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Luis Vázquez León
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Antropología de una
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Luis Vázquez León
CIESAS
MÉXICO 2003
Primera edición, junio del año 1996
Segunda edición, septiembre del año 2003
© 2003
CENTRO DE INVESTIGACIONES y Esrurnos SUPERIORES
EN ANTROPOLOG!A SOCIAL
© 2003
Por caracteristicas tipográficas y de edición
MIGUEL ÁNGEL l'oRRÚA, librero-editor
Derechos reservados conforme a la ley
ISBN 970-701-387-7
ABREVIATURAS UTILIZADAS
Rev'istas
AA Antropológicas
AdA Anales de Antropología
AA American Anthropologist
AM Arqueología Mexicana
AR Archaeology
BAA Boletín de Antropología Americana
BECAUY Boletín de la Escuela Ciencias Antropológicas de la Universidad de
fucatán
BMN Boletín del Museo Nacional de Aqueología, Historia y Etnografia
e Cuicuilco
CA Current Anthropology
CAB Consejo de Arqueología. Boletín
co Ciencia y Desarrollo
Edtt Estudios del Hombre
EMA El México Antiguo
HAN History of Anthropology Newsletter
LR La Recherche
MC Mundo Científico
NA Nueva Antropología
s Scientometrics
SA Scientific American
sss Social Studies of Science
ST Synthese
TS The Sciences
UF Universidad Futura
PRÓLOGO• 11
Instituciones
ANUIE.5 Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Edu-
cación Superior
CEMCA Centre d'Etudes Mexicaines et Centroamericaines
Conacyt Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
CNCA/SEP Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Secretaría de
Educación Pública
CEA/COlMJCH Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán
CIHS/UAC Centro de Investigaciones Históricas y Sociales de la Universi-
dad Autónoma de Campeche
DA/ESC/UDlA Departamento de Antropología, Escuela de Ciencias Sociales,
Universidad de las Américas
DA/IMC Dirección de Arqueología del Instituto Mexiquense de la Cul-
tura
DEH/UdG Departamento de Estudios del Hombre de la Universidad de
Guadalajara
DA/SOPZ Departamento de Arqueología de la Secretaría de Obras Pú-
blicas de Zacatecas
DPC/ICT Dirección de Patrimonio Cultural del Instituto de Cultura de
Tabasco
ENAH/INAH Escuela Nacional de Antropología e Historia del INAH
FNA/CNCA Fondo Nacional Arqueológico del CNCA
Fonca/CNCA Fondo Nacional para la Cultura y las Artes del CNCA
FCA/UADY Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autó-
noma de Yucatán
FA/UV Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana
FA/UNAM Facultad de Arquitectura de la UNAM
INAH/SEP Instituto Nacional de Antropología e Historia de la SEP
ISI lnstitute far Scientific Information
IIA/UNAM Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM
IA/uv Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana
IPGH Instituto Panamericano de Geografía e Historia
IEA/UDlA Instituto de Estudios Avanzados de la UDlA
IJAH/udeG Instituto Jaliciense de Antropología e Historia de la udeG
IH/UAG Instituto de Humanidades de la Universidad Autónoma de
Guadalajara
lA/udeG Laboratorio de Antropología de la udeG
SMA Sociedad Mexicana de Antropología
Introducción
1
A PRINCIPIOS de 1987, los conocidos editores de la revista Vuelta hicieron
publicar la traducción de unos artículos signados por arqueólogos mayis-
tas norteamericanos, los cuales causaron gran revuelo en nuestro país,
no por un ruidoso contenido de los mismos, sino por el polémico comen-
tario de la incisiva pluma de Octavio Paz que los precedía. 1 Entre otras
críticas vertidas, Paz la tomó contra los marxistas de la ENAH, haciéndo-
los responsables de la falta de citas de arqueólogos mexicanos en los estu-
dios más recientes del área maya, según se desprendía de la lectura de los
textos traducidos. Ya que era un mensaje con destinatario, pareció lógico que
algunos antropólogos sociales y el director del plantel (que sí era arqueólogo)
saltaran a la palestra para cambiar algunos mandobles, pero Paz los desar-
mó con elegancia esgrimística, sin mayores consecuencias inmediatas.
Con todo, si se sopesa su juicio sobre la innegable ausencia de visibilidad de
nuestra arqueología en el ámbito académico internacional (concedien-
do a Paz que ser citado en Estados Unidos signifique ser internacional),
se deriva que los verdaderos campeones del duelo debieron haber sido
los arqueólogos especializados en la región en cuestión. Éstos, porrazo-
nes del todo enigmáticas en aquel momento, evitaron la exposición pública
de sus resultados académicos, aunque me consta que el chisme -o, hablan-
do en la neolengua de la corrección política, su comunicación informal-
corrió de boca en boca. En lo íntimo, me parece que muchos de ellos se
solazaron a la vista de una ENAH escarnecida, cuyo marxismo arqueoló-
gico no les era grato por igual. Tampoco Manuel Gándara, el entonces
1 0ctavio Paz, "Tres ensayos sobre antropologia e historia", t1ielta, 11(122): 9, 1987.
11:11
14 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
Lo más intrigante sobre su estilo literario fue descubrir que las jus-
tificaciones de ambos arqueólogos eran, para mayor asombro, análogas,
a pesar de su diferencia de edad, filiación institucional y de un supues-
to cometido profesional divergente (después de todo uno fue director del
INAH y el otro es investigador del IIA). En efecto, ambos dijeron evitar la
evaluación de la arqueología reciente porque estaban de por medio
"consideraciones personales de amistad o de antipatía" o bien de "amistad
o compañerismo", pero, sobre todo, porque deseaban evitar tocar ciertos
"intereses creados", o sea, herir la "susceptibilidad de los investigadores".
Así pues, y tal como ocurrió en el affaire ENAH versus Octavio Paz, otra
vez los arqueólogos evitaron plantarse, ya no ante un literato externo
a la disciplina, sino inclusive frente a sí mismos. Comencé a sospechar
que la costumbre de evitación honorífica no era exclusiva de los grupos
indígenas que usaba antes estudiar, 3 sino algo mucho más próximo a mí,
pero que había ignorado bajo la idea de lo "normal" o "natural" de una
cultura disciplinaria en parte compartida con ellos, ya que durante más de
20 años yo mismo me socialicé junto a los arqueólogos, trabajé cerca
de ellos y cuento algunos como amigos. De pronto, sin embargo, esa
normalidad había trocado en extrañeza, en interés, en objeto de conoci-
miento.
Ambas interrogantes, aunque un tanto anecdóticas, persistieron en mí
desde aquellos años, sin obtener una respuesta razonable. Con el tiempo,
agregué lecturas sobre las sociologías de la ciencia y de las profesiones,
las cuales no hicieron sino ensanchar el radio de mis dudas, llegando a
merecer un tratamiento sistemático. Conviene informar, además, que un
primer acercamiento a su elucidación lo experimenté por medio de la his-
toria de la arqueología (Vázquez, 1993 y 1994), análisis que lejos de
distanciarme del presente, lo tornó más inquirible. Especialmente fue
llamativo para mí el fenómeno, a todas luces expectante, sobre cómo la
arqueología mexicana "resuelve" los retos teóricos que de tiempo en
tiempo enfrenta. Lo puedo sintetizar diciendo esto: cada vez que algún
arqueólogo o arqueóloga innovador (o algún otro antropólogo intere-
sado en la arqueología) ha pretendido renovar su discurso tradicional,
éste ha sido repudiado hasta el punto de expulsarlo del medio profesio-
nal, si es necesario. Históricamente, se trata de un proceso repetitivo que
-'En comunidades indígenas me ha tocado observar conflictos faccionales expresados como competen-
cia y a la vez como evitación del opositor, hasta el punto de parecer un gesto ritual el retirarse del escenario
cuando el otro u otros están presentes. A su vez, en la vida cotidiana se evita todo contacto, empezando por
el saludo.
16 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
empieza con Gamio en 1913, vuelve con Armillas, Palerm, Lltvak, Gándara
y otros, y no cesa en nuestros días, pues sigue siendo iterado hasta en casos
menos extremos en que se ha sugerido emprender una "arqueología de la
arqueología" (caso de Yadeum en 1978) o el demostrar el componente per-
sonal implicado en la experiencia del ser arqueólogo (Crespo y Viramon-
tes, 1996). Como establezco en los capítulos 1 y 2 de esta obra, tan ruda
ortodoxia del pensamiento arqueológico mexicano no consiste solamen-
te en aferrarse a ciertas ideas muy fijas, sino que posee un nexo sociocog-
nitivo con una organización social muy peculiar de la arqueología mexi-
cana, fundada en el uso patrimonialista (más que nacionalista) del pasado
prehispánico. Parte sustancial de este fenómeno lo constituye la fusión
de intereses de la administración patrimonial del pasado y la disciplina cien-
tífica de la arqueología, proyectada hacia los mismos objetos. A esta
confusión achaco la rigidez de ideas y de procedimientos.
Para el observador externo podría ser relativamente fácil constatar
que la arqueología funciona como una profesión de estatus -es decir, una
profesión regimentada jurídicamente-, casi monopolizada por el Estado,
no obstante que desde 1973 (año de fundación del IIA) ha desarrollado
una estructura social aparentemente dual, en parte gubernamental y en
parte académica, pero anormalmente desarrollada en uno de sus polos.
Así, mientras en el INAH se emplean 306 arqueólogos, en el IIA sólo 18. Hoy,
esta estructura, sin dejar de ser desproporcionada, se ha ensanchado en su
parte académica, al agregarse una serie de instituciones universitarias (las
Américas, Veracruzana, Autónoma de Yucatán y Autónoma de Jalisco). 4
Este cambio social -al que dedico el 3 capítulo, lugar donde resalto lacre-
ciente importancia de la arqueología regionalizada, pero aún marginal
a la mesoamericanizada dominante-, se refleja claramente en la inserción
de algunos representantes universitarios en el seno del Consejo de Arqueo-
logía que, por ley, reglamenta toda la investigación arqueológica en
México. Hasta aquí, pues, pareciera irrefutable la aseveración de que teó-
rica y prácticamente, estamos ante una dualidad, a saber, una "arqueolo-
gía del INAH" y una "arqueología universitaria", una de tipo político o
nacionalista y otra de tipo académico o científico. Esta visión esquemáti-
ca ha sido especialmente cara a Lorenzo (Alonso y Baranda, 1984: 155;
Lorenzo, 1984: 99) y a Lltvak (1978: 671-672; 1989), pero también ha
sido expresada por otros arqueólogos, pertenezcan lo mismo al INAH que
al IIA (cfr. Ochoa, Sugiura y Serra, 1989; Schondube, 1991: 264).
•Otras instituciones académicas se han ido agregando a esta lista. El más reciente es el Centro de Estu-
dios Arqueológicos del Colegio de Michoacán.
INTRODUCCIÓN • 17
Sin descontar la influencia que una estructura social ideal tan esque-
mática pudiera ejercer sobre el pensamiento teórico de los arqueólogos
de ambas instituciones, me parece que la cuestión del cambio teórico en
la arqueología mexicana es más compleja que su expresión política o
institucional. Es muy probable que, como tal, el esquema dual respon-
da más a un pensamiento tipológico que a uno holístico (incluido el siste-
mático), lo que explicaría su enorme popularidad entre los mismos arqueó-
logos, tan habituados a este modo de clasificar la realidad. Por mi
parte, me propongo explorar aquí las cualidades de su complejidad an-
tes que abstraerlas para fines esquemáticos. Sospecho que tal como lo ha
sugerido litvak (1996) de modo informal en conversaciones y charlas pú-
blicas, entre los arqueólogos gubernamentales y universitarios pesa una
socialización común en la ENAH, esto es, un entrenamiento bajo una cul-
tura disciplinaria común más reveladora, observación capital que pudiera
valer hasta para las escuelas posteriores, invariablemente fundadas por
arqueólogos formados en la ENAH.
Reconozco en seguida que aunque carecemos de estudios del proceso
de socialización profesional como los que han hecho para la biomedicina
Jacqueline Fortes y Larissa Lomnitz (1981, 1982, 1991 y 1994), podemos
abordar la cuestión por medios indirectos, orientados a estudiar el pensa-
miento de la tradición teórica conocida como Escuela Mexicana de Arqueo-
logía. Esto es, podemos estudiar cómo surge y se reproduce dicha tradición
heredada de ciencia, lo cual, al margen de la inserción institucional que
se le da (que erróneamente se liga al INAH, cuando la mayoría de arqueó-
logos vienen de un origen común en la ENAH, que es una escuela del INAH, lo
que los emparenta por fuerza a la misma concepción tradicional), puede
desentrañarse en su concepción general, en sus productos literarios, en sus
prioridades, en sus proyectos de investigación y en sus acciones sociales
intencionales, a veces tan políticas en el INAH como en el IIA. Los capítu-
los 1, 4 y 5 están redactados bajo esta óptica unificada.
Entonces, para la fase inicial de mi estudio empecé por conjeturar acer-
ca de lo intrigante que resultaba el conservador desarrollo teórico de la
arqueología mexicana (por lo que es, también, la motivación central del
primer capítulo). La historia de sus ideas me indica un extraño anclaje
-que cruza sutilmente las fronteras de la filiación institucional actual de
sus miembros- en algo que recuerda una mezcla conceptual tanto del par-
ticularismo histórico norteamericano como de la historia cultural alemana,
concepción habitual o normal que, por lo visto, impide en el orden de las
INTRODUCCIÓN• 19
s Según la terminología kuhniana, bajo el estadio de ciencia normal no se cuestionan la teoría o teorías
establecidas, sino que se les perfecciona técnica y hasta cierto punto progresivamente.
20 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
11
Tal tensión, preveía él, podría llevar a esta ciencia comunitaria a perder
autonomía y desorganizarse. Hoy, su presunción es una tendencia efecti-
va dentro de la empresa de la gran ciencia, como resultado del patroci-
nio industrial y militar (Ziman, 1999). Muchos de los rasgos primigenios
que caracterizaron a las primeras comunidades científicas surgidas en el
siglo XVII-la comunicación horizontal, el desinterés científico, el escepticis-
mo y el universalismo-, están siendo socavadas por la eclosión de nuevas
relaciones interesadas provocadas intencionalmente por los científicos, al
tiempo que han ido reduciendo sus espacios organizativos a grupos estre-
chos, muy dinámicos, y altamente informales de interacción social (cfr.
Rosenberg y Birdzell, 1990; Femé, s.d.; Franklin, s.d.; Lewenstein, s.d.). En
suma, hoy resulta difícil postular una comunidad científica como estruc-
tura a priori, sin antes demostrar que lo es efectivamente en términos so-
ciales y cognitivos. Lo anterior, como abundaré más adelante, explica en
alguna medida por qué he preferido hablar de "tradición científica" en vez
de "comunidad científica", toda vez que me ocupo de los arqueólogos
y de la arqueología mexicanos.
Ocurre pues que ya no podemos seguir escindiendo las estructuras
sociales de las estructuras cognitivas de la ciencia. El popularísimo concep-
to de "paradigma científico", tal como Thomas S. Kuhn lo postuló en 1962,
conjunta ambas manifestaciones de un mismo fenómeno, al punto de
parecer tautológico cuando escribía que: "Un paradigma es lo que los
miembros de una comunidad científica, y sólo ellos, comparten. A la inver-
sa, es una posesión de un paradigma común lo que constituye una co-
munidad científica" (Kuhn, 1982: 319). No entraré en la discusión de su
definición más sintética, pero, para efectos de esta introducción, es impor-
tante hacer notar que muy pocos de sus numerosos críticos y epígonos se
dieron cuenta de que el concepto reunía elementos que estaban distancia-
dos desde Mannheim (Kuhn, 2000 [1970]). Pero dada la herencia empírica
anterior, fue fácil caer en el error opuesto de reinterpretar al paradigma
sólo por una porción de su contenido cognitivo, pasando por alto la rela-
ción consensual o comunitaria de fondo. Se invirtió así la estrategia de
Merton, ocultando ahora su expresión social.
El error fue amplificado en grande escala por los científicos sociales,
siempre deseosos de compartir la autoridad cientificista de las ciencias
físicas y formales. Una tentación a la que todos sucumbimos fue la de rein-
terpretar al paradigma por, digamos, la mitad de su contenido teórico o
metateórico, olvidándonos del condicionante sociocomunitario implícito.
Como indicaron varios críticos de esta moda, detrás del kuhnianismo social
22 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
No es de extrañar que Kuhn tuviera por esa época en tan bajo concepto
a los científicos sociales (que eufemistamente agrupaba dentro de unas
"ciencias inmaduras"), que en cualquier caso le sirvieron de ejemplo ana-
lógico de lo que no era un grupo paradigmático.
Así las cosas, al demostrarse que la aplicación de la filosofía científica
de Kuhn era desaconsejable para el análisis de la antropología y otras
ciencias sociales, a pesar del enorme mérito conseguido por él al superar
la dicotomía pensamiento-sociedad, se imponía una búsqueda reflexiva que
en vez de errar persiguiendo cientificidades ilusorias, se volviera hacia sí
misma, hacia su propio pensamiento y hacia su propio condicionamien-
to social. Cosa curiosa, Kuhn mismo contribuyó a esto cuando replanteó
la cuestión de la estructura social del paradigma, llegando a la conclusión
que éste podría descomponerse en niveles integrativos como subgrupos o
subcomunidades de menor envergadura (Kuhn, 1982: 320). Luego, las evi-
dencias obtenidas por la sociología de la ciencia contribuyeron a la reorien-
tación hacia una nueva conceptualización. 6
Por una parte, entonces, se había impuesto la dispersión del ideal de
comunidad científica (arqueológica en nuestro caso) en unidades organi-
•En 1970, en la respuesta a sus críticos, distinguió entre comunidades de tradición -típicas de las
humanidades- y comunidades propiamente científicas, donde habría mayor progreso teórico (Khun,
2000: 137).
INTRODUCCIÓN • 23
zativas cada vez menores, como los grupos coherentes de trabajo y, por
último, las redes personalizadas de investigación. Queda asentado que
para nosotros es en determinados niveles de organización social -especí-
ficamente en los proyectos arqueológicos- donde se produce socialmen-
te el conocimiento arqueológico, cualquiera que sea su alcance cognosciti-
vo y sus efectos sociales. Aun así, seguíamos sin poder articular existencia
y pensamiento. Fue entonces que reparé que en la historia de la ciencia
se venía usando con excesiva liberalidad la idea de "tradición científica".
La misma historiografía de la antropología la había aplicado indistinta-
mente a la arqueología y a la antropología social (Trigger, 1985; Kupper,
198 7 [19 73]); Pahl por su parte la empleó para describir el estado crónico
de controversia dentro de la sociología inglesa (Pahl, 1979). Nuestro pro-
blema era entonces definir al concepto para usos analíticos en vez de des-
criptivos.
Debo a Ángel Palerm el haber caracterizado a la "cultura de la etnolo-
gía" como "tradición antropológica", es decir, como un "conjunto de
valores, actitudes, preocupaciones e intereses de los etnólogos" (Palerm,
1974: 12), una "subcultura en el sentido antropológico, que no se basa
exclusivamente en la transmisión literaria de ideas marxistas [caso de
la red de transmisión de la antropología marxista], sino también de co-
municación personal y la transmisión oral" (Palerm, 1979: 45). Trabajos
ulteriores como los de Boyer (1990) y Hobsbawm (1988 [1983]) me per-
mitieron reelaborar esta definición, haciéndola más receptiva hacia aque-
llas interacciones sociales repetitivas que implican al tradicionalismo
como proceso sociocultural. Asimismo, y esta vez desde el campo de la so-
ciología de la educación, Becher (1992: 5 7) sugirió tratar a las disciplinas
e identidad de los académicos como "culturas disciplinarias" que involu-
cran "actitudes, actividades y estilos cognoscitivos característicos de las
personas que ejercen dentro de varias disciplinas", poniendo el énfasis
en las características epistemológicas de su pensamiento como la base de
su identidad, lo cual nos remite a la variante filosófica del programa de so-
ciología del conocimiento de Mannheim, pero bajo una conceptualización
monista, no dualista.
Podemos afirmar entonces que la antropología social del trabajo
científico estaría en condiciones de recoger el añejo desafío lanzado por
Mannheim a condición de ubicar a los científicos, su conocimiento y sus
actividades, en un contexto de explicación y comprensión sociocultura-
les, que lo mismo atienda a las estructuras sociales que a las cognitivas.
Con este propósito en mente, definiría a la "tradición arqueológica" como
24 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
111
eEn el post scriptum declaro mi filiación etnometodológica, por lo que mi análisis de las corrientes
está orientado, luego no pretendo engañar a nadie; Hacking (2001: 109-167) dedica un largo capítulo al
mismo tema sin llegar a ser conclusivo; y Nelkin (1996: 31-36), desde la propia perspectiva de los es-
tudios culturales de la ciencia, hace más bien una reflexión reveladora sobre las perspectivas de estos
estudios.
26 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
que el antropólogo social en este terreno, aunque llegase a emplear las técni-
cas cuantitativas del sociólogo, podía extenderse hacia problemas y obser-
vaciones usualmente dejadas de lado, tales como la ubicación social, el
estatus, la jerarquía, los imperativos normativos, las ligazones sociales,
etcétera (Mendelsohn y Elkana, 1981).
Pero Anderson (19 81), bastante más experimentado en estas tareas,
volvió a poner en tensión la exploración concienzuda de los nexos entre
estructuras sociales y estructuras cognitivas. Para él, la antropología de
la ciencia se interesaba de modo emic o interna en la cultura científica, mas
no tenía por qué estar validada en esos términos, es decir, la interpretación
última, etic o externa, estaba en manos del extraño profesional. Luego agre-
gó un recio ingrediente relativista que más tarde se haría esencial para
los críticos de la ciencia. Según Anderson, el ser un extraño sin com-
petencia alguna en el campo bajo estudio era un valor intrínseco -valor,
digo yo, muy útil cuando de salvajes y primitivos se trataba-, ya que,
sigue Anderson diciendo, como cualquier otra cultura bajo escrutinio
antropológico, lo que cuenta no es la exactitud sino la interpretación de la
misma. Habría pues distancia entre las categorías etic y las categorías
emic, que muy bien podían ser comparadas, si se deseaba, si bien el
"éxito de esta comparación dependerá de lo que finalmente queramos
saber de nuestros estudios sociales de la ciencia y la tecnología" (Anderson,
1981: 239; cursivas del autor). Con estas palabras, como digo, se volvía
a poner en tensión conocimiento y sociedad, no obstante que entonces
Lepenies celebraba lo mismo a la benéfica influencia de la hermenéutica
que de la etnometodología. Pronto se vería que la etnometodología po-
seía un programa de investigación por principio opuesto al posmoder-
nismo (Lynch, 1993; Pleasants, 1997).
Los etnometodólogos, sin dejar de ser críticos hacia la sociología fun-
cionalista de la ciencia, tuvieron en común con su contraparte en la antro-
pología funcionalista la insuficiencia de frutos abundantes. Ello se advier-
te en los trabajos abordados por el grupo de Garfinkel a propósito de un
grupo de astrofísicos, otro de matemáticos y dentro de un laboratorio
neurobiológico (Coulon, 1995: 59-61; Heritage, 1990: 336-340; Lynch,
1985 [1979]). En contraste con los estudios hechos bajo esta corriente
respecto de la interacción escolar en el salón de clase (Coulon, 1995a), por
ejemplo, la etnometodología de la ciencia parece ser un desarrollo pobre. 9
•Influido por Garfinkel, John Law (1976) replanteó su estudio sobre la cristalografía de las proteínas,
para lo que evita toda prescripción y adopta la propia visión del mundo de los cientfficos; Ángela Metropu-
los (1986) por su parte exploró la interrelación del conocimiento cientffico y la organización social del mismo
en un laboratorio de biología marina. La idea de contextualizar este conocimiento sin sobredeterminarlo apa-
rece en otros estudios, tales como Collins (1982) para varios laboratorios experimentales de laser; y Whitley
28 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
(19 81 ) para la conexión entre patrones de investigación y contextos de práctica científica especfficos. De hecho,
todavía en esta época Woolgar (1981) y Knorr-Cetina (1981) suscribían la idea de la contextualización de
Garfinkel, si bien ya daban prioridad al "contexto presentacional", o mejor, representacional, mucho más apro-
piado para su postura constructivista social del conocimiento.
JO Para un filósofo ajeno a la sociedad norteamericana como es el caso de Hacking (2001: 12), estas me-
táforas tendrían un resultado insensibilizador: "La predisposición a describir el desacuerdo profundo en tér-
minos de metáforas de guerra hace que la existencia de guerras reales parezca más natural, más inevita-
ble, más parte de la condición humana." Luego del 11-S estamos seguros de ello.
INTRODUCCIÓN • 29
que uno de los temas favoritos abordados sean los físicos de la alta
energía (Traweek, 1988) o los físicos de los laboratorios de armas
nucleares (Gusterson, 1992 y 1996). Análisis etnológicos de las teorías
científicas como el de Stockzkowski (1992) aparecen como extraños dentro
del contexto americano.
Se ve, pues, que las relaciones entre esta corriente y la antropología
social de la ciencia no son del todo amistosas, a pesar de su recurso etnográfi-
co común. La divergencia entre ambas se antoja profunda, pues tiene que
ver con la filosofía y la teoría social implicadas. Que sepamos, no ha habi-
do hasta ahora una réplica a tal crítica por parte de los antropólogos inte-
resados en el asunto, como sí la ha habido desde la filosofía de la ciencia
(Bunge, 1992; Hacking, 2001), la historia de la ciencia (Thuillier, 1990) o
para el conjunto de la antropología posmoderna (Reyna, 1994).
Creo que esta incapacidad de respuesta en mucho es atribuible a la
carencia teórico-filosófica antes anotada. Movido entonces por los fines
inmediatos del presente estudio, sugiero que esta teoría puede ser la herme-
néutica crítica (Bleicher, 1990: 143-211 ), la que, entre otras característi-
cas, es una corriente que se ha desprendido del subjetivismo prevaleciente
entre los hermeneutas decimonónicos, por lo que procura disminuir la
tensión entre explicación e interpretación, buscando inclusive unificarlas
(Apel, 1984). Tal como lo aprecia Reyna (1994), la hermenéutica crítica,
en clara distinción al deconstruccionismo, pretende más que nunca ser
una "ciencia de la interpretación", cuyo método, aunque siga siendo
aproximativo (el llamado "círculo hermenéutico"), consigue su compren-
sión a través de la validación dialógica (Habermas y Apel, Gamader hasta
cierto punto), hipotético-deductiva (Hirsch), argumentativa (Ricoeur), e
incluso en una profundización declaradamente metódica (Betti, Giddens
y Thompson), por lo que en ocasiones se acerca al principio de falseación
de Popper y a ciertas posturas pospositivistas que proponen que la valida-
ción científica es provisional y la explicación una verdad aproximada, tanto
como la comprensión lo es (Reyna, 1994: 556-557; Ricoeur, 1992: 212-
213; Ferraris, 323-332; Popper, 1995: 123).
