Mia Esta Noche-J. S. Scott

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

LORA LEIGH

CASTA
MESTIZA
Castas 32

~1~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Gracias, Cristina.

Tu anticipación, tu deleite en los capítulos, capítulo a capítulo, hizo que Cassie y su


compañero desearan brillar y hacer todo lo posible por complacer.

Cassie, Dog y yo te lo agradecemos.

Y a mi hijo, Bret, has seguido este camino conmigo desde que Cassie llegó por primera vez,
viste mis sueños hacerse realidad y te mantuviste a mi lado a través de cada historia escrita y
publicada. Eres el chico romance y una de las anclas más fuertes de mi vida.

~2~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

ARGUMENTO

Los Castas son humanos alterados con el ADN de


los depredadores de la Tierra antes de la concepción.
Pero aunque todos llevan material genético de las
bestias dentro de ellos, Cassandra Sinclair se destaca.
Una mezcla única de lobo, coyote y humano, es
reverenciada por muchos, pero atacada por otros.
Está ferozmente protegida por su comunidad... pero
nadie logra detenerla cuando se escapa un día para
ofrecer su cuerpo a cambio de la seguridad de su
hermana.
El hombre al que sucumbe la sorprende al desatar
su animal interior de maneras que nunca había
soñado posibles, y le provoca su rabia profunda y
furiosa. Para sorpresa de Cassie, él es el compañero
que siempre esperó. Ella nunca podrá perdonar su
engaño. Aun así, mientras la persiguen enemigos
peligrosos, y mientras la amenaza de una guerra
total entre los Castas y los humanos que los
desprecian flota en el aire, deben aunar fuerzas y
aferrarse el uno al otro.
Pero la unión apasionada entre ellos tiene un
potencial que podría cambiar el mundo, y algunos
harán cualquier cosa para detenerla...

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

El Mundo de los Castas

Ellos fueron creados; ellos no nacieron

Ellos fueron entrenados; ellos no fueron criados

Torturados, objetos de experimentos.

Ahora que son libres, son cazados.

Dieciocho años atrás, una pequeña manada de Castas Felinos—humanos


genéticamente mutados y alterados con el ADN de los grandes felinos depredadores
de la Tierra antes de la concepción —revelaron su existencia y conmocionaron al
mundo con la prueba innegable de la maldad humana.

—Ciencia —gritaron sus creadores, que lucharon para excusar los experimentos
dementes y depravados.

Ciento cincuenta años de muerte, sangre y prácticas inhumanas, de experimentos


que mataron, mutilaron y marcaron para siempre a los seres increíbles a los que la
ciencia creía haber insuflado vida.

A los Castas se les enseñó que no tenían alma.

Sus creadores serían sus dioses. Esos hombres y mujeres de corazones


ennegrecidos por la avaricia y el mal, tenían el poder de la vida o la muerte.

Desafortunadamente, se encontró más muerte que vida.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

La revelación de esos primeros seis Castas Felinos condujo al descubrimiento de


los laboratorios y las celdas de confinamiento que aún contenían una infinidad más,
quienes a veces se enfurecían, ardían de odio hacia sus captores y desesperaban por
la libertad. Y las historias que contaban sobre su confinamiento horrorizaban al
mundo.

Hijas secuestradas durante generaciones, usadas como Criadoras y luego


eliminadas sin pensar en las vidas destruidas.

Las familias lloraban en las calles y en las pantallas de una nación a otra.
Sollozaban por el horror que sus hijos, hermanas y nietos sufrieron. Gritaban por
justicia para los niños, sin importar su genética o mutaciones, y elevaban los puños
en demanda de expiación.

Sin embargo, se revelaron más descubrimientos de aquellos que escaparon como


bebés y otros experimentos realizados in vitro.

Familias enteras quedaron desoladas al enterarse de que vivían con el temor de


que sus hijos adoptivos o los concebidos in vitro algún día pudieran ser examinados
y arrancados de sus brazos para colocarlos en laboratorios donde los experimentos
practicados con ellos eran incluso más demoníacos que los realizados para los
animales en el pasado.

Un grito de horror resonó por todo el mundo. Una demanda de expiación se


extendió por los países cuyos políticos y militares se involucraron en estas
atrocidades.

El caos reinaba en las capitales de todo el mundo. Marchas de cientos de miles


barrieron las naciones, y durante meses, los gritos hicieron eco en el cielo mismo. Se
levantaron voces para corregir este horrible error.

Las compañías que revelaron haber proporcionado fondos para los experimentos
depravados y horribles vieron colapsar sus acciones y se destruyeron corporaciones

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

enteras. Algunas fueron quemadas en la locura de la furia que el mundo sentía


porque sus gobiernos, sus militares, hubieran contribuido a algo tan malvado.

Los líderes del gobierno de una nación tras otra cayeron en medio de la furia hasta
amenazar con diezmar administraciones enteras, a menos que los gobernantes
encontraran una manera de preservar las vidas que habían sufrido tan terriblemente.

Aquí, los Castas encontraron una voz.

Eran criaturas genéticamente mejoradas para influir en la opinión pública,


identificar debilidades y fortalezas y usarlas para su beneficio. La genética de los
héroes caídos y los villanos se puso de manifiesto cuando los Castas se presentaron
ante las masas y calmaron su furia, sugiriendo que sus líderes garantizaran la
libertad de los Castas.

Su genética provenía de las mentes más brillantes, de guerreros perdidos hacía


mucho tiempo, líderes militares, hábiles oradores, genios legales y monstruos
científicos, y se mezclaba con los cazadores más astutos y depredadores del mundo.

Entendían el engaño y cómo usarlo. Conocían la compasión pero también la


necesidad de la fuerza. Se convirtieron en las armas que sus creadores imaginaron,
pero ahora estaban usando esos talentos contra sus torturadores.

Los científicos y las mentes militares se encontraron impotentes frente a aquello


que habían pensado controlar; se vieron obligados a sentarse con creaciones que
tenían una comprensión tan fina de la legalidad, el engaño y la auto- preservación
que pudieron usar las mismas leyes de la democracia contra las democracias que
temblaban bajo la amenaza de la destrucción.

Pero la libertad sigue siendo una quimera, un sueño que los Castas están
buscando. Porque ni siquiera las leyes redactadas para protegerlos pueden silenciar
las voces que se levantaban contra ellos.

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Lora Leigh

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—Dios no los creó —gritaba la minoría, sus voces ahogadas por aquellos que
exigían justicia.

Permitir que los Castas se movieran libremente debilitaría el diseño genético de


Dios, la pureza de la sangre humana, argumentaron.

Fueron ignorados.

Eran la minoría.

Se convirtieron en la sombra que acecha a los Castas.

Y casi dos décadas después, la batalla aún no ha terminado.

Solo ha comenzado.

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Lora Leigh

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Castas 32

Prólogo

Solo tenía dieciocho años y sabía que moriría pronto. Aquí, en esta hermosa isla
que poseía Seth Lawrence, rodeada por la fuerza protectora de un ejército de Castas
como ningún otro, Cassie sabía que no se iría con vida.

Ella había visto su propia muerte.

Sin embargo, no sería esta noche. Aún no. Pero estaba llegando. Tendría que morir
para que otros pudieran vivir.

Pasando por delante de las amplias puertas dobles que se abrían hacia el enorme
patio interior, levantó la vista hacia el techo abovedado de cristal, que permitía que la
noche se hundiera en el jardín cerrado y tuvo que luchar contra la amargura. La ira.

Girando, se encontró con los ojos de los Enforcers de pie detrás de ella, sus
miradas resueltas pero compasivas, y cerró las puertas de golpe mientras la miraban
en silencio.

—¿Pido disfrutar de los jardines por la noche y esto es lo que recibo? —murmuró,
girándose para dejar que su mirada recorriera el enorme recinto de ladrillo y vidrio
que la rodeaba.

La hierba bajo sus pies era sorprendentemente real. Un amplio paseo de piedra
conducía a la verde sombra, el exuberante y denso olor a humedad y fragantes flores
la arrastraban a lo más profundo.

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El patio interior, como Seth lo había llamado. Era un maldito invernadero y nada
más. Una habitación bien protegida, con paredes de vidrio y resistente a las balas,
con solo una entrada, las puertas anchas por las que había entrado.

Esto era simplemente perfecto. Era exasperante, y podía sentir la salvaje necesidad
de libertad arañando sus sentidos.

Introduciéndose más en la exuberante vegetación, ella pudo encontrar poco placer


allí. A pesar de sus pies descalzos y la sensación de hierba debajo de ellos, no
encontró satisfacción aquí. Del mismo modo que no encontró satisfacción en el
estanque ancho y profundo que goteaba en el centro de los árboles que lo rodeaban.

Los árboles estaban totalmente cubiertos de hojas y de lo que parecía ser rocío. La
humedad en realidad provenía del agua que goteaba en las tuberías que corrían a lo
largo del marco de acero que sostenía el vidrio de arriba.

El olor de la noche no estaba aquí. El chirrido de los insectos, las carreras de las
criaturas creadas para acechar tal belleza sombreada, no estaban aquí. Era estéril.
Creado por el hombre en lugar de por la naturaleza.

Igual que ella.

Lo odiaba.

Al menos en su balcón podía oler la noche, las criaturas que la habitaban y el mar
que rodeaba la isla Lawrence.

En su balcón había una posibilidad de sentirlo... al hombre, y sabía que era un


hombre, que la miraba atentamente.

Aquí, había una posibilidad de que él registrara la noche buscándola.

Que siguiera adelante y disparara en lugar de esperar.

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Lora Leigh

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Tragando con fuerza, Cassie se sentó en la áspera y plana piedra que bordeaba el
estanque, y se despojó de la bata que cubría el delgado camisón blanco sin mangas
que llevaba. Dejando descansar los pies sobre la piedra, pasó los brazos bajo de las
rodillas y apoyó la barbilla sobre ellas mientras miraba el agua que goteaba.

¿Qué pasaba con ella? Sabía lo peligroso que era permitirse permanecer en el
balcón, a la vista, como un objetivo para cualquier enemigo con la intención de
matarla. ¿Qué fuerza la había atraído allí, la había empujado a quedarse a plena
vista?

Aunque pocos querían matarla.

El precio sobre su cabeza era por secuestrarla con su virginidad intacta cuando
fuera entregada a los científicos que trabajaban secretamente con lo que quedaba del
Consejo de Genética.

Ella era Cassandra Sinclair.

Era única, no solo en su genética sino en su nacimiento. Se había utilizado


esperma de Casta para inseminar el óvulo de su madre sin ninguna alteración al
óvulo. Lo mismo que un híbrido, un Casta nacido de un acoplamiento Casta-
humano.

Pero ella era aún más rara que eso. No fue creada a partir de la genética de una
única especie animal, sino de dos. Fue creada a partir de la genética Lobo y Coyote.
El bueno y el malo. El orgulloso y perdurable ADN de Lobo se alteró y quedó
ensuciado para siempre por la impureza del ADN del Coyote.

Qué animal tan hermoso, susurró la voz a través de sus recuerdos.

Ella tenía cinco años, permanecía con nada más que las bragas blancas que llevaba,
temblando, enferma por el toque de los dedos del bastardo en la marca en su
hombro. La sombra de una huella de pata. Un marcador genético. Pero a medida que
crecía, otra sombra comenzó a manchar su carne, una que ni siquiera sus padres

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Lora Leigh

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conocían, una que se parecía a la de los cortes dentados hechos con garras. La marca
del Coyote manchaba la carne justo sobre su útero.

—Ella fue creada para parir monstruos—se burló su padre mientras Cassie temblaba con
lágrimas e incredulidad.

Una parte de ella sabía que él no era su verdadero padre. A diferencia del de su madre, el
olor de su padre no se parecía al suyo. El aroma de su madre se parecía al de ella. Y su madre
la amaba.

—Parirá mis pequeños monstruos—dijo Terrence Grange, capo de la droga y asesino,


riendo entre dientes, entonces levantó el brazo y un segundo después el arma que portaba
explotó y su padre murió.

Ella sabía que estaba muerto. Cayó al suelo, la sangre derramándose de su pecho mientras
miraba a Cassie con odio.

Trece años. Habían pasado trece años desde esa noche, y aun así, Cassie recordaba
cada segundo como si solo hubiera sucedido momentos antes.

Pariría monstruos.

Sin embargo, muchos decían que ella era el monstruo.

El punto era discutible, porque estaría muerta. Había visto cómo la sangre
explotaba de su cabeza, se veía caer, y en esa visión, sus ojos se habían cerrado
lentamente mientras el aullido de furia de su padre se derramaba en la noche.

Nunca había sido besada, nunca había tenido una cita. Estaba cuidadosamente
protegida, y aquellos que la protegían temían demasiado a Dash Sinclair, su
verdadero padre en los aspectos más importantes, para arriesgarse a desearla. Ella
socializaba dentro de la comunidad Casta, raramente entre personas no-Castas. Y si
por casualidad en esas raras ocasiones un hombre humano le mostraba alguna
atención, entonces no era permitido por mucho tiempo.

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Lora Leigh

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Quien la había mirado mientras estaba en el balcón ese día la codiciaba de una
forma que nunca había sentido con los jóvenes de su edad. Había una sensación de
madurez, de experiencia, en la mirada hambrienta centrada en ella. Lo había sentido,
como una ola de calor extendiéndose hacia ella. Curioso y hambriento. Él sabía quién
era y no le importaba.

Si la secuestraba, no sería virgen por mucho tiempo.

Mientras ese pensamiento vagaba por su mente, lo sintió.

No lo olió; no había olor para advertirla. Lo sintió.

Su corazón se aceleró, su respiración se hizo más rápida y pudo sentir el susurro


del aire flotando a través del área, contra ella. Se deslizó más allá de su vestido,
acarició su piel, la sensibilizó. Qué extraña sensación. Nunca había sentido eso antes,
hasta él.

—Si te atrapan, te matarán. —Ella no se movió, no trató de llamar a los guardias


que permanecían fuera de las puertas.

No le tenía miedo, aunque intuía que debería tenerlo. Debería estar aterrorizada.

—¿Crees que lo harán? —La divertida forma de hablar arrastrando las palabras
era burlona, juguetona, su acento un poco extraño—. Ellos no sabían que yo estaba
allí cuando revisaron el área antes de dejarte entrar. Y fueron bastante minuciosos.

Él permaneció detrás de ella, escondido entre el espeso follaje que había rozado su
espalda cuando se sentó. Y le dejó estar escondido, porque no quería saber... Le
gustaba la sensación de su calor contra su espalda cuando sintió que se agachaba
detrás de ella, el calor de su aliento contra el cuello.

—Sabes que lo harán. —Su voz tembló—. ¿Estás aquí para matarme?

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Lora Leigh

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Qué incorrecto parecía que lo que estaba sintiendo ahora fuera por el Casta que la
mataría. Y él era un Casta. Podía sentirlo, percibirlo, aunque no estaba segura de qué
designación de Casta.

—¿Quieres morir? —La diversión se entrelazó en su voz, diversión y algo más,


algo oscuro y sombrío.

Algo hambriento.

Sus ojos se cerraron cuando sintió una caricia contra su pelo, dedos trenzándose
en él, examinando los rizos, mientras un zumbido de apreciación acariciaba sus
sentidos.

—Voy a morir de cualquier manera. —Miró hacia el estanque, preguntándose por


su propia cobardía—. No me iré de aquí con vida, ¿sabes?

El silencio se encontró con su pregunta, pero sabía que la había escuchado, sabía
que no se había ido. Podía sentirlo en el aire que respiraba, en las lentas caricias en su
cabello.

—¿Qué te hace estar tan segura de eso? —La curiosidad llenó su voz. Una voz que
era oscura, sensual.

—Sé cosas... —A veces, ella sabía cosas terribles. Cosas que no quería saber, que
no quería ver o sentir—. A veces veo cosas...

—No dejaré que mueras, pequeña halfling1 —susurró justo detrás de ella,
haciéndola temblar por el calor de su aliento en su oreja—. Te cuidaré.

1 Nombre que reciben en diversas novelas y juegos las razas ficticias. En algunas historias de
fantasía se utiliza este término para describir a una persona nacida de progenitor humano y otro de
otra especie.

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Lora Leigh

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No la tomaba en serio, pero no importaba. Ella no iba a protestar por el hecho.


¿Por qué discutir cuando probablemente sería la única vez que conocía un aspecto de
lo que se sentía ser deseada, de ser tocada por un hombre?

—Me estabas mirando cuando estaba en el balcón —susurró, con la cabeza


inclinada hacia un lado mientras sentía un dedo encallecido acariciar su cuello.

—Sí —admitió—. Debería haber estado vigilando la propiedad. En cambio, todo lo


que estaba observando era a ti.

Sin embargo, esa diversión permanecía en su voz.

—¿Por qué? —Ella necesitaba saber. Necesitaba algo a lo que aferrarse, para hacer
soportable los siguientes días.

—Porque, mi pequeña halfling, eres mía...

Se puso rígida de indignación, furiosa, pero antes de que pudiera darse la vuelta y
decirle lo loco que estaba, se había ido.

Con los ojos muy abiertos y el corazón acelerado, contempló las oscilantes hojas de
los enormes helechos que tenía detrás y escuchó un susurro de risa en algún lugar de
la oscuridad.

—Cassie. —Las puertas del patio interior se abrieron mientras la voz de su padre
resonaba a través del claro artificial, oscura por la amenaza, con advertencia.

Sus Enforcers corrieron por el lugar, al menos media docena, convergiendo sobre
ella mientras se ponía la bata y ataba las cintas de raso que la mantenían cerrada.

—¿Qué está pasando? —Ella se puso en pie de un salto, mirando a los Castas Lobo
de repente buscando en el espacioso patio interior, revisando las áreas de grandes
matorrales con un propósito peligroso.

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Lora Leigh

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—Cassie, cariño, es hora de irnos, ahora. —Dash Sinclair se abrió paso entre el
follaje que la ocultaba de la puerta, su mirada ambarina penetrante mientras la
recorría—. ¿Estás bien?

¿Estaba bien? Sus guardias habían revisado el área antes de que ella entrara; nadie
sabía que el visitante había estado allí.

—¿Por qué no lo estaría? —Miró alrededor del patio interior, viendo a los Castas
que todavía buscaban, se volvió hacia él, dándose cuenta con tristeza de que su
tiempo allí había terminado—. No es como si estuviera afuera, ¿verdad?

Él miró detrás de ella, entrecerrando los ojos, con las aletas de la nariz
ensanchadas como si examinara el aire en busca de olores desconocidos.

—¿Por qué están buscando en la habitación? —le preguntó ella entonces—. La


registraron antes de entrar.

Si encontraban a su visitante, ¿qué le harían? Su padre estaría furioso. Fuera quien


fuese, no portaba ningún olor, lo que significaba que estaba tratando de esconderse
de los Castas. Sin duda él era el enemigo.

—Ha habido problemas en la casa principal —le dijo, un gruñido en su voz—.


Venga, vamos a llevarte de vuelta arriba. —Le tendió la mano, su expresión era
implacable cuando su mirada volvió a la de ella—. Se está haciendo tarde.

Estaba siendo arrastrada de vuelta a su habitación como si fuera una niña


pequeña. Evidentemente, el problema ya había sido solucionado y su padre se había
dado cuenta de que ella no estaba en su habitación cuando fue a ver cómo estaba.

—Y, por supuesto, todavía soy una niña que no tiene idea de cómo defenderme, ni
tengo guardias en el culo las veinticuatro horas del día. —Ella ignoró su mano
extendida y pasó junto a él empujándole—. Por el amor de Dios, papá, no tengo diez
años.

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Lora Leigh

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No esperó su respuesta o la confusión que sabía que iba a vislumbrar en sus ojos.
No podía entender, no podía saber en el infierno en que se estaban convirtiendo sus
sueños o la rabia que la sacudía con cada segundo que pasaba.

Ella iba a morir aquí pronto. Muy pronto.

Si su padre la hubiera dejado esta vez, en este lugar, tal vez podría haber robado
algo para ella. Tal vez podría haberse dado cuenta de por qué el hombre cuya mira
había sentido en el balcón fuera de su habitación no la aterrorizaba.

Por qué la atraía.

Porque ansiaba su calor por un momento, solo por esta noche. Porque mañana por
la noche sería demasiado tarde. Ella había visto la visión de la bala, la sangre. Se
había visto caer dentro de ese sueño despierto.

Estaría muerta.

* *

La observó irse, una sombra dentro de una sombra, y esperó a que los Enforcers
que siguieron a su padre despejaran la habitación. Les costó un tiempo.

Por supuesto, ellos sabían que él estaba allí. Lo que no podían oler, lo podían
percibir, y lo percibían. En lugar de moverse o ponerse nervioso debido a su
búsqueda continua, simplemente esperó, paciente, despreocupado. Al principio, la
mitad de ellos se fue; los otros se quedaron quietos y en silencio, esperando el
movimiento. Esperaron un cuarto de hora; entonces todos se fueron, excepto uno.

Él habría sonreído si no supiera que un ligero movimiento lo delataría. El Casta


que dejaron era malditamente bueno. Paciente. Mortal. Experimentado en la caza.

Éste esperó casi una hora.

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Lora Leigh

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—Eres bueno —susurró la voz en la oscuridad—. Quien quiera que seas, eres
malditamente bueno.

Sí, era malditamente bueno. Él se mantuvo calmado y paciente. No estaba


preocupado en lo más mínimo. Sabía cómo hacer esto, y era bueno en eso.

—Estaré esperando —le aseguró el Lobo escocés, su acento escocés más claro
ahora—. Si quieres vivir, te mantendrás alejado de ella.

El Casta no intentó ocultar sus movimientos ni su ira cuando fue dando pisotones
hacia las puertas y desapareció a través de ellas.

Aun así, él no se movió. Permaneció en el saliente, en lo más alto del patio, y


simplemente se quedó mirando el estanque donde Cassie se había sentado.

Casi había sido atrapado, y ese hecho no era normal en él. No había estado
prestando atención; había estado demasiado ocupado escuchando la aceleración de
la respiración de ella, oliendo lo picante de su excitación inocente, su dulzura. Había
sido asumir un gran riesgo.

Ella era una mujer por la que valía la pena arriesgar su vida.

¿Qué Casta no arriesgaría todo por su compañera?

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Capítulo 1

SEIS AÑOS DESPUÉS

WINDOW ROCK, ARIZONA

Ésta era una muy mala idea. Sabía que era una mala idea, pero aun así estaba allí,
y lo iba a hacer. Se detuvo en la puerta de la suite a la que había sido dirigida, pasó la
tarjeta de seguridad, abrió la puerta y entró.

El olor a humo de cigarro llegó a sus sentidos en el momento en que Cassie entró a
la habitación de Navajo Suites donde le habían dicho que se encontrara con el Casta
con el que ahora tenía una deuda inmensa. El aroma del tabaco, en lugar de acre y
desagradable, era un poco meloso y balsámico. Parecido, como ella sabía, al que se
permitían otros Castas.

Eso era al menos algo familiar, algo no tan desconcertante como la decisión que
había tomado de venir aquí.

Dios, ni siquiera sabía su nombre. Todo lo que sabía era el número que le habían
dejado seis años atrás y el mensaje que lo acompañaba. Eras hermosa a la luz de la luna,
pequeña halfling. Si me necesitas, llama. Pero siempre habrá un precio a pagar, ponía la
nota.

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Lora Leigh

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Y a menudo había hecho la llamada a lo largo de los años, aunque nunca estuvo
segura de por qué podía confiar en él tan fácilmente. El precio había comenzado a
pequeña escala, pero con cada llamada hecha había aumentado constantemente. Aún
así, había disfrutado el juego.

Hasta ahora.

Pero, ¿no sabía ella que eventualmente llegaría a esto?

¿Qué mujer estaba de acuerdo en acostarse con un hombre cuyo nombre ni


siquiera sabía? ¿Cuya cara nunca había visto?

Una mujer loca, eso era. O una muy desesperada.

Cerró la puerta detrás de ella suavemente, puso el pestillo y miró hacia las puertas
abiertas del balcón donde se encontraba la sombra de un Casta grande y poderoso.
La punta de un delgado cigarro se iluminó cuando inhaló, luego se atenuó, apretó
entre sus dientes blancos y fuertes mientras brillaban en una breve sonrisa.

La sonrisa de un Coyote.

—No esperaba que mantuvieras tu palabra —dijo, su voz tranquila, profunda,


mientras levantaba una mano para quitar el cilindro de tabaco prensado.

Un segundo después lo arrojó sobre la barandilla del balcón, su punto ardiente de


luz desapareció al caer a tierra.

—Hiciste lo que te pedí. —Ella se encogió de hombros—. Mi hermana está a salvo.

Dios, si hubiera sabido antes que su gemela, Kenzi había sido capturada... Se
suponía que debía estar a salvo. Y ella se había dado cuenta demasiado tarde, había
intuido el peligro en el que su hermana estaba después de que fue atrapada en lugar
de antes.

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Lora Leigh

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El regalo con el que había sido maldecida de niña casi la había abandonado ahora,
a sus veinte años. Cuando más lo necesitaba. Cuando de verdad podría ayudarla en
lugar de destruirla. Y esta vez casi había llegado demasiado tarde para garantizar su
seguridad.

Sin embargo, ahora estaba a salvo. Cassie había escuchado el informe de que
Kenzi estaba en manos de Castas. En el momento en que se anunció que habían
encontrado a Kenzi, Cassie se había escabullido de los apartamentos de la Oficina de
Asuntos Castas para encontrarse con su salvador tal como él le había indicado.

—No pensé que aparecerías —señaló lacónicamente—. No es como si pudiera


demandar por incumplimiento de acuerdo.

Él tenía razón, entonces, ¿por qué había aparecido?

Podría haber ignorado su trato una vez que Kenzi estaba a salvo. Pero nunca, en
todos estos años, él había roto su palabra. No importaba cuán peligrosas fueran sus
peticiones, sin importar lo difícil que fuera, él siempre haría lo que hiciera falta por
ella.

Como él dijo, no podría demandarla. No habría podido hacer nada si hubiera


decidido ignorar el trato que había hecho con él. Era solo que de alguna manera,
parecía bastante equivocado hacerlo.

—No rompo mi palabra —le respondió finalmente—. Ya deberías saberlo.

Una risa burlona llenó la habitación.

—¿Sabes lo que pienso? —dijo entonces, volviéndose para mirarla mientras


cerraba la puerta del balcón. Las persianas se cerraron automáticamente detrás de él.

—¿Importa? —Ella estaba segura de que no quería saber lo que pensaba.

—Oh, creo que es importante —respondió en voz baja—. Creo que importa
mucho.

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Lora Leigh

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—¿Estamos aquí para hablar o terminar el trato? —No, ella no quería saber lo que
pensaba; quería terminar con esto y regresar a la sede de la Oficina, donde estaba a
salvo.

Donde este Casta no pudiera encontrarla.

Caminando hacia la pequeña mesa al lado del sofá, él encendió una luz tenue,
aunque ninguno de los dos realmente lo necesitaba. Hubiera preferido que dejara la
luz apagada.

Si lo hubiera hecho, entonces ella no podría haber visto sus facciones en una
exhibición tan descarnada y un salvajismo impresionante.

No debería ser tan guapo, fue su primer pensamiento. ¿El segundo? Él era peligroso.
Uno de los Castas más peligrosos que alguna vez había visto.

Podía verlo en las líneas duras y salvajes de su rostro, en los penetrantes ojos
grises, en la altura y la fuerza fibrosa de su cuerpo.

Era uno de los Castas más poderosos que había percibido en su vida. No solo
físicamente, sino en ese núcleo interno de fortaleza. Y el núcleo de fuerza de este
hombre no tenía fin.

Era más profundo que el de su padre, más profundo que el de Jonas, y eso era por
decir algo. Posiblemente era incluso más profundo que el suyo, y eso era aterrador.

El cabello rubio oscuro y lacio le caía sobre la frente amplia, las pestañas más
oscuras bordeaban sus ojos gris acero, y una barbilla fuerte y poderosa le aseguraba
que no sería solo decidido, sino muy arrogante.

Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. Solo un indicio de sonrisa, una que
le aseguró que no era la única con los sentidos finamente adaptados. Sus instintos
Casta se erizaron, se calentaron, y algunas partes de ella exigieron que lo desafiara,
mientras que otras solo querían someterse.

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Lora Leigh

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—Curiosa, ¿no? —El leve gruñido en su voz tuvo un escalofrío inesperado


corriendo por su columna vertebral—. ¿La princesa Casta quiere ver cómo es tener
un revolcón para variar?

Sus ojos se entrecerraron. ¿Princesa Casta?

—¿Todavía no habías escuchado ese pequeño apodo? —Se rió entre dientes.

Oh, ella lo había escuchado a menudo, en realidad.

Dirigiéndose al bar que estaba al otro lado de la habitación, él sirvió dos vasos
medio llenos de licor. Recogiendo las copas, caminó sin prisas hasta donde estaba y
le tendió una.

—La perfecta pequeña Casta —dijo mientras ella aceptaba la bebida—. Capaz de
argumentar la Ley Casta con un encanto que puede convencer al Consejo de separar
a los compañeros y a los abogados humanos para que permitan que un hijo humano
sea quitado de su padre. La Casta con la voz de una sirena.

—Eso es ridículo —espetó ella—. No todo el mundo conoce las leyes que
gobiernan a nuestra gente, o las entiende...

—Como dije, muy inteligente. —Brindó por ella con su bebida antes de
bebérsela—. Con la voz de una sirena.

Bebiendo el licor, lo observó con atención.

Voz de sirena, su culo.

Conocía la Ley Casta y sabía cómo discutirla. Era así de simple.

—¿Qué tiene que ver la Ley Casta con esto...?

—¿Sabes que cuando los medios te mencionan, simplemente te llaman Casta


Lobo? Toda esa pequeña genética mutante Coyote que posees parece olvidada.

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Lora Leigh

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Su corazón estaba acelerado; qué inusual. Su respiración era elevada, y ella juraría
que se sonrojó. No quería hablar sobre su genética ni de nada más. Quería que esto
estuviera hecho. Terminado.

—No estamos aquí para discutir sobre mí o los medios...

—Hiciste un trato con un Coyote, pequeña halfling —dijo arrastrando las palabras,
su expresión sombría a pesar de la burla en su mirada—. Te has enterado de eso.
¿Verdad?

Si no lo hubiera estado antes, se había dado cuenta al momento en que entró por la
puerta.

—Estoy enterada. —Ella era una Casta después de todo; podía oler el Coyote en
él... aunque era débil—. He sabido todo el tiempo lo que eras.

El olor era sutil, como si algo lo cubriera.

—¿Estás usando un bloqueador de fragancias? —Inclinó la cabeza hacia un lado y


lo observó con atención, aspirando el aroma más profundamente.

—Puede que se esté acabando. —Él regresó a la barra, se sirvió otra bebida y
bebió—. Y tienes razón; vinimos aquí para terminar un trato.

Terminó la bebida, y antes de que ella pudiera hacer otra cosa que estremecerse,
golpeó el vaso contra la barra, dio dos pasos y logró agarrar su cintura con un fuerte
brazo y tirar de ella hacia él.

—Ahora, veamos, ¿cuál fue el trato? —Eso fue un gruñido definitivo, una chispa
de ira en su mirada—. Sin besos. —Su pulgar rozó sus labios—. No puedo comer lo
que sin duda es un coñito dulce. Y no puedo correrme en tu interior. ¿Son esas las
reglas?

~23~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

¿Por qué diablos estaba su corazón corriendo fuera de control y por qué ella de
repente deseaba su beso cuando nunca había deseado nada en su vida? Deseaba su
beso en todas partes.

Estaba loca. Esto era más que desesperado.

—Esas son las reglas.

Algo caliente y hambriento destelló en su expresión. Se tensó, sus pómulos se


volvieron más pronunciados a medida que las pestañas bajaban sobre sus ojos.

—¿Aparte de eso, es cualquier cosa que yo quiera? —preguntó, su tono curioso,


pero no había nada curioso en su mirada o en su expresión—. Esta noche, eres mía.

Ella se lamió los labios repentinamente secos; los nervios y el miedo a lo


desconocido tenían que ser las razones por las que estaba un poco mareada y
luchando por respirar.

—Solo por esta noche —estuvo de acuerdo—. Me voy antes del amanecer.

Algo parecido al remordimiento brilló en el rostro de él.

—Cuatro horas —murmuró—. Entonces es mejor que comencemos. Tienes mucho


que aprender en esas horas.

Mucho que aprender...

No iba a temblar de nervios, se dijo a sí misma. No muestres debilidad. Nunca


dejes que nadie te vea débil. Nadie. Especialmente un Coyote.

Cuando la tomó de la mano, se sintió orgullosa de decir que no estaba húmeda y


que sus dedos no temblaban. Mantuvo la cabeza en alto, su expresión serena. Ella
había aprendido a través de los años cómo hacer eso. Cómo contener el miedo, la
incertidumbre y los nervios en condiciones difíciles.

~24~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

No es que alguna vez hubiera estado en esta situación particular antes, y mientras
la conducía más allá de la sala de estar y hacia el dormitorio, casi perdió el valor.

La cama estaba tentadoramente abierta, las almohadas estaban acomodadas,


esperando que un cuerpo se acostara, y había velas. Tres velas encendidas.

La puerta se cerró detrás de ellos, casi en silencio; sin embargo, le costó mucho
controlar su estremecimiento.

Él dejó caer su mano inmediatamente.

—Vete a casa, princesa. —El hastío afilaba su voz mientras le lanzaba una mirada
de desprecio—. Considera el trabajo de esta noche como un regalo.

Ira. Ella podía sentirla dentro de él. No estaba emanando de él en oleadas; salía
como burlona indiferencia, pero estaba allí de todos modos.

Ella había hecho el trato. Sus hermanas estaban a salvo, y había llegado hasta aquí.
Si se retiraba ahora, nunca recuperaría su coraje. Y tal vez él nunca estaría allí para
ayudarla de nuevo.

Extendió la mano hacia atrás, soltó la pequeña presilla en su falda y deslizó la


cremallera hacia abajo. El sonido fue un siseo suave en la habitación que de otro
modo estaría silenciosa. Mirándolo fijamente, dejó caer el tejido, quedándose vestida
solo con la camisola, el chaleco y las bragas de encaje negro de corte alto.

Con un encogimiento de hombros, ella se quitó el chaleco.

—Soy virgen —susurró, negándose a bajar la mirada o mostrar vergüenza—. Si


estás buscando experiencia, o que yo sepa cómo complacerte, entonces eso no va a
suceder.

Se sacó la camisola por la cabeza lentamente, la deslizó a lo largo de su cabello y la


dejó caer al suelo, entonces se bajó de los tacones de diez centímetros que llevaba.

~25~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Y él no dijo nada. Ni una sola palabra La miraba, inmóvil y en silencio, pero el


aroma de la lujuria masculina que de pronto llenaba la habitación era inconfundible.

Entonces, con los mismos movimientos sin prisa, él se sentó y se quitó las botas.
Después, levantándose una vez más, se sacó la camisa de los pantalones y comenzó a
desabotonarla.

Ella no sabía su nombre, y por un momento, deseó haberlo sabido.

Entonces él estaba encogiendo los hombros para quitarse la camisa, revelando la


profundidad de la fuerza en su cuerpo, en el juego de músculos bajo la oscura piel
bronceada. Bíceps fuertes, pecho y hombros anchos, abdominales firmes y duros.

Lentamente, soltó el ancho cinturón de cuero que ceñía sus caderas y liberó el
botón y la cremallera de los pantalones de color pardo que llevaba.

Miedo.

Incertidumbre.

¿En qué estaba pensando ella?

Nunca había hecho esto antes, así que ni siquiera podía adivinar. No sabía cómo
hacer esto.

Estaba de pie desnuda, excepto por las bragas que ocultaban la marca genética del
Coyote justo bajo su útero, frente a este Casta. Un Coyote...

Tragando con fuerza, enganchó sus dedos en la banda de encaje negro y la bajó,
obligándose a deslizarla sobre sus muslos antes de dejarla caer al suelo. La mirada de
él tocó las puntas endurecidas de sus pezones, entonces bajó a esa marca. Las líneas
tenues, en forma de cicatrices dentadas, le ensombrecían la piel y tenían el aroma de
la lujuria masculina clavándose en el útero.

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Lora Leigh

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Castas 32

En lugar de quitarse los pantalones a medida que aumentaba su necesidad, se


acercó a ella, los dedos callosos tocaron su mejilla antes de acunarla suavemente.

Él era cálido. Tan cálido…

—Sin besos —susurró él—. Pero no excluiste esto.

Mientras hablaba, la alzó en sus brazos y se dirigió hacia la cama, donde la acostó
en mitad del colchón. Tumbado a su lado, bajó la cabeza, pero mantuvo su palabra.
Él no besó sus labios.

Lo que hizo fue aún más enloquecedor, más erótico. Sus labios tocaron la comisura
de los suyos; solo la punta de su lengua los bordeó antes de moverse hacia su cuello,
su lengua degustaba ligeramente su carne mientras su respiración se aceleraba.

Porque esto se sentía bien. Muy bien.

Una mano se enredó en su cabello, agarrando los rizos y tirando lo suficiente para
que la leve sensación fuera una fusión de erotismo y el borde del dolor. Y a ella le
encantó. La necesidad oscura y esa fuerza inquieta y sombría en su interior se
fusionaron, arañándola, exigiéndole que tomara lo que era suyo.

—Ahí, pequeña halfling —susurró mientras movía los labios hacia su cuello,
acariciando su piel mientras su lengua, ah misericordia, sus dientes, despertaban
terminaciones nerviosas que ella no sabía que tenía.

Antes de que se diera cuenta, sus manos estaban sobre sus hombros mientras él se
alzaba sobre ella, después en su cabello, deslizándose a través de los bonitos
mechones, asiéndolos mientras se arqueaba hacia él. Y trató de darle sentido a las
sensaciones que corrían a través de ella.

La ráfaga de calor que devoró su cuerpo, la apretada tensión de sus pezones, el


calor que crecía entre sus muslos. El dolor se centraba en su clítoris mientras sentía

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Lora Leigh

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que los jugos fluían de su sexo y aumentaba la demanda dentro de ella para que se
abandonara, se rindiera y liberara el furioso hambre que la atravesaba.

—¿Se siente bien? —susurró él mientras sus labios la besaban y se deslizaban


lentamente, moviéndose hacia la carne agitada de sus pechos.

—Se siente bien. —Ni siquiera sonaba como ella.

¿Por qué le importaba si se sentía bien?

—Sabes cómo el cielo. —El sonido de su voz era más profundo, más animal—.
¡Joder!, amor, sabes bien.

La sensación la estaba invadiendo, un placer que ella no había esperado, no podía


haber anticipado.

—Oh Dios. Sí... —Ella no pudo contener su gemido mientras sus labios cubrían un
pezón sensibilizado, llevándolo a su boca, chupando con firmes y hambrientas
succiones, lamiéndolo y raspando las terminaciones nerviosas con tal placer.

Ella se arqueó ante las sensaciones, cerró los ojos, aunque quería mantenerlos
abiertos. El calor estaba creciendo, sensación a sensación mientras él se movía de un
pezón inflamado a otro. Quería estar más cerca...

Quería su beso.

Su cabeza se retorcía contra la almohada mientras él deslizaba una mano por su


costado hasta sus muslos, se acomodaba entre ellos, cubriendo los pliegues
resbaladizos que encontró allí con su amplia palma.

Se suponía que no debería sentirse bien. No así de bien Ella pudo sentir la
transpiración acumulándose en su piel, oír sus propios gemidos cuando lo sintió
bajarse los pantalones.

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Lora Leigh

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Sus labios todavía estaban en su pecho, chupando, la lengua raspando su pezón.


La mano se alejó de su sexo, le separó los muslos, y entonces se arrodilló entre ellos.
Con una mano, él le agarró la cadera y movió los labios de su pecho al cuello.

Sintió la punta de su miembro, ancha, palpitante mientras presionaba contra la


entrada entre sus muslos. Tan caliente, presionando dentro de ella, abriéndola,
estirándola...

Cada latido duro y pulsante fue seguido por un placer intenso, como una ráfaga
de fuego líquido llenándola, aliviándola, amplificando las sensaciones.

Ella se arqueó hacia él, sabiendo que no debería, sabiendo que había algo que
debería recordar; algo no estaba bien. Entonces él estaba empujando en su interior, el
placer y el dolor, al rojo vivo, se fusionaron, la atravesaron cuando breves estocadas
desgarraron su virginidad, se alargaron, se volvieron más rápidas y fuertes,
enterrándolo dentro de ella completamente.

Podía sentir el fuerte latido de su polla, seguido por una sensación de calor y un
placer increíble.

No podía detener los gritos que salían de sus labios, no podía detener el torbellino
de sensaciones que anulaban todo excepto el placer. Con una sensación de
incredulidad, se dio cuenta de que había perdido completamente el control; entonces,
incluso ese pensamiento fue apartado bruscamente cuando él comenzó a moverse
dentro de ella.

Cada empuje era seguido por el dulce y ardiente rastro de calor, la contracción de
su vagina y una oleada de líquido placer cayendo de ella. Sus caderas se levantaron
mientras luchaba por más, más profundo, más duro.

Podía oírlo susurrar contra su hombro, sus labios y su lengua acariciando, sus
dientes raspando mientras las estocadas se volvían más rápidas y rítmicas,

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Lora Leigh

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empujándola hacia una tormenta que podía sentir corriendo fuera de control dentro
de su propio cuerpo.

Le clavó las uñas en los hombros mientras cada golpe de su pene la empujaba más
profundo y el placer, tan extremo, tan brutal que lindaba con el dolor, comenzaba a
tensarse dentro de ella. Empujándola, apretando su sexo, su clítoris, bandas de placer
y dolor hasta que sintió su orgasmo implosionando, destruyendo...

Sus dientes se hundieron en su hombro. Malvados, afilados y curvados mientras


lo sentía engrosarse imposiblemente dentro de ella, estirando más sus músculos
internos, empujando su orgasmo más alto incluso cuando una sensación de horror la
atravesó.

Él estaba bloqueado en su interior. Liberándose, eyaculando dentro de ella porque


no podía liberarse de sus músculos contraídos mientras el nudo de acoplamiento
latía dentro de ella.

Estaba gritando su placer incluso mientras sentía que se le caían las lágrimas.
Revelándose en la sensación de los dientes enterrados en su hombro, su lengua
lamiendo la herida, su polla derramando su semen.

Físicamente, nada podría ser tan bueno. Era el placer más intenso e increíble, y la
estaba destruyendo.

Desde adentro hacia afuera, la estaba destruyendo.

Sus dientes la soltaron, su cabeza se levantó lentamente.

—Bueno, joder, supongo que las reglas no se aplican ahora... —Y sus labios
estaban sobre los de ella, duros, hambrientos... adictivos.

No, las reglas no se aplicaban, pero la destrucción segurísimo que sí.

* *

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Lora Leigh

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Esto no estaba sucediendo.

Un abrumador pánico que raramente sentía comenzó a invadir los sentidos de


Cassie una vez que los recuperó nuevamente, amenazando con arrancar la lógica y el
pensamiento cuidadoso con el que normalmente abordaba todos los problemas.
Estaba aumentando segundo a segundo, desgarrándola y comenzando a exacerbar el
miedo que el conocimiento de un acoplamiento había traído.

Esto trajo algo que remotamente se parecía al miedo. En ese momento se dio
cuenta de que podría haber manejado un compañero después de todo. Un
compañero Casta Lobo, un Casta Felino, demonios, un Casta Reptil o un compañero
humano.

Ella podría haber manejado un compañero.

No podría manejar esto.

—Respira, Cassie —susurró, esos fuertes brazos que una vez había anhelado sentir
a su alrededor encerrándola como hierro. Como una prisión. Una celda de la que no
había escapatoria—. Está bien, cariño, solo respira.

Cariño.

Sólo respira.

Escuchó las palabras; no respondió, no reaccionó. Miró la pared frente a ella, se


concentró en ella, trató de hacer retroceder el miedo y...

Rabia.

La arañaba, mezclada con el pánico, con la abrumadora sensación de confusión


impotente. Ardía dentro de su pecho como un atizador tremendamente caliente,
apuñalándola una y otra vez.

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Lora Leigh

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—Me mentiste. —Las palabras escaparon a pesar de la opresión de su garganta y


la sensación de que se estaba estrangulando con sus emociones—. Me mentiste. Me
aseguraste que no podríamos ser compañeros.

Se suponía que los compañeros nunca se mentían el uno al otro. Ella nunca le
había mentido. Siempre había sido completamente sincera con él. Siempre.

Ni siquiera había considerado que él podría ser su compañero. Era su compañero


en la aventura desde esos pocos momentos que habían pasado en un patio interior de
una isla, aunque principalmente a través de mensajes. Uno no le miente al
compañero.

Esos fuertes brazos se deslizaron lejos de ella, pero esa sensación de prisión no
retrocedió. No era posible retroceder. No había escapatoria.

Ahora le dolía cada molécula de su cuerpo. El dolor resonaba con intensidad


abrasadora.

Su aroma la siguió. Sentada en el borde de la cama, apoyó los codos en las rodillas
y se cubrió la cara con las manos. Quería acunarse a sí misma, gritar, enfurecerse,
arañarle el rostro. Quería ceder ante el dolor demente que crecía en su interior y
mostrarle el instinto letal y asesino que provenía de ella. El que tenía adentro,
siempre escondido, refrenado.

—Bueno, pequeña halfling, debes admitir que lo sospechaste; de otra forma, nunca
habrías inventado esas reglas ridículas—dijo con un gruñido, como si eso lo
excusara.

La diversión burlona era una marca registrada que ella siempre había sentido, sin
embargo, hasta ahora, él nunca la había vuelto en contra de ella.

¿Qué iba a hacer?

¡Ella no podría lidiar con esto!

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Castas 32

Tenía que huir, irse...

Sin embargo, incluso ahora, la odiada reacción de su cuerpo ante el Calor de


Acoplamiento ya estaba volviendo a desarrollarse, sensibilizándola, obligándola a
luchar consigo misma, a luchar contra el aumento constante de las hormonas que
ahora se precipitaban por ella.

Ella le deseaba de nuevo. Quería que su carne palpitara entre sus labios, quería
que su lengua se enterrara dentro de su sexo, extendiendo más de esa horrible
hormona.

Su mano se cerró sobre su boca cuando sintió que su útero se tensaba, exigiendo
su liberación, exigiendo que inundara su cuerpo con su semen nuevamente.

Se puso en pie bruscamente, solo remotamente consciente de que él salía de la


cama, pero muy consciente del hecho de que estaba excitado, erecto y listo para darle
a su cuerpo exactamente por lo que estaba empezando a arder.

Por un momento, todo lo que pudo hacer fue sentirlo por su madre, su padre.
Anhelar pedirles que arreglaran esto como habían hecho con muchas otras cosas en
su vida. Para suavizarlo, para mejorarlo, para ayudarla a encontrar una salida.

Y no había salida. Ella sabía que no había escapatoria.

—¿Debería volver a tomarte, compañera? —Había un filo en su voz que la cortó,


que se clavó en su pecho e hizo que el dolor fuera más vívido, más intenso—. ¿Debo
simplemente inclinarte sobre la cama y empujar dentro de ti? ¿Cabalgarte duro y
rápido hasta que te anude y le dé a tu cuerpo lo que necesita? ¿Solo quedarme detrás
de ti para que no tengas que ver al Casta con el que te acoplaste?

Cassie se estremeció, apenas conteniendo un grito subió espontáneamente a sus


labios mientras su sexo derramaba su calor líquido y su estómago se ondulaba con la
contracción de su matriz, con la necesidad, el hambre.

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Lora Leigh

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Sí, eso era lo que ella deseaba, gritó en silencio y la desgarradora agonía la
atravesó. Que la follara como el animal que ahora sabía acechaba en su interior.

Una baja risa masculina la siguió mientras ella negaba con la cabeza y se dirigía a
la ducha. Tenía que pensar. Tenía que descubrir qué hacer.

—Cassandra...

—Cassie... —Ella le corrigió casi de forma automática, sintiéndose tan aturdida,


tan desequilibrada y llena de violencia que contener el estallido de pura furia asesina
era lo más difícil que había hecho alguna vez.

—¿Qué? —Entrecortada y seca, la voz de él recorrió sus sentidos, tocándola como


una caricia física mientras sentía que su vagina se apretaba, notaba más la cálida y
sedosa humedad que se derramaba desde ella.

—Cassie —tuvo que obligarse a responder—. Mi nombre es Cassie.

Ella era Cassie Colder. No era Cassandra Sinclair, sin importar lo


desesperadamente que quisiera serlo, lo duro que su madre y su padre, su padrastro,
habían trabajado para darle esa ilusión. Ella no era una Casta Lobo. Ella no era la hija
increíble, sorprendente e inteligente de Dash Sinclair. Era el experimento científico de
Daniel “Dane” Colder. El pequeño animal sucio que él había ayudado a crear.

—Necesito una ducha—susurró. Necesitaba pensar. Para hacer retroceder el


tiempo.

—Una ducha no te lavará mi olor. —Parecía una promesa. Una advertencia.

—Supongo que lo averiguaremos... —Enderezándose, casi había dado ese primer


paso cuando se sintió sacudida, su compañero se inclinó sobre ella, mirándola, sus
ojos grises como nubes tormentosas mientras un gruñido de advertencia abandonaba
su garganta.

Ese sonido fue el desencadenante.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

La atravesó, explotó en su mente y desgarró el velo de urbanidad que siempre


estaba tan segura de poseer.

—No me presiones, Cassie —gruñó en su rostro, bajando la cabeza, casi nariz a


nariz con ella.

Poniéndose de puntillas, le mordió. Sus dientes se cerraron en la delgada línea de


sus labios, y probó la sangre, probó esa hormona y perdió el control del bajo gruñido
de advertencia que abandonó su propia garganta cuando ella se echó hacia atrás.

Una mano se enganchó en el pelo de la parte posterior de su cabeza, la otra agarró


la polla gruesa y palpitante que se extendía como hierro entre sus muslos. Tirando de
su cabello, ella le hizo bajar la cabeza para obtener su dosis. Para extraer la hormona
que se derramaba de las glándulas debajo de su lengua y permitir que la criatura
dentro de ella despertara completamente.

El beso fue como una explosión sensual. Implosionó dentro de sus sentidos,
destruyó la lógica, el sentido común, los sueños, las esperanzas, la certeza de que
podría vencer aquello para lo que había sido creada.

La lengua masculina bombeaba entre sus labios mientras ella la lamía


desesperadamente, le permitía batirse en duelo con la de ella, derramar la toxina de
acoplamiento, atravesar de prisa de sus sentidos y arrojarla en esa cabalgata salvaje y
furiosa una vez más.

Largos minutos más tarde, aturdida, drogada por el calor sensual, echó la cabeza
hacia atrás. Sin soltar su cabello, se encontró con el desafío en esos salvajes ojos grises
y los rasgos menos que perfectos. Mientras lo miraba, una ancha y callosa palma
ahuecó su pecho; los dedos se aferraron a su pezón, apretaron y su cabeza chocó
contra la pared.

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Lora Leigh

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Castas 32

Las sensaciones eran terribles; eran exquisitas. La agonía y el éxtasis se estrellaron


contra la punta dura y una línea de chisporroteante calor eléctrico se disparó directo
a su coño.

—Otra vez. —Su voz sonó estrangulada—. Hazlo de nuevo.

Aflojando la presión, él lo hizo de nuevo, esta vez más fuerte, arrastrando un grito
enloquecido de sus labios mientras deslizaba su otra mano entre sus húmedos
muslos.

Húmedos porque la humedad resbaladiza derramándose de ella, desbordaba de


los labios hinchados entre sus muslos hasta los dedos que ahora se metían entre los
pliegues para atrapar el sedoso calor.

—Ven aquí, compañera. —Liberando su pezón y la carne desesperadamente


dolorida entre sus muslos, la alzó, se giró y la sentó en la parte superior de la alta
mesa.

Todavía agarrándole el pelo, ella tiró de su cabeza hacia sus pechos, jadeaba, su
pecho tenso por los gritos que estaba conteniendo, las negaciones a las que tan
desesperadamente quería dar voz.

—Chúpame el pezón —exigió, empujando una punta inflamada a sus labios—.


Duro. Como si lo agarraras con fuerza. Hazlo.

Ella le miró. Sus miradas se entrelazaron mientras él gruñía, entonces agarró la


punta entre los dientes y aplicó la dolorosa y extática presión que ella necesitaba.

Dientes blancos y fuertes, caninos curvados a los lados y un brutal gruñido de


lujuria en los labios.

Sus manos le agarraron las piernas por debajo de las rodillas, las levantaron y
obligaron a que pusiera los pies en la parte superior de la mesa. Con los dientes
apretando su pezón y su lengua azotándolo, su mano se movió entre sus muslos

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Lora Leigh

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Castas 32

extendidos. Un segundo después, un largo y agónico sonido de placer escapó de los


labios femeninos.

Dos dedos empujaron dentro de ella, duro, profundo. No hubo preliminares, ni


advertencias, solo la repentina plenitud y una tormenta de sensaciones que la
atravesaron.

Sus caderas se sacudieron, se hundieron sobre los dedos mientras él le succionaba


el pezón en su boca, devorando primero uno, luego el otro. Labios, dientes, lengua,
presión de succión y éxtasis que consumían la mente. Ella no tenía que pensar aquí.
No tenía que considerar qué era, en qué la había convertido.

—Eso es —gruñó él, levantando los labios mientras ella luchaba por montar sus
dedos—. Monta mis dedos, compañera. Mira. —Él se levantó lo suficiente como para
mirar hacia abajo por sus cuerpos, observar sus caderas, ver la penetración de su
cuerpo mientras ella se restregaba contra su palma—. Nena codiciosa. ¿Cuánto
quieres? ¿Cuánto antes de pedirme que me detenga?

¿Pedirle que se detuviera? Ella podía tomar cualquier cosa, todo lo que él quisiera
dar.

—Vete al infierno—gritó, pero no pudo evitar mirar cómo sus caderas se retiraban,
revelando la gruesa capa de espesos jugos que se adherían a sus dedos, antes de que
los volviera a meter, enterrándolos en su interior.

Ella se congeló por solo un segundo. Antes de que pudiera detener el empuje
hacia abajo, él añadió un tercer dedo y lo metió profundamente, en el mismo
momento en que ella estrelló las caderas contra la penetración. Podía sentir sus
músculos apretados alrededor de la invasión, contrayéndose con espasmos
involuntarios.

—¿Suficiente? —Odiaba el desafío en su voz. Lo odiaba—. ¿O más?

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Sus dedos se curvaron, encontraron un lugar tan sensible, tan explosivamente


receptivo, que no pudo contener el clímax que atravesó su organismo. Y no fue
suficiente. Simplemente no fue suficiente. Solo hizo que su cuerpo se pusiera más
caliente, que sus sentidos enloquecieran aún más.

—¡Bastardo! —gritó ella agarrándole los antebrazos y clavándole las uñas.

Segundos después, la carne más gruesa y caliente de su miembro se apretó contra


ella, un fuerte chorro de pre-eyaculación hormonal se disparó en su interior. Su
miembro separó la carne aún muy sensible, todavía tensándose de placer, y
lentamente, oh, Dios, muy lentamente, comenzó a separar sus tejidos internos,
penetrándola, llenándola hasta que estuvo segura de que no podía tomar más,
incluso mientras las eyaculaciones hormonales continuaban.

Arrastrando su mirada de la penetración, ella lo miró. El atisbo de suavidad en su


expresión desapareció; la arrogancia y el desafío volvieron.

—Hazlo —gruñó—. Fóllame y termina con eso. Adelante, coyote bastardo. Haz lo
que quieras.

Lo que quiera. Él la devastó. Estocadas poderosas y profundas la llenaban, se


impulsaban en su interior, la estiraban con un placer tan exquisito que no pudo
evitar abrazarle.

Las estrellas estallaron detrás de sus ojos fuertemente cerrados y sollozó con una
mezcla de éxtasis y miedo. Porque ella sabía que nada, nada, podría volver a ser lo
mismo otra vez.

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Lora Leigh

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Castas 32

Capítulo 2

El sol estaba alto y pintaba el desierto con el calor inminente de un mediodía que
se acercaba rápidamente, no que los penetrantes rayos pudieran abrirse paso hacia el
centro de comunicación de la Oficina Occidental de Asuntos Castas. Desde allí, las
pantallas digitales del desierto y las ciudades circundantes fueron encendidas,
puntos de luz que indicaban que las fuerzas Castas trabajaban en patrones de
búsqueda mientras exploraban la tierra en busca de una pequeña y delicada hembra
Casta.

—¡Encontradla! ¡Ahora! —Jonas Wyatt, director de la Oficina de Asuntos Castas,


gruñó la orden con una voz llena de exigencia. Una demanda respaldada por la
genética de uno de los animales más depredadores del mundo. El león.

El gruñido de rabia que se le escapó hizo que los agentes del Departamento, tanto
humanos como Castas, saltaran y huyeran de la sala de comunicaciones mientras los
técnicos y las operaciones por satélite se ponían a trabajar.

El aire de miedo que colgaba sobre la habitación era sofocante, opresivo.

Cassandra Sinclair, la cara de los Castas, la muy querida, profundamente


venerada y más perseguida de las especies Castas, estaba desaparecida. Su captura
podría causar que una verdadera guerra entre Castas y humanos entrara en
erupción.

La combinación humano-Lobo-Coyote de su genética la hacía única, una


verdadera halfling como la llamaban algunos, pero el hecho de que esas genéticas se

~39~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

crearan fuera de los laboratorios del Consejo de Genética, y la niña naciera


naturalmente, el óvulo de su madre inalterado, la hacía verdaderamente única.

La única Casta que contenía la genética de no solo uno, sino de dos de los
depredadores utilizados para crearlos, esperma Casta Lobo alterado con genética
Coyote y utilizado para fertilizar un óvulo humano inalterado, era algo inaudito. Y a
medida que Cassie maduraba, era obvio que esa genética de alguna manera estaba
mutando, fortaleciéndose de maneras que Jonas no podía entender. De maneras que
él nunca sabría si ella no era encontrada.

La belleza, la inocencia, la compasión y un corazón amable la convirtieron en la


favorita de los Castas y humanos que tuvieron la suerte de conocerla.

Había un aire en torno a Cassie, según había afirmado un periodista después de


entrevistarla, que atraía hacia ella, que lo llenaba de calidez.

Y ahora se había ido.

Jonas salió de la sala de operaciones, el gruñido animal que surgió de sus labios
era aterrador en su furia pura.

Él había ayudado a criar a esa niña. La cuidó. La protegió. Y ahora alguien se


había atrevido a llevársela.

Tenía que ser el Consejo. Esos jodidos científicos y perros de guerra que se unieron
para crear y después torturar a los Castas nunca se detendrían, si él no encontraba
una manera de destruirlos. Y que Dios los ayude si tuvieran a Cassie. No existía un
Casta fuera de esas líneas que no estallara en pura ira animal si la tenían.

Con los puños apretados, se apresuró por los pasillos de la Oficina Occidental de
Asuntos Castas, y en lugar de tomar el ascensor, subió las escaleras de tres en tres.
Corrió hacia su oficina con la intención de llamar a cada equipo, a cada Casta, a cada
mercenario que empleaba la Oficina, para encontrarla.

~40~
Lora Leigh

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Castas 32

Tenían horas. Solo horas para descubrir lo que había sucedido. Callan Lyons, el
Líder de los Felinos, ya estaba preparando a los Castas León de la comunidad de
Santuario para la guerra, tal como se preparaban Haven y Ciudadela, los bastiones
de los Castas Lobo y Coyote respectivamente, mientras sus Alfas se unían a la
búsqueda.

Y sería una guerra.

Quienquiera que se hubiera llevado a Cassie pagaría, porque sin duda, antes de
que pudieran alcanzarla, estaría muerta; eso, o tan dañada, que los mismos actos que
la dañaron enviarían torrentes de furia a través de los Castas.

Eran humanos, pero también eran animales. El mundo no tenía idea de lo que
estaba a punto de desatarse, y por una vez, Jonas no intentaría detenerlo.

Diablos, no, él ayudaría.

—Director Wyatt, su compañera y su hija lo están esperando en sus habitaciones.


Estamos preparados para volar tan pronto como esté listo. —El servicio de seguridad
Casta que lo esperaba cuando entró al pasillo se cerró a su alrededor.

Seis poderosos y salvajes guerreros Casta entrenados durante dos décadas para
nada más que la muerte. Doce más estaban con su compañera y su hija.

—Diez minutos —le espetó al comandante—. Han traído a Rachel y Amber a mi


oficina. Nos iremos desde allí.

Tenía que llevar a su compañera embarazada y a su hija a Santuario antes de


derramar sangre. Era el único lugar seguro. Y si la guerra estallara, ellas, junto con
las otras compañeras y niños de las tres comunidades, volarían a África y se
ocultarían en el Congo con el Casta conocido como el Leo. Era el refugio final cuando
el mundo se volviera contra ellos.

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Lora Leigh

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Castas 32

—Retrasa esa orden. —La ronca pronunciación escocesa de esa voz hizo que Jonas
y su servicio se giraran rápidamente para hacer frente al Casta que se movía
relajadamente por el pasillo a pesar de las armas apuntadas hacia él.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Styx? —gruñó Jonas, mirando al gigante
pelirrojo mientras pasaba rozando a los otros Castas—. Vuelve con tu compañera.

—Querrás esperar unos minutos más —le informó el Lobo—. Al menos hasta que
tú y yo hablemos un minuto.

Él era uno de los pocos Castas con los que Jonas no tenía que bajar la cabeza para
encontrar su mirada. Estaban de pie cara a cara, y algo en los ojos del otro Casta lo
advirtió que ésta no era una reunión ordinaria.

—Retrasa la orden. —Jonas miró al Coyote, el comandante del equipo, el tiempo


suficiente para recibir su asentimiento en respuesta.

—Será mejor que valga la pena—informó Jonas a Styx mientras golpeaba su palma
contra el escáner de seguridad junto a la puerta—. Poner en peligro a mi familia no es
algo que tome a la ligera.

