Revista Estudios Nietzsche - Seden No. 10 PDF
Revista Estudios Nietzsche - Seden No. 10 PDF
Revista Estudios Nietzsche - Seden No. 10 PDF
Alberto Constante
UNAM, México
Resumen: La controversia de Heidegger con Nietzsche tiene una meta próxima y una leja-
na: la meta próxima es exponer que en el pensamiento de Nietzsche habita una metafísica
y que ésta es la que marca nuestra época; la meta lejana consiste para Heidegger en hacer
patente que la metafísica se expresa en nuestra época mediante el dominio tecnológico
de la tierra y que quizá sea posible otro inicio que no sea el de la metafísica. Pero lo im-
portante es escuchar a Nietzsche, preguntar con él, por él, y eso quiere decir preguntar al
mismo tiempo contra él, pero en favor de la filosofía occidental.
Palabras clave: Nietzsche – Heidegger – metafísica – dominio de la tierra – el otro inicio
Abstract: The controversy of Heidegger with Nietzsche has a close goal and a distant
one: the close goal is the exhibition of the internal unity of the fundamental metaphysical
position of Nietzsche, according to the metaphysics marking our time; the distant goal
is the unfolding of the question if the supreme struggle is then the metaphysical fight
for earth dominion or if what happens in history can find another beginning that is not
already metaphysical. Nevertheless, the decisive point continues to be hearing Nietzsche,
to ask with him, by him and through him, and that means: to ask at the same time against
him, but in favour of the unique cause, the common and more intimate cause of Western
philosophy.
Keywords: Nietzsche – Heidegger – Metaphysics – Earth Dominion – The Other Beginning
. P. Sloterdijk, Der Denker auf der Bühne. Nietzsches Materialismus, Frankfurt a. M.: Suhr-
kamp, 1986 (El pensador en escena. El materialismo de Nietzsche, Valencia: Pre-Textos).
recibido: 02-09-2009 – e stud io s Nietz sche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 13-31 – aceptado: 12-11-2009
14 A l b e r t o C o n s t a n t e
Cuanto más son objeto de disección, tanto más elusivos parecen. Cuanto más
persistentemente se les intenta conquistar por la comprensión, tanto más fría es
la mirada que lanzan a sus suprasensibles pretendientes. Cuanto más profunda es
la iluminación hermenéutica de sentido o cuanto más penetra la reconstrucción
filológica en el entramado del texto clásico, con más dureza resiste el impacto de
las interpretaciones.
. Ibid., p. 13.
. Citado en F. Nietzsche, Inventario, ed. de F. Savater, Madrid: Taurus, 1973, p. 104.
. M, KSA III 24.
máscara que oculta una distinta y con ella devela otra máscara. La máscara está
vacía; lo que importa es el acto mismo de la máscara, la función que tiene en el
sentido trágico de la vida. La identidad está en juego. Es decir, que todo tiene
un origen discursivo y no trascendental. De ahí que «la muerte de Dios» remate
en la evidencia de que el uso de la verdad no puede sustraerse a una cierta dosis
de discrecionalidad y, en cuanto tal, es susceptible de manipulación. ¿De qué se
trata, pues? ¿De un ritual del adiós? ¿De una renovación? Recordaría que no hay
original de la máscara, que el modelo mismo es el calco; no hay un hecho, sólo
interpretaciones, no hay sentido propio de la palabra, sólo sentidos figurados,
los conceptos son sólo metáforas disfrazadas; no hay versión auténtica del texto,
sólo traducciones; no hay verdad, sólo formas de apropiarse de lo lejano. La
máscara fue sin duda el modo de apropiación de un mundo lejano. Baste recor-
dar aquí aquellas palabras de Nietzsche del que Heidegger dijera que su rigor
sólo era comparable al de Aristóteles, Schelling, Hegel o al de Leibniz:
¿Qué fue ese «algo gigantesco» al que se refiere Nietzsche? ¿Cuál es esa crisis
que nos devasta y nos ciega? ¿Acaso aquellas palabras que pronunció en esa obra
. M, prefacio § 4.
. EH, KSA VI 365.
nunca realizada que aún exige paternidad: Der Wille zur Macht? ¿El nihilismo?
Tiene razón Barthes cuando enuncia el nuevo canon de la modernidad: «Ser
moderno es saber qué es lo que ya no es posible». La emergencia de Nietzsche
como pensador que define una época, un mundo, el destino de Occidente, acaso
se empezó a gestar aún contra el mismo Nietzsche.
Los esfuerzos de muchos pensadores, entre ellos Heidegger, de ordenar la
obra de Nietzsche, de interpretarla o descifrarla, fueron decisivos para toda clase
de malentendidos. Quizá ahí se gestó ese dictum del filósofo de Turín. Quizá fue
ahí donde el mismo Heidegger haya tenido la oportunidad de conformar en pa-
labras lo que a comienzos de 1930, en el célebre ensayo La doctrina platónica de
la verdad (Platons Lehre von der Wahrheit), Heidegger designa a Nietzsche como
aquel pensador que lleva a su acabamiento la metafísica iniciada por Platón, en
la medida en que, al invertir el platonismo, permanece él mismo dentro del ho-
rizonte del pensamiento que pretende invertir y, por ello, para Heidegger queda
definido como «el platónico más desenfrenado de la historia de la metafísica oc-
cidental». Heidegger, a partir de entonces, no dejará de establecer paralelos con
la filosofía de Nietzsche y la metafísica platónica, de hecho podríamos decir que
el pensador de Basilea será una suerte de hilo de Ariadna para su pensamiento a
fin de pensar de manera radical la negatividad inherente al ser.
Aquí encuentran eco las palabras de Gerhard: «Quien busque la compren-
sión profunda de la existencia humana, el análisis puntual de los problemas filo-
sóficos fundamentales, las cimas de la representación de sí mismo del hombre o
simplemente la contribución de la filosofía a la modernidad, ya no puede evitar
a Nietzsche. Es el clásico moderno por excelencia». ¿Qué se dejó de leer en la
obra nietzscheana? ¿Qué es lo que lo convierte en el último metafísico o en el
clásico de la modernidad? ¿Acaso la estructura oculta (borrada y por ello visible)
que se transforma en uno de los significados del o de los mensajes nietzscheanos?
¿No es acaso cierto que Nietzsche ha sido y es un símbolo por descifrar?
. R. Barthes, Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces, Buenos Aires: Paidós, 1986,
p. 236.
. M. Heidegger, Zollikoner Seminare, ed. de M. Boss, Frankfurt a. M.: Klostermann, 1987,
p. 182 (hay una extraordinaria traducción de A. Xolocotzi, México: Jitanjáfora, 2007).
. V. Gerhard, Friedrich Nietzsche, München: Beck, 21995, p. 9.
La lectura de Heidegger me parece como aquella vieja idea de alguien que sólo
tiene un libro en el que se cifra un mundo perdido y donde se reproduce en una
escala ampliada una amenaza pura: en este sentido, la culminación de la metafí-
sica, pero no por ello su superación10.
Estamos en el tiempo de la «transición», en el lapso de lo que los comentaris-
tas han llamando la «segunda época» o el «segundo Heidegger»11 o el Heidegger
de la Kehre. ¿Qué se trataba de pensar? ¿Qué fue lo que cautivó al pensador de
Todtnauberg para reflexionar en paralelo al pensamiento de Nietzsche12? Hay
algo de dramatismo en la tesis que arriesgamos y es el hecho de que Heidegger
reflexiona a partir de ese ser arrojado en el mundo y en el que el abandono ha
hecho presa dejándolo en su no encuentro, en su extravío. La «muerte de Dios»
es sólo el punto de inflexión, el pretexto recurrente que incita a pensar la radi-
cal soledad en la que se encuentra el hombre, la no justificación de su ser, de su
existencia, esa «nada» como telón de fondo en el que, como escena de la vida, el
hombre actúa arrojado ya no en el mundo sino arrojado de sí. Este es el ápice de
encuentro entre Heidegger y Nietzsche, pero quizá de la misma manera, este fue
el punto en el que se determinaron los rumbos diferentes.
En la Carta sobre el humanismo13, Heidegger nos dice que es necesario, ine
vitable, para dejar la metafísica, seguir hablando el lenguaje de la metafísica.
Apuntar hacia lo que permanece impensado en la metafísica no es una crítica de la
metafísica. Lo que Heidegger llama, en Nietzsche II, die Erinnerung in die Meta-
physik, se opone a la mera y simple superación de la metafísica. Volver a recordar
en ella no es la historia de la filosofía, en la cual el pasado se nos viene encima
como una lluvia de informaciones, sino su Verwindung, la prueba de la metafísica
como asunto del ser. Ahora de lo que se trata es de calar más hondo en su propio
secreto, abrirse al secreto de que el ser se retira mientras se abre en el ente.
Si el pensamiento del filósofo de Aurora recoge y culmina, bajo un aspecto
decisivo, la tradición que hasta ahora ha seguido el pensamiento en Occiden-
te, entonces la discusión con Nietzsche se convierte automáticamente en una
10. Heidegger explica ahí, en el prefacio, que esta obra representa su «camino de pensamiento»
desde 1930 hasta la Carta sobre el humanismo (1947), «en efecto, las dos pequeñas conferencias
impresas durante ese lapso, ‘La doctrina de Platón acerca de la verdad’ (1942) y ‘De la esencia de la
verdad’ (1943), ya habían sido escritas en los años 1930-1931». Cf. M. Heidegger, Nietzsche, 2 vols.,
Pfullingen: G. Neske, ahora en Gesamtausgabe, Frankfurt a. M.: Klostermann, 1975, en adelante
Nietzsche I o Nietzsche II. Hay que tener en cuenta la magnífica traducción de Juan Luis Vermal,
Barcelona: Destino, 2000, p. 16.
11. En este punto me parece muy relevante la obra de Ángel Xolocotzi, Fenomenología de la
vida fáctica, Heidegger y su camino a Ser y tiempo, México: Universidad Iberoamericana y Plaza y
Valdés, 2004. En este profundo libro Xolocotzi lleva a cabo una investigación sobre todos los ele-
mentos que demuestran la continuidad del pensamiento de Heidegger, sin rupturas, sin fallas, p. 13.
12. Nietzsche no ha sido para Heidegger un mero pretexto. Una de las tareas que Heidegger
se impuso en Sein und Zeit fue la destrucción de la historia de la metafísica. Por ello no ha lugar a
la extraña y ajena distinción entre las obras sistemáticas e históricas de Heidegger, entre destrucción
y construcción; la historia de la metafísica es un elemento intrínseco del pensar heideggeriano, que
es un pensar histórico, «haciendo historia». Estamos ante el tiempo de transición que lo condujo
no a una nueva forma de pensar, ni a otro camino por el que el pensador de Todtnauberg intentara
discurrir por los márgenes de la metafísica, sino a la preparación de ese «salto» que se define más
bien como una preparación a la tarea del pensar, tarea enteramente nueva respecto de aquello que,
de Heráclito a Nietzsche, se ha llamado filosofía o metafísica.
13. M. Heidegger, Über den Humanismus, Frankfurt a. M.: Klostermann, 21959.
14. Nietzsche I, prefacio. Lo que postula Heidegger es que nos abramos a lo pensado por
cada pensador como algo único, irrepetible e inagotable, de tal modo que irrumpa en nosotros lo
no pensado en su pensamiento. Lo no-pensado sólo existe como no-pensado. Cuanto más original
es un pensar, tanto más rico y pletórico será su fondo no-pensado. Abrirse a un pensador, salirle al
encuentro es destacar lo que tiene de grande y engrandecerlo aún más, lo cual significa que inter-
pretar es a la vez completar. Por el contrario, la postura fundamentalmente negativa comporta un
empequeñecimiento de lo que hay de grande en un pensador, aunque se asegure, de paso, que fue
«un gran filósofo». «Tales elogios ‘desde abajo’ son en realidad ofensas». Cf. M. Heidegger, Was heißt
Denken?, Tübingen, 1953, pp. 68-73.
15. Nietzsche I, p. 14. Asimismo, cf. Conferencias y artículos, Barcelona: Serbal, 1994, los ca-
pítulos «Superación de la metafísica», «¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?» y «¿Qué quiere decir
pensar?».
16. M. Heidegger, Holzwege, Frankfurt a. M.: Klostermann, 31957, p. 231.
17. Nietzsche II, pp. 261 ss.
18. Nietzsche I, p. 33.
19. Cf. F. Volpi, El Nihilismo, cit., pp. 87-88. Asimismo, cf. G. Vattimo, Introducción a Nietz
sche, Barcelona: Gedisa, 1987, p. 80. Ahí hace referencia a la atención que Heidegger prestó a
Nietzsche y cita el parágrafo 76 de Ser y tiempo.
20. Desde luego, por lo menos hasta los idealistas alemanes y dejando aparte a los místicos, sin
descartar los enfoques que había llevado a cabo Bergson y, un poco más lejos en el tiempo, Leibniz.
21. Al efecto de este comentario de la obra de Heidegger, no creo necesario recordar la con-
fusión que se creó en torno a esta «nada» que desorientó a los mejores intérpretes y fue ocasión de
que Heidegger quedara catalogado como pensador nihilista. Afirmaciones a las que Heidegger salió
al paso en la Carta sobre el humanismo (1947), en el epílogo (1943) y en el prólogo a Was ist Meta-
physik? de 1949.
doconcepto está ligada a la historia misma del ser para Heidegger. El ser, visto
desde el ente, es nada. Bajo esta especie sub specie nihili se aborda el ser, cam-
biando el sentido de los términos. Ser y nada son lo mismo. Heidegger no quiere
decir que el ser no es nada, en el sentido en que decir ser o no decir nada sería lo
mismo. Quiere decir que el ser no es nada de ente; una vez más se trata de una
exhortación a pensar la diferencia entre el ser y el ente. La Nada adquiere carac-
teres absolutos en la Lógica de Hegel. Aunque sería mejor decir que en Hegel el
absoluto presenta una ausencia total de caracteres. ¿Cuál es, entonces, la razón
por la cual el Ser ha de ser conceptuado como ese «vacío perfecto», es decir, por
qué el ser puro es vacío puro y se identifica o encuentra su identidad perfecta con
la Nada, la ausencia de determinaciones y de contenidos? ¿Por qué, en suma, el
ser puro es idéntico a la nada pura?
Nietzsche ha sido el primer pensador que ha tomado conciencia del nihilis-
mo y ha intentado pensarlo. Más aún, como dice A. de Waelhens, «Kierkegaard
es el representante de un nihilismo aún lleno de ilusiones; Nietzsche, el de un
nihilismo consciente de sí, pero que se esfuerza por superarse»22. Nietzsche en-
tiende por nihilismo un acontecimiento histórico que da carácter al siglo xix e
ilumina un futuro incierto, pero que viene preparándose siglos atrás; Nietzsche
lo resume en la estridente fórmula «Dios ha muerto»23.
En su estudio Nietzsches Wort «Gott ist tot», Heidegger comienza por de-
nunciar la confusión sobre el significado de la muerte de Dios como nihilismo,
pues no basta con profesar una metafísica, ni siquiera la fe cristiana, para consi-
derarse fuera del nihilismo. Como, a la inversa, el hecho de que alguien intente
esclarecer la nada y su esencia no autoriza a calificarlo de nihilista. El nihilismo
del que se ocupa Nietzsche no es una doctrina sino un «movimiento histórico»,
un acontecimiento decisivo en la historia de los pueblos occidentales; es el mo-
vimiento fundamental de la historia de Occidente en el que la negatividad se
convierte en el signo esencial que distingue a la modernidad, al menos su lado
nocturnal. «Pertenece —dice Heidegger— a la esencia de este extrañísimo hués-
ped el no poder conocer su propio origen». Lo más frecuente es considerar el
nihilismo como una secuela de la descristianización occidental, del librepensa-
miento o del ateísmo, pero ya advertía Nietzsche en el pasaje del «hombre loco»
que la frase «Dios ha muerto» nada tenía que ver con el ateísmo, es algo mucho
más sutil y mucho más tremendo:
25. «Der Gesichtspunkt des ‘Wertes’ ist der Gesichtspunkt von Erhaltungs-, Steigerungs-Bedin-
gungen in Hinsicht auf complexe Gebilde von relativer Dauer des Lebens innerhalb des Werdens».
26. Nietzsche I, p. 394.
27. Cf. ibid., cap. 3.
28. Ibid., p. 302.
29. Cf. M. Heidegger, Holzwege, cit., pp. 201-213.
Allí donde encontré algo vivo, encontré voluntad de poder. Querer es querer-ser-
señor; también en la voluntad de servicio hay voluntad de poder, no sólo porque
el servidor aspire a dejar su condición para convertirse en señor; también ser-
servidor es querer-ser-señor32.
30. M. Heidegger, «Wer ist Nietzsches Zarathustra?», en Vorträge und Aufsätze, Pfullingen:
Neske, 1954, p. 80.
31. Nietzsche I, p. 389.
32. Citado en M. Heidegger, «La frase de Nietzsche ‘Dios ha muerto’», en Caminos de bosque,
trad. de H. Cortés y A. Leyte, Madrid: Alianza, 1996, pp. 190-240.
el querer del querer. «Querer —dice Nietzsche— es tanto como querer llegar a
ser más fuerte, querer crecer, y además querer los medios»33.
Nietzsche, según Heidegger, desarrolla la «lógica interna» de esta concepción.
La verdad y la certeza34 son en su última esencia valores, y valores puestos por la
voluntad de poder, es ella quien debe poner las condiciones de mantenimiento y
conservación de sí misma, por tanto, de la aseguración de sí misma y del ente. El
ente, que está presente en la representación no queda asegurado sino por la segu-
ridad de tenerlo por verdadero por la certeza; luego el fundamento último de la
verdad y de la certeza es la voluntad de poder; verdad y certeza son valores exigi-
dos y puestos por la voluntad de poder. La doctrina de Nietzsche sobre la voluntad
de poder como esencia de toda realidad es la culminación de la metafísica moder-
na de la subjetividad y, piensa Heidegger, el paso al nihilismo de la técnica.
El problema principal es la posible superación del concepto de «representa-
ción»; es decir, el intento de ver lo que hay detrás de este concepto en el tejido
de la vida. Y ello implica la superación del subjetivismo de la filosofía moderna.
La filosofía moderna ha producido desde ese «gesto soberano», como le llamó
Foucault al gesto de Descartes, el concepto de un sujeto universal que condicio-
na todos los objetos: el cogito ergo sum o la síntesis pura kantiana en el sujeto:
la unidad de la apercepción; estos son dos ejemplos de ello.
33. Citado en M. Heidegger, «La frase de Nietzsche ‘Dios ha muerto’», cit. (Voluntad de Poder,
§ 675, del año 1887/1888).
34. La certeza no es sino la seguridad de tener algo por verdadero.
La ausencia del ser, entendida ésta como olvido del ser, no le ha acontecido
a la metafísica por casualidad ni por descuido ni por error; es propio del ser
quedar impensado, solaparse y esconderse dentro de su verdad, quedar vedado
y velado mientras se revela, y ocultar su misma ocultación; la patentización (des-
ocultación) entraña ocultación, ello es la esencia del misterio.
La metafísica es lo impensado del ser, precisamente porque se funda en el
misterio del ser. La metafísica sería entonces «destino», el destino del ser. Me-
tafísica es una «época de la historia del ser». El verdadero nihilismo no es la
volatilización del ente, sino del ser; el día que sepamos escuchar el nihilismo en
este tono y bajo estas profundas visiones reconoceremos que «ni las perspectivas
económicas, ni las políticas, ni las sociológicas, ni las técnicas y científicas, ni
siquiera las metafísicas y religiosas bastan para pensar lo que está pasando en esta
edad mundial»36. Eso que nos falta por pensar no es algún trasfondo inaccesible,
sino algo que está ahí, lo más próximo y que por lo mismo se nos pasa siempre
por alto: el ser37.
La esencia del nihilismo no reviste apariencia catastrófica, no se presenta con
caracteres destructivos y negativos en el ámbito humano, porque la esencia del
nihilismo no es cosa del hombre y no le afecta directamente a él. Es cosa del ser
y, por eso mismo, afecta a la esencia del hombre. Según esto, Nietzsche no logró
superar el nihilismo porque no penetró hasta su esencia. Pero tampoco lo hizo
Heidegger. A fin de remontarse auténticamente por encima del nihilismo, para
comprender la esencia del ser en su movimiento de presencia y de ocultación,
habría que comprender que lo que se esencializa en el nihilismo es el «morar-en-
ausencia» del ser en cuanto tal. Este morar-en-ausencia consiste en la ocultación
que se lleva a cabo a través de la historia del ser, a partir del ser mismo. Es la
inextirpable presencia de la «nada» en el ser. Así la incomprensión de la esencia del
nihilismo conduce, en definitiva, a la incomprensión de la nada, del nihil: «Puede
que la esencia del nihilismo resida en el hecho de que no se toma en serio la cues-
tión de la nada. En realidad, se rehúsa desarrollar esta cuestión y se defiende obs-
tinadamente el esquema de una alternativa asimilada desde hace mucho tiempo»38.
Sin duda, Heidegger pretende trascender el nihilismo por medio de una «su-
peración de la metafísica», pero ¿significa esto el rechazo y la radical negación
35. Nietzsche II, p. 305. Tomamos la traducción de Juan Luis Vermal que es excelente.
36. M. Heidegger, Holzwege, cit., pp. 244-246.
37. Ibid.
38. Nietzsche II, p. 48.
El nihilismo aparece ahora no porque el disgusto por la existencia sea mayor que
antes, sino porque nos hemos vuelto desconfiados en general frente a un «sentido»
en el mal, incluso en la existencia. Se ha hundido una interpretación pero, puesto
que valía como la interpretación, parece como si no hubiese ningún sentido en
absoluto en la existencia, como si todo fuera en vano. Queda por demostrar que
este «¡en vano!» es el carácter de nuestro actual nihilismo. La sospecha sobre nues-
tras anteriores valoraciones culmina en la cuestión: «¿No son todos los ‘valores’
un señuelo con el que se alarga la comedia pero sin por ello aproximarse a ningún
desenlace?». La duración, con un «en vano» sin meta ni fin, es el pensamiento
más paralizado, especialmente cuando se concibe que se haya sido engañado y, no
obstante, se es impotente para evitar ser engañado. Meditemos este pensamiento
en su forma más terrible: la existencia tal como es: sin sentido y sin meta pero
repitiéndose inevitablemente, sin final en la nada: «el eterno retorno». Ésta es la
forma más extrema del nihilismo: ¡la nada (el «sinsentido») eterna!40.
De igual manera, el epígrafe con el que comenzamos este ensayo habla por
sí solo: «El pesimismo moderno es una expresión de la inutilidad del mundo
moderno — no del mundo y de la existencia»41. Hay pues algo que nos parece
injusto en la postura de Heidegger hacia Nietzsche: el nihilismo de la época
moderna puede ser definido como una tesis sobre el carácter relativo y ficticio
de todos los valores. Cuando la validez objetiva del deber ser desaparece, la
destrucción puede ser una mera consecuencia de su desaparición pero quizá no,
si como nihilista consecuente no se está dispuesto a hacer de esta destrucción un
39. Cf. M. Heidegger, «De la esencia de la verdad», en Hitos, ed. de H. Cortés y A. Leyte,
Madrid: Alianza, 2000, pp. 151-171.
40. F. Nietzsche, El nihilismo: escritos póstumos, Barcelona: Península, 2000, «El nihilismo
europeo. Lenzer Heide, el 10 de junio de 1887», fragmentos 4-5, pp. 45-46.
41. El nihilismo, cit., frag. 1[194], p. 27.
nuevo deber ser. No hay necesariamente, como cree Heidegger, una relación ló-
gica entre nihilismo y destrucción y la consecuente puesta en juego del deber ser
como verdad irrefutable de todos los valores, sino sólo una lucha por imponer la
única y verdadera moral o valor. En El Anticristo Nietzsche había expresado su
apreciación sobre la transvaloración de los valores:
Este pensamiento quiere ubicar el origen del nihilismo, con lo cual Occiden-
te se convierte en una historia del nihilismo: «Si el eje gravitacional de la vida no
se ubica en la vida misma, sino en el más allá — en la nada, a la vida se le arrebata
propiamente este eje»43. Más aún:
[...] los valores supremos se revelan decadentes, mas no por efecto del desgaste
sino porque desde su origen niegan la vida, manifestando en esta época la «lógica
de la decadencia» por la cual la «voluntad de verdad» [Wille zur Wahrheit], com-
prendida como una voluntad tendente hacia Dios [Wille zum Gott], hacia un mun-
do verdadero en el más allá, se muestra como lo que realmente es: una «voluntad
hacia la nada» [Wille zum Nichts]44.
¿Cómo ve Heidegger la transición hacia el otro inicio del pensar desde la consuma-
ción de la metafísica? Esta transición no es un progreso pero tampoco un retroceso:
46. Ibid.
47. La certeza no es sino la seguridad de tener algo por verdadero.
48. P. Rivero Weber, «Las notas de la verdad en la hermenéutica nietzscheana», en Cuestiones
hermenéuticas, de Nietzsche a Gadamer, México: UNAM, 2006, p. 22.
49. Citado en M. Heidegger, «La frase de Nietzsche ‘Dios ha muerto’», en Caminos de bosque,
cit. (Voluntad de Poder, § 588, del año 1887/1888).
50. M. Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, México: Si-
glo XXI, 1997. Foucault analizó el desarrollo, entre los siglos xviii y xix, de las ciencias humanas: eco-
nomía, ciencia natural, lingüística; y las estudió como conocimientos «objetivos» en relación con un
«sujeto» (el Hombre) que —dice allí— es apenas «una formación discursiva destinada a desaparecer».
51. Ibid., p. 254.
52. Cf. G. Vattimo, El fin de la modernidad, Barcelona: Gedisa, 1994, pp. 151 ss. Cf. también
El pensamiento débil, Madrid: Cátedra, 1990, pp. 18-42, en donde se refiere a la Verwindung.
tiene poder de pensar? ¿Cuál sería entonces esta exigencia si suponemos que
nosotros mismos, a quienes detiene, podemos designarla sin interrumpirla, ni
ser interrumpidos por ella56?
