El Pensamiento Religioso de Vicente Rocafuerte

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Anuario de Estudios Americanos, 63, 2,

julio-diciembre, 151-169, Sevilla (España), 2006


ISSN: 0210-5810

El pensamiento religioso
de Vicente Rocafuerte
Mariano Fazio Fernández
Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Roma

Vicente Rocafuerte (1783-1847), presidente del Ecuador entre 1835 y 1839, presenta
un pensamiento religioso rico en matices, que se manifestará en sus acciones de gobierno
y en sus escritos, configurando un ejemplo significativo de la mentalidad dominante de
algunas élites intelectuales hispanoamericanas entre 1820-1845. Las circunstancias del
Ecuador de ese momento obligaron a Rocafuerte a adecuar las posiciones teóricas más
radicales, aunque sin desmentir completamente su visión religiosa liberal y regalista, que
constituirá un precedente del enfrentamiento entre Iglesia y Estado en la segunda mitad del
siglo XIX.
PALABRAS CLAVE: Rocafuerte, liberalismo, relaciones Iglesia-Estado.

This is evident in his deeds as president and also in his writings, and hence he is a
significant example of the predominant mentality of some of the Latin-American intellectual
circles in the years between 1820 and 1845. The prevail-ing circumstances in Ecuador at
that time forced Rocafuerte to adapt his more radical theoretical positions, although
without totally renouncing his liberal and imperial vision that will become the precedent to
the confrontation between the Church and the State in the second half of the 19th Century.
KEYWORDS: Rocafuerte, liberalism, Church-State relationship.

Los investigadores que intentaron bucear en la rica personalidad de


Vicente Rocafuerte han llegado a conclusiones diversas al abordar su pen-
samiento religioso1. Buen católico para unos, semi-protestante para otros;
protector o detractor de la Iglesia Católica en el Ecuador; hereje u ortodo-
xo, Rocafuerte se presenta en su aspecto religioso como un problema para
dilucidar.
1 Véase Carbo, Pedro: Americanos ilustres. Don Vicente Rocafuerte, en t. I de Colección
Vicente Rocafuerte (en adelante VR), Quito, 1983, I, pág. 84; Jijón y Caamaño, Jacinto: Política
Conservadora, Quito, sin fecha, pág. 169; Mecum Kent.: Vicente Rocafuerte. El Prócer Andante,
Guayaquil, 1983, pág. 12; Patee, Richard: Gabriel García Moreno y el Ecuador de su tiempo, México
1944, págs. 93-95; Rodríguez, Jaime: Estudios sobre Vicente Rocafuerte, Guayaquil, 1975, pág.4;
Tobar Donoso, Julio: La Iglesia Ecuatoriana en el siglo XIX, de 1809 a 1845, Quito, 1934, passim;
Salvador Lara, Jorge: “Vicente Rocafuerte”, en t. XX de Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, 1979, pág.
353; Velasco Ibarra, José María: Teorías Políticas de Rocafuerte, en tomo I de VR, págs. 59-63.

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La construcción de un pensamiento religioso (1783-1833)

Es bastante conocida la trayectoria vital de Rocafuerte, quien, antes


de asumir la primera magistratura del Ecuador, desempeñó un sinnúmero
de actividades en favor de la independencia de los países latinoamericanos.
Nacido en el seno de una familia guayaquileña sin antecedentes anti-cleri-
cales —su padre, don Juan Antonio Rocafuerte y Antoli, fue Alguacil
Mayor de la Inquisición—, transcurre su adolescencia y primera juventud
en París, donde entra en contacto con el ambiente de la Ilustración. Una vez
en América se moverá por la geografía continental y escribirá diversas
obras en las que se vislumbran algunos elementos de su concepción religio-
sa. Entre 1824 y 1829 residirá en Londres, como diplomático al servicio del
gobierno mexicano. En México, donde permanecerá hasta su regreso al
Ecuador, publicará la obra más importante en lo que respecta a su pensa-
miento religioso: “Ensayo sobre la Tolerancia Religiosa”.
Del estudio detallado de sus obras y de su epistolario se puede con-
cluir que los primeros escritos, editados entre 1821 y 1824, presentan un
primer esbozo de su doctrina religiosa. Los principales puntos de esta
doctrina serían los siguientes: la religión es un elemento esencial del com-
portamiento humano y del orden social: los hombres religiosos serán bue-
nos ciudadanos. El cristianismo evangélico o primitivo contiene los ele-
mentos fundamentales de la religión favorable a la armonía social. Por otra
parte, la participación en política de los eclesiásticos nada tiene que ver con
el espíritu evangélico. En este sentido político ha de interpretarse la posi-
ción anticlerical de Rocafuerte; anticlericalismo que le lleva a decir que
escribió el “Ensayo Político” “contra los Borbones, contra el Papa y el
Federalismo”2.
Paralelamente, crece en este primer período en Rocafuerte la influen-
cia protestante. Uno de los grupos que más honda huella dejará en el alma
de don Vicente es el de los cuáqueros. También se relaciona con la Iglesia
Unitaria, manifestación del protestantismo racionalista. Dice Mecum que
“con miembros de estos grupos, conocidos por sus opiniones humanitarias
y actividades reformistas, (Rocafuerte) visitó bancos de ahorro, escuelas
lancasterianas, escuelas dominicales, sociedades bíblicas y prisiones

2 Rocafuerte a don Pedro Gual, Maracaibo, 27 de noviembre de 1823, en Rodríguez, Jaime,


Estudios ..., n.º. 11, pág. 55.

