Angelito
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RESUMEN
Abordo parte de las prácticas funerarias vinculadas a los angelitos en la Provincia de Corrientes 121
y el Sur de la Región Oriental del Paraguay que limita con la provincia referida. Recortamos
para esta presentación la práctica del velorio del angelito. El trabajo de campo se ha realizado
entre población de credo católico entre los años 2006 y 2013. Priorizamos el método etnográfico,
las entrevistas en profundidad, observaciones con diferentes grados de participación, registros y
diarios de campo. El análisis documental se ha centrado en fuentes de diversa procedencia (lite-
ratura, escritos folklóricos, históricos y especializados en la temática) principalmente en lengua
guaraní, portugués y español. Las fuentes analizadas consideran que el velorio del angelito ya
no se encuentra vigente, que ha desaparecido del entramado de prácticas funerarias vinculadas
a los niños difuntos. Por nuestra parte damos cuenta, atendiendo al presente etnográfico, que
éste sigue vigente; no cristalizado como las imágenes registradas hasta mediados de la década
del 60 del siglo XX, pero sí manteniendo elementos significantes propios diferenciándose de
los velorios de la muerte adulta.
Palabras clave: angelito, muerte, rito funerario.
ABSTRACT
We propose the approach on the part of practical funeral homes linked to the little angels in
the province of Corrientes and the South of the Region East the Paraguay bordering with the
province concerned. The practice in the wake of the little angel cut for this presentation. The
field work done among population of Catholic creed between 2006 and 2013. We prioritize
the ethnographic method, the in-depth interviews, observations with different degrees of par-
ticipation, records, and journals of the field. The documentary analysis has focused on sources
of diverse origin (literature, folklore, historical and specialized in the topic briefs) mainly in
guarani language, portuguese, and spanish. The analyzed sources consider that the wake of the
little angel is no longer current, that it has disappeared from practical funeral homes linked
to the deceased children housing. For our part we realize, according to the ethnographic pres-
Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay, Vol. 12, 2014
ent, that this remains in force; not crystallized as the images registered until the middle of the
decade of the 60s of the 20th century, but maintaining significant elements distinguishing the
adult death funeral.
Keywords: Little angel, death, funeral rite.
Introducción
Las consideraciones expuestas en este artículo circunscriben la problemática a pobla-
ción de Credo Católico, el recorte espacial se encuentra representado por la Provincia
de Corrientes, República Argentina y el Sur de la Región Oriental de la República del
Paraguay1 que limita con la Provincia referida; definiendo al corpus de interés como
una matriz compartida en planos de la religiosidad y espiritualidad fuertemente ligadas
al catolicismo popular2.
El archivo se construyó entre los años 2006 y 2013, atendiendo la descripción socio-
histórica y al presente etnográfico, sobre la base de registros fotográficos y fílmicos
digitales3 puntualizando en espacios/lugares/prácticas/sujetos/roles, recuperando formas
de sentir, pensar, percibir y jerarquizar el mundo de los actores. El proceso fue acom-
pañado con la confección de diarios y notas de campo, análisis de fuentes literarias,
folklóricas, artísticas, musicales y archivos de las familias entrevistadas4.
En cuanto al uso de términos en lengua guaraní para la referencia a ciudades,
pueblos o lugares, siguiendo los aportes de González Torres (2012), se conserva la
forma tradicional de escritura del guaraní. Para las palabras que no identifiquen lugares,
ciudades, pueblos o no sean citas textuales, se adopta la grafía establecida en el Primer
122 Congreso de la Lengua Guaraní-Tupí reunido en Montevideo, Uruguay, en 1950. De
allí data un alfabeto de acuerdo con la fonética internacional; por ejemplo: escritura
tradicional yahe’o - nueva jahe’o.
La reunión danzante
“…Las risas me abruman, no las comprendo y menos al sonar del acordeón que inicia
un valseado, acompañado por una guitarra y que interrumpe mis pensamientos con el
sonido de una música alegre que inunda la sala. Se hacen las parejas y comienza el
1. La región Oriental abarca el 39% del territorio nacional y alberga al 97,3% de la población, puntualizaremos
en los Departamentos de Misiones, Ñeembucú, Itapúa, Alto Paraná, Caazapá, Paraguarí y Asunción.