Describo lo que viene, lo que no puede venir de otro modo: el surgimiento del
nihilismo. Esta historia ya puede contarse desde ahora; porque la necesidad misma
está aquí en curso [...] el que aquí toma la palabra, por el contrario, no ha hecho
otra cosa que reflexionar [...] como un espíritu profético que mira hacia atrás para
contar lo que va a venir; como el primer nihilista consumado de Europa, el cual,
sin embargo, ya ha terminado de experimentar el nihilismo en sí mismo — que ya
lo tiene detrás de sí, debajo de sí, fuera de sí...57.
Descreo de la pregunta por la modernidad; pienso que siempre hay una escena
que se repite, el sacrificio y el exceso, la ruptura del límite como condición de
la subjetividad. La imagen anticipa pero concluye, y otorga la diferencia. Las
palabras en la modernidad no funcionan sólo como metáforas sino como arti-
culaciones de la forma, nudos que relacionan los niveles del relato y cumplen en
la narración una compleja función constructiva. Así la modernidad, el espacio
que habita y que late como esa condición moderna podría haberse resuelto en
la Fenomenología del Espíritu, o la Filosofía del dinero, quizá también en un
libro tan exquisitamente delicioso como la Crítica de la Razón Pura o un poco
más: El Capital. Pero es propio de la razón tener siempre razón. Y aunque hoy
sabemos que los saberes y la razón están siempre agujereados, aún seguimos
preguntándonos: ¿para quién trabaja el saber?
Todas esas obras pudieron siempre parecer libros imaginarios, libros que
podrían haber circulado entre la imaginación y lo real, entre el miedo y la lo-
cura, porque hay teorías que pueden igualar el delirio; pero no, por lo que se
preocuparon esas teorías fue por la formación del sentido, del horizonte, de la
continuidad, de la racionalidad, del orden, de la luz; era eso, como si en el fondo
de todo se estuviera conjurando lo que sobrevendría: «el martillo de Nietzsche»,
ese espectro, su retorno que nunca es de la misma manera, porque el regreso del
espectro ya ha olvidado su propio vocabulario y por ello mismo nos hace abrir
otro espacio del lenguaje.
Era eso: «el martillo de Nietzsche» sólo por lo que de miedo infundía; su
sola enunciación ya era como el nombre de un arcano maligno, su sola mención
originaba una suerte de doctrina sobre el quebranto de la filosofía misma, de un
saber que se desgajaba, goznes que arquitecturaban niveles de maldición, grados
de ruptura, de fragmentación, el rompimiento del sentido y del horizonte. Ahí,
en esa trama de golpes furiosos, de ese martillar sin espacio y sin sentido, todos
podían sentirse llamados y nombrados por él, ahí el sujeto se mostraba como el
desecho porque la ciencia es la supresión del sujeto; nada exculpaba a quien fuera
56. En este punto es conveniente remitirse a un espléndido ensayo de Blanchot sobre Nietzs-
che, cf. M. Blanchot, El diálogo inconcluso, especialmente, «Nietzsche y la escritura fragmentaria»,
Caracas: Monte Ávila Editores, pp. 252 ss.
57. KSA XIII 189-190, noviembre de 1887 - marzo de 1888, 11[411].
Es cierto que hoy estamos frente al desencanto de ese proyecto, de sus promesas
y de sus sueños, pero quizá esto no sea más que la decepción de algo mayor, de eso
que para Heidegger constituyó «la consumación de la metafísica», el destino de Oc-
cidente. Porque estamos ante la crisis de la metafísica, de su acabamiento, de su fin.
58. M. Heidegger, Vorträge und Aufsätze, 3 vols., Pfullingen: Neske, 1967 (Conferencias y
artículos, ed. de E. Barjau, Barcelona: Serbal). Cf. vol. III, pp. 8, 9 y 11 s.
59. M. Heidegger, «La época de la imagen del mundo», en Caminos de bosque, cit.
Abstract: Not only has Heidegger’s confrontation with Nietzsche proved to be decisive
in the history of Nietzsche Studies, but also for the very Heideggerian way of think-
ing. The lessons taught at the University of Freiburg between 1936 and 1940 become
a fundamental part in the turn given by Heidegger to his understanding of the history
of metaphysics and to the issue of overcoming nihilism. Taking into account the role
played in this context by Ernst Jünger, we are going to examine the path followed by the
Heideggerian interpretation of Nietzsche in this essay.
Keywords: Nihilism – Technology – Metaphysics
. La obra apareció publicada por primera vez en dos volúmenes, en la editorial Günter Neske
de Pfullingen. En el primer volumen se recoge material de tres cursos: el del semestre de invierno de
1936-37, «Nietzsche. La voluntad de poder», incluido ahí con el título de «La voluntad de poder como
recibido: 10-09-2009 – e stud io s Nietz sche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 33-52 – aceptado: 03-11-2009
34 manuel barrios casares
arte»; el del semestre de verano de 1937, «La posición metafísica fundamental de Nietzsche en el
pensamiento occidental», que se nombra según el subtítulo del manuscrito de las lecciones, «El eterno
retorno de lo mismo»; y el del semestre de verano de 1939, «La doctrina nietzscheana de la voluntad
de poder como conocimiento». En el segundo volumen, las dos últimas clases del semestre de 1939,
que no llegaron a impartirse, aparecen bajo el título de «El eterno retorno de lo mismo y la voluntad de
poder». «Nietzsche: el nihilismo europeo» recoge el contenido de unas lecciones del segundo trimestre
de 1940 y «La metafísica de Nietzsche» el de unas lecciones anunciadas para el semestre invernal de
1941-42, que tampoco llegaron a impartirse. Los cuatro textos que completan este volumen fueron
escritos entre 1914 y 1946. En castellano contamos con la excelente versión de estos dos volúmenes
del Nietzsche de Heidegger realizada por Juan Luis Vermal y publicada en la editorial Destino, de
Barcelona, en el año 2000, por la que citaremos aquí con la abreviatura Nietzsche I o Nietzsche II.
. En los tomos de la edición completa de las obras de Heidegger (Gesamtausgabe, Frankfurt
a. M.: Klostermann; en adelante citados como GA), el texto de estos cursos aparece sin las modifica-
ciones introducidas por Heidegger para la edición de 1961. En la «Nota del traductor» a la edición
castellana del Nietzsche, Juan Luis Vermal comenta que «un cotejo de los textos muestra sin em-
bargo que las diferencias no son fundamentales» (Nietzsche I, p. 9). No obstante, en el «Postfacio»
a la edición italiana (Milán: Adelphi, 1995), Franco Volpi sugería el interés de un análisis de estas
modificaciones más allá del mero prurito filológico, precisamente debido a esa especial preocupa-
ción de Heidegger por ofrecer una versión autorizada de su Denkweg de la que estuvieran ausente
algunos «puntos dolientes».
. Cf. Nietzsche I, p. 35. Heidegger se refiere aquí a la obra de A. Baeumler Nietzsche. Der
Philosoph und der Politiker, Leipzig: Reclam, 1931.
. Nietzsche I, pp. 24-25.
. Cf. Gianni Vattimo, Introducción a Nietzsche (ed. orig. Roma/Bari: Laterza, 1985), trad. de
Jorge Binaghi, Barcelona, Península, 1987, pp. 12 y 47 ss.
contacto que Heidegger había venido manteniendo con él desde 1927. Así que
propiamente, tal como él mismo reconociera en una mirada retrospectiva a ese
periodo, fueron los escritos de Ernst Jünger, La movilización total, de 1930, y El
trabajador. Dominio y figura, de 1932, los que lo situaron ante una «comprensión
esencial de la metafísica de Nietzsche»:
Un simple dato puede dar a entender cómo veía yo entonces la situación histórica.
En 1930 había aparecido el artículo de Ernst Jünger sobre «La movilización total»,
en el que se anunciaban los rasgos básicos de su libro El trabajador, aparecido en
1932. Estos escritos los había estudiado, con mi ayudante de entonces, Brock, en
círculos reducidos y había intentado mostrar cómo en ellos se expresaba una com-
prensión esencial de la metafísica de Nietzsche, por cuanto en el horizonte de esta
metafísica están vistas y previstas la historia y la actualidad de Occidente. Pensando
a partir de estos escritos, y más esencialmente aún a partir de sus fundamentos,
pensábamos lo que había de venir, es decir, tratábamos de afrontarlo debatiéndolo.
En aquel entonces, muchos otros también habían leído estos escritos; pero, junto
con otras muchas cosas de interés, que también se leían, se los dejó de lado y no se
reparó en su trascendencia. En el invierno de 1939-1940 estudié otra vez, con un
grupo de colegas, el libro de Jünger El trabajador y comprobé cuán extraños eran
aún entonces estos pensamientos y cómo resultaban chocantes, hasta que fueron
ratificados por «los hechos». Lo que Ernst Jünger piensa con las ideas del dominio y
la figura del trabajador y lo que ve a la luz de estas ideas es el dominio universal
de la voluntad de poder en la historia, vista en su extensión planetaria. Todo se en-
cuentra hoy en esta realidad, llámese comunismo, fascismo o democracia mundial.
Cabe afirmar, por tanto, que en esos primeros años de la década de 1930
Heidegger recogía estímulos para una lectura de Nietzsche que, bajo la aparien-
cia inicial de no estar apartándose excesivamente de las coordenadas de interpre-
taciones autorizadas oficialmente, en el fondo apuntaba hacia una comprensión
de la situación histórica de mucho mayor calado. En esa medida, los textos de
Jünger constituyeron para él una mediación esencial en un triple sentido: refor-
zaron su convicción acerca de la importancia del pensamiento nietzscheano para
clarificar las convulsiones de la época, le ofrecieron una vía por la que pudo se-
guir cultivando durante cierto tiempo la ilusión de su «nacionalsocialismo priva-
do» y, por último, una vez que se produjo su desafección política, le permitieron
proyectar hacia el exterior los demonios de su propia cercanía ideológica con el
movimiento nacionalsocialista. La constatación de los vínculos existentes entre
la evolución de su interpretación de Nietzsche y los vaivenes de su compromiso
político en aquellos años posee, así pues, un interés netamente filosófico, al mar-
gen de otros derroteros, y por ello haremos referencia a los mismos en el curso
de la presente consideración.
. Ernst Jünger, El trabajador. Dominio y figura, Barcelona: Tusquets, 1990. Para la crítica
jüngeriana de estos modelos desfasados, vid. en general la primera parte de la obra.
. Ibid., p.155.
10. Ibid.: «El resultado invisible consiste en la movilización del mundo por la figura del traba-
jador».
11. Escribe Jünger: «es el siglo xix el que ha interpretado al trabajador como el representante
supremo de un estamento nuevo, el portador de una sociedad nueva y como un órgano de la eco-
nomía» Ibid. p. 36. Sin embargo, «la reivindicación suprema que el trabajador es capaz de plantear
consiste en ser el portador, no de una sociedad nueva, sino de un Estado nuevo. Hasta que no llega
ese instante no declara el trabajador la lucha a vida o muerte. Y entonces la persona singular (la
cual no es en el fondo sino un empleado) se transforma en un guerrero; y la masa se transforma en
un ejército; y la instauración de un nuevo orden de mando sustituye a la modificación del contrato
social». Ibid., p. 33.
12. «Si se ve como centro del proceso destructor y movilizador del proceso técnico la figura
del trabajador, la cual se sirve del hombre activo y pasivo como de un medium, entonces cambia el
pronóstico que cabe hacer a ese proceso». Ibid., p. 159.
13. «En modo alguno es, pues, la técnica un poder neutral, un almacén de medios eficaces o có-
modos al cual pudiera recurrir a su antojo cualquiera de las fuerzas tradicionales. Lo que se esconde
precisamente detrás de esa apariencia de neutralidad es, antes bien, la lógica misteriosa y seductora
con que la técnica sabe ofrecerse a los seres humanos, una lógica que se hace más y más evidente e
irresistible a medida que va ganando totalidad el espacio del trabajo». Ibid., p. 156.
14. «Por muy dinámica, explosiva y cambiante que pueda mostrarse la técnica en su carácter
empírico, lo cierto es que conduce a unos órdenes enteramente determinados, unívocos y necesarios;
y esos órdenes se hallan de antemano incluidos en germen en ella como su tarea y su objetivo». Ibid.,
p. 157.
15. Cf. nota 21.
16. Contamos, eso sí, desde el año 2004, con el material recopilado en el volumen 90 de la
Gesamtausgabe, titulado «Zu Ernst Jünger», en el que por primera vez se publican apuntes y ma-
nuscritos inéditos sobre este autor redactados por Heidegger a partir de 1934 y se reproducen los
subrayados y anotaciones de su ejemplar de El trabajador. En esas anotaciones, Heidegger establece
desde el primer momento una asociación directa entre las ideas de Jünger, la noción nietzscheana de
voluntad de poder y la metafísica moderna de la subjetividad: «La ‘figura del trabajador’ no es un
hombre —ni siquiera, en primera instancia, un tipo de hombre— sino más bien el tipo de un modo
de la subjetividad, cuya esencia es la certeza. Cálculo como voluntad de poder —la última ‘verdad’
sobre el ente en su totalidad». GA 90, p. 5.
de poder como arte», e incluso en el del semestre de verano de 1937, «La po-
sición metafísica fundamental de Nietzsche en el pensamiento occidental (El
eterno retorno de lo mismo)», Heidegger mantiene en diversos momentos una
significativa afinidad con las ideas del solitario de Sils-Maria, que en seguida
dará paso a una valoración mucho más crítica, y que sugiere la existencia de una
evolución en su interpretación, coherente con la línea de lectura que estamos
esbozando aquí. La presencia innegable de Jünger y del Nietzsche jüngeriano en
textos coetáneos de los Beiträge zur Philosophie apunta en la misma dirección17.
Y es indiscutible que, apenas un año antes, Heidegger aún presenta la propuesta
nietzscheana de un contramovimiento superador del nihilismo como una opción
estrechamente vinculada a una política nacionalsocialista, sobre cuya capacidad
para responder a la situación histórica mantiene ya claras reservas, pero sin lle-
gar a formularlas más que de forma tibia. En el texto completo del curso del
semestre de verano de 1936 dedicado a Schelling, hay un pasaje, suprimido por
Heidegger en la versión publicada en 1971, pero incluido en la edición posterior
de sus obras completas, en el que podemos leer lo siguiente:
Por lo demás, es sabido que los dos hombres que en Europa habían puesto en
marcha, de modo distinto en cada caso, contramovimientos basados en la con-
figuración política de la nación, es decir, del pueblo, esto es, Mussolini y Hitler,
han sido influidos de modo esencial por Nietzsche en diversos aspectos, sin que
llegaran a hacer valer de modo directo el auténtico ámbito metafísico del pensa-
miento nietzscheano18.
17. Alexander Schwan sostiene que, aun cuando «en los Aportes comienza a definirse la ten-
dencia de la filosofía posterior de Heidegger a fijar de manera apodíptica la época del presente en
términos de historia del Ser», no obstante, todavía se plantea ahí la posible superación (Überwin-
dung) de la metafísica mediante una decisión que sigue recayendo en individuos escogidos y, por
consiguiente, se concibe aún como un «acto del hombre». Cf. «Heideggers ‘Beiträge zur Philosophie’
und die Politik», en Christoph Jamme y Karsten Harries (eds.), Martin Heidegger. Kunst, Politik,
Technik, München: Fink, 1992, pp. 181-182. Lo cierto es que este tipo de expresiones convive en
los Beiträge con otras en las que Heidegger parece haber dejado ya atrás este planteamiento, según
estamos sugiriendo aquí. Cf. infra, la cita de los Aportes de la nota 39.
18. GA 42, pp. 40-41.
19. «Tras la retirada del rectorado retorné a mis tareas docentes. En el semestre de verano mis
clases versaron sobre ‘Lógica’. En el siguiente semestre 1934-1935 di el primer curso sobre Hölder-
lin. En 1936 empezaron los cursos sobre Nietzsche. Todos los que pudieron oírlos entendieron que
se trataba de una discusión con el nacionalsocialismo» (Entrevista en Der Spiegel, incluida en edición
conjunta con el discurso del rectorado La Autoafirmación de la Universidad Alemana, cit., p. 64).
La obra debía empezar, pues, con una amplia exposición de ese hecho fundamen-
tal de la historia occidental que es reconocida por vez primera con esa agudeza
y alcance por Nietzsche: el nihilismo. El nihilismo no es para Nietzsche una cos-
movisión que aparece en algún lugar y en algún momento, sino el carácter fun-
damental del acontecer en la historia occidental. Incluso allí, y precisamente allí,
donde no aparece como doctrina o como exigencia, sino aparentemente como su
contrario, el nihilismo está en acción. Nihilismo significa: los valores supremos
se desvalorizan. Esto quiere decir: lo que en el cristianismo, en la moral desde la
antigüedad tardía, en la filosofía desde Platón, ha sido puesto como realidades y
leyes que sirven de norma, pierde su fuerza vinculante, y esto siempre significa
para Nietzsche: su fuerza creadora. El nihilismo no es nunca para Nietzsche un
mero hecho de su presente inmediato, ni tampoco sólo del siglo xix. El nihilismo
comienza ya en los siglos anteriores a la era cristiana y no finaliza con el siglo xx22.
20. Para la discusión de Heidegger con estas interpretaciones, cf. Nietzsche I, p. 21; sobre
Baeumler y Jaspers, pp. 33 ss.; sobre Klages, pp. 127 ss.
21. Escribía por ejemplo Ernst Krieck en febrero 1934, en la revista nazi de la que era editor,
Volk in Werden: «El tono ideológico fundamental de la doctrina de Heidegger está determinado por
los conceptos de ‘cura’ y ‘angustia’, que apuntan, ambos, a la nada. El sentido de esta filosofía es
un ateismo declarado y un nihilismo metafísico, análogo al representado hasta ahora, sobre todo,
por literatos judíos; y es, por consiguiente, un fermento de destrucción y de descomposición para
el pueblo alemán. En Sein und Zeit Heidegger filosofa de manera consciente y deliberada sobre la
‘cotidianidad’: no hay nada ahí que nos hable del pueblo y del Estado, de raza y de todos los valo-
res de nuestra concepción nacional-socialista del mundo. Cuando bruscamente, en el discurso del
rectorado La autoafirmación de la Universidad se siente resonar un tono heroico, se trata de una
adaptación al año 1933, que está en total contradicción con la actitud fundamental de Sein und Zeit
(1927) y ¿Qué es metafísica? (1931)». Citado por G. Schneeberger, Nachlese zu Heidegger, Bern,
1962, p. 225.
22. Nietzsche I, p. 38.
25. Reiner Schürmann sugiere que en sus Beiträge zur Philosophie Heidegger habría intentado
conjugar esos dos momentos, en la misma medida en que habría avanzado un pensamiento trági-
co del ser como «double-bind» originario («Ein brutales Erwachen zur tragischen Bestimmung des
Seins. Über Heideggers ‘Beiträge zur Philosophie’», en Ch. Jamme y K. Harries, op. cit., pp. 261-
278). Sin negar este aspecto, lo sugerido aquí es que su pensamiento posterior ha optado más bien
por la devota espera.
26. Nietzsche I, p. 20.
27. Ibid., p. 31.
28. En esta línea se pronuncian, entre otras destacadas interpretaciones, las de Pedro Cerezo y
Félix Duque en el volumen colectivo Heidegger: la voz de tiempos sombríos, Barcelona: Ediciones
del Serbal, 1991.
29. GA 43, p. 16.
30. Cf. M. Heidegger, Sein und Zeit, Tübingen: Niemeyer, 1972, p. 129 (trad. de Jorge Eduar-
do Rivera C., Madrid: Trotta, 22009, p. 149).
31. GA 65, p. 176.
vez se tiene la impresión de que Nietzsche es alzado a lo más alto para luego ser
derribado del modo más rotundo. Heidegger lo justifica así: siendo el filósofo
que lleva a su pleno cumplimiento el destino de la metafísica, debe ser también
el que prepara el pasaje a otro ámbito del pensar32. En ese sentido escribe en el
arranque de su curso:
Ver el instante quiere decir: estar en él. El enano, en cambio, se mantiene fuera,
se acurruca al margen.
¿Qué se aporta con todo esto para una recta comprensión del pensamiento del
eterno retorno? Algo esencial: lo que será en un futuro es precisamente cosa de
32. Cf. GA 65, p. 201: «De este modo, la metafísica occidental está, al final, lo más alejada de
la verdad del ser y, sin embargo, al mismo tiempo, lo más próxima a ella, en la medida en que, en
cuanto final, ha preparado el tránsito (Übergang) a la misma».
33. Nietzsche I, p. 213.
34. Nietzsche I, p. 227.
decisión, el anillo no se cierra en algún lado en el infinito, sino que tiene su in-
quebrantada conclusión en el instante en cuanto centro del antagonismo; qué
retorna —si retorna— lo decide el instante y la fuerza para dominar las tendencias
opuestas que chocan en él. Esto es lo más grave y lo propio de la doctrina del
eterno retorno, que la eternidad es en el instante, que el instante no es el ahora
fugaz, no es el momento que se desliza veloz para un observador, sino el choque
de futuro y pasado. En él el instante accede a sí mismo. Él determina el modo en
que todo retorna35.
Coda final
38. Diego Sánchez Meca, Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid: Tecnos, 2005,
pp. 370-371: «En Nietzsche, el amor del destino no es otra cosa que el acto máximo de desposesión de
sí en virtud del cual se vuelven intercambiables sujeto y objeto, yo y mundo (ego fatum). […] La afir-
mación del superhombre no hace más que repetir y producirse en la dirección de la autoafirmación que
la vida se da eternamente a sí misma. Por eso termina diciendo Zaratustra que el instante de ese acto
de amor fati no es un momento del tiempo, sino que es eternidad, la eternidad de la vida afirmándose
a sí misma en el instante en el que, con nuestra afirmación, nos identificamos con ella. Esto significa
que el sentido del instante en el que el hombre comprende su temporalidad auténtica no es, como cree
Heidegger, el de una diferencia de mi existencia frente al curso vulgar de los acontecimientos. Es, por
el contrario, la mayor atenuación que pueda pensarse de la separación entre yo y mundo».
39. M. Heidegger, Beiträge zur Philosophie (Vom Ereignis), en GA 65, 1989, p. 87.
40. Citamos aquí ambos textos en la edición de José Luis Molinuevo, Acerca del nihilismo,
en Ernst Jünger, Sobre la línea y Martin Heidegger, Hacia la pregunta del ser, Barcelona: Paidós,
1994.
41. Heidegger emplea esta expresión al comentar en su primer curso sobre Nietzsche un afo-
rismo en el que éste afirma que «el pensamiento abstracto es para muchos una fatiga; para mí, en
los buenos días, una fiesta y una embriaguez» y conectarlo con este otro: «La fiesta incluye: orgullo,
insolencia, desenfreno; el escarnio de todo tipo de seriedad y bonhomía; un divino decir sí a sí mis-
mo». Nietzsche I, p. 21.
42. E. Jünger, Sobre la línea, cit., p. 23.
43. Cf. ibid., pp. 79-80.
Concluyendo con una llamada de atención sobre el uso lingüístico del pen-
sar y sobre la dificultad de representarse la esencia del nihilismo, el escrito de
54. Para esta cuestión, vid. mi texto «Nietzsche: la crítica de la metafísica como curvatura de
la ilustración», publicado como introducción a F. Nietzsche, Humano, demasiado humano, trad. de
Alfredo Brotons, 2 vols., Madrid, Akal, 1996, vol. I, pp. 20-21.
Mónica B. Cragnolini
Universidad de Buenos Aires
Abstract: The place of animality in the work of Nietzsche, mainly in Thus Spoke Zara-
tustra, is a key point to understand the path toward the Übermensch. Heidegger’s ap-
proach to this question in Nietzsche must be considered in the framework of the thinker
that goes deeply into nihilism, and of the representative metaphysics that dominates all
the earth. This paper examines some problematic aspects of this interpretation, and tries
to show the importance of another way to think the notion of animal in Nietzsche.
Keywords: Animality – Subject – Overman
recibido: 02-03-2009 – e stud io s Nietz sche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 53-66 – aceptado: 14-05-2009
54 M ó n i c a B . C r a g n o l i n i
. Recordemos, de paso, que Nietzsche ya está presente en Sein und Zeit, en el § 76, cuando,
refiriéndose a la Segunda intempestiva, Heidegger señala que Nietzsche comprendía más cosas de
las que daba a conocer.
. En M. Heidegger, Holzwege, Pfullingen: Neske, 1956. Cf. especialmente las notas 4, 6, 8
y 9. Es en esta última nota donde es posible entender el lazo necesario entre la noción de represen-
tación (Vor-stellung) y el Ge-stell, y a Nietzsche como haciendo evidente lo que estaba implícito en
la cogitatio: la co-agitatio.
. En este sentido, véase el artículo de M. Haar, «Heidegger: une lecture ambivalente»: Maga-
zine littéraire 298 (abril de 1992), 95-96.
. R. Ávila, El desafío del nihilismo, Madrid: Trotta, 2005, pp. 224-245.
. «Die ewige Wiederkehr des Gleichen», en Nietzsche, Pfullingen: Neske, 1961, vol. I, pp.
255-472. El Nietzsche se cita en adelante como Nietzsche I y Nietzsche II según el tomo, y cuando
se remite a la traducción entre paréntesis, la misma es de Juan Luis Vermal, Nietzsche, Barcelona:
Destino, 2000.
. El tema de la animalidad en sí ha sido trabajado por Heidegger en Die Grundbegriffe der
Metaphysik. Welt – Endlichkeit – Einsamkeit, en Gesamtausgabe, Frankfurt a. M.: Klostermann,
vols. 29 y 30, 1992. Aclaro, de paso, que no habría posibilidad en términos heideggerianos de pensar
en sentido estricto «la animalidad en sí», ya que el animal nos resulta ónticamente lo más cercano,
pero ontológicamente lo más lejano.
