La Alforja Del Jorobado PDF

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I

El Ccoru José

Quiero empezar cantando


las tonadas del Ccoru José,
que en cada ventana cantaba a las cinco:
«Es la hora de tomar el té».

¡Ccoru José, Ccoru José,


es hora de tomar el té!
¡Ccoru José, Ccoru José,
es hora de tomar el té!
En las casas que él visitaba,
cantaba y cantaba con fe
y Ccoru José, Ccoru José
recibía cantando su taza de té.

Ccoru José, Ccoru José


recibía cantando su taza de té.
Ccoru José, Ccoru José
a la hora de tomar el té

Era el «albazo» que daba el jorobadito José, pidiendo todos los


días, a las cinco de la tarde, una taza de té, costumbre que tenía,
como todos los del pueblo, desde cuando su madre vivía, de
tomar a las cinco una taza de té.

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I
El Ccoru José

Quiero empezar cantando


las tonadas del Ccoru José,
que en cada ventana cantaba a las cinco:
«Es la hora de tomar el té».

¡Ccoru José, Ccoru José,


es hora de tomar el té!
¡Ccoru José, Ccoru José,
es hora de tomar el té!
En las casas que él visitaba,
cantaba y cantaba con fe
y Ccoru José, Ccoru José
recibía cantando su taza de té.

Ccoru José, Ccoru José


recibía cantando su taza de té.
Ccoru José, Ccoru José
a la hora de tomar el té

Era el «albazo» que daba el jorobadito José, pidiendo todos los


días, a las cinco de la tarde, una taza de té, costumbre que tenía,
como todos los del pueblo, desde cuando su madre vivía, de
tomar a las cinco una taza de té.

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La gente le alcanzaba el té con pan, bizcochos, rosquitas,
fachendas o alfajores de manjarblanco o panecitos de maíz, y él
sonreía agradecido:
—¡Gracias!, así era el té que me daba mi madre, con todo
cariño, a las cinco. ¡Mil gracias!
Después se iba y al día siguiente volvía otra vez por la taza
de té. Él veía a su madre sonriente, porque nunca la vio triste,
sentía su calor, su ternura, recordaba su infancia «de tanta fra-
gancia» (se tapaba con la mano la nariz como si oliera algo feo),
y decía: «Tomando a las cinco una taza de té».
José no nació así. Dicen que era un niño normal, sano
y bueno. Iba creciendo y creciendo lleno de esperanzas, de
cariño y de alegría; cuando de repente, a los seis añitos, como
una cañita débil, se dobló; le dio la poliomielitis, según él «de
tanto comer miel y confites». Como secuelas le quedaron las
piernas desiguales: una más cortita, la otra tiececita y la espi-
na dorsal «por nada del mundo quedó derechita», sino con
jorobita. Parecía Cuasimodo, el jorobado de Nuestra Señora
de París.
Él no era de París, pero «por los huecos de la nariz» todos
le decían: «Pareces de París».
Su madre lo trató como a un niño normal, y él —feliz,
feliz—, amaba la vida y se sentía feliz como una perdiz frente
a un grano de maíz. También le decían que era yuquis katípac,
‘perseguidor de zorzal’, que según la tradición oral era una
avecilla que llevaba siempre en el pico un grano de oro, jora,
y él, como buen huarasino que era, lo perseguía por ese grano
de oro.