2. Señala Dezorzique (en Renold, 2008) que la llamada religiosidad o piedad popular aparece casi siempre
referida al catolicismo en la bibliografía antropológica. En el catolicismo la apropiación de lo popular es nota-
blemente efectiva y lo ha sido a lo largo de la historia, a tal punto que podríamos hablar de una transformación
efectiva de algunos dogmas.
Para referir a la religiosidad popular perfilamos las lecturas teniendo en cuenta lo expuesto en el Documento
de Puebla de 1979 considerando que (…) [la religiosidad popular] se trata de la forma o de la existencia cultural
que la religión adopta en un pueblo determinado. Ver. http://multimedios.org/docs/d000363/. (consultado el 15
de abril de 2012).
3. Los registros fotográficos y fílmicos del presente etnográfico fueron posibles gracias a la colaboración del
Profesor Ramón Gabriel Aguirre. Cabe señalar que si bien en este artículo no se exponen imágenes las mismas
han sido utilizadas en el proceso de construcción de la problemática.
4. El desarrollo de la investigación señaló la necesidad y las modalidades de adecuación del trabajo de campo,
ello de acuerdo a la marcha de los acontecimientos que se presentaron en el trabajo de recolección y durante
la profundización del encuadre teórico-metodológico. Para ello se fue adoptando, parafraseando a Bourdieu y
Wacquant (1995), un “politeísmo metodológico” que nos posibilitó adaptar el espectro de métodos y técnicas
disponibles a las necesidades de construcción del objeto de estudio.
César Iván Bondar – Sobre el velorio del angelito (121–137)
baile. Las caras se juntan, la alegría retozona de la acordeón pone brillo en sus ojos y
deseo en los cuerpos que se aprietan como queriendo penetrarse. El angelito, duerme
el sueño eterno. Algo como una sonrisa dibujada en el rostro, pareciera aceptar la fiesta
como un homenaje. Abro mi paquete de velas y enciendo una…” (Ramallo, 2009: 96)
Señala Falcón (2012) que esta particular manera de integrar la muerte a la vida se
extiende a lo largo de América Latina (y algunas regiones de Europa), donde la muerte
de un niño adquiere un carácter festivo. De ello dan cuenta las experiencias que hemos
registrado no solo en Argentina y Paraguay, sino además -con variadas denominacio-
nes- en Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú, Venezuela (denominado mampulorio),
Colombia (el bundé de angelito, chigualo, gualí, mampulorio, velatorio, angelito bailao,
muerto-alegre), Guatemala, Costa Rica, Puerto Rico (el baquiní), Ecuador (el chigüalo),
México, República Dominicana y Cuba (llamado igual que en Puerto Rico).
Retomando los aportes de Falcón (2012), quien subraya que el velorio del angelito
es una antigua tradición de profundas raíces populares, señalamos que esta práctica
funeraria celebra la muerte de un infante de corta edad ya que se considera que la
muerte biofísica habilita su pasaje a la vida angelical. Agrega que en este ritual, basa-
do en la creencia de la supervivencia del alma, puede observarse la integración de la
cosmovisión de los pueblos originarios con la religión católica. Al morir, el pequeño
se transforma en un ángel y su almita se dirige al cielo. Así es como sus deudos lo
visten de angelito para que presida la fiesta y celebran su partida con música y danzas,
abundante comida y bebidas.
