El Metro Del Mundo - Denis Guedj
El Metro Del Mundo - Denis Guedj
El Metro Del Mundo - Denis Guedj
La pequeña historia nos cuenta que, en los albores del siglo XVII, Galileo
descubrió las leyes del movimiento del péndulo mientras observaba las
oscilaciones de una lámpara en la catedral de Pisa. Esa lámpara, como un
péndulo por aproximación, iluminó a Galileo y le permitió comprender «la
admirable propiedad de que era capaz de realizar todas sus oscilaciones,
grandes o pequeñas, en el mismo tiempo». Parece ser que observó los
balanceos del péndulo, comparando la duración de su vaivén con el número
de latidos de su propio corazón.
Etimológicamente, del latín pendulus, que cuelga. Una masa, un hilo; la
masa pendiente de un hilo colgado en un punto fijo. Este dispositivo tan
elemental es el punto de partida de muchos descubrimientos científicos.
Isocronismo. Para una misma longitud de hilo, las osciladones del
péndulo siempre se producen en el mismo tiempo. La masa y el impulso dado
al hilo para ponerlo en movimiento no influyen en esa duración, como a
priori podría creerse. Así, una duración de la oscilación determina una
longitud del hilo. Si se toma un segundo, se obtiene la longitud
correspondiente a un segundo: longitud del hilo de un péndulo cuyas
oscilaciones se efectúan en un segundo. Esta longitud es la misma para todos
los péndulos. La invariancia de esta longitud es un inesperado regalo para
quienes buscan un patrón universal basado en las leyes de la naturaleza.
El mundo científico se apropió del péndulo: Mersenne, Gassendi,
Descartes, Huygens[2], Mariotte… El jesuita italiano, astrónomo y geógrafo,
Giovanni Battista Riccioli fue el primero, en 1645, en determinar la longitud
correspondiente a un segundo. Aunque es a Huygens a quien se le debe el
haber establecido la relación entre péndulo y medida universal. En su
Horologium oscillatorium, precisó la forma de establecer «una medida cierta
y permanente de las magnitudes, que no esté sujeta a ninguna contradicción y
no pueda ser abolida o corrompida por la ofensa o la duración de los
tiempos», y añadía: «así este pie horario puede no solo ser aceptable para
todas las naciones, sino también reconstruido en los siglos por venir».
Hay que decirlo bien fuerte: ¡es una suerte inesperada que la Tierra sea
redonda! La esfera posee dos cualidades irreemplazables para quien quiera
determinar el tamaño de un cuerpo sólido. Basta con un dato, radio o
circunferencia, para definirla; no ocurre así con el cilindro, por ejemplo, para
el cual es necesario conocer el radio del círculo de la base y la altura. Una
sola medida es suficiente para la esfera y no importa dónde se efectúe. Todos
los puntos de la superficie sirven igual, consecuencia de una propiedad
geométrica: el «radio de curvatura» de la esfera es constante[4]. Por otra parte,
al ser distinto el radio de curvatura para cada esfera, basta para caracterizarla.
En una palabra, no hay más que una posibilidad de ser un plano e infinitas de
ser una esfera.
No ofrecen parecidas facilidades ni el cubo, ni el cilindro, ni el disco
plano, ni la pirámide.
Imaginemos que la Tierra sea un disco plano e intentemos calcular su
tamaño. Como cuerpo de dos dimensiones, el disco tiene un radio de
curvatura idéntico en cada punto. Y este radio de curvatura es el mismo para
todos los discos. Consecuencia de esto es que la medida de un fragmento de
radio no nos informa sobre el tamaño del disco. Solamente una medida de la
circunferencia nos permitiría deducir la circunferencia entera, y de ella, el
tamaño del disco[5]. Si la Tierra era un disco plano, no se podría saber su
tamaño hasta que se hubiese llegado al extremo del disco.
Dejemos la geometría pura por la geodesia y descubramos otra feliz
particularidad. La Tierra, no contenta con ser una esfera, posee un eje
privilegiado, el eje de los polos. Así, entre todos los círculos de la esfera, hay
unos privilegiados: los que pasan por los polos. Los meridianos.
He ahí por qué cada punto del globo se encuentra sobre un meridiano y
uno solo, el SUYO. Nada más simple que determinarlo… en teoría.
Desplazarse en dirección norte-sur. Así se describe un arco de meridiano. Por
eso la medida de los meridianos se impondrá como la herramienta
privilegiada de la geodesia: la medida de un meridiano permite saber el
tamaño de la Tierra.
Descubrir una constante universal es un acontecimiento considerable. Y
raro. El descubrimiento del isocronismo del péndulo fue una revelación para
el mundo científico. Se necesitaba de ese descubrimiento para establecer una
unidad de medida universal. Esta propiedad imprevista hallaba su
justificación en la más hermosa de las teorías físicas, tan admirada en ese
final del siglo XVIII, la teoría de Newton.
Al contrario que el meridiano. Porque, desde el punto de vista de la
ciencia, el progreso de la geodesia en el curso de los últimos decenios, que
desveló las irregularidades de la forma de la Tierra, que no es ni una esfera[6]
ni tampoco una elipsoide de revolución, la debilitó como aspirante al papel de
patrón universal de medida.
¿El débil péndulo o la pesada Tierra?
4. LA RESPUESTA DE LOS INGLESES
«No tengo nada más que una idea, bien sencilla, que presentar a la
Academia, pero su importancia me anima a añadir algunas reflexiones, a
pesar del poco tiempo de que dispongo para redactarlas. Apenas concebidas,
las transcribo en el papel.»[7] Estamos a 12 de mayo de 1790, el ciudadano
Auguste Savinien Leblond, «Maître de mathématiques des enfants de
France», acude a la Academia de Ciencias llevando esta misiva.
A Leblond le basta con una frase para expresar esa simple idea: «La
medida más natural, la más sencilla, la única que debe adoptar la Geometría,
es la medida de la Tierra». Y precisa que esta medida no debe ser otra que la
longitud de un grado de meridiano a la latitud de 45°.
Si, al parecer de Leblond, hay mucha urgencia, es porque la Asamblea
Nacional había votado, cuatro días antes, un decreto por el que anunciaba su
elección: el péndulo que bate el segundo será la nueva unidad de medida. Y
Leblond, convencido de la influencia de la Academia, «en su seno», escribe,
«los más pequeños proyectos pueden divulgarse y, modificados por ella,
servir para iluminar al Universo», decide intervenir para convencerla de que
esa elección no es la buena y para que, una vez convencida, intervenga a su
vez en la Asamblea para que modifique su elección y adopte el meridiano.
Para Leblond «ha llegado por fin el momento de que la antorcha de las
Ciencias, inmersa en el tiempo de la política, ilumine los más oscuros
rincones».
Sin embargo, el asunto es complicado. Prieur y Talleyrand, ya de acuerdo
sobre el rechazo a las medidas del rey, lo están igualmente sobre el fenómeno
natural que deba proveer la nueva unidad de medida. Prieur, inspirándose en
el pie horario de Huygens, había propuesto el pie nacional, cuya longitud
sería el tercio de la del péndulo que bate el segundo en el Observatorio de
París. Talleyrand también había propuesto el péndulo, insistiendo en el hecho
de que esa elección estaba respaldada por la preferencia de los medios
científicos. Una única diferencia: Prieur quería que el péndulo marcase el
segundo en el Observatorio de París, Talleyrand que lo hiciera a 45° de
latitud, «al nivel del mar, cerca de Burdeos», precisaba. Es la primera
referencia al «nivel del mar» en este tema. Pronto volveremos a encontrarla.
El decreto es votado.
Los diputados que acaban de votar por el meridiano son los mismos que
once meses antes habían votado por el péndulo. El ciudadano Hourcastréme
tiene derecho a ver alguna contradicción en ello, lo que constituirá algunos
días más tarde el tema de su Dissertation sur les causes qui ont produit
l’espéce de contradiction que l’on remarque entre un premier décret de
l’Assemblée nationale, sous la date du 8 mai 1790, et un second décret, sous
celle du 26 mars 1791, quoique tendant l’un et l’autre au même but d’utilité
générale. En los pasillos no se habla más que de la repentina enfermedad de
Mirabeau.
Luis XVI no emplea más de cuatro días para sancionar el decreto. Para
firmar el del 8 de mayo habían sido precisos tres meses y medio. De repente,
todo iba muy deprisa.
En Occidente todo empieza con una diligencia rodando por una carretera
un día de agosto de 1525. En la diligencia va Jean Fernel, médico de
Enrique II, aunque el viaje nada tiene que ver con la medicina. El vehículo es
un poco especial, está provisto de un raro dispositivo, un contador de vueltas
que contabiliza las que da la rueda, el antepasado de los cuentakilómetros de
nuestros automóviles. La carretera es la de París a Amiens. Sabiendo que las
dos ciudades están situadas prácticamente sobre el mismo meridiano y la
carretera es casi recta, es fácil comprender la finalidad del viaje: geodesia.
Para calcular la distancia recorrida, Fernel no necesita más que multiplicar la
longitud de la circunferencia de la rueda por el número registrado en el
contador. No exactamente. Previamente debe hacer dos correcciones: restar el
exceso de giros provocado por las cuestas y los descensos, lo que le lleva a
17.024 vueltas, y tener en cuenta los movimientos de desviación del vehículo,
con lo que mengua el giro de rueda de 20,43 a 20 pies redondos. Lo que
obtiene son 340.480 pies.
«La medida de ese arco que exige tantos desvelos y tiempo», advirtió
Monge, «no proporcionará, sin duda, más que un pequeño grado de precisión
sobre las mediciones antiguas». ¡Solo «un pequeño grado»! Pero, prosigue en
un texto ulterior, Adresse de la Commission des poids et mesures a la
Convention nationale, del 17 de Nivoso del año II (6 de enero de 1794), esas
operaciones son «dignas del pueblo francés, el cual debe ser modelo en todo
para todos los pueblos, y por la precisión de los cálculos y la de los
instrumentos que se han empleado». Cuando se sabe que ninguna medida,
excepto el puro recuento, que concierna a los números enteros y números
racionales puede aspirar a la exactitud, se valorará esta declaración del mismo
año, de Arbogast, en su Rapport sur l’uniformité et le système général des
poids et mesures: «Todo nos garantiza la exactitud y perfección en la
ejecución de esta hermosa empresa, la mayor en su género y una de aquellas
en que las ciencias y artes pagarán gloriosamente su tributo a la humanidad
agradecida».
Monge habla de precisión, Arbogast de exactitud. La exactitud es
inalcanzable, la precisión no. Más que esta, atributo científico, la operación
busca la perfección que procede de la filosofía. Condorcet había dicho:
«Ocuparse menos de aquello que sea fácil que de lo que se acerque más a la
perfección». La perfección es lo inalcanzable, lo eterno; hace suya una parte
del futuro. Todo el futuro. «Los resultados que se obtendrán de estas
operaciones dejarán a todas las naciones imposibilitadas para mejorarlas».
(Monge). «Los representantes de la nación francesa han pensado que, una
operación ordenada en nombre del pueblo francés para proporcionar las
medidas a todas las naciones, debería tener una carácter de grandeza y
exactitud que ninguna otra nación, de cualquier época que sea, pueda aspirar
a mejorar». (Comisión Provisional de Pesos y Medidas). Y aún dice
Arbogast: «Estas investigaciones llevadas al último grado de perfección se
convertirán en una nueva prueba de la utilidad de las ciencias y su influencia
en el bienestar de la sociedad».
Lo inalcanzable anula el tiempo por venir, requiere la eternidad. Eso es
precisamente lo que el miembro de la Convención, Barère de Vieuzac,
declarará: «Será fabuloso ver a la Convención Nacional, inmóvil en el seno
de las tempestades, ocuparse de la eternidad de la República».
Hombres e instrumentos
Ya hace casi un año que se ha votado la ley sobre las nuevas unidades de
medida y la del meridiano no se ha iniciado. ¿A qué esperan? A que estén
listos los instrumentos, y a que los componentes de las comisiones lo estén
también. Y ya hay tres deserciones. Tillet, que ha fallecido, y dos abandonos
que afectan precisamente al grupo encargado de la medida del arco
Dunkerque-Barcelona: el matemático Adrien Marie Legendre y los
astrónomos Cassini IV y Pierre Méchain, que habían sido elegidos para esa
tarea porque previamente habían trabajado juntos con éxito[20].
