Interseccionalidad Antropológica
Interseccionalidad Antropológica
Interseccionalidad Antropológica
ISSN: 1794-2489
info@revistatabularasa.org
Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca
Colombia
Resumen:
A pesar de su mutua caricaturización, la antropología y los estudios culturales comparten
una serie de aproximaciones analíticas que podrían resultar en diálogos inmensamente
fructíferos. En esta corta reflexión busco presentar algunos aportes provenientes de
estos dos campos de estudio frente al análisis tanto teórico como empírico sobre «lo
político» y el poder. En una primera parte retomo la relación entre cultura y poder
como una de las sinergias más interesantes. Una segunda línea de discusión conjunta es
la conceptualización de lo político como un problema de estudio amplio en el cual se
incluyen prácticas cotidianas del lenguaje, del simbolismo, y de la estética, entre otros.
Finalmente, una discusión que ha marcado tanto a la antropología como a los estudios
culturales es la política de nuestros estudios, generando una reflexividad mutua frente al
contexto desde el cual investigamos y escribimos, y a la apuesta que hacemos sobre acción
y «activismo» en nuestra producción académica.
Palabras clave: intersección estudios culturales-antropología, cultura, poder
Abstract:
In spite of their mutual caricaturization, anthropology and cultural studies share a set
of analytical approaches which could result in immensely fruitful dialogues. In this brief
1
Este artículo es producto del proyecto de docencia e investigación «Buscando nuevos diálogos de
investigación y docencia entre investigadores en Ciencias Sociales». Agradezco a los organizadores de la
mesa de discusión sobre «intersecciones entre la antropología y los estudios culturales» en el ICESI, así
como a Mariana Saavedra y a Diana Ojeda por sus comentarios.
2
Ph.D, Departamento de antropología, Universidad de Chicago.
3
Escuela de Ciencias Humanas.
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BOGOTÁ
Fotografía de Johanna Orduz
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reflection I intend to present some contributions from both fields of study compared
to the analysis both theoretical and empirical on “the political” and power. In the first
section, I build upon the relationship between culture and power as one of the most
interesting sinergies. A second line of joint discussion is a conceptualization of the
political as an issue demanding an encompassing study, including daily practices in
language, symbolism, aesthetics, and so on. Finally, a discussion that has marked both
anthropology and cultural studies is politics in our studies, resulting in a mutual reflexivity
regarding the context in which we conduct research and write, and the bet on action and
“activism” in our academic production.
Keywords: Intersection cultural studies-anthropology, culture, power.
Resumo:
Apesar de sua caricaturização mútua, a Antropologia e os Estudos Culturais partilham
de uma série de aproximações analíticas que poderiam gerar diálogos imensamente
frutíferos. Nesta curta reflexão, busco apresentar algumas contribuições desses dois
campos de estudo frente à análise, tanto teórica como empírica, sobre «o político» e o
poder. Na primeira parte, retomo a relação entre cultura e poder como uma sinergia
bastante interessante. Uma segunda linha de discussão conjunta é a conceituação do
político como um problema de estudo amplo, em que se incluem práticas cotidianas
da linguagem, do simbolismo e da estética, entre outras. Por fim, uma discussão que
marcou tanto a Antropologia quanto os Estudos Culturais é a política dos nossos estudos,
gerando uma reflexividade mútua perante o contexto a partir do qual pesquisamos e
escrevemos, e a aposta que fazemos sobre ação e ativismo em nossa produção acadêmica.
Palavras chave: Interseção Estudos Culturais-Antropologia, cultura, poder.
Introducción
La relación entre los estudios culturales y la antropología ha estado marcada
por la mutua caricaturización de su quehacer intelectual y de sus herramientas
tanto analíticas como metodológicas. Dicha caricaturización ha evitado el
diálogo entre las personas que se vinculan a uno u otro programa de estudio y
ha impedido el establecimiento de relaciones institucionales interdisciplinarias,
tanto en Colombia como en el resto del mundo. Este problema no es único
a estos dos campos de estudio. Aunque existen en los últimos años algunos
intentos por parte de nuevos programas de Antropología en Colombia por
establecer diálogos interdisciplinarios reales en los que tanto estudiantes como
profesores tengan que trabajar de manera constante con personas de otras
disciplinas, en la mayoría de los casos este esfuerzo es mínimo y sigue siendo
una apuesta de sólo unos cuantos académicos.