Adicionalmente, creo necesario aclarar en relación con el glosocen-
trismo (la palabra es todo, la ciencia un texto) del deconstruccionismo,
que la hermenéutica desde sus inicios surgió ligada a la filosofía del
lenguaje, por lo que su "giro lingüístico" a la pragmática y al más tradi-
cional análisis textual no es oportunista (cfr. Lafont, 1993). Hay, eso sí,
el convencimiento de que sólo a través del lenguaje accedemos a la realidad,
pero no se le hipos tasia como la "cárcel de la realidad". Esta perspectiva
INTRODUCCIÓN • 33
IV
Si la antropología de la ciencia es rara avis in terra, la antropología de la
antropología es mucho más extraña como desarrollo especializado de
la antropología social en México. En nuestro medio, la única postura que
alguna vez sugirió una indagación en esa dirección fue a consecuencia
del programa de historia social de la etnología emprendido por Ángel
Palerm, según el cual la actividad etnológica -tanto en su teoría como en
su práctica- "constituye un fenómeno cultural a cuyo estudio resulta pre-
ciso aplicar la teoría y método de la misma etnología" (Palerm, 1977: 14).
Por desgracia, este proyecto palermiano quedó inconcluso, lo mismo que
su historia de las teorías etnológicas. Reconozco en él, empero, una orien-
tadora inspiración, digna de continuarse con la mayor seriedad.
Allende las fronteras, el panorama de la antropología no es más hala-
güeño. Contamos, por supuesto, con la insólita contribución de Leslie
A. White (1966), quien en una fecha tan temprana se propuso desentra-
ñar la organización social de las teorías etnológicas -con especial referen-
cia al particularismo histórico de Boas y al funcionalismo de Radcliffe-
Brown-, logrando destacar la influencia de sus fuertes personalidades en
el modo como se estructuró su propagación teórica a través de la organi-
zación (en redes personales) de sus adeptos/alumnos. Dada su postura
fisicalista, White se impuso no ir más allá, pues en lo íntimo creía que
la ciencia de la cultura no podía admitir influencias sociales y personales
en su constitución y progreso, trazando por ello una separación artifi-
cial entre lo que llamó la "escuela teórica conceptual" y el "grupo social
conceptual", separación que él mismo contradecía con su análisis, donde
estaban realmente unificados. Comparado al programa palermiano -en es-
pecial su principio de tomar holísticamente a la praxis etnológica-, el de
White aparece, en este sentido, superado.
Empero, la línea de investigación de White carece, asimismo, de so-
lución de continuidad, por más que puedan citarse contribuciones más
o menos próximas desde la historia de la antropología para la antropolo-
gía norteamericana e inglesa (Silverman, 1981; Kuper, 1987 [1973)), y aun
para la historia de ciertas ideas, tal como hizo Kuper (1988) con la noción
antropológica de "sociedad primitiva". Ocasionalmente, pero más desde
el campo de la antropología de la educación, algún antropólogo social
INTRODUCCIÓN • 35
go, también es claro que el caso de Matos demuestra una cierta cohe-
rencia interna en cuanto a la dirección de proyectos de alta intensidad -es
decir, de enorme magnitud en recursos financieros, organizativos y re-
sultados monumentales-, por lo menos desde su Proyecto Tula (y, por
supuesto, Templo Mayor y el Especial de Teotihuacan). En este nue-
vo contexto, Manzanilla parece haber penetrado, con la segunda
etapa de su Proyecto del Centro Urbano de Teotihuacan (me refiero al
de Túneles y Cuevas, antecedido por el de Ciudad Antigua de Teotihuacan),
en un espacio que parecía ser coto reservado de la arqueología guber-
namental. Qué tan exitoso resulte su proyecto podría sentar un sano
precedente para una arqueología más científicamente orientada, pero
llevada a cabo con grandes medios.
Lo dicho resulta sumamente relevante para nuestro estudio, ya que una
divergencia práctica entre el INAH y el IIA era que la arqueología univer-
sitaria había estado restringida, por oposición, a los proyectos de baja
intensidad, pero ahora la competencia empieza a equilibrarse. Hay que decir,
de paso, que estos proyectos de baja intensidad también existen dentro del
INAH, luego no son privativos de ninguna institución. La comparación se
establece más bien en los planteamientos, desarrollo y resultados de ambos
tipos de proyectos. Por lo tanto, junto con los proyectos de la gran
arqueología, contemplaré, para fines comprensivos, a dos proyectos
de baja intensidad, observando su evolución teórica. Para tal fin he
elegido al Proyecto Bolaños de Teresa Cabrero y al Proyecto de Rescate
Arqueológico Huitzilapa de Lorenza López y Jorge Ramos. Debo puntua-
lizar en seguida que mi criterio selectivo deviene de una tipología heurísti-
ca, como explico en el capítulo 4.
Aunque no creo que todos mis colegas estén de acuerdo sobre el par-
ticular, algunos antropólogos sociales aceptamos que nuestra compren-
sión siempre es parcial y nuestras verdades son particulares. Suponemos
crucial nuestra aproximación personal a través de la participación en algún
grado de las relaciones sociales que se aprecian alrededor, y, por ese medio
tratamos de comprender qué significa ser miembro del grupo que se es-
tudia. No es fortuito, en suma, que admitamos que nuestras unidades de
análisis rara vez son numéricas y, asimismo, que hay fenómenos inacce-
sibles al tratamiento estadístico, no así a la observación y comprensión de
significados (Leach, 1967: 77-87; 1982: 161; Dey, 1993: 29).
INTRODUCCIÓN• 41
El difusionismo, Mesoamérica
y la escuela mexicana de arqueología
Lección número uno: si vas a torcer el pasado con fines políticos,
elimina las interpretaciones rivales(. ..) [Lección número dos:] ... La investigación arqueológica
.financiada totalmente o en parte por el Estado es vulnerable a la manipulación estatal.
BEmNA ARNow, "The Past as Propaganda" 15
(Trigger, 1990: 33). Como el mismo autor obsen"a en otro lugar, la teoría
histórico-cultural sigue siendo "socialmente atractiva" en muchas tradicio-
nes nacionales de arqueología -incluida la mexicana, pero también en la
china, japonesa, india e israelí-, es decir, ahí donde se requiere de la arqueo-
logía para fines de constitución de la identidad política nacional (Trigger,
1992: 195). En suma, todo parece indicar que para numerosos arqueólogos
el difusionismo puede ser del todo admisible bajo una versión débil del
mismo, tal como Gordon Childe puede ser asimilable como "difusionista
modificado" por admitir influencias de las teorías evolucionista y marxista,
sin renunciar a sus secuencias culturales geográficamente delimitadas
(Fagan, 1977: 19-20). 25
A modo de puntualización puedo adelantar entonces que la tesis central
manejada en este capítulo es que la Escuela Mexicana de Arqueología, si
es entendida como una concepción global, lejos de haber sido sobreseída en
el orden de las ideas por otras teorías (como las "subsecuentes" del neoevo-
lucionismo, marxismo, ecologismo, procesualismo y posprocesualismo),
es en realidad un programa de investigación de filiación difusionista que se
reproduce idealmente a través de la conservación de un núcleo duro de prin-
cipios histórico-culturales (de los que el concepto Mesoamérica es el
más obvio), un cinturón protector de conceptos secundarios tomados de
las teorías rivales con los que reformula las anomalías periféricas que en-
frenta su actividad, y, por último, una heurística que de 1941 a 1995 ha
pasado de ser progresiva a regresiva, es decir, que de motivar observaciones
previas a los hallazgos ahora debe modificarse después de ellos, entrando
en un interminable proceso de degeneración. En este sentido, la seria-
ción de periodizaciones cronológico-culturales, típicas de esta escuela
nacional, es un buen indicador de tal reorientación de su heurística: en
1912 era capaz de adelantarse a los resultados obtenidos por las exca-
vaciones estratigráficas, pero en el presente es una herramienta que
debe ser reformulada constantemente para ponerla al día, toda vez que una
excavación resulte anómala al esquema.
que Kuhn llamó "ciencia normal", es decir, una fase bajo la cual un pa-
radigma sirve de modelo para resolver "rompecabezas" o "enigmas", sin
mayores complicaciones. Bajo tales periodos, las ideas y valores del pa-
radigma ganarán en sofisticación y hasta en clarificación de los problemas
implicados en la teoría en uso. Como de ello se infiere que el contexto de
descubrimiento y el contexto de justificación están entrelazados, buena
parte del trabajo de investigación normal discurrirá en la forma acostum-
brada y en cierto grado acumulativa, cuando menos mientras el paradig-
ma se sostenga. Cabría pues el aserto de que la Escuela Mexicana de
Arqueología -cuando menos desde 1943 en que el etnólogo alemán Paul
Kirchhoff formuló el concepto de "área cultural mesoamericana"- se habría
ocupado de rutinarias "reparaciones menores" a su paradigma, a través
de un sinnúmero de excavaciones con resultados públicos y reservados
(quiero decir publicados y a veces conservados en informes técnicos), pero
de los que se esperaría que inductivamente llegarán a la reconstrucción de
la historia o desarrollo cultural de una región de alta civilización. Para el
estudioso de la arqueología como ciencia (pero no como cultura discipli-
naria o como tradición bajo nuestro enfoque) restaría entonces la tarea
de determinar los casos ejemplares que sirven de paradigma (digamos
Gamio en Azcapotzalco, Caso en Monte Albán, Bernal en Teotihuacan,
etcétera) y, de modo simultáneo, el cortjunto de valores compartidos por
la comunidad arqueológica mexicana.
Ésta fue la línea de argumentación seguida por Gándara (1992) hasta
1989. Critica pero no rechaza un "crecimiento por aglutinación" (o por
"agregación" en los términos de Litvak), que da como resultado un "con-
glomerado de protoparadigmas", a saber, el particularista histórico y el
neoevolucionista-ambientalista. Anhelante, espera que este proceso teórico
desemboque en una crisis donde su propio paradigma (materialista
histórico, hipotético-deductivo y sistemático) se convierta en el modelo para
una especie de nueva arqueología mexicana. Es notorio que esta cons-
trucción normativa conserva en espíritu el carácter "agregativo" o "aglu-
tinador" propuesto mucho antes por Litvak (1986: 121y156).
Mas el problema de asumir una tradición científica como una ciencia
normal en estos términos estriba en buena medida en la integridad del
sistema de pensamiento de Kuhn (1980 [1962]), y más específicamente
radica en la llamada inconmesurabilidad del concepto paradigma, tal como
él lo manejaba, cuestión que los etnógrafos de la ciencia pertenecientes
a la corriente de los "estudios sociales de la ciencia" pasan por alto con
EL OIFUSIONISMO, MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • 58
y su obra, hasta hoy los estudios de Eduardo Matos (1983, 1986) sobre
Manuel Gamio siguen siendo paradigmáticos para este tipo de historia
internalista. Paradójicamente, tal propensión elegiaca ha reflejado mucho
mejor a la organización social de la arqueología institucionalizada, pues
fomenta la impresión de que las teorías son meras respuestas al medio
social, sin ningún juego independiente (la arqueología histórica en el INAH
y la nueva arqueología en el HA). Asimismo, la extendida noción esque-
mática de dos "estilos de arqueología" excluyentes (gubernamental y
universitario) -que independientemente del hablante, apenas si oculta una
postura política frente a la política- no refleja exactamente la dinámica
teórica de los arqueólogos adscritos en ambos polos de reclutamiento
profesional, entre quienes es normal observar confluencia de ideas, en vez
de cometidos y elecciones prácticas. La fuente original de esta concepción
dualista es Weber y sus tipos ideales del científico y del político. Pero ya
un enfoque externalista de los mismos lo encontramos en Horowitz (1968:
195-220) para la sociología de la sociología. Su dualidad de "sociólogos
importantes" y "sociólogos marginales" recuerda la distinción divisoria
entre "arqueólogos políticos" y "arqueólogos científicos", expresada de Lo-
renzo a Lltvak, con no pocos autores en el medio (Lltvak, 1978: 672; Ochoa,
1983: x-xi; Schondube, 1991: 264; Alonso y Baranda, 1984: 155).
La escasez de trabajos en este terreno es de suyo sospechosa. Sin
embargo, debe tomarse en cuenta que no hay en México el equivalente
a una arqueología teórica que sea proclive al análisis filosófico, metodo-
lógico e historiográfico. 30 Tal ausencia sólo en parte es explicable por la
condicionante contextual de que en México su simple mención equivale
a decir "especulativo" o "falto de comprobación", si no es que decidida-
mente "alejado de la práctica". Los reiterados esfuerzos por desarrollar
en la ENAH una arqueología teorizante, que no teórica, son continuamen-
te sancionados en el discurso aplicado de los arqueólogos activos del INAH,
entre quienes es usual la frase despectiva de "los teóricos de la ENAH",
usada para demeritar la actividad de sus colegas. 31 Este hábito descalificador
no es unilateral pues antes era usual desmerecer a los otros como "pira-
midiotas".
JOObviando el sesgo del arqueólogo australiano T. Murray en su respuesta a L. Klejn, es interesante
su comentario de la obra de Yoffee y Sherratt, Theoretical Archaeology: Who Sets the Agenda?; véase Tun Murray,
"On Klejn's Agenda for Theoretical Archaeology", CA, 2(36): 290-292, 1995.
Jt El lector ha de tener presente que la ENAH es una dependencia educativa del INAH. La frontera social de
"teóricos" y "prácticos" cruza a través de otros niveles organizativos como son el sindicato de profesores
e investigadores o las comisiones de estímulos, donde la participación es diferente, y en general con-
flictiva.
EL DIFUSIONISMO, MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • 59
Así las cosas, Gándara debió apreciar en 1976 (1992) que el caso de
Lorenzo no era único, sino que fue antecedido por la ruptura de Caso y
Armillas en 1944 y las posteriores de Palerm, Lltvak. y Manzanilla, todo
dentro del establecimiento de la arqueología del INAH. Esto lo advertirá
mejor en 1991, cuando concluye que todos estos casos de repulsa y exclu-
sión apuntan hacia una posición teórica central, la "arqueología ecléctica",
a la que poco preocupa los problemas de congruencia, de metodologías
diversas y de agregación de términos de una teoría sobre los términos
de otra. Hasta aquí su descripción es adecuada, aunque sigo pensando que
cada caso individual merece un tratamiento histórico aparte, aunque eso
entre arqueólogos sea un pecado disimulable. 34 Por ahora diré solamen-
te que todos tienen en común haber planteado diferencias teóricas de
fondo que necesariamente se han traducido en acciones sociales, mismas
que a la larga han llegado a confluir en la actual institucionalidad antro-
pológica mexicana. No fue sólo Lltvak quien reaccionó así desde el IIA,
sino también Palerm desde el CISINAH (hoy CIESAS). También es sintomático
que, con la sola excepción de Lorenzo, todos terminaron por alejarse de
ese aglomerado de teoría única y corporación que es el INAH.
Por último, coincido con Gándara en que el eclecticismo es en gran
medida retórico, pero bastante más significativo que eso. Por ejemplo,
en 196 7 Ignacio Bernal -ya perfilado como heredero intelectual y políti-
co de Alfonso Caso-, en clara alusión a los retadores wittfogelianos del
momento, no tuvo problema para reconocer que la base económica de
Mesoamérica había sido la agricultura de riego (Bernal, 1972: 33), agre-
gado que no alteró en lo más mínimo su concepción histórica cultural.
Empero, el "crecimiento por aglutinación" se complicó cuando el materia-
lismo histórico de la arqueología social se proclamó de forma estridente
en la Reunión de Teotihuacan en 19 75, postura a la que sumaron Joaquín
García Bárcena, José Luis Lorenzo, Eduardo Matos y otros (Lorenzo et al.,
1976; Lorenzo et al., 1979). Como los hechos demostraron después, los tres
se convirtieron en altos oficiales del INAH, e incluso en convencidos
defensores de la arqueología más tradicional. Esta "regresión teórica",
Lcómo explicarla, más allá de una conveniencia política obvísima? La
respuesta tiene muchas aristas. Implicaría: Uno, que las agregaciones de
términos no han tocado los supuestos básicos de la teoría receptora ni
34 Mi paráfrasis es casi textual; dice Navarrate a propósito de Armillas: "No vine a sacar a luz las mo-
tivaciones personales. Eso entre arqueólogos es pecado. Somos gente que ha tornado el sentimiento de amistad
en visajes entre colegas ... " {Navarrete, 1991: 32). En el capítulo 4, procuro comprender qué significan las
motivaciones (pecados) entre los arqueólogos mexicanos.
EL DIFUSIONISMO, MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • 65
mucho menos los de la teoría emisora, por lo cual los compromisos onto-
lógicos y metodológicos permanecen inconmovibles. Dos, que la agre-
gación ha sido muy selectiva pese a todo, pero en última instancia resis-
tente a la traducción directa y, sobre todo, a la comprensión cabal de
la teoría o teorías como conjuntos de enunciados. Tres, que lo que parece
ser un progreso teórico de la disciplina en su conjunto, es en realidad una
estrategia para mantener a flote la propia teoría, por muy híbrida, pro-
gresiva y tolerante que se ofrezca a ojos de sus seguidores.
De mala gana pienso que estas conclusiones serían extensivas a
Gándara y su grupo "preparadigmático" de arqueología social (marxista)
e hipotético-deductiva (neoprocesual y empirista lógica). Ya era sospecho-
so que su posición teórica fuera también un agregado sin problemas de
inconmesurabilidad, esto es, de comunicabilidad. Supongo además que
para él las condiciones sociales no se presentaron muy propicias, nada
distinto a las de sus innovadores predecesores. Sufrió primero un demo-
ledor descalabro al descubrir que el pensamiento de Kuhn implicaba ideas
relativistas opuestas al empirismo lógico y, por si esto no fuera suficien-
te, que Binford había dejado de sostener sus posiciones más beligerantes.
Una segunda desilusión la aportaron sus estudiantes, que según su cada
vez más negativa interpretación, reaccionaron contra el marxismo académi-
co tan pronto ingresaron a la profesión, dejando a esta teoría como orna-
mento ecléctico en sus trabajos. Un tercer abatimiento lo facilitó su pro-
blemático Proyecto Cuicuilco 19 85-19 8 7, en cuyo desarrollo se ensañaron
las críticas de sus adversarios de la arqueología oficial, mostrándolo como
un "teórico" incapaz de poner en práctica no sólo sus ideas, sino las pro-
vistas por el entrenamiento básico de la ENAH, que es lo que, por vía de la
experiencia personal, hace a uno arqueólogo de verdad. (Ser arqueólogo
en México no se reduce desde luego a ser mesoamericanista o ser entrena-
do bajo determinadas técnicas necesarias a la teoría en uso; como veremos
en el capítulo 2, involucra un condicionamiento social fundamental:
apegarse a los cánones del Consejo de Arqueología. Desafiarlo teórica y
activamente, equivale perder su permiso, el presupuesto y hasta los ma-
teriales objeto de estudio. Dicho con llaneza, es no ser arqueólogo, sin que
valgan los mejores estudios y títulos de grado. Es como ser ingeniero pe-
trolero sin trabajar para Pemex, todo un paria profesional.) Al final, por
cierto, Gándara terminó alejándose también de la arqueología, dejando
inconclusa su esperada tesis doctoral. 35
Js Corrijo el aserto: ha retornado calladamente al programa de doctorado en antropología de la ENAH.
66 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
teórica le era más útil cuando enfrentaba a una "comunidad diferente de lamia", es decir, la Universidad
de Michigan, donde advierte dificultades de comunicación que desestima sean producto de las diferencias iclio-
máticas. Sin embargo, nada dice de las diferencias de lengua teórica implicadas y que si dificultan el "diálogo
interparadigmático".
EL DIFUSIONISMO, MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • 67
37 Juan Yadeum," Arqueologiade la arqueología", citado por Matos (1979: 17~18); la misma idea reapa-
rece en esa época en Gándara: el problema de la arqueologia oficial no es sociológico sino teórico y metodo-
lógico, concretamente su ftjación particularista histórica, Nuestro enfoque intern,alista externalista difiere
de ellos: sugiere que pensamiento y condicionamiento contextual están interrel¡¡cionados.
38 Hasta muy recientemente se ha querido disgregar la historia cultural de lb.na arqueología histórica
plena, como algo equivalente a la arqueologia medieval europea y que aquí corrtjsponderfa a un campo de
68 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
conocimiento que se extendería del siglo XVI al XIX. Es llamativo que los vestigios materiales sean vistos como
"documentos por derecho propio", no dependientes de las fuentes escritas (López Cervantes, 1989: 331-353).
'ºEntrevista a Jaime Litvak, 9 de septiembre de 1992.
•oLa identidad ha sido aplicada a Paul Kirchhoff por el etnohistoriador Carlos García Mora a raíz de
la edición de sus obras selectas por parte de Linda Manzanilla, Jesús Monjarás y el propio García Mora.
4 1 La obra divulgativa editada por arqueólogos del JNAH y la UNAM (Manzanilla y López, 1993) es
ilustrativa de cómo el concepto Mesoamérica conserva su añejo sabor histórico-cultural original (Kirchhoff,
196011943]), a pesar de las ulteriores redefiniciones de Litvak en 1975 (1992) y Willey (1981), cercanas
a la nueva arqueología. A propósito de esta continuidad y repetición de la tradición teórica, remito a la
lectura del trabajo de Escalante (1993: 11-16), en la obra colectiva citada.
EL DIFUSIONISMO, MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • fi9
EL ÁREA CULTURAL EN LA
ARQUEOLOGÍA NORMAL DIFUSIONISTA
tiles de aplicación arqueológica, que son precisamente los que nos intere-
san destacar como receptáculo del núcleo duro del programa histórico
cultural, del que la escuela mexicana sería una modalidad más. Antes,
empero, conviene dejar claro el siguiente supuesto en este orden de ideas. Es
de todos conocido que los competidores funcionalistas del programa histó-
rico cultural popularizaron la especie de que la suya era una historia
conjetural, harto distinta de la documental. Incluso hace poco.Bruce Trigger
repitió este prejuicio al aducir que su etiqueta de "histórico" tenía poco que
ver con la "verdadera historia", excepto, quizás, sus cronologías (Trigger,
1990: 22). Para la época anterior a la Segunda Guerra Mundial, su crítica
es certera, pero no estoy seguro que siga siendo válida bajo las reformulacio-
nes que desarrollaron sus seguidores de cara a las nuevas teorías con las
que tuvieron que contemporizar. 43 Así y todo, soy de la misma opinión
de Steward, cuando en 1952 asentó que los conceptos de la historia cultural
no estaban desprovistos de significación teórica y que, no obstante que se les
utilizó normalmente para la clasificación de uniformidades culturales,
implicaron de cualquier manera una cierta clase de historia (Steward, 1955:
79). Veamos, pues, de qué está hecha la historia de la historia cultural.
La arqueología histórico-cultural no se inicia en rigor con un pensa-
dor alemán, sino con un arqueólogo sueco, Osear Montelius, que, susten-
tando en el método estratigráfico desarrollado de modo independiente
en su país desde comienzos del siglo xrx y por influencia de la numismáti-
ca (Trigger, 1992: 78-79), él reformula en 1880, en confluencia con el
enfoque seriacional de estilos sucesivos debido a Thomsen. Gracias a
éste, Thomsen había desarrollado la primera cronología relativa, en lo
que hoy mundialmente se conoce como las edades de piedra, bronce y
hierro para la prehistoria europea. Pues bien, lo que innovó Montelius fue
esta cronología relativa, haciendo mucho más completa y sofisticada la
sucesión a partir de tipologías de artefactos. De modo suplementario, su
innovación técnica se apoyó en el estudio puntual de la distribución geo-
gráfica. Montelius llegó así a la conclusión de que su cronología cultu-
ral indicaba que un desarrollo original había tenido lugar en Oriente
Medio y que, por oleadas migratorias, se había difundido ampliamente
(Trigger, 1992: 154). Como indican Malina y Vasicek (1990: 60) percep-
•'Marschall (1979 (1972]: viii) por ejemplo, diciéndose continuador de Barthel y Kirchhoff para el
estudio de las influencias asiáticas en las culturas americanas, corrige el método graebneriano con vistas a
sobrepasar el reto de la teoría neovolucionista en boga. Kirchhoff mismo hizo esfuerzos parecidos desde
1956 en su trabajo "Las ideas actuales de la Escuela Etnológica de Viena". Su giro a la etnohistoria es indi-
cativa del nuevo rumbo tomado por la historia cultural de posguerra (Vázquez y Rutsch, 1997 y 1999;
Vázquez, 1999).
72 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
MESOAMÉRICA EN LA
ARQUEOLOGÍA DIFUSIONISTA MEXICANA
hacer arqueología en México. Quizá por ello la ironía de que casi 20,años
después de haber leído su Mesoamérica en una sesión especial de la SMA a
principios de 1943, Kirchhoff se doliera de su gran aceptación, pero anhe-
lara al mismo tiempo alguna crítica constructiva.
Para comprender adecuadamente la dura amalgama de la historia
cultural con la arqueología (lo que aquí entendemos como la escuela mexi-
cana de arqueología propiamente dicha) sería de gran utilidad volver
nuestros ojos al presente, preguntándonos cuál es el trabajo normal de un
arqueólogo gubernamental, digamos uno adscrito a la Dirección de Estu-
dios Arqueológicos, antes Dirección de Monumentos Prehispánicos del
INAH. 48 La respuesta para esta cuestión es muy parecida a la ya referida
de Renfrew y Bahn (1991: 407-409), cuando definen la "construcción de
una explicación tradicional". 49 En la DEA las reglas son así. Aparte de la
compulsión externa de la restauración arquitectónica de sitios monumen-
tales -que ha sido interiorizada bajo el binomio "investigación y conser-
vación", pues estudio abstracto y preservación física se confunden en un
mismo proceso real, a la vez técnico que cognoscitivo-, la intervención
del arqueólogo consiste en determinar la función específica de los edificios,
sus etapas de ocupación o de construcción, la secuencia cronológica
relativa y el levantamiento arquitectónico (Mastache, 1991: 12).
Dejando de lado la pulsión arquitectónica o conservacionista (concomi-
tante a una institución enfocada al cuidado de 163 zonas arqueológicas
monumentales), 50 el interés en las "etapas de ocupación" se refiere
exactamente a movimientos migratorios, bajo el supuesto de que cada
fase constructiva es producto de un grupo étnico o cultura arqueoló-
gica distinto. Además, esto facilita una "estratigrafía artificial" del sitio.
entrenamiento común en la ENAH y las mismas influencias teóricas sobre todos ellos. La tregua estaba
planteada en términos de unificar a la disciplina para aumentar el conocimiento. Tengo la impresión de
que esta expectativa se olvidó, al tiempo que el acercamiento al INAH dependió de las estrategias personales.
Con todo, los resultados de esta politica de pacificación no llegarfan sino hasta mediados de 1993, con
la reorganización informal del Consejo de Arqueologfa, no sin faltar las presiones de Carmen Serra y
Linda Manzanilla por medio de declaraciones polémicas a la prensa nacional. Serra se convertirfa en
presidenta del Consejo y Manzanilla en representante universitaria invitada al Consejo.