De esta forma la muerte del niño re-crea todo un entramado socio-cultural de
relaciones sociales. El velorio del angelito denota un conjunto de cualidades que lo
diferencian de los velorios de los difuntos adultos y posee la cualidad de completar 123
un ciclo y garantizar el pasaje del niño difunto a un nuevo estado5. Santillán Güemes
(2007) destaca que en tanto rito funerario el velorio del angelito quizás sea uno de
los más impactantes. En éste los deudos no deben llorar sino bailar; asimismo se
ofrece una ceremonia que puede derivar en grandes fiestas “…con características
orgiásticas y que puede durar varios días. Y siempre con la presencia del angelito in
situ, sentadito atado a una silla o sobre una mesa, con sus alitas de cartulina y su ro-
pita blanca…” (p. 197). Ramírez (2005) subraya que el origen de este tipo de velorio
podría ser árabe, introducido en tierras españolas debido a los más de siete siglos de
impronta árabe; y llegado a América de la mano de las órdenes religiosas. Sobre esta
hipótesis expone Coluccio (1992) que el velorio del angelito es originariamente his-
pano; “…y a España la llevaron los árabes. [En España, el velorio del Angelito se ha
encontrado principalmente en el sur de ese país, en las provincias del Mediterráneo,
Extremadura y las Islas Canarias. En Valencia, Alicante y Murcia, esta práctica se
conoce con el nombre de aurora. En un aurora el cuerpecito del niño se envolvía en un
velo de gasa o chifón]. Lo demás es sencillo: con la cruz y la espada trasplantáronse
al Nuevo Mundo junto con el cancionero que siguió las huellas del conquistador o
se superpuso a ellas, una y otra costumbre peninsular, que un aislamiento geográfico
5. Pensamos la noción de estado partiendo de los aportes de Turner (1988) concibiéndolo como una situa-
ción relativamente estable y fija que implica la situación física, mental o emocional en que una persona o un
determinado grupo pueden encontrarse. Ampliamos esta concepción señalando que estos estados pueden iden-
tificarse en los deudos y también en el niño difunto a quién se le adjudican valores, condiciones y cualidades
reconocidas como válidas en ese grupo social definido (cualidades y facultades que sólo son posibles debido
al estado (condición) de muerto).
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6. Según Hertz (1960) la muerte de un niño no se lamenta porque éstos no son miembros plenos de la socie-
dad. Agrega que, en cambio, la muerte de un adulto posee repercusiones directas en la sociedad, ya sea en las
relaciones o en la economía. Nos parece una explicación muy simplista de los complejos procesos de muerte,
de ello dan cuenta los registros expuestos.
César Iván Bondar – Sobre el velorio del angelito (121–137)
plegado blanco que, adosadas a su costado, se asoman sobre el borde del improvisado
féretro (…) Se hacen las parejas y comienza el baile (…) [ante la impresión del obser-
vador la Curandera responde] “(…)-¡Qué le pasa, compadre! ¡Ni que estuviera en un
velorio!- me dijo riéndose de sus propias palabras. (…) Creemos que al morir al nacer
va directamente al cielo y un alma que va al cielo a gozar la presencia del Señor, es
motivo de alegría…” (Ramallo, 2009: 96-97)7.
Las relaciones sociales se re-estructuran en el rito, formas festivas que se combinan
con imágenes (re)memorativas de la vida y escenas memoriosas que se proyectan al
futuro. Este complejo pasaje y cambio de estado, en términos de Van Gennep (1960),
implican una amplia diversidad de pasos, actividades y relaciones que concretarán la
preparación del niño para la vida angélica; entre las descripciones de algunas de estas
acciones reseñamos lo registrado de Ramírez (2005), señala: “…se avisa inmediata-
mente a los padrinos de la criatura y luego se comunica la novedad a los demás vecinos
y parientes. Cuando llega la madrina, lo primero que hace, es “componer al muertito”,
es decir, prepararlo para colocarlo en su modesto ataúd (…) se prepara un tablado (…)
allí se pone el cadáver en su cajoncito rústico pintado de blanco (…) en el techo de la
habitación donde se está velando, una sábana, que representa el cielo. Se llena el cuarto
de flores de papel de todos los colores y, por último, se colocan alitas de papel al niño y
se le ata un cordón en la cintura que servirá que para cuando la madrina muera, lo tome
para dejar el Purgatorio y acceder al Paraíso, donde está su ahijado…” (p. 12-13-14-15)
Muchas de las referencias mencionan que la madre no debe llorar. Sobre ello resalta
Ramírez (2005) que “…según la tradición, la madre no debe llorar, pues sus lágrimas
mojarían las alas del angelito y le impedirían el vuelo…” (p. 14). Por su parte Alvarez
Benítez (2002) resalta que en los velorios del angelito en el Paraguay el ambiente es
festivo, debe primar la alegría y la usencia del llanto ya que las lágrimas mojan las alas 125
del niño que vuela a gozar de la gloria gratificante.