Entró en la oficina, esperó a que Styx se uniera a él, y cerró de un golpe la puerta.

Y se congeló.

La frágil figura que se levantó de la silla de oficina de cuero frente a su escritorio


fue una sorpresa. Esbelta, apenas un metro cincuenta hasta que se ponía esos tacones
altos que ella prefería. Largos y sedosos rizos que se extendían alrededor de su
delicado rostro y caían por la espalda hasta sus caderas. Falda negra de tubo,
camisola y chaleco sin mangas combinados con zapatos de tacón negros.

Él casi se quedó sin aliento de puro y abrumador alivio.

—Dios. Cassie. —Las palabras fueron una oración de acción de gracias mientras
corría hacia ella.

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Lora Leigh

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Castas 32

Solo para detenerse a un metro de distancia, los brazos que había levantado para
abrazarla cayeron a sus costados mientras el aroma que la rodeaba golpeaba sus
sentidos. Al igual que el rastro de lágrimas en el rostro de Cassie. Él la miró
confundido. Debería haber olido su presencia mucho antes de llegar a la oficina,
especialmente teniendo en cuenta la potencia del aroma de acoplamiento que ella
llevaba. Sin embargo, era como si ella hubiera logrado hacerlo retroceder, contenerlo
a unos pocos metros de ella. Alguien no Casta tenía el poder de hacerlo,
especialmente en lo que se refería a la fortaleza de sus sentidos.

—¿Cassie...? —Apenas podía respirar mientras ella levantaba la barbilla y esos


escalofriantes ojos azules brillaban de dolor y furia—. ¿Quién?

Ella inhaló profundamente.

—¿Está a salvo mi hermana?

En su vida, él podía contar con una mano las veces en que estuvo realmente
conmocionado. Ésta eclipsaba a todas las demás.

—Kenzi está a salvo. —Él asintió, más desequilibrado de lo que quería


reconocer—. Está con Rhyzan. —Su subdirector de Asuntos Castas tenía a la otra
mujer en un lugar seguro hasta que pudiera ser transportada por aire a Santuario con
el resto de las hembras y compañeras.

Cassie asintió con la cabeza y se alejó de él, cruzando los brazos a la altura de sus
pechos defensivamente. Como si pudiera esconder o ignorar el aroma que la
rodeaba.

Un aroma de acoplamiento.

—Has estado desaparecida durante más de cuatro horas...

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Lora Leigh

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Castas 32

—Sabía exactamente dónde estaba. —Sonaba tan perdida como parecía mientras
ponía más distancia entre ellos—. Estaba haciendo un intercambio, podrías decir. —
La amargura llenaba su voz.

Él dio un paso hacia ella, solo para detenerse cuando Cassie levantó la mano en un
gesto que le decía que permaneciera donde estaba.

Se detuvo, pero solo porque esa mano delicada lo mantuvo quieto mientras la
miraba. Estaba temblando. Nunca había visto temblar las manos de Cassie. Ni por
nervios, debilidad o cualquier otra razón.

—¿Ya han llegado mis padres?—El rastro de lágrimas en su voz lo enfureció.

—Están ayudando a coordinar tu búsqueda...

—Suspende la búsqueda. —Su cabeza se levantó, y por un segundo, sus labios


temblaron y las lágrimas cubrieron sus ojos—. Diles a mis padres que estoy a salvo...

—Ah, sí, Cassie, eso va a funcionar. —Encontrar su equilibrio una vez más no fue
fácil—. Tu padre tirará mi puerta unos treinta minutos después de que se suspenda
la orden. Él, Callan, Wolfe, Del Rey y todos los jodidos líderes alfa que andan por el
desierto en tu búsqueda.

El líder de los Castas Lobo, Wolfe Gunnar, así como el Coyote Coy, Del Rey
Delgado, estaban desplegando toda su considerable fuerza para aliarse con el líder
de los Castas León, Callan Lyons, para encontrarla.

Jonas no podía tocarla, pero nada quería más que estrecharla en sus brazos,
asegurarse de que Cassie estaba allí y tratar de aliviar el dolor que podía sentir
saliendo de ella.

—¿Fuiste violada, maldita sea? —gruñó finalmente—. ¿Tu maldito compañero te


violó?

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Lora Leigh

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Su respiración se atascó, sus dedos se sacudieron para cubrir sus labios mientras
luchaba por el control y negaba con la cabeza rápidamente.

—No. —La palabra salió estrangulada y desgarrada, pero él no sintió una mentira.

Podía oler su dolor, su confusión y el Calor de Acoplamiento. Pero ni de coña


podía creer el olor masculino que difundía el acoplamiento.

—No supe nada de Kenzi a tiempo, no hasta su secuestro. —Su voz tembló—. No
hasta que fue demasiado tarde. —Ella negó con la cabeza y le dio la espalda,
encogiéndose de hombros como para evitar un golpe—. No había tiempo para
contactar contigo. Pero sabía que él estaría en su lugar; después de todo, ¿no es
siempre el primero al que llama el Consejo? —Estaba luchando contra los sollozos
que podía sentir crecer en ella—. Me puse en contacto con él para asegurarme de que
ella estaba a salvo si él estaba en la zona. —Cassie se giró hacia Jonas lentamente y
otra lágrima cayó antes de que volviera a contenerlas—. Estuve de acuerdo con el
precio. Simplemente no esperaba el resultado.

Había canjeado su cuerpo por la seguridad de su hermana. Ella había negociado


con su compañero.

—¿Dónde está? —Porque Jonas sabía que lo mataría.

Dios, ni siquiera podía matar al bastardo hijo de puta. No podía matarlo, porque
sin importar lo que estuviera en juego, sin importar la furia que se propagaría a
través de la comunidad Casta si supieran la verdad de quién la había acoplado, él
todavía era su compañero.

Nadie podría tocarlo.

—¿Puedes creer que fue un Coyote? —La incredulidad llenó su voz, su expresión,
mientras la culpa despellejaba a Jonas.

—Cassie... —Él lo creía. Lo odiaba, pero lo creía.

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Lora Leigh

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—Lo sabías. —Exhaló las palabras, el sonido era desgarrado, lleno de dolor y
traición.

—Sospechaba que tu compañero era un Coyote. —Sacudió la cabeza


cansinamente—. Sin embargo, Cassie, no tenía ni idea de quién era. Si lo hubiera
hecho, habría encontrado la manera...

Una amarga burla llenó su rostro.

—¿Habrías encontrado una manera de qué? ¿Arreglarlo? ¿Manipularlo?

—De matarlo primero —gruñó—. Compañero o no, no hubiera permitido que esto
te sucediera.

No era la primera vez que quería matar a un compañero, y sabía que


probablemente no sería la última. El Calor de Acoplamiento era un infierno para una
mujer en algunas circunstancias, más para unas que para otras.

Cassie parpadeó para contener las lágrimas y él juró que podía sentir que ella
liberaba esa increíble reserva de fuerza que Jonas siempre supo que poseía.

Esa columna vertebral de acero encajó en su lugar, su mentón obstinado se


levantó, y vio a la mujer en la que se había convertido enderezar los hombros y
enfrentarlo con mucho más control del que él tenía en este momento.

—Styx voló de Santuario ayer. Él puede ayudarme por un día más o menos. —Ella
ignoró por completo su declaración—. Estarás bastante ocupado con otras cosas, y
necesito un amigo...

—Necesitas a tu compañero —gruñó Styx, pero no había calor en sus palabras.

Una sonrisa amarga retorció sus pálidos labios mientras su mirada volvía a Jonas.

—Y eso que es conocido por ser agradable y fácil de entender. Tendré que
consultar con Storme y ver si ella le cortó de nuevo el suministro de chocolate.

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Styx se limitó a gruñir ante el comentario.

—Si quieres evitar al Casta que te ha acoplado, envía a Styx a casa —le aconsejó
Jonas—. Tu pareja no permitirá esto y lo sabes. Tu nombre estaba relacionado con
Styx románticamente antes de emparejarse con Storme. El hecho de que su
compañera confíe en él no significa que el tuyo lo hará.

La furia pura brilló en sus ojos, iluminándolos, haciéndolos más misteriosos que
antes.

—Coyote Bastardo —enunció con un tono afilado como una daga—. Tendrá suerte
si no lo castro yo misma.

—Cassie...

—Él sabía que éramos compañeros —gritó de repente, la ira estalló con tal furia
que Jonas sintió la necesidad de dar un paso atrás—. Él lo sabía, y me dejó hacer ese
maldito trato de todos modos. Todos estos años no había hecho nada más que
manipularme cuando debería habérmelo dicho.

Su furia era abrumadora, azotando la habitación, su aroma, su puro poder como


una invisible ola de calor.

Lo que ella dijo simplemente no era posible. Incluso Jonas no lo sabía, y él había
pasado su ADN a través de cada muestra que tenían, buscando una pareja. Incluso lo
había pasado a través de esa base de datos de ADN Coyote y había resultado
negativo.

—Él lo sabía. —Estaba tan tensa, tan decidida a controlar esa furia, que su cuerpo
estaba tan tenso como un arco—. Lo sabía antes de tocarme. Antes de...

Antes de que la acoplara.

—Cassie. Cariño... —susurró Jonas, dolorido por la necesidad de abrazarla como


siempre había hecho cuando ella había venido a él, cuando estaba sufriendo.

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Pero el olor de ese acoplamiento era uno de los más fuertes que olía desde que
había aprendido lo que significaba el aroma. Eso significaba que cualquier toque,
masculino o femenino, sería doloroso, demasiado doloroso para que lo intentara.

Ella se frotó los brazos desnudos, respirando con dificultad mientras se lamía los
labios y miraba hacia Styx.

—Cancelad la búsqueda. Dile a mamá y papá que se concentren en Kenzi...

Jonas se rió de eso, sorprendido de que incluso lo sugiriera.

—Tienes más sentido común que eso, Cassie. No sucederá. Acaban de enterarse de
su existencia, pero sigues siendo su hija. —Apoyó las manos en las caderas, y por
mucho que lo odiara, hizo retroceder su afecto por ella, su arrepentimiento por su
posición e inyectó la cantidad justa de censura en su tono—. Levanta la cabeza,
maldita sea. Te entrené mucho mejor que esto y me condenaré si te dejo convertirte
en una de esas pequeñas y afligidas mujeres ¡pobre de mí!

No es que ella no tuviese una buena razón para dejar que su infortunio interior
fuera el de una damisela pobre de mí; él simplemente se negaba a permitir que se
hundiera a ese nivel.

—A diferencia de otros, no eres mi jefe.

—Pruébame. —Hubo un gruñido decidido, una advertencia lo suficientemente


profunda como para callarla, y funcionó. Gracias a Dios—. Obviamente creaste esta
situación por lo que acabas de decir. No podría haberte manipulado si no estuvieras
asociándote con él de alguna manera, y antes de ver un jodido baño de sangre entre
Lobos y Coyotes, te encerraré. Ahora, ponte las malditas braguitas de las chicas
grandes y trata de actuar como la joven inteligente y capaz que te he entrenado para
que fueras en lugar de una maldita mocosa mimada. Y piensa en esto. —Hizo una
pausa el tiempo suficiente para asegurarse de que tuviera su atención—. Si tu padre
sospecha, incluso tiene un momento de sospecha, que no se trata de un acoplamiento

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voluntario, entonces los Castas se enfrentarán con los Castas en lugar de con los
humanos. ¿Es eso lo que quieres?

Esos labios pálidos temblaron de nuevo, y Jonas tenía que calmarlos.


Tranquilizarlos o matar él mismo a ese maldito Coyote.

—¿Es lo que quieres?—gritó, dando dos rápidos pasos y bajando la cabeza hasta
que estuvieron casi nariz con nariz, hasta que el olor de su Calor abofeteó sus
sentidos con la exigencia de que se retirara.

—¡No! —Le gritó a su vez a él—. Es por eso que vine a ti, tú dominante y engreído
León. Totalmente seguro que no era por tu comprensión.

Enderezándose, asintió, dio un paso atrás y dejó que su expresión se suavizara


ligeramente.

—Pero lo entiendo —dijo, con un tono amable—. Más de lo que sabes. Pero tú
supiste en el momento en que la hormona golpeó tu sistema lo que tenías que hacer.
Ahora, por Dios, hazlo.

Ella no habló, pero no tuvo que hacerlo. La había conocido lo suficiente, la conocía
bastante bien y sentía las cosas lo suficientemente profundo como para saber que ella
sabía exactamente lo que tenía que hacer.

La pregunta era, ¿podría hacerlo realmente?

Su titubeante asentimiento fue la única respuesta que necesitaba.

—¿Styx? —Él habló con el Casta que los miraba.

—¿Sí? —Eso era definitivamente una pizca de diversión en el tono del Lobo.

—Toma a Loki y otros tres de mi equipo. —Mantuvo su mirada fija en Cassie


mientras un atisbo de miedo brillaba en los ojos de ella, y luego se ocultaba una vez
más—. Encontrad a Dog.

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Capítulo 3

No era de los que dudaban cuando sabía que había que hacer algo. En el momento
en que había interceptado la transmisión de que el Consejo tenía una hermana de
Cassandra Sinclair, sabía que tendría que ir tras ella. Fue simplemente un golpe de
suerte lo que le puso en el lugar correcto en el momento indicado.

Pero el que llegara el mensaje de Cassie había sido lo sorprendente, y como en el


pasado, lo había agregado a su pequeño juego. Entonces, en un capricho de último
momento, había elevado las apuestas. Solo para ver si ella estaría de acuerdo.

El hecho de que ella hubiera aceptado reunirse, darle su cuerpo por una sola
noche, había presentado un desafío que no pudo resistir. Era casi un reto, y él le
había advertido una vez que no le desafiara.

Su compañera.

Sabía desde hacía años que era su compañera, así como sabía que ella lucharía
contra él. El conocimiento de ese enfrentamiento lo había detenido. Se había
concentrado en otros asuntos, en la libertad de los Castas y sus engaños contra el
Consejo de Genética. Hasta anoche.

Había perdido la cabeza, y ahora no había salvación.

Hijo de puta.

Pasándose los dedos por el pelo, se llevó la botella de whisky a los labios y dio un
largo trago. No es que pudiera emborracharse con la maldita mierda matarratas que

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Lora Leigh

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había comprado en el hotel. La quemadura ni siquiera era suficiente para sacar su


mente del infierno que había creado para sí mismo.

Había dado por hecho que si obedecía las locas condiciones de ella todavía podría
tenerla sin las consecuencias que acarreaba acoplarse con su compañera. Al no
compartir la hormona que había llenado las glándulas debajo de su lengua,
seguramente ella escaparía relativamente ilesa y él todavía podría tocarla, follarla.

Oh, qué equivocado había estado.

Había evitado esto durante seis años. Desde aquellos momentos robados en el
patio interior de Seth Lawrence cuando se había dado cuenta de lo que era para él,
había intentado evitarlo.

¿O no? No había estado pensando claramente durante semanas, desde que captó
el más leve aroma de otro Casta aferrándose a ella. Tan débil al principio, que no
había estado seguro de que estuviera allí. Había tenido que acercarse, rozarla, y su
cabeza casi había estallado de ira.

—Jonas se está poniendo irritable. —Mongrel entró en la habitación, teniendo


cuidado de mantenerse alejado cuando hizo el anuncio—. Loki dijo que el Director
está en esa etapa de todo-o-nada.

Dog solo gruñó. Jonas vivía en una etapa de todo-o-nada. Era parte de su genética.

—Él dice que el Lobo Styx está en la oficina del director con ella. Sin embargo,
nadie sabe qué diablos está pasando —agregó Mongrel.

El labio de Dog se alzó en un gruñido silencioso mientras luchaba contra su furia.

Styx Mackenzie. Ese puto Casta Lobo casi había conseguido una bala más de una
vez por su intimidad con Cassie. Si él no se hubiera acoplado cuando lo hizo,
entonces probablemente estaría muerto.

Levantó la botella y volvió a beber otro largo trago.

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Lora Leigh

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Iba a tener que conseguir una bebida mejor si quería emborracharse. Demonios,
podría tener una buena borrachera ahora mismo.

—El informe es que el heli-jet de Vanderale salió de Johannesburgo hace menos de


una hora. Dane está volando. Las cosas se están preparando para irse al infierno,
Dog. —Había un borde de preocupación en la voz de su amigo.

Las cosas ya se habían ido al infierno.

Dane Vanderale, un Casta híbrido, hijo del Leo, y un manipulador hijo de puta
diferente a cualquiera que Dog hubiera conocido alguna vez, seguro iba a meter su
maldita nariz en la situación.

Pasando sus dedos inquietos por su cabello, Dog colocó la botella cuidadosamente
sobre la mesa y se giró para mirar al otro Casta.

—Inicia evacuación inmediata —le ordenó con decisión, sabiendo lo que tenía que
hacer—. Saca a nuestra gente, haz que se reúnan en la casa. Necesitaré a todos en su
sitio.

Años de planificación, manipulación y cuidadosos cálculos llegaban a su fin. El


final por el que había estado trabajando estaba a la vista, y ahora estaba en peligro
por un acoplamiento que había esperado retrasar.

—Ya está hecho. Envié la llamada yo mismo. Todos están moviéndose—le aseguró
Mongrel—. El olor de acoplamiento es condenadamente fuerte. No importa a dónde
vayas, no podrás ocultarlo.

A veces podía estar cubierto, incluso oculto por cortos períodos de tiempo, con los
tratamientos hormonales correctos. Pero para algunos, no había forma de ocultarlo.
Había esperado demasiado tiempo, la hormona solo se había fortalecido en su
organismo a lo largo de los años, y ahora estaba rugiendo a través de él.

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Lora Leigh

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Mierda. Dane se lo había advertido. Ahora iba a tener que escuchar el “te lo dije”
del bastardo. Eso nunca era agradable. Demonios. Debería haberla retenido.

Ahora iba a tener que encontrar una manera de meterse en la oficina de Jonas, y en
la cama de su compañera. Porque incluso si el Calor no la estaba quemando viva aún,
por Dios, estaba malditamente seguro que ardía a través de él como un reguero de
pólvora.

—Esto se convertirá en un gran problema —le advirtió Mongrel mientras sacaba


un delgado puro del bolsillo de su camisa, lo encendía y se dirigía hacia la puerta—.
Si no tienes cuidado, las cosas se irán al infierno.

Maldita sea, ¿no había sucedido eso ya? Al menos, de acuerdo con su compañera
enfurecida.

—Nah, va a ser cada vez más interesante. —Él sonrió, una tensa y dura curva de
diversión burlona—. Eso es todo, hermano. Solo se va poner más interesante.

La mirada dudosa de Mongrel era casi divertida.

—Me asustas, Dog. Vaya si no me asustas.

Pero eso estaba bien; siempre y cuando no se estuviera asustando a sí mismo, lo


estaba haciendo bien. Entonces, ¿estaba asustado todavía?

Jonas le estaba esperando. Empujando para abrir lo que parecía ser una sección de
la pared una hora más tarde, Dog entró en la oficina del otro Casta mientras Mongrel
se colocaba detrás de él.

Mongrel2. Ese nombre tenía el poder de irritarlo a veces, tal como lo hacía el
nombre de su otro compañero, Mutt3. El suyo propio, había aprendido a convivir con

2 Mestizo

3 Chucho

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Lora Leigh

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él. ¿Qué podían esperar cuando eran conocidos por seguir al Consejo de Genética en
lugar de luchar por la libertad de los Castas?

Pero, por primera vez en toda su vida adulta, Dog admitió que lamentaba no
haberle dado a Cassie ninguna razón para sospechar que no estaba bajo el control del
Consejo.

—Podrías haberme advertido, Dog. —La amenazante frustración en el rostro de


Jonas no era exactamente una bienvenida cuando él entró en la habitación. Parecía
más como pura indignación.

Él arqueó una ceja de manera inquisitiva.

—Supuse que estarías esperándome.

Sí, eso era una acción deliberada para distraer la atención si alguna vez hubo una.
Sin embargo, la mirada en el rostro de Jonas le aseguró que no iba a funcionar. No es
que Dog lo hubiera esperado.

—¿Dónde está mi compañera? —Miró alrededor de la habitación. Podía oler su


aroma, dulce, picante. Una mezcla intrigante que lo puso más duro de lo que estaba
antes de entrar en la habitación.

La mirada que Jonas le disparó estaba plagada de frustración, y tal vez incluso de
enfado. Con este hombre, no siempre era fácil estar seguro de cuál era cuál, pero Dog
nunca había dejado que la mirada lo molestara tampoco.

—Está con su madre y varios de nuestros especialistas. Ya conoces el trato. Se le


tiene que preparar un tratamiento hormonal. —Jonas se movió detrás de su escritorio
y se sentó, mirando a Dog con ojos del color del mercurio líquido que eran casi tan
espeluznantes como los ojos azules de Cassie.

De acuerdo, tratamientos hormonales. Él no iba a oponerse a eso. No eran una


cura, ni siquiera un tratamiento que le permitiera negarlo. Simplemente le haría más

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Lora Leigh

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fácil soportar los efectos del Calor de Acoplamiento. No sería tan malo si pudieran
encontrar una droga similar para los hombres.

Eso era, si funcionaba para ella. Se rumoreaba que los Coyotes no respondían tan
bien a los tratamientos hormonales.

—¿Sinclair está aquí, entonces? —Sí, también había esperado eso, y esa reunión él
podría no estar deseándola.

Dash Sinclair era un Alfa increíblemente poderoso. Si dejaba que se supiera que
quería ocuparse de Dog, entonces la supervivencia podría ser dudosa.

Jonas se echó hacia atrás, con los brazos cómodamente apoyados en los
apoyabrazos del sillón del escritorio, y se limitó a mirar a Dog silenciosamente
durante largos segundos.

Esto podría convertirse en un problema. Si él lo dejaba.

—Si Sinclair intenta llevársela, la encontraré—le dijo a Jonas, asegurándose de que


Jonas supiera que hablaba en serio—. La encontraré, y ella desaparecerá. No es lo que
quiero hacer. No es una elección que me gustaría hacer. Pero lo haré.

La propia Cassie probablemente lo mataría. Hijo de puta, debería haber


mantenido el juego solo con los mensajes...

¡Y una mierda! Nada, ni una maldita cosa en su vida, había sido tan bueno como
estar enterrado en su compañera.

—Esto es un desastre total—murmuró Jonas, inclinándose hacia adelante y


colocando los brazos sobre su escritorio—. ¿Por qué no me dijiste que eras su
compañero?

—No es asunto tuyo. —Tampoco iba a ser interrogado por este Casta—. Ahora,
llévame a la habitación de mi compañera o prepárala para irse conmigo. Una cosa u
otra...

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—Te haré la misma pregunta que le hice a tu compañera. —Jonas ignoró la


demanda—. ¿Quieres ver una guerra entre Castas? ¿O correr el riesgo de que Cassie
pierda a su compañero debido a su propia tontería? —La voz del director se hizo más
profunda, la innata autoridad en el estruendo animal fue un desafío para la bestia de
la que Dog fue creado—. Tampoco yo estoy dispuesto a arriesgar, Dog, pero eso es lo
que sucederá si Sinclair cree, incluso por un instante, que Cassie no es una
compañera dispuesta.

Dog avanzó sobre el escritorio, se inclinó hacia adelante hasta que sus palmas
quedaron planas sobre la madera y miró a Jonas a los ojos.

—Prepara a mi compañera para que se vaya o muéstrame su habitación. Tu


elección. No estoy de humor para jugar con su padre o contigo. Mi compañera. Mi
elección. —El Director debería saber que no se debía desafiar a un Casta macho alfa
cuando se trataba de una compañera.

Segurísimo que tenía mejor criterio que desafiar a Dog en tal situación. No había
sobrevivido en medio del hedor del Consejo y su maldad sin aprender a controlar el
curso de cualquier desafío a sus decisiones o sus acciones.

Jonas simplemente lo miró silenciosamente durante largos momentos.

—Jonas... —comenzó a advertir.

—Cassie está dispuesta a llegar a un compromiso. —El Director lo sorprendió con


esa información—. Te aceptará públicamente como su compañero. Se guardará los
verdaderos detalles sobre cómo negociaste con ella una noche de sexo para salvarle
la vida a su hermana, y se ocupará de ti en privado. —¿Fue algo de satisfacción lo
que escuchó en la voz de Jonas?—. A cambio, no te enfadarás con sus padres o sus
amigos durante este tiempo. Jugarás al compañero considerado y afectuoso en todo,
siempre que haya otros alrededor. —Jonas se inclinó hacia adelante—. Y por Dios,
serás un compañero considerado cuando estés en privado o te las verás conmigo.

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Esos ojos de mercurio líquido brillaron, el color derramándose en los blancos


mientras las garras emergían lentamente de las puntas de los dedos de Jonas. Un
fenómeno que Dog había visto solo en raras ocasiones. El control de Jonas
usualmente era mucho mejor que esto.

—Me haces desear tener planes para hacer lo contrario, Director. —Él sonrió—.
Por la simple alegría que encontraría al aceptar ese pequeño reto que acabas de
lanzar. —Se apartó, queriendo reírse.

Demonios, era un puto Coyote. ¿Qué hizo que Jonas pensara que podía
intimidarlo tan fácilmente?

—Has sido un gran aliado a lo largo de los años. —Jonas suspiró—. Pero mucha
gente cree que eres del Consejo primero...

—Mi compañera es lo primero. —El Consejo nunca había sido lo primero. La


apariencia de ello había sido necesaria, pero ya no era una opción—. Por encima de
todo, no lo dudes nunca, Jonas, mi compañera es lo primero.

—¿Y la operación que has estado realizando? —preguntó Jonas cuando Dog se
apartó de él—. ¿Qué hay de tu gente, Dog? ¿La información que has estado
trabajando para conseguir?

—La orden de evacuación salió —le informó Dog—. Desde el momento en que
reclamé a mi compañera, no tuve más remedio que cambiar la agenda. Sin embargo,
llevará algunos días conseguir los equipos en el lugar. Hasta entonces, en lo que a ti,
Sinclair o cualquier otra persona respecta, soy del Consejo. ¿Me entiendes?

El hecho de que Jonas no pensó mucho en la información era evidente.

—No podrías hacer nada fácil, ¿verdad? —gruñó Jonas—. Debería haber esperado
esto. Hijo de puta si yo no debería haberlo esperado.

Ante eso, Dog se encogió de hombros mientras le lanzaba una sonrisa dura.

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—A toro pasado, amigo mío —dijo burlonamente—. A toro pasado. Ahora, mi


compañera, si no te importa.

No es que le importara demasiado que a Jonas le importara. Demonios, en este


punto no le importaba si a su compañera le importaba.

Todo lo que le importaba era encontrarla y aliviar el hambre que le atravesaba el


cuerpo. Un hambre que sabía que su compañera compartiría.

* *

Iba a vomitar.

Cassie podía sentir las náuseas aumentando. De nuevo. Ya había vomitado dos
veces durante el examen que se vio obligada a soportar por la especialista en Castas
Lobo, la doctora Nikki Armani, y la especialista en Coyotes, Katya Sobolova.

Parecía que el examen nunca terminaba. Muestras vaginales, análisis de sangre,


saliva y transpiración. Las especialistas fueron tan minuciosas y decididas que la
hicieron gritar más de una vez. Había vomitado dos veces, y aunque el tacto de la
doctora fue incómodo, no fue horrendo. Fue simplemente nauseabundo.

Durante más de cuatro horas, ella lo soportó antes de levantar la mano cuando
volvían sobre ella.

—Suficiente. —Ella realmente no quería vomitar de nuevo.

Las doctoras Armani y Sobolova compartieron una mirada preocupada antes de


volverse hacia ella.

—No discutáis conmigo —espetó—. ¡Ya estoy harta! Me voy a duchar, vestirme y
vuelvo a mi habitación.

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—Cuantas más muestras podamos obtener antes de que llegue tu compañero,


mejor —afirmó Sobolova—. No es conocido por su cooperación, Cassie. Y esos
machos pueden ser territoriales...

—Entonces él puede ser territorial por sí mismo. —Ella levantó su hombro con
despreocupación mientras se bajaba de la mesa, consciente del silencio de su madre
mientras estaba de pie al lado de la cama de examen—. Ahora dejadme en paz.

—Elizabeth. —Armani se volvió hacia su madre casi suplicante—. Habla con ella.

Recogiendo su ropa, Cassie se preguntó si esta sería la única vez que su madre se
puso de su lado.

—Cassie ha tomado su decisión —dijo su madre aunque su expresión era de


preocupación—. Tenéis todo lo que vais a obtener en este momento. Además, de
acuerdo con su padre —tocó el dispositivo de comunicación en su oreja—, llegó su
compañero. Tan pronto como Cassie sea llevada a su suite, estará aquí para su propio
examen.

Cassie se tensó. ¿Su examen? ¿Le tocarían? ¿Lo verían desnudo y excitado? Algo
salvaje se elevó dentro de ella.

Antes de que pudiera detener el sonido, un gruñido bajo salió de su garganta


mientras su mirada se deslizaba hacia Armani y Sobolova.

—Cassie. —Elizabeth Sinclair se interpuso entre ella y las doctoras—. A los


hombres no les hacen un examen físico. No permitirán el contacto de una mujer tan
temprano en el acoplamiento, te lo prometo.

Por supuesto que no. Cassie lo sabía.

Dios, ¿qué le pasaba? No era como si ella le quisiera, ¿verdad?

—No me siento bien, mamá —dijo débilmente, empujando a su madre y


dirigiéndose a las duchas—. Lo siento. —Odiaba esto. La excitación la desgarraba,

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Lora Leigh

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volviéndola hipersensible. Odiaba lo que le estaba haciendo esta mierda de


acoplamiento. Todas las emociones oscuras y furiosas que había mantenido
enterradas tan profundamente en su interior estaban empujando el escudo que
siempre había mantenido en el lugar, aprisionándolas.

Esas emociones la aterrorizaban. Las había mantenido encerradas en su interior


por tanto tiempo que temía lo que pasaría si de repente se liberaban. Y lo que estaba
experimentando ahora era tentarlas de maneras que ella no podía soportar.

Cuando salió de la ducha quince minutos después y se secó y vistió


apresuradamente, un golpe en la puerta le aseguró que su madre había esperado lo
suficiente como para hablar con ella.

La mujer que arriesgó su propia vida, innumerables veces, para salvarla. La madre
que luchó por ella y casi muere por ella. Y creía en la bondad que Cassie mostraba al
mundo. Ella nunca, nunca quiso que su madre supiera lo que escondía dentro. No
quería ver nunca el asco y la desilusión que estaba segura de que su madre sentiría si
siquiera sospechaba el animal que Cassie tenía contenido.

—¿Cassie?— La puerta se abrió cuando terminó de vestirse. Los pantalones de


seda negra y la camisola T-back4 que hacía juego le daban una pequeña sensación de
confianza. Deslizando sus pies en los zapatos de tacón de diez centímetros, se
encontró con la mirada de su madre mientras Elizabeth empujaba para abrir la
puerta.

—Bueno, eso no fue divertido. —Soltó una pequeña e incómoda risa cuando su
madre entró y cerró la puerta detrás de ella—. No es de extrañar que todos lo eviten
tanto como sea posible.

Su madre la observó atentamente.

~60~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

—Por lo general es bastante doloroso en realidad. El primer año que tu padre y yo


estuvimos acoplados, a veces parecía como si cuchillos me estuvieran perforando la
piel.

Podía escuchar la pregunta en la declaración de su madre. ¿Por qué el efecto no


fue tan extremo con su hija también?

—Pregunta a las doctoras Frankenstein —dijo ella con un resoplido mientras se


quitaba los palillos de ébano que usaba para apartar su pelo del camino del agua.

Su madre simplemente se quedó quieta y en silencio, mirándola.

Dios, su madre no parecía mayor que cuando Cassie tenía nueve años. En quince
años, no parecía haber envejecido un año. Su piel todavía estaba inmaculada, a sus
ojos azules agudos no se les escapaba nada. El cabello castaño oscuro le caía justo por
debajo de los hombros, y todavía estaba delgada, con una ligera constitución atlética.

Su madre se entrenaba a menudo con su padre, creyendo que si llegara el peligro,


debería pelear al lado de su compañero, no esperar a que él la protegiera. Y muchas
veces ella había tenido que hacer precisamente eso. Luchar a su lado para ayudar a
proteger a su familia.

—Cassie. —Había un poco de reprimenda en la voz de su madre—. Háblame.

Cassie negó con la cabeza, la frustración e incluso el miedo crecieron dentro de


ella.

—¿Qué quieres que diga? —Exigió, más agitada ahora de lo que había estado
durante el examen—. Dijiste que mi compañero estaba aquí. Necesito verle.

Se sonrojó. Era una mentira, pero no lo era. Su cuerpo estaba muriendo por él.
Solo saber que él estaba en el edificio era suficiente para aumentar la excitación.

—Quiero que me asegures que esto es voluntario —dijo su madre en voz baja. —
Tu padre y yo necesitamos saber que esto es lo que quieres.

~61~
Lora Leigh

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¿Lo que ella quería?

¿Estaba loca su madre? ¿De alguna manera ella y su padre se habían vuelto seniles
y ella no lo había visto, sospechado? ¿Y pensaba que la conocían tan bien?

—¿Tan voluntario como cualquier otro acoplamiento? —preguntó con


incredulidad—. Me acosté con él de buena gana. No sospeché que era mi compañero
antes de que él me tocara. ¿Qué más puedo decir?

¿Que él lo sabía?

¿Que el bastardo mentiroso sabía que eran compañeros y en vez de advertirle la


había dejado entrar en su propia destrucción?

Su madre la estaba observando demasiado atentamente, demasiado


compasivamente.

—¿Sabes quién es él? —preguntó mucho después—. Cassie, ¿sabes quién es tu


compañero?

No iba a llorar. Ella no dejaría que sus labios temblaran, sus lágrimas cayeran. No
se rendiría a la traición que sentía, sin importar lo mucho que quisiera.

—Sé lo que los otros creen que es —dijo finalmente, usando la línea que Jonas le
había dado—. Así como sé que no es lo que otros creen. Él es mi compañero.

Tenía que mirar fijamente a los ojos de su madre y decir esas palabras. Tenía que
mentirle a su madre. No era la primera vez que lo hacía, pero era la mentira más
grande que le había contado y Cassie lo odiaba.

Gracias a Dios que no fue su padre quien le preguntó. Él podía oler una mentira.
No sabía si tenía suficiente autocontrol para mentirle y evitar que ese olor emanara
de ella. Incluso en el mejor de los casos, esa habilidad era dudosa.

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Lora Leigh

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Castas 32

—Muy bien. —Su madre asintió—. Dejaré que tu padre lo sepa. Pero sabes que él
querrá veros pronto, ¿verdad? Tanto a ti como a tu compañero.

Levantó la barbilla.

—Tiene un nombre.

Miró a su madre con actitud desafiante, y ni siquiera podía decir por qué, porque
odiaba al cabrón de mierda.

La compasión suavizó la cara de su madre.

—Él querrá hablar contigo y con Dog pronto, entonces —dijo suavemente, casi
rompiendo la decidida fachada de Cassie—. Sabes, Cassie, tu padre y yo haríamos lo
que fuera necesario para garantizar tu felicidad. Solo tienes que pedirlo.

¿Y qué podrían hacer?

¿Matar a su compañero? Los Castas tenían solo un compañero. ¿Soportar esta


excitación, sin interrupción, por el resto de su vida? De la forma en que estaba
aumentando ahora, no podía imaginar tal cosa. Ella nunca sobreviviría.

Por mucho que odiara al Coyote, estaba atrapada con él por el momento.
Posiblemente de por vida.

Sin enamorarse. Sin un felices para siempre. Sin un compañero del que al menos
sabía algo bueno. No, su compañero era un Coyote. Un Coyote del Consejo además.

—Entré en esto de buena gana —susurró finalmente, esperando, rezando, para


que su madre la creyera—. Por favor, no dejes que papá piense lo contrario, mamá.
Él no es lo que otros creen que es.

La había ayudado cada vez que necesitaba. Había salvado a Kenzi, y al hacerlo,
salvó la cordura de Cassie.

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Lora Leigh

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—¿Ya has visto a Kenzi? —le preguntó a su madre, con la esperanza de cambiar
de tema cuando salieron del baño.

—Se niega a vernos. —La tensión en la voz de su madre se podía escuchar ahora—
. Dejé a tu padre para hablar con Rhyzan. Parece que hay un problema entre él y
Kenzi.

Rhyzan Brannigan era el Coyote que Jonas había elegido como subdirector de la
Oficina Federal de Asuntos Castas. Un Casta excepcionalmente imponente y frío.

—Él podría ser un problema —admitió Cassie—. Por alguna razón a Rhyzan no le
gusto mucho. Eso podría afectar la forma en que trata a Kenzi.

No tenía ni idea de por qué Rhyzan era hostil con ella, pero desde el momento en
que se conocieron, ella lo había percibido, a pesar de sus intentos posteriores de
seducirla.

—Nunca me lo dijiste. —Una vez más, una declaración con una pregunta detrás.
Su madre era increíblemente buena en eso.

Una vez más, se encogió de hombros con negligencia.

—Soy una niña grande, mamá. Aprendí a hacer mi trabajo sin permitir que el
disgusto de otra persona por mi presencia me moleste.

Ella era una Casta Mestiza. Había escuchado la distinción con demasiada
frecuencia. No era ni Coyote ni Lobo para otros Castas. Para la mayoría.
Curiosamente, eran los Felinos quienes más la aceptaron. Pero la conocían desde la
infancia. La mayoría de los Lobos y Coyotes que conocía la miraban con recelo;
algunos, como Rhyzan, simplemente lo ocultaron mejor.

—Discutiré esto con tu padre, entonces. Jonas tendrá que revisar su decisión de
mantener a Rhyzan a cargo del interrogatorio de Kenzi. No dejaré que la intimiden.

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Después de todo, ha pasado por mucho. —La tristeza en la voz de su madre era
profunda, el olor fuerte.

Kenzi era su hija. La hermana carnal de Cassie a pesar de que Kenzi había sido
creada sin el ADN de Lobo.

—La veré pronto también —prometió Cassie, aunque sintió el hecho de que Kenzi
no la recibiría.

Podía sentirlo dentro, en lo profundo, donde el don que una vez había poseído se
había retirado.

—También estoy aquí para ti, Cassie —prometió su madre cuando entraron en el
ascensor y Cassie presionó el botón que la llevaría al nivel de residencia de la
Oficina.

—Lo sé, mamá. —Ella miró hacia adelante, negándose a ceder a la necesidad de
derramar el dolor, la aflicción, en los amorosos brazos de su madre.

Si se desahogaba, el resto vendría rodado. No podría ocultar todo lo que había


ocultado a sus padres durante tanto tiempo.

Todo lo que ella había mantenido oculto, incluso de sí misma.

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Lora Leigh

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Capítulo 4

La estaba esperando cuando ella entró en su suite en el piso superior de la Oficina


Occidental de Asuntos Castas. La camisa abotonada de color pardo y los pantalones
a juego con botas con marcas de trabajo y un ancho cinturón de cuero. El pelo color
rubio oscuro que caía alrededor de su cara le daba al mismo tiempo un aspecto
libertino y casi juvenil. Pero no había nada juvenil en la apariencia de sus ojos grises.

No estaba armado, al menos no podía ver ni oler ninguna arma sobre él. Tenían
un olor distintivo, uno que le recordaba a la muerte.

Tumbado en su sillón reclinable con el control remoto en la mano mientras echaba


un vistazo a los canales en la pantalla de alta definición. Sobre la mesa a su lado
había varias botellas de cerveza vacías y un sándwich de jamón, carne asada y queso
a medio comer.

Apagó la pantalla y en un movimiento que mostraba pura confianza masculina


inclinó su cabeza y le sonrió burlonamente.

—Bueno, compañera, ¿obtuvieron todas sus muestras de ti? ¿Al menos hasta
después de que volvamos a tener sexo? —Una ceja rubia y oscura se arqueó con
curioso sarcasmo.

Lo odiaba. Estaba segura de eso.

Bastardo.

Ella se aseguró de que su sonrisa fuera fría.

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Lora Leigh

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—Los exámenes han terminado y espero que pronto llegue un tratamiento


hormonal que contrarreste el acoplamiento.

Por supuesto, nada podría contrarrestar el acoplamiento; solo podría ayudar a


aliviarlo, nada más. Pero incluso una relajación ayudaría, porque estaba condenada
si no podía aclarar su mente lo suficiente como para pensar más allá del calor de
acoplamiento.

Él movió el sillón reclinable hasta quedar sentado, sus pies calzados con botas se
encontraron con la alfombra mientras lo miraba con recelo. Y se rió de ella.

—Nada contrarresta el acoplamiento, compañera —le aseguró, la risa aún persistía


en su voz.

Su expresión era francamente insultante.

Ahora sabía por qué Ashley, la hembra Coyote con la que trabajaba, juró que
dispararía a su compañero a primera vista.

Antes de que tuviera la oportunidad de intercambiar fluidos corporales con ella.

—Solo puedo esperar que ésta sea la excepción. —Tenía la sensación de que era
todo menos eso.

La excitación ardía a través de ella, creando una fina película de sudor a lo largo
de su frente, y sus manos estaban a punto de temblar.

Ella solo quería tocarle.

Saborearle.

—Entonces... —dijo arrastrando las palabras, levantándose lentamente—. ¿Te han


dicho quién soy?

Bastardo arrogante. ¿Pensaba que ella no podría entender eso por sí misma?

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Lora Leigh

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—¿Eres un Casta? —espetó ella.

Su ceja se arqueó. ¿Fue sorpresa lo que vio en su cara?

—Vaya, compañera, creo que lo soy. —Se estaba riendo de ella otra vez.

Apoyando su mano en su cadera, ella contuvo la necesidad de gruñirle con furia.

—¿Huelo como si me importara un carajo cuál es tu nombre ahora? Sí, sé cuál es


tu maldito nombre, y ni loca gritaré “Dog” mientras me corro. Así que por favor ten
la amabilidad de elegir otro.

¿Elegir otro nombre?

¿Estaba preocupada por el nombre que gritaría cuando llegara al orgasmo, cuando
el aroma de su Calor era como una droga que golpeaba su sistema?

Ni siquiera tuvo tiempo de decirle lo que pensaba sobre esa exigente afirmación
antes que ella se volviera con un pequeño fruncimiento de la nariz, sacudiera la
cabeza y entrara por la puerta de su dormitorio.

¿Alguna vez alguien había respondido con una reprimenda tan mordaz solo para
alejarse de prisa antes que él pudiera dar una respuesta ingeniosa?

No lo creía. Y no le gustó. No podía recordar el momento en que alguien lo dejó


sin palabras. Y el conocimiento de que su compañera novata lo había hecho no le
sentó bien.

Sonrió, la lujuria primaria y cruda se elevó dura y rápidamente, liberando el


hambre que había estado conteniendo.

Le había advertido la noche en que entró en la habitación de su hospital, hacía


tanto tiempo, que no le retara. Y a pesar de que podría haber estado inconsciente
cuando se inclinó sobre ella, estaba totalmente seguro de que estaba despierta una
vez que él había susurrado las palabras.

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Lora Leigh

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Puede que ella no dijera las palabras, pero cada mirada, cada palabra de su boca
inteligente, era un desafío evidente, y era hora de enfrentar ese desafío de una
manera que no podía refutar.

Dog entró silenciosamente en el baño minutos más tarde, desnudo, anticipando


una confrontación con su compañera, cuando fue detenido bruscamente.

El aroma de la excitación femenina era pesado en la pequeña habitación. Tentador.


Si la ambrosía tenía un aroma, entonces era el olor de la necesidad de su compañera
por él. Pero mezclado con eso, y compitiendo por la supremacía, estaba el aroma de
su dolor y su miedo.

Nunca había olido su miedo.

Inquietud en ocasiones, ira, confusión algunas veces, pero nunca miedo.

Moviéndose silenciosamente hacia la entrada de la ducha, esperaba ver sus


lágrimas, una expresión devastada. En cambio, estaba de pie bajo un chorro helado,
con la frente y las manos apoyadas contra la pared de azulejos, su cara serena y
extrañamente tranquila.

No había ni rastro de la agitación que podía sentir derramándose de ella,


mezclándose con su excitación pero sin hacer nada para atenuarla.

De pie tan inmóvil y en silencio, la seda empapada de su cabello fluyendo por su


delicada espalda, le hizo más consciente de su propia fuerza y complexión más
grande de un modo como nunca antes había sido. Pero era la mezcla de emociones
caóticas lo que le retenía, lo que hacía que se le tensara el pecho, lo que hizo que se
detuviera antes de tomar los controles de la ducha y pasar la temperatura del hielo a
algo mucho más cálido y apetecible.

Esperó a que la caída de agua se calentara mientras observaba a su pequeña


compañera. Mientras permanecía de pie como una estatua, silenciosa e inmóvil,

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podía sentir la batalla dentro de ella, sentirla desgarrándola. Y solo un tonto no


sabría a quién temía tan profundamente que estaba luchando por controlarse.

Ella le temía. Le temía con la misma intensidad que le deseaba.

Y no había una maldita cosa que él pudiera hacer para solucionarlo. No se atrevió
a dar voz a sus propios secretos, porque una vez que tocasen el aire a su alrededor,
ya no serían secretos, y él no podría protegerla si eso sucediera.

—Así que dime, compañera —dijo en su lugar—. ¿Qué nombre preferirías que
tuviera?

Cassie se dio la vuelta, tan sorprendida porque no lo había escuchado, no lo había


olido entrar a la habitación, que solo podía parpadear ante el Casta que estaba de pie
en la puerta abierta de la ducha.

—¿Hay algo más que prefieras llamarme? —No había nada burlón, cruel o
censurador en su tono. Él habló como si simplemente sintiera curiosidad en cuanto a
su respuesta.

Ella solo podía negar con la cabeza, insegura ahora.

Por un segundo, bajó la cabeza y miró hacia el suelo, mientras lentamente se daba
cuenta del hecho de que el agua que fluía a su alrededor se había vuelto mucho más
cálida, humeante de hecho. Y dentro de la calidez Cassie podía jurar que el hambre
que emanaba de él se estaba hundiendo dentro de ella y aumentaba el suyo.

Cuando él levantó la cabeza, esos ojos gris acero se encontraron con su mirada, y
aunque no podía sentir ninguna emoción particular de él, en lugar de azotarla, su
lujuria parecía rodearla, casi reconfortándola.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Le preguntó en cambio—. Todos estos años nos
hemos enviado mensajes, ¿por qué no me dijiste que eras mi compañero? Lo sabías.
Sé que lo sabías.

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Lora Leigh

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Él asintió rápidamente y con firmeza.

—Lo sabía. Lo supe desde la primera vez que te vi y capté tu olor fluyendo hacia
mí. Y creo que demostré una moderación notable a la espera de reclamarte.

Él eligió ese momento para entrar en la amplia ducha, ocupando espacio,


rodeándola con su aroma, con su hambre, mientras su cuerpo más grande bloqueaba
el rocío de la ducha.

Pero todavía no había respondido a su pregunta, y ella habría exigido la respuesta


nuevamente si la necesidad por él no la estuviera inundando.

Luchó por respirar, por contener todas las necesidades y sensaciones, luchó contra
el hambre golpeándola, empujando el control, contra la confusión, el miedo y el
deseo de estirar el brazo hacia él.

Oh Dios, le deseaba. Necesitaba su toque como nunca había necesitado nada antes
que él.

Su cuerpo era muy fuerte, más de lo que era normal para la mayoría de los
machos Casta. Hombros anchos, bíceps duros, piel dorada extendiéndose a lo largo
de su pecho y abdominales sin grasa y musculosos. Fuerza perfeccionada por el
entrenamiento y la necesidad, cada centímetro de su cuerpo construido para la
resistencia y en las mejores condiciones.

Entre sus muslos, su polla hinchada se destacaba de su cuerpo, la punta en forma


de hongo y el eje considerablemente venoso palpitando con excitación. Había oído
que los machos Lobo y Coyote estaban excepcionalmente dotados, pero hasta Dog no
había visto pruebas de ello. Esa carne dura era gruesa, poderosa e imponente, como
el Casta que la poseía.

El agua corría por su cuerpo, el vapor saturado con el olor de la lujuria masculina
y del macho frente a ella. Intenso, con el aroma del desierto, un susurro de
seguridad, un toque de tormenta. Duradero. Vivo.

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Lora Leigh

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Se lamió los labios ante el recuerdo del sabor de él llenándola, follándola.

Ella trataría con su nombre más tarde. Por ahora, esta necesidad de él la estaba
arañando, destruyendo.

—¿Qué quieres, compañera? —Sus dedos se deslizaron por la longitud empapada


de su cabello mientras se agarraba la polla con la otra mano—. ¿O deberé ayudarte a
decidir?

No costó mucha presión empujarla de rodillas.

Ella recordó cómo él había presionado su pene en sus labios en la habitación del
hotel, el sabor de él, y de repente, estaba más allá de la desesperación por más.
Estaba muriendo por él.

Sus labios se separaron cuando la amplia punta se apretó contra ellos, su lengua
atrapó la esencia de la hormona de acoplamiento que se filtraba desde las glándulas
debajo de ella mientras su boca se cerraba sobre la ancha punta.

Seda sobre acero. La redondeada punta oscura latió, el leve sabor del fluido pre-
seminal llenó sus sentidos.

Un gemido impotente brotó de su garganta mientras lo chupaba con impaciencia.


Sus labios se cerraron sobre su carne dura, se arrastraron sobre ella y se entregaron al
Calor que ardía en su cuerpo.

—Eso es, compañera. Chúpame. —Su boca se tensó ante el gruñido explícito, su
mano se levantó, cubriendo la suya donde él agarraba su carne dura.

Gruesa y palpitante, la punta de su polla llenaba su boca mientras ella la atendía,


follando su boca con estocadas superficiales mientras la miraba fijamente, su
expresión salvaje con lujuria.

Cassie no pudo contener sus gemidos cuando su mano se retiró de debajo de la de


ella, permitiéndole acariciar el grueso miembro mientras chupaba la sensible punta

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Lora Leigh

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con su boca. Sus dedos se apretaron en su cabello, tiraron de él mientras otra


contracción de la amplia punta eyaculaba otra embriagadora dosis pre-seminal rica
en hormonas.

Su cuerpo se sensibilizó aún más con el sabor, su boca se volvió más codiciosa.

—Cassie... ah demonios... tu boca dulce... —El gruñido inherente en su voz solo la


hizo desear más, el sonido de su placer mientras lo tomaba la incitaron más.

Cassie movió su lengua sobre la gruesa punta, hambrienta de más de él. Su sabor,
su necesidad de ella, el hambre por él cada vez más elevado. Ella le deseaba
ardientemente, sus gruñidos irregulares, las palabras explícitas alimentadas por su
necesidad.

—¡Joder! Sí... —El sonido fue un gruñido de placer mientras ella lograba llevarlo
más profundo—. Eso es, cariño... tan jodidamente bueno.

El sonido áspero de su voz, la necesidad brutal que lo llenaba, llevó su propia


necesidad a un nivel crítico.

Tomó el resto lo más profundo posible mientras otro pulso de su pre-eyaculación


cubría la parte posterior de su boca, relajándola. Ella movió su lengua contra la
sensible superficie inferior, sus propios gemidos imposibles de contener.

Cada empuje superficial lo llevaba casi hasta su garganta ahora. Follaba su boca,
cada empalamiento era controlado incluso cuando ella rápidamente perdió su
habilidad para contenerse.

El sonido de sus respiraciones pesadas se mezcló con la ducha y la de su boca


sobre su polla, tomando con avidez cada empuje a medida que sus movimientos
aumentaban. Sus manos se apretaron en su cabello, su respiración rápidamente se
volvió más irregular.

—Ah demonios, Cassie. —Su gemido fue un sonido de placer.

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Lora Leigh

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Ella chupó la punta de su polla, reforzó las succiones de su boca, aumentando los
movimientos de su lengua contra la sensible parte inferior de la carne dura como el
hierro.

—Tómala, maldita sea... toma mi polla, nena... toda...

El primer chorro de sedoso semen, rico en hormonas golpeó la parte posterior de


su garganta, seguido por otro.

La avaricia sensual se hizo cargo. El sabor de su liberación hizo que ella lo chupara
con abandono, desesperada por cada bocado mientras tragaba su semen y sentía que
aumentaba su intensa necesidad.

Manos fuertes tiraron de su pelo cuando él la obligó echar la cabeza hacia atrás y
la puso rápidamente de pie. En el instante siguiente la empujó hasta que ella estuvo
de espaldas a él, colocó su mano debajo de su rodilla y empujó su pie hasta el asiento
de la ducha construido a lo largo de la pared. Y antes de que ella pudiera respirar, su
erección estaba separando los pliegues de sus resbaladizos labios internos.

Un pulso de calor cuando la pre-eyaculación golpeó la entrada; un segundo


después, las terminaciones nerviosas se volvieron tan sensibles, tan desesperadas por
el contacto, que apenas podía respirar.

Su cabeza se inclinó hacia ella, sus labios acariciaron la concha de su oreja.

—Tu coño está mojado, Cassie. Muy caliente, húmedo y dulce. —Mientras la
sostenía con firmeza, sus caderas se movieron, su polla empujando dentro de ella—.
Tan jodidamente apretado.

Otra eyaculación del fluido pre-seminal se disparó dentro de ella, sensibilizándola,


abrasándola con una sensación cada vez más intensa.

No pudo contener su grito, parte de placer, parte de dolor, cuando su carne


interior comenzó a ceder ante la intrusión.

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Lora Leigh

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Castas 32

Oh Dios, él era tan grueso, estirándola, moviéndose dentro de la entrada ajustada


con empujes firmes y decididos.

—Dulce y apretado coño —gruñó mientras el Casta se corría dentro de ella otra
vez—. Tan jodidamente caliente... tómame, nena. Toma todo de mí...

Gritos jadeantes salían de sus labios mientras ella se impulsaba hacia atrás en cada
embestida, necesitando más. Estaba muriendo por él, desesperada por cada vigorosa
estocada de placer agonizante.

—Es bueno, Cassie —canturreó, su voz gutural, áspera por su placer. Él pulsó de
nuevo, más fuerte esta vez, la eyaculación del fluido hormonal aumentó la necesidad,
de ella la sensibilidad de su carne y su lujuria—. Tan apretada alrededor de mi
polla... succionándome...

Cassie gritó cuando el siguiente empujón lo enterró hasta la empuñadura dentro


de ella.

Podía sentir cada centímetro de su polla mientras la estiraba, latía en su interior.


Su vagina se apretaba, palpitaba alrededor del intruso y se volvía cada vez más
sensible con cada pulso de pre-eyaculación. Su carne interna se estremecía de
necesidad, contrayéndose con fuerza, apretando, dando paso a la gruesa erección,
estirándose a su alrededor a medida que cada terminación nerviosa ardía con vívido
brío.

Su vagina se contrajo, convulsionando en placer intenso con cada eyaculación,


tomando con avidez el fluido como sea que una mujer pudiera con tal exceso de
carne en su interior. Tomar lo que ella sabía que pronto seguiría.

—Por favor... por favor... —No tenía ni idea por lo que estaba rogando en este
momento. Las sensaciones eran más intensas, impulsándose más profundo, más
duro dentro de ella que antes. El exceso de placer, el dolor y el hambre desesperada
era todo lo que sabía, todo lo que podía procesar.

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Lora Leigh

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—Tranquila, cariño. —Él gimió cuando otro duro pulso de calor empapó su
carne—. Maldita sea, vuelves más estrecha cada vez que te follo. Pequeño coño
codicioso chupando mi polla.

Sus caderas se movieron, se tensaron, la gruesa longitud desplazándose dentro de


ella con resultados devastadores.

No hubo advertencia. Su desgarrador orgasmo la atravesó, disparando a través de


sus sentidos oleada tras oleada de un placer tan violento que apenas podía procesar
las sensaciones.

—Fóllame... maldita sea... fóllame... —Ese fue su grito, su demanda, y aunque se le


escapó de los labios, no pudo preocuparse por el lenguaje.

El mundo se volvió borroso a su alrededor cuando él comenzó a moverse, casi


saliéndose de ella, impulsándose de nuevo, con fuertes estocadas hasta que ella se
derritió por completo.

El clímax del extenso orgasmo fue cataclísmico. El pulso de su liberación, el


engrosamiento del nudo Casta dentro de ella, estirándola aún más, palpitando
ardientemente y, Dios la ayudara, dándole un placer agonizante.

Cada latido de la carne hinchada era un pulso de liberación. Un golpe caliente de


una sensación como un rayo que iba más allá del placer. Enterrado en lo más
profundo, la punta de su polla tocando su cuello uterino, su semen sin impedimentos
mientras se disparaba en las profundidades de su cuerpo.

Y mientras él la destruía, sus brazos la rodearon, la mantuvieron segura contra su


duro pecho mientras ella sollozaba en éxtasis. Sus dientes le mordieron el hombro; su
lengua exploró la herida. Él la abrazó, susurró su nombre, la relajó cuando el nudo lo
mantuvo encerrado en su interior, extendiendo el placer hasta que quedó flácida
contra él.

~76~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Cassie apenas fue consciente de que se separó de ella algún tiempo después.
Apagando el agua, él levantó su cabello con una mano y rápidamente logró asegurar
una toalla alrededor de la longitud empapada. Luego, alzándola, la llevó de vuelta al
dormitorio y la acostó suavemente en su cama.

Ella yacía, flotando en la saciedad y el cansancio, pero aún consciente de él.


Consciente de que él limpió sus liberaciones combinadas de entre sus muslos antes
de secarla suavemente.

Cuando se movió, ella asumió que había terminado, que volvería a la televisión y
la dejaría sola. En lugar de eso, cuando regresó, retiró la toalla suavemente de su
cabello húmedo y comenzó a frotar la humedad con una toalla seca.

Ella se dejó llevar por las olas de relajación, distantemente sorprendida cuando la
hizo rodar sobre su espalda, terminó de secarle el cabello y se puso manos a la obra
separando la masa en secciones y peinando los enredos. Murmurando pacientemente
su apreciación por la textura sedosa y los rizos ingobernables, pasó el peine a través
de ellos. Y cuando terminó con los mechones casi secos, los tejió en una trenza suelta
y los aseguró.

En ningún momento pareció frustrado con la tarea, o al menos impaciente.


Sorprendentemente, pensó mientras se quedaba dormida, podría haber jurado que
sintió su disfrute.

~77~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Capítulo 5

Cassie se despertó justo antes del amanecer a la mañana siguiente, sola, muy
consciente de que no debería estarlo. El reloj de la mesilla de noche le aseguró que no
había dormido más de unas pocas horas a pesar de que su reloj interno le aseguraba
que era hora de despertar.

Había pasado la mayor parte de la tarde y la noche completando informes y


asegurando que sus archivos de la Oficina estaban listos para quienquiera que Jonas
eligiera para ocupar su lugar entre los agentes que trabajaban para obtener
información sobre los intentos del Consejo de Genética de sabotear a la comunidad
Casta. Establecer una base en tierras Navajo no había sido fácil. Garantizar su
supervivencia sería aún más difícil si no fueran diligentes para mantener al Consejo
fuera de ellas.

Sin embargo, cuando ella había archivado los informes antes de acostarse, había
habido un gran pesar. Le había gustado trabajar con Jonas y los agentes que le había
asignado. Alejarse de eso dolía. Pero era mejor hacerlo voluntariamente, con la
cabeza bien alta que verse obligada a renunciar a su trabajo.

La Ley Casta no le permitiría mantener el puesto. Su compañero no era parte de la


comunidad Casta establecida. En realidad, se le consideraba “renegado”, un Casta
que se negaba a declarar su lealtad a la comunidad Casta y a menudo trabajaba con
el Consejo.

~78~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Sofocando un bostezo, se sentó en la cama, consciente de su desnudez, la


sensibilidad de su piel y el dolor entre sus muslos y sus pechos. Así como era
consciente de que su compañero no estaba en la suite con ella.

Entonces, ¿dónde demonios estaba? se preguntó, levantándose de la cama y


dirigiéndose al baño. Ella no le había escuchado irse. Diablos, ni siquiera le había
dicho que se iría.

¿Asuntos del Consejo de Genética? se preguntó amargamente mientras se lavaba


la cara.

Veinticuatro años de logros, de garantizar que todos pudieran pasar por alto su
genética Coyote, si no olvidarse de ello, ¿y qué hacía? No solo se había acoplado con
un Coyote, sino que lo había hecho con uno conocido por el hecho de que a menudo
trabajaba para los mismos monstruos que crearon y torturaron a los Castas durante
tantas décadas.

Y no solo cualquier Coyote del Consejo tampoco. Demonios, no, ella se había
acoplado con uno de los coyotes más notorios y letalmente peligrosos conocidos. Una
manera increíble de convencer tanto a los Castas como a los humanos de que su
genética Coyote no importaba.

Se aplicó el maquillaje rápidamente, prestando especial atención a las sombras


debajo de los ojos antes de cepillarse el cabello hacia atrás y asegurarlo con un clip.
Se puso unos pantalones de seda negros y una blusa violeta sin mangas. Metiendo
los pies en zapatos de tacón negro, revisó su apariencia en el espejo del baño.

Al menos no se veía diferente a la que tenía el día anterior, se dijo a sí misma en


silencio mientras atravesaba la habitación y entraba en la sala de estar de la suite. La
mochila de Dog todavía estaba junto a la puerta, aunque al menos había limpiado las
botellas de cerveza y los restos del sándwich que había comido la noche anterior.

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Lora Leigh

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Castas 32

Según Anya, Coya de la manada Coyote en Ciudadela, a menudo tenía que


amenazar a los Coyotes para que ordenaran su propio desorden en las salas
comunitarias

Caminando hacia el escritorio al otro lado de la habitación, levantó su teléfono


móvil y lo encendió.

Cuando apareció la pantalla, ella miró el mensaje que mostraba con incredulidad.

ACCESO DENEGADO

Podía sentir su garganta tensarse, una banda de ira inminente formándose en su


frente mientras colocaba el teléfono cuidadosamente sobre el escritorio y levantaba la
tableta al lado.