EL DIFUSIONISMO, MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • 85
DE PERIODIZACIONES Y HEURÍSTICAS
Tan alargado periplo nos lleva finalmente al principal caso que examina-
remos directamente a la luz de la metodología de los programas de inves-
tigación científica. Se trata de la serie teórica de secuencias cronológicas
elevadas a periodizaciones generales del área mesoamericana, en lo que
se supone serían casi como explicaciones de la historia cultural. Preciso es
decir que la elaboración de estas herramientas heurísticas fue una tarea
otrora favorecida, del todo consistente con la historia cultural del área -en
calidad de "instrumentos de comprensión histórica"-, énfasis que hoy va
languideciendo lenta pero irremisiblemente, al tiempo que decrece su ca-
pacidad heurística. 63
En términos de la historia del pensamiento arqueológico, esta subtra-
dición de la tradición se remonta a la primera tipología cerámica de Boas
(azteca-teotihuacano-arcaico) en 1911, que, tras las respectivas excava-
62 Desde la perspectiva teórica de la teoría de la complejidad, 1.ópez y Bali (199 5) han sugerido dar al
término Mesoamérica un nuevo contenido sistémico, topológico y no cultural. Como ellos dicen, su primera
duda fue si mantenían o no el vocablo, pero iba a ser dificil de evitar dentro del lenguaje disciplinario.
Mesoamérica para ellos es un espacio discontinuo donde un sistema global experimenta puntos de tensión,
singularidad y autoorganización. Su problema es llevar a cabo nuevas indagaciones, toda vez que sus
conceptos teóricos no concilian con los materiales tradicionalmente recogidos por 1~~ arqueólogos me-
soamericanistas. Es significativo también que las observaciones indicadas por esta teorización se centren
precisamente en las fronteras.
63 En Roger Bartra (19 79 [ 1964)) puede encontrarse un cuadro comparativo de la seriación de secuen-
cias culturales desde Spinden hasta Wtlley, pasando por Caso, Berna!, Steward y Armillas; en 1.ópez Luján
(1991) hay una reseña de las "periodizaciones marxistas" de Armillas, Olivé, Matos, Nalda y otros; hare-
mos, por nuestra parte, especial referencia a la periodificación de Armillas (1989 (1951)), Piña Chán (1989
[1976 )), Nalda (1991 [198 7]) y Olivé (1989), que es también el último intento en serie por dar coherencia
a los particularismos fragmentarios de la escuela mexicana de arqueologia.
88 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
sin embargo, que casi 20 años después de Armillas, Piña Chán proponga
su "modelo de evolución sociocultural", también de estilo evolucionista.
Por las fechas -ya que Piña no cita a nadie en ningún pasaje-, tengo la
sospecha de que fue su contestación a William Sanders y al neoevolucio-
nismo, pues, curiosamente, lo hace oponiéndole un evolucionismo unili-
neal de corte decimonónico, pese a que su modelo fuera un esquema muy
sofisticado capaz de ampliarse verticalmente con nuevas fases desarrolla-
das por otros arqueólogos en sus respectivos sitios. En ese aspecto, su esque-
ma es muy flexible: está abierto a la agregación. Así y todo, la curva
que se aprecia en el "desarrollo sociocultural" no sólo es en realidad una
línea, sino que impide una sistemática coexistencia de sociedades, que
no es su objeto, desde luego. 64 En cambio, su correlación de periodos (prea-
grícola-agrícola incipiente-aldeas/centros ceremoniales-centros/ciudades
urbanas-ciudades/ señoríos militaristas-señoríos/metrópolis imperialis-
tas) con otra agregación de "rasgos culturales" en una columna paralela,
no deja lugar a dudas sobre el carácter auxiliar de su "evolucionismo"
para una arqueología histórica y etnogenética. 65
En medio de este hábito de agregación de partes al cinturón protector,
resulta harto significativo que todavía en 1987 (Nalda, 1991) la teoría
marxista acudiera en auxilio de esta historia cultural inalcanzable. Este
préstamo teórico no es aislado. Ya desde 1951 se observa que Armillas
acude a Childe y luego a Julian Steward; igual harán Olivé con Morgan
64 Durante la realización del seminario Wigberto Jiménez Moreno en el MNA, cuando se puso a dis-
cusión el horizonte Epiclásico y las dificultades para conciliarlo con las fases regionales, Piña Chán realzó
sus ideas, diciendo: "Yo siempre creí que los horizontes culturales eran una herramienta metodológica que
lo único que querían decir era una abstracción, que implica una forma de vida, una tradición, y que se de-
termina por una serie de rasgos espedficos que ocurren en un periodo de tiempo determinado. Así, el que
se les haya puesto el nombre de Preclásico, Clásico, Lltico y demás, es intrascendente. Se les puede llamar
horizonte A, B, C, D, E, etcétera, siempre que se defina lo que se entiende por ese horizonte, sus caracte-
rísticas y cierta temporalidad. Es claro que el paso de un horizonte a otro, no es un corte horizontal (... )
Las fechas se ajustan con el tiempo. No hay que tomarlas tan drásticamente. Los periodos, las fases, los comple-
jos, las esferas que los arqueólogos elaboran, ésos pueden subir y bajar, pueden mostrar que mientras en
un lugar se está entrando a la decadencia, en otro lugar están surgiendo y van a su auge. Pero eso no impor-
ta, lo que no hay que hacer es meterlos en estancos horizontales, sino en columnas verticales, para un día
ver en donde se cortan mejor esos horizontes" (Sodi, 1990: 643).
65La misma voz alemana para "evolución" o "desarrollo" propicia confusiones cuando se le traduce
como equivalente. A decir verdad, la voz evolutio (del verbo evolvo) tiene similares problemas, pues designa
la acción y el efecto de desenvolverse o desarrollarse. Para evitar mayores confusiones, sugiero cualificar los
sentidos de "evolución" y de "desarrollo" de acuerdo con los enunciados de cada teoría, reservando "desarro-
llo" para las teorías de la historia cultural y "evolución" para las del evolucionismo. Mejor aún, sugiero que
una cualificación adicional debe hacerse para los cambiantes sentidos en cada una de esas teorías o en
los intentos de apropiación interteórica. Evolución, tal como la usó Piña Chán, refiere a un desarrollo histó-
rico gradual. Este sentido reaparece en otros arqueólogos histórico-culturales. Seguramente para hacer con-
sistentes sus conceptos y marco conceptual, Sanders optó en cambio por separar su esquema puramente
cronológico del esquema evolutivo (caza-reco-lección/caza-recolección-agricultura/intensificación agríco-
la-crecimiento poblacionaVestabilidad demográfica-intensificación-fluctuación-centralización y fragmen-
tación/clímax de crecimiento y evolución sociopolitica y urbana) en etapas generales.
90 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
primero y luego con Childe (Olivé, 1989); y Matos, Bate y Nalda con Marx
y Engels (López Luján, 1991). Sería prolijo enumerar la serie completa de
periodizaciones que le siguen a la primera desde 1925. Baste decir que
estos esquemas comparten el objetivo común de superar la "fase de
acumulamiento de datos", para arribar a la de interpretación teórica gene-
ral, objetivo largamente acariciado por la historia cultural, aunque al
costo creciente de echar mano de teorías contradictorias. En el mismo te-
nor, hasta los arqueólogos marxistas supusieron que bastaba con hacer
consistente la teoría sustantiva con los criterios de ordenación de la
periodización, supuesta deficiencia en la que hicieron blanco sus críticas
a las periodizaciones tradicionales de la escuela mexicana, a las que se
tildó de "conglomerado caótico" (Bartra, 1979: 59). Es decir, observa-
ron que aparte de estar fundadas en bases cerámico-tipológicas y en
cronologías relativas, sus criterios de clasificación eran dispares e incon-
sistentes. Pareció entonces un avance positivo el que estos criterios corres-
pondieran a la teoría (López Aguilar, 1990: 133-139). El siguiente paso
fue emprender sus propias periodizaciones más coherentemente, pese a que
algunos repararon en que la metodología del empirismo lógico no hizo
del periodo un concepto preteórico-en los términos de Hempel (1984: 130),
es decir, disponible desde antes-, sino que simplemente ello reprodujo la
tradición difusionista con injertos marxistas agregados. 66
A mi juicio todos éstos son cambios periféricos experimentados en
el cinturón protector de la historia cultural de fondo. Pero lo más impor-
tante en este sentido es cómo estos préstamos teóricos pretenden resolver
las crecientes anomalías empíricas que se van acumulando sin resolución
a la vista. Éste podría ser el caso de la última periodización propuesta por
Enrique Nalda (comunidad primitiva-transición a formaciones estatales) y
su replanteamiento (comunidad primitiva-transición a estados desarrolla-
dos), luego de un lapso de 6 años (Nalda, 1981, 1991). Con todo, en ambas
"fases" se mantiene vigente la idea de sistematizar la "historia del México
antiguo", aunque esta vez a través de la formación de las clases sociales
y del Estado incipiente. No es mi interés discutir la sustancia misma de su
enfoque, sino observar sus medios metodológicos de cara al programa
histórico-cultural. Al respecto destacan dos elementos introducidos:
a) un nuevo recurso a otra teoría, en este caso la antropología polí-
tica y su acercamiento al Estado temprano;
b) una dosis correctiva proveniente de nuevas excavaciones realizadas
en el lapso citado.
66 Fernando López Aguilar, comunicación personal.
EL DIFUSIONISMO. MESOAMÉRICA Y LA ESCUELA MEXICANA DE ARQUEOLOGÍA • 91
Arqueología, patrimonio
y patrirnonialisrno en México
Cada pa(s tiene sus propias razones para hacer su arqueologfa, dependiendo
de su historia cultural y polftica. Cualesquiera que sean estas razones -impecablemente éticas
o altamente dudosas-, el trabajo es hecho por arqueólogos de cualidades e integridad variables.
Si todos los arqueólogos del mundo fueran reunidos en una gran conferencia internacional,
iqué tendr(an en común? i/JJJé distinguirla esta interesante reunión de una de economistas,
polfticos o estad(grafos? i(hJé cualidades especiales hace a un arqueólogo ser lo que es?
iNace con una espátula de plata en la mano o la adquiere
por accidente cultural? Éstas son las cuestiones por explorar ahora.
PHILIP RAHrz, Invitation to Archaeology6'
Como arranque propondría cavilar en por qué los autores anglosajones que
se ocupan de la historia del pensamiento arqueológico general les resulta
tan difícil ocuparse de la historia de la arqueología de los países latinos
del sur de Europa, sin mencionar siquiera los de América, no obstante que
en muchos de ellos ha habido un desarrollo impresionante -usualmente
monumental o "faraónico"- de sus respectivas arqueologías. Admito que
la barrera del idioma cuenta como dificultad. También el que sus respec-
tivas historias profesionales estén incompletas, que sería el caso de Méxi-
co. 75 Como quiera que sea, es asombroso que uno de los textos más influyen-
tes en este campo -me refiero al de Bruce Trigger, A History of Archaeological
Thought (1992 [1989])- sea capaz de dar cuenta en unos cuantos párrafos
de, digamos, las arqueologías de Italia o de México. 76 Ambos ejemplos,
como veremos a continuación, tienen una relación más estrecha de la que
suponemos.
Lo que ocurre es que Trigger (y la tradición a la que pertenece) tendría
más en común con el anticuarismo de la clase burguesa (o "media", si la
traducimos literalmente) de la Europa central y septentrional, que con el
mecenazgo de papas y monarcas del Renacimiento italiano o con el patro-
nazgo de dinastías ilustradas como la Casa Borbón para España y Nueva
España (hoy México). So pena de esquematizar más allá de lo razonable
estas tendencias históricas, me parece claro que estamos ante dos tradi-
"La mejor historia disponible es la de Ignacio Berna! (1980 (19791) que, por razones de cultura disci-
plinaria, evita llevar más allá de 1950, exactamente la época que nuestros arqueólogos conciben como "la
edad de oro" de su profesión, si no es que de la escuela mexicana de arqueologia en concreto.
76 No se malinterprete el sentido de esta crítica ya que Trigger mismo ha criticado a la historia intelectual
o interna de la arqueologia en pos de una social o externa; empero, al concederle mayor énfasis a las influencias
intelectuales más amplias (racionalismo, romanticismo, positivismo, etcétera) sobre la cambiante historia
de los estilos de interpretación arqueológica, parece dificil aprehender lo que él llama "las bases sociales de
las tradiciones arqueológicas nacionales" (Trigger, 1985: 226). En consecuencia, las diferencias nacionales
de hacer y pensar la arqueologia son tomadas casi como derivaciones de tales mentalidades en vez de ser
fenómenos concentrados del pensamiento y del contexto sociopolitico local.
100 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
n La antologia de trabajos reunidos con propósitos comparativos por Cleere ( 1990) es sumamente
ilustrativa de este proceso divergente de la profesionalización de la arqueologia y de la profesionalización
de la administración cultural, si bien sean gemelas. En México, ambas se confunden.
AHQUEOLOGÍA. PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • 101
Convengo, eso sí, en que hasta bien entrado el siglo XVIII subsistió la idea,
entonces compartida por los anticuarios de todo el orbe, en identificar su
interés con la búsqueda de tesoros. Pero la "invención de la arqueología
romana", a partir del siglo XIV, no deja lugar a dudas. Fue bajo el empuje
conjunto del renacentismo y el mecenazgo de la nobleza que surgió el
interés por el arte clásico. Papas y príncipes se disputaron tanto su con-
templación estética, como, y sobre todo, su apropiación privada como
manifestación vistosa de sus diferencias en poder y honor. El anticuario
bajo esta sociedad era más un saqueador o proveedor de esculturas que
un intelectual amparado en los medios de una sociedad opulenta, ocio
que sólo brindaría la Revolución Industrial en otros contextos naciona-
les. Ello difiere, repito, del anticuario que sin dejar de proveer a las colec-
ciones reales y nobles del resto de las aristocracias europeas, era al mismo
tiempo premiado con su ingreso a la Royal Society of London o al Colegio
de Anticuarios de Suecia. Tan sutil diferencia de estímulo a la iniciativa pri-
vada, fue la que por un lado indujo a un anticuarismo cientifizante cada
vez más dueño de su profesionalidad, y, por otro, a un anticuarismo inhi-
bido por el orden absolutista, que necesariamente lo empujó a la historia
de arte, esto es, haciéndolo semiprofesionalizado y eternamente sujeto de
los encantos contemplativos de la aristocracia y la monarquía.
La comparación es harto ilustrativa. Desde temprano (en 1533 se
nombró a John Leland como Anticuario Real) despuntó en Inglaterra la
idea de emprender investigaciones sistemáticas de los monumentos
antiguos; en Suecia y Dinamarca el patronazgo real no obstaculizó tampo-
co su registro sistemático desde finales del siglo XVI. Todo esto desembocó
en una concepción distinta de las antigüedades como fuentes de infor-
mación o motivos de interpretación en el seno de las sociedades de anti-
cuarios, dueñas de una dinámica propia. Por el contrario, en Italia el desta-
cado anticuario J.J. Winckelman, padre de la historia del arte, en pleno
siglo xvm sobrevivía precariamente como bibliotecario del cardenal Alba-
ni. Y Carlos III de España, rey de las Dos Sicilias, en lugar de estimular su
avance, le impidió estudiar directamente su famosa colección de Pompe-
ya y Herculano. Esta concepción patrimonial o privada de la arqueología
obstaculizó el libre desarrollo de la investigación y de la profesionalidad,
si bien en sus cartas personales, en que Winckelmann critica las torpes
excavaciones del ingeniero y coronel español Joachim Alcubierre -a
quien descalifica como anticuario-, está demostrando que él y el conde
Caylus poseían un interés genuino en el valor del conocimiento, pese a
estar constreñidos por el medio social que los rodeaba, de ahí su insisten-
102 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
cia -que los indispuso con la real merced- en hacer públicos los resul-
tados de las excavaciones. 78
Gracias a la historia de la arqueología romana sabemos que hacia me-
diados del siglo XVI había en Roma alrededor de 90 colecciones privadas.
Viene de entonces la moda del cortile y del studiolo, lo que más adelante
serán los gabinetes que anteceden a los primeros museos, como el del papa
Sixto Nen 1471. Excepto que no eran equivalentes a los actuales museos,
porque eran sólo para los ojos de sus poderosos dueños. Un progreso sig-
nificativo de la sociedad de masas fue que Pío Vl instalara en el Vaticano
el museo Pío Clementina, que abría sus puertas al público ... iuna vez al
año! No extrañe entonces que en el mismo siglo XVIII, Carlos III de España
hiciera construir cerca de su palacio en Portici (Nápoles) la Academi de
Herculano, para albergar ahí su preciosísima colección de monumentos.
Como denunciara el conde Caylus, para visitarla se requería permiso del
monarca. Otro tanto ocurría con las ruinas. Cuando el famoso arquitecto
Juan de Vtllanueva las visitó, se limitó a un corto recorrido bajo la estricta
prohibición de tomar notas y bosquejos (Guerra, 1990: 142-145).
La arqueología así apropiada era un encantador pasatiempo de la
nobleza, pues apenas bastaba que el monarca ordenara, cual graciosa
distracción de su majestad, excavar en los terrenos aledaños a su dominio
palaciego. En comparación, el papa Clemente XIV era muy magnánimo.
Hizo redactar un edicto por el cual se dividía la riqueza antigua en cuatro
beneficiarios: el Papa, la cámara apostólica, los propietarios del terreno y
los que costearan la empresa de excavación. Mas tarde, los Napoleón no
vinieron a poner fin a este expolio cultural de la realeza italiana, al
contrario. Simplemente hicieron que los tesoros pasaran del Vaticano al
Louvre en 1799, como si se tratase de un botín privado (Etienne, 1990:
22-23; Moatti, 1991; Alcina, 1988: 71-91). Esta mentalidad aristocrática,
para la que el pasado es objeto de apropiación privada, concede sobrada
razón a Handler (1991), cuando advierte que la noción moderna de
"propiedad cultural" es una prolongación metafórica del individualismo
posesivo. Sostiene incluso que la propiedad cultural nacional (no se diga
la que sigue siendo privada) deviene de esta concepción individualista de
posesión y no es casual que frente a ella los estados-nación se asuman como
invididuos colectivos, imaginariamente homogéneos: "Naciones y grupos
étnicos prueban su existencia y su valor ante el mundo entero por la estima
hacia su propiedad [cultural]" (Handler, 1991: 67). En México, según
veremos, el antecedente inmediato de esta "propiedad cultural" será la
78 Véanse Trigger (1992: 52-61) y Etienne (1990: 138-145), especialmente su apéndice documental,
donde se citan pasajes epistolares de Winckelmann y Caylus hacia 1784.
ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONLl\LISMO EN MÉXICO • 10;¡
ÜRÍGENES DE LA ARQUEOLOGÍA
PATRIMONIALISTA AMERICANA
francamente seculares no aparece sino hasta 1793, con la descripción de los nutka por el naturalista novo-
hispano José Mariano Mociño. Desde luego, es evidente que su idea de la arqueologia mexicana está influida
por su paso por la ENAH.
106 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
cido desde arriba (Puerto, 1992: 316). Su dura conclusión podría extenderse
a las reformas económicas: el rey era el empresario más grande. Usan-
do dinero de la Real Hacienda, sufragó industrias muy innovadoras,
pero todas ellas adolecían del defecto de estar pensadas para hacer más
grata la vida cotidiana en los palacios, que así se surtían de toda clase de
preciosidades (Guerra, 1991: 64-65). Estos ejemplos muestran que el pa-
trimonialismo real bajo los Barbones-que no es otra cosa sino un pecu-
liar dominio de lo público en función de lo privado-, fue apuntalado en
vez de amainado, si bien atrajo variantes progresivas dignas de resaltar.
Una de estas variantes fue la fundación de la Real Biblioteca ("en la
inmediación de mi Real Palacio") por Felipe V en 1716. El carácter de esta
biblioteca refleja muy bien al despotismo ilustrado. Seguía siendo de pro-
piedad real, pero con una función pública. Estamos ante el más viejo pre-
cedente de lo que hoy se conoce en España como "patrimonio nacional",
esto es, bienes que se encuentran dedicados al uso y servicio exclusivos
del rey y la familia real, pero de acceso restringido a los ciudadanos. 84 En
esa biblioteca, por "real orden de acopio" de 1712, se encargó a los virre-
yes de Perú y la Nueva España, así como a todas las autoridades eclesiásti-
cas y seculares, reunir libros, gramáticas y vocabularios de origen na-
tivo, códices en especial. 85 Esta disposición sugiere que el coleccionismo
documental de Lorenzo Boturini pudo tener como fin halagar a Felipe V,
quien de hecho lo nombra historiador de las Indias tras su expulsión
de la Nueva España en 1744, cargo que no ocupará jamás (Cabello,
1989: 27; Bernal, 1980: 58-61). Lo irónico de su anticuarismo es que
la confiscación de su colección obstaculizó la pretensión última de crear
un museo histórico indiano.
Luego, en 1752, Fernando VI se adueñó del primer gabinete de histo-
ria natural creado por el destacado naturalista Antonio de Ulloa, quien
había sido miembro de la expedición científica de La Condamine y almi-
rante de la armada española. 86 Por lo poco que se sabe de este gabinete,
84 Reales sitios como El Escorial pertenecen hoy al patrimonio nacional, distintos jurídicamente de los
bienes propiedad del Estado, entre los que se cuentan museos tan importantes como el Museo Nacional del
Prado y el Museo Arqueológico Nacional (Garrido et al., 1990).
8s Ecos de este proceder patrimonialista, por muy patriótico que se ofrezca, aún se advierte en 1 780
cuando Clavijero propone a la Real y Pontificia Universidad de México "sacar esta clase de documentos de
manos de los indios" (Clavijero, 1991: xviii).
86Ulloa fue un auténtico sabio ilustrado, pues era astrónomo, geógrafo, quimico, botánico, zoólogo,
ingeniero naval y arqueólogo, faceta poco conocida de su vida, no obstante haber residido en la Nueva España
entre 1776 y 1777 (De Solano, 1992). Su descripción de un eclipse solar en 1778 refleja rútidamente el esta-
do de la ciencia en su época. Su comunicación fue leida en las reales academias cientificas de Paris, Berlin,
Estocolmo y Londres, pero en España debió dedicársela a su majestad en calidad de "su más humilde fiel vasa-
llo", de cuyo arbitrario patrocinio dependia.
ARQGEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • 107
sin solución de continuidad ha llegado hasta nosotros", pero es muy posible que su enfoque internalis-
ta puro lo lleve a desechar estos "factores externos" que no casan con su idea del progreso cientifico na-
cional (Trabulse, 198 7).
ARQUEOLOGÍA. PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • 10!)
891.a "militarización de la ciencia" fue un legado más del patrimonialismo borbónico, ya que el ejército
y la marina resultaron ser los más eficaces ejecutores de los deseos del monarca. Del Rfo y Dupaix en la
Nueva F.spaña o Alcubierre y Gazolla en fumpeya y fuseidona, forman parte de este fenómeno de apropiación
privada de las antiguedades. Como dice Guerra: "Fuera de ellos (ejército y marina) apenas existieron estas
ciencias" (Guerra, 1991: 90); para una mayor información de la historia de la arqueologfa maya, remito
a la consulta de Cabello (1992), Baudez & Picasso (1992) y Brunhouse (1989).
110 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
ººMientras Brading redescubre el papel de las ideologías, los súnbolos y mitos en los orígenes del nacio-
nalismo mexicano, Florescano resulta crudo cuando escribe: '}\si, al integrar a la noción de patria la antigüe-
dad indigena, los criollos expropiaron a los indigenas su propio pasado e hicieron de ese pasado un
antecedente legitimo y prestigioso de la patria criolla ( ... ) Ningún otro grupo ni clase creó simbolos integra-
dores dotados de esa fuerza, ni tuvo la habilidad de introducirlos y extenderlos en el resto de la población"
(Florescano, 1988: 263). Cruda porque la expropiación fue más que simbólica.
01 Su caso me recuerda a la arqueología judía (que no israelí), en que el contexto de justificación de un
descubrimiento arqueológico no sólo es político, sino de plano religioso. Tendrían en común, no obstante,
la concepción de los vestigios como monumentos nacionales y, en consecuencia, pruebas irrefutables de una
supuesta continuidad cultural con un glorioso pasado que debe imitarse. Se tratarían pues de verdaderos
"símbolos materiales". Esta materialidad facilita, como demuestra Elon (1994), una actividad cientlfica de
la arqueología, la que justifica el contexto de descubrimiento, independientemente de la ideologia polltico-
religiosa subyacente. Sólo hasta muy recientemente, ciencia y política han dejado de cohabitar simbiótica-
mente en Israel, al tiempo que la eclosión del nacionalismo palestino obliga a disputar los mismos ves-
tigios antiguos, hasta el punto en que los arqueólogos tienen que habérselas ahora con los fundamentalistas
judios de su propia nacionalidad.
ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • 115
º'Ciaudio Lomnitz (1999a), en su critica a la noción de "México Profundo" (que es, de hecho, el "México
Mesoamericano") de Guillermo Bonfil, llama la atención sobre el papel de los llamados "intelectuales de
provincia" de Tepotztlán. No creo forzar su análisis si añado a su lista a dos arqueólogos, quienes no fueron
unos nation builders, sino unos identity builders, pues su trabajo permitió elaborar genealogias prehispáni-
cas ... con un estilo hispánico. Me a refiero Francisco Rodríguez, el descubridor de la zona arqueológica
del Tepozteco, y segundo inspector de monumentos. Muchos años después, Carmen Cook de Leonard, tras
excavar en Cinteopa, dio con el "lugar de nacimiento de Quetzalcoatl". Sin ellos, es dificil comprender al
activo resurgimiento étnico en Morelos, si bien apenas esconde su teatralidad mexicanista.
t 18 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
su bando) por parte de empresas interesadas. Con tal fin, continúa, se debía
dar aviso a la autoridad local, previo acuerdo con los dueños de los terre-
nos y bajo la condición de entregar una tercera parte de los objetos o su
valor al gobierno (Solís, 1988: 48-49), precepto que recuerda la legisla-
ción indiana del siglo xv1. Este documento es una rareza en la tradición
patrimonial mexicana, al igual que el proyecto de ley sobre monumentos
arqueológicos de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1862,
que si bien no llegó decretarse, está mucho más cerca del espíritu de la le-
gislación indiana, que pronto habría de reconciliarse con el derecho po-
sitivo mexicano. En efecto, esta última iniciativa responde a un deseo de
contener la destrucción de monumentos y su exportación incontrolada.
Sobre ellos, sigue el texto diciendo, obran los derechos de dominio que
la nación tiene como regalías establecidas desde la Recopilación de Indias.
