Dei Verbum
Dei Verbum
Dei Verbum
Hasta
ahora
hemos
visto
una
breve
historia
de
la
preparación
y
celebración
del
Vaticano
II.
Ahora
comienza
la
presentación
y
análisis
de
los
textos
conciliares
con
uno
de
los
documentos
fundamentales:
la
“Constitución
dogmática
sobre
la
Divina
Revelación”.
Después
vendrá
la
última
parte:
el
Postconcilio.
¿Qué
es
lo
que
estaba
en
juego?
La
Iglesia
católica
siempre
ha
defendido
que
la
revelación
de
Dios
puede
encontrarse
no
solo
en
la
Escritura
–
como
afirmaba
Lutero
–
sino
también
en
la
Tradición.
El
documento
De
Fontibus,
siguiendo
una
teología
que
solía
enseñarse
en
los
centros
académicos
romanos,
quería
establecer
de
una
vez
por
todas
que
ciertas
verdades
de
fe
se
encontraban
en
la
Escritura
y
otras
en
la
Tradición.
Esto
permitiría
dar
un
sólido
fundamento
a
ciertas
afirmaciones
dogmáticas
–
como
la
Inmaculada
Concepción
o
la
Asunción
de
María
–
que
no
se
encuentran
en
la
Biblia.
La
intención
de
los
que
proponían
el
esquema
era
reforzar
la
coherencia
del
edificio
doctrinal
de
la
Iglesia
Católica.
Pero
el
esquema
tuvo
sus
detractores.
Los
argumentos
en
contra
pueden
resumirse
en
cuatro
puntos:
1. De
Fontibus
defiende
una
independencia
de
las
dos
fuentes
que
parece
negar
la
relación
y
reciprocidad
que
existe
entre
ellos.
2. El
esquema
hablaba
en
tono
casi
fundamentalista
de
la
inerrancia
de
la
Escritura,
obviando
todo
lo
que
los
estudios
históricos
de
la
Biblia
estaban
aportando
a
una
mejor
comprensión
de
la
misma.
3. El
lenguaje
de
De
Fontibus
estaba
muy
lejos
del
tono
pastoral
que
buscaba
el
concilio,
era
dogmático,
frío
e
impositivo,
al
más
puro
estilo
del
Santo
Oficio,
que
lo
había
redactado.
4. Carecía
de
toda
sensibilidad
ecuménica.
La
comisión
redactora
del
documento
había
rechazado
la
colaboración
ofrecida
por
el
Secretariado
para
la
Unidad
de
las
Iglesias
Se
formó
una
Comisión
mixta
encabezada
por
los
presidentes
respectivos
del
Santo
Oficio
y
del
Secretariado
para
la
Unidad
de
las
Iglesias,
los
Cardenales
Bea
y
Ottaviani
aún
no
saben
que
serán
considerados
como
las
cabezas
de
la
“mayoría”
y
la
“minoría”
que
estaba
cuajando
en
el
Concilio.
Se
redactó
un
texto
casi
completamente
nuevo
que
empezó
a
discutirse
en
el
aula
conciliar
en
la
tercera
sesión.
Fue
aprobado
solemnemente
en
la
última
sesión,
el
18
de
noviembre
de
1965,
con
2305
votos
a
favor
y
solo
6
en
contra.
Martin
Rees,
Astrónomo
Real
de
su
Majestad
Británica,
gran
astrofísico
y
agnóstico,
dice
que
está
abierto
a
creer
en
la
posibilidad
de
una
inteligencia
superior
que
haya
diseñado
el
universo,
pero
le
parece
increíble
que
si
existe
tal
inteligencia,
nosotros,
la
especie
humana,
estemos
en
condiciones
de
comprender
sus
designios.
Efectivamente,
si
hay
un
Dios,
y
está
a
nuestro
alcance
conocerlo,
será
porque
Dios
haya
decidido
darse
a
conocer.
A
esto
llamamos
revelación.
El
teólogo
Avery
Dulles
es
autor
de
un
intereante
libro,
Models
of
Revelation,
que
estudia
cinco
maneras
distintas
en
las
que
puede
entenderse
la
revelación.
