Recursos - Maier
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El Art. 8.2 CADH dispone que una persona juzgada tiene en el procedimiento penal,
entre otros derechos, el “derecho de recurrir el fallo ante juez o tribunal superior”. La
regla alude al fallo condenatorio. El Art. 14.5 PIDCP establece: “Toda persona
declarada culpable de un delito tendrá derecho a que el fallo condenatorio y la pena
que se le haya impuesto sean sometido a un tribunal superior...”.
Estas dos convenciones están destinadas a realizar transformaciones en el sistema
político criminal de la siguiente manera:
a) El recurso contra la sentencia de los tribunales de juicio se debe elaborar como
una garantía procesal del condenado, que tiene derecho a que su sentencia sea
revisada por un tribunal superior, y, al mismo tiempo, perder por completo su
carácter de medio de control estatal de los órganos judiciales superiores del
Estado sobre sus inferiores.
b) El recurso contra la sentencia ya no puede ser concebido como una facultad de
todos los intervinientes en el procedimiento que corresponde también a los
acusadores, en especial al acusador publico (fiscal), para remover cualquier
motivo de injusticia de la sentencia, conforme a las pretensiones de los otros
intervinientes distintos del condenado penalmente; deberá perder, así, su
carácter bilateral para transformarse en un derecho exclusivo del condenado a
requerir la doble conformidad con la condena, condición de la ejecución de
una pena estatal; solo la condena penal dictada por un tribunal de juicio es
recurrible y solo lo es por el condenado: la absolución y la condena no
recurrida a favor del imputado quedan firmes por su solo pronunciamiento y
cualquier persecución penal posterior debe ser considerada bis in ídem.
c) El recurso de casación se debe transformar: dejaran de regir las limitaciones
impuestas al condenado para recurrir la sentencia según su gravedad y se
ampliara el ámbito de revisión del fallo hasta admitir la máxima posibilidad de
critica que permite el carácter publico y oral del debate que sostiene
necesariamente a la sentencia.
No existe discusión acerca de que las cláusulas de las convenciones que obligan a
nuestro país conceden un “derecho al recurso”.
A pesar de que el texto de la CADH adolece de defecto indudables de redacción, que
lo tornan confuso a primera lectura, no puede existir duda alguna acerca de que toda
la regla pretende regular las garantías de quien es perseguido penalmente, esto es, se
refiere a los procedimientos penales y, específicamente, al recurso contra la sentencia
de la persona que, a raíz de la decisión del caso, debe sufrir una consecuencia
jurídico-penal. La lectura conjunta de la cláusula de la convención universal y la
CADH disipa toda duda que podría a llegar a aparentar la CADH: se trata del derecho
del condenado penalmente a recurrir el fallo condenatorio o la pena impuesta ante
un tribunal superior, derecho a cuyo objeto nosotros agregamos, por analogía, el
derecho de aquel que no es declarado culpable y hasta es absuelto y, sin embargo,
sufrirá también, según la sentencia, la aplicación de la coacción penal.
La CADH no se propuso conceder un recurso al estado para recurrir sentencias que,
desde su óptica, considera injusta, en pos de la condena, cuando el imputado ha sido
absuelto, o de una condena mas grave, cuando ha sido condenado levemente, según la
apreciación del Estado persecutor penal. La convención no se propone “defender” al
estado, sino, por el contrario, conocer una garantía a quien sufre la coacción estatal.
La convención se refiere, precisamente, a las garantías procesales frente a la acción y
a la fuerza aplicada por el Estado. Interpretar estas garantías en perjuicio del
garantizado, como naturalmente lo hacen nuestros tribunales, representa una
verdadera hipocresía.
La garantía ampara a toda persona contra la cual el Estado decide aplicar una
consecuencia jurídico penal; ampara al condenado penalmente a quien a pesar de ser
absuelto, sufrirá, a raíz de la decisión, una medida de seguridad y corrección.
Esta garantía procesal debe conducir necesariamente a la exigencia de que para
ejecutar una pena contra una persona, se necesita una doble conformidad judicial, si el
condenado la requiere. El “derecho al recurso” se transformaría, así, en la facultad del
condenado de poner en marcha, con su voluntad, la instancia de revisión, que, e caso
de coincidir total o parcialmente con el tribunal de juicio, daría fundamento regular a
la condena y, en caso contrario, privaría de efectos a la sentencia originario.
La segunda sentencia, en vía recursiva, no puede infligir al condenado una
consecuencia jurídica mas grave que la primera; su limite máximo esta constituido por
la conformidad con la sentencia de condena original (reformatio in peius).
Conceder recurso al acusador, en especial, al acusador publico, significa una nueva
instancia, que en caso de transformar la sentencia absolutoria originaria, en una
condena será una condena de “primera instancia”. Contra esa condena, no hay duda,
entra en funcionamiento su “derecho al recurso”, su posibilidad de reclamar la prueba
de la “doble conforme”. Ello no solo implica una tercera instancia, ante un tribunal
“mas” superior aun, sino algo parecido a un regressus in infinitum, pues, con la
concepción “bilateral” del recurso, siempre es posible que el acusador, consiga una
condena ante el tribunal de ultima instancia y contra esa “primera condena” siempre
se deberá respetar el “derecho al recurso”, a desencadenar la prueba de la “doble
conforme”, del condenado.