Enseguida, una vez clasificados 16 tipos de monumentos -desde pirámi-
des hasta utensilios-, se propone que las autoridades judiciales cuiden su
conservación; que las excavaciones cuenten con el permiso del Ministerio
de Justicia, Fomento e Instrucción Pública; que el gobierno se reserve
el derecho de adquisición de modo que, sin menguar su propiedad, no
puedan ser exportados objetos; y, por último, que cualquier extracción
sea verificada por un arquitecto (Solís, 1988: 57-58). En fin, a pesar de su
referencia a la legislación colonial que las antecede, ambas disposiciones
jurídicas demuestran que el dilema entre el carácter nacional de los mo-
numentos y su valorización por los grupos sociales interesados estaba
ya planteada desde mediados del siglo XIX en toda su magnitud (Lombardo,
1988: 9-26), sin que siglo y medio después haya visos de su superación
dentro del sistema legal patrimonial.
Estos signos de conflicto en torno a la administración del patrimo-
nio cultural se han agravado gracias a la anacrónica relación de disputa
establecida por el Estado con los grupos sociales (empresariales, pero
también indígenas y particulares), con quienes el monopolio guberna-
mental del pasado fomenta problemas de apropiación. Al respecto, los
innovadores trabajos de Florescano (199 3) y de Tovar y de Teresa (1994)
indican un intento de modernización de este segmento tradicional del
poder político, pero mientras el segundo sólo concibe como interlocutor
al grupo empresarial, el primero, mucho más perceptivo, da cuenta de
la presencia de grupos indígenas y campesinos más y más activos como
autogestores directos del patrimonio, admitiendo de paso que la clase po-
lítica debe considerarlos para elaborar una nueva idea de patrimonio
cultural, acorde a nuestra época. Su actitud flexible contrasta con la de
ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • t t 9
95En otros lugares (Vázquez, 1993: 36-77; 1994: 69-89) me he ocupado en extenso del proceso de
profesionalización de la arqueología entre 1885 y 1942, por lo que obviaré muchas referencias sobre una
bibliografia más extensa, que puede consultarse en ambos trabajos.
96Véase capítulo 4, a propósito de estos "proyectos coyunturales" y, en general, la fenomenología de
la actividad arqueológica en México.
ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • 123
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO Y
PATRIMONIALISMO MODERNO
del todo fuera del mercado en cuanto a usufructo, ya que la ley conser-
va la ambigüedad que apuntábamos para el porfiriato: mientras no varíe
su posesión jurídica, particulares y entidades públicas podrán adquirir en
uso o aprovechamiento estos bienes a través de concesiones, permtsos o
autorizaciones correspondientes al Ejecutivo federal, que incluso sigue ca-
pacitado para desincorporados del dominio público mediante decreto.
Ése fue el caso, por ejemplo, de la venta de 937 empresas paraestatales
entre 1982 y 1992, de un total de 1, 155 que eran bienes nacionales de do-
minio privado. En cuanto a los monumentos en sí, subsiste la posibilidad
de concesionarlos sin llegar a su enajenación. 1º3
En 19 34 el gobierno de Abelardo L. Rodríguez, aprovechando el pro-
nunciamiento de 1932 de la Suprema Corte a que hicimos referencia en
el parágrafo anterior, emitió una nueva Ley sobre Protección y Conserva-
ción de Monumentos Arqueológicos e Históricos, Poblaciones Típicas y
Lugares de Belleza Natural (INAH, 1963: 8-32) Ésta repite casi textualmen-
te la Ley sobre Monumentos Arqueológicos de 189 7, en el sentido de decla-
rar dominio de la nación todos los monumentos de tipo inmueble, pero
permitiendo la "propiedad arqueológica particular" (léase coleccionismo
privado) sobre los monumentos muebles; para los monumentos históri-
juicio su control patrimonial. Fbr ello también su burda conce¡x:ión de la sociedad, grupos e individuos, como
enemigos reales o potenciales de su "materia de trabajo", que es una visión tradicional hasta el cansancio.
Sobre la lenta expansión de la propiedad nacional sobre zonas arqueológicas y la actitud socialmente conser-
vadurista de los arqueólogos, remito a Nalda (1993: 136-137), Sánchez (1995) y Aguirre (1980: 133-149).
Agregaré, de paso, que el afianzamiento de la propiedad nacional de la tierra en estas zonas se ha dado casi
todo en 3 meses (diciembre de 1993 a febrero de 1994), mediante 15 declaratorias presidenciales, estando 33
bajo estudio y proceso (Tovar, 1994: 86-87). Antes de eso, sólo tres estaban regularizadas, dos de ellas desde
tiempos porfirianos. En cambio, el registro de monumentos muebles (colecciones de piezas) en manos de per-
sonas ffsicas y morales está, comparativamente, mucho más desarrollado y se cuenta por miles.
toJLa cesión en usufructo de una parte del patrimonio arqueológico (en zonas arqueológicas turística-
mente rentables) y el sostén de su estudio y difusión bajo reglas claras fijadas por parte de las autoridades
patrimoniales y los arqueólogos, constituye en esencia la propuesta Rodríguez (1990), propuesta que, remar-
co, nunca involucra la cuestión de la propiedad nacional o su imaginaria privatización. cabe mencionar que
su postura fue duramente criticada por sus colegas del INAH, a pesar de que una parte de ella ya se ha cum-
plido: el F.:mdo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), dependencia del CNCA, desde 1989 viene canali-
zando recursos privados deducibles de impuestos y que se han aplicado a varias inversiones en Teotihuacan,
Monte Albán, Palenque y Yaxchilán. En todos estos fondos mixtos destaca la incorporación activa de los
empresarios en la toma de decisiones, por lo que no ha de extrañar que Tovar y de Teresa (1994: 69) hable
de la "puesta m valor de zonas arqueológicas'', concepto hasta ahora extraño a la administración del patri-
monio arqueológico, donde tradicionalmente se hablaba mejor de "condiciones presupuestarias", dando por
sentado que devenían del Estado (Nalda, 1993: 139). No se ha llegado a la concesión de zonas arqueológi-
cas a los inversionistas, pero es previsible que sea el siguiente paso. Lo grave es que la decisión recaiga
todavía en el Ejecutivo y su administración y que el colectivo de arqueólogos no esté a la altura profesional
de los acontecimientos por venir. Fbsterior a esta redacción, se ha conocido la noticia de que el INAH y varias
secretarías han entrado en tratos con inversores para entrar en alguna clase de convenio no explicitado
y que involucra a las zonas arqueológicas de Palenque, Tulum y Calakmul.
ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONIALJSMO EN MÉXICO • 131
cos es más flexible, puesto que admite la propiedad privada mueble e inmue-
ble, a condición de registrarla. Otra continuidad estriba en la restricción
para investigar: se exige una "concesión" de la Secretaría de Educación Pú-
blica, exigencia que es normada en detalle con la ley reglamentaria decre-
tada el mismo año.
Realmente la ley que vino a endurecer el monopolio estatal sobre estos
bienes públicos de uso común, fue la Ley Federal sobre Monumentos y
Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972, y su ley reglamen-
taria de 1975, aún vigentes (véanse Olivé y Urteaga, 1988: 405-426;
INAH, 1984a [1972]). Si hasta aquí la estructura genética del sistema de leyes
patrimoniales era algo así como una seriación de variaciones de una mis-
ma estructura jurídica ya presente, en forma tácita, en la real Ins-
trucción de 1776, a partir de 1975 el patrimonialismo alcanza su mayor
esplendor. Parte de esa responsabilidad recae en un grupo de arqueólogos
gubernamentales que impidieron un proyecto de ley que consideraron
inconveniente. El punto de debate fue justo la propiedad privada de los
monumentos arqueológicos muebles -el coleccionismo-, que se equiparó
a saqueo, destrucción, comercio y retención privada de nuestros valores
sociales más profundos. 104 Ecos de aquel debate resuenan en la actual
disputa del pasado, donde neoliberalismo económico y coleccionismo
privado son la misma cosa para nuestros retencionistas autóctonos. 105
Pero lo relevante en todo caso no es eso, sino que, inadvertidamente, los
más radicales arqueólogos de la administración monumental contribu-
yeron a declarar de "utilidad pública" a la misma investigación arqueoló-
gica, que es tanto como decir que fue expropiada a la totalidad de la
arqueología, disciplinariamente vista, puesto que la figura de "utilidad
pública" pertenece a Ley de Expropiación cardenista de 1936 (INAH,
1963: 138-142), donde estaba ajustada a los servicios, recursos estraté-
gicos, y en general a la satisfacción de necesidades colectivas, es decir,
t04La historia detallada de esta acción está recogida en Olivé (1980: 19-46; también 1988). Pero mien-
tras los arqueólogos nacionalistas, bajo una postura administrativa implicita, solo ven el aspecto colonial
de la cuestión (y, por tanto, la funcionalidad interna de la ley), rara vez se menciona que ciertas reacciones
restitucionistas favorables a la conservación nacional de estos bienes (caso concreto de la devolución
de murales teotihuacanos de la colección Wagner por el Museo Young) son obstaculizadas por esos mismos
nacionalistas militantes (Seligman, 1990: 73-84). Es curioso, pero la disputa que existe en el mundo mu-
seográfico y en el mercado internacional de dntigüedades entre retencionistas (partidarios de la apropiación
privada) y restitucionistas (partidarios de retornarla a sus "verdaderos propietarios") guarda más de una
analogia con el caso mexicano: también en ese ámbito se apela a la concepción del invidualismo posesivo
original, pero, por igual, se construyen comunidades nacionales imaginarias de supuesta profundidad histó-
rica para allegarse una propiedad cultural (Handler, 1991: 67-72).
tos Reconúendo la consulta de las posturas asunúdas por el Conúté Ejecutivo Sindical de investigadores
del INAH y por el diputado neocardenista Gilberto López y Rivas, publicados por la revista Este Pa(s, enero
de 1994: 24-27.
132 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
de la SEP, incluyendo la readscripción de unidades administrativas completas, dejando al arbitrio del Ejecutivo
agregar nuevas atribuciones. Como tal, el decreto nada especifica sobre la administración del patrimonio cul-
tural, agregado que apareció un día después de su decreto, cuando el Presidente de México atribuyó al consejo
"la investigación y conocimiento del pasado, para abordar las raíces de la identidad nacional y para renovar ...
nuestro orgullo de ser mexicanos" (Tovar, 1994: 362-363). Este procedimiento voluntarista típicamente
patrimonialista permite entender por qué en junio de 1992 la remoción del director general del INAH se
presentó como un sorpresivo golpe palaciego de traspaso del dominio central sobre el INAH de la SEP al CNCA,
contraviniendo su ley orgánica. De paso, el CNCA ha incluido entre sus Programas Sustantivos la conservación
monumental, mientras que el sostén de los Proyectos Arqueológicos Especiales corre a cargo del fideicomiso
Fondo Arqueológico Nacional, que forma parte de los Proyectos Estratégicos del CNCA.
ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y PATRIMONIALISMO EN MÉXICO • 137
dos bien identificables. 123 El traslado administrativo del INAH al CNO\ alteró
ligeramente la composición del consejo al integrar tres representantes
universitarios de la UNAM, uv y UAY, pero de modo informal, bajo invi-
tación personal expresa de la directora general. Ya que el último regla-
mento del consejo del 2 de junio de 1994 (INAH, 1994a) no reconoce le-
galmente esta reforma, ello implica que el monopolio persiste, haciéndose
inclusive más centralizado. Este fenómeno se manifiesta en los individuos
que, siendo funcionarios a cargo de la estructura interna de la institución
(véase esquema de la arqueología del INAH en el capítulo 4), permanecen
como consejeros y, al mismo tiempo, como directores de los Proyectos
Especiales de Arqueología. Esto quiere decir que reúnen tres estatus y algu-
nos hasta cuatro.
El monopolio pertenece a éstos arqueólogos y a nadie más. Inclusive,
el que en el penúltimo reglamento del consejo 124 se prescriba que los 11
titulares (y 10 suplentes) han de ser todos investigadores del INAH, es
una manera velada de decir que ser consejero es disfrutar de una preben-
da asignada a la jefatura de alguna dirección o subdirección arqueoló-
gicas, si bien cuatro de los miembros son nombrados por el director. 125
En cuanto a su funcionalidad, podemos inferir que, a consecuencia del
artículo trigésimo de la Ley de Monumentos de 1972 (que capacita al INAH
para autorizar todo trabajo arqueológico), sus competencias son tres:
1. dictar la línea de investigación arqueológica de todo el país al fijar
sus "prioridades";
2. dictaminar sobre todos los proyectos de investigación arqueológi-
ca, también a nivel nacional;
121 Un listado de titulares y suplentes del consejo hasta junio de 1992 puede consultarse en los boletines
del consejo, CAB 1990 (1991) y CAB 1991 (1992).
12• Desde 1975 han habido cuatro reglamentos del consejo: 1975, 1982, 1990 y 1994; todos han sido
prescritos por los respectivos directores generales del INAH, según su muy patrimonialista parecer (cfr. Olivé
y Urteaga, 1988: 379-381; INAH, 1990: 5-9 y 1994a: 7-11). Los reglamentos de investigación arqueoló-
gica responden a la misma lógica y se les puede considerar su derivación genética; cfr. Lltvak et al., 1980:
218-222; Olivé y Urteaga, 1988: 382-391; INAH, 1990: 10-22 y 1994a: 12-24.
12s En 1994, la inclusión de representantes de la arqueología universitaria pareció abrir la corporación:
de 11 consejeros, cuatro son nombrados directamente por la dirección general del INAH; su presidente y tres
constjeros, que pueden ser núembros o no del INAH. Sin embargo, por ningún lado se establece que deban ser
arqueólogos universitarios, mucho menos en el caso de su presidente. En cambio, los siete restantes sí lo
son por fuerza, en particular cuatro de ellos, que siempre serán funcionarios de tercer nivel. De esos siete,
para los centros regionales se reservan tres escaños, según la zona (sur, centro y norte), lo que genera la
ilusión de democracia, pues son elegidos por los arqueólogos que trabajan en provincias, pero sin romper
la corporación (INAH, 1994a: 9). Tómese en cuenta que las decisiones del constjo son por consenso, pero que
en caso de diferendo, será el director general, no el presidente, quien diga la última palabra. La verticalidad
está bien asegurada.
140 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
EL LEVIATÁN ARQUEOLÓGICO EN SU
JAULA PATRIMONIALISTA
el INAH contaba con 5,441 empleados (Tovar, 1994: 379), de los cuales
307 eran arqueólogos y un número indeterminado de custodios,
pero que de seguro aumentan conforme se han abierto ocho nuevas
zonas arqueológicas al concluir los proyectos especiales del sexenio pasado
(1988-1994), hasta totalizar 163 .128
Pasemos ahora a examinar los límites conocidos del patrimonio arqueo-
lógico realmente existente en México. Al respecto ha de lamentarse que
no haya un inventario detallado e íntegro tras un siglo de arqueología
estatal institucionalizada (1885-1995) y de reiterados intentos de poner
al día cartas o atlas arqueológicos. Por lo tanto, sólo contamos con cifras
estimativas calculadas con procedimientos insondables. Las más extre-
mas calculan entre 4 y 8 millones los sitios arqueológicos, que abarcan
desde campamentos de caza-recolección hasta ciudades antiguas. 129 Con
el tiempo se ha reducido su cuantía a cifras más razonables, pero asimis-
mo inverificables. Hoy se habla de 100,000 a 250,000 sitios visibles
desde la superficie (Nalda, 1993: 131; Tovar, 1994: 85; Sánchez, 1995:
195). Cualquiera que sea la magnitud real de este patrimonio nacional,
es evidente que la arqueología administrada por el INAH se enfrenta con
una "misión imposible" (Nalda, 199 3: 131) en materia de su conservación,
al menos si se concibe ésta desde la perspectiva excluyente del sistema legal
patrimonial y el monopolio del pasado a que ha dado lugar. Suponiendo
que esta limitación administrativa tradicional permaneciera a pesar de todo,
e incluso si tomáramos la cifra más modesta de 90,000 sitios, como se
creía hace años (INAH, 1984: 26), las 163 zonas arqueológicas exploradas,
con todo y ser las más conmovedoras monumentalmente, no llegan ni
a 0.2 por ciento del total.
Pero lo que puede ofrecernos una idea exacta del techo objetivo que
ciñe a la administración patrimonialista de los bienes arqueológicos, son
los resultados parciales obtenidos por el Proyecto Atlas Arqueológico
1984-1988, según los cuales hay en México 13,563 sitios verificados vi-
sualmente, de un total de 20,718 documentados en gabinete (INAH, 1989:
34-35).13° Si bien ambas cifras son absolutamente realistas, no ha de
olvidarse que son harto incompletas porque hubo estados de la repúbli-
ca donde no se hizo ningún recorrido o se hizo parcialmente. 131 Lo que
indican a pesar de todo, son dos cosas. Primera, que por un lado el mo-
12e "Proyectos Especiales de Arqueología", AM, 7, 1994: 82.
12•Antropología, 18, 1988: 7.
uosegún un especialista de la Subdirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas,
se tienen registrados en cédulas un total de 16,840 sitios (Sánchez, 1995: 196).
ui En Vázquez (1995: 347-348) me ocupo de examillar las causas del fracaso de este proyecto de in-
ventario arqueológico. Sánchez (1995) ofrece también información sobre el particular.
144 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
La arqueología mexicana
en siglas, cifras y nombres
Lo que los cientfjicos hacen nunca ha sido objeto de una investigación ... cientfjica.
De nada sirve mirar los "art(culos" cientfjicos, pues no solo ocultan, sino que malinterpretan
activamente el razonamiento que subyace en el trabajo que describen (... ) No existe esa persona,
el cientifico. Hay cientfjicos, desde luego, y hay una colecci6n tan variada de temperamentos
como entre los médicos, abogados, clérigos, empleados o encargados de piscinas (... )
No, los científicos son gente: descubrimiento literario de C.P. Snow .. .
f'ETER B. MEDAWAR, Premio Nobel en Fisiolog(a, 1960
parecían indicar que esa institución asumiría dicho servicio como una de
sus funciones colaterales. Era lógico que así fuera, puesto que en todas
partes la información científica se le utiliza como herramienta para la
toma de decisiones administrativas sobre política científica. Desafortuna-
damente no fue así. Para colmo, no hay todavía quien se ocupe de ello de
manera global. Todo parece indicar que su auspicio seguirá siendo secto-
rial, limitado y parcial en el futuro inmediato. Digamos pues que la ANUIES
deberá estimular sus propias evaluaciones de la instituciones universitarias
y de investigación por medio de su Sistema Nacional de Información para
la Educación Superior, y así sucesivamente. Ímpetu equivalente demos-
tró en sus inicios la Red de Escuelas de Antropología, pero hasta ahora todo
se ha reducido a colaborar en la manufactura de un catálogo actualiza-
do de tesis antropológicas (García Valencia, 1989). Así las cosas, es muy
probable que la información y documentación de la arqueología la deberán
encarar tarde o temprano los propios arqueólogos a través de un colegio
profesional aún en ciernes, o algo parecido. De momento, y digámoslo con
la misma franqueza, es un campo poco favorecido por estos especialistas,
no obstante los beneficios que pueda brindar a la historia e investigación
reflexivas de la propia disciplina, a la política de investigación a largo plazo
y a la no menos importante administración del patrimonio cultural en un
país como México, con abundancia abrumadora de vestigios arqueológicos.
Hablando de manera general, una excepción en tan yermo cuadro la
constituye la propuesta de Lyon (1989) para desarrollar una estrategia de
documentación de la arqueología norteamericana con una base de datos
de alcance nacional, pero de la que desconocemos resultados prácticos. En
ese rumbo, en nuestro país el inconcluso Proyecto Atlas Arqueológico del
INAH (1984-1988) bien pudo haber rendido los primeros frutos de una
estrategia de documentación al servicio de los intereses de planeación y racio-
nalidad administrativas. Como si fuera una condena oprobiosa, el proyecto
quedó inconcluso. 133 En seguida tenemos la base de datos emprendida por
Paul Schmidt a propósito de 36 7 proyectos arqueológicos norteamericanos
realizados en México entre 1910 y 1960, aproximadamente (Schmidt,
1988). Con el mismo fin sistemático encontramos algunos catálogos.
Destacan los de Ochoa (1983) sobre las publicaciones arqueológicas uni-
versitarias entre 1964-19 78, los referentes a las tesis de arqueología a nivel
de licenciatura, maestría y doctorado de Montemayor (1971), Ávila et
al. (1988) y García Valencia (1989), y, por último, un anunciado Direc-
m Los resultados obtenidos, aunque insuficientes, pueden consultarse en Nalda y l.ópez (1984); Velázquez
et al. (1988); Fernández et al. (1988) y Casado (1987).
150 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
periodo; cfr. Social Sciences Citation Index. An Intemational Multidisciplinary Index to the Literature of the Social,
Behavioral and Related Sciences, Filadelfia, lnstitute for Scientific Information, 1976-1989.
137 A la vista de estas conclusiones, sólo al final de su estudio Vtllagrá se pregunta cómo y en qué me-
dida pueden evaluarse estas disciplinas con parámetros similares a las de otras ciencias. Descontando la reso-
lución del problema de cuantifación, parece pertinente primero una definición cualitativa de las técnicas, como
observa Hicks (198 7) en su evaluación del análisis de las cocitas, incluso en un campo de investigación
experimental duro.
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 151
práctica de las citas depende de variables hasta hoy desestimadas, como son
sus variaciones de una revista a otra, de una disciplina a otra, de un país
a otro y desde un significado diverso al de la supuesta deuda intelectual
(Guggenheim, s.d.: 1225). Ya en México, algunos estudiosos se han pre-
guntado qué tan válido es evaluar con reglas comunes a las distintas tra-
diciones científicas y tecnológicas, entre las que se ha creado una competen-
cia y disputa por la asignación de los recursos públicos (García y
Lomnitz, 1991). 143 Incluso un especialista ha observado la tendencia de
los científicos a exagerar en sus citas los artículos de sus connacionales,
por lo que sugiere elaborar un "coeficiente de la megalomanía científica
nacional" (Rabkin, 1984: 93). 144 A su vez, los estudiosos de los fraudes
científicos advierten que la actual exigencia de "publica o perece" estimu-
la actitudes tramposas, donde el fraude puede ser propiciado por la
misma estructura discursiva de los artículos científicos (Blanc et al.,s.d.:
217; Benach y Tapia, s/f, 124-130). Por último, y desde otro ángulo, la
historiadora Helge Kragh (1989) ha hecho notar que la historiografía cien-
timétrica peca de superficial porque acaso no refleje en absoluto las condi-
ciones que dice estudiar, ya que sus bases de datos conllevan una idea de
la ciencia que predetermina sus conclusiones, descontando que el análisis
de citas ignora contenidos y motivaciones más profundas (y no siempre
racionales) que inducen al investigador a citar o a no citar. 145
Llegamos con esto al nudo gordiano de la cuestión que nos interesa
abordar, no digamos ya el hábito de citar sino del acto mismo de escribir
para otros. Si la finalidad de publicar diverge del ideal de hacer público el
conocimiento, comunicar de manera desinteresada o simplemente informar,
lpara qué sirve? Las respuestas adelantadas parecen ser excluyentes: una
de dos, o se publica interesadamente para ganar reconocimiento y sobre
1•JEs notorio que uno de Jos ejemplos ofrecidos por ambas autoras (García y Lomnitz, 1991: 174) sea
un problema de valoración disciplinaria, esto es, Ja diferente valoración asignada al informe técnico por parte
de Jos tecnólogos y el artfculo y el libro por los científicos. A mi juicio, esta discordancia se prolonga a ciencias
sociales, donde se aprecia distinto al artículo respecto al libro. En arqueología es bien conocido el problema
que han enfrentado Jos dictaminadores del SNI para valorar Jos nutridos informes técnicos antes dirigidos al
Consejo de Arqueología del INAH. Ya que no son conocimientos públicos, un dictaminador académico ha
ponderado Ja publicación sobre el informe, Jo que agrava el contradictorio problema valorativo dentro de
Ja disciplina, cogida entre el cometido académico y el cometido práctico. En el capitulo siguiente abundo
sobre el particular.
144 No es cosa de broma esta idea. El reciente trabajo de Gibbs (1995) es indicativo de que Ja in-visibilidad
externa de las ciencias tercermundistas está asociada a prejuicios y obstáculos estructurales para rebasar sus
fronteras nacionales e internacionalizarse.
1•s Es por demás interesante su critica a de Solla Price, al demostrar que sus análisis pasan por alto los
periodos de cambio en Ja historia de Ja ffsica moderna, justo porque su método estadistico no puede captar
las innovaciones conceptuales, incluso si éstas son revolucionarias. Para fines estadísticos cuenta mucho
154 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
LA LITERATURA ARQUEOLÓGICA
Y LAS FUNCIONES INSTITUCIONALES
A lo que quiero llegar con todo este circunloquio es a decir que dentro de
la carencia de una estrategia de documentación arqueológica, el uso privi-
legiado de una sola variable literaria, tal como ha sido concebida hasta
ahora, y por mucho que ésta asuma diversos valores numéricos, pudiera
confundir más que aclarar la posible acumulación de datos en este cam-
po. No se malinterprete mi postura. Me refiero a que en nuestro país son
contadas las revistas enteramente especializadas en arqueología, es decir,
revistas hechas por y para comunicar arqueólogos. Para ser exacto, la
inmensa mayoría de las revistas examinadas son de tipo mixto (antropo-
lógicas integrales, esto es, arqueología mezclada con otras "especialidades")
lo que, por lo demás, refleja mucho mejor a la tradición integral con que
se concibió a la antropología mexicana, que a los intereses y preocupa-
ciones de las distintas clases de arqueólogos. No me estoy contradi-
ciendo cuando digo que de un total de 21 revistas examinadas, sólo
cuatro son especializadas, a saber: Arqueolog(aMexicana; ConsejodeArqueo-
la masa de artículos mediocres e irrelevantes, generando la falsa idea de acumulación y continuidad, tan
falsa como la conclusión de que no hay fases especialmente dinámicas en su desarrollo reciente (Kragh, 1989:
240-248).
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 155
CUADRO 1
REVISTAS ARQUEOLÓGICAS
Y ANTROPOLÓGICAS INTEGRALES
Totales 4 17 17 4 9 12
Ahora bien, no obstante que las cuatro tienen una orientación nacio-
nal, sólo una de ellas realmente se distribuye en todo el país gracias a su
146 Posterior a la primera edición de este libro, hubo un esfuerzo para reactivar la revista Arqueología,
como órgano propio de la arqueologfa del INAH, en claro contraste con la revista Arqueología Mexicana, que
funge como órgano de divulgación.
156 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
1•1 Según los criterios cientimétricos, el factor de impacto de una revista se mide por el número de veces
que se cita ésta durante un año, dividido entre el número de artículos publicados en ese lapso (Pestaña, 1992:
1204). Determinar este factor supone una segunda publicación (o publicaciones) que reflrjara la importancia
de Arqueolog(a Mexicana.
