Comercial 1
Comercial 1
Comercial 1
La palabra comercio proveniente del latín commercium. Ésta se descompone en cum, que significa con, y merx o mercis,
que significa mercancía. Mercancía es una "cosa mueble que se fabrica o se adquiere para ser vendida"..
Commercium era uno de los derechos que correspondían a los ciudadanos romanos no incapacitados, para adquirir y
transmitir la propiedad. La palabra commercium, utilizada junto al verbo facere, estaba referida a la actividad de
intermediación entre la compra y venta de mercancías. A pesar de que es relativamente sencillo desentrañar la etimología
de la palabra comercio, no lo es tanto alcanzar su significado actual, pues depende, para empezar, del punto de vista
desde el que se le considere: económico o jurídico.
C. La mediación
La actividad de mediación supone generar las condiciones para que entre dos sujetos - diversos del mediador - se celebre
un negocio jurídico. El mediador, por esa tarea, obtiene una comisión.
Obsérvese que en el caso de la mediación, el bien objeto de la mediación no ingresa al patrimonio del mediador. El
mediador no es parte en el negocio jurídico que se logra en virtud de la mediación.
Al mediador profesional nuestro CCom lo considera un auxiliar del comercio. El contrato por el cual se le encarga la
mediación se denomina corretaje.
A. Compraventa mercantil
Responde al concepto económico la compraventa de bienes muebles para revender, mencionada en el n° 1 del art. 7.
Este negocio es comercial en la ciencia de la economía y en el Derecho pero, en los restantes incisos, se califica como
comerciales a otros actos, aun cuando no responden al concepto económico de comercio. Es por ello que, según
comprobaremos, no hay coincidencia entre el concepto económico y el jurídico de comercio. El concepto jurídico de
comercio es más amplio y comprensivo que el económico.
La compraventa de bienes inmuebles, aunque se realice con la intención de su reventa o arrendamiento posterior, no es
mercantil, puesto que el art. 516 del CCom así lo establece expresamente.
B. Operaciones de banco
Se considera comercial no sólo la intermediación entre la producción y el consumo de mercaderías sino, también, la
intermediación en la circulación del dinero que realizan los bancos y demás entidades de intermediación financiera. Esto
se encuentra recogido en el n° 2 del art. 7, al referirse a las "operaciones de banco".
La intermediación en la actividad financiera es especialmente evidente si se contempla en su unidad funcional a los
contratos de depósito bancario y los contratos de préstamo. Con los primeros ingresa dinero al patrimonio del banco.
Con los segundos, ese dinero egresa de su patrimonio. La ganancia básica del banco se encuentra en la diferencia
entre lo que paga por los depósitos y lo que cobra por los préstamos.
C. Operaciones de cambio
La operación de cambio está incluida en el n° 2 del art. 7. ¿Qué es una operación de cambio? Cambio es la sustitución
de una cosa por otra. Podría confundirse, entonces, con el contrato de permuta (art. 572 CCom) pero no es ese el
sentido de la norma que comentamos.
La doctrina unánime entiende que el art. 7 se refiere al cambio de moneda. Para que haya operación de cambio, deben
intervenir monedas de países distintos. La moneda actúa como mercadería; se compra y se vende.
E. Comercio marítimo
El n° 6 del art. 7, al referirse a todo lo relativo al comercio marítimo peca de tautológico. La Ley reputa comercio al
comercio marítimo.
Por lo tanto, la Ley obliga a que el intérprete determine qué es el comercio, para lo cual éste no tiene más opción que
recurrir al concepto económico.
En doctrina no hay coincidencia entre los diversos autores respecto de un concepto único de Derecho comercial. La
existencia de diversas opiniones al respecto tiene su explicación básica en que lo que es el Derecho comercial depende
de lo que ha consagrado legislativamente cada nación en un momento dado de la historia. Queremos decir que el concepto
de Derecho comercial depende del ámbito de aplicación que le haya determinado la Ley y esto difiere de país en país y,
además, ha diferido en forma sustancial a través del tiempo.
En los párrafos siguientes, por lo tanto, sólo intentaremos brindar una definición del Derecho comercial uruguayo actual.
El Derecho comercial es una rama del Derecho privado que regula lo siguiente: la actividad calificada por la Ley como
comercial; las personas que realizan esa actividad profesionalmente; y determinados bienes utilizados en el ejercicio de
la actividad comercial o especialmente afectados a tal actividad. Algunos autores agregan como materia del Derecho
comercial la regulación del mercado.
Precisiones
1. En primer lugar, señalamos que el Derecho comercial regula el comercio en su acepción jurídica; esto es, aquellas
actividades que la Ley califica como comerciales. El concepto jurídico de comercio ha variado en el tiempo y es distinto
en en cada país. Estas variaciones condicionan la extensión y el ámbito de aplicación del Derecho comercial.
2. En segundo lugar, debemos advertir que la actividad comercial es regulada no sólo por el Derecho comercial sino por
otras ramas del Derecho que se ocupan, también, de normarla. Al respecto, queremos señalar que si bien estamos o
pretendemos estar en una economía de corte liberal, todas las actividades comerciales, el ejercicio profesional del
comercio, los bienes mercantiles y el mercado, están diversamente condicionados por normas de Derecho público.
Daremos ejemplos. El Derecho administrativo regula múltiples aspectos de la actividad mercantil. Para algunas
actividades se requiere autorización legal. Se requiere, para ciertos giros, autorizaciones previas que debe conceder el
Estado o entes estatales (bancos, casas de cambio, bolsas de valores, AFAP, aseguradoras, empresas de radiodifusión
o televisión, etc.). Para realizar ciertas actividades hay que inscribirse en registros especiales (empresas de turismo,
empresas de seguridad, proveedores del Estado).
Ciertas actividades están sujetas a contralor permanente del Estado o entes estatales. La industrialización y
comercialización de ciertos bienes, está rigurosamente regulada: se fijan por decreto los precios de venta, la forma de
comercialización, condiciones de los envases, el etiquetado de los productos, la publicidad, etcétera. Son normas de tutela
a la concurrencia, de protección al consumidor y otras de tutela al medio ambiente. Todo ello condiciona y limita la actividad
comercial en atención a intereses generales e intereses de la economía e intereses sociales..
Ciertas actividades se reservan a nacionales o a personas domiciliadas en el país, por distintos motivos que se irán
analizando (Derecho de extranjería).
3. El Derecho comercial presenta actualmente una tendencia a extender su ámbito de aplicación al mercado considerado,
en sí mismo, como objeto de regulación legal.. Cabe advertir, sin embargo, que estas normas son, en general, de Derecho
público, escapando a la esfera del Derecho privado y, por lo tanto, estrictamente, no corresponderían al Derecho comercial.
En este sentido, se han dictado las denominadas leyes de mercado, dirigidas a regular la comercialización de ciertos
bienes. Así, por ejemplo, existe una Ley que regula el Mercado de Valores. La Ley de defensa de la competencia, sanciona
las prácticas anticompetitivas y el abuso de posición dominante, y controla la constitución de monopolios. La Ley 17.250
pone su acento en la tutela del consumidor. La Circular del Banco Central del Uruguay 1.660 del 3 de setiembre de 1999
regula el mercado de cambios.. En la Ley 16.832 se crea un régimen legal para el “mercado eléctrico”, estableciendo
normas para un mercado mayorista y otras para el suministro de energía a los particulares. Se habla hoy, finalmente, de
un mercado electrónico para designar el ámbito en que celebran diversos negocios jurídicos – especialmente
compraventas - por Internet.
Se han sostenido y se sostienen distintas concepciones doctrinarias sobre el contenido del Derecho comercial.
Entendemos, no obstante, que se trata de variantes de dos grandes concepciones: la subjetiva y la objetiva. Analizaremos
a continuación, en forma resumida, estas posiciones doctrinarias.
A. Exposición de la doctrina
En esta concepción el acto aislado no interesa. Lo que tiene relevancia es la organización empresarial.
Con esta tendencia doctrinaria, iniciada por Wieland en Suiza y Mossa, en Italia, se vuelve al subjetivismo de los
comienzos del Derecho comercial, aunque sustituyendo al comerciante por la empresa. Se sostiene que el Derecho
comercial es el Derecho de las empresas.
El acto aislado no tendría importancia, por sí mismo, como para justificar un Derecho especial. Lo relevante es la
organización de la empresa con la cual se ejerce el comercio. Sólo donde hay empresa habría comercialidad.
El concepto de empresa, entonces, se erigiría en el centro del Derecho comercial. El Derecho comercial dejaría de ser,
en esta tesitura, el Derecho de los comerciantes o de los actos de comercio, para convertirse en el Derecho de las
empresas comerciales.
Las tendencias doctrinarias que centran el Derecho comercial en la empresa fueron acogidas, por el Código civil (CC)
italiano de 1942. Resulta curioso señalar que, al recibir esta doctrina y consagrarla legislativamente, simultáneamente,
desaparece el Código de comercio (CCom) como cuerpo separado de normas..
En nuestro Derecho, se podría argumentar que dentro de la enumeración de los actos de comercio, nuestro CCom habría
incluido a determinadas empresas, de tal modo que ciertos negocios sólo serían comerciales si fuesen realizados
mediante organizaciones empresariales (art. 7, inc. 4). De esta manera, en un Código del siglo pasado – que en esto
sigue al francés - se habría recepcionado, aunque parcialmente, el concepto de la empresa. Decimos parcialmente porque,
para nuestro Código, las demás actividades incluidas en otros incisos del artículo 7, son comerciales sean celebradas o
no con intervención empresarial. Por otra parte, no toda organización empresarial por serlo es comercial sino que sólo
serían comerciales las cuatro categorías de empresas enumeradas por la Ley.
B. Crítica
La empresa es un fenómeno económico complejo. Existen múltiples y diversas definiciones en el campo de la economía.
La más generalizada es la siguiente: “Empresa es la organización del trabajo ajeno y del capital, para producir bienes o
servicios destinados a ser cambiados”.
Aún no se ha logrado dar un concepto jurídico de la empresa. Las elaboraciones en su torno son profusas sin que se haya
llegado a ninguna solución clara al respecto.
ASCARELLI señala que la empresa se vincula a toda la actividad económica, no sólo a la comercial y no sirve, entonces,
para caracterizar al Derecho comercial, ni para distinguirlo del civil. También, se considera empresas a las agrarias cuya
actividad, según dispone el artículo 516, numeral 3, no se considera mercantil.
Existen, por otra parte, instrumentos propios del Derecho comercial, cuya aplicación se ha extendido a otros ámbitos de
actividades no comerciales, por el fenómeno de la comercialización del Derecho privado y aun del Derecho administrativo.
Tales instrumentos no están vinculados necesariamente a la existencia de una empresa, como, por ejemplo, los títulos
valores.
También, se argumenta que la empresa está integrada por dos factores esenciales: capital y trabajo y que uno de ellos
(el trabajo) no es considerado por el Derecho comercial. En consecuencia, no puede confirmarse que el Derecho comercial
sea el Derecho de la empresa.. En fin, se señala que la regulación legal de la empresa corresponde simultáneamente a
varias disciplinas.
También, cabe aclarar que algunos de quienes sostienen, como Garrigues, que el Derecho comercial es el Derecho de la
empresa, aclaran dos cosas. Primero, que la empresa objeto del Derecho comercial actual es la empresa capitalista.
Según el autor citado, ello no debe llevar a concluir que se identifiquen capitalismo con Derecho comercial o que se afirme
que éste es producto de aquél.. Segundo, que el Derecho comercial se reduce a ser el Derecho de la actividad externa
de la empresa. Siendo la empresa una organización del trabajo y capital para la producción de bienes y servicios, el
Derecho comercial se ha desentendido del aspecto interno de esa organización. Así la relación patrón-obrero es ajena al
Derecho comercial.
Zavala Rodríguez critica la tesis que hace de la empresa el centro del Derecho comercial, por ser excesiva y falsa. Dice:
“No dejan de ser comerciantes las personas que por sí, desordenadamente, realicen actos de comercio como profesión.
Son comerciantes aunque no lleven contabilidad o aunque se trate de comerciantes minoristas que no apuntan sus
negocios, o lo hacen en papeles sueltos.”.
Conclusión
No obstante estas elaboraciones doctrinarias, en la mayoría de las legislaciones, el Derecho comercial sigue siendo el
Derecho de los actos de comercio, sin perjuicio de que muchas de ellas regulen, también, la actividad del comerciante
profesional.
En el Derecho uruguayo, la materia mercantil, como ya hemos señalado, está formada por los actos calificados como
comerciales por la Ley, por las profesiones comerciales (comerciante y auxiliares), por determinados bienes sometidos al
especial régimen mercantil, por algunos procesos concursales y, según ciertos autores, por el mercado. Podría decirse
que nuestra legislación es predominantemente objetiva pues, si bien se abre con la definición de comerciante y reglamenta
esta profesión, cuando define al comerciante lo hace en función de los actos que realice. Además, la Ley mercantil se
aplica al acto aislado de comercio (art. 6 del C.Com.).
La posición de Hamel y Lagarde es atrayente. Es evidente que existe un mundo de los negocios del cual se habla incluso
en el lenguaje vulgar, común. En ese mundo actúan los comerciantes como protagonistas principales pero de sus
instrumentos se sirven o pueden servir todos, comerciantes y no comerciantes. En rigor, los actos que el Código de
comercio nacional menciona como comerciales son los que pertenecen al mundo de los negocios tan elocuentemente
descrito por los autores franceses.
En lo que respecta al Derecho comercial como Derecho de la empresa, debemos señalar que su contenido, por un lado,
excede la actividad económica de la empresa y, por otro lado, aspectos fundamentales de ésta están evidentemente fuera
del ámbito mercantil. Excede la actividad de la empresa puesto que, también, regula la actividad del comerciante no
empresario y hasta actos de comercio realizados por civiles. No regula aspecto fundamentales de la empresa, puesto que
los aspectos tributarios, de previsión social y laborales, no le atañen al Derecho comercial.
En la antigüedad ya existía el comercio. Entre las tablillas babilónicas encontradas en Nippur, se encontró el archivo de
una familia de banqueros, los Egibi, que durante siglos aumentaron su fortuna prestando dinero y traficando. Los fenicios
hicieron del comercio la base de su política y con tanto éxito se dedicaron a la navegación, que llegaron a ser considerados
como los especialistas indispensables a quienes se tenía que acudir para todos los negocios marítimos
Sin embargo, en la antigüedad no existió un Derecho especializado para regular la materia comercial. Si bien existía
tráfico mercantil, éste era regido por normas jurídicas indiferenciadas. Esto es: en las civilizaciones antiguas existieron
normas jurídicas que regularon actividades comerciales. No configuraban, sin embargo, un Derecho especializado, una
rama separada del Derecho común.
En lo que respecta al Imperio Romano, es innegable que la actividad comercial ocupaba un papel relevante en su
economía. Ni siquiera en el siglo III, cuando la civilización romana evidencia un notable decaimiento, cesa el comercio de
diversas mercaderías: telas de Constantinopla, de Edessa, de Antioquia y de Alejandría; vinos, aceites y especias de Siria,
papiros de Egipto; trigos de Egipto, de África y de España; vinos de Galia e Italia (PIRENNE, Las Ciudades Medievales,
p. 13). Sin embargo, tampoco en el Derecho romano se distinguía un Derecho comercial, aplicable a una casta social, ni
normas que reglamentaran ciertos actos jurídicos utilizados en el comercio, sin perjuicio de lo cual, en su ius civile hemos
de encontrar los antecedentes de muchos negocios comerciales.
En el Derecho romano existieron reglamentaciones mercantiles fragmentarias, que no constituyeron un Derecho
sistemático separado del ius civile. Sin perjuicio de ello, en su ius civile hemos de encontrar los antecedentes de muchos
negocios comerciales. Sin duda, además, la teoría general de las obligaciones y de los contratos del Derecho romano
constituye aún la base fundamental en que se apoya el Derecho civil y el Derecho comercial vigente.
Se argumenta que la flexibilidad del ius civile permitió su adaptación a las necesidades del comercio. No habrían sido
necesarias más que normas mercantiles fragmentarias, que no constituyeron un Derecho sistemático separado del ius
civile. Por otra parte, las relaciones comerciales de importancia eran las que se trababan con otros pueblos, rigiéndose
por el ius gentium.
El Derecho comercial surge recién en la segunda mitad de la Edad Media - como un Derecho distinto, elaborado por los
comerciantes y para los comerciantes, basado en sus usos y costumbres - a consecuencia de un conjunto de factores
muy especiales.
En la Época Moderna se produjeron modificaciones en todos los órdenes, que incidieron en el Derecho comercial. Los
grandes acontecimientos de índole científica y cultural que tienen lugar en esta época - Renacimiento, Reforma Religiosa,
Revolución Industrial, descubrimiento de América – repercutieron directamente sobre la rama del Derecho objeto de
nuestro estudio.
En la Época Contemporánea (a partir de finales del siglo XVIII) se produjeron transformaciones políticas, económicas y
sociales que en el plano jurídico se tradujeron en constituciones y códigos. La influencia sobre el Derecho comercial de
muchas de estas transformaciones perdura hasta hoy.
I. Compraventa
El Código de Comercio (CCom) define a la compraventa en términos similares al Código Civil (CC).
El CC, en el art. 1661 dispone:
“La compraventa es un contrato en que una de las partes se obliga a dar una cosa y la otra a pagarla en dinero.”
Por su parte, el art. 513 del CCom establece:
"La venta comercial es un contrato por el cual una persona, sea o no propietaria o poseedora de la cosa objeto de la
convención, se obliga a entregarla, o a hacerla adquirir en propiedad a otra persona que se obliga por su parte a pagar
un precio convenido, y la compra para revenderla o alquilar su uso."
Hacemos notar que el art. 513 se refiere a la venta. Veremos, a continuación, que el art. 7 hace referencia a la “compra”
y el art. 515 menciona la “compra o venta”. En el art. 516 se reitera el manejo de esos términos, alternativamente, en los
distintos incisos. En rigor, en tales normas, debió aludirse a la compraventa que es el nombre del contrato, tal como lo
hace el CC y el art. 514 del CCom.
b. Interpretación lógico-sistemática
Además, el propio CCom nos indica que cuando utilizó la expresión "empresa " se estaba refiriendo a una actividad. Véase
que se dispone "La ley reputa actos de comercio en general". Esto es, lo que se enumera en el n° 4 del art. 7, son actos.
Por lo tanto, puede entenderse que nuestro CCom considera mercantiles a la actividad de fábrica, comisiones, depósito
o transporte, prescindiendo de la existencia de una “empresa” en el concepto actual de ese término, que no se tenía en
1866.
La enunciación de actos de comercio, tomada de la legislación francesa, se hizo con la finalidad de configurar la calidad
de comerciante (art. 1) y para determinar la jurisdicción de los Juzgados de Comercio (art. 5). No sería necesario, entonces,
para considerar mercantil a estas actividades, la comprobación de que quien las realiza posee una organización de trabajo
ajeno y capital. Se requiere sí, que se trate de una actividad continuada para categorizarla como comercial y, de allí,
reputar comerciante a quien la realice. Recordamos que la enunciación de actos de comercio, tomada de la legislación
francesa, se hizo con la finalidad de configurar la calidad de comerciante (art. 1) y para determinar la jurisdicción de los
Juzgados de Comercio (art. 5).
Desde esta perspectiva, pareciera razonable considerar que el codificador utilizó el término empresa como sinónimo de
actividad. Su inclusión se debió a la voluntad histórica de someter a ciertas actividades económicas al régimen más severo
del Derecho comercial y, al mismo tiempo, que su titular quedara sujeto al estatuto del comerciante y a la jurisdicción
mercantil.
a. Concepto de fábrica
De acuerdo al Diccionario de la lengua española, fabricar es producir objetos en serie, generalmente por medios
mecánicos. También, se considera fábrica a la transformación industrial de una fuente de energía.
El ciclo económico consta de tres etapas: producción, intermediación y consumo. Desde el punto de vista económico, sólo
se considera comercio a la etapa de intermediación. Con la inclusión de la empresa de fábrica como acto de comercio, se
comercializa, entonces, lo que en sentido económico, no es comercio, según ya expusimos. La fabricación es producción
y el comercio es intermediación entre la producción y el consumo.
La doctrina ha interpretado en forma amplia el concepto gramatical de fábrica. La doctrina sostiene que la norma abarca,
también, a la empresa de manufactura en que se recurre principalmente a la habilidad manual del operario.. En ésta hay,
también, transformación de materia prima, sólo existe diferencia en cuanto al medio empleado.
Cabe advertir que en la enumeración original de los actos de comercio realizada en el CCom francés, no se mencionaba
a la "fábrica" sino a la "manufactura". Nuestro codificador sustituyó la expresión original.
Se sostiene que la actividad de fábrica existe no sólo cuando se crea una cosa nueva sino, también, cuando se le atribuye
una calidad nueva. Daremos ejemplos: no sólo es producción tejer una tela sino, también, lo es el teñido. También, se
incluye en el concepto de producción, todo lo que aumenta la utilidad de un bien. Quien aumente la utilidad de un bien a
través de un proceso mecánico, estará fabricando. Con este criterio amplio, quedarían comprendidos en el numeral que
estudiamos, por ejemplo, aquéllos que se dedican al lavado y planchado de ropa o a la limpieza de obras sanitarias.
Para la hipótesis de este numeral cuarto, no interesa el origen o procedencia de los bienes que se transforman: pueden
ser comprados o pueden ser productos obtenidos de la tierra del fabricante. Por ejemplo: la fabricación de azúcar con
insumos provenientes de cultivos propios de remolacha o el aserradero que trabaja e industrializa la madera de los montes
de su propiedad, son comerciales.
2. Comisión
La comisión es una especie de mandato. El CCom la reglamenta en el libro que se destina a los contratos, junto con el
mandato.
¿Cuál es la diferencia entre mandato y comisión? En el mandato, el mandatario obra en nombre de la persona que le ha
efectuado el encargo y, también, por cuenta de ella. En la comisión, el comisionista obra en nombre propio, sin mencionar
a la persona que le ha efectuado el encargo, aunque obra por su cuenta (art. 300 CCom). Como consecuencia de esta
distinta manera de actuar, resultan diferentes efectos en uno y otro caso. Los actos realizados por el mandatario, vinculan
al tercero con el mandante; los actos realizados por el comisionista, vinculan al tercero sólo con el comisionista (art. 337
CCom).
El mandato y la comisión pueden ser comerciales o civiles, según sea el objeto sobre el que recae. Si el mandato se da
para realizar un negocio comercial, el mandato es comercial (art. 306 CCom). Lo mismo puede decirse de la comisión (art.
337 CCom y 2068 CC).
Si consideramos que la palabra "empresa" en el art. 7 se refiere a la organización de trabajo ajeno y capital, cuando el art.
7 se refiere a las empresas de comisiones, comprenderá tanto a las que realicen comisión comercial como civil, por cuanto
no distingue. De manera que el acto aislado de comisión, sería comercial si se prueba su conexión con un negocio
comercial, pero, si se trata de una empresa para la realización de comisiones, sería comercial en razón de la organización
asumida, sea cual fuere la naturaleza civil o comercial de los negocios encomendados.
Si consideramos que la palabra "empresa" en el art. 7 es un mero sinónimo de "actividad", entonces sólo será mercantil
el contrato de comisión vinculado con un negocio comercial. El contrato de comisión, cuando recae sobre negocios civiles,
quedaría regulado por el CC (art. 2068).
En otra postura puede entenderse que el art. 7 declara comercial a la empresa de comisiones refiriéndose, como dijimos,
a una actividad continuada cuyo objeto es la celebración de contratos de comisión. Si una persona realiza esta actividad
será comerciante. Para calificarlo como tal, no se requiere que los encargos que recibe sean para realizar negocios
comerciales. Desde luego, los contratos que en cada caso celebre con sus comitentes serán comerciales o civiles según
el objeto del encargo.
Es decir, se califica como comercial la actividad continuada de realizar encargos, sin interesar a los efectos de esa
calificación, que los negocios que se cometen sean civiles o comerciales. Luego, para la atribución de comercialidad a los
contratos de comisiones que se celebren, se debe estar a la distinción que hace el art. 337.
3. Depósito y transporte
Algunos servicios, por ser instrumentos esenciales al comercio, han sido incluidos en la nómina del art. 7. Así sucede con
los contratos de depósito y transporte.
a. Depósito mercantil
El depósito es un contrato. Está definido por el art. 2239 del CC: "El depósito en general, es un acto por el cual alguno
recibe una cosa ajena con la obligación de guardarla y de restituirla en especie".
El art. 721 define el depósito mercantil. Para que lo sea, deben darse los siguientes requisitos:
a. que sean comerciantes, ambos contrayentes;
b. que las cosas depositadas sean objetos del comercio y
c. que se haga el depósito a consecuencia de una operación mercantil.
Ahora bien, el art. 7 se refiere a las empresas de depósito sin hacer distinciones. Nuevamente, el alcance de la referencia
al depósito depende de la interpretación de la palabra "empresa". Si consideramos que la palabra "empresa" en el art. 7
se refiere a la organización de trabajo ajeno y capital, debemos concluir que la empresa de depósito será comercial sea
cual fuere el tipo de depósito que realice. De manera que la empresa que realice depósitos en que no se den los extremos
exigidos por el art. 721, sería de todos modos comercial.
Sólo para el depósito aislado se requerirían los requisitos del art. 721 para su calificación como comercial, pero ellos no
se exigirían si el depósito fuese efectuado por una empresa comercial. Se repite lo que hemos expresado respecto al
corretaje y al remate y a la comisión. Todo acto de corretaje y de remate y todo acto de una empresa de comisión y de
una empresa de depósito, aun cuando tengan relación con un negocio civil, serían comerciales.
En la otra línea interpretativa que venimos exponiendo, sólo sería mercantil el contrato de depósito que cumpliere con lo
dispuesto en el art. 721. No cumpliendo con las disposiciones de este artículo, sería indiferente que quien lo realice se
haya organizado como empresa o no.
b. Transporte
El transporte es un contrato por el cual el transportador se obliga a llevar cosas o personas de un lugar a otro, a cambio
del pago de un precio (flete). Desde el punto de vista económico, el transporte no es comercial pero es evidente que
cumple una función auxiliar del comercio, facilitando la circulación de los bienes.
* Transporte de personas
El art. 7 no se refiere al transporte de personas. Se entiende que éste es, también, comercial dada la remisión de la
disposición al art. 1855 del CC que establece:
"El servicio de los empresarios o agentes de transportes, tanto por tierra como por agua, así de personas como de cosas,
se regirá por las disposiciones de la ley comercial."
Por otra parte, el CCom, en el libro III, regula el contrato de pasaje, que es el transporte de personas por mar, como si
fuera una forma de fletamento y el fletamento es comercial, por lo dispuesto en el art. 7, n° 6. De manera que, con criterio
amplio, debe entenderse que es comercial el transporte de pasajeros por tierra.
* Transporte aéreo
No está previsto, en el art. 7, el transporte aéreo, ni podía estarlo ya que la aviación es posterior a la sanción del CCom.
Se entiende que también es comercial, haciendo una interpretación amplia de este numeral.
* Transporte de mercaderías
Si consideramos que la palabra "empresa" en el art. 7 se refiere a la organización de trabajo ajeno y capital, sólo sería
comercial el transporte si el transportista posee dicha organización. No sería comercial, entonces, el acto de transporte
aislado. Tampoco lo sería el transporte ejercido por quien tiene un oficio, como el taxista o el fletero, que siendo dueño
del vehículo, trabaja personalmente, pero si el taxista, emplea varios empleados o si el fletero contrata empleados y tiene
dos o tres camiones o camionetas, está creando una empresa de transporte y deviene comercial su actividad.
Si consideramos que el art. 7, n° 4, utiliza la palabra empresa como sinónimo de actividad comercial, será comercial la
actividad del taxista o fletero aun cuando la desarrolle personalmente. Según se expresó con anterioridad, en ninguna
norma del capítulo V se exige que para que el contrato de transporte sea regulado por el CCom, el transportador deba
organizar una empresa. Contrariamente, se refiere, además del empresario de transporte, al "comisionista de transporte"
(art. 164), a los "troperos", "arrieros" y, en general, a "todos los que se encargan de conducir mercancías mediante una
comisión, porte o flete" (art. 163).
Tampoco en el CC se establece que el transporte de pasajeros sólo será mercantil cuando el transportador se organice
como empresa. Contrariamente, dispone que se regulará por la Ley comercial tanto el transporte de pasajeros realizado
por un empresario como por un agente de transporte. Este último puede ser un empresario o no, por eso el art. 1855 del
CC lo menciona por separado.
1. Operaciones de cambio
La operación de cambio está incluida en el n° 2 del art. 7.
¿Qué es una operación de cambio? Cambio es la sustitución de una cosa por otra. Podría confundirse, entonces, con el
contrato de permuta (art. 572 CCom) pero no es ese el sentido de la norma que comentamos.
La doctrina unánime entiende que el art. 7 se refiere al cambio de moneda. Para que haya operación de cambio, deben
intervenir monedas de países distintos. La moneda actúa como mercadería; se compra y se vende. En esa compraventa
no se requiere intención especial, como en el caso del n° 1 del art. 7.
Nuestro CCom no reglamenta la operación de cambio; sólo hay referencias aisladas. En nuestro país, en estas
operaciones hoy intervienen los bancos y las casas de cambio, sometidos a un régimen legal y reglamentario especial.
2. Operaciones de banco
Las operaciones de banco están previstas en el n° 2 del art. 7.
Según señalaba Mezzera Álvarez, el problema fundamental que plantea esta referencia a las "operaciones de banco"
consiste en decidir si puede configurarse una operación de banco que sea comercial por sí misma, a atención a su
naturaleza objetiva, con prescindencia de los sujetos que en ella intervengan, o si, por el contrario, es imprescindible la
intervención de un banco.
En la opinión de Mezzera Álvarez, la operación de banco no puede ser separada del sujeto que la realiza, el cual debe
ser necesariamente un banco. De acuerdo con esta posición, sólo adquirirían carácter de operación de banco, aquellos
actos realizados por bancos, esto es, las entidades autorizadas a funcionar bajo un régimen determinado. No podríamos
tipificar una operación aislada como bancaria y afirmar que sea bancaria, cuando la realiza quien no sea entidad bancaria.
Por ejemplo, un particular podría dedicarse a recibir dinero y a colocarlo, pero ni los depósitos ni los préstamos que realice
serán operaciones de banco y, por lo tanto, no serán actos de comercio, por aplicación de este numeral. De manera que
para calificar una operación como bancaria no podemos prescindir de la persona que lo realice que debe ser un banco.
La actividad de los bancos se desarrolla utilizando, fundamentalmente, los clásicos contratos de depósito y préstamo.
Existen distintas modalidades de depósito o préstamo bancario, pero en ellas no varía la estructura propia de los contratos
tradicionales. Por lo tanto, el negocio bancario no tendría una especificidad que lo distinguiese. No sería un contrato
distinto; se distinguiría de los otros sólo por el sujeto que lo realiza.
Hacemos la salvedad de algunos negocios bancarios que se alejan de los tradicionales, como la apertura de crédito, el
descuento, el crédito documentario, el arrendamiento de cajas de seguridad. Estos negocios nacen en el ámbito bancario
pero nada obstaría a que cualquiera de ellos pudiera ser ejecutado por una persona no bancaria pero, en tal caso, no
serán operaciones de banco y no serán negocios mercantiles, según el criterio adoptado por Mezzera Álvarez.
En otra postura, destacamos que el CCom francés - a quien debemos la inclusión de esta categoría en la enumeración
de los actos de comercio - quiso eliminar el tono subjetivo y profesionalista de la legislación anterior. Por ello, en lugar de
sujetar a los bancos al Derecho y la jurisdicción mercantiles, prefirió referirse a las "operaciones de banco".
Entendemos que existen una serie de negocios jurídicos que típicamente corresponden a la operativa bancaria. Todos
ellos, en nuestra opinión, constituyen "operaciones de banco", sea quien sea que los realice y, consecuentemente, quedan
sometidos al Derecho mercantil.
Como contrapartida, aquellos negocios típicamente civiles, como la compraventa o hipoteca de inmuebles, no se
convierten en actos de comercio porque los celebre un banco. Se rigen siempre por el Derecho civil.
3. Operaciones de corretaje y remate
a. Corretaje
El corretaje está previsto en el n° 2 del art. 7. El corretaje es una mediación entre oferta y demanda de bienes y servicios.
Tiende a provocar el acercamiento entre las partes para facilitar la conclusión de contratos directamente entre ellas. Quien
participa en esa mediación es el corredor, a quien el CCom le da un estatuto profesional especial.
La actividad del corredor se caracteriza porque se limita a vincular a las partes sin entrar dentro de la circulación de los
bienes. Interesa recalcar que el corredor no tiene representación de las partes que le encomiendan un negocio. No es
mandatario. Sólo presta su concurso para lograr el acuerdo directo de los contratantes.
Como puntualización, cabe advertir que el CCom califica de comercial a toda operación de corretaje sin hacer distinciones,
sin imponer la accesoriedad del corretaje a negocios mercantiles. En consecuencia, el corretaje puede vincularse a
operaciones civiles, como por ejemplo una compraventa de inmuebles. El corretaje en negocios civiles, en nuestra opinión,
también, es comercial.
Además, dado que el CCom reglamenta la profesión del corredor, se plantea la siguiente duda: si el corretaje, para ser
acto de comercio, debe ser realizado por un corredor profesional. Entendemos que la Ley no distingue. En consecuencia,
el corretaje efectuado por quien no es corredor profesional, es también comercial.
b. Remate
El remate, también, constituye una forma de mediación entre oferta y demanda de bienes. En el remate, el rematador
ofrece, previos los avisos de estilo, determinados bienes a un grupo de interesados; recibe ofertas a viva voz de estos y
acepta la última y mejor.
Corresponde señalar, que la Ley califica de comercial a todo remate sin distinguir si se trata de remate de muebles o
inmuebles. En consecuencia, el remate de inmuebles es comercial.
Por otra parte, el DL 15.508 de 23 de setiembre de 1983, modificado por Ley 16.736, arts. 433 a 435, reglamenta la
profesión del rematador, derogando las normas del CCom. En el régimen vigente se establece que los rematadores
profesionales tienen la exclusividad de las ventas en remates de cualquier clase de bienes (art. 2). No puede haber, por
lo tanto, remates realizados por quien no sea rematador.
El rematador actúa por cuenta del dueño de los bienes, aceptando el precio ofertado y, de este modo, perfeccionando una
compraventa. Si el bien vendido en remate es un inmueble, el rematador logra la determinación del precio, vinculando al
dueño; pero no puede celebrar por éste, la enajenación que requiere escritura pública. La escritura debe ser firmada por
el dueño del bien y, si se trata de venta judicial, por el juez en representación de éste.
El rematador – repetimos – actúa por cuenta ajena, para concertar la venta o para fijar uno de los elementos del contrato
de compraventa. Puede asumir dos calidades: mandatario o comisionista, según invoque o no el nombre del dueño de
los efectos vendidos. Si actúa como mandatario, ejerce la representación del dueño de los bienes que le encomienda el
remate y, por lo tanto, lo vincula jurídicamente con terceros. Si actúa como comisionista, no tiene funciones de
representación y no vincula al dueño de los bienes frente a terceros. El DL 15.508 hace continua referencia al comitente
en sus disposiciones, pero entendemos que es una manera equívoca de designar al dueño de los bienes y que ello no
implica la calificación del negocio jurídico que lo vincula al rematador.
2. Seguros
El CCom, en el art. 7, sólo se refiere al seguro marítimo. Otra vez debemos invocar razones históricas. Los seguros
marítimos fueron los primeros y únicos en la Edad Media y Renacimiento. Los terrestres sólo cobran importancia a partir
del siglo XIX. El CCom francés sólo reglamentaba el seguro marítimo.
El seguro terrestre es, también, comercial.
Lo es, porque está regulado en el CCom.
Por otra parte, el art. 2167 del CC establece que los principales contratos aleatorios son el contrato de seguros, el
préstamo a la gruesa, el juego, apuesta o suerte, y la constitución de renta vitalicia, aclarando expresamente que los dos
primeros pertenecen a la ley comercial.
a. Letras de cambio
Con relación a este numeral debemos señalar que el CCom reglamentaba a las letras de cambio y a los vales. Sus normas
fueron derogadas por el DL 14.701 que contiene una disciplina general de los títulos valores y disciplinas especiales para
letras de cambio y vales y una referencia a los cheques que están regulados en el DL 14.412.
b. Papel endosable
Luego, la norma se refiere a cualquier otro género de papel endosable. ¿A qué se refiere ese texto?
Para entender lo que es un papel endosable, debemos explicar previamente las diversas formas en que se pueden emitir
las letras de cambio, los vales y los cheques. Se distinguen tres modalidades: títulos al portador, a la orden y nominativos.
El título al portador es aquel que no menciona el nombre del beneficiario y puede ser cobrado por quien sea su tenedor.
Se trasmite por la simple transferencia manual.
El título a la orden, es el título que indica en su texto el nombre del beneficiario. La DL 14.701 establece que ese documento
se trasmite por endoso y entrega. El endoso es una constancia escrita al dorso del título valor firmado por el beneficiario.
Puede constituirse con su sola firma.
Basta con el endoso y la entrega del título para que se transfieran los derechos que éste confiere. El endoso es un acto
sencillo. Puede ser una constancia puesta al dorso del documento que diga "Endoso a favor de X" seguida por la firma
del endosante o puede consistir en la sola firma del endosante. No es necesario ni la firma del endosatario ni que se
notifique el deudor. El título puede ser objeto de sucesivos endosos.
Advertimos que en el CCom, hoy derogado, para que un título fuera endosable debía constar en su texto la cláusula "a la
orden". Con el DL 14.701, cambia el régimen pues esta ley dispone que el título con indicación del beneficiario se presume
a la orden, sin que sea necesario estampar esa frase. El mismo régimen se había establecido en materia de cheques por
el DL 14.412. Si se quiere que uno de esos títulos no pueda trasmitirse por endoso, debe establecerse el siguiente texto:
"no endosable" o "no a la orden".
El título nominativo, es aquel que indica en su texto el nombre del beneficiario y, además, se libra por una persona que
lleva el registro de los títulos que crea. Ese requiere para su transmisión, el endoso, la entrega y, además, la inscripción
en el Registro del creador.
Explicado qué es el endoso, volvamos al art. 7, n° 3, que se refiere a papeles endosables. Son títulos endosables las
letras, los vales y los cheques, cuando se emiten con indicación de beneficiario. También, lo son el conocimiento marítimo
y el aéreo, el contrato de prenda sin desplazamiento, los certificados de depósito aduanero. Todos estos papeles son
comerciales y las negociaciones que sobre ellos recaigan también lo serán.
Resumiendo, la letra de cambio es siempre comercial sea cual fuere su forma. El cheque y el vale lo serán sólo cuando
sean a la orden, aunque entendemos que sobre la base de textos legales que disponen que a los vales y cheques se le
aplica la disciplina de las letras, cae sobre estos dos títulos también la calificación de mercantiles, sea cual fuere su forma.
c. Negociación
Volviendo al texto del art. 7, n° 3, vemos que se ha dado carácter comercial en primer término a toda negociación sobre
letra de cambio. La letra de cambio se ha considerado comercial, tradicionalmente. Su ubicación entre los actos de
comercio se debe a motivos históricos. Nace en la Edad Media, utilizada por comerciantes y actualmente se usa
preponderantemente por ellos.
La Ley comercializa toda negociación. Se ha considerado que esto significa que todo lo relativo a la emisión o libramiento
de la letra, a su circulación, a su aceptación y a su extinción es comercial. La expresión negociación puede entenderse
referida, también, a la intermediación en estos documentos.
2. Sociedades anónimas
El n° 5 del art. 7 incluye a las sociedades anónimas, entre los actos de comercio, cualquiera sea su objeto. Esta norma
suponía una excepción al principio general establecido por el propio CCom (hoy sustituido en los referente a sociedades
comerciales por la LSC). En éste se establecía que una sociedad era civil o comercial, según el objeto para el cual se
constituía, entendiendo por objeto la actividad que los socios se proponían realizar. Las sociedades eran comerciales,
entonces, cuando tenían por objeto realizar una actividad comercial.
De la lectura del n° 5 del art. 7 surge, en cambio, que se reputa acto de comercio a las sociedades anónimas aun cuando
desplegaron una actividad civil. Se establece, por lo tanto, un criterio formal para la imputación de comercialidad.
b. Precisión
El solo hecho de que se trate de una sociedad con un tipo comercial, no imprime carácter comercial a la actividad que
esta sociedad realice. La comercialidad es un calificativo del contrato de la sociedad . Es comerciante el sujeto nacido de
la celebración del contrato y que, como persona jurídica comerciante, estará sometido al estatuto y normas de la
legislación comercial; pero los actos que realice el sujeto jurídico estarán regidos por la Ley comercial o la civil, según sea
su naturaleza intrínseca. Desde luego, será de aplicación el art. 5 del CCom, que crea la presunción de comercialidad de
los actos del comerciante, pero admitiendo la prueba en contrario. También, debe tenerse en cuenta que los actos que
son intrínsecamente civiles, como la compraventa de inmuebles, nunca se pueden presumir comerciales, aunque los
celebre un sujeto, persona física o jurídica comerciante.
I. Concepto y clasificación
A. Concepto económico de empresa: Organización de los factores de producción, capital y trabajo ajeno, está destinada
a producir bienes o prestar servicios destinados a ser cambiados.
B. Clasificación:
1. Según su objeto: Industriales, comerciales, financieras y de servicios.
2. Según el sector productivo al que pertenecen: Empresas que utilizan recursos naturales (primarias); empresas que
realizan actividades de transformación (secundarias) y empresas que realizan actividades de servicios (terciarias).
3. Según su tamaño: Dto. 54/992: Microempresa (hasta 4 empleados, ventas máximas por US$ 60.000 y activos máximos
de US$ 20.000); pequeña empresa (hasta 19 empleados, ventas máximas por US$ 180.000 y activos máximos de
US$ 50.000); mediana empresa (hasta 99 empleados, ventas máximas por US$ 5.000.000 y activos máximos por
US$ 350.000) y gran empresa (las que excedan los parámetros).
Comisión
I. Concepto
La comisión es un contrato que se encuentra definido en el art. 300 del Código de Comercio (CCom), inc. 2:
“Se llama comisión o consignación, cuando la persona que desempeña el negocio obra a nombre propio, sin declarar el
nombre del individuo que le ha hecho el encargo.”
La comisión supone el encargo para realizar un negocio. Quien lo confiere se llama comitente. Quien recibe el encargo
es el comisionista.
El comisionista, cuando celebra el negocio, no debe mencionar el nombre del comitente. El comisionista celebra el negocio
con el tercero a su propio nombre aunque por cuenta ajena.
Como consecuencia de esta distinta forma de actuar el comitente no queda vinculado frente al tercero. Quien se vincula
es directamente el comisionista.
Damos un ejemplo. El comitente es A y el comisionista es B. El tercero que compra el equipo es C. Cuando B celebra la
compraventa con C dirá “firmo este contrato por cuenta de tercero” no indicará el nombre del comitente o podrá decir
“vendo este equipo” sin decir nada más. C, que no conoce a A, no tiene acción contra él para reclamarle derechos
emergentes del contrato; sólo podrá dirigir sus acciones contra B, a quien sí conoce. Claro que internamente en las
relaciones entre comitente y comisionista, entre A y B, se deberá formalizar una rendición de cuentas. B le exigirá a A la
entrega del equipo y le entregará el precio obtenido de C.
La Ley autoriza, además, al comisionista a que ceda sus derechos al comitente o al tercero para que ejerza las acciones
que puedan corresponderle (art. 337). Ejemplo: C no paga el precio. En virtud de los caracteres del negocio sólo B puede
exigirle el pago, pero B puede ceder a A el derecho al cobro del precio.
2. La comisión sólo puede referirse a negocios individualmente determinados. El mandato puede ser, en cambio, general
o especial. El artículo 335 dispone:
“La comisión es el mandato para una o más operaciones de comercio individualmente determinadas, que deben hacerse
y concluirse a nombre del comisionista, o bajo la razón social que represente (art. 300)”.
Esto no quiere decir que la comisión ha de limitarse a una sola operación. Puede comprender una serie de operaciones;
pero siempre determinadas.
1. El comisionista tiene amplitud de facultades para cumplir el encargo pero está sujeto a las instrucciones del comitente.
Así lo establece el artículo 344.
El comisionista debe cumplir con el encargo de acuerdo a instrucciones que se le impartan. Si no se le formulan, debe
actuar como lo haría para negocio propio y de acuerdo a los usos. El art. 342 dispone:
“El comisionista que aceptase el mandato expresa o tácitamente, está obligado a cumplirlo, conforme a las órdenes e
instrucciones del comitente.
En defecto de éstas, o en la imposibilidad de recibirlas en tiempo oportuno, o si le hubiese autorizado para obrar a su
arbitrio, u ocurriese suceso imprevisto, podrá ejecutar la comisión, obrando como lo haría en negocio propio, y
conformándose al uso del comercio, en casos semejantes”.
Los arts. 346 y 347 establecen las consecuencias de los negocios celebrados sin cumplir con las instrucciones..
2. El comisionista responde de la buena conservación de los bienes que se la hayan entregado para cumplir con su
comisión (art. 351).
Cuando el comisionista recibe bienes de la misma especie o de distintas personas debe tomar precauciones para que no
se confundan y debe, además, distinguir en las facturas de los negocios que se celebran respecto de esos bienes lo que
corresponda a cada comitente (art. 370 y 371).
3. Se le obliga a dar aviso de los hechos relacionados con la ejecución del encargo (art. 349). También, debe dar aviso
sobre el estado de los bienes que se le hubieren entregado. Interesa señalar los arts. 353 y 354. El art. 353 dispone:
“Las mismas diligencias debe practicar el comisionista, siempre que al recibirse de los efectos consignados, notare que
se hallan averiados, disminuidos, o en estado distinto del que conste en las cartas de porte o fletamento, facturas o cartas
de aviso.
Si el comisionista fuese omiso, tendrá acción el comitente para exigirle que responda de los efectos en los términos
designados, por los conocimientos, cartas de porte, facturas o cartas de aviso, sin que puede admitírsele otra excepción
que no sea la prueba de haber practicado las referidas diligencias”.
El art. 354 establece:
“Si ocurriese en los efectos consignados alguna alteración que hiciese urgente la venta para salvar la parte posible de su
valor y fuese tal la premura que no haya tiempo para dar aviso al propietario y aguardar sus órdenes, acudirá el
comisionista al Juez L. de Comercio o Alcalde Ordinario respectivo, el cual autorizará la venta en martillo público, a
beneficio y por cuenta de quien perteneciere”.
4. El art. 365 le impone otra obligación:
"El comisionista que no procura por los medios legales, la cobranza de los capitales de su comitente a las épocas en que
son exigibles, según las condiciones y pactos de cada negociación, responde de las consecuencias de su omisión”.
5. Debe, además, rendir cuentas y reintegrar al comitente lo sobrante a su favor. El art. 382 establece:
“El comisionista por su parte está obligado a rendir al comitente, luego de evacuada la comisión, cuenta detallada y
justificada de las cantidades percibidas, reintegrando al comitente, por los medios que éste le prescriba, el sobrante que
resulte a su favor.
En caso de morosidad en su pago, queda responsable de los intereses de plaza por la cantidad retenida desde la fecha
en que por la cuenta resulte deudor”.
2. El comitente también debe pagar los gastos efectuados por el comisionista más los intereses. Lo establece el art. 381:
“El comitente está obligado a satisfacer al contado, no mediando estipulación contraria, el importe de todos los gastos y
desembolsos verificados en el desempeño de la comisión, con los intereses de plaza por el tiempo que mediare entre el
desembolso y el pago efectivo.”
3. El comisionista tiene derecho de retención sobre los efectos consignados y privilegio para el cobro de la comisión, los
gastos y anticipos, siempre que se den determinadas condiciones legales (arts. 384 y 385).
El art. 384 del CCom establece:
“Los efectos consignados, se entienden especialmente obligados al pago de las anticipaciones que se hubieren hecho,
gastos de transporte, conservación y demás legítimos, así como de las comisiones e intereses respectivos."
Son consecuencia de dicha obligación:
1ª. Que ningún comisionista puede ser compelido a entregar los efectos que recibió en comisión, sin que previamente se
le reembolse de sus anticipaciones, gastos, comisiones e intereses si los hubiere.
2ª. Que en caso de falencia será pagado preferentemente o con privilegio sobre el producto de los mismos géneros.
El art. 385 dispone:
“Para gozar de la preferencia establecida en el artículo precedente, es menester que los efectos estén en poder del
consignatario, o que se hallen a su disposición, o que al menos se haya verificado la expedición a la dirección del
consignatario y que éste haya recibido un duplicado del conocimiento o carta de porte.
Gozará asimismo del derecho de retención, si los efectos se hallan en camino a la dirección del fallido, probándose la
remesa por conocimientos o cartas de porte de fecha anterior a la declaración de la quiebra.”
El art. 386 establece:
“No están comprendidas en la disposición del artículo 384, las anticipaciones que se hagan sobre efectos consignados
por una persona residente en el mismo domicilio del comisionista. Se considerarán como préstamos con prenda, si se
verifican las circunstancias establecidas en el Título de la prenda.”
4. El comitente tiene obligación de hacer provisión de fondos. Surge a contrario sensu del artículo 345 que establece la
posibilidad de que el comisionista se comprometa a adelantar fondos. El art. 345 establece:
“El comisionista que se comprometiera a anticipar los fondos necesarios para el desempeño de la comisión puesta a su
cuidado, bajo una forma determinada de reembolso, está obligado a observarla y a llenar la comisión, sin poder alegar
falta de provisión de fondos; salvo si probare el descrédito notorio del comitente por actos positivos supervinientes”.
1. El comisionista puede actuar por el dueño de los efectos a transportar, contratando el transporte a nombre propio y por
cuenta ajena.
2. El comisionista puede actuar en el lugar de destino, por cuenta del destinatario.
3. El comisionista puede actuar por cuenta del transportador. En tal caso, es el comisionista quien se obliga a realizar un
transporte frente al cargador.
1. Por violación de leyes fiscales. Si en la contravención procedió por orden expresa del comitente, responden ambos
solidariamente (art. 348).
2. No responde de la insolvencia de personas con quienes contrata si eran reputadas idóneas cuando contrató salvo que
haya actuado con culpa o dolo y salvo que haya cobrado comisión de garantía (art. 363). Interesan, también, las
previsiones de los arts. 362 y 364.
3. En materia de letras de cambio, el art. 366 dispone que el comisionista las garante, en cuanto las endose. Se puede
excusar a endosarlas, si ello se pacta previamente entre comitente y comisionista, en cuyo caso el comisionista debe
librar o endosar por cuenta del comitente.
6. Responde si se le dio orden de asegurar los bienes recibidos y no lo hizo (art. 378).
El Código de Comercio (CCom) disciplina incidentalmente al transporte terrestre de cosas, cuando se trata de regular la
actividad del transportador (arts. 163-190 CCom), a quien califica como auxiliar de comercio. Desde 1866, su normativa
permanece incambiada, salvo disposiciones que tienen que ver con su organización como servicio público.
I. Concepto
El transporte terrestre de cosas es el contrato por el cual una persona se obliga a trasladar mercaderías, de un lugar a
otro, a cambio de un precio que se denomina flete o porte.
En este contrato, el transportador se obliga a trasladar una cosa de un lugar a otro.
Las cosas - objeto de transporte - deben ser entregadas o confiadas al transportador para que éste realice el transporte.
Cuando esas cosas permanecen a disposición del dueño, no hay transporte. Por ejemplo, no hay transporte en el
remolque. El buque remolcado es manejado por su dueño que sigue las instrucciones del remolcador.
El medio utilizado para realizar el transporte queda en poder del transportador. Si el transportador entrega el medio de
transporte, no hay transporte. Habrá arrendamiento de cosa.
A. Elementos personales
Las personas que intervienen en el contrato son las siguientes:
1. el transportador;
2. el cargador (persona que entrega las cosas que han de ser transportadas);
3. el destinatario o consignatario (persona que recibe las cosas objeto del transporte);
4. el comisionista de transporte (art. 164).
1. Transportador
El transportador es quien se obliga a realizar, personalmente o por intermedio de sus dependientes, actuando a riesgo
propio, un determinado transporte.
El CCom lo denomina, también, “empresario de transporte”, “porteador” o “acarreador”. La doctrina actual usa el vocablo
transportador y algunos utilizan el vocablo transportista.
a. El transportador como auxiliar del comercio
Su figura está regulada en el CCom como un agente auxiliar del comercio, en los arts. 163 y ss., capítulo V.
El transportador no tiene, en el CCom un estatuto personal como el establecido para el corredor, en que se le imponga el
cumplimiento de condiciones para el ejercicio de su actividad. Sólo se le impone llevar un libro diario en que se asentarán,
por orden progresivo de números y fechas, todos los efectos de cuyo transporte se encarguen, con expresión de su calidad,
persona que los carga, destino que llevan, nombres, y domicilio del consignatario y del conductor y precio del transporte
(art. 164).
Las demás obligaciones incorporadas en el capítulo que regula su figura, tienen que ver con el cumplimiento y ejecución
del contrato de transporte.
b. El transportador como mandatario
El CCom hace una calificación jurídica inadecuada de los empresarios y comisionistas de transporte. En el art. 164 dispone:
“Los empresarios o comisionistas de transporte, además de los deberes que tienen como mandatarios mercantiles...”
El empresario de transporte nunca es mandatario, cumple con un contrato en que se obliga a trasladar bienes de un lugar
a otro. Podrá la Ley disponer que se le apliquen las normas del mandato pero ello no lo convierte en mandatario.
c. El transportador como profesional
Por el art. 270 de la Ley 17.296 de 2001 se ha creado un estatuto para el transportista profesional de carga terrestre, que
realiza transporte oneroso de carga por vía terrestre para terceros, en servicios nacionales e internacionales. La norma
fue reglamentada por el Decreto 349/001.
De acuerdo con lo dispuesto por el art. 270 de la Ley 17.296, son empresas transportistas profesionales de carga terrestre,
las que realizan transporte oneroso de carga por vía terrestre para terceros, en servicios nacionales o internacionales que
se encuentre en las condiciones que menciona la presente ley.
Cada vehículo de capacidad superior a 3500 Kg. destinado al mencionado transporte, deberá estar identificado con una
placa adicional a la matrícula, de naturaleza anual que se otorgará por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas a
aquellos transportistas profesionales de carga terrestre, que acrediten estar inscriptos en un registro especial que llevará
la Dirección Nacional de Transporte del citado Ministerio, justifiquen encontrarse al día en el pago de sus contribuciones,
generadas desde el 1º de enero de 2001, con el Banco de Previsión Social, y con la Dirección General Impositiva, y cuyos
vehículos de transporte de carga cuente con el Certificado de Aptitud Técnica y Vehicular. A los efectos de este artículo,
el Banco de Previsión Social y la Dirección General Impositiva podrán recaudar estos tributos generados desde el 1º de
enero de 2001, aún cuando los contribuyentes no estuvieran al día con los pagos anteriores por los mismos conceptos.
Para realizar transporte oneroso de carga terrestre para terceros, basta con ajustarse a las disposiciones que establece
la presente ley, sin perjuicio del cumplimiento de las demás regulaciones nacionales y departamentales vigentes en la
materia.
Todo transporte de carga terrestre que se realice en el país, deberá contar con una guía que contenga la información que
se dispondrá en la reglamentación de la presente ley. La guía formaliza el contrato de transporte y corresponsabiliza a las
partes (art. 271).
La Ley creó un Organo de Control honorario, integrado por un delegado titular y un delegado alterno de los Ministerios de
Transporte y Obras Públicas y de Economía y Finanzas, y de la Mesa Intergremial de Transporte Profesional de Carga.
El Organo de Control tiene como finalidad asesorar al Poder Ejecutivo y coordinar y participar en el control de la regularidad
y legalidad de la actividad de transporte de carga terrestre.
La Ley facultó al Poder Ejecutivo para que, de acuerdo con la normativa vigente en la materia, estableciera una tasa por
el otorgamiento de la placa adicional a la matrícula a la que se refiere el art. 270 (art. 272).
Sin perjuicio del control que corresponde a los organismos de recaudación, la reglamentación establece la forma y
condiciones en las que el Organo de Control designa agentes de control especiales, con el cometido de verificar el
cumplimiento de las obligaciones que en la Ley la reglamentación se establecen para el transporte profesional de carga
terrestre.
2. Cargador
El cargador es quien entrega las mercaderías que deben ser transportadas.
No interesa que sea o no propietario de las cosas a transportar. Basta que tenga la disponibilidad material de esas cosas.
El art. 184 establece:
“El conductor o comisionista de transporte no tiene acción para investigar el título que tengan a los efectos el cargador o
el consignatario.”
3. Destinatario
El destinatario es la persona que recibe las cosas en el punto de destino convenido. El CCom lo llama consignatario.
Puede ser el mismo cargador o un representante suyo o puede ser otra persona.
Cuando no coinciden, se ha explicado la posición jurídica de uno y otro con distintas teorías.
En una primera concepción, el cargador es un gestor de negocios del destinatario.
La gestión de negocios comerciales es el hecho puramente voluntario del que hace por otro un acto de comercio, sin
saberlo el propietario. La gestión de un negocio comercial, ignorándolo el dueño, obliga a éste, cuando la hubiere aprobado
o le resultare una utilidad evidente (art. 332 CCom).
Muchas veces el contrato de transporte está ligado a un contrato de compraventa y el vendedor contrata el transporte por
cuenta del comprador que será el destinatario.
En otra postura, se sostiene que el destinatario es un cesionario del derecho del cargador frente al transportador. De
acuerdo a esta posición, después de celebrado el contrato de transporte, habría un nuevo negocio: la cesión de derechos
entre el cargador y el destinatario.
Advertimos que, en la práctica, no se celebra un contrato en que se cedan los derechos del contrato de transporte.
También, se sostiene que el destinatario es un tercero beneficiario de una estipulación para otro (art. 1.256 CC). El
cargador, al celebrar el contrato con el transportador, lo haría en beneficio del destinatario. El destinatario tiene derecho
a que se le entreguen, en el punto de destino, los objetos transportados.
En la estipulación para otro se requiere la aceptación del tercero. Esta se formalizaría cuando el destinatario va a recibir
los bienes en el destino. Cuando lo hace, entra en el contrato de transporte y se aprovecha de la estipulación que el
cargador hizo a su favor.
Se critica esta postura por cuanto el cargador crea, también, una obligación a cargo del destinatario: la de pagar el flete y
no se puede crear una obligación en perjuicio de un tercero sin su consentimiento.
La doctrina contesta esta crítica expresando que el destinatario, en principio, nada tiene que pagar. El destinatario va, si
quiere, a recibir las mercaderías. No está obligado a pagar. Adquiere esa obligación sólo si accede a reclamar los efectos
transportados.
Consideramos que ninguna de las posiciones antes reseñadas es desechable porque en la realidad del mundo de los
negocios pueden darse cualquiera y todas esas figuras. Las relaciones jurídicas que se crean varían de acuerdo a las
relaciones previas existentes entre el cargador y el destinatario.
Normalmente, el transporte está ligado a un contrato de compraventa a distancia. El vendedor contrata el transporte para
hacer llegar los bienes vendidos al comprador, habiendo acordado con él, lo relacionado con la contratación del transporte.
Al estudiar las modalidades de la compraventa a distancia, vimos que el vendedor puede incluir o no el costo del transporte
en el precio de la compraventa. Se entiende que, en estos casos, el cargador está celebrando el contrato de transporte
por cuenta del comprador. Más aún, si en la carta de porte se incluye la cláusula por cuenta, con ello se configura un
modo de tradición simbólica.
4. Comisionista de transporte
En el CCom se incorpora, además, la figura del comisionista del transporte (art. 164). El comisionista actua de dos formas:
* El dueño de los efectos a transportar solicita al comisionista que le contrate el transporte. El comisionista celebra el
contrato de transporte con el transportador. Actúa por cuenta de un tercero pero en nombre propio y asume la calidad de
cargador frente al transportador.
* El comisionista asume, frente al interesado, la obligación de transportar y asume los riesgos del transporte; con otras
palabras, asume la calidad de transportador.
B. Elementos reales
Los elementos reales del contrato son dos:
1. Cosa a transportarse
Mercaderías y efectos son los términos usado en los distintos artículos del CCom.
2. El precio
El transporte puede ser gratuito u oneroso. El art. 163 del CCom que caracteriza la actividad del empresario de transporte,
se refiere al flete, que es el precio que se paga por el cargador. También, hay normas sobre el flete o precio del precio del
pasaje en Derecho marítimo y en Derecho aeronáutico.
Si se traslada gratuitamente cosas o personas no habrá contrato de transporte porque para que éste exista es necesario
que exista pacto de flete, como en la compraventa existe convención sobre el precio. Cuando el transporte es gratuito
habrá un acto de transporte material; pero no será contrato de transporte desde el punto de vista jurídico. El transporte
gratuito no es un contrato comercial.
C. Elementos metafísicos
Los elementos metafísicos son los siguientes:
1. destino,
2. itinerario y
3. plazos.
Respecto a todos ellos, las partes deben sujetarse a lo convenido.
1. Destino
El art. 163 se refiere al lugar convenido:
“Los troperos, arrieros y en general todos los que se encargan de conducir mercancías mediante una comisión, porte o
flete, deben efectuar la entrega fielmente en el tiempo y en el lugar del convenio."
El cargador puede variar el destino de la carga durante el viaje o puede variar la persona del destinatario (art. 180, inc. 1).
Es condición para la contraorden que no se hubiere hecho ya entrega de los objetos transportados.
Si la variación de destino de la carga exigiere variación de camino, o que se pase más adelante del punto designado para
la entrega en la carta de porte, se fijará de común acuerdo el nuevo porte o flete. Si no se acordaren, cumple el porteador
con verificar la entrega en el lugar designado en el primer contrato (art. 180, inc. 2).
2. Itinerario
El transportador no puede variar el itinerario, salvo que el camino estipulado estuviese intransitable u ofreciese riesgos
mayores (art. 177, inc. 1).
Si varía el intinerario, el transportador responde por todas las pérdidas y menoscabos, aunque proviniesen de algunas de
las causas mencionadas en el art. 168: vicio propio, fuerza mayor o caso fortuito
Si nada se hubiese pactado sobre el camino, quedará al arbitrio del conductor elegir el que más le acomode, siempre que
se dirija vía recta al punto donde debe entregar los efectos (art. 177, inc. 2).
3. Plazo
Si la entrega de los efectos no se verifica dentro del plazo estipulado, el transportador debe pagar la indeminización
pactada en la carta de porte (art. 178, inc. 1), sin que el cargador ni el consignatario tengan derecho a otra cosa.
Si la tardanza excede el doble del tiempo pactado en la carta de porte, además de la indemnización estipulada, el
transportador es responsable por los perjuicios sobrevinientes, determinados por peritos (art. 178, inc. 2).
El art. 179 se refiere a la hipótesis en que no se convino plazo, en cuyo caso, el porteador tiene la obligación de conducirlos
en el primer viaje que haga al punto donde debe entregarlos.
Existe una tendencia a confundir empresa y sociedad.. Esto sucede en el lenguaje corriente y en el léxico que manejan
algunas entidades públicas.
Sin embargo, existen diferencias conceptuales elementales entre uno y otro concepto.
La palabra “empresa” corresponde a un concepto económico referido a la organización de los factores de producción.
Empresa es la organización de trabajo ajeno y capital.
Nuestro Derecho no reconoce a la empresa ni como sujeto de Derecho ni como bien.
Se denomina "sociedad", en cambio, al contrato por el cual los socios se obligan a realizar aportes para el ejercicio de
una actividad comercial organizada, con la finalidad de distriburi ganancias y soportar en común las pérdidas y, también,
se denomina "sociedad" al sujeto que este contrato crea.
Una sociedad puede crear una organización de trabajo ajeno y capital, en cuyo caso habrá dado origen a una empresa.
A. Puede recomponer la pluralidad, consiguiendo la adhesión de otra u otras personas, que ingresen a la sociedad. En
este caso, desaparece la causal de disolución. Se trata de una fórmula para la conservación del negocio societario.
B. Puede optar por declarar disuelta la sociedad. En este caso, no es necesaria la designación de un liquidador. El
patrimonio social de la sociedad se trasmite a título universal al socio, bastando una declaratoria ante un escribano público,
que se inscribirá en el Registro Nacional de Comercio. Con ello, la sociedad deja de existir.
En esta segunda hipótesis no se conserva el negocio societario. La sociedad se disuelve, pero sin necesidad de un
proceso de liquidación.
Luego, quien era socio, podrá continuar con la actividad que realizaba la sociedad, porque así lo dispone la LSC. Si
resuelve continuar, lo hará a su nombre y por su cuenta, puesto que la sociedad ya no existe.
La sociedad disuelta pudo realizar su actividad con o sin una organización empresaria. Si había creado una empresa, el
socio podrá continuar la actividad, utilizando los bienes sociales que le fueron trasmitidos y utilizando la estructura
empresaria, pero ello es una facultad que tiene el socio y que podrá ejercer o no. Si resuelve no continuar se desarticulará
la empresa.
La utilización de la estructura empresaria no se impone por la LSC. El socio que quedó con los bienes sociales resolverá
si continúa o no con la actividad social y, en caso afirmativo, si mantiene o no la estructura empresaria. Podrá resolver
organizar una nueva empresa, instalando el comercio en otro lugar, adquiriendo nuevos equipos, contratando nuevo
personal.
De ello deriva que la empresa existente puede mantenerse a pesar de que la sociedad se disuelva, pero ello dependerá
de la voluntad de quien quedó como socio único. La conservación de la empresa no deriva de un precepto legal. El hecho
de que la organización empresaria pueda subsistir, no obstante la disolución de la sociedad, es una prueba de que, en la
LSC, nada tienen que ver empresa y sociedad.
Aclaración: en el plazo de un año, para el ejercicio de la opción, la sociedad se mantiene existente, con ese socio único,
pero en estado latente de disolución, en el cual, como ya dijimos, se mantiene la existencia de la sociedad, en un régimen
excepcional y a la espera de que se recomponga la pluralidad o de que el socio formule la declaración sobre la disolución.
Conclusión
De ninguna manera puede inferirse que las normas legales sobre conservación del negocio societario tutelan un interés
del ente societario, supraindividual o tutelan a la “empresa”; de su examen, resulta que se defiende el contrato, fruto de
la voluntad de los socios y en interés directo de éstos. La LSC no jerarquiza al negocio societario para crear una estructura
supraindividual ni se afilia a concepciones institucionalistas ni a concepciones que jerarquizan a la empresa. La LSC
organiza las sociedades para servir a los intereses de los socios, sociales e individuales, pero tutelando, a la vez, los
intereses de terceros y los intereses generales que pueden ser afectados, contemplándolos a todos ellos, a la vez, dentro
de una concepción humanista del Derecho.
Varios de los actos de comercio, cuando se celebran con un consumidor que participa en la relación como consumidor
final, puden ser, también, vistos desde la perspectiva de la Ley n° 17.250, sobre Relaciones de Consumo. Así sucede, por
ejemplo, con las operaciones de banco.
La relación de consumo se encuentra definida en el art. 4 de la Ley 17.250:
“Relación de consumo es el vínculo que se establece entre el proveedor que, a título oneroso, provee un producto o presta
un servicio y quien lo adquiere o utiliza como destinatario final.”
Luego, la Ley 17.250 agrega:
"La presente ley... tiene por objeto regular las relaciones de consumo, incluidas las situaciones contempladas en el inciso
segundo del artículo 4º.
En todo lo no previsto, en la presente ley, será de aplicación lo dispuesto en el Código Civil."
Sin embargo, advertimos que consideramos que la Ley 17.250 regula las relaciones de consumo pero no regula los
contratos que dan origen a tales relaciones. En nuestro concepto, las normas de la Ley 17.250 se superponen a las
regulaciones particulares de cada contrato en el CC o en el CCom. No las desplazan.
Las normas de la Ley 17.250 tienen por objeto la defensa del consumidor, imponiendo exigencias para la promoción y
publicidad de ventas o servicios, sobre información, sobre cláusulas de los contratos de adhesión y estableciendo
responsabilidades para quienes las incumplen. Las disposiciones de la Ley 17.250 se aplican, sin duda, a las operaciones
de banco. No obstante, a las operaciones bancarias se le aplicarán las normas sustantivas del CCom que correspondan.
Con otras palabras, las operaciones bancarias no dejan de ser actos de comercio cuando quien utilice el servicio financiero
lo haga como destinatario final. En tanto acto de comercio se rigen por el CCom pero, además, se deberá cumplir con las
obligaciones establecidas en la Ley 17.250.
La remisión que efectúa el art. 1 de la Ley 17.250 significa, en nuestra opinión, que el CC suplirá los vacíos en cuanto a
los temas regulados en dicha Ley. De ninguna manera puede considerase derogada ni sustituida, la regulación que para
los contratos mercantiles prevé el Ccom.
A. Conexión objetiva
Ciertos actos son comerciales cuando tienen vinculación con otro acto comercial. Se trata de una comercialidad derivada.
Recordamos: el mandato, la prenda, la fianza y la hipoteca.
B. Conexión subjetiva
Otros actos son comerciales sólo cuando en su concertación interviene un comerciante o dos. Recordamos: el préstamo
(art. 701) y el depósito (art. 721), aunque en ellos, además, se requiere una conexión objetiva.
Actos mixtos
En algún fallo nacional se entendió que existía un acto mixto en el caso de un contrato de construcción de un inmueble
por un particular y una sociedad comercial. Sobre este fallo, queremos señalar que no incide en la calificación respecto
de la comercialidad de un acto, la circunstancia de que uno de los sujetos sea civil y otro comerciante. Los actos de
comercio pueden celebrarse entre dos comerciantes, dos civiles o un civil y un comerciante. Lo mismo sucede con los
actos civiles. En nuestro Derecho, la comercialidad no depende de los sujetos que intervienen sino del acto que se realiza..
En una confusión similar incurre Siburu, cuando plantea que el transporte de un objeto sería acto de comercio sólo
respecto del empresario de transporte, teniendo naturaleza civil para la persona no comerciante que contrata este servicio.
II. Problemática planteada por los actos mixtos y las soluciones propuestas por el Derecho extranjero y la doctrina
El problema planteado por los actos mixtos es determinar cuál es la legislación aplicable para regularlos: la Ley civil o la
Ley comercial. Algunas legislaciones han previsto una solución expresa.
El Código de comercio italiano de 1882 disponía que si un acto era comercial para sólo una de las partes, todos los
contratantes quedaban sujetos a la Ley comercial (art. 54). Igual solución da el Código de comercio alemán de 1897. El
Código de comercio argentino (con reformas de 1890), el de Bolivia (art. 29) y el de Colombia (art. 22), también, disponen
la aplicación de la ley comercial al acto mixto.
En Francia, como en Uruguay, el problema no tiene solución legal; por ello, nos podemos servir de la doctrina elaborada
en ese país al respecto. Asimismo, hemos de citar opiniones doctrinarias de autores de otros países.
2. Criterio que impone la aplicación del Derecho Civil en todos los casos
Obarrio y Huebra, sostienen la aplicación a las dos partes del Derecho Civil, sea quien fuere del demandado, por entender
que el Derecho Comercial es excepcional con respecto al Derecho Civil. El acto mixto debe ser regido en su totalidad por
el Derecho Civil pues lo contrario sería dar preferencia a lo excepcional sobre lo común y el comerciante tendría un
privilegio sobre los no comerciantes que son la gran mayoría de los miembros de la sociedad.