. Nietzsche I, p. 284 (p. 233).
. Con esto quiero indicar que se da allí una oscilación entre pensar a Zaratustra como hom-
bre (hombre heroico, pero hombre al fin) y pensarlo de modo diferente al modo de ser «humano».
. Nietzsche I, p. 284 (p. 233).
10. Cf. Nietzsche II, pp. 263 ss. (pp. 213 ss.).
11. He señalado este problema en Nietzsche, camino y demora, Buenos Aires: Eudeba, 1998,
pp. 203-204. Es cierto que Heidegger presenta el pensamiento de Nietzsche como «radicalización»
de un determinado modo de interpretar al hombre como «animal racional». Pero si la exacerbación
del aspecto racional resulta «clara» en su explicitación del carácter calculador de la voluntad de
poder, no acontece lo mismo con la cuestión de la animalitas (es decir, no queda claro por qué el
Übermensch es una exacerbación de la misma).
12. Nietzsche II, p. 304: «Él es, en tanto sujeto supremo de la subjetividad realizada, el puro
ejercicio de la voluntad de poder».
13. Aquí me refiero al «humano» en el concepto que del mismo tienen los humanismos.
14. Cf. Nietzsche II, p. 23 (p. 24).
15. Lo indica claramente en JGB § 16 (KSA V 29-30). ¡Y Heidegger señala que Nietzsche no
entendió a Descartes!
16. Nietzsche I, p. 298 (p. 245).
17. Me refiero a la larguísima tradición que ha visto a los animales como «imágenes» de cues-
tiones humanas, tradición que tiene sus puntos más representativos en las fábulas de La Fontaine y
de Esopo. Para este punto, véase E. de Fontenay, Le silence des bêtes, La philosophie à l’épreuve de
l’animalité, Paris: Fayard, 1998, XI, 3, pp. 365 ss.
18. Nietzsche I, p. 299 (p. 246).
19. Ibid.
20. Ibid.
21. Nietzsche I, p. 300 (p. 246).
22. Ibid.
23. Nietzsche I, p. 301 (p. 247).
24. Nietzsche I, p. 309 (p. 253).
25. Nietzsche I, p. 306 (p. 251).
26. Me refiero al escrito póstumo de 1882-1884 que cita aquí Heidegger para diferenciar el
jardín tranquilo epicúreo de esta idea nietzscheana, aludiendo a una «nueva forma de comunidad»,
cf. Nietzsche I, p. 306 (p. 251).
27. De esto los acusa Zaratustra al señalar su insistencia en el aspecto circular del pensamiento
del eterno retorno. Mi pregunta se refiere, más allá de esta escena, a todos los diálogos de la soledad
de Zaratustra con sus animales.
28. Nietzsche I, pp. 308-309 (pp. 254-255).
29. Nietzsche I, p. 316 (p. 258).
30. Me refiero, por supuesto, a Derrida, L’animal que donc je suis, Paris: Galilée, 2006 (El animal
que luego estoy si(gui)endo, trad. de C. de Peretti y C. Rodríguez Marciel, Madrid: Trotta, 2008).
que, obviamente, él interpreta a los animales no «en tanto» animales, sino como
símbolos de algo diferente (y siempre cercano a lo humano).
Pero cuando Heidegger analiza los textos del Nachlaß que remiten al pen-
samiento del eterno retorno, indica que Nietzsche, en vistas del «mundo en su
carácter total»31 piensa la totalidad de lo viviente y lo no viviente como conexión
entrelazada y en devenir. Y agrega que lo viviente abarca no sólo a animales y ve-
getales, sino también al hombre. Este mundo, que Nietzsche piensa en la forma
de lo viviente y las fuerzas, es tanto fuego como cenizas: ni el fuego podría carac-
terizar sólo lo viviente, ni las cenizas sólo lo muerto, sino que, en un mundo de
fuerzas en devenir, las cenizas son fuego. Si Heidegger ha tenido en cuenta esta
«comunidad con lo viviente», ¿por qué no ha desarrollado en este punto la idea
de animalidad y su significación en esta comunidad, más allá de los ya señalados
desplazamientos de caracteres animales a lo humano? Tal vez sea esta cuestión
de la comunidad como modo del ser-con, como aquello no-pensado por la tradi-
ción humanista, lo que es necesario transitar para pensar al ultrahombre.
Por otra parte, es llamativo que Heidegger haya visto como compañía de la
soledad de Zaratustra a los animales y no haya indagado más profundamente
acerca del lugar de la animalidad en este punto. En los cursos de 1929-1930,
dedicados en gran parte a la cuestión del animal32, se dice que la filosofía es
una conversación a solas del hombre, y la finitud «es el modo fundamental de
nuestro ser (die Grundart unseres Seins)»33. La finitud debe ser custodiada, y esa
custodia (que es nuestra verdadero tornarnos finitos —Verendlichung—) se pro-
duce en «aquel retiro a la soledad en el que todo hombre llega por vez primera
a la proximidad de lo esencial de todas las cosas, al mundo»34.
Tal vez, y tomando estas consideraciones de cursos anteriores al Nietzsche,
lo que Heidegger podría haber planteado en este punto es qué significa esa pre-
sencia de los animales en la soledad, en relación con este concepto indicado
de custodia de la finitud. Entonces, los animales dejarían de ser meras «voces de
organillo», y tal vez darían la pauta para pensar otra relación con la animalidad,
diferente a la que consagraron los humanismos, y cercana a la «comunidad con lo
viviente» que el mismo Heidegger enuncia.
Es necesario notar que en «De la visión y del enigma» aparecen otros animales,
que no son solamente los que, según Heidegger, son de Zaratustra. Por ejemplo,
la serpiente que se le atraganta en la garganta al pastor: es cierto, estamos acos-
tumbrados (porque un discípulo de Zaratustra nos tienta a ello) a interpretarla
en el sentido de «símbolo» del nihilismo. Sin embargo, podríamos arriesgar otra
interpretación: ¿no será que para devenir Übermensch, ya no super-hombre, sino
35. Señalo esto sin dejar de tener en cuenta que la obra se publicó como libro «aparte» del res-
to. Al respecto, E. Fink (Nietzsches Philosophie, Stuttgart: Kohlhammer, 1960) señala que la cuarta
parte no logra cumplir su propósito de mostrar la inconmensurabilidad de la grandeza de Zaratus-
tra frente a las otras formas de «hombre», ya que Zaratustra no gana nada de esencial frente a los
hombres superiores. R. Machado, que concluye su Zaratustra. Tragédia nietzschiana (Rio de Janeiro:
Jorge Zahar, 21999) con el análisis de la tercera parte de la obra, señala en p. 153 que la cuarta parte
no agrega nada al libro, que permanece inacabado. R. Gooding-Williams (Zaratustra’s Dionysian
Modernism, Stanford University Press, 2001) sostiene que Más allá del bien y del mal completaría
el Zaratustra inconcluso, con la creación de nuevos valores destinados al niño de «Las tres transfor-
maciones» (habida cuenta de la terminación de la cuarta parte en la figura del león, previa a la del
niño en el capítulo aludido del Zaratustra). E. Carrasco Pirard (Para leer Así habló Zaratustra de F.
Nietzsche, Chile: Editorial Universitaria, 2002, p. 135) señala que la cuarta parte es el comienzo de
una obra no escrita y no el final del Zaratustra, y las razones que aduce se relacionan con el carácter
inconcluso de la obra, en la que la promesa de la llegada de los hijos de Zaratustra no se cumple. Por
su parte, A. Martins («Romantismo e tragicidade no Zaratustra de Nietzsche»: Cadernos Nietzsche
25 [2009], 115-144) interpreta la «necesidad» del IV Zaratustra en términos de la idea del amor
fati. Cf. también, entre otros, P. S. Loeb, «The Conclusion of Nietzsche’s Zaratustra»: International
Studies in Philosophy 32/3 (2000), 137-152.
36. Al respecto, véase mi artículo «De Bactriana y el Urmi a la montaña y el ocaso. A modo de
introducción a Así habló Zaratustra»: Revista de Filosofía LV-LVI (2000), 39-56.
37. Remito para ello a mi conferencia «Extraños devenires: una indagación en torno a la pro-
blemática de la animalidad en la filosofía nietzscheana», dictada en el Encuentro México-España-
Brasil: El retorno de Zaratustra. El pensamiento de Nietzsche frente al mundo contemporáneo, Uni-
versidad Nacional Autónoma de México, México D.F., 3-6 de abril de 2006, en P. Rivero (comp.),
El desafío de Nietzsche, México: Siglo XXI, 2009.
38. A este respecto, resulta sumamente claro el § 57 de MA II (KSA II 577-578), que comento
en la conferencia mencionada en la nota anterior: «Si los animales nos reportan perjuicios (Schaden),
entonces nos afanamos de todos los modos en su exterminio (Vernichtung), y los medios son con fre-
cuencia bastante crueles sin que propiamente hablando lo queramos: es la crueldad de la irreflexión
(die Grausamkeit der Gedankenlosigkeit). Si nos son útiles, los explotamos: hasta que una prudencia
más sutil nos enseña que ciertos animales rinden bien con otro tratamiento, a saber, con el cuidado
y la cría» (HH, trad. de A. Brotons Muñoz, Madrid: Akal, 1996, p. 140).
39. He trabajado este tema, en referencia a la interpretación heideggeriana de la animalidad
en los mencionados cursos de 1929-1930, en «El oído de Heidegger en la cuestión de lo viviente
animal»: Nombres. Revista de Filosofía XVIII/22 (2008), 103-113.
40. Za III, «Von alten und neuen Tafeln», KSA IV 246 (Za, Madrid: Alianza, 1997, p. 278).
abre y cierra el Zaratustra IV. En toda esta parte de la obra, por otro lado, la
figura del más feo de los hombres es casi como un eje desde el cual y hacia el cual
giran los acontecimientos y el actuar de las otras figuras de hombres superiores.
Recordemos que los hombres superiores son desesperados que, sabiendo de la
muerte de Dios en sus diferentes formas (como muerte del Dios cristiano, del
gobierno de los reyes, del valor de la ciencia, entre otros temas), son atraídos al
mundo de Zaratustra41. El más feo de los hombres es quien se atribuye el asesina-
to de Dios, y Zaratustra lo encuentra en el reino de la muerte: él no es un hom-
bre, sino «algo inexpresable», que no habla sino que «gorgotea»42. Zaratustra lo
envía a su caverna, a hablar con sus animales, a su caverna que tiene junto a ella
«cien agujeros y hendiduras para los animales que se arrastran, que revolotean y
que saltan»43. Del mismo modo, envía a hablar con sus animales al mendigo vo-
luntario, que predica ante las vacas44, y al mago, a quien le sugiere pedir consejo
de sus animales45. Y a todos los pretendidos hombres superiores los envía a su
caverna como «huéspedes», les da hospitalidad en el ámbito de la extrañeza de lo
viviente animal. Porque los animales de Zaratustra no son animales domésticos
—y esto lo había destacado Heidegger—, no son los complacientes acompañan-
tes del «hogar» (Heim), sino que testimonian lo Unheimliches, lo no familiar, la
extrañeza. Allí, en el hogar, en la casa, en el lugar de la «más propia propiedad»
para la filosofía moderna (el ámbito de la privacidad), allí, está lo extraño del
animal. De algún modo, Zaratustra responde al grito de socorro con la hospita-
lidad ante lo extraño y en lo extraño, en esa caverna con agujeros para miles de
animales46. Acoge a los desesperados ante la muerte de Dios, y los envía a que-
darse con sus animales: ¿puede el hombre, acaso, «estar» con el animal de otro
modo que en la familiaridad de la domesticidad? Sin embargo, en su caverna,
con sus animales, Zaratustra les promete defenderlos de sus propios «animales
salvajes»47. ¿Cuáles son estos animales salvajes? ¿Acaso el «animal interior» («das
inwedige Gethier»)48 al que se refiere la Genealogía de la moral, cuando habla de
la mala conciencia como «alma animal»49?
Zaratustra acoge a lo extraño en la extrañeza de su caverna habitada por la
animalidad, y sin embargo, allí mismo, y aún antes de la fiesta del asno, Zaratus-
tra les dice a esos desesperados que no es a ellos a quienes espera (tres veces les
41. Analizo cada una de estas figuras de hombre superior en mi artículo «De la risa disolvente
a la risa constructiva: una indagación nietzscheana», en M. B. Cragnolini y G. Kaminsky, Nietzsche
actual e inactual, Buenos Aires: Oficina de Publicaciones del CBC, 1996, vol. II, pp. 99-122.
42. En este gorgotear se hace visible lo que los humanismos han considerado siempre como el
límite entre el humano y el animal: la posibilidad del lenguaje.
43. Za IV, «Der hässlichste Mensch», KSA IV 331 (p. 364).
44. Za IV, «Der freiwillige Bettler», KSA IV 337 (p. 369): «Y habla con mis animales acerca de
la felicidad de los animales».
45. Za IV, «Der Zauberer», KSA IV 320 (p. 351): «Y pide consejo a mis animales».
46. Recordemos, en este punto, que para Nietzsche la hospitalidad tiene que ver con el mante-
nimiento de lo extraño, cf. M § 319, KSA III 226.
47. Za IV, «Die Begrüssung», KSA IV 348 (p. 381): «in meinem Reviere schütze ich Jeden vor
seinen wilden Thieren».
48. Za IV, «Von höheren Menschen», KSA IV 363 (p. 376); «Von der Wissenschaft», KSA IV
376 (p. 410).
49. GM II, § 16, KSA V 322. Recordemos que la conciencia se forma como «interiorización»
de las fuerzas que no se pueden desplegar y que generan un mundo interior.
dice «no», y les señala que es a otros a quienes aguarda), sino a «leones rientes»
que deben venir («lachende Löwen müssen kommen»)50.
El largo discurso previo a la cena —«Del hombre superior»—, habla pre-
cisamente de una transformación del modo de ser hombre: no se trata de me-
jorarlo, ni de conservarlo, sino de amar al ultrahombre51. Lo que se ama en el
«hombre» no es, precisamente su «ser hombre», sino lo que no es, es decir, su
ser tránsito y ocaso (Übergang, Untergang). Se ama del hombre lo que «deja
de ser» hombre, lo que transita hacia otro modo de ser (el ultrahombre). Y el
problema de los hombres que se acercaron a Zaratustra es que ellos no han
sufrido por el hombre52 (es decir, por lo que significa el modo de ser hombre),
sino por ellos mismos, por su pérdida del Dios-fundamento en los diferentes
modos en que era adorado.
Si de lo que se trata es de «otro modo de ser», la presencia del animal en toda
esta cuarta parte no puede estar señalando un simple «retorno» a la animalidad,
sino algo diferente, tal vez la idea de cuestionar ese lugar adjudicado por los hu-
manismos al animal, tanto en sí mismo como en el «animal humano» .
Después del discurso sobre el hombre superior, centrado en la necesidad
de aprender a reír y bailar, Zaratustra vuelve a declarar su amor a sus animales:
«Yo os amo, animales míos»53, y también vuelve a hablar con ellos tras la can-
ción del viajero y su sombra. Y precisamente lo que se hará evidente luego de la
fiesta del asno es que los hombres superiores no saben reír, y el que parece más
cercano a esta posibilidad entre ellos es «el más feo de los hombres».
Indiqué antes cómo esta figura de hombre superior está caracterizada casi
desde la ausencia de lenguaje («gorgotea», no habla), y desde una cierta mons-
truosidad. En efecto, él se califica a sí mismo como «demasiado rico, rico en co-
sas grandes, terribles, en las cosas más feas, más inexpresables»54. Si recordamos
que el modo de ser del hombre de los humanismos, particularizado en el último
hombre, es caracterizado en el «Prólogo» a la obra como «pequeño», carente
de la posibilidad de crear porque se considera inventor de todo, incapaz de «un
caos dentro de sí para dar a luz una estrella bailarina», este «hombre más feo»
es el fracaso (como él mismo se califica) de ese modo de ser hombre «pequeño»,
en la medida de su «gran» fealdad. Él señala que mira a esas gentes pequeñas
en dos modos animales: como el perro que mira al rebaño, y como la garza que
observa estanques poco profundos. El más feo es figura entonces de la diferen-
cia con respecto a lo mismo (el rebaño): quiebra esa mismidad de lo asegurado
en los modos de los hombres pequeños con esa riqueza (terrible, inexpresable)
que él es. Por eso, a diferencia de los últimos hombres, absolutamente contentos
con su forma de vida de pequeños placeres y pequeños venenos, el más feo es
para Zaratustra «alguien que ama mucho y que desprecia mucho»55. Pero, como
50. Za IV, «Die Begrüssung», KSA IV 351 (p. 384). Es interesante destacar también que en una
de las versiones que aparecen en los Póstumos de los capítulos de la cuarta parte del Za, el último
capítulo («Das Zeichen» en la última versión) aparece titulado como «Der lachende Löwe», cf. FP III,
1884, 32[16] (KSA XI 416).
51. Za IV, «Von höheren Menschen», KSA IV 357 (p. 390).
52. Ibid., KSA IV 359 (p. 393).
53. Ibid., KSA IV 369 (p. 402).
54. Za IV, «Der hässlichste Mensch», KSA IV 329 (p. 362).
55. Ibid., KSA IV 332 (p. 364).
56. Za IV, «Von höheren Menschen», KSA IV 356 ss. (pp. 389 ss).
57. Ibid., KSA IV 357 (p. 390).
58. Esto es lo que señala de manera clara el 5[71] de los Nachgelassene Fragmente de 1887,
escrito en Lenzer Heide el 10 de junio de 1887, al indicar que se revelarán como los más fuertes los
más mesurados, los que no necesitan artículos de fe extremos, KSA XII 217 (FP IV p. 167).
59. Za IV, «Das Eselsfest», KSA IV 393 (p. 426).
60. Za IV, «Das Nachtwandler-Lied», KSA IV 396 (p. 429).
61. Za IV, «Das Zeichen», KSA IV 405 (p. 438).
está acompañado de sus animales: «Mis animales están despiertos, pues yo estoy
despierto»62. Es entonces cuando arriban los pájaros «innumerables», que con sus
aleteos caen como «una nube de amor»63 sobre Zaratustra quien, al escabullirse de
esa multitud de alas que lo acarician, siente que su mano se posa sobre la cabeza
de un león. Y el león64, del mismo modo que las palomas, le da muestras de un
amor vehemente, que impulsa a Zaratustra a decir que sus hijos están cerca. El
amor de los animales anuncia, de algún modo, la llegada de sus hijos, es decir, el
cumplimento de su obra.
Esa escena de amor entre Zaratustra, los pájaros y el león, que no se sabe
cuanto dura, porque «para tales cosas no existe en la tierra tiempo alguno»65, es
interrumpida por el despertar de los hombres superiores y su salida de la caverna,
que es recibida por el rugido del león. Ante la visión del león, los hombres supe-
riores gritan «con una sola boca» y huyen, desapareciendo, y dejando nuevamen-
te solo a Zaratustra, ahora con más animales que al inicio del cuarto libro.
¿Por qué todo el IV Zaratustra nos lleva a la problemática del animal? Ya
indiqué que sería ingenuo pensar en un «retorno» a la animalidad, como zona
originaria, en el tránsito del hombre al ultrahombre. Sería tan ingenuo como
plantear que la figura del niño en «De las tres transformaciones» remite a la
infancia como estado ideal, originario, o que las referencias de Zaratustra al
cuerpo como «gran razón» implican un retorno a la corporalidad, por inversión
del privilegio concedido a la racionalidad66.
Sin embargo, es necesario notar que niños y animales están cercanos en va-
rios aspectos67. Si ser hombre es ser sujeto, la «sujeción» a sí mismo del sujeto
supone un fuerte aspecto sacrificial con respecto a la corporalidad (lo que se con-
sidera «animal» en el hombre) y a la infancia (ser hombre es ser adulto, decirle
adiós a la infancia). El niño no representa en Nietzsche el ámbito de una zona
originaria a la que retornar, sino, tal vez, el ámbito de lo posible. Mientras que
el último hombre es el fin de posibilidad, en la voluntad de aseguramiento de lo
real en la noción de fundamento fundante (la mismidad), el niño parecería indi-
car la diferencia de lo posible no necesariamente actualizado. Es decir, un modo
de ser del existente humano diferente al modo de ser del sujeto representativo de
la modernidad, que no puede relacionarse con su corporalidad y con el «animal
que es» si no es a través de los modos de la sujeción sacrificial que termina por
aniquilar toda posibilidad de lo posible68.
Los hombres superiores huyen ante el león riente y las palomas, y Zaratustra
queda nuevamente solo con sus animales. El tránsito por la animalidad que han
hecho los hombres superiores en la adoración del asno parece desvelarse enton-
ces como inadecuado, en la medida en que no han pensado esa «inversión» como
una parodia69. Tal vez, solamente el más feo de los hombres ha podido conside-
rar la fiesta del asno de esta manera; sin embargo, él también huye ante el león
riente, poniendo de manifiesto que es aún «demasiado humano».
Compartiendo nuevamente la soledad con los animales, Zaratustra testimo-
nia que es necesaria una «comunidad con lo viviente» que patentice otra relación
con la vida, diferente a la propiciada por los humanismos. Si el espíritu, como
señala el hombre superior en el modo del científico que estudia el cerebro de
la sanguijuela, es la «vida que se saja a sí misma»70, ser hombre como «animal
racional» supone herir a la vida en nosotros y en los otros, en la medida de la
sujeción de la corporalidad que esa definición implica.
Sin embargo, la vida, que se da sus propias formas, necesita de esa escisión,
tal como se señala en el tratado III de La genealogía de la moral71. No se trata,
entonces, de plantear la posibilidad de una vida sin escisión (una supuesta tota-
lidad exenta de espíritu) ni una pura escisión sin vida. En ese «entre» de la vida
escindida, se hace necesario volver a pensar nuestra relación con la animalidad en
la dirección de lo posible, y como un modo del ser-con que también somos con el
viviente animal.
En esta dirección interpretativa, el león que ríe no sería la «figura» previa
a la llegada del creador-niño (siguiendo «las tres transformaciones»), sino el
anuncio de lo que acontece en el ocaso de los humanismos, cuando la animali-
dad puede patentizar, más que un ámbito de lo dominable, un modo de ser de la
extrañeza (en lo viviente humano y no humano). «Hospedamos» a «lo» animal
y «al» animal: eso habla de un modo del ser-con lo viviente que deconstruye los
esquemas representativos de la alteridad y nos coloca, con-el-otro en la comu-
nidad de la vida, como comunidad de lo posible.
68. Señalo la cuestión de la posibilidad para establecer nexos con la idea heideggeriana de Dasein
como modo del existente humano, que significa una ruptura con respecto a la metafísica de la subjeti-
vidad. Es en este sentido, y en este modo de lo posible, como según mi parecer plantea G. Agamben,
en la figura de Bartleby, que atraviesa toda su obra, la «potencia de no». Cf. mi artículo «Ciberespacio y
potencia de suspensión», en G. Kaminsky et al., Bartleby: preferiría no. Lo bio-político, lo posthumano,
Buenos Aires: La Cebra, 2008, pp. 61-72.
69. Aquí estoy considerando dos niveles de análisis de la «fiesta del asno»: en tanto «fiesta de ado-
ración» (en su remisión a lo divino) y en tanto «adoración de la animalidad», como modo de retorno
a la misma. En ambos casos, creo que esta supuesta inversión es presentada de manera paródica, para
terminar «de matar a Dios».
70. Za IV, «La sanguijuela», KSA IV 312 (p. 344).
71. El tercer tratado de La genealogía de la moral plantea el problema del ideal ascético, tema en
el que Nietzsche ha sabido ver, según mi parecer, la cuestión de la «inmunización», tal como la plantea
la biopolítica contemporánea (cf. R. Esposito, Immunitas. Protezione e negazione della vita, Torino:
Einaudi, 2002).
Resumen: Este artículo propone hacer una lectura de la interpretación que Heidegger hace
de la idea del eterno retorno en Nietzsche, en tanto pregunta conductora del problema
metafísico fundamental acerca de qué es el ser. Trataremos de mostrar cómo Heidegger se
explica a través de Nietzsche, y el lugar central que le da a este pensamiento en la filosofía
occidental. Eterno retorno y voluntad de poder aparecen como las dos caras de la misma
moneda. Heidegger, de alguna manera «sustancializa» al mostrarnos a un Nietzsche me-
tafísico, cuando, de lo que se trata, para nosotros, es de relativizarlo. La idea del eterno
retorno es una idea ética, una idea que nos ayuda, como «perspectiva», a probar el valor
de la existencia. Hay que actuar «como si» la vida se volviese a repetir, lo que no significa
que deba entenderse como una afirmación ontológica acerca del ser, ni del tiempo.
Palabras clave: eterno retorno – voluntad de poder – existencia – ontología
Abstract: This article aims to make a reading of Heidegger’s interpretation of the idea of
eternal return in Nietzsche, as leading question of the fundamental metaphysical problem
about what being is. We try to show how Heidegger explains himself through Nietzsche,
and the central place given to this thought in Western philosophy. The eternal recurrence
and the will to power appear as two sides of the same coin. Heidegger «substantializes»
by showing a metaphysical Nietzsche instead of relativizing him, as we need. This article
considers the idea of eternal return as an ethical idea, an idea that helps, as a «perspec-
tive», to prove the value of life. We must act «as if» life will repeat itself, which does not
mean that idea should be understood as an ontological statement about being or time.
Keywords: Eternal Return – Will to Power – Ontology
recibido: 15-09-2009 – e stud io s Nietz sche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 67-81 – aceptado: 04-11-2009
68 Andrea Díaz Genis
. Sería interesante volver sobre la propuesta heideggeriana de que las tres formulaciones
publicadas del eterno retorno (en FW, Za, JGB) son preguntas más que respuestas.
. F. Savater, Nietzsche, México: UNAM, 1993.
. Cf. L. Andreas-Salomé, Nietzsche, México: Casa Juan Pablos, 2000.