En la “muerte sin llanto” Scheper-Hughes (1997) señala que llorar está prohibido
en el velorio de un niño, citando a Nations y Rebhun (1988) rescata que las lágrimas
de una madre tornan “…resbaladizo el camino de un ángel-bebé y humedecen sus
delicadas alas…” (p. 399). Rescata los aportes de Freyre (1986) sobre la modalidad de
expresar júbilo de las mujeres en Brasil ante la muerte de un niño: “…Oh, ¡qué feliz
soy! ¡Qué feliz soy! Cuando muera y vaya a las puertas del cielo me dejarán entrar
porque tendré cinco criaturas abrazándome, tirando de mi falda y diciendo: ‛Oh madre,
entra, entra’…” (Freyre, 1986: 388, en Scheper-Hughes, 1997: 399).
El no llanto de la madre resulta un recurrente que Alvarez (s/d) identifica como
compartida en toda Latinoamérica. “Cuando muere un angelito (…) no se llora, se
7. Por otra parte Ramallo presenta que la imagen festiva del velorio se entrecruza con el llanto de los familiares
y, esporádicamente, el de la madre. Ante la tristeza materna el espeso responde “… -¡Vocé está arruinando el
velorio! No comprende que su filio se foi al cielo y e un ángel!, ¡Qué vergüenza! ¡Discúlpela, director! ¡Vení con
meu!...” (p. 97). Se referencia con claridad la imagen angélica del niño difunto y la alegría que debe adjudicarse
a su partida. Como hemos señalado se describen otras instancias donde la madre expone estados de dolor y des-
garro, ante estas situaciones es apartada y resguardada en otra habitación de la casa para que su llanto no afecte
la algarabía de la concurrencia. Tales son los casos de la ya citada producción fílmica Chilena “Largo Viaje”
(1967) y los relatos de Ramallo (2009). Sobre ello exponemos la siguiente cita: “(…) ¡No lo comprendo, señor!...
¡No lo comprendo! -me dijo entre sollozos-. ¡Yo lo sentí latir dentro de mí! ¡Lo esperaba con ansias y mírelo,
señor, ahí está el pobrecito muerto! ¿Por qué, señor? ¿Por qué?... ¡Y hacen una fiesta, sobre mi dolor, sobre mi
angustia!... ¡Son unos bestias! (…) ¡Querían seguir la fiesta! ¡Querían seguir de rancho en rancho, festejando
su muerte! ¡Festejando mi desgracia! (…) No lo comprendo!... ¡Miren como se ríen! ¡Miren cómo bailan ale-
gres! ¡No lo comprendo señor! - repetía llorando suavemente sobre mis hombros- (…)” (Ramallo, 2009; p. 97)
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baila. Las lágrimas podrían mojar sus alitas e impedirle volar hacia las alturas…”
(Falcón, 2012: 219),
Esta domesticación del dolor se encuentra acompañada por otras imágenes que
permiten fraguar los primeros pasos del angelito hacia su vida celestial. Los registros
folklóricos, tanto en Corrientes como en el Paraguay, señalan sobre la relevancia de los
padrinos y cantores. Los padrinos cumplen una función significativa en lo que respecta
a la preparación del velorio, la cobertura de los gastos y la contratación de cantores.
Estos cantores, que animan a los dolientes a percibir en el niño difunto la consagra-
ción de una bendición y no la amargura del cadáver, poseen un papel importante en el
acompañamiento del rito, según Alvarez Benítez, 2002: p. 106.
Proponemos la recuperación de los aportes proporcionado por Van Gennep (1960)
sobre los “rites de passage”, demostrando que todos los ritos de paso incluyen tres
fases: separación, margen (limen) y agregación.
A su vez M. Eliade (1958-1979) destaca que los ritos de paso constituyen una
categoría de rituales que marcan los ciclos de vida de una persona, de una etapa a otra
en el tiempo, de un rol o una posición social a otra, al mismo tiempo que integran las
experiencias humanas y culturales a su destino biológico: nacimiento, reproducción y
muerte. Agrega que así como la vida de una persona se inscribe en una sociedad dada,
con su organización específica, su cultura y sus particulares creencias y cosmovisión,
sucede lo mismo con la muerte y sus ritos de paso.
