Concepcion Pantesita PDF
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LA FILOSOFÍA PERENNE
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sido muy extensa desde los tiempos antiguos. De igual modo, en los libros religiosos de
los Hindúes, las Vedas, y en los filosóficos, la Vedanta; en las crudas especulaciones de
los primeros filósofos griegos, tanto como en las especulaciones más avanzadas de los
pensadores alejandrinos y árabes; en la teosofía del neo-platonismo, tanto como en el
misticismo del trascendentalismo alemán; en la teoría de un Bruno, tanto como en la
lógica de un Espinoza; en el optimismo de un Leibnitz, tanto como en el pesimismo de un
Schopenhauer; el panteísmo es la clave de todas sus filosofías, la misma doctrina de la
que son, aunque en diferentes grados, los exponentes”; y aún hay más: “También debe
recordarse que muchas partes del Nuevo Testamento, al igual que muchos de los Salmos
más espirituales de David, están llenos de ideas panteístas, y de interpretaciones
panteístas de Dios y de la Naturaleza” (2). Como prueba de la importancia histórica del
panteísmo, Plumptre tambien cita las siguientes palabras de Goethe: “Discutir a Dios
aparte de la Naturaleza... es a la vez difícil y arriesgado; es como si separáramos el alma
del cuerpo. Conocemos el alma sólo a través del cuerpo, y conocemos a Dios sólo a
través de la Naturaleza. De ahí el error, a mi ver, de tacharles de absurdos a los que han
ligado filosóficamente a Dios y el mundo. Porque todo lo que existe necesariamente
pertenece a la esencia de Dios, siendo Dios el único Ser cuya existencia incluye todas las
cosas. Y la Sagrada Escritura no contradice esto, aunque cada cual interprete sus dogmas
de diversos modos, según su propio punto de vista. Toda la antigüedad pensaba de la
misma manera, con una unanimidad que, para mi, tiene gran importancia. Para mí, el
juicio de tantos hombres fortalece la racionalidad de la doctrina de la emanación” (3).
Es imposible encontrar una sola definición del panteísmo que incluya todas sus
manifestaciones a través de la historia. Hay ciertos conceptos, sin embargo, que se
destacan en la mayoría de sus exponentes. Veamos ahora algunas de estos elementos
más típicos.
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no-manifestado representa una potencia infinita que existe solamente en la eternidad, más
allá del espacio y el tiempo, y no puede categorizarse en términos intelectuales. Luego,
en otra dimensión de la realidad divina existe el ser manifestado, es ser puro que se ha
actualizado; existe en el tiempo y por eso tiene principio y fin. El ser manifestado
también se divide en dos planos, los cuales corresponden al espíritu y la materia. El
espíritu existe en el tiempo, como todo ser manifestado, pero no tiene forma en el
espacio. La materia existe en el tiempo y en el espacio, y es la única forma del ser que
puede ser conocido por los sentidos. Todas estas dimensiones del ser—el ser no-
manifestado; el ser manifestado en su aspecto espiritual, y en su aspecto material—son
partes de un solo Ser Absoluto que es el fundamento de todo lo que es. Ha habido cierta
confusión en cuanto a los nombres, los cuales no siempre se emplean de un modo
riguroso, pero para referirse a las dos dimensiones fundamentales, el ser no-manifestado
suele llamarse Deidad (Godhead, Urgrund, Brahman, Tao, Padre), mientras que el ser
manifestado es llamado Dios (God, Grund, Brahma, las Diez Mil Cosas, Naturaleza,
Cristo). Sobre la Deidad y su diferencia de Dios ha escrito el maestro Eckart: “Todo lo
que está en la Deidad es uno; sobre esto no podemos decir nada. Está por encima de todo
nombre y de toda naturaleza. La esencia de todas las criaturas es una vida eterna en la
Deidad. Dios obra, pero no la Deidad. En esto se distinguen, en el obrar y el no-obrar.
El fin de todas las cosas es la oscuridad escondida, o la eterna Deidad; desconocida y que
nunca puede ser comprendida” (4).
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la razón, que depende del empleo de los sentidos, no pueda comprender el ser, la
intuición a veces le proporciona al hombre la conciencia de una realidad divina. Dios no
puede ser descrito ni definido racionalmente, pero puede ser experimentado directamente
por la mente intuitiva. Tal como la existencia de las emociones cuya realidad es algo que
todos experimentamos interiormente, la existencia de Dios también se verifica en los
momentos de conciencia intuitiva.
EL PANTEÍSMO Y EL TEÍSMO
Después de ver algunos de los rasgos más sobresalientes del panteísmo, conviene
compararlo con el teísmo tradicional, para ver de qué modo cada uno de estos puntos de
vista se justifica, y por qué cada uno rechaza al otro. Veamos primero los diferentes
motivos por los que el teísmo no acepta el concepto de la unidad de Dios y el mundo.
(6) Como ejemplo de este último punto de vista pueden citarse estas palabras de Pierre Teilhard de
Chardin: “Lo que experimento mientras estoy cara a cara con, y en las profundidades de este mundo
que su carne ha asimilado, este mundo que se ha hecho su carne, mi Dios, no es la absorción del
monista el que anhela disolverse en la unidad de todas las cosas... Como el monista me hundo en el
Uno que todo lo incluye; pero el Uno es tan perfecto que, cuando me recibe y me pierdo en él, puedo
encontrar la última perfección de mi propia individualidad”; Hymn of the Universe (New York:
Harper, 1965), p. 26.
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panteísta pierde su aspecto personal, al ser caracterizado como el Ser Absoluto. Los
panteístas creen que la verdad es revelada progresivamente, como un aspecto de la
evolución del universo, y esto contradice el dogma de una revelación definitiva, en el que
se basa el concepto de una Iglesia infalible. Por último, el panteísmo enseña que la unión
con Dios es una cosa natural, mientras que para el teísmo la unión solamente puede ser el
resultado de la gracia divina.
A pesar de que la Iglesia—la católica y la protestante—ha condendado el
panteísmo y hasta ha quemado a algunos de sus exponentes, tales como Giordano Bruno
y Lucilio Vanini, ha observado John Hunt que la Iglesia ha tenido una actitud bastante
equívoca frente a esa doctrina. “La Iglesia infalible—escribe el vicario anglicano con
cierta ironía—nunca ha determinado lo que es el Panteísmo. Ha aplicado la palabra a
ciertas doctrinas y a ciertas filosofías, con el mismo criterio indefinido que encontramos
entre los protestantes. Ha prohibido las obras de Erígena, y ha permitido pasar sin
censura alguna de los escritos del Areopagita. No ha condenado las especulaciones de
Descartes y Malebranche, legítimo resultado de las cuales fue la doctrina de Espinoza.
Se delara en contra del panteísmo, pero ni ha eliminado ni ha explicado el elemento
paneísta en los padres de la iglesia, cuyas obras tiene por ortodoxas, ni de los
escolásticos, quienes fueron los grandes exponentes de su gloria medieval. [...] Hemos
visto que los maestros del evangelio, desde San Pablo a los padres alejandrinos,
incluyendo hasta a San Juan y a los grandes maestros del medioevo..., pueden
considerarse más o menos panteístas” (7). Parte del problema reside en el hecho de que
la Iglesia no siempre ha definido el panteísmo de la misma manera. También hay ciertas
modificaciones del panteísmo cuyas diferencias a veces han confundido a los críticos. Lo
que se puede llamar el “panteísmo puro” insiste en la absoluta identificación de Dios con
el mundo. Esta es la forma del panteísmo que más se ha criticado, porque la
identificación de Dios con el mundo destruye toda individualidad y significa, además,
que Dios no puede ser más que el universo manifestado. Sin embargo, muchos panteístas
no creen en una identificación absoluta; creen en la unidad de Dios con el mundo, pero
también creen que Dios es más que el mundo. Este punto se examinará más
completamente cuando se hable del panenteísmo. Veamos ahora cuales son los
argumentos que se utilizan para justificar la teoría del panteísmo.
Puede decirse que toda filosofía del ser ha resultado en una forma de panteísmo.
Lo que ES, es absolutamente. El verdadero ser tiene que ser infinito, y no puede haber
más de una infinidad. Este fue el error de Descartes, quien postuló la existencia de un
Dios infinito y un universo infinito. Como vio Espinoza, estas dos infinidades tienen que
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(7) John Hunt, Op. cit., p. 333 y p. 337.
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ser solamente una. Dios, para ser Dios, tiene que ser infinito; y porque es infinito, no
puede haber substancia fuera de El; toda substancia tiene que ser parte de su ser absoluto.
La existencia del mal siempre ha sido un problema, tanto para los teístas como
para los panteístas; pero en cierto sentido, es decir en un sentido absoluto, el mal no
existe para los panteístas. El mal parece existir, porque las cosas se ven desde una
perspectiva finita. Pero si el dolor, el sufrimiento, la muerte, etc. se vieran desde la
perspectiva de la continuidad divina, sería evidente que todo lo que ocurre es “para el
bien”. El teísta tiene que aceptar esta idea como objeto de fe, pero veremos que esa parte
del panteísmo que incluye la teoría de la reencarnación y la ley del karma ofrece una
explicación lógica para todo lo que ocurre en el universo manifestado.