Legendre, concentrado en la redacción de una importante obra, Les
Éléments de géométrie, decide no participar. Respecto a Cassini, que ha
estado viajando mucho para trazar el mapa general de Francia, rehúsa la
propuesta por su rechazo a atravesar de nuevo ese país en plena efervescencia
y su hostilidad hacia todo lo que ha traicionado a la Revolución. No dimite de
otras cosas. Con Borda se encargará de medir la longitud del péndulo en la
sede del Observatorio. Cassini, finalmente, no va a volver a medir lo que su
padre y su abuelo ya habían medido. La historia no nos dice si Luis XVI se
sintió satisfecho.
Méchain se queda solo para medir el arco del meridiano. Será preciso
reemplazar a los dos dimisionarios.
Un mes de abril cargado. El día 2, el recientemente nombrado ministro
del Interior, Roland de la Platière, pide a la Asamblea que decrete por la vía
de urgencia «un medio provisional» para acabar con la diversidad de
medidas. El 5 se cierra la Sorbona. El 15, en el transcurso de la Fiesta de la
Libertad, se inventa la divisa «Libertad, Igualdad y Fraternidad». El 21, la
Asamblea decide imprimir el Rapport sur l’instruction publique de
Condorcet.
«Una de las primeras metas de una instrucción nacional es desarrollar en
toda su amplitud los talentos con que la naturaleza ha dotado al ciudadano, y
por esa vía establecer una igualdad de hecho, y convertir en real la igualdad
política reconocida por la ley. Bajo este punto de vista, la instrucción es un
deber de justicia para el poder público». Dirigir la enseñanza de manera que
la perfección en las artes acreciente las satisfacciones de la generalidad de los
ciudadanos.
La educación debe aplicarse a todas las edades de la vida, no debe
abandonar a los individuos en el momento en que salen de la escuela. «Esta
“segunda” instrucción, la reservada a los adultos, es tanto más necesaria
cuanto que la primera haya sido descuidada». De algún modo se trata de una
formación permanente.
El 21 de abril la depreciación de los asignados con relación al oro es de
un 50 %. Rouget de Lisie, el 25, en Estrasburgo, compone el Chant de guerre
pour l’armée du Rhin, que muy pronto se convertirá en La Marsellesa. El día
30 se emiten 300 millones de asignados suplementarios.
El 21 de mayo Roland vuelve a la carga; afirma que si no se define en
breve plazo un patrón de medida provisional, está dispuesto a adoptar las
medidas de París. Se empiezan a levantar algunas voces recomendando que
se utilicen los resultados del Méridienne vérifiée. Provisionalmente, por
supuesto.
Elegir de una y otra parte del arco puntos elevados (A, P, Q, R, S, T…,
B), campanarios, torres, castillos, de manera que, desde cada uno de
ellos, se vean los dos o tres siguientes. Para hacer esto se plantan señales
que los hagan fácilmente visibles.
Establecer una cadena de triángulos de forma que dos triángulos
sucesivos tengan un lado común y el orden de sus vértices, situados a
una y otra parte del arco, sea tal, que cada uno sea visible desde los dos
precedentes y desde los dos siguientes.
Medir los ángulos de los triángulos por medio de visuales efectuadas
con ayuda del círculo repetidor. Esto son medidas geodésicas.
Medir, sobre el propio terreno, con la ayuda de reglas planas, un solo
lado de los triángulos, la base. Ella es quien proporciona la escala de la
triangulación. En esto, y solo en esto, hacemos agrimensura.
Determinar la inclinación de los lados de los triángulos respecto al del
meridiano. Para ello es necesario medir el ángulo que forman con el
meridiano, los azimuts. Ahora se trata de medidas astronómicas.
¡Destituido!
¡Leer el nombre de Prieur entre los firmantes, y en primer lugar!
Delambre no lo entiende. Y también Carnot… Él, que había confiado en que
la presencia de Prieur en el Comité de Salud Pública favorecería la operación.
Pasado el estupor, y la cólera, Delambre examina la lista. ¡No figura
Méchain! Por lo menos una buena noticia. La operación podrá proseguir en
cualquier caso en el sur. Pero ¿por qué esas destituciones?
Remontémonos un poco en el tiempo. El arresto de los recaudadores de
impuestos fue solicitado a la Convención el 24 de noviembre. Diecinueve de
ellos fueron inmediatamente detenidos. Cuando la guardia se presentó en el
domicilio de Lavoisier, él no estaba. Tras varios días de inquietud, por
agotamiento Lavoisier decidió presentarse en la cárcel de Port-Libre, donde
estaban los otros recaudadores. Desde su prisión, multiplicando las cartas a
sus amigos, intentó organizar su defensa.
Sus colegas de diferentes comités acordaron intervenir a su favor. Borda
y Haüy, que debía a Lavoisier haber escapado a las masacres de septiembre
de 1792, dirigieron un escrito al Comité de Vigilancia: «Como consecuencia
de numerosas verificaciones de patrones de todas clases de pesos y medidas,
la presencia de uno de sus miembros, el ciudadano Lavoisier, es tan necesaria
en razón de su talento específico para todo aquello que exija precisión, que
los trabajos están interrumpidos por su ausencia. Un nuevo comisario estaría
obligado a empezarlos de nuevo desde el principio y es muy difícil
reemplazar al ciudadano Lavoisier. [Recuerden] cuán urgente es que este
ciudadano pueda ser reintegrado a sus importantes trabajos, etc.». El
argumento es simple: ¿desea la nación que acabe lo más rápido posible la
reforma de los pesos y medidas? Es urgente que el ciudadano Lavoisier
pueda volver a sus tareas.
Mientras tanto, el Comité de los Asignados y Monedas estaba también
intervenido. Las nuevas pieza de 5 décimes debían ponerse en circulación.
Con el fin de pesarlas con precisión se necesitaban nuevas balanzas cuya
fabricación era especialmente delicada. Lavoisier, especialista en balanzas,
era el más indicado para conseguirlas. Carta que había sido enviada al Comité
de Salud Pública: «Tomen las medidas que consideren más convenientes
acerca del ciudadano [Lavoisier], pero es necesario que pueda trabajar en su
laboratorio». Y habían añadido: «Si no hay hechos graves de qué acusarle,
actúen de modo que pueda reemprender los trabajos de los que está
encargado, con todas las medidas de seguridad que se crean convenientes».
No solamente no fue liberado Lavoisier, sino que seis miembros de la
Comisión fueron destituidos por haber pedido su liberación. Podemos
extrañarnos que Haüy, que también había firmado, escapase a la destitución,
sobre todo teniendo en cuenta que su situación como sacerdote rebelde podría
haberlo hecho más sospechoso que otros.
El 4 de enero, miembros de la sección de Piques, sección de la que
dependía el domicilio de Lavoisier, habían quitado los precintos colocados en
su casa «en razón de las operaciones comenzadas sobre los pesos y medidas».
Fueron requisados papeles, máquinas y las sumas de dinero correspondientes
a las operaciones de que él era depositario. El registro tuvo lugar en presencia
de Romme y Fourcroy.
Excepto Haüy, ¿quiénes son los «miembros restantes» de los que habla el
decreto? Lagrange, que se convierte en presidente reemplazando a Borda. Y
Monge, Vandermonde, Berthollet, integrantes del Comité de Física, de
Química y de Mecánica, encargado de aconsejar al Comité de Salud Pública
sobre diferentes temas científicos relacionados con el armamento, y que
acaban de redactar un Avis aux ouvriers du fer de unas treinta páginas, quince
mil ejemplares impresos, del que se hacen lecturas públicas en las plazas de
pueblos y ciudades.
«Animado por el odio a los reyes», no puede ser sospechoso de ello
Monge, el de la Montaña, firmante del documento oficial de condena a
muerte de Luis XVI, y a quien se debe un descubrimiento capital: poner de
manifiesto la diferencia entre la fundición, frágil, con la que los cañones se
habían fabricado hasta entonces, y el acero, mucho más resistente. Ese
descubrimiento revolucionaba la fabricación de cañones, y expuso su técnica
en Description de l’art de fabriquer des canons, demostrando de paso la
superioridad indiscutible del vaciado con arena sobre el vaciado con tierra.
Los tres nuevos componentes son: un obrero convertido en químico,
Hassenfratz, antiguo auxiliar… de Lavoisier y miembro de la Comuna; el
otro un geógrafo, Buache; físico el tercero, Prony.
Asombrosamente, ahora que la Comisión acaba de ser amputada, Monge
lee una Adresse de la Comission a la Convention nationale. Hablando de
resultados «buscado(s) y hallado(s) en medio del fragor de nuestras armas
victoriosas», informa de que «miembros de la Comisión prosiguen la medida
de la longitud del arco del meridiano comprendida entre Barcelona y Dune-
Libre». Dune-Libre es el nuevo nombre de Dunkerque. El 19 de enero, la
Comisión «depurada» cambia de estilo y escribe: «Habiendo ordenado el
Comité de Salud Pública la depuración de los miembros de la Comisión de
Pesos y Medidas […], la nueva Comisión rinde cuentas de los trabajos que
prometen dar satisfacción muy pronto a quienes soportan impacientemente
los nombres de pies de rey, toesa de rey, arpende real, etc., ofreciéndoles las
medidas republicanas que tendrán grabado el troquel de la libertad en lugar
del despotismo». ¡Definitivo! ¡Se trata entonces de mantener a un químico
amenazado de muerte! ¡No faltaba más que, a pesar de las proclamas, un año
después de la ejecución de Luis XVI, cuatro años y medio después de la
noche del 4 de agosto, se siga midiendo con las medidas del rey!
Delambre escribirá: «Al destituir a un gran número de aquellos que se
habían consagrado por entero, en particular Borda, el cual preparó el plan y
creó todos los medios de ejecución, saltaba a la vista que querían cambiar ese
plan, o por lo menos simplificarlo mucho, y no querían en la Comisión más
que a las personas realmente imprescindibles. Deseaban también aprovechar
el impulso revolucionario, idea bastante buena, aunque no era tan imposible
llegar a los mismos fines por otros caminos».
La esclavitud es abolida el 4 de febrero. Algunos recordaban todavía, en
el momento de la votación, el panfleto que escribió Condorcet… en 1777:
«Acepto que hay profundos políticos que pretenden que los 22 millones de
blancos o casi blancos que Francia alimenta, no pueden ser felices si 300.000
o 400.000 negros no sucumben a latigazos a dos mil leguas de aquí. Alegan
que es el único medio de disponer de azúcar y añil a buen precio. Así que
cuando Luis X el Obstinado devolvió la libertad a los siervos de sus
dominios, se afirmaba que, ya que serían libres de trabajar o no hacer nada,
todas las tierras iban a quedar en barbecho. Los mismos políticos dicen aún
ahora que la esclavitud de los negros no es tan lamentable como se pretende,
que es una cosa bastante agradable para un africano que lo arranquen de su
país, amontonado en un barco, en el que se encuentra tan bien, que se ven
obligados a no dejarle ningún movimiento libre, por temor de que se suicide;
ser luego puesto en venta como una bestia de carga, y condenado, él y su
descendencia al trabajo, a la humillación y a los golpes con nervios de buey.
¡Pues bien, los blancos no tienen ningún derecho a conceder ese beneficio a
los negros y eso basta!».
El Panteón acoge el 8 de febrero la Fiesta de la Razón. Lalande, el
astrónomo, ateo convencido, es el orador principal. Después declarará: «El
espectáculo del cielo parece a todo el mundo una prueba de la existencia de
Dios, así lo creía yo cuando tenía diecinueve años; hoy no veo en él más que
materia y movimiento». Materia y movimiento… La ciencia, a finales de este
siglo XVIII, se ha apartado completamente de Dios. Bastantes años más tarde
a Laplace, cuando presentó su famoso Traité de mécanique céleste a
Napoleón, le preguntaron por qué no había citado ni una sola vez a Dios. «No
he necesitado esa hipótesis», contestó.
