «Habitación del Medio», donde se trata igualmente de muerte y de
resurrección. Por todas partes encontramos igualmente la expresión simbólica de las dos fases
complementarias que, en la iniciación o en la «Gran Obra» hermética, traducen estas mismas
leyes cíclicas, universalmente aplicables, y sobre las cuales reposa toda la construcción del
poema de Dante. La meta de Guénon es aportar alguna luz sobre un lado muy poco conocido
de la obra de Dante.