3. Criterio que impone la aplicación del Derecho Comercial en todos los casos
Mezzera Álvarez, en tono condicional, señala la posibilidad de extender el Derecho Comercial a la totalidad del acto o
contrato calificado como mixto. Argumenta que, habiendo creado el legislador una normativa especial para la actividad
comercial, bastaría que un acto tuviese carácter comercial, aunque fuera para una de las partes, para que todos los que
en él intervengan deban someterse a la Ley mercantil. Si un civil se introduce en una negociación que es mercantil para
la otra parte, acepta el imperio de la Ley comercial.
Otro argumento que se propone para sustentar esta posición es que el Derecho Comercial es el que avanza más
rápidamente y, por lo tanto, tiene soluciones más adecuadas. Este argumento es criticado, pues no puede establecerse
de antemano que un Derecho sea más justo o conveniente que otro.
En la opinión de Siburu, esta opción sería la que mejor atiende los intereses del comercio, que considera de orden público
y, por ende, prevalente sobre los intereses privados.
Según Rippe Kaiser, Bugallo Montaño, Longone y Miller, esta sería, también, la posición más aceptada. Agregan el
argumento de que el artículo 6 del Código de Comercio impone la aplicación de la legislación mercantil a quien realiza
accidentalmente un acto de comercio..
Precisión final
Destacamos que la caracterización efectuada por el art. 7, n° 1, del CCom, interesa fundamentalmente para la calificación
de comerciante. Esto es: la enunciación del art. 7 complementa el art. 1, que define al comerciante como quien realiza
actos de comercio haciendo de ello su profesión habitual. En consecuencia, quien realice compras para revender,
haciendo de ello su profesión habitual, será comerciante aunque la compra se realice a un productor y, luego, las ventas
las efectúe a consumidores.
1. Operaciones de banco
Sin embargo, hay determinados actos que son comerciales en función del sujeto que los realiza. El ejemplo que menciona
la doctrina es el de las operaciones de banco. No coincidimos con esta opinión, según se estableció al analizar el n° 2 del
art. 7 del Código de Comercio (CCom).
Existen una serie de negocios jurídicos que típicamente corresponden a la operativa bancaria. Todos ellos, en nuestra
opinión, constituyen «operaciones de banco», sea quien sea que los realice y, consecuentemente, quedan sometidos al
Derecho mercantil.
En esta postura, serían mercantiles aquellos negocios bancarios que se alejan de los tradicionales, como la apertura de
crédito, el descuento, el crédito documentario, el arrendamiento de cajas de seguridad. Estos negocios nacen en el ámbito
bancario pero nada obstaría a que cualquiera de ellos pudiera ser ejecutado por una persona no bancaria, sin que por
ello, en nuestra opinión, perdiesen su mercantilidad.
Como contrapartida, pareciera obvio que aquellos negocios típicamente civiles, como la compraventa o hipoteca de
inmuebles, no se convierten en actos de comercio porque los celebre un banco. Se rigen siempre por el Derecho civil.
2. Empresas
Se ha pretendido ver, asimismo, un matiz de subjetividad, en la referencia a empresas que se efectúa en el n° 4 del art.
7.
Pérez Fontana sostenía que la comercialidad a que se refiere el CCom se relaciona con los actos que ésta realice. Luego,
sostenía que, como no hay empresa sin empresario, esta disposición suponía una aplicación del criterio subjetivo en la
determinación de los actos de comercio, por el cual serían comerciales los actos realizados por el empresario..
No compartimos el criterio reseñado, según surge del comentario que se puede leer en el hipervínculo siguiente: Empresas.
En nuestro Derecho sólo son personas jurídicas, las consagradas por el art. 21 del Código Civil y aquellas a las cuales la
Ley les ha atribuido tal carácter, como las sociedades comerciales (Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060 de 1989).
No hay, detrás del art. 7 CCom, conceptos económicos ni jurídicos ni doctrinarios. La doctrina sobre la empresa se elaboró
mucho después de la sanción de los códigos. De manera que, el concepto dado por el art. 7 hay que estudiarlo a la luz
de lo que tenía el legislador ante sí al sancionarlo, esto es, un hecho económico y nada más que eso. Se manejó el
término «empresa» como sinónimo de actividad continuada. Su inclusión se debió a la voluntad histórica de someter a
ciertas actividades económicas al régimen más severo del Derecho comercial, sometiendo a su titular al estatuto del
comerciante.
En el art. 7 el codificador utilizó la palabra «empresa» como un sinónimo de actividad, del mismo modo que en otros
numerales utilizó otras expresiones como operaciones, negociación o convenciones.
Observaciones
Advertimos que, fuera de la enumeración que realiza el art. 7, el CCom regula contratos, como el préstamo o el depósito,
cuya mercantilidad depende de la calidad de comerciante de uno o de los dos contratantes. Sin embargo, aun en estos
acasos se requiere, adicionalmente, que el negocio tenga conexión con su actividad mercantil.
Todo lo dicho hasta aquí no se contradice con la presunción de comercialidad establecida en el art. 5 para todos aquellos
actos que realicen los comerciantes. Este texto, no significa que los actos de los comerciantes sean necesariamente
comerciales, ya que pueden no serlo, sino que quien alegue que el acto realizado por un comerciante no es comercial,
debe probarlo.
A. Tesis restrictiva
Según los defensores de esta teoría, la enumeración es taxativa. De acuerdo con esta posición, no sería posible agregar
otros actos a la lista, por más similares que fueran.
Quienes opinan de esta manera fundamentan su posición en la naturaleza excepcional del Derecho Comercial. El Derecho
comercial es un Derecho de excepción con respecto al Derecho Civil. Por lo tanto, debe interpretarse restrictivamente y
lo que no está en el art. 7 o en la legislación comercial, pertenece al Derecho Civil.
B. Tesis amplia
Para esta posición la enumeración es enunciativa. Se fundamentan en el acápite del art. 7, que establece:
«Se reputa actos de comercio en general…»
Por otra parte, entienden que ello favorece al comercio que está en permanente evolución y que por medio de esta teoría
puede adaptarse a las normas legales vigentes.
C. Tesis intermedia
Es cierto que en buena parte de la materia contractual, el Derecho Comercial constituye un Derecho excepcional frente
al Civil. Además, las dificultades para concebir una definición de acto de comercio unánimemente aceptada, impone que
se establezca expresamente por la Ley qué es lo que ha de considerarse acto de comercio, caso a caso.
Por lo tanto, no es posible agregar a la lista otros casos más que los previstos legalmente, bajo el pretexto de considerarlos
afines a alguna concepción teórica de acto de comercio. La determinación de los actos de comercio es de orden público,
por lo que no queda librada a la voluntad de los particulares. Estos no pueden atribuir naturaleza civil a un acto calificado
como comercial, ni calificar como comercial a un acto no incluido en la nómina.
Sin embargo, también, es cierto que la enumeración no puede considerarse exhaustiva, porque los actos de comercio no
se agotan en el art. 7. Otros actos como la fianza (arts. 603 y ss. CCom), la prenda y la hipoteca comercial, se encuentran
regulados en otros artículos del mismo CCom.
Asimismo, es posible advertir un criterio lógico en cada numeral del art. 7. En efecto, cada inciso del artículo encierra una
categoría. Dentro de esta categoría puede utilizarse la analogía para incluir casos no previstos expresamente. Siguiendo
este criterio, por ejemplo, puede ampliarse el n° 4 del art. 7 y entender que las empresas de transporte por aire son,
también, comerciales.
En algunos países, la distinción entre actos de comercio y actos civiles es fundamental a los efectos de dilucidar la
competencia de los tribunales, puesto que las cuestiones comerciales se deben tramitar ante tribunales especiales o
jueces de comercio. En nuestro país, a partir del Código de Organización de los Tribunales (1934) se suprimió la judicatura
comercial. Los mismos jueces entienden en contiendas civiles y comerciales.
No obstante, la determinación de cuáles son actos de comercio reviste interés por las siguientes razones.
El Código clasifica a las personas que actúan en el comercio en dos grandes categorías: el comerciante y los agentes
auxiliares del comercio. Al comerciante dedica el primer título y a los agentes el tercero.
Este especial destaque de los agentes auxiliares, se debe a la importancia que revisten los auxiliares para el comercio.
La complejidad del comercio siempre ha obligado a los comerciantes a recurrir a personal especializado y especialmente
capacitado, que lo auxilie en la tarea de dirigir un establecimiento comercial y lo complemente en el ejercicio del comercio.
El comerciante puede realizar la actividad comercial por sí mismo, sólo en tanto el volumen de sus negocios sea reducido,
pero aun en ese caso, frecuentemente ha de necesitar de otras personas que le presten su colaboración. La asistencia
que recibe de los auxiliares es de diversa naturaleza como, también, son diversos los vínculos contractuales que unen al
comerciante con sus colaboradores.
Como consecuencia de la complejidad creciente del comercio, se han diversificado las actividades accesorias, a las cuales
se dedican profesionalmente determinadas personas. También, la intensidad del tráfico comercial y la necesidad de buscar
nuevos mercados para la negociación de productos, impone el uso de figuras auxiliares.
I. Concepto
El Código de Comercio no define al agente auxiliar de comercio. En lugar de ello, el legislador enumeró los sujetos que
consideró debían ser calificados como agentes auxiliares, en su art. 88:
“Son considerados agentes auxiliares del comercio, y como tales, sujetos a las leyes comerciales, con respecto a las
operaciones que ejercen en esa calidad:
1º. Los corredores.
2º. Los rematadores o martilleros.
3º. Los barraqueros y administradores de casas de depósito.
4º. Los factores o encargados, y los dependientes de comercio.
5º. Los acarreadores, porteadores o empresarios de transporte”.
De la enumeración que acabamos de transcribir y del contexto legal, se puede inferir que el Código considera auxiliares
a aquellas personas que realizan como profesión habitual, actividades que no suponen su participación en la
intermediación por cuenta propia entre la oferta y demanda de mercaderías, pero que, a pesar de ello, cumplen con una
función instrumental accesoria a la intermediación.
Algunos de los sujetos enumerados por la Ley como auxiliares, son simples mediadores entre la oferta y la demanda
(corredores y rematadores). Otros prestan un servicio complementario esencial para la intermediación comercial
(depositarios y transportistas). Otros participan en la intermediación pero por cuenta del principal (factores y dependientes).
Con todo, es importante señalar la importancia que tiene esta calificación legal. En efecto, el Código señala que los
sujetos calificados como agentes auxiliares del comercio están sujetos a un estatuto especial, regulado por las leyes
comerciales. La aplicación de este Derecho especial tiene un límite: sólo es aplicable a los auxiliares del comercio en lo
que respecta a las operaciones que ejercen en esa calidad. Esto es, sólo se aplica el Derecho Comercial al rematador,
en lo que respecta al acto de remate. Recordemos que el remate es un acto de comercio.
II. Clasificación
El Código no contiene una clasificación de auxiliares propiamente dicha. Sólo se enumera las personas que, a criterio del
legislador, son considerados agentes auxiliares del comercio.
La doctrina sí se ha encargado de clasificar a los agentes auxiliares del comercio. Hay tantas clasificaciones como autores
se han encargado del tema. Así, hay autores que clasifican a los auxiliares en comerciantes y no comerciantes atendiendo
a la definición de comerciante.
Otros, en cambio, prefieren clasificarlos atendiendo principalmente a su poder de representación. De esta forma clasifican
a los auxiliares en auxiliares con poder de representación y auxiliares sin poder de representación.
Finalmente, todos los autores recurren a un criterio distintivo importante: la subordinación. La subordinación es el elemento
fundamental que determina la existencia de un contrato de trabajo. Básicamente, es la posibilidad de que el empleador
imprima cuando lo crea necesario o conveniente, una cierta dirección a la actividad del trabajador. Atendiendo a la
subordinación, los agentes auxiliares del comercio pueden ser clasificados en: auxiliares dependientes y auxiliares
autónomos.
A. Auxiliares dependientes
El comerciante puede realizar su actividad personalmente y por sí sólo, o puede organizar el trabajo de otras personas
para la explotación del giro comercial elegido. Se llama “personal” a todas las personas vinculadas al principal, mediante
una relación de empleo y, por consiguiente, ligadas a él por una relación de subordinación. La subordinación es lo que
caracteriza a los auxiliares dependientes, a pesar de que no todo subordinado puede ser calificado como auxiliar
dependiente.
Fontanarrosa señala la existencia de una graduación entre el personal dependiente de un comerciante. Algunos pueden
ser considerados auxiliares y otros no. Así, Fontanarrosa destaca que el factor es un subordinado con mandato que le
confiere poder de representación general y permanente. El dependiente es un subordinado provisto de poder de
representación limitado a determinadas operaciones. El empleado es un auxiliar técnico del comerciante, locador de
servicios. El obrero realiza tareas materiales y es, también, un arrendador de servicios. A su vez, entre los dependientes
existen diversas subcategorías: dependiente de comercio, factores, viajantes y vendedores de plaza. En Derecho Marítimo
tenemos las figuras de la gente de mar y del capitán, sujetas a estatutos jurídicos especiales. El capitán, tiene ciertas
facultades de representación del armador. En Derecho Aeronáutico se prevé la figura del personal aeronáutico y el
comandante.
Los auxiliares dependientes, son personas vinculados con el comerciante por un contrato laboral, con funciones más o
menos extensas de representación del principal. Son auxiliares dependientes el factor o gerente, y los dependientes
propiamente dichos, así como los viajantes y vendedores de plaza.
La dependencia laboral supone, principalmente, la subordinación de los dependientes frente al comerciante. La
subordinación se constata fundamentalmente por la presencia de diferentes circunstancias preestablecidas en el contrato
de trabajo como, por ejemplo, el cumplimento de un horario, el desarrollo de una actividad determinada en un lugar
específico de trabajo, sometimiento directo al jerarca y acatamiento de las órdenes de éste.
Son auxiliares dependientes el factor o gerente, y los dependientes propiamente dichos, así como los viajantes y
vendedores de plaza.
B. Auxiliares autónomos
Los auxiliares de comercio autónomos, son aquellos sujetos que no se relacionan con el comerciante mediante un contrato
de trabajo. No se encuentran en condiciones de subordinación ni dependencia de clase alguna. Estos sujetos desarrollan
su actividad con absoluta independencia. Su actuación es externa al establecimiento comercial, por lo cual no cumplen
un horario y no tienen establecido un lugar específico de trabajo. Al no estar vinculados al comerciante por un contrato de
trabajo, le son ajenas las prerrogativas laborales como la indemnización por despido, el salario vacacional y el aguinaldo.
Son auxiliares independientes los siguientes sujetos: los corredores, los rematadores, los barraqueros, los
administradores de casas de depósito y los empresarios de transporte.. En cuanto a los auxiliares vinculados con el
comercio exterior pueden considerarse incluidos los agentes marítimos, los despachantes de aduana y los proveedores
marítimos. En Derecho Aeronáutico, encontramos categorías similares: agentes aeronáuticos y proveedores.
Capacidad
En la definición legal se exige como condición para adquirir la calidad de comerciante, que el individuo tenga capacidad
legal para contratar. La exigencia es lógica. El comercio engendra relaciones jurídicas; el comerciante celebra contratos
y contrae obligaciones. De ahí, la necesidad de que esté dotado de capacidad.
El cap. II del 1er título del Código de Comercio (CCom) está dedicado al tema de la capacidad legal para ejercer el
comercio. En el mismo capítulo, se refiere a aquellos a quienes, expresamente, se prohíbe comerciar (arts. 27-29), esto
es, a quienes tienen capacidad para contratar pero no pueden ejercer profesionalmente el comercio.
Para realizar actos aislados de comercio, se requiere la capacidad civil para contratar, por aplicación del art. 191 y no
caben las restricciones establecidas para la figura del comerciante.
2. Incapacidad relativa
El CC establece que son incapaces relativos los menores adultos que se hallen bajo patria potestad o que no han obtenido
habilitación de edad y los comerciantes fallidos (art. 1280 CC).
Los actos y contratos realizados por estas personas relativamente incapaces son relativamente nulos (art. 1560, inc. 3,
CC).
La nulidad requiere declaración judicial a instancia de parte. Es subsanable por el transcurso del tiempo o la ratificación
de las partes (art. 1562). El plazo para pedir la anulación durará cuatro años, contándose desde el día en que haya
terminado la incapacidad (art. 1568).
En el CCom, el art. 9, partiendo de la base de que la capacidad para administrar se adquiría recién a los 21 años, se
establecía un régimen en que se admitía, como excepción, que una persona con 18 años pudiera ejercer el comercio,
cumpliendo determinadas condiciones. De ningún modo y en ningún caso, se admitía que una persona menor de 18 años
pudiera ejercer el comercio, ni aun cuando hubiere quedado emancipado por matrimonio. La exigencia para ser
comerciante era tener, como mínimo, 18 años.
En resumen, debe entenderse que, en el sistema de nuestro CCom, el menor de 18 años, en ningún caso, puede ser
comerciante. La habilitación civil, producida por el matrimonio, tiene efecto solamente en el ámbito civil. En el régimen del
CCom es capaz para ejercer el comercio, quien tiene la libre administración de sus bienes de acuerdo del Derecho común
y en éste, el menor púber que contrae matrimonio tiene capacidad para ejercer actos en la esfera civil pero con
restricciones; con lo cual no estaría habilitado para ejercer el comercio según dispone el art. 8.
c. Comerciante concursado
En la Ley de Declaración Judicial del Concurso y Reorganización Empresarial Ley n° 18.387 de 2008 (LC), se sustituye
la figura del «comerciante fallido» por la del «deudor concursado». No se trata de un mero cambio nominal.
En el régimen del CCom, la declaración de quiebra implicaba la clausura de sus actividades. Nos permitimos recordar el
fundamento de este conjunto de normas: impedir que el fallido dispusiera de sus bienes en perjuicio de los acreedores y
asegurar el valor de los bienes concursados sustrayéndolos de su administración.
El art. 263 de la LC declara que la norma contenida en el inc. 1 del art. 1280 del CC, no se aplica al deudor concursado.
Por lo tanto, los deudores concursados no son incapaces relativos. Cuando se declara el concurso no se dispone el
desapoderamiento y la ocupación de los bienes del concursado ni su incapacidad.
El art. 44 de la LC establece que la declaración del concurso, no implica el cese o clausura de la actividad del deudor,
salvo que el Juez disponga lo contrario.
* Concurso necesario
Cuando el concurso es necesario se suspende la legitimación del concursado para disponer y obligar a la masa del
concurso y el síndico designado estará a cargo de la administración y disposición de sus bienes. Se puede continuar la
actividad civil o comercial del concursado pero estará a cargo del síndico.
Advertimos que este régimen ha de tener dificultades de aplicación. El síndico será quien continúe el giro del deudor
concursado. Será difícil para el síndico – abogado o contador – manejar una empresa comercial o industrial o agropecuaria,
puesto que no está preparado para ello.
* Concurso voluntario
Cuando el concurso es voluntario se suspende la legitimación del deudor pero solo para el caso de que el activo no sea
suficiente para satisfacer el activo. Si no se configura esta situación, no se suspende la legitimación pero se establecen
limitaciones a la legitimación del concursado.
De manera que se manejan dos figuras: la suspensión de la legitimación y la limitación de la legitimación.
El art. 47 establece el alcance de la limitación de la legitimación en el concurso voluntario. Para algunos actos el
concursado necesitará la autorización previa del interventor y, para otros, quedará sometido a su contralor.
Se requiere autorización para los siguientes actos: contraer, modificar o extinguir obligaciones; conferir, modificar o revocar
poderes; y cualquier acto jurídico relativo a bienes de la masa activa. Destacamos que se limita la legitimación pero sólo
respecto a los bienes de la masa activa, esto es, al conjunto de bienes que serán objeto de la ejecución concursal. El
concursado no tiene límites para disponer de los bienes no comprendidos en la masa activa, como, por ejemplo, los bienes
inembargables.
Se impone el contralor para realizar las operaciones ordinarias de su giro. El concursado ha de continuar con la actividad
profesional que realizaba y puede realizar las operaciones ordinarias pero sometido al contralor del interventor.
En el art. 47 se establece una relación de actos que no se consideran operaciones ordinarias del giro: los actos relativos
a bienes de uso registrables; la venta o el arrendamiento del establecimiento comercial; y la emisión de obligaciones
negociables.
El inc. 3 del art. 47 establece la sanción para los actos realizados sin la autorización previa del interventor, cuando ella es
requerida. Se dispone que serán ineficaces pero sólo frente a la masa.
La Ley no establece la sanción para los actos realizados por el concursado cuando ha sido suspendida su legitimación.
Entendemos que se aplicará el régimen general de nuestro Derecho. Lo hecho contra normas prohibitivas es nulo.
La nulidad afecta los actos realizados, independientemente de la buena o mala fe de quien contrató con el concursado.
El art. 1565 del CC establece:
«La nulidad pronunciada por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada da a las partes derecho para ser repuestas
al mismo estado en que se hallarían, si no hubiese existido el acto o contrato nulo, con tal que la nulidad no sea por lo
ilícito del objeto o de la causa del contrato, en cuyo caso no puede repetirse lo que se ha dado o pagado a sabiendas.
La nulidad judicialmente declarada da también acción reivindicatoria contra terceros poseedores, sin perjuicio de las
excepciones legales.»
Advertimos que hay una norma especial en el CCom, que merece algunos comentarios. La norma distingue incapacidad
notoria y no notoria y los efectos son distintos a los que el CC le atribuye a la incapacidad absoluta y relativa. Se trata del
art. 30 que dispone:
"Son nulos para todos los contrayentes los contratos mercantiles celebrados por personas notoriamente incapaces para
comerciar.
Si la incapacidad no fuese notoria, el contrayente que la oculta queda obligado, pero no adquiere derecho para compeler
al otro al cumplimiento de las obligaciones que éste contrajere.
Sin embargo, la nulidad de la obligación comercial del menor no comerciante es meramente personal; y no se extiende,
por consiguiente, a los demás coobligados.”
B. Nuestra posición
Nosotros entendemos que el art. 30 contiene una norma complementaria al régimen general de nulidades del CC que -
justamente como preveía el art. 191 que pudiera suceder - modifica las prescripciones del Derecho civil sobre la capacidad
de los contrayentes.
El art. 30 establece como elemento fundamental para regular en materia de los efectos de la incapacidad sobre las
relaciones comerciales, la notoriedad o no de la incapacidad. La apariencia, entonces, determina una alteración del
régimen de nulidades.
Si la incapacidad es notoria, los contratos mercantiles son nulos para todos los contrayentes. El régimen de esta nulidad
variará, aplicando las disposiciones civiles, según se califique esta nulidad como absoluta o relativa. Esto es, la
incapacidad notoria de un menor impúber, tiene como consecuencia la nulidad absoluta.
Si la incapacidad no fuere notoria, el contrato celebrado produce ciertos efectos, por lo que no puede considerarse nulo.
El que oculta la incapacidad queda obligado pero no adquiere derecho para compeler al otro al cumplimiento de las
obligaciones que hubiere contraído.
Viendo el mismo tema desde otro punto de vista, si la nulidad absoluta es, además, notoria, de acuerdo con el art. 30 del
CCom, ninguno de los contrayentes queda obligado ni se genera derecho alguno a favor de cualquiera de ellos. La nulidad
se extiende a los coobligados.
Es un poco difícil pensar en una hipótesis de incapacidad absoluta que no sea notoria. Tal vez sea el caso del demente
con intervalos lúcidos. Si el demente ocultó su incapacidad, queda obligado por el acto celebrado pero no podría exigir al
co-contratante el cumplimiento de la obligación que hubiere contraído. El art. 30 operaría como una excepción a los arts.
1279 y 1570 del CC.
Si además de relativa, la nulidad es notoria, ninguno de los contrayentes queda obligado. Si la nulidad relativa no es
notoria, quien la ocultó queda igualmente obligado, a pesar de la nulidad que afecta al acto (art. 30 CCom).
Adviértase que en el art. 1563 del CC existe una disposición similar a la que aquí analizamos:
"Si de parte del incapaz ha habido dolo para inducir al acto o contrato ni él ni sus herederos o cesionarios podrán alegar
la nulidad.
Con todo, la aserción de mayor edad o de no existir la causa de incapacidad, no inhabilitará al incapaz para obtener el
pronunciamiento de nulidad."
En el régimen del art. 1563 del CC, el incapaz no puede alegar su incapacidad si hubo dolo de su parte para inducir al
otro contratante. El art. 30, inc. 2, del CCom contiene un matiz diferencial: el incapaz queda obligado si ocultó su
incapacidad cuando ella no es notoria. Esto es: si la incapacidad hubiere sido notoria, aunque el contrayente la hubiere
ocultado, igualmente puede invocar la nulidad del contrato mercantil.
El art. 1563 del CC no hace alusión alguna a la notoriedad de la incapacidad. El único elemento que considera es el dolo.
Garrigues clasifica las prohibiciones en objetivas y subjetivas. Las prohibiciones objetivas se vinculan a determinadas
actividades. A las subjetivas Garrigues las subclasifica en prohibiciones de Derecho público y de Derecho privado, según
la índole del interés tutelado. Dentro de las subjetivas de Derecho público distingue absolutas o relativas. Las primeras
afectan la actividad comercial en todo el territorio nacional; las relativas sólo en el espacio en que se desempeñan
funciones.
Las prohibiciones subjetivas de Derecho privado también las divide en absolutas y relativas. Es absoluta la que afecta al
corredor. Es relativa la que incide sobre el socio de una sociedad personal o el factor, pues tiene que ver con el giro de la
sociedad o del principal.
Siburu clasifica las prohibiciones siguiendo distintos criterios. Existen normas que someten el ejercicio de determinadas
actividades mercantiles a concesión o autorización administrativa, por ejemplo: bancos, farmacias, carnicerías. Otras
normas tienen en cuenta a las personas y a sus determinadas funciones. Las prohibiciones que atienden a las personas
se subdividen en absolutas y relativas. Las prohibiciones absolutas excluyen la posibilidad racional y jurídica del ejercicio
del comercio. Son, por ejemplo, las que afectan al Estado y a las corporaciones religiosas. Las relativas, por su parte,
resultan de conveniencias sociales o del interés del comercio: por ejemplo las que afectan a magistrados, jueces y clérigos.
El CCom agrupa las prohibiciones, fundamentalmente, en los arts. 27 y 29; luego, hay otras en normas dispersas.
Llamamos la atención sobre la distinta redacción de los arts. 27 y 29. En el art. 27 se enuncian prohibiciones por
incompatibilidad de estado. Las del art. 29 se califican como prohibiciones por incapacidad legal. Vamos a analizar cada
disposición separadamente y trataremos luego de ver las diferencias entre uno y otro grupo.
2. Dementes
Nosotros entendemos que el art. 29 del CCom se refiere a los dementes.
Sin embargo, en opinión de Mezzera Álvarez, este texto no puede referirse a los dementes, porque ya están comprendidos
en el art. 1279 del CC, aplicable en virtud de lo dispuesto por el art. 191 del CCom. Al respecto, no debemos olvidar que
el CC se sanciona después del CCom. Por ello, el CCom se anticipa y establece su propia relación de incapaces.
B. Los concursados
El art. 29 incluye en la prohibición a los quebrados que no hayan obtenido rehabilitación. La norma quedó derogada por
la Ley concursal.
El CC y el CCom calificaban al quebrado como incapaz pero, a pesar de esa calificación, la doctrina entendía que no lo
era. La situación del fallido era muy especial. Cuando se iniciaban los procedimientos de quiebra, el juez ordenaba, entre
otras cosas, el desapoderamiento de los bienes del fallido (art. 1583, inc. 2) y, como consecuencia de ello, el fallido
quedaba separado de sus bienes y por lo tanto, impedido de administrarlos (art. 1597).
En la LC, el concursado tiene restricciones o limitaciones pero no es incapaz.
La LC no prevé un régimen especial para la rehabilitación. Cuando se configuran causales para la conclusión del proceso
concursal, se produce, ipso iure, su rehabilitación, recuperando su plena capacidad.
Existe una sanción especial para el caso de que el concursado fuera declarado culpable. El art. 201 dispone que la
sentencia que declare culpable al concurso, dispondrá inhabilitación del deudor o de los administradores o liquidadores,
aun de hecho, y miembros del órgano de control interno de la persona jurídica deudora para administrar los bienes propios
o ajenos por un período de cinco a veinte años, así como para representar a cualquier persona durante el mismo período.
Las inhabilitaciones se inscribirán en el Registro Nacional de Actos Personales.
Por todo lo expresado, se puede concluir en el sentido de que el concursado no es un incapaz sino que está sujeto a
limitaciones y prohibiciones especiales. Por otra parte, según ya vimos, el fundamento de la incapacidad es la protección
del incapaz y no es el caso del concursado, las restricciones y prohibiciones se establecen en tutela de los acreedores y
de la sociedad en general.
A. Corredores
El art. 106 del CCom establece:
"Es prohibido a los corredores: 1º Toda especie de negociación y tráfico, directo ni indirecto, en nombre propio ni bajo el
ajeno...”
Fundamento de la prohibición: el corredor podría utilizar en provecho propio, conocimientos de los negocios de sus clientes.
Las funciones del corredor se basan en la confianza que merece; si se le permitiera comerciar, existiría peligro de
deslealtad. El corredor ejerce una profesión comercial, limitada al corretaje.
B. Factores
El art. 142 del CCom establece:
"Ningún factor podrá negociar por cuenta propia, ni tomar interés bajo nombre propio ni ajeno en negociaciones del mismo
género de las que le están encomendadas, a no ser que sea con expresa autorización de su principal. Si lo hicieren, las
utilidades serán de cuenta del principal, sin que esté obligado a las pérdidas.”
Fundamento de la prohibición: el factor sería un competidor peligroso; pues podría explotar los secretos del comercio de
su principal, en provecho propio. Existiría peligro de deslealtad. Obsérvese la severidad de la sanción.
El Código de Comercio (CCom), en su primer artículo, establece a quién ha de considerar como comerciante:
"La ley reputa comerciante a todos los individuos que, teniendo capacidad legal para contratar, se han inscripto en la
matrícula de comerciantes y ejercen de cuenta propia actos de comercio, haciendo de ello su profesión habitual."
Por lo tanto, para determinar si un sujeto es o no comerciante, debe verificarse, en primer término, si realiza actos de
comercio.
El ejercicio de actos de comercio es la condición fundamental para determinar la calidad de comerciante de un individuo,
pero no es suficiente. El ejercicio accidental de algún acto de comercio no convierte en comerciante a quien lo practica
(art. 6 CCom). Los actos de comercio se deben ejercer "de cuenta propia" y se debe hacer de su ejercicio la "profesión
habitual" de quien los practica.
Nuestro legislador ha utilizado indistintamente los términos casa de comercio o establecimiento comercial, que se han
entendido comprensivos de los establecimientos industriales.
En ninguna de las disposiciones legales dictadas en nuestro país existe una definición del establecimiento comercial ni
se establece la nómina de bienes que lo componen. Los codificadores y los legisladores partieron del supuesto, de que
era un término que tenía su significado en el mundo de los negocios y no sintieron la necesidad de definirlo.
Si bien nuestro Derecho no define a la casa de comercio, reconoce su existencia como un bien diferente de los diversos
bienes que lo componen. En efecto, en distintas leyes se le reconoce esa individualidad, puesto que existen normas
relativas a la transmisión de la casa de comercio, para imponer requisitos a los contratos relacionados con la enajenación
de establecimientos, para establecer un especial régimen de publicidad o para aplicarle impuestos.
Respecto de la naturaleza jurídica de este bien se han sustentado diversas posiciones. En ésta página sólo hemos de
analizar dos de ellas, por ser las que predominan en la doctrina actual: la posición que lo considera como una universalidad
y la posición que lo considera como un bien complejo.
De modo introductorio, el establecimiento comercial puede ser definido como un bien complejo o una universalidad -
según la posición doctrinaria que se adopte respecto de su naturaleza jurídica - compuesto por un conjunto de bienes
materiales e inmateriales, destinado al desarrollo de una actividad comercial o industrial.
En general, la doctrina reconoce que el establecimiento comercial tendría los caracteres siguientes: unidad funcional,
heterogeneidad y mutabilidad.
I. Unidad funcional
Los bienes que componen el establecimiento, al ser organizados, adquieren una coherencia tal que pasan a ser parte
integrante de un nuevo bien, propiedad de su creador. Los distintos bienes que componen el establecimiento están
organizados para cumplir una función productiva o comercial en el ciclo económico y esto es reconocido por el Derecho.
No se trata de una coherencia física, como la tienen otras obras del hombre (por ejemplo: una casa, un buque o una
aeronave) sino de una coherencia funcional. En efecto, la casa de comercio sirve como instrumento para la realización
de actividades comerciales o industriales ya que el comerciante no puede ejercerlas sin organizar un mínimo de bienes.
Entre el establecimiento y la actividad del comerciante existe una relación de medio a fin..
Ese único bien constituido por el establecimiento comercial sería un bien complejo, en virtud de su heterogeneidad y de
la mutabilidad de algunos de sus componentes.
II. Heterogeneidad
La heterogeneidad del establecimiento puede ser considerada tanto desde el punto de vista de la naturaleza intrínseca
de cada uno de los bienes que integran el establecimiento, como del punto de vista del vínculo jurídico que el comerciante
ostenta sobre los bienes que integran el establecimiento.
En cuanto al primer punto de vista, se constata que en la formación del establecimiento comercial entran bienes de la más
variada índole, corporales o incorporales, consumibles y fijos. El tipo y clase de bienes depende de la actividad que con
el establecimiento se pretenda realizar. No hay un patrón único que sirva para todos y cualquier tipo de casa de comercio.
En cuanto al segundo punto de vista, cada bien integrante de la casa de comercio está sujeto a un estatuto jurídico
específico. El propietario de la casa de comercio puede estar ligado con los bienes que la integran por distintos vínculos
jurídicos: reales o personales. Lo esencial es que el comerciante tenga la posesión o tenencia o el uso de los bienes, sea
cual fuere el título que se los confiera. Como es obvio, determinados títulos permiten obtener el mejor goce de los bienes.
En efecto, el derecho real de propiedad le permite al máximo aprovechamiento del bien, pero el dueño de la casa de
comercio puede poseer algunos bienes a otro título como un usufructo o un arriendo o un préstamo.
Los atributos que acabamos de exponer determinan que la casa de comercio se caracterice por una complejidad, que
provoca la complejidad consecuente de los negocios jurídicos que la toman como objeto, especialmente de su enajenación.
Así es que, concomitante o posteriormente a la celebración del contrato de enajenación, deben concertarse otros negocios
jurídicos que tiene por objeto asegurar al adquirente la propiedad o el uso y goce de ciertos bienes, con sujeción a sus
estatutos legales particulares.
Por otra parte, los bienes que son propiedad de un comerciante no pueden sin más, por este solo hecho, ser considerados
como elementos del establecimiento. Tampoco los bienes de propiedad de terceros, deben ser descartados como
elementos del establecimiento por ese solo hecho. Forman parte del establecimiento siempre que, integrados de un modo
efectivo al establecimiento – sea por la vía de un arrendamiento o un leasing - pueda el comerciante disponer de ellos
legítimamente..
III. Mutabilidad
Aun cuando la casa de comercio se conforma con diversos bienes, cada uno de ellos puede ser retirado o sustituido sin
afectar su existencia. Se crea con ciertos bienes determinados que, a lo largo de su explotación, son cambiados o
reemplazados por distintos motivos, pero en tanto no se produzca su dispersión total, mantiene su existencia y su identidad.
A este atributo se le denomina "mutabilidad".
En nuestro Código de Comercio y en nuestro Código Civil, encontramos referencias al establecimiento comercial, aunque
sin darle una regulación completa.
En nuestro Derecho, recién en el Decreto Ley n° 14.433 de 1975 encontramos un primer respaldo a las posiciones que
sostienen que el establecimiento comercial es un bien en sí mismo. Este Decreto Ley, al referirse al establecimiento
comercial, en su art. 1, utiliza el término "bien", con lo cual, aun cuando incidentalmente, parece concebirlo unitariamente.
A su vez, la Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060 de 1989, en su art. 68, admite el aporte de un establecimiento
comercial. La Ley n° 17.228 admite la prenda sin desplazamiento de la casa de comercio o de elementos aislados que la
componen. En leyes que regulan otras materias, como en las de arrendamiento urbano, en las laborales y en las tributarias,
también, hay normas que se refieren al establecimiento comercial.
La Ley Registral n° 16.871 de 1997 establece que deben inscribirse en el Registro Nacional de Comercio los embargos
específicos de establecimientos comerciales; las promesas de enajenación de establecimientos comerciales; las
trasmisiones por cualquier título y modo y adjudicaciones por partición de establecimientos comerciales y todos los actos
que alteren o modifiquen las inscripciones efectuadas.
A pesar de existir una cierta coincidencia en la doctrina, respecto de considerar al establecimiento comercial como un bien
en sí mismo, existen discrepancias al afinar conceptos respecto de qué clase de bien sería. A los efectos de sistematizar
nuestra exposición, nos referiremos a dos posiciones: aquéllas que conciben al establecimiento como una universalidad
y aquéllas que lo conciben como un bien complejo.
El común denominador de estas teorías es la idea de que el establecimiento es un todo compuesto por bienes vinculados
entre sí. Algunas teorías basan esa vinculación en un acto voluntario del titular de dichos bienes y otras en un factor
exterior, constituido por el destino económico del conjunto o por su cohesión funcional.
Dejamos expresamente de lado algunas posiciones doctrinarias que no son sustentables a la luz de nuestro Derecho
positivo actual y que no ocupan hoy el centro del debate doctrinario.
No existe, en el Derecho positivo uruguayo, ninguna norma que establezca cuáles son los bienes que integran el
establecimiento comercial. En consecuencia, la determinación de los bienes que componen una casa de comercio se ha
dejado librada a las construcciones doctrinarias y jurisprudenciales, en las cuales se anotan diferencias y discrepancias.
En general, se considera que, para calificar un bien como integrante de un establecimiento comercial, es esencial el
destino funcional que el comerciante haya dado a ese bien. Por el contrario, es irrelevante el título jurídico – real u
obligacional – que legitime al comerciante respecto del bien de que se trate. Por otra parte, la composición y la dimensión
del establecimiento depende de la actividad del comerciante.
El silencio de la Ley, en esta materia, es inconveniente, especialmente cuando la casa de comercio es objeto de negocios
jurídicos, porque da base para controversias sobre los elementos efectivamente comprendidos. En la práctica, para
solucionar eventuales conflictos, cuando se celebran contratos de enajenación se suele inventariar los bienes que las
partes consideran incluidos. No obstante, sentimos la necesidad de un texto legal que claramente determine la integración
de la casa de comercio, por encima de las previsiones o imprevisiones de los particulares.
Haremos a continuación una breve exposición sobre los bienes que integran la casa de comercio, limitándonos a aquellos
aspectos que de algún modo inciden sobre su enajenación. Seguiremos la clasificación doctrinaria que distingue entre
bienes corporales e incorporales y dejaremos para el final el análisis de los elementos, cuya calidad de tal, entendemos
controvertible.
La determinación de los bienes que integran la casa de comercio interesa, fundamentalmente, cuando ésta se enajena y
para precisar, los bienes que quedan comprendidos en su enajenación. Por ello, al referirnos a cada bien, haremos alusión
a si queda o no comprendido en la compraventa.
No existe un estatuto legal que regule todo lo relativo a la enajenación del establecimiento comercial. Su régimen surge
de la coordinación de normas legales dispersas, entre las que se destacan dos: la Ley sobre Enajenación de
Establecimientos Comerciales n° 2904 de 1904 (LEE) y el Decreto Ley sobre Promesa de Enajenación de
Establecimientos Comerciales n° 14.433 de 1975 (LPE).
La LEE fue dictada para la tutela de los acreedores del enajenante. La LEE impone un llamado a los acreedores a los
efectos de que éstos concurran a percibir el importe de sus créditos. Esta publicidad no es un requisito para la validez ni
para la eficacia de la enajenación pero su incumplimiento apareja una responsabilidad solidaria del adquirente por todas
las deudas del enajenante, incluso por las deudas que éste contraiga en el futuro. Si la publicidad se realiza, el adquirente
es solidariamente responsable con el enajenante por los créditos que se presenten durante el término de 30 días y por
los que resulten de los libros de comercio. La publicidad supone una doble ventaja para el adquirente: limita su
responsabilidad y le permite conocer la extensión de la responsabilidad contraída. Por ello constituye un requisito
ineludible para el adquirente cuidadoso de sus intereses.
Con el LPE, nuestro Derecho recogió una práctica comercial, que era tácitamente admitida por leyes tributarias y leyes
de arrendamiento de bienes urbanos. En efecto, en la práctica, se impuso la celebración de una promesa de compraventa
previo a la transferencia del establecimiento. Los particulares fueron amoldando las fórmulas convencionales – siguiendo
el principio de la autonomía de la voluntad - a las necesidades que se les presentaban.
Ante la generalización de esa práctica y ante la existencia de muchas promesas que nunca culminaban en contratos
definitivos y de sucesivas cesiones de promesas, que determinaban cambios en los titulares de los establecimientos, el
legislador extendió la aplicación de impuestos que gravaban a la enajenación, determinando su incidencia en la promesa
y obligando a su inscripción en el Registro Nacional de Comercio.
Por otra parte, el Decreto Ley de Arrendamientos n° 14.219 de 1974, admitiendo la posibilidad de que la enajenación fuera
precedida por una promesa, consagró la licitud de la ocupación del local por el promitente adquirente, siempre que se
realice en determinadas condiciones.
I. Promesa de enajenación
La promesa no es esencial. Teóricamente podría faltar pero se torna imprescindible por los múltiples requisitos que la Ley
exige para que se pueda efectuar una enajenación definitiva. La promesa se hace necesaria, básicamente, por las razones
siguientes:
* imposición legal respecto de la obtención de determinados certificados fiscales en el momento de celebrar la enajenación,
* por la necesidad de cumplir trámites previos para la cesión del arriendo del local,
* y por la carga de efectuar publicaciones con un llamado a acreedores (LEE).
El cumplimiento de tales requisitos insume cierto tiempo y, en tanto éste corre, las partes necesitan asegurar el
mantenimiento de las bases negociadas en sus tratativas preliminares. En los hechos, aun cuando las partes puedan
teóricamente ponerse de acuerdo directamente sobre las bases de la enajenación, no es posible proceder a su
escrituración inmediata. No hay otra forma de hacerlo sino mediante la celebración de una promesa en la cual se obligan
a la concertación del negocio definitivo en los términos pactados, en cuanto se hayan cumplido con todas las exigencias
legales.
La promesa de enajenación del establecimiento comercial, tal como está regulada en el LPE, es una especie de promesa
de contratar o contrato preliminar. La promesa de contratar no tiene en nuestro país una regulación general. Sólo se ha
disciplinado la promesa de enajenación de inmuebles a plazos por la Ley 8733 de 1931 y, más recientemente, la promesa
de enajenación de establecimientos comerciales por el LPE, inspirada en aquélla.
La promesa de enajenación puede hacerse en documento público o privado.
B. Aspectos tributarios
Por distintas leyes se ha exigido que el promitente vendedor recabe certificados de la Dirección General Impositiva y del
Banco de Previsión Social, en que conste que el vendedor nada adeuda o que tiene plazo para el pago. El dueño de una
casa de comercio no puede solicitar certificados para tenerlos prontos por si aparece un interesado en comprar, ya que
por las disposiciones legales y reglamentarias, al pedir el certificado ya debe indicar el nombre del adquirente y debe
declarar que ha cesado en su actividad en una fecha determinada para que, a esa fecha, se liquiden los adeudos fiscales.
Como la clausura del establecimiento no es conveniente, generalmente se hace entrega del establecimiento al promitente
comprador, para que éste continúe la explotación sin interrupción. De este modo, por la sola exigencia legal de obtener
los certificados aludidos, se hace necesaria la formalización de una promesa, en que se estipulen las condiciones de la
venta futura y, además, la entrega del establecimiento al promitente comprador.
De acuerdo con lo dispuesto por el art. 667 de la Ley 16.170, el Registro Nacional de Comercio debe exigir los certificados
emitidos por las Oficinas Recaudadoras de Tributos para la inscripción de las enajenaciones definitivas de casas de
comercio y para la inscripción de las cesiones de promesas de enajenación.
No debe exigir ningún tipo de certificado cuando la escritura definitiva se hace judicialmente en virtud de la ejecución
forzada promovida por el promitente adquirente, en los casos previstos en el art. 3 del LPE. Puede inscribirse la
enajenación definitiva de una casa de comercio con la sola presentación del comprobante de depósito, equiparado al
certificado, por normas del art. 2, inc. 5, del LPE.
Si la enajenación del establecimiento se realiza en el curso de un proceso liquidatorio concursal, corresponde la aplicación
del art. 177 de la Ley de Declaración Judicial del Concurso y Reorganización Empresarial n° 18.387 de 2008, que
establece lo siguiente:
"(Pasivos del deudor vinculados a los activos, establecimiento o explotación). No será de aplicación al adquirente de los
activos del deudor, del establecimiento o de la explotación del deudor, enajenado en el proceso de liquidación de la masa
activa, la responsabilidad que la ley pone a cargo de los sucesores o adquirentes por obligaciones comerciales, laborales,
municipales, tributarias o de cualquier otra naturaleza."
2. Normas tributarias
Existe un régimen de responsabilidad establecido en el CT y por algunas leyes tributarias especiales, a cargo de los
funcionarios y profesionales. En el CT no se crea un contralor previo a las enajenaciones de bienes en general y de los
establecimientos comerciales en especial. Se limita a establecer la responsabilidad solidaria del adquirente por los tributos
adeudados por su antecesor y, luego, en algunas leyes especiales, se establece la responsabilidad, también, ya de
profesionales o de funcionarios o de unos y otros.
Aparte de los aspectos que acabamos de comentar, corresponde señalar que se requiere un certificado especial del Banco
de Previsión Social para enajenar total o parcialmente o ceder promesas de enajenación de establecimientos e incluso
para la enajenación de algunos giros o elementos de producción (art. 664 Ley 16.170).
C. Aspectos registrales
1. Inscripción de la promesa
El LPE prevé la inscripción de la promesa de enajenación de establecimientos comerciales, en el Registro Nacional de
Comercio (art. 1). A los efectos registrales, si la promesa se otorgó por escritura privada, las firmas deben certificarse
notarialmente y debe ser protocolizada.
a. Efectos de la inscripción
El LPE impone el requisito de la inscripción de la promesa en el Registro Nacional de Comercio, para la constitución de
un derecho real menor y para acordar, al promitente adquirente, acción para la ejecución forzada específica.
Conclusión
El requisito de la inscripción no es una solemnidad del contrato. La promesa no inscripta no es un contrato nulo, pero tiene
eficacia menor. Sólo genera obligaciones recíprocas entre las partes que en caso de incumplimiento dan lugar al ejercicio
de acciones rescisorias y de daños y perjuicios. Si la promesa no se inscribe, el promitente adquirente sólo tiene un
derecho personal frente al promitente enajenante, para exigirle el cumplimiento de la promesa y, en caso de negativa,
para promover una acción reclamando la reparación de los daños y perjuicios sufridos por el incumplimiento. En
consecuencia, aun cuando no se cumpla con el acto de la inscripción, el contrato de promesa provoca el nacimiento de
relaciones jurídicas entre los contratantes.
La promesa configura un título hábil para adquirir ciertos derechos reales menores, que sólo se adquieren, efectivamente,
por el modo, que en el caso estaría dado por la inscripción en el Registro. Tal posición es coherente con la tesis de quienes
sostienen que el contrato, dentro de nuestro Código Civil, sólo genera obligaciones y que no existen contratos dispositivos
ni contratos constitutivos de derecho reales.
Los derechos reales menores a favor de los promitentes adquirentes nacen con la inscripción. Esta tiene una función
similar al modo o tradición en materia de compraventa y a las inscripciones en los contratos de hipoteca y prenda. En
todos esos contratos, el derecho real queda constituido por un acto separado, posterior a la celebración del contrato
mismo.
La inscripción, además, tiene una función de publicidad. A partir de la inscripción, se reputan conocidos por terceros los
derechos reales que tiene el promitente adquirente sobre el bien prometido enajenar.
Resumiendo: la promesa de enajenación tiene un doble contenido: obligacional, cuyos efectos se producen por el mero
acuerdo de los promitentes y dispositivo, cuya eficacia depende de un acto sucesivo, la Inscripción en el Registro Nacional
de Comercio.
b. Prioridad registral
La Ley Registral prevé la inscripción de prioridad para las promesas de enajenación. El art. 55 dispone la posibilidad de
inscribir una reserva de prioridad para el otorgamiento de promesas de enajenación de establecimientos comerciales y
sus cesiones. El art. 55, en su inc. 5, establece:
“Las inscripciones que resulten del certificado expedido por el Registro Nacional de Actos Personales que afectaren el
poder de disposición de los titulares de inmuebles, automotores, promesas de inmuebles y establecimientos comerciales
y sus cesiones registrados, posteriores a la fecha de la reserva de prioridad, no obstarán al otorgamiento del acto.”
El art. 298 de la Ley 17.296 establece excepciones en cuanto a los derechos que confiere la reserva de prioridad. De
acuerdo a esa norma, aunque se efectúe una reserva de prioridad, tienen preferencia a su respecto: la partición,
transacción y demás actos declarativos retroactivos y los actos cuya eficacia no dependa de la publicidad registral.
En el inciso final del art. 298 de la Ley 17.296 se establece:
“En el Registro Nacional de Comercio, los efectos de la reserva de prioridad son sin perjuicio de lo dispuesto en la Ley nº
2904, de 26 de setiembre de 1904.”
Ello quiere significar que, aunque se inscriba una reserva de prioridad relacionada con la promesa de enajenación de una
casa de comercio, debe cumplirse con las publicaciones de la LEE, manteniéndose las especiales tutelas establecidas
por esa ley respecto a los acreedores.
2. Certificados registrales
Para la seguridad de la transacción es necesario que el interesado en adquirir obtenga certificados que aseguren la
viabilidad del negocio. Reseñamos los certificados que deben tramitarse, a tales efectos:
a. Certificado del Registro Nacional de Actos Personales, Sección Embargos, para controlar la existencia de embargos
que, luego, puedan ser oponibles al promitente adquirente;
b. Certificado de la Sección Interdicciones del Registro Nacional de Actos Personales para controlar que el promitente
enajenante no se encuentre afectado por ninguna incapacidad o restricción en sus facultades de disposición;
c. Certificado del Registro Nacional de Actos Personales, Sección Regímenes Matrimoniales, con el objeto de verificar en
el caso que el promitente enajenante sea casado la casa de comercio tiene carácter ganancial o no y para el caso
afirmativo, exigir el consentimiento del otro cónyuge;
d. Certificado del Registro de la Propiedad, Sección Inmobiliaria para el caso de que el promitente vendedor sea dueño a
la vez del inmueble, puesto que pudo afectar las instalaciones y equipos con una hipoteca industrial;
e. Certificado del Registro Nacional de Prendas sin desplazamiento, Sección Mobiliaria, para verificar la existencia de
contratos de prenda que pueden afectar la casa de comercio o los bienes que la integran;
f. Certificado del Registro Nacional de Comercio, donde se inscriben, en relación con los establecimientos comerciales,
los embargos específicos sobre éstos y las promesas y ventas, así como las adjudicaciones por partición.
II. Publicaciones
Por disposición de la LEE, toda enajenación debe ser precedida de publicaciones de edictos con una convocatoria a los
acreedores del enajenante, a los efectos de que éstos comparezcan a percibir el importe de sus créditos.
A. Requisitos de las publicaciones
Las publicaciones deben hacerse por veinte días y deben contener un emplazamiento por treinta días a contar desde el
día siguiente a la primera publicación. En la práctica, las publicaciones se efectúan después de celebrada la promesa.
Los avisos deben publicarse en dos diarios; uno de ellos debe ser el Diario Oficial y otro el de elección del interesado (Ley
5418 de 1916, art. 1).
El plazo de treinta días, de la convocatoria, debe computarse desde el día siguiente a la primera publicación. Como las
publicaciones se hacen en dos diarios distintos, se entiende que el plazo corre a partir de la primera publicación que
aparece en segundo término.
B. Importancia de las publicaciones
El adquirente, por disposición de la LEE, es solidariamente responsable por las deudas del enajenante que consten en
los libros y por aquellas que se denuncien en el término del emplazamiento. En consecuencia, del emplazamiento resultará
la determinación del pasivo que afecta al comprador. Tal determinación incide en la fijación del precio del establecimiento
y en su forma de pago e incluso puede incidir en la concertación o desistimiento del negocio de enajenación proyectado.
Las publicaciones no son un requisito para la validez ni para la eficacia de la enajenación pero su incumplimiento apareja
una responsabilidad solidaria del adquirente por todas las deudas del enajenante, incluso por las deudas que éste
contraiga en el futuro. La desmesurada extensión de esa responsabilidad hace que la publicación sea de la mayor
conveniencia para el adquirente.
En tanto no se efectúen las publicaciones, las deudas de cualquier naturaleza que siga contrayendo el enajenante, en
actividades de cualquier índole y aun en su vida privada, comprometen al adquirente con una responsabilidad solidaria.
La LEE tutela a los acreedores pues presume que la enajenación se ha mantenido oculta en su perjuicio. El adquirente
que paga los créditos del enajenante en esta segunda hipótesis, puede repetir lo pagado ya que lo hace por la
responsabilidad con que la LEE lo ha gravado, pero se trata de una deuda ajena.
La norma legal tiene por fin evitar las maniobras del dueño de una casa de comercio que la vende para frustrar las
expectativas de cobro de sus acreedores, con un régimen excepcional que no se da para el caso de enajenación de los
demás bienes de su patrimonio. Cuando se enajena cualquier otro bien, los acreedores del enajenante no pueden
reclamar nada contra el adquirente; sólo tienen el recurso de la acción pauliana si se dan los supuestos de ésta. Si se
trata de una enajenación fraudulenta, que cuenta con la complicidad del adquirente, pueden solicitar la anulación de la
enajenación para retrotraer el bien al patrimonio del deudor. En cambio, tratándose de la enajenación de la casa de
comercio, los acreedores tienen doble tutela: pueden promover una acción pauliana, si se dan sus supuestos, pero
también pueden accionar para la satisfacción de sus créditos contra el enajenante y contra el adquirente, solidariamente
responsables por imposición de la Ley especial.
1. Situación de los acreedores
Los acreedores emplazados son todos los acreedores del enajenante, ya que la LEE no distingue. La Ley tutela a todos
los acreedores, por cuanto la casa de comercio no es un patrimonio de afectación, según ya vimos en un párrafo anterior.
También, deben presentarse los acreedores a plazo, aunque la enajenación de la casa de comercio no hace caducar los
plazos de los créditos concedidos al enajenante.
El art. 1 de la LEE establece que se llama a los acreedores para que concurran a percibir el importe de sus créditos, pero
alguna doctrina ha interpretado que los acreedores deben concurrir no a cobrar sino a hacer conocer sus créditos. Se
argumenta con el contenido del art. 2 de la misma LEE que establece la responsabilidad solidaria del adquirente por las
deudas “que se hayan presentado durante el término...”. Si al presentarse fueran pagados, no habría razón para establecer
la responsabilidad del adquirente.
En nuestra opinión, no puede desconocerse el tenor literal de la norma, que es claro (CC art. 17). Los acreedores,
entonces, deben concurrir a percibir el importe de sus créditos, tal como establece la norma. Eso no significa que, en
todos los casos, efectivamente se les pague. Si no se les desinteresa, el hecho de haberse presentado les genera el
derecho de reclamar su crédito contra el adquirente.
Esta regla no se altera en aquellos casos en que el crédito todavía no estuviera vencido. El acreedor a quien le
corresponde ese tipo de crédito, igualmente deberá comparecer a percibir el importe de su crédito. Eventualmente, puesto
que no está vencido, no se le pagará, pero igualmente se genera a su favor la garantía solidaria del adquirente del
establecimiento.
a. La enajenación a título universal, concretamente las sucesiones, se rigen por los principios generales. Por la sucesión
se trasmite a los herederos el patrimonio íntegro de su causante con bienes y deudas. Los acreedores del comerciante
fallecido no ven mayormente afectada su situación. Tienen frente a sí la responsabilidad de los herederos que han recibido
los valores activos del causante. Aun cuando los herederos acepten la herencia bajo beneficio de inventario, igualmente
los acreedores tienen la garantía de los bienes del causante que quedan afectados a su pago.
En la hipótesis de que un heredero o alguno de ellos tuvieran un patrimonio desequilibrado, el acreedor del causante
puede correr riesgos porque, a consecuencia de la confusión patrimonial causada por la sucesión sobre los bienes
heredados, también pueden pretender derechos los acreedores particulares de los herederos. Para tales casos, la Ley
confiere la posibilidad de solicitar la separación de patrimonios (art. 1181 y ss. CC).
Existen, en el Derecho sucesorio, otras normas de tutela para los acreedores. Las deudas hereditarias se dividen entre
todos los herederos que responden por sus respectivas cuotas (arts. 1. y 1169 CC). No obstante, la Ley impone que en la
partición de los bienes hereditarios se debe señalar un lote suficiente para cubrir las deudas conocidas (arts. 967 y 977);
si no se hace, los herederos se convierten en responsables solidarios de su pago. Más aún, los acreedores hereditarios
pueden oponerse a que se proceda a la partición mientras no se les pague o afiance lo que se les debe (art. 1149 CC).
b. Para el caso de disolución de sociedades comerciales, la Ley establece otras tutelas. La disolución de la sociedad no
produce efectos respecto a terceros sino a partir de su inscripción en el Registro Nacional de Comercio (art. 163 Ley
16.060). El liquidador no puede distribuir los bienes sociales en tanto no se haya pagado todas las deudas contraídas por
la sociedad (art. 178 Ley 16.060).
2. Registro
El contrato debe inscribirse en el Registro Nacional de Comercio, por aplicación del art. 49, inc. 6, de la Ley 16.871. La
enajenación es oponible a terceros desde su inscripción (art. 54 Ley 16.871). La inscripción sirve, además, para ejercer
los contralores fiscales establecidos por distintas leyes. El plazo para la inscripción es de treinta días a contar de la fecha
de su otorgamiento.
Por el art. 59 de la Ley 11.924 de 1953, se prohíbe a los escribanos, contadores y demás personas o funcionarios,
intervenir en operaciones relacionadas con instrumentos que no fueron inscriptos. Tampoco serán admitidos en oficinas
del Estado ni en juicios. En consecuencia, si el contrato de enajenación no se inscribe, el adquirente es dueño del bien
pero no podrá celebrar ningún nuevo negocio jurídico a su respecto, ni podrá presentarlo en oficinas públicas para ningún
tipo de trámite. En otras palabras, el adquirente no puede invocar su calidad de dueño ni frente a terceros ni frente al
Estado podrá iniciar un juicio invocando o basado en ese contrato.
3. Tradición
La Ley no contiene previsiones especiales para la tradición de la casa de comercio. Entendemos que, por tratarse de un
bien compuesto de bienes materiales e inmateriales, puede haber una tradición ficta.
Mediando una tradición ficta, el adquirente se hace dueño del establecimiento como bien compuesto pero a los efectos
de asegurar al adquirente la disponibilidad jurídica o el uso y goce de algunos de sus elementos componentes, será
menester cumplir con los requisitos legales que sus respectivos estatutos jurídicos establecen. Damos ejemplos.
1. Normas legales
Los contratos o cesiones de contratos que se celebran para asegurar la continuidad de los trabajadores podrán conectarse
con la enajenación; pero constituirán negocios independientes. Las leyes laborales en nuestro país han previsto la
continuidad de la relación laboral, aunque no para imponerla como una consecuencia necesaria de la trasmisión del
establecimiento.
Las normas laborales que hacen referencia a la enajenación, en nuestro derecho, son escasas. Se refieren a la
indemnización por despido y a la licencia. No hay normas especiales para el salario o para otros derechos del trabajador.
a. El artículo 2 de la Ley 10.570 plantea la hipótesis en que el personal queda cesante a raíz de la enajenación del
establecimiento. En el artículo 2 de la Ley 10.570 se establece textualmente: “Los beneficios de la indemnización por
despido en los casos de enajenación, fusión, transferencia de establecimiento, sus secciones o dependencias ..., serán
atendidas por el establecimiento que contrató los servicios ya prestados por el personal cesante”.
La Ley se plantea la hipótesis en que, a raíz de la enajenación del establecimiento comercial, el o los trabajadores queden
cesantes. Corresponde, entonces, el pago de una indemnización por despido que, de acuerdo al texto de la Ley, debe ser
pagada por el “establecimiento que los contrató”. El legislador se expresa mal ya que el establecimiento no es un sujeto
de derecho que celebre contratos; sin duda se quiso referir a la persona propietaria del establecimiento que contrató sus
servicios.
El artículo 3 dispone que el adquirente es responsable subsidiario de los importes que por tal concepto el enajenante
adeudare. Establece textualmente: “Desde la sanción de la presente ley y en los casos referidos en el artículo anterior,
los sucesores, si los hubiere, responderán subsidiariamente de las indemnizaciones impagas”.
En la práctica, el cese se produce cuando se promete enajenar y se entrega el establecimiento comercial al promitente
adquirente. A contrario sensu de lo dispuesto por esta Ley, si el enajenante cede las relaciones laborales, no hay despido
y no se generan indemnizaciones a favor de los trabajadores. Si el despido se produce un tiempo después, el único
responsable de la indemnización será el adquirente. A los efectos del cálculo de la indemnización deberá tomarse en
cuenta el total de tiempo trabajado en el establecimiento, incluyendo el período en que lo hizo bajo la dependencia del
enajenante, puesto que el adquirente es un cesionario que debe respetar los términos y condiciones de la relación laboral
cedida.
Si el adquirente celebra contratos nuevos con los trabajadores, desvinculados de las relaciones anteriores, puede
entenderse que se ha producido un cese de la relación laboral anterior que genera derecho a indemnización a cargo del
enajenante, con la responsabilidad subsidiaria del adquirente.
Los contratos con el nuevo dueño de la casa de comercio, se autonomizan de las relaciones preexistentes. Los
trabajadores, con este segundo mecanismo, perderían los derechos que la antigüedad con el anterior patrón le conferían.
El legislador ha acudido a la tutela de los trabajadores estableciendo ciertos derechos a favor de los trabajadores, que
continúan en la misma empresa, no obstante el cambio en su titularidad, como el de que se tenga en cuenta su antigüedad,
para la determinación de los días de licencia que les corresponden y para el cálculo de la indemnización por despido,
cuando éste se produzca.
b. En la Ley 12.590, sobre licencia, se establece que para el cálculo de los días de licencia que corresponde a cada
trabajador, se tendrá en cuenta su antigüedad en la empresa, aunque ésta haya cambiado una o más veces de propietario
(art. 2). La Ley da una solución única para todas las hipótesis en que los trabajadores continúan trabajando en el
establecimiento. Se aplica aun cuando el adquirente haya celebrado un nuevo contrato con los trabajadores.
c. En el artículo 13 de la Ley 12.590 se establece que, en caso de enajenación de un establecimiento, el adquirente y el
enajenante serán solidariamente responsables del pago de los jornales de licencia adeudados.
Reiteramos que no hay normas especiales para proteger al trabajador a quien el enajenante debe salarios u otras
prestaciones.
Las normas citadas han merecido interpretaciones contradictorias de la doctrina laboralista nacional. Sería conveniente
que los derechos de los trabajadores, en cada una de las hipótesis planteadas, fueran claramente establecidos.
Las deudas contraídas en ejercicio de la actividad comercial no constituyen un elemento de la casa de comercio, que se
trasmitan con ésta. La casa de comercio sólo se integra con elementos activos.
Las deudas son personales al que las contrajo y gravan todo su patrimonio, inclusive la casa de comercio. La casa de
comercio, por otra parte, es un bien que integra el patrimonio único de su dueño y con él responde frente a todos los
acreedores por igual. Los titulares de créditos nacidos fuera de la explotación de la casa de comercio pueden pretender
legítimamente su cobro, embargando a ésta o a sus elementos.
Cuando se enajena un establecimiento comercial se produce una disminución patrimonial que afecta las posibilidades de
satisfacción de los créditos; situación que se agrava si ese establecimiento fuera el único bien o el de mayor valor
económico de su enajenante. En tutela de los acreedores se dictó la Ley sobre Enajenación de Establecimientos
Comerciales n° 2904 de 1904 (LEE). Antes de su sanción, el acreedor perjudicado sólo tenía la posibilidad de promover
una acción pauliana para provocar la anulación del acto dispositivo que hubiera sido concertado en fraude de sus derechos,
regulada en el art. 229 Código de Comercio.
La LEE y el Decreto Ley sobre Promesa de Enajenación de Establecimientos Comerciales n° 14.433 de 1975 (LPE), son
las más importantes, dictadas en nuestro país, en materia de enajenación de establecimientos comerciales. Persiguen
distintos fines. La LEE tiende exclusivamente a la tutela de los acreedores y la LPE busca proteger a los promitentes
adquirentes. Por sus distintos fines, los regímenes legales creados resultan, en algunos aspectos, contradictorios y obligan
a un esfuerzo interpretativo para su conciliación.
Efectuado el emplazamiento, el adquirente se hace responsable solidario por los créditos que se presenten en el término
del emplazamiento y por los que resulten de los libros del enajenante. El acreedor que no concurre pierde la garantía de
la responsabilidad solidaria del adquirente, a menos que su crédito figure en los libros del enajenante.
Si no se efectúa el emplazamiento, la enajenación es, de todos modos, válida. El incumplimiento de la LEE no apareja
sino un agravamiento de las responsabilidades impuestas al adquirente. En efecto, la Ley determina, para el caso de
omisión de este emplazamiento, que el adquirente debe responder solidariamente de todos los créditos, civiles y
comerciales, aun de los futuros, que contraiga el enajenante.
III. Acreedores
La LEE impone al adquirente una responsabilidad solidaria a la responsabilidad del enajenante por los créditos de éste
que figuren en los libros o que se denuncien en los términos del emplazamiento.
Con la enajenación del establecimiento no se trasmiten las deudas del enajenante. No se produce una asunción de deudas
por el adquirente, puesto que el enajenante sigue siendo deudor de las mismas. La LEE crea una responsabilidad adicional
del adquirente, que se suma a la preexistente a cargo del enajenante.
La norma legal tiene por fin evitar las maniobras del deudor de una casa de comercio que la vende para frustrar las
expectativas de cobro de sus acreedores, con un régimen excepcional que no se da para el caso de enajenación de los
demás bienes de su patrimonio. Cuando se enajena cualquier otro bien, los acreedores del enajenante no pueden
reclamar nada contra el adquirente; sólo tienen el recurso de la acción pauliana si se dan los supuestos de ésta. Si se
trata de una enajenación fraudulenta, que cuenta con la complicidad del adquirente, pueden solicitar la anulación de la
enajenación para retrotraer el bien al patrimonio del deudor. En cambio, tratándose de la enajenación de la casa de
comercio, los acreedores tienen doble tutela: pueden promover una acción pauliana, si se dan sus supuestos, pero
también pueden accionar para la satisfacción de sus créditos contra el enajenante y contra el adquirente, solidariamente
responsables por imposición de la Ley especial.
En párrafo precedente señalamos que las relaciones laborales no integran la casa de comercio y, por lo tanto, no se
trasmiten con ésta. De acuerdo al procedimiento seguido en la práctica, reconocido por la Ley, el promitente adquirente
toma posesión de la casa de comercio y, a partir de ese momento, debe decidir sobre el destino a dar a las relaciones
laborales.
El adquirente de una casa de comercio puede no tener interés en mantener en la explotación de su establecimiento a los
trabajadores vinculados al enajenante. En este caso, los trabajadores quedan cesantes. Si al adquirente le interesa su
permanencia puede convenir con el enajenante en que éste le ceda las relaciones laborales, requiriendo el consentimiento
de los trabajadores laborales o puede celebrar nuevos contratos directamente con ellos.
Si se cede el contrato, la relación laboral se mantiene en todo sus términos, cambiando sólo la persona del patrón. El
trabajador conserva todos los derechos adquiridos, especialmente aquellos que resultan de su antigüedad.
Si se celebra un nuevo contrato, el trabajador tendrá los derechos y obligaciones que se establezcan en éste y perderá
los derechos legales adquiridos en razón de su antigüedad con su anterior empleador, con las salvedades que
analizaremos a continuación.
I. Normas legales
Los contratos o cesiones de contratos que se celebran para asegurar la continuidad de los trabajadores podrán conectarse
con la enajenación, pero constituirán negocios independientes. Las leyes laborales en nuestro país han previsto la
continuidad de la relación laboral, aunque no para imponerla como una consecuencia necesaria de la transmisión del
establecimiento.
Las normas laborales que hacen referencia a la enajenación, en nuestro derecho, son escasas. Se refieren a la
indemnización por despido y a la licencia. No hay normas especiales para el salario o para otros derechos del trabajador.
A. Ley 10.570
El art. 2 de la Ley 10.570 plantea la hipótesis en que el personal queda cesante a raíz de la enajenación del establecimiento.
En el art. 2 de la Ley 10.570 se establece textualmente:
“Los beneficios de la indemnización por despido en los casos de enajenación, fusión, transferencia de establecimiento,
sus secciones o dependencias ..., serán atendidas por el establecimiento que contrató los servicios ya prestados por el
personal cesante.”
La Ley se plantea la hipótesis en que, a raíz de la enajenación del establecimiento comercial, el o los trabajadores queden
cesantes. Corresponde, entonces, el pago de una indemnización por despido que, de acuerdo al texto de la Ley, debe ser
pagada por el “establecimiento que los contrató”. El legislador se expresa mal, ya que el establecimiento no es un sujeto
de derecho que celebre contratos; sin duda se quiso referir a la persona propietaria del establecimiento que contrató sus
servicios.
El art. 3 dispone que el adquirente es responsable subsidiario de los importes que por tal concepto el enajenante adeudare.
Establece textualmente:
“Desde la sanción de la presente ley y en los casos referidos en el artículo anterior, los sucesores, si los hubiere,
responderán subsidiariamente de las indemnizaciones impagas.”
En la práctica, el cese se produce cuando se promete enajenar y se entrega el establecimiento comercial al promitente
adquirente. A contrario sensu de lo dispuesto por esta Ley, si el enajenante cede las relaciones laborales, no hay despido
y no se generan indemnizaciones a favor de los trabajadores. Si el despido se produce un tiempo después, el único
responsable de la indemnización será el adquirente. A los efectos del cálculo de la indemnización deberá tomarse en
cuenta el total de tiempo trabajado en el establecimiento, incluyendo el período en que lo hizo bajo la dependencia del
enajenante, puesto que el adquirente es un cesionario que debe respetar los términos y condiciones de la relación laboral
cedida.
Si el adquirente celebra contratos nuevos con los trabajadores, desvinculados de las relaciones anteriores, puede
entenderse que se ha producido un cese de la relación laboral anterior que genera derecho a indemnización a cargo del
enajenante, con la responsabilidad subsidiaria del adquirente.
Los contratos con el nuevo dueño de la casa de comercio, se autonomizan de las relaciones preexistentes. Los
trabajadores, con este segundo mecanismo, perderían los derechos que la antigüedad con el anterior patrón le conferían.
