Cuento-Lucía Una Estrella de Luz
Cuento-Lucía Una Estrella de Luz
Cuento-Lucía Una Estrella de Luz
Madre,
cuéntame un cuento.
Un cuento largo,,
un cuento pequeño.
No me importa si es triste,
alegre o de miedo.
Madre,
cuéntame un cuento.
Un cuento de dragones,
princesas o guerreros
Un cuento de animales,
brujas o misterios.
Madre,
cuéntame un cuento.
Quiero dormir entre tus brazos,
escuchar el arrullo de tu voz.
¡ Dedícame un poco de tu tiempo !
Madre,
cuéntame un cuento.
Deseo cerrar mis ojitos,
sentir el calor de tu cuerpo.
En mis sueños buscarte
y contigo ser parte de un cuento.
Madre,
cuéntame un cuento.
Un cuento de siempre,
un cuento nuevo,
un cuento narrado,
un cuento poético.
Pero Madre,
cuéntame un cuento.
Y mi madre, que era incapaz de marcharse de mi cuarto dejándome con mi carita de
pena, sacaba fuerzas de su fuerza, se sentaba a mi lado, a los pies de mi camita y me
contaba una pequeña historia, la cual yo agradecía con toda mi alma. Y gracias al
calor de las palabras de mi madre yo me quedaba dormidita, abrazada a mi
almohada soñando, soñando....
Un día le pregunté a mi madre de dónde venían los niños y ella, con toda la ternura
del mundo ,me narró una hermosa historia:
- Pequeña Carla, me dijo, todos los niños vienen del cielo. Y cuando caen del cielo
cada niño se agarra a una estrella. Esa estrella le ayudará a llegar a la Tierra. Y
desde ese momento esa estrella formará parte de ese niño. Y cuando ese niño crezca,
hasta hacerse mayor y regrese de nuevo al cielo, su estrella vendrá a buscarlo. Y
mientras que ese niño viva en la Tierra su estrella velará por él, esperando el
momento en que se vuelvan a encontrar para formar un todo, una luz completa.
y yo me quedé tan prendada de aquella hermosa historia, que cada noche de verano,
cuando el cielo estaba claro y luminoso, salía al jardín, mirando hacia el infinito,
intentando averiguar de entre aquellas miles de luces que brillaban en el cielo, cuál
de ellas sería mi estrella. Y entonces me sentía a salvo y protegida de saber que, allá
arriba, en el hermoso firmamento, había una estrella que me estaba cuidando.
Y cuando mi madre me comunicó que estaba esperando la llegada de un bebé, todas
las noches, hiciese frío o calor, estuviese el cielo claro o cubierto de nubes, me
quedaba despierta apoyada en el marco de mi ventana, mirando hacia lo lejos para
ver si veía caer a la estrella que traería a casa la nuevo bebé.
Y Lucía llegó a nuestro hogar. Una hermosa y gordita hermanita, blandita y rosada
como mi muñeca de peluche Mariana. Tan linda y tan risueña.
Y la quise desde el primer momento en que mi madre me la puso en mis brazos. Y
entre las dos le cantamos nuestra nana, la nana que mi madre aprendió de su
abuela y que ella me había enseñado a mí.
Y pasó el tiempo. Y Lucía comenzó a crecer, a engordar, a reir, a gatear. Y siguió
creciendo, hasta que al cumplir los dos añitos de edad, en casa todo cambió.
Lucía no aprendía a caminar, Lucía no sabía hablar, Lucía no podía sujetar sus
juguetes.
Yo presentía que algo extraño estaba pasando y llena de curiosidad quise saber lo
que estaba ocurriendo. Y armándome de valor le pregunté a mi madre:
- Mira mamá, estoy convencida de que Lucía se agarró a una estrella que estaba rota.
Seguro que cuando bajaba agarradita a su estrella, una de las puntas se quebró y la
pobre Lucía cayó asustadita. Fue así, seguro mamita.
Y sin pensármelo dos veces, salí al jardín, buscando en el cielo a una estrella de
cuatro puntas. La estrella que dejó caer a Lucía y que por su culpa mi hermanita se
había hecho daño. Y juré, que cuando encontrase a la estrella culpable, en aquel
infinito cielo, le iba a dar una buena regañina.