ACCESO DENEGADO

El mensaje que apareció cuando la encendió tenía sus dedos apretados en el


dispositivo antes de que la dejara cuidadosamente en el escritorio y se girara hacia su
ordenador portátil y lo encendiera. Nuevamente el mismo mensaje. Agarró el
delgado bolso negro que estaba en el borde del escritorio, recuperó su teléfono móvil
personal, lo activó y lo miró con una sensación de abrumadora traición que le obligó
a luchar para procesarla.

ACCESO DENEGADO

—Bueno, eso no tardó mucho —murmuró amargamente.

Girando sobre sus talones, regresó a su habitación y se dirigió al pequeño joyero


que tenía en el tocador. Allí, ella extrajo su reloj y ajustó la correa de cuero alrededor
de la muñeca.

A menudo se burlaban de la pieza de joyería cada vez que la usaba, pero nadie le
prestaba atención. Es más, cuando ella pasara por los escáneres fuera del ascensor en
el vestíbulo, el pequeño chip oculto dentro de él sería indetectable. En el peor de los

~80~
Lora Leigh

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Castas 32

casos, podría enviar una señal de emergencia a su padre. Pero aparte de eso, ahora
estaba desprotegida. Es más, no tenía ni idea de dónde estaban sus servicios de
seguridad o los de sus padres para el caso. Y no podía vagar por la Oficina
buscándolos. Además, ni en sueños suplicaría a alguien que se pusiera en contacto
con ellos.

Recogiendo su bolso, dejó su teléfono de trabajo y su teléfono personal sobre el


escritorio al lado de la tableta y se dirigió rápidamente a la puerta. Al abrirla, casi
traicionó su sorpresa ante los dos Enforcers que estaban fuera de su puerta.

¿Ahora se consideraba un riesgo tal que los guardias estaban protegiendo su


habitación?

Enforcers Lobo. Maravilloso. Y dos que ella no reconoció.

Podía sentir la desconfianza instantánea y la agresión instintiva que mantenían


bajo control. Estaba en sus miradas, en el indicio de censura en sus expresiones. Y
decirse que era natural, incluso instintivo, no ayudó. A fin de cuentas, era culpa suya.
Se había permitido acoplarse con un Coyote en quien nadie, incluso su propia
especie, confiaba. Ella no podría culpar a nadie más que a sí misma.

Manteniendo la cabeza en alto, se volvió hacia los ascensores, consciente de que


estaba siendo seguida por uno de los Enforcers. Al entrar en el ascensor, ignoró al
Casta mientras la seguía.

—Vestíbulo —le habló al control automático.

El viaje hacia abajo se hizo rápidamente, pero no lo suficientemente rápido como


para ocultar el olor de la repulsión y del resentimiento del Casta Lobo.

Cuando se abrió la puerta, no estaba segura de cuál de ellos se sentía más aliviado:
ella o el Enforcer.

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Lora Leigh

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—Señorita Sinclair. —El Casta que manejaba los escáneres era frío, cortés, donde
siempre había sido amistoso en el pasado.

Pasó por el escáner y no se detuvo mientras se movía hacia la entrada.

Nunca antes había sido incapaz de ponerse en contacto con su servicio de


seguridad antes de abandonar la Oficina, o de hecho, cualquier otro lugar. Caminar a
través de las puertas de la Oficina necesitó más coraje de lo que ella realmente quería
admitir. Enfrentar el hipotético hecho que, cuando un Casta del Consejo se diera
cuenta de que estaba sola, no tendría a nadie más que ella.

Cuando cruzó la puerta de cristal y dejó que se cerrara a su espalda, se negó a


permitirse ceder a las incertidumbres que podía sentir crecer dentro de ella. El área
fuera de la Oficina no estaba exactamente desierta. A esta hora de la mañana, era el
cambio de turno del personal de comunicaciones y administrativo. Las reuniones
comenzarían pronto, el día laboral se estaba preparando para los Castas y los
humanos que se arremolinaban en la parte delantera de los edificios.

Caminando a través de los trabajadores que iban y venían, se dirigió a la acera y


levantó el brazo para hacerle una señal a uno de los taxis desocupados en la zona de
espera bastante más allá de la entrada del edificio.

Cuando levantó el brazo, de repente la empujaron por la espalda y la tiraron


contra el duro cuerpo de un macho. Una mano se apoderó de su brazo, la presión
como fuego contra su carne. Cassie se echó hacia atrás con un grito, solo para chocar
con su cabeza con algo mucho más duro.

—Puta del Consejo... —El dolor colisionó contra su costado, robándole el aliento y
poniéndola de rodillas mientras su visión se oscurecía y se sentía caer al suelo.

¿La atacarían ahora? ¿Su propia gente?

Mientras sentía que la conciencia se le escapaba, podría haber jurado que escuchó
a Dog gritar su nombre y la voz enfurecida de su padre uniéndose a él.

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Lora Leigh

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* *

Estaba loco por haber dejado que su lujuria y posesividad por su pequeña halfling
le superara, pensó Dog mientras metía el Dragoon entre los sedanes, SUV y
camionetas en el estacionamiento. Los instintivos sentidos animales que él poseía se
habían vuelto locos al pensar en otro Casta tan cerca de ella que la esencia de su
aroma había quedado en ella. Había hecho ese maldito trato con Cassie, creía que
podría tenerla sin provocar el Calor de Acoplamiento, y ahora, solo había
complicado sus vidas y había asegurado la desconfianza no solo de su compañera,
sino de aquellos Castas de los que ella dependía.

Y no había una maldita cosa que él pudiera hacer para arreglarlo. Al menos no
todavía.

La reunión programada con Mutt y Mongrel para una actualización sobre la


extracción de su gente de varias propiedades del Consejo de Genética había llevado
más tiempo del esperado. Había más de dos docenas de Castas, tanto hombres como
mujeres, que trabajaban para conocidos y sospechosos de estar relacionado con el
Consejo de Genética, arriesgando sus vidas para completar la evacuación. Ese había
sido solo uno de los engaños en los que había estado trabajando; el otro fue la
identificación de aquellos que financiaban los laboratorios. La búsqueda de las
identidades de los doce miembros del Consejo había estado realizándose durante
más de dos décadas, y como no podía mantenerse alejado de su compañera, todo
había terminado.

No es que estuvieran más cerca de esas identidades de lo que lo habían estado


cuando comenzó su propia búsqueda hacía diez años. Pero de acuerdo con los
informes que llegaban, varios de los Castas que trabajaban con él habían salido con
descargas de información encriptada de varias ubicaciones selectas.

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Lora Leigh

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Hasta el momento, la misión avanzaba sin sospecha aparente de las personas


equivocadas. No había equipos de soldados o Castas del Consejo reunidos o
enviados; todo estaba como de costumbre.

Solo podía rezar para que continuara sin problemas, aunque sabía que una vez
que la noticia de su acoplamiento con Cassie llegara a los rangos superiores dentro
del Consejo, se tomaría nota.

Hasta el momento, no había informes de ello viniendo a través de sus canales


normales.

Alcanzando la consola, agarró la bolsa llena con el desayuno para compartir con
su compañera, abrió la puerta y salió del Dragoon, muy consciente de los Castas
Lobo que se deslizaron a ambos lados del vehículo.

Cerrando la puerta, se enfrentó al padre de Cassie, Dash Sinclair, y seis de sus


altamente entrenados Castas Lobo.

Los ojos marrones iluminados con ámbar y una pizca de avellana se estrecharon
sobre él entre pestañas negras. El espeso cabello negro estaba pulcramente recortado,
casi militar, a pesar de que llevaba quince años fuera del ejército. Con su metro
noventa, Sinclair lo igualaba en altura y, sin duda, cuando se trataba de pelear sucio,
a Dog no le resultaría fácil derrotarlo sin liberar la furia demente de la criatura que
acechaba en su interior.

Hijo de puta. Si se peleaba con el padre de su compañera, o con los Castas que lo
seguían, entonces ella no estaría feliz en lo más mínimo. Cassie quería a sus padres, y
una pelea con este Casta garantizaba que la haría enfadar. O peor aún, la lastimaría,
haría que desconfiase de él si su padre sufría algún daño.

Demonios, si ellos atacaban, iba a tener que dejar que le patearan el culo. Ella
nunca toleraría que golpeara a su padre, y aún no había asegurado sus emociones, y
mucho menos la lealtad suficiente para equilibrar su ira por él.

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Lora Leigh

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—Bueno, joder, termina de una vez —gruñó, levantando su labio con una mueca
de desdén—. Pero te prometo, que voy a hacer que ella sienta tanta pena por cada
hematoma y hueso roto que pasarán años antes de que te perdone.

Recibir una paliza era algo que nunca había hecho en su vida. Incluso durante su
breve tiempo en un laboratorio del Consejo. Él nunca lo permitió. Saber que iba a
tener que permitirlo ahora estaba seguro de que le iba a irritar.

Sinclair cruzó los brazos sobre el pecho e inclinó la cabeza hacia un lado, la
sorpresa parpadeó en su expresión.

—¿Crees que dañaría al compañero de mi hija? —El murmullo de disgusto en la


voz del Alfa era inconfundible.

—Creo que me matarías si ella no fuera a sufrir por eso —gruñó, colocando la
bolsa de comida en el capó del Dragoon.

Los labios de Sinclair se curvaron en burlón reconocimiento.

—¿Sabías antes de conocer a mi hija que eras su compañero? —preguntó Dash


entonces—. Y antes de que respondas, déjame decirte, ya he hablado con Styx.

Bueno, apostaba que la conversación había sido muy interesante.

—¿Y qué tiene que ver ese bastardo escocés con todo esto? —espetó Dog, aún más
celoso de ese tonto pelirrojo de lo que le gustaba admitir.

—Styx captó un rastro de tu aroma en ese patio interior hace seis años, y no lo
olvidó. Tu olor. Sabías que Cassie era tu compañera y la engañaste para que te
conociera, ¿no es cierto? —Nadie podría acusar a este Casta de falta de inteligencia.

—“Engañar” es una palabra bastante fuerte —admitió con una sonrisa arrogante—
. Me limité a sugerir una reunión. —El gruñido que tiró de sus labios no fue del todo
voluntario—. Esperé seis años para reclamarla; tuviste mucha suerte de que no lo
hice entonces.

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—¿Ella sabe que tú también eres el bastardo que casi la mata en esa isla? —El tono
gutural, áspero con el animal levantándose dentro del Casta, era indicativo de la ira
gestándose dentro de él.

—Lo sabe. —Dog se había asegurado de que lo supiera hacía varios años durante
una de las llamadas telefónicas poco frecuentes que había negociado.

—Maldita sea—murmuró Dash, haciendo una mueca ante el arma que pensaba
que tenía, aunque Dog no estaba seguro del bien que pensó que haría.

Mientras el otro Casta maldecía, un sutil y tenue aroma llamó su atención. El


aroma de Cassie.

Girando hacia la entrada de la Oficina, la buscó, seguro de que tenía que estar
equivocado. No saldría en público cuando el olor de su Calor era imposible pasar por
alto.

Seguramente por Dios, ella era más sensata...

Hijo de puta, no era más sensata.

Se movía a través de la explanada de hormigón tan grácilmente como la vida


misma. Su cabeza estaba alta, su expresión plácida mientras caminaba hacia el
bordillo y entonces Dog maldijo y se movió rápidamente hacia ella. Detrás de él, los
Castas Lobo lo siguieron cuando su padre también la vio.

Cuando ella se detuvo, un grupo que cruzaba la calle le bloqueó la vista durante
unos preciosos segundos. Pero aún oyó su grito saliendo desde el interior del grupo.
Cuando ellos se distanciaron, él gruñó con furia, corriendo para llegar hasta ella,
gritando su nombre mientras la veía caer de rodillas y lentamente desplomarse hacia
un lado.

Él la atrapó antes de que su cabeza golpeara el cemento.

—Seguidlos —escuchó a Dash gritar a sus hombres.

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Levantando a Cassie en sus brazos, él ignoró a su padre, ignoró la persecución del


grupo de Castas saliendo del área y corrió hacia la entrada de la Oficina.

—Los laboratorios —espetó Dash mientras se dirigían a los escáneres de


seguridad—. Sube las escaleras.

Apartando a empujones a Castas y humanos mientras estos se detenían y los


observaban conmocionados, Dog atravesó los escáneres a toda velocidad, solo para
encontrar su camino bloqueado por seis Enforcers de la Oficina.

—Ella ya no tiene autorización, y tú malditamente seguro que tampoco—dijo con


desprecio el Enforcer Casta Lobo que lo enfrentaba mientras miraba hacia la forma
inconsciente de Cassie.

Antes de que Dog pudiera gruñir en respuesta, o su padre pudiera empujarles, el


Casta Lobo fue arrojado a un lado, junto con los dos Enforcers que lo flanqueaban.

—Por Dios que yo sí —gruñó Styx Mackenzie, sus caninos destellando—.


Apartaos del jodido camino, imbéciles.

Dog pasó corriendo, dirigiéndose a la puerta que una de las hembras Coyote
estaba manteniendo abierta para él, su expresión llena de preocupación.

—Vimos el ataque en el monitor—espetó Ashley cuando Dash y él pasaron


corriendo junto a ella—. A Sobolova y Armani se les ha notificado que la traes
desmayada.

—Ve a buscar a su madre —ordenó Dash a la Casta—. Ahora.

—Está en camino; fue notificada inmediatamente junto con Jonas —le aseguró
Ashley mientras Dog bajaba corriendo las escaleras hacia el área médica de la
Oficina.

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Cassie yacía inerte en sus brazos, inmóvil, su rostro pálido. Apenas parecía con
vida. Tenía el corazón en la garganta, la ira latía en su cabeza. Apenas era consciente
de los gruñidos que salían de su garganta o del salvajismo que resonaba en ellos.

Ese ataque no fue para capturarla; no habría sido ordenado por el Consejo. Estaba
destinado a lastimar. Un ataque impulsivo de Castas. Más de uno. Él captó el olor de
su ropa, lo respiró, lo memorizó.

Dobló la esquina hacia el centro médico para ver que las doctoras ya estaban allí,
gritando preguntas, dirigiendo a Dog a una camilla situada dentro de la habitación.

—No se está moviendo —gruñó, tendiéndola suavemente sobre la cama —. Haced


algo. No se está moviendo.

Su mano acarició su rostro y juró que estaba a punto de temblar.

—Tienes que apartarte, Dog. —Le ordenó Sobolova firmemente.

—No se está jodidamente moviendo. —La rabia llenó el gruñido cruel que salió de
sus labios mientras ellas retrocedían de sus caninos y él miraba fieramente a la
especialista en Coyotes.

—Dog, tienes que dejar que lleguen a ella. No pueden ayudarla si no te mueves —
espetó Dash, empujándolo hacia atrás, esperando que el poderoso Coyote intentara
arrancarle la garganta. Cualquier toque que no fuera el de una compañera puede
causar una reacción extrema en algunos Castas masculinos.

Styx y tres de los alfas Lobo que lo siguieron desde Colorado se movieron para
contener al Coyote, sabiendo que el aroma enfurecido que salía de Dog resultaría en
un estallido de violencia.

Y casi lo hizo. Dog se tensó, sus brazos se contrajeron, el olor del Coyote se
fortaleció con una nitidez inusual cuando los ojos grises que se encontraron con los
de Dash se volvieron casi negros.

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Lora Leigh

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Cuando sus miradas se encontraron, el animal se levantó dentro del otro Dog con
una fuerza tan inusual que Dash se detuvo. Observó cómo la mirada del Coyote
parpadeaba, sintió la batalla que se desarrollaba dentro de él, antes de que el negro
se volviera gris y el animal se retirara lentamente, dejando al Casta en tensión, pero
ya no con una furia asesina.

—Dejadme ir. —Esa voz, sin embargo; Dash había oído un sonido similar una o
dos veces, aunque aquel Casta había sido Felino, no Coyote. Y el Casta del que lo
había escuchado era diferente a cualquier otro que hubiera conocido.

—¿Qué eres? —Dash mantuvo su voz baja, casi sin sonido—. ¿Qué diablos eres?

Aunque tenía la sensación de que lo sabía.

—Su compañero. —Su cabeza se sacudió en dirección a Cassie cuando el gris de


sus ojos se oscureció y volvió a aclararse—. Su maldito compañero.

Dog se apartó de él, su mirada se movió hacia Cassie otra vez mientras Dash
observaba, y su expresión se endureció. Entonces tensó la mandíbula antes de darse
la vuelta y salir de la sala de exámenes, dejando a Dash mirándole conmocionado.

* *

Control. Nunca había sido tan difícil de mantener, de controlar al animal que lo
arañaba. Mientras luchaba contra la creciente furia, era consciente de la potencia cada
vez más aguda de su vista, su sentido del olfato. Tanto que cuando salió por las
puertas del vestíbulo, dejando una grieta en el vidrio reforzado, supo exactamente
dónde lo esperaban Mutt y Mongrel, así como el rastro de olor de los atacantes de
Cassie.

Castas y humanos por igual se apartaban de su camino, las miradas cautelosas y la


conciencia instintiva del peligro se alzaron al verlo.

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Sus ojos serían negros, el color amenazaba con deslizarse en los blancos que
rodeaban la pupila. Sus músculos más duros, su carne tensa, absorbiendo los matices
del aire mientras los pelos finos, casi invisibles que cubrían su cuerpo se erizaban,
recogiendo los cambios más sutiles en el aire. El poder lo infundió, llenándolo en
oleadas cada vez mayores, presionando su mente, su carne, arañando sus sentidos
mientras la criatura amenazaba con abrirse paso violentamente más allá de la
conciencia humana y tomar el control.

Era consciente de Mutt y Mongrel moviéndose a su lado, siguiéndole en silencio,


la cautela les llenaba mientras él seguía el rastro de olor que los dos Castas Lobo
habían dejado mientras escapaban.

Lobo. Eran Castas que a menudo había visto por la Oficina. Eran conocidos por su
lealtad a la causa de los Castas y a sus fuerzas. Eran Castas que habrían jurado
proteger a Cassie. En cambio, se habían convertido en su enemigo, una amenaza que
él no podía permitir que siguiera viviendo. Habían atacado a su compañera, la
habían lastimado, podrían haberla matado. La fuerza de esos golpes habría quitado
la vida a un ser humano, y no les habría importado si su ataque le hubiese arrebatado
la vida.

—Dog, hombre, retrocede—murmuró Mongrel mientras entraban en el pasillo


entre la sede de la Oficina y los apartamentos de los Enforcer, separados por las áreas
de estacionamiento—. Te vas a delatar. Eso solo va a poner en peligro a tu
compañera.

Nada importaba excepto su compañera. Protegerla, rodearla con su fuerza. Nada


importaba excepto asegurarse de que el peligro no la afectara, que nada, ni humanos
ni Castas la perjudicaban.

Sin Cassie, él no era nada. Su mera existencia no tenía sentido. La criatura


reconocía eso al igual que el Casta. Si sus secretos fueran descubiertos, entonces
podría asegurar la muerte de ella.

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Sintió ese conocimiento, sintió que el animal enfurecido retrocedía lo suficiente


como para evitar la detección mientras aún mantenía el poder que zumbaba a través
de su cuerpo.

—No puedes matarlos, Dog —le advirtió Mutt desde el otro lado—. Arriesgarás a
tu compañera si pueden promulgar la Ley Casta sobre ti.

Un gruñido salió de su garganta, salvaje y enfurecido. Al instante, los Castas a su


lado se tensaron aún más. ¿Él no podría matarlos? Ellos atacaron a su compañera.
Todas las cartas estaban echadas por lo que a él respectaba.

Cuando entraron en el vestíbulo de los apartamentos de los Enforcer, se detuvo,


mirando ferozmente los ascensores mientras sus puertas se abrían y media docena de
Enforcers, Lobos y Coyotes, salieron, flanqueando a los dos por los que había venido.
Liderándoles estaba Jonas Wyatt.

El mercurio plateado de los ojos del Casta León atestiguaba la fuerza del Primario
que poseía y lo cerca que caminaba de la superficie. El Primario, la tercera fuerza de
la genética Casta. La genética humana y animal combinándose con tanta fuerza que
se convertía en un animal por derecho propio.

Dog retrocedió aún más, empujando a la criatura dentro de él hacia las


profundidades de su conciencia, manteniéndola en la sombra, escondida.

Los Castas que habían atacado a Cassie tenían restricciones, cabezas bajas, pero
podía sentir la fuerza de su odio por él, por Cassie. Dog no tenía más remedio que
dejarlos vivir, por el momento. Pero se aseguraría de que ese tiempo llegara a su fin
pronto.

Se hizo a un lado y vio a los Enforcers escoltar a los dos Castas fuera del edificio,
dejando a Jonas a solas con ellos.

—Me encargo de esto—le dijo a Dog, la orden en su voz firme—. Pagarán por lo
que hicieron.

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Dog solo gruñó ante el reclamo.

—Asegúrate de que lo hagan, Director —gruñó—. Porque los estaré esperando. Te


lo prometo. Los estaré esperando.

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Capítulo 6

—¡Estoy bien! —No era la primera vez que Cassie hacía la declaración en las
cuatro horas transcurridas desde que se había despertado en el laboratorio médico de
la Oficina, y estaba muy cansada de que se ignorara la demanda—. ¿Quieres dejar de
pincharme?

Miró a la doctora Sobolova mientras se acercaba con otra jeringa.

—Necesito un poco de mi sangre, ¿sabes?

Le dolía la cabeza, como resultado de lo que las doctoras sugirieron que era un
puñetazo en la parte posterior de la cabeza. Sus costillas estaban doloridas por otro
golpe. Por alguna razón, se había caído de rodillas antes de desplomarse y su
contacto con el cemento no había sido fácil.

—Cassie, están tratando de ayudar. —La voz calmada de su madre no ayudaba.


Ni la preocupación y el miedo oscureciendo sus ojos azul oscuro.

Era un recordatorio de cuando ella era una niña y su conocimiento de la fuerza


que había necesitado su madre para mantener la calma siempre, sin importar qué tan
duro y rápido tenían que huir, eso aseguraba que Cassie no cediera ante su propio
terror.

Odiaba lo que le había sucedido a su madre durante esos dos años. El miedo, la
batalla por mantenerse un paso por delante del monstruo decidido a llevarse a su
hija y los constantes ataques casi habían destruido a Elizabeth.

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Cassie recordó la noche en que Dash las encontró en aquella parada de camiones
en medio de una tormenta de nieve. El auto en el que se encontraban no podía viajar
más lejos; el aroma de la sangre de su madre, su desesperanza y su determinación de
luchar hasta su último aliento habían sofocado a Cassie.

Entonces allí estaba Dash, con la carta que ella le había enviado en una mano,
prometiendo seguridad con la otra. Ahora, quince años después, Elizabeth era más
fuerte, estaba bien entrenada por su esposo para defenderse a sí misma y a sus hijos,
y aún luchaba por proteger a su hija.

Por el rabillo del ojo vio que Sobolova avanzaba hacia ella otra vez.

—Si me tocan una vez más, voy a perderlo—murmuró, mirando a su madre desde
debajo de sus pestañas, luchando por contener la ira que se acumulaba en su interior.

Elizabeth estaba preocupada. Cassie podía verlo en su rostro, pero incluso si no


pudiera, podía sentir la profunda preocupación que llenaba a su madre. Sus ojos azul
oscuro estaban ensombrecidos, su expresión sombría.

Parecía que no importaba sus intentos, no podía darle paz a su madre.

—Voy a ir a mi suite. —Se levantó de la camilla, agradecida de que ninguna de las


dos doctoras protestara demasiado enérgicamente—. ¿Crees que tú o papá podríais
hacer que entregaran algo de comida?

Recogiendo sus zapatos del estante de metal al lado de la cama, ella esperaba, no,
rezaba, que Dog estuviera todavía cerca. Tal vez necesitase ayuda para llegar a su
habitación por sus propios pies.

—Llamaré —estuvo de acuerdo su madre—. Dame tu teléfono. No tengo los


números aquí.

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Oh sí, claro. De ninguna manera iba a contarle a su madre sobre sus teléfonos.
Elizabeth estallaría de furia y Dash probablemente forzaría a Cassie a regresar a
Colorado.

—Pensándolo bien, no tengo hambre. —Se estaba muriendo de hambre—. ¿Dog


todavía está con Jonas?

Tal vez podría hacer que Dog llamase. Ella realmente no estaba dispuesta a
explicar el hecho de que sus teléfonos habían sido anulados. Anulados de forma
remota. Quien lo había ordenado ni siquiera había tenido la cortesía de pedir los
teléfonos o simplemente tomar la línea de la Oficina.

Mientras consideraba si podía caminar sola hasta los ascensores, se abrió la puerta
de la sala de examen y entró Dog. Alto. Poderoso. La sensación de alivio que la
invadió fue debilitante.

—¿Vas a algún lado, halfling? —gruñó un segundo antes de abrazarla.

Ella no tenía la fuerza para protestar. Apoyando la cabeza en su hombro, sintió


que la respiración que había estado conteniendo se liberaba lentamente.

—Mi suite —suspiró, sintiendo su calor rodeándola.

Ella no había notado cuán fría estaba realmente hasta que sintió su calor, sintió el
latido de su corazón, sus brazos rodeándola.

Sin embargo, él se estaba moviendo antes de que ella hablara, empujando la


puerta para abrirla y llevándola por el pasillo hasta el ascensor.

—Hay guardias en nuestra puerta —le dijo ella cuando el ascensor se cerró y
estuvieron solos.

—¿En serio? —Había algo en su voz que sonaba demasiado satisfecho de sí


mismo. Fue una advertencia que tomó en serio. Incluso si ella no hubiera sabido
quién era, había oído hablar de Dog, el Coyote del Consejo, durante años.

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Él era letal No había un Casta que ella conociera que no fuera al menos receloso de
él.

—Por favor, no discutas. —Simplemente no podía lidiar con eso. Ahora no—.
Aquí no.

El gruñido totalmente masculino que vibraba en su pecho era una mezcla de


disgusto y diversión.

—Estás a punto de volverte cara de satisfacer, cariño. Disfruto de una buena pelea
—le dijo cuando se abrieron las puertas del ascensor—. Pero esta vez, seré un buen
chico.

Dudaba que Dog hubiera sido un buen chico un día en su vida.

Cuando se acercaban a su puerta, los olores de aversión y disgusto llegaron a sus


fosas nasales. Eran Castas; estaban entrenados para controlar mejor tales emociones.
El hecho de que el olor de ellos fuera tan fuerte era insultante.

No fue inesperado.

Cada vez que se movía por las salas de la Oficina, ya en el piso residencial o en
otras áreas, ella captaba los olores que le llegaban, normalmente de los Lobos en
lugar de los Felinos, aunque rara vez podía identificar de quién provenían las
emociones.

—Interesante —murmuró Dog—. ¿Eso es normal?

Ella sabía a qué se refería y solo podía encogerse de hombros en respuesta. No era
inusual. Al menos esta vez, ella podía identificar a los Castas de los que provenía.

—Abrid la puerta, imbéciles, luego retroceded. —Dog se detuvo a varios metros


de la puerta que conducía a su suite.

~96~
Lora Leigh

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Las expresiones de los Enforcers eran anodinas, pero el olor de su repugnancia


creció a pesar de que la puerta se abrió y retrocedieron según lo ordenado.

¿Realmente creían que estaban a salvo de él? ¿Que no los atacaría simplemente
porque las emociones no estaban dirigidas a él? ¿Que no lo tomaría como un desafío
personal?

Dog entró a zancadas a la habitación, atrapó la puerta con el talón y la cerró de


golpe.

Esto se resolvería, se aseguró a sí mismo mientras llevaba a Cassie al dormitorio y


la acostaba en su cama. Muy pronto, y muy dolorosamente. Al menos,
dolorosamente para ellos. No tenían ni una puta idea del animal con el que estaban
metiéndose o de cuán protector era realmente con respecto a su pequeña compañera.
Su halfling.

Cassie estaba demasiado pálida, y una sensación de cansancio emanaba de ella.


Pero ese cansancio había estado aumentando en ella por más de un año.
Posiblemente dos. No era raro si esa era la mierda con la que tenía que lidiar.

—¿Con qué frecuencia dejan que su ignorancia se muestre así, Cassie? —Le
preguntó con indiferencia, con cuidado de mantener a raya su ira.

Una vez más, ella se encogió de hombros, sin mirarlo mientras dejaba caer los
zapatos al suelo junto a la cama y se apoyaba contra las almohadas.

—Creo que tengo hambre —suspiró, una declaración destinada a distraerle.

Él no se distraía fácilmente. Al menos no tan fácilmente. Tendría que estar


desnuda y hablando de algo más que de comida.

—¿Quieres que les vaya a preguntar? —Cruzando los brazos sobre el pecho, se
reclinó contra el tocador y la observó, solo dejando que una leve curiosidad se notara.

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La mirada furiosa que le disparó le aseguró que no la engañaba. Lo que no podía


oler, era lo suficientemente inteligente como para saber que yacía debajo de la
superficie. Ella era más inteligente que ellos, sentía el animal que albergaba, incluso
si no se daba cuenta de lo poderoso que era.

—Rara vez es tan fuerte —le sorprendió con la respuesta directa y firme—. Pero
salir y golpear algunas cabezas no lo cambiará. Normalmente solo me permiten
sentirlo si estoy sola. Han aprendido a no mostrarlo en ningún otro momento.

Debido a que las pocas veces que su padre lo había sentido en aquellos primeros
años, había estallado con tal salvajismo sobre los Castas que se atrevieron a
demostrarlo que a algunos les llevó semanas recuperarse por completo. Pero eso no
había logrado que aquellos que la temían fueran mejores. Solo habían aprendido a
ocultarlo mejor.

—Entonces, como no puedes golpear sus cabezas, ¿se niegan a mostrar respeto
cuando estás sola? —No se molestó en esconder el gruñido en su voz—. ¿Y todavía
no te has ocupado de esto? —Eso no sonaba como la mujer, la Casta, que él sabía que
estaba entrenada para ser. O el animal que acechaba con impaciencia debajo de la
superficie.

Su pequeña halfling puso los ojos en blanco.

—Podría golpear sus cabezas y no se atreverían a responder, pero ¿cuál es el


punto? La sensación todavía estaría allí. No responden porque saben que papá y
Jonas los despellejarían. Eso no es respeto. Es miedo.

Y no era su estilo. Era tan respetuosa que dudaba que alguna vez se rindiera ante
la necesidad de enfrentarse a semejante estupidez. Pero la necesidad de hacerlo
estaba allí; él podía sentirlo. Fluía a través de ella con un hambre que rechazaba
enfrentar y probablemente ni siquiera reconocía.

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La había observado a lo largo de los años, la había estudiado, había prestado


atención a cada expresión, a cada aroma, sin importar cuán leve fuera. Su pequeña y
delicada compañera era un volcán que se mantenía muy reprimido.

Por ahora lo dejaría pasar. Trataría con los dos en la puerta y con cualquier otro
que él mismo sintiera. De la misma manera como estaba preparado para enfrentar el
ataque de esa mañana. Mutt y Mongrel estaban en la pista del tercer Casta Lobo que
la había atacado. El que Jonas desconocía. El tercero, pronto lo tendría detenido y
Dog se aseguraría de que los otros dos supieran lo que les esperaba.

Pronto sabría quién era, y el bastardo no viviría mucho más. Ningún Casta, sin
importar quién era, merecía vivir después de un ataque así. Si hubieran atacado a
Dog, podría haberlos dejado vivos, si estaba de buen humor, pero en vez de eso,
habían atacado a su compañera.

—Ha sido así desde que era niña, Dog. —Ahí estaba el cansancio, el dolor—. No
siempre fui tan discreta como podría haber sido en cosas que sabía. Los Felinos en su
mayoría nunca se molestaron por eso. Algunos fueron cautelosos a veces, pero no
desconfiados. Los Coyotes toman todo con calma. —La ironía en su tono no podía
fallar—. Pero los Castas Lobo, creo, reaccionan instintivamente a los aromas mixtos
del ADN que poseo, así como a los rumores sobre habilidades que realmente no
poseo. Y ellos conocen la amenaza que represento en las vidas que están
construyendo si alguna vez soy capturada por el Consejo. —Ella lo miró
solemnemente—. Los Felinos, los Castas Lobo de papá, y Jonas personalmente irían a
la guerra si eso sucediera. No habría un Casta vivo al que no arrastraran dentro.

¿Estaba inventando excusas para ellos? No podía creer lo que estaba oyendo. Pero
ella tenía razón. No había un Casta Felino que él supiera que hubiera conocido a
Cassie y que no le gustara; muchos la adoraban. Los Coyotes desconfiaban de su
habilidad para argumentar sobre la Ley Casta pero, aparte de eso, encontraban su
carácter juguetón y su encanto fascinantes.

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Nunca había escuchado que los Castas Lobo sintieran algo diferente, pero
pensándolo bien, rara vez ellos oían hablar de algún Casta Lobo, pero su padre
tampoco decía nada sobre ella. Y había sido un Casta Lobo quien la había atacado.

Había estado seguro de que estaba volviéndose loco al verla caer de rodillas, con
los ojos muy abiertos, aturdida por los golpes en su cuerpo. Una neblina roja había
borrado todo menos el conocimiento de que había sido atacada, herida. Y aquí estaba
ella sentada disculpándolos. No solo a su atacante, sino a todos los Castas que se
atrevieron a mostrarle falta de respeto al permitirse liberar el olor de ello.

—Cassie, ¿qué derecho tienen a ofenderse por tu genética o tus habilidades?


Ninguna de las otras hembras Coyote experimenta esto...

Fue el mínimo parpadeo de su expresión lo que lo detuvo. Evidentemente, las


hembras Coyote lo estaban experimentando. ¿Ashley lo toleraba? ¿La hembra Coyote
que incluso él dudaría en encontrar en un callejón oscuro, y los Castas Lobo
realmente estaban mostrando su desdén por ella? Obviamente tenían un deseo
suicida.

—No son todos Castas Lobo. —Balanceando sus piernas sobre la cama, se agarró a
un lado del colchón mientras lo miraba fijamente—. Hasta los dos en la puerta, nunca
estuve segura de dónde venía eso. Quizás fueron solo esos dos.

Mentira.

Ella frunció el ceño cuando él no dijo nada.

—No me mires así. Y siéntate o algo así. Estoy forzando mi cuello.

Él se preguntó si podría librarse de azotarle el culo.

Sabía que el olor de su cautela combinada con su Calor estaba a punto de volverle
loco. Desde el momento en que la acostó en la cama, su excitación había estado

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creciendo. Y él había estado tratando de ignorarlo. Había sido atacada, tenía que
estar sufriendo, no tenía que lidiar con su lujuria además.

—¿Por qué saliste de la suite esta mañana? —Y esa era la pregunta más
importante.

—Tenía cosas que hacer, Dog. Normalmente no doy vueltas en mi suite todo el
día. Y no jugaré a la prisionera y comenzaré a hacerlo ahora. —La voluntad y la
determinación del acero llenaron su voz.

Ella comenzó a levantarse de la cama después de hacer esa pequeña declaración,


como si la conversación hubiera terminado.

—Siéntate. —Mantuvo su tono amable, incluso agradable.

Observó esos extraños ojos azules iluminarse solo un poco y su expresión se tensó
obstinadamente.

—¿Perdona? —Su tono, a pesar de su amabilidad, contenía una nota que


raramente escuchaba en la voz de una mujer. Ese trasfondo que solo los alfas podrían
realmente lograr. Hijo de puta, lo había sospechado, pero ese momento de fuerza que
sintió fue sorprendente.

No había duda de por qué tantos Lobos estaban teniendo problemas con ella y los
Coyotes no. Los Coyotes amaban el desafío que representaba una hembra alfa; los
Castas Lobo tendían a verlo de manera más sospechosa a menos que fuera un rasgo
adquirido que la compañera de un Alfa hubiera desarrollado.

—Me escuchaste. —La miró fijamente, tratando de encajar las piezas del
rompecabezas que sabía sobre su intrigante pequeña halfling—. ¿Qué cosas tenías que
hacer esta mañana a la luz del día que requerían salir del edificio? Especialmente
sola.

Ella entornó los ojos.

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—¿Dónde estabas, ahora que lo pienso? No estabas cuando desperté.

Ella se estaba desviando. Ahora, esto era interesante.

—Cosas que hacer —murmuró, apenas controlando una sonrisa—. Lugares para
ir. Gente que ver.

—¿Cosas del Consejo? —La ola de enfado que le disparó pudo haber intimidado a
un Coyote más débil.

—Cosas que no causaron un ataque en tu contra —señaló en lugar de


contestarle—. A diferencia de las tuyas. Ahora, ¿te importaría responderme?

El aroma que lo golpeó cuando terminó de hablar fue tan intrigante que su pene se
endureció hasta convertirse en hierro y las glándulas debajo de su lengua
comenzaron a palpitar con la necesidad de besarla. Le provocó tal puñetazo de
lujuria en las pelotas que casi le robó la respiración. Porque ese olor era uno de tal
desafío y audacia, que los instintos que anidaban en la parte más oscura de él casi se
escapan.

—Sí, tus cosas causaron ese ataque. —Poniéndose de pie, ella lo miró. Sin sus
tacones, con los hombros derechos, ella lo miró con furia. —Me llamaron puta del
Consejo antes de que ese puño conectara con mi cabeza. Y yo estaba afuera porque
estaba buscando un taxi para llevarme a donde había escondido un teléfono móvil
seguro, porque los míos fueron anulados. Teléfonos, tabletas y ordenador portátil.
No podía contactar con nadie y no tenía acceso a ningún piso excepto éste, y había
guardias para evitar que accediera a los otros pasillos. Podía usar el ascensor para ir
al vestíbulo. Punto. Por tu culpa. —Delicado, elegante, un dedo se clavó en su pecho
con imperiosa ira femenina—. Y debido a tus cosas del Consejo, ni siquiera pude
contactar con los Enforcers que mi padre envió para mi protección, y mucho menos
los que Jonas me asignó.

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Una vez que comenzara a matar, podría comenzar con Jonas. Había pocos que
podían dar la orden de tenerla tan impedida. Muy pocos. Y Jonas estaba en la cima
de esa cadena en particular.

Al enderezarse desde su posición encorvada contra el tocador, miró el pequeño


dedo que lo señalaba antes de levantar su mirada a los ojos de ella.

El Calor estaba aumentando en ella, pero era mucho más lento que el suyo, lo que
indicaba que su cuerpo estaba tratando de sanar en lugar de acoplarse. Cassie no
había mentido antes cuando dijo que tenía hambre, y debajo de todo, podía sentir la
furia impotente que provenía de su creencia de que su compañero era el enemigo.

Y ese maldito orgullo que poseía no le permitiría decirle la verdad.

—¿Por qué no te quitas esas ropas rotas y te vistes con algo para que puedas
relajarte? Pediré algo de comida —sugirió.

Ella entornó los ojos.

—¿Tu teléfono funciona?

Él no pudo evitar sonreír.

—No uso un teléfono de la Oficina, cariño. Y utilizo mi propio cifrado. Sin


embargo, tengo un repuesto que recogí para ti esta mañana, para asegurarme de que
la Oficina no pueda rastrear las llamadas que te haga.

—No quiero uno de tus juguetes del Consejo—le gruñó, caminando a grandes
zancadas y en dirección a su armario—. Conseguiré el mío.

—Vas a conseguir ser follada antes de alimentarte si no vigilas todos los pequeños
desafíos que estás lanzando —espetó, incapaz de no responder al desafío constante—
. Ahora, por Dios, haz lo que te pido, solo por esta vez.

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Antes de que ella pudiera soltar otra réplica inteligente, se volvió y salió de la
habitación. Pero en lugar de hacer la llamada para la cena, caminó hacia la puerta, la
abrió de un tirón, y antes de que los Castas Lobo que la protegían pudieran hacer
algo más que saltar, estaba sobre ellos. La parte plana de su mano hacia el diafragma
llevó al más cercano al suelo, luchando por respirar. El otro se llevó un puñetazo de
lleno en la cara, garantizando que estaba inconsciente al estrellarse contra el suelo.

Cuando el primero lo fulminó con la mirada, tosiendo, Dog sacó un cigarro de su


camisa y lo encendió con diversión perezosa.

—Sabes por qué fue eso. Deja que suceda de nuevo, y estás muerto. —Dándose la
vuelta, volvió a entrar en la habitación y se encontró frente a la mirada furiosa de su
compañera.

Cerró la puerta, sacó el teléfono del cinturón y le lanzó una sonrisa perezosa.

—Creo que pediré filetes. ¿Te parece bien?

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Capítulo 7

Vestida con pantalones de algodón gris y una camisola a juego, Cassie se recostó
en su silla, los restos de la cena casi inexistentes. El filete, las patatas rellenas, las
ensaladas y los panecillos le parecieron demasiada comida para terminársela cuando
Dog vació las bolsas que le entregaron.

Ahora repleta, todo lo que tenía que hacer era reprimir la molesta excitación que
comenzaba a acumularse en su interior. También podía sentir despertándose una
sensación de advertencia imperiosa. Sin embargo, esa advertencia había comenzado
antes del ataque. Había empezado la noche en que el miedo y el pánico de su
hermana Kenzi habían llegado hasta ella.

No sería fácil para su hermana; había perdido a los padres adoptivos que habían
sacrificado tanto para protegerla, solo para finalmente perder la vida. Y ahora tenía
que enfrentarse a los padres de los que había sido apartada.

Los filamentos del conocimiento estaban colgando en su mente; ella podía


notarlos, sentirlos. Estaban todos conectados de alguna manera; simplemente no
estaba segura de cómo, porque esa sensación de advertencia inminente todavía se
gestaba dentro de sus sentidos.

Aunque su padre y ella nunca hablaron de eso, cuando Cassie había madurado, su
aroma paterno subyacente había comenzado a surgir. Era débil debido a la genética
Coyote que poseía, demasiado débil para que la mayoría de los Castas lo detectaran,
pero todavía estaba allí. De alguna manera, el Consejo había conseguido la genética

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de Dash Sinclair y el científico que realizó el procedimiento in vitro no solo había


creado a Cassie, sino también a Kenzi.

—Toma. —Dog se movió a su lado, colocando un teléfono y una tableta sobre la


mesa mientras tomaba su plato—. Ambos están encriptados y son seguros. Programé
mi número en el teléfono y ambos dispositivos están equipados con un nano-ghost.
Son seguros.

Sus cejas se levantaron. Los nano-ghost eran aún más difíciles de construir y
programar que los nano-nits. Su encriptación y su capacidad para acceder a Internet a
través de las conexiones inalámbricas a su alrededor sin dejar rastro los hacía
altamente valiosos.

—¿Cómo conseguiste un nano-ghost? —Girando la cabeza, lo miró con suspicacia.

—Porque soy así de bueno. —Él sonrió, mostrando esos caninos de los que parecía
tan malditamente orgulloso.

El encanto prácticamente rezumaba de él junto con la arrogancia y la confianza


siempre presente. Desafortunadamente, ese encanto de chico malo solo la excitaba
más. La había excitado antes de que la tocara. Seis años de llamadas, mensajes,
favores y exigencias ridículas, y cada vez, ella se sentía más cautivada por él. Cassie
siempre supo que Dog era parte del Consejo. Sospechaba que era un Coyote. Y con
todo, había hecho tan precipitadamente ese trato final con él.

—No estoy segura de cómo me siento acerca de eso —admitió—. Eres


condenadamente bueno en las cosas equivocadas, Dog.

Levantándose de la silla, se preguntó qué decía eso de ella, que estaba tan
dispuesta a romper las reglas de la Oficina al aceptar tal dispositivo. No es que la
atraparan haciéndolo. Detectar nano-nits era bastante difícil. Los nano-ghost eran
imposibles de detectar a menos que el programador supiera exactamente lo que ella
o él estaban buscando.

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—Lo intento. —Su expresión era sensual y conocedora—. Pero también tienes un
poco de maldad dentro de ti, halfling. Admítelo.

¿Un poco de maldad? A veces se sentía en peligro de ser poseída por instintos que
no tenía idea de cómo manejar. Jonas dijo una vez que sentía la batalla entre el Lobo
y el Coyote de los que había sido creada y se preguntaba cuál ganaría al final.

Cassie se había alejado del debate, aterrorizada de que él hubiera visto eso dentro
de ella. Esa batalla entre lo bueno y lo malo.

—No puedo negarlo exactamente. —Ella levantó sus hombros


despreocupadamente—. Esas genéticas no están exactamente ocultas. Cualquier
Casta puede olerlas.

Dog ahora la estaba mirando demasiado atentamente, como si fuera un


rompecabezas que necesitaba montar.

—¿Crees que la genética Coyote es responsable del demonio que mantienes


oculto? —Un gruñido de risa siguió a la pregunta—. No lo creo.

—No hay ningún demonio escondiéndose, Dog. —Tomando el teléfono y la


tableta, se fue a su habitación. Ambos tenían que ir en la mochila que tenía preparada
por si acaso tenía que irse rápidamente—. Aunque a veces, ser amable requiere
trabajo.

A veces, quería desgarrar a aquellos que permitían que su odio hacia ella marcara
su olor, que permitían que su repulsión la tocara. Percibirlo y olfatearlo realmente
eran dos cosas diferentes. Permitir que otro Casta percibiera esos sentimientos era
considerado el último insulto.

—¿Y crees que los Castas Lobo o Felinos son naturalmente agradables?— Se rió de
la idea—. Cariño, estás tan decidida a negar el pequeño Coyote agazapado y listo
para defenderse, que sorprendes a todos los que realmente te conocen. Los Castas no

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son agradables. No importa su designación. Así como los humanos no son realmente
agradables. Simplemente lo ocultan mejor el uno al otro.

¿Agazapado y listo para defenderse? No, el Coyote estaba agazapado y


esforzándose por atacar en todo momento. Era el impulso de escabullirse de su
habitación sin que los guardias lo notaran y demostrar que ella era tan letal como
ellos. Era la necesidad de gruñir con furia a los Enforcers que habían operado por
detrás de ella cuando cuestionaron cada orden, cada decisión. Era toda una vida de
resistir el deseo de huir de la protección que sus padres pusieron a su alrededor, para
atacar a sus enemigos con engañoso sigilo.

¿Cuántas veces se vio obligada a correr y esconderse en Santuario con su hermano


mientras sus padres enfrentaban el peligro? Su padre la había entrenado para pelear,
la había entrenado para ser letal, pero cuando ella tuvo que usar ese entrenamiento,
él la miró con tanta decepción, que se había encogido por dentro.

Sin embargo, estaba de acuerdo con Dog. Los Castas no siempre eran agradables.
No cuando se trataba del enemigo o del prejuicio que salía de los humanos. Pero
tampoco eran crueles. Tomaban cada situación tal como venía y la resolvían. No se
lamentaban de sus vidas ni gimoteaban por la sangre que tenían que derramar, pero
tampoco querían derramar esa sangre.

Sin embargo, la necesidad de derramar sangre era cada vez más difícil de
rechazar.

—Cassie, ¿no estás cansada de interpretar a la pequeña princesa Casta perfecta? —


le preguntó cuando ella pasó junto a él—. ¿No te has hartado de ser una buena chica
todo el tiempo? No eres humana. No puedes seguir fingiendo que lo eres.

No tenía ni idea de qué estaba hablando.

Lanzándole una furiosa mirada, ella pasó a su lado y entró en su habitación hacia
el armario. Allí, guardó el teléfono y la tableta. Antes de volver a cerrarlo, la

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empuñadura del cuchillo llamó su atención, al igual que la pistola pequeña y


anticuada. Había una docena de cargadores para el arma, repletos con balas
mortales, en el fondo de la bolsa. El cuchillo estaba enfundado en una funda hecha
para ajustarse a su muslo.

Los mantenía ocultos porque llevarlos se sentía demasiado natural, y más de una
vez, la necesidad de usarlos había sido abrumadora.

El bien contra el mal.

Sus dedos pasaron por encima de la empuñadura de cuero antes de obligarse a


retroceder y asegurar la solapa una vez más.

Era consciente de que Dog se movía detrás de ella, mirándola, desafiándola.

Sí, ese fue otro error que ella compartió con él. Ignorar los desafíos y retos que le
arrojaban de manera burlona los Castas Lobo que la miraban con tanta sospecha y
repugnancia. Muchas veces la necesidad de enfrentar esos desafíos había sido como
una fiebre que se rehusaba a disminuir.

Podía sentirlo ahora, el Coyote caminando de un lado a otro, poniendo a prueba


su control, exigiendo su liberación. Al madurar, la genética Coyote y Lobo lucharon
por superarse mutuamente. La doctora Armani todavía estudiaba el fenómeno y
había atraído a Sobolova cuando se unió a la comunidad médica y científica de los
Castas.

—Tenías dieciocho años —dijo Dog, avanzando en la habitación—. Estaba en ese


puñetero patio interior esperando a Jonas cuando entraste, el vestido virginal
fluyendo a tu alrededor. No fue la Casta Lobo como te llamaba la prensa la que entró
en esa habitación. Fuiste salvaje y contenida. Como un Coyote enfurecido, enjaulado.
Y yo no quería nada más que marcarte esa noche.

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Ella, se dio cuenta de que, no había querido nada más que llevar su marca esa
noche. La inquietud que la atormentaba había sido uno de esos períodos en los que
había reinado su genética Coyote.

—Estaba enjaulada —le dijo fríamente—. Todavía estoy enjaulada.

Poniéndose de pie, cerró la puerta del armario, haciendo retroceder las


necesidades que la desgarraban.

Dog se rió entre dientes detrás de ella otra vez.

—Qué aroma tan intrigante—murmuró, el acento divertido la hizo ponerse


rígida—. ¿Estás enfadada, pequeña halfling? ¿Te ofende que no te permita
esconderte? ¿Fingir que no posees toda esa desagradable genética Coyote?

Ella se giró hacia él mirándole con sorna.

—Deja de intentar comenzar una pelea, Dog. Ve a atacar a los guardias Lobo de
nuevo si no puedes controlar tu necesidad de ser desagradable.

—¿Mi necesidad de ser desagradable? —Su expresión se volvió calculadora—.


¿Crees que estoy tratando de ser desagradable, compañera?

—Estás tratando de ser cruel y no me gusta —afirmó, negándose a cumplir con el


desafío en sus ojos.

Si ella cediera, solo una vez, todo habría terminado. Nunca controlaría esos
impulsos de nuevo. Nunca recuperaría el control de sí misma o de la criatura
demasiado dispuesta a atacar.

Dog se rascó la mejilla, mirándola burlonamente mientras ella pasaba a su lado.

Antes de que pudiera alejarse, él extendió la mano para agarrarla, para dominarla.
Ella sintió que él se preparaba para moverse, sintió su necesidad de controlarla.

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Antes de que pudiera tocarla, Cassie saltó lejos de él, girándose en un giro perfecto
mientras Dog se movía para hacerle frente.

Cuando se agazapó y lo miró a través de los rizos que caían sobre su cara, antes de
enderezarse rápidamente para fulminarlo con la mirada.

Y él se rió de ella. Sus ojos grises brillaban con júbilo y la alegría que Cassie sintió
la tenían mirándole con recelo.

—No estoy de humor para jugar —espetó.

—No, no lo estás —estuvo de acuerdo fácilmente—. Estás de humor para follar y


follar duro. —Tomando la silla al lado de la puerta, la colocó frente al panel cerrado,
se sentó y se quitó las botas—. Y me gusta follarte, compañera. Es la única vez que
dejas a esa pequeña perra dentro de ti libre.

El Calor destelló dentro de ella, intenso, caliente y devorador. Sus pechos estaban
tan hinchados, tan sensibles que sus pezones realmente dolían. Entre sus muslos, su
clítoris se hinchó, su vagina se tensó, y el sedoso deslizamiento de la excitación se
liberó.

Respirando con dificultad, ella le devolvió la mirada echando fuego por los ojos.
Era el Calor de Acoplamiento, se dijo con rabia; eso era todo. La ira lo empeoraba; lo
había escuchado durante años.

Eso era todo lo que era.

Dog observó esos perfectos labios curvados a un lado, mostrando un delicado


canino mientras un desafío sensual comenzaba a llenar su expresión. Estaba tan
desesperada por liberarse, luchando con tanta fuerza que se sorprendió de que el
animal dentro de ella encontrara una manera de asomarse libre.

Pero estaba allí, la hembra Loba y Coyote se fusionaron, salvajes y decididas a


demostrar que él le pertenecía. No era que ella fuera más una que la otra. Era que

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cada parte de ella dictaba ciertos rasgos y fortalezas que poseía. Sin embargo, era la
hembra Coyote quien lo enfrentaba ahora. El aroma de su Calor era particularmente
potente, un narcótico para sus sentidos. Era un puñetazo de lujuria en sus pelotas y
las glándulas debajo de su lengua se llenaron instantáneamente con la hormona de
acoplamiento.

—Te gusta eso, ¿verdad? —gruñó, poniéndose de pie y soltando su cinturón—.


Cuando te hablo sucio. Y me gusta hablarte sucio.

—Estás loco —espetó ella. Él se preguntó si incluso se daría cuenta de la fuerza


pura que llenaba su voz, la forma en que el animal se deslizaba libremente para
prestarle esa insinuación de gruñido.

Una hembra alfa natural. El tipo de mujer creada para liderar al lado de su
compañero, no detrás de él.

Dog se rió de su declaración mientras desabotonaba su camisa.

—Puedo oler tu Calor, Cassie. Te estás quemando viva. Y cuando te deje en esa
cama, lo primero que voy a hacer es chupar esos pequeños pezones duros
presionados contra esa camisa delgada que estás usando. Entonces voy a arrancar
esos pantalones de tu cuerpo y meter mi lengua en ese coñito caliente. Voy a lamer
cada jodida gota de crema que huelo saturándolo en este momento.

Él juró que vio cómo se le nublaban los ojos. Su rostro se sonrojó y sus pezones se
volvieron imposiblemente más apretados, apuñalando contra la tela de la camisola
con exigencia. El Calor llenaba el aire ahora, su dulzura especiada hizo que la lengua
le doliera por saborearla.

Dejó caer la camisa al suelo, observando como su mirada se movía hacia ésta y
después volvía a mirarlo con recelo.

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—Voy a montarte, compañera —gruñó, empujando a la criatura salvaje, apenas


contenida, que sentía luchando por ser libre—. Voy a ponerte de rodillas, montarte y
follarte hasta que esté trabado dentro de ti y llenándote con semen de Coyote.

Ella atacó.

Dog no pudo contener el gruñido de satisfacción cuando la agarró, la tomó de los


hombros y la giró antes de que la rodilla que ella estaba doblando hiciera contacto
con sus pelotas.

—¿De verdad, Cassie? —Él se rió, alejándola de él, observándola mientras ella
giraba, su cabello ondeando como una capa a su alrededor—. Vigila esa rodilla,
halfling. Odiaría estropear tu diversión una vez que te ponga de rodillas.

Ella atacó de nuevo, agachándose en el último segundo en un intento de hacerle


caer. Y casi tuvo éxito. Dios la amaba.

Al verla saltar sobre sus pies y volar hacia él con una patada, se rió con pura
alegría, entonces gruñó cuando su pie golpeó su pecho, arrojándolo contra la pared.

—Bueno, eso va a doler más tarde. —Él se rió entre dientes, sin dejar de mirarla
mientras ella se ponía de nuevo en cuclillas.

La había observado entrenar en la sala de combate en los últimos meses, pensó


que sabía cómo se movía, cómo le gustaba jugar con sus compañeros de
entrenamiento. Ahora, él le mostraría cómo jugaba un Coyote.

—¿Por qué simplemente no te monto y tomo tu culo?—Sugirió, la idea de esa


última sumisión era una tentación a la que apenas podía resistirse—. Enseñarte quién
es tu Alfa y quién es tu compañero.

A ella le gustó esa idea más de lo que admitiría nunca, supuso él, porque el
gruñido que se liberó fue un sonido de pura anticipación.

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—Sí, a mí también me gusta la idea de eso —decidió, observando su cuerpo


cambiar, la línea de sus hombros, la inclinación de su cabeza—. Y cuando hayamos
terminado, puedes decirme lo bueno que fue tenerme enterrado allí, someterte a mí
como una buena y pequeña compañera.

Cassie saltó, preparada para patear de nuevo. Esta vez, la tomó de la cintura y la
arrojó a la cama, asegurándose de arrancarle la camisa como él había hecho. Antes de
que ella pudiera apartar esa masa de cabello de su cara, Dog se las arregló para
quitarse los pantalones y bajarle los suyos por las caderas.

La sujetó del pelo, con cuidado de no agarrar los mechones cerca del área donde la
habían golpeado, mientras se sentaba a horcajadas sobre sus piernas y las mantenía
cerradas con las rodillas. Echando la cabeza femenina hacia atrás, él inclinó la suya,
le mordió los labios y gruñó cuando ella trató de morder.

Soltando su cabello, la agarró por la mandíbula, aplicando la presión suficiente


para evitar que mordiera, y cubrió sus labios con los suyos, su lengua se deslizó en
su boca, acariciando la de Cassie.

El sabor de ella lo tenía sin sentido.

El sabor de Dog hacía que su lengua se acariciara contra la de él, el olor del Calor
de ella era una oleada de feromonas inductoras de lujuria que casi lo hicieron
correrse contra los muslos femeninos.

Él apartó su cabeza y soltó su mandíbula, volvió a agarrar su pelo y tiró su cabeza


hacia atrás una vez más.

Los ojos entornados por la excitación, el azul reluciendo como llamas, sus labios
entreabiertos y húmedos. Ella era la criatura más hermosa que había visto en su vida.
Los dedos de Cassie agarraron sus muñecas, una estaba cerca de su cabeza, la otra
estaba en su hombro, le clavó las uñas, agarrándose con fuerza a él.

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—Tienes miedo, Cassie —se burló de ella, luchando contra la necesidad de


serenarse y dejarla esconderse—. Quieres ser mala conmigo con una fuerza que te
hace temblar, admítelo.

—Estás totalmente loco —le gruñó—. Es el Calor de Acoplamiento y tu locura.

Inclinando su cabeza más abajo, atormentó sus labios mientras hablaba.

—Quieres ser desagradable conmigo. Puedo sentirlo. Vamos, soy solo yo. Nadie
tiene que saber que disfrutas follando a tu compañero Coyote. Te lo prometo, no me
chivaré.

Su mirada se iluminó, luego se oscureció. El aroma de su Calor era tan


malditamente embriagador que apenas podía pensar en ello.

—Déjame verte ser mala por solo un minuto. Juega con esos bonitos pezones
mientras observo; entonces los chuparé para ti. Vamos, dame un poco de tu maldad,
y te daré mucha de la mía.

Un gemido escapó de sus labios mientras negaba con la cabeza, la desesperación


reflejada en sus ojos junto con la energía furiosa de la necesidad ardiendo en su
interior.

—Vamos, nena—susurró, lamiendo sus labios de forma provocativa antes de


levantar la cabeza otra vez—. Muéstrame lo que te hacías cuando pensabas en mí
todos estos años y te mostraré cómo puedo hacerlo mejor.

Ella sintió que sus dedos lo soltaban, como si se obligara a soltarlos uno a uno
mientras él retrocedía, su polla latiendo mientras descansaba en la unión de sus
muslos. La gruesa punta descansaba justo debajo de su clítoris, el calor de su
resbaladiza humedad sirviéndole de almohada.

~115~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Con los ojos entornados, él observó cómo lentamente acunaba sus pechos, las
yemas de sus dedos al principio se movieron casi imperceptiblemente sobre las
puntas rígidas, causando que de sus labios saliera un suspiro irregular.

—¿Así es como quieres que los chupe? —Estaba ardiendo vivo por ella—.
¿Agradable, dulce y fácil como eso?

Ella agarró sus pezones, sacudiéndose con fuerza en su agarre, un destello salvaje
de anticipación llenó su mirada cuando sus pulgares e índices apretaron con fuerza.
Un desgarrador grito escapó de sus labios, su cuerpo se arqueó y las puntas rosadas
se sonrojaron, oscureciéndose mientras sus dedos las apretaban y soltaban,
hinchando los pequeños pezones mientras su hambre perfumaba el aire.

—Si chupo esos bonitos pezones, entonces vas a atormentarme un poco, solo para
castigarme—sugirió, bajando la cabeza para soplar suavemente sobre una punta
excitada—. Me volvería loco si viera esos bonitos dedos entre tus muslos,
proporcionándote placer. Ya sabes lo malditamente posesivo que puede ser un
Coyote del placer de su compañera.

Levantó la vista a tiempo para ver cómo su mirada se oscurecía, sintió el azote de
lujuria abrumadora tomar el control de ella.

—Déjame tener uno, compañera —gimió—. Déjame chupar uno de esos pezones
dulces.

Cassie sintió el momento en que perdió el control de su respuesta a él o su


capacidad para negar las oleadas de codiciosa necesidad que la inundaban. Observó
cómo sus labios cubrían su pezón, sintiéndole moverse hasta que descansó a su lado
mientras le separaba los muslos con una mano.

Entonces la ardiente necesidad sexual estalló en su cuerpo. El calor de su boca,


chupando, tirando de su pezón, sus dientes raspándolo, su lengua lamiéndolo
mientras la hormona que se derramaba de su lengua lo excitaba hasta una

~116~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

sensibilidad casi dolorosa. Escuchó su propio grito, el arco de su cuerpo, y el agarre


de sus dedos en su muñeca, empujándola hacia sus muslos.

Y oh Dios, ella necesitaba. Necesitaba ser tocada allí. Su clítoris estaba inflamado,
muy hinchado y dolorido. La carne entre sus muslos estaba resbaladiza con la rica
humedad derramándose de ella.

—Dog, es tan bueno… —Las palabras salieron de sus labios mientras sus dedos
separaban sus pliegues—. Hazlo más fuerte, chúpame más fuerte.

Se estaba muriendo, arqueándose. Sus dedos encontraron el clítoris inflamado,


raspando contra él en su desesperación por encontrar su orgasmo. Cuando el caricia
de sus dedos contra el pequeño núcleo sensible no la empujó por el borde, ella los
empujó más abajo y encontró la entrada escondida allí.