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modernas, cada una de las cuales representaba para él un posible medio


para educar a las masas hispanoamericanas e instruirlas en las virtudes
morales de honestidad, ahorro, aseo, e industria”3.
El lapso de tiempo comprendido entre 1824-1829 —el período londi-
nense—constituye los años importantes en el desarrollo del sistema religio-
so de Rocafuerte. Los núcleos conceptuales de su pensamiento serían los
siguientes: en primer lugar, ha forjado un concepto de religión similar al
del cuaquerismo, identificado con un sentimiento interior, con prescinden-
cia del dogma. Su doctrina de la tolerancia se deduce de esta misma con-
cepción religiosa: cada hombre tiene derecho a dirigirse a Dios según le
dicte su propia conciencia —y en esto coincide con la doctrina católica de
la libertad religiosa—, pero soslaya el deber de la conciencia de buscar la
verdadera religión. Este “sentimiento” pertenece a la esfera individual, coto
cerrado para la intervención del Estado, que ha de mantenerse neutral. En
segundo lugar, observamos un marcado galicanismo en su concepción de la
independencia de las iglesias nacionales. La curia romana debe permane-
cer lo más ajena posible al gobierno de las iglesias locales, las cuales deben
estar sometidas al poder del Estado en el nombramiento de cargos y en la
disciplina exterior.
Una noción protestantizada de la religión; indiferentismo en la base
de su doctrina sobre la tolerancia religiosa —con intuiciones magníficas,
hay que decirlo, sobre la dignidad del hombre y los derechos de la perso-
na—, antiromanismo, galicanismo y regalismo en las relaciones Iglesia-
Estado marcan las características más destacables de la posición religiosa
de Rocafuerte en 1829.
Ya en México Rocafuerte llega a la cumbre de su pensamiento religio-
so, cuando escribe su “Ensayo sobre la tolerancia religiosa”, que le pondrá
en el centro del debate político azteca. En la introducción se plantean las
tesis básicas de la obra: en Europa la reforma religiosa precedió a la liber-
tad política; en América, la reforma política precede a la libertad religiosa.
Esta última será el medio más eficaz para que los pueblos americanos pue-
dan ser no sólo independientes, sino verdaderamente libres4.
El Estado no satisface todas las necesidades humanas, sino que se
limita a los intereses civiles, a lo justo y a lo injusto. Cuando éste abando-
na el campo de lo terreno encontraría a su misma naturaleza. La religión,

3 Mecum, Keneth: Vicente Rocafuerte ..., pág. 69.


4 Rocafuerte, Vicente: Ensayo sobre la Tolerancia Religiosa, en VR, II, pág. 380.

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por su parte, considera al hombre en sus relaciones con Dios y con su sal-
vación. Fijados ya los principios de separación de religión y Estado, y
negando el derecho de cualquier religión a erigirse en exclusiva, Rocafuerte
analizará las políticas religiosas implementadas en diversas partes del mun-
do. A continuación, Rocafuerte pasa a describir algunas aplicaciones prác-
ticas de la tolerancia. La más beneficiosa es que ésta facilita el asentamien-
to de colonias de ingleses, suizos y alemanes, personas que por su alto
grado de civilización, por sus costumbres morigeradas y por su espíritu de
trabajo son las más idóneas para hacer progresar a las sociedades hispano-
americanas.
Todas las doctrinas sostenidas en el “Ensayo” habían sido abordadas
en sus escritos anteriores, pero ahora los presenta en un todo organizado y
coherente. De sus páginas se desprende un concepto de tolerancia basada en
el indiferentismo y contraria, por tanto, a la doctrina de la Iglesia. Quizá
donde más se aleje Rocafuerte del dogma católico sea en lo referente a las
relaciones con el Papa y a la función de la jerarquía dentro de la Iglesia. A
pesar de que al principio de la obra Rocafuerte señala con toda claridad la
distinción que debe haber entre poder espiritual y poder temporal, a la hora
de referirse al Romano Pontífice le niega casi todo poder espiritual en las
iglesias locales. El galicanismo a ultranza sostenido por Rocafuerte llevaría
en la práctica a la creación de iglesias cismáticas y, por tanto, no católicas.

Política religiosa de Rocafuerte en Ecuador (1833-1847)

Una cosa es el sistema de ideas que Rocafuerte ha ido forjando a lo


largo de la juventud y madurez, y otra muy distinta la posibilidad de plas-
mar esas ideas en la realidad, la cual muchas veces se presenta indócil y
arisca cuando se ha accedido al poder político y se intenta modificarla. El
estadista ha de columbrar el grado de posibilidad de aplicación de que
gozan sus proyectos, si no quiere estrellarse con la dura realidad que no
perdona error en los cálculos. Debe delinear una política real que a veces
no coincide plenamente con el ideal que el gobernante ha concebido en su
mente.
La política religiosa implementada por Rocafuerte no es contradicto-
ria con su pensamiento. Más bien cabría afirmar que en su política se mati-
zan afirmaciones tajantes de sus escritos, y se priorizan algunos principios,
relegando otros. Era el tributo que se debía pagar frente a una realidad

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social muy distinta a la de Filadelfia o Londres. La mentalidad regalista y


patronal de Rocafuerte será subrayada en sus actos de gobierno, mientras
que la tolerancia religiosa ocupará un segundo plano, aunque importante.
Rápidos sucesos políticos y militares, que no corresponde reseñar
aquí, llevan a Rocafuerte a constituirse en Jefe Supremo de gran parte del
territorio ecuatoriano. En los meses que ejerció el cargo tomó algunas medi-
das de gobierno que tenían relación con la Iglesia. Una de ellas causó un
revuelo de regulares proporciones. El 18 de febrero de 1835 Rocafuerte
convocaba a la Convención que debía reunirse en Ambato el 1 de junio. En
uno de los artículos del decreto de convocatoria se estipulaba que los ecle-
siásticos con jurisdicción, los miembros de los cabildos eclesiásticos y los
párrocos no podían ser elegidos como diputados por las provincias en que
ejercieran su jurisdicción5. En Cuenca la disposición rocafortina causó nota-
ble disgusto. El vicario capitular cuencano decidió condenar dos artículos
publicados en el periódico “El Ecuatoriano del Guayas” que trataban sobre
este tema, defendiendo la decisión del Jefe Supremo6. Rocafuerte decide
actuar con mano dura frente a la decisión del Vicario. Remueve al dignatario
de su cargo y lo expulsa del país. El enfrentamiento con los religiosos
cuencanos levantó barreras para su fácil elección como Presidente. La
Convención, presidida por Olmedo, decide revocar el decreto de expulsión
del Vicario (o Provisor) Mariano Vintimilla7. Así se serenaron los ánimos,
aunque se dejaba claramente asentada la doctrina del Patronato estatal.
En junio de 1835 se reunía en Ambato la Convención nacional, que
daría al Ecuador una nueva Constitución y un nuevo Presidente. La
Constitución de 1835 afirmaba que la Religión Católica, Apostólica y
Romana era la del Estado. Al referirse al deber del gobierno de protegerla
con exclusión de cualquier otra se suprimían unas palabras presentes en la
constitución de 1830: “en ejercicio del Patronato”8.
Pero la simple eliminación de este texto no significó un cambio de
actitud por parte de la autoridad civil. Al contrario, Rocafuerte será el
campeón en Ecuador de la mentalidad patronal en la primera mitad del
siglo XIX.