Es cierto, pues, que el Dios de los panteístas tiene que ser algo más de lo que
puede concebirse dentro de los límites del pensamiento humano; pero esto no tiene que
resultar en el concepto de un Dios impersonal. Dios no puede definirse en términos
antropomórficos, ni en estos términos es persona. No obstante, es persona en el sentido
de que toda persona humana es parte de Él; en las profundidades de su conciencia infinita
existe la idea de sí mismo como persona, y es con esta parte del ser divino con la que los
seres humanos podemos relacionarnos de una manera completamente personal.
EL PANTEÍSMO EN LA BIBLIA
Ya hemos visto que los exponentes del teísmo han adoptado una concepción
dualista que supone la separación de Dios y el mundo; no obstante, en su epístola a los
Efesios, San Pablo ofrece una concepción monista al definir a Dios como el “Padre de
todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en vosotros” (Efesios IV,
6) (8). Tal como la mayoría de los panteístas, San Pablo concibe la substancia divina en
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(8) Esta cita y las que siguen están tomadas de La Santa Biblia, versión de Cipriano de Valera (Madrid:
Sociedad Biblica, 1921.
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en dos niveles: como el ser no-manifestado, Dios está “sobre” todas las cosas, y en su
aspecto manifestado es “por” todo y “en” todo. En otro pasaje muy conocido San Pablo
invierte su perspectiva al decir que Dios “no está lejos de cada uno de nosotros, porque
en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Los Hechos, XVII, 27-28). Dios no solamente
está en nosotros, sino que el mundo también está “en” Dios.
En el Evangelio de San Juan, el Cristo se refiere a la unidad de todas las criaturas
en Dios. Primero afirma: “Yo y el Padre una cosa somos” (S. Juan X, 30). Luego pide a
Dios que algún día todos los hombres puedan reconocer su unidad con él, y con el Padre:
Mas no ruego solamente por éstos [los discípulos], sino también por los que han de creer
en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa, como tú, oh Padre, en mí, y
yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa; para que el mundo crea que tú me
enviaste. Y yo, la gloria que me diste les he dado; para que sean una sola cosa, como
también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mi, para que sean
consumadamente una cosa... Y Yo les he manifestado tu nombre, y manifestarélo aún;
para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos (S. Juan XVII, 20-26).
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Y otra vez repite: “Mas Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses III, 11). Según declara
San Pablo en estos pasajes, el “Dios invisible” es la Deidad antes de manifestarse, y el
“Cristo” es la totalidad del ser manifestado—el “todo”—, el que se divide en dos partes:
el ser espiritual que está “en los cielos”, y el ser material que está “en la tierra”.
Cuando San Pablo afirma que el Cristo es “antes” que todo y que todo “subsiste”
en él, hace eco a lo que se dice en los primeros versículos del Evangelio de San Juan. De
acuerdo con los términos que se han utilizado para la presente discusión, el “Dios” de los
versículos iniciales es la Deidad, mientras que el “Verbo” se refiere al Cristo, que es el
universo manifestado:
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el
principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es
hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la via era la luz de los hombres... En el mundo
estaba, y el mundo fue hecho por él; y el mundo no lo conoció... Y aquel Verbo fue
hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del
Padre), lleno de gracia y de verdad (S. Juan I, 1-14).
Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los
miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un
Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora Judíos o Griego, ora siervos o libres; y
todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Pues ni tampoco el cuerpo es un miembro
sino muchos (I Corintios XII, 12-14).
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hemos visto, el mundo está en Dios, y Dios está en el mundo, pero la unidad no será
“consumada” hasta que todos los seres sepan, como Dios lo sabe, que todo es Uno.
Ahora, antes de dar fin a nuestra breve exposición de la historia del panteísmo,
deben examinarse algunas ideas que han aparecido en el siglo XX, las cuales sirven para
dar nuevo ímpetu a la creencia en la unidad de Dios y el universo. Veamos esta creencia,
primero, desde el punto de vista de la ciencia moderna.
Hace cien años en su libro The Secret Doctrine, H. P. Blavatsky profetizó que la
ciencia del siglo XX llegaría a reconocer la validez de muchos conceptos tomados del
misticismo oriental que ella estudiaba en su libro. (Blavatsky era panteísta y, entre otras
cosas, abogaba en favor de la creencia de que la energía divina es la base de todo lo que
existe en este mundo.) Muchos se rieron de ella, calificándola como charlatana o como
bruja. Ahora, no obstante, parece que en gran parte Mme. Blavatsky ha sido vindicada.
Aunque muchas personas todavía no se dan cuenta de ello, han sido verificadas por la
ciencia moderna muchas ideas importantes de la Teosofía; y son, precisamente, las que
más se relacionan con el tema del presente estudio (10). Veamos cómo ha ocrrido esta
sorprendente situación.
(10) En su libro, The Tao of Physics, el físico Fritjof Capra ha estudiado “los paralelos entre la física
moderna y el misticismo oriental”, y su conclusión es que “la física moderna nos trae una visión del
mundo que es muy semejante a la visión de los místicos de todas las épocas”; (New York: Bantam,
1975), p. 5. El biólogo Lyall Watson también ha observado que la física moderna y el misticismo se
apuntan a una misma descripción de la realidad: “Cuando se les pregunta a los físicos y a los místicos
cuál es su descripción del mundo y cómo funciona, dan las mismas respuestas”; Gifts of Unknown
Things (New York: Simon and Schuster, 1976), p. 37. En su libro Passages About Earth (New York:
Harper, 1973), William Irwin Thompson escribe sobre el físico alemán C. F. von Weizäcker, el que,
junto con otros científicos alemanes, estudiaban la relación entre la ciencia occidental y la sabiduría
oriental (p. 84). Thompson también cita lo que le dijo Werner Heisenberg en una entrevista, cuando le
preguntó si otros debían seguir el ejemplo de Weizäcker. El famoso autor de la Teoría de la
Indeterminación le contestó que el oriente poseía un conocimiento que “hacía mucha falta” en el
occidente (p. 90). Semejante opinión con respecto a la relación que se establece entre la física
moderna y el misticismo oriental se encuentra en The Dancing Wu Li Masters: An Overview of the
New Physics de Gary Zukav (New York: William Morrow and Co., 1979), pp. 25-26; y en el libro de
Bob Toben, Space-Time and Beyond (New York: Dutton, 1975), p. 11. Ambos libros se escriben con
la colaboración de varios físicos de conocida reputación, lo cual hace hincapié en el creciente número
de científicos que empiezan a compartir esta misma actitud.
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consolaba la idea de que, si los objetos no eran sólidos por lo menos lo eran las partículas
atómicas. Durante varias décadas, pues, los físicos han intentado descubrir cuál de estas
partículas es la base de la materia. Y no la han encontrado. Al contrario; aunque algunos
todavía busquen, parece haber sido demostrado por la “Nueva Física” que ha resultado de
los descubrimientos de Einstein, Heisenberg, Bohr y otros, que las supuestas partículas
no son de veras objetos, sino energia. Gary Zukav (cuyo libro The Dancing Wu Li
Masters: An Overview of the New Physics ha recibido el Premio Americano por el mejor
libro en rústica [paperback] sobre la ciencia en 1980) ha escrito lo siguiente:
La teoría del quántum ha derribado el concepto clásico de los objetos sólidos y de las
leyes naturales rigurosamente deterministas. En el nivel subatómico, los objetos sólidos
de la física newtoniana se disuelven en patrones de ondas de probabilidad, y estos
patrones no representan probabilidades de cosas, sino probabilidades de interconexiones.
Un ciudadoso análisis de los procesos de observación en la física atómica ha demostrado
que las partículas subatómicas no tienen sentido como entidades aisladas, sino que
solamente pueden entenderse como interconexiones... La teoría del quántum revela, así,
una básica unidad del universo. Demuestra que no podemos descomponer el mundo hasta
llegar a las unidades indivisibles más pequeñas. A medida que penetramos en la materia,
la naturaleza no nos muestra ninguna substancia sólida, sino que aparece como un
complejo tejido de relaciones entre las diversas partes del todo (12).
Debido a que la energía que compone el universo se organiza de acuerdo con ciertos
patrones inteligentes los cuales pareces depender en parte, o tal vez totalmente, de la
conciencia del observador, algunos científicos han llegado a creer que “energía” es
equivalente a “conciencia”, y que la conciencia en su totalidad es la base del universo
material (13). Bob Toben, cuyo libro Space-Time and Beyond fue escrito con la ayuda de
____________
(11) Gary Zukav, Op. cit., pp. 212-213 y p. 215.
(12) Fritjof Capra, Op. cit., pp. 56-57.