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más populares de los estudios culturales, es decir con las corrientes que hoy en día
dominan (literalmente) la producción en este campo de estudio social. Entonces,
me podrían acusar fácilmente de presentar una visión de los estudios culturales
que no refleja las tendencias más generales en este campo de producción
académica. Esta apreciación es cierta, y a mi favor sólo deseo presentar dos
salvedades. La primera es que, aunque creo que los planteamientos que hago con
respecto a la antropología son mucho más compartidos y generales dentro del
marco de la disciplina contemporánea, también tengo que ser consciente de que
estoy dialogando sólo con una parte de la genealogía antropológica. La segunda
salvedad parte del contexto institucional actual colombiano de la antropología y
de los estudios culturales. Por contexto institucional me refiero en particular al
desarrollo y cambio reciente de algunas instituciones académicas y de muchos
académicos que están tratando de crear nuevos diálogos y de fortalecer viejos
y nuevos programas de antropología y maestrías en estudios culturales. De
esta forma, aunque los estudios culturales con los cuales deseo dialogar no
representen las tendencias más «populares», este diálogo selectivo está siendo
abordado por muchos otros antropólogos en Colombia que están creando
puentes y tratando de consolidar nuevas apuestas académicas desde los estudios
culturales en universidades tanto públicas como privadas. Obviamente, en unos
años tendremos que preguntarnos si esta tendencia logró o no prevalecer, o si al
igual que en muchos otros contextos los estudios culturales de «moda» terminen
irremediablemente prevaleciendo. También en unos años tendremos que
preguntarnos si las nuevas apuestas que tratan de crear un saber antropológico
más interdisciplinario han logrado consolidarse en un contexto institucional en el
cual los diálogos reales y constantes con otras disciplinas han sido muy escasos.
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aproximación han sido múltiples y aquí sólo quiero retomar el trabajo de William
Roseberry (1994) para quien uno de los problemas esenciales de esta teoría es el de
aproximarse a la cultura como un texto «aparentemente uniforme» que no toma en
cuenta problemas de dominación y de hegemonía, y en general la importancia de
considerar la cultura como un «proceso social material» (1994: 259). Esta crítica fue
en varias ocasiones refutada por Geertz quien afirmó que, al reducir la cultura al
poder, los «valores» se trataban como «accesorios de las relaciones de propiedad» o
«estaban siempre fundamentados en la explotación de las masas» (Roseberry, 1994:
259). Roseberry considera que «la negación de estas conexiones» es una de «las
clásicas reducciones en la antropología estadounidense».
En mi opinión, este reduccionismo se expandió y sigue expandiéndose rápidamente
en los círculos de los estudios culturales aunque autores como Hall (1985, 1992)
y Clifford (1992) reiteraran constantemente la importancia de realizar estudios
semióticos que estudiaran «los efectos hegemónicos de la cultura» (During, 1993:
5). Para explicar mejor esta corriente de estudios semánticos en los estudios
culturales quisiera mencionar un ejemplo utilizado por Simon During. Para
este autor realizar un estudio semiótico interesante sobre una figura de cultura
popular contemporánea, como por ejemplo el caso del «Hombre Marlboro», no
sólo se centraría en estudiar «la práctica de un hombre fumando» como «un ritual
de paso» o como una práctica que «estructura el flujo del tiempo», sino que se
enfocaría en analizar la forma como se produce «un significante» por medio de
imágenes que en este caso «connotan masculinidad, libertad y trascendencia de
la vida laboral» (During 1993:5). Sin embargo, considero que uno de los grandes
«traspiés» de los estudios culturales es dejar de lado el contexto dentro del cual
se construyen los diversos «significantes» que estudian, olvidando de manera
particular la relevancia de entender cultura y poder, y más aún la cultura como poder.
John Gledhill (1997), por ejemplo, critica una línea muy reconocida hoy en día en
los estudios culturales en los que se busca considerar y elevar a ciertas figuras de
la cultura popular como íconos transgresores en sí mismos. Este autor ilumina
este problema criticando la forma en que la gran mayoría de estudios culturales
contemporáneos estudian la cultura popular a través de un ejemplo maravilloso.