[...] para que esta revelación tenga un sentido, sería necesario que yo perdiera la
conciencia de mí mismo, y que el movimiento circular del retorno se confundiera
con mi inconsciencia hasta que el movimiento me hubiera devuelto al instante en
que se me reveló la necesidad de recorrer toda la serie de mis posibilidades.
Es decir, antes de llegar a esta «tonalidad del alma» que Klossowski llama
Stimmung, donde me es revelada la idea del eterno retorno, y por ello olvidada,
tuvo que transcurrir todo un círculo de acontecimientos, posibilidades realiza-
das, todas las experiencias vivibles, no sólo mis experiencias, sino de todo el
universo que me rodea, para llegar a este estado actual, todo lo pequeño y lo
grande, todos los sufrimientos y alegrías, etc. Se trata de volver a querer todas
las experiencias, todas las alegrías y sufrimientos, pues para llegar a este mo-
mento en que digo, repito y hago consciente el eterno retorno, necesito de todas
las experiencias que me preceden. Zaratustra es precisamente el sabio capaz de
. Klossowski cita a Salomé, «Olvido y anámnesis en la experiencia vivida del eterno retorno
de lo mismo», cf. Casa del Tiempo, México: Universidad Autónoma Metropolitana, 1989, p. 101.
. Así y todo, aunque no pensemos el eterno retorno como posibilidad sino como hecho (aun-
que no creemos que ésta fuera una interpretación correcta), el peso está en la afirmación de la vida,
en la voluntad de poder decir «sí», incluso a lo terrible.
. Ibid, p. 3.
. Cf. A. Díaz Genis, El eterno retorno de lo mismo o el terror a la historia, Montevideo: Ideas,
2008.
. Nos referimos a La gaya ciencia, Así habló Zaratustra y Más allá del bien y del mal.
10. Klossowski dice que Zaratustra quiere un cambio, pero no del mundo, sino de su voluntad,
la voluntad de poder consistiría en volver a querer lo consumado no querido. P. Klossowski, op. cit.
11. Klossowski estaría también de acuerdo con Vattimo en desechar las formulaciones científicas
del eterno retorno: «Ni la concepción cíclica de la historia corresponde originalmente a Nietzsche, ni sus
especulaciones mecanicistas sobre los quanta aportan nada a la experiencia del Retorno» (ibid., p. 119).
12. Cf. G. Vattimo, Introducción a Nietzsche, trad. de J. Binaghi, Barcelona: Península, 1996;
El sujeto y la máscara, trad. de J. Binaghi, Barcelona: Península, 1998; Diálogo con Nietzsche. Ensa-
yos 1961-2000, trad. de C. Revilla, Barcelona: Paidós, 2002.
13. Sobre nuestra posición, cf. A. Díaz Genis, op. cit.
mental de Nietzsche esté fundado nada menos que en las dos determinaciones
básicas del ente que provienen del inicio de la filosofía occidental: el ser y el
devenir. Como ya habíamos mencionado, al volver al inicio, Nietzsche cierra
el círculo y no se puede volver a preguntar por la «pregunta conductora». La
propuesta heideggeriana hace hincapié en el aspecto metafísico de la doctrina
del eterno retorno14. Es importante por ello tenerla bien presente, aunque no-
sotros —como ya hemos señalado, apoyándonos en Vattimo— adoptaremos la
postura de que el aspecto fundamental de esta doctrina es el ético. ¿Pero por
qué metafísica? ¿Por qué Heidegger hace hincapié en este aspecto?
Primero y antes de nada debemos decir que el fundamento del eterno retor-
no es, para Heidegger, la voluntad de poder. Esto es así porque sólo a partir de
la voluntad de poder, como carácter de fuerza del mundo en su totalidad, puede
demostrarse el carácter del eterno retorno: porque el eterno retorno sólo es
posible si al ente en su totalidad le corresponde la constitución de la voluntad de
poder. La voluntad de poder sería el fundamento real del eterno retorno.
El pensamiento de Nietzsche pretende afrontar toda la filosofía occidental,
que es interpretada como platonismo. Si se confronta con toda la filosofía oc-
cidental, tendrá que confrontarse con los valores supremos de dicha filosofía.
Es decir, tendrá que realizar una transvaloración de todos los valores. Su filo-
sofía será un contramovimiento, y su pensamiento un contrapensamiento, y el
eterno retorno, una contracreencia que sostiene y guía todo el movimiento.
Pero hay un «estado de cosas» que genera la posibilidad de transvaloración en
Nietzsche, y a esto lo llama nihilismo. Orientados por el término, tal como
proviene de Nietzsche, el «nihilismo» es una experiencia que trata del nihil,
de la nada. La nada es la negación de algo desde el punto de vista formal. Más
precisamente, la negación de todo algo. La posición de la nada es la negación
del todo en su totalidad. Lo que determina al ente en su totalidad es el ser.
Nietzsche mismo comprende su propio pensamiento dentro del nihilismo, es el
nihilista «perfecto» en tanto él ya ha vivido hasta el final el nihilismo, lo tiene
detrás de sí, por debajo y fuera de sí. El eterno retorno piensa el ente de ma-
nera tal que, desde el ente en su totalidad, viene hacia nosotros una apelación
constante, la de si queremos simplemente dejarnos llevar o si, por el contrario,
queremos ser creadores, es decir, si queremos ser los medios y las condiciones
para querer devenir tales15. El eterno retorno tiene también un carácter nihilis-
ta en la medida en que en él tampoco se piensa una meta última para el ente.
En este pensamiento se eterniza el «para nada», la falta de meta última: es el
pensamiento paralizador. Pero de este modo el pensamiento nietzscheano sólo
es pensado a medias, no se lo aprehende en su carácter de instante y decisión.
Sólo cuando esto ocurre es el momento de la superación para Heidegger. El
pensamiento del eterno retorno debe pensarse de modo nihilista. Es decir, di-
cho pensamiento sólo puede pensarse en la medida en que también se piensa el
14. Aunque también el aspecto ético es fundamental para Heidegger. El contenido del eterno
retorno es metafísica porque se refiere —como ya dijimos— al ente en su totalidad. Pero, puesto que
este pensamiento es el pensamiento más grave y, en cuanto tal, determina el ser del hombre, y por
lo tanto a nosotros mismos en medio del ente, la verdad de este pensamiento sólo será verdad si es
«nuestra verdad».
15. Ibid., p. 352.
nihilismo como aquello que tiene que ser superado y que está superado en la
voluntad de crear. «Sólo quien extiende su pensar hasta el más extremo estado
de necesidad del nihilismo será capaz de pensar también el pensamiento que lo
supera como dando un giro a la necesidad y como necesario»16.
Es interesante la forma en que interpreta Heidegger el lenguaje figurado de
Zaratustra. En «De la visión y el enigma», la referencia a la niñez es para Heideg
ger la historia anterior del Zaratustra, el surgimiento y ascenso del nihilismo. Si es
medianoche, esto debe interpretarse como el tiempo más alejado del mediodía (es
decir, del eterno retorno). «Cuando era niño»: se alude a la época en que Nietz-
sche estaba influido por Wagner y Schopenhauer. La serpiente negra es el sombrío
«siempre igual» del nihilismo, su fundamental carencia de meta y de sentido; es
el nihilismo mismo. Uno no puede quitarse de encima el nihilismo, quitarlo a ji-
rones y empujones, poniendo en lugar del Dios cristiano otro ideal —la razón, el
progreso, el socialismo, etc. El pastor, al intentar quitar la serpiente, se aferra más.
Todo es en vano, si no es el hombre mismo quien hunde sus dientes en el peligro.
El nihilismo sólo es superado cuando se lo agarra por la cabeza, donde está lo que
lo determina y lo dirige. El pastor es Zaratustra: se transforma en convaleciente
cuando ha pasado por la enfermedad, cuando ha aprendido que la asfixia de la ser-
piente negra forma parte del saber, que el saber tiene que liquidar necesariamente
el hastío que provoca el hombre en medio del nihilismo.
¿Qué es el instante? Es la decisión en la que toda la historia anterior, en
cuanto historia del nihilismo, es llevada a la confrontación y al mismo tiempo
es superada. El pensamiento del eterno retorno sólo es si es este pensamiento de
superación17. De un lado está el «todo es lo mismo», nada merece la pena, y, del
otro, todo retorna, cada instante importa. Se trata de que todo es indiferente, o
nada es indiferente. Si se toma este pensamiento supuestamente por sí mismo,
«todo gira en círculo», quizás no sea más, dice Heidegger, que una construcción
de la locura. Y éste no es el pensamiento de Nietzsche y, sobre todo, no es el
pensamiento por sí mismo, porque este pensamiento es por sí en cuanto pensa-
miento de superación y sólo en cuanto tal.
Para Heidegger, es necesario trasladarse al estado de la situación en la que
surge como necesario el nihilismo. En este pensamiento lo que hay que pensar,
por el modo en que ha de ser pensado, repercute sobre lo que se piensa. En
Nietzsche, pensar la eternidad requiere trasladarse al instante. El eterno retorno
requiere la confrontación con el «todo es lo mismo», «nada merece la pena»; en
definitiva, con el nihilismo. «Sólo se piensa el eterno retorno si se lo piensa de una
manera nihilista e instantánea. Pero en un pensar así, el que lo piensa penetra él
mismo en el anillo del eterno retorno, aunque de modo tal que contribuye a con-
quistarlo y a decidirlo»18. Heidegger se pregunta algo interesante. El pensamiento
más importante de Nietzsche repercute sobre el que lo piensa y lo integra en lo
pensado. ¿Por qué? ¿Es esto algo propio de la filosofía nietzscheana y su concep-
ción del pensamiento, o existe esta relación en toda filosofía en cuanto filosofía?
El hecho de que lo pensado repercuta en quien lo piensa se debe, precisamente,
a que el eterno retorno piensa al ente en su totalidad, según Heidegger. Y un
Que todo retorna es el más extremo acercamiento del mundo del ser al
mundo del devenir. Incluso, dice Heidegger, en el periodo de predominio de sus
escritos póstumos (1884-1888), reunidos con el título de «La voluntad de po-
der», sigue siendo el eterno retorno el pensamiento predominante en Nietz-
sche. Lo que retorna eternamente como lo mismo, y de esta manera es presencia
consistente, tiene la constitución de ser voluntad de poder. En su pensamiento
más esencial, entonces, Nietzsche estaría fusionando las dos determinaciones
fundamentales del ente que provienen del inicio de la filosofía occidental: el
ente como devenir, el ente como consistencia. Lo decisivo no es que se fusionen
las dos determinaciones esenciales del principio, sino cómo sucede esto. Los fi-
lósofos que ven el inicio, especialmente Hegel, lo ven a la luz de lo que es ya un
decaimiento, la filosofía platónica. Nietzsche mismo designa su filosofía como
un platonismo invertido. Al volver el pensamiento del inicio, el círculo se cierra.
El círculo que se cierra de esta manera no libera ya ninguna posibilidad de pre-
guntar por la pregunta conductora.
Para designar su posición metafísica fundamental, Nietzsche usó la palabra
amor fati, amor a la necesidad. Amor es voluntad que quiere que lo amado sea
en su esencia lo que es; es lo que eleva lo querido, en su esencia, a las posibilida-
El peso más abrumador: Qué sucedería si un día, o una noche, un genio te fuese
siguiendo hasta adentrarse en tu más solitaria soledad y te dijese: «Esta vida, tal
y como tú la vives ahora y la has vivido, tendrás que vivirla una vez más e incon-
tables veces más; y no habrá en ella nada nuevo, sino que todo el dolor y todo el
placer, y todo pensamiento y suspiro, y todo lo indecible pequeño y grande de
tu vida tiene que volver a ti, y todo en el mismo orden y secuencia, e igualmente
esta araña y esta luz de la luna entre los árboles, e igualmente este instante y yo
mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se le dará vuelta una vez y otra,
¡y a ti con él, polvillo de polvo»! ¿No te arrojarías al suelo y harías rechinar los
dientes y maldecirías al genio que hablase así? ¿O acaso has experimentado alguna
vez un instante enorme en el que le respondieses: «¡Eres un dios y nunca he oído
nada más divino!»? Si aquel pensamiento cobrase poder sobre ti, transformaría al
que ahora eres y quizás te despedazaría; la pregunta «¿quieres esto una vez más,
e incontables veces más?», referida a todo y a todos, ¡gravitaría sobre tu actuar
como el peso más abrumador! Pues ¿cómo podrías llegar a ver la vida, y a ti mis-
mo, con tan buenos ojos que no deseases otra cosa que esta confirmación y ese
sello, últimos y eternos?22.
Es éste un hermoso texto donde aparece la idea del eterno retorno, que será
una de las ideas fundamentales del pensamiento nietzscheano, desarrollada prin-
cipalmente en el último período de su obra. Si hay varios aspectos a destacar en
la llamada «doctrina» (llamada así por el mismo Nietzsche), uno es el científico o
«cosmológico»23 u ontológico (como lo es en la interpretación heideggeriana de
Nietzsche) y otro el ético-práctico. En este aforismo se va a destacar el aspecto éti-
co de la doctrina, su carácter existencial y éste sería para nosotros su aspecto
fundamental. Lo interesante de este aforismo es que el pensamiento del retorno
es tomado como algo conjetural. Dice Nietzsche: «Qué sucedería si...», la forma
gramatical da pie a que podamos tomar así el pensamiento del eterno retorno. Si
21. Según Vattimo por ejemplo, y esto es importante destacarlo, el aforismo 222 de la parte IV
de Humano demasiado humano puede verse como antecedente del aforismo 341 de La gaya ciencia.
Allí podemos ver que la idea del eterno retorno es sólo otra formulación de la aprobación incon-
dicionada de la vida que constituye el espíritu de la filosofía del primer período; cf. Introducción a
Nietzsche, cit.
22. FW § 330.
23. Es importante destacar que este aspecto no aparece en ninguna obra revisada y editada
durante la vida lúcida de nuestro filósofo.
24. Nietzsche afirma sobre este concepto lo siguiente: «El mundo es algo ‘cognoscible’, en
cuanto la palabra ‘conocimiento’ tiene algún sentido; pero, al ser susceptible de diversas interpreta-
ciones, no tiene un sentido fundamental, sino muchísimos sentidos. Perspectivismo» (WM § 337).
25. Editada ya cuando Nietzsche había perdido la razón, o sea, que fue escrita por él, pero
ordenada y editada por otros. Sobre el problema de la edición de esta obra, cf. E. Fink, La filosofía
de Nietzsche, Barcelona: Alianza, 1977.
26. Cf. WM §§ 399 y 440.
27. WM § 337.
28. «Enseño no contra lo que debilita, contra todo lo que agota. Enseño sí hacia todo lo que
fortalece, acumula fuerzas, justifica el sentimiento de la fuerza» (WM § 66, las cursivas no son nues-
tras).
29. «El no querer que nada sea distinto, ni el pasado ni el futuro ni por toda la eternidad. No
sólo soportar lo necesario, y aún menos disimularlo —todo idealismo es mendicidad frente a lo
necesario—, sino amarlo» (EH, Madrid: Alianza, 1997, p. 61).
30. Aquí se hace más patente el Nietzsche ontológico.
31. Cf. P. Rivero Weber, Nietzsche, verdad e ilusión, México: UNAM-Gerardo Villegas. 2000.
32. WM § 39.
33. Cf. WM § 69.
34. Se puede decir que la filosofía de Nietzsche es experimental, experimenta y nos invita a
experimentar con distintos sentidos posibles.
35. El eterno retorno puede ser el pensamiento más espantoso que se puede pensar, desde la
perspectiva del nihilista pasivo: «la existencia tal como es, sin sentido y sin finalidad, pero inevitable-
mente retornando sobre sí, sin llegar a un final en la nada: ‘el eterno retorno’» (WM § 68).
36. Lamentablemente no podemos detenernos ahora en este punto, pero se puede ver nuestro
artículo «Nietzsche versus Kant»: Revista Actio 5 (septiembre de 2004) <http://www.fhuce.edu.
uy/public/actio/Textos/5/AndreaDiaz.pdf>.
37. G. Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Barcelona: Anagrama, 1971.
38. «Un nihilista es el hombre que piensa que el mundo, tal como es, no tiene razón de ser, y
que el mundo, tal como debería ser, no existe. Por tanto, el hecho de existir (obrar, sufrir, querer,
sentir) carece de sentido: la actitud del ‘en vano’ es la actitud del nihilista: en cuanto actitud, es,
además, una inconsciencia del mismo» (WM § 400).
39. Para profundizar más en el nihilismo ver todo el libro primero de La voluntad de poder,
titulado «El nihilismo europeo» (WM §§ 33-119). En una primera parte de este ensayo Nietzsche
resume el nihilismo como la «consecuencia de la forma en que se han interpretado hasta ahora todos
los valores de la existencia» (WM § 35). Lo que llama el «nihilismo radical» sería precisamente «el
convencimiento de la insostenibilidad de la existencia» (WM § 35). Hay todo un proceso por etapas
hasta llegar a un nihilismo radical. El mismo cristianismo forma parte de ese proceso nihilista como
veremos a lo largo del libro. Adviértase que la parte IV se dedica específicamente al nihilismo y su
relación con la idea del eterno retorno: «… la existencia tal como es, sin sentido y sin finalidad, pero
inevitablemente retornando sobre sí, sin llegar a una finalidad en la nada ‘El eterno retorno’. ¡Ésta es
la forma más extrema de nihilismo!: ¡la nada (‘el absurdo’) eterna!» (WM §§ 68-69).
40. Ibid.
41. El nihilismo en Nietzsche tiene un doble sentido: «A) El nihilismo como signo del creciente
poder del espíritu: nihilismo activo. B) El nihilismo como decadencia y retroceso del poder del espí-
ritu: nihilismo pasivo» (WM § 45).
42. Ibid., § 101.
43. Hay que ser cuidadosos a la hora de leer La genealogía para evitar en todo lo posible rela-
cionar alguno de sus pasajes, descolgados de los demás, con ideas de corte fascista, que nada tienen
que ver con la filosofía nietzscheana. Cf. a propósito de este tema el dossier sobre «Nietzsche y el
nacionalsocialismo. Historia de una apropiación»: Perspectivas nietzscheanas (1993).
44. En La genealogía de la moral podemos ver claramente la descripción de Nietzsche del tipo
reactivo, como el tipo sacerdotal, el tipo ascético.
Vi r g i l i o C e s a r o n e
Università del Salento, Lecce
Resumen: El objetivo de este trabajo es mostrar las analogías y diferencias entre las inter-
pretaciones de Heidegger y Nietzsche de las epístolas paulinas. El primer paso es mostrar
la ambigüedad de la figura de Pablo en el pensamiento de Nietzsche y su conexión con
Jesús de Nazaret. Pablo, el fundador del cristianismo, creó una religión del resentimiento,
dando poder a los carentes de él. Muy lejos del enfoque filosófico-moral de Nietzsche,
Heidegger lee a Pablo para investigar las raíces de la vida religiosa: las epístolas paulinas
tratan, antes que nada, de la espera, de la Parousía, que, lejos de ser una mera esperanza,
es la consumación de la vida de todo creyente.
Palabras clave: resentimiento – esperanza – fe
Abstract: The aim of this paper is to show analogies and contrasts between Heidegger’s
and Nietzsche’s interpretation of the Pauline Epistles. The first step is to show the ambi-
guity of Paul’s figure in Nietzsche’s thought and his connection with Jesus of Nazareth.
Paul, founder of Christianity, created a religion of resentment, empowering the power-
less. Heidegger, far from Nietzsche’s philosophical moral approach, reads Paul to inves-
tigate the roots of religious life: the Pauline Epistles, above all, deal with the awaiting of
Parousia, which, far from being a mere hope, is the completion of all believer’s life.
Keywords: Resentment – Hope – Faith
recibido: 23-11-2008 – e stud io s Nietz sche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 83-96 – aceptado: 03-01-2009
84 virgilio cesarone
Los complejos de san Pablo no cabe entenderlos éticamente. Por eso es mostrar
desconocimiento cuando Nietzsche le reprocha resentimiento. Esto no forma par-
te de esta esfera. En este contexto no se puede tratar de resentimiento. Si se incu-
rre en esta interpretación, entonces se muestra que no se ha entendido nada.
El pasaje en cuestión es uno de los más comentados en las cartas, puesto que
trata de la alteración que debe seguirse de la aceptación de la fe en el corazón
del cristiano. ¿Cómo debe ser entendido el «como si no» (hos me) de las epístolas
paulinas, con el que expresa esa alteración, repetida (retóricamente) por Pablo
en cada ejemplo? Para poder examinar de manera adecuada ese pasaje y, por tan-
to, comprender qué quiere decir Heidegger con su crítica, es necesario comenzar
por esbozar brevemente el papel que la teología paulina tuvo en el desarrollo del
pensamiento de los dos grandes filósofos, y sobre todo captar qué interpretación
de ella subyace a sus filosofías respectivas.
1. Nietzsche y Pablo
13. Para comprender este aspecto parece ser determinante la relación estructural entre verdad
y fe, que Nietzsche parece extraer de lo que Dostoievski pone en boca de Satov en un coloquio
con Stavrogin en Demonios (parte II, § 7: «¿Pero no ha sido usted quien me ha dicho que, si os
demostraran matemáticamente que la verdad está fuera de Cristo, preferiría quedarse con Cristo
antes que con la verdad? ¿Usted lo ha dicho? ¿Usted?»), sentencia propia del escritor en una carta
del 20.2.1854 a Natalia Fonvizin. Nietzsche está convencido de que la verdad de la ciencia no puede
derrotar a la fe religiosa.
14. Es muy verosímil que Nietzsche, más allá del juicio sobre Pablo como fundador de la teología
cristiana, con el título del aforismo se refiera a los Hechos de los apóstoles, donde se cuenta que en Antio-
quía, lugar de la primera estancia apostólica de Bernabé y Saulo, los discípulos fueron llamados por pri-
mera vez «cristianos» (11, 25-26), y poco después el nombre Saulo del apóstol se trasformó en Pablo (13,
9), llevando a término en cierto sentido la romanización significada por el adjetivo terminado en -ianus.
15. M § 68 (KSA III 64).
16. La comparación de Pablo con Pascal es propia del periodo de M, puesto que Nietzsche los
considera unidos por una deshonestidad común (de la que participa también Lutero). Más tarde dis-
tinguirá entre la devoción pura de Pascal y la deshonesta e instrumental de Lutero y Rousseau, una
devoción reactiva, fruto del ressentiment, cf. FP III, 1884, 26[175], y FP IV, 1887, 9[124]. Sobre la
interpretación nietzscheana de Pascal, cf. C. Piazzesi, «Nietzsche lettore di Pascal», en M. C. Fornari
(ed.), La trama del testo – Su alcune letture di Nietzsche, Lecce: Milella, 2000, pp. 167-221.
17. Cf. Gálatas 1, 14; Filipenses 3, 6; Hechos 22, 3. Las traducciones modernas vierten de
maneras diversas el término griego zelotes al que se refiere Nietzsche.
18. Cf. Hechos 7, 58; 8, 3.
19. Es interesante resaltar que, según Nietzsche, Lutero vivió la misma experiencia en su con-
vento: quería llegar a ser el hombre perfecto según el ideal sacerdotal, pero vista la imposibilidad de
llegar a serlo, comenzó a odiar toda la vida clerical.
20. M § 68 (KSA III 64).
21. Cf. Gálatas 3, 19-29; Filipenses 3, 8-11.
22. Cf. Gálatas 2, 15.
23. En realidad, la realización de la misma predicación evangélica le parece a Nietzsche carac-
terizada por una milagrosa trasformación desde el estatus de pecador, lejos de toda posible virtud,
en un abandono en los brazos de la misericordia del señor. Es inútil subrayar que en esas considera-
ciones vuelve a ser objeto de crítica la teología paulina (M § 87).
Signos de sangre escribieron a lo largo del camino que seguían y su locura enseñó
que con la sangre se demostraría la verdad.
Y aunque uno atravesase el fuego por la propia doctrina — ¡qué habría demostra-
do! Es verdad más bien que de la propia pira deriva la propia doctrina26.
24. «¡Qué le importa a un cura la ciencia! ¡Él está demasiado arriba para estas cosas! — ¡Y el cura
ha dominado! ¡Ha establecido el concepto de ‘verdadero’ y ‘no-verdadero’!...» AC § 12 (KSA VI 179).
25. Cf. AC § 45 (KSA VI 221-223).
26. AC § 53 (KSA VI 235).
(51). Estos aspectos habían sido leídos ya, según Nietzsche, en la clave correcta
en la primera disertación de La genealogía de la moral, donde por primera vez
se mostraba la contraposición de la moral cristiana, nacida del resentimiento,
frente a una moral precedente de los nobles.
Desde el prefacio de La genealogía de la moral, Nietzsche aclara su propó-
sito, el de sacar a la luz el territorio escondido de la moral. El método que em-
pleará será el de una reconstrucción histórica, a partir de la cual se propone en
seguida una cuestión fundamental: el valor del valor. Siguiendo este proyecto, el
primer tratado se interroga sobre la pareja de valores bueno-malo y bueno-mal-
vado. La reconstrucción de la historia moral conduce, ante todo, a una inversión
de perspectiva, pues ya no es la acción el punto discriminante para la moral ori-
ginaria, sino el agente. En efecto, los «nobles» sentían como bueno lo que hacían.
Nietzsche proporciona argumentos filológicos a favor de la propia tesis, que
puede resumirse de la manera siguiente: la distinción egoísta/no-egoísta surge
con el ocaso de los juicios de valor de matriz aristocrática; de esa manera llega a
su expresión lingüística por primera vez el instinto del rebaño.