(13) El descubrimiento de que la masa es una forma de energía le da al físico la visión de un universo
viviente que ejecuta un baile de perpetuo movimiento: “Según la teoría del quántum—escribe Fritjof
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dos físicos de conocida reputación: Jack Sarfatti y Fred Wolf, ha hecho la afirmación
siguiente: “Conciencia es la totalidad más allá del espacio y el tiempo [beyond space-
time] la que puede ser el verdadero “Yo”. Ya hemos visto que conciencia y energía son
la misma cosa; que el universo de espacio y tiempo [space-time] es construido por
conciencia” (14). Fritjof Capra reafirma este punto de vista y entonces relaciona estas
ideas tomadas de la física moderna con las del misticismo oriental: “Este punto de vista...
armoniza perfectamente con el de las tradiciones del misticismo oriental, las que siempre
han visto la conciencia como una parte integral del universo. Según el punto de vista
oriental, los seres humanos, como todo ser viviente, somos partes de un inseparable todo
orgánico. Nuestra inteligencia, entonces, implica que el todo también es inteligente. El
hombre es visto como la prueba viviente de la inteligencia cósmica” (15). En efecto, si
uno acepta la idea de que todo es uno, la inteligencia de los hombres prueba que el todo
también es inteligente.
Otro aspecto de la ciencia moderna que cabe mencionar aquí es la teoría del
“inconsciente collectivo” de la psicología junguiana. Muchos psicólogos han utilizado
esta teoría como base de una visión del mundo esencialmente panteísta. En su
autobiografía el mismo Jung ha declarado: “Como toda criatura, yo soy un fragmento de
la deidad infinita” (16); y aunque la teoría del inconsciente collectivo normalmente se
refiere a la conciencia humana, es claro que Jung mismo incluye el mundo entero en su
visión unitiva: “Nada podía persuadirme de que ‘en la imagen de Dios’ se refería
solamente al hombre. En efecto, me parecía que las altas montañas, los ríos, los lagos,
los árboles, las flores y los animales ejemplificaban la esencia de Dios aun mejor que el
hombre...”; y en otra parte: “El hombre y los propios animales eran pequeñas partes de
Dios que se habían independizado... Las plantas estaban fijadas en su sitio. Ellas
expresaban no solamente la belleza, sino los pensamientos del mundo de Dios” (17).
De modo que la física moderna y la psicología junguiana nos ofrecen una visión
del mundo que concuerda perfectamente con la teoría del panteísmo que hemos venido
examinando en este libro. La ciencia no puede decir que el gran conjunto de energía
consciente, o la conciencia colectiva, es Dios—tal afirmación no es propia de su misión
esencialmente descriptiva—, pero estos conceptos fortalecen la lógica de los panteístas
que sostienen que el mundo es parte de la conciencia divina.
____________
Capra—la materia nunca es quieta, sino que siempre está en un estado de movimiento.
Macroscópicamente, los objetos materiales que nos rodean parecen pasivos e intertes, pero cuando
magnificamos tal fragmento ‘muerto’ de piedra o de metal, vemos que está lleno de actividad. A
medida que nos acercamos a él, más vivo parece”; The Tao of Physics, Op. cit., p. 180.
(14) Bob Toben, Space-Time and Beyond, Op. cit., p. 11.
(15) Fritjof Capra, Op. cit., pp. 290-291.
(16) C. G. Jung, Memories, Dreams, Reflections, (New York, Vintage, 1965), p. 4.
(17) C. G. Jung, Op. cit., p. 45 y p. 67.
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EL PANTEÍSMO Y LA METAFÍSICA MODERNA
Como ejemplo de lo que dice Schilling, puede citarse la obra de Pierre Teilhard
de Chardin. En su libro El fenómeno humano, el científico jesuita formula más o menos
la misma descripción del mundo que hemos visto en la física moderna. Cree que la
conciencia de los hombres prueba que la conciencia—o pre-conciencia—siempre ha
existido “dentro” de la materia, que materia y conciencia son dos formas de una misma
substancia primordial. Concibe la vida como el proceso evoutivo de un gran organismo
cósmico, cuyo propósito es producir más conciencia. El resultado de este proceso vital
ha sido la creación de la noósfera, una nueva dimensión mental en la que se reúnen todos
los centros de conciencia individual. Pero la evolución no culmina en la creación de
conciencias individuales, porque éstas se desplazan hacia un nuevo estado de conciencia
que Teilhard llama “Omega”, en el que los centros personales pueden afirmarse en el
Centro de la conciencia divina. Teilhard rechaza el concepto del panteísmo que se basa
en la absouta identificación de Dios y el universo, porque resulta en la aniquiliación de
los individuos. No obstante, acepta lo que él llama “un panteísmo absolutamente
legítimo”—el panenteísmo—que permite la preservación de la identidad personal.
Explica este concepto en un “Post Scriptum” que añade a una posterior edición de su
libro:
_____________
(18) Harold K. Schilling, The New Consciousness in Science and Religion (Philadelphia: Pilgrim Press,
1973, p. 246.
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Para poner fin de una vez para siempre a los temores de “panteísmo” que siempre sienten
ciertos exponentes de una espiritualidad tradicional con respecto a la evolución, cómo no
podemos ver que, en el caso de un universo convergente como yo he delineado, lejos de
producirse de la fusión y de la confusión de los centros elementales que reúne, el centro
universal de unificación... tiene que concebirse como pre-existente y como trascendente.
Un verdadero “panteísmo”, si se quiere (en el sentido etimológico de la palabra), pero un
panteísmo absolutamente legítimo, porque si en último termino los centros reflexivos del
mundo son, efectivamente, “uno con Dios”, este estado no se logra a fuerza de
identificación (Dios haciéndose todo), sino de la diferenciación y de la acción
comunicadora del amor (Dios todo en todos). Y esto es esencialmente ortodoxo y
cristiano (19).
De modo que Teilhard de Chardin sostiene que el concepto de la unidad de los individuos
y un Dios personal constituye un “panteísmo absolutamente legítimo” que es a la vez,
“ortodoxo y cristiano”.
Con esto espero haber contestado a todas las preguntas sobre el panteísmo que se
hicieron al principio de este capítulo. Queda ahora, sin embargo, una pregunta nueva:
¿qué es el panenteísmo y cómo se diferencia del panteísmo? En la próxima parte intento
contestar a esta pregunta por medio de un estudio del panenteísmo krausista.
2. EL PANENTEÍSMO KRAUSISTA
EL PANTEÍSMO Y EN PANENTEÍSMO
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Krause reacciona de este modo contra el panteísmo, es sobre todo porque, después de
Espinoza, el panteísmo había tomado unas características especiales y vio la necesidad de
modificar la metafísica de sus maestros.
Ya hemos visto que el panteísmo afirma la unidad de Dios y el universo. Cabe
repetir aquí que este estado de unidad no necesariamente supone una identificación
absoluta; la mayoría de los panteístas siempre ha visto que Dios es más que el mundo,
que la totalidad del ser manifestado nunca puede agotar la potencialidad infinita del puro
ser divino. La lógica de Espinoza, sin embargo, le conduce a insistir en una absoluta
identificación de Dios con el universo. (Como se anotó en el apartado anterior, es esta
forma del panteísmo, lo que he llamado “el panteísmo puro”, contra la que la Iglesia ha
dirigido su condena más severa). Entre las cosas que Krause no pudo aceptar en el
panteísmo puro son las siguientes: 1) el concepto de un Dios impersonal que se limita a
sus propias manifestaciones; 2) la falta de individualidad y de libertad de los seres finitos;
3) el concepto de una inmortalidad impersonal que resulta de la fusión de los seres finitos
con el todo.
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EL MUNDO EN DIOS
Para Sanz del Río la idea central del panenteísmo es “la idea de Dios como
Dios y Ser supremo sobre el mundo, y fundamento de la vida, en quien toda vida finita
tiene su fuente y tendrá su plenitud última” (Sanz del Río, p. 248). En el pensamiento de
Krause también encontramos la idea de que “Dios es el Ser absoluto” (Sanz del Río, p.
34). Todo lo que existe y vive, existe y vive en Dios como la unidad primordial “fuera
del cual nada es ni tiene realidad, y en el cual son esenciados y fundados todos los seres
finitos” (Sanz del Río, p. 243). Dios es la causa y el resultado, origen y fin de todo lo que
existe en este mundo y en el universo entero.
Pero aunque el mundo existe como parte de Dios, el panenteísmo krausista
reconoce la subordinación absoluta del Espíritu, de la Naturaleza y de la Humanidad bajo
el Ser Supremo. Concordándose perfectamente con las palabras de San Pablo—“un Dios
y padre de todos, el cual es sobre todas las cosas y por todas las cosas, y en vosotros”—
Krause afirma la unidad, pero no la igualdad de los seres finitos y la Divinidad: “A Dios
lo reconocerán como el Padre común, aunque no en el sentido en que los hijos son de
igual con su padre, sino en el absoluto sentido en que Dios es el Ser Supremo” (Sanz del
Río, p. 277).
Lo que sigue es una descripción detallada de la relación de los hombres con Dios:
Dios es infinito, mientras que cada criatura es finita y limitada. Pero lo finito no es lo
malo, y la limitación no es la imperfección. Uno de los aspectos más positivos de la
teoría del “mundo en Dios” es que la identidad del individuo no se pierde en el todo, que
es lo que ocurre en el panteísmo de Espinoza. Al contrario; su naturaleza finita y
limitada le da a toda criatura la capacidad de subsistir eternamente en su propia
individualidad: “Pues todos los seres participan en el ser de Dios; imitan la perfección de
Dios dentro de sus propios límites; y es precisamente para tener esta participación según
su propia manera que existen con forma determinada y limitada. Esto de ningún modo
quita lo que es divino en ellos; porque de este modo adquieren individualidad, belleza,
fuerza” (Hastie, p. 6).