Básicamente deseamos remarcar que en las prácticas vinculadas a los angelitos
-como manifestación mestizada-mixturada- el acto sacramental del bautismo se con-
sagra como indispensable para completar la desagregación y habilitar el inicio de una
126 liminalidad –exequial- en búsqueda (en pos) de una reagregación al estado angélico.
Vislumbrando el recorrido analizado y apelando a las nociones expuestas por Van
Gennep resulta oportuno proponer algunas consideraciones en torno a la (re)agregación
del niño difunto. Distinguimos, en consecuencia, dos tipos de reagregaciones R1 y R2.
La R1 posible debido al cambio de un estado bio-físico: cuerpo vivo a cuerpo muer-
to. La desagregación comienza a tomar forma ante la presencia del cese de los signos
vitales del niño, el velorio lo instaura en un estado liminal entre lo vivo y lo muerto (no
está totalmente vivo ni totalmente muerto) por ello se recrean imágenes de la vitalidad:
vestimenta, cuerpos sentados o parados, colores en las mejillas. La re-agregación se
consagra al momento de despedir el cuerpo en el cementerio (o en el patio de la casa
de la familia). Consideramos a este proceso como el tránsito hacia una reagregación
bio-física; pero no concluyente de las trasmutaciones.
Debido –en parte- a esta extrapolación (exotópica), por la (convencida) imposibili-
dad de la cristalización, por la compleja particularidad de la memoria-ae (memor-oris-
del que recuerda) y por una auto-(a)-sumisión de la propia condición antropológica
fronteriza, el morir clama por la comprensión relativa, una comprensión que no puede
limitarse al orden de lo biológico. Creemos que la muerte –el morir, lo muerto- va
mucho más allá (en sutil analogía “al más allá”): pensar en una R2 remite a considerar
un continuum en el proceso del morir-renacer-continuar.
La R2 sería una reagregación espiritual. El estado del cuerpo muerto –ya despedido
en el cementerio o equivalente- conformaría la primera etapa de este tránsito, el espacio
liminal representado desde las consideraciones emic, por las formas espirituales que
aún permanecen entre los vivos; por “desear hacerlo”, porque sus padres no dejan que
continúe el ciclo, por buscar proteger a sus seres queridos, etc. Las prácticas funerarias
como el velorio (cánticos y angelización del cuerpo) las ofrendas y las re-memoraciones
César Iván Bondar – Sobre el velorio del angelito (121–137)
sus angelitos a los dueños de las cantinas que se convertían en verdaderos empresarios
de pompas fúnebres. Destinaban una habitación de su local para la capilla ardiente y
suministraban la bebida, comidas, música y el canto para que todos celebraran. Los
padres del angelito tenían ciertas prerrogativas como beber sin pagar…”
Este préstamo se tornaba muchas veces una fiesta ambulante donde el cuerpo del
angelito recorría las casas del vecindario llevando juerga y bendición a todo aquel
que lo recibiese. Un caso extremo sobre el recorrido del Angelito, pasando no de casa
en casa, sino de pueblo en pueblo es descripto por Asturias (1983), “…de pueblo en
pueblo, el cuerpecito de la mujercita que violó el Diablo y volaba al cielo convertida
en ángel, atraía más y más bailarines, y a sus vestiduras iban prendiendo listones de
todos colores, escritos con los pedidos que le hacían a Dios las familias, las cofradías,
los municipios, y que ella se encargaría de entregar en propias manos…” (p. 42)
‘velorio florido’, esta extrema floración era necesaria para que el angelito se acostumbre
a su nueva vida en el Paraíso.
En el caso de los sectores más pudientes, acompañaban a estas escena una mesa
blanca vestida con sedeas, tules, rasos o chifones de colores claros o con estampas
de flores; en el caso de los sectores más carenciados la mesa se vestía con manteles
o sábanas claras. De esta mesa, o bien del ataúd, pendía un manto con varios flecos
que eran usados para que los concurrentes añuden sus pedidos; la práctica de añudar
los pedidos consistía en hacer un nudo en el fleco y realizar el pedido que el angelito
transmitiría a Dios en el momento de su encuentro. Se sumaba a esto la humareda del
incienso u otros aromatizantes que cumplían con simular las nubes del cielo y hacer
más llevadero el ambiente en caso que la celebración durase varios días.