Simplificando
un
poco,
podemos
hablar
aquí
de
dos
modelos,
el
que
subyace
en
el
esquema
De
Fontibus
y
el
adoptado
por
la
Dei
Verbum.
El
modo
de
comprender
la
Revelación
prevalente
en
la
Teología
católica
desde
el
Concilio
de
Trento
es
el
modelo
proposicional,
que
Dulles
llama
“Revelación
como
Doctrina”:
La
Revelación
se
entiende
como
un
conjunto
de
verdades.
A
este
modelo
de
revelación,
le
corresponde
un
modo
de
entender
la
fe.
Si
Dios
reveló
verdades,
a
nosotros
nos
corresponde
aceptarlas
y
creerlas.
La
fe
consiste
en
afirmar
ciertas
proposiciones.
Dada
la
prevalencia
de
este
modelo
de
revelación
durante
los
últimos
400
años,
no
es
extraño
que
muchos
católicos
aún
hoy,
50
años
después
del
Concilio,
sigan
entendiendo
que
la
fe
consiste
en
creer
ciertas
afirmaciones.
El
Vaticano
II
no
niega
que
la
revelación/fe
tenga
un
aspecto
racional,
pero
da
preferencia
a
otro
modelo.
En
sus
palabras
de
la
Dei
Verbum
Dispuso
Dios
en
su
sabiduría
revelarse
a
Sí
mismo
y
dar
a
conocer
el
misterio
de
su
voluntad,
mediante
el
cual
los
hombres,
por
medio
de
Cristo,
Verbo
encarnado,
tienen
acceso
al
Padre
en
el
Espíritu
Santo
y
se
hacen
consortes
de
la
naturaleza
divina.
En
consecuencia,
por
esta
revelación,
Dios
invisible
habla
a
los
hombres
como
amigos,
movido
por
su
gran
amor
y
mora
con
ellos,
para
invitarlos
a
la
comunicación
consigo
y
recibirlos
en
su
compañía.
(DV
2)
2
Este
modo
de
comprender
la
revelación
no
es
nuevo,
todo
lo
contrario,
es
un
modelo
que
encontramos
en
la
Biblia
y
en
los
Padres
de
la
Iglesia.
Como
siempre,
el
Vaticano
II
no
inventa
nada
nuevo,
saca
su
creatividad
de
un
retorno
a
las
fuentes.
Escritura
y
Tradición
Este
modelo
de
la
revelación/fe
de
la
Dei
Verbum
desactiva
algunas
de
los
dilemas
planteados
por
el
esquema
De
Fontibus,
al
quitar
el
acento
de
lo
doctrinal,
pero
no
escamotea
afrontar
la
cuestión
de
la
relación
entre
Escritura
y
Tradición.
El
Capítulo
II
de
la
Dei
Verbum
se
titula
“La
transmisión
de
la
Divina
Revelación”.
Los
dos
elementos
clave
de
esta
transmisión
son
la
Escritura
y
la
Tradición.
La Tradición es lo que enseñaron los Apóstoles, no solo de palabra, sino con su vida:
Encierra
todo
lo
necesario
para
que
el
Pueblo
de
Dios
viva
santamente
y
aumente
su
fe,
y
de
esta
forma
la
Iglesia,
en
su
doctrina,
en
su
vida
y
en
su
culto
perpetúa
y
transmite
a
todas
las
generaciones
todo
lo
que
ella
es,
todo
lo
que
cree
(DV
8).
La
Sagrada
Escritura
Los
cuatro
últimos
capítulos
de
la
Dei
Verbum
(de
los
seis
de
que
consta)
están
consagradas
a
la
Sagrada
Escritura,
verdadera
protagonista
de
este
documento.
El
Capítulo
Tercero,
dedicado
a
la
“inspiración
de
la
Sagrada
Escritura
y
su
interpretación”
empieza
afirmando
que
los
libros
bíblicos
tienen
a
Dios
como
autor
“Pero
en
la
redacción
de
los
libros
sagrados,
Dios
eligió
a
hombres,
que
utilizó
usando
de
sus
propias
facultades
y
medios,
de
forma
que
obrando
Él
en
ellos
y
por
ellos,
escribieron,
como
verdaderos
autores,
todo
y
sólo
lo
que
Él
quería”
(DV
11).