158 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
CUADRO 2
PUBLICACIONES ARQUEOLÓGICAS DEL INAH, 1992-1993
Antologías 5 Científica 7
Biblioteca del INAH 2 Cuadernos de Trabajo 13
Catálogos 8 Obras varias 1
Científica 36 Publicaciones diversas 1
Cuadernos de Trabajo 18 Total 22
Divulgación 2
Facsimilar 4
Guías Oficiales 14
Miniguías 87
Monumentos Prehisp. 1
Museo Nac. de Antrop. 1
Obras diversas 11
Obras varias 11
Atlas Arqueológico 2
Publicaciones period. 5
Regiones de México 1
Total 208
148 Esta literatura invisible va a parar al Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología
del INAH, antes Archlvo Técnico de la Dirección de Monumentos Prehispánicos; aunque sólo cubra el periodo
1925-1958, uno puede darse idea de su amplitud a través del indice elaborado por García Moll (1982). Sin
embargo, el encargado de ese archivo ha elaborado un indice actualizado, que puede consultarse directamente
bajo supervisión, lo mismo que la documentación ahf reunida.
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 159
CUADRO 3
PUBLICACIONES ARQUEOLÓGICAS DEL IIA-UNAM, 1992
Serie Número
Arqueología 29
Antropología y técnica 3
Bibliografía 1
Publicaciones periódicas 14
Total 47
otra para el SNI. Las variantes literarias producidas no escapan a esta con-
tradicción.
CUADRO 4
PRODUCCIÓN ARQUEOLÓGICA DEL IIA-UNAM, 1989-1991
E. Rattray 6 2 3
A. Cyphers 6 2 3 3 5
B. Fahmel 3 1 8 2 2
G. Jiménez 1 3 1
M.A. Ruiz 2 1
M.D. Soto 1 1 1
E. Vargas 5 1 4 1 5
L. Manzanilla 6 1 5 10
E. McClung 2 1 1 3 3 2
C. Navarrete 2 2 2 1 10
L. Ochoa 4 1 4 1
Y. Sugiura 1 1 1 3 3
Total 38 13 5 33 20 34
una "tensión creativa", es decir, supone que para que una investigación sea
productiva necesita de una apuesta y una cierta insatisfacción (Franklin,
s.d.: 98).
Aunque esta tensión haya amainado a fechas recientes con la inclu-
sión de tres representantes universitarios en el influyente Consejo de Arqueo-
logía del INAH, los informes técnicos universitarios suelen ser juzgados por
sus opositores, aunque éstos hubieran sido sus maestros o condiscípulos
durante su fase de socialización común. Con el tiempo, sus denuncias públi-
cas contra esta arbitrariedad modificaron informalmente la estructura del
consejo, pero prevalece el hecho de que sus informes deben exponerse ante
los competidores o, en el mejor de los casos, dictaminadores. Para los
arqueólogos del INAH hay cierta flexibilidad: si el informe de su primera
campaña no es aprobado por el consejo, la Coordinación de Arqueología ne-
gará el presupuesto para la continuación del proyecto (Lorenzo, 1984: 94).
Ésta es la teoría. En la práctica pesan mucho las relaciones personales de
clientelismo con los consejeros -hay arqueólogos que deben por años infor-
mes al consejo-, si bien el uso interesado de esta informalidad nunca será
admitida. 15 º No obstante, también es practicada por algunos arqueólogos
universitarios nacionales y extranjeros, que dependen del permiso del con-
sejo para trabajar y obtener recursos en sus respectivas instituciones de
origen. En consecuencia, la forma de redactar los informes y darles sus-
tancia empírica es un requisito para nulificar cualquier argumentación en
su contra, si no es que el enfrentamiento haya tomado un cariz personal
que impida toda relación y hasta se prolongue en vetos y cancelación de
proyectos, como ha ocurrido en efecto en las fluctuantes relaciones del
INAH y el IIA.
Como quiera que sea, esta adversidad ha capacitado a los arqueólogos
académicos para allegarse recursos extrauniversitarios. Es un lugar común
decir que finalmente toda la arqueología mexicana -es gubernamental
porque hasta las universidades públicas reciben subsidios estatales (Lorenzo
1984:99). La verdad es que los medios al alcance de los arqueólogos uni-
versitarios (incluyendo los de universidades privadas) son menores com-
parados a los oficiales (los proyectos altamente intensivos siempre han
sido gubernamentales) y que éste y otros obstáculos inducen a buscarlos
por otros medios. Un fenómeno perfectamente apreciable desde 1992 es
que organismos públicos como Conacyt y las fundaciones extranjeras
lSOEufemistamente, algunos arqueólogos se quejan del "cabildeo" a que deben someterse con sus colegas
del consejo y la administración patrimonial_
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 163
CUADRO 5
ORIENTACIÓN DE LAS PUBLICACIONES
DEL IIA-UNAM, 1989-1991
E. Rattray 5 1 2
A. Cyphers 2 2 2
B. Fahmel 4 1 1
G. Jiménez 3
M.A. Ruiz 2
M.D. Soto 2
E. Vargas 11 2
L. Manzanilla 8 5 4
E. McClung 5 4
C. Navarrete 4 2
L. Ochoa 11 1
Y. Sugiura 5 1
Total 62 11 15 2
1s1En 1992 Conacyt asignó recursos a tres proyectos arqueológicos, uno originalmente universitario
(Proyecto Xochimilco, de Carmen Serra Puche, antigua directora del IIAUNAM y hoy directora del MNA del INAH),
y dos gubernamentales, a saber, el de la prehistoriadora Susana Xelhuantzi y el de Lorena Gámez, muy re-
lacionado al de Serra Puche, ella misma evaluadora de Conacyt en el área de ciencias humanas. Como quiera
que sea, en 1993 dos arqueólogas universitarias, Linda Manzarulla y Teresa Cabrero, obtuvieron también
financiamientos del citado orgarusmo (Conacyt, 1992). fbr desgracia, hay indicios de que las pugnas persona-
les se han contagiado al Conacyt, por lo que en 1995 el Proyecto Bolailos de Cabrero (véase capítulo 5 para
mayor comprensión) fue rechazado, justo cuando el proyecto alcanzaba descubrimientos de gran visibilidad,
lo que no es casual.
1s2 El criterio de visibilidad es denotativo y se calcula de la relación entre publicaciones nacionales versus
internacionales (LomlÚtz et al. 1987: 116), otra vez asumiendo que la arqueología es mundial y equivalente
en todo el orbe, afirmación por demás dudosa, según vimos en los capítulos previos.
164 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
CUADRO 6
CITAS DE CIENTÍFICOS E INGENIEROS MEXICANOS
SEGÚN LOS SCIENCE CITATION INDEX
Y SOCIAL SCIENCES CITATION INDEX, 1980-1990
Fuente: Indicadores de las actividades cientificas y tecnológicas 1993, SEP-Conacyt, 1993: 78.
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 165
CUADRO 7
INSTITUCIONES ARQUEOLÓGICAS DE INVESTIGACIÓN,
LOCALIZACIÓN Y AÑO DE FUNDACIÓN
CUADRO 8
INSTITUCIONES ARQUEOLÓGICAS DE ENSEÑANZA,
LOCALIZACIÓN, AÑO DE FUNDACIÓN
Y GRADOS ACADÉMICOS EXPEDIDOS
CUADRO 9
INSTITUCIONES ARQUEOLÓGICAS DE APLICACIÓN,
LOCALIZACION Y AÑO DE FUNDACIÓN
CUADRO 10
INSTITUCIONES ARQUEOLÓGICAS DE DIVULGACIÓN
Y NÚMERO DE ESTABLECIMIENTOS
Puente: Musal';deMbiro, Editorial Jilguero, México, 1992; ZonasAn¡urológicas, Editorial Jilguero, México, 1991; "Me-
moria de labores INAH 1983-1987. Museos y exposiciones-docencia", Antropología, 19, marzo-abril de 1988; INAH.
Indicadores de gestión, segundo trimestre, 1993, p. 22.
•En rigor, de los ocho sólo uno es francamente arqueológico: el.Museo Nacional de Antropología; el Museo
del 'templo Mayor está clasificado como museo de sitio.
168 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
CUADRO 11
INSTITUCIONES DE FINANCIAMIENTO DE
LA ARQUEOLOGÍA Y AÑO DE FUNDACIÓN
153 Ya que las arqueologías mesoarnericanfsticas o mexicanistas no son mi objeto de estudio, no puedo
sino mencionar ejemplos como el del Proyecto Sayula de ORSTOM y la Universidad de Guadalajara (Schéindube,
Emphoux y Palafox, 1991: 225-228; Emphoux, 1994), el cual ha atraído egresados de la maestría en arqueo-
logía de la UDlA (Acosta y Uruñuela, 1993). La presencia de éstos empieza a notarse también en algunos
centros regionales del INAH (Puebla, p.e.), pero su alcance más amplio no está cuantificado.
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 169
GRÁFICA 1
TOTAL DE ARQUEÓLOGOS EGRESADOS,
1946-1993
250
200
¡g 150
lJi
100
50
o
ENAH UDLA lN UAY UAG UNAM
FSCUELA
GRÁFICA 2
PRODUCCIÓN ANUAL DE TESIS DE ARQUEOLOGÍA, 1946-1993
30
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~
~
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~ ........
°' °'
Año
- t i - ENAH - - - - UDlA ~ UV ~ UAY ----- UAG ---e- UNAM --+-
1932 22 52
1942 43 66
1952 57 71
1962 81 212
1972 108 944
1982 122 1,526
1992 155 n.d.
1995 163 n.d.
Fuente: El INAH. Funciones y labores, 1962: 36-37; Memoria de labores, 1977-1979, 1980: 135-136; "INAH. Evalua-
ción y desaffos", Antropologfa, 23, 1988: 14 y 29; "Proyectos especiales de arqueologfa", An¡ueologfa Mexicana, 7(2):
82-84, 1994.
•Las cifras incluyen personal de custodia de museos y zonas.
CUADRO 13
PLANTILLA TOTAL DEL INAH POR FUNCIONES, 1977-1993
Fuente: INAH 1984. Segunda Reunión Anual de Evaluación, 1985: 314-315; Manual estadfstico de los resultados
de la gestión institucional (periodo 1983-1988), 1989, f. 133; "INAH. Evaluación y desaffos", Antropología, 23, 1988: 7;
INAH. Indicadores de gestión. Segundo trimestre, 1993, 1993: 31.
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFRAS Y NOMBRES • 173
CUADRO 14
PLANTILLA DE INVESTIGACIÓN DEL INAH
POR ESPECIALIDAD, 1977-1993
CUADRO 15
ARQUEOLÓGOS DEL INAH SEGÚN UBICACIÓN, 1993
Dependencia Número
Social, Etnohistoria y al Departamento de Arqueologia Subacuática. La fuente usada está basada en autoevalua-
ciones individuales, lo que implica que hubo la opción personal de elegir la identidad disciplinaria. Así, los arqueólogos
de la ENAH se evaluaron como docentes, no como arqueólogos. Su orientación responde a los estímulos económicos
ofrecidos por el INAH a sus docentes de la ENAH y a la Escuela Nacional de Restauración. No es claro qué ocurre con
los demás, .pero es factible suponer una estrategia de retirada a la docencia o a la investigación.
174 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
radas por el INAH y 1,582 las zonas por explorar (INAH, 1989: ff. 35 y 43;
Velázquez et al., 1988).
Antes de pasar a establecer algunas comparaciones entre las institucio-
nes de investigación y las de aplicación de la arqueología, es preciso escla-
recer en qué consiste bien a bien la actividad aplicada de los arqueólogos
del INAH, razón por lo que más adelante, en el cuado 17, se aprecia una
curiosa incoherencia, ya que ahí se establece que de 306 arqueólogos de
planta, únicamente 149 poseen proyectos registrados ante el Consejo
de Arqueología. 156 lQué hace el restante 49 por ciento? Veamos. Un nú-
mero indeterminado de arqueólogos (que probablemente coincida con los
50 adscritos a la ex Subdirección de Estudios Arqueológicos) se ocupa de
lo que en la jerga técnica oficial se conoce como la "intervención física en
zonas y sitios arqueológicos", es decir de las labores de mantenimiento,
consolidación, exploración, investigación, erección de museos de sitio y
restauración, precisamente en ese orden de importancia, cuando menos en
lo que toca al periodo 1983-1988, el único para el que se han filtrado cifras
exactas. De acuerdo con las cifras del cuadro 16, las actividades de tipo
técnico dominan sobre las intelectuales, las que están colocadas no en un
segundo, sino en un tercer plano de prioridades efectivas.
CUADRO 16
INTERVENCIONES FÍSICAS EN ZONAS Y SITIOS
ARQUEOLÓGICOS ENTRE 1983-1988
Exploración
Mantenimiento Consolidación e investigación Museos Restauración
Núm. % Núm. % Núm. % Núm. % Núm. %
Fuente: Manual estadístico de los resultados de la gestión institucional (periodo 1983-1988), 1989, ff. 23-33.
Otro grupo técnico, más o menos coincidente con los 138 arqueólogos
distribuidos en cantidades variables entre los 28 centros regionales estata-
les, es el que se ocupa de otra actividad técnica poco visible, denominada
como "protección técnica y legal de la conservación del patrimonio", la cual
1561.a cifra de proyectos arqueológicos en man:ha durante 1988 deriva de registros del antiguo Archivo
Técnico de Monumentos Prehispánicos, publicados bajo el título "Proyedos arqueológicos en curso" (Arqueo-
log(a, 3-5, 1988); sin embargo, según otra fuente oficial de la época (INAH, 1989: f. 3) los proyectos eran 171
en el mismo año. Por desgracia carezco de nuevas cifras actualizadas que permitan su contrastación.
176 •LUIS VÁZQUEZ LEÓN
junto. Con ello podemos apreciar que si bien el INAH cuenta con la planta
más elevada de arqueólogos, sólo la mitad de ellos está involucrada en
la realización de proyectos, así sean bajo la modalidad de aplicación y sólo
eventualmente de investigación. En cambio, el IWUNAM, con una plantilla
comparativamente reducida, tendría sólo a dos arqueólogos dedicados
a otras funciones que no son las de investigación (están dedicados a labo-
res editoriales), que es su cometido primario, como es también el caso del
wuv, ambos institutos universitarios plenamente abocados a investigar
y donde rara vez se exige a los arqueólogos desempeñar actividades técni-
cas, muy características de la arqueología del INAH y de las instituciones
aplicadas a la protección del patrimonio antiguo. En general, es cierto, la
tabla induce una imagen de desproporción entre el INAH y el resto de las
instituciones consignadas. Pero no pueden ignorarse los matices apuntados.
CUADRO 17
CUADRO COMPARATIVO DE INSTITUCIONES DE
INVESTIGACIÓN Y APLICACIÓN ARQUEOLÓGICAS EN 1993
Arqueólogos de Series de
Institución planta Revistas Proyectos publicación
Investigación
INAH/CNCA 306 6 149 22
IIA/ UNAM 15 2 13 2
IWUD!A 1 1
IJAH/udeG 1 2
IA/UdG2 2 1 1
IA/UV 8 2 8
CIHS/UAC 1 1
cwcolmich 2 1 n.d. n.d.
Aplicación
DA/IMC 2 1 n.d. n.d.
DA/SOP-Z 1 n.d. 1 n.d.
DPC/ICT 1
Hombre, con un equipo de arqueólogos más consolidado. En el presente se discute la estructuración de una
Maestría en Estudios Mesoamericanos.
LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA EN SIGLAS, CIFHAS Y NOMBRES • 17!J
'ººCfr. Gerardo Ochoa, "Pormenores de la historia donde el INAH descalifica al arqueólogo Wilkerson
sobre el rescate de Filobobos", Proceso, 828, septiembre de 1992: 52-53; Gerardo Ochoa et al., "El INAH y la
sociedad civil: varas y medidas", Este País, 32, noviembre de 1993: 22-23.
180 • LUIS VÁZQl'EZ LEÓN
Alumnos
Institución Docentes E T Revistas Investigaciones
CUADRO 19
TESIS DE ARQUEOLOGÍA POR INSTITUCIONES EDUCATIVAS
Y GRADO, 1946-1993
CUADRO 20
TOTAL DE TESIS DE ARQUEOLOGÍA POR GRADO
CUADRO 21
ARQUEÓLOGOS MIEMBROS DEL SNI EN 1990
CIHS/UAC 1 3.2
IIE/UNAM 1 3.2
IEA-DA/UDIA 2 6.4
IA-MA/UV 2 6.4
I!A/UNAM 10 32.2
INAH 15 48.4
DE MUSEOS, FINANCIAMIENTOS
Y OTRAS RAREZAS PROFESIONALES
CUADRO 22
MUSEOS CON CURADURÍAS ARQUEOLÓGICAS
Museo Investigadores
CUADRO 23
TESIS ARQUEOLÓGICAS NO MESOAMERICANISTAS
DE LA ENAH, 1946-198 7
Fuente: Agustín Avila et al., Las tesis de la ENAH. Ensayo de sistematización, 1988: 99-138.
176 Para una confrontación del "léxico último" -aquel que justifica acciones, creencias y vivencias vitales,
según Rorty (1991: 91)-militar y arqueológico, remito al diccionario de terminologfa militar de Martínez
Caraza (1 990) y al artículo de Garduño (1990) sobre las relaciones entre estrategia y organización. Para la
etnograffa del habla como "lingüística de la praxis" que uso para acceder a consideraciones emic especificas,
remito a Duranti (1992).
"'Un estudio reciente sobre el poder seductor de las palabras debido a Grijelmo (2000), al mismo
tiempo que admite que las metáforas abren mayor riqueza descriptiva, aprecia que en el amor, la economía
y la política éstas son mentirosas. Concluye que "las palabras pueden pronunciar la melancolfa con el sonido
del violfn pero también la guerra con la potencia de los tambores. Las palabras engatusan y repelen, edulcoran
y amargan, perfuman y apestan. Más vale que conozcamos su fuerza". Eso fue lo que descubrió Ari Shabari,
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA• 199
LA ARQUEOLOGÍA ES GUERRA
un ex oficial israelita cuando, en su tesis doctoral en la London School of F.conomics, estudió las cartas de
niños cuando los puso a escribir sobre "d árabe malo". Descubrió cuánto reflrjan los prrjuicios y cuánto
servían para estructurar d pensamiento y la acción social ("Mohamed, quiero que te mueras"; El Pa(s, 25
de agosto·de 2001: 4).
200 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
Sutton Hoo y Wharram Percy (Rahtz, 1986: 138-161) son ilustrativas de esa concepción organizativa.
'ª'En su satírico tratamiento de la arqueologia académica inglesa, Paul Bahn (1993: 19-22) cuando
se ocupa de la organización de la excavación habla más bien del director, Jos supervisores y Jos excavadores,
aunque su sarcasmo lo lleve todavía a equipararlos a un general, sus oficiales y la infantería. Aunque ambas
organizaciones sean jerárquicas, sus rangos no son los mismos. Aun en México.
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 203
difieran en otros aspectos. 186 Recuérdese que éstos no sólo han tenido en
común con los primeros una misma socialización profesional. Unos y
otros comparten conceptos teóricos y observacionales, tópicos de interés,
y hasta han trabajado en el INAH en algún momento temprano de su
trayectoria personal, cuando iniciaron su ascenso de escala; aun en el caso
de que den rienda suelta a sus preferencias personales de estudio, su ar-
queología debe ser negociada con el Consejo de Arqueología del INAH, que
es una referencia constante, decisiva, para obtener la autorización a sus
proyectos. En suma, no son nunca ajenos a su contraparte gubernamen-
tal. Por ello que confirmen que la preparación de un proyecto arqueológi-
co "En muchos sentidos se parece a una operación militar ... " (Lltvak, 1986:
67; cursivas del autor). La idea de que la formación del arqueólogo puede
compararse al ingreso a una "sociedad secreta o un grupo de guerreros",
procede de la misma fuente universitaria. 187
La misma imaginería bélica ha sido interpretada como una parábola
con lección moral. Según Carlos Navarrete, existe una analogía entre el com-
portamiento arqueológico y la guerra de 184 7 contra Estados Unidos, en
que varios generales mexicanos optaron por conservar intacto su ejército
en vez de cooperar contra el ejército invasor, simplemente porque ello fa-
cilitó la derrota de otros generales que no les eran gratos. De manera más
reservada, gusta ilustrarlo con la guerra intestina sostenida por los "gene-
rales" Eduardo Matos, Ángel García Cook y Enrique Nalda, una guerra de
posiciones hecha desde sus respectivos frentes y trincheras, distanciadas por
una cuantas calles de por medio, pero con un mismo objeto de interés:
Templo Mayor (un caso muy similar a éste es el Proyecto Xochimilco, en
que cada equipo trazó una línea Maginot imaginaria imposible de cruzar,
aunque eran escasos 150 metros los que los separaban). La informalidad
1s•Manzanilla y Barba (1994), que han descollado en la instrumentación de un nuevo tipo de proyecto
(véase más adelante), han introducido una serie de metáforas provenientes de la medicina y para las que una
excavación seria como una "minuciosa cirugía", una prospección una "radiograffa" y la integración e inter-
pretación un "diagnóstico". Es interesante que ambos autores sean investigadores universitarios.
mcito el resumen de la ponencia de Jaime Litvak, "La función del anecdotario en la formación del
antropólogo", escrita para el coloquio La Historia de la Antropología en México. Fuentes y Transmi-
sión, llevado a cabo del 5 al 7 de julio de 1993 en la ENAH. Su versión escrita (transcrita en realidad, ya que
Litvak optó por improvisar sus anécdotas) fue un poco diferente. Las anécdotas, dijo, sirven para trans-
mitir la tradición entre generaciones, tradición que es como una cultura, una identidad y un cuerpo cerrado:
"La anécdota en la formación del antropólogo es parte de una tradición, de una herencia. Es la transmisión
de una serie de rasgos que compartimos, que nos identifican hacia fuera y que nos unen hacia adentro. Nos
localizan, nos dicen qué somos, de dónde venimos, de cuántos grupos estamos hechos, quiénes son nues-
tros amigos y hasta dónde podemos contar con ellos y quiénes no lo son y hasta qué punto son peligrosos.
Esas anécdotas llevan a cabo esa labor dentro del grupo y fuera de él" (Litvak, 1996: 283-284). iBatres (1911)
se identificaba de modo tan similar cuando agrupaba a sus congéneres en "enemigos mios", "mis envidiosos"
y "mis defensores"!
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 205
con que este relato ha sido hecho -Navarrete siempre se ha negado poner-
lo por escrito, cosa doblemente extraña en él, dadas sus reconocidas dotes
como escritor- demuestra dos cosas: que es un lenguaje reservado a los
actos de habla (las anécdotas, la enseñanza del trabajo de campo, las tem-
poradas de exploración); que si bien refuerza la estrategia de atarse a sí
mismo para evitar la cooperación o comunicación -o estrategia evasiva-,
enfatiza la metáfora de que la arqueología es guerra, argumento que, por
otro lado, oscurece otros aspectos de la experiencia, ya que subestima los
aspectos de la comunicación y sobre todo la cooperación, clave para la acti-
vidad científica. En ese sentido puede afirmarse que los arqueólogos han lle-
gado al extremo de ser víctimas de sus propias metáforas beligerantes. 188
Sin ser del todo infundadas, el gran problema de las tipologías polares
antes citadas (Gándara, 1992: 79-81y96; Morelos, Rodríguez y Cabrera,
1991: 15-16) es que sustituyen un enfoque comparativo por otro valora-
tivo, donde el analista siempre argumenta desde el punto de vista de un de-
seado y deseable proyecto arqueológico de investigación, que siempre
existe como ideal, 189 al tiempo que desmerece a los proyectos de otros
tipos, especialmente los político-monumentales, donde el imperativo aca-
démico-científico aparece menguado por otros objetivos y motivaciones,
casualmente los de orden monumental y los que más prestigio retribuyen
a las jefaturas. Esta sustitución retórica arroja magros resultados para la
comprensión y explicación. Por ejemplo, la propuesta de un proyecto ideal
explícitamente científico, induce a Gándara dejar de lado la creciente impor-
tancia de los proyectos-presupuesto en manos de quienes denomina los
"arqueólogos administradores", pero cuya preponderancia es concomitante
188 Lakoff y Jonson ( 1980) observan que los conceptos metafóricos contribuyen a la compresión mutua.
No así cuando su sistematización extrema -<:orno es el caso de "La discusión es una guerra"- impiden la
comunicación, y, por ende, la comprensión. Tal como ocurre a los arqueólogos del cuento de Borges, "Tliin,
Uqbar, Orbis lhtius", donde el director de una cárcel estatal promete la libertad a los presos que trajeran un
hallazgo importante. Sus excavaciones en masa, ávidas y esperanzadas, sólo produjeron resultados contra-
dictorios que inhibieron sus ansiados resultados.
189 Es notorio que estas clasificaciones valorativas siempre vengan de arqueólogos gubernamentales, en
especial de aquéllos con más luces y que desean hacer del imperativo de conocimiento un objetivo central,
pero dentro de un contexto que los repele al predominar en él un imperativo monumental. En cambio, los
arqueólogos universitarios parecen ajenos a este sentimiento contradictorio, por lo que sus clasificaciones son
justamente de orden temático-personal. Confróntese al respecto la clasificación de Ochoa (1983: 115-119),
aunque sólo indirectamente se refiera a los proyectos del IlA entre 1964 y 1978, ya que se basa en sus pro-
ductos como artículos.
206 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
siendo de alta intensidad, pudo prolongarse por cincuenta años, por lo que
ya se le denomina como la "guerra de los cincuenta años" (cfr. Crockatt,
1994; Kruijt, 1994).
A pesar de estas deficiencias descriptivas de nuestra tipología polar
-que se fueron haciendo visibles en el proceso de estudio-, la postulación
de parámetros numéricos de clasificación hizo acariciar la idea de reunir
una respetable base de datos que respaldara una amplia clasificación.
Pero una cosa fue imaginarla y otra muy distinta realizarla. No conta-
ba con la negación de los arqueólogos de la gran arqueología a colaborar
en su observación. Me costó mucho llegar a la misma conclusión que
Embree hacia los nuevos arqueólogos norteamericanos y sus dificultades
para relacionarse con un filósofo: "Los arqueólogos no parecen ser lo su-
ficientemente antropólogos como para fascinarse con el prospecto de ser
objetos de estudio etnográfico" (Embree, 1989: 29; 1989a: 65).
A principios de 1994 diseñé una encuesta de 10 preguntas susceptibles
de cuantificación, y que fue dirigida a los directores de todos los Proyec-
tos Especiales por medio de la Dirección de Información y Estudios Cultu-
rales de la DGCP-CNCA. 191 Para facilitar su respuesta, la encuesta fue enviada
a la Secretaría Ejecutiva del Fondo Nacional Arqueológico, que por enton-
ces era una unidad de enlace entre el CNCA y el INAH, y de la que en gran
medida dependían económicamente estos grandes proyectos arqueológi-
cos. Pese a ello, tácitamente los arqueólogos se negaron a brindar la infor-
mación requerida. Me refiero a que ni siquiera se dieron por enterados. Al
entrevistarlo, uno de ellos me brindó la deferencia de negar el haberla
recibido. Pero la única respuesta formal obtenida fue harto esclarecedora.