El otro punto de vista se expone en dos frases. Ya que las nuevas medidas
son inéditas, sus nombres deben serlo también. Ya que las nuevas medidas
constituyen un sistema, sus nombres deben constituirlo también. Eso conduce
a establecer una verdadera nomenclatura que permita elaborar los nombres de
manera metódica. El filósofo Condillac en La Langue des calculs, describe
cómo se debe proceder: «Si el uso de cada palabra supone una convención, la
convención supone una razón que conduce a adoptar cada palabra, y la
analogía que proporcionan las reglas, sin la cual sería imposible entenderse,
no permite una elección absolutamente arbitraria».
Este procedimiento metódico se había empleado con éxito algunos años
antes en Francia mismo en el establecimiento de la nomenclatura química.
La similitud de principios que inspiran las nomenclaturas métrica y
química es sorprendente. Nos extrañaremos menos cuando recordemos que
los creadores de la nomenclatura química, establecida en los años 1787-1789,
se llaman Lavoisier, Guyton de Morveau, Fourcroy, Hassenfratz. Para
Lavoisier, hablando de química, «las denominaciones deben ser, tanto como
sea posible, acordes con la naturaleza de las cosas». Para Prieur, hablando del
sistema métrico, «las palabras, para ser acertadas, deben recordar, si es
posible, algunas de las propiedades de las cosas que representan […] Son, por
así decirlo, la miniatura de los objetos».
Los químicos se han inspirado en sus colegas naturalistas[37]. De esta
manera, en los últimos años del siglo XVIII, se dibuja un linaje lingüístico
original botánico-químico-metrológico muy instructivo para la cuestión de la
lengua de las ciencias.
«La palabra debe evocar la idea; la idea debe pintar el hecho: son tres
marcas de un mismo sello»[38]: este principio es el que impulsó a Lavoisier
en el establecimiento de la nomenclatura química. «Siempre que nos ha sido
posible, hemos designado las sustancias simples con palabras simples. En lo
que se refiere a los cuerpos que están formados por la reunión de varias
sustancias simples, lo hemos hecho con nombres compuestos, como lo son
las mismas sustancias… Finalmente hemos llegado al punto en que por la
palabra sola se reconoce inmediatamente la sustancia que entra en la
combinación de la que se habla».
Antología de respuestas[42].
¿Son bárbaras esas nuevas palabras?
«No tienen nada de bárbaro para el oído, y no tienen nada […] contrario
al uso ni a la constitución del francés». Además, «no pensamos que la
expresión bárbaro pueda aplicarse con propiedad a las palabras procedentes
del griego» porque, precisamente, en el mundo griego en que ha sido creada,
la palabra bárbaro designa lo ¡no griego!
¿Extraídas de lenguas extranjeras?
Pues sí, pero con calidad. «Se reprocha a los nombres de las nuevas
medidas que se hayan tomado del griego, como si la mayor parte de los
nombres de nuestra lengua no tuviesen un origen parecido, como si, al
contrario, no fuese algo infinitamente útil dar a las nuevas medidas unos
nombres que, sin alteraciones, puedan pasar a todas las lenguas extranjeras, a
todos los idiomas, en los que está claro que los nombres vulgares no pueden
ser admitidos igualmente».
«¿Han notado que el pueblo tuviese algún problema para acostumbrarse
al nombre de aristócrata, que nunca había usado antes de la Revolución?»,
preguntan Legendre y Gattey dándonos una auténtica lección de lexicografía:
«Desde siempre las artes y ciencias, la moral y la política han tomado del
griego los términos que eran precisos para dar nombre a las nuevas ideas.
Nuestros padres han extraído de ese fondo común los nombres de barómetro,
termómetro, fósforo, tipografía y bastantes más. Nosotros mismos hemos
creado aeróstato, electrómetro y electróforo. La mente humana no da un paso
sin que necesite recurrir al griego para aumentar su diccionario.
»Se dirá que estos términos técnicos no son usados por el pueblo. Pero
¿no tenemos los de cirujano, astrólogo, catecismo, cementerio, y tantos otros,
que son de uso diario?
«Las palabras que vienen del griego tienen esta ventaja, que se alían muy
bien con las demás palabras francesas. Están naturalizadas de algún modo por
la costumbre que tenemos de ver otras parecidas.»
¿Son palabras largas?
De acuerdo, hubiesen sido preferibles palabras de una o dos sílabas todo
lo más. Sin embargo, al preferir hecto a hecato, por ejemplo, ya se ha
escogido la palabra más corta. «De cualquier manera el uso las abreviará
más».
¿Monótonas?
Sí. La selección elegida facilita la memorización aunque «la consonancia
cansa al oído, carga la mente y puede dar lugar a equivocaciones».
Otra acerada confrontación que demuestra hasta qué punto el tema de los
nombres de las medidas agita al mundo político:
«Sería necesario que el pueblo renunciase a sus viejas costumbres.
—No se combate con eficacia la fuerza de la costumbre si no es con el
poder lento pero firme de la razón. Triunfar rápidamente no es lo mismo que
triunfar con seguridad.
—¡Ay de los que fatigan a los ciudadanos tranquilos y laboriosos con
cambios sin objeto y subversivos del orden social!
—Igualmente, ¡ay de quienes se aprovechan de su cansancio para hacerle
rechazar mejoras necesarias!
—La novedad no es buena recomendación para una cosa.
—Pero tampoco es una condición de rechazo».
Concluiremos esta selección con la siguiente frase de los encargados de la
nomenclatura métrica: «Si se quiere que el pueblo ponga orden en lo que
hace, y por consiguiente en sus ideas, es preciso que la imagen de ese orden
se la recuerde todo lo que le rodea…».
«Solicito que cada uno sea libre de llevar el nombre que quiera». (Gilbert
Romme).
Es imposible captar toda la agudeza de las cuestiones planteadas por la
nominación en el sistema métrico decimal si no es integrándolas en la
gigantesca empresa lingüística, que afecta a todos los aspectos de la sociedad.
Cada día aporta su contingente de novedades: nuevas leyes, nuevas
instituciones, funciones inéditas, instantes como nunca se habían vivido,
ceremonias sin igual, acontecimientos inimaginables, ideas… impensables.
Esta omnipresencia de lo Nuevo confirma que se está de verdad en tiempos
de Revolución.
Se cambia, derriba. Se instaura, instituye, inicia, funda, crea, inventa,
innova. Inédito, desconocido, original, sin igual, sin precedente, sin
equivalente, que, aunque no siempre sea el caso, así se cree. Para expresar
todo eso son necesarias palabras. Palabras antiguas que se renuevan y a las
cuales se les insufla nueva vida con un nuevo sentido. Palabras nuevas que se
construyen con piezas pequeñas. Que se crean en las calles, en los foros, en
las plazas públicas. Triunfo de oradores y tribunos. La palabra «trabaja».
Estratos completos de la sociedad se ponen a hablar buscando, y encontrando,
palabras para nombrar. Decir lo que no se había dicho nunca antes, decir lo
que nunca antes se había oído, decir lo que se asombra uno mismo de oírse
decir. La Revolución Francesa fue una revolución del verbo. Las palabras son
armas.
Las luchas sociales y políticas, cuando son radicales, son siempre luchas
por la lengua también, en la lengua, para la lengua. Amor a las palabras.
Nunca se dirá bastante sobre el magnífico vehículo que fue la lengua del
siglo XVIII para expresar lo que revolucionaba las mentes. Esos textos
escritos con urgencia, leídos en caliente en el curso de sesiones terribles en
que se jugaba la supervivencia de la nación, son soberbios. Con sentido y
emoción, gravedad y finura.
En lo que concierne a la lengua no hay preferencias; rivalizan en calidad,
feuillants, girondinos, los de la Montaña, enragés. Los políticos actuales si
han perdido una cosa es, ciertamente, la pasión por la lengua y el dominio del
decir.
Esta enorme actividad lingüística actúa por ley y por el uso. Muy
frecuentemente la ley consagra el uso, algunas veces lo precede y lo obliga. O
más bien pretende obligarlo: A veces lo consigue, pero lo más normal es que
pierda. «La ley no puede nada sobre la lengua hablada», afirma la Agencia
Provisional a propósito de la nomenclatura métrica. La razón tampoco, añade
el Diccionario de 1762, porque «el uso en materia de lengua es más fuerte
que la razón».
En este enorme movimiento de la lengua, ¿cuánto «pesan» las «doce
palabritas» del sistema métrico? Metro, litro, gramo, are, estereo, mili, centi,
deci, deca, hecto, kilo, miria.
Por el contrario, podemos imaginar que una parte de la población las
rechaza en bloque, harta de esa cantidad de transformaciones que afectan a la
vida cotidiana. Y que, en el apego que tiene a los nombres de las medidas
antiguas, haya una brizna de ternura, la que uno tiene hacia su lengua
materna.
Otorguemos la última palabra al corresponsal del Languedoc que
responde al cuestionario del abate Grégoire: «Para destruirlo [el patois] sería
preciso destruir el sol, la frescura de las noches, el tipo de alimentos, la
calidad de las aguas, ¡el hombre entero!».
13. AGUA PARA EL KILO
«Pesos y medidas». Era preciso que los pesos fuesen tan importantes en la
antigua metrología para que, entre todas las medidas, merecieran que se les
nombrase aparte; todas las demás dimensiones —longitud, superficie,
volumen—, estaban agrupadas bajo un único vocablo general de «medidas».
Con lo cual los pesos tenían un valor equivalente al de las otras medidas
juntas. Este ancestral equilibrio se rompe en la nueva metrología: la longitud
domina sobre la masa y de hecho se pasa de «pesos y medidas» a «medidas y
pesos». Veremos lo que queda hoy de esta prelación otorgada entonces a la
unidad de longitud respecto a la de masa.
Los textos citados hasta ahora, decretos, leyes, bandos, tan prolijos acerca
de la unidad lineal, son poco explícitos respecto a la de peso. Reparemos esta
injusticia.
Las diferentes fases de los trabajos que llevaron a la determinación de la
unidad de peso han sido enumeradas en dos informes a los que aquí nos
referiremos[44].
Llamada primero grave (del latín gravis, «pesado», «macizo»), luego
kilogramo, la unidad de masa es la segunda unidad fundamental del sistema
métrico. Como todas las demás depende del metro. Pero no depende de él
solo. Para definirla se debe escoger cierto volumen de determinada materia.
Además del metro, que interviene para proporcionarnos las dimensiones del
cuerpo, es necesario que intervenga una materia. ¿Qué materia?
Volvamos a barajar de nuevo las tres exigencias puestas para definir el
metro: universal, extraída de la naturaleza e invariable.
Primero hay que escoger un estado de la materia. Será el estado líquido
porque ofrece el máximo de homogeneidad, propiedad que facilita el pesaje.
El líquido deberá ser «natural», es decir, no creado por el hombre y similar al
meridiano, debe encontrarse por todo el globo. Su densidad no debe ser
«demasiado considerable», debe poseer «buenas» cualidades físicas y
químicas: ser a la vez el más puro y el más fácilmente purificable.
¡El agua!
Posee todas esas propiedades. «La ley la ha designado a propuesta de la
Academia de Ciencias».
Si la masa de un cuerpo depende de su densidad y la densidad del calor,
la masa depende del calor. El agua se dilata con el calor y se condensa con el
frío como todos los cuerpos. Por ello un mismo volumen de agua tiene peso
diferente según la temperatura. ¡Bastante molesto si se trata de definir un
patrón de masa!
¿A qué temperatura hay que pesar esa agua? Surge un problema parecido
al que planteó la elección de la latitud en la determinación de la longitud del
péndulo que batía el segundo.
Elegir una temperatura concreta es introducir un elemento arbitrario, el de
la unidad calorimétrica utilizada. Si se determina la unidad de masa en esas
condiciones, dependería de la unidad calorimétrica escogida. Lo cual no es
deseable.
¿Cómo soslayar esa dificultad y evitar la referencia a la temperatura?