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LA LIBERTAD DEL INDIVIDUO
Y ¿qué dice Krause de los seres que logran llevar a su término la aspiración a
reunirse con Dios? ¿Es que, como muchos temen, la libertad y la individualidad se
pierden cuando el hombre finalmente se funde con el Ser Supremo? Pues, el hecho de no
creer en la identificación absoluta del mundo con Dios le permite a Krause dar una
respuesta negativa a esta pregunta:
La reunión con Dios de los seres libres que aspiran a asemejársele, es una continuación y
complemento de la creación, recibiendo Dios en su armonía divina todo lo finito que se
hace digno de él. Mas por esta reunión histórica [es decir en el tiempo] con Dios no se
entiende que los seres finitos sean alguna vez suprimidos en Dios o identificados con
Dios, sino que los seres finitos quedan, en esta reunión y reuniones sucesivas, siempre en
la relación de la criatura al Creador, de lo finito a lo infinito, de la parte al todo. Porque
es una ley de la vida igualmente en la total como en cada vida particular, en la planta
como en el animal y en el hombre, que todo ser finito fundado y contenido en el todo de
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su género, vive primero simplemente en sus propias fuerzas y después, y en tiempo
debido entra en relación con los seres coordinados y superiores y con el todo (Sanz del
Río, pp. 270-271).
EL TIEMPO Y LA ETERNIDAD
LA REENCARNACIÓN
(24) La traducción de Hastie contiene un pasaje que expresa las mismas ideas con respecto al tiempo: “El
espíritu obra en el tiempo, pero libre de sus límites. El pasado no está muerto espiritualmente; queda
presente para el espíritu, en cuanto pertenece a su esfera de la vida... El espíritu evoca; recuerda;
vuelve a reconocer. Vive su vida moralmente libre en el pasado, en el presente y en el futuro, como
en un presente eterno”; Op. cit., p. 88.
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criatura, según la divina armonía del mundo, de forma a forma, hasta que haya realizado
la totalidad de su ser dentro de todos sus límites, cuando cierre el círculo de su existencia
temporal y, a la vez, empieza otro ciclo de vida nueva” (Hastie, p. 8). Aun cuando el
hombre haya llegado al fin del ciclo de sus vidas en la tierra, su vida continuará en la
eternidad divina: “Muchos ciertamente, innumerables hombres, familias y pueblos, han
cumplido todas sus edades sobre la tierra; todos continuarán aun más allá la vida que se
hayan preparado por el propio merecimiento (ley eterna del mundo aquí y en todo lugar)”
(Sanz del Río, pp. 286-287).
Antes de seguir con otro aspecto del panenteísmo, se deben mencionar otras dos
consecuencias del carácter finito de los seres que existen dentro de la infinidad divina.
La primera es que el hombre nunca puede conocer directamente el ser real, porque éste
sólo se revela al hombre por el velo de los sentidos. Lo que la filosofía oriental llama “el
velo de maya”, Krause ha llamado “la vida de fantasía”. Pero aunque el ser está velado
por la “fantasía”, el hombre puede tocarlo indirectamente o intuitivamente, según el
proceso que sigue: “La Naturaleza se imprime en cada sentido, y sus formas, mientras
surgen, se presentan vivamente en el mundo de fantasía. Aquí el espíritu siente y
comprende a la Naturaleza, y la funde con las imágenes individuales de su fantasía
interior, la que fácilmente recibe la imagen exterior y, luego, la trae fiel y completamente
a las Ideas, para producir un conocimiento de la Naturaleza real” (Hastie, p. 63). Las
cosas se nos presentan como una ilusión, pero entonces nuestro espíritu—o nuestra
conciencia intuitiva—produce una imagen interior de la que el intelecto puede extraer la
esencia de la cosa real.
La segunda consecuencia del carácter finito es que el hombre nunca puede formar
una concepción cabal de la propia divinidad. Como lo finito nunca puede alcanzar lo
infinito, el hombre nunca puede “encontrar” a Dios, y cada concepto que el hombre
forma con su entendimiento está destinado a fracasar en su intento de producir la
verdadera imagen de la Divinidad. Sobre el esfuerzo vano de poseer a Dios, Krause ha
dicho: “El fruto último, la posesión absoluta de sus objeto en el sentido vulgar de la
palabra, no lo alcanzará, tan cierto como el hombre es finito, y Dios—el objeto
absoluto—es infinito”. Pero tal como el hombre puede llegar a tener un conocimiento
intuitivo de la Naturaleza real, también puede adquirir cierto conocimiento del Ser
Supremo. Esto sólo ocurre, sin embargo, si el hombre admite los límites del pensamiento
humano:
De aquí resulta, que según y hasta donde la humanidad conozca a Dios a esta medida
conocerá todas las cosas particulares y a sí misma y sus relaciones dentro y fuera; porque
en el fondo misterioso de todas está Dios, esto es, la verdadera y la absoluta realidad, y
del sujeto a ellas media siempre infinita relatividad, un mundo de relaciones. Pero donde
el hombre no quiere conocer el medio relativo entre él y su objeto, y no quiere o no sabe
mantenerse en forma de relación, sino que presume conocer, sentir y poseer el objeto
mismo inmediatamente, allí cae en ceguedad, en absolutismo, en presunción, y desconoce
a Dios y olvida la respectividad infinita que media entre él y Dios (Sanz del Río, p. 273).
33
Krause no emplea los términos “intuición” y “razón” como los usamos hoy. (Cuando
habla de la “Razón,” quiere decir algo así como el Verbo bíblico, el que, junto con la
Naturaleza, constituye una de las dos manifestaciones superiores de Dios en el mundo.)
Pero de acuerdo con la terminología de la filosofía moderna—la de Bergson, por
ejemplo—, lo que Krause quiere decir con esto es que el hombre siempre fracasa en su
intento de comprender a Dios cuando se limita a los conceptos absolutos de la razón.
Pero cuando emplea su intuición, que es dinámica como la vida misma, logra sentir la
Presencia divina en el “fondo misterioso” de las cosas y de sí mismo.
LA FEDERACIÓN UNIVERSAL
El destino de toda vida manifestada, según Krause, será “la reunión de la unidad
con su interior variedad”, porque el panenteísmo enseña, como San Pablo, que al fin del
tiempo—nótese que en este contexto “el fin del tiempo” no quiere decir el fin de la
vida—Dios volverá a ser “todas las cosas en todos”. Una de las ideas en la que Krause
insiste a través del libro entero es que la vida, y sobre todo la humanidad, evoluciona
constantemente hacia una especie de “federación universal”, en la que todos los seres
serán reunidos como “hijos de Dios”, primero en esta tierra y, luego, con Dios en la
esfera de una vida superior. Al escribir sobre la historia de la humanidad, Krause la
divide en tres edades fundamentales: la Edad de Niñez, que es todo el pasado; la Edad de
Juventud, en la que la humanidad acaba de entrar en la época presente; y la Edad Divina,
que será la última época de la vida en la tierra.
Como muchos otros, Krause cree que la humanidad acaba de entrar en un Nueva
Edad y que ésta trae consigo una nueva conciencia de la relación del individuo con la
Divinidad. Krause no es de los que creen en un temprano fin del mundo, porque la
unidad final exige una larga preparación: “Pues no repentinamente ni sin preparación,
puede establecerse en la tierra esta unión más alta” (Hastie, p 142). No llegará en ningún
momento del futuro inmediato, pero la nueva conciencia de la humanidad ya empieza a
producer el cambio: “El tiempo del fruto está aún lejos; pero el tiempo de la flor ha
llegado” (Sanz del Río, p. 40).
34
El comienzo de una nueva edad no significa, sin embargo, que sólo en el presente
se haya esforzado por establecer la unidad final. Porque cuando uno estudia la historia
del pasado, está consciente de observar allí “los gérmenes y preparaciones silenciosas”
que se han hecho para realizar la unión apetecida: “En los misterios de los pueblos
primitivos—indios, chinos, egipcios, griegos—en la doctrina y en la sociedad de
Pitágoras y de los Essenios, en la ciencia y la vida de Sócrates y Platón, en las enseñanzas
de Jesús, quien fundó la religión más sublime en la tierra, en las sociedades de caballeros
y masones de la Edad Media, reconoce el historiador filósofo otros tantos anuncios de
una organización unitaria de nuestra humanidad, y encuentra preparaciones útiles para
una última alianza que debe abrazar toda la vida y todas las relaciones humanas” (Sanz
del Río, p. 41; Hastie p. 148) (25).
Al fin, pues, cuando se hayan hecho todas las preparaciones necesarias para la
“última alianza”, todos los hombres, de todos los tiempos—pasados, presentes y
futuros—serán incluidos en la gran familia divina, porque el destino de cada individuo es
parte del destino de la humanidad: “En la plenitud del tiempo, todas las naciones
constituirán una sola fraternidad, y serán como un sólo hombre en la tierra, armonioso en
sí mismo, consciente de una vida recíproca con Dios, en la Razón y con la Naturaleza, y
con las entidades superiores de la humanidad en el universo. Entonces, una Edad
verdaderamente divina comenzará en la tierra, y continuará inmutable en la plenitud de
vida y de belleza siempre nuevas, hasta que el entero ser eterno de la humanidad se haya
desarrollado en esta tierra en su dignidad y belleza apropiadas, y hasta que su período de
vida en este globo haya pasado y sea recibido, cuando se haya perfeccionado, en la
totalidad de la vida superior” (Hastie, p. 145).