Y desde ese día decidí ser la guardiana y protectora de mi hermana, como si fuera
un pirata defendiendo a su tripulación y a su barco, o como el soldado que protege a
su princesa de dragones y de ogros.
Y Lucía siguió creciendo. Y aunque con sus cinco añitos ya había aprendido a
caminar, aún lo hacía con algo de dificultad. Hablaba a media lengua y le costaba
entender algunas órdenes. Yo siempre intentaba ayudarla en todo lo que podía
aunque, a veces, me sacara de mis casillas hasta ponerme rabiosa. Pero Lucía me
sonreía y me abrazaba y a mí el enfado pronto se me olvidaba, para volver a jugar
con ella y enseñarle, poco a poco, a corregir sus pequeñas dificultades.
Recuerdo que cada vez que íbamos al parque mi madre, al ver a Lucía andar por los
juegos infantiles, se echaba las manos a la cabeza, angustiada de pensar que en
cualquier momento Lucía se hiciera daño.Y Lucía, apenas daba un paso, lograba que
mi madre corriera hacia ella, para protegerla de una posible caída.
yo miraba a mi madre y en sus ojos se podía leer su miedo en forma de poema:
No brinques,
no saltes,
no subas,
ni bajes.
No corras,
no juegues,
no te muevas
¡ que te caes !
Si te caes
te harás daño.
si te haces daño
llorarás.
Si lloras
te pondrás triste
y tus lágrimas
brotarán.
No brinques,
no saltes,
no corras,
¡ que te caes !
Pero Lucía, que es fuerte y valiente, antes de que mi madre la recogiera del suelo
,cuando perdía el equilibrio, ella se sostenía como un gatito. Y, apoyando sus
manitas en el suelo, poco a poco, se iba incorporando. Y como si no hubiese pasado
nada, seguía entretenida con sus juegos.
y yo la miraba con alegría, llena de orgullo y admiración, diciéndome a mí mísma "
muy bien Lucía "
Cuando mi hermanita Lucía comenzó a ir al colegio algunos niños se burlaban de
ella. Decían que su andar era parecido al de un pato y que hablaba como si tuviera
algo metido en la boca. Yo me enfadaba mucho y por defender a mi hermanita me
metía en muchos líos.
Los profesores me regañaban y si no tenía ya bastante, cuando llegaba a casa mis
padres también me esperaban con otra fuerte regañina.
Yo quería ser fuerte, fuerte como mi hermanita Lucía. Pero un día, en el colegio, me
enfadé tanto con una niña, que llegué a casa rabiosa y llorando.
Mi madre, preocupada, me preguntó qué me había pasado, y yo, desesperada no
pude más y le pregunté:
- Mamá, ¿ por qué Lucía es tan diferente?, ¿ por qué no es como los demás niños de
su edad ?
Y mi madre, con esa serenidad y ternura que le caracteriza tanto, sentándome sobre
su falda, me habló así:
-Carla, tienes que entender que no todas las personas somos iguales y no por ello
somos diferentes. todos compartimos el mísmo aire, el mísmo Sol, el mísmo planeta.
¡ Ay, Carla ! No hay nada peor que estar cegado por la ignorancia. ¿ Qué sabor de
helado te gusta a tí ?
Y en ese mísmo instante sentí todo el amor que mi hermanita Lucía cada día me
regalaba. Y que su amor hacía fuerte a mi madre y a todos los que la queremos.
Y me sentí feliz de ser su hermana mayor. Yo le enseñaría todo lo que yo estaba
aprendiendo y ella, a cambio, me enseñaría lo hermoso que es la vida viéndola a
través de sus ojos.
Cogí en mis brazos a mi hermanita y salí al jardín. Y mirando hacia el cielo intenté
buscar, entre las miles de estrellas que forman el firmamento, a aquella estrella de
cuatro puntas, aquella estrella que había dejado caer a mi hermanita sobre nuestra
casa, para darle las gracias de que fuera Lucía y no otra niña la que había sido
escogida para que fuera mi hermana.
Yo sé muy bien que esa estrella se encuentra en el cielo velando por mi hermanita
Lucía, pero, hasta que mi hermana pequeña crezca, se haga muy , muy mayor y
venga su estrella de nuevo a buscarla, seré yo quién cuide y proteja a mi hermanita
aquí en la Tierra.