Escogiendo un estado físico natural invariable e independiente de la escala
del termómetro. «La naturaleza nos presenta un estado del agua no solamente
constante sino único, aquel en el que tiene un máximo de densidad: de donde
se deduce que ese estado único debe servir de medida a los otros que son
variables». Ese punto en que el agua pasa del estado sólido al líquido, punto
de fusión del hielo, es en el que el agua tiene su densidad máxima.
La definición puede formularse: la unidad de masa es el peso de un
decímetro cúbico de agua destilada en el punto de su mayor densidad.
Los creadores del sistema métrico decimal, al concretar la temperatura del
hielo en fusión evitan la «variable temperatura», y se fijan en una especie de
constante natural, porque es la misma naturaleza la que interpreta aquí el
papel de medida. Lo que se ha escogido no es la temperatura, cuya
cuantificación es convencional y depende del termómetro y de la unidad
elegida, sino el cambio de estado físico, que no lo es.
La naturaleza es, una vez más, la que proporciona la respuesta,
confiriendo a la segunda unidad fundamental del sistema métrico su carácter
universal. «La unidad de peso está igualmente fundamentada en una base
natural e invariable, depende del peso del más común de todos los fluidos, el
que baña nuestro globo, en una cierta capacidad que proporciona la unidad de
medida lineal», afirma Haüy.
¿Cuándo funde el hielo? Queda por precisar el punto en que el agua
alcanza su mayor densidad permaneciendo en estado líquido. Distintos
experimentos han demostrado que se llega a ese estado a la temperatura de 5°
centígrados.
¿A qué recipiente trasvasar esa agua destilada a la temperatura del hielo
en fusión para poder pesarla? De nuevo se plantean ciertas exigencias. El
recipiente deberá ser tal que su volumen se pueda averiguar con rigurosidad,
que se lo pueda pesar en el aire y en el agua con precisión, que pueda
construirse con exactitud.
¿Forma? Los creadores del sistema métrico decimal analizarán los
diferentes cuerpos regulares. Desde el tetraedro, con tantas aristas, o el cubo,
todo ángulos, o la esfera, toda redondez, el cono, puntiagudo, pasando por el
cilindro recto, ¿cuál escoger?
¿El tetraedro? «Es el más simple de los cuerpos regulares con caras
planas. […] Pero, no siendo medible más que por sus aristas, es
extraordinariamente difícil estar seguro de su volumen».
También son analizadas las características específicas del cubo, la esfera
o el cono. El cubo por sus aristas, el cono por su punta, la esfera por la
irrealizable uniformidad de su curvatura, son cuerpos difíciles de construir
con precisión. No queda más que el cilindro recto.
Será un cilindro recto.
Su construcción no precisa que se elaboren más que tres piezas: un
rectángulo (la superficie lateral), y dos círculos (las bases). Estas piezas están
sometidas a dos exigencias: los dos círculos deben ser iguales, y su
circunferencia debe ser igual a uno de los lados del rectángulo. Para
simplificar su construcción se tomará un cilindro cuya altura sea igual al
diámetro de la base.
Materia. Debe ser lo bastante ligero para no «cansar» la balanza, sin
embargo lo suficiente pesado como para poder sumergirse en el agua por su
propio peso. Será construido «de manera que no sea más que ligeramente más
pesado que el agua, a fin de que en el aire su peso sea el menor posible, y, no
obstante, se sumerja en el agua por su propio peso». Otra exigencia: debe ser
tal que la presión del agua no lo deforme. Por ello, las paredes del cilindro
estarán reforzadas en su interior por una carcasa que impida que se deforme
por la presión ejercida por el agua.
Será un cilindro de latón.
¿De qué dimensiones? Si se hubiesen obstinado en querer construir un
cilindro de 1 decímetro cúbico precisamente, se hubiesen enfrentado a un
problema extraordinariamente delicado: construir un cilindro cuya altura
debería determinarse a partir de un cálculo de raíz cúbica. Con mucha
prudencia se procederá de otra manera: «No se ha exigido que el artista haga
un cuerpo de un volumen concreto previamente, sino solamente de la
magnitud aproximada a lo más conveniente para dar resultados precisos». Se
comienza, sensatamente por tanto, por construir un cilindro de un volumen
aproximado a 1 dm3, y se efectúan las operaciones de pesaje con el cilindro,
cuyo volumen se determina con precisión. Después, por una simple regla de
tres se deduce el peso de un volumen de 1 dm3.
Ya se puede dar la definición del kilogramo: peso de un decímetro cúbico
de agua destilada, en el estado de mayor densidad, pesada en un cilindro de
latón de 243,5 milímetros de altura y diámetro.
«Señor,
»Me impulsáis a mantener a mi marido en buena disposición para hacer el
último esfuerzo en el importante trabajo del que habéis sido encargados
conjuntamente [la medida de la base de Perpiñán], Nadie está más interesada
que yo, y por ello desde hace tiempo pienso en ir junto a él y llevarle palabras
de paz y consuelo. Muchas circunstancias de fuerza mayor me han retenido
hasta ahora pero, por fin, salgo ahora mismo y voy directamente a Rodez. Le
he avisado sin esperar su respuesta, para que no pueda detenerme una vez
más. Como supongo que no está ya en Rodez, le pido que me escriba a lista
de correos y me diga el sitio donde podré reunirme con él. No crea que voy a
hacerle perder el tiempo. Al contrario, mi intención es la de contribuir a que
se aceleren los triángulos. Le digo con mucha claridad que no cometa la
locura de venir a la ciudad para procurar mi comodidad, que yo no quiero
robarle ni un cuarto de hora porque no lo tiene para perderlo, que le veré en
las montañas, dormiré en la tienda de campaña, en una granja perdida, que
me sustentaré de queso y leche, que con él me encontraré bien en cualquier
parte, que durante el día trabajaremos juntos, y que las noches serán
suficientes para nuestras conversaciones.
»Espero mucho del cariño y la total confianza que tiene en mí. Me jacto
de poder disipar esas nefastas ideas que le consumen y le apartan, a su pesar,
de su objetivo. Cuando me vaya, estará preparado para pasar a vuestras
manos. Quizás entre nosotros dos consigamos regenerarle. Piense, señor,
cuánto aumentará mi deuda y mi reconocimiento hacia vos ese gesto que
espero de vuestra amistad. Esto es todo lo que está en mis manos hacer,
desgraciadamente; el último de mis esfuerzos para el bien del servicio, por el
interés de mi marido, para la gloria. Esto queda entre el señor Borda, que está
de acuerdo, vos y yo. Os ruego que no lo sepa nadie. Para todo el mundo voy
al campo y desconocen el objeto de mi viaje, para que nadie pueda llegar a
decir: “se ve obligada a ir en busca de su marido”. Todo esto tendrá un final.
Me cabe el honor de ser, con mis sentimientos de la más gran estima, señor,
vuestra humilde y muy obediente servidora. Señora Méchain.»
«Ciudadano:
»Tras haber fracasado completamente en el objetivo de mi viaje, con el
corazón atravesado por mil dolores, me encuentro de regreso a París. Unos
asuntos me han obligado a pasar por Carcasona, y al ir a visitar al ciudadano
Fabre me ha dado vuestra carta del 5 de este mes, la cual me ha sumido en
más turbación, y como último esfuerzo, debo, por lo menos, tranquilizaros.
En los primeros días de Pradial [mayo] os previne de mi viaje para ir a
reunirme con mi marido. Os prometí noticias tan pronto como pudiese
encontrarlo. Por determinadas circunstancias, a cual más desdichada, no nos
reunimos hasta el 19 de Mesidor [7 de julio]. Desde ese momento le pedí en
vano que os escribiera para ponerse de acuerdo con vos a fin de pasar a la
base de Perpiñán. Siempre me respondía con vaguedades para no afligirme, y
por primera vez ha disimulado conmigo. ¿Qué podía yo deciros
desconociendo totalmente sus intenciones? Yo era consciente de mi falta de
consideración hacia vos, pero el estado de las cosas me obligaba.
»El ciudadano Tranchot [llegó hasta] el extremo de escribir a todos los
que conocían a mi marido por estos contornos que él salía de París para medir
la base. Eso confirmaba la noticia que había divulgado todo el año pasado de
que la base no sería medida por Méchain sino por él. A semejante afirmación
yo he dicho que un Tranchot sustituyendo a un Méchain no se lo podían
creen más que los criados de una fonda, que se sabe muy bien quién es el
hombre del asunto, que debía pasar por encima de él y no perder por
semejante necedad el fruto de tantas penalidades y tantos sacrificios. He
querido dar un golpe de efecto y he dicho a mi marido que no le abandonaría
hasta que no hubiese acabado los triángulos y se hubiera reunido con vos. Se
ha sentido forzado a confesarme que renunciaba irrevocablemente a la base
[de Perpiñán], que dejaba la gloria a aquel a quien habían preferido, que
había dicho bien claro que no iría a medirla hasta que el otro fuese apartado,
que todo demostraba que sus servicios eran poco agradables, que él no
desempeñaría el papel de ayudante y que antes se moriría. No he tenido valor
para contradecirle. Perdonadme, no tengo fuerzas para seguir narrando
hechos que me duelen profundamente. Me aferraba a la promesa que me hizo
de informaros sobre sus resoluciones. He escrito al ciudadano Borda y estaba
resuelta a esconderme del mundo entero porque no puedo aguantar todos los
dolorosos golpes que recibe mi alma.
»No conozco en mi marido más que talentos y virtudes. Mantengo y soy
testigo de que sus capacidades, sus facultades no están alienadas, que son las
mismas, solo su corazón está profundamente lacerado por los violentos
ultrajes de un hombre que ha jurado perderle, que ha jurado perder a una
familia entera. He visto a mi marido cubierto de honores y respetado por la
opinión pública y, vos lo decís señor, en este momento, que debiera ser el
más hermoso de su vida, es el que nos conducirá a todos, quizás, a la nada.
No me quejo, acuso únicamente a la suerte y en absoluto a mi marido; la
sensibilidad extrema de su alma le ha perdido. Es más desgraciado que
culpable.
»He conseguido del ciudadano Méchain que no abandonaría hasta que sus
triángulos no estuviesen totalmente acabados; y que os lo comunicaría a vos
y al ciudadano Borda; eso es todo lo que he podido hacer. Los intereses de mi
familia me reclaman en París y no me han permitido acompañarle hasta el fin
de sus operaciones. Me he visto forzada a dejarle y, cuando me he ido, el
primero de este mes, Rodez, Rieupeyroux y La Gaste estaban terminados. No
le quedaban más que Puy Saint-Georges, Montredon, Montiranc, y creo que
Roe de Montalet. En este momento se le puede escribir a Lacaune
(departamento del Tarn).
»Me cabe el honor de ser, con mis más acendrados sentimientos, vuestra
conciudadana. Señora Méchain.»
París, 4 de Mesidor del año VII [65] Están reunidos en la sala del Consejo
los diputados de las dos Asambleas, los de los Quinientos y los de los
Ancianos. El señor Van Swinden, ciudadano bátavo, presidente de la
Comisión Internacional en la tribuna de oradores: «El Instituto Nacional,
obedeciendo con reconocimiento la ley que así lo obliga, viene a rendiros
cuentas de una operación útil al mundo, singularmente honorable para
Francia, que ha terminado felizmente».
El silencio es absoluto. Delambre y Méchain, y todos los que han
participado en la empresa, están allí. Aunque también hay grandes ausentes:
Condorcet, Lavoisier, Vandermonde, Meusnier… y Borda. Borda, que no ha
tenido fuerzas para llegar a este momento en que la misión, a la que tanto
esfuerzo había dedicado, hubiese culminado, por fin, su tarea, y ha fallecido
algunos meses antes.
La Asamblea, después de escuchar cómo le recuerdan que la unidad de
medida, que ese día se proclama, está extraída del más grande e invariable de
los cuerpos que pueda medir el hombre, oye estas palabras de Van Swinden:
«Un padre de familia experimenta cierto placer cuando se dice: “El campo
que permite que mis hijos subsistan es una porción del Globo. En esa
proporción soy copropietario del Mundo”». Un escalofrío de placer recorre
las filas de los asistentes.