5 Cevallos, Pedro Fermín: Resumen de la Historia del Ecuador desde su origen hasta l845,
Ambato, 1974, XII, pág. 149.
6 Destruge, Camilo: Historia de la Prensa de Guayaquil, Guayaquil, 1988, págs. 133-4.
7 Vasconez Hurtado, Gustavo: El General Juan José Flores. La República 1830-1845, Quito,
1984, pág. 130.
8 Constitución de la República del Ecuador, Ambato 1835, a. 13, en Noboa, A.: Recopilación
de Leyes del Ecuador, Quito, 1900, I, pág. 135.

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Presidente de la República del Ecuador (1835-1839)

El 8 de agosto de 1835, Vicente Rocafuerte prestaba juramento como


Presidente Constitucional de la República. En esa oportunidad dirige unas
palabras a la Convención. Escuetísimas las referidas a política religiosa:
“Se empeñará en que la Religión tenga el esplendor que corresponde a su
celestial origen, haciendo brillar la divina caridad en hospitales, hospicios
y Casa de Beneficencia”9.
Anteriormente ya se había dirigido a la Convención. En el mensaje
que envía desde Quito se extiende con más amplitud en los temas tocantes
a política religiosa. Allí critica la constitución de 1830: “Al lado de las
declaraciones de la soberanía del pueblo, de la creación de un cuerpo legis-
lativo, de la distribución de poderes, de la libertad de imprenta, y otras
semejantes, que son puramente democráticas, están la intolerancia de otros
cultos fuera del romano, el reconocimiento de fueros privilegiados, el pupi-
laje de los indígenas, y el statu quo de los establecimientos eclesiásticos y
monacales, que han consagrado nuestras leyes coloniales”10. Así mismo,
animaba a los convencionales a legislar sobre “la reforma del clero, la pure-
za de sus costumbres, la dignidad del culto, la educación de los sacerdotes,
la abolición de ciertos abusos, la extinción de tantos días de fiesta, que
entorpecen el desenvolvimiento de la riqueza”11. Se alentaba así, desde la
Presidencia, un movimiento reformista que daba carta blanca a la intromi-
sión del poder civil en campos ajenos a su incumbencia.
Uno de los centros de atención privilegiados de la política de
Rocafuerte fue la educación pública. Consideraba con razón el guayaquile-
ño que la independencia, la libertad y la prosperidad material de la Nación
no se lograrían si no se extendían las luces de la educación sobre las gran-
des masas ciudadanas. El cuadro que presentaba la educación pública en
Ecuador en 1835 era para desanimar al más entusiasta. Rocafuerte, sin
embargo, salvó obstáculos y dio pasos significativos en el adelantamiento
de este aspecto fundamental de su acción gubernamental.
La institución que había realizado un esfuerzo más sostenido en favor
de la educación a lo largo de la historia del Reino de Quito era, sin duda,
la Iglesia. Con ella tuvo que contar Rocafuerte para llevar a término sus

9 Discurso, Ambato, 8 de agosto de 1835, en VR, IV, págs. 49-50.


10 Mensaje de Vicente Rocafuerte a la Convención de Ambato, 1835, en VR, IV, pág. 16.
11 Ibídem.

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proyectos. Pero esta colaboración no estuvo exenta de dificultades. En el


mensaje que Rocafuerte enviara a la legislatura de 1837 informaba que en
el antiguo Beaterio se estaban realizando grandes progresos, debidos “al
esmero, actividad y perfecta consagración de un benemérito profesor de los
Estados Unidos, y de la dignísima señora que dirige el establecimiento”12.
El “Benemérito profesor de los Estados Unidos” era Isaac Guillermo
Wheelwright, antiguo cónsul en Guayaquil y cuáquero de religión. Las de-
savenencias con el obispo de Quito no se hicieron esperar. La lectura de la
Biblia sin las notas del expositor católico fue una de las causas del enfren-
tamiento. La disputa doctrinal entre Wheelwright y el clero fue subiendo de
tono a medida que los litigantes echaban mano a la pluma. Wheelwright
escribió un folleto titulado “Cuatro palabras a los sabios”, que fue refutado
por el Presbítero José Miguel Clavijo y el Padre Solano entre otros13. El
asunto podría haber pasado a mayores si no hubiera intervenido don
Vicente, quien “prohibió que las prensas de Quito publicaran nada más al
respecto”14. En agosto de 1836 Rocafuerte ordena mediante decreto que en
los conventos masculinos de Quito se abrieran escuelas primarias que
pudieran albergar a doscientos niños. Las monjas de la Concepción debían
abrir una escuela similar para niñas15. En ese mismo año Rocafuerte secu-
larizaba el Colegio de San Fernando, a cargo hasta entonces de los domi-
nicos16. En 1836 el Presidente había dictado un “Decreto orgánico de ense-
ñanza pública”17, al que le sucede un “Decreto reglamentario de instrucción
pública”18. En estos dos instrumentos legales se abordaban aspectos de los
estatutos y organización del Colegio de San Luis, seminario de Quito. Era
otra extralimitación en el ejercicio del poder público. Sana era la obsesión
de Rocafuerte por la educación, pero en lo referente a los establecimientos
religiosos, llevado de su mentalidad patronal, avasalló derechos ajenos.
¿Cómo reaccionó el clero frente a estas disposiciones? Cuando el
agente sueco Carl August Gosselman visitó Quito en 1837 informaba a su
rey del malestar que reinaba entre el clero a causa de estas medidas. “A los
que debe temer (Rocafuerte) —escribe en su informe—, son a los curas y

12 Mensaje de Vicente Rocafuerte al Congreso, 15 de enero de 1837, en VR, IV, págs. 127-128.
13 Tobar Donoso, Julio: La Iglesia Ecuatoriana ..., pág. 349.
14 Tobar Donoso, Julio: “La Instrucción Pública de 1830 a 1930”, en Monografías Históricas,
Quito, 1937, pág. 471.
15 Mecum, Kent: Vicente Rocafuerte ..., pág. 181.
16 Cevallos, Pedro Fermín: Resumen de la Historia del Ecuador, XII, pág. 191.
17 Tobar Donoso, Julio: La Iglesia Ecuatoriana ..., pág. 339.
18 Ibídem, pág. 341.