Luego, al terminar el libro Krause reitera: “Así, en el tiempo de su plenitud, la
Humanidad llenará el mundo entero con amor y con paz, con rectitud, con virtud y con
belleza, y al fin de sus días entrará en una orden más alta de la vida divina” (Hastie, p.
191). Y en la otra traducción: “Florecerá entonces la tercera edad humana; habrán
pasado de acá a allá largos tiempos; nosotros los hijos de hoy, habremos dejado esta vida
natural; pero reviviremos en el espíritu y el corazón de aqella humanidad venidera; que
nos recibirá a todos en la plenitud de su vida, bajo Dios y Dios mediante” “Sanz del Río,
p. 298).
Quedan varios puntos importantes del krausismo que todavía podrían ser
estudiados—por ejemplo, el aspecto sociológico y el aspecto estético—pero con esto
hemos visto el aspecto panenteísta, que es su fundamento religioso. Porque sea lo sea el
valor de estas ideas, no cabe duda de que el krausismo es una verdadera filosofía religiosa
o como lo ha dicho Elías Díaz: “La filosofía krausista es explícitamente una filosofía no
sólo abierta a la religión, sino también en cierto modo, fundamentada en ella” (26).
____________
(25) Este pasaje está citado principalmente de la traduccíón de Sanz del Río, pero la referencia a Jesús y
los masones las he tomado de la traducción de Hastie, donde aparece un pasaje casi idéntico. En la
traducción de Hastie, Krause se refiere varias veces a los masones—él mismo era masón—pero estas
referencias no aparecen en el libro de Sanz del Río.
(26) Elías Díaz, La filosofía social del krausismo español (Madrid: Cuadernos para el diálogo, 1973), p.
57.
35
Ahora, después de esta larga digresión histórica, podemos volver a estudiar el
panteísmo de Antonio Machado con la esperanza de poder entender más claramente este
aspecto importante de su pensamiento religioso y filosófico.
Al hablar con sus alumnos sobre el tema de “una concepción panteísta”, Juan de
Mairena afirma: “la metafísica de mi maestro lo era en sumo grado” (27). El filósofo
apócrifo explica esta concepción del modo siguiente: “Imaginemos—decía mi maestro
Martín—una teología sin Aristótiles, que conciba a Dios como una gran conciencia de la
cual fuera parte la nuestra...” (OPP, p. 530). Sabemos que Machado empezó a formular
sus ideas religiosas y filosóficas durante los años cuando estudiaba con los maestros
krausistas—Giner de los Ríos, Cossío, Salmerón—en la Institución Libre de Enseñanza.
Cabe preguntar, así, ¿cómo emplea Machado el vocablo “panteísta”? Cuando escribe
aquello de la “concepción panteísta”, ¿tiene en mente un panteísmo puro, como el de
Espinoza, o se refiere más bien a una concepción panenteísta, como la de sus maestros
krausistas? Será evidente que la metafísica de Machado es esencialmente panenteísta.
Veremos, además, que su metafísica concuerda en muchos puntos con los
descubrimientos de la ciencia moderna, y con las teorías de la “Metafísica del Proceso”.
Piensa Abel Martín la sustancia como energía, fuerza que puede engendrar el movimiento
y es siempre su causa; pero también subsiste sin él... La actividad de la fuerza o pura
sustancia se llama conciencia (OPP p. 315).
Esta actividad consciente, por el cual se revela la pura sustancia, no por ser inmóvil es
inmutable y rígida, sino que se encuentra en perpetuo cambio (OPP, p. 315).
____________
(27) Antonio Machado, Obras: Poesía y Prosa, 2a Edición (Buenos Aires, Losada, 1973), p. 531.
36
Y en otra parte:
Esta substancia consciente, “unitaria y mudable, quieta y activa”, existe como una
totalidad integral: “El universo pensado como sustancia, fuerza activa consciente, supone
una sola y única mónada, que sería como el alma universal de Giordano Bruno” (OPP,
pp. 316-317). Aunque tenga su punto de partida en Leibniz, la metafísica de Abel Martín
ahora sigue un camino diferente, al concebir la substancia como una sola y única mónada
universal. Con esto, Martín contradice la teoría leibniziana, según la cual las mónadas
son entidades inconexas que no tienen “ventanas por las que algo pueda entrar o salir”.
Al contrario del filósofo alemán para quién las mónadas son solitarias e impenetrables,
Martín ve la substancia de una manera completamente unitaria:
No sigue Abel Martín a Leibniz con la concepción de las mónadas como pluralidad de
sustancias. El concepto de pluralidad es inadecuado a la sustancia. “Cuando Leibniz
—dice Abel Martín—supone multiplicidad de mónadas y pretende que cada una de ellas
sea el espejo del universo, o una representación más o menos clara del universo entero,
no piensa las mónadas como sustancias, fuerzas activas conscientes, sino que se coloca
fuera de ellas y se las representa como seres pasivos que forman por refracción, a la
manera de los espejos, que nada tiene que ver con las conciencias, la imagen del
universo”. La mónada de Abel Martín, porque también Abel Martín habla de mónadas,
no sería un espejo ni una representación del universo, sino el universo mismo como
actividad consciente: el gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo (OPP, p. 316).
37
Machado sea ateo o agnóstico. Los que sostienen esto olvidan, o no entienden, su
metafísica panteísta. Porque sostener que Machado no cree en Dios es sostener que no
cree en el ser absoluto, lo cual es imposible; pensar esto sería destruir la base de su
pensamiento metafísico.
También se ha dicho que el Dios de Machado es “la pura nada” (29). Dios no es
el creador del mundo, sino de la Nada; así, Dios tiene que ser, a la vez, nada. Pero los
que han pensado esto han malentendido dos aspectos importantes de la metafísica
machadiana. Primero, como todo panteísta Machado es de los que afirman “por razones
teológicas y metafísicas” la imposibilidad de una creación ex nihilo. “Dios no podía ser
el creador del mundo—dice Juan de Mairena—puesto que el mundo es un aspecto de la
misma divinidad” (OPP, p. 558); y otra vez: “Siendo el mundo real, y la realidad única y
divina, hablar de una creación del mundo equivaldría a suponer que Dios se creaba a sí
mismo” (OPP, p. 350). Por otra parte, la creación de la Nada de ninguna manera implica
la no-existencia de Dios (30). Dios creó la nada al dar a los hombres el pensamiento
lógico—“¡Fiat umbra! Brotó el pensar humano”—cuyos conceptos finitos nunca pueden
comprender el ser absoluto. En la obra de Machado la “nada” no es un concepto
negativo, porque al darles la idea del no-ser (lo finito), les permite tener al menos una
idea aproximada o parcial del ser verdadero (lo infinito) (31). Abel Martín lo explica de
la manera siguiente: “Dios regala al hombre el gran cero, la nada, o cero integral, es
decir, el cero integrado por todas las negaciones de cuanto es. Así, posee la mente
humana un concepto de totalidad, la suma de cuanto no es, que sirva lógicamente de
límite y frontera a la totalidad de cuanto es” (OPP, p. 336). O como lo expresa con más
gracia Juan de Mairena: “Dios sacó la Nada del mundo para que nosotros pudiéramos
sacar el mundo de la nada” (32).
Hasta aquí hemos hablado de los conceptos que los panteístas y los panenteistas
tienen en común, pero ahora conviene destacar algunos puntos donde la metafísica de
Machado difiere del panteísmo puro. Al afirmar la divinidad del mundo—“Siendo el
mundo real, y la realidad única y divina”—es evidente que Machado afirma también el
____________
(29) Constantino Lascaris, “El Machado que se era nada,” La Torre, XII, 45-46 (1964), p. 205.
(30) Sobre este punto ha escrito Aurora de Albornoz: “La frecuente asociación entre Dios y la Nada ha
hecho pensar a algunos críticos en la identificación Dios-Nada o Dios-Muerte. Sin embargo, Dios y
Nada no son términos intercambiables, como no lo son Dios y Muerte”; citado de “Notas
preliminares” en Antonio Machado: Antología de su prosa, Tomo III (Madrid: Edicusa, 1971), p. 30.
(31) Jorge Enjuto está de acuerdo con este punto, al escribir: “ Pero este ser infinito está vedado al
hombre que sólo conoce la finitud. Por ello, Dios o el ser, crea la nada para permitir al ser humano
cobrar conciencia de su magnifica divinidad”; “Apuntes sobre la metafísica de Antonio Machado”
La torre, XII, 45-46 (1964), p. 217.
(32) De “Mairena, póstumo”, citado por Aurora de Albornoz, en Antonio Machado: Antología de su
prosa, Tomo III. Op. cit., p. 123.