El discurso es preciso y documentado; el orador entra en detalles sin
perderse; cuenta la historia humana y científica de la operación e informa del
trabajo de la Comisión Internacional. Es un discurso ejemplar, auténtico
tratado de «vulgarización», pronunciado ante una asamblea política que, sin
bajar el nivel ni empobrecer su contenido, reconstruye, en una lengua
perfecta, las múltiples dimensiones, apuestas y triunfos de esta operación. Se
le escucha atentamente.
Tras los sabios, los políticos.
El señor Génissieux, presidente del Consejo de los Quinientos, toma la
palabra, y a continuación L. Baudin, presidente del Consejo de Ancianos.
El metro, que es prenda de estima y relación entre Francia y los otros
pueblos, y también lazo de unión entre la generación presente y la posteridad
a quien legan este bien. El metro de dos caras, como el dios Jano, para los
filósofos y para los propietarios.
«En este momento tenemos el metro de la naturaleza para las medidas
lineales y el kilogramo verdadero que resulta del primero. Tras haberlos
presentado, el Instituto depositará los prototipos en los Archivos Nacionales,
donde serán conservados con un cuidado religioso.»
En la antigüedad, los patrones de pesos y medidas se conservaban en la
Acrópolis de Atenas, y en el Capitolio de Roma. En la Francia de los últimos
días del siglo XVIII se decide conservarlos en los Archivos, una institución
muy joven. Tabla rasa y conservación, siempre aparece la dualidad de la
Revolución Francesa.
Artículo l.° del decreto: «A partir del 1 de Vendimiario del año VIII (23
de septiembre de 1799), los granos, simientes, granallas, frutas y legumbres,
así como el carbón vegetal, la hulla y el carbón de piedra, cal y todas las
materias secas que se venden con medidas de capacidad, no se podrán medir
más que con las nuevas».
Artículo 4.°: «A contar desde la mencionada fecha de Vendimiario del
año VIII, las antiguas medidas que servían para la medida de granos y otras
materias secas, serán consideradas medidas falsas e ilegales, aun en el caso de
que hubieran sido verificadas y contrastadas previamente. También se
declararán falsas e ilegales las medidas nuevas, o presentadas como tales, que
no hayan sido contrastadas».
Las antiguas medidas tomaban al hombre como medida de las cosas. Por
una parte es su cuerpo el que se ofrece como medida. Pulgar; pie; dedo;
toesa, del latín (ex) tensa (se sobreentiende extensa brachia), brazos
extendidos; palmo: distancia entre el extremo del pulgar y el meñique; alna o
ana, del gótico aliña, «codo»: medida igual a la longitud de dos brazos
extendidos; brazo: distancia entre el codo y el extremo del dedo corazón (la
braza de Carlomagno tenía dos pies de longitud). En cuanto a la yarda
inglesa, mide la longitud de la cintura de un hombre y/o la extensión del
brazo de Enrique I.
También es el trabajo del hombre el que sirve como medida. El jornal y
la peonada, superficie de terreno que un hombre labra en un día; el tajo,
superficie que un hombre siega en un día; la carretada, cantidad de trabajo
que se emplea para llenar una carreta.
El cuerpo del hombre, su trabajo, y también otras cosas usuales se toman
como unidades de medida. Particularmente los granos de cereales usados
como patrón de longitud o de peso. En Inglaterra, por ejemplo, la pulgada
valía tres granos de cebada alineados, en Bohemia valía cuatro. Para
contabilizar el número de granos de arena del Universo, Arquímedes, en el
Arenario, utiliza semillas de… adormidera.
¿Qué nos dicen las nuevas medidas del mundo en el que, por fin, han
irrumpido triunfantes?
Nos dicen que prima la cuantificación. Hasta tal punto que se ha
convertido en «la medida de la medida». Nos dicen que el hombre (su cuerpo,
tiempo y actividad) está eliminado. Doblemente eliminado, en cuanto
referencia de la medida y como actor de la medición. Simultáneamente
descalificado como referencia y como legitimación de las medidas.
Ha pasado en metrología lo mismo que ha sucedido en astronomía; del
mismo modo que la Tierra ha sido expulsada del centro del mundo físico en
el siglo XVI, el hombre lo ha sido del centro del mundo de la medida en el
XVIII. Se puede hablar en ese sentido de «revolución metrológica» para
designar ese paso de un antropocentrismo a un geocentrismo que afirma la
«retirada del hombre de la realidad de las cosas». Es lo que algunos llaman la
deshumanización del mundo.
Pluma o plomo, oro o carbón, pesados con el mismo kilo; seda o
damasco, brocado o bordados, medidos con la misma regla; huerto o viñedo,
carretera o curso de agua, cuerpo del hombre o tronco de árbol, medidos con
el mismo metro; agua bendita o vino de misa, vino peleón o de marca,
medidos con el mismo litro; materias vivas o inertes, valiosas o baratas,
lujosas o necesarias, remando en el mismo barco.
Por todas partes todas las cosas medidas por todos, para todos, de la
misma manera. Una medida uniforme uniformiza el mundo. Las nuevas no
tienen en cuenta más que la «carcasa de las cosas».
Esta reducción a lo cuantificable, provocada por la matematización de la
medida, se hace al precio de lo que Gusdorf califica de «restricción mental».
Para llegar hasta ahí, ha sido necesario «transfigurar el mundo, es decir,
desfigurarlo quizás».
«El sistema métrico acompaña los primeros pasos de la producción en
masa estandarizada», escribe con mucha precisión J.-C. Hocquet. El largo
trabajo de desmaterialización de los objetos por la primacía que se da a la
cantidad, alcanzará su apogeo con la mercancía, en un sistema de
equivalencia generalizada.
«No podemos seguir contando los años en que los reyes nos oprimían, un
tiempo en el que hemos vivido los prejuicios del trono y de la Iglesia, cuando
las mentiras de uno y otro mancillaban cada página del calendario que
empleábamos». Lo manifiesta Fabre d’Églantine: el tiempo siempre
pertenece a un mundo; el mundo ha cambiado, en consecuencia el tiempo
debe cambiar. La era de la regeneración no puede valorarse como la de la
sumisión.
Tras el espacio, el tiempo. Tras el metro republicano, el calendario
revolucionario: depurada la medida del primero, se emplean a fondo para
desembarazar de estigmas del pasado la medida del segundo. El matemático
Gilbert Romme, miembro infatigable del Comité de Instrucción Pública, será
el alma de esta revolución.
El nuevo calendario no conservará del antiguo más que dos
características: el año de 365 días y la división en doce meses. El resto
cambiará. ¿Según la Naturaleza o la Historia?
Para fijar el primer día, Naturaleza e Historia se alían en una conjunción
«milagrosa». Para determinar las divisiones del tiempo se vuelven hacia la
Naturaleza y hacia la Ciencia. Para establecer la nomenclatura, la batalla será
áspera; será finalmente la Naturaleza, no la naturaleza científica sino la
naturaleza de los campos y estaciones, la que ganará la partida.
Fabre d’Églantine: «La larga costumbre del calendario gregoriano ha
nutrido la memoria del pueblo de un considerable número de imágenes, que
ha reverenciado largamente, y que constituyen todavía la fuente de sus
errores religiosos; es preciso sustituir esas visiones de la ignorancia con las
realidades de la razón, y el prestigio sacerdotal con la verdad de la
naturaleza».
Cuestión fundamental, en el sentido etimológico del término: definir el
comienzo de los tiempos, el primer día. Los romanos fechaban a partir de la
fundación de Roma, los franceses fecharán a partir de la de la República.
Pero no puede ser suficiente esta fundación de orden histórico, temporal por
tanto. Para ser aceptado, el nuevo calendario deberá investirse igualmente de
«ese carácter de cordura que solo es atributo de las producciones de una
razón ilustrada».
Decreto de la Convención del 20 de septiembre de 1793:
«I. La era de los Franceses cuenta desde la fundación de la República que
tuvo lugar el 22 de septiembre de 1792 de la era en vigor, el día en que el sol
al llegar al equinoccio exacto de otoño entra en el signo de Libra, a las 9 h 18′
30″ de la mañana según el Observatorio de París.
»II. La era en curso queda abolida para los usos civiles.»
En el signo de Libra… El sol pasó por tanto de un hemisferio al otro, el
mismo día que el pueblo decantó su balanza de Monarquía a República. La
igualdad de días y noches en el cielo se señaló en el mismo momento en que
fue proclamada la igualdad política en la tierra, por los representantes del
pueblo francés. «Milagrosa» conjunción entre el tiempo astronómico y el de
la Historia.
El metro basa su legitimidad en la geodesia, el nuevo calendario basará la
suya en la astronomía. El meridiano es la matriz del metro patrón, el
«equinoccio exacto» de otoño será el del año revolucionario.
Artículo VII: «El año está dividido en doce meses iguales, de treinta días
cada uno, tras los citados doce meses siguen cinco días (seis para los
bisiestos), para completar el año ordinario, que no pertenecen a ningún mes;
se llaman días complementarios».
Artículo VIII: «Cada mes está dividido en tres partes iguales de diez días
cada una, llamadas décadas, distinguiéndose entre ellas la primera, segunda y
tercera».
Se ha elegido la igualdad para los meses también. Se ha terminado la
alternancia par/impar, con la propina de julio-agosto impares seguidos y, los
saltos 28/29 de febrero incrustados en el corazón del invierno. Se ha acabado
la necesidad de repasar los meses del año en los nudillos de la mano, para
saber si son de 30 o 31 días.
Diez días serán una década; tres décadas serán un mes; doce meses y
cinco días serán un año; cuatro años y once días serán una fraudada; cien
franciadas simples, menos tres días, serán una franciada secular y diez
franciadas seculares, menos un día, serán una franciada miliar.
La ley del 4 de noviembre de 1793 (4 de Frimario del año II), que hace
obligatoria la división decimal del día, precisa: «El día, desde medianoche a
medianoche[73], está dividido en diez partes, cada parte en otras diez, y así
sucesivamente hasta la más pequeña porción mensurable de su duración».
Destaquemos que no se menciona ni el minuto ni el segundo. Como si no
se deseara privilegiar a los dos primeros submúltiplos de la nueva hora con el
fin de subrayar mejor que no son más que los primeros escalones de esa
escala decimal de submúltiplos que, en principio, no tiene fin. La puerta está
abierta a medidas cada vez más ajustadas del tiempo con ayuda de
cronómetros cada vez más precisos, porque no hay menor porción
conmensurable de la duración.
El metro tiene 100 centímetros; el ángulo recto, 100 grados; el día, 10
horas; la hora, 100 minutos; el minuto, 100 segundos. De ahora en adelante
los días tendrán 100.000 segundos. Esa cienmilésima parte de día, tan
abstracta, es la que debe medir nuestro tiempo, y Romme, conmovido, trata
de darle vida; observa que se la puede identificar con «el latido del corazón
de un hombre de talla media, con buena salud, a paso ligero». A la vez que se
expulsa el pie, el pulgar, la toesa, la braza, él introduce el corazón.
En la era cristiana cada día tenía su santo. ¿Y en la era de la República?
¿A quién, o más bien a qué dedicar los días y los meses?
¿En qué vivero pescar las denominaciones?
Historia y Naturaleza, aliadas para fijar el inicio del calendario, entrarán
en liza para proveer al tiempo el tema de su desarrollo anual. ¿Qué
celebrarán, en lo sucesivo, los días y los meses? Para Romme es la Historia la
que debe surtir al calendario; para Fabre d’Églantine, es la Naturaleza.
Romme aboga por lo que Ozouf llama «un calendario épico» en el que en el
escenario de un año, en doce actos, léase meses, y trescientos sesenta y cinco
días-escenas se representará la obra Révolution escrita por el Pueblo durante
esos memorables días.
Los doce actos verán desarrollarse los meses Bastilla, Pueblo, Montaña,
República, Unidad, Fraternidad, Libertad, Justicia, Igualdad, Regeneración,
Reunión, Juego de Pelota, mientras que la década verá desfilar Nivel (por la
Igualdad), Gorro (por la Libertad), Escarapela (por la bandera tricolor), Pica
(por el arma de la libertad), Arado, Compás, Haz, Cañón, Roble, para
terminar con el Día de Descanso.