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a los militares. A los primeros no les puede gustar de ninguna manera un


presidente que quiere convertir los conventos en escuelas, que cree que los
herejes pueden ganar el cielo y que quiere que el pueblo lea la Biblia; por
consiguiente consideran que tiene tres cuartas partes de hereje por lo
menos”19.
En su mensaje de 1837 el cuadro que pinta el Primer Magistrado no
es halagador: la razón del pueblo “está obscurecida por la superstición,
entorpecida por una especie de esclavitud feudal, y paralizada por hábitos
arraigados de inercia y abatimiento”. El clero, por su parte, está educado en
las máximas de la inquisición. Y entre las reformas que propone tocantes a
la Iglesia se encuentra la reducción de los días de fiesta20.
Para mejorar en algo la situación del clero, Rocafuerte había ordena-
do en 1836 a los Provisores que los párrocos que no se hallaban en sus
parroquias retornaran inmediatamente a ellas. Esta disposición cobró efica-
cia cuando en julio de 1838 el Ejecutivo decide que no se admitan a los dis-
tintos concursos para cargos eclesiásticos a ningún clérigo que hubiera fal-
tado al deber de residencia en los anteriores curatos21.
1837 será el año en que Rocafuerte lleve a cabo su máxima obra en
materia religiosa, ésta sí, beneficiosa para la Iglesia: consigue que el Papa
Gregorio XVI erija la diócesis de Guayaquil, separándola de la de Cuenca.
El 22 de marzo de 1837 Rocafuerte ponía el “ejecútese” a la ley por la que
se separaban las diócesis de Cuenca y Guayaquil, argumentando la gran
extensión de la diócesis cuencana, la dificultad en las comunicaciones, y
las necesidades espirituales de los fieles, que se verían mejor atendidas con
dicha separación. El artículo cuarto de la ley dispone que el poder ejecuti-
vo “dirigirá a Su Santidad las preces convenientes para que acceda a la
erección del nuevo obispado de Guayaquil”22. Pasada una semana exacta, el
29 de marzo, Rocafuerte nombraba al Dr. Francisco Xavier de Garaicoa
obispo de la nueva diócesis23.
Las gestiones del Presidente con Roma tuvieron relativo éxito.
Mediante una Bula del 29 de enero de 1838, Gregorio XVI erigía la dióce-
sis de Guayaquil, y en el consistorio del 10 de febrero de ese mismo año

19 Citado por Mecum, Kent: Vicente Rocafuerte ..., pág. 8.


20 Mensaje de Rocafuerte al Congreso, 15 de enero de 1837, en VR, IV, pág. 123.
21 Tobar Donoso, Julio: La Iglesia Ecuatoriana ..., pág. 336.
22 Noboa, A.: Recopilación ..., II, pág. 216.
23 Loor, Wilfrido: “Guayaquil Sede Episcopal”, en Arias Altamirano, Luis (Coord.):
Diccionario Biográfico del Clero Secular Guayaquilense, Guayaquil 1970, pág.15.

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preconizaba como primer obispo de la diócesis al Dr. Francisco Xavier de


Garaicoa24. Pero Rocafuerte también había propuesto al canónigo Antonio
Torres para el obispado de Cuenca. Las informaciones que llegan a Roma
sobre el candidato a la silla cuencana —en particular las que envía el nun-
cio para Nueva Granada y Ecuador, residente en Bogotá, Mons. Baluffi—
no eran del todo halagüeñas. La Santa Sede no consideró idóneo al candi-
dato tan alabado por don Vicente, y la sede de Cuenca permaneció vacan-
te largos años25.
Por la misma ley que fija las rentas del obispo de Guayaquil –cinco
mil pesos anuales —, se erige la diócesis de Quito como metropolitana,
de tal manera que todos los juicios eclesiásticos suscitados en Cuenca y
Guayaquil que se apelasen encontrarían su segunda instancia en la capi-
tal de la República. La eliminación de Lima como metrópoli de las dió-
cesis ecuatorianas impedía la posibilidad de que algunos juicios eclesiás-
ticos se ventilasen fuera del territorio nacional, con jueces extranjeros.
Fue éste un móvil importante que impulsó a Rocafuerte a erigir la nueva
diócesis guayaquileña, paso necesario para convertir a Quito en sede
metropolitana26.
La creación de la nueva diócesis muestra, a las claras, el poder que la
autoridad civil se había abrogado en materias eclesiásticas: divide diócesis,
nombra obispos, adjudica rentas, etc. Era el ideal galicano de Rocafuerte.
En ese mismo año se dictan leyes como las de funerales, o de jubilación de
los miembros del cabildo, que si no fuera porque tenían la firma de
Rocafuerte podrían haber sido redactadas por José II de Austria, motejado
como el “Rey Sacristán” e iniciador del josefismo, versión centro-europea
del galicanismo francés o del patronato español y americano.
Pero el galicanismo de Rocafuerte no fue completo. Este es uno de los
puntos donde su pensamiento y su política religiosa se separan. En el men-
saje de Rocafuerte a la legislatura de 1839 se lee: “Su Santidad sigue dán-
donos pruebas de la paternal solicitud con que mira los intereses de la
Iglesia Ecuatoriana: aprobó la erección de la nueva Diócesis de Guayaquil
que el Congreso decretó en trece de abril de 1837 y confirmó la elección
del nuevo Obispo, que el Ejecutivo hizo según los trámites constituciona-
les; y por el tenor de la Ley de Patronato, igualmente esperamos las Bulas

24 Arias Altamirano, Luis: Diccionario ..., págs. 19-23.


25 El caso Torres se encuentra documentado en los Archivos Vaticanos, AAEESS, fasc. 412,
919-97 y fasc. 413, 416 (gentileza del Dr. Santiago Castillo Illingworth).
26 Noboa, A.: Recopilación ..., II, págs. 325-6.

