El Habitante de La Planta Baja

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El habitante de la planta baja

Vive en un apartamento en planta baja que tiene un patio, y soporta a sus vecinos que de arriba le tiran papeles,
corchos, hasta lamparitas quemadas. Pero con los del séptimo F es distinto. Cada dos o tres días se pelean (él llega
tarde, le da una excusa ridícula, ella no le cree) y por la ventana del dormitorio vuela algún libro. El habitante de la
planta baja nunca fue muy lector, pero cuando cayó el primer libro, lo leyó. Después vinieron otros. Un poco de todo:
novelas de espionaje, best sellers, libros de autoayuda. Los lee a todos por igual, ya que son un regalo del cielo. Sin
embargo, cuatro meses atrás, y por un lapso de tres semanas, los libros dejaron de caer. ¿Los del séptimo F se
habrían ido de vacaciones? No, era algo mucho peor: los encontró caminando por la calle y presenció con desagrado
los arrumacos y las palabras cariñosas. Todo estaba perdido: triunfaba el amor. Pero un viernes, al llegar a su casa a
las tres de la mañana, se cruzó con el vecino. Tenía el traje arrugado y miraba con insistencia el reloj, como si sus
ojos tuvieran el poder de hacer retroceder las agujas. Lo oyó cerrar el ascensor con extraordinaria suavidad: que
nadie en el mundo se despertara. Pero el de la planta baja sabe que las esposas siempre se despiertan. El silencio
perfecto aún no ha sido inventado. Saca una silla al patio, mira hacia los cielos y espera. Se oyen los primeros gritos.
Pronto tendrá lectura para el fin de semana.

Pablo de Santis
Revista Ñ, El Clarín
El habitante de la planta baja

Vive en un apartamento en planta baja que tiene un patio, y soporta a sus vecinos que de arriba le tiran papeles,
corchos, hasta lamparitas quemadas. Pero con los del séptimo F es distinto. Cada dos o tres días se pelean (él llega
tarde, le da una excusa ridícula, ella no le cree) y por la ventana del dormitorio vuela algún libro. El habitante de la
planta baja nunca fue muy lector, pero cuando cayó el primer libro, lo leyó. Después vinieron otros. Un poco de todo:
novelas de espionaje, best sellers, libros de autoayuda. Los lee a todos por igual, ya que son un regalo del cielo. Sin
embargo, cuatro meses atrás, y por un lapso de tres semanas, los libros dejaron de caer. ¿Los del séptimo F se
habrían ido de vacaciones? No, era algo mucho peor: los encontró caminando por la calle y presenció con desagrado
los arrumacos y las palabras cariñosas. Todo estaba perdido: triunfaba el amor. Pero un viernes, al llegar a su casa a
las tres de la mañana, se cruzó con el vecino. Tenía el traje arrugado y miraba con insistencia el reloj, como si sus
ojos tuvieran el poder de hacer retroceder las agujas. Lo oyó cerrar el ascensor con extraordinaria suavidad: que
nadie en el mundo se despertara. Pero el de la planta baja sabe que las esposas siempre se despiertan. El silencio
perfecto aún no ha sido inventado. Saca una silla al patio, mira hacia los cielos y espera. Se oyen los primeros gritos.
Pronto tendrá lectura para el fin de semana.

Pablo de Santis
Revista Ñ, El Clarín
El habitante de la planta baja

Vive en un apartamento en planta baja que tiene un patio, y soporta a sus vecinos que de arriba le tiran papeles,
corchos, hasta lamparitas quemadas. Pero con los del séptimo F es distinto. Cada dos o tres días se pelean (él llega
tarde, le da una excusa ridícula, ella no le cree) y por la ventana del dormitorio vuela algún libro. El habitante de la
planta baja nunca fue muy lector, pero cuando cayó el primer libro, lo leyó. Después vinieron otros. Un poco de todo:
novelas de espionaje, best sellers, libros de autoayuda. Los lee a todos por igual, ya que son un regalo del cielo. Sin
embargo, cuatro meses atrás, y por un lapso de tres semanas, los libros dejaron de caer. ¿Los del séptimo F se
habrían ido de vacaciones? No, era algo mucho peor: los encontró caminando por la calle y presenció con desagrado
los arrumacos y las palabras cariñosas. Todo estaba perdido: triunfaba el amor. Pero un viernes, al llegar a su casa a
las tres de la mañana, se cruzó con el vecino. Tenía el traje arrugado y miraba con insistencia el reloj, como si sus
ojos tuvieran el poder de hacer retroceder las agujas. Lo oyó cerrar el ascensor con extraordinaria suavidad: que
nadie en el mundo se despertara. Pero el de la planta baja sabe que las esposas siempre se despiertan. El silencio
perfecto aún no ha sido inventado. Saca una silla al patio, mira hacia los cielos y espera. Se oyen los primeros gritos.
Pronto tendrá lectura para el fin de semana.

Pablo de Santis

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