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La gente le alcanzaba el té con pan, bizcochos, rosquitas,
fachendas o alfajores de manjarblanco o panecitos de maíz, y él
sonreía agradecido:
—¡Gracias!, así era el té que me daba mi madre, con todo
cariño, a las cinco. ¡Mil gracias!
Después se iba y al día siguiente volvía otra vez por la taza
de té. Él veía a su madre sonriente, porque nunca la vio triste,
sentía su calor, su ternura, recordaba su infancia «de tanta fra-
gancia» (se tapaba con la mano la nariz como si oliera algo feo),
y decía: «Tomando a las cinco una taza de té».
José no nació así. Dicen que era un niño normal, sano
y bueno. Iba creciendo y creciendo lleno de esperanzas, de
cariño y de alegría; cuando de repente, a los seis añitos, como
una cañita débil, se dobló; le dio la poliomielitis, según él «de
tanto comer miel y confites». Como secuelas le quedaron las
piernas desiguales: una más cortita, la otra tiececita y la espi-
na dorsal «por nada del mundo quedó derechita», sino con
jorobita. Parecía Cuasimodo, el jorobado de Nuestra Señora
de París.
Él no era de París, pero «por los huecos de la nariz» todos
le decían: «Pareces de París».
Su madre lo trató como a un niño normal, y él —feliz,
feliz—, amaba la vida y se sentía feliz como una perdiz frente
a un grano de maíz. También le decían que era yuquis katípac,
‘perseguidor de zorzal’, que según la tradición oral era una
avecilla que llevaba siempre en el pico un grano de oro, jora,
y él, como buen huarasino que era, lo perseguía por ese grano
de oro.

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La calle Y se instalaba en la calle, «con perdón de todos». Coloca-
ba su bastón, su alforja y su abrigo de aguas en el enrejado de
una casa o en una ventana, y se ponía a veces a pensar… a veces
a reír… a veces a cantar o a contar cuentos.
—Yo sé cuentos de la noche a la habana.
—La calle, la calle es de todos —decía el Ccoru José—.
—Se dice «de la noche a la mañana» —le corregíamos.
Del que vende gritando a todo pulmón, del que compra com-
—Ah, perdón, de la noche a la cabaña —y continuaba—:
prando, del que ríe riendo, del que llora llorando, del que ate-
Yo sé cuentos apolillados, cuentos viejos, reviejos, tataraviejos,
sora bienes olvidándose de que nadie, nadie se lleva de aquí
nada, nada de este mundo ni los dientes de oro… ni siquiera
los alfileres de plata.

Rico, nunca hagas alarde


ante el pobre de riquezas,
ni tú, pobre, al ver al rico
maldigas de tu pobreza.

Que el rico con sus tesoros


y el pobre con sus miserias,
desnudos como han nacido
han de volver a la tierra.

Y proseguía:
—La calle es de todos los que juegan, de los que cantan,
de los que bailan, de los chicos y las chicas «paparruchas», de
los grandes comecalles, de los señores aguafiestas, de las señoras
«respetuosas como osas», de las señoritas bonitas y de las chicas
cascaritas. La calle es también de los forasteros buscaletreros, de
los ricos mendigos y de los pobres pobretes, y de mí.

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La calle Y se instalaba en la calle, «con perdón de todos». Coloca-
ba su bastón, su alforja y su abrigo de aguas en el enrejado de
una casa o en una ventana, y se ponía a veces a pensar… a veces
a reír… a veces a cantar o a contar cuentos.
—Yo sé cuentos de la noche a la habana.
—La calle, la calle es de todos —decía el Ccoru José—.
—Se dice «de la noche a la mañana» —le corregíamos.
Del que vende gritando a todo pulmón, del que compra com-
—Ah, perdón, de la noche a la cabaña —y continuaba—:
prando, del que ríe riendo, del que llora llorando, del que ate-
Yo sé cuentos apolillados, cuentos viejos, reviejos, tataraviejos,
sora bienes olvidándose de que nadie, nadie se lleva de aquí
nada, nada de este mundo ni los dientes de oro… ni siquiera
los alfileres de plata.

Rico, nunca hagas alarde


ante el pobre de riquezas,
ni tú, pobre, al ver al rico
maldigas de tu pobreza.

Que el rico con sus tesoros


y el pobre con sus miserias,
desnudos como han nacido
han de volver a la tierra.

Y proseguía:
—La calle es de todos los que juegan, de los que cantan,
de los que bailan, de los chicos y las chicas «paparruchas», de
los grandes comecalles, de los señores aguafiestas, de las señoras
«respetuosas como osas», de las señoritas bonitas y de las chicas
cascaritas. La calle es también de los forasteros buscaletreros, de
los ricos mendigos y de los pobres pobretes, y de mí.