38
el concepto de la inmanencia de Dios. Pero no es de los que predican la identidad de
Dios y el mundo; prueba de ello son las palabras de Abel Martín al decir que “el mundo
es sólo un aspecto de la divinidad” (OPP, p. 350). Como Krause y los panenteístas,
Machado cree que Dios es más que el mundo, porque el mundo no agota la totalidad de
su ser absoluto. Machado cree en un Dios inmanente y trascendente, tal como lo indica al
hablar de la presencia de Dios en el corazón del hombre: “Dios revelado, desvelado, en el
corazón del hombre—Dice Abel Martín—es una otredad muy otra, una otredad
inmanente” (OPP, pp. 502-503). Dios en el corazón de los hombres es un Dios
inmanente, pero su “otredad” trasciende al mundo de los hombres: “Desde este punto de
vista, Dios puede ser la alteridad trascendente a que todos miramos” (OPP. p. 502).
39
EL MUNDO DE LAS APARIENCIAS
Como todo filósofo que sigue a Kant, Machado sabe muy bien que el pensamiento
humano nunca puede captar la realidad de “la cosa en sí misma”. Lo que los hindúes
llaman “el velo de maya” y lo que Krause llama “el mundo de fantasía”, Machado
describe como “las formas de la objetividad, o apariencias de lo objetivo” que resultan
del inútil esfuerzo del hombre de poseer, como un objeto real, la pura substancia
heterogénea. Por eso Abel Martín “considera toda objetividad propiamente dicha como
una apariencia, un vario espejismo, una varia proyección ilusoria del sujeto fuera de sí
mismo” (OPP, p. 329).
Todo esto no quiere decir que Machado niegue el concepto de una realidad
fundamental; al referirse al mundo sensible, ha comentado: “Aunque pertenezca al sujeto,
no por ello deja de ser una realidad firme e indestructible; sólo su objetividad es, a fin de
cuentas, aparencial” (OPP, p. 321). El mundo sensible aparece como una ilusión, eso sí,
pero para que exista la ilusión, ha de tener una causa real. Que Machado acepta la
existencia de una realidad trascendente lo prueba la afirmación siguiente: “En el fondo
soy un creyente en una realidad espiritual opuesto al mundo sensible” (33). La realidad
espiritual existe; de eso no duda. Donde hay un problema es con el pensamiento humano
cuyos conceptos finitos no tienen la capacidad de penetrar en el “corazón de lo absoluto”.
40
irreal. De esta clase de pensamiento Machado declara: “Pensar es ahora descualificar,
homogeneizar. La materia pensada se resuelve en átomos; el cambio sustancial, en
movimiento de partículas inmutables en el espacio. El ser ha quedado atrás...” En esto
tenemos la explicación de la relación entre el pensamiento y la nada, porque “quien
piensa el ser puro, el ser como no es, piensa en efecto la pura nada... El pensamiento
lógico sólo se da, en efecto, en el vacío sensible” (OPP, p. 333).
Por otra parte, el pensar poético es equivalente al empleo de la intuición y es una
forma de conciencia más abierta y más vital que permite al hombre percibir la relación de
los seres finitos con el ser absoluto. La forma lógica del pensamiento produce el
concepto de la vida como no es, pero “el arte, y especialmente la poesía—declara Abel
Martín—no puede ser sino una actividad de sentido inverso al del pensamiento lógico...
Este pensar [el pensar poético] se da entre realidades, no entre sombras; entre intuiciones,
no entre conceptos” (OPP, p. 334) (34). La actividad de reintegrar las cosas a la realidad
del ser absoluto consiste en un proceso consciente que Machado divide en tres etapas
fundamentales, de acuerdo con el esquema siguiente:
La conciencia, en el hombre, comienza por ser vida, espontaneidad; en este primer grado,
no puede darse ningún fruto de la cultura, es actividad ciega, aunque no mecánica, sino
animada, animalidad si se quiere. En un segundo grado, comienza a verse a sí misma
como un turbio río y pretende purificarse. Cree haber perdido la inocencia; mira como
extraña su propia riqueza. Es el momento erótico, de honda inquietud, en que lo otro
inmanente comienza a ser pensado como trascendente, como objeto de conocimiento y de
amor... Sólo después que el anhelo erótico ha creado las formas de objetividad... puede el
hombre llegar a la visión real de la conciencia, reintegrando a la pura unidad heterogénea
las citadas formas o reversos del ser, a verse a vivirse, a serse en plena y fecunda
intimidad (OPP, p. 332) (35).
______________
(34) Machado ya había poetizado el problema de la diferencia entre los dos modos de pensar en el siguiente
poema de Campos de Castilla (CXXXVI, xxxv):
En este poema, tal como se expresa en el Cancionero apócrifo, el pensar lógico destruye a los seres
vivientes al sacarlos del fluir vital; la razón produce conceptos puros que el hombre puede
comprender, pero como Machado había aprendido en sus lecturas de Bergson, estos conceptos no
contienen vida. El pensar poético, o “conciencia de visionario” no trae ningún concepto para el
análisis, pero es el único modo de pensar que puede sentir las cosas en su vitalidad esencial.
(35) Tal vez no sea una coincidencia que las tres etapas de la conciencia mencionadas por Machado sean
casi idénticas a las tres Edades de la humanidad vistas por Krause. Según Krause, en la primera
edad—Edad de Niñez—vive el hombre en Dios, indiferenciado e inconsciente; en la segunda—Edad
de Juventud—el hombre pierde a Dios y trata de encontrarlo de nuevo; en la tercera—Edad
Divina—el hombfre descubre la unidad de su propia conciencia con la conciencia divina; véase Ideal
de la humanidad, Op. cit., pp. 242-243.
41
Como ha ha visto Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo, todo comienza con la
espontánea actividad de la conciencia pura, la conciencia no-reflexiva que no es todavía
autoconciencia. Esta primera etapa es equivalente a un estado paradisíaco cuando la
conciencia no se conoce a sí misma y, por eso, no se da cuenta de la division de su ser, ni
de la posibilidad de escoger entre el bien y el mal. En la segunda etapa, el hombre ha
llegado a un estado de autoconciencia y ya ha reconocido la pérdida de la unidad
primordial. Es entonces que el amor le trae el inquietante descubrimiento de que allí, en
la intimidad de su propio ser, existe una otredad trascendente que su conciencia finita
nunca puede recobrar plenamente. Luego, en la tercera etapa, el pensar poético—la
intuición—produce un estado de conciencia integral, o conciencia infinita, en el que el
hombre experimenta la reunión del ser inmanente con el ser trascendente. Cada una de
estas etapas es necesaria, porque el hombre no puede ver el ser, si antes no ha reonocido
el no ser: “Mas nadie—dice Martín—logrará ser el que es, si antes no logra pensarse
como no es” (OPP, p 332). De este modo Machado resuelve el problema del individuo y
su intento de recobrar la conciencia de su relación con el ser absoluto que es Dios.
EL COMUNISMO CRISTIANO
Machado nunca habla, como Krause y como San Pablo, de lo que puede ocurrir al
fin de la vida histórica. Pero sí menciona su fe en el mañana cuando va aparecer un
nuevo espíritu de unidad entre los hombres. En su proyectado discurso de ingreso en la
Academia, declara: “El mañana, señores, bien puede ser un retorno—nada enternamente
nuevo bajo el sol—a la objetividad, por un lado, y a la fraternidad, por el otro. Una
nueva fe... se ha iniciado ya” (OPP, p. 949).
42
“federación de la humanidad”, Machado reconoce como “el problema de una lírica
comunista” que ha de producir “una comunión cordial entre hombres”. Para ayudar en la
creación de esta nueva conciencia comunista, que no tendrá nada que ver con el
marxismo, Machado ofrece como base—lo reconocemos fácilmente—su propia
metafísica panenteísta: “Para resolverlo es preciso buscar un fundamento metafísico en
que esta lírica se asiente, una creencia filosófica, ya que una fe religiosa parece cosa
difícil en nuestro tiempo. Sería necesario creer: primero, que existe un prójimo, una
pluralidad de espíritus, otras puras intimidades semejantes a la nuestra; segundo, que
estos espíritus no son mónadas cerradas, incomunicables y autosuficientes, múltiples
soledades, que se cantan y escuchan a sí mismas; tercero, que existe una realidad
espiritual, trascendente a las almas individuales, en la cual éstas puedan comulgar” (OPP,
p. 952). La existencia de esta realidad espiritual trascendente como objeto de comunión
cordial entre los hombres hace posible el comunismo, es decir, la fraternidad universal
(36). Esta es la promesa que nos da el Cristo: “Donde haya un hombre, nos dice el
Cristo, allí está la humanidad entera” (OPP, p. 902).
Al escribir sobre estas ideas, José Luis Abellán ha entendido muy bien el espíritu
de Machado cuando dice que “el verdadero comunismo es de origen y esencia cristiana; o
quizás mejor, el comunismo es la auténtica y recta interpretación del cristianismo” (37).