El gruñido que vibró en su pezón fue una advertencia primitiva para detenerse. Y
una que ignoró. Levantando las caderas, atravesó la entrada con sus propios dedos,
su cabeza se sacudió cuando los labios de él se movieron hacia su otro pezón y sus
dedos encontraron su mano.

Dog la empujó, llevando sus dedos más profundamente en su interior. Y aún así,
no fue suficiente. Nunca había sido suficiente en el pasado cuando ella intentaba
complacerse a sí misma. No importaba lo que hiciera, nunca podía encontrar el
orgasmo que necesitaba.

Retrocediendo, se movió hacia su clítoris una vez más, entonces congeló un


suspiro antes de que un grito se escapara de ella.

Los dedos de él empujaron en su interior, impulsándose contra el tejido apretado,


separándolo, dedos callosos acariciando, moviéndose dentro de ella mientras un
placer violento la azotaba.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Apenas fue consciente de sus labios liberando el pezón, sus besos extendiéndose
por su vientre. Cuando él le apartó los dedos y sus labios encontraron su clítoris, sus
manos se hundieron en su cabello, desesperadas por mantenerlo allí.

Lo necesitaba allí mismo. Lamiendo, chupando. Su lengua se movió sobre ella,


entonces bajó mientras sacaba sus dedos. Su lengua empujó en su interior,
llenándola, lamiéndola...

—Dog... —Ella gritó su nombre, retorciéndose en su agarre cuando sus dedos se


movieron más abajo y encontraron la entrada más pequeña y apretada que lo
esperaba.

Estaba tan perdida en el placer, en la lujuria, que solo pudo gritar cuando sus
dedos se deslizaron dentro de ella. Lubricado por el exceso de humedad que se
derramaba de su vagina, sus dedos tomaron su trasero con una facilidad que la
sacudió. Estirándola, abriéndose paso en su interior, hasta que ella estaba empujando
en cada penetración y rogando por más.

Y de repente, él se había ido.

—No. —Ella se sacudió, estirándose hacia él, solo para encontrarse boca abajo
mientras Dog movía sus caderas hacia él, poniéndola de rodillas.

La sensación de la punta ancha y dura como el hierro metida contra su entrada


trasera hizo que se congelara.

—Entrégate. —El gruñido en su voz era primario, exigente—. Entrégate, maldita


sea.

Un grito escapó de ella. Dejó que su cabeza y sus hombros cayeran de nuevo a la
cama, sus dedos apretaron las mantas mientras sentía un pulso de pre-eyaculación
caliente derramándose contra la entrada.

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Lora Leigh

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Castas 32

Al instante, el fluido rico en hormonas comenzó a relajarla, creando una


quemadura sensual e inclemente que exigía satisfacción.

—Tómalo —gruñó él, bajando su cuerpo, sus labios en su hombro—. Entrégate,


compañera. Tómalo.

Ella empujó hacia atrás, sintiendo el pulso de calor cuando sus músculos se
separaron aún más por la punta. El placer azotador se mezclaba con un dolor
desconocido mientras el hambre que la llenaba la impulsaba a tomar más, a sentir
que él la tomaba, a confiar en él para guiarla a través de eso.

Cada vez que los músculos se tensaban, otro pulso de pre-eyaculación hormonal
se disparaba en su interior; resbaladizo, caliente, construyó un placer tan exigente
que estaba temblando por la fuerza de ello.

Con cada empuje contra su trasero, él la tomaba más profundo, estirándola


mientras ardía más intensamente y se sentía caer bajo la avalancha de sensaciones.
Con él enterrado hasta la empuñadura, su polla palpitando en un lugar tan privado
que nunca había imaginado que lo permitiría, Cassie sabía que algo había cambiado
dentro de ella.

—Joder, Cassie —gimió.

Un segundo después, sus dientes se aferraron a la marca en su hombro y él


comenzó a moverse. Al principio con largos y lentos empujes, luego más duro, hasta
que él se propulsaba en su interior, empujando las llamas dentro de ella más alto.

Las poderosas estocadas lo hacían estrellarse dentro de ella mientras Cassie


gritaba su nombre, desesperada por la liberación, el placer despedazándola hasta que
sintió que se derretía.

No fue un verdadero orgasmo, porque la necesidad solo se elevó cuando Dog se


deslizó fuera de ella y le agarró la cadera con dedos firmes.

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Lora Leigh

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—No te muevas, Cassie. Muévete, y te juro que te haré esperar horas antes de
darte lo que necesitas —gruñó cuando pensó que ella podría protestar.

En cambio, el instinto hizo que se congelara en el lugar. Si tuviera que esperar


horas hasta el orgasmo, entonces bien podría matarla ahora.

Oyó que se abría la puerta del baño y oyó correr el agua. Un minuto después, el
aroma del jabón con el que él se había lavado le estimuló las fosas nasales cuando
sintió que se movía hacia la cama detrás de ella una vez más. Ella estaba aturdida con
las necesidades todavía palpitando a través de ella. Su clítoris estaba muy hinchado,
los pliegues entre sus muslos sensibles y su vagina se tensaba con contracciones
involuntarias.

—Vamos, cariño—canturreó, tocando sus muslos, inclinando sus caderas—.


Enloquece por mí ahora, Cassie. Dame todo de ti ahora.

Mientras hablaba, la sensación de su polla invadiéndola, empujando contra el


apretado tejido, moviéndose en su interior, le robó lo último de su cordura. Cassie se
echó hacia atrás, tomándolo más profundamente a medida que el placer y el dolor se
unían, creando tal hambre salvaje que ella estaba indefensa contra ello.

—Ah joder. Tu coño es tan dulce, Cassie. Tan jodidamente bueno...

Las palabras se fusionaron, frases explícitas, demandas eróticas mientras


empujaba dentro de ella, acariciando la carne sensible, estirándola. Luchó por
adaptarse al grosor incluso mientras ansiaba más. Ella se sacudía en cada
empalamiento, impulsándose más fuerte sobre su polla, escuchando su aprobación,
el placer en su voz.

Cuando él se agachó sobre ella una vez más, sus dientes se cerraron sobre su
hombro, sus estocadas conduciendo su endurecida carne en su interior, sintió que se
estaba muriendo. Sabía que se estaba muriendo. En realidad, nada podría estallar a
través de ella con tanta fuerza, con un éxtasis tan devastador, y dejarla sobrevivir.

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Lora Leigh

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Al mismo momento, ella sintió el orgasmo de él y la poderosa hinchazón del nudo


Casta que lo trababa en su interior. Cada latido de la extensión engrosada provocaba
otro estallido, el calor de su semilla derramándose dentro de ella, el latigazo de su
lengua en la marca en su hombro, todo convergió hasta que la última y violenta ola
de éxtasis la destrozó.

Lo que él le había hecho, no estaba del todo segura. Fue más allá del placer físico;
fue más allá de lo que ella había conocido con él antes. Y cuando todo terminó,
cuando finalmente se apartó de ella, lo único que pudo hacer fue desplomarse en la
cama, el cansancio la dobló bajo su peso y la arrastró al sueño.

Donde podría esconderse. Solo por un minuto, necesitaba esconderse de lo que él


había liberado dentro de ella.

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Lora Leigh

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Capítulo 8

A la mañana siguiente, Dog se puso las botas, monitorizando las horas antes del
amanecer y la actualización que estaba esperando sobre la evacuación de su gente. Su
mirada tocó a su compañera durmiendo cuando sintió al Casta que entró en la sala
de estar. Frotándose fatigosamente la nuca, se levantó de la silla y se dirigió hacia la
puerta del dormitorio. Abriéndola en silencio, salió de la habitación antes de cerrarla
y enfrentar al Casta.

Demonios, no necesitaba esto ahora mismo. Al menos ya no había guardias de


servicio fuera de la habitación, aunque esperaba que aparecieran pronto. Esperaba
que sus reemplazos fueran un poco más educados. La próxima vez, él mismo podría
no ser tan amable.

—¿Qué quieres? —gruñó, preguntándose por qué diablos el Director de Asuntos


Castas pensaba que éste era un buen momento para invadir la suite de Cassie.

—Tenemos que hablar. —La voz de Jonas se mantuvo baja—. Pero aquí no. Al otro
lado del pasillo si tienes un minuto.

Dog miró al Director con los ojos entrecerrados. Le gustaba pensar que ya conocía
bastante bien a Jonas. El hombre era tan engañoso y calculador como cualquier
Coyote nacido, a pesar que era un León.

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Jonas abrió la puerta que daba al pasillo e inclinó la cabeza hacia éste. Siguiendo al
otro hombre desde la suite residencial, a través del pasillo hacia otra suite igual, Dog
se obligó a contener un gruñido impaciente.

Cerrando la puerta detrás de ellos, Jonas se dirigió, pasando junto a él, al bar en el
otro lado de la habitación, donde se sirvió un trago. Teniendo en cuenta lo avanzado
de la hora, el hecho de que Jonas estuviera bebiendo era una indicación de su nivel
de irritación.

—Joder, elegiste un pésimo momento para sacar esta mierda. Desearía que me
hubieras advertido. —El otro Casta se volvió hacia él, sus ojos plateados brillando
con ira mientras tomaba su bebida de un trago.

La evidente franqueza de su compañera con Jonas podría convertirse en un


potencial problema si ella alguna vez se enterara de la verdad sobre quién y qué
representaba su nuevo compañero.

—Hemos discutido esto —le recordó al otro Casta mientras se dirigía al bar y
aceptaba la bebida que Jonas le tendió.

—Maldita sea, Dog —maldijo Jonas, lanzándole una mirada de enfado y


frustración—. Esta situación se está yendo al infierno rápidamente. Cuando vino a
trabajar a esta oficina, realizamos pruebas hormonales con los Castas con los que
estaría trabajando. Esas pruebas la emparejaron con otro Casta. Todos los signos
iniciales de acoplamiento estaban presentes...

—No tiene otro compañero. —El entrenamiento, los años de control, cada
emoción, cada posibilidad de delatarse, casi se malogran.

La criatura que estaba en el centro más oscuro de su alma recobró la compostura,


llena de furia, con posesividad territorial, amenazó con liberarse, con emerger de una
manera que Dog sabía que nunca podría retroceder.

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La mirada de Jonas era intensa, casi confusa, mientras lo miraba fijamente, como si
estuviera tratando de descifrar un rompecabezas que nunca había visto. Esto no era
un juego para Jonas. Dog sabía que no estaba mintiendo, porque esa era la razón por
la que él había reivindicado su reclamo como lo había hecho, antes de que ese hijo de
puta que había perfumado con su olor a su compañera pudiera hacerlo.

—Esas pruebas dicen lo contrario. Y el Coyote con el que fue emparejada era
consciente de la posibilidad. No puedo decir que no hará lo que amenazó y probar la
posibilidad de que pueda cambiar el resultado. —Jonas hizo una mueca, frotándose
el cuello con cansancio—. Hijo de puta. No necesitamos esto ahora.

—Ella tenía dieciocho años cuando me di cuenta de que era mi compañera. Y


hubiera esperado hasta que el momento fuera más conveniente si no hubieras
empujado a ese bastardo hacia ella. —Entonces, un gruñido se deslizó en su voz, algo
que rara vez sucedía—. Cualquier puta anomalía que le permitiera a su olor aferrarse
a ella era un falso intento de acoplamiento. Déjale intentar desafiarme y morirá.

Rhyzan Brannigan. El Coyote hijo de puta que Jonas había elegido como su
asistente en la Oficina Federal de Asuntos Castas. Dog no tenía dudas de que era el
Coyote con el que ella había probado ser compatible. El solo hecho de que su olor se
hubiera atrevido a aferrarse a Cassie después de haber bailado juntos varias semanas
antes, había asegurado que Dog viniera a buscarla, que la reclamara.

—No puedes ignorar la posibilidad, especialmente si Rhyzan lleva el asunto ante


el Tribunal Casta. Y tu hábito de asociarte con el Consejo de Genética, trabajando
abiertamente con ellos ocasionalmente, no va a granjearte la simpatía del Gabinete
para tu reclamo. Cassie corroborará esto. —Él miraba fieramente a Dog como si se
hubiera cometido un crimen—. Ella conoce los estatutos Casta mejor que nadie vivo.
Rhyzan puede exigir pruebas adicionales, y si esas pruebas muestran que la
compatibilidad aún está presente, a pesar de tu acoplamiento, él puede obligarte a
apartarte y obligarla a que le dé la oportunidad de convencerla de que pruebe un
acoplamiento con él.

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Jonas salió de la barra hacia su escritorio, sacudiendo la cabeza antes de que un


gruñido furioso abandonara su garganta.

—Entonces él morirá. —Dog se encogió de hombros, sintiendo un cambio en sus


sentidos, en su conciencia de la oscuridad que llevaba en sus entrañas—. Rhyzan no
quiere cometer ese error. Cassie es mía. No la dejaré ir.

Él no era un maldito Líder obligado a permitir una separación de su compañera


debido a los argumentos de Cassie en nombre de la compañera humana. Cassie no
era una humana sin conocimiento del Calor de Acoplamiento o su fisiología Casta. Y
Brannigan conocería la furia que estaba tentando si hiciera tal movimiento.

—Dog, dejando tu orgullo y terquedad a un lado, no eres un miembro legítimo de


la comunidad Casta, por lo que los demás saben, y hasta que tengamos a tu gente
libre, no podemos divulgarlo. No eres un Alfa; no estás alineado con un Alfa. No
tienes derechos en lo que respecta a la Ley Casta. La única razón por la que no estás
encadenado en este momento es debido a los artículos de la Ley Casta en el sentido
de que no importan tus crímenes en el pasado, el hecho de que tu compañera sea
inocente de esos crímenes te da otra oportunidad.

Los ojos de Dog se entrecerraron mirando a Jonas.

—Mi compañera.

—No importa. —Jonas suspiró, apoyándose contra su escritorio mientras cruzaba


los brazos sobre su pecho y la advertencia en su mirada se hizo más profunda—. Si
las cosas se ponen serias, el apoyo irá a Rhyzan. Y Cassie está bastante molesta
porque la engañaste en este acoplamiento...

—Mierda, Jonas. Nadie engañó a Cassie. —Dog resopló—. Ella hizo un trato. Sabía
que yo era un Coyote. Conocía los riesgos y fue advertida de ellos. Simplemente
pensó que podría controlarlo.

¿Pero no había pensado él lo mismo?

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—¿Y si cree que puede controlar mejor el acoplamiento con Rhyzan?— Jonas
inclinó la cabeza, mirándolo de cerca.

—Entonces se derramará sangre —le prometió Dog—. La sangre de Rhyzan.


Ahora, si no te importa, creo que volveré con Cassie...

—En el momento en que vuestro acoplamiento se conoció, Cassie perdió su lugar


en la Oficina —dijo Jonas cuando Dog se dio la vuelta para irse—. A menos que te
alinees con la comunidad Casta de inmediato y tomes una posición en contra del
Consejo, ella tendrá que abandonar la seguridad de la suite y esta Oficina.

Cassie había perdido su lugar dentro de la Oficina.

Dog se congeló ante esa información. Sabía que había sido bloqueado el acceso de
su teléfono y tableta, pero no sabía que era tan extremo. O tal vez simplemente no
había considerado lo que significaban los borrados electrónicos.

—¿Ella sabe esto? —preguntó.

Jonas asintió bruscamente.

—Así como sabe que tendrá que irse. Te lo dije, Cassie entiende la Ley Casta mejor
que cualquiera de nosotros. Ella sabe lo que significa el acoplamiento. Por el amor de
Dios, déjame ir a los Alfas al menos y revelar lo que has estado haciendo.

Dog negó con la cabeza con firmeza.

—Es muy pronto, Jonas. Demasiado pronto. Primero quiero a mi gente fuera y
quiero la información que han reunido.

Ahora sabía la razón de las lágrimas que su compañera tenía encerradas en su


interior y el dolor que la destrozaba.

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—Va a perder todo lo que conoce cuando lo sepa a menos que te involucres, Dog
—le advirtió Jonas—. Y no te agradecerá ocultarle este secreto. Conozco a Cassie.
Puede que ella no te perdone.

A menos que se involucrara.

A menos que revelara sus secretos y abandonara la batalla por la que había
luchado durante tantos malditos años. Demasiados años.

—Eres un riesgo para la seguridad de esta Oficina en lo que respecta a los Alfas, a
los agentes, así como para cualquier información confidencial que tengamos. Si fuera
alguien más que Cassie, no se le hubiera permitido quedarse tanto tiempo. Pero es
Cassie. Por ella, me han dado veinticuatro horas para solucionar esto; luego tendrá
que irse.

Protegerla no sería un problema. Revelar cualquier lealtad a la comunidad Casta,


incluso la menor señal de que no era leal al Consejo, sin embargo, desentrañaría cada
jodido engaño que había trabajado para construir durante demasiados años.

¿Podría protegerla sin ese lazo? ¿Podrían él, Mutt y Mongrel protegerla sin el
respaldo de la comunidad Casta y los recursos a los que podría recurrir hasta que
tuviera a su propia gente en el lugar?

—Los Alfas pueden temer que estés dispuesto a arriesgar su vida o incluso
entregarla al Consejo. De acuerdo con aquellos con los que he hablado, estarían
dispuestos a darle a Rhyzan la oportunidad de probar un posible acoplamiento solo
por esa razón —le advirtió Jonas.

Dog levantó su labio con una sutil burla a la sugerencia del Director. Había
trabajado con Jonas a lo largo de los años; él conocía la dedicación completa del Casta
a la comunidad Casta.

Jonas era un hombre en cuya palabra se podía confiar, uno que ponía a prueba el
temperamento, pero uno que Dog sabía que se mantendría firme.

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Lora Leigh

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Jonas no revelaría sus secretos, a menos que la seguridad de Cassie dentro de la


comunidad Casta se viera amenazada. Quería esa información tanto como Dog, pero
Cassie era cercana él. Ella era importante para él. Pero Dog no podía arriesgar a su
gente todavía. Tenían que tener tiempo para salir. Era algo que aún no podía revelar.

Y tampoco había ninguna posibilidad de deshacerse de su compañera.

—Jonas, no quieres empujarme en lo que respecta a Cassie. Ni tú, ni Rhyzan ni sus


padres. Intenta llevarte lo que es mío, y el infierno que haré llover sobre ti será
apocalíptico.

Él podría hacerlo. Odiaría hacerlo. Con certeza eso lograría que consiguiera unos
pocos enemigos, pero lo haría para mantener a Cassie.

Se encontró con la mirada plateada fija en él, dejó que el León sintiera su propia
determinación y la veracidad de su palabra. A Jonas le gustaba pensar que lo sabía
todo, todos los secretos de todos, las interioridades de todos. Sin embargo, cuando se
trataba de él, el otro hombre no sabía una mierda.

Entonces, Jonas frunció el ceño, la extraña mirada plateada se hizo más profunda a
medida que el animal primigenio que albergaba asomaba. Sin duda, las garras
pinchaban la puntas de sus dedos cuando el animal se acercó a la piel.

Dog dejó que una sonrisa curvara sus labios. Como Casta, Jonas era uno de los
más poderosos, pero como Coyote, Dog tenía una ventaja sobre él.

—Doce horas, Dog —le recordó Jonas cuando Dog no dijo nada más—. O me
permites discutir esto con los Alfas del Gabinete y revelar el trabajo que has estado
haciendo. Piensa más allá de ti en esto. Piensa en Cassie.

—Me aseguraré de preguntarle a mi pequeña compañera cómo se hace eso —dijo


arrastrando las palabras—. Me parece que ha pasado demasiado tiempo pensando en
un montón de Castas tontos que están demasiado dispuestos a echarla cuando hace
algo que no les gusta. Tal vez ella pueda darme algunos consejos.

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Un duro gruñido retumbó en el pecho de Jonas, uno similar al de Dog cuando se


estaba preparando para patear culos insubordinados.

Él soltó una risita baja y burlona.

—No cometas ese error, Director. No querrás enfrentarte cara a cara sin un
respaldo. ¿No te gustan mis opiniones? Realmente me importa una mierda, porque
creo que las tuyas también son una mierda. Ahora, si me disculpas, creo que iré a
desayunar con mi compañera.

Y a hacer planes.

¿Dónde diablos estaba Dane Vanderale cuando lo necesitaba?

* *

Vestida con un suave conjunto para estar por casa negro y zapatillas a juego,
Cassie estaba de pie en el centro de la sala de estar y se enfrentaba no solo a su padre,
sino también al subdirector de la Oficina Federal de Asuntos Castas, Rhyzan
Brannigan. Había esperado a su padre en algún momento esa mañana, pero no tan
temprano. Y totalmente seguro, no con el Coyote Rhyzan.

—¿Por qué me siento emboscada? —le preguntó a su padre mientras se enfrentaba


a él y a Rhyzan—. ¿Y dónde está mamá?

—Tu madre está con Kenzi. Finalmente accedió a hablar con ella —le dijo su
padre, su voz suave mientras se movía hacia el sofá—. Yo quería verte ahora en lugar
de esperar hasta última hora de esta tarde y le pedí a Rhyzan que me trajera.

Sí, realmente tenía sentido. Su padre sabía exactamente dónde estaba su suite y
sabía cómo llegar allí. Él no necesitaba a Rhyzan.

—¿Kenzi está bien, entonces? ¿Puedo verla? —Se moría de ganas de ver a su
hermana.

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Tantos años sintiendo esa conexión, sin saber qué era, quién era, solo para
descubrir que tenía una gemela, la habían dejado con hambre de ver a la otra mujer.

—Kenzi todavía está molesta —respondió su padre mientras se sentaba en el sillón


junto a ella, su mirada sombría.

Cassie asintió con la cabeza cuando se sentó junto a él, juntando las manos en su
regazo.

—Sí. Me imagino que lo está.

Miró a Rhyzan mientras éste retiraba el otro sillón de orejas de su posición contra
la pared y lo colocaba al otro lado de ella, demasiado cerca para su comodidad. De
repente, se sintió acorralada.

—¿Cuánto hace que sabes de Kenzi? —le preguntó su padre, volviendo a llamar
su atención—. ¿Por qué no nos lo dijiste a tu madre y a mí?

Ella parpadeó sorprendida.

—¿Crees que he sabido de ella? —Su pecho se apretó dolorosamente—. Pero no lo


sabía, papá. No fue hasta horas antes de que la encontraran en el desierto. Me puse
en contacto con Dog tan pronto como lo supe y le pedí que se asegurara de que
estuviera a salvo.

¿Su padre pensó que traicionaría a su propia hermana y la dejaría en peligro?

—Cassie —susurró dolorosamente—. Sabes que Dog es un Coyote del Consejo. Lo


contactaste y te reuniste con él. ¿Tienes alguna idea de lo peligroso que fue eso?

Podía sentir su corazón acelerarse ahora, una advertencia ominosa que comenzaba
a hormiguear a través de ella. En lugar de permitirles sentir tanto como un indicio de
su incertidumbre, se encontró con sus miradas con fría calma mientras reprimía
cualquier emoción que pudiera liberarse.

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—Como consultora de la Oficina, no se me puede penalizar por contactar a ningún


asociado del Consejo en mi esfuerzo por proteger o rescatar a cualquier Casta, ya sea
del Consejo o bajo la protección Casta —le recordó, así como a Rhyzan—. Tenía muy
poco tiempo para hacer lo que tenía que hacerse.

—Cassie, ¿crees que te induciría a admitir algo que te haría daño? —Su padre la
reprendió suavemente—. Rhyzan no está aquí para censurarte por cualquier cosa que
hayas o no hecho en lo que respecta a la Ley Casta.

Observó a su padre, odiando el hecho de que sentía que debería protegerse contra
él. Mantuvo a Rhyzan en su periferia, sus sentidos protestaban por esta reunión,
advirtiéndole que se alejara de ella. Sin embargo, escapar no era tan fácil.

—Simplemente te estaba recordando que conozco los límites de mi trabajo. Ya no


soy una niña y he trabajado para la Oficina por bastante tiempo —señaló.

—Y según tu conversación con Jonas, has estado en contacto con el Casta del
Consejo, Dog, durante varios años también, ¿no? —cuestionó Rhyzan, su tono de
interrogación.

—¿Por qué está aquí? —le preguntó a su padre, apenas reprimiendo su ira ahora.
Su padre podría no estar tratando de tenderle una trampa, pero ella no estaba tan
segura del Coyote.

No tenía ni idea de lo que estaba pasando aquí, pero sabía que no le gustaba. Se
sentía atrapada por sus miradas, juzgada. Por un momento, tuvo que obligarse a
contener el sonido de disgusto que le subió a la garganta y se la cerró a modo de
advertencia. Los instintos y el poder cambiante que ella podía sentir demasiado cerca
de la superficie ahora estaban demostrando ser imposibles de hacerlos retroceder.

—Cassie, cariño. —Su padre hizo una mueca, miró a Rhyzan, entonces volvió su
mirada a la de ella—. ¿Sabías que Rhyzan y tú fuisteis probados como compatibles al
Calor de Acoplamiento?

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Ella quería escapar. La necesidad de saltar y correr era casi abrumadora, pero por
la forma en que su padre y Rhyzan estaban posicionados, nunca los superaría.

¿Dónde demonios estaba su compañero cuando lo necesitaba?

Por un momento, sin embargo, al encontrarse con la mirada de Rhyzan, deseó


haber tenido su cuchillo en lugar de a su compañero.

—No hagas esto—susurró, volviéndose hacia su padre y encontrando su mirada—


. Por favor, papá. No hagas esto.

—Cassie, escúchame. —Se inclinó hacia adelante con intensidad—. Dog es un


Coyote del Consejo. Puedes mentirle a tu madre, pero no a mí. Sé que esto no es lo
que quieres.

—Detente —exigió—. Antes de que esto vaya más allá, antes de que se diga algo
que no se pueda retirar. Solo detente.

—Podría haber una anomalía que permitiría un acoplamiento con Rhyzan en


vez—le dijo sombríamente.

—¿Y por qué no me dijiste esto antes? —Ella fulminó a Rhyzan con la mirada,
luego a su padre—. ¿Por qué no me lo dijiste cuándo las pruebas terminaron? Como
se suponía que debías.

Él exhaló profundamente, el sonido plagado de pesar.

—Quería estar seguro. Estaba esperando que las pruebas se completaran con los
Castas Lobo sin acoplamiento. Quería asegurarme de que no había un acoplamiento
con tu genética Lobo antes de decírtelo.

No había querido que se acoplara con un Coyote. Las palabras no fueron dichas,
pero daba igual. Tal como lo había dicho Dog, el hecho de que ella fuera una Casta
Mestiza había sido deliberadamente omitida durante tantos años que a veces se

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preguntaba si alguien más que ella siquiera lo recordaba. Evidentemente, su padre lo


había recordado.

—Pero ahora que no queda tiempo, ¿puedes hablarme sobre Rhyzan? Cualquier
Coyote es mejor que el que elegí, ¿verdad? —exigió.

La sorpresa brilló en los ojos marrones de su padre antes de que se entrecerraran


reprobatoriamente.

—Eres más sensata que eso, Cassie.

—El punto es discutible de todos modos. —Ira y dolor rugieron dentro de ella
mientras le lanzaba una mirada fulminante a Rhyzan—. Cualquier otra prueba no
importa. Ahora tengo un compañero.

—No necesariamente —contradijo Rhyzan, su voz tenía una veta de satisfacción


que solo la enojaba más—. Conoces la Ley Casta, Cassie. Fueron incorporadas
posibles anomalías en las Leyes de Acoplamiento. Una de esas posibilidades era...

—¿Una Reconsideración? —exclamó con incredulidad—. ¿Estás loco?

Una Petición de Reconsideración establecía que si los test de acoplamiento de un


Casta con otro Casta o humano ya acoplado, resultaran positivos, entonces ese Casta
podría solicitar al Gabinete Casta que separase a los dos compañeros y le diera al
posible compañero la oportunidad de convencer a él o ella con quien resultó
compatible que sería la mejor opción para acoplarse.

—La locura no es una de mis anomalías genéticas. —Rhyzan sonrió como si le


divirtiera—. Pero estoy hablando en serio. Quiero una oportunidad para ver si las
pruebas fueron correctas y pudiéramos ser compañeros.

—Tengo un compañero —espetó ella.

—Cassie, Dog te matará. O peor. Es un conocido Coyote del Consejo. Él podría


entregarte a ellos... —protestó su padre.

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Lora Leigh

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—No está loco —se burló—. Sabe que también lo agarrarían y que correría la
misma suerte. Él no ha sobrevivido en ese mundo siendo estúpido, padre.

Todo dentro de ella estaba gritando en negación, en dolor. Ella podía ver la
decepción de su padre y la estaba matando. No le había dicho que Rhyzan podía ser
su compañero porque quería ver si podía acoplarse con un Lobo. Cualquier cosa que
no fuera un Coyote.

—Cassie. —Rhyzan devolvió su mirada hacia él—. ¿No preferirías un compañero


con honor...?

—¿Cuántas veces tengo que rechazar uno de tus avances? Por el amor de Dios,
Rhyzan. Cada vez que he estado en tu compañía puedo sentir tu desprecio y
desconfianza. ¿Por qué te querría como compañero? —Ella se puso en pie de un
salto, sofocada entre la decepción y la desaprobación combinadas de su padre y del
subdirector de Jonas.

Dios, la arrogancia de Rhyzan la había vuelto loca incluso antes de haberse


acoplado con Dog. Era muy atractivo, y ella incluso habría pensado en acostarse con
él una o dos veces si su desprecio no hubiera sido un desencanto total, pero cada vez
que pensaba en alguien como compañero potencial, el recuerdo del contacto
misterioso que la había fascinado durante años interfería.

Su padre y Rhyzan se pusieron de pie cuando ella pasó corriendo entre ellos.
¿Dónde demonios estaba su compañero? Se suponía que debía estar aquí, se suponía
que debía evitar que esto sucediera, al menos hasta que pudiera manejar las
hormonas que se propagaban rápidamente por su cuerpo.

—Aún no me has rechazado —afirmó Rhyzan con su siempre presente gilipollez.

Ella le lanzó una mirada furiosa.

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Lora Leigh

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—Eres condenadamente agradable de mirar Rhyzan, pero eso es todo. Y si


hubieras tenido esa pequeña mofa una vez más cuando alguien fue escuchado
llamándome Casta psíquica, entonces habría tenido que quitártela de una bofetada.

No fue solo la mofa; era la sensación de que la idea de sus habilidades anteriores
era visto con desprecio. Él la veía con un dejo de desprecio.

—Cassie, mi Petición formal de Reconsideración se enviará electrónicamente al


Gabinete Casta a primera hora de la mañana. No permitiré que ese bastardo se lleve
a mi compañera. —El hielo llenaba su voz, su mirada.

Eso era todo. Él era frío. El Casta tenía un cubo de hielo por corazón y Cassie no
pensó que ella disfrutaría de la congelación.

—¿Has olvidado con quién te estás metiendo, gilipollas? —gruñó, haciendo caso
omiso de su padre mientras se enfrentaba a un Casta que estaba empezando a ver
como el enemigo ahora—. Voy a torcer tu petición en tantas direcciones tan
rápidamente que te dará un latigazo cervical.

A ella nunca le había importado demasiado Rhyzan, nunca le había gustado su


falta de compasión o su enfoque de línea dura hacia la Ley Casta. Era un Casta que lo
veía todo en blanco y negro. El libro de reglas era todo lo que importaba, no la ley
rota o los por qué.

—No eres la única que conoce la Ley Casta —afirmó, y la confianza en sí mismo se
apoderó de su expresión.

Ella se volvió hacia su padre, viendo la especulación en su mirada mientras la


observaba. ¿Podía él sentir el frío que la invadía, se preguntó? ¿El miedo?

—¿Cómo te atreves a hacer esto?—gruñó, viendo la sorpresa de su padre y


Rhyzan ante el sonido de su voz—. ¿Vienes a esta habitación, marcada con el aroma
de mi compañero y el mío, y te atreves a sugerir que eres lo suficientemente fuerte
como para reemplazarlo? —Una mueca burlona curvaba sus labios mientras

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Lora Leigh

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observaba a Rhyzan con una mirada despectiva—. ¿Y entonces sugerir que puedes
forzarlo? Te cortaría la garganta si lo intentaras y me marcharía como si nada.

—Cassie —susurró su padre, el dolor retorcía su rostro—. Dog hará que te maten.

El portazo de la puerta de la suite los hizo girar.

El terror corrió a través de ella. Si él hubiera estado al otro lado de la puerta,


podría haber escuchado todo lo dicho. Ella no la había cerrado completamente; ahora
lo recordó. Una prevención, algún núcleo de conocimiento, la habían hecho
detenerse.

Y eso pudo haber sido un gran error.

Ella observaba fascinada a Dog mientras se acercaba al lugar donde él antes había
tirado su mochila descuidadamente. Sin apartar los ojos de ellos, extendió la mano
hacia un lado, sacó un cigarro delgado, lo colocó entre sus labios y lo encendió.

La llama del anticuado fósforo hizo que sus facciones adquirieran un extraño
resplandor antes de bajarlo, apagó la llama y lentamente soltó una nube de humo
fragante.

Tardó unos preciosos segundos en darse cuenta de que Cassie estaba negando con
la cabeza lentamente mientras lo miraba fijamente, con la ira aún rugiendo como una
tormenta dentro de ella. Esto no podría suceder. Ella no podía permitir que se
derramara sangre aquí. Que Dios la ayudara, nada podría sucederle a su padre, y si
Dog atacaba a Rhyzan, su padre sentiría que el honor le obligaba a auxiliar al
subdirector.

—Compañera —dijo arrastrando las palabras en voz baja—. Ven aquí.

Ella había dado un paso hacia él cuando la mano de su padre tocó su brazo con
tan solo una pizca de incomodidad, haciendo que le mirara.

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—Te quiero, Cassie —dijo suavemente—. Y haré lo que sea necesario para
protegerte. Incluso de tu compañero.

Y lo haría. Lo que sea que sintiera que tenía que hacer.

Su cabeza se levantó mientras contenía las fuertes palabras que querían escapar.

—Yo le elegí —le aseguró con firmeza—. Me puse en contacto con él. Le pedí que
fuera mi amante, sabiendo que era un Coyote, sabiendo que había una posibilidad de
que fuera mi compañero. —Ella le lanzó a Rhyzan una mirada asesina—. Si hubiera
querido a alguien más, podría haberlos elegido a ellos.

Sin derramamiento de sangre. Sin guerra. La única forma de luchar contra una
Reconsideración era mantenerse firme, segura de sí misma, y que nadie sospechara
siquiera por un instante que él no era el compañero que habría elegido si ella lo
hubiera sabido.

Girando, se movió a través de la habitación al lado de Dog, esperando que él


hiciera algún espectáculo de propiedad o dominio.

En lugar de eso, su mano simplemente se posó en su espalda, cálida, extrañamente


reconfortante.

—Alfa Sinclair, realmente tengo algo de respeto por ti —afirmó, con un tono
razonablemente respetuoso—. Por eso, te aseguro que conseguir que maten a mi
compañera o sea capturada es lo último que debes temer. Pero si cometes el error de
tratar de usar su amor por ti y tu desilusión con respecto a su elección; entonces eso
cambiará. No creo que ninguno de nosotros quiera lastimar a Cassie de esa manera.

La expresión de su padre no cambió, pero la animosidad que se derramaba de él


pareció debilitarse, como si la respuesta de Dog le sorprendiera.

—En cuanto a ti. —Dog se volvió hacia Rhyzan—. Vete de aquí. El olor de tu
superioridad moral me está molestando.

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Cassie era consciente de que su padre le estaba observando, su expresión era


suave, pero estaba analizando cada palabra, cada trasfondo y emoción en el aire, lo
sabía. Y él era increíblemente perceptivo.

—Me gustaría ver a Kenzi pronto. —Se volvió hacia su padre.

—Tu seguridad ya no está activa y Kenzi está bajo la protección de la Oficina—


dijo Rhyzan, moviéndose hacia la puerta—. De hecho, tienes doce horas antes de que
te pidan que te vayas si insistes en quedarte con él.

Salió de la habitación mientras Cassie luchaba por controlar la dura acometida de


dolor que sentía abriendo su pecho.

Era su hermana, y como se negaba a considerar un intento de cambiar de


compañero, ¿él usaría a Kenzi como un arma?

Ella no miró a su padre entonces. No suplicaría, no a Rhyzan y no a su padre. No


lo pondría en la posición de tener que lastimarla porque no podía desautorizar a
Rhyzan.

—Lo siento, cariño —dijo en voz baja cuando se acercó a su lado y bajó la cabeza
para besar la parte superior de la suya—. Te quiero. Si me necesitas, solo tienes que
llamar. Lo sabes.

Ella asintió rápidamente.

—Lo sé. Yo también te quiero, papá.

Su corazón se estaba rompiendo. Podía sentirlo triturándose en su pecho y luchó


para mantener el dolor enterrado, para evitar que las lágrimas llenaran sus ojos.

Salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de él mientras lo


hacía.

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Cassie se apartó de Dog, un extraño y vacío escalofrío la recorrió mientras se


dirigía a la habitación.

—Creo que será mejor que empiece a empacar. Parece que estamos siendo
desalojados.

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Capítulo 9

Cassie logró hablar con Ashley y varios de los otros agentes con los que había
estado trabajando y les puso al día en cuanto a su nuevo estado, o la falta de él. Ella
no se había reunido con Jonas, pero cada vez que lo consideraba, rechazaba la idea
con la misma rapidez. Un instinto le advirtió que ahora no era el momento.

Su madre había llegado varias horas después de que su padre y Rhyzan se


marcharan, claramente molestos. Cassie se había negado a discutir la reunión
anterior con ella, a pesar de que su madre, obviamente, sabía lo que había sucedido.
Del mismo modo que sabía que habían avisado a Cassie que se fuera.

Finalmente, esa noche, no había nada más que hacer que empacar. No es que
tuviera mucho que empacar. Ropa y zapatos en su mayor parte. Ella no había traído
mucho más, además de algunas joyas, cuando había venido a Window Rock.

Dog se había ido y regresado varias veces, su expresión adusta cada vez que
regresaba a la habitación. Cuáles eran sus planes cuando se fueran, no tenía idea.
Cuáles eran sus planes mientras estuvo en la residencia de la Oficina con ella, Cassie
todavía no sabía. Todo lo que sabía era que fuera lo que sea en lo que estuviera
trabajando, estaba decidido a guardárselo para él.

¿Negocios del Consejo? se preguntó, pero algo en ese pensamiento simplemente no


se sentía bien. Eso, o que ella solo estaba tratando de engañarse a sí misma.

Consciente de que él se movía en la otra habitación, colocó su maleta en la cama y


comenzó a hacerla. Ella tenía su apartamento; siempre podían ir allí. O era donde

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tenía la intención de ir. Un lugar razonablemente seguro mientras su compañero y


ella se enfrentaban a algunas elecciones que él necesitaba tomar rápidamente.

—¿Qué tan segura estás de que puedes impedir la Petición de Reconsideración? —


le preguntó Dog desde la puerta del dormitorio mientras sacaba la ropa de su
armario y la llevaba a la cama.

Colocando las perchas sobre la cama, se enderezó y lo miró fijamente, su estómago


se hundió ante la expresión dura de su rostro y la cólera en sus ojos.

—No puedo impedirla. Tendría que poder acceder a los artículos de la Ley de
Acoplamiento. Mi acceso de seguridad fue anulado, así como cualquier posibilidad
de presentar la documentación adecuada sin pasar por el Tribunal Casta para
obtener permiso para acceder a ella. —Frunció el ceño al considerar las opciones que
tenía—. Todo lo que puedo hacer es negarme a verlo hasta que el Tribunal Casta
acepte escuchar mis argumentos. Pero aún pueden alejarme de ti hasta ese momento.

¿Podría soportar eso? Incluso ahora, la necesidad de él era un intenso anhelo en su


interior, molesto en el mejor de los casos, pero sabía que podría ser mucho peor. El
Calor de Acoplamiento y la necesidad por el compañero eran un deseo constante
hasta que los cambios hormonales que se sucedían tanto en el hombre como en la
mujer siguieran su curso o se produjera un embarazo. Según la doctora Sobolova, la
inyección que le administró detendría la concepción, pero nada podría detener el
Calor. Hasta hacia poco se desconocía que el ADN de los Castas Coyote no había
sido codificado con la mutación para impedir la concepción. Esa mutación era una de
las razones por las cuales las compañeras de los Castas Lobo y Felina experimentaron
tales extremos en su excitación y necesidades.

—Tienes cinco minutos para cambiarte y agarrar tu mochila. —Él entró en el


dormitorio, su mirada fue a su ropa—. Brannigan presentó su petición y preferiría no
darle la oportunidad a ese bastardo de morir hoy.

Cassie podía sentir la sangre drenándose de su cara.

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Podía sentir el conocimiento de que tal movimiento se convertiría en una guerra.


Si Rhyzan lograra separarla a ella y a Dog, la sangre se derramaría. Y esa sangre
mancharía a los Castas y al Calor de Acoplamiento para siempre.

Ella no podía permitir que esto sucediera.

Si Dog matara a Rhyzan por tratar de separarlos, haría pedazos a la comunidad


Casta, sin importar la ley que lo permitía. La Ley de Acoplamiento estaba llena de
apéndices, artículos y, en algunos lugares, lenguaje vago para permitir aclaraciones
posteriores caso por caso. Como éste. Pero establecía firmemente el hecho de que los
compañeros no podían ser separados por orden o decreto.

No había ni un Casta vivo que estuviera al tanto de la Ley de Acoplamiento, que


permitiera incluso que Dog fuera separado de su compañera. Era impensable.
Dividiría a los Castas como nunca antes lo había hecho.

—No podemos salir sin ser vistos...

—Déjame ocuparme de eso. Cuatro minutos, Cassie. —Su expresión se endureció


aún más—. En el momento en que él tenga la confirmación de que puede separarnos,
se dirigirá aquí con suficientes Enforcers para llenar esta suite. Y créeme, moriré para
conservar a mi compañera, y me aseguraré de llevarme a muchos de ellos conmigo.

Fue su tono, la fuerza en él, el débil gruñido que surgió de su garganta, la oleada
de posesión y determinación que de repente llenó la habitación.

Si él moriría por evitar que Rhyzan se la llevara, entonces tampoco permitiría


nunca que el Consejo la atrapara. El miedo a eso había sido uno que ella no había
sido capaz de dejar de lado, hasta ahora. Esa sensación sobrenatural de
acontecimientos o posibilidades venideras se despertó en su interior el tiempo
suficiente para que supiera que fuera él lo que fuera, sin importar para quién
trabajara, no era lo suficientemente leal a ellos como para entregarla.

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Agarrando la ropa que necesitaba, se quitó rápidamente los pantalones y la blusa


de seda antes de volver a vestirse. Tejanos, una camiseta oscura, una cazadora y
botas de montaña.

Maldito Rhyzan. ¿Qué diablos estaba tratando de hacer? Una cosa era cierta: su
sangre se derramaría si seguía este derrotero.

Mientras Cassie se apresuraba a trenzar su cabello, Dog se ató el arma al muslo.


Mientras ella aseguraba la trenza, él estaba levantando la mochila y colocando una de
las correas sobre su hombro.

—No le llevará mucho tiempo recibir una respuesta. —Ella mantuvo la voz baja
mientras tomaba la mano que él le ofrecía.

—Entonces no perdamos el tiempo. Quédate detrás de mí, permanece en silencio.


—Él la condujo a través de la suite, pero en vez de ir a la salida, la llevó a la
habitación libre detrás de la pequeña cocina.

Ella miró con asombro cuando entraron al pequeño vestidor. Deteniéndose en la


parte posterior del armario, observó cómo la pared se deslizaba lentamente hacia
atrás, dejando al descubierto un estrecho corredor.

Dios bendiga el corazón de Jonas, pero ¿cómo demonios había sabido Dog sobre el
acceso oculto?

Siguiendo en silencio, se dio cuenta de que la puerta de acceso se cerraba detrás de


ellos cuando su visión nocturna se activó, lo que le permitió ver su camino a través
del pasillo oscuro.

Tardó solo unos minutos en encontrar una escalera. Dog se movió rápidamente, en
silencio, a pesar de su tamaño, bajando los peldaños que amortiguaban el sonido
hasta que llegaron a otro largo pasillo. Haciendo una pausa, escucharon durante
largos segundos, entonces la condujo hacia la puerta al final del pasillo.

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La salida conducía a un túnel de cemento que terminaba en un estacionamiento a


varias manzanas de la Oficina. Allí, vio como dos Castas Coyote se separaban de las
sombras para encontrarse con él.

Ella conocía a los dos Castas. Sus socios, Mutt y Mongrel. Dios, iba a tener que
discutir nombres con ellos.

—Brannigan acaba de recibir la confirmación de la recepción de la petición y se le


dio el visto bueno para llevar a tu compañera a las doctoras hasta que el Gabinete de
Gobierno Casta pueda reunirse —informó Mutt mientras Dog abría la parte de atrás
del Desert Dragoon y arrojaba su mochila al interior—. La orden fue dada solo para
volver a hacer pruebas, pero dudo que Rhyzan le preste mucha atención.

—¿Por qué los laboratorios? —les preguntó Cassie—. No hay ninguna razón para
que me quede allí.

—Le dio órdenes a Sobolova y Armani para que consigan una hormona que
contrarreste lo que él llamó tu infección —dijo Mutt, burlándose—. Él quiere darle a
cualquier hormona que tenga la oportunidad de asegurar un acoplamiento.

La incredulidad la llenó. Eso no era posible En todos los años de acoplamiento, no


se había encontrado nada que pudiera contrarrestar el Calor de Acoplamiento.

—Está loco —siseó, mirando fijamente a Dog mientras la miraba en silencio—. Eso
no es posible.

—No con Lobos o Felinos —dijo Mongrel arrastrando las palabras—. Parece que
piensan que podría ser posible por un corto período de tiempo con ADN de Coyote.
Aunque parece que Sobolova y Armani están amenazando a Rule Breaker y a Jonas
Wyatt con protestas formales por intentarlo.

—Vamos. —Dog abrió bruscamente la puerta del pasajero del todoterreno


blindado y casi la metió de un empujón.

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Los otros dos se subieron a la parte trasera mientras Dog se acercaba al lado del
conductor y entraba. En cuestión de segundos, el Dragoon salía del garaje y se
alejaba de Window Rock.

—¿A dónde vamos? —Dios, ella rezó para no estarse equivocando. Estaba sola con
tres de los Castas del Consejo más notorios que conocía. Era una compañera y
también la Casta que el Consejo de Genética había intentado secuestrar desde que
tenía nueve años.

—Donde Rhyzan no pueda tocarte —dijo Dog con un gruñido, mirando la noche
mientras las luces del Dragoon cortaban una franja en la oscuridad.

—¿Y dónde sería eso?—le preguntó, mirándole, tratando de aferrarse a su


declaración anterior de que él moriría antes de separarse de ella.

Una risita desde atrás pareció burlarse de su miedo.

—Piensa que la entregarás al Consejo, Dog —anunció Mutt, demasiado divertido.

—Es más sensata que eso—masculló Dog, pero ella vio la mirada que esos ojos
entrecerrados le lanzaron—. Estaría con Rhyzan si eso fuera lo que pensaba. ¿No es
así?

Trató de tragar más allá de la incertidumbre apretando su garganta.

—Sí —le respondió con firmeza, en lugar de dar voz a esa incertidumbre—. Eso no
significa que no espere saber qué demonios vas a hacer. No soy una niña o una tonta
y soy totalmente capaz de contribuir a lo que sea que hayas planeado si sé cuál es el
plan.

Ser mantenida ahora en la oscuridad solo la volvía loca. Antes, las respuestas que
había necesitado siempre habían estado disponibles, y si no las respuestas, al menos
una garantía de seguridad o peligro. Esas formas fantasmales ya no venían a ella, y la
incertidumbre de lo que se avecinaba estaba a punto de romper su control.

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—Bueno, no es exactamente un plan. —Él le lanzó una sonrisa, se recostó en su


asiento y sacó un cigarro del bolsillo de su camisa y lo encendió—. Se podría decir
que estamos sacando nuestros culos de aquí como alma que lleva el viento.

El aroma del tabaco no era áspero o acre, y si no se equivocaba era el mismo tipo
de cigarro y tabaco que fumaba Dane Vanderale. Y Dane fumaba exclusivamente el
fino rollo de tabaco que una de las compañías de Vanderale fabricaba en África.

Estaba fumando cigarros Vanderale. ¿Cómo demonios los consiguió? Ella sabía a
ciencia cierta que esa marca de tabaco en particular estaba hecha exclusivamente
para Dane. No era importado y no podía ser comprado. Y Dane no se los
suministraba a nadie, especialmente a los Castas del Consejo.

—No es exactamente un plan —repitió en voz baja—. ¿Sabes exactamente a dónde


vamos?

—Básicamente —dijo arrastrando las palabras, esa diversión en su tono se volvió


irritante.

—¿Es esto un juego de adivinanzas?—espetó, estirando la mano y enganchando el


cigarro para tomar una calada para confirmar sus sospechas con respecto a de dónde
había provenido.

Era suave; el toque de cereza mezclado con un sabor que le recordaba el coñac
fluyó sobre sus sentidos. Sosteniendo el cilindro entre dos dedos, lo colocó entre los
labios de él una vez más, ignorando la sorpresa que obviamente había silenciado a
los tres hombres.

Alzando su mano, Dog apartó el cigarro el tiempo suficiente para mirarlo, luego
de repente volvió a sonreír antes de devolverlo a sus labios y aumentar la velocidad
del Dragoon.

—¿Lo adivinaste? —Él le lanzó una mirada cómplice.

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Los dos Castas detrás de ellos estaban totalmente en silencio, completamente


atentos a lo que estaba sucediendo frente a ellos.

No debería tener esos cigarros, como tampoco debería haber sabido sobre la ruta
de escape de Jonas.

—¿Estará Jonas allí, o Dane? —preguntó ella, entrecerrando los ojos mientras él
exhalaba, el olor a humo envolvía sus sentidos.

—Jonas va a estar bastante ocupado por un tiempo —dijo gruñendo—. Le advertí


que Rhyzan era un bastardo astuto; él no quería escuchar. Aunque todavía tengo que
descubrir lo que le hace pensar que puede llevarse a mi compañera,.

Sí, eso era malditamente confuso.

—Rhyzan está jugando algún juego. —Ella exhaló bruscamente, capaz de pensar
más claramente ahora que estaban lejos de la Oficina y la amenaza de intromisión de
Rhyzan detrás de ellos—. Pero creo que él es consciente del hecho de que yo no soy
su compañera.

Eso la había molestado, por qué ella y el otro Casta habían probado ser
compatibles. No tenía sentido y no debería haber sucedido.

Sin embargo, Rhyzan era increíblemente difícil de leer. Mantenía sus


pensamientos para sí mismo y rara vez compartía sus opiniones. Durante el tiempo
que ella había pasado con él en los últimos meses, había tenido la impresión de que
realmente le aburría.

—Bueno, me aseguraré de que no sea nada personal cuando le mate —le aseguró
Dog—. Porque le mataré, Cassie, si continúa en este derrotero.

Ella negó con la cabeza ante la promesa.

—Recibir el permiso del Tribunal Casta para separar compañeros es solo el primer
paso. Incluso en los compañeros Coyote se ha establecido que después de un tiempo

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las hormonas de acoplamiento comienzan a mutar y los compañeros comienzan a


vincularse en el nivel genético. La idea de que el Calor de Acoplamiento se puede
contrarrestar antes de eso es solo una suposición en este momento. Pero incluso con
eso, la decisión final es del Gabinete de Gobierno Casta, no de un Tribunal.

—Entonces, ¿cuánto tiempo tardará en suceder eso? —Él le lanzó una rápida
mirada.

—De tres a siete días —suspiró pesadamente—. Varía.

—Han descubierto que os habéis ido. Rhyzan ha ordenado que el heli-jet esté en el
aire —interrumpió Mutt—. Este bastardo me va a hacer cabrear, Dog, ¿lo sabes?

—¿En qué dirección?—gruñó Dog mientras Cassie sintió que su corazón


comenzaba a acelerarse.

—No tengo noticias todavía. Dudo que tengamos mucho tiempo. Necesitamos
darnos prisa. Todavía estamos a varios kilómetros del segundo Dragoon. —La
tensión en la voz del Coyote se hizo más profunda—. Te dije que deberíamos haberlo
matado cuando Jonas se negó a retractarse y lo colocó en la Oficina.

—No estamos muy lejos de Graeme y Cat. —El Casta Bengala estaba más loco que
una cabra, pero sabía que los ayudaría si supiera lo que estaba pasando.

—Lo tengo, compañera. —La confianza pura llenó la voz de Dog—. Espera, ésta
será una parada rápida. —Miró por encima del hombro a los dos Castas detrás de
él—. Listos para achicar.

Literalmente. Un minuto después, Dog sacó el Dragoon de la carretera junto a un


edificio desierto. Antes de que el vehículo se detuviera, los dos Coyotes saltaban del
vehículo y las puertas se cerraban tras ellos.

Dog volvió acelerar y regresó a la carretera, y en cuestión de segundos un segundo


Dragoon corría detrás de ellos.

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—¿A dónde vamos? —Ella endureció su voz mientras lo miraba con exigencia—.
No me guardes secretos. No te gustará lo mal que lidio con eso.

Una risa baja y juguetona susurró como el viento sobre sus sentidos mientras la
miraba. La mirada era aprobatoria, desafiante.

—Tengo una casa a unos diez kilómetros de aquí —respondió mientras el otro
vehículo pasaba junto a ellos—. Mutt y Mongrel se asegurarán de que aún sea segura
antes de que lleguemos. Con un poco de suerte, estaremos allí sanos y salvos antes
de que Rhyzan gire su heli-jet en esta dirección.

—¿Y si no tenemos suerte? —Sus puños se apretaron en su regazo ante la idea de


que le quitaran otra elección.

—Entonces las cosas se van a estropear muy rápido —gruñó—. Porque si ese
estúpido hijo de puta sigue jodiéndome, Cassie, lo mataré. Hay una razón por la cual
Jonas y yo no revelamos exactamente lo que he estado haciendo durante años o
quién soy. Y si solo uno de mi gente termina muerto por la ignorancia de Rhyzan,
entonces te prometo que no sobrevivirá a mi ira.

Era un agente doble, una trampa dentro de las filas del Consejo. Sabía que Jonas
tenía varios dentro de las filas Castas que el Consejo de Genética todavía controlaba,
pero éste era un golpe maestro del Director.

—¿Quién eres, entonces? —Al menos su genética no la había llevado


completamente por mal camino, pensó con cansancio. Él no era el flagelo que todos
creían que era, pero aun así le había mentido durante años, y todavía era un Coyote.

—Esa es una discusión para después. —Suspiró antes de tomar otra calada del
cigarro—. Cuando estemos a salvo. Cuando mi gente esté a salvo. Hasta entonces,
soy lo que todos creen que soy. Un perro de guerra del Consejo con un sentido del
humor estúpido y la princesa Casta como compañera. —Él le lanzó otra sonrisa
burlona—. No he cambiado, Cassie.

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—Nunca imaginé que lo hubieras hecho. Entonces, ¿por qué no pudiste decirme
todo esto después que nos acoplamos? ¿Por qué esperar hasta ahora? —Hubiera sido
más fácil para ella si hubiera sabido al menos parte de con qué estaba lidiando.

Él guardó silencio durante largos momentos, su mirada pensativa, antes de


mirarla.

—No dudaste cuando te dije que Rhyzan había presentado esos papeles. No me
preguntaste cómo lo sabía o exigiste la prueba. Me seguiste. Confiaste en mí ¿Por
qué?

—Podrías haberme traicionado en cualquier momento durante los últimos seis


años—se admitió y también a él—. Sabías que éramos compañeros, y aun así
esperaste para reclamarme. No hubieras hecho eso si fueras leal al Consejo. Pero no
respondiste mi pregunta.

—Quería tu confianza, simplemente porque soy tu compañero —le respondió


finalmente en voz baja—. No la quería porque de repente yo fuera más de lo que
parecía. La quería, de la misma manera que la daba.

De la misma manera que la daba.

Y él la había dado. Cualquier otro Casta se habría enfurecido con su padre cuando
escuchó esa conversación, pero Dog sabía que un ataque contra el padre de Cassie la
hubiera destruido. Y un ataque contra Rhyzan habría forzado a su padre a defender
al otro hombre.

Durante seis años, Dog había hecho todo lo que le había pedido, sin importar cuán
difícil, y a menudo el pago era un esfuerzo tan flagrante para atraer su interés que
ella no pudo evitar estar de acuerdo.

Tomar el sol en bikini hizo que sus padres la regañaran durante semanas cuando
la atraparon en el techo de la casa. Una chalina que ella había usado en una fiesta
dejada atrás. Una vez le había exigido que simplemente hablara con él durante varias

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horas en un teléfono seguro que había dejado para ella. Había pasado la mitad de la
noche en ese maldito teléfono satelital, escuchando su voz, riéndose de su humor a
menudo obsceno.

—Si no hubiera confiado en ti, no habría jugado ese estúpido juego contigo
durante seis años y estoy segura de que no te habría encontrado en el hotel —le dijo
ella en voz baja mientras el Dragoon daba un rápido giro desde la carretera a tierra
privada—. Pero eso no significa que confíe en ti en algo que no sea mi vida, Dog. Y
guardar más secretos, mantenerme a oscuras acerca de lo que está sucediendo ahora,
solo me lo hará más difícil.

Él aminoró la marcha cuando una gran casa de campo se materializó en la


oscuridad y la puerta ancha de un garaje se abrió lentamente. El Dragoon entró y se
apagó.

—Vamos, a la casa. Ese heli-jet está a solo un minuto de distancia trabajando en un


patrón de barrido, y Mutt y Mongrel necesitan enfriar los vehículos a toda prisa. —
Ella se movió rápidamente por la consola y tomó su mano, saltó del vehículo y fue
corriendo detrás de él mientras los dos Coyotes trabajaban para poner rápidamente
las cubiertas de enmascaramiento de calor sobre los Dragoons.

Maldito Rhyzan.

Cualquiera que fuera su problema, estaba empezando a molestarla. Que Dios le


ayudara si ella tenía acceso nuevamente a los protegidos Estatutos de Acoplamiento.
Porque si no se equivocaba, definitivamente había una manera de darle la vuelta y
asegurarse de que el Gabinete de Gobierno Casta clarificara esa pequeña Petición de
Reconsideración.

Entonces ella iba a hacer de su vida un infierno.

* *

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Dog no podía explicar exactamente lo que estaba sintiendo, o qué diablos era lo
que se ablandó en su pecho en el momento en que Cassie le había seguido sin
preguntar. Ella no dudó, no se había resistido. No había exigido llamar a su padre o a
Jonas; había confiado en su compañero.

Ella no tenía ningún motivo para confiar en él, realmente no. Seis años de
mensajes y llamadas poco frecuentes cada vez que necesitaba algo no era una
amistad; no era una relación. Aunque era todo lo que lo había mantenido cuerdo.
Desde el momento en que sus labios rozaron los de ella en aquel maldito hospital
después de haber sido forzado a herirla en la isla de Seth Lawrence, no más que un
susurro contra labios suaves como pétalos, había vivido en el infierno.

Quien pensara que los Coyotes lo tenían más fácil con el Calor de Acoplamiento
obviamente no había estado hablando con los machos. Era hielo en sus entrañas, un
frío que calaba hasta los huesos, una necesidad del calor de su compañera que se
sentía como garras arañando debajo de su piel. Hasta que estaba cerca de ella.

El toque más simple, su mano contra su espalda, el calor de ella hundiéndose en


su palma a través de su ropa, y él estaba tibio. Estar cerca de ella hubiera sido
suficiente, pero tocarla, compartir su beso, sus labios sobre su carne, la suya contra la
de ella... era como la vida misma.

Mientras le mostraba la casa de una sola planta y después la llevaba al dormitorio


principal, podía ver el cansancio en sus facciones pálidas, la preocupación en sus
bonitos ojos azules. Y el hambre. El aroma de su necesidad era como una droga
golpeando sus sentidos y estimulando la suya.

—Necesito comprobar con Mutt y Mongrel antes de irnos a dormir. —Se aclaró la
garganta cuando ella se volvió para mirarlo, su expresión sombría—. No tardaré
mucho.

Maldita sea, las emociones no eran su fuerte, y estaba condenado si sabía cómo
manejarlas.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
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—Me parece bien. —Ella asintió con la cabeza mientras se sentaba en la silla
colocada cerca de la cama y comenzaba a desatar sus botas—. No empaqué nada
para dormir.

—Toma una camisa de mi mochila. Tengo de repuesto allí —le dijo—. No debería
tardar demasiado, pero necesito estar al corriente de los movimientos de Rhyzan
durante algún tiempo.

—Solo quiero volver a dormir de todos modos. —Ella suspiró—. La pequeña


reunión de Rhyzan me despertó.

El exceso sexual anterior con su compañero la había agotado. Arrastrar su culo


fuera de la cama cuando sonó el timbre de la puerta había sido casi imposible. Ese
cansancio la estaba inundando una vez más ahora que estaba bajando de la
adrenalina que le causó su ira y después su huida.

Se desvistió rápidamente después que él salió de la habitación, entonces sacó una


camisa de la mochila de Dog como él le había ofrecido. Casi se tragó su figura más
pequeña, pero sería mejor que estar desnuda.

Se cepilló los dientes, se lavó la cara y, respirando profundamente, regresó al


dormitorio. Una habitación silenciosa y vacía. Apartando las mantas, se deslizó en la
cama y apagó la lámpara junto a la cama.

Ella deseó que hubiera una manta eléctrica. Estaba fría y sola. Y demasiado
insegura sobre el Casta que había aceptado como su compañero. O el futuro que
ahora les esperaba.

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Lora Leigh

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Castas 32

Capítulo 10

Ella no había marcado a su compañero.