Desde el punto de vista social, esa inversión tuvo lugar mediante la ascensión
de la casta sacerdotal a los rangos superiores, la cual introdujo categorías nuevas
en la moral como puro/impuro (rein/unrein). A ello siguió una transformación
semántica también de lo que es gut, originalmente referido a cuanto se conside-
raba noble y virtuoso. Con respecto a la virtud originaria, los curas eran, según
Nietzsche, los enemigos más malvados, puesto que detestaban la potente corpo-
reidad de los optimates con un odio interiorizado. Y los judíos serían el pueblo
que encarna ese espíritu de odio y venganza:
los judíos, ese pueblo sacerdotal, que no ha sabido tomar satisfacción de sus ene-
migos y dominadores más que con una radical transvaloración de los valores pro-
pios de éstos, es decir, por un acto de la más espiritual venganza. Esto es lo único
que resultaba adecuado precisamente a un pueblo sacerdotal, al pueblo de la más
refinada ansia de venganza sacerdotal. [...] Se sabe quién ha recogido la herencia
de esa transvaloración judía27.
Es con los judíos, por tanto, con quienes comienza el llamado Sklavenauf-
stand, continuado luego con el cristianismo. El amor predicado por el Nazareno,
en efecto, no sería otra cosa que la perpetuación de ese odio contra los aristoi.
De este modo, bajo el signo de la paradoja de un dios que se crucifica a sí mismo
por la salvación de los hombres, Israel se afirma con su odio y su espíritu de
venganza por encima de todos los ideales superiores. En el Sklavenaufstand se
generan anti-valores a partir del resentimiento, dando lugar a una venganza ima-
ginaria. El punto fundamental de este acontecimiento es visto por Nietzsche en
el decir no, por parte de los débiles, a lo que se presenta como exterioridad. Si en
la moral de los nobles el acto fundador consistía en una auto-afirmación hacia el
exterior de la propia interioridad, la moral de los esclavos consiste en cambio en
el dirigirse ante todo al exterior para una negación: es en efecto el no al mundo
opuesto lo que crea la moral. Nietzsche interpreta fisiológicamente ese proceder
fundacional de la moral como necesidad de recibir estímulos para actuar.
27. GM I § 7.
28. AC § 53.
29. Ibid.
30. M § 68.
31. M. Heidegger, Introducción a la fenomenología de la religión, cit., p. 153 (HGA 60, p. 124).
32. Cf. HGA 60, p. 124.
33. Ibid., p. 90.
34. M. Heidegger, Introducción a la fenomenología de la religión, cit., p. 152 (HGA 60, p. 124).
35. Ibid., p. 132 (HGA 60, p. 103).
36. Cf. HGA 60, pp. 104 y 114, donde Heidegger escribe: «Para el cristiano sólo cabe que sea
decisivo to nun [el ahora] del complejo ejecutivo en el que está inscrito realmente, y no la expectativa
de un acontecimiento destacado que está en el futuro» (M. Heidegger, Introducción a la fenomeno-
logía de la religión, cit., p. 143).
37. «Pues Dios nos lo ha revelado por su Espíritu, que el Espíritu todo lo escudriña, hasta las
profundidades de Dios».
mo, en cuanto Mesías, el centro del anuncio (1 Corintios 7, 20). Ahora bien, el
mismo anuncio de Jesús hace que la vida descubra una nueva dimensión: la moda-
lidad en la que el cristiano experimenta la propia existencia en el mundo sufre una
transformación radical (ibid.). La significatividad que acompaña al cristiano antes
del ser-devenido permanece, pero es la relación con ella lo que se transforma. Tras
la llamada se obtiene una actitud fundamental frente a la significatividad de lo
real, que es vista bajo la luz del cumplimiento dado a la fe. La significatividad es
vivida entonces hos me, como si no. Es a partir del cumplimiento originario como
se determina la referencia a la significatividad vivida. Justamente en este ámbito
interpretativo, en referencia al schema tou kosmou, se desarrolla la crítica a la
interpretación nietzscheana. El schema no debe ser leído de manera objetivante,
sino como figuración del mundo, de este tiempo, al que los cristianos no deben
conformarse (Romanos 12, 2). El hos indica para Heidegger positivamente un
nuevo sentido que se presenta, mientras que el me indica el nexo de cumplimiento
(Vollzugzusammenhang) de la religiosidad cristiana. Este aspecto, para Heidegger,
es un elemento discriminante evidente con respecto al adepto de los cultos mis-
téricos, quien, en su creer, es arrancado de la vida por una situación estática en
la que Dios y todo se vuelven presentes. El cristiano, en cambio, no vive ningún
«entusiasmo» (término que hay que entender de manera etimológica): «Estemos
vigilantes y vivamos sobriamente»38. Aquí se revela la enorme dificultad, según
Heidegger, que supone el conducir una vida de manera cristiana. Heidegger inter-
preta de manera distinta a Nietzsche también la referencia a la ley contenida en la
epístola a los Gálatas. Nomos es aquí un concepto omnicomprensivo, y remite a lo
que vincula al mundo del jetzt. El cristiano, en cambio, es justamente aquel que a
través de la fe en Cristo encuentra el camino de la salvación, que no proviene sin
embargo de las obras en el mundo, sino de la gracia.
¿Pero quién es el Pablo que aparece en las epístolas? Heidegger plantea esta
pregunta de manera sólo fugaz, y responde interpretando justamente los deseos
expresados en las misivas del apóstol. Pablo es aquel que con corazón inquieto
está a la espera de que los tesalonicenses reciban ta ysteremata, ea quae desunt,
las cosas que le faltan a su fe (Tesalonicenses 3, 10), aquel que lleno de ansias es-
pera que los tesalonicenses se vuelvan sólidos en su fe, y él se ve a sí mismo como
el que espera y ruega por ello.
En definitiva, Pablo no es objeto de un interés primario por parte de Hei-
degger. Pues el filósofo quiere sacar a la luz el modo en el que el cristiano vive
la temporalidad, es decir, cuál es, a través de la fe, el sentido de referencia con
respecto al Mit- und Selbstwelt39. Esta lectura se inserta orgánicamente en el
marco conceptual de su filosofía de la religión, que en aquellos años estaba desa-
rrollando movido por el propósito de radicalizar el enfoque fenomenológico del
maestro Husserl. Se trataba de seguir el principio de los principios, la intuición
de lo que se da, pero dirigiéndose a este darse de manera no teorética y teniendo
siempre presente que en este darse vive la vida. En este rechazo de un enfoque
teórico de la religión hay que colocar su trabajo de filosofía de la religión, a tra-
vés del cual, siguiendo las críticas de Lutero, Heidegger lleva a cabo hermenéuti-
camente una destrucción de las categorías provenientes de la aristotelización del
38. Tesalonicenses 5, 6.
39. HGA 60, p. 116.
J u a n L u i s Ve r m a l
Universidad Islas Baleares
recibido: 21-06-2009 – estudios Nietzsche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 97-111 – aceptado: 13-09-2009
98 J u a n L u i s V e r m a l
. GA 43, 278.
. «Decimos platonismo, y no Platón, porque no documentaremos aquí la concepción del
conocimiento en cuestión de modo original y detallado en la obra de Platón, sino que sólo destaca-
remos sin entrar en detalles un rasgo determinado por él», Nietzsche I, 177/148.
. KSA VII, 7[156]. Citado en Nietzsche I, 180/150
. GA 43, 218.
10. KSA XI, 40[53].
11. KSA VI 80 s. (CI, Madrid, Alianza, 1973, pp. 57 s.).
12. Nietzsche I 235/192, 240/196.
13. Nietzsche I 240/196.
viejo esquema», sino que significa «alterar el esquema de orden. En ese sentido,
la inversión tiene que convertirse en una expulsión fuera del platonismo»14. No
queda claro, sin embargo, «hasta qué punto llega a una superación del platonis-
mo y hasta qué punto no».
En las lecciones originales, lo anterior, que parece dejar una posibilidad
abierta, estaba seguido de dos páginas que responden a la pregunta planteada de
forma más contundente y que no fueron recogidas en el libro de 196115. En ellas
sostiene Heidegger que la voluntad de Nietzsche es ciertamente la de pasar de
la inversión a la expulsión, pero, se pregunta, «¿se elimina con ello la distinción
entre verdad y apariencia?, ¿se la puede eliminar?, y si no se puede, ¿por qué?».
Nietzsche no se plantea ya estas preguntas, lo que significa para Heidegger que la
cuestión de la verdad no accede a un nivel suficientemente profundo. Nietzsche
no elimina, por lo tanto, la verdad y su diferencia con la no verdad y la aparien-
cia, sino sólo la interpretación platónica de la verdad, es decir, que lo verdadero
es lo suprasensible. Heidegger llega a afirmar incluso que mantiene el concepto
platónico de verdad y sólo le da a lo verdadero otro contenido: «la diferencia
entre verdad y apariencia vuelve a aparecer en otra forma». En realidad, y a
pesar de que se señala que con la eliminación de lo superior también se elimina
lo inferior, no se ha eliminado la estructura platónica de un arriba y un abajo. Lo
que parece una expulsión (Herausdrehung) fuera del platonismo en realidad no
lo es, sino que se enreda en lo que pretende superar, no en el platonismo en un
sentido superficial, sino en la «experiencia fundamental de la filosofía platóni-
ca». No hay pues expulsión alguna del platonismo, «¡al contrario!».
La formulación de las lecciones originales es clara en el sentido de no dejar
abierta la posibilidad, pero no aporta demasiados argumentos a su favor, que
sólo podrán provenir de una elaboración más detallada de la cuestión de la
verdad.
En el seminario dedicado a Nietzsche en 193716, al mismo tiempo que las
segundas lecciones, vuelve a aparecer varias veces la cuestión de la inversión y
la expulsión. También aquí se presenta en primer lugar una cierta valoración
del movimiento mismo de la inversión. Vista históricamente, la filosofía de
Nietzsche es una «inversión del platonismo como contramovimiento respecto
del nihilismo»17, es «el nihilismo más extremo y su superación». La oposición de
Nietzsche al primado de lo suprasensible, en general al primado de los principios
que se superponen al suceder, es lo que constituye su aspecto más revulsivo y, a
la larga, positivo. Heidegger ve aquí un cierto desarrollo de la posición básica
de Nietzsche18, que parte de una inmanencia biológica del representar, pasa por
una universalización de esa concepción, y llega a una inversión del platonismo
en conexión con la cuestión de lo ideal y del nihilismo, para, a su vez, desde
allí salir de la contraposición entre verdad y apariencia, lo que constituiría el
paso decisivo. Ya no hay sólo inversión, sino también salida, expulsión de la
contraposición que remite el «ideal» a la «vida», en dirección al todo. Se abre así,
comenta Heidegger, la posibilidad de una experiencia del ente en total que pone
en movimiento una esclerosis de dos milenios19.
A pesar de ello, la inversión sigue pesando, manteniendo la dependencia
de lo que invierte20. Esta dependencia se basa ahora en su remisión a un princi-
pio activo, remisión que se mostrará fundamental en la derivación de la noción
nietzscheana de verdad respecto de la noción clásica. Efectivamente, la trans-
formación propia de la inversión remite a la pura acción21, con lo que el ideal
queda remitido a la vida, que sólo aceptará como diferencia la de los grados del
poder. Éste es, para Heidegger, el paso metafísicamente más extremo de Nietz-
sche, que lo lleva al necesario caos de la pura acción de crear y no es más que la
consecuencia de que su filosofía es desde un comienzo un platonismo invertido.
La inversión consiste en apoyarse en la apariencia como realidad, con lo que
el platonismo no es superado sino introducido con mayor fuerza en una forma
invertida. La presunta expulsión no es más que la consecuencia de la inversión
del platonismo, y por eso no es de ningún modo su superación22. En realidad, el
eterno retorno es en cierto sentido la expulsión del platonismo23, pero se trata
de una «umkehrende Herausdrehung» (algo así como «expulsión que invierte»)
que se lleva consigo el platonismo, sólo que invertido. La salida resulta ser, en-
tonces, una vuelta al inicio deformado, un final que vuelve a él. La consecuencia
de la inversión es la desaparición de la contraposición estricta entre verdad y
apariencia24, con lo que se produce una ilusión de salida, pero sólo en la medi-
da en que lo verdadero, en cuanto apariencia necesaria, queda integrado en la
auténtica realidad, lo que sigue sin ser una superación del platonismo. La única
alternativa, anuncia Heidegger prospectivamente, sería la «transformación de la
esencia de la verdad, el esenciar del ser como salto al ser-ahí (Erspringung des
Da-seins)»25. La cuestión decisiva será, pues, la transformación de la esencia de
la verdad que deje lugar al esenciar del ser. Volveremos sobre ello.
También en los Beiträge alude Heidegger a la doble figura de la inversión y
la expulsión. En la sección 9126 repite que la inversión implica quedarse enreda-
do en la contraposición sensible-suprasensible, aunque, añade, «Nietzsche siente
con seguridad la necesidad de que esa contraposición tiene que perder su senti-
do». En concordancia con lo anterior, en otro pasaje27 expresa que precisamente
porque la filosofía de Nietzsche se comprende como inversión del platonismo,
«cae de nuevo en él por la puerta trasera. Incluso allí donde sale del platonismo y
su inversión, no llega a un cuestionamiento originario y superador por la verdad
del ser y la esencia de la verdad».
Antes de continuar con la consideración de la inversión o superación del pla-
tonismo, haremos una referencia específica al concepto de apariencia (Schein), al
que Heidegger dedica numerosas reflexiones, sobre todo en el seminario de 1937.
Esta cuestión ocupa un lugar central en la medida en que se acerca, por lo me-
nos aparentemente, al concepto de fenómeno de la fenomenología. Tienen
que leerse, por lo tanto, en la línea que proviene del § 7 de Ser y tiempo (y de
sus formulaciones previas), en el que se hace un detallado análisis de la prima-
cía del mostrarse respecto de la mera apariencia o de la noción de fenómeno
como manifestación de algo oculto. Siguiendo esa línea, la primacía que otorga
Nietzsche al concepto de apariencia respecto del de verdad podría traducirse
en la primacía del fenómeno respecto de un ser en sí separado del aparecer,
tal como la desarrolla la fenomenología. Por eso Heidegger podrá decir que la
«apariencia, el aparecer, es, bien comprendido, el suceder fundamental del ser
abierto de lo desoculto»28. Pero esto, sin embargo, no ocurre en la medida en
que el aparecer es comprendido no como «claro» (Lichtung), como «ahí» (Da),
sino de un modo representativo, para remitirlo posteriormente a la «vida»29.
En otras palabras: lo que aparece no es retenido como tal, como mostrarse,
sino que, al concebirlo como algo representado, refiere finalmente a la vida y
sus condiciones, lo que se traduce en último término en relaciones de fuerza.
Ya en la primera de las lecciones dedicadas a Nietzsche hace Heidegger una
profunda reflexión sobre el sentido de la apariencia, que conlleva también una con-
sideración crítica de las nociones nietzscheanas de perspectiva e interpretación.
A pesar de su propia advertencia acerca de lo fatal de la palabra «apariencia»
(Schein)30, Nietzsche cae víctima de la confusión de este concepto. La afirmación
de que «apariencia es la verdadera y única realidad de las cosas», debería querer
decir, según Heidegger, no que la realidad es algo aparente, «sino que el ser real
es en sí mismo perspectivista, es un llevar al aparecer, un dejar aparecer, es en sí
mismo un aparecer»31. Lo perspectivo sería entonces el auténtico mostrarse. Pero
para comprender así el perspectivismo, debería verse como la inclusión en lo que
aparece de la perspectiva dentro de la que aparece, algo así como la referencia
del aparecer a los actos noéticos en la fenomenología. Esto es, sin embargo, lo
que Nietzsche no hace con su concepto de perspectivismo, que por eso es puesto
en cuestión en diversos pasajes del seminario de 1937. Lo perspectivo está visto
sólo en función del ángulo determinado desde el que se realiza, para recalcar así
su unilateralidad, y por lo tanto el carácter aparente de aquello a que se refiere.
De este modo no se piensa el carácter mismo de la finitud que permite la direc-
cionalidad y el abrirse de mundo. Lo que aparece queda entonces como mero
parecer, como mentira, y no se ve, en cambio, lo que está más originariamente a
su base: la unidad de claro y ocultamiento32. Los perspectivismos, dice Heideg-
ger, tanto el de Nietzsche como el de Leibniz, no desarrollan el carácter propio
del aparecer, el acontecer fundamental del ser abierto en lo desoculto, sino que
se quedan en lo psicológico, en la relación sujeto-objeto.
De esa manera, lo que aparece queda remitido en último término a los datos
sensibles. Sobre esta base critica Heidegger la noción nietzscheana de interpre-
tación. A diferencia de lo ya defendido en Ser y tiempo, no es el desarrollo de
una comprensión, sino que se ejerce sobre datos para sólo entonces dar lugar a
la comprensión. La relación con el mundo es de interpretación en la medida en
que se interpretan de modo diferente los datos presentes33. Frente a ello, Hei-
degger reivindica una noción de interpretación como despliegue o explicitación
(Auslegung) de lo ya incluido en el darse comprensivo más primigenio. Esto se
hace visible en la estructura del «como» (als), en la que lo decisivo no es el lugar
desde donde se lo dice sino el hecho de que allí se muestre de modo originario el
darse de algo como algo34. Previo a lo percibido es su carácter de «mundo». Sólo
hay aparecer donde hay mundo35, que en realidad no aparece sino «mundea»
(weltet). En la experiencia originaria del aparecer vamos más allá de la cosa,
pero no en dirección a un en sí, ni siquiera en dirección de algo desconocido
que se terminará por negar, sino en dirección del mundo, del «ahí». Pero mundo
no es un aparecer, sino un abrir que al mismo tiempo se mantiene oculto. Así
pues, de la previedad del mostrarse en un sentido no representativo se pasa a la
previedad de un ámbito que lo permite (mundo), y que a su vez es en sí mismo
un ocultamiento (tierra), o más bien la lucha en la que éstos comparecen.
Heidegger traza los supuestos desde los que Nietzsche habla de apariencia.
En primer lugar, señala el platonismo, sólo que invertido, en el sentido antes
comentado. Lo que esencialmente se mantiene del platonismo es una determi-
nación de lo verdaderamente real desde una dimensión constitutiva, que ahora
no es la de la figura del pensar (idea) sino la de la imposición de una identidad
desde la «vida». Por eso, Heidegger la ve, en segundo lugar, como una transfor-
mación del platonismo en dirección subjetiva, algo que puede verse como una
radicalización y naturalización de Kant. Lo que se presenta es el fenómeno, en la
medida en que es una determinación impuesta no ya por una subjetividad tras-
cendental como condición de posibilidad de la experiencia como tal, sino por
un núcleo de fuerza para cumplir con sus necesidades de dominio. O sea, como
condición de posibilidad de una experiencia particular. En la medida en que
este punto de fuerza no puede ya ser comprendido como la constitución de un
mundo de sentido en cuanto tal, todo depende de la constitución de ese punto
de fuerza, que se interpreta de un modo fisiológico-biológico. Éste es el tercer
supuesto que ve Heidegger en la noción de apariencia. Por último está el caos
de las sensaciones en el sentido del «todo fluye». La acuñación de formas sólo
es posible desde la suposición de un material informe, lo que ya estaba presente
en la formulación kantiana. Hay que resaltar, sin embargo, que la conclusión
de todo esto no es el mero rechazo, sino la necesidad de poner en cuestión sus
supuestos para poder llegar a una auténtica confrontación36.
La discusión de la relación entre verdad y apariencia es retomada en la terce-
ra lección sobre Nietzsche, de 193937. La determinación de la esencia de la ver-
dad como «ilusión» o apariencia está para Heidegger en una conexión esencial
con la interpretación metafísica del ente y es, por lo tanto, «tan antigua e inicial
como la metafísica misma»38. Está ligada con el surgir, mostrarse, llegar a la vi-
sión, y en ello radica su peso y su profundidad, aunque al mismo tiempo caiga
presa de una dinámica que la condena al ocultamiento de su propio origen. En
la transformación que acontece en la modernidad se supone la comprensión ori-
ginaria como physis, si bien también se produce una transformación esencial39,
que hace que se mantenga en el poder de una forma irreconocible. De lo que se
trataría entonces es de remontarse a ese origen, para poder experimentar en él lo
que necesariamente se ocultaba, es decir, no para negarlo por «metafísico» sino
para trascenderlo hacia su propia condición. Lo que sucede en la metafísica es el
«poder de la esencia de la verdad»40.
La concepción de la verdad como ilusión tiene como supuesto la determi-
nación tradicional de la verdad como corrección del representar41, pero ésta se
transforma al comprenderse como una estimación de valor. La noción de valor
sirve de intermediario para fortificar la tesis de remisión a la unidad de la vida,
y, en definitiva, de la voluntad de poder. Efectivamente, en la medida en que se
interpreta la verdad como una estimación de valor, la cuestión ya no es la de
cómo se apresa algo exterior, sino el hecho de que se constituye en condición
de la vida. Al plantearse la cuestión del origen de la distinción entre un mundo
verdadero y un mundo aparente42, Nietzsche la remite a la estimación de que lo
consistente y fijo es de mayor valor. Refleja así, comenta Heidegger, lo que guía a
la tradición metafísica, pues esas son las condiciones que corresponden a la vida
del hombre occidental. El modo en que se interpreta la esencia del ente (con-
sistencia) surge del modo en que se concibe la vida misma: aseguramiento de sí.
En todo caso, la tesis de que la verdad es en esencia estimación de valor es
«la consecuencia más oculta y extrema del primer inicio del pensar occiden-
tal»43. Es la consecución de ese movimiento por el que la verdad es lo que queda
a disposición del hombre, del representar, y pierde todo otro sentido. Por eso
Heidegger interpreta la remisión de la verdad a una estimación de valor como
una interpretación que se mueve dentro del marco de la verdad como corrección
y como homoiôsis. En ese sentido, la propia interpretación que hace Nietzsche
de la razón sería una especie de platonismo pensado modernamente, pues man-
tiene el carácter inventivo de la razón, aunque determina de modo diferente
su proveniencia: el carácter de la razón está dado con la vida44. Se produce así
una mera inversión del pensar griego, y no una auténtica confrontación que sea
capaz de salir de la posición inicial, entendido esto siempre no en el sentido de
dejarla simplemente atrás, sino en el de mostrarla en su carácter propio y poder
destacar lo no pensado45.
Nietzsche afirma que la verdad pertenece a la vida misma, aunque no sea el
valor más elevado: más allá de la verdad está el arte. Esta relación, que ya había
ocupado un papel central en las primeras lecciones de 1936-1937, representaría
sino que ha alcanzado su forma más esencial como asimilación al caos, que en su
doble vertiente de fijación y transfiguración remite a una determinación desde la
vida como voluntad de poder. La asimilación misma tiene que dar la medida, y
esto es lo que Nietzsche llama «justicia» y constituye el acabamiento de la metafí-
sica. Con la expresión «justicia», insiste Heidegger, no se está haciendo referencia
a un concepto moral o jurídico, sino a la determinación de lo que es recto como
proyección de la voluntad de poder. Se consuma así algo que no es otra cosa que
la consecuencia interna de que la alêtheia haya permanecido impensada: la justi-
cia, que consiste ante todo en pensar desde estimaciones de valor50, es el aconte-
cimiento del abandono del ente por parte del ser51. La estimación de valor es la
determinación de qué se pone como condición esencial de la vida y es por lo tanto
aquello en lo que se basa la vida que se funda a sí misma52, constituyendo así el
fundamento esencial de la verdad. Esto es lo que Heidegger llama «sobrepotencia-
miento», que no constituye de ninguna manera un impulso ciego, pero es lo que
está más allá del bien y del mal, y de la distinción entre mundo verdadero y mundo
aparente53. Ésta sería la «superación del platonismo», en la que se determina de
modo la esencia del mundo y del hombre y se pone el fundamento de todo tipo
de conformidad del hombre con el caos, tanto en la forma del conocimiento
(verdad) como en la del arte (apariencia).
En las lecciones originales se insiste, en una recapitulación no incluida en el
libro de 196154, que con la caída de lo verdadero no desaparece la esencia de lo
verdadero, sino que, al contrario, ahora aparece en su carácter más puro. En el
conocimiento y el arte se produce el aseguramiento de la consistencia del hom-
bre, lo que posibilita su propia esencia. El aseguramiento de la consistencia es la
concordancia, homoiôsis, con el caos, que no es un disolverse en puro impulso
sino el fijar y transfigurar que ordena e inventa.
En referencia a la idea de inversión y de expulsión del platonismo, es intere-
sante resaltar que, en el momento en que quiere referirse a una auténtica supe-
ración del platonismo y, por ende de la metafísica, Heidegger vuelve a emplear
expresiones relacionadas con aquellas. No se tratará de una inversión (Umdre-
hung) sino de un «giro» (Drehung), de un «girar que penetra (Eindrehen) en el
otro fundamento como abismo». La «Kehre» (vuelta) heideggeriana es, de cierto
modo, la alternativa de la inversión y la transvaloración.
En el pensamiento nietzscheano, en cambio, tal como se dice en la parte
final, no pronunciada, de las lecciones de 1939, que se incorporaría en el libro
de 1961 al comienzo del segundo tomo, se produce un «suprimir que invierte»
(umkehrende Auslöschen) la contraposición entre ser y devenir. Hay una prima-
cía del devenir que sin embargo se convierte en la confirmación más extrema
de la concepción de ser como volver consistente la presencia55. La esencia de
la verdad inicial se transforma de una manera que equivale al apartamiento, no
a la aniquilación, de su esencia. La verdad, convertida en justicia, en el sentido
56. Grundfragen der Philosophie. Ausgewählte «Probleme» der «Logik» (GA 45).
57. GA 45, 211.
59. Creo que esto es lo que han intentado, de manera diferente, aunque esencialmente cerca-
nas, Deleuze y Derrida.