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del Obispo electo de Cuenca. Su Santidad ha expedido la bula para la


supresión de los días de fiesta, que se sujetará a nuestra aprobación, por
razones que os expondrá el Ministro de Relaciones Exteriores. Igualmente
recibirá vuestra sanción el nombramiento de visitadores para los conventos
de la República”27.
Rocafuerte había nombrado un encargado de negocios en Francia,
España y la Santa Sede, don José Modesto Larrea. Se retractaba así de lo
expresado en Londres al Ministro mexicano Bocanegra: “Si las legaciones
de Francia, Inglaterra y Holanda son inútiles, mucho más lo es la de
Roma”28. Monseñor Lambruschini, secretario de estado vaticano, comuni-
cará a Larrea que el Romano Pontífice se ha dignado “riconoscere nella di
Lei persona la qualità d’lncaricato d’Affari della Repubblica dell’Equatore
presso la Santa Sede, anuando in tal modo ai desideri di quel suo
Governo”29. Se concretaba así el reconocimiento, por parte de la Santa
Sede, del Estado del Ecuador. Por su parte, Roma, nombrará un Internuncio
apostólico para Nueva Granada y Ecuador, con residencia en Bogotá. El
Presidente mantendrá relaciones amables con el representante de Su
Santidad, Monseñor Baluffi, a quien solicita el nombramiento de visitado-
res para los conventos de Quito.
En 1839 Rocafuerte terminaba su mandato presidencial. Se había con-
vertido en el primer civil de toda Hispanoamérica que concluía felizmente
su período constitucional. El Mensaje de 1839 dedica largos párrafos a las
reformas para mejorar el clero. Entre las reformas propuestas se encuentra
la reducción del Coro de la Iglesia Catedral de Quito; que se unifique para
todo el país el sistema de diezmos que rige en Guayaquil —los diezmos los
cobraba directamente la Tesorería Nacional, suprimiendo así a los colecto-
res y contadores, con el consecuente ahorro de setenta mil pesos—; la
reducción de la renta del obispo de Quito; la abolición del fuero eclesiásti-
co; la determinación por parte de las cámaras del número de sacerdotes; y
la progresiva abolición de las órdenes religiosas30. Finalmente, como de
costumbre, terminará por recomendar vivamente la adopción de la toleran-
cia religiosa.

27 Mensaje de Vicente Rocafuerte al Congreso, 15 de enero de 1839, en VR, IV, pág. 149.
28 Rocafuerte a José María Bocanegra, Londres, 6 de mayo de 1829, en Rodríguez, Jaime,
Estudios ..., n.º. 109, pág. 158.
29 Citado por Bermeo, Antonio: “Ideas religiosas de Rocafuerte”, en Rocafuerte. Estudios
sobre su compleja personalidad, Quito 1947, pág. 40.
30 Mensaje de Vicente Rocafuerte al Congreso, 15 de enero de 1839, en VR, IV, pág. 157.

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Rocafuerte había concluido su período presidencial. En los cuatro


años de su mandato había llevado a cabo una política religiosa definida,
puesto que con la ley de Patronato en la mano defendió y asentó la inter-
vención de la autoridad civil en el campo eclesiástico. Clero diocesano, cle-
ro regular, educación, liturgia, bienes eclesiásticos, todo fue objeto de su
tutela y de sus iniciativas legales. Dejaba un poder ejecutivo fortalecido,
pero también dejaba a una Iglesia ecuatoriana cada vez más desconfiada de
la autoridad civil.

Gobernador del Guayas (1839-1843)

Después de su período presidencial, Rocafuerte no abandonará la are-


na política: gobernador del Guayas, diputado, Presidente del Senado, diplo-
mático, don Vicente se mantendrá activo en la vida pública hasta el día de
su muerte.
En los primeros meses de 1840, Rocafuerte tuvo que capear un buen
temporal causado por sus convicciones religiosas. El Gobernador del
Guayas había enviado al Gobierno de Quito una nota donde exponía “el
grave riesgo que correría nuestra libertad si admitiéramos en la República
la autoridad de Roma en materia de contribuciones y de negocios puramen-
te temporales”. En nuestras investigaciones en el Archivo Histórico
Nacional hemos descubierto la causa que motivó el envío de dicha nota: el
obispo de Guayaquil, Garaicoa, se había negado a entregar el 10 % de sus
rentas, como se exigía según las leyes, argumentando que nada al respecto
se estipulaba en la bula de erección de la diócesis, bula que, en virtud del
exequatur otorgado por el gobierno, se había convertido en ley de la
República. La nota que envía sobre este asunto Rocafuerte a Quito, el 18
de diciembre de 1839, a pesar de su carácter confidencial, comenzó a cir-
cular por la capital. La reacción de Rocafuerte es lo bastante importante
como para no perderse palabra: “En cuanto a la circulación de mi nota entre
los fanáticos de Quito —escribía un 12 de febrero—, nada se me da; al
remitirla al Gobierno, preví todo lo que ha sucedido, porque conozco que
entre nosotros no hay secreto alguno, que no hay en todas las oficinas un
hombre que desempeñe fielmente su destino; porque Valdivieso y otros
están acechando mis movimientos para desacreditarme, pero tiempo ven-
drá en que esos miserables y rastreros manejos salgan a la luz y me propor-
cionen la ocasión de probar que el país está mucho más atrasado en princi-