Ese pensamiento penetró en su sueño, llenó su mente cuando sintió a Dog meterse
en la cama junto a ella, su poderoso cuerpo cálido mientras la atraía hacia sí. No
había sabido lo fría que se sentía hasta que la abrazó, o lo excitada que estaba hasta
que sintió su miembro endurecido contra su vientre.

—Hmm, estás caliente—susurró, acariciando su pecho con su mano mientras


deslizaba su pierna a lo largo de la suya.

—Tú también. —La diversión retumbó en su voz, pero ella podía sentir la
inquietud debajo.

—¿Todo está bien? —Ella presionó un beso en su pecho, sintiendo los músculos
tensarse.

Su mano se deslizó a lo largo de su espalda hasta sus nalgas, la carne callosa


raspaba su piel y despertaba centros de placer debajo de ésta que alimentaban la
excitación que ya comenzaba a arder.

—Ahora—gimió él cuando la lengua de ella lamió un pezón plano y duro.

Una mano se tensó en su cabello, tirando de los mechones sensualmente mientras


ella raspaba el pequeño disco con sus dientes.

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Lora Leigh

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Cassie empujó contra su hombro, una vaga sensualidad se apoderó de ella. Era
diferente a todo lo que había experimentado hasta ahora con él. Era más profundo,
sobrepasándola, pero sin la carrera imperativa por la satisfacción. Era salvaje,
hambriento, pero con la necesidad de saborear cada muestra, cada toque.

—¿Qué necesitas, pequeña halfling? —susurró, poniéndose de espaldas mientras


ella se alzaba junto a él, levantando y bajando la cabeza hacia la suya.

—Mi compañero. —Sus labios rozaron los suyos, entonces su lengua—. Todo de
él.

—Entonces tómalo. Te reto. —Sus labios se separaron, atrapando su lengua


cuando se deslizó contra él, sus labios se cerraron sobre ésta, succionándola durante
breves segundos antes de darle la suya a cambio.

El beso fue lento, profundo. Su sabor y el de ella se fusionaron a través de sus


sentidos cuando la hormona de acoplamiento comenzó a infundir el placer que
compartían.

Cuando ella se echó hacia atrás, sus labios se deslizaron por su cuello, mordiendo
la dura piel sobre su yugular, lamiendo su nuez y abriéndose camino hacia su pecho.
Sus manos acariciaron sus hombros, sus costados. La necesidad de tocar así como de
saborear, de dar placer como de tomarlo, pasó sobre ella como una tormenta erótica.

Dog se la quedó mirando con asombro, el aroma de su placer le abrumó. No era el


placer que él había sentido de ella antes. Esto era a la vez más salvaje y apacible, su
placer provocaba el de él mientras ella lo besaba y se abría paso lentamente hacia la
longitud hinchada de su polla.

Sus dedos se cerraron en su pelo mientras se tragaba un gemido profundo y


contenía la necesidad de empujarla de espaldas y ponerse encima, para darle el
mismo placer que Cassie le estaba dando. Al mismo tiempo, solo quería quedarse allí

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Lora Leigh

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y sumergirse en la necesidad tranquila y las emociones crecientes que él sentía


comenzando a fluir de ella.

Él no había sentido esto antes. Estas fluctuaciones de emociones, feroces y tiernas,


como la mujer misma. Y nunca antes había sentido tanto a la mujer como a los
instintos animales que ella poseía acercándose a él como lo estaban sintiendo ahora.

Bajando sus manos a las sábanas debajo de él, apretó sus dedos en la tela y aflojó
el control que tenía sobre la bestia interior luchando por levantarse para satisfacer su
hambre. Solo un poco, se dijo a sí mismo. Podía sentir a la criatura que ella ocultaba,
extendiendo la mano, buscando, y sabía lo que buscaba. Esa conexión en un nivel
nunca antes conocido.

Casta a Casta, compañero a compañera, hombre a mujer. Animal a animal Ese


núcleo oscuro del alma de un Casta donde el animal esperaba, observaba y se
contentaba con descansar hasta que era necesario. O cuando era llamado por su
compañero.

Mientras dejaba que esos instintos se liberaran, sintió que el animal de ella saltaba,
se acercaba. De repente, su piel estaba más sensible, su polla más dura si cabe,
palpitando desesperadamente por enterrarla en su interior.

Él podía sentir el placer de Cassie aumentando también, el aroma inundaba el aire,


fusionándose con el suyo. Y cuando su lengua se deslizó sobre la punta de su polla,
fue un éxtasis puro y concentrado.

El desgarrador gruñido que salió de él se encontró con uno femenino. Sus manos
acariciaron a lo largo de su abdomen hasta sus muslos, sus labios se separaron sobre
la punta de su polla y lo chupó dentro del calor húmedo, solo para liberarlo
momentos después.

Sus muslos se apretaron, sus labios se retiraron en un gruñido de negación,


entonces en uno de puro placer cuando lo lamió desde la punta de la polla hasta las

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Lora Leigh

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pelotas. Allí, Cassie lamió, jugó, besó y chupó la carne sensible hasta que la
necesidad por ella fue agonía.

—Oh, demonios, Cassie —gimió cuando ella regresó lamiendo—. Esa pequeña
lengua caliente me va a volver loco.

Ella rodeó con la lengua el glande, lamiendo el pulso pre-seminal antes de meter
otra vez la punta en su boca.

Cuando sus labios se levantaron segundos más tarde, él tuvo que contener la
necesidad de forzar a que su boca volviera.

—Me encanta cómo sabes —suspiró contra la sensible piel del glande—. La
sensación de ti follando mi boca, follando mi coño.

Todo su cuerpo se sacudió con fuerza ante el sensual susurro. Ah joder, sí, le
encantaba escucharla hablar sucio.

—Y a mí me encanta follarte la boca y el coño —gimió, mirándola mientras su


boca lo cubría de nuevo, chupándole profundamente, la lengua azotando la parte
inferior y agotando su control—. Joder. Voy a correrme en tu boca. —Su voz era un
rugido torturado.

Entonces ella le soltó levantándose a su lado antes de sorprenderle y estropear su


mente mientras pasaba la pierna sobre sus caderas. Extendiendo su mano, se agarró
la polla y la alineó con sus resbaladizos labios internos. Frotándola en la abertura
sensible mientras un gemido jadeante caía de su boca.

—¿Vas a montarme, cariño? —Metió la ancha punta en su coño y sintió el pulso


pre-seminal repleto de la hormona dispararse de su polla al estrecho canal que lo
esperaba—. Toma lo que es tuyo.

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Lora Leigh

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Ella se presionó hacia la penetración, gimiendo cuando la punta comenzó a


estirarla, separando y excitando los resbaladizos músculos internos mientras Dog los
sentía apretarse con fuerza sobre su pene.

—Joder. Tan dulce y apretado. Adelante, cariño, toma mi polla.

Un grito escapó de los labios de Cassie mientras sus caderas se sacudían, tomando
más de él. Con cada centímetro que forzaba dentro de ella, el pulso de la hormona la
llenaba, relajando los músculos, sensibilizándolos, haciéndola sentir más caliente,
más viva, mientras sensibilizaba su propia carne.

Ella estaba más apretada que un puño envuelto alrededor de la punta de su polla.
Sus caderas se balanceaban, se movían, se levantaban y volvían a bajar mientras lo
metía trabajosamente dentro de ella hasta que Dog estuvo seguro de morir por el
increíble placer. Era como hundirse en el centro de un éxtasis tan puro que podía
sentirlo contra su piel, saborearlo contra su lengua.

Sus manos se movieron bruscamente de la sábana hasta sus caderas, agarrándolas


mientras la sentía temblar encima de él.

—¿Asustada, cariño? —le susurró mientras ella negaba con la cabeza, sus manos
agarraron repentinamente sus muñecas mientras se ponía más derecha y sus caderas
se restregaban contra las de él—. Estás tan apretada... Es placer y dolor a la vez.

Sus jugos se derramaban a lo largo de la punta alojada dentro de ella mientras él


eyaculaba otro pulso más fuerte y más lleno de su pre-semen. Sus músculos se
tensaron y se crisparon, tensándose sobre él y succionando su erección más
profundamente dentro de ella.

—Más fuerte, cariño—gimió—. Muévete sobre mi polla más fuerte. Tómala.


Déjame oírte gritar por ella.

Ella estaba tratando de contener sus gritos así como el hambre que estaba
aumentando en su interior.

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—Déjalo ir —le gruñó a ella—. Maldita seas, no te retires ahora.

Levantando su tronco, atrapó un excitado pezón en su boca, lo chupó


profundamente, con fuerza. Su boca se cerró a su alrededor y su lengua azotaba el
pezón mientras ella se congelaba por un segundo eterno.

Entonces, el núcleo salvaje e interno de Cassie se liberó de su control y se alzó


dentro de ella. Sus caderas se sacudieron, una mano se enredó en su cabello,
presionando hacia abajo, llevándolo más profundo, más profundo...

Ah, joder. Estaba enterrado hasta las pelotas dentro de ella, palpitando, su agarre
en su polla muy apretado y varias eyaculaciones de la hormona la llenaron una tras
otra. Él liberó su pecho y su espalda golpeó la cama, arqueando las caderas mientras
obligaba a sus ojos a permanecer abiertos, solo para mirarla.

Sus gritos lo cubrieron. Enderezándose, ella echó la cabeza hacia atrás y comenzó
a moverse, a frotarse, levantándose y dejándose caer mientras su cabello le acariciaba
los muslos y lamía sus pelotas. Su fantasía cobró vida, su pequeña y salvaje halfling
cabalgándole mientras esos sensuales rizos atormentaban su carne con el toque más
ligero.

Era la experiencia más erótica, el placer más sensual que había conocido en toda
su vida, y no quería nada más que abrazarla para siempre. Solo dejar que el mundo
retrocediera y no hacer nada más que pasar su vida enterrado en el calor y la
aceptación con que esta mujer lo envolvía.

Pero el mundo no retrocedería, y mientras su coño estrujaba y acariciaba su polla,


el placer se intensificó, se elevó, comenzó a tironear sus sentidos con la necesidad de
correrse. Apretó los dientes, las caderas se arquearon hacia ella, un gruñido retumbó
en su pecho.

Entonces la sintió ponerse rígida, sintió que perdía el aliento. Agarrando sus
caderas, él le dio lo que necesitaba, moviéndose debajo de ella, empujando fuerte y

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profundamente en su interior mientras la sentía soltarse. Su coño se cerró alrededor


de su polla herméticamente, contrayendo y relajándose, chupando su erección
mientras su orgasmo estallaba a través de ella.

La intensidad de su liberación, el placer azotando a través de él, hizo que sus


propios sentidos estallaran y su semilla se disparó dentro de ella mientras sentía que
su polla se hinchaba, trabándolo dentro mientras su orgasmo cobraba impulso y juró
que le hizo volar la cabeza.

Hijo de puta...

Fue como morir en éxtasis. Escuchó sus gritos haciendo eco a su alrededor, la
sintió desplomarse contra él, y todo lo que pudo hacer fue abrazarla mientras sus
caderas se sacudían entre sus muslos y cada eyaculación lo secaba.

Cuando todo terminó, tuvo que luchar para respirar. Resollaba


entrecortadamente, sus dientes se cerraron en su hombro, y los de ella se cerraron en
su pecho.

Podía sentir sus caninos perforando su carne, su lengua derramando el calor de su


hormona de acoplamiento en las pequeñas heridas, marcándolo como ninguna otra
mujer podría hacerlo.

Ella le estaba marcando.

La satisfacción primaria que corría a través de él era casi tan embriagadora como
la liberación física. Ella era suya. Completa e irrevocablemente. Dios ayudara al
hombre o Casta que pensó que la robaría de sus brazos.

* *

La habitación todavía estaba oscura cuando Cassie se encontró repentinamente


despierta. Ella yacía contra el costado de Dog, su brazo debajo de su cabeza y su

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Lora Leigh

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cuerpo curvado sobre ella, sosteniéndola contra él. Su mano apoyada en su corazón,
la de él cubriéndola. Y Dog estaba durmiendo. Es curioso, pero en el tiempo que
pasaron juntos, ella solo lo había visto tomar una siesta.

Frunciendo el ceño, parpadeó, levantó la mirada y luego se congeló.

Al principio, pensó que tenía que estar soñando. En todos los años que había visto
espíritus caminar a su alrededor, nunca había tenido la ocasión de tener una visita
masculina. Y definitivamente era un espíritu. Alto, ancho, obviamente el padre de
Dog dado el hecho de que compartían los mismos rasgos, el mismo color.

El espíritu estaba de pie, erguido como un militar, con los brazos cruzados sobre el
pecho, su expresión curiosamente amable a pesar de la salvaje expresión de sus
facciones. Iba vestido con uniforme militar y la camisa manchada de sangre. Su
sangre si la tela desgarrada en el pecho era alguna indicación.

Reía cuando era niño, dijo el espíritu en voz baja, la voz llena de arrepentimiento.
Tenía un cachorro de coyote que salía de la guarida de su madre y jugaba con él. Su risa
siempre me recordaba a su madre.

El dolor se reflejaba en esas duras facciones, y aunque le hablaba, nunca apartó la


mirada de Dog.

La perdí, en el parto. Él la miró, pero solo por un segundo. Estaba demasiado débil, por
el daño a su cuerpo días antes, cuando nos encontraron de nuevo, para sobrevivir. Mientras
sostenía a nuestro bebé, ella se me fue.

Cassie no habló; no creía que él esperara que hablara.

Él tenía diez años cuando me encontraron. Lo dejé en las montañas mientras buscaba
suministros. Miró su pecho y suspiró antes de mirar a Dog una vez más. Intenté
entrenarlo para sobrevivir en caso de que, en algún momento, no regresara, pero diez años es
muy joven para que un niño se quede solo. Incluso uno entrenado para sobrevivir.

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Con diez años era demasiado joven, ella estuvo de acuerdo en silencio.

Le juré a su madre que siempre cuidaría de él, para que ella pudiera ir pacíficamente al otro
lado. Que no lo abandonaría hasta que su compañera lo encontrara, como la mía me encontró.
Un hilo de diversión tocó su voz susurrante. Es un chico obstinado. Llevarlo a esa isla y
ponerlo en el lugar para que pudiera hacerte salir al balcón ese día requirió un esfuerzo
considerable, ¿sabes?

Se dio cuenta de que era su presencia lo que ella había sentido todos esos años
atrás. Escondido de la vista pero empujándola de todos modos. Él era la razón por la
que había aceptado esos tratos a lo largo de los años, confiando en Dog cuando la
lógica le decía que era una locura. Porque él estaba allí, asegurándole que se podía
confiar en Dog.

Lo sabías. No tuve que decírtelo. Aunque a veces, lo admito, puedo haber susurrado
garantías a la criatura dentro de ti. Tu animal escucha mucho mejor que tú cuando se trata de
mi chico. Él inclinó su cabeza cuando Dog se movió en su sueño, la presión de su
brazo aumentó a su alrededor.

Él sobrevivió, susurró, una vez más sombrío. Un niño, no más de diez años. Solo. Y
hasta ti, él nunca olvidó que estaba solo. Contigo, encontró esperanza.

Y él le había dado esperanza. Pero su corazón dolía por el espíritu que estaba
vigilando a su hijo adulto tal como debía haberlo vigilado de niño.

Deberías aceptar tu animal, niña. No es realmente Lobo, no es verdaderamente Coyote,


sino un ser tan único como tu creación. Es una criatura, instintiva, comprometida como
ninguna otra podría ser. Para sobrevivir, debes aceptarla como te aceptó, le advirtió,
apartando sus ojos de Dog el tiempo suficiente para dirigir una mirada exigente
hacia ella.

Le llamé Cainis, le llamé Cain, le dijo el espíritu, volviéndose hacia su hijo. No sabía
cómo ser padre, pero cuando sostuve a mi hijo y vi morir a mi compañera, supe que ese

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Lora Leigh

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pequeño ser era lo único que importaba. Y cuando morí, incapaz de alcanzarlo, no pude
abandonarlo. Lo había jurado.

Sintió una lágrima deslizarse por su mejilla, dolida por este Casta y por su
pérdida, así como por la de Dog.

Ahora su compañera lo ha encontrado, y la mía me está llamando, le dijo, con una


expresión amable cuando la mano de Dog se apoderó de la suya, sosteniéndola en su
corazón.

El espíritu volvió su mirada hacia ella, su expresión se endureció entonces.


Adviértele, Cassie. Antes de que te vayas de este lugar, adviértele. Su enemigo lo conoce por
quién es, por lo que es ahora. La princesa se une con el enemigo, se susurra, y la imagen de
Cain lo ha alcanzado... La voz se apagó, y la furia brilló en los ojos casi negros mientras
la imagen titilaba.

Podía verlo hablar, sus labios moviéndose, su mirada feroz mientras se desvanecía
de la vista, dejando solo su pena y su miedo por su hijo.

—¿Cassie? —susurró Dog su nombre, su voz era áspera, su mano acariciaba su


brazo cuando se dio cuenta de que se había puesto de pie, mirando la imagen
mientras se desvanecía, tratando de leer unos labios que para empezar no podía ver
claramente—. ¿Qué ves, cariño?

Su cabeza se volvió bruscamente, se lo quedó mirando, y se dio cuenta de que


estaba temblando, temblando en reacción.

—Cainis, él te llamó Cain —susurró, su voz estrangulada mientras luchaba por


respirar—. Se dice que la princesa se une al enemigo, y tu imagen lo ha alcanzado. Él
sabe. Él sabe quién y qué eres...

El miedo se hizo más intenso en su pecho, un sudor frío le atravesó la piel cuando
Dog se incorporó y tiró la colcha a su alrededor antes de arrastrarla hacia la calidez
de su pecho.

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Ella estaba muy fría. Brutalmente fría. El hielo fluía por sus venas y ella juró que
podía sentir la muerte respirando sobre su hombro.

—Está bien. Shhh. Está bien, Cassie. —Dog besó la frente de su compañero y trató
de calentarla mientras la obligaba a recostarse contra su pecho—. Está bien. Déjame
calentarte.

Le costó largos minutos calmar su respiración, calentarla, convencerla de que solo


yaciera contra él. A ella le costó aún más tiempo regresar a un sueño inquieto. Y todo
lo que él podía hacer era mirar fijamente a la oscuridad, los pelos de la nuca tiesos de
advertencia.

Cainis, aunque la ortografía era diferente, significaba lo mismo. Dog 5. Pero su


padre lo había llamado Cain. Él apenas recordaba al padre que lo había criado, que lo
había entrenado para sobrevivir en el duro desierto. Pero siempre había recordado
las advertencias. Si alguna vez era atrapado, su nombre era Cainis. Fue creado en
Red Lab Three, que fue destruido el año de su creación y fue rescatado por una
enfermera que ya había muerto. Recordar siempre que su enemigo era el Mayor. Su
madre era un ángel. Las advertencias siempre eran claras, se repetían diariamente, y
él las repetía.

Hasta el día en que el hombre al que llamó padre no había regresado al desierto.

Cain. Su padre le había llamado Cain, pero nunca permitiría que se conociera la
versión abreviada de su nombre. Si alguna vez le preguntaban su nombre, él era
Cainis. Él era Dog. Debía tener cuidado con el Mayor, y su madre era un ángel.

Todavía llevaba la foto de su madre que su padre había guardado en la cabaña.


Rubia, con los ojos muy azules, había sido alta, casi un metro setenta y tres
centímetros y había mirado a su compañero humano vestido con uniforme militar y
observado fieramente la cámara como si fuera el enemigo.

5 Canis: Perro (Dog)

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Lora Leigh

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Esa foto estaba metida en su mochila, escondida en una hendidura que había
cortado en el cuero.

Y la única forma en que Cassie podría haber sabido algo de esto era si el fantasma
de uno de sus padres había acudido a ella.

Debía haber sido su padre, decidió, recordando al hombre sombrío y taciturno que
lo había criado. Él no había sido uno para dar abrazos; los había evitado. Pero a
menudo había encontrado formas para que Dog tuviera una razón para reírse. En
algún momento, Dog se dio cuenta de que su risa infantil aliviaba el dolor que sentía
venir de su padre.

Joder.

Se decía que la princesa se relacionaba con el enemigo y su imagen le había


alcanzado. Por su culpa, sus padres estaban muertos. Alguien que solo conocía como
el Mayor. Y esta amenaza desconocida y sin rostro ahora sabía quién y qué era él. Era
un híbrido, nacido de una madre Casta, un padre humano. Y ahora alguien lo sabía.
Y sabrían que se había acoplado con otro híbrido.

Maldición.

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Lora Leigh

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Capítulo 11

Al día siguiente, Cassie observaba a Dog con cautela. Siempre era consciente de él
mientras trabajaba en la tableta que él le había proporcionado, utilizando una puerta
trasera6 en los archivos de la Oficina para acceder a los Artículos de la Ley de
Acoplamiento.

Incluso sus instintos animales desconfiaban y se elevaban dentro de ella,


conscientes de cada movimiento, cada palabra que decía mientras Mutt, Mongrel y él
seguían sobre la búsqueda que Rhyzan estaba dirigiendo.

Los dos Coyotes con los que tan a menudo peleaba también sentían algo dentro de
él. Les miraban a ella y a Dog, sus expresiones a veces pensativas, a veces confusas.

Ella lo soportó hasta que cayó la noche y terminó de descargar los archivos que
necesitaba y comprobar dos veces si había algo más que se había perdido.

Había querido colarse en el archivo de su hermana, verificar el informe de Kenzi


y ver qué información tenía, cómo se sentía acerca de la familia que no sabía que
existía, pero no se atrevió a entrar en esa base de datos en particular. Si Jonas la
atrapaba en la base de datos de la Ley Casta, detectaría la puerta trasera que había
usado y la ignoraría. Rhyzan no haría lo mismo con sus archivos personales.

6
Back door o puerta trasera como se traduce el término en algunos países, es un mecanismo que
permite entrar a ver información saltándose las autenticaciones (usuario/password) y las validaciones
para ingresar al sitio.

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Lora Leigh

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Terminó su trabajo, apagó la tableta, volvió a servirse café y terminó el guiso que
había preparado más temprano para la cena. Una vez que lavó los platos, caminó
hacia la amplia entrada que separaba la sala de estar y observó a los tres Castas
silenciosamente durante largos momentos mientras revisaban los mapas y discutían
el progreso de la fuga que la gente de Dog había hecho.

Permaneció en silencio, simplemente observando a su compañero. Su expresión


era cerrada, y ella podía sentir la tensión que emanaba de él, volviéndose cada vez
más apremiante mientras más tiempo ella permanecía inmóvil mirándolo.

—No hay nada más que podamos hacer, por ahora—anunció él, levantándose de
la silla y cerrando su propia tableta mientras Mutt y Mongrel lo miraban.

Ellos se pusieron lentamente de pie, sus miradas se deslizaron hacia ella, las
mismas pensativas y confusas expresiones en sus rostros.

—Iremos, eeh, a revisar las cosas afuera. —Mongrel carraspeó mientras Mutt
asentía enérgicamente con la cabeza.

Los dos se dirigieron de prisa hacia la puerta que conducía al garaje y la cerraron
rápidamente detrás de ellos.

—¿Todos salieron bien?—preguntó, metiendo las manos en los bolsillos de los


pantalones informales que llevaba y apoyando un pie cubierto con un calcetín sobre
el otro mientras se recostaba en el marco de la puerta.

—Estamos algunas horas atrasados en términos de información. —Él se pasó los


dedos por el pelo con irritación antes de pasar junto a ella y dirigirse a la cafetera—.
Hubo varios retrasos en los informes, sin embargo, todo debería estar bien.

Pero estaba preocupado. La desconexión de los informes en tiempo real lo ponía


más nervioso de lo que estaba al principio.

Girando, lo observó mientras llenaba su taza de café, de espaldas a ella.

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—¿Vamos a seguir ignorándolo?—le preguntó, cruzando los brazos sobre sus


pechos y callando el conocimiento de que Dog ahora era tan cauteloso con ella como
todos los demás.

Cuando era niña, no siempre había sido tan cuidadosa como debería con respecto
a los Castas que eran seguidos por espíritus o por las imágenes de sus propios
demonios interiores. Eso había comenzado la aversión que muchos de los Casta Lobo
sentían por ella. Sin embargo, en general, los Coyotes siempre habían pensado que
era algo genial, como uno había expresado. Fue agradable saber que no estaba sola.

—Ahora no es el momento de discutirlo. —Se mantuvo de espaldas a ella y bebió


un sorbo de su café—. Después.

—Está bien. —Ella inspiró lentamente— ¿Al menos me dirías quién es el Mayor?

Él negó con la cabeza.

—Mierda si lo sé, y he estado tratando de resolverlo desde que tenía diez años.
Supongo que lo sabremos pronto, ¿verdad?

—Si pudiéramos repasar todo lo que recuerdas juntos, tal vez podríamos
resolverlo…

—Dije que ahora no, maldita sea—espetó él, su voz baja, llena de furia—.
Simplemente ahora no, Cassie.

Sus labios se abrieron, la ira se disparó a través de ella, para devolverle el golpe
por el tono cortante de la voz.

—Bueno, amor, ¿no fuiste y elegiste a un bastardo hosco para acoplarte? —El
acento sudafricano estaba teñido de diversión y afecto cuando Dane Vanderale entró
en la habitación detrás de ellos.

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Cassie se dio media vuelta, enfrentando al Casta que la mayoría del mundo creía
que no era más que un benefactor y filántropo de los Castas. No tenían ni idea del
Casta agazapado y listo para salir dentro de él.

Los híbridos eran hasta ahora un misterio para los científicos. Su genética rara vez
se presentaba hasta su adolescencia, y parecía que los sentidos animales y humanos
que poseían estaban mucho más integrados que los de los Castas creados por los
científicos.

Lanzando a Dog un pequeño paquete que llevaba en el momento en que Dog pasó
junto a ella, Dane se dirigió hacia el bar, se sirvió un trago y se volvió hacia ellos. Ella
captó el aroma apenas perceptible que le llegaba de la caja, lo que indicaba que
contenía los delgados cigarros que él le proporcionaba a ciertos Castas.

El propio Dane era un maestro del control, pero junto con el olor de los cigarros
había uno de furia pura y sin precedentes apenas contenida.

Vestido con pantalones de seda de color gris y una camisa blanca de manga larga,
cuyas mangas estaban dobladas hasta los codos, se parecía menos a un Casta Híbrido
y más al hombre de negocios como acostumbraba a retratarse. Es decir, si uno
obviaba el cabello enmarañado del color de la arena del desierto y no detectaba el
animal que acechaba detrás de esos ojos verde esmeralda. Ojos que, por lo general,
distorsionaba con lentes de contacto de colores.

Cassie observó al híbrido con los ojos entrecerrados, viendo mucho más que la
burla, el encanto complaciente y el peligro latente que siempre captaba. Por primera
vez desde que lo conocía, Dane estaba a punto de perder el control de ese animal
interior que albergaba.

—Por cierto, tus padres y el mío, se están uniendo a Callan y Jonas en Window
Rock. —Levantó su vaso en un brindis silencioso a Cassie—. Dash y Callan han
llamado al Leo y le han pedido que él y mamá te ayuden en esto. Parece que tu padre
pudo haber intentado matar a Rhyzan cuando presentó esa petición después de tu

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Lora Leigh

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desaparición. —Se llevó la bebida a los labios—. Bien, maldita sea, segurísimo que no
lo culpo.

Dane se bebió de un trago la bebida, apoyó bruscamente el vaso sobre la barra y


volvió a llenarlo.

—¿Papá está bien? —Cassie suspiró con cansancio, mirando al híbrido mientras
daba sorbos a su bebida ahora. Estaba sorprendida, tenía la impresión de que su
padre aprobaría las acciones de Rhyzan.

—En perfecto estado. —Su sonrisa burlona era dura—. Sin embargo, creo que
pudieron haber tenido que separarlo a la fuerza de Rhyzan. Escuché que trató de
matarlo a golpes. También que estuvo cerca de tener éxito. La nariz del cabrón está
ligeramente fuera de lugar, y he oído que corre peligro de perder un canino debido a
los golpes que recibió de tu padre.

Esto era un desastre.

—¿Por qué papá y Callan pidieron ayuda a Leo? —Cassie negó con la cabeza
entonces.

—La investigación de mamá del Calor de Acoplamiento—señaló Dane—. Y parece


que Rhyzan más bien está quedando como un imbécil con respecto a anular la
Petición de Reconsideración, a pesar de la insistencia de tu padre. Papá, junto con
Seth Lawrence, que vino con su compañera, por cierto, está tratando de llegar al
fondo de la terquedad de Rhyzan. Mamá en persona va a hacer las pruebas. Como
dijo ella, en todas sus décadas de trabajo con el Calor de Acoplamiento, nunca ha
visto a un Casta tener dos compañeros.

Dos compañeros.

Rhyzan no era su compañero y ella lo sabía, pero sus pruebas demostraron una
compatibilidad...

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—Oh, Dios—susurró, volviéndose hacia Dane en estado de shock—. Kenzi. Si él es


el compañero de Kenzi, entonces tendría sentido que mostrara una compatibilidad
pero no un acoplamiento verdadero.

El gruñido irritado de Dog hizo que ella quisiera poner los ojos en blanco.

Dane inclinó la cabeza, no sorprendido.

—Eso también pensó mi madre. Pero Rhyzan debería ser consciente de ello. Ha
estado bastante con Kenzi, interrogándola. Lo que da lugar a la pregunta, ¿por qué se
mantiene firme en la postura, deseando separarte a ti y a tu compañero antes de que
la mutación del acoplamiento se complete dentro de ti y de Dog?

Rhyzan estaba jugando un juego, y Cassie lo sabía, Jonas lo sabía, pero no podía
adivinar de qué juego se trataba. No tenía sentido que, incluso con la compatibilidad,
intentara algo así. Él tenía orgullo de sobra. Nunca admitiría que otro Casta,
especialmente un Coyote del Consejo, había tomado a su potencial compañera. O que
él lo había permitido.

—No importará una vez que lo encuentre. —La sonrisa de Dog era la curva de la
Parca cuando se volvió hacia Dane—. ¿Cuál es el estado de mi gente? —El hecho de
que estaba furioso no estaba oculto—. Perdí la conexión con el equipo hace horas.

Dane miró al suelo, esa rabia comenzó a arder dentro de él una vez más.

—Perdimos uno—finalmente dijo Dane, suspirando con cansancio mientras Dog


gruñía con rabia—. Uno de los niños. Y tal vez uno de mis Leones también. Las
heridas cuando trató de proteger al niño con su cuerpo son bastante severas. Nos
vimos obligados a terminar de manera repentina la comunicación antes de eso
cuando nos dimos cuenta de que habían encontrado una manera de rastrearnos.
Descubrimos justo antes del ataque que habían logrado deslizar un nano-rastreador
en uno de los vehículos cuando atravesamos los portones

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Cassie se sentó lentamente en la silla detrás de ella y miró a Dane en estado de


shock. ¿De qué estaba hablando? ¿Niños?

—¿Había niños? —Dog no le había dicho que había niños. Él solo había dicho que
su gente tenía que escapar de una misión en la que estaban involucrados antes de
que su condición de espía fuera descubierta.

Dane asintió pesadamente.

—La mayoría de ellos eran niños. Esa era la información en la que Dog y sus
equipos han estado trabajando en el interior de las filas del Consejo. La ubicación de
varias docenas de niños Casta. Algunos todavía bebés…

—¿Todavía lo están haciendo? —El horror llenaba su voz.

¿Todavía estaban creando Castas?

—¿Realmente crees que se detendrán?—preguntó Dane suavemente a pesar de la


furia que latía por debajo de su voz—. Ellos siempre están seguros de que la
respuesta a cualquier cosa que estén buscando llegará con el próximo que creen.
Aunque ya no estamos seguros de qué están buscando. Pero ahora se les ha ocurrido
una forma interesante de destruir a los Castas que han creado.

Ella se volvió hacia Dog, la incredulidad la recorrió, apretando su garganta y su


pecho.

—¿De qué está hablando? —La pena que podía sentir derramándose de Dog hizo
que su estómago se encogiera de miedo.

—Aun cuando los rescates de Castas se consideraban completos, sabíamos que no


había terminado. —Dog suspiró, frotándose la nuca mientras se movía hacia el bar y
aceptaba la bebida que Dane le sirvió—. Nuestra primera indicación de que había un
problema fue cuando un joven se presentó en Santuario hace unos diez años. Dijo
que había descubierto que un niño Casta había sido asesinado para proporcionar el

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corazón que le habían trasplantado cuando era más joven. Cuando comenzó a
madurar, y el corazón a desarrollarse, sus padres fueron asesinados en un esfuerzo
por llegar a él y destruirlo antes de que alguien se enterara de los cambios que estaba
experimentando a partir de ese trasplante.

—Murió de sus heridas unos días después. —Dane hizo una mueca—. A pesar de
lo guerrero que era, las heridas eran demasiado severas para salvarlo.

Niños. ¿Un niño Casta había sido asesinado para proporcionar un corazón a un
niño humano?

—¿Qué cambios? —El horror arrastrándose a través de ella era destructivo. Los
monstruos que aún trabajaban como hombres de ciencia iban más allá de la maldad
con la que originalmente habían comenzado.

—Cambios Casta. —Dog terminó la bebida antes de caminar hacia al otro lado de
la habitación—. Estaba empezando a mostrar anomalías a nivel de ADN. Me llevó
años encontrar a las personas correctas en el lugar correcto o ubicar a las personas
indicadas y a los laboratorios donde se encuentran los Castas utilizados para los
trasplantes. Increíble a lo que una persona se aviene en un esfuerzo por vivir. Los
padres de ese niño sabían que un niño Casta moriría para suministrar ese corazón y
lo permitieron. Pagaron una pequeña fortuna por ello.

Cassie se llevó una mano al estómago, enferma por dentro al pensar en los
horrores que los niños Casta habían enfrentado. ¿Qué le había sucedido a la ciencia
que algunas de las mentes más inteligentes del mundo estuvieron involucradas en
esto?

—Ubicamos el laboratorio hace varios meses, pero el acceso y la capacidad de


infiltrarse tomaron un tiempo. Finalmente logramos identificar a varios científicos y
técnicos dispuestos a ayudarnos. Estábamos preparando un plan cuando se llevaron
a Kenzi, justo después de que Rhyzan declarara su intención a Jonas de impulsar la
oportunidad de un acoplamiento contigo.

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Y un niño se había perdido porque Rhyzan había decidido forzar algo que habría
percibido que no era un verdadero acoplamiento. Una compatibilidad visible en
muchas pruebas, pero hasta ahora, las pruebas eran muy poco fiables frente a un
aumento real del Calor de Acoplamiento entre los Castas examinados.

—Tendrás a tus equipos de regreso dentro de veinticuatro horas—prometió


Dane—. Los niños están siendo llevados a la hacienda de Leo; los técnicos del
laboratorio que ayudaron en sus rescates están con ellos. Jonas está llevando a
Santuario a los científicos que cooperaron con nosotros. Aquellos que no lo hicieron
deberán enfrentarse a eso.

Jonas era increíblemente práctico. Si no podía utilizar a los científicos de una


manera, lo haría de otra. Rara vez ejecutaba a los científicos si era posible aplicar sus
habilidades a la supervivencia de toda la comunidad Casta.

—¿Qué tenemos en términos de información? —La voz de Dog era un terrible


sonido de furia.

Y la sonrisa de Dane fue salvaje.

—Científicos de primer nivel, Dog. Lo más florido de la cosecha del Consejo. Mis
equipos se están trasladando al lugar para atrapar a tantos de los que escaparon
como sea posible y matar a los que no podemos conseguir. Con un poco de suerte,
nos estamos acercando a los hijos de puta que financian esto. Los Enforcers de Jonas
se van a unir a mis equipos en una hora para comenzar a descargar información y
recopilar evidencia dentro de los laboratorios. Todo lo que tenían. No tuvieron
tiempo de destruir nada. Sus soldados siguieron a los que se fugaron y abandonaron
los laboratorios. Mis equipos se acercaron y los protegieron, pensando que no había
forma de que pudieran rastrear a los demás. Estábamos equivocados.

El Consejo de Genética. El Consejo de doce miembros no había sido identificado;


incluso acorralar a los sospechosos había resultado imposible en los dieciocho años
transcurridos desde que los Castas se anunciaron al mundo.

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En todos los años transcurridos desde que el mundo se enteró de los Castas, cada
vez que se descubría un nuevo laboratorio, los registros y la información almacenada
se habían dañado antes de que los Enforcers pudieran acceder a eso. Nunca habían
logrado conseguir una instalación con todos los registros y la información
almacenada intactos.

—¿Rhyzan ha sido informado de todo esto?—preguntó Dog; entonces ante el


asentimiento de Dane, Cassie observó que los ojos de Dog se entrecerraban en señal
de advertencia—. ¿Y aún está decidido a hacer cumplir su petición? ¿Incluso
sabiendo que no soy un renegado, sino un miembro de la Oficina?

—Así parece. De ahí la ira de Dash Sinclair. —Evidentemente, eso no tenía sentido
para Dane más de lo que tenía sentido para ella o Dog—. Rhyzan ha exigido una
reunión a pleno del Gabinete en la Oficina de Window Rock para mañana por la
tarde. Jonas está haciendo volar a los miembros del Gabinete necesarios esta noche.
—Se volvió hacia Cassie—. Un tipo decidido, ¿verdad?

—Así parece. —Poniéndose de pie, Cassie se frotó los brazos, frunciendo el ceño
confundida mientras dejaba a Dog y a Dane continuar discutiendo de la misión que
se había llevado a cabo mientras Dog luchaba por conservar su lugar en la vida de
ella. El solo hecho de que Rhyzan todavía estuviera vivo la sorprendía.

Dog no era conocido por su paciencia frente a cualquiera que intentara robar
incluso un cigarro. El hecho de que no hubiera matado al asistente del director
federal la sorprendía.

Tenía que haber una manera de neutralizarlo, además de matarlo, porque


esconderse no le sentaba bien.

Recostándose en su sillón mientras daba golpecitos en el apoyabrazos tapizado


con los dedos de una mano, miró con los ojos entrecerrados el anticuado reloj
colgado en la pared al otro lado de la habitación.

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Había muchas cosas sucediendo ahora para mantenerse ocultos así, no solo para
Dog sino también para ella. Y no era como si el planteamiento de Rhyzan se
mantuviera al conocer la posición de Dog. Además, no era la primera vez que la
compatibilidad se mostraba entre hermanos con una compañera. Había ocurrido
hace varios años, con dos hermanos Bengala, pero solo uno había sido el
compañero...

Ella se quedó inmóvil, frunciendo el ceño ante ese pensamiento, la información se


asoció de repente, formando la respuesta que no había podido encontrar desde que
se enteró de las pruebas de compatibilidad.

Ella se sentó derecha, las respuestas fluían por su mente mientras rápidamente
pasaba a través de cada ángulo, cada objeción que Rhyzan podría hacer, cada contra-
objeción. Y aun así, solo había una conclusión para extraer.

—¿Cassie? —La voz de Dane se filtró a través de sus pensamientos.

—Tenemos que regresar…

—Y una mierda—gruñó Dog.

—Si nos mantenemos ocultos, no podré argumentar una aclaración sobre la


Reconsideración y no podré argumentar a favor de otro compañero si esto sucede
nuevamente. Siempre argumentarán el hecho de que me escondí en lugar de seguir
los artículos de la Ley de Acoplamiento Casta. —Ella no permitiría eso.

—Puñetera Ley Casta—gruñó Dog—. Cassie, ese subdirector morirá si intenta


sacarte de mi vista.

Oh, no tenía ninguna duda de que Rhyzan moriría si lo intentaba.

—Tengo que presentar una contrapetición. —La respuesta llegó tan rápido que se
sorprendió de no haber pensado en eso antes. Se giró rápidamente hacia Dane—.
Contacta con Callan. Necesito el formulario de contrapeticiones enviado a la tableta

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de Dog, así como el formulario para una Petición de Restricción. Él puede acceder a
esos para mí si como líder de la manada, no está de acuerdo con las acciones que se
toman. Yo los tengo, pero necesito mostrar pruebas documentales para mantener mi
puerta trasera a los archivos abierta.

—No eres parte de su manada; tu padre tendrá que interponer esa protesta—
señaló Dane—. Y se le considera parcial a tu favor.

Ella sonrió lentamente.

—Dane, fui parte de la manada de Callan cuando tenía nueve años, antes de que
papá estableciera su propio manada. Esa admisión nunca fue anulada porque iba de
visita muy a menudo. —Se volvió hacia Dog—. ¿Te consideran alfa tus equipos o
respondes a alguien más?

Como si ella no supiera esa respuesta.

—No respondo a nadie más que a ti, halfling—le aseguró, la satisfacción


repentinamente brilló en su mirada.

—También necesitaré los formularios para registrar el rango de manada—le


informó a Dane mientras sacaba su móvil de la funda de cuero a su lado—. Esta
noche iremos a mi apartamento en lugar de a la Oficina y llegaremos a tiempo para la
reunión de directores del Gabinete mañana por la tarde.

—¿Tienes un apartamento? —Las cejas de Dog se enarcaron con divertida


curiosidad.

—Por supuesto. He tenido uno cerca de la Oficina durante meses. —¿No tenía
todo el mundo su propia casa?

Ella simplemente nunca tuvo motivos para usarla.

—Por supuesto—murmuró, con los labios todavía curvados con esa extraña
sonrisa—. Entonces, ¿vamos a esa pequeña reunión y enfrentaremos a Rhyzan?

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—Vamos. Llenaré los formularios cuando Callan los envíe y los enviaré a todas las
partes involucradas. Todo lo que necesito es la verificación de Callan y la aceptación
del reclamo para asegurar que las manos de Rhyzan estén atadas hasta que Elizabeth
pueda completar las pruebas de acoplamiento con Kenzi, que será antes de la
reunión. —Ella negó con la cabeza—. Debería haber pensado en esto, maldición. Lo
hubiera hecho si no hubieras mantenido mi cerebro hecho papilla.

Dog enarcó su ceja mientras Dane se reía entre dientes ante la acusación.

—Mensaje enviado—anunció el híbrido—. Y confirmación de acuerdo recibido.


Dog tendrá los formularios dentro de una hora. —Miró entre ellos, enarcando
inquisitivamente una ceja trigueña—. ¿Nos vamos, entonces?

Ella le miró pensativamente.

—¿Podemos tomar prestados a algunos de tus Castas? No están obligados a seguir


los dictados de la Oficina, ¿correcto?

—Correcto. —Podía ver la risa relucir en sus ojos verdes—. No lo están.

—Necesitamos un servicio de seguridad que no tenga obligación de obedecer las


órdenes de Rhyzan si de alguna manera se las arregla para poner palos en la rueda.
Estaré lista para partir dentro de una hora. —Dando media vuelta, corrió hacia la
habitación.

Ella tenía mucho que hacer en esa hora.

* *

Ahí estaba ella.

Era todo lo que Dog podía hacer para obligarse a no seguirla, para inclinarla sobre
la cama y asegurarse de que todavía era el alfa en este acoplamiento. Él estaría
condenado si ella no desafiara esa posición cada vez que tuviera la oportunidad.

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—Esa mirada en tu cara es casi de envidia—dijo Dane arrastrando las palabras,


alejando la atención de Dog del hecho de que la puerta de la habitación estaba
cerrada y su pequeña compañera estaba oculta a la vista.

El tono de pena en la voz de su amigo era un recordatorio de que la mujer que


Dane creía que debería haber sido su compañera era la de otro, algo que el híbrido
nunca había dejado de lamentar.

—Ella me completa—suspiró Dog, negando con la cabeza—. Demonios, nunca


supe que estaba incompleto hasta el acoplamiento.

El problema era que no estaba tan seguro de que ella sintiera lo mismo. Sabía que
estaba decidida a hacer funcionar el acoplamiento. Aunque no era su determinación
lo que él quería; el hambre por su corazón crecía día a día.

Él quería su amor.

—Su vida no ha sido fácil, ¿verdad?—comentó Dane—. Es demasiado inteligente,


ve demasiado, siente demasiado, para la comodidad de los demás. Esa mujer podría
gobernar el mundo si se lo propusiera.

El mundo, o a los Coyotes que Dog dirigía. A lo largo de los años, había tenido
varias docenas bajo su mando. Más de seis alfas por derecho propio y Castas que
tenían hambre de un hogar, de una vida que no incluyera vivir entre los monstruos
que habían trabajado para destruir.

—Voy a solicitar el rango de Coy cuando esto termine—le informó a Dane,


refiriéndose al título otorgado a un Alfa Coyote que mandaba más de una manada—.
Los Castas Lobo de Lobo son la única fuerza Casta en el área, pero es pequeña y muy
tradicional. Tengo más de sesenta Coyotes que me siguen, con alfas incluidos, listos
para prometer lealtad al Gabinete de Gobierno Casta. Creo que hay suficiente espacio
aquí entre la Nación para una comunidad Coyote.

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Él tenía mucho más apoyo para eso de lo que había imaginado hasta que el
Bengala que trabajaba con Lobo, le informara sobre el respaldo que tendría.
Aceptaría ese respaldo también, si fuera a sacar adelante sus planes.

Demonios, pensándolo bien, todo lo que necesitaba era que Cassie luchara por él.
La halfling con su voz de sirena y la capacidad de discutir sobre la Ley Casta como si
ella misma la hubiera escrito.

—Tus equipos serán un beneficio para la comunidad—acordó Dane—. Una vez


que hayas finalizado tus planes, contacta conmigo y me aseguraré de que tengas lo
que necesites para la seguridad.

Dog enfocó la mirada sobre su amigo.

—Los Castas de Callan y Wolfe están marcando un hito con sus equipos militares
y de rescate. Los Coyotes de Del Rey están aliados con los Casta Lobo en Colorado y
sus propias fuerzas de seguridad y tienen una gran demanda. He discutido esto con
los Alfas. Creo que vamos a buscar más en el sector privado en lugar del militar o de
ataque.

—Lo que sea que necesites, Vanderale estará allí para ti. —Dane asintió con la
cabeza—. Como parece que nos vamos de fiesta esta noche, notificaré a mis hombres
sobre el cambio en los planes y me prepararé para retirarme. ¿Utilizaremos el heli-jet
para transportar a tu compañera a la ciudad? Creo que podemos aterrizar detrás de
su edificio de apartamentos. Enviaría un comunicado.

Un comunicado que Rhyzan no pasaría por alto.

—Entremos calladamente—sugirió Dog en lugar de eso—. Guardemos silencio,


todo en secreto hasta que lleguemos al baile. No le demos a Rhyzan la oportunidad
de considerar cualquier opción que pueda tener.

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No hasta que supiera que sus partidarios estaban en el lugar. Lo que significaba
que necesitaba hacer algunas llamadas y conseguir un favor o dos. Y el apoyo que
tenía en mente definitivamente enviaría un comunicado.

Y luego tendría que enfrentar un pasado que había tratado de ignorar durante
demasiados años, pero que nunca había olvidado.

Su padre siempre le había advertido que el Mayor estaba en condiciones de saber


quién era Dog, saber que era un híbrido si Dog alguna vez estaba en un escaparate.
Mientras permaneciera indetectable, estaría a salvo.

No es que la seguridad hubiera sido su preocupación durante muchos años.


Ahora, era de máxima importancia. Por su compañera. Nada podría poner en peligro
a su compañera.

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Capítulo 12

DC Insider News

¿ASOCIÁNDOSE CON EL

ENEMIGO?

Si el encabezado no le hubiera llamado la atención mientras se sentaba con su café


de la mañana, la imagen del macho fuerte y tosco lo habría hecho.

Se obtuvieron fotos de la princesa Casta, Cassandra Sinclair, en los brazos de quien fuentes
informadas afirman es su amante.

Conocido solo como Dog, y según varias fuentes no identificadas por ser un aliado
conocido del Consejo de Genética, el poderoso Casta Coyote aparece como “renegado” dentro
de la base de datos Casta nacional, lo que significa que no ha declarado afiliación con la
comunidad Casta legítima y es sospechoso de crímenes contra la Ley Casta.

La señorita Sinclair, conocida como la experta legal más importante de los Castas en lo
referente a la Ley Casta, y una asesora de la Oficina Federal de Asuntos Castas, no pudo ser
contactada para hacer comentarios, pero otras fuentes dentro de la comunidad Casta afirman
que la aventura no es más que un amorío o posiblemente un engaño. Ellos dicen que se espera

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un comunicado de prensa pronto que anunciará el compromiso de la señorita Sinclair con el


subdirector de la Oficina Federal de Asuntos Castas, Rhyzan Brannigan.

Se rumorea que la señorita Sinclair, conocida compañera del director adjunto Brannigan,
ya se ha comprometido en matrimonio. Entonces, ¿por qué fue visto Dog del Consejo de
Genética llevando a la señorita Sinclair a través de la entrada de la Oficina Occidental de
Asuntos Castas en Window Rock?

El portavoz de la Oficina de Asuntos Castas, Tanner Reynolds, promete un comunicado de


prensa pronto, y la llegada de los líderes Casta Lupin Gunnar, Coy Delgado y el Primero de
los Casta Felinos, junto con sus esposas, ya ha sido notada. Alfas de las manadas más
grandes, así como también los padres de la señorita Sinclair, Dash y Elizabeth Sinclair, están
presentes...

La atención del senador Aaron C. Ryder dejó de lado el artículo. A él no le


importaba un carajo acerca de los tejemanejes Casta en general. Era como observar
un refugio de animales follando todos con todos. Y las malditas masas seguían
siendo tan estúpidas con respecto a los animales que, sin importar sus acciones, los
Castas se movían libremente a través del público como si tuvieran derecho a eso.

No, no fue el chisme o el artículo sobre el amor ardiente lo que lo hizo


estremecerse. Fue la foto.

La joven Casta se refugiaba en los brazos del Casta Coyote, con la cabeza apoyada
en su hombro. Era la cara del Coyote lo que lo atrapó, lo que le hizo seguir cada
plano y ángulo de las imponentes facciones.

Los incisivos ojos gris plomo eran penetrantes detrás de las gruesas pestañas de
color arena. Una frente alta, una nariz aristocrática y un mentón imponente.
Generaciones habían perfeccionado esas facciones y desarrollado el cuerpo alto y
poderoso. El ADN Casta que ahora las estropeaba solo las agudizaba y hacía que el
cuerpo fuera más poderoso y fuerte.

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Pero aun así, era una abominación.

Sin embargo, no podía apartar los ojos del rostro del Casta. Había sospechado que
él existía... demonios no, una parte de él había sabido que existía. Cuando el cuerpo
de su padre había sido devuelto, no había habido ni un rumor de un niño, pero no
había duda de que una criatura había nacido de la madre.

Su cuerpo había sido encontrado casi un año después de la fuga. Los científicos
que supervisaron la autopsia estaban seguros de que había muerto justo después de
parir al bastardo.

Su puño se apretó con furia mientras se desplazaba hacia debajo de la pantalla,


encontrando varias otras fotos del Casta. La mayoría eran borrosas, las facciones no
muy claras. El Coyote era llamado ermitaño, reservado, y nunca permitía que le
tomaran fotografías. No debería haber permitido que se tomara esta fotografía.

Porque lo que él era podía ser descubierto, y seguramente no quería eso. No, nadie
quería eso, y tenía que ser detenido antes de que sucediera. Tenía que detenerse
antes de que el mundo supiera que la señorita Sinclair posiblemente podría parir a su
hijo. Un niño que ninguna prueba en el mundo revelaría como un Casta. Un niño que
podría infectar el mundo si era engendrado.

—Hola, abuelito. —La alegre joven que se sentó en la mesa del desayuno le hizo
levantar la cabeza, el remordimiento lo avergonzaba mientras la miraba fijamente, a
pesar de que le devolvió la sonrisa.

Esas generaciones de cuidadosa selección de alguna manera habían eludido a esta


dulce niña. Su cabello era de un color marrón suave y anodino, sus ojos eran de un
aburrido color avellana. Apenas medía un metro sesenta y siete, era un poco
regordeta, cosa que él detestaba, pero ella lo amaba.

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Él la quería bastante, simplemente estaba muy decepcionado tanto por su aspecto


como por su porte. Encontrarle un marido debería haber sido fácil, habría sido fácil,
pero de alguna manera nunca funcionó.

No es que lo lamentara a menudo, excepto por el hecho de que eso aún lo dejaba
sin un heredero varón. No había manera de que pudiera dejar su fortuna a esta niña
tonta, a menudo olvidadiza.

—Buenos días, cariño. —Cerró la tableta y la dejó a un lado—. Dime, ¿cómo te


sientes acerca de un pequeño viaje al oeste con tu abuelo...

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Capítulo 13

Ella estaba vestida con su habitual falda tubo de seda negra, una blusa de seda
blanca sin mangas abotonada metida en la pretina de la falda y un fino cinturón
negro que ceñía su cintura. La blusa estaba abotonada justo por encima de la
hendidura de sus senos, la confección a medida no era ajustada, sino que ensalzaba
sus pechos, mientras que el corte sin mangas mostraba la piel de seda de sus brazos.

Vestía medias casi del mismo color que su piel y unos zapatos negros de tacón de
diez centímetros que aumentaban su estatura y, a veces, su confianza. Los largos y
revoltosos rizos que normalmente caían a su alrededor ahora estaban retirados de su
rostro y entretejidos en una trenza suelta, gentileza de Dog.

Mientras caminaba por el suelo de madera de la sala de estar de su apartamento y


repasaba los argumentos expuestos en la tableta, se sentía con energía. Se sentía
fuerte. Podía sentir esa energía dispararse a través de ella y le daba la bienvenida,
sabiendo que cuando entrara en esa reunión, sería una fuerza a tener en cuenta.

Los artículos de la Ley Casta bailaban dentro de su cabeza, todas las piezas se
encastraron y exhibieron cada resquicio legal para permitirle presentar una
declaración mordaz y severa en contra de las acciones tomadas por el subdirector de
la Oficina de Asuntos Castas.

Mientras trabajaba, su concentración era más aguda de lo que había sido antes, su
conciencia de Dog de alguna manera se intensificó. Él había trabajado con ella
durante toda la noche, repasando los artículos de la ley y encontrando varias áreas

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que había pasado por alto. Ella sabía que él era muy inteligente, calculador y lógico,
pero mientras discutían y se evaluaban mutuamente contra cada argumento, se dio
cuenta de que también era increíblemente intuitivo y poseía una comprensión de la
ley que no había esperado.

Él esperaba pacientemente ahora, apoyado contra la puerta que conducía al


dormitorio. Ella había tenido que amenazarlo con toda clase de daños corporales
para que se pusiera los pantalones de seda negra y la camisa gris con la que Dane
había llegado antes. La miró con odio, le gruñó y juró que iba a zurrarla cuando la
llevara de vuelta al apartamento. Sin embargo, los llevaba puestos, junto con un par
de botas de cuero negro que posiblemente también fueran nuevas.

Su cabello rubio oscuro estaba peinado hacia atrás, un poco más pulcro que su
aspecto normalmente melenudo, aunque tenía que admitir que a ella le gustaba esa
dura apariencia de chico malo. No era solo una apariencia; él era realmente un chico
malo, y era suyo.

Cassie casi se detuvo ante ese pensamiento antes de dejar que se hundiera en su
interior, y se permitiera aceptarlo. Fuese lo que fuese lo que el futuro les deparara,
fuese lo que fuese lo que resultara de la reunión con el Gabinete, sabía que él era
suyo, así como que ella le pertenecía. Le había pertenecido desde que salió al balcón
de la suite de invitados de Seth Lawrence y sintió que la mira del arma de Dog se
posaba sobre ella.

Y él también le pertenecía.

—Halfling, esa mirada en tu cara me está poniendo duro. —El sexy retumbo en su
voz la hizo levantar la mirada de la tableta y luchar contra una sonrisa.

—Siempre estás duro. De lo contrario, no sería un acoplamiento. —Ella casi se rió


ante la fingida mirada feroz que le disparó.

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En algún momento de esa mañana, se había dado cuenta de que muchas de las
emociones contradictorias y confusas que habían estado agitándose en su interior
habían sido simplemente un proceso de aceptación. El Calor de Acoplamiento
aseguraba que los compañeros tuvieran que resolver esos conflictos iniciales, los
cambios y diferentes puntos de vista que tenían, para encontrar ese lugar donde algo
más profundo, algo más duradero, estaba esperando para que lo encontraran.

Lo estaban encontrando, pensó ella. Estaba segura de eso.

—Sigue así y haré algo al respecto de nuevo—le prometió, echando una mirada a
la pantalla digital del reloj colgado en la pared—. Y entonces llegaremos tarde.

De nuevo. Él había hecho algo al respecto dos veces durante la noche. Una vez,
inclinada sobre el respaldo del sofá mientras la penetraba impetuosamente, su voz
ronca mientras susurraba su nombre. Después, cuando se ducharon, sus poderosos
brazos la abrazaron mientras las rodillas femeninas agarraban sus caderas y ella lo
montaba con delirante placer.

Por un segundo consideró dejarle hacerlo, antes de rechazar la idea con pesar.

—Tenemos que irnos. —Apartándose de él, se dirigió hacia la mesa del comedor y
a la maleta de cuero llena de carpetas y pruebas de los artículos de la Ley Casta que
respaldaban sus argumentos.

—Yo lo llevaré. —Él se acercó a ella y agarró la manija de la maleta, levantándola


sin esfuerzo de la mesa.

—Dog. —Ella lo detuvo, poniendo la mano sobre su brazo mientras él la


observaba con mirada sombría—. En aquella isla, cuando tenía dieciocho años—dijo
en voz baja—. Aquella noche en la recepción. —Hizo una pausa, sintiendo que algo
atravesaba a toda velocidad su corazón y lo hacía latir acelerado—. Sabía que estarías
allí, esperándome. Tal como supe, durante los años posteriores, que te pertenecía.
Estaba asustada…

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Él puso un dedo sobre sus labios, su expresión se enterneció, sus labios se


curvaron con una sonrisa que de ninguna manera era burlona.

—Peleas contra tantas partes de ti misma, Cassie—dijo en voz baja—. Siempre lo


he sabido, así como sabía que necesitarías tiempo antes de tratar con un
acoplamiento. Deja de pelear contra todo tan duramente, cariño. No lo sabes,
siempre estaré aquí, velando por ti. No dejaré que te pierdas.

Las lágrimas punzaron en sus ojos antes de que parpadeara rápidamente tratando
de contenerlas.

—Tampoco dejaré que te pierdas, Dog. —¿Lo sabía él? ¿Realmente sabía que ya no
estaba solo?

—No he estado perdido desde que una halfling se encontró con mi mira y lanzó su
pequeño desafío. —Bajó la cabeza, sus labios rozaron los de ella en la más leve
caricia—. Ahora, vamos a azotar el culo de Brannigan.

Apartándose de ella, le tendió la mano, y fue natural, fue correcto, cuando sus
dedos se unieron a los de ella y la condujo a la puerta.

Sin importar lo que sucediera en la audiencia del Gabinete, sin importar las
decisiones de los demás, no dejaría de luchar por lo que estaba encontrando con él.
Ahora, si pudiera hacer algo con ese cosquilleo contra su piel, ese conocimiento
interno de que el peligro no era necesariamente la reunión del Gabinete o Brannigan.

La verdadera amenaza era quienquiera que fuera el desconocido Mayor. Y esa


amenaza estaba cada vez más cerca.

OFICINA DEL OESTE DE ASUNTOS CASTAS

INDAGATORIA DEL GABINETE CASTA

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Lora Leigh

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El Gabinete Casta estaba formado por doce miembros Castas, incluidos el Primero
y la Primera de los Castas Felino, Lupin y Lupina Gunnar, y Coy y Coya Delgado, así
como Jonas Wyatt y Dash Sinclair, el más nuevo alfa de la manada Lobo, Lobo
Reever, un Casta Bengala que representaba a la Nación Navajo, Graeme Parker y
Rule Breaker, el director de la Oficina Occidental de Asuntos Castas.

A diferencia del Gabinete de Gobierno Casta de veinticuatro miembros, no había


nadie en el Tribunal Casta que no estuviera afiliado a la comunidad Casta, sea un
Casta o un compañero. No había presencia senatorial, aunque había varios senadores
en la residencia de las oficinas para supervisar las órdenes federales mientras se
radicaba la nueva Oficina.

El viaje desde su apartamento a la Oficina fue corto, aunque el acompañamiento


de la fuerza felina que Dane les había prestado había requerido tiempo extra.
Cuando se bajó del Dragoon blindado en el garaje subterráneo del estacionamiento,
doce Castas León de mirada fría y armados hasta los dientes los habían rodeado,
junto con Dane, y los habían escoltado al nivel inferior de las oficinas.

Durante el breve viaje, un mensaje de la doctora Sobolova había sido devuelto


indicando que las pruebas de capacidad de acoplamiento con Rhyzan habían
resultado negativas, pero el subdirector seguía rehusándose a abandonar su petición.
Él demandaba que la investigación prosiguiera.

Cassie hizo una nota mental para asegurarse de programar tiempo con el Gabinete
de Gobierno Casta en los próximos meses para asegurarse de que este artículo en
particular fuera cambiado. Se sentía como si de alguna manera estuviera siendo
rehén, su futuro con su compañero ya no estaba bajo su control y el de Dog.

Delante, las amplias puertas dobles de la sala de reunión se abrieron y los Casta
León que los escoltaban se dividieron para permitir que Dog, Cassie y luego Dane
entraran.

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Lora Leigh

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Los miembros del Gabinete estaban esperando sentados en bancos elevados en la


cabecera de la sala. Debajo, a cada lado de la sala, dos podios esperaban junto a
mesas auxiliares.

Detrás de eso y extendiéndose cinco filas hacia las puertas dobles había asientos
de banco, aunque los que estaban detrás de Rhyzan estaban desiertos. A la derecha,
las doctoras Armani y Sobolova estaban en la primera fila; detrás de ellas estaba la
madre de Cassie, y junto con ella estaban el Leo, Leo Vanderale, y su esposa,
Elizabeth, así como las hembras Coyote, Ashley y Emma Truing.