El legislador ha acudido a la tutela de los trabajadores estableciendo ciertos derechos a favor de los trabajadores, que
continúan en la misma empresa, no obstante el cambio en su titularidad, como el de que se tenga en cuenta su antigüedad,
para la determinación de los días de licencia que les corresponden y para el cálculo de la indemnización por despido,
cuando éste se produzca.
B. Ley 12.590
En la Ley 12.590, sobre licencia, se establece que para el cálculo de los días de licencia que corresponde a cada trabajador,
se tendrá en cuenta su antigüedad en la "empresa", aunque ésta haya cambiado una o más veces de propietario (art. 2).
La Ley da una solución única para todas las hipótesis en que los trabajadores continúan trabajando en el establecimiento.
Se aplica aun cuando el adquirente haya celebrado un nuevo contrato con los trabajadores.
En el art. 13 de la Ley 12.590 se establece que, en caso de enajenación de un establecimiento, el adquirente y el
enajenante serán solidariamente responsables del pago de los jornales de licencia adeudados..
Reiteramos que no hay normas especiales para proteger al trabajador a quien el enajenante debe salarios u otras
prestaciones.
Las normas citadas han merecido interpretaciones contradictorias de la doctrina laboralista nacional.. Sería conveniente
que los derechos de los trabajadores, en cada una de las hipótesis planteadas, fueran claramente establecidos.
II. Comparación con la Ley sobre Enajenación de Establecimientos Comerciales n° 2904 de 1904 (LEE)
En la LEE se establece que si se hace la publicidad allí establecida, los acreedores deben presentarse en el lugar indicado
en el emplazamiento y dentro de los términos legales a los efectos de adquirir derechos contra el adquirente. Si no se
hace la publicidad, el adquirente es solidariamente responsable de las deudas del enajenante sin que los acreedores
deban desplegar actividad alguna.
El acreedor, por los créditos laborales, por despido o licencias, no está sujeto al régimen general de los acreedores creado
por la LEE. No debe presentarse a los emplazamientos que se efectúen, en su aplicación. La responsabilidad del
adquirente hacia estos créditos nace por el solo precepto legal, cuando se produce la enajenación, sin que sea menester
una especial actividad del acreedor.
La responsabilidad creada por la LEE, a cargo del adquirente, es solidaria. En cambio, en las leyes laborales, la
responsabilidad del adquirente es subsidiaria, respecto a los créditos por indemnizaciones por despido y solidaria respecto
a los correspondientes por licencias.
El régimen creado para los créditos laborales tiene el inconveniente de que no organiza simultáneamente un
procedimiento mediante el cual el adquirente pueda tener conocimiento del pasivo total de naturaleza laboral que podrá
afectarle.
El trabajador a quien se le adeude salarios, a falta de una norma especial, si quiere tutelar su crédito frente a la enajenación,
debe ajustarse a lo dispuesto por la LEE.
III.. Conciliación de las normas laborales con el Decreto Ley sobre Promesa de Enajenación de Establecimientos
Comerciales n° 14.433 de 1975 (DLPE)
El DLPE, en cuanto confiere al promitente adquirente un derecho real respecto a embargos posteriores, es incongruente
con las leyes laborales citadas, del mismo modo que lo es con relación a la LEE. La razón de la incongruencia radica en
los distintos fines perseguidos en las diferentes leyes. Las leyes laborales tienden a la tutela de los trabajadores; el DLPE
protege a los promitentes adquirentes.
En un esfuerzo para lograr una interpretación armónica de estas normas, podríamos admitir que el régimen sería el
siguiente. En tanto no se produce la enajenación, no nace la responsabilidad subsidiaria o solidaria establecida en las
leyes laborales. Si la casa de comercio fue prometida enajenar, el único responsable sigue siendo el promitente enajenante,
pero por aplicación del DLPE los acreedores por estos créditos laborales no pueden embargar la casa de comercio, con
eficacia respecto al promitente adquirente que tiene un derecho real sobre ella. El acreedor con un crédito laboral de
indemnización por despido o por licencias, está en mejor situación cuando se celebra el contrato definitivo que cuando
sólo hay una promesa de enajenación.
B. Cláusulas nulas
En el art. 5 de la LPE se establece una lista de cláusulas que se consideran nulas por ser contrarias al orden público. Las
mencionaremos por su orden
1. La renuncia anticipada a los beneficios establecidos en los artículos precedentes de la LPE.
2. La prohibición de transferir el compromiso sin previo consentimiento de promitente enajenante.
3. La configuración de la mora de pleno derecho. La LPE agrega que sólo se puede incurrir en mora por la intimación
judicial o notarial y siempre que la obligación intimada no se cumpla en el plazo de treinta días a contar de la intimación.
Como la LPE no distingue, esta norma tutelará tanto al promitente adquirente como al promitente enajenante.
C. Contenido accesorio
1. Pacto comisorio
El art. 6 de la LPE establece la licitud de la inclusión en la promesa de enajenación de un pacto comisorio. El pacto
comisorio previsto en el art. 1737 del Código Civil es aquél por el cual se estipula que si no se paga el precio convenido,
se resolverá la promesa de compraventa.
La LPE condiciona su aplicación a que se den las circunstancias siguientes:
a, que no se haya pagado aun el 50 % del precio
b. y que el plazo computado desde la toma de posesión no exceda de la mitad del establecido para el pago.
En consecuencia, la promesa de enajenación no puede resolverse si el promitente adquirente pagó más de 50 % del
precio y si la posesión se prolongó por un período que excede la mitad del fijado para el pago. En ese caso, la LPE sólo
le deja al promitente enajenante la posibilidad de exigir el pago del saldo adeudado. La norma tiene el fin de asegurar la
mayor estabilidad de las situaciones creadas.
Entendemos que esta disposición legal se aplica, también, al contrato definitivo de enajenación, que no podrá resolverse
sino cuando se den las circunstancias señaladas. La norma, aplicable tanto al contrato de promesa de enajenación como
al contrato definitivo, tiene el fin de asegurar la mayor estabilidad de las situaciones creadas.
2. Otras cláusulas
Se pueden incluir otras previsiones. Así, por ejemplo, la fecha y condiciones para la firma de la escritura definitiva; la
obligación del promitente adquirente de cuidar y conservar la casa de comercio; el derecho de pedir la rescisión de la
promesa cuando el pasivo tributario o los créditos denunciados en el término de los emplazamientos, superen
determinadas cifras; disposiciones sobre a quien corresponden los riesgos del establecimiento: pérdida, aumento o
disminución de su valor; estipulaciones sobre la restitución de las prestaciones anticipadas y del establecimiento, para el
caso de rescisión de la promesa, cláusula penal con el fin de garantizar el cumplimiento de las obligaciones nacidas con
la promesa, etc.
A. Posición de Gamarra
En doctrina se sostiene que un contrato que contenga obligaciones propias del contrato definitivo no es un contrato
preliminar sino que es el contrato definitivo mismo o una promesa anómala. GAMARRA denomina “promesa impropia,
anómala o degenerada” a negocios, como éste, en que las partes no sólo asumen la obligación de celebrar el contrato
definitivo sino que, también, se obligan desde “ese primer acuerdo de voluntades a efectuar las prestaciones llamadas
‘sustanciales’, o sea, aquellas que normalmente deben surgir recién en el momento de la estipulación del contrato
definitivo (contrato éste que todavía no ha tenido lugar)” .
Al estudiar la Ley de enajenación de inmuebles a plazos de 1931 Gamarra sostiene que el contrato de “promesa” es una
enajenación con una reserva de dominio legal. Se basa en que en la Ley de 1931, no hay referencia al contrato definitivo.
A partir de la promesa cabe sólo su ejecución que consistirá: en el pago del precio en cuotas sucesivas o periódicas, a
partir de la fecha de la promesa; en la transferencia del dominio, a cargo del enajenante, que se posterga en el tiempo,
para el momento en que se haya pagado el precio total. En la tesis de Gamarra, la entrega de la cosa y el pago del precio
son elementos que señalan la presencia de un contrato definitivo, en lugar de una promesa.
B. Nuestra posición
Lo cierto es que la LPE, consagrando una práctica, admite la existencia de un contrato preliminar con un contenido
obligacional más complejo que el propio de tal categoría de negocios pero distinguiéndolo nítidamente del contrato
definitivo. El contrato de promesa de enajenación de establecimiento comercial, tal como está regulado por la LPE,
produce un complejo de relaciones obligacionales de distinta naturaleza, de hacer y de dar. No se agota con la obligación
de contrahere, típica de los contratos preliminares; su contenido es más vasto, ya que puede contener obligaciones de
dar propias del contrato definitivo.
La obligación de entregar la casa de comercio resulta del art. 2 de la LPE, que hace referencia a la toma de posesión del
establecimiento comercial, como punto de partida para la iniciación de los trámites de obtención de certificados, requeridos
por las leyes para poder escriturar. Asimismo, surge implícitamente del art. 1, que el precio puede haberse pagado con
anterioridad a la escrituración. La LPE admite, entonces, que la entrega de la cosa y el pago del precio resulten ser
obligaciones accesorias incorporadas a la promesa.
La admisión legal de las obligaciones accesorias de dar, permite concluir que la promesa de enajenación de un
establecimiento comercial no encuadra exactamente en la categoría de las promesas de contratar, por tener un contenido
más complejo, pero no creemos que esa promesa involucre un negocio definitivo. En la promesa de enajenación las partes
no desean obligarse actual y definitivamente, sino que se comprometen a crear un vínculo en el futuro. Aun cuando hay
entrega del bien y cuando se fije un precio o prestación y se pague, no se puede considerar concluido el contrato de
enajenación con la sola formulación de la promesa. La voluntad definitiva de enajenar se expresará en el contrato definitivo,
después de conocer el resultado de los trámites para obtener certificados, de culminadas las gestiones para la cesión del
arriendo y de vencidos los términos de los emplazamientos efectuados a los acreedores. Los requisitos legales que deben
ser cumplidos determinan que los contratantes no estén dispuestos, en el momento de celebrar la promesa, a obligarse
en forma definitiva. Son muchos e importantes los aspectos de la contratación que resultarán esclarecidos con los
certificados y publicaciones y demás trámites a cumplir, por lo cual resulta prudente reservar el pronunciamiento definitivo
para un momento posterior.
El esquema legalmente establecido se ajusta a lo que, en la práctica, es la voluntad real de las partes contratantes que,
al celebrar una promesa, no desean obligarse actual y definitivamente. Por el contrario, tienen la voluntad de postergar
su consentimiento para la enajenación definitiva hasta el momento en que se conozca el resultado de los distintos trámites
a cumplir, de los cuales dependerá, incluso, su viabilidad. Por otra parte, de acuerdo con la LPE, la trasmisión de la
propiedad sólo se opera con el negocio definitivo; con la inscripción de la promesa, el promitente adquirente sólo se hace
titular de derechos reales menores.
LA LPE regula la promesa de contratar como un contrato consensual, imponiendo su inscripción en el Registro Nacional
de Comercio para que surta determinados efectos, entre los cuales, conferir al promitente adquirente ciertos derechos
reales menores. En cambio, para la enajenación definitiva impone la solemnidad de la escritura pública. Sólo a partir de
ésta – seguida de la tradición – se adquiere el derecho real pleno que confiere la propiedad.
Hacemos la precisión de que la obligación de hacer es la fundamental. Las obligaciones de dar son accesorias y
facultativas y pueden faltar sin que se desnaturalice el contrato. Estas obligaciones de carácter accesorio, que pueden
acumularse a la obligación principal de hacer, están establecidas en forma indirecta en la Ley. En el artículo primero se
confiere al adquirente acción para la ejecución forzada de la obligación de escriturar siempre que “se haya pagado o se
pague toda la prestación y se hayan cumplido las obligaciones estipuladas”. Con esta disposición se admite tácitamente,
que la obligación de pagar el precio emane de la promesa, ya que se establece su cumplimiento como condición para
poder exigir la celebración del contrato definitivo. Normalmente, la obligación de pagar nace del contrato definitivo; en
este negocio, nace o puede nacer con la mera promesa.
De acuerdo al contexto de la LPE, el objeto principal del contrato es una obligación de hacer: celebrar un contrato que
constituya un título hábil para transferir el dominio. El contrato de promesa crea, en consecuencia, una relación personal,
obligacional, entre el promitente enajenante y el promitente adquirente.
La promesa no es un título hábil para transferir el dominio. Sólo lo es el contrato definitivo de enajenación – compraventa,
permuta, donación, etcétera - que debe solemnizarse en escritura pública.
Las partes, en la promesa, se obligan a prestar su consentimiento para la celebración del contrato definitivo. La promesa
les acuerda un derecho personal para exigir la escrituración definitiva. En tanto no se cumpla con la promesa, el
promitente enajenante sigue siendo dueño, aun cuando reciba el precio. De este modo, se le confieren las mayores
seguridades; conserva la propiedad del bien y sólo cuando se complete el pago del precio, estará obligado a transmitir el
dominio.
Definición:
se denomina Derecho de la Propiedad Intelectual al conjunto de normas que tutelan y regulan los derechos sobre diversas
creaciones del intelecto humano, entre las cuales se encuentran los siguientes:
derechos de privilegio,
derechos de autor,
derechos sobre elementos distintivos de actividades, productos o servicios y
derechos de propiedad industrial.
A nivel nacional, el régimen jurídico básico de la propiedad intelectual, está compuesto por las siguientes leyes:
* Ley 10.079 de 1941, regulatoria de los privilegios industriales;
* Ley 9.739 de 1937, modificada por la Ley 17.616 de 2003 sobre derechos de autor;
* Ley 17.011 de 1998 sobre marcas;
* y Ley 17.164 de 1999, sobre patentes de invención, modelos de utilidad y diseños industriales.
No nos ocuparemos, en esta oportunidad, de los derechos de autor, por tratarse de una materia eminentemente civil, a
pesar de contar con algún aspecto que roza lo comercial.
I. Privilegios industriales
Definición:
El privilegio es un derecho de explotación exclusiva de una actividad industrial nueva en el país o una industria cuya
explotación fue abandonada por un período mayor de tres años, otorgado por el Poder Ejecutivo por un plazo
improrrogable y único de nueve años, según establece el art. 1 de la Ley de Privilegios Industriales n° 10.079 de 1941
(LPI).
El Poder Ejecutivo puede concederlo dentro de límites y condiciones legales. Esta competencia se la atribuye el art. 168
de la Constitución establece la competencia del Presidente de la República, actuando con el Ministro o Ministros
respectivos, o con el Consejo de Ministros y, entre otras, en el n° 21 establece:
“Conceder privilegios industriales conforme a las leyes.”
La regulación de los privilegios industriales se encuentra en la LPI.
C. Régimen de transmisión
Quien solicita el privilegio no puede ceder sus derechos durante su trámite (art. 20, inc. 1, LPI).
De acuerdo al art. 29, inc. 3, establece que el concesionario de un privilegio industrial sólo podrá transferirlo, en las
condiciones siguientes: después que haya implantado efectivamente la industria, llevando los libros rubricados por el
Juzgado competente y los que exige esta ley y previa autorización del Poder Ejecutivo, quien la otorgará cuando el
cesionario llene a satisfacción iguales condiciones que las exigidas al cedente.
Se deduce de este texto que, quien obtuvo el privilegio, después de establecer la industria, podrá vender el establecimiento
comercial con el privilegio pero con la previa autorización del Poder Ejecutivo.
El art. 20, inc. 2, admite que antes de la implantación de la industria, el privilegiado puede constituir una sociedad a la cual
se trasmitirá el privilegio, siempre que en esa sociedad intervenga con un puesto de responsabilidad.
A. Patentes de invención
La patente de invención, es el título que reconoce a una persona como creadora de un producto o procedimiento novedoso,
de aplicación industrial.
Tiene un plazo de duración de veinte años, contados a partir de la fecha de la solicitud (art. 21 Ley 17.164).
1. Condiciones de patentabilidad
Para que un invento sea patentable, es necesario que sea novedoso y que esté destinado a la aplicación industrial.
El art. 8 de la Ley 17.164 establece qué inventos son patentables:
“Son patentables las invenciones nuevas de productos o de procedimientos que supongan una actividad inventiva y sean
susceptibles de aplicación industrial.”
El art. 11 agrega:
“Una invención supone actividad inventiva cuando dicha invención no se deduzca en forma evidente del estado de la
técnica para un experto en la materia.”
Luego, la Ley precisa lo que considera como novedoso y lo que no considera invención patentable.
A su vez, hay materias que no pueden patentarse como por ejemplo: las teorías científicas y los métodos matemáticos;
las plantas y los animales; los esquemas, planes y métodos comerciales o contables; las obras literarias y artísticas; los
programas de computación aislados y el material biológico y genético que existe en la naturaleza.
2. Concesión de la patente
El organismo que concede la patente es la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial (art. 47). Los derechos conferidos
por la patente nacen con la resolución que la concede. Así lo establece el art. 3 de la Ley, sin perjuicio de los derechos
que emergen de la sola presentación de la solicitud y del derecho de prioridad.
Se debe cumplir con determinados requisitos legales para que su titular goce de los derechos de exclusividad reconocidos
por el Estado. Del régimen muy minucioso de la Ley destacamos el art. 16, inc. 2:
“Si varias personas hicieren la misma invención en forma independiente unas de otras, la patente se concederá a aquélla
o a su sucesor, que presente primero la solicitud de patente o invoque la prioridad de fecha más antigua para esa
invención.”
El art. 42 admite la posibilidad de que se patenten invenciones comprendidas en monopolios existentes a favor del Estado
o de particulares.
Los arts. 22 y siguientes establecen el trámite para obtener la patente. Cumplidas las formalidades y los trámites exigidos,
la solicitud de patente deberá ser publicada en el Boletín de la Propiedad Industrial transcurridos dieciocho meses
contados a partir del día siguiente al de su presentación o del día siguiente al de la fecha de prioridad, en su caso (art.
26).
En opinión de Mezzera Álvarez, a diferencia de lo que sucede con las marcas, la transferencia del establecimiento no
implica la transferencia de la patente de invención. Ello se explica por cuanto la patente se refiere a una creación
personalísima del inventor, no necesariamente vinculada con el establecimiento..
B. Modelos de utilidad
1. Definición
El art. 81 de la Ley 17.164 define los modelos de utilidad:
“Considérase modelo de utilidad patentable a toda nueva disposición o conformación obtenida o introducida en
herramientas, instrumentos de trabajo, utensilios, dispositivos, equipos u otros objetos conocidos, que importen una mejor
utilización o un mejor resultado en la función a que están destinados, u otra ventaja para su uso o fabricación.
Se entenderá que un modelo de utilidad es novedoso cuando no se encuentre en el estado de la técnica.
Un modelo de utilidad para ser patentable deberá implicar una mínima actividad inventiva.”
En otros artículos se establecen precisiones, sobre el alcance de la norma transcripta.
2. Plazo
Las patentes de modelos de utilidad se conceden por un plazo de 10 años, contados a partir de la fecha de presentación
de la solicitud, prorrogable por 5 años (art. 84).
C. Diseños industriales
1. Definición
El art. 86 define los diseños industriales:
“Considéranse diseños industriales patentables a las creaciones originales de carácter ornamental que incorporadas o
aplicadas a un producto industrial o artesanal, le otorgan una apariencia especial.”
2. Derechos
El art. 88 establece los derechos que confiere:
derecho de impedir que terceras personas sin su autorización puedan fabricar, vender, ofrecer en venta, utilizar , importar
o almacenar con fines comerciales, un producto con un diseño que reproduzca el suyo o diseños similares al suyo;
incorpore ese diseño o sólo presente diferencias menores con él.
derecho a impedir la realización de algunos de los actos referidos en el inciso anterior, cuando el diseño reproducido o
incorporado se aplique a un tipo de género de productos distinto de los indicados en la patente.
Los arts. 92 y ss., establecen el procedimiento para obtener la patente.
Se confiere por el plazo de 10 años a partir de la presentación de la solicitud y es prorrogable por el término de 5 años.
A. Marcas
"Bebe la cerveza con el corazón del león"
Tabla sumeria de barro encontrada en la actual Siria (5000-4000 AC)
El art. 1 de la Ley 17.011 de 1998 establece lo siguiente:
"Se entiende por marca todo signo con aptitud para distinguir los productos o servicios de una persona física o jurídica de
los de otra."
Signo, según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, es un objeto que, por naturaleza o convención,
representa o sustituye a otro.
Rippe Káiser señala que el registro de la marca confiere a su titular el derecho a utilizarla y que ese derecho tiene su
origen en el acto administrativo de concesión del registro. El derecho es conferido en los términos siguientes:
1. Registro de marcas
Los derechos sobre la marca se adquieren con su registro en la Dirección de la Propiedad Industrial (art. 9 Ley 17.011).
Los arts. 10 y ss. regulan el trámite del registro, con previsiones sobre oposición, anulación y reivindicación.
a. Exigencias para el registro: novedad, especialidad y distintividad
Como regla general, para que un signo pueda constituirse en marca, debe ser “distintivo”. Como consecuencia de ello,
por ejemplo, el art. 4, n° 11, establece que no puede usarse como marcas:
“Las palabras o locuciones que hayan pasado al uso general, y los signos o diseños que no sean de fantasía, es decir,
que no presenten características de novedad, especialidad y distintividad.”
Gutiérrez Carrau señala que la doctrina internacional ha clasificado a los signos de acuerdo a una escala decreciente de
“distintividad”, de la siguiente manera:
“‘Signos de fantasía’, son los creados totalmente por la imaginación y que no trasmiten otro significado que el de ser
‘marca’.
‘Signos arbitrarios’, trasmiten un significado determinado, pero que aplicados al tipo de productos o servicios en cuestión
resultan de fantasía por no tener ninguna vinculación directa o indirecta con los mismos.
‘Signos evocativos o sugestivos’, son los que requieren imaginación y razonamiento para llegar a una conclusión acerca
del producto o servicio sugerido o evocado.
‘Signos descriptivos’, son aquellos que trasmiten una inmediata idea sobre calidad, características o ingredientes de los
bienes a adquirir.
‘Signos genéricos’, serían los que concretamente definen un producto o servicios.
Como principio general, se ha entendido que los signos de ‘fantasía’, ‘arbitrarios’ y ‘evocativos o sugestivos’ son
intrínsecamente distintivos y pueden constituirse en marcas.
En cambio los ‘descriptivos’ y los ‘genéricos’ no son intrínsecamente distintivos y no pueden - en principio – constituirse
en marcas”..
La Ley crea una excepción en cuanto a los signos descriptivos y genéricos en el art. 8 que establece:
“Cuando una palabra o conjunto de palabras, de las comprendidas en las prohibiciones de los numerales 9º), 10), 11) y
12) del artículo 4 de la presente ley, hayan adquirido probada fuerza distintiva respecto de un producto o servicio asociado
a una determinada persona física o jurídica, serán admitidos como marca para esa persona física o jurídica y respecto de
esos productos o servicios.
Extinguido el registro concedido al amparo de lo dispuesto por el inciso precedente, no podrá volver a ser registrado por
terceros.
El inciso primero del presente artículo será de aplicación también a las marcas registradas antes de la entrada en vigencia
de la presente ley, que reúnan las condiciones previstas en el mismo”.
Al respecto, el art. 11 del Decreto 34/999 agrega:
“A efectos de lo previsto en el inciso 1° del artículo 8° de la Ley 17.011, se entiende por fuerza distintiva el hecho que el
signo haya perdido su significado literal en la mente del público, asociándose instantáneamente con el producto o servicio
del solicitante, ya sea porque se haya usado públicamente durante un largo tiempo o porque se haya usado con la
suficiente intensidad y exclusividad que den por configurada la hipótesis.
En ambos casos estos hechos deberán ser probados fehacientemente”.
La doctrina, comentando esta norma, se refiere a la “significación secundaria” (secondary meaning) entendiendo que el
signo genérico, en principio no admisible como marca, puede tener igualmente una función distintiva, por su asociación
probada con un determinado producto o servicio de una determinada persona.
Se le llama “significación secundaria” porque existe un significado “primario” - el significado gramatical o literal del signo -
pero ese signo, por el uso que le ha dado una persona en un comercio, adquiere un significado “secundario” en virtud del
cual el público lo asocia con determinado producto o servicio.
La norma legal y su reglamentación requieren que se pruebe fehacientemente la fuerza distintiva.
Desde luego, cuando una expresión genérica adquiere esta significación secundaria, la persona que la usa deberá requerir
su registro como marca para obtener derecho a su exclusividad. Inscripta como marca, su titular puede oponerse a que
otros la usen. En tanto no se registre, las palabras genéricas podrán ser utilizadas libremente por los demás actores del
mercado.
Existen otras prohibiciones en el texto legal al cual nos remitimos. Sólo mencionaremos las denominaciones de origen,
las indicaciones de procedencia y cualquier nombre geográfico que no sea suficientemente original y distintivo respecto a
los productos o servicios a los que se aplique o cuyo empleo sea susceptible de crear confusión con respecto al origen,
procedencia, cualidades o características de los productos o servicios para los que se aplique, o si su empleo sea
susceptible de crear confusión con respecto al origen, procedencia, cualidades o características de los productos o
servicios para los cuales se use la marca.
El art. 6 de la Ley n° 17.011 establece:
"Para ser registradas, las marcas deberán ser claramente diferentes a las que se hallen inscriptas o en trámite de registro,
a efectos de evitar confusión, sea respecto de los mismos productos o servicios, o respecto de productos o servicios
concurrentes.”
b. Derechos emergentes de su registro
El registro de la marca confiere a su titular los derechos siguientes:
derecho a utilizarla en forma exclusiva;
derecho de oposición
El plazo de la protección legal es 10 años pero es indefinidamente renovable (art. 18).
El derecho es conferido en los términos siguientes.
* Derecho al uso exclusivo de la marca
En relación con la propiedad de la marca, la Ley establece una presunción de propiedad y confiere el derecho de uso
exclusivo. El registro importa la presunción de que la persona física o jurídica, a cuyo nombre se verificó la inscripción, es
su legítima propietaria. En efecto, el art. 9 de la Ley establece:
"El derecho a la marca se adquiere por el registro efectuado de acuerdo con la presente ley.
El registro de la marca importa la presunción de que la persona física o jurídica a cuyo nombre se verificó la inscripción
es su legítima propietaria."
El derecho reconocido legalmente supone la facultad de utilización en forma exclusiva, aunque sólo con relación a los
productos y los servicios para los que hubiere sido solicitada. El art. 11 dispone:
“La propiedad exclusiva de la marca sólo se adquiere con relación a los productos y los servicios para los que hubiera
sido solicitada.
Cuando se trata de una marca en la que se incluye el nombre de un producto o un servicio, la marca sólo se registrará
para el producto o el servicio que en ella se indica".
La Ley otorga el derecho a usar o no la marca salvo que el Poder Ejecutivo decrete la obligatoriedad de su uso por motivos
de interés general. Esto está establecido en el artículo 19.
* Derecho de oposición
La Ley otorga el derecho a oponerse al uso o registro de cualquier marca que pueda producir confusión entre productos
o servicios. El art. 14 establece:
"El derecho de oponerse al uso o registro de cualquier marca que pueda producir confusión entre productos o servicios
corresponderá a la persona física o jurídica que haya llenado los requisitos exigidos por la presente ley."
Este derecho de oposición se encuentra complementado con acciones civiles y acciones penales tendientes a proteger
los derechos reconocidos en la Ley (art. 81 y ss.).
Para valerse de este derecho, quien haya registrado una marca debe acreditar la similitud entre algún producto o servicio
que él fabrica o presta con otro que esté utilizando la misma marca. Esto es esencial para fundamentar el derecho de
oposición, puesto que debe determinarse la existencia de confusión. En sentencia del 21 de abril de 1999, el Tribunal de
lo Contencioso Administrativo argumentaba en la forma siguiente:
“Al igual que la semejanza entre los signos, la similitud entre los productos o servicios requiere complejos y sutiles juicios
valorativos para dilucidad con ayuda de las pautas o criterio que la jurisprudencia ha ido elaborando, si existe o no riesgo
de confusión.” (La Justicia Uruguaya, caso 13.855).
Al respecto, es particularmente abundante la jurisprudencia brasileña. Se ha entendido repetidamente que sólo existe
infracción a la Ley de Marcas cuando se imita una marca para calificar productos o servicios idénticos, en virtud de la
confusión o error que esto habilita. Si no existe semejanza en las actividades, no hay posibilidad de confusión ni de
inducción a la clientela en error. La sola violación de la marca no genera, por sí sola, derecho a indemnización, siendo
necesario probar, además del hecho del uso de la marca, la etiología y los efectos dañosos..
El perjuicio o daño que sufre quien haya registrado una marca, debe ser considerado con relación a las ganancias que
esa persona dejó de percibir como consecuencia de la infracción. Por lo tanto, debe ofrecerse prueba sobre las ganancias
que le proporciona el uso de la marca y el eventual perjuicio que se sufre por la desviación de clientela.
Rippe Káiser ha sostenido - en consulta formulada a partir de la Ley 9956 - que “el margen de ganancia del infractor tiene
aptitud objetiva, cierta y verificable para exhibir la medida del margen de ganancia que hubiera obtenido la víctima del
proceder desleal del infractor, si la primera hubiera podido actuar en el mercado con sus signos distintivos sin la presencia
competitivamente desleal del segundo, en tanto conducta ilegítimamente apropiante de derechos de terceros e
ilegítimamente desviadora de clientela ajena.”
3. Signos no registrables
Hay signos que no pueden ser registrados como marca. El artículo 4 y 5 de la Ley establece cuáles son y las
consecuencias de su registro. Así, el artículo 4 establece lo siguiente:
"A los efectos de la presente ley no serán considerados como marcas, y por tanto irrogarán nulidad absoluta:
1º) El nombre del Estado y de los Gobiernos Departamentales, los símbolos nacionales o departamentales, los escudos
o distintivos que los identifiquen, excepto respecto de ellos mismos, de las personas públicas no estatales, de las
sociedades con participación del Estado y en los casos de los artículos 73 y siguientes de la presente ley.
2º) Los signos que reproduzcan o imiten monedas, billetes o cualquier medio oficial de pago, nacionales o extranjeros,
así como los diseños o punzones oficiales de contralor y garantía adoptados por el Estado.
3º) Los emblemas destinados a la Cruz Roja y al Comité Olímpico Internacional.
4º) Las denominaciones de origen, las indicaciones de procedencia y cualquier nombre geográfico que no sea
suficientemente original y distintivo respecto a los productos o servicios a los que se aplique, o que su empleo sea
susceptible de crear confusión con respecto al origen, procedencia, cualidades o características de los productos o
servicios para los cuales se use la marca.
5º) La forma que se dé a los productos o envases, cuando reúnan los requisitos para constituir patente de invención o
modelo de utilidad conforme a la ley.
6º) Los nombres de las variedades vegetales que se encuentren registradas ante el Registro de Propiedad de Cultivares,
creado por la Ley nº 16.811, de 21 de febrero de 1997, respecto de dichas variedades en la clase correspondiente.
7º) Las letras o los números individualmente considerados sin forma particular.
8º) El color de los productos y los envases y las etiquetas monocromáticos. Podrán usarse, sin embargo, como marcas,
las combinaciones de colores para los envases y las etiquetas.
9º) Las denominaciones técnicas, comerciales o vulgares, que se empleen para expresar cualidades o atributos de los
productos o servicios.
10) Las designaciones usualmente empleadas para indicar la naturaleza de los productos o servicios o la clase, el género
o la especie a que pertenecen.
11) Las palabras o locuciones que hayan pasado al uso general, y los signos o diseños que no sean de fantasía, es decir,
que no presenten características de novedad, especialidad y distintividad.
12) Las palabras o las combinaciones de palabras en idioma extranjero cuya traducción al idioma español esté
comprendida en las prohibiciones de los numerales 9º), 10) Y 11) precedentes.
13) Los dibujos o expresiones contrarios al orden público, la moral o las buenas costumbres.
14) Las caricaturas, los retratos, los dibujos o las expresiones que tiendan a ridiculizar ideas, personas u objetos dignos
de respeto y consideración."
Por su parte, el art. 5 dispone:
"A los efectos de la presente ley no podrán ser registradas como marcas, irrogando nulidad relativa:
1º) Las banderas, los escudos, las letras, las palabras y demás distintivos que identifiquen a los Estados extranjeros o las
entidades internacionales e intergubernamentales, siempre que su uso comercial no esté autorizado por certificado
expedido por la oficina correspondiente del Estado u organismo interesado.
2º) Las obras literarias y artísticas, las reproducciones de las mismas y los personajes de ficción o simbólicos que
merezcan la protección por el derecho de autor, excepto que el registro sea solicitado por su titular o por un tercero con
su consentimiento.
3º) Los nombres o los retratos de las personas que vivan, mientras no se obtenga su consentimiento, y los de los fallecidos
mientras no se obtenga el de quienes hayan sido declarados judicialmente sus herederos, entendiéndose por nombres, a
los efectos de esta disposición, los de pila seguidos del patronímico, así como el solo apellido, los seudónimos o los títulos
cuando individualicen tanto como aquellos.
4º) El solo apellido cuando haya mediado oposición fundada de quienes lo llevan, a juicio de la autoridad administrativa.
5º) Las marcas de certificación o de garantía comprendidas en la prohibición del artículo 54 de la presente ley.
6º) Los signos o las palabras que constituyen la reproducción, la imitación o la traducción total o parcial de una marca
notoriamente conocida o de un nombre comercial.
7º) Las palabras, los signos o los distintivos que hagan presumir el propósito de verificar concurrencia desleal."
3. Trasmisión
La Ley otorga el derecho a transmitir la marca. El art. 16 y el art. 70 de la Ley 17.011 establecen que la propiedad de la
marca puede ser transmitida por sucesión o por acto entre vivos.
El art. 70 agrega que en la venta de un establecimiento comercial se consideran comprendidas las marcas salvo
estipulación en contrario..
El art. 16 establece:
“La propiedad de una marca pasa a los herederos y puede ser transferida por acto entre vivos, por disposición de última
voluntad, por ejecución forzada o por la acción de reivindicación.
La transferencia total o parcial del derecho de propiedad de la marca podrá hacerse por instrumento público o privado.
Para que surta efectos frente a terceros, deberá inscribirse en la Dirección de la Propiedad Industrial y publicarse en el
Boletín de la Propiedad Industrial que se crea por el artículo 80, de la presente ley.”
El art. 70 dispone:
“La cesión o venta del establecimiento comprende la de la marca, salvo estipulación en contrario, y el cesionario tiene el
derecho de servirse de ella aunque fuera nominal, de la misma manera que lo hacía el cedente, sin otras restricciones
que las impuestas expresamente en el contrato de venta o cesión.”
B. Nombre comercial
El nombre comercial es aquel que identifica la actividad comercial o industrial de un comerciante.
El nombre comercial está regulado en un capítulo de la Ley 17.011 de 1998 (arts. 67-72).
El art. 67 de la Ley establece que “el nombre comercial constituye una propiedad industrial”.
El derecho al nombre comercial se adquiere por el uso y no es registrable.
C. Indicaciones geográficas
El art. 73 de la Ley n° 17.011 establece:
“Constituyen indicaciones geográficas las indicaciones de procedencia y las denominaciones de origen.”
El art. 74 dispone:
“Indicación de procedencia es el uso de un nombre geográfico sobre un producto o servicio que identifica el lugar de
extracción, producción o fabricación de determinado producto o prestación de determinado servicio, en tanto que lugar de
procedencia.
Las indicaciones de procedencia gozarán de protección sin necesidad de registro.”
El art. 76 crea el Registro de Denominaciones de Origen en la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial. El art. 75
define lo que considera como denominación de origen:
“Denominación de origen es el nombre geográfico de un país, una ciudad, una región o una localidad que designa un
producto o servicio cuyas cualidades o características se deban exclusivas o esencialmente al medio geográfico, incluidos
factores naturales o humanos.”
El CCom ha creado un estatuto para el comerciante y le ha impuesto ciertos deberes, cargas y obligaciones que, en
general, tienen como fundamento tutelar los intereses de los terceros o de quienes contratan con los comerciantes. Con
ellas se pretende dar publicidad al ejercicio profesional del comercio, favorecer la buena fe, impedir el fraude, todo en el
interés público.
En términos generales y sin perjuicio de otros deberes, cargas y obligaciones que surgen de diversas disposiciones y que
se expondrán en las páginas siguientes, corresponde adelantar que el título II del CCom se dedica a las «obligaciones
comunes a todos los que profesan el comercio». En el primer artículo que aparece bajo ese título (art. 44), se establece
lo siguiente:
«Los que profesan el comercio contraen por el mismo hecho la obligación de someterse a todos los actos y formas
establecidos en la ley mercantil.
Entre estos actos se cuentan:
1º. La inscripción en un registro público de los documentos que según la ley exige ese requisito.
2º. La obligación de seguir un orden uniforme de contabilidad en idioma español, y de tener los libros necesarios para tal
fin.
3º. La conservación de la correspondencia que tenga relación con el giro del comerciante, así como la de todos los libros
de la contabilidad.
4º. La obligación de rendir cuentas en los términos de la ley.»
Pese a que en el propio título II y en el texto del art. 44 se utiliza las palabras obligación u obligaciones, no se trata
estrictamente de tales, salvo en el caso de la rendición de cuentas. Las demás son cargas o deberes genéricos.
Lo que acabamos de expresar nos impone realizar algunas precisiones conceptuales previas.
A. La obligación insatisfecha crea un derecho en favor del acreedor; de la carga insatisfecha solo surge un perjuicio para
quien debía asumir la conducta establecida en la Ley..
B. En la obligación, quien no cumple puede ser sancionado (arts. 1431 y 1342 CC); en la carga no hay sanción o
responsabilidad por el incumplimiento..
* Nuestra interpretación
En nuestra opinión, el art. 54 de la Ley 16.871, al dar efectos solamente declarativos a la inscripción, no ha tenido en
cuenta las disposiciones especiales sobre sociedades que hemos mencionado. En este caso y en general, entendemos
que la derogación tácita del art. 100 no puede tener el alcance de modificar normas de Derecho sustancial.
Sería muy grave entender que el art. 100 ha derogado las normas que acabamos de citar. Se trata, en nuestro concepto,
de una omisión del legislador. Repetimos que, en nuestro concepto, el art. 100 no puede derogar normas de Derecho
sustancial vigentes, como las societarias que hemos mencionado.
Sin perjuicio de lo que acabamos de decir, admitimos que incluso en el régimen de la LSC, en principio, la inscripción
tiene efectos declarativos, pues la sociedad y los socios no pueden invocar el contrato frente a terceros si el contrato
constitutivo no se registra. No obstante, la personería es oponible a terceros puesto que esa sociedad - a la que la LSC
califica como "irregular" - puede reclamar a terceros los derechos emergentes de la actividad social, a pesar de su
irregularidad.
Asimismo, los terceros podrán probar la existencia de la sociedad si así les interesa (art. 39, inc. 2). En tal caso, los socios
son responsables solidariamente por las obligaciones contraídas por la sociedad irregular, sin poder invocar las
limitaciones que se funden en el contrato social (artículo 39).
Por otra parte, de acuerdo con el art. 40, en caso de que coexistan acreedores sociales y acreedores particulares de los
socios se juzgará, como si se tratara de una sociedad regular. El art. 40 de la LSC establece lo siguiente:
“Las relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores particulares de los socios, inclusive en caso de quiebra, se
juzgarán como si se tratara de una sociedad regular.”
En consecuencia, en la confrontación de acreedores de la sociedad irregular y acreedores del socio, con respecto a bienes
sociales, se le da preferencia al acreedor de la sociedad irregular. De manera que, en el régimen de la LSC, no obstante
la falta de inscripción, el contrato de sociedad produce ciertos efectos frente a terceros.
Similares consideraciones podemos hacer respecto a la sociedad en formación (arts. 19 y 20). En el régimen de la LSC,
la sociedad tiene personería jurídica desde la suscripción del contrato y puede, por lo tanto, celebrar negocios jurídicos
con terceros e incluso anticipar la ejecución de su objeto, teniendo por lo tanto, eficacia frente a terceros, antes de su
inscripción registral.
* Rescisión parcial
La rescisión parcial debe inscribirse en el Registro Nacional de Comercio. El art. 145 de la LSC establece que, producida
una causal de rescisión parcial, cualquier interesado puede inscribir en el Registro Nacional de Comercio el documento
que la acredite. La rescisión parcial producirá efectos respecto de terceros a partir de la inscripción.
Por otra parte, producida la rescisión parcial, los socios restantes deben modificar el contrato social (art. 153 LSC), siendo
aplicable el art. 10 de la LSC.
* Disolución
Producida alguna de las causas de disolución, los socios pueden acordar disolver la sociedad o – a falta de dicho acuerdo
– solicitar la declaración judicial de disolución (art. 162 LSC). Tanto el acuerdo como la sentencia deben ser inscriptos e n
el Registro Nacional de Comercio.
Hay, al respecto, una norma especial en el art. 163 de la LSC:
“Respecto de los socios, producirá sus efectos a partir del acuerdo social de disolución o de su declaración judicial. Frente
a terceros, desde su inscripción, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo siguiente. En el caso de expiración del plazo,
los efectos se producirán aun respecto de terceros, por el solo hecho del vencimiento.”
De acuerdo con esta norma, debe inscribirse la disolución total, salvo cuando ella se haya producido por vencimiento del
plazo. Cuando vence el plazo, no es necesaria la inscripción porque los terceros deben conocer el hecho de la disolución,
ya que el plazo figura en el contrato constitutivo registrado.
El efecto de la inscripción de la disolución es declarativo, pero con la salvedad de lo dispuesto por el art. 164 de la LSC,
que establece que, a partir del acuerdo de disolución o de su declaración judicial, los administradores sólo pueden atender
asuntos urgentes y tomar medidas para la liquidación:
"(Administradores. Facultades, deberes y responsabilidad). Los administradores de la sociedad, con posterioridad al
vencimiento del plazo de duración o al acuerdo de disolución o a la declaración judicial de haberse comprobado alguna
de las causales, sólo podrán atender los asuntos urgentes y deberán adoptar las medidas necesarias para iniciar la
liquidación.
Cualquier operación ajena a esos fines los hará responsables ilimitada y solidariamente respecto a los terceros y a los
socios sin perjuicio de la responsabilidad de éstos (art. 39)."
Cualquier operación ajena a esos fines hace responsables a los administradores respecto a terceros. De esta manera, el
mero acuerdo o la declaración judicial produce ciertos efectos frente de terceros, incluso antes de su registro.
* Transformación, fusión y escisión
En el caso de transformación del tipo social, deben cumplirse los requisitos y formalidades que la Ley exige para el nuevo
tipo adoptado (art. 111 LSC). La transformación implica una modificación del contrato de sociedad, aplicándose el art. 10
de la LSC. Debe inscribirse, en virtud de lo dispuesto en el art.49, n° 11, de la Ley 16.871.
Las fusiones y las escisiones (arts. 134 y 141 LSC) suponen la creación de nuevas sociedades o la modificación de
contratos sociales y en algunos casos la disolución de alguna o algunas sociedades. Se aplican, entonces, las normas
antes comentadas, según corresponda.
3. Otros documentos
a. Donaciones y legados (nº 1)
Se trata de donaciones o legados de bienes efectuados a un comerciante bajo la condición de no quedar afectados a la
quiebra. Puede hacerse antes o después de la declaración de quiebra.
El art. 1600 del Código de Comercio (CCom) exige la inscripción, para el caso de donación o legados anteriores a la
declaración de quiebra. La inscripción registral debe efectuarse dentro de los quince días desde la recepción de los bienes.
En caso contrario, los bienes donados o legados quedan sujetos a la ocupación y administración judicial, confundiéndose
con los demás bienes del fallido.
Esta inscripción se encuentra prevista en el art. 49, n° 1, de la Ley 16.871.
a. Capitulaciones matrimoniales
Cartas dotales y capitulaciones matrimoniales designan una misma cosa. Son las convenciones que pueden celebrar los
cónyuges antes del matrimonio, para administrar sus bienes durante éste (art. 1938 CC).
El art. 47, inc. 1, del CCom dispone su inscripción en el Registro de Comercio:
“Las cartas dotales y capitulaciones matrimoniales que se otorguen por los comerciantes, o tengan otorgadas al tiempo
de dedicarse al comercio, así como las escrituras que se celebren en caso de restitución de dote”.
La capitulación matrimonial, entonces, es registrable por quien es comerciante y la otorga, y por quien la otorgó y, luego,
adquirió la calidad de comerciante.
La Ley de Registros dispone la inscripción de las capitulaciones matrimoniales en el Registro Nacional de Actos
Personales, Sección Regímenes Matrimoniales (art. 39). No establece que se deben inscribir en el Registro Nacional de
Comercio. Entendemos que el otorgamiento de una capitulación matrimonial debe ser, también, registrada en la ficha del
comerciante, tal como dispone el art. 47, inc. 1, del CCom que no puede entenderse derogado.
La ficha registral debe dar información completa sobre la situación del comerciante.
En el CCom, las consecuencias de la falta de inscripción en el Registro de Comercio son distintas para el hombre y para
la mujer. Si el hombre llega a quebrar, su quiebra se califica como culpable (art. 1661, inc. 7). La mujer no puede reivindicar
sus bienes propios en la quiebra del marido (art. 1735, n° 5). Este texto tiene difícil aplicación después de la Ley de 1946
de derechos civiles de la mujer, ya que el marido no administra ahora los bienes de la mujer. No obstante, podría darse la
situación en que se hubieran celebrado capitulaciones matrimoniales, confiriéndose la administración de bienes de la
mujer al marido. En ese caso, la mujer tendría que reivindicarlos probando que son bienes propios, que no han entrado
en la sociedad conyugal de bienes. No podrá invocar la capitulación matrimonial si no la registró. Se trata de una tutela a
terceros que han confiado en la apariencia que crea la existencia de ciertos bienes en manos del fallido cuando no se ha
publicado su régimen jurídico.
* Inhabilitación
En el caso de que, en el incidente de calificación, el concurso sea declarado culpable, la inhabilitación del deudor o de los
administradores o liquidadores, aun de hecho, y miembros del órgano de control interno de la persona jurídica deudora
para administrar los bienes propios o ajenos por un período de cinco a veinte años, así como para representar a cualquier
persona durante el mismo período. Las inhabilitaciones se inscribirán en el Registro Nacional de Actos Personales (art.
201 LC).
3. Registro de marcas
Los derechos sobre la marca se adquieren con su registro en la Dirección de la Propiedad Industrial (art. 9 Ley 17.011 de
1998). Los arts. 10 y ss. regulan el trámite del registro, con previsiones sobre oposición, anulación y reivindicación.
Como regla general, para que un signo pueda constituirse en marca, debe ser “distintivo”. Como consecuencia de ello,
por ejemplo, el art. 4, n° 11, establece que no puede usarse como marcas:
“Las palabras o locuciones que hayan pasado al uso general, y los signos o diseños que no sean de fantasía, es decir,
que no presenten características de novedad, especialidad y distintividad.”
El registro de la marca confiere a su titular el derecho a utilizarla.
Este derecho es complementado por el de oponerse al uso o registro de cualquier marca que pueda producir confusión
entre productos o servicios. El art. 14 establece:
«El derecho de oponerse al uso o registro de cualquier marca que pueda producir confusión entre productos o servicios
corresponderá a la persona física o jurídica que haya llenado los requisitos exigidos por la presente ley.»
El plazo de la protección legal es 10 años pero es indefinidamente renovable (art. 18).
A. Efecto declarativo
La Ley 16.871 atribuye al registro una eficacia declarativa. Los actos registrables son oponibles frente a terceros, a partir
de su inscripción.
El documento debe ser inscripto para que se pueda oponer su existencia frente a los terceros. Por otra parte, los terceros
no pueden alegar ignorancia con relación a un hecho que ha sido inscripto en cumplimento de un mandato legal, con tal
sentido.
B. Efecto constitutivo
En ciertos casos, el Registro cumple una función constitutiva de derechos reales. En el art. 54, inc. 1, de la LOR, se
establece un efecto declarativo, pero en el inciso final establece que la inscripción determinará el nacimiento del respectivo
derecho real de acuerdo con lo que establece la reglamentación vigente.
Aplicando esa norma, en relación con la materia comercial, tiene función constitutiva la inscripción del compromiso de
compraventa del establecimiento comercial o industrial, registrable en el RNC (art. 1 Ley 14.433). Respecto de ese caso,
la Ley mantiene el régimen legal especial vigente.
C. Otros efectos
1. Publicidad
El Registro cumple, aunque no se diga expresamente por la Ley, una función de publicidad. Cuando la Ley obliga al
comerciante a registrar ciertos documentos, se le está imponiendo hacer conocer ciertos hechos o actos relativos a su
comercio, dado que el Registro es público, esto es, abierto a los requerimientos de informaciones de los interesados.
Mediante esta publicidad, los terceros conocen la situación jurídica del comerciante. Saben con quién tratan: si con un
comerciante individual – y sus datos personales - o con una sociedad comercial, tomando noticia de su tipo y otros datos
que figurarán en las fichas. El conocimiento afianza la seguridad y difunde la confianza con la cual se promueven las
transacciones comerciales.
2. Prueba
Los documentos adquieren fecha cierta a partir de la inscripción (art. 1587 CC). Los certificados de las inscripciones en
el Registro pueden servir como medio de prueba de hechos, contratos u obligaciones que interesan al comercio (art. 73
Ley Registral).
Conclusiones
Una interpretación literal del art. 100 de la Ley 16.871, lleva a resultados absurdos y contraproducentes, al menos en lo
referente al Derecho comercial.
Entendemos que el alcance de la derogación tácita dispuesta por ese artículo 100, debe ser moderado en función de
ciertos criterios, entre los cuales destacamos los siguientes:
1. La ficha registral debe dar información completa sobre la situación del comerciante. Por lo tanto, todas aquellas normas
anteriores a la Ley 16.871 que disponían la inscripción de determinados documentos en el Registro Nacional de Comercio
- que no fueron recordados por la Ley 163871 o que esa Ley manda inscribir en otros registros - deben considerarse
vigentes, puesto que no se oponen a la Ley 16.871 sino que la complementan.
2. El efecto que el art. 54 de la Ley 16.871 confiere a la inscripción registral - la oponibilidad frente a terceros - debe
considerarse susceptible de más excepciones que las establecidas en le propia Ley 16.871.
En la LSC, por ejemplo, en algunos casos se confiere oponibilidad frente a terceros a pesar de que no se haya cumplido
con la inscripción registral correspondiente - como. por ejemplo, sucede con la personería jurídica de las sociedades de
hecho, irregulares y en formación - y, en otros casos, se le otorga consecuencias mayores a la falta de inscripción - como
la extensión de la ineficacia a la sociedad y a los socios, además de a los terceros.
Tampoco este debe ser considerado como un caso de oposición sino de complementariedad.
Rendición de cuentas
Rendir cuentas es la obligación de poner en conocimiento a ciertas personas que la Ley determina, respecto de todos los
antecedentes, hechos y resultados de una operación o de la administración realizada, de conformidad a los asientos de
los libros de quien la rinde y acompañada de los respectivos comprobantes.
La obligación de rendir cuentas está prevista en el art. 44, n° 4, del Código de Comercio (CCom) y regulada en los arts.
81 a 87, en normas que constituyen un capítulo independiente. La norma básica es el art. 81 del CCom, que dispone:
"Toda negociación es objeto de una cuenta. Toda cuenta debe ser conforme a los asientos de los libros de quien la rinde
y debe ser acompañada de los respectivos comprobantes."
Es una obligación - no una carga - pues, en todos los casos, hay un acreedor de la misma: el co-contratante o el sujeto
por cuya cuenta se actúa.
Entendemos que tiene naturaleza contractual, puesto que es una obligación impuesta al comerciante que ha celebrado
negocios comerciales imponiendo que, en todos los casos, debe rendir cuentas a su co-contratante.
La obligación puede ser descartada por acuerdo de partes y ello es así porque no afecta el orden público. Si una parte
está de acuerdo en que la otra no le rinda cuentas, puede entonces dispensarla, sin que esto implique, claro está, eximirla,
claro está, de responsabilidad.
Entendemos que el derecho a exigir rendición de cuentas es renunciable pero lo que no se puede hacer es la renuncia
anticipada o previa. Puede renunciarse el derecho ya adquirido, después de la conclusión de un negocio.
A. Comerciantes
La obligación alcanza a todo comerciante, siempre que de una operación surja un interés legítimo de un co-contratante o
de un tercero, por cualquier operación que realice. Así resulta del art. 44, n° 4, y de los arts. 81 y 82.
Se entiende que la obligación de rendir cuentas no constituye una obligación estrictamente personal. En consecuencia,
se trasmite a los herederos. El comerciante que ha administrado un negocio ajeno o que ha celebrado un negocio
cualquiera, ha debido anotar en su contabilidad, las operaciones realizadas y ha debido conservar los comprobantes y,
con todo eso, el heredero podrá formular una rendición de cuentas
En algunas normas dispersas del Código de comercio y de leyes comerciales se impone la obligación de rendir cuentas
para ciertos casos específicamente. El corredor debe rendir cuenta y ella se llama minuta (art. 103 CCom). El vendedor
está obligado a rendir cuenta; su cuenta se llama factura (art. 557). La Ley 6895 de marzo de 1919 impone a los bancos
rendir cuentas a sus clientes cuenta-correntistas, en forma trimestral.
B. Mandatarios y comisionistas
En un primer momento, la doctrina elaborada respecto a estos textos legales sostenía que sólo había obligación de rendir
cuentas de las operaciones que realizaba el comerciante como mandatario o gestor, esto es, cuando el comerciante
actuaba administrando un negocio ajeno. El art. 83 dispone:
"Todo comerciante que contrata por cuenta ajena, está obligado a rendir cuenta instruida y documentada de su comisión
o gestión".
En realidad, el art. 83 incluye un caso especial de rendición imponiendo esta obligación al comerciante que actúa como
mandatario de un negocio ajeno. En este caso, la rendición de cuentas tiene exigencias mayores.
1. Régimen aplicable
El art. 84 contiene dos normas relacionadas con la rendición de cuentas del mandatario. En la primera se prevé la
existencia de varios administradores en cuyo caso, en cuanto a un régimen de división de responsabilidad:
" En la rendición de cuentas, cada uno responde por la parte que tuvo en la administración".
La segunda norma tiene relación con los gastos de la cuenta, imponiendo que son de cargo de los bienes administrados:
"Las costas de la rendición de cuentas son siempre de cargo de los bienes administrados".
Esta norma se fundamenta en que la cuenta se hace en beneficio de los bienes administrados y, por ello, se ponen a su
cargo los gastos. Advertimos que si el comerciante se negara a rendir cuentas y debe ser compelido judicialmente a
hacerlo, en este caso, las costas no se pondrán necesariamente a cargo de los bienes administrados sino que la condena
en costas dependerá de la conducta procesal de las partes litigantes.
2. Factores
Según dispone el art. 322 del CCom, el factor está obligado a rendir cuentas de su actuación al principal.
El art. 322 establece:
"El mandatario está obligado a dar cuenta de su administración, entregando los documentos relativos, y a abonar al
mandante lo que haya recibido en virtud del mandato, aún en el caso de que lo que hubiera recibido no le fuese debido al
mandante."
3. Comisionistas
El art. 382 impone al comisionista la obligación de rendir cuentas. El art. 382 establece:
“El comisionista por su parte está obligado a rendir al comitente, luego de evacuada la comisión, cuenta detallada y
justificada de las cantidades percibidas, reintegrando al comitente, por los medios que éste le prescriba, el sobrante que
resulte a su favor...”
C. Administrador o directorio
El administrador o el directorio de una sociedad, está obligado a rendir cuentas de su gestión. Se establece en el art. 92
de la Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060 de 1989 (LSC), como obligación, al final de cada ejercicio:
"(Memoria). Los administradores de las sociedades deberán rendir cuentas sobre los negocios sociales y el estado de la
sociedad, presentando una memoria explicativa del balance general (estado de situación patrimonial y de resultados),
informando a los socios sobre todos los puntos que se estimen de interés.
Especialmente se establecerá:
1) Las razones de variaciones significativas operadas en las partidas del activo y del pasivo.
2) Una adecuada explicación de los gastos y ganancias extraordinarias y su origen y de los ajustes por ganancias y gastos
de ejercicios anteriores, cuando sean significativos.
3) Las razones por las cuales se proponga la constitución de reservas, explicadas clara y circunstanciadamente.
4) Explicación u orientación sobre la perspectiva de las futuras operaciones.
5) Las relaciones con las sociedades vinculadas, controladas o controlantes y las variaciones operadas en las respectivas
participaciones y en los créditos y deudas.
6) Las causas, detalladamente expuestas, por las que se proponga el pago de dividendos o la distribución de ganancias
en otra forma que en efectivo."
A su vez, los socios tienen derecho a pedirles informes. El art. 75 LSC dispone:
"(Control individual de los socios). Los socios podrán examinar los libros y documentos sociales así como recabar del
administrador los informes que estimen pertinentes, sin perjuicio de las limitaciones que se establecen para determinados
tipos sociales.
Este derecho no corresponderá a los socios de las sociedades en que la ley o el contrato social impongan la existencia
de un órgano de control sin perjuicio de lo establecido en el artículo 339."
También, los liquidadores de una sociedad disuelta deben rendir cuenta, por cuanto tienen las mismas obligaciones que
el administrador (art. 172 LSC).
c. Instrucción
Para algún caso especial se requiere un requisito más. El art. 83 dispone que el comerciante que contrata por cuenta
ajena, debe rendir cuenta instruida. Esto quiere decir que debe contener todas las explicaciones y referencias, que sean
necesarias para el cabal conocimiento de la gestión realizada.
Art. 332:
"Declaración preliminar. Todo aquél que se considerare con derecho a exigir de alguien rendición de cuentas, podrá pedir
que se declare judicialmente que el futuro demandado está obligado a rendirlas.
La pretensión se sustanciará y decidirá en la forma prevista por los artículos 321 y 322."
Artículo 333:
"Discusión de las cuentas. Si la resolución ejecutoriada declarare que el demandado está obligado a rendir cuentas, se le
intimará que las presente dentro del plazo prudencial que el tribunal le señalará.
Si dentro de ese plazo se presentaren las cuentas, se discutirán en proceso ordinario (artículo 337 a 344).
Si no se presentaren dentro de ese plazo, se estará a las cuentas que presente la parte contraria, en todo cuanto el
obligado a rendirlas no probare ser inexacto.
En este caso las cuentas se discutirán en proceso ordinario."
III. Aceptación o rechazo de la cuenta
La aprobación puede ser total o parcial, respecto de algunas partidas de la cuenta. La aceptación de la cuenta, asimismo,
puede ser expresa o tácita (art. 86).
El art. 86 establece una hipótesis de aceptación tácita. Dispone que quien deja transcurrir un mes, contado desde la
recepción de una cuenta sin hacer observaciones, se presume que reconoce implícitamente la exactitud de la cuenta.
Este principio general tiene algunas excepciones: la existencia de normativas específicas para ciertos casos y la
posibilidad de probar en contrario.
B. Prueba en contrario
La otra salvedad, es la admisión de la prueba contraria. El mismo artículo 86 Código de comercio admite la prueba en
contrario de la cuenta, a pesar de que haya transcurrido un mes desde su recepción.
El art. 86 establece una hipótesis de aceptación tácita:
"El que deja transcurrir un mes, contado desde la recepción de una cuenta sin hacer observaciones, se presume que
reconoce implícitamente la exactitud de la cuenta, salva la prueba contraria y salva igualmente la disposición especial a
ciertos casos (artículo 557).”
De la disposición transcripta surge que quien deja transcurrir un mes, contado desde la recepción de una cuenta sin hacer
observaciones, se presume que reconoce implícitamente la exactitud de la cuenta. Este principio general tiene algunas
excepciones: la existencia de normativas específicas para ciertos casos y la posibilidad de probar en contrario.
En atención a lo dispuesto por esta excepción, consideramos que la cuenta puede ser impugnada después del mes, aun
cuando haya sido aprobada expresamente. Para empezar, la aceptación pudiera estar viciada por error, violencia, dolo o
simulación, pero aun fuera de esas hipótesis, se entiende que la cuenta puede ser impugnada. Habrá que probar, entonces,
las inexactitudes de la cuenta, por quien las invoca (inversión de la carga de la prueba).
En doctrina se limita la prueba en contrario diciendo que es necesario probar que ha existido imposibilidad física o moral
en hacer impugnación en el término legal. Advertimos que esa limitación no surge del texto legal.
C. Cuenta rendida
El art. 85 establece lo siguiente: "Sólo se entiende rendida la cuenta, después de terminadas todas las cuestiones que le
son relativas".
Alguna doctrina interpreta que esta norma se aplica a los casos litigiosos, en que se cuestiona el contenido de la rendición
de cuentas.
Otros autores, le dan una interpretación más comprensiva a la norma. Estos sostienen que la norma ha querido establecer
simplemente que la posición jurídica de las partes como acreedores o deudores, no se fija definitivamente sino cuando la
rendición de cuentas ha quedado aprobada o, cuando impugnada, se ha resuelto las controversias surgidas al respecto.
Se ha planteado si la cuenta aprobada expresa o tácitamente constituye un título ejecutivo. Entendemos que no.
Sólo son títulos ejecutivos, de acuerdo con el CGP, las cuentas aprobadas judicialmente y las facturas de venta de
mercaderías suscriptas por el obligado o su representante, reconocidas o dadas por reconocidas judicialmente (art. 353).
Si la cuenta se rinde en juicio y es aprobada en él, esa cuenta será título ejecutivo.
I. Naturaleza de la solicitud
La Ley de Declaración Judicial del Concurso y Reorganización Empresarial n° 18.387 de 2008 (LC) se refiere a la solicitud
del propio concurso como una obligación. No obstante la calificación legal, hay opiniones diversas sobre la naturaleza de
la solicitud de concurso.
Es claro que no se trata de una obligación sino de una carga del deudor. Si no se cumple, el deudor sufre perjuicios ya
que pierde las ventajas del concurso voluntario.
Si se trata de una persona jurídica, la responsabilidad por el cumplimiento de dicha carga recae sobre cada uno de sus
administradores, liquidadores o integrantes del órgano de control interno.
A. Memoria
El n° 1 del art. 7 establece que se debe presentar una memoria explicativa con información sobre el deudor.
1. Si se trata de una persona casada, se debe indicar el nombre del cónyuge y el régimen patrimonial del matrimonio.
2. Si se trata de una persona jurídica, se indicará el nombre y domicilio de los socios, asociados o accionistas de los que
se tenga constancia, de los administradores o liquidadores y, en su caso, de los miembros del órgano de control interno.
Si la persona jurídica forma parte de un grupo de empresas, se enumerarán las entidades que estén integradas en el
mismo.
3. La memoria, también, incluirá su historia económica y jurídica, se indicará la actividad o actividades a las que se dedica
o se dedicó en el pasado y las oficinas, establecimientos o explotaciones de las que fuera titular. También, se señalarán
las causas del estado en que se encuentra.
B. Inventario
En el n° 2 del art. 7, se incluye entre la documentación que debe acompañar el deudor que solicita su propio concurso,
un inventario de bienes y derechos de los que sea titular.
Ese inventario debe cumplir con los requisitos siguientes:
1. ser confeccionado a la fecha de solicitud del concurso;
2. con estimación de su valor;
3. indicar el lugar donde se encuentran los bienes;
4. y, en su caso, de los datos de identificación registral;
5. Según dispone el n° 2 del art. 7, si alguno de los bienes se encontrara gravado por derechos reales o hubiera sido
embargado se debe indicar, las características del gravamen y de su inscripción registral, si correspondiere, así como la
indicación del juzgado actuante y las actuaciones en las cuales el embargo hubiera sido trabado.
De acuerdo con lo dispuesto por el art. 2 del Dec. 146/009, a los efectos de la estimación del valor de los bienes y derechos,
indicados en este artículo, el deudor debe indicar los criterios de valuación utilizados para cada uno de los mismos. En
caso de que dichos criterios de valuación difieran de los criterios utilizados en la elaboración de los estados contables
exigidos en el n° 4 del art. 7 de la LC, el deudor deberá justificar los mismos.
C. Relación de acreedores
El deudor deberá acompañar, también, una relación de los acreedores.
Requisitos de la relación de acreedores:
1. por orden alfabético;
2. indicando su nombre, número de RUT o documento de identidad según corresponda;
3. domicilio, monto y fecha de vencimiento de sus créditos;
4. así como la existencia de garantías personales o reales, sobre bienes del deudor o de terceros;
5. si algún acreedor hubiera reclamado judicialmente el pago, se indicará la clase de reclamación, el Juzgado, los autos
en que se tramita y el estado de los procedimientos.
1. Estados contables
Los estados contables deben ser acompañados de informe firmado por contador público o establecer expresamente la
causa por la cual no fue posible obtener dicha firma.
El Dec. 146/009, respecto a las sociedades comerciales, dispone que deberán presentar los estados contables preparados
según normas contables adecuadas exigidos por la Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060 (LSC) y por su
reglamentación.
Para el caso de los deudores que no sean sociedades comerciales, el Decreto establece que deben presentar los estados
contables que hayan presentado a los terceros interesados (Instituciones Financieras, en caso de existencia de deudas
bancarias, o en su defecto a la DGI, o a cualquier otro interesado), expresando en qué medida dichos estados se ajustan
a las normas contables adecuadas de las sociedades comerciales.
En el caso de personas físicas – a las que el Decreto llama “empresas unipersonales” - que no posean contabilidad
suficiente, deben presentar los estados contables que hayan presentado a terceros (acreedores, bancos o DGI). De no
haber sido emitidos estados contables en los tres años anteriores, el Decreto los exime de dar cumplimiento al requisito
impuesto por el art. 7, n° 4, de la LC (sic).
2. Informes de auditoría
El n° 4 del art. 7, exige que los deudores que hubieren contratado una auditoría externa de sus estados contables,
acompañen a su solicitud los informes de auditoría correspondientes a los estados contables presentados. En caso de
falta de presentación de cualquiera de estos recaudos, el deudor debe indicar la causa por la cual no puede aportarlos.
El art. 4 del Dec. 146/009 agrega una exigencia más, respecto de aquellos deudores que no dispongan de esta clase de
informes:
«De no existir informe de auditoría externa, el deudor deberá presentar el tipo de informe emitido por Contador Público
exigido por la Dirección General Impositiva, Auditoría Interna de la Nación para dar cumplimiento al registro de los Estados
Contables, o por los bancos acreedores, de acuerdo con las normas dictadas por el Banco Central del Uruguay.»
Los libros objeto de nuestro estudio se pueden clasificar en dos categorías: libros de comercio y libros sociales.
Denominamos "libros de comercio" aquellos que se encuentran regulados por el Código de Comercio (CCom). Tanto el
comerciante como las sociedades llevan estos libros.
Algunos libros de comercio son necesarios, como el libro diario, el inventario y el copiador de cartas.
Otros no son imprescindibles, como el libro mayor, quedando librado a la voluntad del comerciante llevarlo o no.
Algunos son libros de contabilidad, como el libro diario, el inventario y el mayor, y otros no, como el libro copiador de
cartas.
Denominamos "libros sociales" aquellos que se encuentran regulados por la Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060
de 1989 (LSC). Estos no son libros de contabilidad en ningún caso.
En algunos de los libros sociales se lleva el registro de las acciones nominativas o de las escriturales, que hubiere emitido
una sociedad anónima. En otros se registra la asistencia a asambleas. En otros se llevan las actas de las sesiones de los
órganos sociales.
El régimen actual en materia de libros se encuentra establecido en las normas legales siguientes: Título II del CCom (De
las obligaciones comunes a todos los que profesan el comercio), Sección X (De la documentación y contabilidad) de la
LSC y Capítulo IV (Registro Nacional de Comercio) de la Ley de Registros n° 16.871 de 1997.
I. ¿Qué libros de comercio están obligado a llevar el comerciante y las sociedades comerciales?
El art. 55 del CCom establece los libros que los comerciantes deben tener indispensablemente: libro diario, libro inventario
y libro copiador de cartas. Se trata de una exigencia mínima, aplicable a toda clase de comerciantes, sea cual fuere la
importancia de sus negocios. Nada impide que un comerciante lleve otros libros, en cuanto lo estime necesario, según el
volumen de sus operaciones comerciales.
Para las sociedades comerciales los libros de contabilidad obligatorios son los mismos que para el comerciante individual.
A. Libro diario
El art. 56 establece cuál es su contenido:
"En el libro diario se asentará día por día, y según el orden en que se vayan efectuando, todas las operaciones que haga
el comerciante, letras u otros cualesquier papeles de crédito que diere, entregare, de su cuenta o de la ajena, por cualquier
título que fuera, de modo que cada partida manifieste quién sea el acreedor y quién el deudor en la negociación a que se
refiere.
Las partidas de gastos domésticos basta asentarlas en globo, en la fecha en que salieren de la caja."
De ese texto surge que el comerciante debe asentar en este libro cada una de las operaciones que realiza diariamente y
todas esas operaciones. De ahí la importancia de este libro, que refleja toda la actividad y que se considera el eje de la
contabilidad.
Es un libro analítico, pues se anotan las operaciones una por una, en forma separada y sucesiva, por orden cronológico.
Hay excepciones, como las partidas de gastos domésticos y las ventas a contado y a crédito del comerciante minorista.
B. Libro inventario
El libro inventario, en realidad, es más que un inventario. Contiene inventario y balances. Se abre con el inventario de los
bienes afectados al giro en el momento de empezar la actividad comercial y contiene, además, el inventario y balance
que se debe formular todos los años, al vencimiento de cada ejercicio.
2. Régimen de la LSC
En cuanto a las sociedades, la LSC regula especialmente los estados contables que se deben formular a fin de ejercicio
y establece mayores precisiones en cuanto a la forma en que se han de formular estos estados contables. El art. 87 de la
LSC dispone que los administradores deben preparar ciertos documentos que, luego, han de ser aprobados por los socios
dentro de un procedimiento dispuesto por la LSC. Los documentos enunciados son los mínimos. El administrador puede
formular otros estados para presentar a la consideración de los socios.
El art. 87 de la LSC, bajo el nomen iuris de "Estados Contables" establece la siguiente nómina:
1. el inventario de los diversos elementos que integran el activo y pasivo social a la fecha del cierre;
2. el balance general (estado de situación patrimonial y de resultados);
3. la propuesta de distribución de utilidades, si las hubiere.
También, por disposición del art. 92 de la LSC, se debe elaborar una memoria.
1. Correspondencia enviada
En el art. 64 se establece:
"Las cartas deberán copiarse por el orden de sus fechas en el idioma en que se hayan escrito los originales.
Las posdatas o adiciones que se hagan después que se hubieran registrado se insertarán a continuación de la última
carta copiada, con la respectiva referencia."
El Decreto 540/991, en su art. 5, autorizó a las sociedades a sustituir el libro copiador de cartas, por la conservación y
archivo de copia de la correspondencia enviada. Esta posibilidad no fue prevista para el comerciante individual.
Se impone su archivo en orden progresivo de fechas.
El archivo de la correspondencia se debe llevar al Registro Nacional de Comercio para su intervención, con la periodicidad
establecida para las hojas móviles.
El libro copiador no constituye un libro de contabilidad estrictamente sino un registro de la correspondencia. Interesa, en
particular, la conservación de la correspondencia porque mediante ella se pueden celebrar contratos comerciales.
Considerado como libro de comercio, se le aplican todas las normas de libros y, por lo tanto, puede servir como medio de
prueba.