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MARIANO FAZIO FERNÁNDEZ

pios de honor, de política y de moral, de lo que yo he expuesto al público


en mis comunicaciones oficiales. El oficial mayor de la secretaría de
Estado, a que pertenece este asunto, que ha franqueado una copia de esta
nota ha cometido una falta, que merece un severo castigo; las ideas conte-
nidas en mi nota son las más exactas y las que siguen todos los hombres
algo instruídos, que conocen la marcha de los negocios públicos, y están
penetrados de la importancia de no consentir nunca que haya dos autorida-
des en la República, una en Roma y otra en Quito, tratándose sobre todo de
asuntos muy temporales, como son los que hacen relación al pago de con-
tribuciones. Le aseguro que lejos de enfadarme porque me hagan pasar por
hereje, me lleno de ufana complacencia y les agradezco la circulación de
esta noticia, porque hereje en el vocabulario del siglo 19 significa hombre
ilustrado, que no sigue el vulgar sendero de añejas preocupaciones y cuya
razón despejada es superior a los errores, que un clero astuto sabe cubrir
del manto del egoísmo religioso, para engañar a los pueblos y sacar de su
credulidad el dinero que necesitan. Mientras más repitan que soy un gran-
dísimo herejote, tanto más honor me hacen, pues es lo mismo que decir que
en medio de tanta ignorancia y tanta superstición, no falta un verdadero
ecuatoriano que sostenga con desinterés y firmeza los principios del siglo
y que impertérrito campeón de la libertad racional, considerada bajo todos
sus aspectos, ha desdeñado cubrirse con la máscara de la hipocresía, que
siempre está de moda entre los fanáticos y esclavos de Roma. La aura
popular no conmueve ya mi sensibilidad, ha perdido ese suave aroma, que
en los primeros años de vida, tanto me halagaba”31.
Volvía otra vez don Vicente a sus antiguos ataques a Roma, que en
gran medida se habían suavizado en su período presidencial. Sin embargo,
las relaciones entre este “grandísimo herejote” y el flamante obispo de la
diócesis por él propuganda, Mons. Garaicoa, no fueron tan malas como
puede suponerse.
Un motivo de discusión fue la negativa de Rocafuerte de prohibir la
circulación de unas biblias protestantes. El 18 de marzo de 1840 le comen-
taba por carta a Flores que “el Señor Obispo, según dicen está muy bravo
conmigo: él se empeñó en que yo prohibiese la circulación de los Santos
Evangelios sin notas ni comentos y como la ley de la materia del 27 de mar-
zo de 1835 no los prohibe, no he podido acceder a su solicitud. En una

31 Rocafuerte a Flores, Guayaquil, 12 de febrero de 1840, en Rodríguez, Jaime: Estudios...,


n.º 249, págs. 313-314.

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EL PENSAMIENTO RELIGIOSO DE VICENTE ROCAFUERTE

segunda nota bastante templada volvió a insistir y yo le contesté insistien-


do en la negativa; mi contestación es sumamente suave y moderada en el
modo, pero muy enérgica en los argumentos que prueban la mentecatez de
semejante prohibición eclesiástica”32.
A pesar de las lecciones teológicas que el Gobernador se atreve dar al
Obispo, las relaciones entre los dos fluyeron por cauces tranquilos. El 15
de abril de 1840 Rocafuerte visita a Garaicoa y le encuentra “de excelente
humor, alegre, contento y muy satisfecho de U. (Flores), del Consejo de
Gobierno, y de todos los que componen la actual administración”33. El
gobernador aprovecha la ocasión para explicarle que todas las acusaciones
que caen sobre el gobierno son calumnias de sus enemigos. Y en agosto de
ese mismo año, cuando se aproximaban las elecciones para renovar las
cámaras legislativas, vuelve a visitar al Obispo: “le hice una reseña del
estado político en que estamos y de la necesidad de su cooperación, que yo
imploraba, con el objeto de afianzar la paz interior. Le encontré muy ama-
ble y me prometió trabajar de acuerdo con el Gobierno para que la elección
sea acertada y a satisfacción de todos los hombres sensatos y así puedo ase-
gurar a U. que ganaremos las elecciones”. Este pedido de colaboración
política al obispo contradice la teoría defendida por Rocafuerte a lo largo
de toda su vida sobre la conveniencia de que los eclesiásticos no interven-
gan en política. En la convención de 1843 será tajante al tratar sobre este
asunto en los debates.
Durante su período de gobernador, Rocafuerte contrae cristiano matri-
monio con doña Baltasara Calderón y Garaicoa, sobrina a la sazón del obis-
po guayaquileño. Cuando en 1842 estalle en la ciudad una terrible epide-
mia de fiebre amarilla, el pueblo verá que tanto el Gobernador como el
Obispo hacen denodados esfuerzos por paliar en algo la caótica situación
material y espiritual que se desencadenó. Murieron unas tres mil personas,
cifra impresionante si tomamos en cuenta que la ciudad no alcanzaba los
veinte mil habitantes. Las circunstancias lograron unir al tío y al sobrino
político34.
Se acercaban los últimos meses de su periodo gubernativo. Tuvo tiem-
po aún de crear un cementerio no confesional. Decidió, además, que en
ausencia de un ministro protestante, un sacerdote católico debía bendecir la

32 Rocafuerte a Flores, Guayaquil, 18 de marzo de 1840, en ibídem, n.º 253, pág. 320.
33 Rocafuerte a Flores, Guayaquil, 15 de abril de 1840, en ibídem, n.º 255, pág. 325.
34 Huerta, Pedro: Rocafuerte y la epidemia de fiebre amarilla, Guayaquil 1987, passim.

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sepultura. A este propósito, Fray Vicente Solano comentaba: “El proyecto


de Rocafuerte acerca del panteón protestante, bendito por un sacerdote
católico, es una de las cosas propias de su cabeza. El sacerdote que bendi-
jera, quedaría excolmulgado; porque nos está prohibido comunicar in
sacris, como dicen, con los herejes. Yo creo que el obispo de Guayaquil no
lo consentirá; y si lo consiente, me río de él. Es razonable que haya un lugar
destinado para sepultar los cadáveres de los herejes; y si quieren bendición,
que lo hagan sus ministros”35.

Últimos años (1843-1847)

Conforme se iba alejando de las más altas esferas del poder,


Rocafuerte volvía a planteamientos más extremos, más concordes con sus
épocas londinense y mexicana. Su pensamiento, manifestado en sus cartas,
a ratos se radicaliza. Pero su acción gubernativa, su política, siguió discu-
rriendo por cauces más o menos tranquilos, moderados, aunque sin entrar
en flagrante contradicción con su pensamiento. En la Convención de 1843
propone la libertad de cultos. Se apoya en los argumentos ya tradicionales
en él: la adopción de la tolerancia religiosa en los países católicos —
Argentina, Venezuela, Brasil— no produjo ningún daño a la fe del pueblo;
“la exclusión de todo culto exterior embaraza cualquier proyecto de colo-
nización europea, que sólo puede realizarse, apoyándose en la base de la
libertad de cultos, sin la cual no puede haber libertad política”; “las nacio-
nes que no admiten en su seno la libertad de cultos, son las más atrasadas
de luces y civilización”36.
El 2 de marzo, don Vicente aborda otro tópico de su pensamiento reli-
gioso: el clero no debe intervenir en política. La religión trata de las cosas
del cielo, y la política las de la tierra. La división de estos dos ámbitos está
trazada por “la filosofía sin impiedad y por la religión sin fanatismo”37. La
Constitución de 1843 consagraría estas ideas. En su artículo 36 afirma que
“están excluidos de ser Senadores y Representantes (...) los Ministros del
Culto”.