Cassie se movió a la derecha de la habitación y subió al podio, Dog a su lado se


ubicó en una silla en la mesa con Dane a su izquierda.

Rhyzan se levantó de la mesa donde esperaba y también se trasladó a su podio.


Tenía la cara amoratada, un ojo negro, la mejilla inflamada y la nariz levemente
descentrada, como había dicho Dane.

El subdirector era una figura impresionante a pesar de sus heridas; ella siempre
había admitido eso. De un metro noventa y ocho de estatura, largos y lacios cabellos
negros y ojos verde celta. Sin embargo, los ojos eran más bien un color inusual para
un Coyote. Como todos los Castas, era fuerte, genéticamente diseñado para una
apariencia robusta y un físico poderoso. Aunque estaba empezando a pensar que su
genética, a diferencia de la de los demás, además se inclinaba hacia la locura.

Con todo el mundo presente, Jonas se levantó de su asiento, ubicado en el centro


del escaño y los miró fijamente a los ojos.

—¿Están todas las partes presentes?—preguntó.

—Presente por la petición—le respondió Rhyzan.

—Presente por la objeción. —Cassie habló claramente, una calma relajada


descendió sobre ella incluso cuando sus sentidos se agudizaron, se volvieron más
fuertes.

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Lora Leigh

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Su cabeza se volvió lentamente hacia Rhyzan mientras inhalaba lentamente, sus


ojos se entrecerraron sobre el Coyote mientras él le devolvía la mirada con aplomo.

Los labios masculinos se ladearon en una sonrisa helada y burlona mientras se


volvía hacia Jonas.

—Antes de proceder, Director, me gustaría anular formalmente mi Petición de


Reconsideración a la luz de las nuevas pruebas de acoplamiento que se han
realizado. Sin embargo, como todas las partes están presentes, solicito que el Coyote
conocido como Dog sea interrogado sobre la desaparición de una niña Casta presente
durante el desembarco del transporte del Consejo que tenía a la hermana de la
señorita Sinclair, Kenzi. Según ella, había una niña de entre tres y cinco años cuando
la metieron en el transporte, pero esa niña había desaparecido para cuando recuperó
la conciencia.

Cassie se congeló.

No.

Él no pudo hacer esto.

—¿Dog?—preguntó Jonas mientras cada miembro del Gabinete lo miraba


fijamente.

—No había ninguna niña presente—respondió Dog, y Cassie podía sentir su


desconcierto.

La mandíbula femenina se apretó ante el requisito de Rhyzan mientras miraba


echando chispas por los ojos a Jonas, sus miradas se encontraron durante un largo
momento.

—Según Kenzi, la niña estaba allí. Ella ha sido interrogada por tres interrogadores
y se considera que dice la verdad. En eso al menos. —La diversión en el tono de

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Rhyzan era inconfundible—. Todas las partes presentes en aquella noche que aún
viven han sido interrogadas, excepto el compañero de la señorita Sinclair.

Él estaba arruinándolo todo.

Maldito sea.

El hijo de puta la estaba destruyendo, y ella ni siquiera había sabido que estaba a
punto de suceder.

Ella inhaló lentamente, su mirada aún fija en la de Jonas.

—Sugiero que pospongamos la reunión... —comenzó Jonas.

—Y yo respetuosamente disiento—levantó la voz Rhyzan, haciendo que Jonas se


volviera hacia él mientras su labio se alzaba en un gruñido—. Director Wyatt, usted,
de forma habitual, ha defendido las acciones de la señorita Sinclair dentro de la
Oficina, incluso cuando, más de una vez, han sido cuestionables.

—¿En qué momento mis acciones o cualquier decisión que tomé dentro de mi
competencia con la Oficina han sido consideradas cuestionables?—preguntó ella,
manteniendo su tono agradable, sin hostilidad.

Rhyzan se volvió hacia ella lentamente, esa gélida mirada perforándola.

—Podemos discutir eso durante una revisión de tu cargo. Estamos aquí para
hablar de tu compañero.

—Incorrecto. —Volviéndose hacia el Gabinete, los enfrentó, su mirada recorrió a


los miembros—. Este Gabinete fue convocado para discutir la Petición de
Reconsideración del subdirector Brannigan. Como ese asunto ha sido resuelto, con
suerte para satisfacción de todos, el subdirector Brannigan puede presentar la
documentación adecuada para interrogar a mi compañero. Esas solicitudes pueden
ser enviadas directamente a mí, ya que soy su asesora legal. Entonces presentaré mis
solicitudes y podremos comenzar esta farsa que él parece tan decidido a jugar.

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—¿Estás de acuerdo? —Jonas sonó como si las palabras estuvieran rechinando


entre sus dientes mientras se volvía hacia Brannigan.

—Una pérdida de tiempo—objetó el Coyote, por supuesto—. Él está aquí ahora, al


igual que los interrogadores. Se hará una solicitud adicional para interrogar a la
señorita Sinclair, ya que aparentemente estaba al tanto de la ubicación de su hermana
Kenzi antes de que el transporte aterrizara en el desierto esa noche. Me gustaría saber
cómo.

Cassie se volvió, se encontró con la mirada de Brannigan y sonrió dulcemente.

—Eso es muy fácil. Lo responderé ahora mismo. —Ella se encogió de hombros—.


Un fantasma me lo dijo. ¿Alguna otra pregunta?

Fastidio. De repente brilló en el aire a alrededor de él. Asco. Vaya…, el subdirector


era un poco predispuesto con respecto a ella. Y evidentemente, tampoco le importaba
demasiado su ligereza.

—¿Un fantasma te lo dijo?—se burló él—. ¿No estás cansada de jugar esa carta,
señorita Sinclair? Creo que tu compañero, en tu competencia dentro del Consejo, te
informó sobre el secuestro y transporte de tu hermana y la otra niña esa noche. Así
como creo que conspiraste con él en el pasado, especialmente con respecto a la menor
que estaba en ese transporte.

—Director Wyatt, su asistente está a punto de obtener un ajuste de actitud. —Fue


Graeme quien habló, el perezoso arrastre de palabras del felino retumbando de
amenaza—. Él ni siquiera está tratando de ocultar el olor de su asco o prejuicio
infundado. ¿Eso le da a todos los Castas permiso para ensuciar los pasillos con sus
insignificantes aversiones?

Eso era la última forma de falta de respeto entre los Castas y se consideraba
inaceptable cuando se reunían. Incluso hasta los Castas del Consejo mantenían eso
bajo control cada vez que se encontraban con otros Castas en público.

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Sin embargo, había algo más en la voz de Graeme, algo que Cassie no podía
señalar, pero podía percibir.

—Subdirector Brannigan, también tengo entendido—Graeme se inclinó hacia


delante, jugando perezosamente con el bolígrafo que sostenía mientras miraba al
Coyote—, que dos de los Casta Lobo bajo su mando fueron despedidos por el
director Wyatt por la misma infracción. ¿Es esto cierto?

—Mis sentimientos, o la falta total de ellos, por la señorita Sinclair, no son el


asunto. Sin embargo, lo es su indiferencia por la Ley Casta, así como la de su
compañero. Y debe abordarse —argumentó con fría calma.

Y él era bueno, malditamente bueno; ella tenía que darle crédito.


Desafortunadamente, él no tenía suficiente soporte con el Gabinete. Ellos la conocían;
la mayoría allí prácticamente la había criado.

—Es mi postura que el Gabinete de Gobierno Casta debe ser convocado para esto,
considerando los fuertes lazos que la señorita Sinclair tiene con cada uno de vosotros,
y vuestra abrumadora parcialidad hacia ella—concluyó.

Sí, era realmente bueno.

—Debo admitir que apenas he conocido a la señorita Sinclair. —El Alfa Reever le
lanzó una sonrisa cortés antes de volverse hacia Brannigan—. Y creo que el Alfa
Parker y la señorita Sinclair no han sido más que presentados. Sin embargo, creo que
estaríamos de acuerdo en que su solicitud es extraña, al igual que era mi opinión que
su petición sí lo era. Acepté escuchar el caso por la incredulidad de que Wyatt lo
permitiera.

—Y como su Alfa, yo y mi Primera hemos protestado enérgicamente—manifestó


Callan en un paréntesis antes de dirigirse a Coy Delgado.

Coy Del Rey Delgado dejó que una sonrisa burlona torciera sus labios.

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—No soy muy fanático de la señorita Sinclair, ya que fue su argumento lo que me
separó de mi compañera, a petición de ésta, durante casi un año. Pero incluso yo
encontré la petición, y ahora esta solicitud de ignorar el protocolo, extrañas. Si el
subdirector desea interrogar al compañero de la señorita Sinclair, puede presentar las
solicitudes correspondientes. ¿En cuánto a interrogar a la señorita Sinclair? —Él negó
con la cabeza lentamente—. Yo votaría en contra de eso. Su habilidad para saber
cosas que no debería saber, tal como lo entiendo, es una que ha tenido desde que era
una niña. Y más bien dudo que conspirara con su compañero a los nueve años.

A cada uno de los miembros del Gabinete se le dio la oportunidad de opinar, y


todos estuvieron de acuerdo, como ella había sabido que lo estarían. Mientras
hablaban, ella abrió sus sentidos, esos instintos contra los que siempre antes había
luchado, y permitió que las fluctuaciones de las emociones en la habitación fluyeran
a través de ella.

Rhyzan estaba furioso. Pero, ¿cómo podía haber esperado algo diferente?

—Sabes—habló finalmente Dog con un acento burlón y condescendiente que hizo


que su mirada se moviera bruscamente hacia él—. Esto es condenadamente
interesante. —Él tomó su asiento y se reclinó en la silla más bien perezosamente—.
Todo este protocolo y opiniones expresadas. —Se volvió a Rhyzan—. ¿Por qué tú y
yo no resolvemos esto como Castas en lugar de desperdiciar el tiempo de todos de
esta manera? El último que queda en pie decide.

Dane bajó la cabeza, sacudiéndola lentamente mientras obviamente intentaba


controlar una sonrisa.

—Funciona para mí. —La conformidad de Rhyzan fue más bien una sorpresa—.
¿Ahora?

—No a menos que ambos queráis estar encerrados. —Jonas se puso de pie una vez
más, la exigencia en su voz era inconfundible—. Las leyes redactadas por esta
sociedad se hicieron así por una razón. Ahora, por Dios, podéis ceñiros a ellas. —Se

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volvió hacia Rhyzan y le lanzó una mirada salvaje—. Este Gabinete se suspende, la
petición que nos trajo aquí se anula. Si tienes otros asuntos que plantear, presenta el
jodido papeleo correspondiente.

Echando la silla hacia atrás bruscamente, Jonas salió del estrado, abrió
bruscamente la puerta que conducía a una habitación privada y la cerró de golpe con
furia.

Cassie se volvió y observó mientras Rhyzan recogía sus carpetas con calma, de
acuerdo a todas las apariencias no le preocupaba en lo más mínimo. Pero ella podía
sentir su furia, apenas contenida, hirviendo bajo la superficie.

—Él va a ser un problema—dijo Dog, sin molestarse en bajar la voz—. Uno del
que me encantará encargarme. —Mientras hablaba, deslizó una nota en su dirección.

Jonas está haciendo que Kenzi se mueva mientras hablamos - Dane.

Gracias a Dios. Asintiendo con la cabeza, se dio vuelta, su mirada buscando a su


madre.

Elizabeth la miraba preocupada, sus oscuros ojos azules ensombrecidos y


preocupados. Fuera lo que fuera lo que Rhyzan estaba haciendo, había escogido un
momento terrible para golpearlos con eso. Y ahora ella tenía una preocupación
adicional. Alguien más sabía que Lizette estaba viva.

Respirando pesadamente, se giró hacia Dog, su mirada examinó rápidamente a los


otros miembros del Gabinete mientras hablaban, cuando fue atrapada por la mirada
del Bengala. Ella se la devolvió, viendo una advertencia pasar por su mirada antes de
que se diera la vuelta y hablara con su compañera.

No conocía a Graeme, pero conocía a Cat. No bien, pero lo suficiente para saber
que la otra mujer estaba más que un poco preocupada.

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—Soy de la opinión de que tu vida es mucho más interesante de lo que creía,


halfling—dijo Dog, sacando un cigarro de su camisa.

—No puedes fumar aquí dentro—le dijo distraídamente, mirando a su alrededor,


observando, sintiendo un mensaje impreciso mientras se movía por la habitación.
Una advertencia que no podía descifrar, una emoción oscura tan bien escondida que
no podía localizarla.

—¿En serio? —Una cerrilla ardió, y el aroma a tabaco encendido atrajo su atención
de vuelta hacia él.

Él estaba más que simplemente furioso. Dando una calada al cigarro, deslizó su
mirada hacia Rhyzan nuevamente antes de volver a ella. Ella solo pudo encogerse de
hombros ante su tácita pregunta. Demonios, no tenía idea de cuál era la queja que el
otro Casta tenía contra ella.

Por el rabillo del ojo vio que Rhyzan recogía su maletín y se movía en su dirección,
deteniéndose finalmente junto a la mesa. Poniendo su mano en el hombro de Dog,
ella le devolvió la mirada en silencio.

—He presentado una solicitud para que tú y tu compañera no salgáis del área—
afirmó, haciendo un buen trabajo para contener una sonrisa burlona—. El Gabinete
tendrá los papeles adecuados antes de que se acabe la hora.

Los hombros de Dog se agarrotaron, la tensión se acumuló en él cuando un


gruñido retumbó en su pecho.

Leo eligió ese momento para acercarse a la mesa, su mirada fija en Rhyzan, el
absoluto poder de la orden en esa mirada imposible de pasar por alto para el Casta.

Rhyzan inclinó la cabeza hacia el Leo y se dirigió hacia las puertas que conducían
fuera de la sala de reuniones.

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—Él es un problema—dijo Leo cuando las puertas se cerraron detrás del Coyote—.
Y no ha terminado con esto.

Dog resopló ante la declaración.

—Será mejor que termine, porque no había niños allí aquella noche. —Se puso de
pie lentamente, deslizando su brazo alrededor de Cassie y atrayéndola hacia él—.
Pero él sigue en esta dirección y va a encontrarse en un terrible problema que
segurísimo no desea y yo voy a asegurarme de ello.

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Capítulo 14

Entrando en su suite residencial varias horas más tarde, Rhyzan cerró la puerta
despacio, muy consciente de que no había cerrado las cortinas sobre las puertas del
balcón cuando se había ido esa mañana. Las luces estaban apagadas, dejando la
habitación casi totalmente a oscuras. No es que necesitara luces, no más que el Casta
sentado frente a él en el gran sillón las necesitaba.

Dejando el maletín a un lado, se dirigió al bar y se sirvió un trago.

—¿Una bebida, director Wyatt?—preguntó.

—Ya me serví. —Jonas levantó el vaso cuando Rhyzan se volvió hacia él.

Conocía a Jonas desde hacía muchos años, lo había visto en diferentes estados de
ánimo y creía haberlo visto en su estado más furioso. Era posible que se hubiera
equivocado, porque a lo que estaba haciendo frente ahora iba más allá de la furia.

Dando sorbos a su bebida, Rhyzan miró a través de la habitación, observando


cuidadosamente al Casta, muy consciente de que el sonido bajo y chirriante era
garras contra el brazo tapizado del sillón, el brillo de esos escalofriantes ojos
plateados como puntitos de luz.

—¿Tienes deseos de suicidarte? —El bajo y felino sonido de furia susurró a través
de la habitación—. Puede que a Sinclair no le importe mucho el compañero de su
hija, pero es su compañero. Él te matará.

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Sí, lo había adivinado el día anterior cuando Sinclair intentó molerlo a palos. Él
había soportado esa paliza. No había respondido, porque lo entendía, incluso lo
esperaba.

—Si yo no le gano. —El ruido raspante se hizo más intenso, el primitivo sonido,
emergió por completo, causando que los pelos de la nuca se levantaran en señal de
advertencia.

—La petición no pretendía ser un insulto—aseguró Rhyzan al otro Casta.

—Apestas a tus prejuicios, tu aversión y repugnancia hacia ella. —Esos ojos


demoníacos se encendieron mientras Jonas hablaba—. Te pusiste frente a una joven
inocente, una que no ha conocido otra cosa que el peligro, nada más que el riesgo de
los horrores que podrían esperarla, desde que era una niña, y la insultaste con tal
desprecio que cada Casta en ese Gabinete estaba sediento de tu sangre.

Sí, lo había percibido antes de marcharse. Hubiera sido muy difícil pasarlo por
alto. Desafortunadamente, era exactamente lo que él había pretendido. Aunque no
había tenido elección en lo que había hecho.

—La niña desaparecida…

—No hay ninguna niña perdida. —El gruñido se hizo más profundo; los caninos
brillan junto con los ojos plateados—. Kenzi te dijo que creyó haber oído a los
guardias hablar sobre una niña. Podría haber habido una niña. Mentiste.

Oh, había habido una niña, Rhyzan no tenía ninguna duda de eso, pero en
realidad no era la niña lo que lo preocupaba. Su investigación inicial le aseguró que
la niña estaba a salvo, posiblemente mejor protegida que cualquiera de ellos.

La niña era un arma, nada más. Un arma que necesitaba para amenazar la libertad
del Coyote Dog y hacer salir a un enemigo al que había estado acechando durante
años.

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—Mentí—estuvo de acuerdo—. Pero continuaré mintiendo si debo hacerlo. Si


tengo que hacerlo, tendré a Dog encadenado en una celda y a su compañera
languideciendo a su lado si eso es lo que se necesita. Lo odiaría—le aseguró al animal
tensándose para atacar—. Créelo, Jonas, no sería una elección que tomara a menos
que no me quedara otro recurso. Y todo lo que puedo hacer es rezarle a Dios para no
llegar a eso.

No tendría una oportunidad contra un Casta Primario sin un poco de suerte,


admitió Rhyzan en silencio. Jonas podía moverse a una velocidad increíble cuando
esa criatura salía a jugar, y evitar esas garras sería casi imposible.

Cuando Jonas no habló, ni se movió, Rhyzan dejó escapar un suspiro de


cansancio.

—La falta de respeto que el Gabinete y tú olisteis fue forzada—admitió—. Tengo


una gran estima por Cassie y odio hacer esto. Tanto como odié meter mano en las
pruebas de compatibilidad de acoplamiento después que se acopló con Dog. —
Haciendo una mueca, sintió que la tensión aumentaba, sintió al Primario retomando
las riendas para atacar—. Sospecho que el abuelo de él es uno de los doce que
encabezan el Consejo de Genética. Y sus espías están aquí, en Window Rock.

Cruzando la habitación con cuidado, se dirigió a la caja fuerte en la pared, activó


el panel que la ocultaba e introdujo el código. Abriéndola, recogió la carpeta que
conservaba allí y la arrojó a la mesita de café frente al Director.

—Los seguí durante años—le dijo a Jonas mientras un dedo con una garra en la
punta abría la carpeta—. Al abuelo, luego a Dog y Cassie. —Había fotos, muchas
fotos.

—Siéntate—gruñó Jonas, señalando con un movimiento brusco de cabeza hacia el


sofá junto a él.

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Caminando hacia el sofá, Rhyzan se sentó y se inclinó hacia adelante cuando Jonas
colocó tres de las fotos una al lado de la otra.

La primera, un oficial del ejército, la segunda un oficial SEAL, y la tercera, el Casta


Dog. Levantando una cuarta foto, Jonas la colocó sobre la de Dog y se quedó
mirando fijamente el collage que había hecho.

—Enciende la luz. —El gruñido seguía siendo un brusco ruido raspante, pero ya
no tenía los pelos de la nuca de Rhyzan en punta.

Extendiendo la mano a la lámpara que estaba sobre la mesa junto a ellos, Rhyzan
la encendió, observando el brillo derramarse sobre las fotografías.

—¿Por qué no me trajiste esto? —Aún áspera, pero relajándose un poco más, la
voz retumbó con desagrado.

—Hubiera querido, si no hubiera necesitado tu enfado, así como el de Sinclair,


para dar crédito a mi supuesta amenaza. —Balanceando sus brazos sobre sus
rodillas, clavó los ojos en las fotos—. Encontré razones para sospechar que algunos
de los Casta Lobo aquí en la Oficina temían a Cassie, que su prejuicio hacia su
genética la estaba convirtiendo en un objetivo. Cuando se supo que se había
acoplado con Dog, se recogió una transmisión desde la Oficina a su residencia. —
Señaló con el dedo al oficial del ejército—. Él apareció aquí en la Oficina ayer, pero
antes de llegar se encontró con los dos Casta Lobo que Dog enfrentó fuera de la suite
de ella. Se fue cuando se enteró de que Dog había regresado a la ciudad después de
haber escapado con Cassie.

Por el rabillo del ojo, vio las garras en la punta de los dedos de Jonas retraerse
lentamente debajo de las uñas perfectamente cuidadas y tuvo que combatir un
suspiro de alivio.

—Él es un híbrido. —Jonas lo miró, su expresión pensativa.

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—Es un híbrido. —Rhyzan asintió con la cabeza—. Y se ha acoplado con un


híbrido. De acuerdo con la creencia que muchos científicos comparten, los híbridos
darán a luz Castas que no pueden ser identificadas incluso con las pruebas genéticas
más intensas. No habrá manera de distinguirlos de un humano, y no habrá forma de
erradicar completamente los Castas si eso sucede.

—Un verdadero mestizo—murmuró Jonas.

—Él estaba aquí, Jonas. —Rhyzan lo miró fijamente—. Y el interés que está
mostrando en las acusaciones contra Dog y Cassie no es normal. El hecho de que se
haya ido no significa que vaya a dejar ir a su nieto.

Rhyzan volvió la mirada hacia las fotos. Cuando se colocan una al lado de la otra,
era imposible negar que estaban emparentados. Abuelo, padre, hijo y, por encima de
ellos, una joven hembra Coyote rubia.

—¿Qué pasó con los padres?—preguntó Jonas.

—La madre Casta murió de las heridas sufridas cuando casi fueron capturados,
apenas horas después de dar a luz a su hijo. El padre desapareció, y el abuelo gastó
miles de dólares tratando de encontrarlo. Diez años más tarde fue asesinado por un
equipo Coyote que lo rastreó hasta el estado de Washington. De acuerdo con lo que
me enteré, pasaron varias semanas tratando de saber si lo habían visto con un niño,
pero no encontraron pruebas para sustentarlo.

Jonas cerró la carpeta lentamente sobre las fotos.

—¿Alguien más conoce tus sospechas?—preguntó.

—Nadie—respondió—. Él es astuto. Está en el Gabinete de Gobierno Casta, juega


al benefactor de los Castas y logra obtener información a la que nunca debería tener
acceso.

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—¿Qué pruebas tienes de que es uno de los doce? —Jonas lo inmovilizó con esos
escalofriantes ojos de nuevo.

—El padre. —Rhyzan hizo un gesto hacia la carpeta con una mano—. Tenía una
hermana. Cuando él desapareció, ella logró enviarle un par de cientos de miles de
dólares cuando él la contactó. Alrededor de un año después de su muerte, cuando los
rescates de Castas estaban en su apogeo, ella recibió una carta que él había arreglado
para ser enviada si algo le sucedía. Ella murió varios meses después, pero su hija
encontró esa carta recientemente y contactó conmigo.

Un puto golpe de suerte. Había estado en estado de shock durante semanas


después de encontrarse con ella y que se la hubiera entregado.

Abriendo la carpeta, Rhyzan sacó el sobre y lo puso encima de las fotos.

—Él sabe que Dog es su nieto—dijo en voz baja, poniendo su dedo sobre el sobre y
mirando a Jonas mientras el Casta giraba la cabeza lentamente, sus miradas se
encontraron—. No tiene heredero ahora. Sabe que los híbridos posiblemente pueden
dar a luz un niño que no puede ser identificado como un Casta. Y sabe que se han
acoplado.

—Cassie no ha concebido—señaló Jonas en voz baja.

—Todavía…

Extendiendo la mano, Jonas volvió a cerrar la carpeta.

—¿Tienes copias digitales?

Rhyzan asintió en un movimiento breve y cortante.

—Me llevaré ésta, entonces. —Recogiendo la carpeta, se puso de pie y caminó


hacia la puerta—. Mantente alejado de Cassie y Dog hasta que esto termine o te
mataré.

~205~
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La puerta se cerró silenciosamente detrás de él.

Rhyzan se frotó la cara con las manos, negó con la cabeza y se puso de pie para
recoger su maletín. Archivaría las solicitudes para interrogar a Dog. Lo último que el
senador Ryder querría era que su nieto fuera condenado por la Ley Casta. Eso
llamaría demasiado la atención.

Según la chica, a él no le importaba mucho su nieta. La toleraba, la había criado


después de la muerte de su madre, pero ella siempre había sospechado que su madre
había sido asesinada. Se ahogó en la piscina familiar. Una excelente nadadora que
raramente bebía, sin embargo, la habían encontrado boca abajo en la piscina y la
autopsia reveló un alto nivel de alcohol en su organismo.

Ella había amado a su hermano, se preocupaba por él. Era su hermano mayor. El
hecho de que hubiera desaparecido y le ordenara que no le dijera a su padre que la
había contactado cuando él desapareció la había llevado a sospechar que su abuelo
estaba detrás de la muerte de su madre.

El senador Ryder. Se había abierto camino en la política con dinero y había


utilizado su influencia y su apariencia de chico bueno para crear un nivel de
confianza, incluso entre algunos Castas. Jugaba al benefactor de los Castas sin
siquiera un atisbo de su odio asesino por ellos. Era la quintaesencia del mentiroso, la
quintaesencia del monstruo.

Y Rhyzan estaba decidido a desenmascararlo. Con o sin la ayuda de Jonas.

* *

—¿Quieres decirme qué demonios pasó allí? —Dog cerró la puerta de la suite a la
que él y su compañera se habían dirigido después de la audiencia, observándola
mientras ella se paseaba por la habitación, frotándose los brazos mientras miraba
fijamente al suelo.

~206~
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Durante el tiempo que se había sentado y escuchado la mierda de Rhyzan, decidió


que iría y se compraría una jodida capa y unos malditos pantis azules, porque
cuando se trataba de autocontrol, él era el puto Superman.

—No estoy segura. —Ella negó con la cabeza, su confusión fue genuina al decir las
palabras, su desconcierto en aumento.

Dejando el maletín de cuero en la silla junto al bar, él desencajó la mandíbula, un


estridente sonido de pura irritación salió de su garganta. Se sirvió un trago, estudió
el licor por un momento, se lo bebió de sopetón y se prometió que iba a conseguir
algo más fuerte muy pronto.

—Entonces, ¿vamos a quedarnos aquí y dejar que me sirva en bandeja a unos


cuantos interrogadores sin siquiera una protesta? —Bufó ante ese pensamiento, la
expectación aumentando dentro de él—. No he tenido una buena pelea en un tiempo.
Podría ser divertido.

Mataría a los bastardos con sus manos desnudas.

Ella permaneció en silencio, sin protestar por la amenaza. Se detuvo junto a las
puertas del balcón, justo detrás de las cortinas, y se quedó mirando el paisaje bañado
por el sol.

—Jonas no lo permitirá—dijo en voz baja—. Y aunque lo permitiera, los miembros


del Gabinete no lo harían.

—Pones demasiada fe en ellos—le advirtió, preguntándose de qué demonios se


trataba esa expresión en su rostro.

Era la misma mirada que había tenido cuando Rhyzan le preguntó por esa niña
que no existía. Afligida, casi temerosa.

La miró entrecerrando los ojos, se sirvió otro trago y la consideró por largos
momentos.

~207~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Siempre supo que Cassie guardaba muchos secretos encerrados dentro de ella. Eso
quedaba al descubierto a veces en el cansancio de su expresión, en las sombras
rondando sus ojos. Sin embargo, esta vez tenía la sensación de que el secreto que
guardaba Cassie podía consumirlos a los dos.

—¿Dónde está la niña, Cassie? —Él hizo la pregunta, preguntándose si ella le


mentiría.

Ella se congeló por un segundo, entonces con un profundo suspiro, negó con la
cabeza.

—No lo sé. No sé dónde está.

Al menos fue honesta con él.

—Pero había una niña, ¿no? Cuando ese transporte aterrizó, Kenzi no estaba sola.
—Él atravesó la habitación con paso impetuoso, mirando fieramente mientras ella lo
enfrentaba.

—No lo sé. —El grito apenas sofocado estaba lleno de dolor y confusión—. Todo
lo que supe entonces, y ahora, es que si ella no estaba allí cuando Kenzi fue
encontrada, entonces estaba a salvo, y donde se suponía que debía estar. No sé nada
más.

Cuando pasó junto a él, el aroma de todas esas emociones embotelladas, miedos,
lágrimas contenidas y dolor azotaron los sentidos masculinos. Volviéndose, la miró
mientras ella le devolvía la mirada con los labios apretados y sus ojos exóticos
brillando con humedad.

—¿Cómo supiste de ella y Kenzi para empezar? ¿Quién vino a ti? —¿Qué espíritu,
el fantasma de quién, lo que diablos fuera?

Cuando ella se volvió hacia él, pudo ver el tormento en su rostro.

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Lora Leigh

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Castas 32

—He sentido a Kenzi durante un par de años, sentí que esto llegaría. No sabía
quién era ella, no hasta la noche en que te contacté. Durante años, los
acontecimientos se han interconectado, siempre atrayéndome hacia ella. Y sabía que
ella era importante. —Sus puños se apretaron cuando la emoción tensó su rostro—.
No sabía que era mi hermana.

Cassie miró a Dog mientras él estaba de pie cerca de la ventana, observó su


expresión, la mirada casi calculadora en sus ojos entrecerrados.

—¿Cómo sabías que esos acontecimientos estaban conectados? Dame una


explicación, Cassie. Hazme entender antes de que Rhyzan me cuelgue aquí para que
me seque.

Y el asistente lo haría también. Lo que sea que quisiera, lo que sea que estuviera
buscando, estaba más que dispuesto a usarla a ella y a Dog de la forma que fuera
necesario para conseguirlo.

¿Cuándo había comenzado eso?

Ese verano en la isla de Seth Lawrence, se percató ella. Fue el primer conocimiento
que el exitoso acoplamiento de Seth Lawrence y la Casta Puma Dawn Daniels era
fundamental para su futuro.

A partir de ahí, acontecimientos más pequeños, personas que habían entrado en su


vida, sucesos y casos extraños, hasta que se encontró en Window Rock un año antes
de aceptar la oferta de Jonas de dirigir la Red Clandestina de Información Casta. La
división de la Oficina se creó para obtener información y rastrear los movimientos de
los simpatizantes y defensores del Consejo de Genética y de los grupos que lo
seguían.

Extraños chispazos de conocimiento, una sensación de conexión, de saber que


alguien fundamental para su propia libertad la estaba esperando, que la necesitaban.

~209~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Mientras hablaba, trataba de encontrar las palabras para hacer comprender a Dog
que no se trataba de algo diciéndoselo, o incluso mostrándoselo. Era esa conexión.
Era un repentino destello de intuición, un encuentro, un mirar a los ojos de alguien y
saber dónde tenían que estar.

—La noche en que me contactaste, sabías dónde estaría ese transporte y cuándo—
le recordó él—. ¿Cómo lo supiste?

Ella se lamió los labios resecos, sabiendo que él haría esa pregunta. Sabía que esa
pregunta se avecinaba.

—Chelsea Martínez, la compañera de Cullen, el hermano de Graeme, era parte de


la Red Clandestina Casta—dijo débilmente—. El día que la conocí, el año anterior,
sabía quién era su compañero, y que ella era una parte fundamental de mi libertad.
Cuando la alerta de emergencia que su guardaespaldas, Tobias, logró accionar la
noche en que te contacté, sonó en el comando central de la Red, sentí a Kenzi
estrellarse contra mis sentidos, pidiéndome ayuda.

Esa conexión repentina casi la había puesto de rodillas. Cassie apenas recordaba
haber corrido a su oficina, buscando a tientas, luchando por encontrar la información
de contacto de Dog en su teléfono y enviar aquel mensaje.

Había estado a punto de sollozar de terror cuando, de repente, la conexión con su


hermana se había cortado tan rápidamente como había llegado a ella.

—¿La niña estaba allí con ella? —Dog la observaba de cerca.

Cassie asintió mientras su mirada se deslizaba, atraída hacia la ventana detrás de


él. Por qué su atención se movió, no estaba segura. El desierto bañado por el sol era
siempre hermoso, pero no era la belleza lo que la hizo dejar de mirar los ojos de él y
observar la escena que se desarrollaba más allá. Y no fue la belleza de esa escena
tranquila la que hizo que la ventana estallara, una fractura del tamaño de una pelota
de béisbol apareció de repente.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Oyó maldecir a Dog, sintió que chocaba violentamente contra ella y la tiraba al
suelo mientras se escuchaba un pop-pop-pop constante justo por debajo de las alarmas
que de repente chillaban a través del sistema de intercomunicación de la Oficina. Las
maldiciones de Dog estaban sonando en sus oídos cuando golpearon el suelo, cerca
de la puerta cuando ésta se abrió con un estallido.

—¡Muévete! —La orden gritada llegó mientras Dog la arrastraba a través de la


puerta al mismo tiempo que se escuchaba el sonido de la ventana haciéndose añicos
detrás de ellos.

Ella se puso de pie, sacándose un zapato a patadas, insegura de lo que le ocurrió al


otro cuando los Enforcers los rodearon y sacaron corriendo por los pasillos.

—Los equipos están saliendo—gritó el Casta Coyote Mordecai mientras las


alarmas continuaban estallando en los pasillos—. Seguridad tiene un lugar acotado;
nuestros Enforcers están aterrizando.

Podía sentir el brazo de Dog alrededor de su cintura mientras corría por el pasillo,
casi alzándola a veces mientras la mantenía cerca de él. Se abrieron camino a través
de las puertas del sótano y en cuestión de minutos estaban en el subsuelo y entrando
al Comando de Información.

—Quédate aquí. —Dog la giró para que lo mirara, la fulminó con la mirada
mientras se ataba apresuradamente un arma, sus ojos grises fríos y duros—. Aquí
mismo hasta que regrese.

—Asegúrate de regresar, Dog—le ordenó—. No me dejes sola. No te atrevas a


dejarme sola.

La sola idea de que no regresara no era algo que ella pudiera soportar. Ella no
podría enfrentarlo.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

—Ni por un instante. —Curvó la mano en su nuca, y bajó la cabeza, sus labios de
repente se encontraron con los de ella en un beso que sacudió todo su cuerpo a pesar
de su brevedad.

Y en ese instante, se había ido, atravesando las puertas de la habitación y ladrando


órdenes. Salvaje, duro. Decidido.

Su compañero.

* *

La oscuridad había caído antes de que Dog volviera a la Oficina. Habían


encontrado el nido del francotirador, pero el único olor que se pudo detectar era un
aroma humano apenas perceptible y el del arma utilizada. Un rifle de francotirador
de alta calidad y munición a juego. El tirador había venido en una moto de cross y se
fue de la misma manera unos minutos después de que el satélite que vigilaba la
Oficina comenzara a reajustar la posición.

Alguien supo el momento adecuado para estar allí, y exactamente dónde estarían
los equipos patrullando el desierto. Era solo cuestión de tiempo, pero ¿qué les hizo
pensar que la bala penetraría en una ventana calificada para soportar un ataque
mucho más poderoso?

Habían sabido que la ventana fallaría, lo que significaba que alguien ya había
saboteado la electrónica de alta calidad de la ventana.

Para cuando regresaron a la Oficina, los investigadores Casta ya habían revisado


los restos destrozados, habían encontrado los componentes electrónicos corruptos y
tenían la evidencia en uno de los laboratorios. Ahora, el apartamento que él y Cassie
tenían estaba siendo revisado por defectos similares en las ventanas y las puertas del
balcón.

Y la pregunta que quedaba. ¿Fue un ataque contra él o contra su compañera?

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Al entrar en la antigua habitación de Cassie, se detuvo bruscamente en el mismo


momento en que traspasó la puerta, mirando a los dos visitantes desconocidos. Los
dos Casta Lobo que estaban de pie junto a la ventana no eran los investigadores que
Jonas había asignado para revisar la habitación y los componentes electrónicos de la
ventana.

—¿Puedo ayudaros, muchachos?—dijo arrastrando las palabras mientras se


detenía abruptamente y dejaba que Mutt y Mongrel se movieran a su alrededor,
flanqueándolo con cuidado.

Los dos Castas, ambos altos, uno con toques rojizos en su cabello castaño, el otro
de pelo negro con algunas canas, se tensaron ante su entrada. Lo miraron en silencio,
sus ojos moviéndose de Mutt y Mongrel a él.

—Solo estábamos mirando—le aseguró el Casta más oscuro, la tranquila confianza


haciendo eco en su voz mientras sus ojos verde pálido se encontraron con los de Dog.

Dog alzó la ceja, su mirada cayó a los fragmentos de la ventana bajo sus pies.

—No sois los investigadores—señaló.

—Cierto. —El Casta inclinó la cabeza, el olor a confianza, fuerza interior y control,
nunca se alteró—. Simplemente curiosidad.

Mmm. La curiosidad era un defecto Casta, admitió, él mismo era muy curioso.
Aún así, esto no parecía mera curiosidad; esto se sentía más como una orden para él.

—¿Ya has satisfecho esa curiosidad?—inquirió él, avanzando en la habitación,


absorbiendo los aromas que encontraba allí mientras mantenía la mirada en los dos
Castas.

—En realidad no. —El Casta suspiró y miró a su alrededor lentamente antes de
encontrarse con la mirada de Dog una vez más—. Pero nos iremos ahora. Perdonad
la intrusión.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

¿Quién dijo que los Castas no podían ser corteses? No es que lo fueran, pero esto
demostraba que éste sabía cómo serlo.

Dog no se movió. Permaneció frente a la entrada, viendo como el Casta se detenía


a varios metros de él.

Pudo haber habido un destello de diversión en las duras facciones cuando sus
miradas se encontraron nuevamente.

—Nombres—dijo en voz baja con una mano apoyada en el arma atada al muslo.

Los labios del Casta se ladearon en una curva irónica.

—John Kodiak. —Su cabeza se inclinó hacia el Casta más vigilante—. Troy Rain.

Entonces ellos esperaron.

La atmósfera de constante vigilancia nunca cambió. Ni una sola vez hubo indicios
de agresión, odio o conflicto. Simplemente se quedaron allí, todos pacientes y
tranquilos, esperando que Dog se apartara.

—No va a suceder. —Él sonrió, su mano agarrando el arma enfundada mientras


Mutt y Mongrel hacían lo mismo—. Entonces, decidme, John Kodiak y Troy Rain.
¿Cuál es el interés repentino en mi ventana que los fallos electrónicos no explican?

Los dos Casta Lobo miraron hacia atrás por largos momentos.

—Te lo advertí—masculló Rain, divertido e irritado al mismo tiempo, cuando


Kodiak miró en su dirección.

Dog arqueó su ceja y mantuvo su atención en el Casta más silencioso. Si el peligro


llegara, llegaría de éste, lo sabía. Ese aire de calma que rodeaba al Casta tenía que ser
una especie de escudo. No existía un Casta vivo tan calmado y centrado.

—No somos ningún peligro para ti o tu compañera—le aseguró Kodiak—. Como


dije, solo estábamos revisándola.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
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—Mmm. —Dog frunció los labios. Él tenía muchas dudas al respecto—. Sabes que
no te creo, ¿verdad?—señaló.

Kodiak asintió con la cabeza lentamente.

—Sí. Estaba teniendo esa sensación.

—¿Quieres decirme algo en lo que vaya a creer?—preguntó—. ¿O quieres luchar


para salir?

Kodiak le brindó una sonrisa irónica.

—¿Esa es nuestra única opción? Un día terrible cuando un Casta no puede sentir
un poco de curiosidad. No es como si tú y tu compañera no hubierais sido
trasladados de aquí.

Tenía un buen argumento, admitió Dog en silencio.

—Pelea o habla—sugirió Dog.

El Casta lo volvió a mirar pensativamente, su cuerpo cambiando pero no en


preparación para luchar. O si lo estaba, Dog estaba condenado si podía sentirlo.

Para empezar, aquella maldita atmósfera de completo no-conflicto estaba


desquiciándolo por completo. Algún Casta honesto consigo mismo, y quién y qué era
lo que necesitaba para morir, solo por la seguridad de todos los Castas en el mundo
entero.

—Dime—finalmente preguntó Kodiak con suavidad, su voz más baja y la mirada


pensativa—. ¿Qué sabes de tu padre?

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Lora Leigh

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Capítulo 15

Nada.

Cassie miró airadamente los informes que entraban en la tableta que llevaba
cuando Ashley y ella salieron del ascensor y se dirigieron por el pasillo al
apartamento que les habían asignado a Dog y a ella.

Su nivel de irritación estaba aumentando junto con el calor crepitando en su


cuerpo, y no estaba lidiando bien con eso. El mensaje que había recibido de Dog
hacía más de una hora para informarle que se había retrasado tampoco estaba
cayéndole bien.

Sabía que él había regresado al edificio mucho antes de eso. Los diagnósticos sobre
los restos de la ventana habían llegado incluso antes de que él volviera, así que no
podía estar esperando eso. Jonas y Rule junto con el subdirector, Rhyzan Brannigan
estaban actualmente en una reunión con Seth Lawrence y su compañera, Dawn, con
respecto a la ventana. Lawrence Industries fabricaba el vidrio y la electrónica que
reforzaban las ventanas que usaba la Oficina.

La inquietud que podía sentir acumulándose en la boca del estómago la estaba


desequilibrando, la irritación aumentaba, y el calor era tan malditamente incómodo
que juró que iba a ponerse a sudar.

—Todos los informes fueron recibidos, Cassie—declaró Ashley mientras la


seguía—. Incluso los de la web secreta, y no hay ni siquiera un rumor sobre un golpe
Casta de nadie.

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Lora Leigh

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Ni siquiera un rumor. Había un rumor, siempre había; solo tenías que encontrarlo.
Y normalmente, era malditamente buena encontrando esas murmuraciones todo-
excepto-silenciosas. Pero entonces, normalmente, su cuerpo no estaba amotinándose
por el toque de su compañero tampoco.

—Diles que sigan buscando—le ordenó a la otra Casta, frunciendo el ceño


mientras intentaba dar sentido a lo que estaba sintiendo—. Quiero saber quién fue
ese tirador y quién lo contrató. Y quiero esa información ahora.

—Bueno, ahora es un poco ilógico—dijo Ashley arrastrando las palabras, el acento


ruso lleno de alegría—. ¿Qué tal rápido?

Coyote listilla.

Deteniéndose en la puerta del apartamento, Cassie golpeó su mano en el lector


biométrico, esperó a que la puerta se desactivara y entró a zancadas en la habitación.

—Bien, rápido—espetó, los tacones de sus zapatos hacían clic en las baldosas de la
entrada—. Muy rápido si no te importa.

—Cassie, realmente, estamos rompiendo nuestros culos Coyotes para encontrarlo,


si está allí afuera—le aseguró la Casta con una veta de frívola diversión—. Pero hasta
ahora, no hay nada.

Siempre había algo. Tenía que haber más de lo que habían encontrado hasta ahora.

Colocando la tableta en la encimera que separaba la espaciosa cocina de la sala de


estar, se volvió hacia la Coyote con las manos apoyadas en las caderas y luchó por
tener paciencia.

—¿Sabes cuántas veces ha fallado una de las ventanas creadas por Lawrence
Industries por un ataque como el de hoy? —Su nuca estaba hormigueando, su
estómago tenso por la preocupación.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

—Eso pude encontrarlo. Las únicas fallas fueron aquellas causadas por
interferencia externa. Tres, creo. —Ladeando la cadera, la pequeña Casta Coyote
rubia, consultó su propia tableta. —Cada una se debió a la interferencia con el
blindaje electrónico. —Levantó la mirada, sus ojos grises mirando compresivos a
Cassie—. Los diagnósticos encontraron el chip de interferencia y Jonas y Rule
encontrarán al tirador.

La confianza que Ashley mostraba estaba empezando a molestarla.

—No sin una dirección adonde mirar—obligó a que las palabras pasaran entre sus
dientes apretados—. Ese es nuestro trabajo.

—Y haremos nuestro trabajo. —Ashley se colocó el cabello detrás del hombro con
un pequeño encogimiento de éste—. Mientras hacemos nuestro trabajo, necesitas
saltar sobre los huesos de tu compañero y relajarte un poco. Sabes que esto llevará un
minuto.

¿Un minuto? Habían estado allí durante horas.

Desafortunadamente, Ashley tenía razón. Cassie no podía pensar con claridad, no


así. No cuando todo dentro de ella se amotinaba por la necesidad de Dog.

—Iré y acosaré al culo Coyote para que trabaje más rápido. —Ashley giró hacia la
puerta cuando el aroma de Dog llegó a Cassie, atrayéndola, haciendo aumentar
rápidamente la necesidad mientras giraba hacia la puerta al otro lado de la
habitación.

Estaba de pie, apoyado contra el marco, mirándola con calma, su mirada sombría
en lugar de divertida. Tenía el pecho desnudo y los pies descalzos. Se había duchado
si la humedad de su cabello era una indicación. Los pantalones de color pardo que
llevaba tenían la cremallera subida pero no estaban abrochados, y debajo de ellos
podía ver el bulto pesado que indicaba su erección.

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Lora Leigh

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Castas 32

La puerta se cerró detrás de Ashley con un chasquido silencioso, dejándolos solos,


mirándose a través de la distancia que los separaba.

Esa inquietud que podía sentir anudaba su estómago ahora.

—¿Encontraste algo en el lugar? —Sabía que los informes hasta ahora decían que
no, pero a veces había agujeros en los informes, ella lo sabía.

—Solo lo que te enviamos. —Él negó con la cabeza, haciendo una mueca—. Rule
envió rastreadores a buscar la moto de cross, pero no es optimista. Una vez que
llegue a la autopista será imposible de rastrear.

Ella quería ir a él. Necesitaba tocarlo. Sin embargo, había algo que la frenaba, algo
que no tenía sentido. Tragando saliva, miró las cortinas cerradas sobre las puertas del
balcón y se frotó los brazos nerviosamente.

—Vista al sur. —Ella se volvió hacia él—. No hay espacio satelital allí. No podrán
hacer el mismo intento.

Él siguió su mirada pero no respondió. Cuando su mirada se encontró con la de


ella nuevamente, pudo sentir que su corazón comenzaba a acelerarse con una
sensación de miedo.

—¿Qué pasa?—susurró ella, incapaz de soportar la tensión que crecía en su


interior por más tiempo.

¿Dónde estaban los espíritus, las imágenes vagas que una vez la guiaron, que la
ayudaron cuando necesitaba tan desesperadamente respuestas? Por primera vez
desde que se acoplaron, ella sintió una distancia en Dog, a pesar del vínculo de
acoplamiento que se había estado fortaleciendo entre ellos.

Y había estado fortaleciéndose, reforzándose, uniéndolos y dándole una sensación


de esperanza de que sería algo más que un acoplamiento físico para él.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

—No pasa nada. —Finalmente negó con la cabeza, tendiéndole la mano—. Sin
embargo, necesito a mi compañera.

Ella miró su mano, avanzando lentamente hacia él, odiando el miedo que
aumentaba dentro de ella y la incertidumbre creciendo como una premonición de
peligro zumbando en su cabeza.

Extendiendo la mano, ella tomó la suya y dejó que la condujera al dormitorio. Una
luz tenue brillaba en la mesa junto a la cama extra grande. El edredón y la sábana
estaban tentadoramente retirados. A pesar de la excitación que ardía en su interior,
un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras la llevaba hasta la cama.

—Algo está mal—susurró ella mientras él se sentaba en un lado de la cama y la


atraía entre sus rodillas—. Puedo sentirlo, Dog.

Sus manos descansaron sobre sus hombros, la calidez de la piel masculina se


hundió en sus palmas.

—No pasa nada, amor—susurró.

Él le soltó la trenza, apartó las secciones de su cabello y las acomodó suavemente


antes de volverse hacia su ropa.

La cremallera en la parte posterior de su falda se abrió, la seda la acarició mientras


se deslizaba por encima de sus medias hasta el suelo. Cuando se acumuló a sus pies,
él comenzó a desabotonar su blusa sin prisa.

—Estaba tan malditamente duro mirándote en esa reunión del Gabinete que no
podía decidir si debía arrancarle la garganta a Rhyzan o sacarte a rastras de allí y
follarte. —Sus labios se curvaron tristemente mientras empujaba la blusa sobre sus
hombros, forzándola a mover los brazos para permitir que el tejido siguiera a la
falda.

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Lora Leigh

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Castas 32

—Mira qué bonito—canturreó, su mirada se movió desde el encaje blanco de su


sujetador a las bragas a juego de corte alto.

Sus manos enmarcaban sus pechos, su toque envió una oleada de debilitante
placer y la necesidad se precipitó por ella, casi borrando el miedo que se había ido
acumulando en su interior.

Sus pulgares rozaron sus pezones, raspando el encaje contra las puntas apretadas
y sacando un gemido involuntario de ella mientras luchaba por respirar.

—Me debilitas—susurró ella, temblando por el placer que corría por su cuerpo y
aumentaba la necesidad.

—Me fortaleces.

Antes de que la sorpresa, el impacto de su declaración, pudiera dispararse a través


de ella, Dog acunó su nuca con una mano mientras la agarraba de la cadera y la
atraía hacia él.

Sus labios cubrieron los suyos, separándolos en un beso por el que se dio cuenta
que se había estado muriendo. Mientras sus sentidos giraban vertiginosamente por la
repentina descarga de la hormona de acoplamiento que ardía a través de ella, la alzó,
recostándola sobre su espalda y viniendo encima de ella.

Profundos y hechizantes besos, mordiscos en los labios, su lengua acariciando la


de ella, la suya acariciando la de él. El miedo y la inquietud se disiparon bajo el
placer extraordinario y la sensación de su completa atención centrada en ella.

Habían luchado y discutido. Cuando se unieron, el conflicto y la incertidumbre lo


habían llenado antes. No había conflicto, ni incertidumbre. Había toda su atención
centrada en nada más que ella, y la de ella lo imitaba.

Él soltó las copas de su sujetador y se lo sacó, pero cuando las manos femeninas
volvieron a acariciar sus hombros, su espalda, sus uñas clavándose contra la dura

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

piel, un gruñido retumbó en el pecho viril. Él ahuecó su seno, sus labios se movieron
a lo largo de su cuello, depositando besos ardientes y rozándolo con los dientes.

Sus piernas se entrelazaron, recordándole que todavía llevaba los pantalones. Lo


quería desnudo contra ella, quería que su piel acariciara la suya, la sensación de su
erección contra ella.

Cassie empujó la cintura de sus pantalones, gritando cuando sus labios cubrieron
el tenso pezón. Se arqueó, abrumada por los punzantes arcos de exquisita sensación
apenas fue consciente de que él se soltaba los pantalones y los bajaba por sus muslos
hasta que se los quitó pateando.

Sus labios recorrieron primero un pezón sensible, luego el otro, metiéndoselo en la


boca, lo chupó con fuerza, su lengua frotándose contra él, la hormona derramando
de él sensibilizándolo aún más.

—Me encanta tu sabor. —El placer gutural en su voz hizo que ella se quedara sin
aliento.

Sus besos se movieron más abajo. Suaves lamidas mientras sus labios bajaban por
los montículos de sus pechos, por su vientre mientras deslizaba sus bragas por sus
muslos, revelando los pliegues resbaladizos e inflamados de su sexo.

Separando los muslos, se movió entre ellos y esos diabólicos besos se movieron
hacia su montículo.

—Tan jodidamente lindo—gimió, sus dedos le acariciaban la parte interna de los


muslos, su aliento el clítoris hinchado—. Todo en lo que puedo pensar es en tocarte,
en saborearte. Desde el momento en que te vi en ese maldito balcón hace seis años,
Cassie. Soñé con esto.

Se quedó sin aliento, un grito escapó cuando le dio un beso caliente a su clítoris.
Cada caricia breve y firme provocaba que el manojo de nervios se hinchara aún más,

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Lora Leigh

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Castas 32

latiendo con un placer abrumador. Llamaradas de brillante sensación al rojo vivo la


atravesaron, tensando sus músculos con una necesidad desesperada.

Esos besos se alejaron de su clítoris al muslo, los dientes raspando, arañando su


piel. Ella se estremeció por la sensación adicional, gimió y cerró las manos en su
cabello mientras arqueaba las caderas.

—No me atormentes—jadeó, su cabeza se sacudió contra el colchón cuando esos


besos se movieron hacia su otro muslo.

—Sin tormento, halfling—prometió, su voz más áspera, más profunda por la


lujuria—. Estoy disfrutando de ti. Dándote placer.

Él la estaba matando de placer.

Los besos se movieron a su cadera, donde mordió y lamió, dejando una marca
ardiente contra su piel que la hizo lloriquear de placer. El calor aumentó y se
expandió, delineando una fina película de sudor sobre su piel. Él apartó las manos de
su pelo, las presionó contra la cama, gruñendo con erótica orden cuando ella trató de
levantarlas de nuevo.

Ella no podría soportar este placer lento y dichoso. Mientras sus labios y su lengua
la acariciaban, sus manos acariciaban sus muslos, separándolos más mientras ella
trataba de cerrarlos para atrapar su toque entre ellos.

Él se rió entre dientes cuando le rozó el clítoris con los labios y ella se arqueó,
tratando de capturar un toque más firme.

—Dog, por favor. —No tenía problemas en implorar—. No puedo soportarlo.

Ella se moría por más. El deslizamiento de caliente humedad que se derramaba de


ella era una caricia atormentadora. La involuntaria contracción de su vagina solo
hacía que la necesidad se profundizara.

Dog estaba decidido a amarla, a tocarla, a llevar cada matiz de ella dentro de él.

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Lora Leigh

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Castas 32

Por si acaso.

Por si acaso la perdía. Por si acaso nunca tenía la oportunidad de tocarla así de
nuevo.

Él la tocó, acarició. Saboreó.

Su sabor era exquisito. Sabía que sin importar lo que traería el mañana, el sabor de
ella llenaría sus sentidos mientras viviera. Viviría dentro de él, lo atormentaría si
nunca más la saboreaba.

Podía sentirla perderse en él, y había soñado con eso sucediendo. Soñaba con el
día en que su pequeña halfling estuviera tan perdida en el placer que le daba que solo
pudiera yacer debajo de él y sus gritos llenaran el aire alrededor de ellos.

El dulce aroma caliente de su coño llenó su cabeza cuando sus besos volvieron a
sus muslos. Su clítoris asomaba por los pliegues resbaladizos, una pequeña perla
húmeda hinchada y reluciente por la necesidad de su toque.

Estaba famélico de ella, desesperado por saborear la necesidad que se derramaba


de ella. Sabía que una vez que sus labios regresaran a esos pliegues húmedos, estaría
perdido. En ese momento, no habría control de su lujuria por ella, no controlaría el
hambre que se dispararía a través de sus sentidos.

Pero cuando sus labios rozaron el dulce sabor de ella otra vez, supo que estaba
perdido. Él tenía que saborear.

Su lengua pasó a través de la estrecha hendidura, rodeó el clítoris hinchado, y


gimió derrotado. La picante necesidad femenina estalló a través de sus sentidos, la
dulzura subyacente tentó sus papilas gustativas. Una tentación con la que no podía
luchar.

~224~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

El primer lametazo a través de los pliegues sensibles entre sus muslos lo dejó sin
aliento. Cassie jadeó, su cuerpo se movió ante el agonizante placer que la atravesó en
una oleada aguda de crecientes sensaciones.

Él rodeó su clítoris, lo chupó y lo acarició con la lengua. Empujando las manos


debajo de su trasero la acercó más, esa lengua malvada se deslizó más abajo otra vez,
bordeó la entrada y se empujó dentro de ella de una estocada de tal placer que ella
habría gritado si hubiera tenido el aliento.

Cada empalamiento hacía que sus sentidos gritaran con la sensación aumentando,
ahogándose en el éxtasis que casi podía alcanzar, que casi podía sentir estallando a
través de ella.

—Eso es, amor—gimió él, retrocediendo, su voz serrada—. Hazlo de nuevo,


Cassie. Monta mi lengua.

La estocada dentro de ella hizo que su vagina se contrajera, se apretara con una
feroz necesidad que le hizo arquear las caderas y hacer lo que le ordenó, montar cada
embestida, luchando para alcanzar ese borde de locura donde solo existía el éxtasis.

Justo cuando estaba segura de poder alcanzarlo, segura de que estallaría en


fragmentos de placer, él echó la cabeza hacia atrás.

—No. No... —Tratando de alcanzarlo, desesperada ahora, la necesidad azotando a


través de ella en una tormenta de tal sensación que no sabía si existía una manera de
sobrevivir.

Sus ojos se abrieron mientras él se metía entre sus muslos. La levantó y tiró sobre
su vientre, sus manos aferraron sus caderas, levantándolas hasta que sus rodillas
estuvieron debajo de ella cuando la cubrió.

Sus dientes se clavaron en la marca en su hombro mientras la punta de su polla


separaba los pliegues de su sexo y comenzaba a presionarse dentro de ella. La

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

penetración firme y gruesa hizo que arqueara la espalda, el agonizante placer


irradiando del firme empalamiento.

Un gruñido vibró en su espalda, sus dientes la mantenían inmóvil en el lugar


mientras él metía su erección. Ella no podría sobrevivir a esto. Sus ojos se cerraron
cuando un gemido sofocado salió de sus labios y él se metió hasta la empuñadura.

Ella podía sentir su vagina luchando por relajarse a pesar del constante latido de
su polla y cada chorro de líquido pre-seminal que derramaba en su interior. Él no le
dio la oportunidad de recuperar el aliento, de encontrarse dentro de la tormenta de
sensaciones que atravesaba su cuerpo.

Sosteniéndola con una mano debajo de sus caderas, con los dientes clavados en el
hombro, comenzó a follarla, sus gemidos se mezclaron con los gritos femeninos
mientras ella lo apretaba, sus músculos contrayéndose de placer con cada estocada.

La estaba matando. Él la estaba matando con las sensaciones creciendo sin parar,
empujándola más alto con cada embestida hasta que estuvo sollozando, suplicando.

—Por favor... —Intentó gritar, pero el sonido fue un jadeo, agonizaba mientras se
estremecía, temblando de necesidad—. Oh Dios, Dog, por favor... por favor...

El gruñido en su hombro la hizo tensarse. Los muslos masculinos se flexionaron y


los empujes se clavaron dentro de ella entonces. Profundos, duros, penetrándola por
completo con cada estocada y empujándola sobre ese borde agonizante directo al
éxtasis.

Un éxtasis que se negaba a terminar. Duros, cegadores y desgarradores estallidos


atravesaban su cuerpo en un orgasmo que parecía no tener fin. La sensación de su
liberación, la presión de su polla hinchándose en su interior, trabándolo a ella, le
robaron la última medida de realidad.

Las emociones que la atravesaban en este momento eran como un caleidoscopio


de colores que latía a través de ella, mezclándose con el éxtasis cegador, arrojándola a

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Lora Leigh

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Castas 32

un lugar que no tenía sentido. Un lugar lleno de tanto amor, tanto amor y devoción,
y soportar esos sentimientos profundos del alma era un dolor que ella no podía
definir.

Cuánto tiempo duró, ella no sabía. La realidad era algo que no existía, que no
importaba, ya que estaba sacudida por el éxtasis y la emoción. Era consciente de que
se derrumbaba debajo de él, su cuerpo todavía trabado con el de ella.

Sus dientes soltaron su hombro y su cabeza descansó contra la suya, su respiración


tan dura como la de ella.

—Tú llevas contigo mi alma—le susurró él mientras sentía el agotamiento


arrastrándola hacia abajo—. Mi dulce, hermosa y pequeña halfling, eres todo lo bueno
que hay dentro de mí.

Y podría haber jurado que oyó el eco de la pena en su juramento.

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Lora Leigh

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Castas 32

Capítulo 16

Que Dios lo ayudara pero la amaba.

Mientras la miraba, los recuerdos de las batallas que había luchado para
reclamarla pasaron por su mente.

Mierda, ¿cuántas veces casi lo habían atrapado tratando de acercarse a ella? Para
oír su risa, ver su sonrisa, oler su aroma único y tentador. Ella había sido su sueño y
él se había convertido en alguien mejor por ella.

Toda una vida de vivir en las sombras, creyendo que vivía solo para el día en que
encontrara al hombre responsable de la muerte de sus padres, eso había cambiado el
día en que la mira de su arma habían aterrizado sobre ella.

La pequeña halfling por la que el Consejo estaba dispuesto a pagar una fortuna que
ningún hombre podría lograr gastar jamás. La deseaban sin acoplar, una virgen, su
genética única impoluta por la hormona que inclinaría la balanza en cualquier
dirección y les permitiría usarla para experimentar más.

Acoplada, su único valor era el de cualquier otra compañera, a menos que ella
concibiera. Y al haberse acoplado con un Coyote, ella valdría incluso menos para
ellos. En general, se estaba de acuerdo en que los Coyotes fueron aún más un fracaso
que los otros Castas. Faltos de ambición y perezosos, eran llamados. Buenos solo
para matar, y al final del día, rara vez hacían incluso lo que se les ordenó.

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Más de un siglo y medio de mutaciones genéticas, alteraciones, innumerables


muertes y horrores, y aun así, ellos continuaban como si realmente existiera lo que
buscaban. Aunque solo Dios sabía lo que realmente estaban buscando.

No lo encontrarían con su compañera ahora. Aunque probablemente nunca se


darían cuenta de lo que realmente habían creado y de lo que finalmente su vida
había permitido evolucionar. Un alfa femenino natural. Hijo de puta, se había
acoplado no solo con la única halfling viva, sino con la única alfa femenina nacida
natural conocida.

Todas las hembras Casta eran fuertes, pero al igual que en la naturaleza, las
hembras normalmente no lideraban, y no solo debido a la fuerza física. Carecían de
la astucia y la capacidad de juzgar instantáneamente la debilidad de los machos y
usarla contra ellos. Pero era también ese algo sin nombre, una presencia natural que
irradiaba desde el núcleo de un alfa, lo que creaba líderes.