2. Correspondencia recibida
La correspondencia que se recibe se guarda en el orden que el comerciante estime adecuado según sus necesidades.
Puede guardarlos en forma cronológica o por materia o según los lugares de donde provienen. El art. 63 establece:
“Están asimismo obligados a conservar en legajos y en buen orden todas las cartas que reciban con relación a sus
negociaciones, anotando al dorso la fecha en que las contestaron o haciendo constar en la misma forma que no dieron
contestación."
En el régimen establecido por el CCom, para poder certificar libros, el comerciante debía matricularse. En la Ley 16.871
de 1997, art. 51, se admite que el comerciante y la sociedad comercial no inscriptos en el Registro Nacional de Comercio,
también, puedan certificar libros.
Teneduría regular
La teneduría regular implica el cumplimiento de requisitos concernientes al aspecto exterior de los libros de comercio o a
su contenido interior (formalidades extrínsecas e intrínsecas).
En general, las formalidades tienen como finalidad evitar el falseamiento de las constancias en la contabilidad, impidiendo
agregados y sustituciones, y con ello se garantiza la verosimilitud de los libros de comercio.
La omisión total de llevar libros, hasta la mera irregularidad en algún asiento de algún libro, provoca que se considere a
la teneduría como irregular, lo cual tiene consecuencias bastante graves para el comerciante o la sociedad comercial
omisos.
I. Formalidades intrínsecas
A. Régimen general
El Código de Comercio (CCom) es liberal con relación a métodos y sistemas contables. Solamente se impone el
cumplimiento de algunas formalidades intrínsecas.
En lo que refiere al orden cronológico de los asientos, el art. 66 remite al art. 55. Éste establece que en el libro diario se
asentará día por día y según el orden en que se vayan efectuando, todas las operaciones que haga el comerciante, letras
u otros cualesquier papeles de crédito que diere, recibiere o entregare, de su cuenta o de la ajena, por cualquier título que
fuere, de modo que cada partida manifieste quién es el acreedor y quién el deudor en la negociación a que se refiere. Las
partidas de gastos domésticos basta asentarlas en globo, en la fecha en que salieren de la caja.
En lo referente a la prohibición de dejar blancos, el art. 66 especifica que las partidas han de sucederse una a otras, sin
que entre ellas quede lugar para intercalaciones ni adiciones.
En cuanto a las interlineaciones y otras alteraciones en los asientos, el art. 66 especifica que todas las equivocaciones y
omisiones que se cometan, se han de salvar por medio de un nuevo asiento, hecho en la fecha en que se advierta la
omisión o el error. Adviértase que la Ley 10.490 tipifica como delito la falsificación de documento privado.
Dentro de los cuatro meses de la fecha de cierre del ejercicio económico, los administradores de la sociedad deben
formular los estados contables. Estos incluyen el inventario de los diversos elementos que integran el activo y pasivo
social a dicha fecha, el balance general (estado de situación patrimonial y de resultados) y la propuesta de distribución de
utilidades, si las hubiera.
La LSC mantuvo el régimen de formalidades intrínsecas, con el agregado de mayores previsiones en cuanto a los estados
contables que se recogen en el libro inventario (art. 87, art. 88, inc. 2 y 3, arts. 89 y 90).
1. Continuidad y coherencia
En el inc. 3 del art. 88, se impone la continuidad de las formas y métodos de avaluación. Sólo se admite variación si ella
es aprobada por la mayoría de los socios. Se quiere impedir, con esta norma, cualquier tipo de maniobra, que se pueda
pretender efectuar mediante variaciones en esas formas y métodos:
"Para la elaboración de los estados contables correspondientes a cada ejercicio, se seguirán las mismas formas y los
mismos métodos de avaluación utilizados en los ejercicios precedentes. Toda variación, en tal sentido, deberá ser
razonablemente fundada y aprobada expresamente por la mayoría social o la asamblea."
El art. 91 dispone que la reglamentación establecerá las normas contables adecuadas a las que deberán ajustarse los
estados contables de las sociedades comerciales. En función de la delegación efectuada, el Poder Ejecutivo ha dictado
normas reglamentarias, sobre normas contables adecuadas.
b. Decreto 162/004
El régimen vigente surge del Decreto 162/004. Quedan derogados, a partir de este decreto, los decretos 105/991 y
200/993.
Por ese decreto, el Poder Ejecutivo aprobó como normas contables adecuadas, las Normas Internacionales de
Contabilidad emitidas hasta la fecha de publicación del Decreto 162/004 (19 de mayo del 2004). Por Decreto 90/005 del
25 de febrero de 2005 se estableció que se consideran Normas Internacionales de Contabilidad, las aprobadas y
traducidas oficialmente al idioma español por el International Accounting Standards Board (IASB) o por su antecesor el
International Accounting Standards Committee (IASC), publicadas por el Instituto Mexicano de Contadores Públicos.
B. Régimen establecido para sociedades comerciales en la Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060 de 1989 (LSC)
En cuanto a las formalidades extrínsecas, la LSC habilitó que la reglamentación dispusiese el empleo de medios técnicos
disponibles, en reemplazo de los libros obligatorios (art. 91, inc. 2, LSC). Ello fue reglamentado por Decreto 540/991, que
autorizó a las sociedades comerciales a reemplazar los libros diario e inventario por hojas móviles pre o post numeradas,
así como el empleo de fichas microfilmadas. De modo que es facultativo de cada sociedad utilizar los libros con las
formalidades extrínsecas prescritas en el Código de comercio o manejarse con hojas móviles o fichas microfilmadas.
Claro que las formalidades intrínsecas se mantienen. Los asientos en tales hojas se deben hacer cumpliendo con lo
dispuesto por el art. 56 del CCom.
Efectuadas las registraciones contables, las hojas móviles deben encuadernarse y ser llevadas al Registro Nacional de
Comercio para que éste las intervenga. El art. 2 del Decreto 540/991 establece:
“En los casos previstos en el inciso 1º del artículo anterior, una vez realizadas las registraciones, las Sociedades
Comerciales presentarán ante el Registro Público de Comercio, a efectos de su intervención, las hojas móviles referidas,
encuadernadas en piezas que contendrán mil folios como máximo.”
Las hojas deben ser presentadas al Registro, por lo menos, una vez al año, dentro de los 30 días siguientes a la aprobación
de los estados contables por los socios o la asamblea de accionistas, o dentro de los 210 días del cierre del ejercicio
social (el que sea menor de ambos plazos).
Damos un ejemplo. Si el cierre del ejercicio es el 31 de diciembre los estados contables deberán estar formulados dentro
de los cuatro meses siguientes (art. 87 Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060 de 1989), esto es, al 30 de abril del año
siguiente y aprobados por los socios dentro de los 180 días del cierre del ejercicio, esto es, al 30 de junio. Si se aprueban
el 30 de junio hay plazo para la intervención registral hasta el 30 de julio.
De acuerdo al Decreto, una sociedad comercial que tenga registraciones contables de gran volumen podrá concurrir
periódicamente, cuando le resulte más conveniente, con las hojas móviles encuadernadas a los efectos de su intervención.
No tiene que esperar a que se acumulen los registros de un año, para recién entonces pedir la intervención (art. 4 Decreto
540/991).
La intervención se formaliza en el último folio encuadernado, con los siguientes datos: denominación social, nombre del
libro, cantidad de folios y numeración, lugar y fecha de presentación (art. 3, inc. 1).. Si se utilizan fichas microfilmadas, la
intervención del Registro será por sistema de perforación en cada una de ellas, indicando la fecha (art. 3, inc. 2).
De esta manera, la certificación de la primera foja de cada libro de comercio es sustituida, por una intervención del Registro
Nacional de Comercio que servirá para asegurar la inalterabilidad futura en los asientos registrados. El Decreto 540/991
establece, en su art. 6, que los asientos en las hojas móviles, intervenidas por el Registro Nacional de Comercio tienen la
misma eficacia probatoria que los libros de comercio y produce los demás efectos de la teneduría regular de libros de
comercio.
¿Qué sucede si se presentan las hojas para su intervención vencido el plazo reglamentario? El Decreto crea la presunción
de que los registros contables se efectuaron en la fecha de la intervención del registro (art. 4, inc. 2). ¿Que quiere significar
tal presunción? Entendemos que quiere significar que se presume que la sociedad no llevó la contabilidad de las
operaciones en forma diaria y que no se han formulado los estados contables en las fechas legalmente establecidas y
que por lo tanto no se cumple con la obligación establecida en el artículo 56 del Código de comercio, en cuanto a la forma
de llevar el libro diario y las disposiciones de la Ley 16.060 en cuanto al plazo para formular los estados contables anuales
y para aprobarlos. Por consecuencia se considerará como una teneduría de libros irregular con todas sus consecuencias
legales.
C. Ley 16.871/1997
La Ley 16.871/1997, de 28 de setiembre, de Registros Públicos (LRP) extiende a todos los comerciantes, personas físicas
o jurídicas, la solución que el Decreto 540/991 establecía respecto de las sociedades mercantiles, en cuanto a la
posibilidad de llevara la contabilidad en hojas móviles.
En cuanto a la certificación de los libros, según ya se expresó, la LRP se refiere a habilitación de libros y no a certificación.
Sin embargo, establece que la habilitación contiene una certificación.
La habilitación se hará por el Registro Nacional de Comercio. Tratándose de comerciantes domiciliados en el interior del
país, los comerciantes o sociedades comerciales podrán habilitar los libros ante el Registro de la Propiedad Inmueble de
su domicilio.
Tal como dispone el art. 51, la habilitación es una certificación en que consta el número de folios, el destino, la
denominación del comerciante y la fecha de la intervención. El texto tiene un agregado que establece:
“... y tratándose de personas físicas y sociedades comerciales no inscriptas el certificado deberá establecer nombres y
apellidos completos del solicitante o socios, edad, número de cédula de identidad u otro documento oficial igualmente
identificatorio en caso de extranjeros, estado civil, nombre del cónyuge o ex- cónyuge cuando correspondiere, domicilio y
giro o ramo del negocio, número de inscripción en el Registro Único de Contribuyente y denominación en su caso.”
De lo dispuesto en el inc. 2, parecería que una persona física puede certificar libros sin justificar su previa registración en
una ficha del Registro. La sociedad irregular, por no estar inscripta en el Registro Nacional de Comercio, también, podrá
certificar libros. Podrá, también, hacerlo una sociedad en formación.
Para todos esos casos, el art. 51 establece los datos que se deben presentar por el solicitante. Si se trata de personas
físicas, la norma dispone que se aporten los datos que debieron estar contenidos en la ficha registral aún no abierta. Si
se trata de sociedades comerciales, se exige la identificación de los socios y la denominación de la sociedad.
Interesa destacar lo establecido en el art. 51, inc. 3, y en el art. 53. Cuando una persona solicita habilitación de libros y
hubiere habilitado libros antes, debe acompañar un certificado de contador, en que conste la utilización total del último
libro. Si se hubiera perdido, destruido o hubiera habido una sustracción de libros, se debe publicar el hecho en el Diario
Oficial y acreditarlo sumariamente en el Juzgado de Paz. Con el testimonio de la resolución judicial se podrán habilitar
nuevos libros.
De acuerdo con lo dispuesto en el n° 4 del art. 7 de la LC, los estados contables deberán ser acompañados de informe
firmado por contador público o establecer expresamente la causa por la cual no fue posible obtener dicha firma. Si el
deudor hubiera contratado auditoría externa de sus estados contables, acompañará igualmente los informes de auditoría
correspondientes a los estados contables presentados. En caso de falta de presentación de cualquiera de estos informes
(a los que el n° 4 confusamente se refiere como "recaudos"), indicará la causa por la cual no puede aportarlos.
El comerciante es un deudor que está obligado a llevar contabilidad. El art. 54 del Código de Comercio (CCom) establece:
"Todo comerciante está obligado a tener libros de registro de su contabilidad..."
Por lo tanto, el comerciante que solicita concurso debe acompañar sus estados contables. Sólo quedarían liberados del
cumplimiento de este requisito, quienes no sean comerciantes.
Para el caso en que el comerciante no presentare sus estados contables, el inciso final del art. 7 de la LC dispone que el
Juez la rechazará de plano la solicitud de concurso.
El Decreto reglamentario 146/009, sin embargo, en sus considerandos establece que la omisión de llevar contabilidad
suficiente o aun el incumplimiento de la obligación legal de llevar contabilidad, no debe ser un obstáculo para la promoción
de procesos concursales.
Entendemos que esta consideración del Decreto Reglamentario es contradictoria con lo dispuesto por el inciso final del
art. 7 de la LC. La remisión que realiza el n° 4 del art. 7, a la reglamentación, es a los solos efectos de determinar cuáles
serían los estados contables que debe presentar el deudor. Las consecuencias de la omisión de contabilidad suficiente
ya la establece la Ley.
Ahora bien, para presentar estados contables se debe llevar una contabilidad ajustada a Derecho. Eso supone,
necesariamente, la teneduría regular de libros, pues es la forma de llevar una contabilidad ajustada a Derecho.
De modo que, en definitiva, quien no lleve libros regularmente, no puede solicitar su propio concurso.
En caso de existir una controversia judicial, los comerciantes pueden verse compelidos, aun contra su voluntad, a exhibir
sus libros de comercio. Esta excepción al principio de reserva y al de que nadie está obligado a presentar prueba en su
contra, resulta del art. 72 del Código de Comercio (CCom) que dispone:
“Fuera de los casos especificados en el artículo anterior, sólo podrá proveerse a instancia de parte o de oficio, la exhibición
de los libros de los comerciantes contra la voluntad de éstos, en cuanto tenga relación con el punto o cuestión de que se
trata.”
El inc. 2 del art. 72 CCom agrega que la exhibición se “contraerá exclusivamente a los artículos que tengan relación con
la cuestión que se ventila”.
Luego, el art. 76 establece las condiciones para la validez de la prueba de libros:
"Los libros de comercio llevados en la forma y con los requisitos prescritos serán admitidos en juicio, como medio de
prueba, entre comerciantes, en hecho de su comercio, del modo y en los casos expresados en este Código."
De la norma que acabamos de transcribir se desprende que existen tres clases de condiciones para la admisibilidad de
la exhibición de los libros en juicio: condiciones formales, condiciones subjetivas y condiciones objetivas.
I. Condiciones formales
Los libros, para hacer prueba en juicio, deben ser llevados regularmente. Para que se consideren llevados regularmente
deben cumplir con los requisitos intrínsecos y extrínsecos exigidos por las leyes.
B. ¿Sirven como prueba en contra de quien los lleva, los libros que carecen de formalidades?
Respecto a la interrogante planteada, se sustentan dos tesis.
El art. 67 del CCom establece lo siguiente:
“Los libros mercantiles que carezcan de alguna de las formalidades prescriptas en el artículo 65, o tengan algunos de los
defectos y vicios notados en el precedente, no tienen valor alguno en juicio en favor del comerciante a quien pertenezcan."
Se argumenta a contrario sensu de lo dispuesto por el art. 67, que el libro irregularmente llevado podría tener valor en
juicio en contra del comerciante que los lleva. Se argumenta que, de lo contrario, se premiaría la negligencia del
comerciante que no ha llevado bien sus libros, pues no se le puede oponer la prueba de sus libros. Ello implicaría una
prima a la negligencia o mala fe, desde que la falta de cumplimiento de los deberes contables permitiría al comerciante
eludir una prueba que le es desfavorable y borrar su propio reconocimiento, sea o no confesión, estampado en los libros.
Sin embargo, cabe advertir el carácter excepcionalmente grave de la prueba en contra. Los libros mal llevados no tienen
garantía de autenticidad. Por lo tanto, el libro mal llevado no estaría en condiciones de probar ni a favor ni en contra del
comerciante que los lleva.
Expresa Bolaffio:
"El legislador concede a los libros de comercio una eficacia probatoria especial a favor del comerciante que los lleva, a
condición de que sean observadas las formalidades establecidas para su regular teneduría... Sin los requisitos de ley,
aquellos libros no son más que un simple producto elaborado por la parte; y, por otra parte, repugnaría que la negligencia
del comerciante en cumplir aquellas disciplinas que la Ley le impuso, fuese premiada con reconocer sus libros irregulares."
Las normas del Código de Comercio (CCom) sobre valoración de la prueba de libros contrarían dos principios generales
del Derecho común: nadie está obligado a suministrar prueba en su contra; nadie puede preconstituir prueba a su favor.
A continuación hemos de ver por qué.
B. Indivisibilidad de la prueba
Resulta del art. 76, inc. 2, que quien solicita la exhibición de libros, no puede aceptar los asientos que le sean favorables
y desechar los que le perjudiquen. Si él pidió la exhibición de libros, debe estar a las resultas combinadas de todos los
asientos relativos al punto controvertido.
Un comerciante A tiene un pleito con un comerciante B. En el juicio, A pide que se exhiban ciertos asientos de un
determinado libro. El juez ordena la exhibición solicitada. De un asiento resulta que B le debe un millón de pesos a A. De
este modo, el asiento prueba en contra del comerciante que lleva el libro, prueba en contra de B. Pero si hay otro asiento
del mismo libro de B, del cual resulte que B pagó la mitad del importe adeudado según el asiento anterior, A no puede
invocar el primer asiento y desconocer el segundo. Debe estar al resultado armónico de los dos asientos.
II. Prueba de los libros a favor del comerciante que los lleva
En algunos casos, los libros prueban en favor del comerciante que los lleva. La prueba a favor del comerciante transgrede
el otro principio fundamental de que nadie puede preconstituir una prueba de antemano, a su favor. Por ello la norma es
de interpretación estricta. Se aplica sólo a los casos previstos que se analizan a continuación.
Exhibición de Libros
Caso
Se denomina exhibición al procedimiento por el cual un tercero podría tomar conocimiento del contenido de los libros.
El art. 71 del CCom prevé que los libros puedan exhibirse en juicios de sociedad. Juicios de sociedad serán aquéllos que
tengan que ver con un contrato societario y que se plantean entre uno o más socios y la sociedad y, también, lo serán los
juicios de la sociedad o de los socios contra los administradores de la sociedad.
La exhibición general de los libros de la sociedad se justifica por el interés común de los socios en los negocios sociales
y, por ende, en los libros. La Ley de Sociedades Comerciales n° 16.060/1989, de 5 de setiembre (LSC), regula la exhibición
general en el art. 75 que contiene una norma general y en el art. 339 en una norma especial para las sociedades anónimas.
* Régimen general
El art. 75 de la LSC establece, para todos los tipos sociales (menos sociedades anónimas), la posibilidad de que los socios
exijan a los administradores la exhibición general de los libros y documentos sociales, salvo en los casos en que la
sociedad disponga de un órgano de control.. Según este artículo, entonces, los socios pueden, en principio, examinar los
libros y documentos sociales. Lo que constituye título legitimante para pedir la exhibición es la relación social, cualquiera
sea la intensidad del vínculo que liga al socio con la entidad de que forma parte.
En función de lo dispuesto por el art. 75 de la LSC, el derecho a pedir la exhibición corresponde exclusivamente a los
socios. No podría ejercerlo el socio del socio ni tampoco el acreedor del socio, a pesar de que puedan demostrar su
interés en la exhibición..
Asimismo, cuando una persona ha perdido la calidad de socio, se extingue su derecho a pedir la exhibición de los libros
de la sociedad. En doctrina se sostiene que al socio excluido sólo le compete un derecho a la rendición de cuentas
conceptuándose como un mero acreedor (Bolaffio).. Nosotros entendemos que el socio conserva su calidad de tal
mientras no se liquide su participación y ha de subsistir ese derecho para poder ejercer un efectivo control sobre el valor
que se atribuya a su parte.
Producida una causal de disolución, la sociedad subsiste con su personería a los efectos de la liquidación. Entendemos
que se debe mantener el régimen de exhibición de libros antes señalado, durante el proceso de liquidación.
Por lo demás, debe tenerse presente que el mismo art. 75 establece dos excepciones: las limitaciones que la LSC
establezca para determinados tipos sociales y los casos en que exista un órgano de control interno (art. 75, inc. 2).. Se
considera que si existe un órgano de control, cuyos miembros han sido designados por los socios, se hace innecesario el
control individual.
En cuanto a las limitaciones que la LSC establece respecto de determinados tipos, precisamente, debemos advertir las
particularidades que al respecto presenta el régimen aplicable a las sociedades anónimas. Se trata de un derecho cuyo
ejercicio está estrictamente condicionado en las sociedades anónimas.
c. Otros procesos
* Procesos sobre comunidad
En segundo lugar, el art. 71 CCom prevé que puede decretarse la exhibición general en ocasión de un juicio de comunión.
Existe comunión o comunidad, cuando la propiedad sobre un bien pertenece a varias personas en forma indivisa..
Si un establecimiento comercial es heredado por dos o más personas éstos serán sus condóminos, en tanto no resuelvan
explotarlo pues, en cuanto comiencen su explotación, se convertirán en socios. En esa hipótesis se justificaría la exhibición
general, por tratarse de una comunidad en el primer caso o de una sociedad en el segundo.
La hipótesis legal de comunidad, prevista en la norma que comentamos, podría ajustarse al caso de la comunidad que se
crea entre los cónyuges, cuando se ha decretado la disolución de la sociedad conyugal y no se ha hecho la partición de
los gananciales. Si entre los bienes gananciales existe un establecimiento comercial y si después de la disolución se sigue
por ambos cónyuges la explotación, nacerá entre ellos una sociedad comercial. Los libros serán de un condominio sólo si
con la disolución de la sociedad conyugal se produjo, simultáneamente, el cierre del establecimiento; en cuyo caso, el
establecimiento y los libros de comercio pasarán a ser objeto de un condominio entre los cónyuges.
La hipótesis de comunidad, también, se daría después de liquidada la sociedad comercial disuelta. En este caso, los libros
deben ser conservados por uno de los socios pero como los libros pertenecen a todos ellos, habrá nacido una comunidad
que justificaría un pedido de exhibición general.
* Procesos concursales
Cuando se produce el concurso del comerciante, el interés de la reserva de sus negocios se mantiene, en la medida que,
en principio y de ser posible se ha de continuar con la actividad empresaria. Por otra parte, si el comerciante logra revertir
su insolvencia mediante un convenio, el derecho a la reserva conserva indudablemente plena vigencia, a pesar de que
se encuentre suspendida o limitada su legitimación para administrar o disponer de sus bienes.
No obstante, existe un caso en que puede proceder la exhibición general a los acreedores. En la Ley de Declaración
Judicial del Concurso y Reorganización Empresarial n° 18.387 de 2008, de 23 de octubre (LC) hay una referencia expresa
a la exhibición de libros, en el art. 16. Si el deudor se opone a la solicitud de concurso necesario, debe presentar con la
oposición sus libros y demás documentos contables.
En cambio, parece claro que el síndico o el interventor puede exigir la exhibición general de los libros del comerciante.
Esto se justifica en la medida en que en el caso de suspensión de su legitimación, la administración de sus bienes quedará
a cargo de un síndico y en el caso de limitación de la limitación, quedará sometido a la co-administración de un interventor,
en los términos que establece el art. 45 de la LC.
La exhibición de libros en el concurso presta gran utilidad. Por los asientos de los libros se verifica el estado del activo y
del pasivo; se comprueba la exactitud de las pretensiones de los acreedores del deudor e incluso se puede apreciar la
conducta del deudor. Existe, entonces, un interés del síndico y el interventor en la exhibición, pues el concurso es un
proceso sobre el que pesa especialmente la consideración de intereses generales, vinculados a la tutela del crédito y de
la actividad empresarial.
Debemos señalar que, en el concurso, respecto al síndico o el interventor hay algo más que una exhibición general, hay
un desapoderamiento de los libros. El concursado es desapoderado de bienes y libros; se le incautan y pasan a manos
del síndico o del interventor.
1. Vías procesales
El interesado en obtener la exhibición general dispone de diversas vías para encauzar su solicitud, cuya elección depende
de la norma legal que le sirve de sustento. Según los casos, la exhibición podrá pedirse dentro de un juicio ya pendiente,
como medio probatorio; o se podrá pedir como diligencia preparatoria de un juicio a iniciar; o como medida cautelar; o
como actio ad exhibendum, esto es como una demanda cuyo único objeto y fin es la exhibición general de los libros.
En todos los casos, el peticionante debe justificar ante el juez competente, la calidad que le autoriza a pedir la exhibición,
esto es, su condición de socio, comunero, heredero, etcétera.
c. Actio ad exhibendum
En doctrina se plantea si la exhibición general puede ser objeto principal de una demanda (actio ad exhibendum). De la
lectura del art. 71 del CCom, que hace referencia a juicios de sucesión, sociedad, etcétera, podría inferirse que el legislador
está presuponiendo juicios ya iniciados. El CCom no prevé expresamente un actio ad exhibendum.
La doctrina está dividida. Albanell Mac Coll entiende que sólo puede solicitarse como diligencia preparatoria o como
medida precautoria o cautelar al amparo de las normas procesales.. Pérez Fontana expresa que la exhibición general de
los libros de comercio solamente puede ser solicitada después de iniciado el juicio, en el estado correspondiente del
mismo o sea cuando éste se abre a prueba.. Para Bolaffio la exhibición puede ser el objeto de la controversia, determinada
por la negativa de quien lleva los libros a exhibirlos a quien se los requiere y puede ser también utilizada como medio de
prueba en una controversia pendiente..
En nuestro concepto, si bien la Ley no ha previsto que la exhibición sea objeto del proceso, esto es, la posibilidad de una
actio ad exhibendum, entendemos que ésta puede ser admitida. El art. 71 no está presuponiendo, necesariamente, juicios
ya iniciados y se puede entender que se refiere al objeto de juicios existentes o que se inicien. Quien solicita la exhibición
puede hacerlo con el único propósito de hacer efectivo el derecho de examen e información de que dispone. En este
supuesto, la exhibición constituye el objeto principal del proceso..
En la hipótesis referida en el art. 75 de la LSC, quienes acrediten su calidad de socios, podrán promover una actio ad
exhibendum, para el caso de que el administrador no les permita examinar los libros y documentos sociales, así como
para el caso en que el administrador se niegue a suministrarles los informes que entiendan pertinentes. Cuando existe un
órgano de control – un síndico o una comisión fiscal – le corresponde a éste el examen de los libros y documentos, así
como la solicitud de balances de comprobación toda vez que lo estime conveniente (art. 402, n° 2, LSC). El art. 339 habilita
a los accionistas a pedir exhibición de libros; pero establece un triple condicionamiento: la comparecencia de socios que,
por lo menos, representen el 10% del capital integrado; la indicación de actos violatorios de la Ley o el contrato social o
la existencia de sospechas fundadas sobre graves irregularidades cometidas por los órganos sociales y el agotamiento
de los recursos previstos en el contrato social y en la Ley. El texto del artículo demuestra que no se requiere, para poder
exhibir libros, que exista un juicio pendiente.
De lo hasta aquí expresado se extrae que las diferencias más importantes entre exhibición parcial y general son las
siguientes:
1. En la exhibición general tiene como objeto la totalidad de alguno o varios de los libros del comerciante. La exhibición
parcial se concreta a uno o algunos asientos determinados, relacionados con un determinado negocio (art. 72).
2. La exhibición general procede en casos determinados taxativamente. La exhibición parcial en cualquier juicio entre
comerciantes en que se plantee una contienda relacionada a un hecho del comercio.
3. La exhibición general sólo se decreta a pedido de parte. La exhibición parcial puede ser decretada a pedido de parte o
de oficio.
4. En la exhibición general los libros se exhiben, en principio, a la parte que la pide. En la exhibición parcial los libros se
muestran siempre al juez, porque éste debe resolver la contienda con la prueba que ellos producen. Los libros constituyen
un medio de prueba y la exhibición parcial es el mecanismo para su producción.
B. Procedimientos
1. Exhibición general
a. Casos: art. 71 CC, art. 339 LSC, concurso, enajenación de establecimiento comercial y DGI.
b. Alcance: todos los libros
c. Finalidad: informativa o compulsa
2. Exhibición parcial
a. Casos: todos
b. Alcance: asientos objeto de la controversia
c. Finalidad: prueba
A continuación, analizaremos algunos conceptos básicos que se manejan en materia de defensa de la competencia.
Reseñaremos, también, los modelos de defensa de la competencia que se han adoptado en el Derecho extranjero.
I. Mercado y competencia
Según el diccionario mercado es el estado y evolución de la oferta y demanda en un sector económico dado..
También, se le define como el ámbito – físico o virtual – donde confluyen la oferta y demanda referidas..
B. Competencia
La competencia mercantil se ha definido como el esfuerzo de una pluralidad de sujetos que operan simultáneamente, por
conseguir una ventaja en la disputa con otros competidores, por la clientela o los proveedores de productos homogéneos
o sucedáneos en un mercado determinado..
Los competidores habrán de actuar en forma independiente, para conseguir cada uno de ellos el mayor número de
contratos con clientes y proveedores..
La competencia es la base del sistema capitalista y del liberalismo económico.. Por ende, supone el respeto de varios
principios: la propiedad privada de los medios de producción, la libre circulación e inversión del capital, y el lucro
económico como motor de la actividad económica..
1. Libre competencia
La libre competencia es un fenómeno jurídico, pues toda forma de convivencia humana está sometida a Derecho y éste
supone siempre una limitación dentro de la libertad.
Libre competencia, en sentido jurídico, significa igualdad de los competidores ante el Derecho..
a. Concepto de libre competencia
La libre competencia consiste en la posibilidad de que industriales y comerciantes accedan al mercado en forma igualitaria
para ofrecer sus bienes y servicios.
Se supone que el afán de conquista del mercado representa el mejor medio para lograr la eficiencia del mercado: que los
operadores económicos utilicen adecuadamente los recursos productivos, que se reduzcan progresivamente los costos y
que se generen nuevos productos..
La libertad de competir incluye la de utilizar todos los medios para afirmarse en el mercado, atraer la clientela y fijar las
características de la oferta y la demanda. Se considera incluida, también, la libertad para adquirir los factores de
producción, decidir su organización, decidir con quién se contrata y con quién no. Asimismo, es libre la búsqueda y
conservación de la clientela, a través de los mecanismos de marketing que se consideren más adecuados..
Como contrapartida de esta libertad, el daño concurrencial infligido a los competidores no es ilícito, puesto que deriva del
ejercicio de un derecho, en tanto se atenga a los límites permitidos por la Ley. Estos límites, por otra parte, deben
interpretarse restrictivamente..
b. Economía de mercado
Se entiende como economía de mercado, la organización y asignación de la producción y el consumo de bienes y servicios
que surge del juego entre la oferta y la demanda en una situación de competencia, lo que requiere una determinada
participación del Estado para corregir o mejorar los efectos negativos de externalidades y fallos del mercado y para
garantizar un acceso general mínimo a ciertos bienes y servicios.
De modo que, por una parte, los oferentes concurren libremente en la producción de bienes y servicios y el consumidor
está en condiciones de tomar decisiones libres sobre sus compras en el mercado, con información suficiente sobre las
características de precio y calidad de los productos, sin que en estas decisiones intervengan fuerzas distintas a las del
mercado..
2. Precio de equilibrio
Teóricamente, el precio en una economía de mercado, puesto que surge de una gran cantidad de transacciones
independientes, tiende a estabilizarse en un determinado valor – al que se le denomina precio de equilibrio – que le viene
dado a quienes participan en el mercado como una tendencia irresistible que no pueden modificar..
B. La distinción en la actualidad
La doctrina más actualizada considera que se ha producido un acercamiento conceptual entre el Derecho de defensa de
la competencia y el Derecho contra la concurrencia desleal y que no habría obstáculos insalvables que impidan configurar
un sistema unitario de Derecho de la competencia..
A. Modelo anglo-americano
La primera manifestación en sentido moderno de un Derecho de defensa de la competencia se produjo en 1632, cuando
el parlamento de Inglaterra aprobó una Ley de monopolios, que declaró nulos los monopolios concedidos por la Reina
Isabel. Quedaban exceptuados de esta prohibición los monopolios derivados de patentes de invención, los
consuetudinarios de que eran titulares las ciudades y las corporaciones, y los concedidos por el propio Parlamento[36].
Se recuerda, también, el principio emanado del caso Mitchell v. Reynolds, en 1711. De acuerdo con el precedente allí
asentado, los pactos restrictivos de la competencia se tendrían por legítimos sólo en la medida en que pudieran justificarse
como razonables, fueran accesorios a un negocio principal y fueran limitados temporal y espacialmente. Casi dos siglos
después (1894), el principio se reformula en el caso Nordenfelt v. Maxim Nordenfelt Guns & Ammunition Co., según el
cual cualquier restricción al comercio sería contraria al orden público, salvo que fuese justificada por ser razonable en
relación a los intereses de las partes involucradas y del público, y tan delimitada que dé protección adecuada a las partes
sin dañar al público[37].
En cuanto al Derecho de defensa de la competencia norteamericano, habría surgido como una reacción política contra
los abusos del período inmediatamente posterior a la Guerra Civil. Sus autores intelectuales no consideraban estar
impulsando el desarrollo de nuevos principios jurídicos sino meramente aplicando los principios del common law[38].
A continuación realizaremos una reseña de los fundamentos teóricos del utilitarismo y de la Escuela de Chicago, en razón
de su influencia determinante sobre el Derecho norteamericano y, también, como se verá más adelante, sobre nuestra
LDC.
1. El utilitarismo
El utilitarismo surge en Inglaterra, en el siglo XVIII. Sus precursores fueron Bentham[77] y Stuart Mill[78]. En términos muy
generales, puede ser considerado como un consecuencialismo hedonista, pues juzga la corrección de las acciones según
su resultado (consecuencialismo) en términos de cantidad de placer o felicidad obtenida (hedonismo)[79].
a, El interés personal como motivación de la actuación humana
Bentham sostenía que la naturaleza habría colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos pautas soberanas: el dolor
y el placer. Esas pautas nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos y en todo lo que pensamos[80].
Para obtener placer y evitar el dolor, el ser humano calcula, con mayor o menor exactitud. Ese cálculo está siempre guiado
por un interés personal, en sentido amplio (como motivo). Incluso cuando se realizan actos del mayor virtuosismo, el
interés llevaría a discernir entre el bien y el mal, y realizar los cálculos indispensables para obtener el primero[81].
b. La utilidad
El término útil, en su acepción ordinaria, designa la propiedad que tiene una cosa de favorecer el desarrollo y la
prosperidad de un individuo, de una colectividad o de toda la especie humana. Lo útil se opone a lo nocivo[82].
A la cantidad de placer o felicidad que una persona obtiene, se le denomina “utilidad”[83].
Para el utilitarismo, sólo el nivel de utilidad individual importa cuando se comparan dos situaciones. Además, considera
que los niveles de utilidad individuales son comparables[84].
No obstante, el utilitarismo considera relevante el placer o felicidad del conjunto de personas, no de los individuos en
particular. Por lo tanto, cualquier sacrificio individual podría ser requerido si el perjuicio individual es inferior al beneficio
de otros[85].
2. La Escuela de Chicago
En su primera versión – expresada en un ensayo de Simons de 1934 A Positive Program for Laissez Faire – se sostenía
que el gobierno debía desarrollar un papel activo para mantener el funcionamiento de una economía de mercado. En este
sentido, el gobierno debiera establecer una política antitrust, que asegurase una competencia efectiva. Esa política debía
consistir en la prohibición de actos colusorios y en el control del tamaño de las empresas, de modo de mantener una
estructura de mercado consistente con un régimen de libre competencia[86].
Se admitía, sin embargo, que en determinadas áreas, el mercado podía no ser del todo eficaz en la asignación de recursos.
Para esos casos, se admitían soluciones que iban desde la regulación estatal hasta la conformación de monopolios
públicos[87].
Sobre el rechazo de estas últimas consideraciones, se desarrolló una segunda versión de la Escuela de Chicago. Esta
segunda Escuela de Chicago - liderada por Stigler y Friedman - se suele relacionar con la teoría neoclásica de precios y
el rechazo al keynesianismo en favor del monetarismo, a la vez que por su rechazo por las regulaciones económicas y su
apoyo al liberalismo económico[88].
La segunda Escuela se basa en tres principios: people maximize, markets clear y la eficiencia como pauta valorativa[89].
a. People maximize
El primer principio se resume en la expresión people maximize.
A diferencia del utilitarismo, la Escuela de Chicago no se preocupa por lo que es el hombre. Se contenta con proponer
una hipótesis fundada en el comportamiento humano: la actuación racional en función del interés por aumentar sus
beneficios y, reducir sus costos[90].
No se sostiene que los individuos calculen conscientemente los costos y beneficios de cada una de sus acciones. Sólo
se afirma que su comportamiento puede ser explicado como si así lo hicieran. Consecuentemente, el modelo del hombre
como actor racional es una mera ficción, sin la pretensión de ser descriptiva de la realidad[91].
Como Bentham, los integrantes de la Escuela de Chicago sostienen que el homo economicus está siempre motivado por
su interés personal (self-interest). Sin embargo, no reconocen el origen de esta idea en el utilitarismo sino en las ideas de
Smith[92].
La actuación según ese interés egoísta tendría como resultado la maximización de la riqueza. La riqueza se distingue del
concepto de utilidad manejado por Bentham, en tanto es medida en términos monetarios[93].
b. Markets clear
Las instituciones que maximizan la riqueza son, por hipótesis, menos costosas que aquellas que no lo hacen. En este
sentido, la institución “mercado”, aun sin compensar las pérdidas resultantes de su funcionamiento eficiente, cuesta menos
a la sociedad que un sistema que asegure una compensación a los perdidosos[94].
Consecuentemente, se considera que el mercado es, en general, el más eficaz regulador de la actividad económica, en
cuanto a conciliar los ilimitados deseos de los individuos con los escasos recursos disponibles[95].
El rol del gobierno, entonces, debe ser el más limitado posible[96].
c. La eficiencia como valor
En general, los economistas manejan dos conceptos de eficiencia: el de Pareto[97] y el denominado Kaldor-Hicks (así
llamado en alusión a los trabajos realizados por Nicholas Kaldor[98] y John Hicks[99])[100].
Según Pareto, el equilibrio económico es el estado que se mantendrá indefinidamente si no hubiera ningún cambio en las
condiciones en las cuales se observa. El equilibrio resulta de la oposición de gustos y obstáculos, así como de las
condiciones de hecho que determinan el estado de los individuos y las transformaciones de los bienes[101].
El “óptimo paretiano” se alcanza una vez que los recursos y bienes se encuentran ubicados de tal modo que, cualquier
cambio en su ubicación beneficiaría a una persona a costa de otra[102]. Si algo genera o produce provecho, comodidad,
fruto o interés sin perjudicar a otro, provocará un proceso natural de optimización hasta alcanzar el punto óptimo de
eficiencia[103].
La ubicación (allocation) de los recursos es “Pareto superior” respecto de otra ubicación de los recursos, sí y sólo sí,
ninguna persona resulta perjudicada por aquella ubicación y por lo menos una resulta beneficiada. La ubicación de los
recursos es “Pareto inferior” si es posible una distribución superior[104].
En el modelo de Pareto, el incremento en la utilidad total no es mensurable. Por lo tanto, la única manera de demostrar
que un cambio en la ubicación de recursos es “Pareto superior”, es demostrando que todos los afectados por el cambio
lo consienten[105]. En condiciones ideales, los intercambios voluntarios alcanzarían el óptimo de Pareto, por definición,
puesto que dos sujetos no accederían voluntariamente a ese intercambio, si no obtuvieran beneficios mutuos[106].
Esto parecería una vía razonable para determinar cuándo un resultado se puede considerar eficiente desde el punto de
vista económico. Sin embargo, Coase[107] observó que existen efectos externos (externalities), esto es, subproductos de
una actividad que influyen sobre la producción de otros bienes o sobre el bienestar (utilidad) de otros individuos[108].
Se ha observado, entonces, que en la práctica es casi imposible adoptar ninguna acción social – como un cambio en la
política económica o la aprobación de una ley – sin empeorar la situación de, al menos, una persona. Ni siquiera en los
intercambios voluntarios se verificaría el óptimo de Pareto, en razón de la posible existencia de costos externos (como la
polución, por ejemplo) que afectan a terceros[109].
Kaldor y Hicks toman por base el concepto de Pareto, pero es menos exigente (se le conoce, también, como “potential
Pareto superior”)[110]. Para ellos, una redistribución de recursos sería eficiente, sí y sólo sí, con esa distribución los
gananciosos obtuvieran lo suficiente como para que pudieran compensar a los perdedores[111], incluso cuando estos
sean terceros (caso de la polución)[112].
En el concepto de Kaldor-Hicks, no se requiere que la compensación sea realmente hecha efectiva sino la mera posibilidad
de la compensación exista[113]. Por lo tanto, un resultado más eficiente podría, en los hechos, perjudicar a algunos, cosa
que no sería posible en el óptimo de Pareto[114].
Estos conceptos económicos, traducidos a términos jurídicos por Posner[115], implican considerar a la eficiencia como
instrumento para la maximización de la riqueza total de la sociedad o el bienestar social[116], cuyo fundamento ético se
encontraría en el consentimiento[117].
La eficiencia se ha vinculado, también, en particular, en relación con el Derecho antitrust, la “eficiencia empresarial” se
vincula con el “bienestar del consumidor”. Este último objetivo es formulado en términos teóricos, puesto que se reconoce
la imposibilidad de hablar de tal bienestar en términos admitidos por todos. Con esta orientación se persigue impedir la
transferencia de propiedad de los consumidores a las empresas, fomentar la entrada en el mercado de pequeñas
empresas, fomentar la innovación tecnológica y comercial, y limitar las ayudas discriminatorias[118].
Importantes partidarios del análisis económico del Derecho, manifiestan opiniones discrepantes con la Escuela de
Chicago en cuanto a la valoración de la eficiencia. Para Calabresi[119], por ejemplo, la eficiencia tiene un valor meramente
instrumental. Es necesario determinar su vinculación con alguna finalidad específica, antes de que ese instrumento pueda
ser evaluado. En ese sentido, considera que una apropiada combinación de bienestar, eficiencia y distribución es en alto
grado instrumental respecto a lograr lo que muchos considerarían una sociedad justa, pero no la garantizan[120]. En todo
caso, Calabresi atribuye a la justicia un poder de veto a las medidas que se pudieran adoptar con la finalidad de aumentar
la eficiencia[121].
B. Modelo europeo-continental
Describiremos muy sucintamente el modelo europeo-continental, desde la perspectiva del Tratado de Roma. Sólo como
ejemplo de uno de los Derechos nacionales, nos referiremos, luego, al Derecho español.
1. Tratado de Roma
El modelo europeo se distingue por dos características fundamentales: la atribuye la instrucción y valoración de las
conductas presuntamente anticompetitivas, a un órgano de la Administración, y la prohibición per se, de una serie de
prácticas que se enumeran. Los arts. 81 y 82 del Tratado de Roma son un buen ejemplo.
Claro que, en esta materia, el Reglamento del Consejo 1/2003 introdujo una reforma fundamental al declarar la
aplicabilidad inmediata de los arts. 81 y 82 del Tratado de Roma por las autoridades administrativas y los tribunales civiles,
bajo un sistema descentralizado. Sólo el control de las concentraciones entre empresas, en virtud de lo dispuesto en el
Reglamento del Consejo 139/2004, sigue confiando el control a las autoridades administrativas de la competencia[122].
En cuanto a los acuerdos o decisiones prohibidos por el art. 81, el Tratado de Roma los declara nulos de pleno derecho.
2. Modelo español
El moderno modelo español se ha estructurado sobre la base de tres normas: la Ley sobre represión de prácticas
restrictivas de la competencia, de 1963 (hoy derogada); la Ley de defensa de la competencia de 1989 (también, derogada);
y la Ley de defensa de la competencia de 2007 (hoy vigente).
a. Ley sobre represión de prácticas restrictivas de la competencia (1963)
En la Ley sobre represión de las prácticas restrictivas de la competencia, de 1963, se prohibían, con carácter general, las
prácticas realizadas coordinadamente por varios comerciantes, con el fin de limitar, restringir o falsear la libre competencia
(prácticas colusorias) y los abusos que pudieran cometer los comerciantes que ocupasen una posición dominante en el
mercado. Con carácter excepcional, algunas prácticas colusorias estaban excluidas de sanción, por disposición de la
propia Ley, y otras podían ser exceptuadas en virtud de un acuerdo del Tribunal de Defensa de la Competencia[123].
b. Ley de defensa de la competencia (1989)
La Ley de defensa de la competencia n° 16 de 1989, sin perjuicio de mantener varias de las soluciones contenidas en la
Ley de 1963, supera la dispersión existente en el Derecho de defensa de la competencia, derogando los arts. 87 a 89 de
la Ley de marcas y la separación artificial entre publicidad desleal y publicidad engañosa (que sólo tiene sentido en una
concepción profesional)[124].
En cuanto a las soluciones anteriores que mantiene, en primer lugar, cabe referir que continúa el Tribunal de Defensa de
la Competencia como órgano de aplicación. A pesar de su nombre, éste órgano no integra el Poder judicial sino el ejecutivo.
Su independencia funcional se garantiza con diversas previsiones, especialmente mediante la definición taxativa de las
causales por las cuales sus miembros podrían cesar en el cargo.
El Tribunal de Defensa de la Competencia continúa pudiendo establecer exenciones particulares (art. 4) o por categorías
(art. 5).
En la Ley de 1989 se mantiene, también, la técnica de prohibir las prácticas anticompetitivas pero agrega, en su art. 7,
una disposición que conlleva al entronque del tema de la libre competencia con la concurrencia desleal[125]:
«El Tribunal de Defensa de la Competencia conocerá, en los términos que la presente Ley establece para las conductas
prohibidas, de los actos de competencia desleal siempre y cuando concurran las siguientes circunstancias:
Que ese acto de competencia desleal distorsione gravemente las condiciones de competencia en el mercado.
Que esa grave distorsión afecte al interés público.»
La Ley de 1989 incluye la posibilidad de establecer multas coercitivas (art. 11).
Se establece un sistema de contralor de las concentraciones que impone el deber de notificar al Servicio de Defensa de
la Competencia todo proyecto u operación de concentración de empresas, que revista ciertas condiciones cuantitativas
(art. 14). La operación de concentración no podría llevarse a efecto, ni antes de ser notificada, ni antes de que la
Administración manifestase su no oposición a la misma o la subordinase a la observancia de condiciones determinadas
(art. 15).
En cuanto a las ayudas públicas, se atribuyó al Tribunal de Defensa de la Competencia la función de analizar los criterios
para su concesión, con el fin de emitir un informe a elevar al Consejo de Ministros. El Consejo de Ministros, a la vista del
contenido del informe del Tribunal de Defensa de la Competencia, decidiría, según los casos, proponer a los poderes
públicos la supresión o la modificación de los citados criterios, así como, en su caso, las demás medidas conducentes al
mantenimiento o al restablecimiento de la competencia (art. 19).
c. Ley de defensa de la competencia (2007)
La Ley de 2007 mantiene en el modelo previsto en la Ley de 1989, en cuanto a la prohibición de determinadas prácticas
anticompetitivas, que se enumeran. Las prácticas prohibidas continúan siendo de tres tipos: prácticas colusorias, abuso
de posición dominante y competencia desleal.
Asimismo, mantiene el régimen de contralor de las concentraciones. En cuanto al régimen de ayudas, tampoco hay
cambios sustanciales.
Cambia sí el nombre del órgano de aplicación, que pasa a denominarse Comisión Nacional de la Competencia (art. 12).
Se eliminan las exenciones particulares. Las exenciones por categorías se mantienen en función de lo dispuesto en los
reglamentos comunitarios.
La legislación de defensa de la competencia en Uruguay estaba conformada por las normas siguientes: arts. 13 a 15 de
la Ley n° 17.234; arts. 72, lit. d, 157 y 158, de la Ley n° 17.296; art. 89 de la Ley n° 17.556 del 2002. Todas ellas fueron
derogadas por la LDC.
La LDC estableció, en su art. 32, que el Poder Ejecutivo debía reglamentar la Ley, estableciendo un plazo de 120 a contar
de su promulgación. En función de ello se dictó el Decreto n° 404/007 que, en muchas de sus normas, repite el texto legal.
I. Caracterización general
La LDC contiene un capítulo primero, dedicado a disposiciones generales.
El capítulo comienza con la atribución del carácter de orden público a la Ley y una declaración respecto de su finalidad
(fomentar el bienestar de consumidores y usuarios) y los medios a través de los cuales alcanzará dicha finalidad (la
promoción y defensa de la competencia, el estímulo a la eficiencia económica y la libertad e igualdad de condiciones de
acceso a los mercados).
Sus arts. 2, 3 y 5, los dedica a la enunciación del principio de libre competencia, la prohibición general del abuso de
posición dominante (que, luego, se define en el art. 6) y de las prácticas anticompetitivas, y a la enunciación de criterios
valorativos (eficiencia económica y mercado relevante).
En el art. 4 aparece una enumeración de las prácticas prohibidas por anticompetitivas y los arts. 7 al 9 se refieren a los
actos de concentración económica.
B. Principio de eficiencia
La eficiencia económica o la mayor eficiencia, ha sido consagrada por la LDC, como un principio a tener en cuenta para
la valoración de conductas que objetivamente podrían calificarse como anticompetitivas. La Comisión de Promoción y
Defensa de la Competencia puede tomar en cuenta este principio para determinar si sanciona o no, y en qué medida, una
conducta colusoria o el abuso de posición dominante, bajo la premisa, además, que la mayor eficiencia no constituye una
conducta restrictiva de la competencia. En el caso de los actos de concentración monopólica, debe incorporar este
principio entre los factores del análisis en que fundará su autorización o no.
El principio de eficiencia se encuentra expresado, en varias formulaciones de la LDC.
1. La eficiencia como principio valorativo de las conductas colusorias y del abuso de posición dominante
El art. 2, inc. 3, de la LDC establece que, a efectos de valorar las conductas colusorias y el abuso de posición dominante,
la Comisión de Promoción y Defensa de la Competencia podrá tomar en cuenta si generan “ganancias de eficiencia
económica” de los sujetos, unidades económicas y empresas involucradas:
“A efectos de valorar las prácticas, conductas o recomendaciones indicadas en el párrafo que antecede, el órgano de
aplicación podrá tomar en cuenta si esas prácticas, conductas o recomendaciones generan ganancias de eficiencia
económica de los sujetos, unidades económicas y empresas involucradas, la posibilidad de obtener las mismas a través
de formas alternativas, y el beneficio que se traslada a los consumidores…”
2. La eficiencia como fundamento del proceso natural de conquista del mercado
A continuación, el mismo art. 2, inc. 3 (in fine), de la LDC establece:
“La conquista del mercado resultante del proceso natural fundado en la mayor eficiencia del agente económico en relación
con sus competidores, no constituye una conducta de restricción de la competencia.”[52]
Es indiscutible la legitimidad de la conquista del mercado – esto es, del daño producido al competidor - siempre y cuando
ésta provenga de la mayor eficiencia. La única condición sería que no se contradijese el proceso natural.
Esta norma no parece más que una concreción, para el ámbito de la defensa de la competencia, de lo que establece el
art. 1321 del Código Civil desde hace 150 años:
“El que usa de su derecho no daña a otro, con tal que no haya exceso de su parte. El daño que le puede resultar no le es
imputable.”
Los competidores tienen derecho a prevalecer en la conquista del mercado, por la cual pugnan legítimamente. Sólo
incurrirían en responsabilidad si hubiera exceso de su parte. Según la LDC habría exceso cuando la conquista del mercado
no fuese producto de un “proceso natural fundado en la mayor eficiencia.”
La LDC no establece cuál es ese proceso natural de conquista del mercado. Nos parece claro que ese proceso involucra
algo más que la no realización de las conductas restrictivas de la competencia referidas en la LDC. Si así fuera, la
declaración del art. 2, inc. 3, sería una mera tautología[53].
Nos parece interesante que la LDC considere que existe un proceso natural de conquista del mercado. Esta expresión
recuerda la concepción fisiocrática de que las leyes humanas deberían estar en armonía con las leyes de la naturaleza[54].
Existiría una ley natural, por la cual el buen funcionamiento del sistema económico estaría asegurado, sin la intervención
del gobierno[55].
3. La eficiencia como principio valorativo de los actos de concentración monopólica
Las ganancias de eficiencia constituyen, también, uno de los factores que deberá evaluar la Comisión de Promoción y
Defensa de la Competencia, al considerar la autorización del acto que implique la conformación de un monopolio de hecho.
El art. 9 de la LDC dispone:
“(Autorización de concentración monopólica). En los casos en que el acto de concentración económica implique la
conformación de un monopolio de hecho, dicho proceso deberá ser autorizado por el órgano de aplicación. El análisis de
estos casos deberá incorporar, entre otros factores, la consideración del mercado relevante, la competencia externa y las
ganancias de eficiencia…”
El art. 44 del Decreto Reglamentario (DR), define lo que considera como “ganancias de eficiencia”, con relación a la
referencia que realiza este art. 9. No obstante, entendemos que puede ser utilizada esa definición, también, con un alcance
general.
El art. 44 del DR establece:
“En particular, se considerarán ganancia de eficiencia, los ahorros para la empresa que permita producir la misma cantidad
de bienes y servicios a menor costo, o una mayor cantidad de bienes y servicios al mismo costo, la reducción de costos
derivados de la producción conjunta de dos o más bienes y servicios, los ahorros por gastos administrativos derivados del
rediseño de la actividad productiva de la empresa, la disminución de costos de producción o comercialización derivados
de la racionalización del uso de la red de infraestructura o distribución, entre otras.
No podrán invocarse como ganancias de eficiencia aquellas disminuciones de costos que impliquen una transferencia
entre dos o más agentes, como por ejemplo las que deriven del mayor poder de negociación que posea la empresa
concentrada como consecuencia de la operación.”
2. Calificación de la ilicitud
Las conductas referidas en el art. 4 de la LDC, no constituyen "per se" ilícitos civiles. El art. 4, al enunciarlas, contiene una
remisión al art. 2 y, en consecuencia, serán ilícitas si tienen por objeto, restringir, limitar, obstaculizar, distorsionar o impedir
la competencia actual o futura en el mercado relevante.
Advertimos que, en los casos en que se configuren los elementos contenidos en los ejemplos que proporciona el art. 4,
la distorsión del mercado está implícita en ellos. Sin embargo, en varias de las hipótesis previstas se describen situaciones
objetivamente determinables, pero se agrega el adverbio injustificadamente, lo que impone un calificativo que tendrá que
ser objeto de apreciación en cada caso que se plantee.
2. Notificación
No todos los actos de concentración económica deben ser notificados a la Comisión de Promoción y Defensa de la
Competencia. El art. 7 de la LDC describe cuáles de estos actos deben ser notificados a la Comisión y en qué
condiciones[65].
En los lits. A y B del art. 7 de la LDC, se establece que la notificación debe realizarse cuando se dé, por lo menos, una de
las condiciones siguientes:
“Todo acto de concentración económica deberá ser notificado al órgano de aplicación diez días antes de la celebración
del mismo por las empresas participantes cuando se dé por lo menos una de las condiciones siguientes:
A) Cuando como consecuencia de la operación se alcance una participación igual o superior al 50 % (cincuenta por ciento)
del mercado relevante.
B) Cuando la facturación bruta anual en el territorio uruguayo del conjunto de los participantes en la operación, en
cualquiera de los últimos tres ejercicios contables, sea igual o superior a UI 750:000.000 (setecientos cincuenta millones
de unidades indexadas).”
Corresponde señalar que los umbrales de participación en el mercado, sea medido en porcentaje (50 %) o en facturación
(UI 750:000.000), son muy elevados. Adviértase, por ejemplo, que en la Ley española de defensa de la competencia, 15
de 2007, el umbral se ubica en el 30 % del mercado relevante (art. 8)[66].
La UI al 15 de abril de 2013 asciende a $ 2,5882. Por lo tanto, el umbral de facturación se encuentra en los $ 1.941.150.000,
o sea US$ 102.165.789.
* Casos en que no corresponde la notificación
En el art. 8 de la LDC se establecen casos en que la notificación impuesta por el art. 7 no se ha de aplicar[67].
El primer caso se incluye en el literal a “la adquisición de empresas en las cuales el comprador ya tenía al menos un 50 %
(cincuenta por ciento) de las acciones de la misma”.
En el texto legal incurre en error cuando se refiere a adquisiciones de empresas. La empresa no es un bien que se pueda
trasmitir. Se enajenan establecimientos comerciales y se pueden trasmitir relaciones jurídicas, pero no la “empresa”.
Al hacer referencia a empresas en que el comprador ya tenía al menos un 50 % de las acciones, es evidente que está
identificando empresas con sociedades anónimas.
La hipótesis pensada por el legislador fue, quizás, la de una persona que adquiere acciones de una sociedad anónima en
la que ya tiene al menos un 50 % del capital accionario. No se produce entonces un acto nuevo de concentración, porque
esa persona ya tiene el dominio de la sociedad.
El segundo caso se establece en el literal b “las adquisiciones de bonos, debentures, obligaciones, cualquier otro título de
deuda de la empresa, o acciones sin derecho a voto”.
Es otro error, la empresa no es quien emite títulos obligacionales, ni asume deudas, porque no es un sujeto de Derecho.
Cuando una persona adquiere los títulos referidos o acciones sin derecho a voto, no adquiere el dominio de la sociedad
que las emite. Por ello, se establece que no debe notificarse al órgano de aplicación.
El tercer caso se establece en el literal c: “la adquisición de una única empresa por parte de una única empresa extranjera
que no posea previamente activos o acciones de otras empresas en el país”.
En este literal se incurre nuevamente en equívocos. No es admisible legalmente que una empresa adquiera otra empresa,
ni que una empresa posea activos o acciones de otras empresas. La norma ha querido eximir de la obligación de notificar
al caso en que una sociedad constituida en el extranjero adquiera sólo un establecimiento comercial o industrial, o la
totalidad de las acciones emitidas por una sociedad con actividad en Uruguay, siempre y cuando la adquirente no sea
propietaria de otro establecimiento o de acciones de sociedades constituidas o radicadas en nuestro país.
En la Comisión de Hacienda de la Cámara de Senadores, como fundamento para incluir esta excepción, se mencionó la
compra de Shell por parte de Petrobras. Puesto que la adquirente no tenía ninguna actividad previa en Uruguay y la
adquirida ya operaba en él, las condiciones de mercado preexistentes no resultarían alteradas.
El cuarto caso se prevé en el lit. d: “adquisiciones de empresas, declaradas en quiebra o no, que no hayan registrado
actividad dentro del país en el último año”.
Debemos entender que se ha querido eximir de la obligación de hacer la notificación cuando se adquiere un
establecimiento, cuando no ha sido explotado en el último año, admitiendo que la falta de actividad de su titular pueda
deberse a una quiebra o a otro motivo, como podría ser su desinterés en hacerlo.
* Procedimiento
La LDC se refiere a la notificación de concentraciones en su art. 7, estableciendo el plazo en que debe ser efectuada:
“Todo acto de concentración económica deberá ser notificado al órgano de aplicación diez días antes de la celebración...”
El art. 40 del Decreto 404/007 establece los requisitos formales para la notificación y el procedimiento.
* Sanciones
En caso de omisión, corresponderá la aplicación de las sanciones previstas en los arts. 17, 18 y 19 de la LDC, en función
de la remisión expresa que realiza el inciso tercero del art. 7: “El órgano de aplicación reglamentará… las sanciones
correspondientes en concordancia con lo dispuesto por los artículos 17, 18 y 19 de la presente ley”.
C. Monopolio de hecho
Para el caso en que la concentración implique la formación de un monopolio de hecho, se requiere la previa autorización
del órgano de aplicación. El art. 9 de la LDC establece:
“En los casos en que el acto de concentración económica implique la conformación de un monopolio de hecho, dicho
proceso deberá ser autorizado por el órgano de aplicación…”
Es una exigencia mayor a la establecida en el art. 7 para los actos de concentración económica en general, en que sólo
se exige su notificación a la Comisión de Promoción y Defensa de la Competencia[68].
El Decreto reglamentario se ocupa de definir lo que se considera como “monopolio de hecho” y los detalles del
procedimiento[69].
* Mercado relevante
El mercado relevante del producto estará compuesto por la totalidad de los bienes y servicios que los consumidores
consideren intercambiables o sustituibles, en razón de sus características y precio o el uso que se prevea hacer de ellos.
Su ámbito o alcance depende del producto o servicios que se considere, del espacio geográfico que se tenga en cuenta
y hasta de la consideración del factor temporal. Las dificultades para determinar en cada caso el mercado relevante del
producto son evidentes.
El art. 5 dispone que a efectos de evaluar si una práctica afecta las condiciones de competencia, deberá determinarse
cuál es el mercado relevante en el que la misma se desarrolla. Esto implica analizar, entre otros factores, la existencia de
productos o servicios sustitutos, así como el ámbito geográfico comprendido por el mercado, definiendo el espacio de
competencia efectiva que corresponda.
La CPDC es la encargada de establecer los criterios generales para la determinación del mercado relevante. Para ello
podrá tomar en cuenta la determinación efectuada en el mismo año de la solicitud o en alguno de los dos años previos a
la solicitud o notificación[71]. Para el caso en que existan diferencias entre la determinación realizada por el solicitante y
la realizada por la Comisión, el Decreto establece que prevalecerá la determinación que haga la CPDC[72].
Ni la Ley ni el Decreto reglamentario le imponen ningún plazo a la CPDC, para la delimitación del mercado relevante. No
obstante, parece razonable que esa delimitación sea efectuada dentro de los noventa días de la notificación pues,
transcurrido ese plazo, la conformación del monopolio de hecho estará tácitamente aprobada[73].
* Competencia externa
La consideración de la competencia externa supone que, en el mercado relevante, el único oferente es quien solicita la
autorización pero que existirían competidores que todavía no han ingresado al mercado. La eventualidad de que ese
competidor externo ingrese al mercado, opera como una limitante al poder de mercado del monopolista y, por lo tanto,
reduce sus posibilidades de abuso en perjuicio de los consumidores[74].
Advertimos que la Ley no se refiere a competencia extranjera. Competencia externa puede ser, también, de un empresario
nacional que opera en un mercado relevante diferente a aquel en el que opera el monopolista.
* Ganancias de eficiencia
El art. 44 del Decreto define lo que debe considerarse como ganancias de eficiencia, a los efectos del art. 9 de la Ley.
Dicho concepto fue analizado en páginas antecedentes de este trabajo.
En particular, respecto de las concentraciones económicas, el art. 44 del Decreto reglamentario establece que sólo podrán
“computarse” si las ganancias surgen directamente del acto de concentración económica y si no existe una vía alternativa
para alcanzar el mismo resultado[75].
El Decreto considera ganancia de eficiencia, a los ahorros que permitan producir la misma cantidad de bienes y servicios
a menor costo, o una mayor cantidad de bienes y servicios al mismo costo; la reducción de costos derivados de la
producción conjunta de dos o más bienes y servicios; los ahorros por gastos administrativos derivados del rediseño de la
actividad productiva de la empresa; y la disminución de costos de producción o comercialización derivados de la
racionalización del uso de la red de infraestructura o distribución.
Según el Decreto, no pueden invocarse como ganancias de eficiencia aquellas disminuciones de costos que implique n
una transferencia entre dos o más agentes, como, por ejemplo, las que deriven del mayor poder de negociación que
posea la sociedad resultante de una fusión.
Está claro, entonces, que un acto de concentración, aunque tenga por resultado un monopolio de hecho, puede perseguir
la obtención de ventajas competitivas que, en definitiva, reduzcan costos, mejoren la calidad de sus productos o servicios,
fomenten las inversiones en innovación y aumenten la producción. Siempre que esos efectos beneficiosos se transfieran
a los consumidores (“pass-on requirement”), el acto de concentración debiera resultar aprobado. Si, en cambio, el acto es
simplemente un instrumento para consolidar una posición de dominio en el mercado, no se debiera obtener la autorización,
a menos que se diera cumplimiento a condiciones que neutralicen los efectos negativos sobre la competencia[76].
En este último sentido, se ha entendido que la autorización debiera denegarse si tiene por finalidad eliminar a un
competidor o si se constituye en una barrera de entrada a nuevos competidores[77].
En el Derecho uruguayo el consumo y la protección del consumidor tienen su marco legal en la LRC.
Esquemáticamente y en lo principal, la LRC tiene por objeto la regulación de tres cosas: los sujetos que intervienen en la
relación de consumo, la relación de consumo en sí misma y ciertos aspectos de Derecho Público relacionados con un
órgano específico, el Área de Defensa del Consumidor, que se crea para el control del cumplimiento de la Ley.
I. Consideraciones generales
A. Carácter de orden público
Se trata de una ley de orden público o sea que no puede ser derogada por acuerdo de partes.
* La exigencia de que la actividad se realice sea de cuenta propia contenida en el art. 1 CCom
Sólo se considera comerciante, a aquel sujeto que actúa de cuenta propia (art. 1 CCom).
En cambio, es proveedor tanto el que actúa de cuenta propia como el que actúa de cuenta ajena, puesto que la LRC no
distingue. La calidad de proveedor no depende de que los actos se realicen de cuenta propia o de cuenta ajena. En ambos
casos se es proveedor (aunque no comerciante).
Por lo tanto, no son comerciantes pero sí proveedores, aquellos que actúan a nombre propio y de cuenta ajena, por
ejemplo,:
el socio gestor de una sociedad accidental o el testaferro. Por otra parte, la discusión doctrinaria respecto de si el corredor,
el comisionista o el rematador, actúan de cuenta propia o no, a pesar de ser relevante para determinar su calidad de
comerciantes, es irrelevante para su calificación como proveedores. En definitiva, el socio gestor, el testaferro, el corredor,
el comisionista y el rematador, son todos proveedores.
Aquellos que están investidos de la representación de otra persona, esto es, que actúan en nombre ajeno y de cuenta
ajena, por ejemplo el factor o el representante de una sociedad comercial, no son comerciantes, ni proveedores. Una y
otra cosa serán sus representados.
* Diverso alcance de los actos enumerados en el art. 3 de la LRC, respecto a la enumeración de actos de comercio que
contiene el art. 7 Ccom. El art. 1 de la LRC enumera una serie de actividades: "producción, creación, construcción,
transformación, montaje, importación, distribución y comercialización de productos o servicios". Esas actividades,
evidentemente, pueden ser consideradas desde la perspectiva de los actos de comercio.
Por ejemplo, la actividad de "producción" coincide con la "empresa de fábrica" a que se refiere el n° 4 del art. 7 del CCom.
La "comercialización", vista desde la perspectiva del CCom, está prevista en el n° 1 del art. 7: quien comercializa "compra
para revender".
Sin embargo, la comercialización de bienes inmuebles no puede ser considerada como un acto de comercio y, por ende,
no convierte a quien se dedica profesionalmente a la venta de inmuebles, como un comerciante. En cambio, sí puede
tener cabida en la definición de proveedor, contenida en el art. 3 de la LRC.
Lo mismo sucede con la venta que realiza el productor rural de sus cosechas o ganados. Desde el punto de vista del
CCom, esa actividad no es mercantil, según lo dispone expresamente el art. 516, n° 3. Por lo tanto, el productor rural no
puede jamás convertirse en comerciante. No obstante, su actividad puede perfectamente encuadrarse como producción
o comercialización de productos, con lo que puede ser calificado como proveedor. La única condicionante, a este respecto,
es que la venta de sus cosechas o ganados, se realice "en una relación de consumo" - esto es, a un destinatario final - tal
como dispone el art. 3, in fine, de la LRC.
2. El consumidor
La LRC, en su art. 2, define al consumidor:
"Consumidor es toda persona física o jurídica que adquiere o utiliza productos o servicios como destinatario final en una
relación de consumo o en función de ella.
No se considera consumidor o usuario a aquel que, sin constituirse en destinatario final, adquiere, almacena, utiliza o
consume productos o servicios con el fin de integrarlos en procesos de producción, transformación o comercialización.”
Esta definición contiene varios elementos que merecen un análisis particular.
a. El consumidor como persona física o jurídica
Para ser considerado como consumidor por la LRC, se debe ser persona física o jurídica. Quedan excluidos, por lo tanto,
los grupos familiares o sociales que carezcan de personería. Tal es el caso, por ejemplo, de los condóminos de un edificio..
Quienes sí quedan incluidos en la definición de consumidor son las sociedades comerciales, puesto que, con la única
excepción de las sociedades accidentales, tienen personería jurídica. La LRC no limita la calidad de consumidor a las
personas jurídicas sin finalidad de lucro o no empresariales, por lo cual el intérprete carece de fundamento para excluir a
las sociedades comerciales del ámbito de la definición legal.
* Posición de Szafir
Szafir reconoce que la empresa constructora que adquiere Pórtland para integrarlo a un proceso de transformación no es
consumidora a los efectos de la LRC, a pesar de que considera que no es ésta una solución aconsejable. Asimismo,
considera que no es consumidor el comerciante que adquiere para revender, ni el industrial que compra productos
químicos para la fabricación de otros..
Sin embargo, Szafir considera que quien adquiere un bien determinado para utilizarlo en la prestación un servicio, sin
transformarlo ni comercializarlo, también debe ser considerado consumidor. A su entender, lo contrario significaría una
reducción injusta de la protección legal, especialmente con referencia a la publicidad, deber de información y medidas
preventivas y sancionatorias en vía administrativa, a un gran sector de personas físicas o jurídicas. Szafir, entonces, se
inclina por la solución que favorece al comerciante, considerándolo como consumidor..
* Nuestra posición
Si el inc. 2 del art. 2 no contuviera la expresión "sin constituirse en destinatario final", concordaríamos plenamente con la
interpretación de Ordoqui Castilla. Despojado de ese agregado, el inc. 2 establece, claramente, que no se considera
consumidor a aquel que adquiere productos o servicios con el fin de integrarlos en procesos de producción, transformación
o comercialización.
Un comerciante puede adquirir determinados productos para su uso personal o para aplicarlos a su actividad comercial o
fabril. Si los aplica con este destino, los integra en un proceso de producción, transformación o comercialización. Por lo
tanto, no podría ser calificado como consumidor.
No obstante, la expresión "sin constituirse en destinatario final", fue incluida en el inciso en análisis, por lo que el intérprete
no puede desconocerla.
A nuestro entender, el inc. 2 del art. 2, impide que se considere comerciante a aquel que adquiera un producto con el fin
de integrarlo en un proceso de producción, transformación o comercialización, solamente en el caso de que esta
integración sea realizada "sin constituirse en destinatario final”. Ésta viene a ser una condición para la aplicación de la
exclusión declarada en este inc. 2.
Por lo tanto, la verdadera función que cumple el inc. 2 es la de enfatizar que el elemento clave de la definición de
consumidor lo constituye la expresión “destinatario final”. Si una persona es “destinatario final” de un determinado
producto o servicio es indiferente que lo integre en un proceso de producción, transformación o comercialización.
Igualmente seguirá siendo considerada como consumidora. Lo esencial de la determinación de quién es consumidor no
está en su inserción en un proceso de comercialización o producción, sino en su calidad de destinatario final.
* Consumidor financiero
En particular, nos interesa analizar la cuestión interpretativa que aquí se analiza se plantea en el ámbito financiero. En
este ámbito, la cuestión se desdibuja un poco por la particular naturaleza del dinero, en tanto está destinado a circular.
Es generalmente aceptado que son consumidores financieros las personas físicas sin actividad comercial o industrial que
toman un crédito para aplicarlo a sus necesidades de consumo. En cambio, se descarta que sean consumidores las
sociedades comerciales o los comerciantes, especialmente si la finalidad de la operación de crédito es aplicar los recursos
financieros a su actividad comercial o industrial.
