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José Asunción Silva

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José Asunción Silva

José Asunción Silva (Bogotá, 27 de


noviembre de 1865 - Ib., 24 de mayo de 1896) fue
un poeta colombiano. Fue uno de los más
importantes precursores del modernismo y, según
otro sector de la crítica, uno de los más
importantes escritores de la primera generación
de modernistas. Se considera que su obra de
mayor relevancia es El libro de versos.

Algo que sin duda marcó su infancia y juventud


fueron las tertulias literarias que su padre
organizaba, bien en la casona del barrio de La
Catedral, bien en el almacén dedicado a la venta
de objetos suntuosos. A estas tertulias asistían no
sólo miembros del grupo El Mosaico (escritores
costumbristas como José Manuel Marroquín, José María Vergara y Vergara, Salvador
Camacho Roldán, Ricardo Carrasquilla y José David Guarín, entre otros), sino también las
amistades que don Ricardo Silva cultivaba dentro de la política. Radical sin fanatismo, fue
amigo de José María Samper, Rufino José Cuervo y su hermano Ángel, Jorge Isaacs,
Francisco Javier Zaldúa y Teodoro Valenzuela.

Se suicidó a sus 30 años dándose un tiro en el corazón con un revólver Smith & Wesson, y
se cuenta que se encontró el libro El Triunfo de la muerte de Gabriele D'Annunzio, a la
cabecera de su lecho. Su suicidio se debió a su escasez de dinero, entre otras variadas
causas detalladas por expertos y conocidos suyos y del medio social bogotano de la época.
Una carta del escritor Emilio Cuervo Márquez describe cómo él, constata que Silva gastó
sus últimos centavos en la compra de un ramo de flores para su hermana, con un cheque
girado el mismo día que se quitó la vida.
LA CALAVERA
Pero hasta aquella escondida
En el derruido muro mansión la brisa ligera
de la huerta del convento, lleva murmullos de vida
en un agujero oscuro y olores de primavera.
donde, al pasar, silba el viento,
Golondrinas, que en sus marchas
y, como una dolorida dejaron el patrio río,
queja a las piedras arranca, huyendo de las escarchas,
hay, en el fondo, escondida de las brumas y del frío,
una calavera blanca.
cuando la luz del Poniente
De algún fraile soñador filtra por el hondo hueco
de vida ejemplar y bella y hace parecer viviente
y dedicada al Señor, el cráneo rígido y seco,
en el mundo única huella.
desde las negras ruïnas,
Abre los ojos, sin fondo, alzan sosegado vuelo,
Como a visiones extrañas, en sus vueltas peregrinas
y del vacío en lo hondo tocan las ramas y el suelo,
forjan telas las arañas.
como buscando en el prado,
Húmedo musgo grisoso ya por la tarde, sombrío,
recubre la antigua grieta, el espíritu elevado
donde, en supremo reposo, que habitó el cráneo vacío.
descansa ignorada y quieta.

Nocturno

Oh dulce niña pálida, que como un montón sueñas


de oro tras las horas de baile rápidas y risueñas,
de tu inocencia cándida conservas el tesoro; y sintieras sus labios anidarse en tu boca
a quien los más audaces, en locos devaneos y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
jamás se han acercado con carnales deseos; besar todos sus pliegues de tibio aroma
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas llenos
en tus ojos velados por sedosas pestañas, y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
y en cuyos dulces labios —abiertos sólo al si en los locos, ardientes y profundos abrazos
rezo— agonizar soñaras de placer en sus brazos,
jamás se habrá posado ni la sombra de un por aquel de quien eres todas las alegrías,
beso... ¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú

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