Cassie poseía todo lo antedicho. Ella se quedaría a su lado, nunca detrás de él. A
medida que la genética madurara y la inteligencia inherente y el ingenio rápido
aumentaran dentro de ella, se convertiría en una fuerza para la Sociedad Casta como
ninguna otra.

Diablos, Cassie ya era eso, admitió. La llamaban la princesa Casta por una razón.
Era la belleza, la inocencia, la inteligencia y la fuerza interior que Castas y humanos
encontraban imposibles de resistir.

Y era su compañera.

Durante tan poco tiempo, la había conservado.

Dog no podía recordar un momento de su vida en el que hubiera llorado. Ni


siquiera podía recordar un momento en el que hubiera querido llorar. Había sentido
pena, había perdido amigos en la batalla por sobrevivir, había visto horrores que
todavía revivía en sus pesadillas. Pero en ningún momento de su vida había querido

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derramar lágrimas hasta que yació junto a su compañera y supo que cuando se
obligara a salir de la cama, la estaba abandonando.

Mirando su delicado rostro, trazó la pendiente de su frente, la curva terca de su


barbilla, esa inclinación entrañable de su nariz. La juguetona curva de sus labios.

La había observado sonreír a menudo, había oído su risa. Ella encontraba


esperanza en el mundo, en su mundo, a pesar de que muchos robarían esa esperanza
si pudieran.

Luchaba por los Castas con una determinación feroz, pero mientras estaba de pie
en la reunión del Gabinete defendiéndolo, sintió algo que se extendía de ella y que
nunca había sentido por nadie más. Decidida, feroz, ella había llegado a todos en esa
habitación con una silenciosa declaración de lealtad. Lealtad hacia él.

Su halfling.

¿Qué carajo iba a hacer sin ella? Porque Dios sabía que cuando esta noche
terminara, estaría muerto o sería acusado de asesinato. Y el asesinato de un senador
de los Estados Unidos no era algo que pudiera ocultarse.

Era gracioso. Podía recordar cuando tenía diez años, las horas pasadas con su
padre en las montañas de Washington. Dog nunca había sabido el nombre de su
padre; él había sido simplemente papá, un SEAL sombrío y endurecido. Pero cuando
miraba a Dog, el niño de diez años había conocido el amor de su padre.

No abrazaba al hijo al que llamó Cain; había sido muy duro con él para asegurarse
de que Dog supiera cómo sobrevivir durante las veces en que su padre se vio
obligado a dejarlo por suministros. No se había dado cuenta hasta que fue mayor que
su padre no podía permitirse verlo como un niño, por si acaso lo encontraban.
Porque si hubieran encontrado a Dog con el hombre que él conocía como su padre,
entonces podría no haber sobrevivido al infierno al que se enfrentaría.

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En ese momento, no se había oído hablar de un Casta híbrido, pero los científicos
habían soñado con superar el modelo genético original para ver nacer uno. No se
habían dado cuenta de que los Castas necesitaban mucho más que los humanos para
concebir. Los Castas necesitaban esa persona, ese corazón y alma que les pertenecía
solo a ellos.

Y Dog pensó que finalmente podría reclamar la suya.

Ahora, mirando fijamente a su compañera, se encontró haciendo algo que nunca


había hecho. Lamentando la elección que tenía que hacer.

Había pensado que finalmente podría reclamar a su compañera, que finalmente


podría aprovechar la oportunidad de un futuro con esta mujer. La había visto crecer
de una insegura chica de dieciocho años a una joven fuerte y decidida. La había visto
llorar y reír y la había visto jugar, y él había querido la oportunidad de hacer todas
esas cosas con ella.

Darse cuenta que eso era algo que nunca haría había rebanado su alma con
afiladas hojas de afeitar.

Su halfling.

La fuerza interior y la increíblemente decidida voluntad desarrollándose dentro de


ella la convertirían en una fuerza a tener en cuenta. La genética de los Lobos y los
Coyotes se estaba fusionando por completo a medida que alcanzaba la madurez,
momento en el cual el envejecimiento disminuiría lentamente.

Comenzaría a adaptarse, a fortalecerse, y él pensó que estaría allí para verlo, para
aprender a jugar con ella, para mostrarle cómo la amaba.

Había tanto que quería mostrarle. Cassie nunca había sido libre. Nunca había
tenido la libertad de ver el mundo como debería, sin una pared de guardaespaldas
rodeándola. No es que alguna vez pudiera estar sin seguridad, incluso con él, pero
podría haberle dado cierta libertad.

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Dane se haría cargo de los Castas que lo habían seguido durante tantos años. Eran
espías naturales, capaces de adaptarse y convertirse en lo que necesitaban. Ellos
sobrevivirían sin él. La doctora Sobolova podría aliviar los síntomas del calor de
acoplamiento con los tratamientos que había perfeccionado para los Coyotes.

Cassie no sufriría y eso era todo lo que importaba.

Tocó los rizos rebeldes a un lado de su rostro, probó uno, lo vio regresar a su lugar
y quiso aullar de rabia. Sus dedos se apretaron en los sedosos rizos, la calidez de
éstos como una brasa contra la palma de su mano.

Tuvo que obligarse a soltarla y le tomó cada gramo de fuerza que poseía obligarse
a abandonar la cama. Separarse de la calidez de su cuerpo y del consuelo que
encontraba a su lado.

Había esperado durante seis años, había esperado a que creciera, hasta que supo
que podría manejar su fuerza emergente. Y pensó que estaría allí para guiarla a
través de eso.

El odio se apoderó de él mientras se vestía, sin apartar jamás los ojos de su


compañera dormida. Cuando terminó, agarró su mochila y salió del dormitorio y del
apartamento.

Cerrando la puerta silenciosamente detrás de él, se detuvo y agachó la cabeza para


mirar al suelo mientras el dolor lo invadía.

—Te amo, halfling—susurró—. Más que a la vida, te amo.

Tenía una parada más que hacer, y esa iba a ser una mierda. Podría terminar
muerto antes de lograr llevar a cabo su matanza. Y en este momento, él estaba
esperando con ilusión su propia muerte.

* *

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Cassie, es hora de despertar. Vamos, ahora. No tienes mucho tiempo...

Era una voz del pasado, una que no había escuchado en muchos años. El espíritu
que ella llamaba su hada.

Al abrir los ojos, contempló la figura brumosa, observando su expresión vacilante,


la belleza de su rostro, la dulzura que la llenaba.

Vístete, Cassie, no tienes mucho tiempo. Tienes que darte prisa...

Ella estaba fuera de la cama, su mirada recorriendo la habitación.

—Dog—susurró, volviendo la mirada al espíritu, el miedo se intensificó en su


interior.

Tienes que salvarlo de sí mismo... El espíritu miró hacia la puerta del dormitorio,
claramente preocupado. Date prisa, Cassie, no tienes mucho tiempo.

Agarró su mochila de la esquina de la habitación y sacó del interior los vaqueros,


las botas y una camiseta. Vistiéndose rápidamente, se ató las botas, recogió su arma
en la pistolera, se colocó el cinturón en las caderas y aseguró el Velcro en el muslo.

La navaja enfundada estaba atada al muslo opuesto, había metido munición extra
en sus bolsillos traseros.

—¿Dónde está él?—murmuró—. ¿Qué pasó?

Él ha encontrado al Mayor. El espíritu estaba retorciéndose las manos ahora,


claramente molesto mientras miraba hacia la puerta de nuevo.

Cassie nunca, jamás, había visto al espíritu molesto. Cuando era niña, la forma
nebulosa de la mujer había sido imperativa, instándola a darse prisa, pero nunca tan
molesta.

—¿Quién diablos es el Mayor?—siseó, corriendo hacia la puerta, consciente de la


presencia flotando detrás de ella, siguiéndola.

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Su abuelo.

Cassie se congeló en la puerta del apartamento, girando para enfrentar a la visión.

Una rubia de ojos claros, miraba a Cassie con tanta tristeza.

Vine hacia ti cuando supe el peligro que enfrentabas, susurró la presencia. La compañera
de Cain La compañera de mi hijo. Tienes que salvarlo, Cassie. Como te salvé a ti y a tu madre,
tú debes salvar a mi hijo.

El shock la atravesó, casi haciendo que se mareara mientras luchaba por darle
sentido a lo que decía el espíritu.

Ve. El miedo embargaba a la pálida visión. Tienes que darte prisa. Vamos…

Ella flotó junto a Cassie, atravesando la puerta como si no existiera, mientras


Cassie reprimía una palabrota y la abría violentamente, siguiéndola.

¿La madre de Dog? El hada había sido la madre de Dog.

Todos esos años había sido la madre de Dog viniendo a ella, alejándola del
peligro, guiándola a través de su infancia.

Para que Cain sobreviviera, tenías que sobrevivir, dijo la forma, su voz melódica
susurró alrededor de Cassie mientras corría por los pasillos de la Oficina detrás de
ella. Para que él encuentre la felicidad, prospere, para que las muertes de su padre y la mía no
hayan sido en vano, tenías que sobrevivir, Cassie...

¿Durante todo este tiempo, el fantasma de una madre manipuladora y


confabuladora la había guiado para su igualmente confabulador hijo? Oh, esto era
algo que definitivamente no iba a olvidar durante mucho tiempo.

Cuando todo esté bien, y sea el momento adecuado, prometió el espíritu mientras Cassie
se abría camino a través de las puertas de la escalera, vendré a ti. Te hablaré de su padre

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y de un amor donde un excepcional asesino encontró un alma y la Casta a la que amó conoció
la alegría. Más tarde, Cassie, cuando Dog esté a salvo...

—¿Qué está haciendo?—jadeó ella, bajando a toda prisa por las escaleras,
sosteniéndose de la baranda y saltando de un nivel al siguiente para continuar con el
espíritu—. ¿Dónde encontró al Mayor?

Los Castas creen que ellos estaban corrigiendo un error. El suspiro del espíritu susurró
a su alrededor. Tenían la llave del rompecabezas y no lo sabían. Traté de mantenerlos
alejados de Cain, pero Cain es terco. Decidido. No pude hacerlo alejarse cuando los encontró.

—Imagínate—dijo ella con un bufido cuando llegaron al nivel del garaje. El


espíritu atravesó la puerta mientras Cassie la abría de golpe y entraba corriendo en el
vestíbulo subterráneo seguro.

Date prisa, Cassie, instó el espíritu, esperando en las puertas que daban al garaje.
Debes darte prisa.

Ella atravesó violentamente las puertas, escuchó el gruñido que salió de su


garganta cuando oyó el vehículo y vio que las luces se dirigían a la rampa.
Empujándose, con los pulmones ardiendo, se catapultó sobre el capó de un
automóvil que se desviaba para cortarle el paso y corrió a toda velocidad el último
trecho, saltando sobre la barrera de cemento. Aterrizó en cuclillas, con una mano
apoyada en el asfalto mientras se plantaba frente a la limusina, mirando las luces que
se acercaban.

Los frenos chirriaron y los neumáticos dejaron marcas negras cuando el vehículo
se detuvo bruscamente, con la parrilla a escasos centímetros de su cara. Poniéndose
lentamente de pie, sosteniendo el arma con ambas manos y apuntando al conductor,
volvió a gruñir.

—Dog, tú puñetero y sarnoso Coyote—gritó, furiosa por lo que fuera que él


intentaba hacer—. Trae tu maldito trasero aquí.

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* *

Ella era magnífica.

Enfurecidos y salvajes cabellos de color negro la rodeaban mientras saltaba sobre


la barrera, aterrizaba en una perfecta posición de cuclillas y obligaba a Mongrel a
detener el vehículo.

—Déjala ir—le recomendó el ayudante del senador con voz tranquila. No fue una
advertencia; fue un recordatorio—. No la quieres allí, Cain.

—Mutt. —Apretó los puños, la rabia le ardía en las entrañas ante la orden que
sabía que tenía que dar.

—Ay, vamos, tío—murmuró Mutt, el tono bajo no hizo nada para disimular la
súplica—. No me hagas hacer esto.

—Ahora.

—Dog, Coyote puñetero y sarnoso. ¡Trae tu maldito trasero aquí! —Su grito, tan
lleno de rabia y confusión, le desgarró las entrañas.

—Ahora, Mutt. —Había ido demasiado lejos para dar marcha atrás ahora.

—Te odio—gruñó Mutt, pero abrió la puerta de un empujón y salió del vehículo.

No más de lo que él se odiaba.

* *

Cassie vio cómo se abría la puerta, su corazón se aceleró, el latido contrayendo su


garganta con horror cuando Mutt cerró la puerta lentamente y caminó hacia ella.

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Moviendo el arma sobre él, ella dejó los dientes al descubierto, sus respiraciones la
estrangulaban ante la pena que vio en su rostro.

Podía sentir su determinación de detenerla y sabía que su compañero lo había


enviado a hacer eso. Su compañero. La estaba dejando y ni siquiera podía
enfrentarla. La furia que había sentido creciendo dentro de ella toda su vida comenzó
a ganarle en su mente, inundando sus venas y desgarrando los escudos que había
usado para contenerla.

—Cassie, déjalo ir. —El Coyote levantó las manos mientras se acercaba—. Vamos,
nadie lo está forzando a irse.

—Retrocede, Mutt. Juro por Dios que te dispararé—le advirtió.

—No puedo hacer eso, Cassie. Dog va a irse sin importar lo que digas o hagas.
Déjalo ir…

Ella disparó.

—¡Maldición! ¡Joder! —Su hombro se sacudió cuando la bala lo desgarró, pero no


fue suficiente.

Debería haberle disparado en la rodilla.

Él saltó sobre ella, su brazo rodeó su cintura, una mano le sujetó las muñecas
mientras ella disparaba, disparaba y disparaba, gritando en agonía y furia ante su
toque mientras la limusina pasaba volando.

—No...—volvió a gritar, observando a Dog mirar al frente mientras la limusina


pasaba.

Mutt la soltó en el momento en que el vehículo desapareció del garaje, y ella


estaba lista para él. Cassie repartía puñetazos a diestra y siniestra mientras giraba, su
puño se enterró en sus pelotas. Los ojos del macho se abrieron de par en par, su

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aliento un jadeo, y el puño de Cassie se estrelló debajo de su mandíbula en un


segundo golpe, tumbándolo mientras giraba y corría.

Ella corrió desde la salida del garaje, gritos desgarradores salían de su garganta,
moviéndose tan rápido como pudo, peleando, luchando por alcanzarlo. Él no podía
irse. No podía dejarla.

Era su compañero.

Era suyo...

Y se había ido.

La fuerza abandonó sus piernas, ralentizándola hasta que sintió que sus rodillas
golpeaban el pavimento y escuchó el grito de un animal enfurecido estallar de ella.
Echó la cabeza hacia atrás, un sonido demente, no un grito, no un aullido, estallando
de ella, el arma cayó de sus dedos mientras se sentía sollozar y escuchó el grito salir
de su garganta de nuevo.

Apenas se dio cuenta de que su padre estaba gritando, de su madre cayendo a su


lado, rodeándola con los brazos, el dolor del contacto solo haciendo juego con la
agonía que ahora se desgarraba de su alma. No tenía idea de lo que estaban diciendo,
había tantas voces, tantas órdenes, y todo lo que podía hacer era gritar el nombre de
Dog.

Él la había dejado.

Él dejó que otro Coyote la sujetara. La tocara. Y él la había dejado.

La traición la estaba haciendo pedazos, atravesándola tan profundamente, con


tanta fuerza, que la agonía era terrible. La estaba despedazando, arrancando algo de
su alma que sabía que nunca podría reemplazar sin él.

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Él había estado con ella durante tantos años. La nebulosa forma del Coyote que
albergaba dentro de él la había seguido, siempre fuera de la vista, e incluso eso ya no
estaba.

Él se había ido.

* *

Jonas se quedó en estado de shock, mirando a la criatura que Dash y Elizabeth


luchaban por sujetar mientras ella se arrodillaba en el centro de la carretera que
conducía desde el garaje. Sus gritos eran el sonido de un animal torturado,
agonizante y brutal cuando brotaban de su garganta.

Largos y alborotados cabellos negros la azotaban y las lágrimas caían de sus ojos.
Todo el control por el que Cassie había luchado toda su vida había desaparecido,
destrozado, borrado mientras luchaba como un animal para liberarse de sus padres.

Pero fue lo que sintió derramando de ella lo que más lo impactó. Ya no había más
perfumes separados de Coyote y Lobo aullando de dolor. Se habían fusionado, y
mientras observaba cómo sus luchas se calmaban lentamente, cómo las lágrimas y los
gritos se silenciaban, sintió la fuerza que se forjaba dentro de ella.

Cualquier dolor que debería haber sentido ante el toque de sus padres amainó,
hundiéndose dentro de ella, fusionándose con los aullidos ahora silenciosos que él
podía sentir haciéndose eco dentro de ella.

—Vamos, nena. Vamos... —Dash la levantó en sus brazos, acunándola contra él


mientras se ponía de pie, su mirada llena de agonía mientras yacía flojamente en sus
brazos.

La cara de Elizabeth estaba húmeda de lágrimas, al igual que la de Ashley


mientras se arrastraba detrás de ellos y los seguía a la Oficina. Los Castas de los
alrededores se quedaron inmóviles observando, todavía en estado de shock, con las

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armas listas sin idea de qué combatir, qué matar, para aliviar el horror y el dolor
enfurecido que aún llenaba el aire.

Los líderes alfa siempre la habían observado con recelo, desilusionados por su
calma, su aire de constante fortaleza. Desconfiaban de las tímidas sonrisas y de las
propuestas de amistad de la joven Casta que siempre parecía carecer de las pesadillas
de bordes oscuros que la mayoría de los Castas tenía.

Ahora sus pesadillas estaban liberadas. Toda una vida de ellas, y una acababa de
ser agregada. Y la comprensión de que la calma que ella siempre había proyectado,
que aunque desconfiaban de ella, aún les había dado un atisbo de paz cada vez que
estaba cerca, se había hecho añicos.

—Averigua quién estaba en esa limusina...

—Era Dog.

Jonas se volvió para mirar a Mutt, viendo la sangre en su hombro y la cojera en su


caminar.

—El Consejo…

Mutt negó con la cabeza.

—Cassie me disparó.

Jonas lo miró parpadeando. No podía haberlo escuchado bien.

—Necesito un Dragoon, Jonas. —Mutt se paró frente a él, con los ojos
malditamente taladrados con la pena que brotaba de él—. Tengo que reunirme con
Dog.

—¿Qué mierda pasó?—gruñó Jonas, agarrando la camisa del Coyote en un puño y


acercándolo más—. ¿Qué le ocurrió a ella?

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—Dog la dejó—exhaló cansado, el dolor y la pena colmaban su expresión—. No lo


engañaron, no fue forzado, y no sé por qué carajo fue. Sólo lo acompañaba hasta que
pudiera descubrir qué carajo estaba pasando. Ahora, déjame ir, así puedo hacer eso.

Jonas lo soltó lentamente y dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza, seguro de que
no podía haberlo escuchado bien.

—¿La dejó?

Mutt asintió lentamente con la cabeza.

—Antes de irse presentó una Separación y Negación. Cuando sepa más, me


pondré en contacto contigo.

La sangre goteaba del hombro del Casta mientras caminaba de prisa hacia el
Dragoon más cercano, entraba arrastrándose en él y salía como un rayo del
estacionamiento haciendo chirriar los neumáticos.

¿Dog había presentado una Separación y Negación de su compañera? ¿Qué carajo


estaba pasando?

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Capítulo 17

El espíritu estaba en silencio, pero no se había ido. La forma alta y ancha de su


compañero, el padre de Dog, se había unido a ella. Ellos no hablaron. Estaban
nebulosos, apenas allí, y no estaban hablando. No tenían respuestas para ella, no
sabían dónde estaba Dog, pero su padre sabía que estaba con el Mayor.

Su abuelo. El mismo hombre que tuvo a su hijo y a la compañera de su hijo


cazados como animales y asesinados. Un abuelo sin herederos varones ahora. El
padre de Dog estaba seguro que, de alguna manera, el Mayor había convencido a
Dog para que volviera a casa, por así decirlo. La orden que había dado sobre los
padres no había sido la misma que la del hijo. El Mayor había exigido que le
entregaran al niño que sospechaba que había nacido.

Entonces, su compañero había decidido, en esencia, que su abuelo era más


importante que su compañera.

Una furia salvaje la embargó al pensarlo. Quemó dentro de ella, abrasándole el


alma con el conocimiento. Bueno, no se había casado con una hembra dispuesta a
permitirle cabalgar hacia el horizonte y vivir feliz para siempre con su abuelo y la
fortuna de éste.

Coyote mercenario de mierda. Si él pensaba que ella no era una compañera


vengativa, entonces descubriría rápidamente qué tan vengativa podía ser. Solo había
un compañero. Su alma estaba atada a la de Dog, incluso si la suya no estaba atada a

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la de ella. Y si iba a llevar las cicatrices de este acoplamiento en lo más profundo de


su ser, entonces él llevaría unas cuantas en el exterior, cortesía de ella.

Buscando en la red oscura cualquier pista de un rumor de que un Coyote se estaba


aproximando a una fortuna, o a un abuelo, podía sentir los instintos salvajes y
enfurecidos dando zarpazos dentro de ella por acción. Exigiendo que fuera a buscar.

Solo unos pocos buscaban sin tener idea de lo que estaban buscando. Ella no era
tonta. Ese gélido corazón lógico que había crecido lentamente a lo largo de las horas
se aseguraba de eso. Podría estar ardiendo de rabia, pero ese corazón frío y duro,
donde antes había estado Dog, la sostenía.

Un sollozo seco la sacudió. Lloró durante horas, gritando con el dolor enloquecido
que la había destruido. Ella había tenido a su madre llorando; Ashley, su hermana
Emma y la compañera de Graeme, Cat habían llorado con ella. Sus toques no la
habían molestado. Los abrazos de sus padres simplemente la insensibilizaron.

Mientras se desplazaba a través de otro sitio de avistamiento de Castas, levantó la


cabeza, el instinto la atravesó cuando percibió al Casta que se dirigía por el pasillo. Se
movía con determinación y pena. Y venía por ella.

Poniéndose de pie, cerró el estuche sobre la tableta, alisó la falda negra que llevaba
puesta y se aseguró de que la blusa sin mangas del mismo color estuviese colocada
pulcramente. Los tacones de casi doce centímetros no eran necesarios para tener
confianza. Los demás esperaban que se vistiera de cierta manera, y ella sabía que
sería mejor darles lo que esperaban.

Llamaron a la puerta cuando ella la alcanzó. Abriéndolo, miró al Casta que la


miraba con ojos llenos de dolor, su expresión llena de conocimiento.

—Dulce Cassie—suspiró él, el escocés emitiendo un suave sonido—. Lo mataré


por ti, lo juro.

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—Estoy segura de que no es por eso que estás aquí. —La compadecía, y tan
cariñosamente como se sentía esa compasión, estaba muy fuera de lugar.

—Rule necesita verte—dijo—. Lo siento, muchacha.

—No sientas lástima por mí, Styx. —Salió y cerró la puerta detrás de ella—. Siente
lástima por ese Coyote. Él va a necesitar tu compasión mucho más.

Ella no esperó a seguirlo como hubiera hecho en otra circunstancia. El instinto


Casta una vez le había exigido que hiciera precisamente eso. Ese instinto ya no
existía.

Entró en el ascensor, miró el reloj que llevaba en la muñeca y calculó el momento


de entrar al siguiente sitio oscuro que había encontrado antes. Debería tener
suficiente tiempo. Dudaba de que lo que ella sospechaba que venía tardara mucho
tiempo.

Mataría lo último de su alma, pero no tardaría mucho tiempo.

—Cass, si necesitas hablar, estoy aquí—dijo Styx suavemente cuando el ascensor


se detuvo y salieron—. Ya sabes que siempre estaré aquí para ti.

—Lo sé. —Avanzó a grandes zancadas hacia la oficina de Rule, con la cabeza alta,
preparándose para lo que se avecinaba—. Aunque no hay nada de qué hablar.

Entrando a la oficina de Rule, consciente de que sus padres estaban detrás de ella,
se enfrentó a Rule, Jonas, Brannigan y los tres líderes de la comunidad Casta, Callan,
Wolfe y Del Rey.

—Lo siento, Cassie—suspiró Rule cuando se detuvo delante de su escritorio, una


mueca retorcía su rostro mientras negaba con la cabeza pesadamente—. Lo siento
muchísimo, cariño.

Ella lo conocía desde que era una niña pequeña. Se había burlado de él por su
nombre, le había gastado bromas pesadas cuando era una adolescente, lo había

~244~
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admirado cuando maduró. Ahora lo único que podía hacer era situarse frente a él y
esperar.

—Termina esto de una vez por todas—exigió—. Solo termina inmediatamente con
esto.

Ella apretó los labios con fuerza mientras él levantaba dos formularios de papel de
su escritorio y se los entregaba.

Ella los aceptó lentamente, bajó la mirada a cada uno y se sintió destrozada. La
agonía que se precipitó por ella no era tan aguda como la del día anterior, pero la
sintió destrozar su alma.

No. No. Podía oír el susurro del espíritu persistiendo detrás de ella, la incredulidad
y el dolor de una madre. Y todo lo que Cassie podía hacer era mirar el fin de su
mundo como lo conocía.

Petición de Separación y Negación. Decepción, la razón aducida. Separación y


Negación permanente. Sin contacto. Hablando de cosechar lo que siembras.

—Qué irónico—dijo en voz baja, obligándose a no temblar, pero no pudiendo


detener la lágrima que cayó de un ojo antes de que pudiera parpadear para
contenerla—. Yo soy la razón por la que esta petición existe. —Levantó los ojos hacia
Coy Delgado y sintió que su respiración se detenía por la compasión en sus ojos
negros—. Lo siento mucho, Del Rey. —Su voz se estranguló, el dolor esculpía surcos
en las partes ya melladas de su alma—. No sabía...

Ella no sabía que dolía tanto. Lo mal que podía resonar la agonía dentro del
espíritu.

—No, Cassie. —Negó con la cabeza, el sonido áspero de su voz lleno de


negación—. Nada de esto es tu culpa, especialmente eso. —Señaló con la cabeza las
peticiones—. Me lo merecía por como traté a mi compañera, pero tú no hiciste nada
para merecerlo.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Pero a él se le había dado la oportunidad de reconquistar a su compañera: la


compañera de él había aceptado la separación por un año. Su compañero había
solicitado la separación permanente. Ella había sido rechazada. No había esperanza
de volver a verlo.

¡Y una mierda!

Dejó caer el papel sobre el escritorio de Rule. Ni siquiera había una objeción que
pudiera presentar. Se le negaba toda la información que pudieran tener sobre su
paradero. Ni siquiera podían decirle si estaba vivo.

—¿Dónde está?—preguntó de todos modos.

Ella miró fijamente a Rule, queriendo suplicar y no pudiendo. En cambio, la


criatura que la deserción de Dog había engendrado se elevó dentro de ella como un
demonio lleno de ira demente.

—No lo sabemos. —Rule negó con la cabeza, pero estaba mintiendo.

Ella podía sentir esa mentira. La miraba a los ojos y le estaba mintiendo.

Ella sostuvo su mirada azul, mirándolo fijamente, buscando la respuesta,


exigiendo que se la diera. Ese era su compañero, y él le diría...

—Maldición, Cassie. —Sus ojos se cerraron en estado de shock cuando él salió de


su silla, un gruñido tironeó de sus labios cuando la furia cruzó por su expresión
mientras se preparaba para lanzarse sobre el escritorio. Su padre la empujó detrás de
él.

—¿Qué diablos?—maldijo su padre, enfrentando a Rule ahora—. ¿Qué diablos,


Rule?

Ella no esperó su reacción. No iban a contarle nada. Ninguno de ellos lo haría.

Girando sobre sus talones, caminó majestuosamente hacia la puerta.

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Lora Leigh

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—Cassie. —Fue Jonas quien la detuvo.

No hubo demanda, ninguna orden, solo un suave sonido que desgarró su corazón
e hizo que la criatura que daba zarpazos dentro de ella se detuviera.

Trató de obligarse a seguir adelante, pero éste era Jonas.

—¿Qué? —Inclinando la cabeza, esperó.

—¿De verdad pensaste que funcionaría con un alfa de la fuerza de Rule, cariño?—
le preguntó amablemente.

—Él sabe—espetó ella, escuchando el extraño sonido de su voz, un tono


melodioso e inquietante que tendría que considerar más adelante—. Si él puede
mentirme, entonces se merece todo lo que le pueda arrojar. —Se volvió hacia todos
ellos, con la cabeza levantada, mirándolos fieramente—. No acepto esa Separación ni
admito su Negación—les informó, señalando con el dedo el papel incriminador que
aún descansaba sobre el escritorio de madera oscura—. Encontraré a mi compañero,
con o sin vuestra ayuda.

Era consciente de que su padre la miraba con los ojos entrecerrados, su mirada
pensativa y atenta.

—No puedo decirte dónde está, y lo sabías antes de que me lo preguntaras—


gruñó Rule, tratando de reafirmar el control que había tenido sobre ella antes de que
perdiera el ancla de su pequeño mundo.

Su compañero.

—Yo te lo habría dicho. —Solo existía ese dolor agonizante, una ira salvaje
golpeando su cerebro y la traición—. No te tiraría esta mierda, Rule, no después de
todos estos años. Te lo diría.

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El respeto engendraba respeto. Si él podía faltarle el respeto y mentirle, entonces


ella podría enfrentarlo. Él podría ser más fuerte físicamente, pero ella no era más
débil, sin importar lo que ellos quisieran creer.

—¿Qué vas a hacer? —Fue su padre quien hizo la pregunta, todavía pensativo,
mirándola, midiendo lo que podía sentir dentro de ella.

Era su padre, y ella lo amaba, pero ya no era su alfa. Era solo su padre.

—Voy a matarlo—afirmó, consciente de la sorpresa que se propagaba por la


habitación—. Voy a encontrarlo, averiguaré por qué hizo esto, y si no me gustan sus
excusas, entonces lo mataré.

Jonas se frotó la nuca; la cabeza de Del Rey se volvió, mirando a Callan y Wolfe
con sorpresa. Callan solo podía negar con la cabeza mientras Wolfe la observaba con
atención.

Su padre asintió lentamente.

—¿Quieres ayuda?

—Dash, no—jadeó su madre—. Ella no puede.

—Ella lo hará con o sin nuestra ayuda—afirmó, su mirada todavía fija en la de su


hija, sintiendo la fuerza emergente, la profundidad del instinto que ella finalmente
permitía que se liberara—. Déjame cuidar tu espalda, Cassie.

Podía sentir que ella buscaba algún indicio de engaño y dejó que sus labios se
curvaran a sabiendas.

—¿Alguna vez te he mentido? ¿Te he engañado?

—No. —Esos ojos azules estaban resplandeciendo, como gemas iridiscentes que
brillaban con el dolor atrapado en su interior. Pero lo que tenía hipnotizado a cada

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hombre en esa habitación era la forma en que el azul comenzaba a extenderse a


través del blanco de sus ojos—. ¿Sabes dónde está él?

Dash negó con la cabeza.

—Pero podría conocer a alguien que sí.

—Dash... —susurró Elizabeth su nombre y su mano le apretó el brazo—. No…

—Es hora, Elizabeth—susurró, dejando caer un rápido beso en sus labios


entreabiertos antes de seguir a su hija mientras ésta abría la puerta y salía de la
habitación.

Dog le había advertido hacía meses que su hija era mucho más de lo que había
imaginado, y Dash no le había creído a pesar de que, durante años, había percibido
algo tratando de liberarse dentro de ella. Sin embargo, lo que estaba sintiendo ahora
no lo podía creer.

Nunca había existido una hembra alfa, solo un título honorífico. La compañera de
un alfa, aunque no física ni instintivamente más fuerte que los machos, mandaba en
lugar de su alfa. Era una cosa de jerarquía, una parte de la naturaleza. Pero nunca
había oído acerca de algo como lo que sentía irradiando de su hija. Ella no solo era
alfa, era lo que Jonas llamaba Primario. Un Casta cuya genética excedía lo humano o
animal. Una criatura engendrada por la fuerza decidida, la furia y liberada solo en
las circunstancias más extremas. Pero una vez liberada, siempre sería parte del Casta
que la transportaba.

—Ármate—le dijo mientras avanzaban por el pasillo—. Nos encontraremos en el


vestíbulo.

Ella se giró, su mirada penetrante.

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Dash la agarró del brazo, gruñó en su rostro y atrapó su atención. Seguía siendo su
padre, y si éste era el camino por el que iba a transitar, entonces sería mejor que
aprendiera rápido cómo mantenerse en él.

—Eres fuerte, niña—reconoció cáusticamente—. Pero tienes mucho que aprender


y tu compañero no está aquí para comenzar tu educación. Considérame un tutor
suplente. Y mejor que creas que sé muchísimo más sobre este juego que tú. Acéptalo,
y por Dios comienza a aprender ahora mismo.

Ella no bajó la mirada en señal de sumisión, sino que asintió rápidamente, y él


notó que la enfurecida criatura dentro de ella retrocedía lo suficiente para que sus
propios instintos no se crisparan con el desafío inconsciente.

—Ahora, ármate. Nos encontraremos en el vestíbulo en media hora—le informó


nuevamente—. Y prepárate, Cassie. Si desafías al Casta con el que nos
encontraremos, él te desgarrará. Y no habrá ni una maldita posibilidad de que pueda
detenerlo.

Él podría estar cometiendo un error. Era completamente posible que estuviera


cometiendo un error, pero si había un Casta que pudiera decirles a dónde se había
ido Dog, era éste.

—Media hora—aceptó, el cambio en su voz todavía era un shock para él. Era más
suave, un sonido melódico que resonaba con poder y tal profundo dolor, que su
corazón volvió a romperse por ella.

Mientras se alejaba, el recuerdo de sus gritos mientras corría hacia el camino de


salida del garaje todavía lo llenaba de horror. Nunca había escuchado un grito como
ese. Sus instintos nunca habían reaccionado a nada de la forma en que reaccionaron
ante esos gritos.

Habían resonado alrededor de ella, habían retumbado y, él juraba que sacaron a la


superficie al animal que era con tal instintiva orden que le había sorprendido. El grito

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de un alfa que exige ayuda. Demandando que detengan cualquier agonía que la
estaba torturando.

Se pasó los dedos por el pelo y fue consciente de que su esposa lo estaba
alcanzando, moviéndose silenciosamente a su lado hasta que llegaron a su
habitación. Tenía miedo por su hija, no estaba segura de la decisión que habían
tomado cuando Dash le había advertido sobre lo que había sentido en Cassie seis
años antes. Cuando ese conocimiento se había ido fortaleciendo a lo largo de los
años, se habían prometido que la apoyarían, sin importar a dónde la llevara.

Su vida, los peligros que había enfrentado, las decisiones que había tenido que
tomar, la habían estado empujando más cerca, y aunque no había esperado esto, se
había prometido que estaría allí para ella, sin importar la dirección en que la fuerza
la llevara.

El conocimiento de que el “hada” que había guiado a Cassie era la madre fallecida
de Dog podría haberlo sorprendido, pero él no dudaba de ella. Cassie siempre había
sabido cosas que no debería haber sabido, había tomado decisiones que Dash sabía
que estaban forjando su futuro, y había habido momentos, en raras ocasiones, en los
que había percibido algo en Cassie que ahora tenía sentido.

—Esto podría ser peligroso, Dash—susurró Elizabeth mientras él se ponía la ropa


de combate y se ataba las armas—. Podría ser herida. Podrías resultar herido.

Sí, era posible.

Se sentó a un lado de la cama y la atrajo hacia sí, mirándola con más amor del que
había sentido el día anterior y el día anterior a ese. A lo largo de los años, había
aprendido a no pensar que no podía amarla más, porque su amor crecía a diario, y la
capacidad de su corazón crecía con eso.

—Es su destino—le dijo en voz baja—. Así como tú eras el mío. Ella me trajo a ti,
comoquiera que supo hacerlo. Esto es a lo que se ha estado dirigiendo, Elizabeth, y

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no confío en que nadie más vigile su espalda tan bien como confío en mí. No sé a lo
que se enfrenta, pero no la dejaré enfrentarlo sola.

Las lágrimas llenaron los ojos de ella, pero no eran lágrimas de dolor.

—¿Alguna vez vas a decirle la verdad? ¿Que eres su padre?—le preguntó.

—No tengo que decírselo. —Negó con la cabeza—. Cassie lo sabe. Siempre lo ha
sabido.

HACIENDA REEVER

LABORATORIOS SUBTERRÁNEOS DE GRAEME PARKER

Ahora bien, ¿no era esto interesante?

Graeme estaba en el medio de su laboratorio y miraba a la joven, con la cabeza


inclinada hacia un lado.

Lo Primario había aparecido en el momento en que captó su olor. Las garras


emergieron, las rayas se extendieron por su cuerpo, su mirada se volvió más nítida,
se despejó, captando cosas que un Casta normal no tenía esperanza de percibir.

Y si él la miraba con interés, ella estaba asimilando casi tanto como él. El azul de
sus ojos todavía no se había apoderado completamente del blanco, y dudaba que
hubiera rayas, pero no lo sabría durante algún tiempo todavía.

—Qué fascinante—murmuró mientras su compañera, Cat, y su hermano, Cullen,


así como la compañera de Cullen, Chelsea, observaban con recelo detrás de él—. Por
supuesto, también lo sería tu compañero. Nunca aceptarías un compañero más débil
que tú. ¿Cómo me perdí esto?

Un ceño se marcó entre esas cejas negras perfectamente arqueadas y pudo sentir lo
que todavía estaba atrapado, luchando por la libertad. Este Primario era fuerte. Lo

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que al cuerpo le faltaba en fuerza física, la criatura debajo de su piel lo compensaría


de otras maneras. Maneras que incluso él podía encontrar impactantes.

—Me pregunto si fue el acoplamiento—dijo, hablando más para sí mismo que


para aquellos que estaban en la caverna con él—. Algo del híbrido, ¿verdad?

Era el primer acoplamiento híbrido, se consoló a sí mismo. Podría ser algo que
aparecía en híbridos. Si era así, la comunidad Casta podría estar jodida. También
existía una posibilidad de que fuera simplemente una anomalía.

—¿Lo sentiste? —Se volvió hacia su padre mientras la curiosidad sacaba lo mejor
de él—. ¿Eso siempre ha estado allí?

El brusco asentimiento de cabeza de Dash era todo lo que necesitaba.

—Mmm. —Retraer las garras era bastante fácil; las rayas permanecieron.

De Primario a Primario, ella no respetaría nada más.

—¿También eres Primario? —Volvió su atención a Dash y captó la rápida negativa


de la cabeza del Casta Lobo.

—No es hereditario, entonces—suspiró, oliendo la fuerza de la marca paternal de


Dash en ella—. Tendremos que discutir esto a fondo, ya lo sabes.

—Ellos no están aquí para hablar, Mr. Hyde—le recordó la compañera de su


hermano—. Te lo avisé.

Sí, era cierto; ella le había avisado eso.

—Necesito sangre, saliva. —Dejó que su mirada se encontrara con la de la joven


halfling—. Dame lo que quiero; te doy lo que quieres.

Los ojos femeninos se entrecerraron, el azul se llenó de poder latente. Él quería


frotarse las manos en regocijo. Se había estado aburriendo, admitió. Esto
definitivamente animaría las cosas.

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—Graeme. —La voz de su compañera tenía una advertencia.

—Cat—le respondió, aunque su mirada nunca se movió de ese azul neón—. Es


bastante fácil. Sabe que no hay peligro en darla. —Ella simplemente se lo quedó
mirando mientras él inclinaba la cabeza y la observaba.

—¿Puedes hablar?—preguntó, divertido.

—Bastante bien. Dame lo que necesito, y yo misma tomaré las muestras—afirmó.

Esta voz. Graeme podía sentir un escalofrío subiendo por su espina dorsal ante el
tono hipnótico y cautivador. Era hermosa. Clara como el cristal, tirando de los
sentidos, de esa parte dentro de un ser vivo que hacía que uno necesitara dar lo que
sea que la voz demandara.

—¿Puedes hacer funcionar la jeringa de presión en ti misma? Puedo disponer lo


que necesitas—le dijo, agradecido de que no tuviera ningún problema con eso.
Negarse a esta joven mujer no sería fácil cuando dejaba libre esta parte de ella.

—Puedo. —Ella asintió con la cabeza.

Graeme miró a su padre rápidamente, viendo la contracción de la mandíbula del


Casta.

Esa voz. Dios ayude a los Castas y a los humanos cuando lo Primario dentro de
ella hubiera madurado por completo. Esa voz exigiría que todos se sentaran y
escucharan.

Alejándose, él encontró lo que ella necesitaba: la jeringa, gasas estériles, y observó


mientras extraía su sangre en los tres viales que él le proporcionó. Tres gasas. Tenía
bastante trabajo por hacer.

Ella lo hizo de manera rápida y eficiente, mientras él se movía a su ordenador,


introducía la dirección correcta y miraba la información que se desplegaba. Había

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sido alertado de ciertos acontecimientos cuando Dash llamó, y había rastreado la


información hasta que llegaron.

Cuando Cassie Sinclair se apartó de la bandeja donde había colocado las muestras,
rápidamente anotó la información y se la entregó.

—No deberías ir sola—le dijo.

—Ella no irá sola—dijo su padre.

Sí, él cuidaría su espalda, pero ¿quién cuidaría la de él? Su influencia en la joven


Primaria era lo suficientemente fuerte, los lazos de padre e hija eran más fuertes de lo
que la chica sabía. Pero solo eran dos contra cualquier fuerza que les esperara.

—Cullen, ¿nos uniremos a la fiesta?—preguntó, consciente de la joven mujer


quedándose inmóvil, preparándose—. Solo para cuidar la espalda del padre. —Él
sonrió mientras ella lo miraba con los ojos entrecerrados.

—Buena idea—acordó Cat en voz baja—. Chelsea y yo nos uniremos a vosotros.

Él inclinó su cabeza y miró a Cassie.

—Es tu fiesta. ¿Estás de acuerdo?

Su lento asentimiento fue un poco cauteloso, pero su consentimiento era todo lo


que necesitaba.

—Cuando lo descuartice, quédate atrás. —No era una amenaza ociosa.

Dash hizo una mueca, una mirada de preocupación destelló sobre su expresión.

—¿Vas a matarlo rápido? —Graeme frunció el ceño, arrojando su bata de


laboratorio mientras Cullen le entregaba su arma—. Querida, tenemos que discutir la
idea del verdadero dolor. Lamentarás el día si le muestras misericordia.
Discutiremos los méritos de la tortura...

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La parte aterradora era que ella parecía demasiado dispuesta a escuchar.

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Capítulo 18

No había nada más que pura furia demencial al rojo vivo. El tipo de furia que se
apoderó de él ante la vista de las manos de otro sobre su compañera, controlándola y
reteniéndola. La rabia enloquecida mientras se veía obligado a permanecer inmóvil,
en silencio ante el sonido de los brutales alaridos y el conocimiento de que su
compañera estaba corriendo desesperadamente por él.

No miró hacia atrás, pero no tenía que hacerlo. Desde el instante en que la vio
catapultarse sobre el coche del segundo guardaespaldas y aterrizar de cuclillas en
una perfecta posición de defensa, había estado en sintonía con ella como nunca antes.
Incluso en esos frágiles momentos, seis años antes, después de que ella había
despertado en el hospital, su grito furioso resonando a su alrededor, no había sido
tan fuerte.

Simplemente había clavado los ojos en el hombre que le había traído la oferta de
su abuelo y lo observó palidecer lentamente mientras Dog luchaba por ocultar la
prueba física de esa ira.

No se había vuelto así de nuclear desde que era un niño mirando las noticias del
cuerpo no identificado encontrado en un callejón con un agujero en el corazón. Lo
que sucedió entonces fue que destruyó la pequeña cabaña y todo lo que había en
ésta, así como los recuerdos de Dog de cómo lo había logrado.

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Cuando se despertó, se encontró dentro de la madriguera de la madre coyote,


acurrucado contra su calor junto con sus cachorros, mientras ella le limpiaba
suavemente las manos ensangrentadas.

Había tenido diez años, había estado destruido por tanta pena, tanto enojo, que
había permanecido en esa madriguera durante días. Los soldados encontraron la
cabaña y le prendieron fuego. Lo habían perseguido, junto con varios Castas Coyote.
Cuando se acercaron a la madriguera, el animal que lo protegía asomó la cabeza por
la abertura, gruñendo a los Castas. Ellos se habían retirado, sintiendo nada más que a
ella y sus cachorros, y finalmente abandonaron su búsqueda.

Dog podía sentir esa furia que lo desgarraba ahora, pero ya no tenía diez años. Y
no permitió que esa criatura lo controlara. Él controlaba a la bestia, hasta que
decidiera que era hora de liberarla.

El viaje desde la Oficina de Asuntos Castas al aeropuerto privado fue más largo de
lo que esperaba, varias horas, se percató en el momento en que el humano le había
dado las instrucciones a Mongrel. Mutt los alcanzó mucho antes de llegar, el
Dragoon los seguía de cerca.

—Ella disparó a Mutt—le informó Mongrel, su mirada cautelosa cuando se


encontró con la de Dog en el espejo retrovisor.

—Lo vi. —Volvió su mirada hacia el humano.

Si el otro Coyote no pudiera conducir, Mutt también le habría informado de eso.

—A tu abuelo no le gustará la sangre en el avión. —El débil hijo de puta carraspeó


y habló vacilante—. Es una persona muy melindrosa.

Melindrosa, ¿en serio? ¿No le gustaba la sangre?

—Qué lástima—gruñó él, su voz baja.

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El humano sostuvo su mirada otro momento antes de apartarla parpadeando.


Obviamente había esperado que Dog dijera algo más. No había nada más que decir.

Al parecer, su abuelo esperaba una reunión de algún tipo. Sus condiciones habían
sido exigentes. Separarse de su compañera, reunirse con este débil hijo de puta y
volar hacia él. Sin duda, era una trampa, pero no importaría. Quienquiera que fuera
el Mayor, iba a morir. Su melindroso ego iba a sangrar como un cerdo descuartizado.
Dog iba a asegurarse de eso.

El pequeño hijo de puta enviado para darle el mensaje volvió a carraspear.

—Ella es bonita—le dijo vacilante, y ante el ceño fruncido de Dog casi se meó.

Ahora sabía a qué se refería Graeme cuando decía que todos perdían la vejiga
cuando se enfrentaban ante la ira de un Casta.

El hombrecillo carraspeó de nuevo.

—Tu abuelo me ha autorizado a responder cualquier pregunta...

—Mierda, tío, ¿podrías cerrar la puta boca?—gruñó Mongrel desde el asiento del
conductor, el gruñido en su voz exigiendo mientras su mirada cautelosa revisaba el
espejo retrovisor nuevamente—. Él desgarrará tu jodida garganta. Idiota maricón,
culo servil. ¿No pueden los humanos percibir nada?

El humano en cuestión trató de apretarse más profundamente contra la esquina


del asiento frente al de Dog, palideciendo cuando Dog sonrió con helado desdén.

—¿Cuánto tiempo va a durar este vuelo, si estás tan autorizado?—espetó Mongrel,


obviamente nervioso por lo que sentía viniendo de Dog.

—¿E… el vuelo?—chilló el humano—. Cinco horas. Son solo cinco horas.

Tiempo suficiente. Lo suficientemente lejos de su compañera. Pero un centímetro


era lo suficientemente lejos de ella.

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Él respiró profundamente, el aroma de ella todavía se aferraba a la camisa que


llevaba puesta. Ella se la había puesto después de que la había follado la primera vez
la noche anterior. La envolvió alrededor de su cuerpo mientras se recostaba contra su
pecho y dejaba que él la abrazase.

No habían hablado, aunque él había percibido sus miedos, su preocupación. Y


cuando supo que ella no estaba dispuesta a permanecer en silencio por más tiempo,
la había vuelto a follar. Retrasándolo. Sumergiéndose en el placer de Cassie, en sus
súplicas, en su cuerpo tensándose contra el suyo mientras se corría con sus dedos, su
lengua, y de nuevo cuando él se había corrido y trabado dentro de ella.

Eso fue éxtasis. Ese fue el mayor placer que se podía encontrar en cualquier vida.
Sentir que su compañera se deshacía ante su toque, su alma tocando la suya,
llenando la suya mientras la abrazaba y sentía que se convertía en parte de su
espíritu.

Se volvería loco sin ella, y lo sabía. Presentar esa petición lo había debilitado con la
agonía que le había provocado. Saber que había cortado ese lazo, sin importar lo
poco que eso contaba para el acoplamiento, conduciría a la bestia dentro de él a la
locura.

Pero la protegería.

Una Separación aseguraba que cualquier crimen que pudiera cometer contra la
Ley Casta, ella no sufriría por ello. Eso era todo lo que importaba, que su compañera
no sufriera más de lo que ya lo haría. La Negación evitaría que Jonas o Rule le
permitieran saber dónde estaba, o acudir a él una vez que fuera capturado. Y lo sería.
Se daba cuenta que era débil sin ella. Su voluntad de luchar contra la Ley Casta sería
inexistente.

Su halfling.

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Todavía podía sentir la salvaje furia femenina latiendo dentro de su alma. Había
pensado que se mitigaría a medida que el viaje se prolongaba, pero aún podía
sentirla. Sus lágrimas, sus gritos. Si la agonía que atravesaba su cuerpo no disminuía,
entonces no podría contenerla el tiempo suficiente para llegar hasta su presa.

Él podría haberlo dejado ir.

Eso fue lo que se dijo cuando los Castas con los que se había encontrado en la
antigua suite de Cassie le habían contado sobre su búsqueda del Mayor y sobre este
hombre. El emisario, lo llamaron ellos. La búsqueda en los archivos informáticos del
emisario había revelado la información sobre Dog y Cassie y que los resultados de su
vigilancia sobre los dos había sido remitida al Mayor.

Encuentra al Mayor, le dijeron los Castas Lobo en la suite de Cassie, contactarlos y


ellos intervendrían y lo custodiarían.

Sí, él había estado de acuerdo con eso. Había contactado con este humano
insignificante y había hecho todos los movimientos correctos, y cuando le habían
ordenado que se alejara de su compañera si quería su herencia, Dog se había alejado.

Debido al peligro para ella.

Porque la información que los Castas Lobo le habían descargado y mostrado, le


había dejado muy claro el riesgo infernal al que ellos podrían verse arrastrados si no
se ocupaba de la amenaza.

Y al ocuparse de eso, estaría a merced de la Ley Casta.

Perdería a su compañera, sin importar la elección que hiciera.

Él permaneció en silencio durante el largo y tedioso viaje en limusina y el vuelo


aún más largo. Dejó que los recuerdos de Cassie lo inundaran, lo sostuvieran.

El aroma de ella, a especias y un toque de azúcar. Su beso plantado contra sus


labios... la furia femenina.

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Su furia se metió en su alma, mezclándose con la de él, hasta que estuvo seguro de
que la locura vendría en el siguiente segundo.

Soportarla lo mataría mucho antes de que la Ley Casta lograra hacerlo.

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Capítulo 19

HACIENDA DEL SENADOR RYDER

ARLINGTON, VIRGINIA

La mansión estaba brillantemente iluminada, bien custodiada, y dentro estaba su


compañero. Cassie entrecerró los ojos, su mirada rastreando, buscando.

Un césped prístino se extendía delante de ella, con pocas áreas para ocultarse. La
iluminación del paisaje estaba ubicada para disipar la más densa de las sombras,
pero a las tres de la mañana, los guardias humanos que patrullaban la propiedad no
estarían en su mejor momento. Es decir, a menos que los sensores de movimiento
fueran activados o el personal de seguridad electrónica fuera diligente.

Tres equipos de dos hombres patrullaban el exterior de la casa, junto con los
perros que caminaban al lado de ellos. Los perros no le preocupaban demasiado.
Estaban bien entrenados y alertas, pero ella ya había tocado sus sentidos, los había
tranquilizado, les aseguró que solo amigos estaban invadiendo su territorio esta
noche.

Ahora solo tenía que encontrar a su compañero.

Él estaba en la casa; lo sabía con absoluta certeza. Podía sentirlo esperando.


¿Estaba esperándola? ¿Percibía la furia rabiosa y traicionada preparándose para
descender sobre él?

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—No uses tus ojos—siseó Graeme, el sonido felino desfigurado la alcanzó donde
estaba agazapada encima de la pared que rodeaba la propiedad, escondida por las
pesadas ramas de una acacia blanca—. Usa tus sentidos. Tu compañero es la razón
por la que existe esa criatura que se tensa dentro de ti. Compañero a compañero. Lo
encontrarás si la dejas hacer como ella quiere.

Compañero a compañero.

Iba a despellejar a su compañero y llevarse su piel a casa. La colgaría en la pared y


moriría de dolor.

Un manotazo en la parte posterior de su cabeza casi la tira de su ubicación. El


arañazo de garras afiladas contra su cuero cabelludo acompañó el toque poco
amable. Antes de que pudiera girar y defenderse, se encontró con un rostro de
Bengala Primario. Rayas, colmillos afilados y todo.

—Cierra los ojos—siseó, ahora agazapado a su lado—. Él es parte de ti.


Encuéntralo.

Ella cerró los ojos, captando el valor de todo lo que tenía que enseñarle, lo
necesitaba. Cuanto más se acercaban a la propiedad de Aaron C. Ryder, más había
aumentado la furia dentro de ella.

La furia los conectó.

La locura casi salvaje de esa furia era todo lo que los unía. Ella se había entregado
a él, en cuerpo y alma. Pero en las largas horas después de que él se marchara, se
había dado cuenta de que él no se había entregado.

Él había tocado su alma, la había llenado, tal como había llenado su cuerpo, y ella
ni siquiera se había dado cuenta de que no la había dejado entrar en la suya.

Mientras dejaba que sus sentidos se expandieran sus ojos se abrieron lentamente
de nuevo, sus sentidos alertados del espíritu al que se había acostumbrado tanto

~264~
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cuando era niña. La forma trémula de la madre de Dog, débil, muy débil, brillando
contra la oscuridad, estaba de pie en el césped justo detrás del árbol que los ocultaba
de la vista.

Girando, el espíritu señaló una ventana del primer piso, la que estaba en el centro
exacto. Una oficina de algún tipo, o una biblioteca, supuso, apenas capaz de atisbar
estantes de libros a través de una rendija en las cortinas blindadas.

Podía sentir a Graeme tensarse, soltar gruñidos que apenas se escuchaban, cuando
debió haber percibido el espíritu.

—Primer piso, ventana del centro—le dijo a Graeme—. Él está allí, pero no está
solo.

Mutt y Mongrel estaban con él, pero no eran los únicos.

—Hay algo allí fuera—masculló Graeme, el bajo gruñido subyaciendo en su voz


lleno de peligro inminente—. Algo no natural.

¿Y los Castas lo eran?

—Ella está conmigo—fue todo lo que Cassie dijo, sintiendo el comienzo de la


sorpresa del Bengala cuando el espíritu se giró y le hizo un gesto imperativo de
avanzar.

Antes de que el Bengala Primario pudiera detenerla, se dejó caer de la pared, se


agazapó y entonces corrió por el césped en la línea exacta que indicaba el espíritu.
Siguiendo la débil presencia, se deslizó entre las sombras al otro lado de la casa y se
acurrucó entre el arbusto decorativo que crecía a lo largo de la casa.

Allí, ella esperó, observando, consciente de Graeme, su padre, Cullen, Cat y Claire
mientras se movían más lentamente y se ubicaban junto a ella.

—Puerta trasera—susurró Graeme en la noche—. Estaré contigo; los otros tienen a


los guardias. Da la señal cuando estés lista.

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Lora Leigh

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Cuando el espíritu al que ella seguía estuviera listo.

Mientras esperaba se encontró con la mirada de la angustiada madre, sabiendo


que percibía lo que ella estaba luchando por contener. El miedo llenaba la expresión
de la madre mientras la compasión acechaba en su mirada.

Los guardias pasaron, transitando su perímetro, los perros mirando, olfateando el


aire; fueron cautelosos pero continuaron silenciosamente mientras ella los miraba
ferozmente y los instaba a seguir.

Cuando pasaron por la esquina de la casa y el segundo equipo se acercaba; el


espíritu se movió rápidamente.

Manteniéndose agachada, Cassie la siguió rápidamente, consciente de que Graeme


estaba detrás de ella mientras su padre y los demás se movían para desarmar a los
guardias.

Entraron en la casa, la puerta sin cerrojo se abrió y se cerró silenciosamente detrás


de ellos.

Entraron en lo que obviamente era una sala de descanso para los guardias,
afortunadamente desierta. El espíritu no se detuvo mientras los conducía a través de
las oscuras habitaciones antes de detenerse frente a un par de puertas dobles abiertas.

El sonido de voces la hizo apretarse contra la pared, confiando en las sombras


para escudarla mientras Graeme pareció desaparecer en otra serie de sombras.

Para protegerte... la imagen vacilante susurró mientras desaparecía lentamente.


Todo para protegerte...

* *

~266~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

Su abuelo.

Sí, definitivamente era su abuelo. Dog se quedó mirando desapasionadamente al


anciano, viendo a su padre en las facciones del anciano, pero no en el olor de
corrupción y desesperación.

Recordaba el olor de su padre. Aceite de arma de fuego y municiones; debajo de


eso, honor, fuerza. Dolor.

Había llorado a su compañera hasta el día de su muerte.

Aaron estaba sentado rígidamente en el sofá de cuero frente a Dog, sus cansados
ojos grises se levantaron hacia donde él estaba silenciosamente de pie en medio de la
habitación.

Compartía sangre con este hombre. Podía oler el vínculo de sangre, y lo maldijo.

Mutt estaba de pie junto a la entrada con uno de los guardias de seguridad de
Aaron. Un ex SEAL. Un soldado de ojos duros que observaba con curiosidad. Dog no
podía sentir odio o prejuicios viniendo de él, pero percibía la determinación de hacer
su trabajo y proteger a su empleador.

Detrás de él, Mongrel estaba de pie con el otro guardia de seguridad. Ese apestaba
a odio y desaprobación. Humanos. Nunca prestaban atención a todos esos
documentales sobre los Castas que ellos observaban, que predicaban la agudeza de
los sentidos de un Casta para captar tales emociones.

—Me sorprendí al saber que solicitaste la Separación, así como también la


Negación de la mujer que habías elegido como tu compañera—comentó Aaron,
mirándolo con atención—. Esperaba que te opusieras a deslegitimarla.

~267~
Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

—¿Por qué esperabas eso? —Deja al bastardo cavar este agujero un poco más
profundo. Si tuviera suerte, mucha suerte, entonces podría decir algo que exoneraría
a Dog cuando le cortara la garganta.

Aaron bajó su canosa cabeza y miró la bebida que sostenía. La pena se derramó de
él. No predominaba sobre el olor de la maldad, pero era pena.

—Tu padre—dijo antes de beberse de un trago la bebida, y luego levantó la


mirada hacia Dog una vez más—. Era un buen hijo. Un hijo leal. Hasta tu madre.
Incluso después de su muerte se negó a regresar a casa sin importar mis intentos de
convencerlo.

—Sí, él podía ser un poco testarudo—dijo Dog arrastrando las palabras


serenamente—. Pudo haberte culpado por su muerte, sin embargo, temía por la
seguridad de su hijo. He escuchado que pocas cosas como esa pueden hacer que un
hombre sea terco.

Eso podría hacer que un hombre odiara. Su padre había odiado a este hombre y
Dog lo sabía. No es que recordara a su padre diciéndolo, pero él lo había sabido,
incluso de niño.

—Sí, podía. —Esa pena otra vez. El hijo de puta—. Antes de que entrara en esos
laboratorios para entrenar a los Castas, Carson, tu padre, era un soldado endurecido.
Conocía el valor del programa, entendía el trabajo que se estaba realizando allí. Sin
embargo, todo eso cambió con ella. —Observó a Dog durante largos momentos,
como si esperara que dijera algo—. Ella ni siquiera tenía un nombre. Sin embargo, él
la llamó Ángel.

Su madre era un ángel, su padre se lo había dicho más de una vez.

Dog podía sentir su piel picando por la furia que reprimía, su cabeza llena de tanta
ira que amenazaba el control del que él tenía dominio absoluto.

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Lora Leigh

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Castas 32

—Chet, dame otro trago—ordenó Aaron al guardia en la parte posterior de la


habitación.

Dog dejó que una sonrisa curvara sus labios ante el resentimiento que desgarró al
soldado, el sentimiento de que él era mejor que un sirviente para aceptar esas
órdenes.

—Chet no estima mucho jugar al barman—advirtió Dog a Aaron, observando la


sorpresa que llenó su expresión enfadada—. Piensa que es demasiado bueno para
eso.

Aaron negó con la cabeza.

—Chet es un buen chico. Su padre estaba en el equipo de Carson. Seals. No existen


mejores.

—Mmm—masculló Dog antes de brindarle al hombre una sonrisa burlona—.


Sigue pensando eso. Ahora, mi tiempo es bastante limitado. ¿Te gustaría decirme por
qué de repente quieres reclamar a tu nieto Casta cuando la orden de encontrarme y
entregarme al Consejo fue la que se emitió cuando era un niño?

Aaron aceptó la bebida del soldado, aunque Dog detectó una repentina cautela
que no había estado allí antes.

—La edad trae una perspectiva diferente. —Aaron exhaló bruscamente—. Mis dos
hijos se han ido, la herencia que hubiera dejado tras mi muerte se ha ido. —Había un
leve indicio de una súplica en esos ojos cuando Dog lo miró fijamente—. Carson me
ronda. —Tragó saliva con fuerza—. Las elecciones que hice me persiguen.

Dog quería reírse. No estaba seguro que era lo que mantenía a raya la rabiosa
carcajada.

~269~
Lora Leigh

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—¿Y crees que amenazarme con la seguridad de Cassie, con revelar mi línea de
sangre al Consejo de Genética sin el beneficio de tu fortuna para protegerme, es la
forma de manejar eso? ¿Qué te hace pensar que necesito tu fortuna para protegerme?