En la actualidad la práctica de los nudos es poco frecuente en Corrientes pero muy
vigente en Paraguay; en el caso correntino se realizan los pedidos colocando pequeñas
esquelitas de papel en el féretro del angelito esperando que éste se las entregue a Dios.
Como señalaba Zubizarreta (1959) “…Esta vieja costumbre paraguaya de los
velorios con baile, mozas y rondas de caña va perdiendo su añejo prestigio bienaven-
turado. Ya no existe en ciudades ni pueblos. Hay que buscarla ahora en el corazón de
la campaña, bajo el alero arisco y tostado del sol de los ranchos campesinos…” (s/p)
Justamente ha sido en esos ranchos campesinos de las comunidades del Sur de la
Región Oriental del Paraguay donde hemos hallado con más vigencia estas formas cele-
bratorias; ya sean vigentes en la memoria y la imaginación histórica como en planos de
las prácticas concretas del presente etnográfico. En las poblaciones más cosmopolitas,
como ser Encarnación (Capital del Departamento de Itapúa, Paraguay), muchas de las
familias deciden tercerizar la realización de los velorios dando participación a las casas
funerarias, pero alejándonos pocos kilómetros del centro de Encarnación hallamos 129
amplia cantidad de comunidades que poco saben de estas muertes tercerizadas.
Así, por ejemplo, en las zonas rurales de Pilar, Humanitá, Yuti, San Juan Bautista
y Ayolas registramos testimonios que reafirman la vigencia del imaginario en torno a
esta celebración. Los informantes reconocen que este ritual ha perdido representatividad
masiva en la población, ya sea por la migración de los jóvenes, la fractura de las cadenas
de memoria oral o la masiva inclusión de los cultos evangélicos y pentecostales en la
zona bajo estudio. Empero hemos registrado situaciones que merecen ser mencionadas:
“…hace dos meses murió el hijito de N.B. la madrina le armó la ropita, alitas, coronita.
Se le veló en la mesa de la galería. Muchas flores encima se le puso, también se col-
garon de la mesa manteles blancos y esos de coco. La abuela le tejió su ñanduti, todo
vestidito de blanco estaba hermoso. Se trajeron muchas flores y todos le pedían cosas
al angelito (…) con los cordones en cada atadura se le hace un pedido…” (Mujer, 40
años, Paraguay -Traducción del guaraní. Traducido por Daiana Ferreyra.)
Este registro del año 2011 nos presenta parte del contexto del velorio de un tupãrym-
bami (criatura puramente angelical) en el Paraguay. Fuera del contexto de registro, la
mujer mencionaba la presencia de las velas o velones que suelen ser las del bautismo
del niño, velas que han sido guardadas preciadamente ya que están bendecidas. En
otras ocasiones esta informante nos ha aclarado que se usan pocas velas debido a que
los angelitos no necesitan “mucha luz”, del mismo modo que se ausentan los rezos
purificadores y los llantos dolorosos, lamentaciones o jahe’o, propios del ñegueroko’ẽ
(velorio-velatorio) de la muerte adulta.
Debe quedar claro que en Paraguay como en Corrientes, siempre atendiendo a
población de credo Católico, la problemática de los velorios de niños no puede ser
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8. A saber: Angelitos bebés de 0 a 4 años y Angelitos niños agrupados en dos fracciones, de 4 a 7 años y de
7 a 11 años; éstos últimos serían “más traviesos” pero aún con elevando grado de inocencia (como señalamos
los conocidos también como ángel(es) loros).
César Iván Bondar – Sobre el velorio del angelito (121–137)
cuerpo tal como lo describen las narraciones referidas al siglo XIX y parte del XX o
como las podemos observar en fotografías de hasta la década del ´60 del siglo XX;
empero hemos registrado situaciones en las cuales el cuerpo era presentado sobre el
entablado o la mesa blanca; estos casos corresponden a velorios domiciliarios. Sobre
ello se expone una experiencia en la provincia de Corrientes registrada en el Diario
de Campo particular:
“…La madre solicitó el cuerpo de su hijo para poder cargarlo, lo tomó en brazos y
recorrió varias calles del pueblo. Cuando consulté sobre esto me dijeron que es como
el último paseo, para que el angelito no olvide el barrio. Lo llamativo fue que si un
extraño la veía no se imaginaría que cargaba a su hijo muerto, era como si estuviese
caminando con su hijo recién nacido. Llamaré esto el cuerpo viviente (…) Esta joven
pidió a su madre que disponga una mesa en una de las salas de la casa, tendió allí una
sábana clara, con algunas flores de estampa, y luego dejo a su hijo sobre ésta. Persig-
nándose toco los ojos del niño dejándolos abiertos. Lo que sentí luego me lo reservo.