Sobre este particular entendemos que se debe descartar como criterio para la atribución de la calidad de consumidor que
el sujeto sea civil o comerciante, persona física o jurídica. Esa distinción no la hace la LRC y por lo tanto, no la debe hacer
el intérprete.
En segundo lugar, entendemos que la naturaleza del bien sobre el que recaen las operaciones de crédito – el dinero – no
habilita una solución diferente a la expresada por Szafir respecto de otros bienes. El destino final del dinero se produce al
utilizarlo de acuerdo a su función, esto es: para cancelar obligaciones pecuniarias. De modo que si un comerciante toma
un préstamo para utilizarlo pagando materias primas, mercaderías o salarios, estará utilizando el dinero como destinatario
final del mismo.
Una situación diferente se daría en el caso de que un sujeto tomase un préstamo para, a su vez, dar en préstamo el dinero
recibido. En ese caso, el dinero – como mercadería – continúa en el ciclo económico y por lo tanto, el primer tomador del
préstamo no sería su destinatario final, ni consumidor.
Según Szafir, para nuestra Ley, será consumidor el profesional que adquiere un equipo de aire acondicionado para su
oficina, un teléfono celular para atender llamadas internacionales o personales, pero no será consumidora, la empresa
que adquiere líneas telefónicas de Antel para dar un servicio 0900. Si esta última sufre perjuicios por la pérdida de clientela
a raíz del fallo del servicio, su reclamación no será en calidad de consumidor, sino por el régimen del Derecho común.
Otro ejemplo: el caso de adquisición de maquinaria industrial a través de la concesión de un préstamo bancario. Dichos
bienes de capital no se integran al proceso de producción, como sucede con los que se usan para crear o transformar
productos. Si un fabricante adquiere materia prima, como puede ser la lana para fabricar buzos, no cabe duda que lo
integra y no es consumidor. Pero si ese mismo fabricante compra una máquina para tejer dichos buzos, no la integra en
el proceso de producción o transformación, sino que la utiliza como destinatario final.
En nuestra opinión, el inc. 2 del art. 2 implica que aunque el bien – cualquiera sea éste, incluso el dinero - sea adquirido
o utilizado con el fin de integrarlo en un proceso de producción o comercialización, el sujeto que lo recibe continúa siendo
consumidor, en tanto se constituya en destinatario final del bien. De modo que el énfasis está puesto por la LRC en la
calidad de destinatario final y es tal quien se ubica al final del ciclo económico y utiliza el bien de acuerdo al destino propio
del mismo.
b. Adquisición o utilización como destinatario final en una relación de consumo o en función de ella
C. Onerosidad
La definición de relación de consumo sólo da el carácter de relación de consumo a los vínculos onerosos.
Existe onerosidad toda vez que cada parte de la relación de consumo obtenga una utilidad proporcionada por la contraria
y que considere equivalente a la que brinda a su vez. Sin embargo, en el inc. 2 del art. 4 de la LRC se incluyen los vínculos
gratuitos cuando la relación tenga por fin una eventual relación de consumo onerosa como sucede, por ejemplo, en el
caso de las muestras gratis:
"La provisión de productos y la prestación de servicios que se efectúan a título gratuito, cuando ellas se realizan en funció n
de una eventual relación de consumo, se equiparan a las relaciones de consumo."
Entendemos que es el caso, también, del servicio de estacionamiento gratuito que prestan diversos establecimientos
comerciales.
El Código de Comercio (CCom) fue aprobado por Decreto del 26 de mayo 1865. Por Decreto del 24 de enero de 1866 se
aprobaron los trabajos de la Comisión Revisora que modificó más de 250 artículos y se dispuso que el CCom entrara en
vigencia el 1 de julio de 1866.
El Código Civil (CC) fue promulgado el 23 de enero de 1868 y su vigencia fue fijada para el 1 de enero de 1869 por Ley
del 4 de agosto de 1868.
Por lo tanto, desde el 1 de enero de 1869, el país tiene dos códigos con disposiciones paralelas y semejantes, pero no
iguales, en materia de obligaciones y contratos. Se ha planteado, entonces, la interrogante de si existe dualidad en estas
materias o si el CC derogó las disposiciones del CCom.
Interpretar es explicar el sentido de una cosa y, principalmente, el de textos faltos de claridad. La interpretación de las
convenciones supone la existencia de palabras o cláusulas cuyo alcance no está precisamente determinado. Se requiere,
entonces, una actividad por la cual se pueda determinar la voluntad de los contratantes.
Sólo cabe la interpretación cuando existe un texto a interpretar, si este falta, la tarea no es de interpretación sino de
integración..
El Código de Comercio (CCom) dedica un capítulo al tema de la interpretación de los convenciones (cap. IV, tít. I, lib. II).
Advertimos, sin embargo, que sólo tres de sus artículos se refieren estrictamente a ese tema (arts. 295, 296 y 298). En
compensación, existe una importantísima norma interpretativa fuera de este capítulo, el art. 209, que contiene el principio
de buena fe.
El art. 297 se refiere al tema de la integración de los contratos, que será tratado más adelante.
Asimismo, advertimos que, a pesar de que el acápite del art. 296 dispone que sus numerales deben considerarse como
las bases para la interpretación de las convenciones, el n° 5 del art. 296 sólo tiene relevancia en materia de integración,
por las razones que se expresan en la subsección segunda.
Estas normas coinciden, en gran parte, con los arts. 1297 a 1307 del Código Civil (CC). En términos generales y con
carácter introductorio, puede señalarse que el Derecho mercantil se distingue por una mayor ductilidad en las reglas
interpretativas y de integración de los contratos, así como por la frecuente remisión a los usos y prácticas comerciales.
A. Principio general para la interpretación de las palabras contenidas en las convenciones mercantiles
Los preceptos jurídicos se expresan por medio de palabras. Comprender su significado es la primera tarea del intérprete.
Una misma palabra puede tener varios significados (sentido general o sentido técnico).
La primera indagación, pues, se refiere al significado de las palabras.. Por ello, el capítulo referente a la interpretación de
los contratos comienza con lo dispuesto en el art. 295:
«Las palabras de los contratos y convenciones deben entenderse en el sentido que les da el uso general, aunque el
obligado pretenda que las ha entendido de otro modo.»
1. Preeminencia de la voluntad declarada
Toda interpretación de un texto ha de iniciarse con su sentido literal. Por tal se entiende el significado de un término o de
una secuencia de palabras, en el uso lingüístico general..
Consideramos que no es casual que el codificador haya ubicado a este artículo como el primero del capítulo. Claramente,
el codificador intenta desalentar devaneos interpretativos cuando el sentido de las palabras de los contratos y
convenciones se ajusta al uso general. Por ello se vale de una expresión muy gráfica: «aunque el obligado pretenda que
las ha entendido de otro modo.»
Del texto trascrito se desprende que las convenciones mercantiles deben ejecutarse según los términos en que fueron
hechos y redactados, sin tergiversar con interpretaciones arbitrarias el sentido recto, propio y usual de las palabras dichas
o escritas, ni restringir los efectos que naturalmente se deriven del modo con que los contratantes explicaron su voluntad
y contrajeron sus respectivas obligaciones.
El tenor literal desempeña una doble misión: constituye el punto de partida para la indagación del sentido y, al mismo
tiempo, constituye un límite a la actividad del intérprete. Una interpretación que evada en ámbito del sentido literal posible,
deja de ser interpretación para pasar a ser modificación..
Esto evidencia un claro posicionamiento del CCom, en cuanto a dar preponderancia a los que las partes han expresado
o escrito (voluntad declarada), en lugar de lo que pudieren haber pensado (voluntad real). Lo que vale jurídicamente no
es lo que los contrayentes pudieren haber tenido en la intimidad cerrada de sus mentes sino la voluntad que trasciende
al ámbito jurídico. Si se sostuviere lo contrario, el comercio sería imposible porque cualquier podría decir que no hace tal
o cual cosa, aunque lo hubiere dicho, porque en realidad pensaba obligarse a otra. Esto crearía dificultades muy difíciles
de superar, sin contar con los eventuales perjuicios a terceros mediante acuerdos dolosos de las partes..
Véase que el art. 296 sólo tiene aplicación, una vez superada la orientación indicada por el art. 295. Si, a pesar de atribuirle
a las palabras de un contrato el sentido que les da el uso general, subsistiere la necesidad de interpretar las cláusulas de
un contrato, por haber ambigüedad de las palabras, cláusulas equívocas o susceptibles de dos sentidos, entonces entran
a jugar los diversos criterios establecidos en el art. 296.
Dicho de otra manera, sólo son admisibles interpretaciones que confieran validez a la cláusula contractual que se esté
interpretando. Sólo entonces, si varias interpretaciones son posibles, el codificador ordena que se recurra “al sentido que
más convenga a la naturaleza de los contratos, y a las reglas de la equidad”.
Un ejemplo perfecto de la aplicación integral del n° 3 del artículo en análisis lo constituyen los estatutos sociales. Sin duda
les es aplicable el principio de conservación de los negocios jurídicos, que algunos prefieren ver como principio de
conservación de la empresa..
La Ley n° 16.060/1989, de 4 de setiembre, de Sociedades Comerciales (LSC) recoge este principio, por ejemplo, en su
art. 165, al establecer que en caso de duda sobre la existencia de una causal de disolución se estará en favor de la
subsistencia de la sociedad..
En el mismo sentido, el art. 30 de la LSC establece, como principio, la posibilidad de subsanar nulidades.
Transporte
El transportista
El transportador es quien se obliga a realizar, personalmente o por intermedio de sus dependientes, actuando a riesgo
propio, un determinado transporte. El Código de Comercio lo denomina también “empresario de transporte”, “porteador”
o “acarreador”. Su figura está regulada en el Código de Comercio como un agente auxiliar del comercio, en los artículos
163 y siguientes, capítulo V. Estas normas no le dan un estatuto especial, salvo la de llevar un libro diario con contenido
especial (art. 164). Las obligaciones que se le imponen son las propias del contrato de transporte.
El Código de Comercio (CCom) disciplina incidentalmente al transporte terrestre de cosas, cuando se trata de regular la
actividad del transportador (arts. 163-190 CCom), a quien califica como auxiliar de comercio. Desde 1866, su normativa
permanece incambiada, salvo disposiciones que tienen que ver con su organización como servicio público.
I. Concepto
El transporte terrestre de cosas es el contrato por el cual una persona se obliga a trasladar mercaderías, de un lugar a
otro, a cambio de un precio que se denomina flete o porte. En este contrato, el transportador se obliga a trasladar una
cosa de un lugar a otro.
Las cosas - objeto de transporte - deben ser entregadas o confiadas al transportador para que éste realice el transporte.
Cuando esas cosas permanecen a disposición del dueño, no hay transporte. Por ejemplo, no hay transporte en el
remolque. El buque remolcado es manejado por su dueño que sigue las instrucciones del remolcador.
El medio utilizado para realizar el transporte queda en poder del transportador. Si el transportador entrega el medio de
transporte, no hay transporte. Habrá arrendamiento de cosa.
1. Transportador
El transportador es quien se obliga a realizar, personalmente o por intermedio de sus dependientes, actuando a riesgo
propio, un determinado transporte.
El CCom lo denomina, también, “empresario de transporte”, “porteador” o “acarreador”. La doctrina actual usa el vocablo
transportador y algunos utilizan el vocablo transportista.
a. El transportador como auxiliar del comercio
Su figura está regulada en el CCom como un agente auxiliar del comercio, en los arts. 163 y ss., capítulo V.
El transportador no tiene, en el CCom un estatuto personal como el establecido para el corredor, en que se le imponga el
cumplimiento de condiciones para el ejercicio de su actividad. Sólo se le impone llevar un libro diario en que se asentarán,
por orden progresivo de números y fechas, todos los efectos de cuyo transporte se encarguen, con expresión de su calidad,
persona que los carga, destino que llevan, nombres, y domicilio del consignatario y del conductor y precio del transporte
(art. 164).
Las demás obligaciones incorporadas en el capítulo que regula su figura, tienen que ver con el cumplimiento y ejecución
del contrato de transporte.
b. El transportador como mandatario
El CCom hace una calificación jurídica inadecuada de los empresarios y comisionistas de transporte. En el art. 164 dispone:
“Los empresarios o comisionistas de transporte, además de los deberes que tienen como mandatarios mercantiles...”
El empresario de transporte nunca es mandatario, cumple con un contrato en que se obliga a trasladar bienes de un lugar
a otro. Podrá la Ley disponer que se le apliquen las normas del mandato pero ello no lo convierte en mandatario.
c. El transportador como profesional
Por el art. 270 de la Ley 17.296 de 2001 se ha creado un estatuto para el transportista profesional de carga terrestre, que
realiza transporte oneroso de carga por vía terrestre para terceros, en servicios nacionales e internacionales. La norma
fue reglamentada por el Decreto 349/001.
De acuerdo con lo dispuesto por el art. 270 de la Ley 17.296, son empresas transportistas profesionales de carga terrestre,
las que realizan transporte oneroso de carga por vía terrestre para terceros, en servicios nacionales o internacionales que
se encuentre en las condiciones que menciona la presente ley.
Cada vehículo de capacidad superior a 3500 Kg. destinado al mencionado transporte, deberá estar identificado con una
placa adicional a la matrícula, de naturaleza anual que se otorgará por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas a
aquellos transportistas profesionales de carga terrestre, que acrediten estar inscriptos en un registro especial que llevará
la Dirección Nacional de Transporte del citado Ministerio, justifiquen encontrarse al día en el pago de sus contribuciones,
generadas desde el 1º de enero de 2001, con el Banco de Previsión Social, y con la Dirección General Impositiva, y cuyos
vehículos de transporte de carga cuente con el Certificado de Aptitud Técnica y Vehicular. A los efectos de este artículo,
el Banco de Previsión Social y la Dirección General Impositiva podrán recaudar estos tributos generados desde el 1º de
enero de 2001, aún cuando los contribuyentes no estuvieran al día con los pagos anteriores por los mismos conceptos.
Para realizar transporte oneroso de carga terrestre para terceros, basta con ajustarse a las disposiciones que establece
la presente ley, sin perjuicio del cumplimiento de las demás regulaciones nacionales y departamentales vigentes en la
materia.
Todo transporte de carga terrestre que se realice en el país, deberá contar con una guía que contenga la información que
se dispondrá en la reglamentación de la presente ley. La guía formaliza el contrato de transporte y corresponsabiliza a las
partes (art. 271).
La Ley creó un Organo de Control honorario, integrado por un delegado titular y un delegado alterno de los Ministerios de
Transporte y Obras Públicas y de Economía y Finanzas, y de la Mesa Intergremial de Transporte Profesional de Carga.
El Organo de Control tiene como finalidad asesorar al Poder Ejecutivo y coordinar y participar en el control de la regularidad
y legalidad de la actividad de transporte de carga terrestre.
La Ley facultó al Poder Ejecutivo para que, de acuerdo con la normativa vigente en la materia, estableciera una tasa por
el otorgamiento de la placa adicional a la matrícula a la que se refiere el art. 270 (art. 272).
Sin perjuicio del control que corresponde a los organismos de recaudación, la reglamentación establece la forma y
condiciones en las que el Organo de Control designa agentes de control especiales, con el cometido de verificar el
cumplimiento de las obligaciones que en la Ley la reglamentación se establecen para el transporte profesional de carga
terrestre.
2. Cargador
El cargador es quien entrega las mercaderías que deben ser transportadas.
No interesa que sea o no propietario de las cosas a transportar. Basta que tenga la disponibilidad material de esas cosas.
El art. 184 establece:
“El conductor o comisionista de transporte no tiene acción para investigar el título que tengan a los efectos el cargador o
el consignatario.”
3. Destinatario
El destinatario es la persona que recibe las cosas en el punto de destino convenido. El CCom lo llama consignatario.
Puede ser el mismo cargador o un representante suyo o puede ser otra persona. Cuando no coinciden, se ha explicado
la posición jurídica de uno y otro con distintas teorías. En una primera concepción, el cargador es un gestor de negocios
del destinatario. La gestión de negocios comerciales es el hecho puramente voluntario del que hace por otro un acto de
comercio, sin saberlo el propietario. La gestión de un negocio comercial, ignorándolo el dueño, obliga a éste, cuando la
hubiere aprobado o le resultare una utilidad evidente (art. 332 CCom).
Muchas veces el contrato de transporte está ligado a un contrato de compraventa y el vendedor contrata el transporte por
cuenta del comprador que será el destinatario. En otra postura, se sostiene que el destinatario es un cesionario del
derecho del cargador frente al transportador. De acuerdo a esta posición, después de celebrado el contrato de transporte,
habría un nuevo negocio: la cesión de derechos entre el cargador y el destinatario. Advertimos que, en la práctica, no se
celebra un contrato en que se cedan los derechos del contrato de transporte.
También, se sostiene que el destinatario es un tercero beneficiario de una estipulación para otro (art. 1.256 CC). El
cargador, al celebrar el contrato con el transportador, lo haría en beneficio del destinatario. El destinatario tiene derecho
a que se le entreguen, en el punto de destino, los objetos transportados.
En la estipulación para otro se requiere la aceptación del tercero. Esta se formalizaría cuando el destinatario va a recibir
los bienes en el destino. Cuando lo hace, entra en el contrato de transporte y se aprovecha de la estipulación que el
cargador hizo a su favor.
Se critica esta postura por cuanto el cargador crea, también, una obligación a cargo del destinatario: la de pagar el flete y
no se puede crear una obligación en perjuicio de un tercero sin su consentimiento.
La doctrina contesta esta crítica expresando que el destinatario, en principio, nada tiene que pagar. El destinatario va, si
quiere, a recibir las mercaderías. No está obligado a pagar. Adquiere esa obligación sólo si accede a reclamar los efectos
transportados.
Consideramos que ninguna de las posiciones antes reseñadas es desechable porque en la realidad del mundo de los
negocios pueden darse cualquiera y todas esas figuras. Las relaciones jurídicas que se crean varían de acuerdo a las
relaciones previas existentes entre el cargador y el destinatario.
Normalmente, el transporte está ligado a un contrato de compraventa a distancia. El vendedor contrata el transporte para
hacer llegar los bienes vendidos al comprador, habiendo acordado con él, lo relacionado con la contratación del transporte.
Al estudiar las modalidades de la compraventa a distancia, vimos que el vendedor puede incluir o no el costo del transporte
en el precio de la compraventa. Se entiende que, en estos casos, el cargador está celebrando el contrato de transporte
por cuenta del comprador. Más aún, si en la carta de porte se incluye la cláusula por cuenta, con ello se configura un
modo de tradición simbólica.
4. Comisionista de transporte
En el CCom se incorpora, además, la figura del comisionista del transporte (art. 164). El comisionista actua de dos formas:
* El dueño de los efectos a transportar solicita al comisionista que le contrate el transporte. El comisionista celebra el
contrato de transporte con el transportador. Actúa por cuenta de un tercero pero en nombre propio y asume la calidad de
cargador frente al transportador.
* El comisionista asume, frente al interesado, la obligación de transportar y asume los riesgos del transporte; con otras
palabras, asume la calidad de transportador.
B. Elementos reales
Los elementos reales del contrato son dos:
1. Cosa a transportarse
Mercaderías y efectos son los términos usado en los distintos artículos del CCom.
2. El precio
El transporte puede ser gratuito u oneroso. El art. 163 del CCom que caracteriza la actividad del empresario de transporte,
se refiere al flete, que es el precio que se paga por el cargador. También, hay normas sobre el flete o precio del precio del
pasaje en Derecho marítimo y en Derecho aeronáutico.
Si se traslada gratuitamente cosas o personas no habrá contrato de transporte porque para que éste exista es necesario
que exista pacto de flete, como en la compraventa existe convención sobre el precio. Cuando el transporte es gratuito
habrá un acto de transporte material; pero no será contrato de transporte desde el punto de vista jurídico. El transporte
gratuito no es un contrato comercial.
C. Elementos metafísicos
Los elementos metafísicos son los siguientes:
1. destino,
2. itinerario y
3. plazos.
Respecto a todos ellos, las partes deben sujetarse a lo convenido.
1. Destino
El art. 163 se refiere al lugar convenido:
“Los troperos, arrieros y en general todos los que se encargan de conducir mercancías mediante una comisión, porte o
flete, deben efectuar la entrega fielmente en el tiempo y en el lugar del convenio."
El cargador puede variar el destino de la carga durante el viaje o puede variar la persona del destinatario (art. 180, inc. 1).
Es condición para la contraorden que no se hubiere hecho ya entrega de los objetos transportados.
Si la variación de destino de la carga exigiere variación de camino, o que se pase más adelante del punto designado para
la entrega en la carta de porte, se fijará de común acuerdo el nuevo porte o flete. Si no se acordaren, cumple el porteador
con verificar la entrega en el lugar designado en el primer contrato (art. 180, inc. 2).
2. Itinerario
El transportador no puede variar el itinerario, salvo que el camino estipulado estuviese intransitable u ofreciese riesgos
mayores (art. 177, inc. 1).
Si varía el intinerario, el transportador responde por todas las pérdidas y menoscabos, aunque proviniesen de algunas de
las causas mencionadas en el art. 168: vicio propio, fuerza mayor o caso fortuito
Si nada se hubiese pactado sobre el camino, quedará al arbitrio del conductor elegir el que más le acomode, siempre que
se dirija vía recta al punto donde debe entregar los efectos (art. 177, inc. 2).
3. Plazo
Si la entrega de los efectos no se verifica dentro del plazo estipulado, el transportador debe pagar la indeminización
pactada en la carta de porte (art. 178, inc. 1), sin que el cargador ni el consignatario tengan derecho a otra cosa.
Si la tardanza excede el doble del tiempo pactado en la carta de porte, además de la indemnización estipulada, el
transportador es responsable por los perjuicios sobrevinientes, determinados por peritos (art. 178, inc. 2).
El art. 179 se refiere a la hipótesis en que no se convino plazo, en cuyo caso, el porteador tiene la obligación de conducirlos
en el primer viaje que haga al punto donde debe entregarlos.
La carta de porte
La carta de porte es un título representativo de la mercadería transportada, que documenta el contrato de transporte. En
el art. 166 del Código de Comercio (CCom) se la define en los términos siguientes:
"La carta de porte es el título legal del contrato entre el cargador y el acarreador, y por su contenido se decidirán todas las
contestaciones que ocurran con motivo del transporte de los efectos, sin admitirse más excepción en contrario que la de
falsedad, o error involuntario de redacción."
En el transporte terrestre, la carta de porte no es esencial, puede faltar (art. 166, inc. 2), aunque el CCom atribuye a las
partes la facultad de exigirse la carta de porte (art. 165 CCom).
El contrato de transporte terrestre se documenta con la carta de porte. En Derecho marítimo se prevén dos documentos:
póliza de fletamento y conocimiento (art. 1196 CCom). En Derecho aeronáutico se instrumenta en el conocimiento aéreo,
previsto en el art. 147 del Código Aeronáutico (CA).
A. Valor probatorio
La carta de porte tiene el valor probatorio de un documento privado. El art. 166 jerarquiza su valor probatorio,
estableciendo que es el título legal del contrato y que por su contenido se decidirán todas las contestaciones que ocurran
con motivo del transporte. Admite prueba en contrario sólo en dos casos: falsedad o error involuntario de redacción.
C. Tradición simbólica
El transporte se puede haber sido contratado por el vendedor de bienes que los envía al comprador. En este caso, si en
la carta de porte se incluye la cláusula "por cuenta". Con ello se opera una tradición simbólica (art. 529). Se requiere que
se haya recibido la carta de porte por el comprador y que no haya éste reclamado en plazo de 24 horas, si está en la
misma ciudad o por el correo más próximo si se domicilia en otro lugar.
Los autores analizan el contrato de transporte. Las primeras doctrinas lo identifican con otras formas contractuales
conocidas. Luego, se cambia en esa línea, según hemos de exponer. Mencionaremos las distintas posiciones.
I. Arrendamiento
A. Arrendamiento de obra
La tesis más generalizada es la que sostiene que el transporte es un arrendamiento de obra, regulado en los arts. 578-
602 del Código de Comercio (CCom).
El transportador se obliga a obtener un resultado determinado y los riesgos de la obtención de ese resultado recaen sobre
él.
Se ha criticado esta asimilación porque no explica la obligación de custodia ni la figura del consignatario.
B. Arrendamiento de cosa
Se ha sostenido que es un arrendamiento de cosa. No es así. El arrendatario usa y goza personalmente de la cosa
arrendada. En el transporte, el medio de transporte se conserva a disposición del transportador que lo utiliza para realizar
precisamente el transporte.
II. Mandato
Para algunos es un mandato, por lo que dispone el art. 164 del CCom, que califica a los empresarios o comisionistas de
transporte de mandatarios mercantiles.
La calificación legal es criticable. Se ha querido atribuir por esa norma un régimen de obligaciones a cargo de los
empresarios de transporte y, para ello, se hace remisión a la figura del mandatario.
En puridad, no hay mandato en el transporte por cuanto el transportador tiene la obligación de prestar un servicio material;
el mandatario tiene la obligación de realizar una actividad no material, de realizar negocios por cuenta del mandatario,
con o sin representación.
III. Depósito
Para otros autores es un contrato de depósito. Esta posición tampoco es acertada. Si bien es cierto que el transportador
recibe mercaderías y se obliga a conservarlas y a custodiarlas, tal obligación es accesoria frente a la obligación principal
de transportar.
I. El flete
El flete debe ser acordado por las partes y preverse en la carta de porte (art. 165 CCom). Puede convenirse que se pague
de antemano. El art. 182 prevé, indirectamente, esa posibilidad:
“Si el cargador recoge sus efectos antes del viaje, el conductor conservará el flete pagado de antemano, o la mitad del
porte total estipulado.”
Si nada se pactó, el flete se paga al verificarse la entrega. El art. 188 establece:
“Los consignatarios no pueden diferir el pago de los portes de los efectos que recibieren, después de transcurridas las
veinticuatro horas siguientes a su entrega.
En caso de retardo ulterior, no mediando reclamación sobre daños o avería, puede el porteador exigir la venta judicial de
los efectos transportados, hasta la cantidad suficiente para cubrir el precio del flete y los gastos que se hayan ocasionado.”
Josserand expresa:
“Cuando la expedición ha sido hecha a 'porte pagado' el precio es pagado a la partida por el expedidor; el destinatario no
está obligado porque el contrato no ha previsto ninguna obligación a su cargo.
Si la expedición ha sido hecha a 'porte debido', lo que es la hipótesis ordinaria en el comercio, el destinatario está obligado
a pagar el precio referido al transporte. Pero conviene remarcar que él no se constituye en deudor sino por la recepción
de las mercaderías. Depende de él escapar a toda obligación hacia el transportador, negándose a recibir la remesa, sin
perjuicio de responder frente al expedidor, con quien puede estar ligado por un contrato del cual el transporte constituía
su ejecución; pero, su deuda no hace desaparecer aquella del expedidor que permanece obligado hacia el transportador
hasta que el pago integral haya sido hecho. La recepción de las mercaderías por el destinatario lo hace penetrar a éste
en las relaciones obligacionales nacidas del contrato primitivo pero no libera al expedidor que ha sido el promotor de la
operación y que ha dado al transportador las órdenes a las cuales él se ha conformado. Hay accesión a la deuda de un
deudor nuevo y no sustitución de éste al deudor primitivo porque la novación no se presume y ella sería por lo cierto
contraria a la intención del transportador. Si el destinatario, después de la recepción, deviene insolvente o se niega a
pagar, el transportador podrá entonces dirigirse al expedidor y reclamarle la ejecución de sus obligaciones.
II. Variaciones del flete
Si el cargador ordena el cambio de destino, se fijará de común acuerdo el nuevo porte o flete. Si no se acordaren, cumple
el porteador con verificar la entrega en el lugar designado en el primer contrato (art. 180 inc. 2).
Si se cambia el camino o se alarga, también debe acordarse el nuevo flete.
Si el cargador desiste del viaje, el conductor conservará el flete pagado de antemano o la mitad del porte total estipulado
(art. 182). El cobro del total o de la mitad del flete, depende de una circunstancia accidental: que se haya o no pagado de
antemano.
A los efectos de esta exposición, distinguiremos entre obligaciones principales, accesorias y aquellas que son inherentes
al estatuto del transportista.
B. Trasladar la mercadería
La obligación principal del transportador es una obligación de resultado.
No basta con meramente trasladar la mercadería. Esta obligación supone el cumpliento de otras, de caracter accesorio.
1. Acondicionar las mercaderías en el vehículo de transporte
El acondicionamiento se hace de acuerdo a procedimientos técnicos. En forma genérica se le impone emplear la diligencia
y medios practicados por las personas exactas para que los efectos no se deterioren (art. 163).
2. Ejecutar el transporte en el plazo y por el recorrido convenidos
El art. 181 prevé el caso del transporte impedido por fuerza mayor. En tal caso la convención será nula. Si sólo se produce
un retardo, no hay nulidad.
3. Entregar los efectos al destinatario, en el lugar de destino
La entrega de los efectos al destinatario se dispone en el art. 183 y en el art. 184, inc. 2. El art. 183 dispone:
“No hallándose el consignatario en el domicilio indicado en la carta de porte, o rehusando recibir los efectos, el conductor
reclamará el depósito judicial, a disposición del cargador o remitente, sin perjuicio del derecho de tercero.”
C. Custodiar las mercaderías
El transportador debe emplear toda la diligencia y medios practicados por las “personas exactas en el cumplimiento de
sus deberes en casos semejantes”, para que los efectos o artículos no se deterioren, haciendo a tal fin, por cuenta de
quien perteneciere, los gastos necesarios. El transportador es responsable por las pérdidas o daños a las mercaderías
que fuesen resultado de malversación u omisión del transportador o de sus factores, dependientes u otros agentes
cualesquier (art. 163).
Durante el transporte corren de cuenta del transportador todos los daños que sufrieren las mercaderías, salvo vicio propio,
fuerza mayor o caso fortuito. La prueba de estos hechos le incumbe al transportador (art. 167). Todavía, aunque las
averías o pérdidas provengan de caso fortuito o vicio propio de la cosa cargada, el transportador está obligado a
indemnizar, se se prueba que la avería o pérdida provino de su negligencia o culpa, por haber dejado de emplear los
medios y precauciones practicadas en circunstancias idénticas por personas diligentes (art. 170).
Fuera de los casos referidos en el párrafo anterior, el transportador está obligado a entregar los efectos cargados en el
mismo estado en que los recibió, según resulte de la carta de porte. El desfalco, detrimento o menoscabo que sufran
serán de su cuenta (art. 169).
La responsabilidad del transportador empieza a correr desde el momento en que recibe las mercaderías y no acaba hasta
después de verificada la entrega (art. 167).
B. Registro
El art. 164, también, dispone que los transportadores "están obligados a llevar un registro particular en que se asentarán,
por orden progresivo de números y fechas, todos los efectos de cuyo transporte se encarguen, con expresión de su calidad,
persona que los carga, destino que llevan, nombres, y domicilio del consignatario y del conductor y precio del transporte".
Se suscita una importante controversia en la dilucidación de si basta el acaecimiento del incumplimiento o si, además, se
requiere la constatación de un actuar culpable del transportador, para que pueda considerarse generada la
responsabilidad.
B. Pérez Fontana consideraba que se debe recurrir a las disposiciones del CCom referentes al arrendamiento de obra
(arts. 578-602 CCom). La aplicación del CCom, en lugar del Código Civil se fundamenta en el carcter mercantil que se le
reconoce al transporte terrestre de personas, a pesar de que el art. 7 sólo se refiere al transporte de mercaderías.
C. Rodríguez Olivera entiende que se puede aplicablar, por analogía, las normas del contrato de pasaje marítimo (arts.
1.282 y ss. CCom) y, en su defecto, correspondeería la aplicación del Derecho común.
Se dice que no son válidas las cláusulas de exoneración, alegando que las personas están fuera del comercio jurídico.
Quienes sostienen que el transporte asume obligación de seguridad, agregan que el transportador no puede liberarse de
ella.
En cuanto a las normas abusivas de un contrato nos remitimos a las normas contenidas en la Ley sobre Relaciones de
Consumo n° 17.250 de 2000. En su art. 31 se establece que se consideran cláusulas abusivas sin perjuicio de otras, las
siguientes:
"A) Las cláusulas que exoneren o limiten la responsabilidad del proveedor por vicios de cualquier naturaleza de los
productos o servicios, salvo que una norma de derecho lo habilite o por cualquier otra causa justificada.
B) Las cláusulas que impliquen renuncia de los derechos del consumidor.
...
G) Las cláusulas que impliquen renuncia del consumidor al derecho a ser resarcido o reembolsado de cualquier erogación
que sea legalmente de cargo del proveedor..."
De acuerdo con el inc. 2 del art. 31La inclusión de cláusulas abusivas da derecho al consumidor a exigir la nulidad de las
mismas y en tal caso el Juez integrará el contrato. Si, hecho esto, el Juez apreciara que con el contenido integrado del
contrato éste carecería de causa, podrá declarar la nulidad del mismo.
B. Admisibilidad de estas cláusulas
Los elementos que sirven para distinguir la compraventa comercial de la civil son el objeto, que debe ser mueble, y la
intención del comprador de revender o alquilar el uso del bien que compra.
B. Compraventa de inmuebles
La compraventa de inmuebles y muebles accesorios (art. 516, inc. 1).
Se excluye de la materia comercial la compraventa de inmuebles, por motivos históricos, que se remontan al origen del
Derecho comercial. En el medioevo, la tenencia de la tierra y su trasmisión, se regulaban por el Derecho feudal. El Derecho
comercial pudo tener un desarrollo autónomo respecto del sistema feudal imperante, en tanto y en cuanto no se involucró
con la propiedad de la tierra.
Alguna doctrina expresa que se han excluido por tratarse de contratos solemnes, siendo que el comercio requiere
simplicidad y rapidez. Existen, sin embargo, contratos solemnes en el Derecho comercial (como la compraventa de
establecimientos comerciales, por ejemplo)..
En otras legislaciones, la compraventa de inmuebles es comercial cuando se hace con fines especulativos (Italia, Japón,
México, Portugal).
Luego, en el título que el CCom dedica a la compraventa mercantil, el art. 513 insiste sobre este elemento intencional al
definir a la compraventa mercantil, cuando expresa: "y la compra para revenderla o alquilar su uso."
En el mismo sentido, en el art. 515, al agregar precisiones para la calificación de la compraventa comercial, establece lo
siguiente: “Sólo se considera mercantil la compra o venta de cosas muebles para revenderlas...”.
Se ha entendido que este numeral permite considerar como comercial la adquisición de acciones por personas que no
tienen interés en revenderlas. La compra de las acciones puede tener por finalidad, simplemente, convertirse en socio.
Se aduce, también, que el fundamento de la comercialidad de la compraventa de acciones se encuentra en el n° 5 del art.
7, que comercializa a las sociedades anónimas..
Ahora bien, no se requiere el título compraventa para la trasmisión de las acciones. Las acciones, sin son al portador, se
trasmiten por su mera entrega. Si son nominativas endosables, se trasmiten mediante el endoso más su entrega. Si son
nominativas no endosables, se trasmiten por cesión de crédito.
El régimen de trasmisión de las acciones se encuentra en la Ley 16.060 de Sociedades Comerciales (LSC) y, en lo no
previsto por esta, por el DL 14.701 de Títulos Valores, por la remisión que aquélla realiza a este Decreto Ley.
Lo único que no está regulado en estos dos cuerpos legales, es la cesión de créditos, que se encuentra regulada tanto
en el CCom como en el CC.
De modo que la determinación de la naturaleza mercantil de la trasmisión de las acciones, sólo es relevante cuando se
trata de la cesión de créditos, porque las respecto de las demás formas de trasmisión, la cuestión ya está resuelta: se
aplica la LSC y el DL 14.701 en subsidio.
En este sentido, Mezzera Álvarez advertía:
“La cesión de documentos nominativos y el endoso de documentos a la orden no constituyen –estrictamente- una
operación de compraventa. La cesión de créditos está legislada como un contrato distinto de la compraventa. Y en cuanto
al endoso no puede evidentemente ser equiparado a la compraventa. Es independiente de ella, aunque esta última pueda
ser su antecedente. No se trata, por lo tanto, de incluir a la cesión de créditos y al endoso de documentos en la misma
categoría que la compraventa.
El problema está en cambio, en decidir si todo endoso o toda cesión tiene carácter comercial. En materia de endoso de
documentos a la orden la contestación debe ser afirmativa. El artículo 7 inc. 3º considera acto de comercio toda
negociación que recaiga sobre letras o cualquier otro género de papel endosable. En consecuencia deberán considerarse
siempre de naturaleza mercantil, el endoso de una letra, de un cheque, de un vale a la orden, de una acción de Sociedad
Anónima expedida a la orden, de una póliza de seguro también emitida en la misma forma, etc.
En cuanto a la cesión de créditos, el problema es de más difícil solución. El Código de comercio, luego de reglamentar la
compraventa mercantil, dedica un título a la cesión de créditos no endosables (artículo 563 a 571). No hay en ese título
nada que permita diferenciar la cesión de créditos civil de esta otra, que, por estar reglamentada en el Código de comercio,
podría llamarse cesión de créditos comercial.
Cabe entonces preguntarse si hay realmente una cesión de créditos que sea comercial en sí misma, por la forma de
realizarse, cuando el cesionario (a semejanza del comprador) tiene la intención de volver a ceder el crédito que le fue
cedido, o si debería calificarse como cesión de crédito comercial la que tiene por objeto la cesión de un crédito que es por
sí mismo un crédito comercial.”.
Caso
En líneas generales, puede decirse que la compraventa es un contrato por el cual el vendedor se obliga a entregar la cosa
vendida y el comprador se obliga a pagar el precio y a recibir la cosa vendida.
En general, la compraventa comercial es consensual, ya que se perfecciona con el solo acuerdo de las partes. Como
excepción a esta regla, son solemnes la compraventa de buques y la compraventa de aeronaves y la compraventa de
casas de comercio.
La compraventa comercial se encuentra regulada en los arts. 513 a 562 del Código de Comercio (CCom). Al analizar el
régimen de la compraventa, iremos señalando las diferencias entre la regulación del CCom con las del Código Civil (CC).
También, haremos referencia a la Ley de Relaciones de Consumo n° 17.250 de 2000 (LRC), que regula las relaciones de
consumo, en cuanto incide sobre la normativa comercial.
I. Contenido obligacional
A. Obligaciones del vendedor
Al celebrar el contrato de compraventa, el vendedor asume dos obligaciones:
entregar la cosa vendida y
conservarla hasta su entrega.
* Tradición real
La tradición real consiste en la entrega material de la cosa hecha por el vendedor al comprador. El art. 760 del CC dispone:
“La tradición real es la que verifica por la aprehensión corporal de la cosa, hecha por el adquirente u otro en su nombre.”
Eventualmente, puede el vendedor liberarse de esa obligación en dos casos:
que no se haya todavía pagado el precio;
que mudase notoriamente el estado del comprador y que no éste no diese fianza.
Esto se encuentra establecido en el inc. 2 del art. 526 del CCom:
“Sin embargo, no hay obligación de entregar la cosa antes de pagado el precio, si entre el acto de la venta y el de la
entrega, mudase notoriamente de estado el comprador y no diese fianza bastante de pagar a los plazos convenidos.”
El estado del comprador muda notoriamente si, por ejemplo, solicitó su declaración de concurso.
De acuerdo con lo establecido en el art. 68 de la Ley n° 18.387/2008, de 23 de octubre, de Declaración Judicial del
Concurso y Reorganización Empresarial (LC), serán nulas las estipulaciones contractuales que declaren resuelto el
contrato o atribuyan la facultad de resolución a cualquiera de las partes, en caso de insolvencia o de declaración de
concurso del deudor (n° 5, art. 68). Sí puede el vendedor in bonis solicitar al juez que rescinda el contrato o que se
garantice suficientemente el cumplimiento del mismo, si la continuidad del contrato implica un riesgo manifiesto y grave
para él (n° 4, art. 68).
* Tradición simbólica
El art. 527 del CCom dispone:
“La entrega de la cosa vendida... puede verificarse por el hecho de la entrega material o simbólica o por la del título, o por
la que estuviese en uso comercial en el lugar en donde deba verificarse.”
La tradición simbólica es un acto que, sin dar la posesión material, coloca al comprador en condiciones de disponer
libremente de la cosa.
Los casos de tradición simbólica están establecidos en el art. 529 del CCom. Entre otros, allí se enumeran los siguientes:
"Se considera tradición simbólica, salva la prueba contraria en caso de error, fraude, o dolo:
1º. La entrega de las llaves del almacén, tienda o caja donde se hallare la mercancía u objeto vendido.
2º. El hecho de poner el comprador su marca en los efectos comprados en presencia del vendedor o con su consentimiento.
3º. La entrega o recibo de la factura sin oposición inmediata del comprador (art. 557)..."
b. Entregas parciales
El principio general se establece en el inc. 1 del art. 537 del CCom: no se puede obligar al comprador a recibir entregas
parciales.
El inc. 2 establece una excepción al principio. Si el comprador aceptó recibir una parte, se entiende cumplido el contrato
en cuanto a lo recibido.. El art. 537 dispone:
“El comprador que haya contratado por junto una cantidad determinada de efectos, sin hacer distinción de partes o lotes
con designación de épocas distintas para su entrega, no puede ser obligado a recibir una porción, bajo promesa de
entregarle posteriormente lo restante.
Sin embargo, si espontáneamente conviniere en recibir una parte, queda irrevocable y consumada la venta, en cuanto a
los efectos que recibió, aun cuando el vendedor falte a la entrega de los demás, salvo por lo que toca a éstos, la opción
que le acuerda el artículo 534.”
c. Plazo y lugar de la entrega
Si no se estipuló plazo de entrega, el plazo para hacerla es de veinticuatro horas siguientes a la celebración del contrato
(art. 530). pero el comprador no puede exigir la entrega sin pagar el precio.
En el CC se establece que la entrega debe hacerse inmediatamente después de celebrado el contrato (art. 1688 CC). Al
igual que en el régimen comercial, el comprador no puede exigir la entrega si no paga el precio en el acto de la entrega.
En el régimen del CCom, para hacer incurrir en mora al vendedor, se debe interpelarlo judicial o notarialmente (art. 536).
Para el vendedor no hay mora automática, a menos que así se hubiere pactado..
En el CC, también, el deudor cae en mora, sea por la interpelación judicial, por la intimación de la protesta de daños y
perjuicios, por la propia naturaleza de la obligación o por el solo vencimiento del término cuando así se pactó (art. 1336
CC). La intimación de la protesta de daños y perjuicios se realiza por intermedio de escribano.
La entrega debe hacerse en el lugar donde se hallaba la cosa al tiempo de la venta (art. 527). Puede convenirse otra
cosa..
La norma es similar a la contenida en el art. 1687 del CC. Este artículo prevé otra eventualidad: la designación de dos
localidades para la entrega y da cómo solución que el vendedor debe elegir el lugar de la entrega. El art. 1687 del CC
establece:
“La entrega debe hacerse en el lugar convenido y si no hubiere lugar designado, en el lugar en que se encontraba la cosa
vendida a la época del contrato.
Si se hubieren designado para la entrega dos localidades alternativamente, sin indicar de cuál de los interesados será la
elección, se entenderá que ésta corresponde al vendedor.”
El art. 528 prevé que se hubiere convenido que las cosas se remitan, sin establecer adonde. La solución legal es que se
remitan al domicilio del comprador. El CCom prevé otra modalidad: la remisión a un consignatario del vendedor. El inc. 2
del art. 528 dispone:
“Exceptúase el caso en que el vendedor no pagado el precio, remite los efectos a un consignatario suyo, no para
entregarlos llanamente, sino recibiendo el precio, o tomando garantías.”
2. Obligación de conservar la cosa
El vendedor debe conservar la cosa hasta su entrega efectiva. De acuerdo al art. 531 del CCom, cuando el vendedor
pone la cosa a disposición del comprador y éste se da por satisfecho de su calidad, el vendedor se constituye en
depositario y obligado a su conservación, bajo el régimen del depósito.
La norma se justifica porque, cuando se pone la cosa vendida a disposición del comprador, se ha hecho tradición. El
vendedor dejó de ser dueño y contrae obligaciones del depositario.
No hay una norma similar en el CC.
* Constitución en mora
El art. 532 del CCom dispone que, por el sólo hecho de no pagar a los 10 días o en el plazo estipulado, se incurre en
mora y corren intereses. No hay que efectuar diligencias previas para hacer caer en mora al comprador.
Analizamos antes, que para el vendedor no hay mora automática y que debe ser interpelado judicial o notarialmente.
Además, cabe destacar que los intereses corren aun cuando no hayan sido expresamente pactados.
La mora provoca que se deban daños y perjuicios (art. 218 CCom). En las obligaciones que se limitan al pago de cierta
suma, los daños y perjuicios provenientes de la demora en la ejecución, consisten en la condenación en los intereses
corrientes (art. 225).
Según lo dispuesto por el art. 713 del CCom, por intereses corrientes se entiende los que cobran los bancos públicos.
En el CC, el comprador cae en mora, sea por interpelación judicial o intimación de la protesta de daños y perjuicios, o
cuando se pactó la mora automática (art. 1336 CC).
Cabe destacar, que en cuanto a la condenación a pagar intereses, el régimen comercial y el civil difieren en un detalle
que no es menor. En el art. 1348 del CC, se establece que los daños y perjuicios consisten en los intereses legales, en
tanto los arts. 225 y 532 se refieren a los intereses corrientes.
El art. 2207 del CC estableció el interés legal en el 6 %. Esa tasa fue elevada al 12 % por la Ley 13.355.
* Prescripción
El término general de prescripción de las obligaciones mercantiles contraídas por escritura pública o privada es de 20
años (art. 1018 Ccom). Si no de documentó de forma alguna la compraventa y ni siguiera el deudor firmó la factura, existe
un término breve de prescripción extintiva en lo que respecta a la obligación de pagar el precio, así como de la obligación
de entregar la cosa. El art. 1020, inc. 1 del CCom, establece:
“El derecho de reclamar el pago de mercaderías fiadas sin documento escrito firmado por el deudor, ya sea o no
comerciante, se prescribe por dos años, teniendo el deudor su domicilio dentro de la República, y por cuatro años, si lo
tuviese fuera.
La acción para exigir el cumplimiento de cualquier obligación comercial, que sólo pueda probarse por testigos, se prescribe
por dos años.”
* Régimen mercantil
El art. 540 dispone:
“Si el comprador devuelve la cosa comprada, y el vendedor la acepta (artículo 154), o siéndole entregada contra su
voluntad, no la hace depositar judicialmente por cuenta de quien perteneciere, con notificación del depósito al comprador,
se presume que ha consentido en la rescisión del contrato.”
* Derecho de retracto
Respecto a las compraventas con consumidores realizadas fuera del local empresarial, por medio postal, telefónico,
televisivo, informático o similar el art. 16 de la LRC confiere a los compradores el derecho a rescindir o resolver, "ipso-
jure" el contrato.
"(...) El consumidor podrá ejercer tal derecho dentro de los cinco días hábiles contados desde la formalización del contrato
o de la entrega del producto, a su sola opción, sin responsabilidad alguna de su parte. La opción por la rescisión o
resolución deberá ser comunicada al proveedor por cualquier medio fehaciente.
Cuando la oferta de servicios se realice en locales acondicionados con la finalidad de ofertar, el consumidor podrá rescindir
o resolver el contrato en los términos dispuestos en el inciso primero del presente artículo.
Si el consumidor ejerciere el derecho a resolver o rescindir el contrato deberá proceder a la devolución del producto al
proveedor, sin uso, en el mismo estado en que fue recibido, salvo lo concerniente a la comprobación del mismo. Por su
parte, el proveedor deberá restituir inmediatamente al consumidor todo lo que éste hubiere pagado. La demora en la
restitución de los importes pagados por el consumidor, dará lugar a que éste exija la actualización de las sumas a restituir.
Cada parte deberá hacerse cargo de los costos de la restitución de la prestación recibida. En los casos en los que el
consumidor rescinda o resuelva el contrato de conformidad a las previsiones precedentes, quedarán sin efecto las formas
de pago diferido de las prestaciones emergentes de dicho contrato que éste hubiera instrumentado a través de tarjetas
de crédito o similares. Bastará a tal efecto que el consumidor comunique a las emisoras de las referidas tarjetas su
ejercicio de la opción de resolución o rescisión del contrato (...)"
A. Los riesgos
El principio general, en materia de riesgos, que proviene del Derecho romano, consiste en que la cosa se pierde para su
propietario: “res perit domino”. Esto significa que la cosa perece para el vendedor mientras no haya hecho tradición del
objeto vendido al comprador y para este último después de operada dicha tradición..
Según veremos a continuación, el régimen que contiene el CCom se ajusta a este principio. En cambio, el principio en
materia de riesgos del CC implica lo opuesto: el riesgo lo corre quien tiene que recibir la cosa (que no es dueño, puesto
que no hubo tradición todavía). Sólo como excepción, en el caso de que la compraventa recaiga sobre cosa genérica, el
riesgo pesa sobre el vendedor.
1. Régimen civil
El CC establece, como principio, que la cosa aumenta, se deteriora o perece, para el que la tiene que recibir. Como una
excepción a este régimen, en la compraventa de cosa genérica, el vendedor corre con el riesgo.
a. Principio civil
Según acabamos de exponer, el principio en materia de riesgos de nuestro CC, consiste en que la cosa aumenta, se
deteriora o perece, para el que la tiene que recibir (arts. 1682 y 1335 CC).
El art. 1682, inc. 1, dispone:
“Desde que está perfecto el contrato de venta, la pérdida, deterioro o mejora de la cosa vendida se regula por lo dispuesto
en los artículos 1335, 1343, 1550 y siguientes.”
El art. 1335 establece: “La cosa aumenta, se deteriora o perece para el que la tiene que recibir...”.
Esta solución consagra el principio “res perit creditore” (la cosa perece para el acreedor) o el principio “causam sentit
creditor” (el caso fortuito es riesgo del acreedor). De manera que la cosa perece para el comprador, aun cuando esté en
manos del vendedor. Perece, entonces, para quien todavía no es dueño, puesto que no hubo tradición..
Como consecuencia, el comprador no puede exigir la entrega de la cosa pero debe igualmente el precio. Si pagó el precio
anticipadamente no puede reclamar la devolución del precio.
b. Excepciones
El principio de que la cosa perece para el acreedor, tiene varias excepciones, como el dolo, la culpa o la mora del vendedor.
También, quedan exceptuadas de esta reglas las compraventas en que se haya pactado lo contrario.
Otra de las excepciones al principio que acabamos de reseñar, la constituye las obligaciones de género.
Obligaciones de género son aquellas en que se debe indeterminadamente un individuo de una clase o género determinado
(art. 1360 CC).
Según el art. 1362 CC, la pérdida de algunas cosas del género no extingue la obligación:
“La pérdida de algunas cosas del género no extingue la obligación y el acreedor no puede oponerse a que el deudor las
enajene o destruya, mientras subsistan otras para el cumplimiento de lo que debe.”
En el mismo sentido, el art. 1558 del CC establece que las obligaciones de género o cantidad perecen siempre para el
deudor. Rige el principio “genera non pereunt” (el género no perece):
“Las disposiciones precedentes no se extienden a las obligaciones de género o cantidad que perecen siempre para el
deudor.”
2. Régimen mercantil
El art. 541 CCom establece:
“La pérdida, daños o menoscabos de la cosa vendida y no entregada, cualquiera que sea la causa de que provengan,
son de cuenta del vendedor a menos que lo contrario se haya pactado, y salvo también el caso de que el vendedor haya
puesto a disposición del comprador la cosa específica y determinada, en el lugar, tiempo y estado en que éste debía
recibirla. Entonces se pierde aquélla, se daña o menoscaba por cuenta del comprador moroso.”
En este artículo se establece como principio, que el riesgo lo corre el vendedor. Luego, enuncia un par de excepciones.
a. Principio mercantil
Como principio, dispone – sin distinguir según se trate de una obligación de género o de especie - que “la pérdida, daños
o menoscabos de la cosa vendida y no entregada, cualquiera sea la causa de que provengan, son de cuenta del vendedor”.
Mientras la cosa no haya sido entregada, el riesgo es del vendedor.
Una vez producida la tradición, si los bienes comprados están dañados o contienen vicios ocultos, corresponde aplicar
las normas sobre saneamiento.
b. Excepciones
A continuación, en la misma oración se establecen las excepciones a este principio general en materia de riesgo.
* La otra excepción consiste en que la cosa “específica y determinada” haya sido puesta a disposición del comprador..
Este es un caso de tradición ficta, por lo que el vendedor se transforma en depositario con las obligaciones de tal (art.
531). No obstante, el riesgo la asunción de estas obligaciones, el riesgo corre de cuenta del comprador moroso..
La pérdida, daño o menoscabo, que pudiere sufrir la mercadería, a partir de la puesta a disposición, corren por cuenta del
comprador, porque en ese caso hubo tradición ficta (art. 529, inc. 6), y porque existiría una negligencia del comprador que
no retiró el bien y a quien se califica, por ello, de moroso.
En el régimen que el CCom dispone para la compraventa, entonces, no se distingue según la cosa sea genérica o
determinada. En ambos casos: la cosa perece para el obligado a entregarla. El riesgo del vendedor cesa cuando la cosa
vendida se puso a disposición del comprador y hubo morosidad de éste en retirarla.
En resumen, el régimen de riesgos en la compraventa comercial es el siguiente:
* El art. 541 expresa que “la pérdida, daños o menoscabos de la cosa vendida y no entregada, cualquiera sea la causa
de que provengan, son de cuenta del vendedor”. Si la cosa vendida se pierde, se pierde para el vendedor: “res perit
debitore”
* Tratándose de cosa genérica, no existe diferencia entre el régimen comercial y el civil.. En ambos regímenes rige el
principio “genera non pereunt” (género no perece).
* Como excepción, en caso de que la cosa “específica y determinada” haya sido puesta a disposición del comprador, su
pérdida, daño o menoscabo, corren por cuenta de éste. Por lo tanto, en la hipótesis en que una cosa determinada no haya
sido puesta a disposición del comprador - a diferencia del régimen civil - el riesgo es de cargo del vendedor.
* En caso de pérdida, daño o menoscabo de la cosa, sin culpa ni mora del vendedor - por incendio o cualquier otro hecho
que suponga caso fortuito o fuerza mayor - el contrato queda rescindido de pleno derecho, pudiendo el comprador
reclamar la devolución del precio (art. 542). Por lo tanto, el riesgo por caso fortuito o fuerza mayor lo corre el vendedor.
* Si la pérdida o daño ocurriesen por culpa o mora del vendedor, éste debe no sólo reintegrar el precio sino, además, debe
pagar los intereses o reparar los daños y perjuicios (art. 543).
B. Saneamiento
1. Saneamiento por evicción
El vendedor garante la posesión pacífica y el goce útil de la cosa vendida. Responde por la evicción que prive al comprador
de la cosa vendida. El art. 1697 del CC da el concepto de evicción:
“Hay evicción de la cosa comprada, cuando el comprador es privado del todo o parte de ella por sentencia judicial.”
La obligación de sanear la evicción está consagrada en el art. 549 del CCom:
"El vendedor está siempre obligado a sanear al comprador la evicción que sufra en el todo o en parte de la cosa vendida,
aunque nada se haya estipulado a ese respecto en el contrato."
El art. 556 contiene las hipótesis en que no procede el saneamiento. El art. 556 del CCom establece:
“No tiene lugar el saneamiento por causa de evicción:
1º. Cuando, sin consentimiento del vendedor, compromete espontáneamente el comprador el negocio en árbitros, antes
o después de principiado el pleito.
2º. Cuando habiéndosele emplazado, no hace citar al vendedor a lo menos, antes de la publicación de probanzas.”.
* y que los vicios o defectos no han podido suceder por caso fortuito, ni causarse fraudulentamente en su poder.
El art. 546 establece:
“Cuando los géneros se entregaren en fardos o bajo cubiertas que impidan su examen y reconocimiento podrá el
comprador en los tres días inmediatos a la entrega, reclamar cualquiera falta de cantidad o vicio en la calidad; justificando
en el primer caso, que los cabos o extremidades de las piezas están intactas; y en el segundo, que los vicios o defectos
no han podido suceder por caso fortuito, ni causarse fraudulentamente en su poder.”
El vendedor puede exigir el reconocimiento de las cosas en el acto de la entrega, en cuyo caso no habrá lugar a
reclamación (art. 547).
b. Sobre vicios internos
* Régimen mercantil
El art. 548 del CCom establece un plazo de seis meses siguientes a la entrega para reclamar contra el vendedor por los
vicios internos de la cosa vendida, que no pudieren percibirse por el reconocimiento que se haga al tiempo de la entrega.
Pasado ese plazo, el vendedor queda libre de toda responsabilidad..
Durante los dichos seis meses, el comprador tiene la elección entre rescindir la compraventa, devolviendo la cosa y
exigiendo la restitución del precio, o mantener el contrato, conservando y reclamando la devolución de una parte del precio
determinada por peritos (art. 548, inc. 2). El art. 559 dispone:
“Los vicios o defectos que se atribuyan a las cosas vendidas, así como la diferencia en las calidades (art. 521), serán
siempre determinadas por peritos arbitradores, no mediando estipulación contraria.”
* Régimen internacional
Según la Convención de las Naciones Unidas sobre compraventa internacional de mercaderías (Viena, 1980), el
comprador perderá el derecho a invocar la falta de conformidad de las mercaderías, si no lo comunica al vendedor,
especificando su naturaleza, dentro de un plazo razonable a partir del momento en que la haya o debiera haber
descubierto (art. 39, n° 1). En todo caso, el comprador pierde el derecho a invocar la falta de conformidad, si no lo
comunica al vendedor en un plazo máximo de dos años, contados desde la fecha en que las mercaderías se pusieron
efectivamente en poder del comprador (art. 39, n° 2).
A su vez, en la Convención de las Naciones Unidas sobre la prescripción en materia de compraventa internacional de
mercaderías (Nueva York, 1974) se establece un plazo de prescripción de cuatro años (art. 8), a contar desde la fecha en
que la acción pueda ser ejercitada (art. 9).
Las Incoterms son cláusulas tipo que definen los usos comerciales internacionales más comunes., para determinar cuál
es la solución acordada entre el vendedor y el comprador, respecto de cuatro de los problemas tradicionales al comercio
exterior: la entrega de la mercadería., la transferencia de la responsabilidad, la distribución de los gastos y obligaciones.
y los documentos necesarios para la tramitación aduanera.
La unificación de criterios en lo referente al momento de la “puesta a disposición” de la mercadería, tiene por finalidad
esencial determinar el punto en que una de las partes trasmite el riesgo a la otra. En cuanto a los gastos y obligaciones,
se refieren a aspectos como el transporte, el seguro, la manipulación, el embalaje, la gestión y la entrega de la
documentación.. Por lo tanto, los Incoterms determinan qué se halla comprendido dentro del precio cotizado o convenido
en una compraventa internacional..
Su nombre proviene de “international commercial terms” - “términos del comercio internacional”.
Si bien existían desde tiempo atrás, su alcance y contenido actuales fueron sistematizados y padronizados, en 1928 por
una comisión de especialistas, constituida por la iniciativa de la Cámara de Comercio Internacional (CCI), con sede en
París. Desde el 1° de enero de 2011, está vigente la última publicación de los Incoterms (2010)..
En función de las obligaciones que asume el vendedor y el comprador, los Incoterms han sido agrupados en cuatro
categorías, identificadas por la inicial que se repite en las siglas de cada grupo.
Cada una de las cláusulas tipo se identifica con una sigla: EXW, FCA, FAS, FOB, CFR, CIF, CPT, CIP, DAT, DAP y DDP.
I. Categoría EXW
La primera categoría, está constituida por un único Incoterm: EXW (Ex Works). Este Incoterm representa la modalidad
contractual que impone menos obligaciones al vendedor. Las obligaciones del vendedor se limitan a colocar las
mercaderías en su propio establecimiento (fábrica, almacén o plantación) a disposición del comprador. Particularmente,
el vendedor no es responsable por el cargamento de las mercaderías para su exportación, a menos que haya acuerdo en
contrario. Como contrapartida el comprador asume todos los costos y riesgos que involucra retirar las mercaderías de las
instalaciones del vendedor y conducirlas a destino.
II. Categoría F
La segunda categoría, denominada grupo “F”, está constituida por tres Incoterms: FCA (Free Carrier o Transportador
Libre), FAS (Free Alongside Ship o Libre en el Costado del Navío) y FOB (Free on Board o Libre a Bordo). Estas tres
tienen en común que el vendedor debe cargar la mercadería y transportarla hasta el puerto de exportación, haciéndose
cargo de las tasas de exportación. El vendedor cumple su obligación entregando las mercaderías en su propio país, al
transportador principal, una vez realizados todos los trámites de exportación. La obligación de contratar el transporte
principal y el pago del flete y del seguro, está a cargo del comprador.
Por la parte del vendedor las obligaciones acaban y el riesgo es asumido por el comprador, cuando entrega la mercadería
al transportador designado por el comprador (FCA); cuando la coloca al costado del navío, en el muelle o en barcazas,
esto es antes de ser cargada (FAS); o cuando la coloca a bordo del navío o en el vagón (FOB).
Asumir el riesgo implica que la pérdida o menoscabo de la mercadería mientras es transportada a destino la sufre el
comprador. Por lo tanto, éste no se libera de pagar el precio si la mercadería se pierde o menoscaba después de entregada
al transportador principal, colocada al costado del navío o colocada a bordo.
En el caso de la Incoterm FCA, el costo de la descarga en el puerto corre por cuenta del comprador. En la FAS el descarga
en puerto es de cuenta del vendedor pero el embarque de la mecadería lo paga el comprador. En el caso de la Incoterm
FOB, el embarque de la mercadería, también, corre por cuenta del vendedor. Esto significa que la FOB es la Incoterm
más gravosa para el vendedor.
III. Categoría C
La tercera categoría, denominada grupo “C”, está constituida por cuatro Incoterms: CFR (Cost and Freight o Costo y Flete),
CIF (Cost, Insurance and Freight o Costo, Seguro y Flete), CPT (Carriage Paid to... o Transporte hasta...) y CIP (Carriage
and Insurance Paid to... o Transporte y Seguro Pago hasta...). Estas cuatro Incoterms tienen en común que el vendedor
deberá contratar el transporte principal, aunque sin asumir los riesgos por la pérdida o el daño de la mercadería en su
viaje hacia el país importador. El vendedor deberá, también, realizar los trámites aduaneros de exportación.
Debe resaltarse, a propósito, que los términos “C” son de la misma naturaleza que los términos “F”, en cuanto que el
vendedor cumple el contrato en el país de embarque o despacho. A su vez, el comprador deviene propietario de la
mercadería desde el momento del embarque. De ahí que los contratos de compraventa celebrados al amparo de los
términos “C” o “F” posean la característica de “contrato de partida” o “contrato de embarque”.
Los dos primeros Incoterms – CFR y CIF – además de suponer ambas el pago del flete por parte del vendedor, se
distinguen por transferir el riesgo por la pérdida o el daño de la mercadería al embarcarla. La modalidad CIF supone,
además, que el vendedor se hace cargo del seguro marítimo mínimo que cubra los riesgos que pudiere sufrir la mercadería
durante el transporte, pagando el premio.
Los dos segundos Incoterms – CPT y CIP – se distinguen por transferir el riesgo por la pérdida o el daño de la mercadería,
recién al entregarla a la custodia del transportador. La modalidad CIP supone, además, que el vendedor contrata el seguro
para el comprador y paga el premio.
IV. Categoría D
A partir de la publicación 2010 de las Inconterms, la cuarta categoría, denominada grupo “D” está constituida por las
siguientes tres: DAT (Delivered At Terminal); DAP (Delivered At Place) y DDP (Delivered Duty Paid o Entregado Derechos
Pagados). Estos tres Incoterms tienen en común que el vendedor asume todos los costos y los riesgos que implique llevar
la mercadería hasta el lugar pactado en el país del importador. De ahí que se les llame “contratos de llegada”.
La Incoterm DAT se caracteriza porque el vendedor se hace cargo de todos los costes, incluido el transporte principal,
hasta que la mercadería se coloca en el puerto de destino convenido. También, asume los riesgos hasta ese momento.
En la Incoterm DAP, el vendedor se hace cargo de todos los costos, hasta que la mercadería se ponga a disposición del
comprador en el destino final. El vendedor asume los riesgos hasta ese momento. El vendedor no paga el seguro ni se
encarga de la tramitación aduanera, ni del pago de los impuestos de importación.
La Incoterm DDP se caracterizan por extender las obligaciones del vendedor hasta el lugar designado por el comprador
en el país de importación. Además de los costos asumidos en todas las Incoterms del grupo D, al vendedor le corresponde
pagar el seguro, y cumplir con las formalidades aduaneras y los tributos de importación.
Contrato de seguro
Esquema
I. Concepto
El art. 634 del Código de Comercio (CCom) define al contrato de seguro en los términos siguientes:
“El seguro es un contrato por el cual una de las partes se obliga mediante cierta prima a indemnizar a la otra de una
pérdida o de un daño, o de la privación de un lucro esperado que podría sufrir por un acontecimiento incierto."
A. Elementos de la definición
La definición refiere a los elementos relevantes siguientes:
1. Obligación de pagar la prima
Se denomina "prima" o "premio" a la prestación a cargo del tomador del seguro.
2. Obligación de indemnizar
3. Condición de la obligación de indemnizar: sufrimiento de un acontecimiento incierto
B. Seguros que no están comprendidos en la definición
1. La definición no comprende a los seguros de sumas
El art. 634 sólo se refiere a los de seguros de indemnización.
El seguro de suma es el seguro que, a diferencia del anterior, no se gradúa atendiendo al daño. Es invariable y, en este
caso, la prestación del asegurador se concreta en el pago de la suma de dinero prevista en el contrato, una vez que se
haya producido el siniestro previsto. Los seguros de suma son, generalmente, los seguros de personas.
En el seguro de suma el asegurador garantiza el pago de un capital o de una renta, en caso de que se produzca el
siniestro. Esto se debe a que su prestación no tiene finalidad indemnizatoria, no está graduada en función del daño sufrido.
El monto de la prestación debida por el asegurador, sólo guarda relación con la suma por la cual se aseguró, nunca con
el daño que se pueda haber sufrido. Damos como ejemplo, el seguro de vida.
2. Queda excluido el seguro de vida
En el seguro de vida, no hay un acontecimiento incierto, puesto que la muerte no lo es.
En todo caso, lo que es incierto es el momento de la muerte.
2. El tomador
El tomador del seguro es cualquier persona física o jurídica que contrata el seguro. Para ello, debe poseer un interés
asegurable en que la cosa objeto del seguro no se vea alcanzada por el siniestro..
Puede contratar el seguro por sí y para sí, o por cuenta de un tercero.
En el primer caso puede tomar el seguro personalmente con el objeto de beneficiarse a sí mismo (es el caso del seguro
de daños).
También, puede tomarlo personalmente con el objeto de beneficiar a un tercero (es el caso del seguro de vida). El art. 694
prevé esta eventualidad:
“El interesado podrá contratar el seguro, aun sin consentimiento o noticia de la persona cuya vida se asegura.”
X asegura la vida de Z. X es tomador y Z es el asegurado. Si Z muere, el asegurador deberá cumplir su prestación frente
a X o frente a quien X haya designado en el contrato como beneficiario.
a. Obligaciones y cargas
* Pago de la prima
La obligación principal del tomador está constituida por el pago de la prima. El asegurado, con la prima, paga el precio del
alea asumido por el asegurador.
* Informar el siniestro
Una vez que se produce el siniestro, el asegurado debe, inmediatamente, informar al asegurador el hecho y todas las
circunstancias que obren en su conocimiento. Así lo establece el art. 668 so pena de los daños y perjuicios que causare
por su omisión.
1. Fecha
Todo contrato debe tener fecha que es el punto de partida de las obligaciones de los contratantes.
Interesa esta mención para determinar la capacidad de los contratantes y para fijar el momento en que comienza la
responsabilidad del asegurador, a menos que se fije otra fecha.
2. Nombre de la persona que hace asegurar
Puede contratarse para sí o por cuenta ajena. Si no se dice nada se entiende tratado para sí (art. 652). Si se hace por
cuenta ajena, debe expresarse si es en virtud de un mandato o sin conocimiento del asegurado.
3. Designación de la clase de cosa asegurada y del valor que tenga o se le atribuya
No es esencial la determinación precisa de las cosas en el contrato de seguro. Es el caso de un comerciante que desea
asegurar mercaderías que están en un depósito. Si se sacan algunas e ingresan otras, no se puede estar variando cada
vez el contrato. Entonces hace un seguro que cubra las cosas que pueden existir en el depósito cuando ocurra el riesgo.
Luego, si se produce el siniestro, el asegurado deberá probar qué cosas había en el lugar, con las consiguientes
dificultades probatorias.
Lo mismo sucede con el valor, que no es preciso determinarlo con exactitud. Si no se fija valor en la póliza, se estará a lo
que se determine por todos los medios de prueba.
El art. 660 dispone:
“El valor de la cosa asegurada debe determinarse expresamente en la póliza.
En defecto de esa fijación, el valor de los efectos puede ser justificado por todos los medios de prueba admitidos en el
comercio (art. 192).”
El art. 661 establece:
“El valor de los efectos asegurados establecido en la póliza, no hace fe en caso de contestación a no ser que haya sido
fijado por peritos nombrados por las partes.
Siempre que se probare que el asegurado procedió con fraude en la declaración del valor de los efectos, el Juez le
condenará a pagar al asegurador el doble del premio estipulado, sin perjuicio de que el valor declarado se reduzca al
verdadero valor de la cosa asegurada.”
El art. 662 agrega:
“La cláusula inserta en la póliza, valga más o menos, no releva al asegurado de la condenación por fraude; ni tiene valor
alguno, siempre que se probare que la cosa asegurada valía 25 por ciento menos que el precio determinado en la póliza.”
4. Suma asegurada
Es lo que el asegurador promete indemnizar.
Si no se fija, se entiende que se asegura por valor íntegro.
5. Riesgo que toma a su cargo el asegurador
El riesgo es esencial y es el elemento típico del contrato.
6. Época en que los riesgos empiezan y acaban para el asegurador
7. La prima del seguro
8. Otras estipulaciones
Los contratos de seguros contienen muchas otras estipulaciones que tienen que ver con el comportamiento exigido al
asegurado para prevenir riesgos o para disminuir los efectos dañosos de los siniestros, que varían según el tipo de seguro.
a. Denuncia de siniestro
Se impone la obligación de denunciar la producción del siniestro de inmediato o en plazos breves y forma determinadas.
En muchos casos, se establece que se requerirá la presencia del asegurador en el lugar en que se constate el siniestro o
el daño.
Las entidades aseguradoras suelen prestar servicios accesorios, para la detección y reducción de riesgos y para dar
solución a situaciones de peligro. Se adoptan políticas de seguimiento para controlar la evolución de las condiciones de
riesgos, inspeccionando, por ejemplo, plantas industriales o edificios o activos. También se implementan sistemas de
vigilancia, controles sobre ingresos de personas y detección de intrusos. Generalmente se impone en los seguros la
instalación de alarmas, se indican las entidades que las han de colocar, se controla su instalación y, luego, se inspeccionan.
b. Firma
El inciso final del art. 645 establece que la póliza debe estar firmada por el asegurador. El asegurado no debe firmar la
póliza según el art. 645, pero firma la solicitud de seguro, hecha en el formulario que proporciona la empresa. En la
práctica se extiende un solo ejemplar de la póliza que firma el asegurador y lo entrega al asegurado.