—No es la fortuna. —Aaron lo observaba ahora con un brillo calculador en los


ojos—. Es información lo que quieres, ¿verdad, Cain?

—Dog—lo corrigió suavemente.

Una arruga se formó entre las cejas grises de Aaron.

—Cain...

—Cainis. Creo que la traducción es 'dog'—lo corrigió Dog—. Mi nombre es Dog.

—Tomarás el nombre de Cain—dijo el anciano con los dientes apretados—. Es un


nombre que la familia ha dado al hijo mayor en cada generación que se remonta a
más de cien años. Tu padre era Carson Cain, mi nombre es Aaron Cain.

Seh, seh, los buenos legados familiares, ¿verdad? Eso no había hecho mucho bien a
sus padres.

—Y mi nombre es Dog—terminó Dog por él.

—Como estaba diciendo—continuó Aaron con un desagradable chasquido—. Es


información lo que quieres. La información que tengo y estaría más que dispuesto a
suministrarte a cambio de tu acuerdo para no solo deslegitimar a tu compañera, sino
a los Castas en general. Ocuparás tu lugar aquí, como mi heredero, y te harás cargo
de los diversos negocios. Si te comportas como deseo, en un año, te entregaré la
información que tengo sobre el Consejo de Genética. Amplia información.

Esa carcajada se escapó; Dog no pudo evitarlo.

—¿Y por qué debería confiar en que tienes información que los Castas no han
obtenido?

~270~
Lora Leigh

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Aaron se volvió hacia Chet y asintió con la cabeza.

Oh, Chet no era un soldadito feliz si el olor de alevosa ira que venía de él era un
indicio. Pero evidentemente era un buen soldadito. Agarró un gran sobre de una
mesa auxiliar y se acercó a Dog, extendiéndolo en silencio.

Sin perder de vista a Aaron, Dog abrió la carpeta y extrajo las hojas. Había tres.
Los nombres estaban eliminados, pero no hubo duda de que se trataba de una copia
impresa de un expediente más grande que detallaba las identidades de tres de los
miembros del Consejo que formaban parte del Consejo de Genética.

Repasó la información cuidadosamente, en caso de que las hojas desaparecieran


de algún modo durante el derramamiento de sangre que se avecinaba. Era en verdad
interesante, en realidad, sorprendente. Si hubiera estado de humor para
sorprenderse.

Volviendo a guardar las hojas en el sobre, aseguró la solapa y se las devolvió al


soldado. El viejo Chet no esperaba eso. Tomó el sobre dubitativo, volviendo la
mirada atrás a su jefe como pidiendo guía.

—Es tuyo. —Aaron lo miró astutamente—. Todo será tuyo en un año... —Se
detuvo cuando Dog negó con la cabeza.

—Si tu identidad es entregada a ellos, nunca estarás a salvo—lo amenazó Aaron.

—Oh, bueno, el bueno de Chet se encargará de eso en cualquier caso—dijo


arrastrando las palabras, la mirada que le dio al soldado asegurándole que sabía
exactamente lo que él haría—. Los espías, raras veces guardan tales cosas para sí. Y él
es una buena puta del Consejo, ¿verdad, Chet?

El soldado se enderezó, su mano se posó en el arma que llevaba cuando Dog se rió
a sabiendas.

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—Eso se puede discutir más tarde. —Se volvió hacia Aaron—. Esa no es la
información que quiero.

Podía sentir una vibración en el aire, silenciosa pero constante, el peligro se movía
cada vez más cerca mientras Chet se preparaba para matar. Todavía no. Quería
sobrevivir al derramamiento de sangre, percibió Dog. Pero llegaría pronto.

—¿Qué más podrías querer? —La confusión atravesó rápidamente la expresión de


Aaron.

—Quiero saber qué hace que un hombre dé la orden de matar a su propio hijo. —
Dog quería pruebas—. ¿Qué te hizo pensar que cazarlo como a un animal, amenazar
a su mujer, asesinarla y luego perseguir a su hijo, funcionaría para ti?

—No había orden de matar. —Aaron se puso de pie, la pena, la ira, el odio, lo
inundaban—. Carson debía ser devuelto. Se suponía que debía volver a casa. —
Cruzó la habitación y golpeó violentamente el vaso contra la barra antes de agarrar el
borde con ambas manos y estremecerse—. No les dejó otra opción. El Consejo dio la
orden que si no podían llevarlo con vida, lo mataran. —Se volvió hacia Dog, con el
rostro agobiado por el peso de esa pérdida—. Él eligió morir.

Incomprensible. Aaron C. Ryder no podía entender cómo su hijo podría elegir


morir en lugar de entregar a su hijo y aceptar que su padre había estado detrás del
asesinato de su compañera.

—Pero diste la orden de matar a Ángel—adivinó él—. ¿No es así?

El anciano suspiró pesadamente.

—Di la orden. Que Dios me perdone.

—Él es el único que podría—admitió Dog, consciente de que Chet se estaba


moviendo para proteger a su jefe, el soldado al lado de la puerta se tensó.

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—No puedes hacer nada, Cain. —Aaron negó con la cabeza pesadamente—. Soy
un senador de los Estados Unidos. Todo lo que puedes hacer es solicitar el alegato de
tu Ley Casta. Matarme equivale al suicidio. Tu propia gente te perseguirá.

—No tendrán que hacerlo. —Dog se encogió de hombros—. No entiende, senador.


Podría haber deslegitimado a mi compañera para protegerla de usted y sus jodidos
doce, pero eso no es más que papel. Si se necesita mi vida para garantizar su
seguridad, la daré. Gustosamente.

No se molestó en sacar el cuchillo que había escondido. No lo necesitaría cuando


llegara el momento. Los dos soldados estaban tensos, con las manos en sus armas, las
miradas duras siguiendo cada uno de sus movimientos.

—Si él muere, ella morirá de todos modos. —El soldado que habló desde la puerta
lo hizo sin enojo, sin previo aviso. Fue una declaración, nada más—. Esa orden ya
salió. El francotirador que desactivó esa ventana y la apuntó fue solo una
advertencia.

—¿Tú?—preguntó Dog sin mirarlo.

—Yo no—negó—. No mato mujeres. Por ninguna cantidad de dinero. Y no sé


quién fue. Pero él la matará.

—Primero tendrá que pasar por encima de los fantasmas que la protegen. —Dog
soltó un bufido, consciente de las veces que incluso él había sentido que algo del otro
mundo la seguía—. ¿Cómo crees que ha sobrevivido tanto tiempo?

Evidentemente, el buen senador había escuchado los rumores de las visiones de


Cassie.

—Ahora, ¿quieres morir por este bastardo? —Le dirigió una mirada al soldado
que en verdad lamentaría matar—. Puedes irte. Sin daño, sin mancha.

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

—No puedes matarlo, Dog—dijo el soldado con un suspiro—. No puedo dejarte


hacer eso.

No era por lealtad. La extraña nota en la voz del soldado se mezclaba con su
arrepentimiento.

Dog se encogió de hombros.

—No tiene importancia. Voy a matarlo. —Le dio al senador una sonrisa dura y
fría—. Por mi madre. Por los diez años de pena que sufrió mi padre, por tu traición.
Por el peligro que representas para mi compañera. Te enviaré al infierno, hijo de
puta.

Estaba listo para saltar hacia Chet primero, confiando en Mutt y Mongrel para
asegurarse de que los otros dos no representaran ninguna amenaza. Antes de que
pudiera alcanzar al bastardo, un cuchillo pasó volando junto a su nariz y se enterró
en el pecho del soldado, atravesándole el corazón.

Él conocía ese cuchillo. Pasó justo junto a su nariz; un aliento más cerca y habría
perdido su preciosa carne.

—¿Estás loca? —Giró lo suficiente como para recibir el impacto total del puño de
su compañera cuando se estrelló contra su mandíbula, y toda la furia salvaje en su
gruñido mientras barría sus pies.

Su culo golpeó el suelo, y mientras el impacto resonaba en su cerebro, ella se sentó


a horcajadas sobre su pecho, con otro cuchillo apoyado contra su garganta mientras
él miraba fijamente la vista más hipnótica de su vida. Ojos de color azul neón, el
color había drenado lo blanco por completo, ojos brujos, de otro mundo. Hubo un
gruñido en sus labios y todos esos salvajes rizos negros fluyeron a su alrededor
cuando inclinó la cabeza y lo miró ferozmente con furiosa ofensa. Y en ese instante, la
sintió como nunca antes. Su criatura se estrelló contra sus sentidos cuando la de él
desgarró los escudos que él había puesto para proteger lo último de su alma.

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Lora Leigh

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Hijo de puta. Su halfling había venido por él. Su intención quizás fuera saborear su
sangre, pero aun así, había venido por él y no solo estaba exigiéndole que lo
mereciera, sino que lo estaba tomando. Ella era su igual y se lo estaba dejando saber.
Nunca caminaría detrás de él, nunca se sometería completamente en ningún lado
excepto en su cama, y cuando ella reclamó esa última parte de él no pudo evitar
sonreír.

—Maldita sea, halfling, eres tan jodidamente hermosa que me robas el aliento. Hijo
de puta si tú no...

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Lora Leigh

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Capítulo 20

Cassie estaba sentada al otro lado de la habitación observando la escena que se


desarrollaba frente a ella mientras arrojaba el cuchillo distraídamente, mirando a
Dog, Rule, Jonas, Rhyzan y a su padre mientras interrogaban, o algo así, al senador.

Cat, Chelsea, Cullen y Graeme habían reunido al personal de seguridad. Ahora


estaban encerrados en el armario detrás de ella mientras las dos mujeres hablaban en
voz baja, apoyadas contra la pared, discutiendo sobre vestidos de todas las cosas.

Graeme regresó a la habitación después de informar brevemente a los Enforcers


que Jonas había hecho volar con él. Doce Castas ahora tenían la tarea de asegurar la
propiedad hasta que se marcharan.

Echó un vistazo al Bengala demente. Las rayas ya no estaban, así como las garras.
El blanco de sus ojos era normal ahora, la inclinación menos felina.

Hijo de puta. De alguna manera había contactado a Jonas y ella lo sabía. Como si
lo necesitaran. Ella no había necesitado que viniera cabalgando con la caballería.
Estaba manejando muy bien a su compañero sin ayuda ajena.

Coyote puñetero y sarnoso.

Ella le dedicó otra mirada, recibiendo otra de esas sonrisas arrogantes por las que
era famoso mientras le lanzaba un beso. Ella le mostró los dientes antes de darse la
vuelta.

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Lora Leigh

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Castas 32

Deja que disfrute de la escapada por el momento; su tiempo llegaría. Un tiempo


cuando él no tuviera ayuda.

Una suave risa masculina hizo que le lanzara a Graeme una mirada de odio
cuando él se dejó caer en la silla junto al taburete bajo en el que estaba sentada.

Él estaba loco.

De Verdad. Se columpiaba en la locura.

Lo único que mantenía a este Casta en el lado correcto del pensamiento racional
era la compañera que lo miraba con pura adoración.

Su vínculo era seguro. Se habían entregado el uno al otro. Esta criatura dura y
salvaje había abierto su alma y dejado entrar a su compañera.

A diferencia del de ella.

Ella arrojó el cuchillo, enterrándolo en el suelo de madera con un duro golpe


cuando la furia la atravesó otra vez.

Él podría decir que había hecho lo que hizo para protegerla hasta que el infierno
se congelara. No cambiaba los hechos. El hecho de que cualquier Casta vivo pudiera
sentir la marca profunda en el alma que él le había puesto, pero él no tenía una marca
similar.

—Eres una cosita interesante—comentó Graeme en voz baja, bastante seriamente,


mientras ella clavaba la mirada en la profundidad con la que la hoja se había
hundido en la madera dura.

—¿Cómo es eso? —El resentimiento se elevó dentro de ella en una oleada.

Él no debería haber contactado a Jonas.

—Realmente no pensé que una hembra Primaria fuera posible—le dijo—. No


puedo esperar para volver a mi laboratorio y descubrir si el despertar del instinto

~277~
Lora Leigh

Casta Mestiza
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Primario se debió a tu genética mestiza o si era portado por uno u otro y


simplemente mutó.

Ella lo miró furiosamente por el rabillo de los ojos.

—Tienes muchísimo que aprender—suspiró—. Cuando la criatura no esté tan


cerca de la superficie, será más fácil. Tu compañero te ayudará. De hecho, aprendió
una forma bastante única de manejar la suya sin que lo salvaje lo dominara. Todavía,
incluso yo a veces lucho con eso. No es que la bestia sea menos efectiva. Simplemente
diferente. —La pura arrogancia colmaba su expresión—. Aprenderás eso mientras tu
compañero te guía...

—No tengo compañero—le dijo con los dientes apretados—. Me negaron,


¿recuerdas?

Él se rió de eso.

—Un pedazo de papel. —Agitó la mano—. Enviado para asegurarte de que no


estuvieras en peligro por sus acciones. Más bien dudo que Rule incluso lo registrara
en la base de datos.

—No tiene importancia. —Ella levantó sus hombros negligentemente—. No te lo


puedes perder, Bengala. Yo llevo su marca, pero él no lleva la mía.

La pena amenazaba con abrumarla.

—Ah, Cassie. —Suspiró, negando con la cabeza—. Te equivocas. Ese Casta lleva tu
marca en su espíritu. En el momento en que pusiste a ese Coyote sobre su culo con el
cuchillo en la garganta, incluso yo sentí que el vínculo entre vosotros encajaba con un
chasquido en su lugar. Si te había mantenido alejada antes, en ese segundo, él abrió
su alma y te dejó fluir dentro de él. Cuando vuelvas a ser completamente racional, te
darás cuenta.

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Lora Leigh

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—Soy totalmente racional. —Ella apretó los dientes, obligando a las palabras a
pasar a través de ellos.

Él se rió entre dientes de nuevo.

—Ven aquí.

Cassie gruñó cuando se rindió y se puso de pie, siguiendo al Bengala mientras la


conducía hacia el ornamentado espejo colocado sobre un aparador.

—Mira, pequeña Primaria—la instó en voz baja—. Mira tus ojos.

Ella levantó la mirada y se congeló. Los blancos se habían ido, sus iris azules casi
resplandecían, llenando sus ojos y centellando con furia en su rostro. El cabello
enmarcaba su rostro, desatado, los rizos se amotinaban sobre sus hombros y bajaban
por su espalda, dándole una apariencia hechicera, de otro mundo.

—Dog me dijo una vez que su compañera era una sirena. Que su voz podía hacer
llorar a Castas adultos, que sus ojos podían hipnotizar, y desde el momento en que
había tenido su mira puesta en ella, ella había garantizado que él no cayera en el
vacío negro en el que se estaba convirtiendo su alma. Los Primarios caminan al borde
de la locura, o al menos, parece que los machos lo hacen. —Inclinó la cabeza hacia un
lado mientras la miraba a través del cristal casi enigmáticamente—. Quizás eres
simplemente una anomalía.

Ella se inclinó más cerca, clavando la mirada en sus propios ojos.

—¿Cómo lo haces desaparecer?

Suspiró pesadamente.

—El Primitivo nunca desaparece, pero descansa. Tú lo despiertas; no se despierta


a sí mismo. Cuando sepas que el peligro de perder a tu compañero ha terminado,
entonces entrará en estado de letargo. No volverá a despertar hasta que lo

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provoques. Y es más fácil despertarlo sin ese fenómeno. Aunque aprenderás cuánto
más agudos son tus sentidos cuando está completamente despierto dentro de ti.

Retrocediendo, bajó la cabeza y regresó al taburete bajo que había reclamado.


Extrajo el cuchillo del suelo y lo volvió a meter en la funda en su muslo.

Graeme se recostó en la silla junto a ella y se relajó con un profundo suspiro.

—¿Me darás más sangre cuando la necesite?—preguntó de repente—. Tengo


bastantes pruebas para hacer. Necesitaré más.

Ella puso los ojos en blanco.

—Por qué diablos no. —Apoyó el codo sobre la rodilla, la barbilla en la mano y
exhaló con fuerza—. ¿Cuándo van a hacerlo volar sobre el volcán de Jonas y terminar
con esto?

Graeme de repente se inclinó hacia delante, mirándola con casi excitado interés.

—Entonces, ¿ese rumor es verdad? ¿Sabes dónde está?—preguntó casi


alegremente.

—Contente, cariño—rió Cat, empujando sus hombros hacia atrás y


encaramándose en su regazo—. Asustarás a Cassie si no tienes cuidado.

El poderoso Casta casi hizo un puchero, pero sus brazos rodearon a su compañera
y su mentón descansó sobre su hombro.

—¿Quieres escaparte?—sugirió, soplando en la oreja de su compañera—. Haré que


valga la pena.

—Lo harás de todos modos. Eres tan fácil, Graeme...

Cassie los desconectó, sin ganas, sin poder escuchar sus bromas. Ella todavía
estaba demasiado en carne viva, demasiado desgarrada por dentro.

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Lora Leigh

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Poniéndose de pie, decidió que también había tenido suficiente. Era hora de que
regresara a la Oficina. Ya había tenido suficiente de esta casa, del hedor a odio y
corrupción.

No podía comprender cómo diablos el padre de Dog había sobrevivido aquí


siendo un niño y un muchacho.

—Cassie—la detuvo Jonas cuando llegó a la puerta.

—Me voy, Jonas—espetó, consciente de que Cullen, Graeme y sus compañeras la


seguían.

Levantando la mano en señal de despedida, atravesó las puertas y la casa, en


dirección al vestíbulo. Había no menos de tres heli-jets estacionados en el césped
ahora. Ella podría estar de regreso en la Oficina en cuestión de horas y devolverlo
cuando la dejaran. Jonas sin duda estaría aquí por un tiempo. Y ella estaba cansada
de estar sentada y esperando.

Tenía cosas que hacer.

* *

—¿Te encargas?—espetó Dog a Jonas cuando Cassie salió de la habitación, en


dirección, él sabía, a uno de los heli-jet.

—Ve—estuvo de acuerdo Jonas—. Llamaré a otro transporte desde DC. Puede


estar aquí en menos de una hora.

—Dog. —Dash lo detuvo antes de que pudiera escapar—. Lo que pasó en ese
garaje... —Hizo una mueca y su expresión se tensó ante el recuerdo—. Lo que sea que
la esté destrozando…

—Sé lo que le sucedió—le aseguró Dog al otro Casta, el azote de culpa que sentía
era imposible de olvidar por el momento—. Ella estará bien, Dash. Lo juro.

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No había otro consuelo que pudiera darle al padre que estaba herido por su hija,
que sufría con ella, que luchaba por protegerla.

—Te haré cumplir eso. —El Casta Lobo asintió bruscamente—. Asegúrate de que
ella lo esté.

* *

El sol salía cuando Cassie regresó al departamento de la Oficina. Se quitó la


chaqueta negra liviana que llevaba puesta en la sala de estar, se detuvo en la puerta
del dormitorio y se quitó las botas. La blusa ajustada se fue a continuación, cayó
descuidadamente dentro del dormitorio, junto a la puerta de la habitación; los
pantalones fueron arrojados dentro del baño.

No llevaba bragas.

Dog se apoyó contra el marco de la puerta y observó cómo ella ajustaba la


temperatura, entonces se metió debajo de la ducha, bajando la cabeza para permitir
que el agua caliente empapara su cabello.

No había hablado en el vuelo de regreso, a pesar de varios intentos de los demás


por entablar una conversación. Se había retraído tan profundamente dentro de sí
misma que Dog había sentido a la bestia levantándose dentro de él otra vez,
desesperada porque no podía sentirla.

Había sido la respuesta rápida de Graeme, una sacudida cautelosa de su cabeza y


la advertencia de esperar, lo que le había permitido recuperar el control y relajarse.
Ese Bengala demente llevaba una bestia dentro de él a diferencia de cualquier que
Dog hubiera percibido jamás. Si alguien entendería la furia rabiosa que consumía a
Cassie, sería él.

La agonía salvaje que había sentido hacer eco en su alma hasta el momento en que
se encontró tendido sobre su espalda se había aliviado. Sin embargo, no era

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Lora Leigh

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reconfortante, porque la sensación de soledad que sentía era peor. Ella se había
alejado tanto de él que apenas podía sentir las emociones que Cassie estaba luchando
por contener.

Había tenido diez años cuando la criatura se levantó dentro de él. Diez cuando se
había liberado. Le tomó tres días hacerla retroceder, para permitir que la razón, la
cordura, regresaran al chico que había sido. Estaría maldito si le diera a Cassie tres
días. De ninguna manera la dejaría a la deriva sola en ese vacío negro.

Desnudándose y echando la ropa sucia en el cesto que siempre le había visto usar
antes, activó el cabezal adicional de la ducha y entró con ella. El pequeño gruñido de
advertencia y el sonido de violencia inminente que escapó de su garganta le hicieron
sonreír.

—Pequeña halfling salvaje—bromeó él, enjabonando su cabello mientras ella lo


miraba echando chispas por los ojos antes de darle la espalda.

Sus ojos seguían siendo de ese increíble azul neón, ardiendo como gemas
llameantes dentro de su rostro pálido. Una vez que el Primario, como lo llamaba
Graeme, se retirara, el agotamiento la reclamaría. Y por Dios que él se proponía tener
esto solucionado antes de que su organismo se cerrara completamente a él.

—Cabreada conmigo, ¿verdad, cariño? —Llenando la palma de su mano con su


champú perfumado, las enterró en su cabello antes de que ella pudiera evitarlo,
tensándolas y manteniéndola en su lugar mientras un gruñido escapaba de los labios
femeninos.

Salvaje pequeña bestia que era.

Él estaba lleno de pesar por el motivo, pero casi abrumado por el orgullo también.
Esa pequeña criatura enfurecida había hecho lo que los Castas adultos no podían. Lo
había puesto sobre su culo, su cuchillo en su garganta, y él había visto la amenaza en
esos enfurecidos ojos azules.

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Lora Leigh

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—Sí, estás cabreada—suspiró él, mientras aplicaba el champú a través de los


exuberantes rizos que ondulaban por su espalda hasta sus caderas—. No es que te
culpe. Tienes todo el derecho.

Lo que le había hecho amenazaba el corazón del acoplamiento, y él lo sabía. No


solo había permitido, sino que había ordenado a otro Casta que le pusiera las manos
encima, que la retuviera mientras él se marchaba. Él había negado legalmente su
acoplamiento, se separó de ella en un momento en que ella sentía que debería
haberse quedado a su lado.

Lo que había hecho era imperdonable, y lo sabía. Pero ella le perdonaría; no podía
permitir que no lo hiciera. Cassie era su corazón y su alma.

Ella estaba rígida, indiferente, mientras le acariciaba el cuero cabelludo con


movimientos firmes, aplicando el champú a través de los rizos. Se negaba a relajarse
contra él, a calmar la ira que se precipitaba por ella.

—Estabas fuera de esa habitación, sabes lo que sucedió, sabes por qué sucedió—le
dijo él en voz baja—. Puedes estar cabreada, Cassie, puedes estar resentida, puedes
enfurecerte desde ahora hasta el infierno se congele, pero eso no cambiará nada,
cariño.

Siguió trabajando la espuma por sus cabellos, frotando los mechones entre sus
dedos, amontonándolos y masajeando su cuero cabelludo.

—Si eso te quitara el dolor que te causé en ese garaje, te dejaría cortar mi garganta
mil veces—le dijo entonces y sintió el estremecimiento casi imperceptible que la
atravesó—. Mientras viva, sabré lo que te hice, lo reviviré en mis pesadillas, porque
sentí cada segundo de eso desgarrando mi alma.

Ella intentó apartarse de él, la ira resonó en el gruñido bajo y furioso que llenó la
ducha. Sus dedos la sujetaron firmemente, agarrando su cabello con una mano, el
brazo opuesto envolviendo sus caderas para empujar su espalda contra él.

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Lora Leigh

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—No hubo ni un segundo, ni un gramo de tu dolor que no sintiera—gruñó él—.


Deja ir tu ira el tiempo suficiente como para sentir la verdad de eso.

Estaba tan tiesa como antes, el agua corría sobre ellos, la espuma blanca brillante
del jabón enjuagándose a su alrededor, sedosa y suave, pero no tan suave como los
largos mechones de cabello acariciando el cuerpo de Dog.

Él todavía podía sentir esa ira azotando a través de ella, destruyéndolos a los dos.
Apoyando su frente sobre la coronilla femenina, exhaló con fuerza, luchando contra
la devastación que recordaba lo arrolló.

—Mutt no quería detenerte—susurró, sintiendo el estremecimiento que se


precipitó por su cuerpo.

Él cerró los ojos, recordando la vista de las manos de otro Casta en sus brazos
desnudos, escuchando sus gritos de dolor y furia salvaje.

—No podía arriesgarte, halfling—susurró—. Ryder hizo asesinar a su propio hijo, a


la mujer que su hijo le suplicó que aceptara para que estuviera a salvo, para que el
hijo de ellos estuviera a salvo. Los persiguió como animales y lo único que me salvó
fue su duda de que yo existía. —Él nunca podría entender la maldad que ennegrecía
las almas de los hombres—. Me escondí durante tres días en una madriguera con una
madre coyote y sus cachorros, acurrucado contra esas pequeñas criaturas por calor, y
juré que nunca permitiría que nadie más sufriera en sus manos...

—Me traicionaste. —Derrotada, desgarrada por el dolor, pero aún así la voz más
hermosa que había escuchado en su vida—. Permitiste que me tocara. Me negaste.
Me abandonaste.

Trató de alejarse de él otra vez, casi lográndolo antes de que la sujetara


nuevamente por el pelo y la hiciera volver bruscamente.

Debería haberla mantenido de espaldas a él. La criatura que se había levantado


dentro de ella estaba de nuevo letárgica. Pero la visión de esa criatura derramándose

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Lora Leigh

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Castas 32

en sus ojos era mejor que esto. Gemas brillantes, desbordantes de lágrimas y llenas
de dolor.

—Mírame, Cassie—susurró, enmarcando su rostro con sus manos, sabiendo que


no podía esconderse de ella ahora; todo lo que ella tenía que hacer era mirar—. ¿Te
duele solo a ti? ¿Has sufrido solo tú? ¿Alguna vez habría hecho cualquiera de esas
cosas por alguna razón que no sea para salvarte?

La furia estalló en sus ojos. La furia de una mujer. La furia de una compañera.

—Soy tu compañera—gritó, su dedo apuñaló en su pecho cuando el aroma de ella


lo alcanzó, dulce, puro, encendido—. Es mi lugar enfrentar lo que sea que enfrentes.
No puedes salvarme de tus acciones, idiota—casi gritó—. Tomaste todo de mí y me
dejaste sin nada.

—¡Mírame!—gritó él, agarrando un puñado de pelo empapado y obligándola a


echar la cabeza hacia atrás—. Mírame, Cassie. ¿Crees que no tienes todo de mí?
¿Incluso por un instante?

Ella lo poseía.

—Voy a desollarte, colgaré tu piel en mi pared, y te juro que encontraré un Casta


tan malvado para acoplarme que te acobardarás si vuelves a echarme esta mierda
encima. —Estaba temblando, pero con enojo en lugar de esa furia salvaje y primaria
que la había llenado antes.

—Un compañero—gruñó, incapaz de creer que ella haría semejante amenaza. No,
mientras la miraba, temió seriamente que eso fuera más una promesa—. Deshazte de
mí, halfling, y no hay otro.

Un gruñido curvó sus labios, un gruñido femenino de poder vibró en su garganta.

—Mierda, ¿quieres apostar?

Por Dios, ella lo decía en serio. En verdad lo intentaría.

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Lora Leigh

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Castas 32

No tendría éxito, pero lo intentaría. Solo pensar en ello era aterrador.

Y él era un hijo de puta enfermo, porque su polla estaba tan dura, llena de sangre
y latiendo con algo más allá de la lujuria, que no tenía nombre para eso.

—Ponme a prueba. —Él la atrajo violentamente hacia sí, levantándola hasta que su
rostro estuvo a la altura del de él. Las rodillas femeninas se agarraron a sus caderas,
los pliegues exuberantes y calientes de su coño atormentaban la punta de su polla—.
Incluso considera intentar tener otro compañero por alguna razón y te mostraré
exactamente cómo me ocuparé de eso.

Ella le mostró los dientes, entrecerrando los ojos.

—Te desafío.

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Lora Leigh

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Capítulo 21

Ella lo desafiaba.

Dog no pudo evitar reírse entre dientes mientras apretaba los dedos en su cabello
y arrastraba su cabeza hacia atrás. Tomó el beso que deseaba. Las glándulas debajo
de su lengua estaban inflamadas, latiendo, la hormona de acoplamiento tan potente
ahora que fue como un subidón, uno increíblemente alto cuando golpeó su sistema.

Girando, la empujó contra la pared, una mano fue a su trasero, llenándola con una
de sus nalgas redondas y la levantó donde la necesitaba.

¿Lo desafiaba?

Él rogó a Dios que ella no lo esperara agradable y fácil. El sonido de esas palabras
resbalando de sus labios fue como tirar gasolina al fuego. Las llamas azotaron sus
sentidos, chamuscaron sus células cerebrales y liberaron un torrente de lujuria.

Inclinando sus labios sobre los de ella y bombeando su lengua entre ellos, la obligó
a saborearlo. Cuando se echó hacia atrás y la lengua femenina lo siguió, y él la atrapó
entre sus labios, la chupó y lamió. La dulzura especiada que enviaba las llamas en
una ráfaga de ardiente intensidad desgarró lo último de la contención masculina.

No había contención con ella ahora. No había cerrarse, ni siquiera una pequeña
porción de su alma para ella ahora. El vínculo de acoplamiento era como un cable
electrificado conectándolos, fusionándolos. Corazón a corazón. Alma a alma.

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Lora Leigh

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Castas 32

Alejando los labios de los de ella, sus besos le llovieron por el cuello mientras él
gemía, sintiendo los de ella contra el suyo. Sus dientes le rozaron la línea de la
garganta y le robaron el aliento. Su lengua lo lamió allí antes de que los labios
femeninos se cerraran sobre su piel y la chuparan, marcándolo. Pero él siempre
estaba marcando la de ella. Los dientes de Dog mordieron lo suficiente como para
raspar la piel, antes de lamer la herida, justo sobre la pesada vena que corría allí.

Ella le rodeó los hombros con los brazos, y sus caderas se menearon, acariciando la
punta de su polla con los pliegues calientes y resbaladizos de su coño. La excitada
humedad que se derramaba de ella recubría la punta inflamada de su erección, la
calentaba, la sensibilizaba. Cuando el ancho glande presionó contra la entrada, una
dura eyaculación de pre-semen, llena de hormonas, pulsó dentro de ella.

Bajando la cabeza aún más, capturó el endurecido pezón, chupándolo dentro del
calor de su boca, lo lamió mientras un desgarrador gruñido escapaba de su pecho. El
sabor de ella, la sensación de ella... ni siquiera era lógico lo que le hacía, lo que le
hacía sentir. Solo olerla cerca de él era suficiente para serenar su alma, un alma que,
antes de verla en la lente de su arma, había estado seguro que no poseía.

Apartándose de su pecho, apretó los dedos sobre su trasero, la inmovilizó y otro


chorro de pre-semen se derramó dentro de ella cuando Cassie le mordió el hombro.
El calor de su coño cubría la punta de su polla y la entrada se contrajo con fuerza
sobre él, succionando su carne.

Tensándose, empujó dentro de ella, sintiendo el ultra apretado y resbaladizo calor


de su coño comprimiendo su pene, apretando con fuerza, acariciando cada
centímetro, forjándose dentro de ella. Cassie cerró los dientes sobre su hombro, un
grito estrangulado desgarró de su garganta cuando sintió esos pequeños dientes
afilados romper la dura piel y el abrasador derrame de esa hormona inyectándolo.

Su polla latió, se contrajo disparando otro chorro de la hormona dentro de ella,


sensibilizándola, asegurando su placer.

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Lora Leigh

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—Mierda—gruñó él cuando su lengua lamió la herida y un grito sofocado resonó


a su alrededor—. Como una pequeña prensa caliente...

Él no se detuvo, enterró su polla más profundamente, empujando dentro de ella


hasta que sus pelotas estuvieron alojadas profundamente y sus gritos eran como una
sinfonía en sus oídos. La carne estrecha se contrajo, chupó su polla.

Él no podría contenerse. No podría aguantar.

Sosteniéndola contra la pared y apuntalando su cuerpo, comenzó a follarla,


llenándola, cada estocada dentro de ella aumentaba el hambre, la necesidad, hasta
que juró que podía sentir partes de su espíritu impregnados por ella, metiéndola en
su alma.

Gruñidos animales salieron de su garganta mientras se movía más rápido, más


fuerte, acariciando dentro de ella mientras las sensaciones se convertían en llamas
lamiéndole, encendiendo todo lo que tenía dentro cuando sintió que ella se tensaba
aún más, sintió su orgasmo desgarrarla y eso desencadenó su propia liberación.

Juró que nunca terminaría.

El orgasmo más intenso que el que había experimentado la última vez que anudó
su coñito apretado. La hinchazón de su polla dentro de los músculos como
abrazaderas le hizo gruñir en su hombro y sus dientes se clavaron una vez más.
Llenándola, destruyéndolo, mientras su semilla bombeaba desde su polla en
exquisito éxtasis.

—Ah, Dios, Cassie... halfling... Te amo tanto. Mi vida... —Echó la cabeza hacia
atrás, apretando los dientes mientras un gruñido de éxtasis puro y azotador
abrumaba sus sentidos.

Estaba rodeado de un placer que iba tan profundo que llenaba cada rincón de su
alma, sanado las heridas que la vida había puesto allí. Un placer lleno de esperanza,

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con una salvaje determinación de aferrarse a ella, y una emoción tan feroz que lo
abrumó.

No solo su emoción, la de ella. Se mezclaron, envolviéndose una a la otra,


llenándose mutuamente, uniéndolos de una manera que él nunca había creído
posible.

Para siempre.

Una parte del otro.

* *

Horas más tarde, Cassie volvió lentamente a la conciencia. La habitación estaba


oscura, la cama cálida y su compañero estaba tendido detrás de ella, abrazándola.

Y no estaban solos.

Ella abrió los ojos lentamente y los clavó en la forma brumosa de la pareja. Carson
y Angel. Los padres que no habían podido pasar a un lugar donde no había
preocupación, ni miedo, porque su feroz devoción por su hijo se negaba a permitirles
abandonar su lado.

Tanto que su madre había buscado a su compañera, la había encontrado en


peligro y había abandonado a su compañero para que velara por su hijo mientras ella
velaba por Cassie.

Su cabeza se inclinó en comprensión, conociendo los pensamientos de Cassie


como siempre, mientras su compañero los miraba con aprobación.

Verte crecer, tu fuerza, tu corazón, ha sido una alegría, Cassie, susurró a través del
vínculo que habían establecidos hacía años. No podría haber elegido una mejor
compañera para mi hijo, ni haber deseado una más verdadera. Él nació, como tú, no fue
creado. Mi compañero lo crió con amor, le enseñó en lugar de entrenarlo, y el corazón que

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posee es más feroz para que alguien a excepción de ti pueda conocerlo. Y ten la certeza de que
siempre estaremos cerca si es necesario.

Cassie le devolvió la mirada al espíritu, solo entonces se dio cuenta de que una
parte de ella había temido que Angel no estuviera allí para advertirla cuando el
peligro se acercaba demasiado.

Ambos podemos estar cerca, juntos ahora, le aseguró Carson. Háblale a nuestro hijo de
nuestro amor por él. Esa emoción resonó tan profunda y pura del espíritu masculino
que Cassie sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. Él es la mejor parte de nosotros dos.
Y ha cumplido todos los sueños que sus padres alguna vez tuvieron para él.

Ella lo haría.

—Gracias—susurró, un soplo de sonido—. Por todo.

Por su seguridad cuando niña, por la guía, pero sobre todo, por su compañero.

No necesitas agradecer, Cassie, le aseguró Angel. Construid vuestras vidas ahora,


superad las pruebas juntos, y amaos con todo lo que sois. El futuro no será fácil. Todavía hay
batallas por venir, no solo para ti y Dog, sino para todos los Castas. Permanece fiel. Sigue tus
instintos y tu corazón. Y ama siempre…

Ellos se desvanecieron lentamente, yendo a donde fueran los espíritus hasta que
sentían que los necesitaban.

—Gracias, Cassie. —Estrangulada, llena de asombro, la voz de Dog la hizo rodar


rápidamente para quedar de cara a él, para mirarlo fijamente a los ojos y al pozo de
emociones que los llenaba.

Amor, admiración, alegría y tristeza proviniendo de la comprensión de lo que se


perdió cuando el mundo le robó a sus padres.

—Gracias, pequeña halfling—susurró, sus ojos húmedos cuando su palma acunó


su mejilla—. Por tu corazón, por mis padres.

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—¿Los viste? —La sorpresa la llenó. Nadie los había visto antes.

—Los vi. Los escuché. Finalmente. Soñé con ellos juntos cuando era niño, y ahora
me has dado ese sueño. —Sus labios tocaron los de ella—. Cada sueño que he tenido,
Cassie, tú lo has hecho realidad.

Sus labios rozaron los de ella, una caricia tierna y apasionada que reafirmaba sus
palabras. El beso era una bendición, una promesa, un voto.

Era todo lo que estaban destinados a ser.

Ella era lo que era, lo que debía ser, en el corazón de su compañera, en sus brazos.

Finalmente, ya no era una Casta mestiza, sino una compañera.

La compañera de Dog.

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Lora Leigh

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Epílogo

Ahh rayos, pensó Graeme mientras leía el mensaje enviado a su tableta. Más
muestras llegarían en el transcurso de una hora, otro acoplamiento Coyote, más
preguntas. Le encantaban las preguntas. Junto con su compañera, era todo lo que le
mantenía cuerdo.

Por un tiempo pareció que los científicos Casta se enfocaban en los Casta Coyote,
creyendo que las anomalías del Calor de Acoplamiento dentro de esa especie tenían
las respuestas que estaban buscando, y que dos ex científicos rusos habían
encontrado una clave con las vacunas que habían inventado más de dos décadas
antes. Las vacunas eran interesantes, al igual que las anomalías de los Coyotes. Sin
embargo, los Casta Lobo ahora eran interesantes. Su incapacidad para concebir
incluso dentro del Calor de Acoplamiento se estaba convirtiendo en un problema
para las hembras.

Al menos, lo había sido. Los científicos estaban buscando en la dirección


equivocada, pero para estar seguro, necesitaba un acoplamiento Casta Lobo,
¿verdad? Lobo y humano. Preferentemente un macho alfa. Y no era fortuito que
conociera a semejante pareja, pensó con innata satisfacción. Un acoplamiento
largamente retrasado.

No es que este sería fácil. Solo una vez había conocido a una mujer más obstinada.
Su compañera era, por supuesto, más obstinada, pero a él le gustaba pensar que tenía
lo mejor en todas las cosas, ¿verdad? Pero esta hembra, podría competir
perfectamente por la más obstinada con su compañera.

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El sonido de la puerta abriéndose en lo alto de la escalera circular de metal lo hizo


detenerse. El aroma a ira, dolor, obstinada voluntad y decidido orgullo se mezclaban
con el del emergente Calor de Acoplamiento. Bastante parecido al aroma que flotaba
en la caverna de conexión. Tuvo que ocultar una sonrisa. Se preguntaba si esta joven
tenía la más mínima sospecha de que el decidido Casta Lobo moriría antes de
liberarla.

Asegurándose de que su expresión estaba adecuadamente llena de tristeza y


pesar, observó mientras Khileen Langer bajaba las escaleras. El largo cabello rojo
iluminado por el sol estaba recogido en una pequeña trenza, exponiendo su
preocupada expresión y las delicadas líneas de su rostro. Vestida con pantalones
vaqueros, botas y una camiseta sin mangas que él había desafiado a su propia
compañera a usar, bajó las escaleras, las turbulentas emociones que ella sentía
tocaron su estrecha veta de compasión.

—Aquí estoy—anunció en voz baja mientras daba el último paso—. No obstante,


debo apresurarme, tengo una cita en la ciudad con Cassie Sinclair. Por alguna razón,
decidió que yo debería estar en su boda. —Y ella estaba genuinamente confundida
por eso, al parecer.

Levantando la jeringa que él había colocado cerca varias horas antes, la miró
mientras ella giraba su hombro hacia él. Su perfil estaba abatido, algo demasiado
reflexivo, demasiado sombrío se reflejaba en él.

Presionando la jeringa en su hombro, inyectó el tratamiento hormonal para calmar


los efectos del Calor de Acoplamiento y dio un paso atrás.

—Esta es la última inyección, Khi—le dijo en voz baja—. Lo siento, pero tu


organismo no puede manejar mucho más.

Él era un mentiroso muy eficaz, por desgracia.

Pobre Khi. El tiempo de huir había llegado a su fin ahora.

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* *

Khileen Langer miró fijamente al Casta Bengala, segura de que no podía haberlo
escuchado correctamente. No era posible. Tenía que estar equivocado.

Graeme Parker era como el Dr. Jekyll, Mr. Hyde y el Einstein de la genética Casta
y la mierda del acoplamiento, todo en uno. Conocía su mierda de atrás hacia
adelante y de adelante hacia atrás. No era posible que no tuviera una respuesta para
esto.

—Lo siento, Khi. —Él se la quedó mirando, sombrío, la compasión reflejada en su


expresión—. Simplemente no hay forma de ir más lejos con el suero. El Calor de
Acoplamiento se está adaptando a él demasiado rápido. Si sigo jugando con tu
organismo así, podría matarte.

—Podrías matarme. —Se aferró a las palabras desesperadamente—. No estás


seguro, sin embargo.

Una mueca de disgusto tensó su rostro y él negó con la cabeza ante la objeción.

—Matarte, paralizarte, podría empeorar el Calor, podría causar sangrado interno


severo o todo lo anterior—gruñó, mostrándole una mirada irritada—. He analizado
todos los probables y esos probables dicen que otro aumento en la fuerza de las
inyecciones es altamente desaconsejable. Tendrás que enfrentar esto ahora. No hay
más dilaciones.

Ella podía sentirse temblando. Miedo, desesperación y dolor. Las emociones que
había estado conteniendo durante los últimos dos años estaban comenzando a
dispararse por ella, amenazando con escapar a toda esperanza de control. Negó con
la cabeza, mirando a Graeme de manera suplicante, segura de que tenía que estar
equivocado.

—Graeme, por favor...—susurró.

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Lora Leigh

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—Khi, esto ha ido demasiado lejos y durante demasiado tiempo—dijo con


tranquila firmeza—. Tú y Lobo necesitáis resolver esto...

—No. No. —Su mano cortó en el aire mientras la ira se deslizaba de la cuerda que
ella había mantenido sobre ésta.

Mientras hubiera esperanza, había podido mantener a raya la ira. Mientras


existiera la posibilidad de que pudiera enfrentar cada día con algún tipo de control.

—Khi, la espera te está matando y está matando a Lobo. Tienes que solucionar
esto con tu compañero—le dijo, no por primera vez.

—No. —Ella negó con la cabeza otra vez—. Tiberius regresará...

—Con su compañera—interrumpió él sus palabras, mirándola con ternura, con


pesar—. Tiberius se ha acoplado, Khi. Está regresando a la hacienda con su
compañera para ocupar su lugar como el segundo al mando de Lobo. La muerte de
tu madre ha sido confirmada, Tiberius está acoplado. Lobo no se refrenará más.

Dio un paso atrás, sintiendo como si hubiera recibido un golpe. Su aliento se


atascó y apenas contuvo un grito de incredulidad, segura de que no podía haber
escuchado al Casta correctamente. Ella no podría hacerlo, no era posible.

—A pesar de tus afirmaciones de odio hacia él, Lobo parece haberse encontrado
incapaz de decirte esto. Y te advertiré ahora, lo estás empujando demasiado lejos. Él
es tu compañero. Un Lobo Alfa que se ha contenido para darte tiempo a adaptarte a
lo que sabes es la verdad. Es hora de comenzar a adaptarse a eso. —El tono de
Graeme se endureció, sus ojos adoptaron esa extraña y aterradora mirada que
siempre fingía que no la perturbaba.

—Entonces me iré...

Una carcajada fue la respuesta a su afirmación.

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Lora Leigh

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—¿Y hacer qué, niña? Una vez que el Calor de Acoplamiento comience a quemar
en tu interior, ¿crees que puedes ocultarlo? Y quemará, Khi. Lo has retrasado hasta el
punto de que una vez que te patee, cada Casta a un kilómetro o más de distancia lo
sentirá. Si no permites el acoplamiento antes de que esto suceda, volverás loco a
Lobo. No quieres eso. —La advertencia era otra que había escuchado antes.

Ella sabía lo que él creía que sucedería, cómo el Calor se despertaría violentamente
dentro de ella una vez que la hormona con la que la estaba inyectando perdiera toda
efectividad.

—No lo quiero—espetó ella, la ira empujando más allá de su control—. Por el


amor de Dios, Graeme, fue mi padrastro.

Él gruñó al oír eso.

—Sabes que el matrimonio fue solo de conveniencia...

—Aun así estuvo casado con ella. —Ahora casi estaba temblando de furia—. No
importa si está viva, muerta o en algún maldito lugar en el medio.

Jessica Langer Reever. Ella había asegurado la muerte de su primer marido, había
intentado matar a su esposo Casta, así como a su única hija. Era pura maldad. No
tenía corazón. No tenía alma.

—No importa, Khi—suspiró pesadamente él, negando con la cabeza mientras


comenzaba a apagar las diversas máquinas que había usado para sacar sus muestras
de sangre esa noche—. Casado o no, si su esposa está muerta o viva, ese es tu
compañero. Tú lo sabes y él lo sabe. Y ha llegado el momento de enfrentarlo.

Ella no podía enfrentarlo. No podía permitir que sucediera. La mujer con la que se
había casado no era cualquier mujer, era su madre. Y no importaba lo que Graeme
creyera, lo sabía, sabía que Lobo había tenido relaciones sexuales con esa perra
confabuladora. Lo sabía desde la semana después de su decimosexto cumpleaños
cuando entró en el dormitorio de su madre y los atrapó.

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Lora Leigh

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Tragó saliva con fuerza, el odio y la repugnancia fluyeron dentro de ella con el
recuerdo. Desnudos, sus cuerpos brillando de sudor, los poderosos músculos de
Lobo contrayéndose, sus caderas moviéndose entre los muslos de Jessica Langer
mientras se enterraba dentro de ella. El recuerdo la enfurecía, quemaba como ácido
en su interior y la carcomía de una forma que no podía explicar.

Estaba luchando por respirar, por no gritar ante la injusticia de la posición en la


que se encontraba. No podía aceptarlo, no podía soportarlo. Además, no era a Lobo a
quien amaba sino a Tiberius. Tiberius que se había acoplado. Que estaba regresando
a la hacienda con la mujer que amaba. Y eso era todo culpa suya. Si no se hubiera
ido, si la hubiera amado, entonces no tendría que enfrentar el acoplamiento con un
Casta que odiaba.

—Khi, tienes que hablar con Lobo—le aconsejó Graeme entonces—. No sigas
presionándolo. No lo sigas desafiando.

—Tiene que haber una forma de detener esto. —Tenía que haberla.

Pero él solo estaba negando con la cabeza.

—He hecho todo lo que puedo hacer, realicé todas las pruebas que puedo
imaginar. No hay forma de detenerlo.

—¿Así que debería simplemente aceptarlo?—se burló ella, sintiendo un escalofrío


correr por todo su cuerpo—. ¿Debería subir corriendo las escaleras, abrir mis piernas
para ese hijo de puta y dejar que me robe mi maldita elección?

Él realmente tuvo el descaro ponerle los ojos en blanco.

—Ese temperamento tuyo te va a meter en problemas, chica—gruñó—. Y mentirte


tampoco te va a ayudar. Madura. Ya no tienes dieciséis años y Tiberius nunca fue un
buen sustituto de Lobo. Admite por qué quieres odiarlo y lidia con por qué no lo
odias.

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Lora Leigh

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Ella apretó los labios con fuerza.

Él pensaba que sabía mucho. Él y Lobo. Pensaban que sabían mucho más sobre
ella de lo que ella misma sabía.

—Vete a la mierda—gruñó, girando sobre sus talones y caminando hacia la


escalera curva que conducía desde las cavernas subterráneas donde Graeme tenía su
laboratorio de científico loco a la casa arriba.

Estaría condenada si cediera a cualquiera de ellos tan fácilmente, especialmente a


Lobo, ese Casta Lobo hijo de puta. Él le daba náuseas. La enfurecía. Se había casado
con una mujer para asegurarse de que podía establecer su manada e ignoró todo lo
demás. Había ignorado sus moretones, sus desapariciones, y había ignorado cada
mirada suplicante que le había dado para que lo detuviera. Lo ignoró por su manada.
Y ella lo ignoraría a él y a su maldito Calor ahora. Y encontraría la forma de hacerle
pagar por ello.

* *

Lobo salió de la caverna de conexión cuando la puerta que daba a la casa principal
se cerró sobre ellos con la fuerza suficiente como para resonar en las habitaciones
subterráneas.

Deslizando las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones, levantó la vista, se
quedó mirando hacia la puerta y suspiró pesadamente. Dios lo ayude. Si él pudiera
cambiar algo de esto, lo haría, por ella. Si hubiera podido asegurar un acoplamiento
entre ella y Tiberius, lo habría destruido, pero lo habría hecho. Por ella.

—Oh, deja de sentir tanta pena por ella—gruñó Graeme, el disgusto llenando su
voz—. Si tú y Tiberius dejarais de permitir que esa chica entierre su cabeza en la
arena y se oculte de la verdad, entonces todos estaríais mucho más felices.

~300~
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Lo harían, reflexionó Lobo, sin dejar de mirar las escaleras, con el olor de su
compañera en las fosas nasales, la necesidad aumentando la de él, recordándole por
qué se mantenía lo más lejos posible de ella.

—Ella es muy joven—suspiró.

Y él a veces se sentía muy viejo.

—¿Diez años?—resopló Graeme—. Continúa enterrando tu cabeza en la arena,


Lobo, y alguien va a golpearte en el culo. Incluso puedes causar a Khi más dolor del
que ella ya ha conocido. Eso me podría cabrear muchísimo.

Y, por supuesto, a él le preocupaba muchísimo cabrear a Graeme, pensó Lobo


burlonamente.

—Le mentiste—señaló al Bengala—. Varias veces.

Graeme se encogió de hombros.

—Tiberius bien puede acoplarse antes de que regrese, y en cuanto al suero


hormonal, hay algunas anomalías apareciendo en ella que quiero estudiar antes de
que reciba más. Creo que podría ser perjudicial que las inyecciones continúen.

—¿Qué tipo de anomalías? —Lobo se tensó, mirando a Graeme con recelo.

El Bengala frunció el ceño casi como confundido.

—Todavía estoy estudiándolas—masculló, su expresión se volvió extrañamente


pensativa—. Sé que el suero hormonal está reaccionando extrañamente sobre las
hormonas del Calor de Acoplamiento en su cuerpo, aunque es probable que aún no
se haya dado cuenta.

¿Y eso qué significaba exactamente?

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—¿Reaccionando extrañamente de qué manera? ¿Está bien? —Para un Casta que


nunca había conocido el miedo, lo que sentía era extrañamente similar a las
descripciones que había escuchado.

—Oh, no afectará su salud. —Graeme rechazó el pensamiento—. Las estimaciones


que he estado realizando aún no son concluyentes. Te lo haré saber tan pronto como
lo sean.

Maldito científico loco, pensó Lobo con disgusto. Algunos días, Graeme parecía
tener las respuestas a cualquier problema Casta, genético o fisiológico, que pudiera
surgir. Entonces, en insólitos días, podía ser sorprendentemente reticente.

—Graeme, ¿qué pasa? —Lobo podía sentir una sospecha que iba más allá de la
superficie ahora. Algo que el Bengala no estaba diciendo, pero debería.

—Como dije, todavía no estoy seguro—le recordó Graeme—. Sin embargo, me


aseguraré de hacértelo saber.

Lobo sintió su mandíbula tensarse, la frustración creciendo dentro de él. Como si


necesitara más frustración.

—¿Cuánto tiempo tiene ella?—preguntó entonces, mirando hacia las escaleras una
vez más—. ¿Antes de que comience el Calor?

Graeme hizo una pausa, el verde de sus ojos oscureciéndose sobre el oro mientras
sus pestañas se entrecerraban.

—De veinticuatro a setenta y dos horas—dijo y su expresión se volvió un poco


pensativa—. No más de setenta y dos definitivamente. —Él asintió finalmente.

Setenta y dos horas. No lo suficiente como para encontrar una manera de hacerle
entender cuando ella se negaba a hablar de algo más que de la hora que era con él. Ni
de cerca lo suficiente...

~302~
Lora Leigh

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Glosario Casta

Armored F-16 Dragoon: Vehículo blindado basado en el Armored Sergeants


Dragoon Blindado pero con armamento potenciado y superior.

Armored Sergeants Dragoon: Vehículo con el mismo diseño que el Dragoon Elite,
pero construido principalmente para todo terreno.

Comité de Asignaciones Casta: Grupo responsable de regular los gastos del


dinero recaudado de varias personas y gobiernos cuyo brazo político y / o militar se
encontró involucrado o financiado, a sabiendas o no, en la investigación y creación
de Castas.

Gabinete criminal Casta: Miembros Castas y humanos que actúan como una
especie de gran jurado para decidir si la Ley Casta se ha roto y si un asunto debe
remitirse al Tribunal Casta. El Gabinete Criminal Casta es parte de la Iniciativa de
Defensa Casta

Iniciativa de Defensa Casta: medida creada por Cassandra Sinclair, Kane Tyler,
Malachai Morgan y Braden Arness para la defensa de Castas o humanos acusados de
violar la Ley Casta.

Ley Casta: Mandatos de leyes firmadas por el presidente Marion y todos los
representantes elegidos por el estado y miembros del Congreso que rigen el
tratamiento, castigo, actos de discriminación, odio u otros crímenes relacionados
contra los Castas, sus comunidades, compañeros o hijos. Debido a la cantidad de
miembros electos y oficiales militares, así como de científicos respaldados por el

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Lora Leigh

Casta Mestiza
Castas 32

gobierno que participaron en la creación y crueldades infligidas a los Castas, las leyes
fueron creadas y aprobadas para permanecer intactas por la eternidad, salvo que
sean abolidas, corregidas o señaladas como no necesarias por los propios Castas.

Gabinete de Gobierno Casta: Organización que gobierna y hace cumplir los


mandatos de la Ley Casta dentro de la sociedad Casta. Compuesto por un número
igual de cada especie Casta y humanos.

Castas: Humanos genéticamente mejorados y/o alterados antes o durante la


concepción con cualquier ADN calificado como no humano.

Tribunal Casta: Grupo que supervisa las leyes que rigen la sociedad Casta. Tiene
autoridad en los crímenes contra los Castas o las comunidades de Castas por Castas,
sus compañeros o cualquier afiliado humano que firmara el acuerdo de los Mandatos
Casta que gobiernan las comunidades de Castas. Compuesto por los miembros del
Tribunal de los Casta Felina, el Tribunal de los Casta Lobo y el Tribunal de los Casta
Coyote, así como el comandante Casta elegido y el director de la Oficina Federal de
Asuntos Castas.

Comité de Supervisión de la Oficina de Asuntos Castas: Comité de varios


senadores, Castas y embajadores extranjeros elegidos para supervisar el
funcionamiento de la Oficina, las acciones de su director y las misiones oficiales en
las que los Castas participan en los países aliados.

Condición Alfa: Protección y el más alto nivel de seguridad para garantizar la


vida de los miembros de las familias gobernantes Castas. Su ubicación y protección
durante el peligro se mantienen bajo el más alto nivel de seguridad.

Castas del Consejo: Castas cuyas lealtades permanecen para con los científicos y a
esos que les respaldan.

Soldados del Consejo: Soldados Castas y humanos que siguen las órdenes dadas
de capturar o matar a aquellos que pertenecen a la sociedad Casta.

Coya: Compañera del Líder Coy.

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Líder Coy: Jefe de todas los Castas y/o manadas Coyote. La ubicación de la base es
Ciudadela, con vistas a Haven, Advent, Colorado.

Desert Dragoon: Vehículo profesional construido principalmente para su uso en


el desierto. Ruge peligrosamente a bajas velocidades.

Dragoon Elite: Vehículo que se sitúa cerca del suelo, construido para la velocidad
y agilidad en autopistas congestionadas y calles de la ciudad. Equipado con el
mínimo de armas de a bordo, dos asientos con un baúl y un área para asientos
traseros vacía para permitir el almacenamiento. Ventanas resistentes a las balas con
una película protectora que confunde telescopios u otros dispositivos utilizados para
observar a los ocupantes. Chasis resistente a explosiones y artefactos caseros y
estructura totalmente blindada.

Oficina Federal de Asuntos Castas: Supervisa las comunidades Casta, cualquier


protesta o acusación contra ellos, y todos los pagos del gobierno a los Castas en
general. El Director de la Oficina preside cualquier comité relacionado con los Castas.

Tribunales de Castas Felina, Lobo y Coyote: Órganos judiciales compuestos por


tres alfas o alfas de manada y seis miembros generalmente elegidos de la comunidad
para supervisar cualquier delito contra la comunidad o los miembros de esta.
Supervisado por el líder de la Casta de Leones, de Lobos o alguno de sus alfas de
manada.

Hembra Alfa: Casta hembra nacida naturalmente con el mismo sentido inherente
de mando y fuerza interior con los que nacen los alfas masculinos. Tal mujer puede
convertirse en Primaria. Cualquier hembra Primaria es una hembra alfa, pero una
hembra alfa no es necesariamente Primaria.

Ardor Genético: Repentino enardecimiento o despertar de la genética Casta que


alguna vez estuvo escondida después de un largo período o incluso una vida de
genética recesiva del Casta. Por lo general, ocurre entre los veintiuno y veintitrés
años después de que la genética haya permanecido latente o retraída. Los síntomas
incluyen una temperatura corporal de más de 41 grados, convulsiones, alucinaciones,

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instintos animales enardecidos como gruñidos enfurecidos o rugidos e intentos de


morder o arañar.

Consejo de Genética: Grupo de doce que supervisa el financiamiento, la


investigación y la creación de los Castas.

Ghost Team: Equipo de Castas encargado de proteger a las familias gobernantes


cuando amenaza una cantidad desmesurada de peligro. Por separado, los Castas del
Ghost Team Equipo son altamente efectivos. Juntos es el equipo más mortal de
Castas conocido.

Casta Híbrido: Casta nacido naturalmente de un acoplamiento entre un Casta y


un humano.

Ley de Auto-Condena: Ley que decreta que cualquier Casta puede, una sola vez,
aceptar el castigo y/o la muerte por cualquier acto criminal que el Casta considere
que causaría daño indebido a su compañero, hijo, padre u otro pariente asociado.

Calor de acoplamiento: Reacción química, biológica y de feromonas entre un


Casta y su compañero/a que causa excitación extrema, la incapacidad de permitir el
contacto con el sexo opuesto excepto el compañero, y en casos extremos,
incomodidad intensa durante la cúspide del Calor, de cualquier toque más allá del
compañero. Se cree que esto ocurre solo una vez para un Casta.

Nephilim: La definición más popular es la descendencia de las mujeres humanas


y los ángeles caídos. El título se le ha dado a un grupo de Castas ocultos que se
parecen tanto a sus primos animales que aparecen como animales de dos patas. A
menudo es utilizado por padres humanos para asustar a sus hijos para que se porten
bien.

Crucero para Patrulla Acuática: Embarcación utilizada en grandes lagos o cerca


de la costa por la patrulla oceánica/marítima.

Petición de Repudio: Tipo de divorcio físico que asegura que un compañero no se


vea afectado por ningún crimen que su compañero cometa después del
acoplamiento. No se permite el contacto después de un repudio.

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Petición de Reconsideración: Petición solicitada por un posible compañero Casta


para que se reconsidere un primer acoplamiento, en caso de que un compañero
muestre dos posibles compañeros Casta. Obliga al compañero en cuestión a pasar
una cantidad predeterminada de tiempo (no sexual) con el declarante de la petición
para refutar la viabilidad del primer compañero.

Petición de separación: Petición solicitada por un Casta para separarse de su


posible pareja durante un período de tiempo predeterminado, aunque no más de
dieciocho meses.

Primera: Compañera del Líder de toda la manada.

Primario: Criatura sobrenatural cuyos sentidos y/o fuerza despiertos a veces


pueden desafiar hasta las heridas fatales. La mayoría de los Castas conocen solo sus
personalidades humanas y animales. En el Primario, se conoce una tercera
designación. La única razón de existencia del Primario es proteger al Casta,
garantizar la seguridad de su compañero y/o hijos. Actualmente solo hay cuatro
Primarios conocidos.

Primer Líder: Cabeza de todas los Castas Felinos y/o manadas. La ubicación de la
base es Santuario, en Buffalo Gap, Virginia.

Fiebre Salvaje Emergente Psicótica: La más violenta y menos controlable de las


fiebres salvajes.

Puristas/Sociedades de sangre pura: Grupo que cree que los Castas deben ser
exterminados para garantizar que su genética mutada no se pueda mezclar con la de
los humanos. Ellos creen en una sociedad de sangre pura.

Castas Renegados: Castas sin vínculos oficiales con la sociedad Casta, ya sea
conocida o desconocida.

Sociedades Supremas/Supremacistas: Grupo que cree que los Castas son


animales, a pesar de su origen humano, y que deberían ser devueltos a los
laboratorios para experimentos científicos para ser utilizados solo para beneficiar a la
humanidad.

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Lo Desconocido: Navajos. Un grupo de guerreros secretos y sin nombre con


pinturas de guerra que rescatan, transportan o ayudan a Castas, humanos e híbridos
a escapar del Consejo y sus soldados. Han ayudado a las desapariciones de docenas
de niños Casta. Los rumores sugieren que Leo Vanderale respalda financieramente a
este grupo.

Fin

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