Levantó esa pequeña cabecita de color violáceo y la apoyó sobre un trozo de tela que
había enrollado varias veces como si fuera una almohada. Dijo la madre: ‛quedate yo
voy a mandar a buscar a la hermana de Poicha, traigan unos floreros de la habitación y
póngale alrededor’. Luego supe que esa mujer, la hermana de Poicha, era la vestidora de
angelitos (…) nada pudo, hasta ahora, quitarme esa imagen de la memoria.” (Registro.
Diario de Campo. 2010. Corrientes)
Asimismo el recorrido de la madre con el niño en brazos se fundamenta en la
creencia de que, al regresar cada 1 de noviembre, tendrá presente el camino que debe
realizar para arribar a la casa de sus familiares, visitándolos y trayendo bendiciones.
Ante el reposo del niño sobre la mesa surgió el interrogante del porqué de la acción, 131
pensaba en la ausencia del ataúd, pero la respuesta de la abuela fue inmediata: “no
podemos ponerlo aún en el cajoncito, no tiene todavía las alitas, ni la corona” (Mujer,
55 años, Corrientes). Aunque la concurrencia se masificaba, no se habilitaba el ingreso
al salón donde estaba el cuerpo; se esperaba a la vestidora para que prepase al angelito.
No puedo negar los rostros de congoja y tristeza, pero debo considerar que -claramente-
estaba presente ante una “muerte sin llanto” en términos de Scheper-Hughez (1997),
aunque podía percibir el inmenso esfuerzo que realizaban esas mujeres para controlar
las lágrimas.
La presencia de la vestidora completaría el cuerpo angelical: confeccionaría las
alitas, las palomitas para que acompañen al niño en ese viaje, la corona, la túnica, las
palmas que el angelito portará en su posición de orante y las flores de papel. Este proceso
de envestidura corresponde claramente a las intenciones de angelizar el cuerpo del niño
difunto y otorgarle vitalidad: luego de este preparativo el angelito podía ser presentado.
b. Sobre las vestidoras
Las prácticas funerarias de la Provincia de Corrientes y del Paraguay, están identificadas
por particularidades que re-configuran las pretensiones de una Muerte entendida de
forma unívoca, nomológica y significante. A diferencia de las posturas que hablan de una
secularización o desacralización de los procesos de muerte y del morir, hemos hallado
en el trabajo de campo especificidades fronterizas que configuran formas relativas de
vivir, percibir y concebir estos procesos, especificidades que no asocian la muerte a la
disolución de las relaciones sociales, sino a su re-significación.
En ese proceso, se encuentran las vestidoras. La imagen popular de la vestidora,
o maestra, se encuentra representada por mujeres, frecuentemente de edad avanzada,
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encargadas de preparar el cuerpo ante una situación de muerte. Estas mujeres han
aprendido el oficio de sus madres, abuelas o personas ajenas a la familia, pero en
todos los casos la enseñante oficiaba de vestidora. Sobre la base de la herencia oral y
participando activamente en los momentos de preparación del cuerpo han incorporado
las experiencias requeridas para el desempeño de este rol.
En todos los casos que hemos entrevistado la aprensión de este rol se inició en la
adolescencia; en ocasiones cuando la enseñante era externa a la familia se registraron
resistencias de parte de los padres de la aprendiz; justificándose esta resistencia en lo
“macabro y telúrico” del hecho de preparar el cuerpo de un desconocido.