Según Beatriz Braniff, no podía responder por dos razones:
1. porque su Proyecto Especial "Museo de las Culturas del Norte" en
Paquimé no incluía excavaciones;
2. porque "no tengo autorización por parte del INAH para dar la in-
formación solicitada" (cursivas del autor). 192
191 Las preguntas eran éstas: 1. lCuántos informes técnicos ha rendido?; 2. lCuántas cuartillas e ilus-
traciones contienen?; 3. lCuántos artículos, libros, ponencias y tesis ha generado?; 4. lCuántas intervenciones
ha realizado? (especificar tipo); 5. lCuántos proyectos se han realizado previamente al suyo? (especificar
número y periodo); 6. lCuántos investigadores ha ocupado y en qué actividad?; 7. lCuántos técnicos ha
ocupado y en qué actividad?; 8. lCuántos administrativos ha ocupado y con qué asignación?; 9. lCuántos
trabajadores ha ocupado, según temporadas?; 10. lQué cantidad global de dinero ha canalizado al proyecto?;
oficio SEC/520/94 del 4 de agosto de 1994 de Martha Rilo (directora de Información y Estudios Culturales
del CNCA) a la licenciada Maria Carina Navarro (secretaria ejecutiva del Fondo Nacional Arqueológico).
192Comunicación de Beatriz Braniff a Martha Tello, 7 de junio de 1994.
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 209
FIGURA 1
COMBINATORIA ORDINAL DE
TIPOS DE PROYECTOS ARQUEOLÓGICOS
1 + +
11 +
III +
IV
193 Debo al lingüista Fernando Leal acudir en mi ayuda con esta idea.
210 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
sólo por carecer de precedentes, sino porque se dio a escasos dos años de
concluirse el sexenio presidencial (1988-1994), justo cuando nadie, en la
burocracia patrimonial, esperaba más de lo que había obtenido. Pero
dentro del CNCA había quien pensaba distinto. El proyecto ya estaba hecho.
El problema era como llevarlo a la práctica, lo que incluía la defenestración
de García Moll y otros arqueólogos de su administración patrimo-
nial del INAH.
Cómo llegó nuestro personaje a la máxllnajefatura del INAH es especu-
lativo. Se dice que subrepticiamente había venido militando en las filas del
PRI desde hacía años. Sea cierto o no, es claro que cualquier director ge-
neral debe, por ley orgánica, ser nombrado por el secretario de la SEP, quien
a su vez es nombrado por el presidente en turno. Su caída introdujo la
novedad de que el CNCA pasó a ser una unidad superordinada sobre el INAH,
aunque de modo muy informal, sin llegar a cambiar la ley (por lo que
después de todo se recurrió al golpe palaciego para lograrlo), ambigüedad
que hoy ha hecho volver a la SEP por sus fueros. Lo importante es que
hasta antes de su designación, García Moll había venido trabajando por
espacio de 15 años (1973-1988) el Proyecto Yaxchilán, un sitio arqueo-
lógico de alguna importancia localizado en la cuenca del río Usumacinta,
y que se planeaba integrar con otros sitios (Pomoná, entre ellos) en un
circuito turístico-cultural que recuerda mucho al proyecto Ruta Maya de
años después. Tan fuerte era su dominio personal sobre el sitio, que
medio en broma medio en serio se le conoció por el sobrenombre de "Señor
de Yaxchilán", título que muy bien podrían portar otros arqueólogos que
dominan las zonas arqueológicas como si fueran de su propiedad privada.
Su proyecto en sí no era de muchas luces. No ambicionaba ir más allá de
reconstruir la historia cultural del sitio, es decir, establecer "generalizaciones
e hipótesis de trabajo válidas para el sitio" [sic] (García Moll, 1984: 187).
Su arribo a la cúspide de la pirámide estructural del INAH no introdujo
grandes modificaciones a lo acostumbrado, no más del ritual de cambio
de unos arqueólogos distantes por otros allegados a él. Su ineficacia para
administrar una estructura compleja precedió a su clímax final. En 1991,
por ejemplo, dio un desplante autoritario a una propuesta de carácter
académico de parte de un grupo de ex colegas suyos de la Subdirección de
Estudios Arqueológicos, que pretendían desarrollar proyectos de investiga-
ción en vez de conservación monumental. A pesar de lo autoritario de su
respuesta, se puede notar que en última instancia ésta se mantenía fiel
a la tradición; les dijo a los inconformes que "si en algún momento la con-
servación o consolidación se ha planteado como prioridad, una vez que
deja de serlo, cede su lugar, si hay quien la efectúe, a la investigación"
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA• 213
(García Moll, 1991: 6), regla no dicha para los proyectos oficiales todavía vi-
gente y que se reduce a que la investigación arqueológica es una actividad
paralela en el sentido más literal. Mas con una elemental división del traba-
jo, la inquietud pudo haberse aprovechado para lanzar un proyecto o pro-
yectos de investigación no menos visibles que los aplicados. Pero él no lo
vio, como tampoco vio venir la idea de los Proyectos Especiales, previsible
en vista de la predisposición arqueológica del presidente, harto sensibi-
lizado desde la escandalosa "recuperación del tesoro prehispánico" con que
se saldó la "ofensa personal" que le significó el robo al Museo Nacional de
Antropología. 194
Ya en esa ocasión el presidente Salinas había ordenado al presidente del
CNCA ocuparse activamente de preservar al patrimonio antiguo, decisión
que García Moll siempre vio con ambivalencia por resultarle antitética a
la lealtad que debía al secretario de la SEP. Lo que ocurrió en 1992 en cierto
modo él lo provocó con su limitada capacidad estratégica. Pero tan ignomi-
niosa degradación no fue suficiente para sus enemigos. La derrota le costó
incluso la dirección del Proyecto Yaxchilán a manos de uno de los arqueó-
logos que en 1991 le proponían darle mayor espacio al cometido académi-
co en los proyectos. Al mismo tiempo, es probable que el presidente Salinas
haya experimentado la misma pasión fundamentalista de su antecesor
José l.ópez Portillo, cuando el 28 de febrero de 1978 degustó "pleno y re-
dondo el poder", un poder tan irrestricto como para crear la realidad his-
tórica a voluntad, causa primera del Proyecto Templo Mayor. 195 Me refie-
ro pues a que en mayo de 1993, durante una visita a Palenque en
compañía de los presidentes de Honduras y Belice -con quienes discutió el
Proyecto Ruta Maya, ideado para crear una ruta turística que uniera las
zonas arqueológicas de Palenque, Toniná, Yaxchilán, Bonampak, Altún Ha
y Copán- Salinas no pudo contenerse más, confesando a su guía que "me
encantaría dedicarme a la arqueología". Más que dispuesto, el coordinador
Nacional de arqueología del INAH, Alejandro Martínez, repuso: "Pues ade-
lante, bienvenido al gremio". 196 Y así se declaró "amigo de los arqueólo-
194 En 14 de junio de 1989 hubo un sonado ritual de recuperación del pasado (las piezas que habían sido
robadas al Museo Nacional de Antropología) protagonizado por su, en apariencia, único propietario histórico.
En él, el presidente Salinas sentenció a sus subalternos: ''Ibr eso, nuestro patrimonio cultural es más que una
posesión que está en el mercado o una propiedad que podemos detentar, es un acto de constitución y carácter.
Todo lo que [lo) afecte es una afrenta personal a cada uno de nosotros( ... ) El Gobierno de la República se
compromete a apoyar a todas las acciones que valoren los signos de nuestro pasado y que eleven la conciencia
de la población sobre la riqueza y variedad de su patrimonio histórico y cultural" (Salinas, 1989: 2 y 4).
1•sI.a frase completa de l.ópez RJrtillo está recogida por 1.ópez Luján (1993: 31), quien también lo pone
como arranque del proyecto, tildándolo de "capricho presidencial", como si fuera un desplante pasajero.
Se olvida que este "capricho" es voluntad a su nivel, mandato hacia la abigarrada jerarquía inferior y tradición
disciplinaria para sus colegas.
1••E1 diálogo fue recogido por un reportero de la revista Época, 103, 1993: 11.
214 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
20 1 Lacifra corresponde a los registros del Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología
(ATCNA, en adelante), publicados bajo el título "Proyectos arqueológicos en curso" por la revista Arqueolo-
gía (3-5, 1988), en su primera temporada; según otra fuente, los proyectos serían 171 hasta finales del pa-
sado sexenio (INAH, 1989, f. 3). Para una discusión de estos datos, véase el capítulo previo.
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 217
CUADRO 24
DISTRIBUCIÓN PRESUPUESTAL DE LOS
PROYECTOS ESPECIALES DE ARQUEOLOGÍA, 1992-1994
(En millones de nuevos pesos)
FIGURA 2
ORGANIGRAMA DE lA ARQUEOLOGÍA DEL INAH
Dirección General
1
1
1 1
1
Coordinacción Nacional de Arqueología
1
1
1 1 1
1 1 1
1
$
Especialidad de Arqueología Maestría de Arqueología
1 1 1 1
DUALIDAD DE PRIORIDADES,
2,DESCUBRIMIENTO O INTERPRETACIÓN~
213Philip Kohl (1996) ha examinado en detalle la espinosa cuestión de los "derechos de propiedad en
la arqueología", a raíz de la disputa de prioridad sostenida por el ruso A Formozov con los miembros del
equipo ucraniano-americano que han vuelto a excavar el sitio paleolítico de Staroselye, en Crimea. "La regla
no escrita es, por supuesto, que el arqueólogo que descubre e inicialmente investiga un sitio tiene, ceteris paribus,
el derecho de continuar el trabajo de ese sitio. Tal «derecho» no constituye un reclamo legal hacia el sitio, y
diferentes países tratan de modificarlo por diferentes medios" (Kohl, 1996: 113). En Estados Unidos, se recono-
ce así un "derecho de primacía", pero habría una tensión entre a quién pertenece el pasado y un conocimiento
arqueológico que reconoce la prioridad del descubrimiento. Kohl, finalmente, admite que debió de haberse
consultado a Formozov, pero éste es más tajante cuando exige su permiso personal. Lo que se dtja de lado en
este esh1dio es que Crimea es hoy territorio independiente de Ucrania, pero lo que los rusos no parecen dis-
puestos a renunciar es a seguir considerando al sitio como "monumento arqueológico", según se desprende
del alegato de Formozov incluido junto al artículo de Kohl.
FENOMENOLOGL\ DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 227
2 14 No es mi interés discutir qué clase de ciencia es la arqueologia, pero me inclino a pensar que su epis-
temologia no es positivista y ni siquiera protopositivista. Su objetivismo es tan natural, que me recuerda
mucho al primer programa científico de Francis Bacon, en el siglo XVII. Este programa está lejos de haber sido
sobreseído del todo. Todavía en 18 76 Darwin reconocia que su inductivismo venia de Bacon y de que siempre
recogió grandes cantidades de datos sin trabajar bajo una teoría, a pesar de que en su momento hizo lo impo-
sible porque se le reconociera su prioridad sobre el evolucionismo. Pero además, Darwin era muy consciente
de las atrofias que ese modo de pensar y de accionar le ocasionó en el desarrollo de su mente y carácter.
Aparte de observar su incapacidad para el pensamiento abstracto y estético, y su atrofia del "lado emotivo de
nuestra naturaleza", asentó: "La pasión por coleccionar lleva al hombre a ser naturalista sistemático, un vir-
tuoso o un avaro ... " (Darwin, 1993: 6-7). Para una comprensión de la génesis y desarrollo del pensamiento
positivista, remito a Moulines (1982: 305-323). Al respecto, me parece importante señalar que mientras Com-
te procuró aplicar el método de las ciencias naturales a la historia y la sociedad, nuestros arqueólogos parecen
estar a disgusto entre las ciencias blandas, luego insisten en buscar prótesis científicas de tipo técnico, supo-
niendo que el manipular con ellas objetos-cosa los lleva hacia las ciencias duras. La crítica de Clarke (1984
[1968]) de que tales técnicas observacionales "son meros accesorios" y de que la arqueologia debla ser una
ciencia analítica más matemática que científica, no ha tenido gran acogida en México. Con todo, subsiste
su ominosa descripción de que la arqueología, sin un cuerpo teórico central, "continúa siendo una profesión
intuitiva, una destreza maquinalmente aprendida".
21 sTrryakian (1979), en una intesante discusión del uso heuristico de las tipologias, indica que la polémi-
ca de si son entidades empíricas o categorías mentales está lejos de resolverse. Sin embargo, hace notar varias
cosas más. La primera es que las nuevas perspectivas taxonómicas son explfcitamente nominalistas, es decir,
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 229
John Locke (1975 (1690]) podría ser tildado de empirista moderado por ad-
mitir que el conocimiento sabe de la existencia por otras vías (reflexión e
intuición), además de la sensación.
Volvamos entonces a la apropiación de tiestos y de resultados de los pro-
yectos. Uno de los hábitos más profundamente enraizados en esta tradición
es precisamente el de la clasificación de materiales, cerámicos en especial,
a fin de abstraer tipologías con las cuales establecer relaciones entre cultu-
ras arqueológicas. Como técnica, es el procedimiento que más tiempo
consume a un proyecto; casualmente por ello se le posterga para fases
terminales, casi invisibles del proceso de conocimiento, cuando la parte
más visible e intensiva (los hallazgos monumentales y su conservación)
han cesado. Como asienta López Luján (1993: 149): "Esta tarea se ha vuelto
tan habitual que muchos investigadores la practican simplemente por
costumbre, más que como un medio, como el fin último de sus pesquisas"
(cursivas de autor). En cuanto a técnica, su reiteración exacerba la relación
objeto-sujeto, afianzando con su insistencia el sentido de pertenencia del
objeto-cosa. Dada la epistemología objetivista de fondo, la clasificación
llega a potenciar la reiteración a escalas infinitas. En un proyecto de baja
intensidad y baja verticalidad como es el Proyecto Bolaños (del que me
ocuparé detenidamente en el siguiente capítulo), la cifra de tiestos ascendía,
hasta mediados de 1993, a 30,000 unidades. Comparado a un proyecto de
alta intensidad y alta verticalidad como el de Teotihuacan 1980-1982, la
cifra es irrisoria, pues en uno solo de sus frentes (y recuérdese que en sus
mejores tiempos tuvo 16) arrojó 78,000 tepalcates, que aún no acaban de
ser clasificados en la bodega de Cuicuilco por el arqueólogo a cargo del frente.
La reiteración de un procedimiento de clasificación, cuando se trata de
grandes cantidades de datos, es ya un problema matemático de eficiencia
(Paulos, 1993: 46-48). 216 Una vez más encontramos otro punto de con-
tacto con la taxonomía biológica, además del sentido de apropiación de
admiten que las tipologías no son "naturales" sino actos creativos y heurísticos. Luego, que su reificación pue-
de acarrear esterilidad científica, al impedir la búsqueda de explicaciones más convincentes, siempre que se
tome de facto su carácter explicativo. Pero lo más interesante es que su examen de las tradiciones tipológicas
en la teología, la filosofía y la biología lo lleve a descubrir que lo más ardientes defensores de las clasificaciones
tipológicas sean aquellos más tradicionalistas y con predisposición a una ordenación jerárquica de la natura-
leza en estratos bien definidos. No es una coincidencia que en la tradición arqueológica mexicana hasta la
fecha se admita que la tipologización cerámica "es la parte más importante del trabajo", como una vez esta-
bleciera Eduardo Noguera, ya que, teóricamente, se les considera clave para estudiar las fases de desarrollo
de la historia del México antiguo (Noguera, 1995).
210 Paulos es sumamente critico hacia la reunión obsesiva de estadísticas y datos en grandes cantidades,
pero sin útiles conceptuales para llenarlos de contenido. R:>r ello su paráfrasis de Coleridge: "Datos, datos por
todas partes, pero ni una sola idea para pensar." Aparte del uso de algoritmos de recuperación, Paulos sugiere
que "El algoritmo de clasificación más importante es una buena formación y una amplia cultura general"
(Paulos, 1993: 48).
280 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
217Una tercera coincidencia la abordaremos en el capitulo final. Me refiero a que los biólogos evolucionis-
tas están fascinados con la lucha eterna entre cooperación y competición en el seno de sociedades y organismos,
virus inclusive (Nowack y Sigmund, 2000).
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICAi'IA • :281
Corría el año de 1651 cuando Thomas Hobbes (1980) expuso toda una
filosofía civil -en sus vertientes política y ética- erigida sobre una base
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 235
227La obra de Russell (1972) a que hago referencia fue publicada en 1945, 2 años antes de que Von
Neumann y Morgenstern presentaran su Theory of Games and Economic Behavior ( 194 7); otros filósofos y
economistas posteriores han reconocido el "reto de Hobbes", y su resolución tan próxima a la matemática
(Paden, 1997; Dascal, s.d.; Conthe, 1999).
22a Uno de los deliciosos aforismos de Elias Canetti sintetiza al máximo la estrategia cartesiana: "Una
pasión intensa tiene la ventaja de que obliga al hombre a superarla con astucia y, de paso, a conocerla también
con precisión."
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 237
Admitía, eso sí, que la teoría de los juegos podría iluminar las manio-
bras ofensivas y defensivas de los rijosos científicos, pero nunca sospechó
que esa misma aplicación podría sacar a la luz las gradaciones de la racio-
nalidad estratégica o, más grave aún, la demostración de que los proyectos
fracasados, expectativas insatisfechas y deseos frustrados de individuos que,
actuando racionalmente, pudieran en su defecto basarse en suposiciones
irracionales, pasionales las más de las veces (Elster, 1989: 260). La pro-
puesta analítica de Elster va precisamente orientada en ese sentido: la con-
ducta racional sólo tiene sentido en un trasfondo de irracionalidad. Según
pienso, esta unificación del pensamiento racional e irracional sin recurrir
a la psicología, la sociobiología o al funcionalismo -ampliamente criticados
por Elster mismcr-, constituye una aportación fun~ental a la teoría del
actor racional, la que desde sus orígenes padeció de graves limitaciones de
aplicación a la vida real (Vajda, 1988: 1267). 23º
229Véase al respecto el interesante artículo de Fedro C.Guillén, significativamente titulado "La cartas mar-
cadas. Darwin y Wallace" (La lomada Semanal, 256: 26-29, 1994).
lJOLa otra lfnea de aplicación de la temía racional (más allá de los modelos de juegos) es la experimen-
tación. Davis (1986: 136-146), cuando se ocupa del dilema del prisionero, menciona una serie de experimentos
238 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
Lo que pretendo establecer con tan informativo periplo por los funda-
mentos de la modernidad es que razón y pasión nunca estuvieron reñidas
en sus orígenes. La pasión se tornó contradictoria y hasta enfermiza cuan-
do el nacimiento de la clínica se arrogó su conocimiento para su propio
beneficio y legitimación. El psicoanálisis de nuestro siglo no pudo haber
sido sin asumirse por antonomasia como "un vasto tratado de las pasio-
nes humanas, una suerte de comedia humana" -en palabras de un divul-
gador de Freud-, y cuyo afán central era sanar al individuo enfermo a la
vez que criticar a la sociedad enferma que lo reproduce. No es fortuito,
pues, que mucha de la psicología actual siga creyendo qué las pasiones son
asequibles estrictamente como "trastornos mentales", "cuadros patológi-
cos", "desórdenes emocionales" y demás léxico que siempre opone e im-
pone el lagos al pathos (pasión, emoción, afección). Muy tardíamente, los
psiquiatras han debido asimilar el hecho palmario de que la creatividad
artística posee resortes usualmente designados como causales de su diag-
nóstico experto (Redfield, 1995). Antes de eso, debíamos contentarnos con
intuiciones geniales pero iconoclastas como las de Koestler (1964), cuando
sugería que el acto de creación implicaba una suspensión del acto racio-
nal. Por cierto que no estaba desencaminado cuando sugirió un pensa-
miento bisociativo, que hoy preferimos denominar como capacidad de
procesamiento paralelo de la racionalidad y las emociones (Neisser, 1975).
Es una ironía el que la metáfora cartesiana del hombre como autóma-
ta, tan útil a la neurociencia (hoy convertida en el cerebro como ordena-
dor), sea también la que haya apuntalado la clara distinción de la inteli-
gencia humana y la inteligencia artificial. Los programas computacionales
son unidireccionales simplemente porque carecen de la multiplicidad de
motivos del pensamiento humano. Esta multiplicidad refleja la base emo-
cional de su actividad cognoscitiva. Tales emociones no se retiran del esce-
nario para permitir el raciocinio, sino que trabajan en paralelo, aun cuando
se trata de elegir estratégicamente entre ganar o perder. Escribe Neisser
(1975: 265) puntualmente: "Ninguna persona escribe un ensayo científico
simplemente para comunicar información técnica, así como tampoco nadie
lo lee sólo para estar mejor informado. Los motivos manifiestos y cons-
cientes son importantes, pero nunca operan aislados". De hecho, es pro-
bable que las motivaciones más profundas sean tanto más pertinentes
muy prometedores, pues hasta ahora el análisis de los juegos en la vida real ha sido descriptiva, incluso en
la politología, donde ha sido imposible establecer una expresión cuantitativamente fiable de los pagos, cuyas
cifras son estimativas y hasta arbitrarias.
FENOMENOLOGÍA DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 239
cuanto la tarea a resolver sea más y más compleja. Esta peculiaridad mo-
tivacional (pasional, ya libre de patogenias de toda especie) del científico
acrecienta su eficacia resolutiva, sumado a su ventaja educativa y metódica
sobre la cognición del hombre de la calle (De Vega, 1992: 513-514; Cole-
man y Freedman, 1987: 133)
Que las emociones sirvan de motivo a la actividad cognoscitiva no es,
por cierto, un avance que debamos en exclusiva a la psicología cognitiva,
bien que lo ha venido a confirmar. Lo más intrigante de los pensadores del
siglo xvm es que no asumían como excluyentes pasión y razón. Y esto
vale para tanto para Descartes y Hobbes como para Locke y Voltaire. Es-
pecialmente en Descartes encontramos que su descripción de las pasiones
discurre en pares encontrados que apuntan hacia una ruptura de las tra-
diciones medievales y estoicas que tomaban como condenables cualquie-
ra de sus expresiones. Proponía en seguida evitar su vicio o exceso para
la toma de decisiones y acciones, pero también administrarlas en lo que
tenían de bueno. Así, por ejemplo, las pasiones de la admiración y el asom-
bro, que adelante cito en extenso por obvias razones ligadas a la pasión de
descubrir. Mientras la primera era una sorpresa súbita ante objetos
extraordinarios, no era en sí misma ni buena ni mala. El asombro en
cambio era una sobredosis de admiración. Era su exceso el que pervertía
a la razón. La admiración era útil para aplicar el entendimiento y adquirir
las ciencias; no así su hábito, que, sigue Descartes (1994: 126) diciendo:
dispone al alma a fijar la atención del mismo modo sobre todos los
demás objetos que se presenten, a poco nuevos que le parezcan. Y
esto es lo que hace durar la enfermedad de los ciegamente curiosos,
es decir, de los que buscan cosas raras sólo para admirarlas y no
para conocerlas; porque se hacen poco a poco tan admirativos que
son capaces de fijar su atención no menos sobre las cosas sin nin-
guna importancia que sobre aquellas cuya investigación es más
útil.
231 la arqueóloga Sarah Tarlow (2000) está explorando el mismo campo, y sostiene que las emociones
no pueden separarse de la experiencia. Muy a lo Herder, revive la empatía como proyección comprensiva hacia
el pasado, pero ello plantea el problema de la comprensión e interpretación dentro de la disciplina. Aquí hemos
ido directo al grano, es decir, a la experiencia propia de la disciplina.
240 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
La gran arqueología,
la otra arqueología ... y más allá
Sin embargo, se preserv6 el nombre de Moctezuma
y la saga de sus compatriotas y nunca se les olvidará gracias,
no a la piedra, sino a las palabras que captaron
el acontecimiento, a los relatos que han sabido transmitirlo ...
TzvETAN ToooRov, "La conquista vista por los aztecas" 234
ciones propias de los proyectos de urgencia. Las más obvias que pueden
advertirse en su reporte técnico son las de orden interpretativo. No es-
bozaron siquiera un proyecto preliminar, sino que confiaron a que éste
deviniera del natural asombro del hallazgo. Por ello su mayor contribu-
ción disciplinaria se reduce a corregir el plano de 1960 del arquitecto y
arqueólogo Ignacio Marquina (García y Arana, 1978: 78). Para suple-
mentar sus insuficiencias, no vacilaron en acudir al aztequismo de los
gobernantes, que, además de interesarse también en liberar al famoso
templo (conocido desde el siglo XVI por las fuentes históricas), tenía el
supuesto atractivo de haber
... renacido en el mejor momento, el más oportuno para todos los que
estamos interesados de algún modo en obtener un mayor conoci-
miento de nuestro pasado, de los que en una u otra forma tratamos
de comprender no sólo nuestros orígenes y raíces culturales, sino de
afianzar con más fuerza nuestra nacionalidad. Coyolxauhqui hace
realidad el proyecto Templo Mayor y Coyolxauhqui dará mayor
solidez a nuestra nacionalidad como mexicanos (García y Arana,
1978: 82; cursivas del autor).
vertido en Proyecto Templo Mayor- engrosarlo con 15 arqueólogos más (García y Arana, 1978: 76). La
intención de la propuesta era evidente.
252 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
to; algo análogo a la decisión de "ocupación pacífica" de terrenos en las zonas arqueológicas descubiertas
en terrenos rústicos.
252 Para Salomón González y Jorge Angulo (1983), este Museo del Templo Mayor debería incluir un
centro de investigación de la cultura mexica o Centro Regional de Tenochtitlan. Con tal fin, elaboraron
un guión temático, a espera de los recursos económicos y humanos requeridos. Éstos nunca llegaron a
sus manos. La respuesta de Matos fue más ambiciosa: impulsó una consistente investigación paralela al
análisis de materiales, por lo que hasta 1991 disponía de ocho tesis profesionales producidas por su joven
personal y 130 libros y artículos publicados (López, 1993: 34, nota 22 injra). Gracias a esta política de
investigación, el proyecto alcanzó una eficacia mayor que el simple asombro de un descubrimiento remar-
cable, punto débil de la pasión sus opositores. Eso lo advirtió Lorenzo desde 1979: "El problema arqueo-
lógico es uno, y es sencillo aun en su magnitud, profesionalmente solucionable aunque sea dificil hacerlo
entender a quienes ya han reaccionado ante la vieja y mantenida politica que consiste en creer que la
arqueologia es fabricar zonas arqueológicas por pedido, en vez de pensar que la tarea del arqueólogo es
la de buscar la vida de las sociedades que nos precedieron" (Lorenzo, 1991: 425 ).
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 253
FIGURA 3
ORGANIGRAMA DEL PROYECTO TEMPLO MAYOR
1 1
1 1
Etnohistoria 1 1
Monumentos históricos Administración 1 Investigación
Laboratorios de
Prehistoria Unidades de: Secc.de excavación
Antropologia ffsica Presupuesto Sección I
Mecánica de suelo Personal Sección 11
Inventario Sección III
1
1
Secciones auxiliares: 1
Conservación y restauración
Control de materiales
Fotograffa
Dibujo
Cerámica
Estudios Especiales
2sJDe hecho, fueron cinco las temporadas de campo, pues hubo dos más en 1991-1992 y 1994
(López, 1993: 16 y 1995: 77).