35 Solano, Fr. Vicente: Epistolario, Cuenca, 1953, págs. 104-105.


36 Intervención de Vicente Rocafuerte en la Convención de Quito, febrero de 1843, en VR, IV,
pág. 87.
37 Intervención de Vicente Rocafuerte en la Convención de Quito, 2 de marzo de 1843, en VR,
IV, pág. 89.

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EL PENSAMIENTO RELIGIOSO DE VICENTE ROCAFUERTE

En la Convención de 1845 se opone, sin lograrlo, a la exclusión de la


mención del Patronato en el texto de la Constitución Nacional38. Pocos días
más tarde, el 28 de noviembre, se trata en la Convención sobre el artículo
referente a la religión del Estado. Don Vicente, ducho en la materia, remo-
zará viejos argumentos, blandidos en sus épocas londinense y mexicana39.
A pesar de su oposición, el artículo 13 de la Constitución se referirá a la
religión del Estado.
Una vez que fue discutida y aprobada la constitución, se pasó a elegir
a los primeros mandatarios de la nación. El 4 de diciembre Rocafuerte es
elegido Presidente del Senado, habiendo obtenido 28 votos sobre un total
de 3840. Durante su gestión se opone a la unión de las diócesis de Guayaquil
y Cuenca, propuesta por el clero austral41. A pesar de su delicado estado de
salud, que terminará por alejarlo de la presidencia del Senado, intervino
largamente y de forma concienzuda en gran número de sesiones. Sobre
política religiosa se explayó en dos oportunidades más. Una de ellas versó
sobre la inmunidad del clero y sus privilegios42; la otra sobre la posibilidad
de readmisión de los jesuitas en Ecuador, posibilidad a la que se muestra
contrario.
Sobre este último asunto, Rocafuerte se apoyaba en la experiencia
europea y americana para rechazar la posible readmisión de la Compañía
de Jesús, a fin de que atendieran algunas misiones. El 14 de octubre de
1846, según reza el acta del Senado, así respondía a un informe presentado
sobre este tema tan delicado: “Con esta ocasión tomó la palabra el
Honorable Presidente y dijo: esta es una cuestión sumamente delicada:
consultemos los hechos y la historia para no dejarnos alucinar. La
Compañía de Jesús tuvo su origen en el tiempo en que Lutero y Calvino
comenzaron a propagar sus ideas promoviéndose entonces unas luchas
reñidas entre los protestantes que predicaban la emancipación; y los cató-
licos que aspiraban a conservar la pureza de la doctrina evangélica. San
Ignacio y el Padre Laines quisieron poner contra las novedades una institu-
ción fundada en la inteligencia y la virtud: insertada sobre tan firmes bases

38 Archivo Honorable Congreso Nacional (AHCN), 2.º libro de actas ordinarias del año de
1845, Convención Nacional de 1845, sesión del 20 de noviembre de 1845, págs. 21-22.
39 Ibídem, sesión del 28 de noviembre de 1845, pág. 88.
40 Ibídem, sesión del 4 de diciembre de 1845, pág. 129.
41 AHCN, Actas de la Cámara del Senado del año de 1846, sesión del 9 de enero de 1846,
pág. 52.
42 Ibídem, sesión del 3 de octubre de 1846, pág. 40.

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MARIANO FAZIO FERNÁNDEZ

no pudo menos que prestar grandes servicios a las letras y a las ciencias y
a las costumbres; pero la bondad de este instituto solamente duró ciento-
cincuenta años; porque con su agradecimiento la ambición se apoderó de
sus miembros, y setenta u ochenta mil jesuitas a las órdenes de un jefe des-
pótico, llegaron a ser nocivos a la sociedad y se labraron su persecución. Es
verdad que Federico el Grande acogió a los expatriados, pero a los veinte
años tuvo que arrojarlos de Silesia por las disensiones que sembraron entre
católicos y protestantes. Catalina II los admitió también; pero Alejandro los
ha expelido en número considerable y no existe ninguno en Rusia. Buenos
Aires ha tocado los mismos extremos de admisión y expulsión; y la Nueva
Granada que los ha llamado a su seno tendrá también que volver atrás, des-
pués de haber sufrido la severa censura de todos los hombres que conocen
el curso de los negocios humanos. Los jesuitas ni hacen falta para la edu-
cación que ha progresado sin ellos, ni son calculados como el informe lo
cree para servirnos en las misiones; ellos encuentran su teatro en las ciuda-
des donde pueden influir en las conciencias de los que mandan, y en los
intereses del gran mundo: los jesuitas no son los héroes del desierto; no
entran en los bosques a recibir el martirio en cambio de la predicación. La
comisión eclesiástica del Senado de 1846 recuerde esta historia y espíritu
de la corporación jesuítica, para emitir el informe que debe presentar, y
recuerde así mismo que más cerca de nosotros tenemos a quien puede ser-
vir para el fin que se desea, el Padre Plaza; este sacerdote benemérito del
siglo ha hecho venir a Ocopa misioneros españoles, de donde nos lo pue-
den mandar, si nosotros tenemos la conducta de pedírselos más bien que
llamar a los jesuitas para despedirlos mañana”43.
¿Desconocía Rocafuerte la larga lista de mártires jesuitas, muertos
por propagar la fe en Extremo Oriente y en América? Los prejuicios anti-
jesuíticos afloran de los labios de Rocafuerte, que no se pudo excluir de la
corriente de opinión dominante de su tiempo. Pasarían algunos años hasta
su readmisión en el Ecuador.
Rocafuerte emprenderá nuevamente los caminos americanos, esta vez
para desempeñar funciones diplomáticas en Lima. Ya no regresaría al
Ecuador: el 16 de mayo de 1847 entregaba su alma al Creador. De los últi-
mos momentos de don Vicente caben destacarse dos hechos importantes
para el estudio de su pensamiento religioso: su testamento y la recepción
de los últimos sacramentos.