Caracterización
I. Aleatoriedad
Un contrato es conmutativo cuando las prestaciones a que están obligadas las partes, son miradas como equivalentes.
El contrato de seguro no es conmutativo porque las prestaciones a que están obligadas las partes nunca son equivalentes.
Es, por el contrario, un típico contrato aleatorio..
En el contrato de seguro se configura un alea, esto es, un acontecimiento incierto de ganancia o pérdida (art. 2167 Código
Civil). Es aleatorio para el asegurador que está expuesto a tener que pagar una indemnización, que puede ser mayor que
las primas recibidas, si se produce el hecho incierto en forma temprana. No hay equivalencia de las prestaciones de las
dos partes contratantes. Por ejemplo, en el seguro de vida, que contempla el riesgo de muerte, el asegurado paga una
anualidad. Si fallece al poco tiempo de contratado el seguro, obviamente, pierde el asegurador, quien deberá la
indemnización sin haber recibido una cantidad suficiente de primas que compensen el egreso. En cambio, si el asegurado
vive 40 años pagando primas, para el asegurador se habrá generado una ganancia.
Esto es exacto, si nos referimos a cada contrato de seguro en particular. En la práctica, el asegurador es siempre un
empresario que concierta masivamente contratos de seguro, organizándose de tal manera que el resultado global no le
apareje pérdidas. En otras palabras, el asegurador socializa cada uno de los riesgos que corre cada asegurado y los hace
soportar por todo el conjunto. De esta manera y de acuerdo a la ley de los grandes números, el riesgo que soporta es
controlado estadísticamente, lo que provoca, si lo hace bien, el éxito en su negocio.
III. Solemne
De acuerdo al art. 644 del CCom, para el perfeccionamiento del contrato de seguros es necesario un documento escrito
denominado "póliza".. El contrato de seguros no existe como tal hasta tanto el asegurado haya firmado la solicitud del
seguro y el asegurador no haya firmado y entregado la póliza. Este documento debe contener una serie de menciones
esenciales que están establecidas en el art. 645.
Analizaremos, a continuación, los elementos del contrato de seguro distinguiendo los esenciales y comunes a todos los
contratos:capacidad, consentimiento, objeto y causa, de los específicos, que son el riesgo, interés asegurable,
organización empresaria y la cosa asegurada.
B. Consentimiento
Al igual que para el resto de los contratos, rige en cuanto al consentimiento el art. 1269 del CC:
“El consentimiento no es válido cuando ha sido dado por error, arrancado por violencia o sorprendido por dolo.”
La particularidad en el contrato de seguro, está dada por la relevancia que se le concede al error provocado por una falsa
declaración o por la reticencia del asegurado.
La explicación de este régimen excepcional para el contrato de seguro, radica en que la averiguación de las circunstancias
modificativas del riesgo es muy fácil para el asegurado, pero muy difícil y costosa para el asegurador. De modo que, en
lugar de regir el principio general de que cada parte debe informarse por sí misma antes de contratar, rige el principio
opuesto: el asegurado debe informar cabalmente al asegurador de cualquier circunstancia “que a juicio de peritos, hubiese
impedido el contrato o modificado sus condiciones”..
En el seguro, el asegurado tiene la obligación y el deber de informar cabalmente al asegurador sobre todas las
circunstancias que permiten avaluar precisamente los riesgos. Este asunto reviste mayor importancia en lo que se refiere
al seguro de vida en que el asegurado tiene interés en ocultar ciertas cosas, incluso al médico que lo examina. Las
empresas de seguros tienen medios de información: agentes, comisionistas, médicos, que le pueden proporcionar datos,
pero esto no exime al asegurado de responsabilidad por su falsedad o reticencia, porque en algunos casos sólo el
asegurado puede dar datos completos..
El sistema es objetivo, porque no toma en cuenta la intención del asegurado para juzgar anulable el contrato. No importa,
en este aspecto, que el asegurado haya actuado de buena o mala fe.. Ello por las siguientes razones: a) el riesgo que
tuvo que tener en cuenta el asegurador es siempre el mismo, exista o no buena fe en el asegurado; b) de todas maneras
se ha resentido el consentimiento del asegurador.
El legislador sí toma en cuenta la intención, al disponer sanciones para el asegurado reticente o que efectuó declaraciones
falsas (arts. 666 y 667).. El art. 666 dispone:
“Cuando hay nulidad del seguro en todo o en parte, y el asegurado ha obrado de buena fe, el asegurador debe restituir el
premio, o la parte del premio que haya recibido hasta la suma concurrente de los riesgos que no haya corrido.
Hay igualmente lugar a la repetición del premio, si la cosa asegurada ha perecido después de firmada la póliza, pero antes
del momento en que los riesgos empezaron a correr por cuenta del asegurador.
En todos los casos, en el que el asegurado recibe indemnización por el daño o pérdida, se debe el premio por entero."
El art. 667 agrega:
“Si el contrato se anula por dolo, fraude o mala fe del asegurado, gana el asegurador el premio íntegro, sin perjuicio de la
acción criminal a que pueda haber lugar.”
Si la compañía acepta el riesgo conociendo las circunstancias falsas o alteradas por el asegurado, no puede invocar,
luego, la existencia de un vicio del consentimiento. Tampoco podrá alegar la existencia de un vicio, si la circunstancia que
se ocultó no influye sobre el riesgo. No se trata de cualquier falsedad o reticencia. El art. 640 exige que ésta hubiere
impedido el contrato o modificado sus condiciones, a juicio de peritos..
C. Objeto
De acuerdo al art. 1282 del CC:
“El objeto de los contratos es el objeto de las obligaciones que por ellos se contrajeron.”
Dado el carácter sinalagmático del contrato de seguro, las dos partes asumen obligaciones, que en el caso son de dar. El
contenido de las obligaciones se relaciona con los elementos específicos de este contrato y que luego analizaremos. El
asegurado se obliga a dar dinero – las primas – y el asegurador se obliga a pagar al asegurado, la suma estipulada para
el caso de producirse un siniestro.
D. Causa
De acuerdo al art. 1287 del CC, inc. 1:
“En todo contrato, es causa para obligarse cada parte contratante, la ventaja o provecho que le procura la otra parte.”
El elemento “causa” en el contrato de seguro no presenta ninguna particularidad. Como en todos los demás contratos, la
ausencia de causa o su ilicitud produce la nulidad del contrato (art. 1288 CC)..
* Posible
El riesgo debe ser posible (art. 654).
No puede tratarse de un riesgo imaginario que no ha de producirse (faltaría el “interés asegurable”). Si es imposible, no
hay riesgo.
* Disperso
El riesgo no debe afectar contemporáneamente a toda la masa de asegurados (dispersión). Por razones técnicas, no es
igual asegurar contra incendio cincuenta casas ubicadas en la misma manzana que en manzanas diferentes..
* Fortuito
El siniestro no puede depender de la voluntad de las partes. Debe ser fortuito (art. 639, incs. 1 y 2). Ha de deberse a un
factor aleatorio.. Puede admitirse, sin embargo, que en algún sentido el riesgo depende de la voluntad del hombre; que el
hombre puede intervenir en la producción del siniestro. Por ejemplo, el seguro por responsabilidad civil, el asegurado
maneja un automóvil lesiona a un transeúnte. Sin ser un hecho intencional, pudo haber sido omiso o negligente; por ese
riesgo puede haber seguro.
* Futuro
El siniestro tiene que producirse con posterioridad a la celebración del contrato. Puede suceder que se celebre un contrato
y el siniestro haya ocurrido ya objetivamente aunque no subjetivamente, esto es, las partes no lo saben. El CCom, en el
art. 654, contiene una previsión especial. El contrato es nulo si se presume que se conocía que el riesgo se había
producido o que ya no hay riesgo. El art. 655 crea una presunción de que el conocimiento existe. Dispone lo siguiente:
“La presunción de haber tenido ese conocimiento existe, si el Juez declara, según las circunstancias, que desde la
cesación de los riesgos, o desde la realización del daño, ha transcurrido un tiempo bastante para que la noticia llegase al
asegurador o asegurado. En caso de duda, el Juez podrá ordenar que el asegurador, el asegurado o sus mandatarios
respectivos, presten juramento de que ignoraban la cesación del riesgo, o la realización del daño o pérdida. El juramento
deferido por una parte, deberá siempre ser ordenado por el Juez competente.”
El art. 656 prevé la modalidad del seguro sobre buenas o malas noticias. Establece lo siguientes:
“La presunción del artículo anterior no tiene lugar, si se ha expresado en la póliza que el seguro se hace sobre buenas o
malas noticias.”
Para esa hipótesis se aplica el art. 657:
“En el caso del artículo anterior, el seguro sólo puede anularse, mediando prueba acabada, de que el asegurado o su
mandatario sabía el daño o la pérdida, o el asegurado la cesación de los riesgos, antes del contrato.”
Hay riesgos no asegurables por razones técnicas, esto es, porque efectuados determinados cálculos, el asegurador sabe
que no le conviene asegurar ciertos riesgos. Es menester que tengan ciertos caracteres desde el punto de vista técnico:
frecuencia, para que pueda calcularse probabilidades de que ocurran; dispersión para que pueda existir compensación
de riesgos; y que el daño, que pueda producirse, sea susceptible de apreciación pecuniaria para poder hacer cálculos
sobre las primas a cobrar. Sobre la base de esos rasgos se elaboran estadísticas.
2. Prima o premio
El seguro es un contrato bilateral con obligaciones a cargo de las dos partes. El asegurador se obliga a una indemnización
si se produce el siniestro. La prestación a cargo del asegurado se denomina “premio”. El premio es el precio del seguro..
El asegurado se obliga a pagar la prima. Sin prima no hay seguro. El asegurado paga una prima por la seguridad que ha
comprado. Es el precio que se paga por el asegurado como contraprestación de la seguridad adquirida.
Debe siempre figurar en la póliza (arts. 645 y 695). Las primas son fijas.
En cuanto a la época en que debe pagarse el premio, depende de lo que se convenga en la póliza. Debe exceptuarse el
caso del seguro de incendio, para el cual el artículo 674 exige que se pague al principio de cada mes o año..
Cuando el premio debe pagarse por adelantado, las pólizas establecen que el seguro no entra en vigencia hasta el efectivo
pago del premio. Con esta cláusula no se subordina la perfección del contrato al pago previo, sino que las obligaciones
del asegurador no serán exigibles hasta que se cumpla el pago..
El artículo 676 prevé para el caso de primas que se pagan al principio de cada año, que si ésta no se paga, los riesgos
cesan de ser de cargo del asegurador. El art. 676, inc. 2, dispone:
“Si el asegurado ofrece después el pago, en que ha sido moroso, puede optar el asegurador entre la continuación del
seguro, o su anulación, desde el día en que debió pagarse la prima.”
a. Caracteres de la prima
* Debe hallarse en rigurosa correlación con el riesgo
La prima resulta de la valoración exacta del riesgo. La valoración del riesgo implica el análisis de la frecuencia en la
producción de los siniestros. Esta análisis se realiza atendiendo a estadísticas y cálculos matemáticos de probabilidad.
Se debe tener en cuenta, además, el valor de la cosa asegurada.
Se distingue entre prima justa o cargada. La prima justa o premio técnico o puro o neto es un importe basado en un cálculo
matemático.
El asegurador no puede sólo cobrar una prima exacta, pues como intermediario que es y estando al frente de una
organización empresaria tiene gastos para cubrir: gastos de su organización, sueldos, impuestos y, además, debe obtener
utilidad para sí mismo. El importe para cubrir gastos y para recaudar utilidad lo debe obtener de la prima cobrada al
asegurador. Por ello la prima basada en cálculo de probabilidades, matemático, es aumentada con previsiones para gastos
de administración y con las ganancias que tiene que tener el asegurador.
Se pueden pactar primas que se calculan de modo de dejar un margen de utilidad, constituyendo con ella reservas
especiales. Luego, las compañías suelen establecer distribuciones especiales de beneficios, entre los asegurados. Esos
beneficios pueden distribuirse anualmente o concretarse en disminución de la prima o capitalizarse, aumentando el capital
a pagar sobre lo estipulado. Se entiende que esa participación en los beneficios, no acuerda los derechos de asociado,
ni la facultad de intervenir la contabilidad con fines de contralor. Sólo autorizaría cierta intervención con fines de prevenir
el fraude y por vía judicial.
* Siempre es en dinero
La prima siempre es una suma de dinero y puede ser única o periódica. Corresponde aclarar que en el caso de que se
estipule que el premio se pagará en cuotas, se trata de una facilidad concedida al tomador, que no afecta el derecho del
asegurador a la totalidad de la prima. Sólo se trata de una modalidad de pago, de una forma de crédito. Si el siniestro se
produce, deben pagarse aun las cuotas no vencidas, correspondientes al período.. Cuando se convienen facilidades para
el pago del premio, se establece, al mismo tiempo, que el retraso en el pago de alguna cuota penaliza al asegurado con
la suspensión de la cobertura del contrato (mora automática).. La sanción por la mora en el pago de varias cuotas
sucesivas queda librada a lo que las partes pueden haber estipulado, pudiendo autorizar la rescisión del contrato..
En cuanto a los seguros de sumas como, por ejemplo, el seguro de vida, la prestación del asegurador puede consistir en
la entrega de un capital o en el comienzo del pago de una renta periódica. Se puede estipular, accesoriamente, que el
asegurador ha de prestar ciertos servicios, como servicios periódicos o asistencia letrada. La prestación se fija en la póliza,
art. 645, inc. 4.
La indemnización que se paga no tiene por qué ser igual a la suma asegurada. La indemnización dependerá del perjuicio
efectivamente sufrido por la realización del riesgo. Si no hay perjuicio no hay indemnización.
Damos ejemplos:
Una cosa vale 10.000. Se asegura contra incendio por 8.000. Ocurre el siniestro y se destruye en parte por 5.000. ¿Cuánto
se indemniza? Se utiliza esta regla.
Valor de la cosa
10.000
El art. 642 establece que las partes pueden convenir que se pagará toda la suma asegurada sin aplicar la fórmula antes
expresada cuando las cosas valgan más.
El art. 641 dispone que no se puede asegurar una misma cosa ya asegurada por valor entero. El art. 663 agrega:
“Si hay varios contratos de seguro celebrados de buena fe, de los cuales el primero asegure el valor íntegro de la cosa,
los siguientes se considerarán anulados (artículo 641).
Si el seguro no comprende el valor íntegro de la cosa, los aseguradores siguientes sólo garantizan el resto hasta el valor
del precio por orden de fechas.; pero si varios seguros han tenido lugar sobre la misma cosa para la misma época, por
medio de diferentes pólizas, el mismo día, sobre el valor íntegro, responderán proporcionalmente todos los aseguradores.
Los aseguradores, cuyos contratos quedan sin efecto, están obligados a devolver el premio recibido, reteniendo pro vía
de indemnización medio por ciento del valor asegurado”.
El art. 642, inc. 1, establece que si el seguro excede el valor de la cosa asegurada sólo es válido hasta la suma concurrente
a aquél valor. El art. 660 dispone que el valor debe establecerse en la póliza. En su defecto, se ha de justificar por cualquier
medio de prueba.
2. Interés asegurable
Este elemento está consagrado en los arts. 635 y 637. El inc. 1 del art. 635 dispone:
“El seguro puede tener por objeto todo interés estimable en dinero y toda clase de riesgos, no mediando prohibición
expresa de la ley.”
El interés asegurable es el interés que necesariamente debe existir en el contrato de seguro y que explica el porqué de
su contratación. Es el interés del tomador del seguro en que una determinada cosa no sea alcanzada por el riesgo. Cuando
se dice que se asegura una casa, en realidad, lo que se asegura es el interés que se tiene en la conservación de la casa.
Es el objeto del contrato de seguro, legitima el contrato e impide que el mismo se degenere en apuesta o en juego. Debe
existir un interés en que el riesgo no se produzca, porque si a las partes no les importa la suerte del objeto, entonces
estamos en el campo de los juegos de azar. Tiene que existir un cierto interés en la contratación del seguro por cuanto su
contratación responde a una necesidad.
El interés asegurable tiene las siguientes características:
El art. 649 agrega un caso más: se vende una cosa y el nuevo dueño no acepta el seguro. El seguro continúa a favor del
viejo dueño por la parte que hubiese conservado en la cosa asegurada o por el interés que tuviere en caso de falta de
pago del precio de la compra.
El interés asegurable existirá, también, en el seguro de personas
No hay duda de que si una persona asegura su vida y contrata que, en caso de muerte, se pague un capital a sus hijos,
esa persona tiene interés en el seguro que contrata. También, existe ese interés si una persona asegura la vida de su
padre y estipula que si vive más de 60 años se le pague una renta mensual:
“Cuando hay nulidad del seguro y el asegurado ha obrado de buena fe, el asegurador debe restituir el premio o la parte
del premio que haya recibido, hasta la suma concurrente de los riesgos que no haya corrido”.
Afirma Mezzera Álvarez que el interés debe ser de orden económico. Debe existir una relación económica entre quien
contrata el seguro y aquellos bienes o cosas sobre los cuales el riesgo recae. No podría una persona, por ejemplo,
asegurar contra incendio el Estadio Centenario, por más que sostenga que le preocupa y tenga un enorme interés en él,
por ser un símbolo del deporte uruguayo, etc...
3. La organización empresaria
El mecanismo económico del seguro se sustenta en dos elementos que se balancean uno con otro: por un lado, un
conjunto de riesgos que amenazan a un conjunto de personas y, por otro, un fondo común de primas destinadas a la
eventual reparación de las consecuencias del riesgo previsto. Entre medio de estos dos elementos, actuando como punto
de comunicación entre uno y otro, está el asegurador empresario..
Históricamente, el contrato de seguro era realizado por mercaderes aislados, que prometían a las personas interesadas
en una expedición marítima compensarles los daños que pudieran sufrir a consecuencia de los peligros del mar. Este
régimen presentaba muchas deficiencias. Para el asegurador, comportaba el riesgo de tener que hacer frente a una
indemnización muy crecida, que excediera sus posibilidades económicas. Para el asegurado presentaba el peligro de la
posible insolvencia del asegurador.
Por eso, en aquella época, el seguro era un negocio librado casi puramente al azar y el que lo realizaba quedaba expuesto
a una serie de contingencias imprevisibles. Luego, con el correr del tiempo, principalmente en los siglos XVII y XVIII, el
seguro fue realizado por compañías privilegiadas que disponían de patentes reales.
Técnicamente, el seguro fue pasando de la explotación individual por medio del asegurador aislado, a la explotación por
sociedades que organizan empresas y realizan simultáneamente multitud de seguros, compensando los riesgos de unos
y de otros y actuando sobre bases técnicas precisas. Esta evolución del contrato de seguro hacia su realización por
aseguradores con organizaciones empresarias, llevó a algunos autores – especialmente Vivante – a considerar elemento
esencial del contrato de seguro la organización empresaria.
No se concibe el negocio de seguro aislado. Es esencial la existencia de la empresa para la seguridad de las dos partes
contratantes, de lo contrario, sería difícil para el asegurador hacer frente a sus obligaciones si se produce un riesgo.
Jurídicamente, esta conclusión es muy discutible y ha sido objeto de críticas serias, en especial porque el Código de
Comercio al regular el seguro no impone la existencia de una empresa. Técnicamente, la conclusión de Vivante es
exactísima y no puede darse un verdadero contrato de seguro sin que una de las partes – el asegurado – organice una
empresa con la cual pueda concretar multitud de seguros similares.. No obstante, el Código de Comercio al regular el
seguro no impone la organización empresaria; ella viene impuesta por la legislación vigente que regula a las entidades
aseguradoras..
4. La mutualidad
Debe existir un conjunto de asegurados. Decía Rocca; “Si hay contrato aislado, no hay generalmente seguro”.. Habiendo
muchos asegurados expuestos a los mismos riesgos se forma su fondo común para responder entre el siniestro que
afecta a alguno de ellos.
Con las primas que se recojan de diversos individuos, sujetos al mismo riesgo, se podrá pagar una indemnización a
cualquiera de ellos, cuando se produzca el siniestro, ofreciendo, además, ganancia al empresario de seguros. Cada
contrato de seguro en sí es aleatorio; pero la empresa se organiza en tal forma que elimina toda posibilidad de un alea,
mediante el conjunto de seguros que realiza.
B. Seguro de personas
En el seguro de personas, el asegurador garantiza el pago de una determinada prestación, en caso de que se produzca
un hecho que afecte la existencia o salud del asegurado. Se clasifican en seguros de vida y seguros de accidentes
personales.
Los seguros de vida pueden celebrarse sobre la muerte o sobre la supervivencia del propio contratante o de un tercero.
El seguro por accidentes personales indemniza toda lesión corporal o la muerte del asegurado, que se produzca en forma
repentina ,violenta y por un agente externo.
A. Seguro de responsabilidad
El riesgo es el daño que resulte a terceros de un acto culpable del asegurado. Se debe tratar de actos en que no hay
dolo de parte del asegurado.
B. Seguro de fidelidad
En este seguro, se cubre el riesgo de la infidelidad de personas contratadas por el asegurado. Hay una voluntad que
interviene en la producción del riesgo; pero no se trata de la voluntad del asegurado.
C. Seguro de reposición
La suma que se asegura es el valor de reposición de la cosa asegurada para el caso de que se pierda en un siniestro.
Por ejemplo, una empresa tiene una fábrica instalada, con valor de 100.000. Se estima que si se produce un incendio que
la destruye, para reponerla se necesitarán 200.000. Se contrata un seguro por 200.000.
MANES sostiene que esta forma de seguros puede ser peligrosa pues puede ser un negocio para el asegurado. El seguro
tiene que ser contrato de indemnización y en este caso puede significar ganancia para el asegurado. Existe en Inglaterra
y Alemania; pero está mal visto.
2. Seguro de suma
El seguro de suma es el seguro que, a diferencia del anterior, no se gradúa atendiendo al daño. Es invariable y, en este
caso, la prestación del asegurador se concreta en el pago de la suma de dinero prevista en el contrato, una vez que se
haya producido el siniestro previsto. Los seguros de suma son, generalmente, los seguros de personas.
En el seguro de suma el asegurador garantiza el pago de un capital o de una renta, en caso de que se produzca el
siniestro. Esto se debe a que su prestación no tiene finalidad indemnizatoria, no está graduada en función del daño sufrido.
El monto de la prestación debida por el asegurador, sólo guarda relación con la suma por la cual se aseguró, nunca con
el daño que se pueda haber sufrido. Damos como ejemplo, el seguro de vida.
El seguro de suma no está comprendido en la definición legal del contrato de seguro, según ya expresamos.
C. Seguros obligatorios
Otra clasificación posible sería la de distinguir entre seguros voluntarios y obligatorios . . Los seguros voluntarios son los
de contratación facultativa. Por el contrario, los seguros obligatorios son aquellos en donde el Estado, por razones de
interés general, obliga su contratación. En nuestro Derecho los seguros de contratación obligatoria son los siguientes:
1. Seguro contra incendio y daños de ascensor
El artículo 20 de la Ley 10.751 que regula la propiedad horizontal, establece que es obligatorio el seguro contra incendio
y daños de ascensor. Las primas de seguro se consideran expensas comunes.
2. Seguro sobre accidentes de trabajo y enfermedades profesionales
El artículo 1 de la Ley 16.074 dispone:
“Declárase obligatorio el seguro sobre accidentes del trabajo y enfermedades profesionales previsto en la presente ley”.
El artículo 5 establece:
“El Estado, Gobiernos Departamentales, Entes Autónomos y demás Organismos Públicos, están obligados a asegurar en
el banco de Seguros del estado, a todo su personal, cualquiera sea le tipo de tarea que realice...”.
El artículo 7 establece:
“Las personas amparas por la presente ley, y en su caso, sus derecho-habientes, no tendrán más derechos como
consecuencia de accidentes del trabajo y enfermedades profesionales, que los que la presente ley les acuerda, a no ser
que en éstos haya mediado dolo por parte del patrono o culpa grave en el incumplimiento de normas sobre seguridad y
prevención.
Acreditada por el patrono la existencia del seguro obligatorio establecido por la presente ley, la acción deberá dirigirse
directamente contra le Banco de Seguros del Estado, quedando eximido el patrono asegurado de toda responsabilidad y
siendo inaplicables por tanto las disposiciones del derecho común”.
El artículo 8 dispone:
“El banco de Seguros del Estado prestará asistencia médica y abonará las indemnizaciones que correspondieren a todos
los obreros y empleados comprendidos por la presente ley, con independencia de que sus patronos hayan cumplido o no
con la obligación de asegurarlos. Ello sin perjuicio de las sanciones y recuperos a que hubiere lugar”.
Y el artículo 9 establece:
“Los siniestrados y en su caso la causa habientes, mantienen el derecho a la indemnización aun cuando el accidente se
haya producido mediante culpa leve o grave de parte de aquéllos, o por caso fortuito o fuerza mayor, pero lo pierden en
el caso de haberlo provocado dolosamente.
También pierde el siniestrado todo derecho a indemnización, cuando intencionalmente agrave las lesiones, o se niegue a
asistirse o prolongue el período de su curación”.
El artículo 229 de la Ley 15.851 impone al banco de Seguros la obligación de ajustar cada año, las rentas que sirve por
incapacidad permanente o muerte, en los casos de accidentes de trabajo o enfermedades profesionales. Ese ajuste se
realizará en función de los índices medios de salarios establecidos por el Ministerio de Economía y Finanzas.
3. Seguro para personal empleado en trabajos manuales
La Ley 16.134 establece seguro obligatorio para personal que se emplee en trabajos manuales en condiciones de riesgo
por el Estado, Entes y Servicios y Gobiernos Departamentales (art. 3).
4. Seguro por invalidez y fallecimiento de afiliados a la A.F.A.P.
Ley 16.713 obliga a las A.F.A.P. a contratar un seguro colectivo de invalidez y fallecimiento para los afiliados al régimen
de ahorro individual obligatorio (art. 57).
El artículo 78 de la Circular n. 15 del 20/2/996 dice:
“El Seguro Colectivo de Invalidez y Fallecimiento que conforme al artículo 57º de la Ley Nº. 16.713 de 3 de setiembre de
1995, deben contratar las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsionales (en adelante AFAP) deberá instrumentarse
en escritura pública o en documento privado con certificación de firmas y debidamente protocolizado por Escribano Público,
y contendrá como mínimo las siguientes menciones:
1. Nombre de la AFAP y de la entidad aseguradora con identificación de sus respectivos representantes legales. 2. Fecha
de celebración del contrato. 3. Fecha de inicio y de finalización de la cobertura. 4. Los riesgos cubiertos. 5. La prima del
seguro.
Toda póliza de Seguro Colectivo de Invalidez y Fallecimiento deberá encontrarse firmada por ambas partes contratantes”.
El artículo 88 de la Circular n. 26 del 20/11/997 dispone:
“El contrato de renta vitalicia previsional contendrá como mínimo las siguientes menciones:
1. Nombre del asegurado y de la entidad aseguradora con identificación de su representante legal. 2. Fecha de celebración
del contrato. 3. Fecha de inicio de vigencia de las prestaciones. 4. Domicilio de los contratantes. 5. Riesgo cubierto. 6.
Prima. 7. Renta vitalicia inicial. 8. Lugar de pago de las prestaciones.
El contrato de renta vitalicia previsional deberá encontrarse firmado por ambas partes contratantes”.
El art. 90 de la Circular n° 26 del 20/11/997 dice lo siguiente:
“La cobertura que concederá la entidad aseguradora por la contratación de la póliza comprende el beneficio de una renta
vitalicia mensual pagadera a:
a) El asegurado mientras viva. b) Los beneficiarios indicados en el artículo 25º de la Ley Nº. 16.713, una vez fallecido el
asegurado”.
El art- 25 de la Ley 16.713 establece:
“Son beneficiarios con derecho a pensión:
A) Las personas viudas; B) Los hijos solteros menores de veintiún años de edad y los hijos solteros mayores de veintiún
años de edad absolutamente incapacitados para todo trabajo; C) Los padres absolutamente incapacitados para todo
trabajo; D) Las personas divorciadas.
Las referencias a padres e hijos comprenden el parentesco legítimo, natural o por adopción.
El derecho a pensión de los hijos, se configurará en el caso de que su padre o madre no tengan derecho a pensión, o
cuando éstos, en el goce del beneficio, fallezcan o pierdan el derecho por cualquiera de los impedimentos establecidos
legalmente”.
5. Seguro para los trabajadores del Puerto de Montevideo
La Ley 13.096 crea seguro de enfermedad, invalidez y asistencia médica para los trabajadores del Puerto de Montevideo,
entre los cuales se incluye a estibadores, apuntadores, guardianes, capataces (art. 182 C.A.).
6. Seguro de transporte colectivo
La Ley 15.851 establece seguro obligatorio para servicio de transporte colectivo de personas en líneas nacionales e
internacionales (art. 91).
Cubre la responsabilidad civil contractual de la prestadora del servicio por daños que sufran los pasajeros por muerte,
invalidez y gastos de atención médica derivados de accidentes.
El art. 91 de la Ley 15.851 establece:
“Declárase obligatorio asegurar las responsabilidades emergentes del contrato de transporte colectivo de personas en
servicios nacionales, internacionales y de turismo. Su incumplimiento será pasible de multas de hasta 50 U.R. (cincuenta
unidades reajustables) por servicio y de las suspensiones previstas en el artículo anterior.
El Poder Ejecutivo reglamentará esta disposición y establecerá los montos mínimos y riesgos a asegurar en cada tipo de
transporte.”
Luego, el art. 322 de la Ley 16.170, derogatorio de la norma antes referida, establece que es obligatorio la contratación
de seguro por responsabilidad contractual y extracontractual emergente del transporte colectivo terrestre de personas en
servicios nacionales, departamentales, internacionales y de turismo. El incumplimiento se sanciona con multas.
Contratos de distribución
Dentro del concepto genérico de contrato de distribución, se distinguen diversas figuras típicas; la distribución propiamente
dicha, la concesión, la agencia y, para algunos, también, la franquicia.
B. Caracterización
La distribución propiamente dicha, la agencia, la concesión y la franquicia, constituyen contratos que se utilizan para
operativizar la distribución de productos - o, también, servicios..
No existen diferencias sustanciales entre un distribuidor, en sentido estricto, y un concesionario. Ambos compran la
mercadería que distribuyen al fabricante o importador, y la revenden a minoristas o al público.
La doctrina que distingue las dos figuras, señala que la concesión tiene la particularidad de que recae sobre bienes de
alta tecnificación o de valor económico elevado y que se le impone al concesionario la prestación de servicios de
asesoramiento para su uso, de reparación o de mantenimiento o de venta de accesorios y repuestos..
El agente actúa de otra forma. Promueve negocios que, luego, ha de celebrar directamente el fabricante o el importador,
o actuará como su mandatario o comisionista.
En los contratos de agencia, generalmente, se le atribuye al agente, la exclusividad para actuar dentro de determinada
zona y se le imponen condiciones de comercialización.
Podemos señalar los siguientes caracteres comunes en los contratos que se incluyen en la categoría "contrato de
distribución".
1. Comercialidad
Los contratos de distribución son contratos típicamente comerciales (SSCJ n° 805 de 12/9/2012). Tienen naturaleza
comercial, a pesar de no haber sido incluidos en la nómina de actos de comercio del art. 7 del Código de Comercio (CCom).
Poseen carácter mercantil por su conexión con actos de comercio y con comerciantes.
No constituyen relaciones de consumo, puesto que el distribuidor, concesionario, agente o franquiciado no son los
destinatarios finales de las mercaderías que se le suministran o servicios que se le prestan.
a. Conexión objetiva
Los contratos de distribución, de agencia y de concesión se vinculan con contratos de compraventa comercial, tienden a
facilitarlos y preparan su culminación.
El contrato de agencia, según se verá, contiene fundamentalmente un mandato comercial, de comisión o un arrendamiento
de obra comercial, puesto que al agente se le encomienda celebrar contratos de compraventa mercantil o promoverlos.
Los contratos de distribución y concesión contienen un contrato de coordinación en el cual se establecen condiciones
para regir los futuros contratos de compraventa comercial que se han de celebrar entre las partes y con terceros.
b. Conexión subjetiva
Los contratos de distribución, de agencia y de concesión se caracterizan por ser contratos entre comerciantes.
Siendo, en general, ambas partes del contrato comerciantes, juega la presunción de comercialidad contenida en el art. 5
del CCom, que presume comerciales los actos de los comerciantes. Por otra parte, esa presunción se ve reforzada porque
estos contratos se vinculan con la actividad comercial de los contratantes.
Son comerciantes quienes asumen las calidades de principales o concedentes.
Los son los fabricantes, por estar al frente de una empresa de fábrica, a la cual nuestro Derecho positivo erige en acto de
comercio. Lo son los importadores, quienes se dedican a la compra de bienes en el exterior para revender en el país. Lo
son quienes se dedican a comprar al fabricante para revender a un minorista.
Para el fabricante los contratos de distribución preparan la colocación de su producción. Los actos que realice el
empresario de una fábrica, con ese fin, revisten naturaleza comercial por aplicación del art. 7, inc. 4; por cuanto no sólo
es comercial la fabricación de bienes sino, también, la actividad que el fabricante realiza: desde la compra de equipos
industriales y materias primas, pasando por la labor de producción y terminando con la venta del producto fabricado. Los
contratos de distribución constituyen, por lo tanto, el acto final de la actividad económica-mercantil del fabricante. Para el
importador o el mayorista constituyen actos propios de su actividad típicamente de intermediación.
Son comerciantes los distribuidores, los agentes y los concesionarios, aun antes de la celebración del contrato de agencia
y concesión.
Los distribuidores son comerciantes, sea personas físicas o sociedades mercantiles, dueños de establecimientos
comerciales adecuados para la distribución que se les encarga.
Para el distribuidor, el agente o el concesionario, la celebración del contrato de agencia o de concesión, constituye el acto
inicial o preparatorio de su actividad de intermediación comercial.
* Ausencia de subordinación
Los distribuidores no son subordinados del principal o concedente. Ni el distribuidor ni el agente ni el concesionario pueden
catalogarse como empleados ni dependientes, ni factores del principal.
Todos ellos tienen una organización empresaria propia con la cual realizan su actividad intermediaria a su propio riesgo.
Tienen colaboradores de distinta especie bajo sus órdenes: puede contratar factores, dependientes, empleados, obreros,
agentes viajeros o de plaza y aun puede contratar subconcesionarios o agentes o subagentes de comercio. Tanto el
agente como el concesionario tienen su clientela propia, aun cuando ésta puede quedar luego acrecida por el prestigio
de la marca concedida.
Los distribuidores deben regir su actividad por ciertas condiciones impuestas por el principal o el concedente, a cuyo
contralor están sujetos. Las limitaciones no les quitan autonomía y, por ende, no les privan de su calidad de comerciantes.
Si bien se le imponen ciertas condiciones sobre la forma en que debe ejecutarse el encargo o la comercialización, se
mueven, independientemente, al frente de su propio establecimiento y organización empresaria, manejándolos a su
arbitrio y conduciendo los negocios por su cuenta y riesgo.
Lo que tipifica al comerciante es el ejercicio de una actividad comercial, por cuenta propia, haciendo de ello su profesión
habitual. El hecho de que en el ejercicio de esa actividad tenga limitaciones no altera su naturaleza. Aun cuando deben
acatar ciertas condiciones impuestas por el principal, dentro de ellas gozan de total autonomía para la ejecución de sus
actividades específicas.
Efectuamos estas precisiones porque en doctrina se ha sostenido que ni el agente ni el concesionario son comerciantes,
con distintos argumentos.. Así, por ejemplo, se argumenta que el agente no lo es por cuanto actúa en representación del
dominus negotii y sólo éste reviste la calidad de comerciante.. Se sostiene que el concesionario no es un comerciante,
puesto que las condiciones generales del contrato de concesión le privan de autonomía..
* Precisiones
El agente no se convierte en comerciante por su actividad enmarcada en el contrato de agencia: el agente es comerciante
antes de ser agente. Su previa calidad de comerciante es una condición para que sea posible la celebración de un contrato
de agencia.
Por ello, decimos que el contrato de agencia es un contrato cuyas partes están calificadas por su profesión comercial.
Celebrado el contrato de agencia, el agente destina su establecimiento comercial y su organización empresarial al
desempeño por cuenta y riesgo propio de una actividad mediadora de promoción o de representación, con lo cual
mantiene su profesión comercial..
Respecto al agente Vivante expresa:
“No se diga que siendo un mandatario no se le puede calificar de comerciante. Sin duda, el mandatario, dado su carácter
de cooperador del principal no es un comerciante. Sería absurdo que se atribuyera a las operaciones verificadas por el
mandatario la doble virtud de crear dos comerciantes, el principal y el mandatario. Pero el agente de comercio pone junto
a su actividad, una hacienda autónoma, trabaja en nombre propio y por su profesión habitual para varias casas, promueve
negocios entre ellas mismas; puede considerársele comerciante como titular de un negocio o de una oficina de negocios.”
Lo mismo sucede con el concesionario que reviste calidad de comerciante antes de la celebración del contrato de
concesión y esa calidad es condición previa para que el contrato se celebre. Concertada la concesión el concesionario
ejerce una actividad mercantil de compraventa de bienes, manteniendo su carácter de comerciante, aunque actúe por
cuenta ajena en el acto o contrato que se le comete.
El fabricante al organizar una red de agentes o concesionarios, los selecciona entre quienes ya revisten calidad de
comerciantes y tienen establecimientos comerciales adecuados a la comercialización del producto de que se trata..
Otorgada la distribución, el distribuidor, el concesionario o el agente se dedicarán a una actividad mercantil por cuenta
propia, la actividad de distribución, sin perjuicio de que en el caso de la concesión o de la agencia, el contrato con el
destinatario final se realice por cuenta ajena. El concesionario comprará y venderá. El agente hace su profesión del
cumplimiento de mandatos mercantiles o de arrendamientos de obra mercantiles, a su propia cuenta y riesgo; cada
negocio concreto que celebre lo será por cuenta del principal, pero en el desempeño del mandato o en la ejecución del
contrato de arrendamiento de obra actúa por su propia cuenta y mediante una organización empresaria creada al efecto.
Si no se fija plazo, generalmente se estipula que cualquiera de las partes puede rescindir unilateralmente el contrato,
mediante un preaviso cuyo lapso se fija. La posibilidad de una ruptura intempestiva o de una ruptura abusiva del contrato
ha generado muchas controversias, por cuanto su ejercicio causa muchas veces daños y perjuicios al distribuidor que ha
debido crear y mantener una estructura empresarial para poder atender la distribución, cumpliendo con exigencias del
contrato. Esa estructura le implica un costo que no siempre ha de poder recuperar en el plazo que ha durado el contrato.
Los mismos riesgos se corren cuando se fijan plazos cortos, de un año o dos.
b. Contrato de coordinación
Los contratos de distribución ha sido calificados como contratos de coordinación. Masnatta llama contrato de coordinación
al contrato “por el cual se conviene una especie de reglamento, al cual han de someterse sucesivos y futuros contratos
entre las partes y cuya constitución es obligatoria para una o ambas partes”..
Son contratos de coordinación, en cuanto crean una regulación para las relaciones futuras entre las partes. En esta
modalidad contractual a la vez que se regula una actividad futura de las partes, se impone la obligación de celebrar
determinados negocios jurídicos, en determinadas condiciones. Esa relación futura puede suponer la celebración de un
contrato de suministro, de arrendamiento o de licenciamiento de marcas, por ejemplo.
Desde la celebración del contrato de concesión, el concedente asume la obligación de vender, generalmente, en régimen
de exclusividad, ciertos bienes al concesionario quien se obliga a comprarlos para revenderlos en la zona atribuida,
ajustándose a las condiciones generales impuestas. Desde la celebración del contrato de agencia, el agente asume la
obligación de promover la venta o de cumplir con el mandato que se le confiere, bajo las condiciones establecidas.
4. Contratos de adhesión
La categorización de los contratos de distribución como contratos de adhesión, depende del concepto que se tenga de
éstos. Hay quienes caracterizan a los contratos de adhesión como aquellos en que la parte débil no tiene otra posibilidad,
sino la de contratar bajo los términos impuestos por la parte fuerte.. En el caso de los contratos de distribución,
precisamente, se suelen imponer cláusulas y condiciones por la parte fuerte en la relación.
Otros prefieren un concepto menos restringido. Entienden que existe contrato de adhesión toda vez que la oferta de una
parte no admite modificaciones o contraofertas. El contrato de adhesión es aquél cuyo contenido resulta predeterminado
por una de las partes, en tanto que la otra se limita a aceptarlo.. La voluntad dominante impone las condiciones de la
contratación; la parte más débil sólo tiene la posibilidad de decir sí o no. Si da respuesta afirmativa, se ajustará a las
estipulaciones establecidas, sin oportunidad para discutirlas.
Los contratos en análisis, serán contratos de adhesión si se adopta el segundo criterio. Los distribuidores no contratan en
un estado de necesidad. Celebran el contrato después de haber estimado y sopesado las ventajas y los inconvenientes
de su incorporación a la organización programada por el dominus negotii. Como dice Farina, contrata por una finalidad
especulativa..
El distribuidor, agente y concesionario tiene libertad de contratar o no, pero resuelto contratar se deben someter a las
previsiones contractuales elaboradas de antemano por el principal o el concedente. Los contratos se elaboran por el
principal o por el concedente, que es la parte más fuerte desde el punto de vista económico y técnico. El comerciante que
aspira a obtener el derecho de distribución que se le confiere, se somete sin discusión a los términos prefijados por el
fabricante en el contrato y en las condiciones generales.
Para enmarcar la actividad del distribuidor, del agente o del concesionario, los contratos respectivos incluyen o remiten a
condiciones generales cuyo contenido es impuesto por el fabricante o comerciante principal. A través de tales condiciones
generales se produce el dominio y la dependencia económica correlativa de las partes contratantes; en su mayor parte,
por no decir en todas, las estipulaciones se dictan en interés y en beneficio del principal o concedente.
5. Carácter innominado
Estas modalidades contractuales nacieron en el mundo de los negocios mercantiles, impuestas por las necesidades del
comercio. Esto es corriente en el Derecho mercantil. Los comerciantes forjan continuamente negocios nuevos y los utilizan
convencionalmente hasta que el legislador constata su existencia y los regula para atender necesidades sociales y
económicas, para la tutela de los particulares involucrados y aun del interés del propio Estado.
Los contratos de distribución no están especialmente regulados. Son innominados aunque socialmente típicos. Existen
normas aisladas a los efectos tributarios y de previsión social, como el Decreto Ley 14.625..
Entendemos que debe analizarse la naturaleza jurídica de cada uno de los denominados contratos de distribución, para
determinar el régimen aplicable que, generalmente, se encuentra en lo dispuesto respecto a los contratos que
tradicionalmente regula el CCom.
* Nuestra posición
Los contratos de distribución, de agencia y de concesión, como contratos comerciales, están sujetos a la disciplina
genérica de las obligaciones y contratos comerciales contenida en los arts. 191 y ss. del CCom. También, le son aplicables
las prescripciones del Derecho civil sobre capacidad, requisitos de los contratos, excepciones que impiden su ejecución,
causas que los anulan o rescinden y modo de extinción por al remisión expresa de los arts. 191 y 935 del CCom. Apoyamos
nuestra afirmación en lo dispuesto por el art. 1260 del CC que establece: “Los contratos, ya tengan o no denominación
particular, están sujetos a unos mismos principios generales”.
Por aplicación de estas normas genéricas, estos contratos están regulados, primordialmente, por los acuerdos y
previsiones especiales pactadas pro las partes. Así lo establece el art. 1291 del CC:
“Los contratos legalmente celebrados forman una regla a la cual deben someterse las partes como a la ley misma.
Todos deben ejecutarse de buena fe y, por consiguiente, obligan no sólo a lo que en ellos se expresa sino a todas las
consecuencias que según su naturaleza sean conformes a la equidad, al uso o a la Ley.”
Los principios contenidos en esta norma serán los rectores en al interpretación y ejecución de los contratos en estudio.
Debe señalarse, en fin, la existencia de pautas interpretativas de las convenciones, en el art. 296 del CCom. De éstas
nos permitimos recordar especialmente la contenida en el n° 6, en que se establece:
“El uso y práctica generalmente observada en el comercio, de igual naturaleza y especialmente la costumbre de lugar
donde deba ejecutarse el contrato, prevalecerá sobre cualquier inteligencia en contrario, que se pretenda dar a las
palabras.”
Si, agotados los recursos precedentemente expuestos, aún subsistieran las dudas en la interpretación y cumplimiento de
estos contratos, cabe la remisión a normas legales dictadas para regular contratos análogos. Según hemos señalado, si
bien se presentan como contratos con un contenido obligacional complejo, se pueden encontrar similitudes con negocios
o contratos regulados por el Derecho positivo, cuyas normas pueden aplicarse por analogía.
En fin, toda vez que se plantee una dificultad interpretativa, serán aplicables a estos contratos los principios generales del
derecho.
La principal obligación - o por lo menos la obligación característica - que surge de los contratos de concesión o de
distribución propiamente dicha, es la de celebrar entre fabricante o importador, y distribuidor, una serie de compraventas
futuras.
Mediante el contrato de distribución, el fabricante o importador se compromete a venderle al concesionario o distribuidor,
determinado número de unidades por ciertos períodos.
El fabricante se compromete a celebrar compraventas futuras con el distribuidor o concesionario. Están celebrando,
entonces, un contrato preliminar: una especie de promesa de compraventa. Las parte asumen, en lo principal, obligaciones
de hacer: celebrar sucesivos contratos de compraventas. El contrato de concesión o distribución, cumpliría la función de
marco para dichas contrataciones futuras.
* Obligaciones accesorias
En el caso de que se impusiese al concesionario mantener un stock de repuestos y accesorios, o prestar servicios a los
adquirentes de los bienes objeto de la concesión, se pactará, también, una promesa de compraventa de dichos repuestos
y accesorios. No es necesario que se concrete en el contrato de distribución los precios ni las cantidades de dichos
artículos que serán objeto de las respectivas compraventas futuras.
Según los casos, se podría acumular promesas de arrendamiento de servicios o de obra con terceros, según las
necesidades y requerimientos de la distribución.
Si existen otros contratos acumulados, las prestaciones derivarán de los regímenes de cada uno de ellos. Si se arrendaron
bienes, el fabricante u otorgante se obliga a permitir el uso de los bienes arrendados y el distribuidor a pagar el alquiler
estipulado.
Otras obligaciones han de surgir cuando el contrato comience su ejecución. Así, cuando se concreten ventas dentro del
marco del contrato, surgirán obligaciones de pagar el precio y de entregar los bienes objeto del contrato. Es frecuente
establecer que el precio de venta y reventa se fije por el fabricante o quien otorgue la distribución. Se suele estipular
ventas mínimas a cargo del distribuidor.
También, es frecuente que en el contrato se estipule las condiciones de venta o se disponga que el distribuidor debe
someterse a instrucciones que se le impartan. Generalmente, se impone tener determinadas instalaciones, se exige que
se contrate el personal adecuado y competente. Se suele prever un régimen de publicidad y en algunos casos los
elementos para la publicidad son dados por quien otorga la distribución. Incluso se puede imponer un especial sistema
de contabilidad para las registraciones de operaciones que se celebren.
Todas estas obligaciones son impuestas para que se asegure una eficaz colocación de los productos en la zona asignada.
Al fabricante o importador o mayorista le interesa la calidad de la atención al cliente, con lo cual se prestigia lo que produce
o comercializa. Todas las obligaciones se acompañan con la atribución de facultades sancionatorias de multas y rescisión
del contrato, con moras automáticas, en un régimen de extrema severidad.
Para controlar el cumplimiento de las obligaciones impuestas, se crea un régimen de contralor al cual se ha de someter
el distribuidor.
b. Contrato de distribución
La distribución, en sentido estricto es un contrato por el cual una parte (fabricante, importador o comerciante mayorista)
se obliga a vender mercaderías a un sujeto (distribuidor) que se obliga a adquirirlas y a distribuirlas, mediante su reventa,
a los comerciantes minoristas, en una zona determinada y, generalmente, en régimen de exclusividad.
El fabricante o importador, se obliga a venderle al distribuidor, en forma continuada, ciertos bienes. Por su parte, el
distribuidor se obliga a comprar los bienes que se le suministrarán, para revenderlos - a nombre y por cuenta propia - a
comerciantes minoristas, en las condiciones establecidas en el contrato.
La remuneración del distribuidor surge de la diferencia entre el precio de compra al fabricante o importador, y el precio de
reventa al comerciantes minorista.
Generalmente, el contrato contiene cláusulas que limitan la distribución a una zona determinada. Es común, también, que
se obligue al distribuidor a no comercializar productos de otros fabricantes.
Asimismo, se suele otorgar la distribución en régimen de exclusividad para dicha zona. Esto significa que el fabricante no
puede designar otro distribuidor para esa zona ni vender directamente en ella. Sin embargo, la existencia de un pacto de
exclusividad no hace a la esencia de esta figura.
Recapitulando, los dos contratantes se obligan a celebrar contratos futuros, dentro de un determinado marco normativo.
Dicho marco suele incluir la autorización del fabricante respecto del uso de una determinada marca al distribuidor.
El distribuidor no vende, en principio, al consumidor. El distribuidor revende a comerciantes minoristas, en tanto el
concesionario vende al público.
Consecuentemente, en general, el distribuidor no tiene un local propio, por lo cual deberá transportar los bienes dados en
distribución, hasta los comercios minoristas, en vehículos de su propiedad o que deberá arrendar; el concesionario, en
cambio, deberá disponer de un local en condiciones adecuadas para la presentación del producto que se ofrece al público.
Sin perjuicio de lo dicho respecto de la figura típica en los párrafos anteriores, pueden existir casos en que el fabricante
tenga un local para el expendio de los bienes, con instalaciones adecuadas y ceda su uso al distribuidor. En este caso,
como contraprestación por el uso concedido de marcas, local y bienes, se podría pactar una retribución a cargo del
distribuidor.
También, es posible que a la figura típica se agreguen elementos propios de otros contratos, como el de franquicia. Sería
el caso en que el fabricante, no sólo se obligase al suministro de ciertos bienes para su reventa a minoristas, concediendo
el uso de la marca, sino que prestase asistencia tecnológica, aportando métodos y medios de venta.
En resumen, el contrato de distribución tiene como objeto principal el suministro de bienes para su reventa a comerciantes
minoristas pero, en la práctica, la figura típica puede aparecer desdibujada por otras figuras contractuales - contrato de
arrendamiento de bienes o franquicia, por ejemplo - que dificultan el encuadramiento del contrato en una categoría
determinada.
c. Concesión
La concesión es un contrato por el cual una parte, denominada concedente (fabricante, importador o comerciante
mayorista), se obliga a vender determinados bienes a la otra parte, denominada concesionario, quién se obliga a
adquirirlos y a distribuirlos mediante su reventa, a los consumidores, en una zona determinada y, generalmente, en
régimen de exclusividad.
Por el contrato de concesión, el principal suele conferir a un comerciante la exclusividad de la comercialización de sus
productos dentro de una determinada zona. En ejecución de ese contrato de concesión, el concesionario compra al
principal y revende al consumidor. Se comporta, generalmente, como un comerciante minorista, con la característica de
que comercializa ciertos productos en un régimen de exclusividad dentro de una determinada zona.
La remuneración del concesionario surge de la diferencia entre el precio de compra al fabricante o importador, y el precio
de reventa al consumidor.
También, se utiliza el término concesión para designar al contrato por el cual una parte se obliga a otorgar autorización a
otra para la explotación de un servicio que le compete y desea prestar a terceros, obligándose esta otra parte a realizar
tal explotación en su propio nombre, por su cuenta y a su riesgo. La diferencia entre la concesión para prestación de
servicios no es de esencia con la concesión para la venta.
Ante todo se caracteriza la figura del concesionario por el objeto de su actividad, que consiste en comercializar bienes o
servicios en un régimen de exclusividad, dentro de una determinada zona.
La doctrina señala que la concesión tiene la particularidad de recaer sobre bienes de alta tecnificación o de valor
económico elevado. Como consecuencia de la especialidad del objeto del contrato de concesión, se le impone al
concesionario la prestación de servicios de asesoramiento para su uso, de reparación o de mantenimiento o de venta de
accesorios y repuestos.
2. Agencia
Contrato por el cual una parte, denominada agente, se obliga a promover o concluir contratos por cuenta de la otra parte,
denominada principal, en una zona determinada y, generalmente, en exclusividad, y la otra parte, el principal o preponente,
se obliga al pago de una comisión sobre las ventas realizadas por el agente.
a. Descripción de la operativa del agente
El agente es un auxiliar del comerciante que se dedica a la promoción o conclusión de negocios por cuenta del dominus
negotii. Este es un fabricante que ha producido bienes que desea colocar en distintos mercados o es un importador que
ha introducido en un país determinado bienes que le interesa comercializar en distintos puntos o es el comerciante
mayorista que ha adquirido la producción de una fábrica y organiza una red de agentes para su más eficaz reventa o es
el concesionario que ha obtenido la exclusividad de la venta de un producto en una vasta zona y requiere la colaboración
de los agentes para atenderla.
b. Naturaleza jurídica de la agencia
Bajo el nombre de agencia, la práctica comercial nos presenta contratos de naturaleza algo diferente.
En su figura típica, el agente actúa como comisionista, esto es, por cuenta del proponente pero contratando a su propio
nombre. Sin embargo, también, se le denomina agentes a sujetos que no sólo actúan por cuenta ajena sino en nombre
ajeno. Asimismo, en ocasiones, el agente se limita a mediar entre las partes, realizado la actividad propia de un corredor.
En todas las modalidades, el agente percibe una comisión toda vez que ha preparado, promovido o concertado un negocio
pero los gastos de su actividad promotora o representativa son de su exclusivo cargo. El agente es titular de una empresa
para promover o concertar negocios y asume el riesgo de la misma. Claro está que el principal sigue corriendo el riesgo
de la definitiva colocación de los bienes cuya venta encomendó la función, los gastos consiguientes y el riesgo de la
comercialización a los agentes, que los asumen en las zonas que respectivamente se les fijan.
Es evidente que, fuera cual fuere la denominación que se le atribuya a la actividad de un sujeto, corresponde analizar la
realidad negocial concreta para determina la naturaleza jurídica de su actuación.
* Agencia y comisión
El contrato de comisión está definido en el art. 300, inc. 2, del CCom:
“Se llama comisión o consignación, cuando la persona que desempeña el negocio obra a nombre propio, sin declarar el
nombre del individuo que le ha hecho el encargo.”
El agente, en esta modalidad, cuando celebra el negocio, no debe mencionar el nombre del comitente. El agente celebra
el negocio con el tercero a su propio nombre aunque por cuenta ajena.
Como consecuencia de esta distinta forma de actuar, en esta modalidad, el comitente no queda vinculado frente al tercero.
Quien se vincula es directamente el agente.
En esta modalidad, los actos celebrados como agente, suponen el establecimiento de relaciones entre el agente y el
tercero. No se crean relaciones jurídicas entre el comitente y el tercero. El art. 337 dispone:
“El comisionista queda directamente obligado hacia las personas con quienes contratare, sin que éstas tengan acción
contra el comitente, ni éste contra aquéllas...”
De esta manera, se evidencian ciertas ventajas:
La primera ventaja es el secreto para el comitente. El agente celebra negocios y los terceros no saben por cuenta de
quién.
Eventualmente, el comitente aprovecha del crédito y del conocimiento del agente en una plaza determinada y que el
comitente no tiene, por estar radicado en otra.
El tercero tiene frente a sí al agente, conocido en la plaza. No tienen por qué informarse sobre la solvencia del comitente,
ni tienen por qué analizar la extensión de sus poderes.
* Agencia y corretaje
Según adelantamos, puedo ocurrir que el denominado "agente", se limite a mediar en la circulación de bienes acercando
interesados en comprar al principal, interesado en vender. A este "agente" se le encarga en la plaza en que tiene su
domicilio comercial, en que ha establecido una casa de comercio, buscar compradores a quienes ofrecerá los productos
del principal, con los cuales ajustará precios y condiciones de pago. Cuando se cierran las bases de un negocio, trasmite
la oferta de compra completa al preponente. También, debe remitirle sus informaciones.
Quien acepta o rechaza las ofertas trasmitidas, en este caso, es el principal. Si la acepta trasmite su declaración de
voluntad directamente al ofertante o lo hace sirviéndose de la intermediación del agente. Entonces, la conclusión definitiva
del negocio se realiza entre el dueño del bien y el tercero.
Desde esta perspectiva, su figura parecería asimilable a la del corretaje.
3. Franquicia
a. Concepto
Contrato según el cual una parte, denominada franquiciante, se obliga a ceder el uso de su marca, patente y los métodos
de producción y venta (know how) de sus productos y servicios a la otra parte, denominada franquiciado, quien se obliga
a pagar un precio (pago inicial más un canon) y a producir o comercializar bienes y servicios de acuerdo con las
condiciones establecidas por el franquiciante.
Es común el otorgamiento de franquicias para la prestación de servicios de comida. Estamos ante la realidad en que los
propietarios de marcas de prestigio, imponen sus productos y los comerciantes minoristas que no están en condiciones
de competir con esas marcas, tienen como alternativa la de utilizar esas marcas bajo el régimen de la franquicia.
* Contenido obligacional
El contrato de franquicia pone en relación al concedente o franchisor o franquiciante y al franchisee o franquiciado.
El franquiciante se obliga a ceder el uso de su marca al franquiciado y suministrarle los instrumentos para producir y
comercializar los productos o los servicios con esa marca. Entre los medios para producir y comercializar los productos o
servicios, se pueden incluir los siguientes: el engineering que implica un estudio previo a la creación del negocio para la
realización y puesta en marcha de los arreglos y de las instalaciones necesarias y adecuadas para explotar la marca; el
marketing, es decir los métodos, medios y técnicas de comercialización: estudio de mercado en el plano nacional, regional
o local y publicidad sobre el lugar de venta y el producto, sobre ventas promocionales y lanzamiento de productos nuevos;
la formación profesional para el personal del franchisee; y una organización contable y administrativa de su empresa..
El franquiciado, como comerciante autónomo y que actúa para sí, financia las inversiones, realiza la función comercial
bajo su responsabilidad y retribuye los servicios al franquiciante, pagándole un derecho de utilización de la marca en
oportunidad de concertar el contrato de franquicia o en cuotas. El franquiciado es un comerciante autónomo, pero está
sometido al contralor del franquiciante, quien vigila si aquél sigue las instrucciones y condiciones establecidas en el
contrato de franquicia.
El precio por la franquicia, generalmente, consiste en un pago inicial al cual se agregan pagos periódicos (canon),
relacionados con los ingresos del franquiciado. Ese precio puede responder a distintos conceptos; puede ser la
contraprestación por la concesión del uso de la marca y puede ser, también, la contraprestación por el arrendamiento de
equipos o por los servicios que presta el franquiciante. Puede, también, pactarse una participación en las ganancias del
franquiciado (regalías).
A la vez, el franquiciado asume múltiples obligaciones que se relacionan con la forma y condiciones de la producción y
comercialización y del uso de la marca, para asegurar el éxito de la marca franquiciada que sirve a las dos partes.
Se le impone al franquiciado utilizar locales con determinadas instalaciones y equipos con imposición de sus condiciones
y decoración y se le impone obligaciones de conservación y mejoramiento del local y mobiliario. Se le obliga a contratar
determinado personal, a quien se le instruirá previamente sobre sus cometidos. Se le obliga a efectuar publicidad, que
resultará del uso de emblemas en el propio local del franquiciado. Incluso se le puede imponer un sistema de
contabilización, en especial, cuando el precio de la franquicia se relaciona con ingresos del franquiciado.
Se le impone, también, obligación de reserva. El franquiciado no podrá divulgar las técnicas de producción y
comercialización del franquiciante.
Las obligaciones referidas y otras antes mencionadas se sancionan diversamente y pueden llevar, incluso, a la revocación
del contrato.
* Naturaleza jurídica
De las obligaciones que asumen las partes puede concluirse que el contrato de franquicia es un contrato de naturaleza
compleja, en el cual se combinan distintas figuras contractuales.
El contrato central y principal es la licencia para el uso de una marca y un nombre comercial.
El art. 63 de la Ley 17.011 de 1998 se refiere a las franquicias que contengan una licencia de marcas y dispone se le
apliquen los arts. 57 y ss. Se deben registrar en el Registro de Licencias de Marcas a cargo de la Dirección Nacional de
la Propiedad Industrial.
Complementariamente, se puede celebrar un contrato de arrendamiento de bienes o equipos que proporcione el
franquiciante y un arrendamiento de servicios, en tanto el franquiciante se obliga a prestar distintos tipos de servicios. Así,
también, puede integrar la franquicia un pacto de suministro.
* Contrato de colaboración
El contrato se celebra en interés de las dos partes. Al franquiciante le interesa mantener el prestigio de su marca y obtiene
un provecho con la cesión de su uso. Por ello, durante el plazo del contrato prestará su colaboración para la actividad que
presta el franquiciante.
* Exclusividad
Generalmente el franquiciante atribuye una zona de exclusividad y, a su vez, el franquiciado se obliga a dedicarse
exclusivamente a la explotación del giro con el régimen de la franquicia.
A. Distribuidores y concesionarios
No existen diferencias sustanciales entre un distribuidor y un concesionario. En los dos casos, el comerciante designado
actuará comprando al fabricante o al importador, y, luego, revendiendo lo que compra, generalmente en régimen de
exclusividad para determinada zona y en condiciones que se le imponen en el contrato de distribución o concesión.
2. Concesionarios
Concesionario es un auxiliar que se obliga frente al comerciante principal a adquirir ciertos productos a los efectos de
comercializarlos dentro de una determinada zona. El comerciante concedente se obliga a proveer al concesionario de
esos productos para que éste pueda comercializarlos en una zona determinada.
Esta figura no es sustancialmente diferente a la del distribuidor. En general, se llama concesionario al distribuidor de
productos de alta tecnología y valor, a quien se le impone un servicio de post-venta. En efecto, en los contratos en que se
les designa, se les suele imponer obligaciones accesorias: atención y reparación de los bienes, intermediar en la venta
de repuestos, asesorar sobre su uso, prestar servicios de mantenimiento y poseer un establecimiento que cuente con
instalaciones adecuadas.
El concesionario actúa por cuenta propia pero un régimen particular, en que el vendedor le impone condiciones de
comercialización, zonas de exclusividad, pudiéndose obligar el concedente, a su vez, a otorgarle exclusividad. Se le suele
imponer el precio y forma de la reventa, un sistema de publicidad, condiciones de local a emplear y hasta los uniformes
de los empleados de sus establecimientos. El concesionario puede valerse de subconcesionarios o de agentes, para
llegar a zonas más alejadas de su establecimiento principal.
No existe una disciplina especial legal para la figura analizada.
B. Agentes
Agente es el auxiliar que se obliga a promover o concluir contratos, establemente, dentro de una zona determinada,
generalmente, en un régimen de exclusividad.
El agente generalmente cuenta con un establecimiento comercial y recibe encargos para vender bienes de un fabricante
o de un importador o de un comerciante mayorista. Puede actuar de varias maneras:
1. acercando al interesado en comprar a quien le hizo el encargo (en este caso, actúa como corredor);
2. concertando el negocio, asumiendo la representación del dueño de los bienes (su figura se acerca a la del mandatario);
3. puede suceder que actúe, también, como comisionista.
En todos los casos, el agente recibe como contraprestación una comisión.
El agente realiza su actividad en su propio establecimiento, afectando todos sus bienes a ella. Los gastos de su
establecimiento, de su organización empresaria y de las operaciones de agenciamiento, son de su cargo. Corre el riesgo
de la actividad asumida. Se distingue, por ello, del viajante o vendedor de plaza, porque no es un dependiente, no es un
subordinado sino que el agente es un auxiliar autónomo, con su propio establecimiento y organización empresaria.
No existe un régimen legal establecido para esta figura. Generalmente, el agente actúa en régimen de exclusividad en el
país o en una zona en que se le marca. Se comporta como un mandatario, comisionista o corredor, pero dentro de su
establecimiento, afectando a esa actividad todas sus instalaciones propias. La comercialización se hace siguiendo
instrucciones del dueño de los bienes, que puede imponer precios, modalidades de venta y una publicidad especial.
Según cómo actúe en cada caso, encuadrará o no en la definición de comerciante.
Entonces, cuando el agente actúa como corredor, le son aplicables las mismas consideraciones que la doctrina realiza
respecto de la calidad de comerciante o no del corredor. En mi opinión, el corredor es un comerciante porque realiza por
cuenta propia, como profesión habitual, un acto de comercio: el corretaje.
Si el agente actúa como mandatario o comisionista, no es comerciante, porque no actúa por cuenta propia.
El contrato de cesión de crédito está regulado tanto en el Código Civil (CC), como en el Código de Comercio (CCom).
En las líneas siguientes, sin perjuicio de brindar un concepto de cesión de crédito aplicable en ambos ámbitos,
analizaremos el régimen mercantil.
En oportunidad de dicho análisis, haremos las distinciones que correspondan respecto al régimen civil.
B. Contenido obligacional
La obligación principal del cedente consiste en transmitir al cesionario la propiedad de un crédito.
La obligación principal del cesionario es pagar el precio.
A. Legitimación
Tal como en la compraventa (art. 513 CCom), el cedente puede ser, o no, propietario del crédito que es objeto del contrato.
Claro que, una vez perfeccionado el contrato de cesión, el cedente queda obligado a entregar al cesionario el documento
representativo del crédito, so pena de responder por las pérdidas y daños que de su falta resultasen (art. 514).
B. Obligación de garantía
Sin perjuicio de ese contenido obligacional básico, el CCom le impone al cedente una obligación de garantía.
El cedente garantiza la existencia y legitimidad del crédito al tiempo de la cesión. No responde, en cambio, por la solvencia
del cedido, a menos que se hubiera expresamente obligado a ello y sólo hasta la suma concurrente del precio que recibió
en virtud de la cesión (art. 567).
No obstante, aunque se haya obligado a responder por la solvencia del cedido, su responsabilidad sólo se refiere a la
solvencia de éste al momento de la cesión y nunca a la futura (art. 568).
Sin embargo, de estos artículos surge que la negativa de aceptación tiene la virtualidad de permitirle deducir contra el
cesionario, excepciones "que no resulten de la misma naturaleza del crédito" (art. 564 CCom), tal como habría podido
oponerlas al cedente, "aun las meramente personales" (art. 565 CCom). Éste sería el caso, por ejemplo, de la excepción
de compensación, a la que se remite expresamente el art. 1760 del CC.. Es, también, el caso de la excepción de pago.
La doctrina civilista y la jurisprudencia, han propuesto diversas interpretaciones para superar la contradicción entre la
consecuencia que el art. 1758 del CC atribuye al no consentimiento de una cesión debidamente notificada (la ineficacia
en cuanto al deudor) y la consecuencia que los arts. 1759 y 1760 le atribuyen a la negativa de aceptación formulada por
el deudor (posibilidad de deducir contra el nuevo acreedor, excepciones que no resultan de la naturaleza del crédito, aun
las meramente personales que se tuvieren contra el cedente).
C. Transmisión de accesorios
La cesión de un crédito comprende sus accesorios, como las fianzas, hipotecas y privilegios (art. 566). Entendemos que,
en consecuencia, simultáneamente o después de la cesión de un crédito, se deben instrumentar las transferencias de las
garantías constituidas con las exigencias legales requeridas, según el caso..
El régimen bancario nacional fue evolucionando a medida que se sucedieron diversos acontecimientos en el plano de la
economía. Tanto las crisis del sistema financiero como las crisis monetarias, han incidido directamente sobre la normativa
aplicable a las entidades de intermediación financiera.
En el régimen del Código de Comercio disponemos de una referencia a las operaciones de banco, en el artículo 7, y la
regulación de diversos contratos que son, en general, aplicables a las principales operaciones de intermediación financiera.
Fuera de esto, los bancos constituían un comerciante más.
B. Ley de bancos
En 1938, la Ley 9.756 - conocida como “Ley de bancos” - estableció, por primera vez, una regulación orgánica de la
actividad bancaria privada. Esta Ley contenía, por primera vez una regulación orgánica de la actividad bancaria privada.
Antes de su sanción, la instalación de un banco requería un acto legislativo especial de aprobación. A partir de esta ley,
la autorización es concedida por el Poder Ejecutivo y su control quedó a cargo del BROU.
El Decreto Ley de Intermediación Financiera n° 15.322 de 1982 (DLIF) establece que toda la actividad de intermediación
financiera está sujeta a esa ley, a los reglamentos y a las instrucciones particulares que dicte el Banco Central del Uruguay
(BCU). Cuando dice reglamentos se ha querido referir a los decretos reglamentarios que dicte el Poder Ejecutivo. Las
entidades de intermediación financiera van a estar sujetas, entonces, a las leyes, los decretos que dicte el Poder Ejecutivo
y a las instrucciones que dicte el BCU.
De alguna manera hay una especie de delegación hacia el BCU, que puede dictar normas, las que se llaman circulares.
También, emite lo que se llaman "comunicaciones" que tienen un contenido más concreto que la circular, que tiene un
carácter más general. La comunicación contiene instrucciones sobre la forma de dar un informe y formularios para redactar
estados contables requeridos.
La Ley n° 16.696 crea y organiza la Superintendencia de las Instituciones de Intermediación Financiera (arts. 38 y ss.)
con funciones que se analizarán.
La Ley n° 18.401 de 2008 – modificatoria de la carta orgánica del BCU - creó la Corporación de Protección del Ahorro
Bancario (COPAB) como persona jurídica de Derecho público no estatal (art. 14).
I. Facultades sancionatorias
Se establece la posibilidad de que el BCU aplique sanciones a las entidades de intermediación financiera y, también, a
sus representantes, directores, gerentes, síndicos y mandatarios. Las sanciones a las entidades están graduadas en
varios incisos y numeradas por orden de gravedad según lo establecido en la Ley n° 16.327. Se reglamentan en la
Recopilación de normas del BCU, arts. 376 y ss.
A. Multas
El BCU puede establecer multas, de hasta el 50 % de las responsabilidad patrimonial neta.
El art. 7 de la Ley n° 17.613 modifica el acápite del artículo 23 de la Ley 16.327 en los siguientes términos:
"Los representantes, directores, gerentes, administradores, mandatarios, síndicos y fiscales de las empresas de
intermediación financiera comprendidas en la presente ley, que actúen con negligencia en el desempeño de sus cargos,
o aprueben o realicen actos o incurran en omisiones que puedan implicar o impliquen la aplicación de las sanciones
previstas en los numerales 3º) a 7º) del artículo 20 de la presente ley, podrán ser pasibles de multas entre UR 100 (cien
unidades reajustables) y UR 10.000 (diez mil unidades reajustables) o inhabilitados para ejercer dichos cargos hasta por
diez años, por el Banco Central del Uruguay."
Cuando una sociedad actúa en el mundo del comercio, lo hace a través de administradores o de mandatarios, pero quien
se vincula por esos negocios es la sociedad; el representante nunca queda afectado por los actos que realice por la
sociedad, salvo algunos casos de excepción que establece la Ley. Este es un caso de excepción legal, pero de mayor
alcance que otras excepciones, pues la responsabilidad se atribuye también a quienes no son representantes (síndicos y
fiscales) y se les atribuye la responsabilidad porque ellos tienen el deber de controlar que no se cometan irregularidades.