El 5 de octubre de 1793, la Convención adopta ciertos puntos del informe
de Romme: el establecimiento del inicio del año y las divisiones del tiempo,
pero rechaza su nomenclatura. Pasa la antorcha a Fabre d’Églantine. El poeta
arrebatado reemplaza al matemático severo.
Romme recurre a las imágenes: «No concebimos nada más que por
imágenes; en el análisis más abstracto, en la combinación más metafísica,
nuestro entendimiento no se da cuenta más que por imágenes, nuestra
memoria se apoya y descansa en imágenes. Debéis aplicarlas a vuestro nuevo
calendario si queréis que el método y el conjunto de ese calendario penetren
con facilidad en el entendimiento del pueblo y se grabe con rapidez en su
memoria».
Fabre d’Églantine recurre a los sonidos. Su proyecto: despertar la
imaginación por las denominaciones. Nada se confía al azar en este soberbio
trabajo lingüístico y poético. Francia es un país de campesinos, luego el
calendario consagrará el sistema agrícola. Los nombres de los meses se
escogen en función de dos criterios: su significado y su terminación. Llevarán
implícita una información sobre la estación, temperatura y estado de la
vegetación y se distinguirán por una sonoridad asociada a cada estación.
«Ario», sonidos graves pero medianos para el otoño: vendimiado,
brumario, frimario; «oso», pesados y largos para el invierno: nivoso,
pluvioso, ventoso; «al», alegres y breves para la primavera: germinal, floreal,
pradial; «or», sonoros y largos para el verano: mesidor, termidor, fructidor.
Ya hay nomenclatura para los meses en la era.
«Con esas denominaciones, tal como he dicho, por la sola pronunciación
del nombre del mes, cada uno evocará perfectamente tres cosas y sus
relaciones: la estación del año en que se encuentra, la temperatura y estado de
la vegetación. De tal manera que, desde el primero de Germinal, se imaginará
sin esfuerzo, por la terminación de la palabra, que comienza la primavera; por
la construcción y la imagen que presenta la palabra, que los agentes
elementales trabajan; por la significación de la palabra, que se desarrolla la
germinación.»
Los últimos días del año que no están adscritos a ningún mes fueron
llamados al principio los sans-culottides, para ser rebautizados de una manera
más neutra como días complementarios. El día suplementario que hay que
añadir cada cuatro años, se llamará… día de la Revolución. En cuanto al
período de cuatro años, al cabo de los cuales interviene ordinariamente esta
adición, será una franciada, «en memoria de la Revolución que, tras cuatro
años de esfuerzos, ha conducido a Francia al gobierno republicano».
Volvamos a la definición de la nueva era que ha dado el decreto de la
Convención: «Cada año empieza a medianoche, en el día en que comienza el
equinoccio real de otoño, en el Observatorio de París…».
He aquí el Observatorio, consagrado como templo pagano, contador del
tiempo descristianizado, del tiempo de los actos cotidianos y de los usos
civiles. Y ahí están los astrónomos, como en el pasado remoto, ordenados
sacerdotes del calendario y señores del tiempo.
¡Y ahí empiezan los problemas!
Lo menos que se puede pedir a un calendario es que se adelante al
presente y nos anuncie el lugar de cada día que ha de venir, es decir,
informarnos en particular de cuándo comenzará cada nuevo año. Al depender
el inicio del año del equinoccio real de otoño, se obliga a tener que
determinar el momento exacto en que tendrá lugar el equinoccio en los años,
siglos, y, ¿por qué no?, milenios por venir.
El 22 de septiembre de 1792, el equinoccio tuvo lugar a las 9h 18′ 30″ de
la mañana, precisa el decreto. En 1793 ocurre a las 3h 11′ 38″ de la tarde. ¿A
qué hora será dentro de cinco o diez años, o dentro de cuatro mil? Romme
acude a los astrónomos para que le ayuden a determinar qué años deben ser
sextiles, es decir, tener un sexto día complementario.
A medida que nos alejamos en el tiempo, el cálculo no se puede hacer
más que con una precisión no mayor de algunos minutos. Tras largos
cálculos, Delambre descubre que el equinoccio que cerrará el año 143, para
nosotros septiembre de 1936, plantea algunos problemas. La aproximación de
los cálculos no permite saber si el quinto día complementario acabará veinte
segundos antes de medianoche, o dos minutos después, es decir, el día
siguiente. ¿Cuándo empezará el año 144?
Esas intercalaciones, que permiten a todo calendario salirse siempre con
la suya, deberían intervenir, una cada cuatro años, la otra cada cuatrocientos,
la tercera cada treinta y seis siglos. Romme descubre en sus propios cálculos
y en los de los astrónomos que había consultado, que dentro de tres mil
seiscientos años el año no debería ser bisextil. Convoca al comité encargado
del calendario y pide que se tome una decisión. El abate Grégoire, más que
reservado en todo lo que afecta al tiempo y que rebate las mínimas
modificaciones del calendario, apostrofa a Romme: «¿Quiere que decretemos
la eternidad?». Romme duda. Grégoire, aprovechando su ventaja, propone
que se vote un aplazamiento del problema hasta dentro de tres mil seiscientos
años. La proposición es aplazada «tres mil seiscientos años».
Mientras que, en lo que se refiere al nuevo sistema de pesos y medidas, se
ha tenido buen cuidado de demostrar que la elección del meridiano no
contravenía para nada el concepto de universalidad, en esto, por el contrario,
la referencia explícita al Observatorio de París en la propia definición, lo
vulnera enérgicamente. Refuerza el aspecto convencional y nacional del
nuevo calendario, lo que lo hace inexportable. Por lo demás, mientras que en
el globo reina una impresionante cacofonía en el terreno metrológico, en la
esfera del calendario los pueblos con los que Francia mantiene relaciones
estables, pueblos cristianos de Occidente, hablan la misma lengua: el
calendario gregoriano.
Pocos antecedentes existen en lo que concierne al tiempo y propuestas de
nuevo calendario. El único, reconocido, es el Almanach des honnêtes gens, de
Sylvain Maréchal, publicado en 1787. Maréchal quiere «depurar los tontos
emblemas de la servidumbre; que desaparezcan los apóstoles, confesores,
mártires, padres de la Iglesia y reemplazarlos por filósofos, literatos, sabios,
artistas». Si hemos de celebrar los mártires, ¡hagámoslo con los de la libertad!
Ese calendario fue, según los términos de su condena, «desgarrado,
quemado en el gran patio del Palacio por el ejecutor de la Corte Suprema,
como impío, sacrílego, blasfemo y tendente a destruir la religión». Y el pobre
Maréchal fue «detenido y aprehendido, hecho prisionero en las cárceles de la
Conciergerie para ser oído e interrogado». Todo eso sucedía apenas algunos
meses antes de la convocatoria de los Estados Generales.
La diferencia de tratamiento aplicada por una parte a los predecesores de
las propuestas de reforma metrológica, y por otra parte a quienes han
cambiado el calendario, es reveladora. ¡Dejad el tiempo en paz!
De tener 52 semanas, y por tanto 52 domingos, se pasa bruscamente a 36
décadis. ¡Dieciséis días inhábiles menos por año!
Para separar bien el tema metrológico del asunto del calendario, que se
desarrolla penosamente, Prieur precisa que la medida del tiempo es de una
naturaleza fundamentalmente distinta a la de las mercancías, los campos o los
meridianos terrestres.
Es sólidamente apoyado por este Rapport sur les questions relatives au
nouveau système horaire redactado por el jurado nombrado por decreto de la
Convención Nacional, que declara: «La utilización de la medida del tiempo
en la sociedad civil no es un asunto de cálculo, sino únicamente de
observaciones (empleamos la palabra observación a falta de una más exacta:
porque el público no observa la hora en el reloj, la ve), y debe ser indiferente
a todos los ciudadanos el conocer la hora en división decimal o según la
división antigua: basta con que sepan los momentos de sus trabajos y sus
deberes, y cualquiera de las dos divisiones se lo puede indicar».
Recordemos para concluir, la diferencia «natural» entre el espacio y el
tiempo respecto del asunto de su medida, que Georges Gusdorf menciona en
La Révolution galiléenne: «A diferencia del espacio que, aun siendo
esencialmente medible, quizás siendo la esencia de lo mensurable, no se nos
ofrece más que como una cosa para medir, está el tiempo, que no siendo
mensurable, no se presenta jamás a nosotros sino como provisto de una
medida natural ya dividida en tramos por la sucesión de estaciones y días, por
el movimiento y los movimientos del reloj celeste que la previsora naturaleza
ha tenido el cuidado de poner a nuestra disposición».
El 15 de Fructidor del año XIII (2 de septiembre de 1805), Laplace separa
la reforma del calendario de la reforma de pesos y medidas, y pronuncia la
condena del calendario sobre estos dos supuestos que hubieran hecho saltar a
Romme: su modo de intercalación, que traduce un defecto de racionalidad; su
carácter nacional, que traduce un defecto de universalidad. ¡La división
revolucionaria del tiempo no ha sobrevivido a la Revolución! No habrá
año XVI…
La proclamación del metro tiene lugar tres meses después, ¡es 1800!
Como si hubiera sido preciso que el siglo no acabase sin haber dado a luz el
primer sistema universal de medida. Los dos héroes principales de la
aventura, Delambre y Méchain, son homenajeados. Delambre se lanza a
escribir una obra monumental, La Base du système métrique décimal.
Se ofrece a Méchain el deseado puesto de director del Observatorio de
París, en el que sucede a Lalande, que, a su vez, había sucedido a Cassini.
«Esperábamos», escribe Delambre, «que situaría para siempre su nombre en
la lista poco numerosa de esos observadores cuyo destino es establecer para
su siglo el estado del siglo».
Pero no anhela más que una cosa: regresar a España a la mayor brevedad.
Desde hace años madura ese proyecto «cuya ejecución me liberaría un poco».
«Sé», había escrito a Delambre, «lo que sería necesario para descartar
varias causas de errores o inseguridades no solicitaré más provisión de
fondos, y esto me llevará también a buscar sitios hasta Mallorca, si Francia lo
quiere, o si encuentro en el gobierno español medios para ejecutarlo».
Quiere continuar la medida del meridiano más allá de Barcelona, allende
el mar, hasta las islas Baleares. Dedica toda su energía a montar su nueva
expedición.
El 31 de enero de 1803, Delambre es nombrado secretario perpetuo del
Instituto. En 1804 contrae matrimonio con la señora Leblanc-Pommard[76],
una bonita viuda, madre del ciudadano Pommard que se ocupaba del registro
en la determinación de la base de Melun. Unas semanas más tarde, el 26 de
abril, Méchain abandona París, acompañado por su segundo hijo, Agustín.
Mide cinco triángulos y prolonga en 90.000 toesas el arco de meridiano
establecido con Delambre. Méchain está a punto de culminar la medida
geodésica más larga. ¡Y esta vez lo hace solo! Saboreará la gloria que merece
su talento cuando…
«Una fiebre epidémica, las extremas fatigas que Méchain había
sobrellevado que no se pueden dejar de lamentar admirándolas, han frenado
su carrera, y nos lo han arrebatado el tercer día complementario del año XII
[20 de septiembre de 1804] en Castellón de la Plana, en el reino de
Valencia.»
Antes de morir, Méchain pidió que enviasen sus manuscritos a Delambre.
A él solo.
Y se produce el terrible descubrimiento: «Sus manuscritos, blanco de
tanta preocupación, llegan a nosotros. Se desvela su secreto por los mismos
medios con que ha pretendido ocultar su conocimiento. Ahí vemos las
observaciones de Barcelona y los tres segundos en que se diferencian de las
de Montjuïc», relata Delambre, que no se muerde la lengua… Ocultar su
conocimiento…
¡Tres segundos de ángulo!
La historia de las ciencias se junta aquí con la tragedia humana. Méchain
ha guardado su secreto diez horribles años, hasta esta postuma confesión que
descubre con estupor Delambre, en los manuscritos de su colega.