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como el hilo negro, o la madre tierra, como nuestro padre el »Un clavo para colgar su sombrero o, tal vez, un espejo
sol, cuentos saltantes y espumantes, cuentos emolientes, cuen- para mirarse de vez en cuando».
tos picanteros, ajenos y propios, de viajes, cuentos que hacen —¿Y para qué quisieran los adinerados todas estas cosas?
reír, ¡ja, ja, ja, ja!, y cuentos que hacen llorar, ¡bua, bua, buaaa!, —preguntábamos.
cuentos que asustan, cuentos de los que se van y no regresan. Yo —Sólo les digo qué les falta: nada más.
se los voy a contar todos, toditos como los pinos, pinitos, bien —Si la civilización ha entrado de lleno en sus vidas, no
arregladitos. Yo hago mis propios proyectos de vida: hacer todo necesitan nada de eso —decíamos—. Sólo les falta apretar un
para conseguir ser cada día mejor. botón para subir y bajar de un piso a otro piso.
»Para tener agua, aire, luz, sonido. Para preparar y prote-
ger los alimentos.
»Para ir de un lugar a otro, apretar botones, mover palan-
cas, llaves.
»Para lavar la ropa.
Los adinerados »Para tener frío o para tener calor.
»Para hablar y ver a los amigos a distancia.
Y continuábamos:
—¿Acaso necesitan
Esta era la filosofía de Ccoru José: chozas, reatas, cucha-
—A los adinerados les falta: ras de palo, ollas de
«La chocita de paja del campesino. barro, ir al río a la-
»La reata de cuero del arriero. var, tomar leche al
»La cuchara de palo de la cocinera. pie de la vaca o una
»El cántaro de barro de la lechera. escoba de muña o paja
»El aire feliz de la pastora. para barrer a medio cuer-
»La flauta o el cuerno del pastor para llamar a su pastora. po doblado mirando al suelo?
Un pellejo de sus animales para descansar. »No, señor, ya todo esto se ha
»También les falta una escoba de ramas vivas de eucalip- superado gracias a Dios, gracias a la
to, retama, muña o de paja seca. técnica moderna, gracias al progreso.

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como el hilo negro, o la madre tierra, como nuestro padre el »Un clavo para colgar su sombrero o, tal vez, un espejo
sol, cuentos saltantes y espumantes, cuentos emolientes, cuen- para mirarse de vez en cuando».
tos picanteros, ajenos y propios, de viajes, cuentos que hacen —¿Y para qué quisieran los adinerados todas estas cosas?
reír, ¡ja, ja, ja, ja!, y cuentos que hacen llorar, ¡bua, bua, buaaa!, —preguntábamos.
cuentos que asustan, cuentos de los que se van y no regresan. Yo —Sólo les digo qué les falta: nada más.
se los voy a contar todos, toditos como los pinos, pinitos, bien —Si la civilización ha entrado de lleno en sus vidas, no
arregladitos. Yo hago mis propios proyectos de vida: hacer todo necesitan nada de eso —decíamos—. Sólo les falta apretar un
para conseguir ser cada día mejor. botón para subir y bajar de un piso a otro piso.
»Para tener agua, aire, luz, sonido. Para preparar y prote-
ger los alimentos.
»Para ir de un lugar a otro, apretar botones, mover palan-
cas, llaves.
»Para lavar la ropa.
Los adinerados »Para tener frío o para tener calor.
»Para hablar y ver a los amigos a distancia.
Y continuábamos:
—¿Acaso necesitan
Esta era la filosofía de Ccoru José: chozas, reatas, cucha-
—A los adinerados les falta: ras de palo, ollas de
«La chocita de paja del campesino. barro, ir al río a la-
»La reata de cuero del arriero. var, tomar leche al
»La cuchara de palo de la cocinera. pie de la vaca o una
»El cántaro de barro de la lechera. escoba de muña o paja
»El aire feliz de la pastora. para barrer a medio cuer-
»La flauta o el cuerno del pastor para llamar a su pastora. po doblado mirando al suelo?
Un pellejo de sus animales para descansar. »No, señor, ya todo esto se ha
»También les falta una escoba de ramas vivas de eucalip- superado gracias a Dios, gracias a la
to, retama, muña o de paja seca. técnica moderna, gracias al progreso.