Gledhill explica que el problema de los estudios culturales es que estudian por
ejemplo a «Madonna como un ícono transgresor separado de Madonna como
un objeto auto-contenido de mercancía mediática» (1997: 44). Más aún, el
problema crucial según Gledhill es que los estudios culturales no reflexionan
sobre el «populismo cultural» implícito en «la industria cultural» y en el caso
particular de Madonna en una industria cultural asociada con el multiculturalismo
estadounidense. De esta forma, continúa Gledhill, el multiculturalismo no
simplemente mercantiliza la «cultura étnica», sino que «deja el poder real social y
económico intacto, y es perfectamente compatible con definiciones racistas sobre
identidad (camufladas bajo eufemismos como etnicidad)» (1997: 44).
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Diversos conceptos tales como los de gusto, estilo, sensibilidad, deseo, ideología,
aspiración o predisposición en muchas ocasiones describen, conceptualizan y
«tienden a delimitar mejor el rango de patrones» que se quieren estudiar y a estar
«más anclados en los detalles que describen personas vivientes, históricamente
situadas y localizadas» (Trouillot, 2000: 115). La teorización sobre el análisis
político que antes se asociaba con cultura, hoy se encuentra dispersa en diversos
objetos de estudio y/o conceptos tales como ciudadanía (Ong, 1999), subjetividad
(Biehl et al., 2007), estado/estatalidad (Blom Hansen y Stepputat, 2001; Coronil,
2002; Ferguson, 1994), marginalidad y periferia (Escobar, 2005; Tsing, 1993) o
intimidad (Povinelli, 2006; Stoler, 2002). Cada uno de estos conceptos tiene ya
una genealogía particular en las diferentes disciplinas de las ciencias sociales y
podemos encontrar en cada uno un interesante diálogo interdisciplinar.
Para esta mesa de discusión me interesa en particular enfatizar la amplitud con
la que se ha conceptualizado «lo político» en la antropología y en los estudios
culturales. Aunque este tema es muy amplio y ameritaría un desarrollo mucho
más extenso y profundo, quiero por ahora mencionar algunos aportes relevantes
provenientes de ambos campos de estudio. En la antropología el interés por
lo político tiene una trayectoria particular. Para Joan Vincent (2002) se pueden
reconocer tres fases en la relación entre antropología y política. En el periodo
que Vincent llama la era formativa (1851-1939), los antropólogos estudiaron
lo político «casi que incidentalmente (en relación con) otros intereses», en el
periodo de (1940- hasta aproximadamente el año 1972) «la antropología política
desarrolló un cuerpo de conocimiento sistemáticamente estructurado y un
discurso auto-consciente» (2002: 2). Finalmente, tal y como lo explica Vincent,
después de este período la política aparece en casi todos los aportes de la
disciplina. Son muchas las lecciones importantes del análisis de lo político que
surgen de la antropología política «clásica» de autores como Max Gluckman,
E. E. Evans-Pritchard, Meyer Fortes, y Edmund Leach, entre otros. Estos
aportes incluyen una gran variedad de aproximaciones tales como el funcional-
estructuralismo que utiliza nociones como estructura, función y equilibrio; las
teorías procesuales que enfatizan ideas sobre proceso, competencia, conflicto,
poder y legitimidad; y las teorías sobre la acción que se centran en estudiar
estrategia, manipulación, procesos de decisión y roles sociales.
Estas diferencias han construido un gran espectro de corrientes frente al estudio
de lo político. En esta corta sección busco mencionar algunos aportes generales
que considero de gran relevancia. El primero surge de autores como Marc Swartz,
Victor Turner y Arthur Tuden (1966) para quienes un «proceso político» debe
pensarse como un proceso público, que se orienta hacia un fin (que no tiene
que ser conciente), y que supone «un poder diferencial (en el sentido de control)
entre los individuos del grupo en cuestión» (1966: 6). Dichos procesos pueden
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de manera ingenua a los grupos humanos que estudiamos, sino entender cómo
los procesos de territorialización están inmersos dentro de amplias interacciones
de poder que incluyen «redes y flujos» que van más allá de las interacciones «cara
a cara». En este contexto, Canclini (1997: 4) manifiesta que uno de los grandes
avances de la antropología fue el reconocimiento de «un mundo interconectado
en donde las sedimentaciones identitarias (etnias, naciones, clases) se reestructuran
en medio de conjuntos interétnicos, transclasistas y transnacionales». Estas
aproximaciones han generado importantes críticas a la forma como nos acercamos
al problema de la diferencia, sea esta construida a través de nociones biologizadas
de raza, por medio de construcciones de un «otro» étnico o movilizando políticas
multiculturales que tanto nos ahogan en estos tiempos.