En el artículo 24 hay una norma que atribuye al BCU la facultad extraordinaria de poder pedir una traba de embargo sobre
los bienes de las entidades financieras y, también, sobre los bienes de los administradores o directores de esas sociedades
en aquellos casos en que corre riesgo la estabilidad económica o financiera. A los directores de la entidad se les embarga
siempre que hubieran participado en operaciones presuntamente dolosas que fueren las que causaron el desequilibrio.
Por ejemplo: el BCU entiende que una entidad financiera corre riesgo en su estabilidad económica y pide un embargo
preventivo y el Juez lo decreta. El Juez decreta sin pruebas; después, (en 60 días), el BCU tiene que aportar la prueba
del riesgo para la estabilidad económico-financiera de la entidad, y si no lo prueba, el juez levanta el embargo.
B. Inhabilitaciones
Estas personas pueden ser inhabilitadas para ejercer cargos similares hasta por diez años. Si se trata de un director,
gerente, fiscal o síndico en una entidad financiera sancionada, por diez años no pueden ocupar cargos en otras entidades
financieras.
La Ley 16.238 crea un registro con los datos de los representantes, directores, gerentes, administradores, mandatarios,
síndicos y fiscales de las empresas de intermediación financiera sancionados con la pena de inhabilitación. Lo llevará el
BCU. Se dispone que el BCU al aplicar la sanción establezca el plazo. También, llevará un registro con nombres de
personas que desempeñando los cargos antes referido, hayan sido condenados por sentencia firma de la Justicia civil o
penal, por actos u omisiones vinculados con la actividad comercial o profesional respectiva.
C. Otras sanciones
La primera sanción es la observación. El BCU señala a la entidad algún aspecto en que se actuó mal.
El apercibimiento es una sanción de un grado más severo. Se advierte y se intima a que se corrija la actuación irregular.
También, se prevé la suspensión parcial o total de las actividades.
Se permite, también, la intervención, que puede ir acompañada de la sustitución parcial o total de autoridades.
La sanción más grave es la revocación de la autorización, pero si se trata de un banco debe ser decretada por el Poder
Ejecutivo.
Gracias a la modificación introducida por la Ley n° 16.327, se agrega un inciso que aumenta las facultades correctivas
que esta norma atribuía al BCU, habilitándolo a disponer la clausura de las sociedades anónimas en infracción, previa
autorización del Poder Ejecutivo. En la redacción actual, la principal diferencia consiste en la sustitución del "informe" del
BCU al Poder Ejecutivo, por el "expreso consentimiento" del BCU y facultades de iniciativa respecto de la revocación de
la autorización para funcionar.
El art. 21 establece el contralor que ejerce el BCU respecto a las entidades que realicen esta actividad sin haber requerido
la autorización previa y sin cumplir todos los requisitos que exige la Ley. En esos casos se establece que pueden
clausurarse las actividades en ejercicio irregular.
¿Cuáles son los aspectos básicos de la regulación del secreto profesional financiero en nuestra legislación?
El art. 25 del Decreto Ley n° 15.322/2006, de 17 de setiembre, de Intermediación Financiera (DLIF) es una norma compleja
que refiere a tres cuestiones: se establece una prohibición; se establecen las excepciones a esa prohibición; y se tipifica
un delito.
I. La prohibición o el deber de confidencialidad
Se prohíbe "facilitar noticia alguna" o "dar a conocer informaciones".
El art. 25 del DLIF, en la primera parte de su inc. 1, establece lo siguiente:
"Las empresas comprendidas en los artículos 1º y 2º de esta ley no podrán facilitar noticia alguna sobre los fondos o
valores que tengan en cuenta corriente, depósito o cualquier otro concepto, pertenecientes a persona física o jurídica
determinada. Tampoco podrán dar a conocer informaciones confidenciales que reciban de sus clientes o sobre sus
clientes."
El art. 71 de la Ley 17.016 contiene normas para entidades de intermediación financiera, disponiendo que deben ajustarse
a las reglamentaciones que se dicten por el Poder Ejecutivo o el Banco Central del Uruguay para prevenir la conversión,
transferencia u ocultación de bienes, productos o instrumentos precedentes de las actividades calificadas como delictivas
por la Ley. Se prevé la aplicación de sanciones previstas por las leyes que regulan la actividad financiera, sin perjuicio de
la eventual responsabilidad personal de directores, gerentes, síndicos.
El art. 72 establece que las entidades antes referidas no pueden mantener cuentas sin la debida identificación de sus
titulares. Se les impone verificar, por medios veraces, la identidad, representación, domicilio, ocupación u objeto social de
los titulares de las cuentas. El art. 73 les impone llevar y mantener en condiciones que establezca el Banco Central del
Uruguay registros y correspondencia que permita la reconstrucción de las transacciones financieras que superen el monto
que establezca la reglamentación.
El art. 74 y ss. se refiere a la cooperación jurídica internacional. El art. 77, n° 3, se refiere al secreto bancario:
"En los casos de solicitudes de cooperación penal relativas a registros, levantamiento del secreto bancario, embargo,
secuestro y entrega de cualquier objeto, comprendidos, entre otros, documentos, antecedentes o efectos, el Tribunal
nacional actuante diligenciará la solicitud si determinara que la misma contiene toda la información que justifique la medida
solicitada. Dicha medida se someterá a la ley procesal y sustantiva de la República."
La Ley se reglamentó por Decreto 398/999. El art. 9 dispone:
“Las instituciones o empresas que realicen actividades de intermediación financiera, los bancos de inversión, las casas
de cambio y en general todas las personas físicas o jurídicas, públicas o privadas, sujetas a control del Banco Central del
Uruguay, deberán ajustarse a las reglamentaciones dictadas por el Poder Ejecutivo o el Banco Central del Uruguay con
la finalidad de prevenir la conversión, transferencia u ocultación de bienes, productos o instrumentos procedentes de
cualesquiera de las actividades previstas como delito por la ley que se reglamenta.”
III. El delito
Se castiga penalmente a las empresas financieras que faciliten noticias sobre fondos o valores que tengan en cuenta
corriente, depósito o cualquier otro concepto, cualquier persona física o jurídica. Es decir, que se les impone a las
entidades financieras la obligación de guardar secreto sobre fondos o valores que tenga un cliente suyo. También, se le
impone guardar secreto sobre informaciones confidenciales que reciban de sus clientes o sobre sus clientes. Quienes
incumplan con ese deber serán sancionados con tres meses de prisión a tres años de penitenciaría.
Las entidades bancarias y la actividad bancaria están reguladas por leyes, por decretos dictados por el Poder Ejecutivo y
por normas del Banco Central del Uruguay (BCU), esto es, circulares y comunicaciones.
La legislación ha dispuesto para todas las entidades de intermediación financiera una disciplina especial con un régimen
de autorizaciones especiales para su constitución y con un sistema de contralores, en razón de la actividad específica
que realizan, con normas de mayor rigor cuando se trata de bancos.
A. Bancos
1. Bancos en sentido estricto
a. La actividad bancaria
En primer lugar, la Recopilación se refiere a los bancos, a quienes se autoriza a realizar las operaciones establecidas en
el art. 17 bis del DLIF (red. Ley 16.327).
El DLIF reserva el nombre banco para las empresas autorizadas a realizar las operaciones reservadas a bancos, por el
art. 17 bis. Se prohíbe usar la denominación banco o bancario o derivados similares a las empresas privadas que no
hubieran obtenido la autorización para realizar todas las operaciones del art. 17 bis del DLIF. Cualquier otra entidad de
intermediación financiera – no autorizada a realizar tales operaciones – no ha de ser banco y no podrá denominarse
usando tal vocablo (art. 3).
Si vamos al art. 17 bis, vemos que establece que “Sólo los bancos podrán...” y se enuncian operaciones reservadas a los
bancos:
"Sólo los Bancos y las cooperativas de intermediación financiera podrán:
A) Recibir depósitos en cuenta corriente bancaria y autorizar que se gire contra ellos mediante cheques.
B) Recibir depósitos a la vista.
C) Recibir de residentes depósitos a plazo.
D) Las cooperativas podrán asociarse con instituciones de similar naturaleza pertenecientes a los países signatarios del
Tratado de Asunción, en los términos de la reglamentación que dicte el Banco Central del Uruguay."
De esta manera, el legislador define al banco por las actividades que realiza con exclusividad. Se define al banco, en
función de la autorización que se acuerda para realizar determinadas operaciones que se le reservan por Ley, pero la
actividad bancaria comprende más que las operaciones reservadas a bancos.
Todos los negocios que corrientemente realizan los bancos, reciben la calificación de bancarios por el sujeto que los
realiza. Lo que ha de suceder, con el régimen de esta ley, es que estas otras operaciones podrán ser realizadas por otros
sujetos – entidades de intermediación financiera – que no sean bancos, pero, en ese caso, no se tratará de actividades
bancarias.
El DLIF limita, en el art. 10, el número de autorizaciones para el funcionamiento de nuevos bancos. No pueden superar
anualmente el 10 % de los existentes en el año inmediatamente anterior. Por ejemplo: hay 20 bancos en el año 1999, en
el año 2000 se pueden autorizar dos bancos más pero, también, dependerá del Poder Ejecutivo, el cual decidirá si
conviene o no que haya dos bancos más en plaza. Puede resolver no autorizar a ningún otro.
b. Los bancos como sociedades anónimas
Se impone a los bancos el tipo de la sociedades anónimas y que las acciones sean nominativas. Pueden, también, ser
cooperativas.
Las demás modalidades de entidades de intermediación financiera podrán adoptar otros tipos sociales, con la excepción
siguiente. Las sociedades de responsabilidad limitada no pueden tener por objeto actividades de intermediación financiera,
porque así lo dispone el art. 518 de la Ley n°16.060/1989, de 4 de setiembre, de Sociedades Comerciales (LSC).
Las sociedades que se constituyan para realizar intermediación financiera, deben ajustarse a las normas que regulan el
tipo social que adopten, pero esta ley introduce variantes en el régimen de constitución porque se requiere además una
autorización del Poder Ejecutivo. Damos un ejemplo, una sociedad anónima requiere para constituirse el control de la
Auditoría Interna de la Nación (AIN), que controla la legalidad de los Estatutos, pero si se constituye una sociedad anónima
con el objeto de dedicarse a actividad de intermediación financiera, se tiene que recabar, además, la autorización del
Poder Ejecutivo.
También, cambian las exigencias en cuanto al capital mínimo y a los porcentajes de integración requeridos en el proceso
de constitución.
Conclusiones
1. Las sociedades anónimas se constituyen de acuerdo a las normas de la LSC. Si su objeto es realizar actividad de
intermediación financiera, deben cumplir con el rito impuesto por la LSC y como un plus, deben requerir autorización para
funcionar y para instalarse del Poder Ejecutivo y Banco Central del Uruguay respectivamente.
2. Cuando se modifica el estatuto de una sociedad anónima financiera se debe cumplir con el proceso impuesto por al
LSC; no hay intervención del Poder Ejecutivo y BCU.
3. Si se trata de una fusión o absorción o transformación, entonces sí, además de cumplir con todas las exigencias de la
LSC se requiere la previa conformidad del Poder Ejecutivo y del BCU (art. 9 del DLIF, modificado por Ley 16.327). Sólo
para estas alteraciones estatutarias de gran trascendencia, se impone el contralor de los órganos referidos.
4. El aumento de capital de una sociedad de intermediación financiera no requiere autorización del Poder Ejecutivo ni el
control previo del BCU
El aumento de capital de acuerdo con la actual redacción del art. 284 de la LSC, se podrá realizar por la asamblea
extraordinaria. No se requerirá el control de la AIN, salvo que el contrato establezca que debe seguirse el procedimiento
del proceso de constitución establecido en el art. 252.
B. Bancos de inversión
Los bancos de inversión son aquellas entidades autorizadas a realizar las operaciones a que refiere la Ley n° 16.131/1990,
de 12 de setiembre.
Están reglamentados por Decreto 189/92. También, se rigen por normas del BCU.
El art. 3 establece las operaciones que pueden realizar:
"Los Bancos de Inversión sólo podrán realizar las siguientes operaciones:
a. Recibir, de no residentes, depósitos a plazos superiores al año;
b. Contratar directamente, de no residentes, préstamos u otros créditos a plazos superiores al año, así como gestionarlos
para terceros. Si se tratara de operaciones amortizables, se deberá pactar un período de gracia superior al año para la
amortización del capital.
c. Colocar, entre no residentes, certificados de participación en los préstamos que otorguen a mediano y largo plazo.
d. Emitir obligaciones negociables o debentures.
e. Adquirir acciones, obligaciones o partes de capital de empresas que no realicen actividades de intermediación financiera.
Se podrán realizar estas inversiones en los porcentajes y condiciones que fijará el Poder Ejecutivo con el asesoramiento
del Banco Central del Uruguay.
f. Adquirir bienes inmuebles o muebles no fungibles con la exclusiva finalidad de conceder su utilización a terceros contra
el pago de un precio en dinero abonable periódicamente, con o sin opción de compra.
Salvo pacto expreso en contrario, no serán aplicables a estas operaciones las normas que rigen el arrendamiento de los
bienes de que se trate.
El Banco Central del Uruguay determinará el porcentaje máximo sobre la responsabilidad patrimonial que podrán invertir
estos Bancos en bienes inmuebles.
g. Conceder créditos y otorgar préstamos a mediano y largo plazo.
A los efectos de lo dispuesto por la presente ley se entenderá por créditos a mediano plazo los que se otorguen a más de
tres años y menos de cinco, y por créditos a largo plazo los que se otorguen por cinco o más años.
h. Otorgar fianzas, avales, garantías y cauciones de cualquier especie.
i. Aceptar y colocar letras, vales y pagarés de terceros vinculados con operaciones de empresas en que intervengan en
la forma prevista en el literal E) de este artículo.
j. Asesorar en materia de inversiones y prestar servicios de administración de carteras de inversiones.
k. Asesorar en materia de administración de empresas, así como sobre reorganización, fusión adquisición e instalación
de las mismas.
l. Asumir representaciones y ejercer comisiones o mandatos que tengan por objeto la administración e inversión de fondos
recibidos a esos efectos de no residentes.
m. Cumplir mandatos y comisiones que tengan relación directa con operaciones de su giro.
n. Realizar operaciones en metales preciosos y moneda extranjera”.
La Ley n° 16.131/1990 fue reglamentada por el Decreto 189/992 que establece en su art. 1:
“Los Bancos de Inversión podrán adquirir acciones, obligaciones o partes de capital de empresas que no realizan
actividades de intermediación financiera con el objeto de poner en marcha proyectos de inversión o planes de
reorganización. El monto invertido en la adquisición de acciones, obligaciones o partes de capital de cada empresa o
grupo económico no podrá superar el veinticinco por ciento de la responsabilidad patrimonial neta del respectivo banco
de inversión. Este no podrá poseer más del setenta por ciento de las acciones o partes de capital integrado de la empresa
no financiera correspondiente.”
El art. 2 dispone que el BCU podrá – por instrucciones generales o particulares - limitar los riesgos en este tipo de
participaciones teniendo en cuenta la concentración por rama de la actividad económica.
Las normas del BCU enuncian las operaciones que estos bancos pueden celebrar exclusivamente con residentes, en el
art. 440 de la Recopilación.
Otras operaciones que se mencionan en los arts. 441 a 445 y en el art. 447 pueden ser realizadas con residentes y no
residentes.
El art. 441 dispone:
“(Financiamiento o Colocación de Títulos). Los bancos de inversión también podrán emplear sus recursos para financiar
las emisiones o proceder a la colocación de títulos, bonos, acciones, obligaciones negociables, debentures o valores
mobiliarios de análoga naturaleza creados por empresas no financieras.
El monto invertido en la adquisición de los mencionados títulos creados por una empresa no podrá superar el 50 % del
patrimonio de dicha empresa. A estos efectos, el patrimonio será el determinado de acuerdo con las normas contables
adecuadas, a las que deben ajustarse los estados contables de las sociedades comerciales.
Podrá excederse el porcentaje establecido en el inciso anterior cuando el banco de inversión adquiera transitoriamente –
por un lapso no superior a ciento ochenta días - , en forma individual o actuando conjuntamente con otros, el total de una
nueva emisión de títulos creados pro una sociedad, cotizables en la Bolsa de Valores de Montevideo, con el objeto de
proceder a su posterior colocación.”
El art. 442 agrega:
“(Financiación de Proyectos de Inversión). Los bancos de inversión podrá adquirir acciones, obligaciones o partes de
capital de empresas que no realizan actividad de intermediación financiera, con el objeto de poner en marcha proyectos
de inversión o planes de reorganización, desarrollo o reconversión. También podrán aceptar y colocar letras, vales y
pagarés de terceros vinculados con operaciones de estas empresas.
Señalamos que las operaciones previstas en los arts. 441 y 442 no pueden relacionarse con entidades de intermediación
financiera.
Por el art. 444 se prevé que pueden otorgar préstamos a mediano o largo plazo. Se puede otorgar a residentes y a no
residentes.
El art. 444 dice:
“(Créditos a Mediano y Largo Plazo). Los bancos de inversión podrán conceder créditos y otorgar préstamos a mediano
y largo plazo para financiar proyectos de inversión o planes de reorganización, desarrollo o reconversión, de empresas
no financieras, luego de evaluar su factibilidad técnica, económica y financiera. Los respectivos dictámenes deberán
agregarse a las carpetas de los clientes.
A estos efectos, se entenderá por créditos o préstamos a mediano plazo los que se otorguen a más de tres años y menos
de cinco y a largo plazo los que se concedan por un término no inferior a cinco años”.
También, pueden realizar otras operaciones bancarias. El art. 443 se refiere al crédito de uso y el art. 445 al otorgamiento
de fianzas y avales. El art. 447 a las operaciones con moneda extranjera y metales preciosos y a la posibilidad de ejercer
comisiones y mandatos.
Por el art. 443 se admite que pueden celebrar contrato de crédito de uso. Establece textualmente:
“(Créditos de Uso de Inmuebles o Bienes No Fungibles). Los bancos de inversión podrán adquirir bienes inmuebles o
muebles no fungibles, aptos para ser afectados a actividades no financieras, con la exclusiva finalidad de conceder su
utilización a terceros mediante un contrato de créditos de uso, de acuerdo con lo previsto en la Ley 16.072 de 9 de octubre
de 1989 y modificativas. El total de bienes inmuebles adquiridos con esta finalidad no podrá superar el triple de la
responsabilidad patrimonial neta del banco inversor”.
El art. 445 dispone:
“(Fianzas, Avales, Garantías Y Cauciones). Los bancos de inversión podrán otorgar finanzas, avales, garantías y
cauciones de cualquier especie, que tengan relación directa con operaciones de su giro”.
El art. 446 establece:
“(Operaciones Con Residentes). Los bancos de inversión podrán efectuar con residentes las operaciones a que refieren
los artículos 441 a 445 y 447.
En ningún caso podrán efectuar con residentes, ni directa ni indirectamente, operaciones de venta de activos propios o
de terceros con garantía de recompra”.
El art. 447 establece otra función específica de estos Bancos, la de prestar asesoramiento:
“(Asesoramientos Y Otras Actividades). Los bancos de inversión podrán:
a. Asesorar en materia de inversiones y prestar servicios de administración de carteras de inversiones.
b. Asesorar en materia de administración de empresas, así como sobre reorganización, fusión, adquisición e instalación
de las mismas.
c. Asumir representaciones y ejercer comisiones o mandatos que tengan por objeto la administración e inversión de
fondos recibidos a esos efectos de no residentes.
d. Cumplir mandatos y comisiones que tengan relación directa con operaciones de su giro.
Realizar operaciones en metales preciosos y moneda extranjera”.
A. Casas financieras
Las casas financieras son las autorizadas a realizar cualquier tipo de operación de intermediación financiera, salvo las
reservadas a los bancos y bancos de inversión.
En un intento por sistematizar los contratos bancarios, la doctrina los ha clasificado en operaciones activas, operaciones
pasivas y operaciones neutras. El criterio de clasificación atiende a la posición acreedora, deudora o neutra, que el banco
asume respecto del cliente.
I. Operaciones activas
Las operaciones activas son aquellas en las que el banco asume la posición de acreedor frente al cliente.
Son operaciones activas, entre otras, los siguientes contratos:
A. el préstamo,
B. la apertura de crédito,
C. el descuento,
D. el crédito de uso,
E. el factoring.
Préstamo financiero
I. Concepto
El préstamo financiero es el contrato por el cual, un sujeto (prestamista) entrega a otro (prestatario) una suma determinada
de dinero, obligándose el cliente a restituirla en el mismo género y cantidad en el plazo convenido, pagando los intereses
pactados.
El préstamo financiero carece de una regulación específica. Puede acudirse, sin embargo, a la regulación básica del Título
X del Libro II del Código de Comercio (CCom), sobre préstamo comercial en general. El art. 700 del CCom establece:
“El préstamo mercantil es un acto en virtud del cual un comerciante recibe una cantidad de dinero o mercancías para
destinarla a las operaciones de su tráfico obligándose a devolver otro tanto de la misma especie.”
En el art. 2197 del Código Civil (CC) se define el mutuo o préstamo de consumo, en los términos siguientes:
“El mutuo o préstamo de consumo, es un contrato por el cual se da dinero u otra cosa fungible, con cargo de volver otro
tanto de la misma especie y calidad.”
II. Caracteres
Es una operación activa porque el banco se hace acreedor del capital prestado y de los intereses, comisiones y,
eventualmente, de los intereses moratorios para el caso de incumplimiento del cliente[1].
Apertura de crédito
I. Concepto
La apertura de crédito es un contrato por el cual un banco se obliga a poner a disposición de su cliente una suma de
dinero determinada, por un período de tiempo determinado o indeterminado, que el cliente puede utilizar según le
convenga, y el cliente se obliga a la devolución del dinero del cual dispusiere, así como al pago de una comisión más los
intereses que se devengaren por la utilización del crédito.
La apertura de crédito no está regulada legalmente. En la práctica no se instrumenta.
A. Naturaleza jurídica
Para algunos autores, la apertura de crédito es un contrato preliminar de promesa de préstamos, al que sigue uno o varios
contratos definitivos de préstamos al disponer el cliente de los fondos acreditados.
Para otros, el contrato es uno y los eventuales y sucesivos actos de disposición del crédito, no son más que actos de
cumplimiento de la obligación única de suministrar fondos, asumida por el banco. El acreditado tiene derecho de disponer
de la suma total que el banco pone a su disposición. Los singulares actos de disposición de esa suma por el cliente, no
son más que el ejercicio concreto del derecho concedido.
B. Caracteres
La apertura de crédito es un contrato consensual. Se perfecciona por el mero acuerdo de voluntades. No requiere
formalidad alguna para su validez.
La apertura de crédito es un contrato bilateral. Se generan obligaciones tanto respecto del banco como del tomador del
crédito.
La obligación del banco consiste en poner a disposición del cliente la cantidad de dinero estipulada en el contrato y
respetar el plazo convenido en el mismo. La obligación del cliente se resume en el pago de la comisión convenida más
los intereses derivados de la utilización del crédito y, fundamentalmente, la restitución de las sumas que le fueron
adelantadas.
En este contrato cobra especial relevancia el elemento “disponibilidad”. En efecto, que el cliente tenga a su disposición el
dinero que necesita, significa que tiene la posibilidad de emplear la caja del banco, como si fuera propia, hasta el monto
acordado y por el período de tiempo señalado en el contrato. Podrá entonces efectuar los retiros que necesite, sea en
una sola vez o fraccionadamente. Esta disponibilidad no es consecuencia de una previa entrega de dinero por parte del
cliente como en el contrato de depósito. El dinero está disponible para el cliente porque el banco le ha concedido un
crédito.
Es un contrato marco para regular futuros contratos de préstamo o de descuento de documentos. Es un contrato de
ejecución sucesiva que se cumple ante los requerimientos del cliente.
Es un contrato convenido intuitu personae, en razón a que el banco acreditante se obliga en consideración a la solvencia
y demás condiciones personales del cliente acreditado. Este carácter trae consigo tres consecuencias esenciales:
1. que el banco se reserva la facultad de cancelar el crédito y cerrar la cuenta en cualquier momento;
2. que el cliente no puede transferir los derechos nacidos del contrato sustituyendo a otra persona en su lugar y
3. que el contrato termina con la muerte o extinción del acreditado.
Descuento
A pesar de su gran importancia económica, el descuento carece de una regulación legal específica. Es un contrato
innominado.
Por medio de este contrato, el cliente accede al importe de su crédito sin necesidad de esperar y afrontar él mismo el
cobro del documento. Para que el descuento tenga sentido es fundamental que el documento no se encuentre vencido;
de lo contrario el cliente cobraría el mismo el título, sin necesidad de descontarlo.
Su mecánica es la siguiente: soy tenedor de un vale que vence el 1º de enero del año 2014. Como necesito, en forma
urgente, hacerme de ese dinero, llevo el documento a un banco. El banco me anticipará el importe del vale pero le
descontará, además de su comisión por el servicio, los intereses que correspondan por el período que falte para que se
produzca el vencimiento del documento.
I. Concepto de descuento
La definición de descuento bancario depende de la naturaleza jurídica que se le atribuya, tema respecto al cual existen
dos posiciones fundamentales. Analizaremos estas posiciones a continuación.
Concepto de leasing
El contenido obligacional básico del crédito de uso es idéntico al del contrato de arrendamiento: el acreditante se obliga a
entregar una cosa y permitir su utilización, y el cliente se obliga a pagar un precio periódicamente.
Su denominación en inglés es confirmatoria de esa identidad: “lease” significa arrendamiento.
Sin embargo, en el leasing, el precio abonable periódicamente por el usuario, no surge, como en el arrendamiento, de la
oferta y demanda existente en el mercado de alquileres, sino de un cálculo financiero. La acreditante toma en
consideración el monto empleado en la adquisición del bien dado en uso o el valor de éste, en forma similar a la que se
realiza cuando se otorga un préstamo. Sobre ese monto aplica una tasa financiera, con lo cual el precio periódico que
paga el usuario es un verdadero interés, al que se le adiciona una cuota parte de la amortización del crédito otorgado.
El contrato de crédito de uso, también conocido como leasing, está regulado por la Ley n° 16.072/1989, de 9 de octubre
(LCU), con las modificaciones introducidas por las leyes nos 16.205/1991, de 3 de setiembre, 16.320/1992, de 1° de
noviembre, de Rendición de Cuentas, y por la Ley n° 16.906/1998, de 7 de enero, de Inversiones.
La Ley n° 17.296/2001, de 21 de febrero, de Presupuesto Nacional, incorpora una variedad de contrato de crédito de uso,
al que denomina "crédito de uso operativo" (art. 636).
Al crédito de uso operativo se le aplica la normativa del crédito de uso financiero, con excepción de determinados artículos.
Los artículos cuya aplicación se excluyen son los referidos específicamente a la entidad financiera acreditante (arts. 3, 4,
11, 12, lit. b, 13 y 14 LCU), las normas tributarias y el capítulo sobre disposiciones finales de la Ley 16.205 (art. 637 Ley
17.296).
No serán aplicables los arts. 3, 4, 11, 12 lit. b, 13, 14 y los capítulos VI, sobre normas tributarias) y VII, sobre disposiciones
finales (Ley n° 18.083/2006, de 27 de diciembre, de Reforma del Sistema Tributario).
I. Consideraciones generales
A. Concepto de leasing
De la legislación uruguaya se desprende la definición siguiente (art. 1 LCU):
Contrato por el cual un sujeto (acreditante) se obliga a permitir la utilización de un bien a otra (usuario), por un plazo
determinado y esa otra (usuario) se obliga a pagar por esa utilización un precio en dinero abonable periódicamente.
B. Naturaleza jurídica
El contenido obligacional podría hacer considerar que este contrato tiene la naturaleza de un contrato de arrendamiento.
Sin embargo, su función económica permite calificarlo como un contrato de crédito.
Considerando su función, el contrato de crédito de uso puede ser considerado como un préstamo con garantía real.
Su denominación en español evidencia la naturaleza crediticia de este contrato.
En el contrato de préstamo, el prestamista entrega al prestatario una cantidad de dinero. En algunos casos, el prestatario
utiliza ese dinero para obtener el uso de determinado bien, sea comprándolo o sea arrendándolo. En ese caso, para el
prestatario, en realidad, el dinero es sólo el medio para poder utilizar un bien del que precisa.
En el caso del crédito de uso, la acreditante da un paso más allá del préstamo. Directamente provee al usuario el bien
que precisa.
En el caso del crédito de uso, el hecho de que la acreditante mantenga la propiedad opera, en sentido económico, como
garantía del crédito otorgado. Esto no sería posible sin una Ley que expresamente lo habilitase, puesto que el art. 1732
del Código Civil (CC) prohíbe el pacto de reserva de dominio:
"La cláusula de no transferirse el dominio sino en virtud del pago del precio, no producirá otro efecto que el de la opción
enunciada en el artículo precedente; y pagando el comprador el precio, subsistirán en todo caso las enajenaciones que
hubiere hecho de la cosa o los derechos que hubiere constituido sobre ella en el tiempo intermedio."
El art. 1731, al que remite la norma que acabamos de transcribir, dispone lo siguiente:
"Si el comprador estuviese constituido en mora de pagar el precio en el tiempo y lugar indicados en el artículo 1728, el
vendedor tendrá derecho para exigir el precio o la resolución de la venta, con indemnización de daños y perjuicios (artículo
1431)."
Por el pacto de reserva del domino, las partes estipulan que, no obstante la entrega de la cosa vendida, la propiedad no
se transfiere al comprador hasta tanto no se pague el precio. De esta manera el vendedor retiene la propiedad del bien,
circunstancia que le permite defenderse de los acreedores del comprador y reivindicar la cosa si éste concursare (Gamarra,
Tratado de Derecho Civil Uruguayo, t. 3, v. 2, p. 162).
Al prohibir el pacto de reserva de dominio, el art. 1732 CC impide que en la compraventa en la que se establece que el
precio será pagado en cuotas, el vendedor retenga la propiedad del objeto vendido, hasta tanto sea pagada la totalidad
del precio.
En nuestro país se intentó burlar esta prohibición mediante la figura del contrato de arrendamiento con opción a compra.
Sin embargo, este intento fue rechazado por nuestros tribunales[1].
C. Modalidades
1. En función del sujeto acreditante: leasing financiero y leasing operativo
La diferencia entre el crédito de uso financiero y el operativo, radica, principalmente, en cuanto a la calidad de una de las
partes del contrato.
En el crédito de uso financiero, el acreditante es necesariamente una entidad de intermediación financiera.
En el crédito de uso operativo, puede ser acreditante cualquier persona física o jurídica.
b. Leasing operativo
La Ley 17.296 incorpora el crédito de uso operativo (art. 636).
El art. 636, inc. 1, de la Ley 17.296 y el art. 85 de la Ley 18.083, definen este contrato en los términos siguientes:
“El crédito de uso operativo es el contrato por el cual una persona física o jurídica se obliga frente al usuario a permitirle
la utilización de un bien, por un plazo determinado y el usuario se obliga a pagar por esa utilización un precio en dinero
abonable periódicamente.”
El contrato deberá contemplar que al vencimiento del plazo pactado, el usuario cuente con alguna o todas las opciones
que se expresan seguidamente (art. 85 Ley 18.083):
La obligación del acreditante es entregar el bien, objeto del contrato, al usuario (art. 12). Luego, se le prohíbe retirar el
bien del poder del usuario (art. 9) y se le prohíbe turbar o embarazar al usuario en la utilización del bien (art. 12, lit. c).
El dador podrá enajenar lo que dio en uso pero con las afectaciones que lo gravan por existir un contrato de crédito de
uso inscripto. Es una diferencia con el crédito de uso financiero, en que se establece la prohibición de enajenar el bien
dado en uso, salvo a una institución que pueda ser acreditante y en cuyo caso, la entidad adquirente está obligada a
cumplir el contrato (art. 11).
Las obligaciones y derechos del usuario son similares a las señaladas respecto al crédito de uso financiero.
En el crédito de uso operativo, las partes tienen las mismas acciones que se disponen para el crédito de uso financiero.
Los requisitos formales del contrato de uso operativo son comunes a los establecidos para el crédito de uso financiero. El
contrato deberá otorgarse en instrumento público o privado con firmas certificadas por Escribano Público y en triplicado.
El art. 7 de la Ley 16.072 establece que el contrato se inscribirá, a pedido de la institución acreditante.
A. Objeto
El contrato puede tener por objeto bienes muebles no fungibles y bienes inmuebles, cualquiera sea su destino. Así lo
establece el art. 5 de la Ley n° 16.072 con la redacción dada por la Ley n° 16.205[3].
Cuando el objeto sea un inmueble, el contrato debe cumplir con dos condiciones (inc. 2, art. 5 Ley 16.072):
1. debe existir una opción de compra a favor del usuario (art. 1, inc. 2) y
2. el precio final estipulado a tal efecto no exceda a la fecha del contrato del 25 % (veinticinco por ciento) del valor real,
fijado por la Dirección General del Catastro Nacional y Administración de Inmuebles del Estado.
B. Partes
Las partes en el contrato de leasing se llaman usuario y acreditante.
1. El usuario
Se llama usuario a la parte que recibe el bien en préstamo.
El art. 22 de la Ley 17.243 autoriza a las unidades ejecutoras del presupuesto nacional, entes autónomos, servicios
descentralizados y gobiernos departamentales, a tomar bienes por contrato de crédito de uso, sin perjuicio de seguir las
reglas de contratación estatal correspondientes y de la intervención del Tribunal de Cuentas.
a. Obligaciones del usuario
El usuario debe pagar las cuotas periódicas pactadas.
Puede anticipar el pago, con el descuento racional compuesto sobre las cuotas no vencidas (art. 30 Ley 16.072).
Debe hacer los pagos pactados aun cuando durante el contrato la cosa se destruyere o se deteriorare, por caso fortuito,
fuerza mayor o hecho de un tercero (art. 25).
En el arrendamiento, a la inversa, el art. 1805 del Código Civil (CC), en su inc. 1, dispone lo siguiente:
"Si durante el contrato la cosa arrendada fuese destruida en su totalidad por caso fortuito o fuerza mayor, el contrato
queda rescindido."
El usuario debe afectar el bien al destino convenido; si no hubo convención, a aquel que es natural o que deba presumirse
según las circunstancias del contrato o costumbre del país (art. 21).
Debe conservar la cosa, con el cuidado de un buen padre de familia (art. 20). Los gastos de mantenimiento y reparaciones
son de cargo del usuario.
Algo diferente es el régimen del arrendamiento, de acuerdo con lo dispuesto por el art. 1798 del CC:
"La obligación de mantener la cosa en buen estado, consiste en hacer durante el arriendo todas las reparaciones
necesarias a excepción de las locativas, las cuales corresponden generalmente al arrendatario.
El arrendador será obligado aun a las reparaciones locativas, si los deterioros que las han hecho necesarias provinieren
de fuerza mayor o caso fortuito o de mala calidad de la cosa arrendada."
Las obligaciones a cargo del usuario se sancionan, para el caso de incumplimiento, con la responsabilidad civil y, en
algunos casos, se tipifican figuras delictivas con penas especiales (art. 36).
b. Derechos y acciones del usuario
El usuario tiene los derechos y acciones del comprador contra el vendedor (arts. 14 y 19, inc. 1).
Si el bien dado en uso fuera de propiedad del acreditante, éste responde de vicios o defectos graves de la cosa, existentes
al tiempo de la celebración del contrato que impidieren su utilización. El usuario podrá pedir la disminución del precio o la
rescisión del contrato, salvo que hubiere conocido esos vicios o defectos. El acreditante deberá responder de los daños
y perjuicios ocasionados si el vicio o defecto era conocido o debió conocerlo (art. 19 inc. 2).
El usuario tiene, además, acción para oponerse a una enajenación o gravamen posterior y recuperar la utilización del bien
(art. 8).
2. El acreditante
La parte que da el bien en préstamo se llama “acreditante”.
Sólo pueden actuar como instituciones acreditantes en los contratos de crédito de uso financiero (art. 3 Ley 16.072) los
siguientes:
Los intermediarios financieros, Decreto Ley n° 15.322 de 1982 (DLIF);
Las empresas de giro exclusivamente financiero, especialmente autorizadas por el Banco Central del Uruguay (BCU) para
la celebración de este contrato.
El art. 7 de la Ley 16.205 establece que pueden ser dadores de bienes en crédito de uso las siguientes instituciones:
Caja Notarial de Jubilaciones y Pensiones,
Caja de Jubilaciones y Pensiones de Profesionales Universitarios y
Caja de Jubilaciones y Pensiones Bancarias.
Las operaciones pueden realizarse con sus afiliados activos o pasivos.
a. Obligaciones y prohibiciones que afectan al acreditante
La primera obligación del acreditante es entregar el bien, objeto del contrato, al usuario (art. 12 Ley 16.072). En la primera
modalidad de leasing, primero se celebra el contrato de crédito de uso. Luego, se debe notificar al proveedor, que se ha
celebrado un contrato de crédito de uso. Después, el acreditante adquiere el bien del proveedor. Por fin, el acreditante
entregará el bien adquirido al usuario.
Se le prohíbe retirar la cosa del poder del usuario (art. 9). Se le prohíbe turbar o embarazar al usuario en la utilización del
bien (art. 12, lit. c).
No la puede enajenar salvo a una institución que pueda ser acreditante. En tal caso la adquirente está obligada a cumplir
el contrato (art. 11). No es oponible al usuario la enajenación voluntaria o forzosa del bien dado en crédito de uso, si el
contrato estuviere registrado.
Se advierte que lo dispuesto por la LCU contradice un atributo esencial de la propiedad, como es el gozar de la libre
disposición. Así lo establece el art. 486 del CC:
"El dominio (que se llama también propiedad) es el derecho de gozar y disponer de una cosa arbitrariamente, no siendo
contra la ley o contra derecho ajeno."
b. Derechos y acciones del acreditante
C. Opciones
Tanto en el leasing financiero como en el operativo, se pueden pactar diversas opciones en favor del usuario[5].
No puede ejercer las opciones si estuviere en mora en el cumplimiento de alguna obligación (art. 30, inc. 5).
1. Opción de compra
El negocio permite que una persona pueda obtener el uso de un bien, pagando un precio y después de un plazo, resolver
si se queda con él o si lo devuelve. Durante el plazo, el usuario habrá pagado por el uso, sumas que se imputarán al
precio, si ejerce la opción de compra.
Vencido el plazo del contrato, el usuario debe hacer saber al acreditante la opción que hubiere ejercido, pudiendo comprar
por un precio residual que se fija o restituir el bien.
Si optó por la compra, pagará el precio final (art. 21) y se otorgará el contrato de compraventa, cancelando la inscripción
del crédito de uso en el Registro (art. 30). Si optó por la prórroga, esta opción debe inscribirse, como el contrato original
(art. 30). Si no opta por la compra o por la prórroga debe devolver la cosa, bajo sanción de responsabilidad por daños y
perjuicios. Debe restituirse en el mismo estado en que se recibió, salvo deterioro ocasionado por uso y goce legítimo (art.
29).
El usuario que realiza la opción de compra, puede exigir su transferencia forzada y el juez competente prestará el
consentimiento para el contrato de compraventa en representación del enajenante (art. 8).
2. Prórroga
La Ley admite que, en lugar de pactarse la opción de compra, se pacte, simplemente o acumulativamente, una opción de
prórroga del plazo de la utilización del bien. Así se dispone en el inc. 2, del art. 1 de la Ley 16.072:
"Sin perjuicio de esa opción de compra, podrá también pactarse en favor del usuario, la opción irrevocable de prorrogar
el plazo del contrato por uno o más períodos determinados y por un nuevo precio que también se estipulará en contrato."
3. Venta en remate
Puede convenirse que, vencido el plazo original o el de la prórroga, el bien sea vendido en remate, cuyo producido será
para el acreditante.
Si el precio obtenido en remate es superior al precio final, la diferencia corresponde al usuario.
Si el precio del remate es inferior al precio final, el usuario debe compensar la diferencia al acreditante.
A. Documentación
El art. 6 de la Ley n° 16.072 establece que el contrato deberá otorgarse en instrumento público o privado, con firmas
certificadas por Escribano Público y en triplicado.
A primera vista, puesto que se trata de una norma imperativa, podría considerase que la instrumentación constituye una
solemnidad. En definitiva, el art. 8 del CC establece que lo hecho contra las leyes prohibitivas es nulo (y las leyes
imperativas son la contracara de las leyes prohibitivas), la falta de instrumentación en la forma que ordena el art. 6 de la
Ley 16.072 acarrearía la nulidad del contrato.
Sin embargo, existen varios argumentos que abonan la posición que considera al leasing como un contrato consensual.
En primer lugar, la Ley no establece que la omisión de su instrumentación en documento público o privado acarree la
nulidad del contrato.
En segundo lugar, el art. 8 del CC, luego de disponer que lo hecho contra las leyes prohibitivas es nulo, agrega: "si en las
mismas no se dispone lo contrario". Y, precisamente, el art. 52 dispone lo contrario: que no se considerará contrato de
crédito de uso, ni podrá inscribirse como tal, aquel que contenga estipulaciones que se aparten de lo previsto en la Ley n°
16.072. En buen romance, lo que aquí se establece - sin negar la validez del contrato - es que la entidad acreditante no
podrá invocar las prerrogativas especiales que le confiere la Ley n° 16.072. Naturalmente, tampoco podrá inscribirse este
contrato, puesto que para ello, como mínimo, los registros exigen que se les presente un documento privado con firma
certificada notarialmente.
B. Registro
De acuerdo con la Ley Orgánica Registral n° 16.871 de 1997, el contrato se debe inscribir en distintas secciones:
si recae sobre inmuebles, en la Sección Inmobiliaria del Registro de la Propiedad;
si recae sobre automotores, en el Registro Nacional de Vehículos Automotores;
si el contrato recae sobre naves, se inscribe en el Registro de la Escribanía de Marina;
si recae sobre aeronaves, se inscribe en el Registro Nacional de Aeronaves;
si se tratare de otros bienes, concretamente identificables, en el Registro Nacional de Prenda sin desplazamiento.
El art. 7 de la Ley n° 16.072 establece que el contrato se inscribirá, a pedido de la institución acreditante.
El plazo para pedir la inscripción es de 5 días hábiles.
Consecuencias de la omisión del acreditante (art. 7): multa en beneficio del usuario, equivalente al importe de la primera
cuota periódica pactada en el contrato y responderá además de los daños y perjuicios que pueda sufrir el usuario por su
incumplimiento, sin perjuicio del derecho del usuario a solicitar su inscripción.
Término de caducidad: 5 años.
Se puede reinscribir por períodos iguales, a solicitud de cualesquiera de las partes, sin otro requisito que la presentación
del contrato original y una fotocopia firmada por la institución acreditante[3].
Efectos de la inscripción:
confiere al usuario un derecho real respecto de cualquier enajenación o gravamen posterior (art. 8 LCU),
le acuerda acción para recuperar la utilización del bien (art. 8),
cuando haya pagado su prestación y cumplido con todas las obligaciones estipuladas, para exigir su transferencia forzada
si se hubiere pactado la opción de compra, cuando circunstancias posteriores a la inscripción del contrato inhibieren o
impidieren el ejercicio de la opción de compra o sus efectos (art. 8).
el bien sólo podrá ser enajenado a una institución comprendida en el art. 3 (art. 11 LCU).
El juez competente, previa citación con emplazamiento en forma, restituirá al usuario en la utilización del bien u otorgará,
en su caso, el consentimiento para el contrato de compraventa en representación del enajenante; en caso de oposición,
se seguirá el procedimiento de los incidentes.
C. Régimen tributario
Destacamos que en los arts. 38 y ss. de la Ley 16.072 se establece un tratamiento tributario especial.
Allí, entre otras cosas, se establece la exoneración del Impuesto al Valor Agregado en ciertas condiciones (art. 45 Ley
16.072, sustituido por Ley 16.906, art. 20):
“A) Que el contrato tenga un plazo no menor a tres años.
B) Que los bienes objeto del contrato no sean vehículos no utilitarios, ni bienes muebles destinados a la casa-habitación.
C) Que el usuario sea sujeto pasivo del Impuesto a las Rentas de la Industria y Comercio, Impuesto a las Rentas
Agropecuarias o Impuesto a la Enajenación de Bienes Agropecuarios.”
En el art. 48 se establece que los créditos que se generen por la celebración de contratos de créditos de uso, estarán
exentos del Impuesto a los Activos de las Empresas Bancarias (IMABA).
El IMABA y el IRA fueron derogados por el art. 1 de la Ley n° 18.083 de 2007.
A partir de la Ley n° 18.083, el régimen tributario de las instituciones acreditantes es el siguiente:
A) No computarán dentro de su activo fijo los bienes objeto del contrato.
B) El monto actualizado de las prestaciones a recibir, incluso el de la opción de compra, constituirá activo computable
fiscalmente. El monto de las prestaciones previstas en el contrato se actualizará a la tasa de interés que se hubiere
pactado. En caso de no haberse estipulado la tasa, se calculará en base a la última publicada de acuerdo a lo dispuesto
por el inciso cuarto del artículo 15 de la Ley nº 14.095, de 17 de noviembre de 1972, en la redacción dada por el Decreto
Ley nº 14.887, de 27 de abril de 1979.
C) La ganancia bruta a los efectos de la liquidación del Impuesto a las Rentas de las Actividades Económicas estará
constituida por la diferencia entre las prestaciones totales y la amortización financiera de la colocación al término de cada
ejercicio, sin perjuicio de computar también las diferencias de cotización, si la operación estuviere pactada en moneda
extranjera y los reajustes de precio si la operación estuviere pactada en moneda nacional reajustable.
De acuerdo con lo dispuesto por el art. 80 de la Ley n° 18.083, los contratos de crédito de uso tendrán el tratamiento
tributario que se establece antedicho, en cuanto cumplan cualquiera de las siguientes condiciones:
A) Cuando se pacte en favor del usuario una opción irrevocable de compra mediante el pago de un valor final cuyo monto
sea inferior al 75% (setenta y cinco por ciento) del valor del bien que haya sido amortizado en el plazo del contrato. A tales
efectos la comparación se realizará en la forma que se establece en el inciso siguiente.
B) Cuando se pacte en favor del usuario una opción irrevocable de compra sin pago de valor final.
C) Cuando se pacte que, finalizado el plazo del contrato o de la prórroga en su caso, si el usuario no tuviera o no ejerciera
la opción de compra, el bien deba ser vendido y el usuario soportara la pérdida o percibiera el beneficio que resulte de
comparar el precio de la venta con el valor residual.
Factoraje
B. Segunda modalidad
En una segunda modalidad, el factor anticipa al cliente el importe de los créditos que concedió. Se hará cargo de su
cobranza pero sin correr su riesgo. Si el deudor no paga, el factor podrá promover acción contra el factoreado para
recuperar lo adelantado.
En esta modalidad, el factoring cumple una función de financiación, asimilable al descuento bancario.
El comerciante obtiene los recursos de las operaciones realizadas, de inmediato, sin tener que esperar el vencimiento de
los plazos concedidos. Puede convenirse que se le adelante el total o un porcentaje de los créditos. Puede pactarse,
también, un interés por los importes adelantados. En garantía de cada adelanto, el factor recibe los documentos de crédito
respectivo.
La adopción de esta modalidad favorece la liquidez de los titulares de las empresas, permitiéndole al factoreado pagar,
anticipadamente, a sus propios proveedores y obtener de estos mejores condiciones de contratación. Además, al hacerse
de efectivo pueden reponer inmediatamente su stock de mercaderías y cancelar obligaciones pendientes.
Esta modalidad supone la celebración de un contrato de ejecución continuada en que el factor se obliga a efectuar los
adelantos sobre créditos que el cliente conceda y en las condiciones que se estipularán. En el marco de ese contrato, el
cliente le entregará al factor los documentos que se vayan emitiendo y que respalden los créditos concedidos y el factor
le adelantará su importe.
C. Tercera modalidad
En una tercera modalidad, el factoraje implica, en lo esencial, una cesión de créditos.
Atendiendo a su naturaleza jurídica, es posible distinguir dos submodalidades:
el factoraje como promesa de cesión de créditos y
el factoraje como cesión global de créditos.
Esquema de Factoring
B. Segunda modalidad
Contrato por el cual el factoreado entrega los créditos al factor y éste le anticipa su importe pero sin asumir el riesgo de
la cobranza. Si el deudor no paga, el factor podrá promover acción contra el factoreado para recuperar lo adelantado.
En esta modalidad, el factoring cumple una función de financiación, asimilable al descuento bancario cuándo éste obedece
a un préstamo.
Contrato por el cual el factoreado se obliga a ceder los créditos, actuales o futuros, que tenga sobre su clientela y el factor
se obliga a adquirirlos, anticipándole una parte del cobro, como precio por la cesión. El factor puede asumir el riesgo de
cobro pero puede, también, no hacerlo.
Es posible distinguir dos submodalidades: el factoraje como promesa de cesión de créditos y el factoraje como cesión
global de créditos.
El contrato de cesión de crédito está regulado tanto en el Código Civil (CC), como en el Código de Comercio (CCom).
En las líneas siguientes, sin perjuicio de brindar un concepto de cesión de crédito aplicable en ambos ámbitos,
analizaremos el régimen mercantil.
En oportunidad de dicho análisis, haremos las distinciones que correspondan respecto al régimen civil.
B. Contenido obligacional
La obligación principal del cedente consiste en transmitir al cesionario la propiedad de un crédito.
La obligación principal del cesionario es pagar el precio.
B. Obligación de garantía
Sin perjuicio de ese contenido obligacional básico, el CCom le impone al cedente una obligación de garantía.
El cedente garantiza la existencia y legitimidad del crédito al tiempo de la cesión.
No responde, en cambio, por la solvencia del cedido, a menos que se hubiera expresamente obligado a ello y sólo hasta
la suma concurrente del precio que recibió en virtud de la cesión (art. 567).
No obstante, aunque se haya obligado a responder por la solvencia del cedido, su responsabilidad sólo se refiere a la
solvencia de éste al momento de la cesión y nunca a la futura (art. 568).
a. Relevancia de la notificación
La notificación del cedido no es un requisito de validez del contrato de cesión. Sin embargo, es un requisito preceptivo
para dotar de eficacia a la tradición, a menos que el deudor hubiera renovado su obligación en favor del cesionario (en
cuyo caso la notificación sería, obviamente, superflua).
La falta de notificación hace inoponible la cesión respecto del cedido. Por lo tanto, mientras no se haya notificado la cesión,
el cedido paga lícitamente al cedente.
El art. 1757 del CC – norma que consideramos aplicable supletoriamente al régimen de la cesión mercantil – establece
que el cesionario no se considera dueño del crédito con respecto a terceras personas, mientras no denuncie o notifique
la cesión al deudor. Sobre la base de esta disposición, la doctrina explica que, de por sí, el negocio obligacional no
transfiere el crédito. La notificación es necesaria para operar el negocio dispositivo de transferencia del crédito que se
basa en el contrato de cesión, en cuanto negocio básico de carácter obligacional. Verificada la tradición, la norma señala
que no produce efectos mientras no se produzca la notificación[17]. La tradición no produce su efecto típico (transferencia
de la propiedad), aun cuando coloca al cesionario en condiciones de notificar la cesión al deudor, en cuyo instante, se
hace oponible tanto respecto de éste como de los terceros[18].
Así se ha entendido en nuestra jurisprudencia desde larga data:
“La notificación de la cesión del crédito al deudor es indispensable, no sólo para que la cesión sea eficaz frente a éste,
sino también para que pueda ser válida frente a terceros. Hasta tanto esa formalidad no se cumpla, el cesionario no
adquiere la propiedad del crédito cedido, sin perjuicio del valor de la cesión entre las partes.”[19]
Cuando el art. 1757 del CC se refiere a la notificación de la cesión, no está aludiendo al contrato sino a la transmisión del
derecho de propiedad sobre el crédito. Si no existió tradición, no hay nada que notificar al deudor, puesto que el cesionario
todavía no es dueño del crédito.
b. Forma de la notificación
Tal como señala Gamarra - respecto de la cesión de crédito civil - que al deudor se le haya puesto en conocimiento de la
cesión no implica que se le haya notificado. La exigencia de que se verifique una notificación, no está meramente dirigida
a hacer conocer la cesión al deudor, sino que cumple una función preceptiva en cuanto impone un comportamiento futuro
al destinatario de la misma[20].
Cuando se está ante una función preceptiva, la forma asume una función constitutiva, en cuanto el contenido no será
influyente y válido en una forma diferente a la preceptuada por la Ley. Según enseña Gamarra, el valor normativo que el
contenido adquiere para los destinatarios, se presenta justamente unido a la forma, es decir, al tipo de acto en que aquél
es llevado a su conocimiento y aparece, por tanto, inescindible de tal forma, que no es sustituible por equivalentes[21].
El acto de la notificación debe estar dirigido pura y exclusivamente a hacer conocer al deudor la cesión. Por consiguiente
– continúa Gamarra – no pueden admitirse como formas idóneas de notificación aquellos actos que, persiguiendo una
finalidad diversa, pueden conducir, también, a que el deudor se entere de la cesión. La inobservancia de la forma apareja
la indiferencia (inidoneidad) del conocimiento que el deudor pueda tener[22]. Esta clara caracterización del acto de
notificación de la cesión – enteramente trasladable al ámbito mercantil - ha sido de recibo por nuestra jurisprudencia[23].
c. Negativa de aceptación
La negativa a la aceptación no permite que el deudor se mantenga desvinculado del cesionario. De lo dispuesto en los
arts. 564 y 565 del CCom – idénticos a los arts. 1759 y 1760 del CC – se desprende que el deudor cedido que negó su
aceptación, no puede ignorar la cesión. La cesión es igualmente válida y eficaz.
Sin embargo, de estos artículos surge que la negativa de aceptación tiene la virtualidad de permitirle deducir contra el
cesionario, excepciones "que no resulten de la misma naturaleza del crédito" (art. 564 CCom), tal como habría podido
oponerlas al cedente, "aun las meramente personales" (art. 565 CCom). Éste sería el caso, por ejemplo, de la excepción
de compensación, a la que se remite expresamente el art. 1760 del CC[24]. Es, también, el caso de la excepción de pago.
La doctrina civilista y la jurisprudencia, han propuesto diversas interpretaciones para superar la contradicción entre la
consecuencia que el art. 1758 del CC atribuye al no consentimiento de una cesión debidamente notificada (la ineficacia
en cuanto al deudor) y la consecuencia que los arts. 1759 y 1760 le atribuyen a la negativa de aceptación formulada por
el deudor (posibilidad de deducir contra el nuevo acreedor, excepciones que no resultan de la naturaleza del crédito, aun
las meramente personales que se tuvieren contra el cedente).
C. Transmisión de accesorios
La cesión de un crédito comprende sus accesorios, como las fianzas, hipotecas y privilegios (art. 566). Entendemos que,
en consecuencia, simultáneamente o después de la cesión de un crédito, se deben instrumentar las transferencias de las
garantías constituidas con las exigencias legales requeridas, según el caso[6].
E. Cesión de crédito litigioso
Un crédito se considera litigioso si ha habido demanda y contestación sobre el fondo del derecho (art. 571).
La persona contra quien se ha cedido un crédito litigioso puede compeler al cesionario a que le libere, abonándole el
precio de la cesión, más los intereses y las costas. Este derecho debe ser ejercido por el deudor, dentro del mes siguiente
a la notificación de la cesión (art. 569).
Esta facultad no puede ejercerse en dos casos: si la cesión fue hecha a un coheredero o comunero del crédito cedido o
si ha sido hecha a un acreedor del cedente, en pago de su deuda (art. 570).
Depósito bancario
El depósito bancario es el contrato por el cual el banco recibe del cliente una suma de dinero, de la cual puede disponer
libremente, obligándose a restituirla el mismo género y cantidad, en el plazo convenido. Los depósitos pueden ser a plazo
fijo o a la vista. En el primer caso, el banco remunera al cliente con intereses por el plazo de la colocación. En los depósitos
a la vista, en general, no se paga interés.
I. Clasificaciones
A. Depósito a la vista y depósito a plazo fijo
El depósito de dinero puede ser a la vista, con previo aviso o a plazo fijo, según sean las condiciones previstas para la
devolución del dinero por el banco. En el depósito a la vista, la institución bancaria tiene obligación de reintegrar el dinero
depositado en el momento en que el depositante se lo exige. En el depósito con previo aviso se estipula que el depositante
puede retirar el dinero dando un aviso previo al banco, dentro de un determinado término de días. En el depósito a plazo
fijo el depositante no puede retirar el dinero depositado y el banco no tiene obligación de reintegrarlo mientras esté
pendiente el plazo pactado.
El plazo es un término fijo, esto es, un acontecimiento futuro y cierto. El previo aviso o preaviso es un acontecimiento
incierto que se compone de una declaración de voluntad, de dar por rescindido el depósito y de un plazo que empieza a
correr a partir del momento en que se hizo la denuncia (se dio el preaviso).
Los depósitos a plazo se distinguen tradicionalmente en depósitos a largo plazo y a corto plazo. Los depósitos a plazo
son llamados de ahorro, porque precisamente responden a un propósito de ahorro. Son dineros que se acumulan, como
una forma de capitalización privada sujeta a los planes y posibilidades del ahorrista.
A. Depósito irregular
Buena parte de la doctrina los llama depósitos irregulares, afirmando que es de todos modos un depósito mercantil en
que la obligación de custodia, cuando se trata de estas cosas fungibles, consumibles, queda cumplida por la conservación
de otro tanto de la misma especie y calidad de la cosa depositada. Otros autores sostienen que el depositario se obliga
al empleo prudente de la cosa depositada, de manera que pueda garantizarse su restitución, tan pronto como el
depositante lo solicite.
En el título del Código de comercio que regula el contrato de depósito, el art. 740 dispone:
“Los depósitos hechos en bancos públicos, quedan sujetos a las disposiciones de las leyes, estatutos o reglamentos de
su institución; y en cuanto en ellos no se halle especialmente determinado, serán aplicables las disposiciones de este
título.”
Debemos señalar que, no obstante ese texto legal, el depósito bancario tiene caracteres especiales que lo distinguen del
depósito mercantil común.
B. Préstamo
Según otra posición, se trata de un depósito de cosas fungibles, consumibles, cuya propiedad se transfiere al depositario,
que puede disponer de ella, con la obligación de restituir otro tanto de la misma especie y calidad.
2. Condiciones de funcionamiento
El banco abre una cuenta al depositante. En el haber de la cuenta se anotarán los depósitos en dinero realizados por el
depositante y también los intereses que el banco le acredite. En el debe de la cuenta se anotarán los retiros.
Sólo caben dos movimientos en el depósito en cuenta de ahorro: crédito y débito. Los créditos se harán normalmente en
dinero. También, se acreditan los intereses. El abono de dinero no presenta dificultades.
Toda vez que se realiza un depósito el depositante firma una nota de depósito que le proporciona el banco. Esta nota
queda en poder del banco, que entrega un duplicado, generalmente con el sello del cajero que lo recibe. Cuando el cliente
retira dinero se firman otros comprobantes que también le proporciona el banco.
Redescuento
El redescuento es un contrato por el cual, un banco anticipa a otro banco dinero sobre el importe de un crédito a vencer,
descontando los intereses correspondientes al tiempo que media entre el anticipo efectuado y el vencimiento del crédito
a descontar.
El redescuento es un contrato que se realiza entre bancos y tiene el mismo alcance que el realizado con un particular
(descuento).
La principal finalidad de esta operación es la de movilizar los créditos que los bancos concedieron a través del descuento.
Esta movilización puede generar problemas de liquidez en los bancos, además de alterar el mercado monetario general.
Por esta razón, la operación de redescuento sólo se puede realizar con el Banco Central del Uruguay.
La cuenta corriente bancaria está regulada en los arts. 33 a 38 de la Ley 6895 de 1919 y por Circulares del Banco Central
del Uruguay, incorporadas a la Recopilación de Normas de Regulación y Contralor del Sistema Financiero, arts. 145 y
siguientes.
La cuenta corriente bancaria es el contrato convenido entre un banco y su cliente por el cual aquél se obliga a realizar,
por cuenta de éste, todas las operaciones inherentes al servicio de caja, contabilizando puntual y sistemáticamente los
ingresos y egresos de fondos en la cuenta del cliente.
Se conviene el banco llevará una cuenta especial en que se registrarán los importes que el cliente deposite en el banco,
así como los retiros que efectúe. Los retiros se deben efectuar mediante el libramiento de cheques. También, puede
utilizarse la cuenta corriente bancaria para registrar la utilización de un crédito concedido por el banco.
El cuenta correntista dispondrá de los saldos a su favor o de los créditos concedidos, total o parcialmente, mediante el
giro de cheques. Generalmente se admiten órdenes de crédito o de débito formuladas de otra forma, y la posibilidad de
realizar compensaciones, pero la mecánica normal establecida es el uso del cheque. El cheque es el resorte técnico
previsto para operar, tanto en la cuenta corriente con provisión de fondos, efectuada por el cliente, como en aquélla que
se nutre con el crédito acordado por el banco.
El mecanismo de la cuenta corriente bancaria supone que el banco no sólo ha de llevar una cuenta sino que, además, ha
de prestar lo que se llama un "servicio de caja", atendiendo el pago de los cheques que se libren contra esa cuenta. Por
el contrato de cuenta corriente, el banco autoriza al cliente a girar cheques y asume, como obligación principal, la de
atender su pago, prestando este servicio.
B. Al descubierto
La cuenta corriente al descubierto está ligada a un contrato de apertura de crédito, por el cual el banco confiere al cliente
el derecho de utilizar dinero hasta el monto total del crédito concedido, girando cheques contra la cuenta. Este mecanismo
tiene la peculiaridad de que el cliente tiene la facultad de utilizar parte o todo el crédito, que puede rembolsar el dinero
prestado, mediante depósitos en la cuenta y que puede volver a hacer uso del crédito, todas las veces que le interese
dentro del plazo que se haya pactado.
El banco que abre un crédito a su cliente, utilizable en cuenta corriente, se compromete a pagar los cheques girados
contra ella, hasta el importe del crédito concedido. El banco pagará los cheques y con ello se efectiviza el préstamo de
dinero, cumpliendo con la apertura de crédito. Luego, el banco debita los importes de los cheques en la cuenta. El cliente,
con depósitos sucesivos, puede ir reduciendo el importe de su deuda y podrá volver a utilizar el crédito, librando otros
cheques.
Un banco puede abrir un crédito pero utilizable en vales. En tal caso, toda vez que el cliente necesita del crédito concedido
deberá firmar un vale por el importe prestado. Luego, cuando lo cancela, el banco le restituirá el vale. Se repetirá esa
operación toda vez que el cliente necesite hacer uso del crédito concedido.
El mecanismo del crédito utilizable en cuenta corriente es más ágil. El cliente utiliza ese crédito, girando cheques. La
utilización del crédito simplemente se anota en el debe de la cuenta y el depósito para el reembolso se anota en el haber.
4. Libramiento de cheques
La disposición de fondos en la cuenta corriente se practica librando cheques. El banco puede, también, hacer débitos
ordenados por el cliente o autorizados por éste.
La cuenta corriente mercantil, por sí misma, no sirve de fundamento para el libramiento de ningún título valor.
A. Documentación
La Ley de 1919 presupone la existencia de un documento. En el art. 37 dispone: “Las partes fijarán la tasa del interés y
todas las demás cláusulas que establezcan las relaciones jurídicas entre el cliente y el Banco”.
El documento que se extienda tiene eficacia probatoria.
Por el art. 147 de la Recopilación de Normas e Regulación y Contralor del Sistema Financiero del Banco Central del
Uruguay, se ha impuesto a los bancos la obligación de documentar los contratos de cuenta corriente, estableciendo ciertas
constancias que ese contrato debe necesariamente contener. En cuanto a la posibilidad de que el contrato de cuenta
corriente contenga estipulaciones abusivas nos remitimos a las normas contenidas en la Ley 17.250 de relaciones de
consumo.
B. Cierre de la cuenta
El art. 34 de la Ley 6895 de 1919 establece que la cuenta bancaria puede cerrarse cuando lo exija el banco o el cliente,
previo aviso con diez días de anticipación, salvo convención en contrario.
No debe confundirse el cierre de la cuenta corriente con su clausura. El cierre es la liquidación de una cuenta para fijar el
saldo y capitalizar intereses. No significa, necesariamente, la extinción del contrato.
La Ley 6895 de 1919 contiene una norma sobre rendición de cuentas. El art. 35 dispone:
“Los Bancos deberán pasar a los clientes, dentro de los ocho días siguientes a la terminación del trimestre o período
convenido de liquidación, una comunicación avisándoles sus saldos y pidiéndoles su conformidad escrita. Esta, o las
observaciones a que hubiere lugar, deben ser presentadas dentro de diez días de recibido el aviso. Si en este plazo el
cliente no contestare, se tendrán por reconocidas las cuentas en forma presentada y sus saldos deudores o acreedores
serán definitivos en la fecha de la cuenta.”
La norma general contenida en el art. 86 del Código de Comercio, establece el plazo de un mes para hacer observaciones
a la rendición de cuentas, admitiendo expresamente la prueba contraria y lo que se establezca en ciertos casos.
En cuanto al régimen de intereses, la Ley de 1919 en su art. 36 establece:
“En la cuenta corriente bancaria los intereses se capitalizarán por trimestre, salvo estipulación expresa en contrario”.
I. Concepto
Por el contrato de arrendamiento de cajas de seguridad se pone, a disposición del cliente, el uso individual de un
determinado compartimiento o caja fuerte que se halla en un espacio blindado que el banco construye al efecto[1]. El uso
de la caja se concede a cambio de un precio.
El contrato suele documentarse en el llamado contrato de cofre fort, que especifica los respectivos derechos y obligaciones
de ambas partes. El banco se obliga a custodiar las cajas, velando por la integridad física de las mismas y debe responder
de la idoneidad de los locales en que estén instalados para el fin que se le destina. El cliente puede acceder a la caja en
los horarios que se le fijan.
La apertura de las cajas se hace previa firma del usuario en una ficha especial en presencia de un funcionario del banco
y con el concurso de dos llaves distintas, una en posesión del usuario y otra del banco. Abierta la caja, el funcionario se
retira y el cliente guardará allí bienes o los retirará sin que el banco tome conocimiento de ello.
A. Naturaleza jurídica
La naturaleza jurídica del contrato por el que se adquiere el uso de la caja es muy discutida. En general, predomina la
tesis del arrendamiento de cosas.
A nuestro juicio, lo más acertado será ver en esa figura jurídica un contrato mixto de arrendamiento de cosa, puesto que
se cede el uso de la caja y de arrendamiento de servicios pues el banco se obliga a vigilar y custodiar el lugar en que se
halla instalada la caja.
No es un depósito porque falta el acto de la entrega al banco de los objetos a colocar en la caja. El cliente deposita bienes
en la caja pero el banco los desconoce.
B. Caracteres
Es un contrato de ejecución continuada. Se trata de una convención de la cual emanan una serie de prestaciones
reiteradas que se cumplen durante todo el término por el cual se ha concertado el contrato.
Se trata de un contrato de adhesión: la entidad prestadora del servicio presenta e impone un contrato con cláusulas
predispuestas, que no han surgido de previas tratativas y que el cliente debe aceptar, sin posibilidad de modificar su
contenido y alcances.
III. Responsabilidades
En la ejecución del contrato pueden generarse responsabilidades. El usuario podrá exigir las indemnizaciones pertinentes
por pérdidas y demás daños soportados en ocasión o con motivo del contrato. Damos un ejemplo: si se produce un robo,
en que los delincuentes ingresan al recinto bancario y abren los cofres vaciándolos.
La resarcibilidad del daño cuya reparación se persigue requiere que el mismo sea cierto y no eventual o hipotético. Al
respecto señalamos que, en caso de controversia, habrá gran dificultad para probar los valores que se hallaban en el
cofre. Debe el usuario probar la existencia de los bienes depositados y de su respectivo valor. La carga de la prueba del
contenido de la caja le corresponde al usuario pues, caso contrario, se le exigiría al banco la prueba de un hecho negativo.
La especial privacidad o secreto del cual el usuario se prevalece en el esquema negocial objeto de análisis y la
consecuente ausencia de conocimiento por parte del banco respecto de la existencia y cualidades de los efectos que se
guarden en el cofre, hacen difícil, por no decir imposible, la prueba del daño.
En los contratos se suelen incluir cláusulas tendientes a eximir de responsabilidad al banco. Es discutible su validez
porque los clientes buscan la garantía de máxima seguridad contra el riesgo de robo, extravío o pérdida de las cosas que
guardan en el cofre. El deber de custodia del banco es de la esencia del negocio, es causa de su celebración y, por ende,
las cláusulas exonerativas de responsabilidad no tendrían valor alguno, pues implican una renuncia anticipada de
derechos por parte del cliente.
La solución adecuada sería incluir en el contrato una cláusula limitativa de responsabilidad que establezca el importe de
la indemnización para la hipótesis de pérdidas de los bienes guardados en el cofre. Otra solución es la contratación de
seguros por el arrendatario o por el arrendador para cubrir los riesgos de todas las cajas.
Garantías bancarias
I. Aval bancario
El aval bancario es un contrato por el cual un banco se obliga, a pedido de un cliente, a pagar una suma de dinero a un
tercero, siempre que se den determinadas circunstancias de incumplimiento por su parte.
El aval bancario es una modalidad de fianza.
Puede afianzarse o avalarse obligaciones financieras. Por ejemplo, el cliente obtiene un préstamo de un banco y éste le
exige una fianza bancaria o el aval bancario. Ello es corriente, cuando se obtiene un crédito de un banco radicado en el
exterior. El banco extranjero exige que el deudor nacional obtenga fianza o aval bancario de un banco nacional. Incumplida
la obligación por el deudor principal, el banco extranjero hace el correspondiente débito a la cuenta del banco nacional
fiador o avalista y se cobra en su crédito.
Existen casos en que se afianzan obligaciones de otra índole como ser las obligaciones asumidas por contratos, en
especial, de ejecución continuada.
Puede tratarse de obligaciones contraídas por el cliente con particulares o con el Estado. Damos ejemplos.
El cliente del banco celebra un contrato de suministro por el cual se obliga a hacer entregas de mercaderías a otro
comerciante. La necesidad de garantías surge por los riesgos de la inejecución en los contratos de ejecución continuada,
de la ejecución tardía, de la ejecución defectuosa y del no reembolso de pagos efectuados a cuenta.
El cliente se presenta en una licitación para un contrato con el Estado y se le exige garantía de mantenimiento de la oferta
y garantía de la ejecución de los trabajos licitados.
III. Riesgos
El banco se expone a compensar con su dinero el incumplimiento de su cliente, las sanciones estipuladas y las
indemnizaciones por inejecución de las obligaciones o por daños causados. Toda fianza de este tipo contiene el riesgo de
ser una especie de crédito en descubierto pues no se puede precisar de antemano cuanto se ha de pagar, salvo que se
estipule un tope.
Por otra parte, habrá dificultades en el reembolso, frente al cliente incumplidor. Si este no cumple su obligación porque
tiene dificultades, también las ha de tener para rembolsar.