Esta
afirmación
es
una
puerta
abierta
a
los
estudios
históricos
y
culturales
de
los
libros
bíblicos.
Para
más
claridad
añade:
Para
descubrir
la
intención
de
los
hagiógrafos,
entre
otras
cosas
hay
que
atender
a
"los
géneros
literarios".
Puesto
que
la
verdad
se
propone
y
se
expresa
de
maneras
diversas
en
los
textos
de
diverso
género:
histórico,
profético,
poético
o
en
otros
géneros
literarios.
Conviene,
además,
que
el
intérprete
investigue
el
sentido
que
intentó
expresar
y
expresó
el
hagiógrafo
en
cada
circunstancia
según
la
condición
de
su
tiempo
y
de
su
cultura,
según
los
géneros
literarios
usados
en
su
época.
Pues
para
entender
rectamente
lo
que
el
autor
sagrado
quiso
afirmar
en
sus
escritos,
hay
que
atender
cuidadosamente
tanto
a
las
formas
nativas
usadas
de
pensar,
de
hablar
o
de
narrar
vigentes
en
los
tiempos
del
hagiógrafo,
como
a
las
que
en
aquella
época
solían
usarse
en
el
trato
mutuo
de
los
hombres
(DV
12).
Los
capítulos
cuarto
y
quinto
de
la
Dei
Verbum,
presentan,
respectivamente
y
de
forma
breve,
qué
es
el
Antiguo
y
el
Nuevo
Testamento
para
la
Iglesia.
Finalmente,
el
sexto
y
último
capítulo,
titulado
3
“La
Sagrada
Escritura
en
la
Vida
de
la
Iglesia”
se
enuncian
algunas
conclusiones
para
la
práctica
cristiana.
La
primera
de
ellas
es
la
de
colocar
lectura
de
la
Biblia
en
un
lugar
central
en
la
celebración
de
la
Eucaristía
y
de
los
demás
sacramentos
y
momentos
de
oración
común.
La
predicación
debe
basarse
en
ella:
Es
necesario,
por
consiguiente,
que
toda
la
predicación
eclesiástica,
como
la
misma
religión
cristiana,
se
nutra
de
la
Sagrada
Escritura,
y
se
rija
por
ella.
Porque
en
los
sagrados
libros
el
Padre
que
está
en
los
cielos
se
dirige
con
amor
a
sus
hijos
y
habla
con
ellos;
y
es
tanta
la
eficacia
que
radica
en
la
palabra
de
Dios,
que
es,
en
verdad,
apoyo
y
vigor
de
la
Iglesia,
y
fortaleza
de
la
fe
para
sus
hijos,
alimento
del
alma,
fuente
pura
y
perenne
de
la
vida
espiritual
(DV
21).
Se
recomienda
también
que
se
hagan
traducciones
bien
cuidadas
de
la
Biblia
(DV
22).
Esto
puede
parecer
una
obviedad,
pero
hay
que
recordar
que
el
Concilio
de
Trento
puso
enormes
trabas
para
que
tradujese
la
Biblia
a
las
lenguas
habladas
por
el
pueblo.
Se
pide
a
los
teólogos
que
fundamenten
su
labor
en
la
Sagrada
Escritura:
“el
estudio
de
la
Sagrada
Escritura
ha
de
ser
como
el
alma
de
la
Sagrada
Teología”
(DV
24)
y
se
recomienda
a
todos
los
católicos
la
lectura
asidua
de
la
Biblia:
El
Santo
Concilio
exhorta
con
vehemencia
a
todos
los
cristianos
en
particular
a
los
religiosos,
a
que
aprendan
"el
sublime
conocimiento
de
Jesucristo",
con
la
lectura
frecuente
de
las
divinas
Escrituras.
"Porque
el
desconocimiento
de
las
Escrituras
es
desconocimiento
de
Cristo".
(DV
25)
4