Muchas de estas discusiones no pasaron desapercibidas en el trabajo de autores
como Raymond Williams, Stuart Hall y E.P Thompson, autores cruciales en la
construcción de los estudios culturales británicos. Más aún, si podemos señalar una
de las propuestas realmente interesantes de los estudios culturales fue su interés y
apuesta en consolidar lo que Peter Wade (1997: 7) llamó «la crítica de la sociedad
moderna capitalista». Para los fundadores de los estudios culturales británicos el
problema de lo político debía estudiarse también desde la experiencia de los sujetos
estudiados, tomando en cuenta diversas esferas cotidianas y la forma en que estas
estaban inmersas dentro de complejas tramas de relaciones globales de poder. Esto
no significó una teoría de la historia uniforme, unidireccional y teleológica. Por el
contrario, una de las discusiones y aportes más importantes de autores como E.P
Thompson fue el de explicar cómo, por ejemplo, para entender la «experiencia
industrial» en las clases obreras, se debía también estudiar la forma como esta
experiencia había sido «evaluada, criticada y resistida» (Thompson, 1963: 63; 1971).
Como argumenta el antropólogo William Roseberry, este tipo de aproximaciones
sirvieron para corregir la historia económica marxista y no marxista en la que
«la historia del capitalismo se consideraba en ocasiones como la historia de los
capitalistas, como la historia de aquellos que ganaron» (Roseberry, 1994: 56).
Otro de los aportes de los pioneros de los estudios culturales fue el de rebatir la
noción de sociedades consideradas como «pre-políticas», en especial al criticar
las nociones de atraso implícitas en este concepto. La antropología clásica se
interesó de especial manera en analizar aquellas sociedades «sin estado» que no
presentaban líderes que pudieran ejercer un poder realmente amplio dentro del
grupo estudiado (Fortes y Evans Prittchard, 1940). El gran problema de esta
literatura, tal y como explica John Gledhill (1994: 14), es que las «sociedades
sin estado» fueron condenadas a ser únicamente «categorías negativas» ya que
las tipologías creadas por estos autores tomaban como punto de partida los
sistemas políticos de los estados modernos. Es por esto que dichas sociedades sin
estado se pensaron como versiones primitivas de «occidente». A esta discusión
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variedad de intereses de investigación con los estudios culturales. Los campos más
notorios de asociación con estudios culturales han sido los análisis sobre prácticas
culturales «populares», sistemas de comunicación como radio y televisión, y políticas
culturales, haciendo eco entre otras corrientes a estudios que retoman los análisis
de la escuela de Frankfurt sobre la estética. En esta corta sección presenté algunos
de los diálogos que se han dado entre la antropología y los estudios culturales que
considero son de gran relevancia para aproximarnos al estudio sobre la política y
el poder. Creo que necesitamos ahondar mucho más en estos diálogos para poder
entender la forma en que las diversas aproximaciones al estudio de lo político han
consolidado una tendencia hoy compartida en ambos campos de estudio en la que
lo político debe aproximarse como un proceso amplio que para nada se limita al
estudio de políticas electorales. Este frente de trabajo compartido podría generar
nuevas propuestas y alcances frente a propuestas simplistas e hiper-centradas en
los estudios sobre instituciones estatales. Sin embargo, como afirman Grossberg
(1997), Hall (1992), Miller (2006) y Trouillot (2003) entre otros, los objetos de
estudio per se no son los que definen el sentido de hacer estudios culturales o
antropología, ni son aquellos que definen de manera definitiva sus entornos. Estos
autores se refieren en particular a la posicionalidad de estos campos de estudio
frente a la política de su producción académica y más ampliamente en relación con
las prácticas de poder que los rodean.
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