G i u l i a n o C a m p i o n i – Fr a n c o Vo l p i
Universidad de Pisa – Universidad de Padua
recibido: 07-08-2009 – estudios Nietzsche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 113-137 – aceptado: 09-10-2009
114 G i u l i a n o C a m p i o n i – F r a n c o V o l p i
Giuliano Campioni
Universidad de Pisa
Volpi «una de las empresas filológicas más notables de nuestro siglo y un mérito
para la cultura italiana». Con la acostumbrada claridad y precisión, desmontaba
el sentido de una improvisada operación editorial dirigida sustancialmente a
volver a proponer un Nietzsche pre-nazi: la publicación podía tener alguna jus-
tificación sólo si la Voluntad de poder (insostenible filológicamente y denunciada
con fuerza también por Heidegger) se hubiese presentado con un aparato y un
comentario adecuados, que evidenciasen su carácter histórico-documental. Tan-
to más cuanto los partidarios de la Wille zur Macht se remitían a la autoridad de
Heidegger: aquel era el texto que Heidegger había conocido y sobre el que había
trabajado y, por lo tanto, como tal era propuesto de nuevo. Pero Volpi mostró,
sobre la base de los estudios que hacía también para la traducción del Nietzsche,
cómo incluso Heidegger había insistido críticamente sobre la estrechez de la
elección, sobre la mala compilación y distribución de los fragmentos, o bien
—como dirá Heidegger en 1939— que se trataba de una incauta «fabricación
a posteriori» de una obra que Nietzsche no había escrito nunca como tal. Volpi
analizaba con seguridad filológica e histórica los límites y la insostenibilidad de
esta obra:
Aludo sólo a algunas de las infinitas dudas que el texto despierta: ¿por qué en la
primera edición sólo 483 fragmentos y luego, por el contrario, 1.067? ¿Y por qué en
la segunda edición desaparecen 17 fragmentos de la primera? Además, ¿por qué en la
edición definitiva 25 textos conexos entre sí son desmembrados y convertidos en
55, entre ellos el gran fragmento sobre el nihilismo, fechado por Nietzsche «Lenzer
Heide, 10-6-1887»? En la Voluntad de poder este fragmento, filosóficamente impor-
tantísimo, se desmiembra en los fragmentos números 4, 5, 114 y 55 (por lo tanto,
hay que leer en esta sucesión) y sólo en la edición de Colli-Montinari lo tenemos de
nuevo en su forma originaria (vol. VIII, tomo I, pp. 199-206). He aquí un ejemplo
en el que Colli y Montinari han hecho una contribución filológica indispensable
para la interpretación filosófica. Y sin embargo, ¿por qué asumir como criterio para
la distribución de los fragmentos un solo plan, el de Niza de marzo de 1887, y no
otros entre los numerosos que Nietzsche redacta? ¿Y por qué mezclar sistemática-
mente fragmentos de periodos diversos? Y, finalmente, ¿por qué casar todos aque-
llos fragmentos que sólo Colli-Montinari nos permiten leer hoy?
ensayos que acompañan a las numerosas obras de Heidegger editadas por él son
una verdadera y auténtica vía —puntual y segura— en el complejo trayecto del
filósofo.
El rigor filológico y la conciencia histórica y crítica de Volpi, ligados a la
lección de maestros como Giuseppe Faggin (en el liceo de Vicenza) y de Enri-
co Berti (en la Universidad de Padua), han tenido una manera de manifestarse
plenamente, al comienzo, en sus trabajos sobre Heidegger e Brentano (1976) y
Heidegger e Aristotele (1984), ensayos que marcan una relevante novedad en el
acercamiento al filósofo alemán que «representa en nuestro siglo lo que Hegel
había representado en el siglo xix». Ciertamente el punto de partida para la
lectura de Nietzsche ha sido Heidegger pero no, como veremos, el punto de lle-
gada: además, el Nietzsche de Volpi (y también el de Heidegger) está lejos de la
escolástica heideggeriana, a menudo estéril. Volpi saca a la luz el duro aferrarse
durante largos años a los dos, la apretada confrontación «que restituyó el vértigo
de hacer filosofía en gran estilo», pero que no consigue resolver el enigma Nietz-
sche. Desde 1936 a 1946, Volpi recorre, sobre la base de documentos ignorados
y poco conocidos, el dramatismo de la confrontación/duelo en los límites del
colapso psíquico: «¡Aquel Nietzsche casi me ha destruido!». Nietzsche llega a
ser para Heidegger una especie de hilo conductor para pensar hasta el fondo y
con radicalidad la negatividad que es inherente al ser. Si en el planteamiento del
problema del ser es central Aristóteles, como también «la apropiación asimilati-
va de la ontología y de la filosofía práctica aristotélicas en los años veinte», con
la radical despedida de todas las formas de pensamiento que se fundan en los
modos tradicionales del logos y de la ratio, Heidegger «recoge y hace propia la
herencia de la finitud y del nihilismo de Nietzsche».
La inicial presencia saludable del filósofo de la muerte de Dios viene seguida
a través del vasto y variado material de la opera omnia: Volpi advierte sobre
la importancia de definir el sentido diverso y el estatuto diverso del discurso,
cambiado en las diversas formas de comunicación (lecciones, conferencias, en-
sayos, tratados), distinguiendo «diversos niveles de ‘comunicación pública’ de su
pensamiento, por lo tanto diferentes grados de iniciación a lo largo del camino
esotérico a seguir para llegar a su corazón».
El centro de interés es el nihilismo: el enfrentamiento con Nietzsche signi-
fica para Heidegger el enfrentamiento con lo moderno, con la técnica, con algo
que va mucho más allá de los tradicionales temas especulativos. Nietzsche es el
único agarradero que Heidegger encuentra. En ciertos aspectos el trabajo de
Volpi sobre el nihilismo ha sido un trabajo sobre la suerte de Nietzsche, sobre
las declinaciones del nihilismo a partir de Nietzsche (con testimonios directos e
inéditos sobre autores que tienen en Nietzsche y en Heidegger una referencia).
El acercamiento de Volpi a Heidegger, del que es ciertamente uno de los más
grandes expertos mundiales, era lejano, como él mismo escribe, desde la «admi-
ración supina y a menudo exenta de espíritu crítico, que le ha sido tributada y
que ha producido tanta escolástica». No faltan distanciamientos, sobre todo en
el último periodo, en relación con la política:
de las figuras que forman la historia del nihilismo— era una aproximación histó-
rica y filológica dirigida a comprender la crisis profunda de nuestro tiempo, del
que los escritores y pensadores son testigos —en la voluntad de orientación, de
comprensión sin prejuicios para una posible superación, para poder encontrar
vías de salida sin abdicar de la propia tarea.
El Nietzsche de Heidegger representa para Volpi la pars destruens: la prácti-
ca del nihilismo cumplido, de aquel que ha proclamado la muerte de Dios:
Pero, ¿de dónde nace la pasión por los viajes? ¿Qué es —nos preguntamos— esa
extraña y periódica exigencia de desplazarse? Quizás el viaje es un recurso de la
vida. Un movimiento connatural a la necesidad de evitar algo y a la posibilidad de
conquistar algo nuevo y diverso. Una dinámica que es inherente a la existencia, que
dimana de la exigencia de ponerse una meta, un sentido hacia el que orientar aquel
movimiento inagotable que es la vida, y que sólo la felicidad o la muerte apagan.
[...] Es quien está bien sólo «en otro lugar». Quien está siempre a la búsqueda de
otra cosa. Siempre de viaje. Quien peregrina también cuando no se mueve de casa.
Al contrario de aquellos que están en casa también cuando viajan.
encontrar una vía de salida. En esta dirección Volpi valora a otro autor francés
en la trayectoria de Nietzsche: Jean-Marie Guyau, que, haciendo referencia a la
moral antigua, en su escrito Esquisse d’une morale sans obligation ni sanction
de 1885, afirma una ética de la vida contra la ética kantiana del puro deber. La
vida, en el momento en que toma conciencia de sí, tiende a acrecentar la propia
fuerza, a intensificarse. La vida es una especie de «gravitación sobre sí misma»:
tiene necesidad de potenciarse, de acumular un superplus de fuerza para con-
servarse. La vida tiene la tendencia esencial a expandirse, a salir de sí misma, a
darse. Esta expansión es fecundidad; por el contrario, el egoísmo aparece como
una autolimitación de la vida.
Como había escrito Volpi también en aquel último artículo suyo en respuesta
a los anatemas del pontífice, la intención de Nietzsche es la de «superar la esteri-
lidad de la prohibición simple, de la abnegación y de la renuncia, que mortifican
la vida. Nietzsche quiere que la vida se realice en todas sus potencialidades. Y
aconseja por eso una actitud «creativa» que dé a la vida toda su plenitud, análoga
a la actitud del artista que imprime en su obra una forma bella. En tal sentido
la nueva moral es una especie de «estética de la existencia» cuyo imperativo
recomienda: «¡Llegar a ser lo que se es! Y aunque la vida no sea bella, está de
nuestra parte hacerla bella». Una filosofía, por lo tanto, que hace referencia a la
ética de los antiguos, a la sabiduría como transformación de la vida encontrán-
dose en esta valoración con Schopenhauer, el educador de sus años jóvenes. La
sentencia de su vida, sobre la que Nietzsche ha vuelto más veces, es: «¡Llega a
ser lo que eres!»13, a cuyo sentido Volpi había dedicado recientemente un análisis
completo. La cita tiene para Nietzsche valor emblemático. Aparece por primera
vez como lema de su ensayo juvenil De Laertii Diogenis fontibus y la vuelve a
retomar como subtítulo de Ecce homo («Cómo se llega a ser lo que se es»), ade-
más de encontrarse en otros puntos centrales de su trayectoria sacados a la luz
y comentados por Volpi, cuyo análisis remite también a la repetida exhortación
a Lou von Salomé14:
En fin, mi querida Lou, el antiguo, profundo y cordial ruego: ¡llegue a ser lo que
es! Al principio nos cuesta trabajo emanciparnos de nuestras cadenas, ¡y al final
también tenemos que emanciparnos de esta emancipación! Cada uno de nosotros,
aunque de maneras distintas, tiene que trabajar esta enfermedad de las cadenas,
también después de haberlas roto.
Las cadenas son «los errores graves y a la vez sensatos de las ideas morales,
religiosas y metafísicas impuestas por el hombre para separarlo de su feliz liber-
tad animal».
Volpi había abordado el tema de una ética no imperativa y el sentido de la
máxima de Nietzsche en su conferencia de Granada de octubre de 2008 dedicada
a «‘Werde, der Du bist!’ El imperativo de una estética de la existencia según Nietz-
sche». La conferencia, no publicada, terminaba con una cita de Séneca (en la carta
32 a Lucilio) y otra de Epicteto15. «Consummare vitam ante mortem». Es necesa-
13. Píndaro, Píticas, II, v. 72: «Sé aquel que aprendiste a ser».
14. A L. von Salomé, finales de agosto de 1882, en CO IV, carta 293.
15. Epicteto, Diatribas, III, 5, 5.
rio llevar a cabo la propia vida antes de la muerte, alcanzar la perfecta saciedad
de sí mismos. La máxima de Seneca era comentada con las palabras de Epicteto:
¿No sabes que la enfermedad y la muerte deben cogernos en medio de alguna ocu-
pación? Cogen al campesino mientras está arando, o al marinero durante la na-
vegación. ¿Y sin embargo, dado que te cogerá con una de ellas, en qué ocupación
quisieras ser sorprendido? Si por tanto puedes serlo mientras estás participando en
una actividad mejor de aquella a la que te estás dedicando actualmente, practícala.
Puesto que los acontecimientos de la vida que nos esperan aparecen y se desen-
vuelven de manera inconexa, fragmentarios, sin relación recíproca, en el contraste
más estridente, sin nada en común excepto el hecho de que son asuntos nuestros,
debemos organizar nuestros pensamientos y nuestras preocupaciones respecto a
ellos de manera igualmente fragmentaria, a fin de que podamos corresponderles;
debemos saber abstraer, ponderando, cultivando, saboreando, soportando cual-
quier cosa a su tiempo, despreocupándonos de todo lo demás; debemos poseer,
por decirlo así, cajones de nuestros pensamientos, y que, cuando abramos uno de
ellos, cerremos todos los demás...
A Volpi le gustaba citar a este propósito una carta de Gottfried Benn a Oelze
(27 de diciembre de 1949) que trataba de explicar la coherente fragmentarie-
dad de la obra nietzscheana: «Ahora comprendo por qué Nietzsche escribía con
aforismos. Quien no ve ya conexiones, ni ninguna huella de un sistema, puede
únicamente proceder por episodios». Pero últimamente Volpi respondía a Benn
tomando una expresión usada por Gómez Ávila (su descubrimiento colombiano
del que extraía más temas sugestivos para aproximarse a Nietzsche) a propósito
de sus «escolios». «De manera distinta que Benn, podemos pensar que sus aforis-
mos no son fragmentos inconexos, sino toques cromáticos de una composición
puntillista que nos hace ver el conjunto». Una constelación de sentido que exige
la participación activa del lector.
Tras las huellas de Nietzsche se valora también la función terapéutica de
la filosofía y de los aforismos en la práctica cotidiana de la escritura: «No sé si
experiencias de vida bajo forma de sentencias serán útiles a los demás, pero lo
cierto es que para quien las escribe son algo beneficioso: son un medio de aliviar
la vida»16. En la recuperación de una ética de la realización y construcción de
sí mismo, hostil a la ética kantiana que excluye la eudaimonía, la realización y
el potenciamiento de la vida, una ética normativa hecha de imperativos y de
prohibiciones, el Nietzsche de Volpi (que sigue a Guyau) se encuentra con el
Schopenhauer de Volpi no insertado en el recorrido del nihilismo. Con su tra-
bajo histórico y filológico de editor y de intérprete, Volpi ha contribuido de
manera decisiva a recuperar a Schopenhauer para la gran filosofía en su relación
con las fuentes científicas y culturales del tiempo, pero ha valorado también y
sobre todo de ellas la práctica lección de la sabiduría de la vida, el difícil arte, so-
bre fondo pesimista, de saber navegar entre los escollos para evitar el naufragio.
También en este caso: historia y filología en la base de un trabajo del legado de
Schopenhauer que conserva numerosos e importantes textos inéditos.
Análogamente a cuanto hicieron Colli y Montinari por Nietzsche, Volpi em-
prendió una nueva edición de los póstumos de Schopenhauer que, teniendo como
base la edición de Hübscher, la completó incluyendo lo que éste no había conside-
rado, por ejemplo, los llamados Orientalia y los cursos universitarios berlineses.
La relectura de los manuscritos ha enriquecido de inéditos la nueva edición de los
Scritti postumi, pero también la serie de los afortunados libritos schopenhaueria-
nos nace a partir de los materiales póstumos, como la Dialéctica erística (1991),
el Tratado sobre el honor (1987), la Eudemonología (1998). En colaboración con
su amigo Giovanni Gurisatti, Volpi ha procedido en el trabajo interpretativo a de-
mostrar cómo sobre la base de los póstumos se puede colmar la aparente fractura
entre El mundo como voluntad y representación y los Parerga y paralipomena,
entre la metafísica del pesimismo y la sabiduría de la vida, entre la parte especu-
lativa y la práctica del sistema schopenhaueriano. En la amplia introducción a la
nueva edición de los Aforismos sobre la sabiduría de la vida (2007), con un aparato
de notas muy adecuado, que faltaba hasta ahora, Volpi presenta a Schopenhauer
como el pensador de la eudemonología y del cuidado de sí. Volpi estaba a punto
de completar y de publicar la primera edición integral alemana del manuscrito de
los Senilia (1852-1860), que la misma edición Hübscher del Nachlaß presenta con
muchas lagunas y con notas en el aparato crítico que son insuficientes. Precisa-
mente, en el ensayo introductorio del último pequeño volumen de la afortunada
serie schopenhaueriana dedicado por una trágica paradoja a El arte de envejecer
(2006), Volpi da la definición y el sentido del filosofar, de la pasión del filosofar
con la plena conciencia de que la filosofía «no resuelve los problemas. Enseña, si
acaso, a plantearlos. Es decir, a inventar razones para dudar de lo evidente».
HEIDEGGER Y SU SOMBRA
Entrevista a Franco Volpi sobre el caso Heidegger.
por Giovanni Gurisatti18
ción de «comprobada seriedad científica»: así viene presentado el libro por el edi-
tor italiano que lo ha hecho traducir. (Me pregunto: ¿comprobada por quién? Por
el contrario, resulta que precisamente en Italia, pero no sólo entre nosotros, más
allá del problema que el libro involuntariamente plantea, el de la conexión entre el
pensamiento y la biografía de un pensador o, si se quiere, el de la responsabilidad
moral y política de un filósofo, las tesis de Farias han sido duramente criticadas.)
Arriesgada y traída por los pelos aparece ante todo la hipótesis de fondo del libro,
que representa un poco el lecho de Procusto sobre el que se echan y se tienden los
hechos conocidos y menos conocidos de la biografía de Heidegger: quiero decir,
la fantasiosa idea, fervorosamente sostenida por Farias, según la cual Heidegger
habría sido un nazi desde su nacimiento. Esto estaría apoyado por un breve dis-
curso del todo ocasional que pronunciara de estudiante sobre el monje agustino
Abraham a Sancta Clara, un paisano suyo que vivió en el siglo xvii y en cuyos
escritos se insinúa un antisemitismo radical (actitud que en aquel periodo estaba
bastante difundida, algo que Farias parece ignorar; en todo caso no es ciertamente
el antisemitismo la razón por la cual el joven Heidegger se interesó por él, diga lo
que diga Farias). Y más allá de los bien conocidos acontecimientos de 1933-1934,
Heidegger habría seguido siendo nazi hasta el final, como mostraría el hecho de
que a los 75 años, de nuevo en un discurso conmemorativo en su pueblo natal de
Messkirch, vuelva a hablar de Abraham a Sancta Clara. Pregunto: ¿por qué Abra-
ham a Sancta Clara sería la prueba de la inclinación de Heidegger al antisemitismo
y al nacionalsocialismo, y no por ejemplo Lutero, con el cual Heidegger confronta
mucho más a fondo y en el cual también se encuentra un antisemitismo? Y ¿por
qué no Nicolás de Cusa o uno de tantos otros pensadores alemanes de aquella
época que se enfrenta a los judíos?
Dada esta premisa, está claro que en el libro «de acertada seriedad científi-
ca» de Farias, todo y su contrario contribuye inexorablemente a predestinar a
Heidegger al nazismo. De ahí se sacan grotescas ilaciones que han sido ya des-
tacadas por muchos, por ejemplo, entre aquellos que lo han hecho con mayor
sutileza, como Pierre Aubenque21 y Vittorio Mathieu22. Me limito a recordarlas
y a denunciar algunas.
Es curioso, por ejemplo, que para predestinar a Heidegger al nazismo con-
curran en la reconstrucción biográfica de Farias más o menos todas las circuns-
tancias de su formación, también aquellas más antitéticas: el catolicismo del
ambiente familiar, porque —nos explica Farias— se trataba de un catolicismo
reaccionario y antisemita; el bismarckismo de algunos de sus profesores; pero
también el anticlericalismo de algunos otros que —explica de nuevo Farias— se
habría directamente integrado a continuación en el fascismo. Pero, ¿y el hecho
de que Heidegger se case con una protestante o que abandone la fe católica en
torno a 1918? Aquí se comporta Heidegger, sigue explicándonos Farias, como
un oportunista (basta con leer la carta del 9-1-1919 de Heidegger a Engelbert
Krebs, que hasta entonces había sido su amigo y padre espiritual, para intuir
rápidamente que es ciertamente todo lo contrario, es decir, que Heidegger no
rompió con el catolicismo por oportunismo, sino que lo hizo en contra de sus
propios intereses prácticos, por razones filosóficas). Incluso el éxito que Heideg-
ger tuvo luego con los estudiantes llega a ser para Farias una prueba de nazismo.
He aquí lo que escribe Farias en la p. 69: «Es en este periodo cuando Heidegger
comenzó a mantener relaciones estrechas con el mundo estudiantil, lo cual es
decisivo para comprender su ulterior empeño en favor del nacionalsocialismo».
En resumen, ¡justamente todo y su contrario! Pero no ha terminado. Retornando
a la increíble interpretación que Farias hace del interés ocasional del último Hei-
degger por Abraham a Sancta Clara, se señala que aquí se puede leer entre líneas
de la breve conferencia pronunciada por Heidegger sobre la figura del monje
agustino una preocupante «trilogía»: «Abraham a Sancta Clara/Sachsenhausen/
Auschwitz» (p. 293). Pero veamos cómo Farias llega a tal «descubrimiento».
En un momento de su discurso Heidegger cita un pasaje de Abraham a Sancta
Clara en el que se dice que «nuestra paz es tan lejana de la guerra como Sach-
senhausen de Fráncfort». Cualquiera en Alemania sabe bien que se trata de una
manera de hablar que juega con la proximidad de Sachsenhausen a Fráncfort;
cualquiera que haya frecuentado un buen instituto —precisamente es a los
estudiantes de bachillerato a los que se dirige Heidegger— sabe perfectamente
que este modo de hablar es empleado también por Goethe en su Götz von
Berlichingen. Naturalmente Farias se las sabe todas: en Sachsenhausen había un
campo de concentración (en realidad el campo de concentración estaba situa-
do en una localidad homónima que no tiene nada que ver con el suburbio de
Fráncfort aquí en cuestión), y el nombre de Fráncfort no le recuerda a Farias,
por ejemplo, a Goethe, Schopenhauer y la teoría crítica de la sociedad, sino la
circunstancia de que en Fráncfort tuvo su sede el tribunal para los crímenes de
guerra. Y ésta es la delirante trilogía de Farias: «Abraham a Sancta Calra/Sach-
senhausen/Auschwitz».
En cuanto al periodo del compromiso de Heidegger como rector de la Uni-
versidad de Friburgo (abril de 1933-abril de 1934), es conocida la versión de
los hechos dada por Heidegger en la entrevista «Sólo un dios nos puede salvar»:
él habría aceptado la carga de rector contra su voluntad, a consecuencia de la
insistencia de los colegas preocupados por las injerencias del partido en la vida
académica y universitaria, y una vez asumido el rectorado habría tratado de
mantener y de defender la autonomía de la universidad, como lo confirmaría
claramente, por lo demás, el famoso discurso de 1933 sobre «La autoafirmación
de la universidad alemana». En este cargo habría tenido continuas tensiones con
el partido, tanto que terminó por presentar la dimisión antes de tiempo, después
de menos de un año de su nombramiento. Sabemos también, naturalmente, que
en su versión Heidegger no lo dice todo. El historiador Hugo Ott, en una serie
de artículos poco conocidos porque fueron publicados en lengua alemana y en
revistas difíciles de localizar, ha propuesto la hipótesis, sobre la base de una serie
de documentos recogidos en varios archivos, de que en realidad los enfrenta-
mientos con el partido comenzaron no tanto por las razones indicadas por Hei-
degger, sino por el hecho de que él habría aspirado a convertirse en el líder del
movimiento y a organizar la vida cultural y universitaria sobre el plano nacional,
pero que en el seno del partido nacionalsocialista tales aspiraciones no fueron
tomadas en serio, terminando incluso por estar abiertamente en contra de ideó-
logos tales como Alfred Rosenberg y Ernst Krieck. Farias, que explota a manos
llenas las investigaciones de Ott, añade una fantasiosa hipótesis personal (que
el muy serio H. Ott ha definido como «aventurada» o, como mínimo, «proble-
mática»), para la cual sin embargo no tiene pruebas al escribir que Heidegger se
habría adherido a las facciones extremistas del partido guiadas por Ernst Röhm,
y se habría retirado del cargo de rector y de su compromiso político después de
que tal facción resultase vencida y fuese eliminada (en la «noche de los cuchillos
largos» del 30 de junio de 1934). La hipótesis parece fantasiosa, ante todo por-
que las fechas no coinciden, pero además, porque si se va a ver lo que escribían
contra Heidegger los ideólogos nazis vencedores, en particular A. Rosenberg y
E. Krieck, y precisamente ya desde febrero de 1934, por lo tanto bastante antes
de la eliminación de Röhm, no se encuentra ninguna alusión a la presunta adhe-
sión de Heidegger a la línea «de izquierdas» sostenida por este último.
En cuanto a los acontecimientos que siguieron a 1934, tampoco aquí hay
nada nuevo que sea verdaderamente importante. Los únicos descubrimientos de
Farias son el hecho de que Heidegger habría continuado inscrito en el partido
y que habría pagado hasta el final su cuota y que, contrariamente a cuanto él
afirma en la ya citada entrevista a Der Spiegel, habría seguido tranquilamente pu-
blicando, como por ejemplo el célebre ensayo sobre La doctrina platónica de la
verdad, que, por lo que asegura Farias, apareció, a pesar de la oposición firme de
A. Rosenberg, en el anuario dirigido por Ernesto Grassi Geistige Überlieferung
nada menos que gracias a la intervención del embajador italiano en Berlín Dino
Odoardo Alfieri, a la del entonces ministro fascista Giussepe Bottai, y hasta la del
mismísimo Mussolini, los cuales habrían presionado a Goebbels. (Incluso aquí,
otra vez: el hecho de que fuesen necesarias todas estas presiones para publicar
un texto de Heidegger significa que no es por lo tanto verdad que él pudiese
publicar «tranquilamente».)
Pero más allá de todo esto, el problema es otro. Y es que el libro de Farias
está movido en realidad por el intento de desmontar el pensamiento de Heideg
ger a través de la biografía del filósofo. Se trata por lo tanto de una de aquellas
típicas tentativas de demolición «indirecta» o «trasversal» a la que a menudo los
grandes pensadores se ven sometidos (piénsese en el caso de Giovanni Gentile,
que sin embargo se comprometió bastante más y durante mucho más tiempo
que Heidegger). Pero no es la primera vez que esto sucede. Hace años, desde
un punto de vista «sociológico», lo había hecho Pierre Bourdieu, en un ensayo
titulado La ontología política de Martin Heidegger23, al que Gadamer hizo una
crítica demoledora en una durísima recensión. Incluso antes y, a decir verdad,
en otro nivel distinto, se había aventurado en la empresa también Adorno en La
jerga de la autenticidad (1964) y antes todavía Lukács en La destrucción de la
razón (1954), donde, sin embargo, Heidegger estaba todavía en buena compa-
ñía, quiero decir junto a Dilthey, Bergson, Simmel, Husserl, Scheler, Jaspers y
todos los otros «irracionalistas». Recientemente lo ha probado también Jürgen
Habermas en El discurso de la modernidad. Es cierto que Farias no merece estas
comparaciones, desde el momento en que el conocimiento del pensamiento de
Heidegger que él demuestra, y con el cual pretende bloquear al filósofo, es cuan-
do menos rudimentario. Derrida justamente ha observado que, leyendo su libro,
uno se pregunta «si ha leído a Heidegger más de una hora». Pero repito: a pesar
de Farias, y sin ánimo de ofender a Adorno y Lukács, la verdad es que Heidegger
23. Aparecido en 1975 en Actes de la recherche en sciences sociales, y ahora publicado como
pequeño volumen en Minuit, Paris, 1988.