43 Ibídem, sesión del 14 de octubre de 1846, pág. 63.

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EL PENSAMIENTO RELIGIOSO DE VICENTE ROCAFUERTE

El 21 de abril de 1847, faltando escasos días para su muerte,


Rocafuerte dictaba su testamento. Los primeros párrafos son una declara-
ción de fe absolutamente ortodoxa y de gran contenido piadoso44. El, según
algunos, “grandísimo herejote”, hacía humilde confesión de su fe católica.
Sin embargo, en el momento de recibir los últimos sacramentos, lo hace de
manos de un sacerdote cismático. Apunta Mecum que “en Lima había
muchos clérigos; él quiso que le ministrara los santos óleos Francisco de
Paula González Vigil, sacerdote excomulgado, que había atacado a la
Iglesia de Roma acusándola de ser un monopolio religioso y que deseaba
establecer una Iglesia Católica Peruana”45. Cabría aplicar la castiza frase:
“Genio y figura hasta la sepultura”. Rocafuerte, desde el punto de vista reli-
gioso, murió como había vivido: en el seno de la Iglesia Católica, pero
aportando un toque personal. La elección del sacerdote cismático confirma
la tesis de Jijón y Caamaño: el catolicismo de Rocafuerte fue sui generis
hasta el último momento de su vida.

Conclusión

Después de haber pasado revista a las acciones y escritos político-reli-


giosos de Rocafuerte, elaboraremos una conclusión de todo lo dicho hasta
aquí.
En primer lugar, cabe señalar que la evolución del pensamiento reli-
gioso rocafortino es lineal, sin cortes abruptos ni desviaciones dispersivas.
Tal evolución podría calificarse de un crescendo gradual, según el cual en
cada período se decantan los elementos anteriores y se añaden nuevos. El
crescendo cesaría en 1832, cuando escribe su “Ensayo sobre la tolerancia
religiosa”. Esta obra marca el cénit, la madurez de su pensamiento religioso.
Las relaciones y el ambiente en el que se desenvuelve durante la
juventud imbuyen a don Vicente del espíritu del siglo, racionalista y
romántico a la vez en sus corrientes de pensamiento, y anticlerical y rega-
lista en lo religioso. El compromiso político adoptado por algunos eclesiás-
ticos con las estructuras del Antiguo Régimen, y la política vacilante de
León XII, temeroso de enfrentarse con los intereses de la Santa Alianza,
impulsan a Rocafuerte a combatir las actividades políticas del clero. Tal era
el cariz de sus primeros escritos.

44 Testamento del S. D. Vicente Rocafuerte, en VR I, pág. 107.


45 Mecum, Kent: Vicente Rocafuerte..., págs. 221-222.

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Desde un primer momento consideró a la religión —en particular al


Cristianismo— como un elemento esencial de la condición del hombre,
pero pensaba que era necesaria una depuración de la religión y, de este
modo, se debían quitar las adherencias humanas que con el paso de los
siglos se habían incrustado en su seno. La carencia de una formación teo-
lógica seria hizo que Rocafuerte no acertara en el deslinde de lo divino y lo
humano. Lo que comienza como una simple oposición política a las activi-
dades del clero en campos ajenos a lo espiritual —y eso sí era un elemen-
to humano y dañino— se convierte imperceptiblemente en un alejamiento
de la doctrina ortodoxa. En Londres ya encontramos asertos temerarios en
materias puramente teológicas.
A su falta de formación dogmática se añade el influjo del protestan-
tismo, muy en especial del cuaquerismo. Estos dos elementos hacen eclo-
sión en la definición rocafortina de religión —un sentimiento interior— y
en la función que le adjudica en la sociedad: el mantenimiento del orden y
la beneficencia pública son los dos grandes servicios que prestaría el
Cristianismo a la sociedad política.
Para que el Cristianismo cumpla con estos fines no es necesaria
ninguna dependencia de la autoridad del Romano Pontífice, vista por Roca-
fuerte con marcada desconfianza y recelo. Así, las relaciones Iglesia-
Estado se concretan en el pensamiento del guayaquileño en un galicanis-
mo acusado —creación de iglesias nacionales— y un regalismo sofocante
—invasión por parte del Estado de campos propiamente eclesiásticos—.
Y como esta obra de moralización la puede llevar a cabo cualquier secta
cristiana —aunque en sus obras Rocafuerte se inclinará por preferir al pro-
testantismo— campeará por toda su producción un indiferentismo contra-
rio a la fe católica.
Cuando accede al poder político, estos principios pasan por el tamiz de
las circunstancias propias del Ecuador de 1835. No es que Rocafuerte se
haya moderado en sus planteamientos, sino que simplemente no era posible
ponerlos en práctica de una manera tan radical. Cuando deja la presidencia,
el tono de sus escritos recupera la radicalidad de los años anteriores.
Vicente Rocafuerte fue católico: constan, entre otros muchos elemen-
tos de juicio, su bautismo, su matrimonio eclesiástico, la recepción de la
extrema unción y del Santo Viático, etc. Pero fue católico a su modo. El
análisis de su biblioteca podría darnos la clave46: habiendo leído y estudia-
46 Mecum, Kent: Vicente Rocafuerte..., págs. 239-265. Mecum trae el listado completo de la
biblioteca rocafortina.

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EL PENSAMIENTO RELIGIOSO DE VICENTE ROCAFUERTE

do a todos los prohombres de la ilustración y del incipiente liberalismo,


estaba empapado de las ideas de su tiempo. Al carecer de un asidero doc-
trinal sólido, forjó en su mente un cuerpo doctrinal propio, que él conside-
ró como ese cristianismo depurado de adherencias humanas, donde el pro-
testantismo, el racionalismo y una buena dosis de prejuicios juegan un
papel importante. A su vez, la confusión de ideas de muchos clérigos sobre
las relaciones Iglesia-Estado, libertad religiosa, etc., facilitó su propia con-
fusión doctrinal.
Ateniéndonos a su política y pensamiento religioso, don Vicente
Rocafuerte fue, sin lugar a dudas, un liberal. Su período presidencial es un
antecedente importante de las futuras luchas enconadas entre el Estado
Ecuatoriano y la Iglesia.
El lugar que Rocafuerte ocupa en la historia del Ecuador es de primer
orden. Sus méritos son muchos e incuestionables. Pero en su concepción
religiosa fue un hijo de su tiempo: ni más ni menos.

Recibido el 19 de diciembre de 2005


Aceptado el 22 de mayo de 2006

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