Los bancos tienen dificultades mayores para resolver el otorgamiento de estas garantías que para conceder un crédito
común. Frente a un crédito común, se estudian las probabilidades de que llegue a un buen fin; si se trata de apertura de
crédito, se debe vigilar las circunstancias que pueden modificar tales probabilidades.
Tratándose de garantías, son mayores las precauciones a tomar porque por ellas el banco se liga por más tiempo y
durante ese tiempo el banco no puede retirarlas. Si fuere un contrato de apertura de crédito, el banco puede romper el
compromiso ante el cambio de situación del cliente; pero siendo una garantía queda atado y el acreedor sólo lo liberará
por sustitución con otro garante y tal cosa es prácticamente imposible si el garante ha desmejorado la situación.
Además, son distintos los criterios a tener en cuenta por el bancos antes de otorgar la fianza. No basta que se informe de
la situación financiera del cliente. Especialmente cuando se trata de fianzas vinculadas con licitaciones, ha de tenerse en
cuenta si el cliente tiene los medios técnicos y humanos adecuados para cumplir con la contratación, lo cual es más difícil
de evaluar que la consistencia de un balance.
Los bancos, para afrontar esos riesgos, deben tomar contra-garantías y así lo hacen en la práctica.
El otorgamiento de fianzas o avales se ha reglamentado por circulares del Banco Central del Uruguay, en normas que
alcanzan cualquier compromiso contraído por cuenta de un tercero (art. 107). El principio general es que se autorice a los
bancos a otorgar fianzas, avales y garantías y se imponen condiciones (art. 107).
1. Sólo se pueden acordar a personas que por disposiciones vigentes se encuentren en condiciones de ser asistidas,
directamente por un crédito bancario (art. 108). El 75% de los depósitos de ahorro se debe aplicar a destinos marcados
por el Banco Central del Uruguay (art. 98): producción agropecuaria e industrial, obras de infraestructura, etc.
2. Se limita el monto total de compromisos que asume el banco, pues se establece que están comprendidos en el margen
de endeudamiento. Pueden los bancos percibir depósitos y contraer obligaciones hasta 20 veces su responsabilidad
patrimonial neta. Por encima de ese límite, deben hacer encaje.
3. No tienen ese límite las garantías que estén cubiertas por contra-garantías reales constituidas en el país, expresamente
determinadas por la circular (art. 112).
4. El monto y plazo de obligaciones garantidas deben estar perfectamente determinadas (art. 114).
5. Se impone que los bancos instrumenten las fianzas de tal modo, que en caso de tener que cumplir con la obligación,
cuenten con título hábil para obtener la restitución de lo pagado (art. 115). Desde luego los bancos deben informar al
Banco Central del Uruguay sobre garantías otorgadas.
Tarjeta de crédito
3. Vale incompleto
En el contrato de tarjeta crédito se suele agregar un vale que firma el usuario en que se deja en blanco la suma, la fecha
de libramiento y la fecha de vencimiento.
a. Sobre la admisibilidad del vale en blanco
Szafir considera que la exigencia de un vale en blanco para obtener una tarjeta de crédito es contraria a la buena fe y
carente de justificación alguna.
Según Szafir, configura un exceso al derecho de requerir garantías, desequilibrante de los derechos y obligaciones de las
partes. Entiende que debe considerarse abusiva la cláusula que establece esta exigencia[43].
No coincidimos con la opinión de Szafir. Las importantes dificultades jurídicas generadas por el tema de la configuración
de un título ejecutivo o no, con los saldos deudores de la tarjeta de crédito, así como con el tema de la prescripción,
promovieron la exposición de diversas posiciones doctrinarias, así como la dilucidación en la justicia de las diversas
opiniones. Frente a esta situación, la suscripción de un vale en blanco le dio certeza jurídica a este negocio de crédito,
sin la cual no habría alcanzado la difusión que ha logrado.
En la práctica, la suscripción del vale en blanco ha conseguido sustituir a las garantías que antes se exigían para el
otorgamiento de una tarjeta de crédito. De esa forma, se facilitó enormemente el acceso a una tarjeta de crédito a personas
que les sería muy dificultoso proporcionar garantías.
Ese vale, además, debe ser emitido en las condiciones que se analizarán a continuación, y sujeto – al igual que el contrato
de tarjeta de crédito en general - al contralor expresamente dispuesto de las autoridades del Banco Central del Uruguay
(BCU) y del Área de Defensa del Consumidor, lo cual equilibra las posiciones jurídicas de la emisora y sus clientes[44].
Por lo demás, la emisión de un título valor incompleto es admisible dentro del marco del Decreto Ley n° 14.701/1977, de
Títulos Valores (DLTV)[45]. El art. 4 del DLTV establece:
“Si se omitieran algunas menciones o requisitos, cualquier tenedor legítimo podrá llenarlas antes de presentar el título
para el ejercicio del derecho que en él se consigne.”
Sin perjuicio de considerar admisible la exigencia de un vale en blanco, a continuación, comentaremos algunos aspectos
del pacto de completamiento que, en particular, consideramos que sí pueden configurar cláusulas o condiciones abusivas.
b. Pacto de completamiento
Como documento anexo se suele firmar un pacto de completamiento. Éste es un pacto por el cual el usuario autoriza al
emisor a llenar el blanco del vale, con el importe necesario para cancelar los saldos impagos y los intereses
correspondientes.
También se le autoriza a hacer conversión a pesos o a dólares.
El art. 5 del Decreto 409/996 establece que, en todo caso que se emita un título valor incompleto, debe otorgarse un
documento anexo donde consten en forma precisa e indubitable, las instrucciones para completarlo. Además, dispone
que un ejemplar de ese documento, debidamente suscrito por las partes, debe ser entregado a cada uno de los firmantes
al momento de la emisión.
Por Circular 1597 del 15 de mayo de 1998 del BCU, se sustituye el art. 79 de la Recopilación de Normas de Regulación
y Control del Sistema Financiero, dándole la siguiente redacción:
“Cuando a la fecha de crearse el documento de adeudo se omitieren algunas menciones o requisitos en el mismo, deberá
suscribirse un documento complementario con su fecha de creación, en donde consten, en forma precisa e indubitable,
las instrucciones para completar el titulo valor.
El documento complementario deberá conservarse junto al documento de adeudo hasta la cancelación de la obligación
originaria y será suscrito por la institución acreedora y el o los firmantes del título valor. Una copia del documento
complementario suscrito será entregada bajo recibo al o los firmantes del documento de adeudo.
El título valor emitido en las condiciones señaladas en el inciso primero, deberá ser a la orden de la institución financiera
y no podrá ser endosado.”
En cumplimiento de lo dispuesto por las normas referidas, en el contrato se acuerdan instrucciones para su
completamiento por parte de la emisora, en caso de rescisión del contrato o falta de pago de los importes adeudados. El
monto con que se completará el vale será el importe líquido necesario para cancelar los saldos impagos incurridos por el
cliente titular o por los tenedores de tarjetas adicionales, más los intereses correspondientes. Se acostumbra estipular,
asimismo, que la emisora pueda completar el vale con un monto en pesos o en dólares, haciendo las conversiones
correspondientes.
El interés moratorio se suele estipular en el propio vale con una cláusula genérica que expresa que el cliente abonará la
tasa máxima admitida por la Ley. Este tipo de cláusula contraviene lo dispuesto por el artículo 11 del Decreto Ley 14.095,
con las modificaciones introducidas por el Decreto Ley 15.226, que establece, entre otras cosas, que los intereses deberán
ser especificados en forma expresa, con mención concreta de valores numéricos. Sin perjuicio de ello, podría pactarse
una tasa variable, referida a plazas o promedios determinados. La Ley establece la nulidad de toda estipulación en
contrario.
La emisora de la tarjeta de crédito, primera tenedor del vale, está obligada contractualmente a completarlo según lo
establecido en el contrato de emisión de la tarjeta. Si se completara el vale, en forma diferente a lo acordado, el usuario
podrá oponer al emisor la correspondiente excepción, por interpretación a contrario sensu del artículo 61 del DLTV.
El art. 61 establece:
“Cuando una letra de cambio incompleta en el momento de su creación se hubiese completado contrariamente a los
acuerdos celebrados, el cumplimiento de estos acuerdos no podrá alegarse contra el tenedor, a no ser que éste haya
adquirido la letra de cambio con mala fe o que al adquirirla, haya incurrido en culpa grave.”
Si el tenedor fuera un tercero, el usuario no podrá excepcionarse; sólo tendrá una acción contra la emisora por
incumplimiento contractual, que deberá tramitar en un juicio ordinario[46].
A. Contenido obligacional
1. Obligaciones del comerciante
a. Obligaciones básicas:
Proveer de bienes o servicios a los tarjeta-habientes, contra la suscripción de un cupón o voucher. Cuando el consumidor
se identifica mediante una tarjeta de crédito, el comerciante inmediatamente procede a suministrarle el cupón referido,
porque así lo determina el contrato que lo vincula con la emisora.
Entregar a la emisora los comprobantes de venta, llenando un formulario que ésta le entrega. En ellos se detallan los
importes de los comprobantes. Luego, la emisora liquida un porcentaje de descuento. Eventualmente esta entrega se
hace electrónicamente.
b. Obligaciones accesorias:
No discriminar a los tarjeta-habientes respecto al resto de sus clientes recargando el precio con el valor total o parcial de
la comisión[59]. Si lo hiciera, el tarjeta-habiente no tiene acción contra el comerciante, puesto que la obligación de éste
es para con la emisora.
Obligaciones de diligencia, como la de consultar los medios impresos o boletines que bloqueen tarjetas[60] y, antes de
aceptar la tarjeta que presenta el cliente, consultar a la emisora por vía telefónica o realizar la consulta mediante el pasado
de la tarjeta por una terminal electrónica independiente o integrada a la caja del establecimiento, en cuyo caso la
autorización de pago se obtiene automática y directamente de una central común[61].
Asimismo, el comerciante se obliga a aceptar la tarjeta sólo para la venta de bienes o servicios de su establecimiento y,
exclusivamente para instrumentar una real operación comercial y no, por ejemplo, para proveer de efectivo a un cliente[62].
2. Obligaciones de la emisora
La emisora, por su parte, se obliga a abonarle al comerciante el monto de todos los vouchers firmados por sus tarjeta-
habientes, menos una comisión, siempre y cuando el comerciante haya cumplido con ciertos deberes de diligencia
impuestos expresamente en el contrato en análisis: debida identificación del tarjeta-habiente, correcto completado del
vale, consulta al emisor para la verificación del crédito, etcétera.
Generalmente, se conviene que la emisora hará los pagos, mensualmente, en fechas que se estipulan. En alguna
modalidad, el pago se realiza de inmediato y por sistemas computarizados, que se instalan en el comercio adherido. Se
registra la operación y queda su importe debitado en la cuenta del tarjeta-habiente y simultáneamente acreditado a la
cuenta corriente bancaria del comerciante adherido.
B. Naturaleza jurídica
La entidad emisora se obliga, frente al adherido, a descontar los conformes firmados por los tarjeta-habientes, en
oportunidad de realizar la adquisición de un producto o servicio, en tanto hayan sido contempladas las condiciones que
se estipulan. Podría, entonces, considerárselo como una promesa de descuento.
Esta consideración surge del siguiente análisis:
1. El comerciante adherido se obliga a entregarle a la entidad emisora, los documentos firmados por los tarjeta-habientes
cada vez que compran o contratan un servicio.
2. La entidad emisora se obliga a recibir esos documentos, siempre y cuando hayan sido firmados por tarjeta-habientes,
entregando como contraprestación una cantidad de dinero en efectivo.
3. La entidad emisora no le devuelve al comerciante adherido el total del importe que figura en el documento sino el saldo
remanente, una vez deducida una comisión. El monto de la comisión depende de un cálculo financiero.
A. Operativa
El contrato de tarjeta de crédito prevé la posibilidad de que el usuario celebre con los comerciantes adheridos al sistema,
contratos de compraventa o de arrendamiento de servicios o de obra. Al contratar con el comercio adherido, el usuario
presenta su tarjeta de crédito, que lo identifica como una de las personas a las cuales el comerciante está obligado a
proveer un bien o servicio en idéntica forma que a cualquier otro de sus clientes pero contra la firma un documento llamado
cupón o voucher.
El cliente deberá acreditar que su nombre es el que aparece en la tarjeta, mediante su cédula de identidad. El comerciante
podrá requerir una autorización telefónica o realizada mediante el pasado de la tarjeta por una terminal electrónica, según
ya se refirió[66].
El comerciante o proveedor de servicios puede conceder al usuario, plazo para el pago de sus adquisiciones. Se trata de
un beneficio adicional que le otorga.
B. El cupón o voucher
El comprobante, cupón o voucher es un documento privado impreso preparado por la entidad emisora o según sus
instrucciones, de los cuales se expiden, en general, dos o tres vías.
1. Contenido del voucher
Contiene, por lo menos, el importe de la operación realizada, la fecha de emisión, el domicilio del tarjeta-habiente y su
firma.
Eventualmente, llevan el nombre comercial del establecimiento, la marca que identifica a la tarjeta de crédito, el número
de tarjeta de crédito del cliente, el código de autorización de la operación, alguna referencia más o menos explícita a la
operación comercial a que se debe la emisión del voucher y una cláusula referente a la mora y a los intereses punitorios.
En la práctica comercial de nuestro país, algunas veces se incluye la palabra conforme o vale y la promesa incondicional
de pagar una suma de dinero.
2. Naturaleza jurídica del voucher
Respecto de la naturaleza jurídica del voucher se han sostenido posiciones diversas. La naturaleza jurídica del voucher
no es un asunto banal, puesto que de eso depende su función jurídica e incluso la naturaleza del relacionamiento jurídico
entre la entidad emisora y el comerciante adherido.
a. El voucher como factura
Algunos consideran que el voucher es una factura[67]. Así las considera nada menos que el BCU, según surge del art.
117.8 de la Recopilación (Resolución del 30 de junio de 1996):
“(Pago de las facturas conformadas por los usuarios). La empresa emisora de la tarjeta de crédito se obliga a pagar las
facturas que, por ventas de bienes y servicios, presenten los establecimientos adheridos al sistema, debidamente
conformadas por los usuarios.”
No obstante el tenor de la Resolución banconcentralista, está claro que los vouchers que se utilizan en nuestro medio no
constituyen facturas[68].
La factura es una nota expedida por el vendedor, que debe contener el nombre del comerciante y de su casa de comercio,
la fecha, el detalle de las mercaderías vendidas (naturaleza, calidad, cantidad), precio y modalidades de pago.
Según surge del análisis de los vouchers que se utilizan en nuestro medio, en general, en ellos no aparece ni el nombre
del comerciante, ni el de la casa de comercio, ni el detalle de las mercaderías vendidas.
Se llama factura conformada aquella que ha sido firmada por el comprador.
La expresión conformada, proviene de la costumbre de comercial de dejar constancia de que la factura fue recibida de
conformidad (recibí conforme).
La expresión factura conformada, así como la posibilidad de constituir con ella un título ejecutivo, puede llevar a confundir
a la factura con los conformes. Cabe advertir, entonces, que en nuestro país, la factura conformada no es un título valor,
puesto que no se ajusta a la definición prevista para tales documentos en el art. 1 del DLTV. Esta norma establece que
los títulos valores son los documentos necesarios para ejercitar el derecho literal y autónomo que en ellos se consigna.
En este contexto la factura no es un título valor pues carece de los elementos necesarios para su configuración.
b. El voucher como mandato o comisión
En la opinión de Pérez Fontana, el voucher es un documento mediante el cual el cliente delega en la emisora el
cumplimiento de la obligación contraída con el comerciante adherido o un mandato conferido a la emisora para que ésta
cancele la obligación por cuenta del usuario.
El voucher acreditaría la existencia de un contrato de compraventa o de arrendamiento de servicios. Constatada por la
emisora la existencia de esta operación, procederían a cancelarla en virtud tanto de la obligación asumida en el contrato
con el tarjeta-habiente con el comerciante adherido[69].
Decía Pérez Fontana:
“Cuando el tenedor de la tarjeta de crédito compra una cosa o arrienda un servicio, firma el cupón con el que delega el
pago en el emisor. No efectúa un pago, simplemente se libera de la obligación contraída que es asumida por el delegado,
delegación que fue aceptada por el emisor y los adherentes...”[70]
c. El voucher como título valor
Tal como está redactado en nuestra práctica comercial, contiene un vale o conforme[71] al portador, por el cual el usuario
promete el pago de una cantidad, que equivale al precio de compra. En algunos figura como beneficiario la entidad emisora.
Pérez Fontana negaba a los vouchers la calidad de títulos valores porque la cantidad adeudada, el lugar y la fecha de
emisión, figurarían fuera de la cláusula que establece la promesa de pagar[72].
No estamos de acuerdo.
Nos parece claro que el lugar de emisión no es una mención esencial, por cuanto el propio DLTV prevé la hipótesis de
que nada se estipule al respecto y la forma de suplir su falta (art. 56, inc. 3)[73].
En cuanto a que las menciones referidas figuren dentro del documento pero dentro de la cláusula en que se promete el
pago, esa no es una exigencia legal. El art. 120 sólo exige que la denominación “vale”, “pagaré” o “conforme” esté inserta
en el texto. Más allá de todo esto, los vouchers que actualmente se emiten en nuestra plaza, contienen todas las
menciones exigidas por la Ley.
En algunos casos en particular, la calidad de título valor se ve desvirtuada por contener los vouchers referencias a la
relación fundamental.
En materia de tarjetas de crédito, esto no ha pasado inadvertido por nuestra jurisprudencia, que en algún caso ha
entendido que las referencias a un contrato preexistente, desvirtuarían el carácter de título valor del voucher, por contrarias
los principios de literalidad y abstracción propios de los títulos valores. Así sucedió en un caso en que el voucher establecía:
“VALE por la cantidad expresada en el total recibido en bienes que debo y pagaré a la institución emisora de la tarjeta o
a su orden, de acuerdo con los términos del contrato de uso de la tarjeta”[74].
Frente a la ejecución de ese título, por resolución del Juzgado Letrado de Primera Instancia en lo Civil de 7º Turno,
Gutiérrez falló en los términos siguientes:
“De conformidad con lo dispuesto en los arts. 874 CPC y 3º de la Ley Nº 14.701 (artículo 125 ejusdem), no tratándose de
títulos valores regulados por la Ley Nº 14.701, no ha lugar a la ejecución)[75].
Jiménez de Aréchaga considera que la circunstancia de que existan cláusulas causales no impide que el documento sea
considerado como un vale. Argumenta que ese tipo de cláusula no afecta la incondicionalidad de la promesa de pago, ni
la literalidad del vale, ni su autonomía[76].
Obviamente coincidimos en que la referencia a la relación fundamental no afecta ni la incondicionalidad, ni la literalidad,
ni la autonomía. Lo que se afecta es la abstracción, sin la cual podremos estar frente a un título valor pero no frente a un
vale. La abstracción es, en particular, una condición esencial de los títulos valores de contenido dinerario, como son los
vales, únicos que habilitan la promoción de una acción ejecutiva cambiaria[77].
La referencia a una operación de compraventa determinada o a una factura o al contrato de uso de la tarjeta, impiden que
el título pueda considerarse abstracto, convirtiéndolo en un título causado[78].
Cuando el librador emite un documento donde se refiere a la relación fundamental indicando incluso el número de factura,
está anulando uno de los elementos que indiscutidamente, hacen a la esencia de cualquier título valor de contenido
dinerario: la abstracción. El pretendido conforme, por lo tanto, queda desvirtuado como título ejecutivo cambiario. El título
no es abstracto sino causado. La mención incorporada en un vale, que alude al negocio fundamental, desnaturaliza el
título, transformándolo en un documento que pierde la característica de la abstracción y, por lo tanto, lo transforma en un
documento que no es un título valor de contenido dinerario[79].
Esta posición ha sido recogida en nuestra jurisprudencia, según comprueba el trabajo de recopilación realizado por
Bugallo Montaño[80].
2. Función del voucher
a. Función crediticia
Puesto que el comerciante no recibe del tarjeta-habiente un pago en efectivo sino un título valor, le está confiriendo un
crédito. El voucher sirve para corporizar un crédito. Existe crédito toda vez que una persona realiza una prestación actual
a cambio de una prestación futura basada en la confianza[81].
Adviértase que, de acuerdo a lo establecido en el art. 27 del DLTV, los títulos valores se presumen recibidos salvo buen
cobro, es decir pro solvendo[82].
La firma del voucher, por lo tanto, no extingue la obligación. Como sucede siempre que se firma un título valor, se produce
una duplicación o superposición de relaciones jurídicas. El comerciante pasa a ser dos veces acreedor: por la relación
fundamental y por el título valor (salvo cuando se libra a favor de la sociedad emisora)[83].
b. Título ejecutivo
Eventualmente, el voucher – en tanto no haya sido desnaturalizada su naturaleza cambiaria - podría ser usado por el
comerciante como título ejecutivo contra el usuario. Así, por ejemplo, si por alguna razón la entidad emisora se niega a
pagar o descontar algún documento en particular, el comerciante podría exigirle el cumplimiento del pago a su cliente u
optar por la vía ejecutiva cambiaria, utilizando el voucher en tanto vale o conforme.
c. Mecanismo instrumental de la tarjeta de crédito
En la práctica, en nuestro país, el comerciante trasmite los vales a la emisora, en las fechas convenidas, y ésta abona el
importe de dichos títulos al comerciante, menos una comisión por el descuento. Los pagos se harán en las fechas
convenidas. Cuando existe una sociedad de entidades emisoras, los vales se remiten a esa sociedad, que computariza
todos los descuentos realizados y los comunica a la entidad emisora.
A partir de la entrega de dinero al o a los comerciantes proveedores, el tarjeta-habiente se convierte en deudor de la
emisora y debe pagar lo que adeuda en las condiciones pactadas en el contrato de emisión. En caso de no pago, la
emisora, en la práctica, no utiliza los vales que el usuario firmó frente a los proveedores, sino que usa el vale en blanco
firmado al emitir la tarjeta.
3. Sobre la devolución de los vouchers
En los contratos de tarjeta de crédito se suele establecer que, una vez aceptados los estados de cuenta, la emisora queda
facultada para destruir los vouchers correspondientes a las operaciones incluidas en el estado de cuenta.
Al respecto, cabe advertir que, en tanto los vouchers contienen un vale, deben ser devueltos a su firmante. Esto deriva
de lo dispuesto en el artículo 6 del Decreto Ley 14.701 para todos los títulos valores: “… si el título es pagado, deberá ser
entregado a quien lo pague…”.
Fideicomiso
El art. 1 de la Ley de Fideicomisos n° 17.703 de 2003 (LF) contiene una definición del fideicomiso:
“El fideicomiso es el negocio jurídico por medio del cual se constituye la propiedad fiduciaria de un conjunto de derechos
de propiedad u otros derechos reales o personales que son trasmitidos por el fideicomitente al fiduciario para que los
administre o ejerza de conformidad con las instrucciones contenidas en el fideicomiso, en beneficio de una persona
(beneficiario), que es designada en el mismo, y la restituya al cumplimiento del plazo o condición al fideicomitente o la
transmita al beneficiario.”[1]
De la definición se desprenden los elementos siguientes:
I. el fideicomiso se define como un negocio jurídico;
II. por medio de ese negocio se constituye la propiedad fiduciaria sobre un conjunto de derechos de propiedad u otros
derechos reales o personales;
III. los derechos con que se constituye la propiedad fiduciaria son transmitidos por el fideicomitente al fiduciario;
IV. la transmisión se realiza a los efectos de que el fiduciario administre o ejerza los derechos en beneficio de una persona
designada en el fideicomiso;
V. una vez cumplido el plazo o condición, la propiedad fiduciaria debe ser restituida al fideicomitente o trasmitida al
beneficiario.
A continuación, analizaremos los principales elementos de la definición.
IV. Finalidad de la transmisión de derechos: administración o ejercicio de esos derechos en beneficio del fideicomisario
Resulta de la definición que es un negocio librado a la confianza que el fideicomitente otorga al fiduciario, puesto que le
trasmite bienes para que cumpla con el encargo conferido.
El fiduciario tiene dos límites fundamentales:
A. Ejercerá los cometidos y los derechos de acuerdo a las instrucciones impartidas por el fideicomitente.
B. Deberá ejercerlos en beneficio de la persona designada en el negocio jurídico.
I. El fideicomitente
El fideicomitente o fiduciante es la persona que trasmite la propiedad de un bien al fiduciario para que éste con dicho bien
cumpla determinada finalidad en beneficio de un tercero o del propio fideicomitente (fideicomisario). El fideicomitente
puede ser cualquier persona física o jurídica.
II. El fiduciario
El fiduciario es la persona que ha de recibir en propiedad los bienes fideicomitidos y deberá administrarlos o gestionarlos,
para cumplir con ellos las instrucciones del fideicomitente.
Puede ser fiduciario cualquier persona física o jurídica. La persona física deberá tener la capacidad legal exigida para
ejercer el comercio.
En el caso de los fideicomisos financieros, sólo pueden ser fiduciarios las entidades de intermediación financiera y los
fiduciarios profesionales.
A. Fiduciario profesional
El art. 11 de la LF incorpora la categoría de fiduciarios profesionales, estableciendo que sólo podrán actuar en forma
habitual y profesional. La redacción debió ser diferente, se debió quizás establecer que quien actúa en forma habitual y
profesional, en la celebración de negocios de fideicomisos es un fiduciario profesional, a los efectos de someterlo a un
especial régimen, contenido en el art. 12.
En el Decreto 516/003 se ha querido aclarar el sentido de la norma. El art. 3 establece que existe profesionalidad, cuando
una persona física o jurídica participa como fiduciario en cinco o más negocios de fideicomisos en cualquier año calendario.
El art. 12 de la Ley establece que el Banco Central del Uruguay creará un Registro Público de Fiduciarios, donde se
inscribirán los fiduciarios profesionales. El art. 6 del Decreto 516/003 dispone que se inscribirán en la Sección Fiduciarios
del Registro del Mercado de Valores, que lleva el Banco Central del Uruguay.
B. Fiduciario testamentario
El fiduciario ha de participar si se constituye el fideicomiso por un contrato.
Si se trata de un fideicomiso testamentario, el fiduciario quedará vinculado por sus términos si, producida la muerte del
fideicomitente, acepta el encargo conferido.
C. Pluralidad de fiduciarios
En el art. 13 se autoriza la designación de varios fiduciarios para que sucesivamente desempeñen el fideicomiso. También,
se puede designar un sustituto para el caso de que el designado no acepte o cese en sus funciones. En fin, la LF admite
la posibilidad de que el fideicomitente lo sustituya.
No se ha previsto la posibilidad de que se designen más de un fiduciario para actuar conjuntamente o con distintas
funciones que se le asignen. Pero eso no significa que esto no pueda suceder. Si se designaran co-fiduciarios, ellos serán
copropietarios de los bienes fideicomitidos, en el régimen especial de la Ley, y ambos asumirán las responsabilidades
consiguientes.
B. Pluralidad de fideicomisarios
El fideicomitente puede designar más de un beneficiario, según se establece en el art. 24 de la LF. Podrán gozar de sus
derechos en forma conjunta o sucesiva. Si se trata de designación conjunta, se repartirán los beneficios por partes iguales,
pero la norma admite que se pacten otras fórmulas.
Para el fideicomiso testamentario se prohíbe que se designen diversos beneficiarios en forma sucesiva, procediendo la
sustitución a la muerte del beneficiario anterior (art. 9, lit. a).
Modalidades de fideicomiso
La doctrina distingue varias modalidades que, en general, han sido recogidas en la Ley n° 17.703/2003, de 23 de octubre,
de Fideicomisos (LF).
A. Contrato de fideicomiso
El art. 2 de la LF establece que el fideicomiso es un contrato innominado. Tal calificación nos parece totalmente inadecuada.
Se llama contratos innominados a las figuras contractuales no reguladas por el Derecho. Son creadas en la práctica como
fruto de la autonomía de la voluntad.
Cuando son adoptados y regulados por la Ley, dejan de ser innominados y pasan a ser nominados. En consecuencia
¿cómo pudo decir el legislador que el fideicomiso es un contrato innominado, cuando precisamente lo está nominando?.
Las partes que celebran el contrato de fideicomiso son: el fideicomitente y el fiduciario.
El contrato es puramente obligacional y por ser puramente obligacional, después de celebrado el contrato, las partes
tendrán que ejecutar las obligaciones contraídas y el fideicomitente deberá entregar los bienes fideicomitidos al fiduciario.
El art. 2, inc. 3, establece que el contrato de fideicomiso es un título hábil para producir la transferencia de la propiedad
de los derechos que constituyen su objeto. Con esta norma se complementa lo establecido en el art. 1. En el art. 1, se
establece que por el negocio se constituye la propiedad fiduciaria. Por este art. 2, inc. 3, se precisa que el contrato es un
título. Luego, se requerirá del modo tradición para trasmitir al fiduciario, los bienes y derechos que formarán el patrimonio
de afectación.
B. Fideicomiso testamentario
En el fideicomiso testamentario, el testador tiene interés en que los bienes fideicomitidos se entreguen a determinada
persona que él ha de designar, respetando las legítimas, las asignaciones forzosas y la porción conyugal. Se designa un
fiduciario que ha de administrar los bienes sucesorios, con instrucciones de que después de un plazo se entregarán al
fideicomisario designado.
El art. 2 de la LF señala que el fideicomiso puede constituirse por testamento abierto o cerrado. El fideicomitente otorga
un testamento, en que dispone que todos sus bienes o algún bien o algunos bienes determinados, serán atribuidos a un
fiduciario, quien se obligará a administrarlos y gestionarlos en beneficio de la persona que se designe en el testamento y
a trasmitirlos, al vencimiento de un plazo o condición, a la persona que se indique.
1. Variantes
Dentro de esta modalidad pueden darse variantes:
a. En una primera variante el fideicomitente entrega el bien en fideicomiso al fiduciario en garantía de la obligación
contraída frente a una tercera persona.
En caso de incumplimiento de la obligación garantizada, por parte del fideicomitente, el fiduciario deberá proceder a la
comercialización privada de los bienes fideicomitidos, en cumplimiento de la gestión fiduciaria que se le encomendó. En
caso de que el fideicomitente cumpla con la obligación garantizada, el fiduciario restituirá los bienes fideicomitidos al
fideicomitente.
Damos un ejemplo. Una persona necesita dinero y acude a un prestamista. Como garantía trasmite la propiedad de un
bien a un tercero, que será el fiduciario. Si al vencimiento del préstamo, no se devuelve la suma prestada, el fiduciario
venderá el bien y con el precio obtenido pagará al acreedor.
En lugar del derecho real que tiene el acreedor hipotecario o prendario, el acreedor de un fideicomiso en garantía tiene
un derecho personal a exigir al fiduciario la venta de los bienes fideicomitidos, en caso de incumplimiento del fideicomitente.
b. En una segunda variante se entrega el bien en fideicomiso al acreedor. Se confunden, en este caso las figuras
personales: el fiduciario es a la vez el acreedor del fideicomiso. Esta variante sólo se autoriza por la Ley cuando el fiduciario
es una entidad de intermediación financiera (artículo 9).
Damos un ejemplo. Una persona necesita dinero y acude a un banco solicitando un préstamo y como garantía le entrega
un bien inmueble en fideicomiso. El fiduciario se hace dueño del bien y al llegar al vencimiento, si el deudor no paga, lo
venderá privadamente y destinará el precio obtenido a cancelar el préstamo que había concedido. En este caso el
fiduciario es la misma persona que el acreedor.
En ambas variantes, si existe un remanente, el fiduciario debe entregarlo el fideicomitente.
2. Valoración de esta figura
La doctrina señala las ventajas que ofrece este mecanismo respecto a los contratos de garantía tradicionales. En especial
se destacan sus ventajas con respecto a la hipoteca y la prenda.
a. Ventajas (para el acreedor)
Se ha señalado que el fideicomiso en garantía es ventajoso para el acreedor y hasta para el deudor (pues permite que
éste acceda a nuevas vías de crédito).
En primer lugar, la determinación del incumplimiento es determinada en forma unilateral y totalmente privada por el
fiduciario. Ni el fiduciario ni el acreedor deben promover un proceso judicial, donde se acredite el incumplimiento, ni la
realización de diligencia alguna de intimación que constituyeran en mora al fideicomitente.
En segundo lugar, el fiduciario puede enajenar privadamente los bienes para destinar su precio al pago de la deuda. Esta
forma de disposición de los bienes fideicomitidos permitiría la realización de la garantía a valores de mercado por medio
de un procedimiento ágil y extrajudicial, evitando la demora propia de los procesos judiciales.
El régimen establecido por la LF es diferente del vigente para la hipoteca (pacto comisorio). El inc. 1 del art. 2338 del
Código Civil establece: “Es nula toda cláusula que autorice al acreedor a apropiarse la cosa hipotecada o a disponer de
ella privadamente”.
Si bien el inciso final del art. 33 dispone que en ningún caso el fiduciario podrá adjudicarse en forma definitiva los bienes
recibidos en fideicomiso, se permite que el fiduciario, eventualmente también acreedor, disponga de la cosa privadamente.
En tercer lugar, se remarca que los bienes fideicomitidos, al formar un patrimonio de afectación, independiente, quedan
al abrigo de la persecución de otros acreedores del fideicomitente y, en principio, fuera del proceso concursal que se
promoviera contra ese fideicomitente, sin perjuicio de las acciones paulianas y revocatorias concursales que
correspondieren.
b. Defensas del deudor
Caffera se ha ocupado de reseñar algunos de los instrumentos de que se puede valer el fideicomitente para enfrentar
posibles abusos del fiduciario.
Para empezar, recuerda Caffera que el art. 16 impone la diligencia de un "buen hombre de negocios":
“(Responsabilidad interna). El fiduciario deberá desarrollar sus cometidos y cumplir las obligaciones impuestas por la ley
y el negocio de fideicomiso, con la prudencia y diligencia del buen hombre de negocios que actúa sobre la base de la
confianza depositada en él.
Si faltare a sus obligaciones será responsable frente al fideicomitente y al beneficiario, por los daños y perjuicios que
resultaren de su acción u omisión.
En ningún caso podrá exonerarse de responsabilidad al fiduciario por los daños provocados por su dolo o culpa grave,
así como por aquellos causados por el de sus dependientes.”
En consecuencia, dice Caffera, la realización de los bienes deberá procesarse obteniendo tasaciones que permitan
determinar el valor de mercado, solicitando ofertas a través de publicaciones y corredores, negociando cuidadosamente
la operación de enajenación, no brindando financiaciones fuera de los parámetros de mercado, informando al
fideicomitente de cada uno de sus pasos, desde la configuración del incumplimiento hasta la elección de la oferta y
condiciones de la enajenación. En el mismo sentido, señala Caffera que opera el principio de buena fe (art. 209 CCom).
Asimismo, considera Caffera que en los casos en que sea aplicable la Ley n° 17.250, de Relaciones de Consumo, aquellas
cláusulas del contrato de fideicomiso que generen injustificados desequilibrios pueden ser consideradas abusivas y, por
tanto, nulas. Además, aun fuera de estos casos, igualmente se podría concebir que las cláusulas que no otorguen
garantías básicas al deudor serían contrarias al orden público de protección y, consecuentemente, nulas.
Por otra parte, recuerda Caffera que el inc. 3 del art. 17 de la LF permite argumentar la inoponibilidad al fideicomitente de
los actos de disposición del fiduciario en violación de las restricciones, lo cual los haría susceptibles de revocación:
“Cuando el fiduciario celebre un acto que es inoponible al fideicomitente o al beneficiario en su caso, el interesado podrá
solicitar ante el juez competente la revocación del acto.”
c. Nuestra opinión
Nosotros consideramos que el fideicomiso en garantía, en la forma que se lo estableció en la LF, desprotege totalmente
a las personas necesitadas de recursos financieros, vulnerando su derecho a la defensa y las garantías del debido proceso.
El argumento de que el fideicomitente puede establecer en el contrato las condiciones que estime necesarias para tutelar
sus derechos, desconoce la realidad. Quien solicita crédito, indefectiblemente, se ve constreñido a aceptar las condiciones
que unilateralmente dispone quien le da ese crédito.
Marcamos especialmente el riesgo del abuso en el fideicomiso de garantía, en especial en la segunda variante señalada
en que el acreedor pasa a ser propietario de los bienes del deudor. Si el deudor no cumple, el acreedor no le ha de restituir
el bien fideicomitido.
En las dos variedades, el fiduciario determinará unilateralmente si se configuró una hipótesis de incumplimiento para,
luego, proceder a la venta privada de los bienes fideicomitidos. Podrá enajenarlo y quedarse con el precio obtenido, sin
necesidad de realizar ningún trámite judicial y sin que el deudor tenga tutelas legales que lo amparen. Lo podrá vender a
cualquier precio; la LF no establece límites.
El esfuerzo de Caffera para encontrar balances en la propia LF o en otras normas, es sumamente valioso. No obstante,
sin perjuicio de que el fideicomitente pueda intentar alguna medida cautelar – si tuviere oportunidad – en general, se
encontrará frente a hechos consumados, cuya reversión le llevará años de litigio.
B. Fideicomiso de inversión
En el fideicomiso de inversión se encarga al fideicomitente que realice colocaciones con el dinero o valores que se le
trasmiten.
* Fideicomiso para invertir en préstamos. En esta modalidad se captan recursos de ahorristas para prestarlo a empresarios
que los necesitan.
* Fideicomiso para cumplimientos de otros fines, como por ejemplo, un fideicomiso en que se trasmite un inmueble, en
que se pacta que la renta que genere la ha de percibir el fideicomitente mientras viva y que a su muerte el inmueble se
entregará a sus herederos.
2. Previsiones legales respecto de determinados sujetos que podrían realizar fideicomisos de inversión
El inciso 2 del artículo 3 autoriza a la Caja Notarial de Jubilaciones y Pensiones, a la Caja de Jubilaciones y Pensiones
de los Profesionales Universitarios, a la Caja de Jubilaciones y Pensiones Bancarias y a las Administradoras de Fondos
de Ahorro Previsional a invertir en fideicomisos. En consecuencia, estas entidades pueden ser fideicomitentes. Se limita
el objeto del fideicomiso a las actividades desarrolladas, a bienes situados o derechos utilizados económicamente en el
Uruguay o a créditos originados en exportaciones realizadas desde el Uruguay.
El inciso 3 del artículo 3 establece:
“Las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional podrán instrumentar a través de fideicomisos las inversiones
previstas en el literal E) del artículo 123 de la Ley Nº 16.713, de 3 de setiembre de 1.995, y las que realicen en fideicomisos
financieros se considerarán en el literal D) de dicha norma.”
De acuerdo a este texto y a sus remisiones, las A.F.A.P. podrán constituir fideicomisos para realizar inversiones en “valores
representativos de inversiones inmobiliarias, industriales, forestales u otros sectores productivos que reúnan condiciones
suficientes de retorno y seguridad, y que se encuentren debidamente garantizadas según determine la reglamentación
del Banco Central del Uruguay y que estén radicados en el país, hasta el 20 % (veinte por ciento)” (lit. E art. 123). Si
realizan fideicomisos financieros, podrán invertir en ellos “valores emitidos por empresas públicas o privadas uruguayas
que coticen en algún mercado formal, con autorización del Banco Central del Uruguay, hasta el 25 % (veinticinco por
ciento)” (lit. D art. 123).
En consecuencia, una A.F.A.P. que administra fondos, formados por aportes de sus afiliados y que constituyen patrimonios
de afectación, pueden invertir bienes o dinero de esos fondos en negocios de fideicomiso con los límites señalados. Nos
llama la atención la superposición de figuras negociales. Ya la A.F.A.P. es una entidad fiduciaria, encargada de la
administración de los fondos a su cargo; esta ley la habilita a que trasmita la propiedad de bienes de los fondos que
administra a otos fideicomisario.
Entendemos que la posibilidad de que las A.F.A.P. desplacen los recursos propios o ajenos, enajenándolos a un patrimonio
de afectación, que se trasmite y confía a fiduciarios, supone autorizar legalmente una delegación de encargos y
responsabilidades que le fueron conferidos por las leyes que las regulan. Por esta ley, se autoriza tal delegación, que
puede involucrar riesgos.
C. Fideicomiso de administración
En la fiducia cum amico se trasmiten bienes al fiduciario, en custodia, para efectuar un uso determinado de esos bienes.
En la fiducia cum amico el fiduciario usa el derecho real, como si el derecho real perteneciese aún al fiduc iante o
perteneciera a terceros.
En el fideicomiso de administración se trasmiten bienes para que el fiduciario realice actos de conservación y perciba
frutos o rentas.
D. Fideicomiso financiero
El Capítulo IV de la Ley se dedica al fideicomiso financiero. Existen normas dispersas en otros capítulos. Trataremos de
reunirlas para sistematizas nuestra exposición.
La Ley trata al fideicomiso financiero como una especie del género fideicomiso (art. 25). Por lo tanto, se le aplicarán las
reglas generales previstas en la Ley, con las modificaciones específicas que se establecen a su respecto.
El art. 29 de la Ley comete a la reglamentación dictar normas para el fideicomiso y para los fiduciarios financieros. Se
establece que se podrá establecer un régimen de garantías. Recordemos que ello esta prohibido para el fideicomiso
común.
Se impone el contralor del Banco Central del Uruguay sobre los fiduciarios financieros, con las facultades conferidas por
el Decreto Ley 15.322 y sus modificativas, disponiendo expresamente la aplicación a los fiduciarios de las sanciones
previstas en esas leyes.
1. Concepto de fideicomiso financiero
El art. 25, inc. 1, da el concepto de fideicomiso financiero:
“El fideicomiso financiero es aquel negocio de fideicomiso cuyos beneficiarios sean titulares de certificados de
participación en el dominio fiduciario, de títulos representativos de deuda garantizados con los bienes que integran el
fideicomiso, o de títulos mixtos que otorguen derechos de crédito y derechos de participación sobre el remanente. Los
certificados de participación y títulos de deuda se regirán por el Decreto-Ley N° 14.701, de 12 de setiembre de 1977, en
lo pertinente.”
En el fideicomiso financiero, como en los demás, existe una trasmisión de bienes a un patrimonio de afectación. El carácter
que lo distingue es la posibilidad establecida de que el fiduciario emita títulos representativos de distintos derechos.
2. Títulos emitibles
De acuerdo con el art. 25 de la Ley, el fiduciario puede emitir títulos de distinto carácter:
* El fiduciario podrá emitir títulos de participación, que representen cuotapartes del patrimonio de afectación.
* El fiduciario podrá emitir títulos de deuda, asimilables a las obligaciones o debentures que tendrán como garantía los
bienes fideicomitidos.
* El fiduciario puede emitir títulos mixtos, representativos, a la vez, de cuotas del patrimonio y de créditos.
El texto legal no es claro. Puede entenderse que la Ley habilita la emisión de títulos representativos de los créditos que
forman parte del patrimonio fiduciario y también de títulos mixtos que representan parte en el patrimonio y parte en el
crédito.
El legislador, equívocamente, se apartó de la clara redacción contenida en el art. 30, inc. 4, de la Ley n° 17.202. En este
texto se establece que, con respecto a los fondos de inversión cerrados de crédito, se pueden emitir títulos representativos
de cuotas partes del condominio o de crédito o mixtos, que otorguen derechos sobre los créditos y derechos de
copropiedad.
En la parte final del inc. 1, se hace una remisión al Decreto Ley n° 14.701. Luego, el art. 27 establece que los títulos
emitidos serán considerados títulos valores. Se trata de dos disposiciones separadas en el contexto que tienen contenido
similar.
Podrá haber emisión privada o pública de los títulos. El art. 28 dispone la aplicación de la Ley n° 16.749 a la oferta pública
de los valores referidos.
El fideicomiso financiero es un instrumento destinado a servir al mercado de capitales. Es un vehículo para titularizar
activos. Los títulos que se creen y emitan tendrán como respaldo el patrimonio fiduciario.
El contrato de fideicomiso financiero se celebra entre el fideicomitente y un fiduciario que debe ser una entidad de
intermediación financiera. Se trasmiten bienes a una entidad de intermediación financiera y ésta será su dueño, en
régimen de propiedad fiduciaria, y deberá administrarlos de acuerdo al encargo que se le confiera.
Esta modalidad se caracteriza porque el fiduciario puede emitir títulos diversos: certificados de participación en la
propiedad fiduciaria o títulos de deuda garantizados por los bienes fideicomitidos o títulos mixtos que sean a la vez
representativos de la participación en la propiedad fiduciaria y de créditos. Los tenedores de esos títulos serán los
beneficiarios del fideicomiso y tendrán derechos sobre ese patrimonio o sobre los créditos que integran ese patrimonio.
Ello determina la aparición de nuevos títulos en el mercado, que ofrece ventajas para los inversores.
De los términos usados por la Ley, debe entenderse que un certificado de participación, es representativo de un derecho
sobre una cuota del patrimonio fiduciario. Además, la Ley atribuye a los tenedores de los certificados, la calidad de
beneficiarios del fideicomiso. Los titulares de certificados de participación tienen derecho a las rentas de los bienes y,
cuando termine el fideicomiso, se les atribuirá en propiedad el remanente de los bienes fideicomitidos, por cuanto son
beneficiarios.
La emisión de títulos puede hacerse en forma privada o pública.
Su régimen es similar al de los certificados de cuotas partes que se emiten en el régimen de los “fondos de ahorro
previsional” o en los “fondos de inversión”, en que el tenedor de esos certificados es considerado como copropietario de
los bienes del fondo.
Fondos de inversión
Los fondos de inversión se encuentran regulados en la Ley de Fondos de Inversión n° 16.774 de 1996 (LFI).
I. Concepto
El fondo de inversión es un patrimonio de afectación independiente, integrado por aportes de personas físicas o jurídicas,
para su inversión en valores y otros activos (art. 1, inc. 1, LFI).
Las participaciones en el fondo pueden ser representadas en títulos negociables, denominados cuotapartes.
No son sociedades y carecen de personalidad jurídica.
El patrimonio del fondo de inversión es independiente de la agresión de los acreedores tanto de los aportantes como de
la sociedad administradora.
La única responsabilidad que soporta el patrimonio del fondo, es la de sus propios acreedores.
El art. 1, inc. 3, de la LFI dispone:
“El patrimonio del Fondo no responderá por las deudas de los aportantes, ni de las sociedades administradoras o
depositarias. Los acreedores del Fondo no podrán hacer efectivos sus créditos contra los aportantes, cuya responsabilidad
se limita a sus aportaciones.”
II. Clases
Los fondos de inversión se clasifican en abiertos y cerrados, según sea su composición.
1. Se admite que en el contrato de donde surge el crédito hipotecario, se pacte la renuncia anticipada de derechos
previstos en los Códigos en favor del futuro cedido. En particular, se admite que se pacte la renuncia del futuro cedido a
oponer al cesionario todas las excepciones que habría podido oponer al cedente, aun las meramente personales (art. 565
CCom). Esto tiene dos consecuencias:
a. la notificación al cedido se convierte en innecesaria;
b. la cesión de créditos y sus garantías son oponibles a terceros desde su otorgamiento.
2. Aun si no se pactó la renuncia anticipada de derechos, igualmente se aligera el régimen previsto en los Códigos:
a. se elimina el derecho del cedido a que le sea exhibido el título que se cede;
b. la notificación podrá hacerse por telegrama colacionado "o cualquier otro medio hábil";
c. la cesión de créditos, aun sin notificar al cedido, será oponible a terceros desde su perfeccionamiento.
B. Administración
Estos fondos son administrados por una persona jurídica denominada “sociedad administradora de fondos de inversión”.
La LFI determina su naturaleza jurídica y en el art. 5 dispone:
“Las sociedades administradoras de Fondos de Inversión deberán revestir la forma de sociedad anónima, por acciones
nominativas o escriturales y tener por objeto exclusivo la administración de dichos fondos."
La sociedad que los administra sólo tiene facultades de dominio porque sin ellas no puede realizar las inversiones
permitidas.
En el ejercicio de sus facultades de inversión, la sociedad administradora actúa como un comisionista: a nombre propio
pero por cuenta de los inversores.
Para la realización de las inversiones, la sociedad administradora debe realizar una composición adecuada de sus activos
considerando en su decisión, los riesgos y los rendimientos de la colocación.
De acuerdo al art. 11, la sociedad administradora, sus representantes, directores, gerentes, administradores, síndicos y
fiscales serán solidariamente responsables por los perjuicios que pudieran ocasionarse a los cuotapartistas por
incumplimiento de las normas jurídicas pertinentes y del Reglamento del Fondo.
Están controladas por el BCU.
Factoraje
B. Segunda modalidad
En una segunda modalidad, el factor anticipa al cliente el importe de los créditos que concedió. Se hará cargo de su
cobranza pero sin correr su riesgo. Si el deudor no paga, el factor podrá promover acción contra el factoreado para
recuperar lo adelantado.
En esta modalidad, el factoring cumple una función de financiación, asimilable al descuento bancario.
El comerciante obtiene los recursos de las operaciones realizadas, de inmediato, sin tener que esperar el vencimiento de
los plazos concedidos. Puede convenirse que se le adelante el total o un porcentaje de los créditos. Puede pactarse,
también, un interés por los importes adelantados. En garantía de cada adelanto, el factor recibe los documentos de crédito
respectivo.
La adopción de esta modalidad favorece la liquidez de los titulares de las empresas, permitiéndole al factoreado pagar,
anticipadamente, a sus propios proveedores y obtener de estos mejores condiciones de contratación. Además, al hacerse
de efectivo pueden reponer inmediatamente su stock de mercaderías y cancelar obligaciones pendientes.
Esta modalidad supone la celebración de un contrato de ejecución continuada en que el factor se obliga a efectuar los
adelantos sobre créditos que el cliente conceda y en las condiciones que se estipularán. En el marco de ese contrato, el
cliente le entregará al factor los documentos que se vayan emitiendo y que respalden los créditos concedidos y el factor
le adelantará su importe.
C. Tercera modalidad
En una tercera modalidad, el factoraje implica, en lo esencial, una cesión de créditos.
Atendiendo a su naturaleza jurídica, es posible distinguir dos submodalidades:
el factoraje como promesa de cesión de créditos y
el factoraje como cesión global de créditos.
1. Promesa de cesión de créditos
Por su contenido obligacional, en esta modalidad, el factoraje podría ser definido de la manera siguiente:
contrato por el cual el factoreado se obliga a ceder los créditos actuales o futuros que éste tenga sobre su clientela y el
factor se obliga a adquirirlos, anticipándole a aquél una parte del cobro como precio por la cesión. Eventualmente, el
factoraje puede incluir servicios de gestión de cobro, asistencia técnica y administrativa. El factor puede asumir el riesgo
de cobro pero puede, también, no hacerlo.
En esta sub-modalidad, el factoraje es un contrato por el cual el cliente promete ceder créditos futuros al factor y éste se
obliga a pagar su importe, con descuentos y en las condiciones que se pacten.
El contrato se ejecuta a medida que se ceden créditos. La cesión de créditos se efectuará en ejecución del contrato y
cumpliendo las normas del contrato.
En su esencia, se trata de una promesa de cesión de créditos no endosables.
En principio, el factor se encarga del cobro de los créditos, que han pasado a ser suyos, sin que exista la posibilidad de
que accione en contra de aquél en caso de no pago. Ésta es la solución prevista en el art. 567 del CCom. El cedente de
un crédito no endosable garantiza la existencia y legitimidad del crédito, pero no responde por la solvencia del deudor,
salvo que se haya obligado a ello y sólo hasta la suma concurrente del precio que ha recibido. El cedente no responde
por la solvencia del deudor y el riesgo lo asume el factor.
Securitización
I. Concepto
La palabra securitie, en el Derecho angloamericano, equivale a lo que el art. 13 de la la Ley n° 18.627/2009, de Mercado
de Valores denomina como valor.
Securitizar es convertir algo en un valor o, con otras palabras, es aplicar un procedimiento para que un crédito no
endosable, que ordinariamente se transmitiría mediante el complicado contrato de la cesión de créditos, se convierta en
un valor fácilmente transmisible (por su mera entrega, como en el caso que sean al portador, o por endoso, en el caso
que sean a la orden).
La figura de la securitización se adopta con la Ley 17.202 de 1999 combinada con otra figura: los fondos de inversión.
El mecanismo de la securitización, supone que los créditos se transfieren a un fondo de inversión, administrados por una
sociedad. Es decir que la sociedad los adquiere para atribuirlos al fondo, como un patrimonio separado. Luego, la sociedad
administradora puede emitir valores que representen cuotapartes en el condominio o en los créditos o mixtos que
representen, a la vez, una cuota de los créditos y una cuota parte en la copropiedad del fondo.
A. Finalidad de la securitización
El contrato de cesión, de acuerdo con su régimen general, supone la notificación al deudor cedido. Si ésta no se realiza,
la cesión es inoponible al cedido. Además, aunque la notificación se realice, el cedido puede oponerse, con lo cual
conserva la posibilidad de presentar contra el cesionario aun las excepciones personales que podría interponer ante el
cedente.
De lo que se acaba de exponer surge que los créditos no endosables carecen de la característica fundamental de los
valores: la transferibilidad. Los créditos no endosables no son fácilmente transferibles, puesto que requieren la notificación
al cedido, que activa el mecanismo de oposición. Los valores, en cambio, pueden ser transferidos por su mera entrega
(en el caso que sean al portador) o por endoso (en el caso que sean a al orden).
Por lo tanto, en principio, securitizar es aplicar un procedimiento para que un crédito no endosable, que ordinariamente
se transmitiría mediante el complicado contrato de la cesión de crédito, se convierta en un valor fácilmente transmisible,
a los que se les llama securities.
Ahora bien ¿por qué alguien querría hacer esto?
Porque ese alguien cuenta en su activo con una cantidad de créditos no endosables a cobrar pero carece de liquidez.
Una forma de recuperar liquidez puede ser la transferencia de sus créditos. Siéndole difícil la transferencia de créditos no
endosables, parecería de utilidad recurrir a alguna forma de alquimia jurídica para convertirlos en créditos fácilmente
transferibles, o sea valores, o sea securities.
B. La segunda figura personal es la sociedad que adquiere los créditos para incorporarlos a su patrimonio o para
ingresarlos a un fondo de inversión.
Se trata de dos posibilidades:
1. Los créditos pueden ser trasmitidos a una sociedad fiduciaria que se encargará de cobrarlos. Esa sociedad podrá emitir
securities, esto es, certificados representativos de esos créditos.
2. Los créditos pueden ser trasmitidos a un fondo de inversión. La sociedad que administra los fondos podrá adquirirlos
para incorporarlos al fondo, del cual son condóminos quienes aportaron dinero para constituirlo. La sociedad
administradora puede emitir valores que representen cuotapartes en el condominio o en los créditos o mixtos, que
representen a la vez una cuota de los créditos y cuota parte en la copropiedad del fondo.
C. La tercera figura personal es la del inversor que adquiere los títulos emitidos, atraído por su rentabilidad y por la
seguridad que ofrecen y también como forma para diversificar sus colocaciones.
Desde un punto de vista general, podemos señalar que toda esta operativa tiene ventajas para todas las personas
involucradas. Beneficia al originador, proporcionándole una nueva vía de financiación para sus actividades. Beneficia al
inversor, porque se le proporciona una nueva opción para sus inversiones. Con ella obtiene un instrumento de menor
riesgo, por el respaldo que tiene en una masa de créditos, administrados por la sociedad intermediadora.
Para las sociedades intermediadoras, supone un nuevo negocio. Adquiere créditos pagando por ellos un precio. Luego,
los titulariza o securitiza y culmina su operativa, negociando los títulos creados, emitiéndolos o entregándolos a los
inversores. En función de su titularización, recupera el dinerario, obteniendo una ganancia por su intermediación. Al
recuperar el dinero, puede implementar otras operaciones de préstamo y de crédito. Se trata de una operación que se
suma al círculo de los negocios crediticios.
La sociedad que adquiere los créditos actúa como un intermediador entre el originador y el inversor. Queremos señalar
que esta operativa puede ser realizada por una entidad de intermediación financiera.
Esta operación, normalmente, recae sobre una masa de créditos a largo plazo, de naturaleza homogénea, generadora de
un flujo de fondos predecible. Ejemplos de estas masas de créditos pueden ser las carteras de créditos al consumo -
incluso las generadas por tarjetas de crédito - y los créditos vinculados a la financiación de viviendas.
D. Pueden coexistir otras figuras personales. Puede designarse a otra sociedad como administradora de los créditos.
Crédito Documentario
La expresión "crédito documentario" es una traducción de la fórmula inglesa documentary credit[1]. La doctrina y la
práctica comercial denomina a este negocio, indistintamente, como crédito documentado o crédito documentario o carta
de crédito. Hemos de usar la expresión crédito documentario[2].
Se utiliza la expresión "crédito documentario", porque la utilización del crédito por el beneficiario se hace contra la entrega
de los documentos relativos a la compraventa que se trata de ejecutar (la letra, la factura, la póliza de seguro, la carta de
porte)
En materia de crédito documentario no existe una disciplina jurídica general específica. Debe el intérprete analizar cada
uno de los negocios que se celebran en su ámbito, de manera de determinar cuál es la naturaleza jurídica de cada uno
para, luego, remitirse a la regulación que se ajusta a su respectiva naturaleza. Ese análisis se realizará en los párrafos
siguientes.
Internacionalmente, el crédito documentario funciona sobre la base de formularios impresos, muy estudiados, que hacen
del mismo uno de los contratos mercantiles en que se ha conseguido una mayor uniformidad internacional. Se han
elaborado sobre la base de la práctica internacional de los grandes bancos. La unificación de las normas utilizadas por
los diferentes bancos, fue consagrada en el VII Congreso de la Cámara de Comercio Internacional, celebrado en Viena
en 1.923, que las recogió bajo el título de “Reglas y Usos Uniformes Relativos a los Créditos Documentados”, siendo
aceptadas por numerosos países. Luego, las Reglas y Usos Uniformes Relativos a los Créditos Documentados han sido
modificadas sucesivamente. Generalmente, en el texto de los créditos documentarios se incluye una remisión a las Reglas
y Usos Uniformes, por lo cual sus disposiciones se consideran integrando las normas convencionales o el texto del acto
unilateral que las partes interesadas aceptan (el librador al suscribir el crédito y el beneficiario al aceptarlo).
I. Generalidades
La doctrina se ha extendido en el análisis de la naturaleza jurídica de esta operativa compleja. En nuestro concepto, en
toda esta operativa presenciamos la coexistencia de distintos negocios jurídicos, contractuales o emanados de la sola
voluntad de una parte, coligados por su función económica[3].
A los efectos de comprender la figura en su complejidad, hemos de analizar ciertos aspectos generales que tienen que
ver con su concepto y función económica (A) y describiremos las diversas etapas que atraviesa una negociación en la
que se involucra el crédito documentario (B).
En nuestra exposición hemos de usar, indistintamente, las expresiones comprador y vendedor o importador y exportador.
2. Banco avisador
El banco emisor puede solicitar a un banco de la plaza del vendedor que avise a éste que ha librado el crédito
documentario. Nos encontramos así con una nueva figura: el banco avisador o notificador[15].
El banco avisador tiene por cometido prestar un servicio al banco emisor y, a la vez, al exportador. Sirve de nexo entre el
exportador de su plaza y el banco emisor de la plaza del importador.
Actúa como un nuntius o mensajero. Comunica al exportador de su plaza que ha recibido el crédito documentario del
banco emisor.
La actuación de un banco avisador supone un contrato separado y diferenciado por el cual un banco cumple una función
de servicios. En la hipótesis se crea una relación jurídica nueva entre el banco emisor y el banco avisador, que podría
catalogarse como de arrendamiento de servicios. A ella se sumaría, eventualmente, una relación de arrendamiento de
servicios entre exportador y banco avisador, toda vez que el exportador puede requerir, a la vez, sus servicios y entregarle
la documentación exigida en el título para que lo remita al banco emisor.
El banco avisador sólo cumple tareas materiales de efectuar comunicaciones, de entregar y recibir documentos y remitirlos
oportunamente. Ni siquiera tiene obligación de controlar la documentación que el exportador presente para constatar si
se concilia con la exigida por el crédito documentario (así resulta del art. 16 de las R.U.U.).
El banco avisador, en principio, no se vincula jurídicamente con el beneficiario (vendedor – exportador); puesto que le da
avisos por cuenta del banco emisor. La relación con el exportador es, repito, meramente eventual, y se dará si éste
requiere también sus servicios de mensajero para cursar respuestas al banco emisor y con ese objeto concreto.
Dice Barbosa que el banco notificador “simplemente es la entidad bancaria localizada en la plaza del beneficiario que
avisa o notifica a éste la disponibilidad de un crédito abierto a su nombre ... Conviene advertir que mientras el banco
notificador sólo tenga la función de avisar al beneficiario acerca de la existencia de una carta de crédito a su favor, no
asume frente a éste, ninguna responsabilidad de pago, aceptación o negociación, ni tampoco tiene responsabilidad alguna
frente al ordenante o al banco emisor si el beneficiario no utiliza el crédito o lo utiliza defectuosa o extemporáneamente”[16].
a. Entre el banco emisor y el banco confirmante. Se pide por el primero un crédito de firma al segundo.
b. Entre el banco confirmante y el beneficiario. Nace por la voluntad unilateral del confirmante.
Existiendo un crédito confirmado, el beneficiario tiene dos deudores directos: el banco emisor y el confirmante. Podrá
exigir el pago de cualquiera de los dos.
Cuando el banco confirmante paga, tiene la posibilidad de reclamar el reembolso de lo pagado al banco emisor quien, a
su vez, lo reclama del ordenante; todo ello sobre la base de la relación fundamental y pacto cambiario celebrado entre
banco emisor y banco confirmante y entre banco emisor y ordenante.
El banco confirmante no tiene relación alguna con el ordenante con lo cual marcamos su diferencia con el banco emisor.
Dice Budic:
“Este tipo de crédito es el que ofrece mayor garantía, ya que el banco corresponsal asume el compromiso legal definitivo
frente al beneficiario, desde el momento de la confirmación del crédito, que se adiciona al compromiso similar anterior
asumido por el banco abridor, constituyéndose así una doble seguridad para el beneficiario. Este último obtiene, como se
observa, la garantía de un banco de su propio país o plaza, pudiendo incluso llegar a prescindir de conocer la
responsabilidad o solvencia del banco abridor”.
El objetivo perseguido por el crédito documentario irrevocable es conseguir y garantizar la ejecución del contrato. Este
objetivo, deseado por ambas partes contratantes, se logra mediante el pacto referido por el cual el comprador promete
que el pago se realizará por conducto de un banco, que asumirá directamente la obligación en forma irrevocable y que
hará efectivo el pago cuando el vendedor le entregue los documentos que representan a la mercancía: factura, póliza de
seguros, conocimiento de embarque, etcétera, en el tiempo y forma determinados. En virtud de este pacto especial, el
pago del precio por el comprador contra entrega de la mercancía, efecto normal, queda alterado por el pago del precio
por el banco, en nombre propio, pero por cuenta del comprador y en lugar de la entrega de la mercancía al comprador, el
vendedor debe presentar al banco los documentos que la representan.
Las tres funciones que reúne el crédito documentario irrevocable, de ejecución del contrato de venta, garantía de su
cumplimiento y financiación económica de la operación, son justificante de la gran trascendencia que ha adquirido en la
actualidad, facilitando el intercambio de mercancías entre los países, dando confianza a las partes y los medios
económicos para realizarla[26]. El comprador tiene la seguridad de que el precio no será satisfecho mientras tanto el
vendedor no haga entrega de los documentos, que significa la tradición ficta pactada en el contrato de venta.
El vendedor queda garantizado frente a la solvencia desconocida o dudosa del comprador y puede disponer
inmediatamente de dinero por el pago del banco o por el descuento fácil de la letra aceptada por el banco. El banco, al
vincularse directamente con el beneficiario, se convierte en su deudor directo.
El crédito documentario irrevocable adoptar dos modalidades en cuanto al compromiso frente al beneficiario,
estipulándose que el banco ha de pagar o ha de aceptar una letra de cambio.
a. Por pago
El banquero, al recibir los documentos del vendedor, procede al pago. El banquero paga por cuenta de su cliente.
b. Por aceptación
El banco acepta la letra que le gira el vendedor contra la entrega de los documentos. El beneficiario recibe la letra aceptada
por el banco que será de fácil descuento. En la letra se habrá establecido plazo para el pago.
Utilizando la terminología propia del derecho cambiario, diremos que el contrato de compraventa es la relación
fundamental y que las cláusulas que prevén el pago por un crédito documentario, es el pacto cambiario.
Alcázar Caballero:
“... pero cuando el banco emisor utiliza el intermedio de otro banco para avisar al beneficiario y el crédito ha sido
establecido por el primero con carácter irrevocable, crédito ‘no confirmado’ significa que el segundo banco no adquiere
compromiso alguno en la operación, limitándose a notificar al beneficiario la existencia del crédito sin responsabilidad
alguna por su parte. En este caso, el crédito se denomina ‘crédito irrevocable no confirmado’... Si el banco emisor de un
crédito no pide al banco intermediario que lo confirme, sino simplemente que notifique al beneficiario la existencia de la
operación, la intervención del segundo banco se limita a avisar al beneficiario, trasladándole las condiciones del crédito,
informándole que ha sido establecido por el banco emisor con carácter irrevocable, pero sin adquirir por su parte
compromiso alguno”[33].
Olarra califica al banco notificador como “nuntius” del banco emisor y analiza las relaciones del banco notificador con el
vendedor:
“Frente a éste, el banco notificador tiene la obligación fundamental de notificarle la existencia de un crédito abierto a su
favor y sus condiciones y plazo... Es decir, existe de parte del banco notificador una obligación específica, que es la de
trasmitir la noticia de la apertura del crédito... Por supuesto que, a menos que se convierta en confirmador, el banco
notificador no responde por el pago del importe por el banquero emisor, ni garantiza a éste. Su intervención obedece al
hecho de que el banquero emisor no tiene una sucursal en la plaza del beneficiario. Es sólo un conducto para la trasmisión
de informaciones.
Como notificador no es sino un mero trasmisor material de noticias que nada agrega a las mismas y que a nada se
obliga”[34].
Rodríguez Azuero:
“Ante la inexistencia de una sucursal del banco emisor en la plaza donde debe hacerse pago, éste suele valerse del
crédito, suministrándole un ejemplar del documento respectivo, con el objeto de que se imponga de los términos y
condiciones de la carta de crédito, el plazo dentro del cual puede ser utilizada y los documentos que deberá presentar, la
fecha de la exhibición de dicho documento, la cual no es esencial, y la presentación de los exigidos por el crédito, puede
ejercitar el derecho al pago, la aceptación o negociación, según la forma que haya sido prevista. La simple notificación o
aviso respectivo, quien actúa como simple agente del banco emisor para el solo efecto de comunicar la apertura.
... En el caso del banco que se limita a avisar, la doctrina califica su intervención como la de un simple nuncio que ejerce
una colaboración subordinada o de asistencia sin ningún poder de disposición en el negocio”[35].
Barbosa:
“Que simplemente es la entidad bancaria localizada en la plaza del beneficiario que avisa o notifica a este de la
disponibilidad de un crédito abierto a su nombre. De suyo, en la gran mayoría de los casos el banco notificador llega a ser
el mismo banco pagador, solo que en el momento de avisar al beneficiario la existencia del crédito, asume ideal y
momentáneamente el papel y el nombre del banco notificador.
Conviene advertir que mientras el banco notificador solo tenga la función de avisar al beneficiario acerca de la existencia
de una carta de crédito a su favor, no asume frente a este ninguna responsabilidad de pago, aceptación o negociación, ni
tampoco tiene responsabilidad alguna frente al ordenante o al banco emisor si el beneficiario no utiliza el crédito o la
utilizada defectuosa o extemporáneamente” [36].
Si el exportador no le hiciera encargo alguno al banco avisador, éste sólo podrá contraer una responsabilidad
extracontractual si hubiere cometido un ilícito que perjudique a aquél.
Olarra, a su vez, opina que “también una obligación de carácter general consiste en colaborar razonablemente con la
seriedad y seguridad de la operación...” [39].
2. El banco avisador–pagador
Es frecuente que el banco emisor del crédito solicite a su corresponsal de la plaza del vendedor que notifique a éste la
apertura, y que al mismo tiempo se encargue de recoger los documentos, proceder a su verificación y, una vez que haya
comprobado su regularidad, liquidarlo en la forma convenida.
Ni con el exportador ni con el importador este corresponsal tiene vínculo directo. Carecen ambos, pues, de acción contra
el avisador-pagador por incumplimiento de sus obligaciones.
En cambio, el corresponsal avisador-pagador mantiene una relación de mandato con el banco emisor, de manera que
ante éste responderá de los daños y perjuicios que se ocasionaren al mandante por la inejecución total o parcial del
mandato[40].
3. El banco avisador-confirmante
El banco confirmante es deudor del pago del importe del crédito documentario al beneficiario, de la misma forma que el
banco emisor.
Olarra explica:
“Pero, en algunos casos, el banquero notificador no se reduce a ese solo papel, sino que, además, confirma el crédito...
Mediante ese acto asume en forma personal y directa la obligación del banquero emisor en el sentido no de subsistir la
obligación de éste, sino de adicional al compromiso de aquél el suyo propio. De tal manera se crea una seguridad más
para el vendedor que tiene en su propia plaza un obligado directo. Contará así con tres deudores: comprador, banco
emisor y banco confirmador. En suma, el crédito irrevocable puede ser únicamente notificado, que es el caso más
frecuente; o bien, notificado y confirmado, con lo cual el banco corresponsal se obliga también”[41].
En términos similares, también, se expresa Labanca, Noacco & Vera, comparando al banco confirmante con el mero
notificador:
“Resulta obvia entonces la diferencia entre el crédito simplemente irrevocable confirmado. En el primero, el banco emisor
se limita a abrir el crédito, esto es, a asumir una obligación personal y directa frente al beneficiario, asunción que pone en
conocimiento de éste por intermedio del banco notificador encargado a ese solo efecto por el emisor. En el segundo, el
banco confirmador suma al compromiso contraído por el emisor su propia obligación. Este nuevo y distinto compromiso
debe asumirse en términos claros, que no dejen lugar a dudas o equívocos, y cualquier interpretación deberá ser restrictiva,
como que está en juego la asunción de una obligación”[42].
Barbosa expresa:
“El banco que descuente los efectos cambiarios procede previamente a examinar los documentos a cuyo amparo se ha
girado la letra, pero no lo hace como mandatario del banco emisor, sino bajo su cuenta y riesgo para tratar de asegurarse
de la regularidad de la documentación presentada y su conformidad con las estipulaciones del crédito. Pero, nótese bien,
el banco negociador no responde ante el emisor ni ante el ordenante de la regularidad o la oportuna presentación de los
documentos, pues, ya se dijo, no obra como mandatario sino como mero descontador de los efectos presentados. El
interés en el examen de los documentos es precisamente evitar que a la postre el banco o aun el ordenante rechacen el
pago de las letras negociadas por no haberse girado de acuerdo con las condiciones del crédito o porque los documentos
en alguna forma eran defectuosos o inoportunos.
Y, en efecto, por el grave riesgo que implica la negociación es por lo que unánimemente se reconoce al banco negociador
la acción de reembolso contra el beneficiario; acción que lo habilita para exigir de este la devolución de los dineros dados
inicialmente, en virtud de que los girados de la letra (banco u ordenante) rechazan el pago por encontrarlo irregularmente
realizado”[45].