254 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
un tanto ajena a nuestro objeto (si bien reaparecerá en sus ideas restaura-
doras y expectativas teotihuacanas), me limitaré a explorar la segunda
característica, que se sintetiza en el "efecto de superposición", típico del
hipertexto. 257 Para alguien que no se interese en el análisis textual, leer
a Matos puede resultar una tarea enfadosa por su reiteración de frag-
mentos completos que se repiten una y otra vez en sucesivas publicacio-
nes. Este efecto de superposición puede resultar confuso, y hasta prestarse
a malas interpretaciones. La nuestra propone lo siguiente explicación:
por un lado, la aparente repetitividad de sus escritos se origina en que
su interpretación arqueológica borda alrededor del núcleo histórico cul-
tural, que conserva a pesar de su marxismo, fenomenología y simbolis-
mo periféricos. Sin embargo, por otro lado, no deja de ser interesante
cómo se da su progresión interpretativa, que en vez de ser lineal se mue-
ve en círculos concéntricos de mayor radio cada vez.
Quizá sea ilustrativo para nuestro análisis recurrir a continuación
a las evaluaciones externas a nuestra arqueología, que no tienen otro
interés sino el conocimiento en sí proporcionado por los arqueólogos
mexicanos a la disciplina. Así, en su atlas arqueológico, Martin Roland
sostiene que Templo Mayor es una demostración de que la arqueología
histórica conserva su aliento a pesar de la nueva arqueología cientifis-
ta. Aunque las nuevas técnicas de prospección y análisis encaminen a
la "arqueología interdisciplinaria", eso no cambia su naturaleza recons-
tructiva de la historia. En este caso concreto, sigue diciendo Roland, se
da una interacción de texto y excavación, que debe ponderarse: "Gracias
a las descripciones de los españoles se ha reconocido inmediatamente el
gran templo mayor de México, el mayor descubrimiento en los últimos
años" (Roland, s.d.: 211). Hasta cierto punto, Sabloff y Renfrew coinci-
2s1 Hasta antes de la revolución informática este estilo era motivo de desprecio entre los investigado-
res. Me viene a la mente el estilo de historiar que E.H.Carr condenaba como propio de "tijeras y engrudo".
Hoy día es probable que nadie coincida con él, excepto los historiadores, por razones obvias. La hiperme-
dia por su parte ha brindado al científico un tercer recurso que no posee el libro de arte: agregar sonido
a las imágenes y texto. Es imprevisible saber a dónde llevará este desarrollo, pero hay quien asegura que
Internet está sobrepasando la comunicación científica, vía artículos y revistas. En fin, lo que ya se cono-
ce como "efecto de superposición" de los textos magnéticos se refiere a costumbres ligadas al procesa-
miento de hipertextos por ordenador. Ya no es cosa de cortar y pegar, sino de "encontrar y reemplazar"
o "mover y copiar bloques" y, sobre todo, vincular gran cantidad de archivos de forma no lineal. El
efecto es el de sobreponer unos textos a otros, lo que puede hacer reiterativo el estilo, si se aplica en
demasía. En el caso de Matos es probable que contribuya por igual la experiencia "piramidal" a que
hace referencia Andrés Santana en el epígrafe inicial, es decir, habría una cierta similitud entre la super-
posición textual y la superposición constructiva de las pirámides mesoamericanas; cfr. Anne Eisenberg,
"Scientists and their CD-ROMS", SA, 2 (272): 88, 1995.
256 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
que el propio Matos debió elaborar para sus transacciones sociales más
amplias que la disciplina y sus practicantes, concilia con estas otras eva-
luaciones. Pero es justo reponer que es una imagen incompleta porque
involucra una idea de arqueología bastante común en México: única-
mente su espectacularidad monumental.
En rigor, el des-cubrimiento de Templo Mayor conserva el sentido que
Leopoldo Batres dio al vocablo descubrir en Teotihuacan (Batres, 1993
[1919)). Cuando reconstruyó la Pirámide del Sol, su tarea fue precisamen-
te la de "descubrir la capa más exterior" que recubría la edificación, que,
como bien lo atestiguan las pinturas y bocetos de José María Velasco, a
nadie confundía lo que ocultaba debajo. Con toda seguridad, Sigüenza y
Góngora no se equivocó tampoco al momento de hacer la primera exca-
vación de que se tiene noticia en la Nueva España, en 1675. 259 Por lo
tanto, durante mucho tiempo bastó con repasar a Hernán Cortés, Ber-
nal Díaz del Castillo o fray Bernardino de Sahagún para darse una idea
bastante aproximada del monumento sepultado bajo el orden arquitectó-
nico colonial, si bien se desconociera cuán preservado pudiera estar el
templo. 260 Un ejemplo retrospectivo muy influyente sobre la imagen
actual del pasado es la conocida maqueta realizada por Marquina en
1960, todavía expuesta en la Sala Mexica del Museo Nacional de Antro-
pología. Aunque todo este preconocimiento pudiera servir a una decons-
trucción de la elaboración social del descubrimiento de Templo Mayor, 261
lo que aquí nos preocupa es su re-conocimiento, su re-interpretación, su
re-constitución.
Volvamos a la formulación a posteriori del proyecto en 1978. Como
antes asenté, cuatro años antes Matos (1986c [1974)) estaba en pose-
sión de ciertas ideas teóricas germinales, pero inconfundibles. Al abor-
dar el concepto de la muerte en el mundo mesoamericano, vio en la
ideología mítico-religiosa mexica un fenómeno cuya esencia estaba en
la estructura económica de un modo de producción basado en la agri-
2s•schávelzon (1983) sostiene tozudamente que Boturini se equivoca, y que Sigüenza taladró bajo
la Pirámide de la Luna. Como quiera que haya sido, la cantidad de exploraciones que se han hecho desde
1675 (que irían de Brantz Mayer en 1841 hasta Linda Manzanilla, recientemente), indican la existencia
y conocimiento sobre un sistema de túneles y cuevas, pero invariablemente la que más ha atraído asom-
bro es la caverna bajo la Pirámide del Sol, que a todo mundo provoca sueños egipcios. Más tarde volve-
ré sobre ello. El hecho es que estas pirámides son conocidas desde tiempos lejanos por lo que el descubrir
es más un des-cubrir.
260E1 siglo XVIII fue una época profusa de reconstrucciones mentales del templo, que no ocultaban
la sensibilidad e interpretación neoclásica; la ópera y literatura barrocas no fueron ajenas a este impulso
estético (véanse Gruzinsk.i, 1992; Sten, 1992).
26IPienso en particular en el ejemplo del des-cubrimiento de América, que Woolgar (1991: 88-92)
aborda por medio del análisis de las bases sociales de los descubrimientos científicos debido a Branningan.
'258 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
ios No es el único. En reciprocidad, tampoco cita a Nalda a propósito de las periodificaciones marxis-
toides. Explica por qué: 'J\unque la idea de Nalda tiene cierta similitud con la nuestra, no deja de ser inte-
resante que ese autor jamás nos menciona, pese a que nuestro trabajo fue planteado con anterioridad"
(Matos, 1994b: 70).
266 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
270 Es decir, los pagos a cada jugador están balanceados en cero, pues uno gana lo que el otro pier-
de. Si se continúa con una misma estrategia (pura), la proporción de ganancia será igual, a no ser que
se opte por jugar al azar. La búsqueda de otras estrategias modifica el juego pues lleva a otros puntos
de equilibrio, de mayor o menor ganancia.
211 En 1995 publica (Matos, 1995) un informe con sus excavaciones recientes que atestiguan un
interés centrado en la Pirámide del Sol y en la "cueva que se encuentra debajo de la pirámide". De paso,
su antología de autores no incluye a Linda Manzanilla.
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 269
rango de los gobernantes. Negando que éstas sean las conclusiones de-
finitivas del proceso urbano investigado por ella, no deja de comunicar-
nos la clave de su familiar interpretación: "Simplemente son producto
[estas ideas] de una preocupación por recalcar el carácter discontinuo y
complejo del proceso, y por interrelacionar algunos sectores de la infor-
mación con categorías que nos son familiares" (Manzanilla, 1986: 3 70;
cursivas del autor).
No obstante que sus ideas sobre los primeros estados surgidos en el
sur de Irán e Irak entre 3500 y 3200 a.c. no concilien del todo con nue-
vas y contradictorias evidencias que lo mismo apuntan a que ya estas
sociedades neolíticas distaban de ser armoniosas arcadias de pacíficos e
inofensivos agricultores, pero asimismo a que ciertas ciudades secunda-
rias como Mashkan-sapir muestran signos de que el modelo centrali-
zado político y religioso pudo haber sido menos acusado de lo que se
suponía (cfr. Harris, 1993; Stone y Zimansky, 1995), lo que aquí nos
interesa es el mecanismo de traducción cultural y teórica usado por la
autora para aprehender realidades dispares mediante categorías que nos
son "familiares". Claro está que no tenía por qué haber citado a Piña
Chán en este contexto ajeno, pero sugiero que es él con quien traduce.
Vamos entendiendo así por qué Matos dirige su crítica contra Piña,
cuando en realidad lo hace a Manzanilla (a decir verdad se trata de una
tesis ampliamente compartida por los arqueólogos histórico-culturales
mexicanos, pues el mismo esquema fue aplicado por Berna! en otra
época a la sociedad teotihuacana y aun la azteca: las fases Teotihuacan I
y 11, de paso de la aldea a la urbe, corresponden a edificaciones religiosas y
al dominio sacerdotal; hasta Teotihuacan III se dará una contemporiza-
ción de militares y sacerdotes, previa a su decadencia bajo Teotihuacan
IV. Berna! también advertía el paso del templo al palacio en las edificacio-
nes; son deveras "familiares" las creencias de Manzanilla, como puede
inferirse). 277
En su inicial experiencia teotihuacana en la comunidad de Cuana-
lan, advertimos diafanamente similar divergencia entre la teoría en boga
y la interpretación teórica tradicional. Al principio parece estar aplican-
do el modelo de simbiosis económica de Sanders-postulado para comu-
nidades especializadas productivamente, pero convergentes a un centro
distribuidor de bienes-, pero tan pronto refuta la importancia de la agri-
cultura hidráulica que Sanders ponderaba, se vuelve a Sumeria para
destacar la importancia del templo y los grandes centros de acopio redis-
msernal (1985 [19641).
274 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
21•Me refiero a Manzanilla (1993a), obra en tres volúmenes, pero de la que se disponen de los dos
primeros, a saber, los relativos a las excavaciones y a los estudios específicos. Un tercer volumen se de-
dicará al microanálisis.
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 275
un residuo de la capacidad de integración, misma que depende de las técnicas rigurosas de registro como
de una asociación funcional y tridimensional, de la que surgen las asociaciones sincrónicas y diacrónicas.
Lo curioso es que se fije en las reglas de correspondencia toda la interpretación, tal como creía Hempel. Para
una crítica a esta concepción, remito a Moulines (1993: 158-161).
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 277
olmeca, pero sobre todo por las perspectivas que abre el descubrimiento
de Rubén Cabrera en La Ventilla. Al respecto hay que poner de relieve
también que fue un continuador de las ideas difusionistas de Kirchhoff
quien postuló por primera vez que la elaborada iconografía local era
susceptible de lectura a través de "grafemas" o "pictogramas", metáforas
y condensaciones textuales (Barthel, 1987). Éste fue el camino elegido
por Pasztory (1993) para sobrepasar la falta de registros escritos. Como
a Manzanilla, a Pasztory le intriga la falta de representaciones dinásti-
cas, ausencia que resulta más preocupante toda vez que el Estado teo-
tihuacano fue el más longevo de los estados prehispánicos. También
observa la dificultad para ubicar los palacios, mientras que los templos
y edificios cívicos destacan por su articulación espacial. Pasztory no
deduce de ello un régimen clerical, sino una elite despersonalizada que
se legitima a través de una ideología comunitaria. Esta elite, cualquiera
que sea su composición social, se representa a sí misma derramando
dádivas -agua, semillas, jade-, pero también con armas y corazones
empalados en cuchillos. El mundo natural resaltado en los murales sería
una metáfora cívica, de probable representación divina, pero también
aparentando cumplir cosmológicamente en el orden político. Nada dis-
tinto a muchos otros estados tempranos.
Otros arqueólogos han sido más resueltos en su interpretación de
la supuesta ausencia de representaciones dinásticas o individualizadas al
estilo maya, mixteca y azteca. Para Cowgill (1992), los aspectos sacros
no deben hacernos subestimar la evidencia militar de la elite gobernan-
te, como demuestran las tumbas y sacrificios del Templo de Quetzalcóatl
(Cabrera y Cowgill, 1993, 1991). Respecto a los murales, sugiere tratar-
los como glifos susceptibles de desciframiento. Decididamente escéptico
hacia la imagen política de un grupo de amables y contemplativos sacer-
dotes ya en la Fase Tzacualli (1-150 d.C.) -que antes se aplicaba a las
sociedades mayas hasta que se comprobó su beligerancia generaliza-
da-, es decir, desde el periodo de mayor concentración urbana e ímpetu
constructivo (agrandando la posibilidad de un poder militarmente com-
pulsivo y no sólo religiosamente persuasivo), sostiene que en los mu-
rales abundan símbolos de poder y algunos personajes que podrían ser
individualizados, si bien no pertenecen a las fases más antiguas. En
cualquier caso, la erección de la pirámide de la Serpiente Emplumada su-
geriría una lucha faccional y un cambio de liderazgo, pero sin romper
del todo con el carácter corporado del poder político. Esta corporación
política, para Millon (1994: 143), sería un conglomerado de "potenta-
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 281
2ss Linda Manzanilla, "Informe final de los trabajos de prospección del proyecto •Estudio de túneles
y cuevas de leotihuacan. Arqueología y geohidrologfa». 1991 y primer trimestre de 1992", Exp.14-112,
ff. 20 y 45, ATCNA-!NAH.
286Exp.14-124, ff.11-21, ATCNA-!NAH.
287Exp.14-112, f.1, ATCNA-lNAH.
288En Manzanilla y Barba (1994: 37-38) no se deja lugar a dudas sobre el uso de este artificio, ya
que se refiere a que ha sido usado para localizar cámaras ocultas en Keops y la tumba de los hijos de
Ramsés 11.
2s•Llnda Manzanilla, "Informe técnico del proyecto «Estudio de túneles y cuevas en Teotihuacan (El
cambio global en perspectiva histórica. El centro urbano pre-industrial de Teotihuacan). Segunda tempo-
rada de excavación (abril-junio de 1993)",Exp. 14-146, ff. 3,19 y 30; también "Informe técnico del
proyecto «Estudio de túneles y cuevas· en Teotihuacan (El cambio global en perspectiva histórica. El
centro urbano pre-industrial de leotihuacan)•.lercera temporada de excavación (octubre-noviembre
1993)", Exp. 14-157, 18 ff., ATCNA-!NAH.
2•0Llnda Manzanilla, "Informe técnico del proyecto «Estudio de túneles y cuevas en leotihuacan (El
cambio global en perspectiva histórica. El centro urbano pre-industrial de Teotihuacan)». Cuarta tempo-
rada de.excavación (marzo a junio de 1994)", Exp.14-173, f.14, ATCNA-INAH.
284 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
El así llamado Proyecto Arqueológico Cañada del Río Bolaños, que desde
1982 lleva a cabo María Teresa Cabrero (IIA-UNAM) en una región arqueo-
lógica marginal ubicada en los límites de los actuales estados de Zacate-
cas y Jalisco, era hasta hace poco un típico proyecto de baja intensidad
(del Tipo IV), que no obstante las limitaciones de presupuesto y organi-
zación que durante años experimentó, ha demostrado poseer una insos-
288 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
CUADRO 25
CRONOLOGÍA DEL PROYECTO BOLAÑOS,
SEGÚN TEMPORADAS
Jos. La hipótesis auxiliar fue propuesta por Armillas en 1964 (cfr. Nalda, 1994).
292 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
les, tal como están orientados hoy en día. A mi juicio entonces, la idea
residual del occidente, y de Jalisco en particular, no variará mientras el
mesoamericanismo siga teniendo como conceptualmente marginal a
toda la región. Quizá por ello la insistencia de algunos arqueólogos en
reinterpretarla como una área cultural por sus propios méritos y para
sus propios intereses. Este problema, que, insisto, es conceptual en esen-
cia, está interpolado con el contexto en que se desarrolla la arqueología
y el cómo se ha venido administrando centralizadamente el patrimonio
antiguo, como si se tratase de un gigantesco monumento erigido a
semejanza de su incuestionable y monolítica autoridad central. 308
Conviniendo, pues, en que coinciden la subestimación teórica y el
centralismo administrativo, en términos estrictamente conceptuales se
podría inferir que se trata de una subárea cultural equivalente a las subá-
reas maya, oaxaqueña, central, etcétera. Sin embargo, no toda la arqueo-
logía pensada y realizada bajo la historia cultural concuerda en esta
apreciación. Lister, por ejemplo, utilizando la cronología cultural de
Caso, pretendió definirla como un área cultural que reunía una serie
de rasgos distintivos, apelando a un procedimiento no muy distinto al
usado por Kirchhoff, es decir, cartografiando la distribución de elemen-
tos culturales (Lister, 1955). Schondube por su parte, por mucho tiempo
pareció sostener la misma idea, la cual está implícita en su clasificación
bibliográfica de 1,222 fichas especializadas, o al menos eso es lo que
implica Ladrón de Guevara en su introducción (Ladrón y Schondube,
1990: 11, nota 3, injra). No obstante, en un artículo posterior (Schondu-
be, 1994) ha preferido hablar del "Occidente mesoamericano" o "subá-
rea mesoamericana", para así poder englobar una morfología cultural
abigarrada, no fácilmente reductible a unos cuantos "rasgos culturales
diagnósticos". Empero, su postura es una retirada a la tradición mesoa-
mericanista clásica. 309
3oa La arquitectura auspiciada por el Estado (v.gr., la Ciudad de las Artes del arquitecto Ricardo Le-
gorreta) también posee este sentido de grandiosidad monumental, lo que parece confirmar esta manifesta-
ción estético-simbólica poco develada en la relación entre ciencia y politica. Un crítico español ha escrito
el siguiente comentario: "Los hijos de aquel poder divino [ancestral), convertidos en presidentes, reprodu-
cen, cuando se ponen a tiro obras oficiales, los lenguajes solemnes del pasado. Valgan lo que valgan a
costa de lo que sea"; Vicente Verdú, "El orgullo mexicano", Babelia, marzo de 1995: 17.
309 En un artículo posterior (Schondube, 1994a), que fue una ponencia para un público de occidenta-
listas, retornó con grandes dudas a su anterior identidad occidentalista, haciendo notar las diferencias de
interpretación del occidente como área cultural, la que si bien podría servir por igual como un gran recep-
táculo "en el que caen nuestros estudios", de todos modos no es producto del consenso. ';<\quí está, pues, el
dilema. Hasta dónde es útil seguir hablando del Occidente como un área cultural con una definición hasta
cierto punto fija, o tan cambiante como la quiera hacer la mentalidad de cada investigador. Hablar de
región, lserá sólo útil como punto de referencia, como gran receptáculo para incorporar conocimientos en
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 295
momentos de hacer síntesis? Lo que sí veo como necesario, pero difícil, es definir la región en diversas
épocas y circunstancias, tal como trató de hacer Porter (sin demasiado éxito) para Mesoamérica" (Schi:in-
dube, 1994a: 110).
"ºPara comprender el sentido último de las palabras "olas de influencia" pido al lector dirigirse a
la consulta de otros trabajos (Vázquez y Rutsch, 1997 [1999] y Vázquez, 1999), donde esas mismas
palabras cobran su significado pleno dentro de las teorías difusionistas de la historia cultural alemana,
en especial bajo la subtradición de los círculos culturales.
296 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
sureste de Mesoamérica, el Oriente Medio y respecto a la teoría general de sistemas dentro de la teoría neoe-
volutiva en arqueología y aun como dirección filosófica, remito a Price (1986), Kohl (1989), Trigger
(1992: 283-292) y Rapoport (1979: 704-710), respectivamente.
JJ•Cabrero (1989: 205-232); también 'Análisis preliminar del material cerámico de la cuarta tempo-
rada de campo del Proyecto Arqueológico Cañada del Río Bolaños, Jalisco" ,T Estado de Jalisco 1965-1990,
Exp. 13-4, 17 ff.; "Informe de la VI temporada de campo del Proyecto Arqueológico Cañada del Río
Bolaños, Jalisco", T Estado de Jalisco, Exp.13-19, f. 30, ATCNA-INAH.
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 299
gía histórico cultural más rutinaria-, sino una etapa que debe confir-
marse con dataciones absolutas. 319
A continuación observamos que la necesidad de introducir cambios
conceptuales está propiciada por dos evidencias cruciales, digamos, una
negativa y otra positiva. La negativa se refiere a que el recurso metodo-
lógico de las fuentes etnohistóricas le está prácticamente negado, pues para
el siglo xv1 la región es descrita como casi despoblada y los grupos más
próximos (zacatecos y tepecanos) no comparten las evidencias arqueoló-
gicas obtenidas. La positiva se refiere al hallazgo de una industria de
concha y cuentas -poco más de 200 ejemplares-, de procedencia no
local, sino de origen costero. El estudio ambiental indica asimismo -con-
firmado indirectamente por las correlaciones cerámicas con la cultura
Chalchihuites al norte y la cultura Teuchtitlán-Ahualulco al sur- una es-
pecialización en la industria lítica, ligada, muy probablemente, a la
extracción de minerales, el cual constituye todo un complejo minero
verificado por los trabajos de Weigand (1993: 211-226 y 245-311)
tanto en Jalisco como en Zacatecas.
Es muy interesante entonces contrastar que mientras la interpre-
tación de las evidencias del Proyecto Templo Mayor está hecha a la luz
concentrada de las fuentes históricas -haciendo más sólido su núcleo
histórico cultural-, aquí la arqueología no tiene más asideros que la que
ella misma construya. Por lo mismo, creo, su secuencia cronológica
cultural (resultado de la correlación estratigráfica-tipológica-cerámica-
arquitectónica con sitios y regiones cercanos) es vista como tentativa y
nunca como conclusión definitiva del estudio. Sin embargo, la evidencia
positiva es pobre. Como ella establece:
La única evidencia que se tiene hasta el momento de un intercambio
con grupos vecinos, es la presencia de objetos de concha marina, de-
positados como parte de una ofrenda en un entierro excavado en
Mezquitic; este hecho sugiere también la participación activa de la
región de la cañada con el resto del occidente (Cabrero, 1989: 295).
"Pero, Lhubo minas?", se pregunta hacia 1993. 321 López Cruz (1994:
10) admite que el asunto ha sido poco estudiado, a pesar de su impor-
tancia para la explicación sistémica. Mientras Langenscheidt, Franco y
Weitlaner han comprobado la existencia de más de 2,000 minas prehis-
pánicas en Querétaro y Weigand alrededor de 750 en Zacatecas (López,
1994: 9-25), en la región de Bolaños la pregunta sigue sin respuesta por
parte del proyecto, aunque le parece dable suponer que esta actividad
tecnoeconómica debió ser "la base del intercambio de productos dentro
del sistema de intercambio establecido y que unía estas regiones de cul-
tura" (López, 1994: 25). Adicionalmente, el trabajo de Charles Kelley en
Altavista indica un intercambio de turquesa y cerámica dirigido hacia el
norte (suroeste de Estados Unidos), seguramente integrado al sistema
económico mundial teotihuacano, y que cesa con la debacle del centro
nuclear (López, 1994: 39-43). Sea que se apele al sistema mundial del
horizonte clásico mesoamericano o incluso a un más limitado "modelo
de simbiosis económica" de alcance interregional (sugerido por López,
1994: 55-64), y aun suponiendo que se dé solución al problema de los
indicadores que asocien teoría y observación, es evidente "que hace
falta realizar excavaciones bajo estas conceptualizaciones" (López, 1994:
57; cursivas del autor).
Ahora bien, aunque Price (1986: 177, 182-183 y 188) ha advertido,
desde la teoría materialista cultural (bajo su versión próxima a la teoría del
poder social), que la operacionalización basada en la distribución de los
estilos cerámicos y mercancías suntuarias es insuficiente para explicar
los mecanismos políticos y económicos implicados en un sistema mun-
dial -no, en tanto que la indagación evite ser teóricamente dirigida a
obtener los datos precisos (Price, 1986: 170 y 188)-, no puede pasarse
desgracia, no pude acceder al informe final donde aparecen estos resultados que confirman o falsean su
cronologia cultural previa (Cabrero, 1989: 283-302).
J20En su informe de la cuarta temporada menciona muy de paso que en la actualidad existen explo-
taciones mineras en las inmediaciones de San Martin Bolaños (un mineral de origen colonial, por lo
demás), pero la analogia no es explorada a fondo. La litica y otras evidencias (el relleno de un juego de
pelota en el Piñón, pero también en La Florida y El Banco) hacen de esta presunción una hipótesis muy
viable; véanse Exp. 31-22, f. 3 y Exp. 13-19, ff. 25-26, ATCNA-INAH.
321Exp.13-19, f. 25.
LA GRAN ARQUEOl.OUÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA... Y MÁS ALLÁ • 303
J2•Resiento aquí la infuencia de Putnam (1990: 175) y su "realismo pragmático", cuando estable-
ce que: "Hablar de «hechos» sin antes especificar qué lenguaje se usará, es hablar de nada. El mundo
mismo fija el uso de la palabra «hecho» no menos que el de la palabra «existir» o la palabra «Objeto»."
Para él, lo epistemológico, ontológico y lo linguistico están mutuamente interconectados.
308 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
J27En su polémica con los falsacionistas, Khun (2000: 136) dice algo similar: "Los marcos [teóricos]
deben vivirse y explorarse antes de que sean rotos."
310 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
Hay que precisar, para mayor comprensión del proceso, que El Pi-
ñón es un sitio clasificado tipológicamente como centro rector regional
en cuanto a su complejidad estructural como asentamiento que consta
de vestigios habitacionales y una zona de elite ligada a un centro ceremo-
nial vuego de pelota y zona funeraria). Ahora bien, por su caracterís-
ticas arquitectónicas, la tumba explorada poseía de entrada rasgos que
fueron reportados como inusuales: su cámara circular estaba colocada
justo bajo una estructura o terraza (donde también se descubrió un
entierro-ofrenda). Se asentó así en el informe: 331
Hacemos notar que este descubrimiento, aun cuando resulta frag-
mentario, con valiosa información perdida gracias a los saqueos
que ha sufrido el sitio, representa la evidencia sociocultural más
importante que se tiene en relación a las sociedades que acostumbra-
ron enterrar a sus muertos en tumbas de tiro. En ninguna parte del
Occidente de México, se habían encontrado uno de estos monumen-
tos asociado directamente a la sociedad que las creó.
gía de formas de tumbas de tiro mucho más elaborado del sugerido por
Soto (1994: 43-46 ), con sólo tres variantes. Ellos postularon ocho ti-
pos, uno de los cuales era el de Huitzilapa, lo que singularizaba su des-
cubrimiento, al tiempo que nunca aparecía El Piñón, que así queda
reducido a variante tipológica ya conocida. En un informe posterior,
Cabrero y su asistente dirán que sus tumbas son de forma acorazona-
da, singularizándolas en contrapartida. 336 Será hasta un trabajo muy
posterior, debido a Zepeda (2000: 226-22 7) que se apreciara de modo
íntegro la variedad de tumbas estudiadas por los arqueólogos en Naya-
rit, Jalisco, Colima, Zacatecas y Michoacán. 337
Si bien podría convenir metafóricamente con Lakoff y Johnson
(1980} en que el argumento es guerra y de que sólo en el lenguaje el
Proyecto Huitzilapa ha ganado al Proyecto Bolaños, la comparación no
deja lugar a dudas, más allá de la motivación descubridora coyuntural.