«La Comisión tiene el deber y el placer de manifestar al Instituto que los
ciudadanos Méchain y Delambre se han mostrado solícitos en enseñar hasta
sus mínimos detalles los registros originales»… «Con la noble franqueza
patrimonio de los observadores exactos»… «Hacer aparecer la verdad en
todo su esplendor»… «Jamás una operación parecida había sido sometida a
semejante prueba». Y, sobre todo, esta afirmación: todas estas precauciones
«otorgan a estos resultados el máximo grado de certeza». Son todas frases
tomadas de los distintos textos que escribieron los miembros de la Comisión.
Con este «error» se ilumina súbitamente todo. El miedo de Méchain de
regresar a París, su terror a tener que presentarse ante sus iguales. Aquí está la
razón por la que, durante años, había rechazado volver a París, el porqué no
había asistido a las reuniones de la Comisión, haciendo caso omiso de todas
las citas establecidas; el porqué, también, había permanecido enclaustrado en
la Montagne Noire durante más de un año. Y sus equívocos, rechazos,
retrocesos, sobresaltos, vergüenza, su apuro ante la idea de presentarse ante
sus colegas, «ante sus jueces», llegó a escribir él. Y también la pérdida de
confianza en sus capacidades, las incesantes peticiones de que se le
tranquilizase. Su desmoronamiento.
En esas «llamadas» no habían querido ver más que los síntomas de la
obsesión de una mente fatigada. ¡Palabras de loco! ¡Había tanto desasosiego
en sus cartas!… Algo de alteración. El error no hace buena pareja con la
ciencia, y ese extraño silencio de sus interlocutores sobre su accidente.
También hay que analizar la «ceguera» de los colegas de Méchain en el
contexto histórico. Ceder ante sus solicitudes de regresar a España era aceptar
la pérdida de largos meses en el momento en que tantos retrasos se habían
sufrido ya. Bastantes por culpa suya, además…
Por el contrario, había que hacer cualquier cosa para impedirle volver a
Barcelona. «Le he dicho», escribe Delambre a Borda, «que su proyecto de
volver a Barcelona me parece inútil e imposible a la vez. Inútil porque varias
estrellas observadas dos años seguidos han proporcionado la latitud con una
precisión que nada deja que desear. Imposible porque lo que solicita para el
viaje no le llegará lo bastante pronto para que pueda empezar a tiempo las
observaciones en Barcelona».
Valoraban, eso sí, la preocupación de Méchain por la exactitud, aunque si
la cadena de triángulos misma no estaba terminada todavía, ¿convenía
rehacer medidas que ya se habían hecho? «Calculador exacto hasta el exceso,
famoso por ser uno de los mejores observadores de su tiempo», en palabras
de Delambre. Su ansia de precisión era tildada de excesiva, un capricho
impertinente.
¿Cuál es la trascendencia de esos tres segundos en el resultado de la
medida? ¿Cuál es la longitud del metro proclamado pomposamente en 1799?
Méchain envió en 1793 los primeros resultados de Montjuïc. Pero no los
segundos. Con los primeros se hicieron todos los cálculos y se determinó el
metro; los erróneos son los segundos. Conclusión: ¡el error de Méchain no
tuvo ninguna influencia en el metro!
Delambre escribe: «Afirmo que es imposible tener la más mínima
sospecha respecto al gran resultado de la operación en la que [Méchain] ha
tomado parte. Las pruebas de estos asertos están en el Observatorio, donde se
conservan todos sus manuscritos».
De tal manera que, cuanto más insistía Méchain, más convencidos
estaban de su extravío, ya que, para sus colegas en París, las observaciones
que obraban en su poder eran correctas y se correspondían con otros cálculos
que otros astrónomos habían hecho. ¡No podían entender lo que Méchain les
decía, el cual, irritado por no ser entendido, insistía más aún!
¿Por qué Méchain no se lo comunicó inmediatamente a la Comisión en
París? Eso seguirá siendo un misterio. Imaginemos… relaciones difíciles
entre Francia y España, esperanza de volver a hacer la medida dudosa y
verificarla, y enseguida el accidente, la conmoción, la cabeza trastocada,
pérdida de confianza, soledad, la época, y ¿cómo saber lo que sucede en una
mente?…
No queda más que Méchain cree haber cometido una falta. Momento de
confusión que le cerraba el futuro. Lo demás no fueron más que trágicas
consecuencias, encadenamientos inevitables y, al cabo, el desmoronamiento.
Eso que Méchain no había podido, o querido, decir en el momento se
convirtió para él en inconfesable. A medida que el tiempo iba pasando cada
palabra pesaba una tonelada. El silencio reclamaba silencio haciéndolo cada
vez más espeso. ¿Dónde podría haber encontrado fuerzas para gritar lo que se
había callado? La soledad era espantosa. ¿A quién confiarse? ¿Quién le
habría comprendido? Entre él y el resto de la humanidad había tres
incomprensibles segundos de ángulo.
«Toda su conducta se ha aclarado, y vemos con pena que una causa tan
nimia, una anomalía de la que se han visto tantos ejemplos y que nadie le
hubiese reprochado, envenenó sus últimos años y precipitó su final. ¿Quién
podría echarle en cara con amargura una debilidad que le ha atormentado
tanto y que tan caro ha pagado?», escribe Delambre. Y añade «por eso no
deja de ser un astrónomo absolutamente estimable».
En diciembre de 1798, es decir, seis años antes del descubrimiento del
«error» de Méchain, Chollet, ponente de la Comisión Consular Ejecutiva,
declaraba: «En una operación tan grande, tan importante, y cuyo resultado la
República ofrece a la civilización de todos los pueblos del universo y
generaciones futuras, los casi no le convienen; y los sabios que la han
emprendido creerían que el menor error restaría la parte esencial de su
mérito, que debe consistir en una precisión y una exactitud tan grandes como
los medios de la humanidad puedan permitir».
A fuerza de conjurar la perfección, la inalcanzable perfección, se inclina
al error, a la falta. Lo que le pasó a Méchain es el drama de la imposible
perfección. La desmesura de la medida perfecta.
«La suerte del hombre es tal que su mano no puede ejecutar jamás lo que
su genio crea», había… previsto (!) Van Swinden.
Antes de seguir al metro veamos qué fue de los actores de esta historia.
Delambre se convierte en profesor en el Colegio de Francia en 1807,
donde ocupa la cátedra de astronomía sucediendo a… Lalande.
Escribió una monumental Histoire de l’astronomie, un Traité complet
d’astronomie théorique et pratique, y también el Rapport historique sur les
progrès des mathématiques depuis l’an 1789. Murió en 1822.
Prieur, nombrado conde del Imperio en 1808, escribirá De la
décomposition de la lumière en ses éléments les plus simples. Muere en 1827.
Talleyrand, ministro de Relaciones Exteriores de la República, gran
chambelán y archicanciller de Estado bajo el Imperio, ministro de Asuntos
Extranjeros de Luis XVIII, representante de Francia en el Congreso de Viena,
ministro de Asuntos Extranjeros de Napoleón durante los Cien Días, luego
gran chambelán y Par de Francia, muere en 1838.
Y Auguste Savinien Leblond, René-Just Haüy, Lefevre-Gineau,
Legendre, Lagrange, Lenoir, Fortin, Van Swinden, Tralles, Thérése Méchain,
Tranchot, Bellet, el amigo Fabre… envejecieron y un día se marcharon.
ANTES DE 1789
1774
La Sociedad para el Fomento de las Artes propone conceder un premio al
sistema que reduzca las medidas de Inglaterra a una medida fija.
Mayo de 1776
Luis XV encarga al astrónomo Tillet la fabricación de copias de la toesa
del Perú para enviarlas a las 80 ciudades más importantes del reino.
1788
Lavoisier utiliza una libra dividida de forma decimal. Convocatoria de los
Estados Generales.
AÑO 1789
5 de mayo
Apertura de los Estados Generales.
27 de junio
Los Estados Generales se transforman en Asamblea Nacional
Constituyente.
Una comisión de la Academia, compuesta por Brisson, Coulomb,
Laplace, Lavoisier, Le Roy y Tillet recibe el encargo de reflexionar y
elaborar propuestas sobre la uniformización de los pesos y medidas.
14 de julio
Toma de la Bastilla.
25 de julio
Propuesta de Sir John Riggs Miller a la Cámara de los Comunes.
Noche del 4 de agosto
Abolición de los privilegios.
26 de agosto
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
18 de septiembre
El rey pone objeciones a la firma de los decretos de agosto.
10 de octubre
Decreto que transforma el título de «rey de Francia y Navarra» en «rey de
los franceses».
9 de diciembre
Primera ley sobre la división de Francia en departamentos.
19 de diciembre
Creación de los asignados.
AÑO 1790
21 de enero
Principio de igualdad de todos ante las penas impuestas por la ley.
5 de febrero
Se presenta a la Asamblea Nacional la Mémoire sur la nécessité et les
moyens de rendre uniforme, dans le royaume, toutes les mesures
d’étendue et de pesanteur… d’en régler tous les multiples et les
subdivisions suivant l’ordre décuplé, de Prieur.
15 de febrero
Uniformización del territorio, abolición de las provincias. Creación de 83
departamentos.
9 de marzo
Talleyrand presenta a la Asamblea Nacional su Mémoire sur la nécessité
et les moyens de rendre uniformes, dans tout le Royaume, toutes les
mesures d’étendue et de pesanteur.
15 de marzo
Se suprimen los derechos de establecer patrones de medida y aquellos que
de él se derivan, y también son suprimidos todos los derechos que se
cobran en dinero o especie bajo el pretexto del peso.
26 de marzo
Condorcet presenta el texto de Talleyrand a la Academia de Ciencias.
13 de abril
En la Cámara de los Comunes se crea un Comité encargado del asunto de
la uniformización de pesos y medidas.
8 de mayo
La Asamblea da un decreto en que «suplica al Rey que escriba a Su
Majestad británica, para rogarle que incite al Parlamento de Inglaterra a
cooperar con la Asamblea Nacional en la fijación de la unidad natural de
pesos y medidas». Se hace la propuesta de adoptar como patrón la
longitud del péndulo simple que mide el segundo a la latitud de 45°.
12 de mayo
Sur la fixation d’une mesure et d’un poids, de Savinien Leblond.
14 de julio
Fiesta de la Federación en el Campo de Marte. Se reúnen cientos de miles
de ciudadanos venidos de los cuatro extremos del país.
22 de agosto
El decreto del 8 de mayo, sancionado (aprobado) por Luis XVI, se
convierte en ley.
21 de octubre
La bandera tricolor reemplaza a la blanca con flores de lis como símbolo
de Francia.
27 de octubre
Una comisión integrada por sabios propone adoptar la escala decimal
para el nuevo sistema de pesos, medidas y monedas.
3 de diciembre
Inglaterra responde negativamente a la proposición francesa de cooperar
en la definición de una unidad de pesos y medidas.
AÑO 1791
16 de febrero
Borda propone que la Academia nombre una comisión «encargada de
discutir las bases a partir de las que debe establecerse la uniformidad de
pesos y medidas».
19 de marzo
Borda, Lagrange, Laplace, Monge y Condorcet presentan en la Academia
de Ciencias el Rapport sur le choix d’une unité de mesure, y proponen el
cuarto de meridiano como unidad de longitud, base del nuevo sistema de
pesos y medidas.
30 de marzo
Atendiendo las propuestas del Rapport sur le choix d’une unité de
mesure, la Asamblea adopta el cuarto de meridiano como base del nuevo
sistema de medidas, así como también la escala decimal para el conjunto
del sistema. Ordena además la ejecución de las diversas operaciones.
2 de abril
Muere Mirabeau.
3 de abril
La iglesia de Santa Genoveva es transformada en Panteón.
4 de abril
Mirabeau es inhumado en el Panteón.
13 de abril
Se nombra a cinco comisarios para proceder a la ejecución de los trabajos
necesarios para la instauración del sistema métrico decimal.
19 de junio
Luis XVI recibe a los comisarios encargados de las operaciones de pesos
y medidas. Dos días después el rey huye y es arrestado en Varennes.
9 de agosto
La Asamblea Nacional proclama la indivisibilidad de Francia.
30 de septiembre
Última sesión de la Asamblea Constituyente, que se disuelve.
1 de octubre
Primera sesión de la Asamblea Legislativa. Ninguno de los miembros de
la Constituyente forma parte de ella, la ley así lo obliga. Todos son
diputados de nuevo cuño. Talleyrand no sale diputado y sí Prieur y
Condorcet.