Portofranco: Si, por un lado, parece evidente que las elecciones políticas del
hombre Heidegger no pueden comprometer la sustancia de su pensamiento,
persiste sin embargo el problema de comprender cuál era la relación entre su
pensamiento y la ideología nacionalsocialista.
F. Volpi: Lo que parece claro es que entre las dos cosas no hay ninguna rela-
ción. Ser y tiempo es en realidad una obra apolítica y la adhesión de Heidegger
al nacionalsocialismo no fue un acto filosófico.
A este respecto es interesante lo que señala Derrida. Con la agudeza que le
caracteriza, recientemente ha mostrado que precisamente la utilización en senti-
do político que Heidegger hace del concepto de «espíritu» (Geist) en el discurso
pronunciado con ocasión de la toma de posesión del rectorado, haciendo refe-
rencia con tal concepto directamente al pueblo alemán y a su misión histórica, si
acaso va contra la radical crítica que de tal concepto, como de los otros concep-
tos de la metafísica, el mismo Heidegger había hecho en Ser y tiempo24.
Por eso, creo que los intentos de demostrar que existe una cierta conexión
entre pensamiento heideggeriano e ideología nacionalsocialista están abocados
al fracaso. Ha fracasado el intento de Lukács, que además ha inducido por reac-
ción, especialmente en Italia, un convencimiento exactamente opuesto a aquel
del que trataba de persuadir. Ha fracasado el intento de Adorno. Más aún, uno
de los alumnos marburgueses de Heidegger, que después ha estado cerca de
Adorno, Herman Mörsch, ha mostrado las impresionantes afinidades que tie-
nen en común la implantación especulativa y la problemática de Adorno con
el pensamiento de Heidegger. Y ha fracasado en el fondo también aquel, muy
agudo, hecho por Karl Löwith en sus Ensayos sobre Heidegger de 1954 y en
las consideraciones contenidas en su autobiografía, que se extiende hasta 1939,
pero que ha sido publicada hace poco25. Esta última contiene, por otra parte,
muchas indicaciones que habrían podido interesar a Farias, pero que Farias no
conoce. Löwith ha tratado de demostrar que el pensamiento de Heidegger está
invadido por una actitud fundamentalmente antidemocrática y —como consta
especialmente en Ser y tiempo— por un radical decisionismo, por un pathos
de la «decisión por la decisión», en el que no se dan criterios orientativos para
decidir sobre los contenidos de la decisión misma por sugestivo y fascinante que
pudiese parecer a las jóvenes generaciones alemanas en plena crisis de los años
veinte, que mostró toda su peligrosidad apenas fue llenado de contenidos como
«misión histórica» o la «voluntad esencial» del pueblo alemán o la «renovación»
o el «nuevo comienzo» del «espíritu alemán». Pero repito: este intento tampoco
va muy lejos, y querer vincular el pensamiento de Heidegger con estas acusa-
ciones sería como buscar tres pies al gato. Además: mezclando el pensamiento
de Heidegger y la ideología nacionalsocialista se termina por no comprender
ni a Heidegger ni el nacionalsocialismo, con todas sus componentes específicas,
como por ejemplo aquella retórica «de la sangre y el suelo» que no fue cierta-
mente inventada por el nacionalsocialismo, sino por los románticos políticos, y
que los nazis, si acaso, explotaron hábilmente, al igual que explotaron muchos
otros componentes de la cultura alemana.
Por lo demás, los mismos ideólogos nacionalsocialistas habían comprendido
que entre Heidegger y su Weltanschauung no había concesiones posibles. Ya en
1934, en la revista Volk im Werden, dirigida por él, el ideólogo nacionalsocialista
E. Krieck escribía:
laboratorio del traductor que ha dado —y viene el caso decirlo— nueva vida
a la obra. ¿Por qué es tan difícil traducir a Heidegger? ¿Por qué, viceversa, es
tan fácil encontrar, en las versiones italianas, traducciones diferentes y a menu-
do contrapuestas de los mismos términos? ¿Se trata de falta de pericia de los
traductores, del alto grado de interpretabilidad del texto o, en el fondo, de su
intraducibilidad?
Fr a n c o Vo l p i
Si esto es la ilustración hace bien Scalfari en lamentar que nuestra época con-
temporánea esté todavía poco iluminada y que las Luces ya no estén de moda
entre pensadores e intelectuales, entre las eminencias grises y los maestros del pen-
samiento de la cultura contemporánea, orientados preferentemente hacia los «ro-
mánticos» y su imaginería mítica y simbólica, cuyas degeneraciones políticas han
marcado profundamente el siglo xx. Se comprende, por lo tanto, la preocupación
de Scalfari cuando advierte de que hasta el corazón de un intelectual de indiscuti-
da pertenencia a la democracia liberal como Berlin lucha más por los románticos
que por los filósofos de las Luces. Scalfari recuerda por eso las conquistas ideales
de la ilustración, los principios que ha fundado y a los que hoy no puede uno no
referirse: libertad de pensamiento y expresión, inviolabilidad del individuo y de
sus derechos fundamentales, igualdad, solidaridad. Se debe reconocer a Scalfari el
mérito de haber captado la importancia del libro de Berlin, de quien de otra mane-
ra sólo pocos especialistas habrían hablado, y de haberlo conectado a un problema
filosófico fundamental, el de los valores que inspiran nuestra idea de humanidad y
que están en la base de toda sociedad democrática moderna.
No sé de qué parte lucharía el corazón de Berlin. Imagino que, más allá de
sus inclinaciones personales, como refinado historiador de las ideas tuviese la
intención de poner en discusión algunos estereotipos de la historiografía tradi-
cional, mostrando cómo la edad de las Luces no presenta sólo fulgor, sino que
está también surcada por algunas venas oscuras que al final se han revelado de-
terminantes. Algo que Berlin ha tratado de mostrar también en otros dos libros,
traducidos por Adelphi: El amigo del Norte, una aguda interpretación de Ha-
mann, y El leño retorcido de la humanidad, expresión que toma prestada de Kant
para expresar un pesimismo desencantado hacia los nobles y optimistas ideales
de la antropofilia. Pero turbias vetas se encuentran, además de entre las nórdicas
nieblas de Königsberg, también en los grandes filósofos del Julio francés. Por
ejemplo, en Rousseau, pensador brillante y visionario, cuyas ideas pedagógicas
y políticas ofrecen rasgos fanáticos, por no decir totalitarios, que inspiran el
Terror no menos que la Ilustración. Por otra parte, no todo es irracionalismo
en la vertiente romántica: en el corazón de la Alemania filosófica de entonces,
Hölderlin, Hegel y Schelling se confabularon para plantar un árbol de la libertad
en el Stift de Tubinga, y celebrar el aniversario de la Bastilla y de los ideales de
la libertad que el acontecimiento simbolizaba. Pero éste no es el punto. La dis-
tinción de Scalfari es típicamente ideal, no histórica, y el problema que él plan-
tea es de principio: ¿cuál es el paradigma de pensamiento que hay que asumir
hoy? ¿El ilustrado de la razón o el romántico de la imaginación? La respuesta
es clara: «El mundo moderno sufre no por un exceso, sino por un dramático
déficit de racionalidad». Sacrosantas palabras que hay que compartir en todo.
Pero si es verdad que el paradigma ilustrado-racionalista ha llevado a conquistas
civiles irrenunciables, es por otra parte verdad que la Razón se ha reducido cada
vez más a mera razón instrumental, demostrándose incapaz de gobernar aque-
lla fuerza ciega que Nietzsche llama voluntad de poder. Adorno y Horkheimer
hablaban de una «dialéctica de la ilustración» que en las modernas sociedades
de masas termina por arruinarse en su contrario. Antes que ellos, Goya repre-
sentaba en sus bosquejos el sueño de la razón que produce monstruos. Por lo
tanto la racionalidad de la que la edad moderna carece no es la instrumental,
que la tecnociencia nos proporciona más bien en abundancia, sino la sustancial,
capaz de fundar identidad y recursos simbólicos compartidos. Por esta función
lo sagrado, el mito, lo simbólico, con sus potentes imágenes que los románticos
habían cultivado, son recursos demasiado importantes para ser dejados a mer-
ced del irracionalismo. Ni hay que adherirse necesariamente a la contraposición
entre Cultura y Civilización, ni quizás poner en juego la una con la otra, como
hacía Thomas Mann cuando afirmaba que «la germanidad es cultura, alma, li-
bertad, arte y no civilización, sociedad, derecho de voto, literatura». Si recuerdo
Pa u l i n a R i v e r o We b e r
UNAM, México
Resumen: En este artículo se considera que la relación de identidad construida por Nietz-
sche entre el amigo y el enemigo es uno de los aspectos más polémicos de su pensamiento.
Para introducir este tema se exponen las ideas de dos de los pensadores que influyeron en
él a este respecto, para luego analizar el sentido en que desde esta filosofía el amigo es un
enemigo para el así llamado «hombre de conocimiento». A continuación se lleva a cabo
un análisis de algunas ideas de Jacques Derrida y de Paul van Tongeren en torno al tema
de la amistad nietzscheana, así como una meditación en torno a la distinción entre el ami-
go/enemigo y el amigo/camarada. Finalmente se expone un cuestionamiento acerca de la
ausencia de la amistad compasiva y de la compasión en general en la obra nietzscheana.
Palabras clave: amigo – enemigo – compasión – Derrida
Abstract: Throughout this article it will be explained how the relationship of identity built
by Nietzsche upon the concept of friend and enemy is one of the most polemic aspects
of his thought. In order to introduce this theme the ideas of the two other thinkers that
influenced him in this respect will be expanded upon, analyzing the sense in which for this
philosophy the friend is an enemy for the so-called «man of knowledge». After this some
ideas by Jacques Derrida and Paul van Tongeren about the theme of the nietzschean
friendship will be considered, as well as a meditation about the distinction between friend/
enemy and friend/comrade. Finally a discussion will be undertaken about the absence of
compassive friendship and compassion in general throughout Nietzsche’s works.
Keywords: Friend – Enemy – Compassion – Derrida
. «Sentencias en verso y apuntes poéticos», § 39, en Poesía completa (1869-1888), ed. y trad.
de L. Pérez Latorre, Madrid: Trotta, 32008.
recibido: 10-09-2009 – estudios Nietzsche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 141-151 – aceptado: 29-10-2009
142 P a u l i n a R i v e r o W e b e r
amigos: aquellos de inferior calidad, con los que se charla sobre temas actuales
de manera superficial, se les visita y se hace vida social con ellos, y otros amigos,
menos usuales, a los que no hace falta ni siquiera verles. De ellos, decía Emerson,
«lo que necesito es un mensaje, un pensamiento, una sinceridad, una mirada...».
Y aconsejaba que ese amigo especial «sea siempre para ti una especie de bello
enemigo, indomado, devotamente respetado...». Este tipo de amigos requieren
para Emerson del respeto a la distancia, y por eso dejó escrito: «Con mis amigos
hago como con mis libros: los tengo a mano, pero los uso raras veces». Y por si
todas estas ideas no clamaran por Nietzsche, Emerson concluye que la amistad
no requiere reciprocidad, y la metáfora elegida para ello, es, como lo será poste-
riormente en Nietzsche, el Sol:
No molesta nunca al Sol el que alguno de sus rayos caigan apartados e inútilmente
en terrenos ingratos... El amor no correspondido se considera una desgracia. Pero
el hombre grande verá que el verdadero amor no puede ser correspondido.
. R. W. Emerson, Ensayos, trad. de L. Echevarría, Madrid: Aguilar, 1947, II, «La confianza
en sí mismo», p. 213.
. Ibid.
. Ibid.
. Ibid., p. 219.
. A. Schopenhauer, Parerga y Paralipómena I, trad., introd. y notas de P. López de Santa Ma-
ría, Madrid: Trotta, 22009, «Aforismos sobre la sabiduría de la vida», cap. V: «Parénesis y Máximas,
C) Referentes a nuestra conducta con los demás», § 490, inciso 34, p. 474.
resulta evidente que se trata de un enemigo que en nada puede acercarse al ami-
go. Así, en «El espíritu de la pesadez», Zaratustra dice: «que yo sea enemigo del
espíritu de la pesadez, es algo propio de la especie de los pájaros: ¡y, en verdad,
enemigo mortal, archienemigo, protoenemigo!»10.
Es otro el sentido que nos interesa y que debe distinguirse del anterior. El
enemigo que se identifica con el amigo se encuentra a lo largo de toda su obra,
pero para mantener este escrito en límites manejables, me circunscribiré a Así
habló Zaratustra, y desde él llamaré otros textos como apoyo. En este libro el
vocablo «enemigo» hace su aparición en el parágrafo «De la guerra y del pueblo
guerrero»: «No queremos que con nosotros sean indulgentes nuestros mejores
enemigos, ni tampoco aquellos a quienes amamos a fondo»11.
El enemigo es un hermano en la guerra, es un «igual», es alguien digno. No
cualquiera es un enemigo, ni éste es un pesar. De hecho debemos buscar al ene-
migo, y encontrarlo es un privilegio. Y es que al enemigo no se le desprecia: se le
puede odiar, pero si es despreciable, no tiene la altura para ser un enemigo: del
enemigo debemos poder sentirnos orgullosos. ¿Qué clase de enemigo es éste? Es
aquel que se encuentra en el amigo: «En nuestro amigo debemos tener nuestro
mejor enemigo»12. Este amigo/enemigo se opone a su contrincante en una guerra
que no es a muerte, sino que se asemeja a una especie de deporte rudo, en el
cual la dureza del oponente es un acicate para sacar fuerzas y lograr lo mejor
de uno mismo: «Si tienes un amigo que sufre, sé para su sufrimiento un lugar de
descanso, más, por así decirlo, un lecho duro, un lecho de campaña: así es como
más útil le serás»13.
Y no se trata de una relación utilitarista, como a ratos lo cree Tongeren, sino
de una relación de amor: el «así es como más útil le serás» significa realmente
«así es como mejor le ayudarás a recuperarse». Pero las reflexiones sobre este
amigo/enemigo se refieren casi siempre al hombre del conocimiento, esto es, al
filósofo, para quien el enemigo es un bien necesario, y por eso es un amigo. El
pensador es una especie de eremita que requiere la soledad para poder pensar.
Pero el diálogo interior se torna peligroso, pues es de tal vehemencia que corre
el riesgo de ahogarse de manera estéril en su propio pensamiento. El amigo, lo
evita:
que flota. Esta idea ha llevado a Tongeren a decir que la única forma en que el
amigo salva es por medio de la superficialidad que aleja al filósofo del diálogo
interior, y por ello el amigo es un peligro y un enemigo del pensador: el amigo
así entendido aparece para el pensador como un enemigo que se debe evitar. Esa
interpretación me parece errónea. Nietzsche no considera que el amigo sea un
enemigo que se deba evitar, sino un enemigo que se debe buscar. Analizaremos
brevemente los tres errores que confunden la argumentación de Tongeren.
Primeramente, Tongeren considera que el amigo nunca puede ser un ter-
cero, como lo pretende Nietzsche, sino que pasa a ocupar el lugar de «mí», es
un segundo. Tongeren no ve que el amigo nunca puede ocupar ese lugar, pues
tiene otra perspectiva de las cosas: es precisamente esa perspectiva nueva lo
que el amigo aporta a la amistad, y lo que le permite ver en el otro una perspec-
tiva diferente, salvando al individuo de ahogarse en su profundidad de manera
infructífera.
En segundo lugar, Tongeren considera que un amigo/enemigo no puede sal-
var al otro del dolor. Pero el amigo que Nietzsche propone nunca salva al otro
del dolor, sino de ahogarse en sí mismo y de dejar de crecer. El dolor es una parte
irrenunciable de la vida. El amigo no trae consuelo, sino guerra: está más cerca-
no, dice Nietzsche, cuando opone resistencia, no cuando da consuelo. La dureza
es una de las cualidades del enemigo que el amigo debe tener, no el consuelo
dulce, sino el enfrentamiento áspero.
En tercer lugar, el amigo en efecto conduce a la superficie, pero esto no es
negativo, como parece asumirlo Tongeren. La superficie es la ligereza que logra
sobrevolar el abismo: es el abismo lo que llama a la superficie. Desde su primer
libro, Nietzsche insiste en que la jovialidad y la alegría se explican a través de la
oscuridad y el dolor. La superficialidad del amigo no es mera superficialidad, es
danza, risa y juego que redimen. En Arte y poder, Luis Enrique de Santiago ha
insistido en la imposibilidad de comprender este pensamiento sin una justa valo-
ración del papel de la ligereza en él. La ligereza —dice en uno de mis parágrafos
favoritos del libro— no significa la frivolidad sino la gracia. Y en efecto, no todo
lo profundo es noble, sano o sagrado: hay mucha enfermedad en la profundidad
de los infiernos del alma humana, como lo muestra Nietzsche particularmente en
La genealogía de la moral. Y tampoco todo lo ligero es mera superficie o frivoli-
dad: existe una ligereza que es una bendición, hay una cierta «gracia sagrada», si
se me permite la redundancia, en la risa y la alegría. Ser ligero implica también
ser flexible en vez de ser rígido, y no en vano la flexibilidad es una de las cuali-
dades más valoradas por filosofías orientales como la de Lao Tse. Y si de ligereza
se trata, «nadie es más ligero que Mozart», dice de Santiago y continúa: «nadie
que escuche Don Giovanni o Las bodas de Fígaro puede eludir la profundidad de
esa ligereza»15. Esa ligereza se refleja en un poema del mismo Nietzsche titulado
precisamente «Entre amigos», que dice así:
Si vivimos demasiado cerca de una persona, nos ocurre lo mismo que si tocamos
una y otra vez un buen grabado con los dedos desnudos: un buen día ya no tene-
mos en las manos más que un papel malo y sucio, y nada más. También el alma
del hombre acaba por desgastarse debido a un contacto continuo, al menos así
termina por aparecérsenos: nunca volvemos a ver su dibujo y belleza originales.
Se pierde siempre en el trato demasiado íntimo con mujeres y amigos; y a veces
pierde uno con ello la perla de su vida17.
La perla de una vida, esto es, lo más valioso de ella, puede echarse por tie-
rra al no saber conservar la prudente distancia. Y ése es el peligro de la amistad
tradicional: que al perder la libertad y la independencia, se pierda la misma
amistad. Ese peligro se conjura si en lugar de pretender lograr una amistad ideal
se cultiva un amigo/enemigo que sepa guardar las distancias. Ésa es la manera en
que el amigo/enemigo ayuda a madurar al otro. Quien da desde la distancia, es
así el más generoso de los amigos. La metáfora para este modo de amistad es el
sol, que hace madurar los frutos conservando su distancia: por eso es necesario
tener al sol de amigo. Y para ello se requiere de la soledad, no hay crecimiento
ni madurez sin ella. Vivir en soledad no implica vegetar, sino madurar con un sol
de amigo que acompaña y beneficia a lo lejos. Por eso el buen amigo sabe cuándo
16. HH I, «Entre amigos», trad. de A. Brotons Muñoz, Madrid: Akal, 1996, p. 268.
17. HH I, § 427, p. 211.
y qué tanto acercarse, pero sobre todo, cuándo y qué tanto retirarse: «No es la
manera en que un alma se aproxima a otra, sino en la manera como se separa,
en lo que yo reconozco el parentesco y la homogeneidad que tengo con ella»18.
Es necesario pues un toque de intimidad que «guarde prudentemente» la distan-
cia, para evitar la confusión entre el yo y el tú19. Las diferencias y el respeto a la
distancia resultan aquí fundamentales. Maurice Blanchot lo expresa bellamente
en su escrito sobre la amistad:
Debemos renunciar a conocer a aquellos a quienes algo esencial nos une... debe-
mos aceptarlos en la relación con lo desconocido en que nos aceptan, a nosotros
también, en nuestro alejamiento. La amistad, esa relación sin dependencia, sin
episodio y donde, no obstante, cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reco-
nocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos,
sino sólo hablarles...20.
La amistad se da así entre iguales, pero iguales que saben conservar sus dis-
tancias y sus diferencias. O si se quiere, lo único que iguala a quienes cultivan
este tipo de amistad es su capacidad para la soledad. Que la amistad se dé entre
iguales quiere decir que se da entre almas afines, pero, justamente por ser afines,
desean por igual conservar su soledad. Esa afinidad es explicada con base en las
experiencias vividas. Los amigos se entienden unos a otros no por emplear los
mismos conceptos, sino por haber vivido experiencias similares:
Para entenderse unos a otros no basta con emplear las mismas palabras: hay que
emplear las mismas palabras también para referirse al mismo género de vivencias
internas, hay que tener una experiencia común con el otro. [...] en toda amistad se
hace esa misma prueba: nada de ello tiene duración desde el momento en que se
averigua que uno de los dos, usando las mismas palabras, siente, piensa, barrunta,
desea, teme de modo distinto que el otro21.
18. Ibid.
19. HH II, p. 241.
20. M. Blanchot, La amistad, trad. de J. A. Doval Liz, Madrid: Trotta, 2007.
21. MBM § 268, Madrid: Alianza, 1982, p. 235.
22. Za I, «Del amigo», p. 97.
Reflexión final
verdadero tormento de Iván Ilich era de otro tipo, y hubiera sido el más sencillo
de sanar:
Lo que más torturaba a Iván Ilich era que nadie se compadeciese de él como él
quería. En algunos instantes, después de prolongados sufrimientos, lo que más
anhelaba —aunque le habría dado vergüenza confesarlo— era que alguien le hu-
biese tenido lástima como se le tiene lástima a un niño enfermo. Quería que le
acariciaran, que le besaran, que lloraran por él, como se acaricia y se consuela a
los niños...26.
poco fiel a sí mismo, pues de haberlo sido debería haber visto que la compasión
en sí misma no es nada, todo depende de la voluntad que se adueña de ella.
Nadie duda que exista una compasión malsana, que humilla al otro, que le
hace de menos, que ni siquiera le permite crecer sanamente. O que también hay
una compasión que es mera huida de uno mismo, que oculta un deseo de entre-
garse a los otros para no saber nada de sí. O incluso una compasión que daña,
que es maligna para el que la da tanto como para el que la recibe, como lo retrata
magistralmente Stephan Zweig en Impaciencia de corazón28. Pero también hay
otro tipo muy diferente de compasión, que es la que anhelaba Iván Ilich en su
lecho de muerte: aquella que com-parte la pasión del otro, en el sentido spino-
ziano de la palabra «pasión», que es su sentido original. La com-pasión radica en
com-partir la pasión, es el com-pathos del otro y no es otra cosa que la misma
solidaridad. Ésta consiste en hacer propia por un momento la pasión del otro,
sea ésta su enfermedad o su dolor, y desde esa compenetración, ser capaz de con-
solarle. Este ámbito está vetado para el amigo/enemigo que Nietzsche propone,
porque la compasión es el tendón de Aquiles de su filosofía. De manera que el
buen amigo, como podría haberlo dicho Aristóteles, no debería ser siempre el
mismo para su amigo, ni tener siempre la misma calificación de «enemigo», sino
que debería ser capaz de amoldarse a las diferentes circunstancias que lo rodean.
Lo más deseable es tener un amigo/enemigo que sea un anhelo y una flecha para
la propia superación. Pero hay momentos en que un amigo así no sirve de nada,
esto es, no hace bien alguno. Son los momentos en que sólo la compañía de la
compasión puede salvar al que se hunde en su desesperanza. Nietzsche mismo
necesitó esa mano compasiva meses antes de su colapso mental definitivo. Entre
los accesos de llanto incontrolables y las agresivas bromas pesadas de los niños
del lugar, la macabra súplica escrita en Aurora se vio atendida. Ahí, asociando la
locura a la genialidad, había pedido:
¡Concededme, poderes divinos, la demencia, para que llegue a creer en mí! ¡Man-
dadme delirios y convulsiones, momentos de lucidez y de oscuridad repentinas!
¡Asustadme con escalofríos y ardores tales que ningún mortal los haya sentido jamás!
¡Rodeadme de estrépitos y fantasmas! ¡Dejadme aullar, gemir y arrastrarme como
un animal, si de ese modo puedo llegar a tener fe en mí mismo!... ¡Demostradme
que os pertenezco, poderes divinos! ¡Sólo la demencia puede demostrármelo!29.
28. Stefan Zweig, obra también traducida por C. Fortea como La piedad peligrosa, Barcelona:
Debate, 1999.
29. A § 14, trad. de G. Cano, Madrid: Biblioteca Nueva, 2000.
30. Cf. la carta del 25 de noviembre de 1888 y del 2 de diciembre del mismo año.
31. Respecto al trato y cercanía de Nietzsche con los animales véase Chamberlain, Nietzsche en
Turín, cap. 11.
32. Cf. C. P. Janz, Nietzsche, Madrid: Alianza, 1988, vol IV, p. 33.
33. Cf. Za I, «De la muerte libre».
Sossio Giametta
Resumen: En este artículo se afronta a Nietzsche como problema global en todos sus di-
versos y a menudo contrastantes perfiles; encuentra la unidad bajo la variedad, explica a
Nietzsche y su avènement, más con la historia que con la filosofía y hace comprender en
sus raíces profundas la inmensa catástrofe del ocaso de Occidente. Transfigurando la crisis
de la civilización en poesía trágica, Nietzsche le confiere cuerpo espiritual y legitimación.