La superioridad del Proyecto Bolaños es la que hemos venido delineando
a lo largo de este estudio de caso: su sentido interpretativo y, con él, su
predisposición al cambio teórico, a pesar de la tradición que lo arraiga
a la normalidad general. Esta superioridad puede, si es preciso, ser lleva-
da al terreno cientimétrico de la productividad científica, que no pasa de
ser, bajo nuestra perspectiva comprensiva, un indicador indirecto del asun-
to realmente trascendente del cambio como elección o, en su defecto,
como selección conceptual. 338
En medio de su modestia, los resultados obtenidos por el Proyecto
Bolaños pueden ser de consideración si les contrasta con los arrojados
por los Proyectos Especiales de gran intensidad, de ostensible visibilidad
336EJcp. 13-35, f. 12, ATCNA-INAH.
337Este análisis ha provocado un reto molesto a la pasión arqueológica profesional por las tumbas
de tiro. Aunque desde tiempos de Isabel Kelly (y acaso desde Lumholtz) en 1940, se hizo común recurrir
a los "moneros" para descubrir tumbas de tiro intactas -uso que José Corona Núñez elevó a su máxima
expresión instrumental como servicios asistenciales-, la superioridad heurística del conocimiento prác-
tico de estos arqueólogos amateur no puede ser admitida, en parte por su asociación al saqueo, pero
sobre todo por la precisión del mismo, conocimiento que ni los arqueólogos profesionales disponen. La
tumba de El Arenal, en Etzatlán, Jalisco, descubierta por Corona Núñez con sus "buscadores de tesoros",
sigue siendo la más apabullante de todas. Más grave aún es la conclusión de que sin este saqueo no
existiría buena parte del patrimonio arqueológico del INAH en Nayarit, vfa requisas a los traficantes
(lexpropiación de los expropiadores?). pero asimismo a través de su contratación en los equipos arqueo-
lógicos oficiales. Se entiende así el interés puesto por esta arqueóloga en una forma campesina de conoci-
miento local tan eficaz (Zepeda, 2000). Weigand coincide en decir al respecto que entre los arqueólogos
profesionales y los amateur hay "dos mundos sin puentes entre si", incluidas distintas visiones del pa-
sado (Weigand a De la Torre, 13 de septiembre de 2000).
338 El Proyecto Bolaños, con 14 años de pacientes trabajos, ha producido dos libros, otro a punto de
concluir, 14 articulos y ocho informes técnicos (dos del grueso de un libro), al tiempo que admite ser
la continuación de un estudio de sitio practicado por Charles Kelley en Totuate en 1963 (cfr. Cabrero,
1989: 81-86).
LA GRAN ARQUEOLOGÍA, LA OTRA ARQUEOLOGÍA ... Y MÁS ALLÁ • 317
339 Para su octava temporada de campo se descubrieron dos tumbas de tiro selladas en Pochotitán,
pero el informe refleja un retorno a la baja intensidad y menos vistosidad de los hallazgos. De hecho, se
indica que su excavación quedó inconclusa "por falta de tiempo y de dinero". Exp.13-35, f. 25.
Capítulo 6
(319)
320 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
loración, que hoy los especialistas se permiten citar nada menos que al
príncipe Kropotkin y su concepción anarquista sobre la ayuda mutua
como mecanismo de la evolución humana (Nowak, May y Sigmund, 1995:
50-51), si bien no deja de asombrarles que la no cooperación sea tan
recurrente (Nowak y Sigmund, 2000: 30-31 ). Mucho más importante
que este cambio valorativo es que ya en 1956 Vajda (1988: 1267) obser-
vó que el teorema principal de Von Neumann no funcionaba en los
"juegos reales" de varias personas, anunciando así las dificultades que
luego se tornarían en manifiestas carencias de una teoría sin conceptos
observacionales adecuados a sus conceptos de utilidad, información, com-
portamiento óptimo, estategia, pago, equilibrio, etcétera, es decir, todos
ellos conceptos teóricos pero estáticos. 343
En su temprana crítica a la teoría del actor racional, Deutsch (1985
[1966): 91) adujo que la teoría misma había optado por una estrategia
minimax, esto es, procuraba incurrir en el menor riesgo de pérdida con
una mínima ganancia. Creo que él se hizo cargo de lo apresurado de su
juicio cuando repuso que la teoría era poco realista, cuando menos en
lo que se refería a la toma de decisiones en política. Asimismo se percató
que la identificación analógica de los modelos de los juegos con ciertas
situaciones sociales recurrentes permitía desentrañar en cierta medida
las preferencias personales, la magnitud y dirección de los errores, y sus
desviaciones respecto a la mejor estrategia teórica. De paso, sugirió que
el actor social no correspondía del todo aljugador de "un solo propósito",
sino que, en la práctica, entraban en juego propósitos múltiples, entre
los que pesaban los valores socioculturales, luego jugar en política era
jugar por lo menos dos juegos, el valorativo y el conveniente. Esta realis-
ta apreciación ha hecho menos chocantes posturas como la de Elster
(1989), al contrastar la conducta racional a la irracional o a la imperfec-
tamente racional, pues lo que le importaba era entender la realidad de
la elección racional, razón por la que incluyó aquellas conductas abstraí-
das por los modelos matemáticos, basados en una sola modalidad con-
ductual. 344
se inclina por una "estrategia mixta" en el mundo de los negocios, y por un "Leviatán con chistera" en
asuntos diplomáticos. En fin, como establece Elster (1989: 235), es ya insostenible el eslabón de racio-
nalidad e interés egoísta de los economistas.
343 Remito a la critica de Deutsch (1985: 83-102) sobre estas insuficiencias de la teoría de los juegos
para la elección política. En lo particular, aquí hago referencia al carácter fundamentalmente descriptivo
con que debemos proceder al ser dificil pasar de las cifras asignadas en los modelos matemáticos de los
juegos a las cifras efectivas de los pagos en los juegos reales.
344Si bien Shubik (1992 [1982]) acepta que la teoría de los juegos aplicada a la economía está mal
provista para tratar sociedades en movimiento, con cambios en leyes y preferencias de los actores, las
322 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
costumbres y las instituciones, de todos modos prefiere abstraerlos y tornarlos estáticos. En sus modelos,
los jugadores siempre son tomadores de decisiones racionales y conscientes, con objetivos bien definidos
y que ejercitan su elección dentro de los límites prescritos por el modelo. Con todo, como él admite, el
problema sigue siendo cómo trabajar aproximaciones matemáticas a una realidad no matemática. Tal pa-
rece que la clave está en conocer las preferencias de los jugadores, quizás no menos que las situaciones
sociales (Greenberg, 1990). Los estudios experimentales conjuegos espaciales de Hermer y Spelke (1995)
indican además que la flexibilidad en las estrategias humanas se van desarrollando progresivamente a lo
largo del crecimiento humano y que esa flexibilidad en la madurez está conectada a la complejidad del len-
guaje y otros cambios cognitivos.
m Barnes (1994 11985]) ha iniciado la aplicación de la teoría del cálculo racional no tanto a los
científicos como a las consecuencias sociales de ciertas técnicas calculadas según intereses individualistas,
si bien admite que los científicos son tan vulnerables a ellas como cualquier otro grupo o profesión. Por
consiguiente, critica el concepto de racionalidad vinculado al comportamiento egoísta. Adicionalmente,
destaca el papel del contexto social en que se desarrollan la ciencia y Ja tecnología, aventurando una
obligada comprensión de la relación entre la evidencia científica y los juicios y decisiones colectivos. Con
todo, él prefiere no aplicar este análisis directamente a las elecciones de los científicos pues conserva la
utopía cientifista de que la ciencia debería de ser ella misma un mecanismo de racionalización social,
dejando en la penumbra las acciones individuales de esos científicos.
LOS DILEMAS DE LA ARQUEOLOGÍA MEXICANA • 323
porque nunca deja a la defección sin castigo y falta de rencor, porque siempre está dispuesta a volver a
cooperar si el otro actúa así.
355 Juegos experimentales inspirados en la inteligencia emocional sugerida por el psicólogo Daniel
Goleman indican que las emociones o pasiones no sólo son la base de la inteligencia racional, sino que
son imprescindibles para desarrollar la capacidad de comprensión, la perseverancia y la destreza social.
Los experimentos indican que dicha inteligencia emocional permite, precisamente, el control racional de las
pasiones, antes que reprimirlas. Con todo, la clave de tal inteligencia es la conciencia de uno mismo, el
ser inteligente a la hora de sentir, es decir, hacer lo que Aristóteles en la Ética de Nic6maco: es fácil enfadar-
se, pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento adecuado, en la forma
adecuada y con el propósito adecuado, eso no es fácil. Para ello sirve la inteligencia emocional, que no se
presta a medida numérica, pero se le advierte en acciones tales como las preferencias y elecciones; véase nota
"Las emociones y no el cociente intelectual pueden ser la base de la inteligencia humana", El País, 8 de
octubre de 1995, p. 27.
LOS lllLEMAS DE LA ARQllEOLOGÍA MEXICANA • 3:it
356 La definición exacta de las preferencias entre arqueólogos precisaría de uno o varios experimen-
tos de laboratorio que dudo mucho que estén dispuestos a soportar. Como dice Embree, los arqueólogos
no son lo suficientemente antropólogos para ser objetos de estudio. En Vázquez (1999), haciéndola de
abogado del diablo de Kirchhoff, introduje un experimento de quebrantamiento inspirado en Garfinkel,
que permitió demostrar que el concepto de Mesoamérica importaba moralmente tanto a sus partidarios
como a sus críticos. Indirectamente, el fracaso para constituir un colegio profesional indica que la situación
de competencia ilimitada sigue vigente.
Post Scriptum
ESTA OBRA guarda sus propias paradojas. Quiero decir que ha sido posible
cuando ya era imposible. También que, contra los malos augurios, se
mueve. Y que lejos de venir a dictar precepto alguno, abre la perspecti-
va de la comprensión de nosotros mismos. Sobre la primera paradoja diré
que inicié. esta pesquisa justo en el momento en que me había resignado
a olvidarla. Sucede que habían pasado 3 años desde que la propuse como
proyecto de investigación a mis entonces directores del Centro INAH Puebla
y de la Coordinación de Centros Regionales, solicitando su aprobación. 357
Me dijeron, al primer año transcurrido, que se les había extraviado en algún
escritorio; al segundo, que no resultaba prioritario. A la tercera negativa,
mi jefe inmediato se sinceró ante el visible desconcierto reflejado en mi
rostro: "Se ha echado usted a poderosos enemigos." No dijo más. Dio por
sobreentendido su mensaje. Fue hasta que hablé con una arqueóloga
miembro del Consejo de Arqueología que entendí realmente: me confió
que el proyecto había sido vetado simplemente porque proponía una so-
ciología de la arqueología, parte de un objetivo mayor de estudiar la con-
dición de la investigación dentro del INAH. No había nada más que hacer.
O cambiaba de proyecto, o mi doctorado se iba al traste. Sin apenas sa-
berlo, estaba en graves aprietos. Por fortuna, no todo había sido tiempo
perdido. Durante ese periodo me dediqué a indagar sobre la historia de
la arqueología al mismo tiempo que sobre la comunidad científica de la
que era miembro (Vázquez, 1993, 1994, 1995). Con todo, las perspectivas
futuras no eran nada halagüeñas. Se imponía un urgente cambio de objeto
de estudio.
357 En el INAH, los recursos de la investigación son asignados presupuestalmente por el gobierno federal,
no son conseguidos por los propios investigadores de otras fuentes de financiamiento.
13331
334 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
mi.a de Fernando López Aguilar en Cuicuilco (9: 151-156, 1997); la de María Isabel Martínez Navarrete
en Trabajos de prehistoria (2: 181-183, 1999); la de Bias Román Castellón Huerta en Inventario antropológico
(6: 182-191, 2000) y en http://www.unilivre.org.br/centro/resenhas/Vazquez.html; por último Igna-
cio Rodríguez García hace prudentes comentarios dentro de su artículo "El presagio de un prestigio: un año
de actualidades arqueológicas", Actualidades Arqueológicas (8: 5-7, 1996).
Js• "Es importante hacer esto -escribe mi critico anónimo-, pues los estudios antropológicos de la ciencia
(sic) han criticado a la etnociencia por su posturajerárquica al proponer que «otras culturas» tienen «etno-
ciencia», mientras el etnocientffico hace «ciencia» (y por ello sus proposiciones son «verdaderas»)." Esta
postura contradice la expuesta por Giddens desde 1976 (1997), en la que establece el dictum de que las dos
actividades, la del científico y la del lego, no se mezclan, sino que apuntan a racionalidades diversas. lCien-
tificismo? No, nada de eso. En la crítica de Giddens a la etnometodología se establece la inadecuación de su
postura conocida como "indiferencia metodológica" para efectos de la doble hermenéutica. Más aún, él.
asimila ideas etnometodológicas dentro de su teoría de la estructuración social (Giddens 1986 ).
336 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
gente usa para conducirse en diferentes sucesos que realizan en sus vidas cotidianas. La etnometodologfa es el
análisis de los métodos ordinarios que la gente ordinaria emplea para realizar tales acciones (... ) La etnometo-
dologfa puede, entonces, definirse como la ciencia de los etnométodos ... "(Coulon, 1995: 2).
POST SCRIPTUM • 34 t
(1996), y del que sé generalidades, haya cubierto este fenómeno al que hago referencia. Para un comentario
al respecto, véase Leone (2001: 582-584).
POST SCRIPTUM • 345
te, en cada uno de estos casos se ha precisado del requisito único de ade-
cuación por parte del antropólogo. Este requisito obliga a que la incursión
en los campos de conocimiento abordados precise de observadores con entre-
namiento previo en los mismos. Así, para tratar la enfermedad de modo
intercultural (Good, 1997) ha sido un médico el que ha podido discutir la
racionalidad de la medicina cuando está de por medio la diferencia cultu-
ral. Un estudio muy próximo a éste es el de las decisiones eutanáticas por
parte de médicos colocados bajo situaciones sociales críticas en un hospi-
tal de Guadalajara (Vega, 2000). Esto en el campo de la antropología
médica y del trabajo médico. Pero hasta el estudio efectuado por una arqueó-
loga (Zepeda, 2000), entre grupos campesinos que poseen su propio y
muy eficaz etnométodo para descubrir cientos de tumbas de tiro en Na-
yarit -ahí donde los arqueólogos profesionales por lo regular fracasan,
exaltándose al descubrir sólo una por accidente-, no oculta la necesidad
de una preparación previa como requisito comprensivo. Que los descubri-
mientos de estos saqueadores sirvan para traficar con el patrimonio cul-
tural es un asunto social y jurídico que no puede ocultar la existencia de
un etnométodo local.
Ahora bien, aparte de los etnométodos, otro de los componentes
propios de la etnometodología es la "indexicalidad" del lenguaje, esto es, que
éste adquiere sentido dentro de su contexto de uso. La idea viene de Witt-
genstein, y asimismo de Malinowski (Gellner, 1998). Pero en el presen-
te se ha desarrollado a través de la etnografía del habla (Duranti, 1992).
Bajo esta perspectiva se concibe que el mundo social es constituido a
través del lenguaje, y permite establecer una fuerte relación entre la acción
social y el uso del lenguaje en la vida cotidiana de una comunidad lingüísti-
ca concreta. Si bien mi aproximación a este aspecto ordinario de la
existencia fue en mucho intuitiva, lo hice atendiendo a las conversaciones
naturales de los arqueólogos, mediante las que me enfoqué especialmen-
te al uso de sus metáforas más consistentes, que eran las ligadas a sus pro-
yectos de trabajo de campo. La primera vez que expuse la metáfora expe-
riencia! de Za arqueología es guerra (Vázquez, 1996: 31-46) me sorprendió
el carácter constitutivo de esta etnografía que permitía la convergencia de
mi investigación y de la reflexividad de los arqueólogos acerca de la liga-
zón de su lenguaje con las acciones que emprendían. Más tarde relacioné
(mediante la observación) al lenguaje y la acción con la constitución de
una estructura social muy jerarquizada, y que en efecto coincidía con una
especie de rangos altamente valorados, la cual dotaba de gran coherencia
al lenguaje metafórico, y lo hacía traducirse en actividad organizada.
346 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
En efecto, su lenguaje hacía cosas. Pero igual ocultaba los aspectos coope-
rativos de la actividad científica, de ahí mi énfasis en la solución no egoísta
de sus juegos de competencia real.
A pesar de ser ampliamente reconocido que una de las mayores influen-
cias que experimentó la etnometodología fue la sociología fenomenoló-
gica y comprensiva de Alfred Schütz, sus seguidores obviaron mucha
de la herencia hermenéutica que se les legó por esa vía. Así las cosas,
no sólo hice referencia a una "fenomenología de la arqueología" -esto es,
la experimentación del mundo de modo intersubjetiva entre sus miem-
bros por medio del lenguaje-, sino que destaqué con más fuerza el uso
de la hermenéutica ontológica. Sobre el particular, resultará a primera
vista una pieza insólita el que Gadamer comparta créditos con Lakatos,
un popperiano. No lo es si admitimos, con Popper, que la interpretación
y la comprensióJ?. están anclados en su "mundo 3" -el mundo de las
ideas en sentido objetivo-, lo mismo que las explicaciones (teorías) del
mundo de los objetos físicos. Toda interpretación, por más subjetiva que
pueda ser, hace referencia a ese "mundo 1", de las cosas físicas. 367 Pero
si no percibo una exclusión entre Lakatos y Gadamer, mucho menos la
encontré entre fenomenología y comprensión. Justo una apreciación
análoga a esta ha sido desarrollada por la crítica positiva efectuada por
Giddens para con Garfinkel y la hermenéutica (Giddens, 1997).
Mención especial requiere entonces la indagación de Lester Embree
(1989, 1989a, 1992), un filósofo fenomenólogo que estudió la tradición
de la arqueología teórica norteamericana, investigación que mantirne se-
mejanzas técnicas y conceptuales con mi estudio de la tradición arqueo-
lógica mexicana. Aunque Embree insiste en denominar a su estudio como
"metaarqueología" para distanciarse de la filosofía de la ciencia, es inne-
gable que sus preocupaciones van dirigidas hacia el esclarecimiento de
las cuestiones lógicas, epistemológicas, metafísicas e históricas encaradas
por esta tradición: "Metaarqueología parece ser un buen nombre génerico
para una investigación secundaria, reflexiva y no sustantiva de esta
clase", dice él (Embree, 1989: 35). Advierte, empero, la diferencia entre
una "metaarqueología filosófica" hecha desde fuera y una "metaarqueo-
logía arqueológica" hecha desde dentro de la disciplina. Su repaso de los
aportes ofrecidos por ocho filósofos y arqueólogos con inclinaciones fi-
J67 "l\Jr lo tanto, lo que me separa de Gadamer, es una mtjor comprensión del «método» de las ciencias
naturales, una teoría lógica de la verdad y la actitud crítica. Pero mi teoría es tan antipositivista como la
suya, y he mostrado que la interpretación textual (hermenéutica) utiliza métodos genuinamente científicos"
(l\Jpper, 1995: 123).
POST SCRIJYI'UM • 34 7
losóficas (Embree, 1992a), no deja lugar a dudas sobre las diferencias que
median entre ambas aproximaciones. Mientras los arqueólogos tienden
a asumir filosofías positivistas o postpositivistas, los filósofos simpatizan
por las fenomenológicas y hermenéuticas.
Técnicamente hablando, los recursos de Embree fueron la encuesta,
la historia social, la etnografía (incluyendo observación y entrevista) y la
interpretación textual. Consciente de su carácter externo, admite, como
fenomenólogo, la necesidad de mantener la distinción entre sujeto y del
objeto, sin adoptar una posición realista ni idealista. Dado que el gran
tema de la fenomenología del conocimiento es, como advierte José Ferrater
Mora (1990: 1145-1153), la descripción del acto de conocimiento como
acto cognoscitivo, a Embree le interesa saber concretamente cómo se hace
la arqueología científica, aun cuando confiese que "los arqueólogos no pa-
recen ser lo suficientemente antropólogos como para fascinarse con
el prospecto de ser sujetos de estudio etnográfico" (Embree, 1989: 29).
Pese a ello, su objeto son los métodos de estudio de esta tradición, cómo
se relacionan éstos arqueólogos con sus respectivos objetos de estudio,
fenomenológica e internalistamente, tal como podría ser el caso, por
ejemplo, de su empleo de la observación arqueológica (Embree, 1989a:
70-74; 1992: 165-193). En suma, se podría decir que sus propósitos de
conocimiento filosófico prevalecen, independientemente de los fines nor-
mativos de una filosofía de la arqueología realizada por los arqueólogos
para sí mismos.
En mi caso, el concepto de tradición arqueológica que aplico para refe-
rirme a esa suma fenomenológica de objetos y ocurrencias del mundo
experimentado por los arqueólogos, me permite establecer un vínculo entre
las instituciones sociales y las acciones cotidianas de arqueólogos indivi-
duales. LSignifica esto que la tradición es un concepto lejano a la vida co-
tidiana de estos actores? No lo creo, excepto que ellos le dan el nombre
mucho más próximo de linaje, esto es, "una sociedad que comparte
características de conducta, de comunicación simbólica, de valores y
que reconoce ancestros comunes" (Litvak, 1996: 289). El lector apreciará
a esta altura por qué la hermenéutica de la tradición de Gadamer (1977)
me resultó especialmente instructiva para tomar al etnoconocimiento
arqueológico como un primer nivel de interpretación. Me hizo reparar
en la existencia de las tradiciones como realidades históricas del ser, trascen-
dentes a la correlación objeto-sujeto. Adicionalmente, Gadamer puso de
relieve la fuerza de la tradición racional: la más auténtica y sólida de las
tradiciones no se desarrolla en virtud de la persistencia del pasado, sino
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382 • LUIS VÁZQUEZ LEÓN
Introducción 13
13
11 20
III 24
IV 34
V 40
CAPÍTULO 1
El difusionismo, Mesoamérica y la escuela
mexicana de arqueología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
lUna ciencia normalmente desafiante? 51
La extraña historia de las
teorías arqueológicas en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
El área cultural en la arqueología normal difusionista . . . . . . . . . . 70
Mesoamérica en la arqueología difusionista mexicana . . . . . . . . . . 76
De periodizaciones y heurísticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
CAPÍTULO 2
Arqueología, patrimonio y patrimonialismo en México 95
La arqueología de cámara como patrimonio privado . . . . . . . . . . . 99
Orígenes de la arqueología patrimonialista americana . . . . . . . . . . 104
Monumentalismo antiguo y genealogía
imaginaria de México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Patrimonio arqueológico y patrimonialismo moderno . . . . . . . . . . 123
Operatividad de la arqueología patrimonialista . . . . . . . . . . . . . . . . 12 9
El Leviatán arqueológico en su jaula patrimonialista . . . . . . . . . . . 142
CAPITULO 3
La arqueología mexicana en siglas, cifras y nombres 147
Cualidad y cantidad en la estrategia de documentación . . . . . . . . . . 148
La literatura arqueológica y las funciones institucionales . . . . . . . . 154
Hacia una tipología clasificatoria de instituciones . . . . . . . . . . . . . . 165
lArqueología de investigación o de aplicación? . . . . . . . . . . . . . . . . 170
Saldos de la enseñanza de la arqueología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180
De museos, financiamientos y otras rarezas profesionales . . . . . . . 185
4
CAPÍTULO
Fenomenología de la arqueología mexicana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
La imaginería bélica y su sentido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... . . . 198
Tipología de organización de los proyectos arqueológicos . .... . . . 205
Las instituciones arqueológicas y sus proyectos . . . . . . . . .... . . . 211
Dualidad de prioridades, ldescubrimiento o interpretación? ... . . . 222
Racionalidad de fines e irracionalidad de medios . . . . . . . . .... . . . 234
CAPÍTULO 5
La gran arqueología, la otra arqueología ... y más allá 243
Obertura de la gran arqueología:
de Templo Mayor a Teotihuacan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
Interludio de la caverna teotihuacana ....................... 271
Suite del gran cañón de Bolaños y
de la laguna de Magdalena ............................ 287
CAPÍTULO 6
Los dilemas de la arqueología mexicana 319
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 351
TÍTULOS PUBLICADOS EN COEDICIÓN
CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SUPERIORES
EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL ( CIESAS)
ISBN 970-701-387-7
MAP: 131985-01
La antropología de la ciencia, y más exactamente, la etnometodología
del trabajo científico tienen en El Leviatán arqueológico un caso polé-
mico. Tomando como motivo central a los arqueólogos mexicanos, sus
ideas teóricas mesoamericanistas, sus prácticas cotidianas, su lenguaje
profesional, sus interacciones sociales y sobre todo sus etnométodos (lo
que entre miembros de la arqueología se conoce como arqueología de la
arqueología), Luis Vázquez León muestra, por otra parte, y de modo
comprensivo, que al final las ciencias, más allá del carácter consistente
o inconsistente de su estructura, están sujetas de condicionamientos so-
ciales trascendentes, y por cierto no todos de origen ajeno a ellas, sino
producto de factores sociales creados por los propios miembros de una
disciplina. Para los miembros de la tradición científica conocida como
Escuela Mexicana de Arqueología el uso patrimonialista de la herencia
del pasado es un poderoso factor externo. Es el monstruoso Leviatán
formado por una masa inmensa de bienes culturales llamados "monu-
mentos arqueológicos" y que suman millones. Pero lo más sorprendente
del Leviatán arqueológico es cómo se le interioriza por medio de una
imaginería bélica presente en el lenguaje interno, la organización de los
proyectos de excavación, la jerarquía política institucional, y la feroz
competencia por el prestigio y la prioridad del descubrimiento. Como
resultado de todo ello, la idea residual de la arqueología como guerra
impide la posibilidad de la cooperación horizontal y con ello el desarro-
llo de masas críticas de arqueólogos trabajando con un mismo objeto.
Agotada la primera edición de El Leviatán arqueológico (CNWS de la
Universidad de Leiden, 1996), para esta segunda, el autor ha aumenta-
do y corregido el libro. Luis Vázquez León es investigador del crnsAS de
Occidente y ha publicado otros libros como Ser indio otra vez. La pure-
pechización de los tarascos serranos (coNACULTA, 1992) y La antropología
sociocultural en el México del milenio: búsquedas, encuentros y transi-
ciones, editado con Guillermo de la Peña (FCE, 2003).