Al hablar del futuro de la aspiración cristiana en la rusia actual, no obstante, Abellán
concluye: “Hoy, nosotros, no podemos compartir las esperanzas de Machado que parecen
definitivamente defraudadas...” ( 38). Pero Machado ya había anticipado esta actitud
pesimista con respecto al pueblo ruso. Veía muy bien las desventajas del “determinismo
económico”; pero también veía en el marxismo “un valor instrumental inapreciable”
(OPP, p. 736), porque representaba un paso hacia la meta apetecida: la unión de todos los
hombres en la tierra. Y a los que han perdido su fe en el pueblo ruso a causa de lo que ha
hecho el gobierno marxista, Machado dice que quizás no sea demasiado tarde: “Hay
razones más hondas para no creer demasiado en el marxismo y para esperar ese arte y esa
poesía de la Rusia de mañana, que será la de ayer y acaso la de siempre. No vayamos
____________
(36) Machado ya había expresado estas ideas en una carta a Unamuno, escrita en Baeza en 1918. Vale
mencionar lo que se dice en esta carta, porque demuestra que el poeta había pensado lo mismo
durante muchos años. Al observar que la fuerza del “cainismo” se extiende por todas partes, afirma:
“Sólo los rusos—¡bendito pueblo!—me parecen capaces de superarlo por un sentimiento más noble
y universal. El tolstoismo salvará a Europa, si es que ésta tiene salvación”. Entonces habla del
Cristo y la fraternidad, y de Dios como un Padre común, en el que todos pueden reunirse:
“Vengamos al Cristo... Me parece, más bien, la fraternidad, el amor al prójimo por amor al padre
común. Mi hermano no es una creación más ni trozo alguno de mí mismo;..., él es igual a mí, pero
es otro que yo, la semejanza no proviene de nosotros sino del padre que nos engendró... Con el
inmenso amor que sientes por ti mismo—creo leer en Jesús—ama a tu hermano, que es igual a ti,
pero que no eres tú; reconocerás en él a un hermano; pero lo que hay de común entre vosotros es la
sangre de Dios mismo, vuestro padre... El amor fraternal nos saca de nuestra soledad y nos lleva a
Dios” (OPP, p. 1025).
(37) José Luis Abellán, “Antonio Machado, filósofo cristiano”, La torre, XII, 45-46 (1964), p. 234.
(38) Abellán, Op. cit., p. 239.
43
demasiado de prisa. Es posible que el marzismo no sea un elemento tan heterogéneo con
el espíritu ruso como algunos pensamos... Y lo probable, lo casi seguro, es que Rusia no
sea tan infiel a sí misma que renuncie a su misión histórica, esencialmente
cristianizadora” (OPP, p. 953) (39).
*******
Para Abel Martín el mundo es un aspecto de la divinidad, pero muchos años antes
de la creación de los apócrifos, en el poema “Crepúsculo” de la primera edición de
Soledades, Machado describió un estado de conciencia intuitiva cuando el alma recuerda
el momento en que el universo emana de la conciencia divina:
____________
(39) Cabe anotar aquí el curioso hecho de que la importancia de Rusia, para el cristianismo, también ha
sido profetizada por el conocido psíquico norteamericano Edgar Cayce. Cuando alguien le preguntó
sobre la religión del futuro, Cayce respondió: “Vienen cambios, de esto se puede estar seguro—una
evolución, o una revolución en las ideas del pensamiento religioso. La base [de este cambio] para el
mundo vendrá, algún día, de Rusia; no del comunismo. ¡No! Más bien lo que es la base del mismo,
como enseñó el Cristo —¡Su tipo de comunismo!...”; citado del libro de Lytle Robinson, Edgar
Cayce’s story of the Origin and Destiny of Man (New York: Berkley, 1973), p. 163.
(40) Pablo de A. Cobos, El pensamiento de Antonio Machado en Juan de Mairena (Madrid: Ínsula, 1971)
p. 236.
44
Roja nostalgia el corazón sentía,
sueños bermejos, que en el alma brotan
de lo inmenso inconsciente,
cual de región caótica y sombría
donde ígneos astros, como nubes, flotan,
informes, en un cielo lactescente... (OPP, p. 38).
Cuando el poeta se refiere a “lo inmenso inconsciente”, es evidente que piensa en el ser
no-manifestado o el “Dios invisible”, del que brotan los “ígneos astros” en el momento
de la primera manifestación del universo. Aquí no se refiere a la creación ex nihilo,
porque todo lo que se manifiesta ya se contenía en la mente divina.
Como indica la descripción de una cosmogénesis panteísta en el poema
“Crepúsculo”, Machado ya ha reconocido que el individuo es parte de la totalidad divina.
Tal concepto se poetiza con el símbolo de una gota de agua en el mar; esto se ve en el
poema XVIII donde el poeta habla de perderse en el todo, como “gota de mar, en la mar
inmensa” (OPP, p. 77). De acuerdo con la concepción panteísta, cada individuo es un
microcosmos que contiene en sí la esencia del macrocosmos—el ser absoluto—. En “Al
gran pleno o conciencia integral”, Machado expresa esta idea al escribir las palabras:
“Todo el mar en cada gota” (OPP, p. 337); pero en el poema XIII, años antes de publicar
el poema que acaba de citarse, ya habían aparecido los versos que dicen: “¿Qué es esta
gota en el viento/ que grita al mar: soy el mar” (OPP, p. 74).
De igual manera Machado utiliza la imagen de la nota de una música cósmica
para describir la relación del individuo con el todo. En el mismo poema XIII, la “tarde”,
que es la vida del poeta, corresponde a una “nota de la lira inmensa” (OPP, p. 73). Y en
el poema LXXXVIII de Soledades, galerías y otros poemas, el poeta escucha la “música
olvidada” que hace sonar la mano Dios—el “sembrador de estrellas”—y de nuevo
contempla su vida “como una nota de la lira inmensa” (OPP, p. 129). Al escribir esto
Machado piensa, seguramente, en la “música de las esferas” de la tradición pitagórica,
según la cual el universo se concibe como una melodía que produce la armonía divina.
En otros poemas de este período se emplea el símbolo de las dos hermanas para
expresar una concepción metafísica que es esencialmente panteísta. En el poema
XXXVIII “Abril florecía/ frente a mi ventana...” (OPP, pp. 89-91), el poeta mira por el
hueco de un balcón florido, y la atmósfera primaveral estimula la visión de un jardín
paradisíaco. Es allí donde ve a las hermanas cuyo laborar misterioso es otro símbolo de
la primera manifestación del universo. La hermana mayor, que hila el “blanco lino” que
se enrosca en el huso circular—símbolo de la totalidad—es el gran todo que se manifiesta
por vez primera en una dimensión espiritual. En cambio, la hermana menor, la que mira
al poeta como si se identificara con él, mientras su aguja se mueve entre los pliegues de
un vestido blanco y negro, representa la vida de los seres físicos en la tierra. Se ha dicho
que el vestido que resulta del trabajo de las dos hermanas parece representar el alma del
poeta (41); y en efecto la negra túnica parece representar la parte inferior que es más
____________
(41) Javier Herrero ha declarado que las dos hermanas “tejen el vestido del alma del artista (en este caso,
es blanco y negro: negra túnica, velo blanco);... aunque inevitablemente el poeta está inmerso en el
45
cruda y más oscura, mientras que el velo blanco corresponde a la parte superior, más sutil
y más luminosa (42). Cuando el poeta mira por su ventana en otro mes de abril, no
obstante, la hermana mayor llora por la ausencia de su hermana más pequeña, cuya
muerte representa la corta duración de la vida individual. Luego, cuando el poeta mira en
una tercera ocasión, también ha desaparecido la hermana mayor; sólo queda el hilo
blanco que una “mano invisible”—la voluntad de la Deidad no-manifestada—hace girar
en el huso solitario. Con esto Machado expresa la misma idea que ha puesto en un
poema de Campos de Castilla (CXXXVI, xxxix): “Yo amo a Jesús, quien nos dijo:/ Cielo
y Tierra pasarán./ Cuando Cielo y Tierra pasen/ mi palabra quedará...” (OPP, p. 219). Lo
que queda después de las dos hermanas es el Verbo del que, según el Evangelio de San
Juan, se hacen todas las cosas del Cielo y de la Tierra. En los últimos versos del poema,
el poeta se mira en “la clara/ luna del espejo/ que lejos soñaba”; reconoce que su propia
alma también es una imagen, o un reflejo del Verbo, esa latente energía divina del que se
crea el sueño de la existencia humana.
tiempo, vive aún entre los perfumes y flores del paraíso”; “El sistema poético de la obra temprana de
Antonio Machado”, Cuadernos hispanoamericanos, 304-307 (octubre-diciembre 1975; enero 1976),
p. 582. Otro estudio de este poema se encuentra en el libro de Carlos Bousoño, Teoría de la
expresion poética (Madrid: Gredos, 1966), pp. 155-160.
(42) En “Inventario galante” (XL, OPP, pp. 92-92), Machado vuelve a utilizar el símbolo de las dos
hermanas para representar los dos aspectos del alma. En esta ocasión, sin embargo, no es un vestido
blanco y negro, sino las misma hermanas—una es rubia y otra es morena—las que representan la
división del ser. La hermana morena representa la parte inferior: la atracción de la carne, la
mortalidad del cuerpo, la falta de verdad y substancia de todo lo que se encuentra en la zona de este
“cielo negro y bajo”. Por otra parte, la hermana rubia que “es un lucero/ en el azul lejano”
representa la pureza divina a la que el alma aspira cuando se libra de la tentacion de los placeres
inferiores. Platón expresa el mismo concepto con un símbolo diferente, al hablar del alma que es
tirada hacia arriba por un caballo blanco, mientras que otro negro la tira hacia abajo. En este caso
son los dos caballos que representan las dos partes del alma.