En verdad, pertenece a la historia cultural del juicio por jurados el hecho de que el
Estado no posea un recurso contra la sentencia del tribunal de juicio, el tribunal
propio de la acusación, esto es, el hecho de que el fiscal tenga una sola posibilidad de
colocar en riesgo al acusado en relación a una condena penal y que su única
oportunidad se concrete en el juicio ante el tribunal de jurados, quien cumple
básicamente la función política de habilitar la utilización del remedio de la pena
estatal a los funcionarios estatales permanentes de la administración de justicia. El
“derecho al recurso” contra ese sentencia solo le corresponde al condenado, en
explicita alusión al carácter de garantía que representa el recurso contra la condena en
el Derecho moderno, tributario del Estado de Derecho.
Si el imputado puede demostrar que los hechos fijados son inconciliables con otra
sentencia penal, o que la sentencia se funda en testimonios o documentos falsos, o que
ella ha sido pronunciada mediando prevaricación o cohecho o, en fin, que ha
sobrevenido un nuevo hecho o se conocen nuevos elementos de prueba que tornan
evidente el error de la decisión, puede aspirar a que la sentencia proveniente del juicio
público originario no obtenga la conformidad del tribunal de casación y, por ende,
provoque un nuevo juicio.
No se trata de que el tribunal de casación valore nuevamente la prueba del debate, que
no ha presenciado, actividad que le está prohibida, sino, antes bien, de que el
imputado demuestre, a través del recurso, que el sentido con el cual es utilizado un
elemento de prueba en la sentencia. Para fundar la condena, no se corresponde con el
sentido de la información, esto es, existe una falsa percepción acerca del
conocimiento que incorpora, como, por ejemplo, cuando un documento no expresa
aquello que para la sentencia informa, un perito o un testigo no dice aquello que la
sentencia aprecia ( por ejemplo no reconoció al acusado y la sentencia parte de la
afirmación opuesta).
Se observa ya que es el condenado el que ataca la condena y, por ende, es él también,
quien soporta la carga de verificar estos extremos, de tornar plausible los errores
gruesos del fallo respecto de la reconstrucción histórica. Para que lo pueda hacer es
necesario admitir, que el trámite del recurso de casación permite, dentro de ciertos
límites, la incorporación de prueba en audiencia, de modo tal que el tribunal pueda
apreciar la seriedad del motivo. Ello, aunque no resulta prohibido como actividad para
el tribunal de casación, informa acerca de la reforma necesaria del procedimiento del
recurso (el recurso extraordinario antes la Corte es excepcional, tanto respecto de las
cuestiones que ingresan a su objeto característico, como respecto del acceso a la vía,
pero se trata, además, y antes bien, de que el tribunal que lo decide y la vía no están
pensados, en principio, para conceder una garantía al condenado en el sentido
indicado antes, aunque su objeto pueda coincidir parcialmente con este fin en casos
particulares).
B) El problema de la admisibilidad del recurso
Pertenece también a estas modificaciones del recurso, para tornarlo compatible con la
garantía, eliminar la excesiva formalización que los tribunales de casación exigen para
el planteo del recurso, de manera tal de “ordinarizarlo” en relación a las exigencias
que lo tornan procedente. Una reforma correcta de esa reglamentación debería
permitir al tribunal de casación, antes de declarar improcedente el recurso por razones
meramente formales, advertir al recurrente acerca de las deficiencias del planteo, para
que lo complete convenientemente antes de decidir sobre su procedencia. Ello supone
que el recurso ha sudo ofrecido dentro del tiempo hábil para evitar que la condena
quede firme y provocar el conocimiento del tribunal, y además, que, apreciados
liminarmente sus motivos, ellos permitan, de ser explicados convenientemente,
acceder a la vía recursiva.
El segundo problema, relativo a aquello que, entre nosotros, ha dado en llamarse
“limitaciones objetivas” al recurso de casación, es, sin duda, más arduo y urgente,
porque la ley, directamente, ha desconocido la garantía, al impedir, de manera
absoluta, el recurso del condenado contra aquellas sentencias que condenan a una
pena conceptuada como leve, sentencias que, de esa manera, quedan firmes cuando
las pronuncia el tribunal de juicio (CPPN 459)..
Según la opinión hasta aquí expuesta, tales limitaciones, confesadamente fundadas en
razones de economía y de sobrecarga de trabajo del tribunal, en tanto impiden al
condenado y a su defensor recurrir la sentencia condenatoria, resultan contrarias a la
garantía prevista en las convenciones internacionales y por ende, a nuestra propia
constitución que las incorpora.
A raíz de la cláusula de las convenciones, y de los códigos modernos, se permite al
imputado recurrir en casación, en todos los casos, la sentencia de condena y aun la de
absolución que impone una medida de seguridad y corrección. Existe biteralidad del
recurso, es decir, que también corresponde al acusador en caso de sentencias
absolutorias o que no conceden la condena que ellos pretendieron, con lo cual, tarde o
temprano, se verán enfrentados nuevamente con el problema, al menos en la hipótesis
de que el tribunal de casación revoque una sentencia absolutoria y condene sin
reenvío a nuevo juicio.