Se reconoce que Nietzsche ha suprimido el fundamento de lo alto y del exterior, pero
no ha llevado a cabo el paso ulterior necesario para evitar que el hombre se convierta en
una célula loca del universo: sacar a la luz el fundamento desde abajo, la gravedad de la
especie, que da pleno sentido al conocimiento y a la moral, o sea, consiente superar el
nihilismo en la esfera intrahumana.
Palabras clave: fundamento – moral – nihilismo
Abstract: This article addresses Nietzsche as a global problem in all its diverse and often
contrasting profiles; it finds unity under variety, explains Nietzsche and his avènement,
more with history than with philosophy, and clarifies its deep roots in the vast Western
sunset catastrophe. Transfiguring the crisis of civilization into tragic poetry, Nietzsche builds
a spiritual body for it and legitimizes it. It is acknowledged that Nietzsche has removed
the foundation from above and abroad, but has not completed the necessary further step
for preventing man from becoming a crazy cell of the universe: exposing the foundation
from the bottom, the gravity of the species, which gives full meaning to knowledge and
morality, or consents to overcome nihilism in the intrahuman sphere.
Keywords: Foundation – Morals – Nihilism
Casi al final de su vida lúcida, dice Nietzsche: «No soy un hombre, soy dinami-
ta». Más adelante remacha: «Yo soy con mucho el hombre más terrible que ha
existido hasta ahora». Estas expresiones y otras semejantes, que se encuentran en
sus cartas, tienen sus consecuencias. Todo comienza con Ralph Waldo Emerson,
el ensayista americano que fue una de las lecturas predilectas del joven Nietz-
sche.
recibido: 10-11-2009 – estudios Nietzsche, 10 (2010), ISSN: 1578-6676, pp. 153-164 – aceptado: 04-01-2010
154 S o s s i o G i a m e t ta
Un americano puede decirles qué significa un gran pensador que viene a esta tierra,
como nuevo centro de fuerzas enormes. «Estad atentos» dice Emerson «cuando el
gran Dios manda a un pensador a nuestro planeta. Entonces, todo está en peligro.
Es como cuando estalla un incendio en una gran ciudad y nadie sabe qué es lo que
está a salvo y cómo terminará. Así pues, en la ciencia no hay nada que el día de ma-
ñana no pueda ser revocado, entonces ya no vale ningún prestigio literario, ni las así
dichas celebridades eternas; todas las cosas que en este momento son para el hom-
bre queridas y apreciadas, lo son solamente en virtud de las ideas que han subido a
su horizonte espiritual y que han producido el actual orden de las cosas, de la mis-
ma manera que un árbol tiene sus manzanas. Un nuevo grado de cultura sometería
instantáneamente a una subversión a todo el sistema de las aspiraciones humanas».
fortalecedora (la suya era madre del heroísmo; la de Nietzsche debía sostener a los fuertes contra
los mediocres). Ciertamente tomó también ideas críticas sobre el cristianismo y, finalmente, la idea
misma de la voluntad de poder: will to power. La vida, decía Emerson como luego diría Nietzsche,
es voluntad de poder: life is a search after power.
. Para el escepticismo que, por el contrario, connota a las almas viriles, cf. MBM § 209.
una decisión evocada contra todo lo que hasta entonces se había creído, exigido,
santificado»? La explica él mismo: la negación de la moral, en particular de
«aquella especie de moral que ha conseguido que se la considere y que domine
como la moral en sí — la moral de la décadence, dicho de una manera más com-
prensible, la moral cristiana». Y ésta, precisa, es la más importante de sus dos
negaciones. La otra, la del «tipo de hombre que ha sido considerado hasta ahora
como el más alto, los buenos, los benévolos, los benéficos», aclara, es consecuente
con la primera. La primera es por tanto la negación decisiva. Aquí la moral, y a
través de ella la moral cristiana, es negada por un «inmoralista» que por tal nega-
ción entiende «la autosuperación de la moral por la veracidad, la autosuperación
del moralista en su opuesto — en mí — esto significa en mi boca el nombre de
Zaratustra». Para Nietzsche Zaratustra había sido el primero en fundar el mundo
sobre la moral, por lo tanto debía ser también el primero en restablecer su inocen-
cia, en purificarlo de toda «moralina» (en convertirlo en un mundo moralinfrei).
Notemos sin embargo que por el hecho de negar la moral cristiana no se
niega todavía la moral en absoluto. La autosuperación de la moral por la vera-
cidad aparece de hecho como un desplazamiento, un progreso, una purificación
de la moral, no su negación. Esto, sin embargo, mientras nos atengamos a este
capítulo de Ecce homo. Porque de lo contrario Nietzsche niega la moral en abso-
luto, en el sentido de que la autosuperación desemboca en la autosupresión de la
moral. Esto lo hace manteniendo que el así llamado orden moral del mundo es
un vuelco del orden interior humano (de las «estéticas humanas») en el universo
caótico, y como tal una barrera postiza elevada contra su onda destructiva con fi-
nes de autoconservación, por lo tanto un antropomorfismo. Y esto, ciertamente,
es dinamita. Cuando la moral se desvanece, se liberan en efecto las fuerzas de la
naturaleza, fuerzas amorales, no-humanas, por su esencia indiferentes al hombre
(«el poder como indiferencia»), a veces deshumanizadas.
Pero dinamita es también otra negación, de la que nos habla aquí Nietz-
sche: la negación del conocimiento. El nihilismo, supremo y único filosofema
de Nietzsche (sus otros grados de verdad son verdades morales, no teoréticas),
alcanzado sin embargo por vía psicológica y no filosófica, consta en realidad de
dos negaciones, que ciertamente están estrechamente entrelazadas entre sí, pero
no de una sola de ellas: la de la moral y la del conocimiento.
La negación del conocimiento comienza en el ensayo juvenil Sobre verdad
y mentira en sentido extramoral, y continúa en toda la obra posterior. Ésta se
identifica con la visión dionisíaca. Dioniso, que Nietzsche contrapone en un pri-
mer momento a Apolo, como lo informe a la forma, pero luego, profundizando
siempre más, a Sócrates y a Cristo, como la aceptación trágico-estética del exis-
tente —con alegría y dolor, ascensión y ocaso, vida y muerte, sin justificaciones
o soluciones morales del dolor, de la angustia y de la violencia— al racionalismo
y a la dialéctica de la décadence socráticas y a los valores cristianos.
Dioniso es el dios de la pura existencia, de la pluralidad contradictoria sin
aspiraciones de redención, sin justificaciones fundadas sobre valores originarios;
es el dios del juego libre de las fuerzas naturales, de los contrastes irreductibles,
no sintetizables en un sentido superior, el dios de las infinitas metamorfosis, de la
creación y de la destrucción, sin origen, fin, identidad, esencia, verdad. Cualquier
pretendido origen, fin, identidad, esencia, verdad nos lleva a fuerzas que, sin embar-
go, no tienen origen, fin, identidad, esencia, verdad; todo lo que se considera esta-
ble y provisto de sentido, se revela fluido e insensato, todo soporte viene a menos.
Todas las tentativas de redención de la finitud y de los límites humanos des-
embocan en otras tantas negaciones de la vida. En el teatro de la vida todo es
máscara. Todas las verdades afirmadas en la historia no son más que máscaras,
que ninguna verdad fundante puede desenmascarar. Porque no hay ninguna ver-
dad que lleve a un fundamento primero, a una plenitud, que pueda inhibir el
gozo temporal y ocasional del dominio de las fuerzas primarias, activas, sobre
las fuerzas secundarias, reactivas. Los primeros (los nobles) afirman la vida agre-
diendo, sometiendo, dominando; los segundos (débiles) se oponen a todo lo que
ellos no son, se adaptan a los primeros, conspiran contra ellos y, con la fuerza del
número, los separan de «lo que pueden», o sea, los desautorizan y los dominan;
pero no como acción, como gozo de la diferencia y de la selección, sino como
reacción, como sustracción del poder de los otros. Es lo que sucede en el cristia-
nismo, donde la moral de esclavos llega a ser creativa (crea, por resentimiento,
la contraposición bueno-malo, los conceptos de culpa y mala conciencia, exalta
los ideales ascéticos) y desbanca la moral de los fuertes.
El método para abrirse a lo real es la genealogía, que indaga la génesis de la
verdad y reconoce un único principio: «la afirmación de la diferencia del valor en-
tre las fuerzas», la «diferencia en el origen», es decir, la jerarquía de las fuerzas que
se contraponen, la voluntad de poder. Todos los sistemas de normas y todos los
acontecimientos históricos son expresiones de la voluntad de poder. Se estudian
en sí mismos como afloramientos desde un caos, que transfigura constantemente
la esfera especulativa abriéndose a lo desconocido; desde un caos de fuerzas casua-
les, a las que el caos mismo da cada vez el sentido, pero sin que se hipostasie nunca
en un significado completo; esos sistemas no se estudian por lo tanto como deriva-
ciones de principios lógicos y ontológicos. Las infinitas laceraciones de Dioniso no
pueden ser reconciliadas y recompuestas en una totalidad superior, llamada Dios o
Idea. Para Zaratustra, «lo que es lo más alto de toda reconciliación debe querer la
voluntad que es voluntad de poder»10, es decir, el devenir infinito del mundo, que
nunca es predeterminado, no tiene valores morales preestablecidos, ignora lo que
le ha precedido y lo que le seguirá, crea y destruye una y otra meta.
De esto debería quedar claro que de las dos negaciones-dinamitas, la más
explosiva es en realidad la segunda, que por lo demás está a la base de la primera
(es necesario saber para actuar). ¿Por qué? Porque desemboca en un fenómeno
radical que cancela los valores religiosos y morales y acompaña al universo en
su juego ligero, imprevisible, que se tiene como fin a sí mismo; desemboca en
la invención continua de nuevos sentidos, que ya no se refieren a un sentido
originario o final; transvalora la teodicea en cosmodiceas, pone la afirmación en
el lugar de la negación, la estética en el lugar de la moral; deconstruye el Yo, cuya
identidad es una ficción que se rige por el pronombre que la indica, el Yo que,
junto con el mundo interior, es una mera modificación del «Se» corpóreo y una ar-
bitraria hipostatización de las fluctuaciones de intensidad pulsional; deconstruye
la acción, como producto de fuerzas ignoradas de la naturaleza que actúan bajo la
cobertura de la intención, y no del Yo, y por lo tanto le quita mérito y responsa-
bilidad; traduce la semiótica consciente en semiótica pulsional de los afectos (el
pensamiento es sólo «una semiótica correspondiente a la composición de poder de
los afectos»); traduce los significados en intensidades pulsionales.
Nunca ha habido una explosión más destructiva en filosofía, nunca una doc-
trina más mortífera. Sólo queda ver si Nietzsche tiene razón en todo y por todo,
y si podemos seguirlo confiadamente, aceptar su mensaje como la alegre nueva
que él quiere que sea, como se aceptan las verdades incómodas, que sin embargo
promueven la comprensión y la aceptación de la realidad, y con ello la dignidad
humana. Y esto ya sólo por coherencia con los intentos del autor, que defendió
valientemente la independencia del hombre, para que éste pudiese caminar en la
vida con la cabeza alta, como dijo repetidamente12.
Pero entonces nos damos cuenta de que no podemos verdaderamente se-
guirlo. No como lo habíamos seguido (con entusiasmo) sobre todo en el primer
y en el segundo Zaratustra, que son una grandiosa reivindicación y apología de
lo humano (del honesto Yo). Después de haber quedado encantados, arrebata-
dos, fascinados por su vuelo de águila, por su predicación sobrehumana, por la
audacia de su «genio de la verdad» (que decía ser a diferencia de Wagner, que
era el «genio de la falsedad»), tropezamos con obstáculos difíciles de formalizar,
pero que hacen sentir todo su peso. Comenzamos con el decir que encontramos
verdadero, fundado por lógica, todo lo que Nietzsche dice, y en especial sus
sacerdotes galos glosan y difunden, sobre el plano absoluto. Como encontrába-
mos fundado todo lo que Schopenhauer decía antes que él sobre el plano de
11. M. Vozza, Nietzsche e il mondo degli affetti, Torino: Ananke, 2006, p. 150.
12. Por ejemplo, en Za I, «De los que habitan en un transmundo».
13. En el ensayo «Schopenhauer e Leopardi», en Saggi critici, Milano: Sonzogno, 1941, vol. II,
pp. 124-167.
14. Za I, «De las moscas del mercado».
15. Za IV, «Mediodía».
16. Cf. MBM § 52.
Lo que yo exijo: crear seres que estén bien más allá de la especie ‘hombre’.... Mi
exigencia: producir seres que sobresalgan por encima del género ‘hombre’ de
forma imponente: y sacrificar a esta meta a uno mismo y ‘al prójimo’. La moral
hasta ahora tenía sus límites dentro del género: todas las morales, hasta ahora han
sido útiles para otorgar al género ante todo absoluta duración; una vez alcanzada
ésta, se puede aspirar más alto. Uno de los dos movimientos es indispensable: la
nivelación de la humanidad, grandes construcciones, etc. [...] El otro movimiento:
mi movimiento; es, por el contrario, la agudización de todas las oposiciones y bre-
chas, supresión de la igualdad, el crear super-poderosos. Aquel engendra al último
hombre. Mi movimiento, al superhombre.
[...] la doctrina del eterno retorno [...] significa reclamar la pluralidad afectiva
ínsita en cada sujeto, exigir la suspensión del principio de realidad y la supresión
de la identidad hasta explorar su secreta alteridad (igual que el mismo Nietzsche en
Turín consigue la eufórica evasión del yo consciente para asumir de forma politeísta
todos los nombres de la historia), la incesante metamorfosis que induce a deponer
toda instancia de apropiación, conscientes de que nuestra aventura existencial es una
historia de puras intensidades privadas de intención racional, sabedores de ser por
lo demás incapaces de agotar toda la gama diferencial de nuestras potencialidades
afectivas. Según Klossowski, podemos reapropiarnos la integridad de la existencia
cuando nos dispongamos a ser fenómenos privados de intención, nos abandonemos
a la intensidad de las fuerzas pulsionales, generando fantasmas y simulacros que
promueven la «suspensión lúdica del principio de realidad» en nombre de una exis-
tencia excedentaria, con carácter experimental, modelada sobre parámetros estéti-
cos, en armonía con la cualidad de la vida impulsional. De este modo se configura
una impostura soberanamente improductiva ejercitada por los hombres de lo super-
debemos concluir que todos ellos son discursos que están en estridente con-
traste con la salud de la vida, con la experiencia y la historia, puesto que al res-
pecto sólo se puede pensar muy indirectamente en la poesía (que se infiltra en
todas las cosas de Nietzsche), pensar que estamos en pleno extravío, en plena
deshumanización, en pleno delirio. Lo mismo sucede cuando, como hemos visto,
el Yo, que para Schopenhauer es aquel que todo conoce y de ninguno es conoci-
do, y el sinolo [«el individuo»], eterno misterio de la vida, están descompuestos
y desmontados como máquinas, en realidad en referencia sólo a algunos de sus
contenidos, y cuando, más en general, todas las cosas más ricas de sentido llegan
a ser insensatas, las grandes gestas y realizaciones, las de un César, un Goethe, un
Leonardo o un Miguel Ángel, que han exigido un genio todo humano y toda una
vida de concentración y de empeño para servirlo, y con ellos los mismos grandes
individuos vienen desmembrados, hechos añicos y suprimidos en su significado
humano; cuando la libertad más creativa23 es concebida como la falta de libertad
más dependiente como una pasividad natural; cuando los grandes proyectos más
heroicos o grandiosos, que implican una gran razón y una gran constancia y ten-
sión moral, van reconducidos a fibrilaciones, flujos, afectividad, intensidad, en
otras palabras, a anodinos cuantos energéticos y afectivos.
Por el hecho de haber entrevisto, pero no claramente concebido y netamente
afirmado, conocimiento y moralidad en el ámbito intrahumano, Nietzsche se ve
obligado, mientras niega el conocimiento, a afirmar la coacción a conocer del
hombre y a cualificar como espuma de flujos insensatos de intensidad y destructo-
res de la identidad los pensamientos más originales, de la más clara evidencia, más
ricos de sentido, como los suyos mismos; a hacer gravar una pesada hipoteca sobre
su misma obra, empeñada en traducir en textos sensatos los «cuantos» de no-
sentido liberados. Juguetear con los simulacros, escenificar la figura del filósofo
impostor para encontrar un compromiso a falta de una solución de la antinomia,
no ayuda, no desenreda, sino que enreda cada vez más las cosas.
En este sentido negativo es verdad lo que Klossowski dice en sentido positivo,
es decir, que el pensamiento de Nietzsche gira en torno al delirio como alrededor
de su eje, gira alrededor de la interacción entre identidad y pérdida de identidad.
Y si no se puede decir lo que dice el médico Möbius: «Tened cuidado con este
hombre, es un enfermo mental», se puede decir sin embargo: «Tened cuidado con
este hombre, que incluso estando sano, ha caído en una trampa que lo constriñe
a conclusiones dignas de un enfermo mental». Sólo como enfermedad mental se
puede en realidad concebir su autoexilio en el reino de los manes y de los «inma-
nes» [inmensos], después de haber defendido incansablemente en el Zaratustra el
reino humano. Que quede claro: su pensamiento último no pierde su validez, pero
es válido, y de un grandísimo valor, sólo como desmistificación de las pretensio-
nes totalitarias del logos y de la metafísica, como escepticismo dirigido contra la
arrogancia absolutista del pensamiento filosófico, no como pensamiento positivo
y sistemático. En el fondo, es el desarrollo del pensamiento de Pascal de que la
naturaleza «es una esfera cuyo centro está en todas las partes, la circunferencia en
ningún lugar». En términos más pedestres, el hombre debe saber que la tierra, sím-
bolo de estabilidad (desde el mar se la llama tierra firme), no es segura: puede ser
devastada, como ha sucedido, sucede y sucederá por terremotos, maremotos, alu-
des, erupciones, que destrozan, inundan y sepultan ciudades enteras; y que un día
terminará, como el sol mismo y todo lo que existe. Pero en cuanto existe, ha resis-
tido y continuará existiendo y resistiendo indefinidamente, siempre como símbolo
de estabilidad, lo mismo que la humanidad misma que la habita, construyendo sus
casas junto a los mares, a los ríos e incluso encima de los volcanes. No se puede
transformar el sinsentido en sentido y seguir el imperativo de la idea suprema que
quiere el pensamiento sujeto al continuo devenir y a la pérdida de identidad. Un
pensamiento que destruye el pensamiento es una serpiente que se muerde la cola,
una antinomia insuperable. A menos que ponga una cesura entre mundo humano,
es decir, intrahumano, y mundo extrahumano. En tal caso también la doctrina de
Nietzsche, que afirma que ninguna doctrina es posible, adquiere sentido. Porque
llega a ser, como toda la filosofía, parte de la civilización, que tiene como su razón
de ser, como su tarea principal, según Freud, defendernos de la naturaleza24. He
aquí lo que sobre todo debe ser visto y observado: la naturaleza humana continúa
en el desarrollo de la civilización, y esto no va contra la naturaleza en general,
sino que solamente le impide ser autodestructiva, la filtra, la disciplina, la regula,
desarrollándola sólo así completamente en el hombre en cuanto animal político.
Pero, emersonianamente, la cosa no termina aquí. El salto de Nietzsche en
la absolutización del devenir (¿no es un absoluto también esto?, ¿quién o qué
lo garantiza?, el hecho de que el «ser» no nos funcione no es suficiente para
garantizarla), es decir, en el vacío de humanidad, no era fruto de libertad, como
Nietzsche creía, no era gratuito: era un legado histórico gravoso. Era fruto de
una crisis larvada que comenzó siglos antes y que llega ya a su punto incandes-
cente, la crisis de la civilización occidental, detentadora del primado mundial,
llegada a su ocaso. Nietzsche la encarnó como ningún otro, llegando a ser su
exponente máximo, según el destino de los grandes.
Ésta era la crisis que rompía en dos la historia, menos grande de lo que pensa-
ba Nietzsche, pero no exenta de una trágica grandiosidad. ¿Por qué menos gran-
de? Porque Jesucristo, en quien evidentemente pensaba Nietzsche, había hecho
más que poner fin a una civilización, había creado una civilización, una religión-
civilización nueva, que ha durado luego dos mil años. Por el contrario, Nietzsche,
creyendo que creaba a su vez una civilización nueva, no ha hecho más que poner
término a una antigua.
En la naturaleza, cuando un organismo decae por íntima consunción (por
viejo), y sus recursos se han agotado, sólo puede evolucionar autodestruyéndose,
y el progreso del progreso es representado entonces sólo por la aceleración de
la autodestrucción. Esto fue lo que hizo Nietzsche: aceleró la crisis hacia la au-
todestrucción. El corazón de esta crisis es precisamente el nihilismo, o lo que
es lo mismo, la pérdida de la concentración, de la medida, de la fuerza humana
que está fundamentalmente constituida por el conocimiento y por la moralidad,
el salto de lo humano a lo inhumano, que parece más grande que lo humano,
mientras es sólo lo ilimitado, el titanismo (lo grande es la plenitud humana).
Nietzsche quiere combatir la décadence, que analizó genialmente. Pero él creía
que, en contraste con la morbosidad y el estetismo de la fase schopenhaueriana
y wagneriana (cf. La gaya ciencia, § 370), el remedio fuese el individuo desenca-
denado únicamente capaz de dominar la masa materialista, el Gewaltmensch, el
Übermensch, es decir, la violencia. Pero la violencia era solamente la segunda y
opuesta fase de la décadence. Es el destino de los pensadores no dotados para la
filosofía sistemática, que, sin embargo se ocupan de la filosofía, el caer en la mala
sistematicidad. Nietzsche era un moralista con fondo poético, no era un filósofo
sistemático. Todos sus enunciados tienen un carácter moral. Si son tomados como
formas de rebelión contra la falsedad y la hipocresía son justos; si son tomados
como filosofemas, son equivocados. Éste es el sentido de su psicología, tal es el
sentido de su nihilismo. El nihilismo es una gran revolución (la tercera después de
la de Copérnico y la de Darwin), porque libera al hombre de vínculos externos,
inauténticos, restituyéndole a sí mismo, a su libertad y responsabilidad creativa,
porque hace saltar cosas que se creían fijas y fundadas en una razón inquebran-
table, porque demuele muchas supersticiones arraigadas. Pero no funciona como
doctrina positiva, fundante. El no reconocimiento del valor fundante de la espe-
cie, el verdadero Dios del hombre, y los principios normativos del conocimiento
y de la moralidad, en suma, del mundo humano con su historia y experiencia; la
predicación de un escepticismo superador, exhaustivo y estremecedor, de la du-
reza y de la violencia, acelerando la crisis, han forjado los instrumentos para los
hombres destinados a consumarla definitivamente en una conflagración mundial.
La doctrina de Nietzsche llega a ser así el corazón del conservadurismo reacciona-
rio, destinada a precipitarse finalmente (no de una manera determinada, sino sólo
atizada por el comunismo) en el nacionalsocialismo.
Así, el «genio de la verdad» de Nietzsche sufre una burla. Su pretendida
creación del pensamiento libre resulta determinada por las corrientes domi-
nantes de la época, ya sobre el plano espiritual, ya sobre el plano histórico. Se
dice: «Klossowski sustrae el pensamiento a la historia de la filosofía, lo libera de
toda hipoteca metafísica sin postular por lo demás instancias impropias de su-
peración, lo deja subsistir en sus peculiares tonalidades no-morales, evita toda
improbable reconstrucción sistemática»25. De este modo, parece que Nietzsche
fuera casi como una figura de su pensamiento genealógico, que se haya aga-
rrado al medio bello de la naturaleza sin pasado y sin futuro. Pero Klossowski,
junto con Vozza y muchos otros, son partidarios de la concepción nietzscheana
que dispersa lo humano en el caos de la naturaleza, que transvalora lo humano
en flujos naturales, descuidando un precedente importante. Ya Hölderlin —se-
creto maestro en poesía de Nietzsche, como he mostrado en otros lugares26, su
Es así como Croce, que llama aquí espíritu a lo que nosotros llamamos lo
humano, anticipa ya en su tiempo, con simplicidad, la solución de problemas com-
plejos, que ciertamente existían (en Nietzsche) ya antes que él, pero han recibido
su más compleja elaboración después de él.
Pero de nuevo la cosa no termina aquí. Porque el precedente no está sólo en
el campo espiritual. Se da también, y sobre todo, en el de la historia. Aclaremos
ante todo que en general la filosofía y las obras espirituales no provienen sola-
mente de la filosofía, sino que mantienen en realidad una autonomía formal, por
la irreductibilidad de la forma individual humana a la historia, y esto comporta
que se deban afrontar las doctrinas filosóficas en primer lugar sobre el plano de la
filosofía, como aquí hemos hecho. Sin embargo, por debajo de las barreras for-
males, la historia se convierte continuamente en la filosofía y la filosofía a su vez
en la historia. En suma, hay entre una y otra continuos y recíprocos intercambios,
aunque la historia sea grande y el individuo pequeño, y esto hace que el hombre
más bien esté al servicio de la historia y no la historia al servicio del hombre.
A una reflexión profunda, la doctrina de Nietzsche se le revela entonces como
el dictado encarnado de la crisis, transfigurado en filosofía con una fidelidad que
horroriza (esto sucederá, más tarde, también con Heidegger). De este modo, la
cancelación del sentido llega a ser el producto de un sentido determinadísimo,
lo sobrehumano reducido a un «humano, demasiado humano». Éste es el drama
de Nietzsche, si no se quiere hablar de una amarga farsa, y éste es representado
no tanto por los intérpretes e imitadores franceses, escrutadores y amantes de lo
excesivo y paradójico28 que se limitan por eso a la teoría del conocimiento, sino
por su conciudadano Thomas Mann. Éste lo ha plasmado, junto con la tragedia
de su pueblo, en una novela, Doktor Faustus, que se puede considerar, de entre
las interpretaciones de Nietzsche, la más cargada de significado.