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Aunque el color rojo dé una apariencia de realidad, el bergantín—el “barco” en el que
navegamos por la vida—es solamente una ilusión que se agita sobre el mar—el ser
absoluto—cuya superficie “de acero” no puede ser penetrada por los sentidos del hombre.
Y no es solamente en la superficie de las cosas donde aparece el espejismo del
que somos siempre las víctimas; cuando el poeta busca la realidad en su propia alma, allí
también se ven en “un borroso/ laberinto de espejos” (XXXVII, OPP, p. 85). Luego, en
el poema “Renacimiento” de Soledades, galerías y otros poemas, Machado reítera:
Esto es lo que el poeta quiere decir en el poema XVIII, cuando exclama con el
Eclesiastés: “Vanidad de vanidad,/ todo es negra vanidad...” La finita luz de la conciencia
humana “nada ilumina”. Solamente es real lo que es iluminado por la luz del alma—el
espíritu divino—que brilla en las profundidades del corazón:
CAMPOS DE CASTILLA
En el poema “Galerías” del año 1904 que nunca se recogió en volumen, Machado
describe otra visión intuitiva donde recuerda el origen de su alma en la substancia divina:
Para mostrar que esta temprana manifestación del panteísmo continúa en el pensamiento
de nuestro poeta aun antes de aparecer en la obra de los apócrifos, puede citarse el
siguiente poema que expresa la misma idea que acabamos de ver en el poema “Galerías”:
Estos versos demuestran claramente que Machado cree en la divinidad del alma—“Todos
llevamos un poco de Dios en el corazón,” ha dicho en otra parte (43)—, porque la luz del
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alma es parte de la “luz divina” que brilla en el corazón de todo ser humano. El hombre
camina por el “corrador tenebroso” de una vida ilusoria, pero siempre lleva en su
conciencia un recuerdo del “fondo claro” de su origen divino.
Al pensar en la existencia del alma después de la muerte, Machado a veces vacila
entre el panteísmo puro, y el panenteísmo:
“Todos los caminos van a Roma”, decía el saber del pueblo, y Machado emplea este
concepto para expresar la idea de que todo es uno. El camino no importa; lo que importa
es avanzar. Porque el mundo está en Dios, Dios está en todas partes, y todos los caminos
nos conducen al Centro de la conciencia divina.
En esta parte de su obra Machado sigue pensando en el concepto de la irrealidad
del mundo sensible. Dios existe como el ser absoluto, pero la realidad divina siempre
está velada por los límites de una conciencia finita. Ahora Machado utiliza el antiguo
concepto calderoniano de que la vida es sueño, para demostrar la imposibilidad de
comprender a Dios en esta vida:
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y soñe que Dios me oía...
Después soñé que soñaba (CXXXVI, xxi, OPP, p. 216).
Tal como dice Krause, el hombre nunca puede “poseer” a Dios porque la esencia divina
siempre trasciende los estrechos límites de los conceptos formados por una mente finita.
A pesar de esto, Machado nunca pierde la conciencia de esa “luz divina” que brilla en el
fondo de su propia alma y que, a veces, se le revela por una vía intuitiva:
Y como Krause, cuando éste concibe el eterno presente del ser absoluto—“Que la
eternidad es una (un presente real); que abraza en un presente igual todos los tiempos, sin
necesitar comenzar en un primer momento”—Machado también ha escrito:
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Fiat umbra! Brotó el pensar humano.
Y el huevo universal alzó, vacío,
ya sin color, desustanciado y frío,
lleno de niebla ingrávida, en su mano.
Toma el cero integral, la hueca esfera,
que has de mirar, si lo has de ver erguido.
Hoy que es espalda el lomo de tu fiera,
y es el milagro del no ser cumplido,
brinda, poeta, un canto de frontera
a la muerte, al silencio y al olvido (OPP, pp. 335-336).
Fiel a la doctrina panteísta, Dios no creó el mundo; pero al darles a los hombres la
capacidad de pensar, hizo el milagro de la “nada”, que es el mundo “desustanciado y
frío” que se concibe dentro de los límites de una mente finita. Mientras emplea los
conceptos del pensar lógico, el hombre se queda al margen, o a la “frontera” del Ser, en
aquella zona de la existencia donde sólo existen la muerte, el silencio y el olvido.
Contra el parecer de algunos estudiosos de Machado, este poema no es la
culminación de su metafísica poética; representa solamente una fase—la fase humana—
de su pensamiento metafísico. Y como vimos al estudiar la prosa del Cancionero
apócrifo, aun los límites del pensamiento humano tienen un aspecto positivo, como se
muestra de nuevo en el poema “Siesta”:
Como en “Al gran cero”, la nada se manifiesta como el resultado de los límites del pensar
humano. Pero al declarar que debemos honrar al “Dios de la distancia y de la ausencia”,
Machado destaca el carácter positivo de la única creación divina, y lo hace de una manera
que concuerda perfectamente con el pensamiento Krausista. Para el panteísta que
identifica a Dios con el mundo, es imposible evitar la pérdida de libertad que ocurre
cuando la identidad del individuo se pierde en el todo. Pero el concepto de un Dios que
es a la vez inmanente y trascendente nos salva de la “omnipresencia” divina, y nos ofrece
la posibilidad de caminar libremente por la vida—“nos abre senda para caminar”.
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Si el corazón del hombre—“este nunca lleno corazón”—se colmara de la presencia
divina, la vida tendría un carácter estático, y el hombre no podría avanzar en la tarea de
purificar su alma. La distancia que separa a Dios de sus criaturas finitas les da la
posibilidad de ir en contra de la voluntad divina; pero la capacidad de pecar es necesaria,
si ellas han de hacer su libre contribución a impulso creador que mueve al universo. El
no poder alcanzar a Dios en esta vida, en fin, es el precio que el hombre tiene que pagar
para que exista su libertad y su integridad como individuo.
Lo cual nos trae al poema que representa la verdadera culminación de la
metafísica panteísta, el que se intitula “Al gran pleno o conciencia integral”:
Con esta composición importante, se concluye la primera parte del Cancionero apócrifo,
donde Machado establece la base de su entero pensamiento metafísico. Pablo da A.
Cobos tiene razón cuando dice que este poema “es El ideal de la humanidad alcanzado...
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Síntesis conclusiva de la metafísica poética de Martín, Mairena y Machado, inspirados
los tres en la filosofía postkantiana de Krause y de Julián Sanz del Río” (44). En esta
versión poética de su pensamiento religioso y filosófico, Machado no se preocupa, como
Krause, por el fin del mundo en una Edad divina. Pero las ideas trazan el mismo círculo
que se observa en la obra de los otros escritores panteístas: un círculo que empieza y
termina en el ser absoluto que es Dios.
El poema comienza con la desccripción del “alto Cero”, representado muy
apropiadamente por la famosa estatua de Rodín “El pensador”, el que medita en la
“orilla”, es decir al margen de la vida real; lo hace en “el gran remanso del río”, al que no
llega la corriente de la vitalidad primordial. De la lógica humana se pasa a la “lógica
divina” que resulta del pensar poético, o el empleo de la intuición. Para este modo de
pensar, no hay formas que limiten el ser—“nunca imagen miente”—, ni cosas que tengan
la apariencia ilusioria e inerte de los objetos finitos—“no hay espejo; todo es fuente”—.
Cuando se ve desde la perspectiva de la conciencia integral, todo es uno, porque la
esencia del todo se repite en cada una de las partes—“todo el mar en cada gota,/ todo el
pez en cada huevo”—. El mundo cambia perpetuamente, pero nada se pierde—“Todo
cambia y todo queda”—porque la esencia de todo individuo subsiste eternamente en el
ser absoluto. Todas las cosas tienen su origen en la misma fuente de la vida, y el Amor
se siente en cada punto del universo. Mientras la energía consciente compone la gran
sinfonía de la armonía universal, la conciencia integral penetra el velo de las apariencias.
Entonces, todo vuelve a unirse en el eterno flujo de la vitalidad primordial—“las vivas
aguas del ser”—.
* * * * * * *
Con esto terminamos nuestro estudio del panteísmo y su importancia para la obra
de Antonio Machado. Muchas de estas ideas volverán a aparecer en los capítulos que
siguen, porque como se dijo al principio, todo lo que escribe el poeta se construye sobre
la base de una metafísica panteísta, o panenteísta.
Ahora bien, el que lee este estudio esencialmente intelectual puede pensar que
Machado solamente conoce a Dios en el contexto de sus áridas teorías metafísicas. En el
capítulo que sigue, intento demostrar que, para Machado, el Dios panteísta es también un
Dios personal y que, a pesar del obstáculo creado por el pensamiento racional, su
presencia puede sentirse de la manera más íntima. Veremos que la metafísica de
Machado se funde en la viva experiencia de la Realidad divina.
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(44) Pablo de A. Cobos, Humor y pensamiento de Antonio Machado en sus apócrifos, (Madrid: Ínsula
1972), p. 59.
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