Vestidoras de angelitos
“…Cuando era joven, una mocosa, empecé a ir a la casa de una señora que yo le
lavaba algunas ropas, ella era la que vestía a las criaturas, tenía una pieza llena de
santos y muchas palmitas de pindó, siempre le venían a buscar la gente, hasta que
un día ella me convidó a acompañarle… y entonces fui y me mostró como ella vestía
a los angelitos… y entonces me di cuenta que eso quería hacer…” (Vestidora, Mujer
85 años, Paraguay)
Nuevamente se pone de manifiesto la relevancia de la herencia social sobre la base de
la oralidad y la observación directa de la práctica. Asimismo la informante señalaba
que su maestra, la enseñante del rol, exponía que la decisión de vestir angelitos era
sumamente importante y acarreaba otras responsabilidades éticas, y hasta morales. Ser
vestidora de angelitos implica alejarse progresivamente de los malos pensamientos,
132 de las malas intenciones, de actitudes negativas que pudieran perturbar la tranquilidad
que debe transmitirse al angelito.
Una generalidad que hemos identificado radica en que la decisión de ser vestidora
de angelitos es más aceptada por la familia de las neófitas que la idea de vestir a los
muertos adultos; la inocencia y pureza de los niños genera tranquilidad en los familiares
de los sujetos que deciden emprender este complejo oficio. De esta forma las infor-
mantes, tanto en Corrientes como en el Paraguay, identificaban diferentes etapas por
las cuales transitaron hasta consagrarse como vestidoras; si bien se exponían pequeñas
diferencias internas elaboramos una secuencia general partiendo de las recurrencias.
Desde la Etapa 1 hasta la final transitan aproximadamente 4 o 5 años de preparación,
dependiendo de la cantidad de oportunidades de enseñanza; atendiendo a la necesidad
de disponer de un angelito para concretar este proceso pedagógico: E1: Manifestación
de interés por la práctica. Diálogo con otras vestidoras. E2: Invitación a observar el
proceso de vestido. E3: Colaboración con la vestidora sin tocar el cuerpo del angelito;
una suerte de “instrumentista angelical”. E4: Aprendizaje del armado de parte del
ajuar mortuorio: corona, alitas, palmita, flores. E5: Aprendizaje de la confección de la
túnica y cordón. E6: Primeras experiencias de vestir a un angelito, con la tutoría de la
vestidora enseñante. E7: Actividad independiente de la nueva vestidora.
Un proceso de preparación de larga duración en el cual se inculcarán no solo
aprendizajes de técnicas concretas, sino además de aspectos emocionales, actitudinales
y expresivos que deben exponerse en las situaciones thanatológicas abordadas. Las
etapas mencionadas con anterioridad incluyen otra que es opcional y que el aprendiz
puede optar por no incorporar; ser vestidora y “cantora”: es decir aprender los versos
populares que son recitados en el velorio y que permiten que el angelito vuele a los
Cielos.
César Iván Bondar – Sobre el velorio del angelito (121–137)
Gómez Serrano (s/d. en Alvarez Benítez, 2002), recupera uno de los recitados para
el angelito más popular en el Paraguay:
“Ndéko inocente hína aunque tu madre le llora a los cielos rejupíta como nueva limpia
aurora consuelo para tu madre y también para tu padre tu alma amo en el cielo como
una estrella se abre toguahẽke las cristianas tohéja ndéve ikatúva para salvar a su alma
angaipápe opupúva y que se goce tu madre en el consuelo divino si nde niko jerohóma
por el celestial camino.” (en Alvarez Benitez, 2002:106-107)
Referíamos en páginas anteriores que los cantores resultan personajes populares
vigentes y registrados con más fuerza hasta mediados del siglo XX. Actualmente son
escasos los registros que dan cuenta de la continuidad de esta práctica. Sin generalizar,
resaltamos que en Paraguay hallamos formas de expresión de la cultura que suelen
estar ausentes en otras latitudes, debemos reconocer que en estos recorridos accedimos
a manifestaciones de extrema particularidad, que en el caso correntino, solo siguen
vigentes en algunas comunidades rurales o pueblos muy pequeños, en la narrativa fo-
Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay, Vol. 12, 2014
lklórica o en la memoria de los ancianos del lugar. De esta forma la figura popular del
cantor/a es de pública presencia entre las comunidades del Paraguay y menos vigente
en el presente etnográfico de Corrientes; esto se debería básicamente a la avanzada
edad y deceso de algunos de estos sujetos y a la ruptura de las cadenas de transmisión
del rol (aunque podemos advertir un significativo reverdecer de esta memoria).
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