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El Ccoru José oía sin interrumpir, se reía y decía: —Es fácil, muy fácil: trasanteayer, anteayer, ayer, hoy,
—Pero no saben lo que es ser feliz teniendo tan pocas mañana y pasado mañana.
cosas. Se vive pensando allá —señalaba el cielo— y no acá. —¿Cómo es una familia completa?
—El padre, la madre, los abuelos, bisabuelos, tatarabue-
los, subiendo, y bajando: los hijos, los nietos, los biznietos, los
tataranietos, los escarmientos y los sarmientos y los «enterados»
—por decir entenados.
—¿Cuáles son nuestros amigos verdaderos?, sin decir sus
La familia nombres.
—Estos: fulano, mengano, sutano, vencejo, perencejo,
estita, otrita, aquellita. Comparte con ellos la alegría de vivir.

—¡Quien vive solo no es feliz! La mayor riqueza de los


hombres la constituyen sus hijos, y si no los tienen, sus amigos.
Y entre los amigos hay que contar a todos los seres humanos,
también a los perros, los caballos y los libros. Hay que hacer
familia con todos, con todos.
—Y tú, Ccoru José, ¿con quién haces familia?
Él pensaba.
—Con todos. Contigo, con tu papá, tu mamá, los niños
paparruchas y mi Donjuanito, mi perro. Hago también familia
con mi sombrero, mi borrico y mi alforja. En el campo, con los
pajaritos, los animales, las plantas chicas, los árboles, el río, el
viento, las piedras, el Sol, la Luna, las estrellas, toda la Tierra.
Yo hago familia con todos. Soy hermano de todos y cuñado de
los que tienen hermanas bonitas —reía.
—Enséñanos, Ccoru José, a jugar con los días de la sema-
na sin decir sus nombres.

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El Ccoru José oía sin interrumpir, se reía y decía: —Es fácil, muy fácil: trasanteayer, anteayer, ayer, hoy,
—Pero no saben lo que es ser feliz teniendo tan pocas mañana y pasado mañana.
cosas. Se vive pensando allá —señalaba el cielo— y no acá. —¿Cómo es una familia completa?
—El padre, la madre, los abuelos, bisabuelos, tatarabue-
los, subiendo, y bajando: los hijos, los nietos, los biznietos, los
tataranietos, los escarmientos y los sarmientos y los «enterados»
—por decir entenados.
—¿Cuáles son nuestros amigos verdaderos?, sin decir sus
La familia nombres.
—Estos: fulano, mengano, sutano, vencejo, perencejo,
estita, otrita, aquellita. Comparte con ellos la alegría de vivir.

—¡Quien vive solo no es feliz! La mayor riqueza de los


hombres la constituyen sus hijos, y si no los tienen, sus amigos.
Y entre los amigos hay que contar a todos los seres humanos,
también a los perros, los caballos y los libros. Hay que hacer
familia con todos, con todos.
—Y tú, Ccoru José, ¿con quién haces familia?
Él pensaba.
—Con todos. Contigo, con tu papá, tu mamá, los niños
paparruchas y mi Donjuanito, mi perro. Hago también familia
con mi sombrero, mi borrico y mi alforja. En el campo, con los
pajaritos, los animales, las plantas chicas, los árboles, el río, el
viento, las piedras, el Sol, la Luna, las estrellas, toda la Tierra.
Yo hago familia con todos. Soy hermano de todos y cuñado de
los que tienen hermanas bonitas —reía.
—Enséñanos, Ccoru José, a jugar con los días de la sema-
na sin decir sus nombres.

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