13 de diciembre
Fallece Mathieu Tillet.
AÑO 1792
2 de abril
Roland, nombrado ministro del Interior el 23 de marzo, solicita que la
Asamblea decrete con urgencia «un sistema provisional» para terminar
con la diversidad de medidas.
15 de abril
Con ocasión de la Fiesta de la Libertad en honor de los suizos del
regimiento de Châteauvieux, se crea la divisa: «Libertad, Igualdad,
Fraternidad».
20 de abril
Condorcet presenta a la Asamblea Legislativa su Rapport sur
l’instruction publique.
Declaración de guerra al rey de Hungría y Bohemia.
25 de abril
Rouget de Lisie compone en Estrasburgo el «Chant de guerre pour
l’armée du Rhin», que pronto se convertirá en La Marsellesa.
21 de mayo
Roland está dispuesto a adoptar las medidas de París si no se define
enseguida un metro provisional.
Fines de mayo
Lenoir acaba la construcción de tres de los cuatro círculos repetidores,
instrumentos con los que debe efectuarse la triangulación.
20 de junio
El pueblo invade las Tullerías.
25 de junio
Méchain sale hacia España, donde debe realizar las primeras mediciones.
11 de julio
Proclamación de «La patria está en peligro» por la Asamblea Legislativa.
En un informe que Laplace, Lagrange, Borda y Monge hacen a la
Academia, se emplea la palabra metro para designar la nueva unidad de
medida básica del nuevo sistema.
4 de agosto
Delambre termina su primer triángulo: Clermont-Jonquières Saint-
Christophe, al norte de París.
5 de agosto
Lavoisier encabeza una delegación para protestar contra una moción que
pide la renuncia del rey.
10 de agosto
El pueblo toma la Tullerías. Caída de Luis XVI.
20 de septiembre
Victoria de Valmy.
21 de septiembre
Primera sesión pública de la Convención Nacional: la monarquía queda
abolida.
22 de septiembre
Proclamación de la República, una e indivisible.
A medianoche comienza el año I de la nueva era, la era republicana.
AÑO 1793
Enero
Lavoisier y Haüy determinan el valor de la nueva unidad de peso.
21 de enero
Ejecución de Luis XVI.
7 de marzo
Francia declara la guerra al rey de España.
Abril
Accidente de Méchain. Permanece una semana en estado de coma.
Costillas y hombros rotos.
1 de abril
Guerra con Inglaterra.
6 de abril
Creación del Comité de Salud Pública.
17 de abril
Romme reclama el derecho a voto para las mujeres.
26 de abril
Estreno del telégrafo óptico.
4 de mayo
Institución del precio máximo para harinas y granos.
20 de mayo
Empréstito forzoso de mil millones sobre los ricos.
29 de mayo
Rapport fait a l’Académie des Sciences sur le système général de poids et
mesures, par les citoyens Borda, La Grange et Monge, a partir del que
Arbogast redacta un proyecto de decreto.
2 de junio
Arresto de 27 diputados girondinos y 2 ministros.
Cierre de la Bolsa.
13 de julio
Asesinato de Marat a manos de Charlotte Corday.
1 de agosto
Ley por la que la Convención establece la uniformidad de los pesos y
medidas en todo el territorio de la República. Adopta un sistema métrico
provisional. La longitud de ese metro provisional ha sido fijada por la
Academia de Ciencias en 36 pulgadas, 11 líneas y 44 centésimas de la
toesa del Perú, y la unidad de masa, el grave, en 2 libras, 5 gruesas, 49
granos (o 18.841 granos) de la pile de Carlomagno.
8 de agosto
Supresión de las Academias, la de Ciencias entre otras.
10 de agosto
Primera Fiesta de la Razón en la plaza de la Bastilla.
14 de agosto
Carnot y Prieur entran a formar parte del Comité de Salud Pública.
Septiembre
Méchain reanuda su trabajo con la ayuda de Tranchot. Estaciones
españolas de Pie de Calmellas y Pie Estelle. Tranchot es detenido por los
migueletes y maniatado.
11 de septiembre
Se crea la Comisión Provisional de Pesos y Medidas presidida por Borda.
Figuran entre sus miembros el diputado Prieur de la Côte-d’Or que acaba
de ingresar en el Comité de Salud Pública.
Octubre
La Comisión Provisional envía un cuestionario a todos los distritos.
5 de octubre
Se adopta el calendario republicano.
«I. La era de los franceses cuenta desde la fundación de la República que
tuvo lugar el 22 de septiembre de 1792 de la era cristiana, día en que el
sol llega al equinoccio real de otoño, y entra en el signo de Libra a las 9h
18' 30″ de la mañana según el Observatorio de París.»
«II. Queda abolida la era cristiana para uso civil.»
Cassini abandona el Observatorio y dimite de todos sus cargos.
22 de octubre
Fourcroy presenta a la Convención el patrón del metro provisional.
Noviembre
Méchain se ve obligado a residir en Barcelona. Se le prohíbe el acceso al
fuerte de Montjuïc.
10 de noviembre
Segunda Fiesta de la Razón en Notre-Dame convertida en Templo de la
Razón.
11 de noviembre
Es guillotinado el astrónomo Bailly, primer alcalde de París, hombre que
pronunció el Juramento del Juego de Pelota.
24 de noviembre
La ley del 4 de Frimario del año II hace obligatoria la división decimal
del día.
28 de noviembre
Detención de Lavoisier. Junto con el cristalógrafo Haüy se había
encargado de la determinación de la unidad de masa, el grave, primer
nombre del kilogramo.
18 de diciembre
Texto de apoyo a Lavoisier redactado por Borda.
23 de diciembre
Delambre, Borda, Laplace, Coulomb y Brisson, que participan en las
operaciones para la instauración del sistema métrico decimal, son
destituidos de la Comisión de Pesos y Medidas por haber firmado una
carta de apoyo a Lavoisier.
25 de diciembre
Regalo de Navidad de la Convención: la escuela es obligatoria.
AÑO 1794
Decreto del 9 de febrero (21 de Pluvioso del año II)
Concurso sobre modos de organizar los relojes con divisiones decimales.
Invierno
Las operaciones de medida del Meridiano están interrumpidas. Méchain
hace centenares de observaciones en La Fontana de Oro.
4 de febrero
Supresión de la esclavitud.
25 de marzo (5 de Germinal del año II)
El metro provisional es depositado en los Archivos Nacionales.
28 de marzo
Suicidio de Condorcet.
Abril
Instruction sur les mesures déduites de la grandeur de la Terre,
uniformes pour toute la République et sur les calculs relatifs à leurs
divisions décimales, redactada por Haüy, miembro de la Comisión
Provisional.
5 de abril
Danton es ejecutado.
8 de mayo (19 de Floreal del año II)
Ejecución de 28 recaudadores generales de impuestos. Lavoisier es uno
de ellos.
27 de julio (9 de Termidor del año II)
Caída de Robespierre.
Fines de 1794
En Vendimiario, última campaña para liberar el territorio ocupado por las
tropas enemigas.
AÑO 1795
1 de marzo (11 de Ventoso del año III)
Rapport fait au nom du Comité d’instruction sur la nécessité et les
moyens d’introduire dans toute la République les nouveaux poids et
mesures précédemment décrétés, por Prieur.
4-5 de abril
Tratado de Basilea con Prusia: «Paz, amistad y buen entendimiento entre
la República Francesa y el rey de Prusia».
7 de abril (18 de Germinal del año III)
Ley que instituye verdaderamente el sistema métrico. Las nuevas medidas
se llaman republicanas.
Artículo 2.°: «Habrá un solo patrón de pesos y medidas para toda Francia;
será una regla de platino sobre la que se trazará el metro, que ha sido
adoptado como unidad fundamental de todo el sistema de medidas. Las
medidas estarán marcadas con el troquel de la República. Habrá un
verificador en cada distrito encargado de la aplicación del troquel.»
11 de abril (22 de Germinal del año III)
Creación de una Agencia Provisional de Pesos y Medidas en sustitución
de la Comisión Provisional. Está compuesta por Legendre, Coquebert y
Gattey.
17 de abril
La ley invita a los ciudadanos «a dar una prueba de su afecto por la
unidad e indivisibilidad de la República utilizando, a partir de ahora, las
nuevas medidas».
10 de mayo
Se reúne la Agencia Provisional. y
Se construye el metro de la rue Vaugirard, justo ante la entrada de las
grandes edificaciones del Luxemburgo, muy cerca de la rue Fossoyeurs,
donde se escondía Condorcet.
16 de mayo
Tratado de La Haya con Holanda. Maastricht pasa a ser francesa.
7 de junio (19 de Pradial del año III)
Tras diecisiete meses de interrupción, Delambre reanuda sus mediciones
en Bourges.
17 de junio (29 de Pradial del año III)
Suicidio de seis diputados, los mártires de Pradial. Uno de ellos es
Gilbert Romme.
26 de junio
Creación de la Oficina de Longitudes.
22 de julio
Se firma la paz con España. Tratado de Basilea.
15 de agosto
Creación del franco como unidad monetaria.
Septiembre
Méchain reanuda sus mediciones en la región de Perpiñán.
25 de septiembre
Artículo l.°: «El primer día del próximo mes de Nivoso, el uso del metro
sustituirá al de la vara en el Municipio de París, y diez días después en
todo el departamento del Sena.»
25 de octubre
Caída del asignado a un 3 % de su valor nominal.
25 de octubre
Creación del Instituto Nacional de las Ciencias y las Artes, en el curso de
la última sesión de la Convención.
Constitución de 1795
Artículo l.°: «La República Francesa es una e indivisible.»
Artículo 2.°: «La universalidad de los ciudadanos franceses es soberana.»
Artículo 371.°: «En la República hay uniformidad de pesos y medidas.»
26 de octubre
Toma de posesión del Directorio.
Otoño de 1795
Toma de posesión de los miembros del Instituto. La sección de
matemáticas está compuesta casi exclusivamente por sabios que han
participado en las operaciones acerca de los pesos y medidas, es decir,
cinco de los seis miembros: Borda, Delambre, Lagrange, Laplace, y
Legendre; figuran también Méchain en astronomía, Haüy en mineralogía,
Coulomb y Lefevre-Gineau en física.
AÑO 1796
20 de febrero
La Oficina de Pesos y Medidas reemplaza a la Agencia Provisional.
6 de abril (17 de Germinal del año IV)
Manifiesto de los iguales de Gracchus Babeuf.
AÑO 1797
4 de febrero
Supresión definitiva del asignado como moneda.
27 de mayo
Gracchus Babeuf es ejecutado. Intentó suicidarse como los seis mártires
de Pradial.
3 de julio
Memoria de Talleyrand al Instituto proponiendo una expedición a Egipto.
23 de diciembre (3 de Nivoso del año VI)
Decreto del Directorio Ejecutivo referente a la finalización de los trabajos
sobre las medidas republicanas.
25 de diciembre
Elección de Bonaparte para el Instituto en lugar del proscrito Carnot.
AÑO 1798
3 de junio (15 de Pradial del año VI)
Fin de la medida de la base en Melun.
16 de octubre (25 de Vendimiario del año VI)
Fecha prevista para la llegada de los primeros sabios extranjeros,
miembros de la Comisión Internacional encargada de verificar las
medidas y los cálculos efectuados y proclamar los resultados.
Fin de noviembre
Llegan Méchain y Delambre a París.
15 de diciembre (25 de Nivoso del año VI)
Ley relativa al empleo del nuevo sistema para la madera de calefacción.
AÑO 1799
22 de junio (4 de Mesidor del año VII)
Proclamación de los resultados y depósito de los patrones del metro y del
kilogramo en los Archivos de Francia.
9-10 de noviembre (18 de Brumario del año VIII)
Golpe de Estado de Bonaparte e inicio del Consulado.
12 de noviembre
Laplace ministro del Interior.
10 de diciembre (19 de Frimario del año VIII)
Ley firmada por Bonaparte-Sieyès-Ducos.
26 de diciembre a las 5 horas y media
Méchain descubre un tercer cometa en Ophiceus.