Jean Paul Sartre
Jean Paul Sartre
Jean Paul Sartre
Un alumno de Sartre fue a verlo para preguntarle qué debía hacer. El dilema era éste:
vivía solo con su madre (su padre y hermano habían muerto en la guerra) y era su único
sostén. El joven tenía la elección de partir para Inglaterra y entrar en las Fuerzas
francesas libres (lo que implicaba abandonar a su madre) o bien permanecer al lado de
su madre y ayudarla a vivir. Estaba frente a dos acciones muy diferentes: una concreta,
inmediata, que se dirigía a un solo individuo (cuidar a su madre); otra dirigida a su
colectividad nacional: luchar por el bienestar y la libertad de su país. ¿Qué debía hacer?
Lo que prioriza Sartre es la libertad del hombre. “El hombre está condenado a ser libre”
es una de sus frases más conocidas. Lo que quiere decir es que no podemos no elegir,
porque no somos libres de dejar de ser libres. Las cosas que nos pasan no dependen
de nosotros, pero depende de nosotros la manera en que comprendemos lo que nos
pasa y actuamos en base a ello. El hombre es lo que él hace de sí mismo.
Por lo menos según la experiencia corriente, puede decirse que no hay una sola especie
de entes, sino varias. Respecto de cuántos y cuáles son esos géneros, los filósofos han
discutido y seguirán discutiendo interminablemente. Aquí se adopta una clasificación
que no tiene por qué ser la mejor, pero que es de la más corrientes y que nos resulta
cómoda para nuestros propósitos. Se distinguirá tres géneros de entes: los sensibles, los
ideales y los valores.
a) Los entes sensibles (que algunos autores llaman "reales") son los que se captan por
medio de los sentidos, trátese de los sentidos fisiológicamente considerados, como la
vista, el olfato, el tacto, etc., sea el sentido íntimo o autoconciencia, que nos permite en
un momento dado darnos cuenta -por ejemplo- de que estamos tristes o alegres, o de
que estamos ejecutando un acto de atención o evocando un recuerdo. Los entes
sensibles se subdividen en físicos y psíquicos. Los entes físicos son espaciales, es decir,
están en el espacio, ocupan un lugar; como la mesa, la silla o nuestro cuerpo. Los entes
psíquicos, en cambio, son inespaciales; no tiene sentido, en efecto, hablar del espacio
que ocupa un acto de voluntad o un sentimiento de avaricia. Es cierto que, hasta donde
nuestra experiencia llega, van siempre ligados a un cuerpo orgánico, pero que vayan
ligados a él no quiere decir que sean lo mismo ni que tengan sus mismas características,
en este caso la espacialidad. Los entes sensibles, sean físicos o psíquicos, son todos ellos
temporales, esto es, están en el tiempo, tienen cierta duración, un origen y un fin. Ello
les ocurre tanto a las sillas y a las montañas cuanto a cualquier estado psíquico; aun la
pasión más perdurable, llega un momento en que fatalmente cesa y desaparece, ya sea
por la muerte o por el motivo, quizás menos consolador, de que todas las cosas humanas
tienen su momento de decadencia y desaparición.-Además, los entes sensibles están
ligados entre sí por un especial tipo de relación que se llama relación de causalidad: todo
ente físico es causa de otro posterior, y a su vez es efecto de otro anterior; y lo mismo
ocurre en el dominio de la actividad psíquica. La relación de causalidad está ligada al
tiempo, es un tipo de relación temporal, porque la causa es siempre anterior al efecto y
el efecto es posterior a la causa. (Obsérvese que la causa es una forma especial de
fundamento o razón, a que se refiere el cuarta principio ontológico).
b) Como ejemplo de entes ideales puede mencionarse los entes matemáticos: los
números, las figuras, los cuerpos geométricos (otros entes ideales son las relaciones,
como la identidad, la igualdad, la diferencia, la relación de mayor o menor, etc.) Los
entes ideales se caracterizan por su intemporalidad, por no ser temporales. Porque si lo
fueran, hubieran tenido un comienzo en el tiempo, es decir que tendría que pensarse
que hubo una época en la cual, por ejemplo, no existía aún el número 5, y que llegará
un momento en que el número 5 desaparezca. Pero los entes matemáticos, y las
relaciones que la matemática establece, no son nada que esté en el tiempo; éste no los
afecta en absoluto. El tiempo sólo tiene relación con el espíritu del hombre que los
conoce, y esto sí es susceptible de ser fechado, por lo que entonces puede decirse que
"en el siglo VI a.C. se descubre el llamado teorema de Pitágoras". El hecho de que se le
ponga un nombre al teorema -el de Pitágoras, por ejemplo- alude al (supuesto)
descubridor del teorema; pero que el descubrimiento tenga autor y fecha no supone
que también los tenga lo descubierto. Podría suponerse que los entes matemáticos han
sido "creados" por el hombre (y tal tesis puede defenderse con buenos argumentos);
pero entonces se plantearían curiosos problemas, como,por ejemplo, si antes de la
aparición del hombre sobre la tierra se reunían dos dinosaurios a dos dinosaurios, ¿no
hubiesen sido cuatro los resultantes? Por eso se dice con toda propiedad que el teorema
de Pitágoras, por ejemplo, ha sido "descubierto" -no inventado o "producido"-,
descubierto, que hasta entonces había estado oculto o cubierto para el hombre, pero
que sin embargo ya "era" de algún modo aunque ningún ser humano lo conociera. . El
descubrimiento del teorema, el proceso mental que alguien, en determinado momento,
realizó, esto sí es un ente psíquico, está inscripto en el tiempo y es perfectamente
fechable. Pero el teorema mismo, es decir, la relación que se da entre los lados del
triángulo rectángulo, es algo totalmente desvinculado del tiempo; porque, haya alguien
que la piense o no, esa relación vale desde siempre y para siempre. Una segunda
característica de los entes ideales es la relación de principio a consecuencia, o relación
de implicación, con la que se alude al especial tipo de vinculación que enlaza unos entes
ideales con otros. Esta relación se diferencia de la relación causal, entre otras cosas,
porque mientras esta última está enlazada con el tiempo, tal enlace no se da entre los
entes ideales. Piénsese lo siguiente: a = b, b = c, c = d……….x = y; luego a = y. ¿Quiere
esto decir que al amanecer a = b, a la mañana b = c, al mediodía c = d, y que sólo a altas
horas de la noche ocurre que x = y? Es evidente que no ocurre tal cosa, y es evidente
también lo absurdo del planteo. El matemático ordena estas igualdades para ir de lo que
se conoce primero a lo que se conoce después; pero las cosas mismas, los entes de que
aquí se trata, y las relaciones que los ligan, son todos a la vez. El libro de matemáticas
comienza sentando una serie de postulados o axiomas; luego sigue el teorema 1, que se
demuestra en función de los postulados o axiomas; viene después el teorema 2, que se
demuestra en función del anterior; luego se continúa con otros teoremas más, 3, 4, 5,
etc. Pero está claro que el orden en que aparecen los teoremas no es un orden temporal,
como si el teorema 5 hubiese aparecido o fuese verdadero varios meses después del
teorema 1. En rigor, todos los teoremas son verdaderos a la vez, sin ninguna relación
con el tiempo; y el orden según el cual se los dispone no es sino el orden que
corresponde a la relación de principio a consecuencia, a que unos se fundan o están
implicados por los anteriores -o también, si se quiere, se trata del orden que va de lo
más simple a lo más complejo.