Numancia

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Numancia: aportación de los

trabajos actuales

Alfredo Jimeno Martínez


Departamento de Prehistoria
Facultad de Geografía e Historia
Universidad Complutense de Madrid
Ciudad Universitaria – 28040 Madrid
aljimen@ghis.ucm.es
Figura 1. Situación de Numancia y de la necrópolis celtibérica entre los ríos Merdancho y Duero.

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La nueva realidad de la España democrática y descentralizada conllevó el traspaso de competencias a la Junta
de Castilla y León, a partir de 1985, lo que unido a cierto despertar del turismo cultural, propició el ambiente ne-
cesario para intervenir en Numancia y aprobar un Plan Director que tiene como misión coordinar el conjunto de
actuaciones, teniendo en cuenta que la investigación es la base de conocimiento esencial, a la que se supeditan
las demás (Fig. 1).

Una de las aportaciones más significativas, en el campo de la investigación, ha sido la excavación y publicación
de la necrópolis celtibérica, buscada por los arqueólogos a lo largo del siglo XX, que ha aportado importantes datos
(ritual funerario, concepto de riqueza, dieta alimenticia, artesanado, diferencia de género y demografía) sobre
la población de la ciudad celtibérica des-
truida por Escipión. A su vez, los trabajos en
la ciudad se han centrado en la reinterpre-
tación de las estructuras arquitectónicas,
superposición de ciudades y la excavación
de una nueva manzana, que está represen-
tando un salto cualitativo para el conoci-
miento de la ciudad, como exponemos a
continuación.

El ritual funerario

Los escritores de la Antigüedad han trans-


mitido un doble ritual de enterramiento
entre los celtíberos; según Silio Itálico «dan
sepultura en el fuego a los que mueren de
enfermedad..., mas a los que pierden la vida
en la guerra... los arrojan a los buitres, que Figura 2. Los dos rituales de enterramiento: la incineración y la exposición
estiman como animales sagrados» (Fig. 2). de cadáveres.

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La necrópolis celtibérica

La localización de la necrópolis de Numancia centró la atención de los investigadores a lo largo del siglo XX. Ya
en las primeras décadas la Comisión de Excavaciones realizó un amplio programa de sondeos, unos 53, en torno
al cerro numantino (más en las zonas norte y sur) sin resultados satisfactorios (Mélida y Taracena, 1923; Mé-
lida y otros, 1924; Wattenberg, 1963:25). Se planteó incluso la posibilidad de que Escipión, al fortificar sus po-
siciones frente a Numancia, hubiera destruido la necrópolis, para conseguir un efecto moral contra los sitiados.

La necrópolis se descubrió en 1993 por trabajos realizados furtivamente, que fueron puestos en conocimiento
del Plan Director de Numancia por D. Fernando Morales. Se localiza en la ladera sur del cerro, y tiene una exten-
sión de algo más de una hectárea. Su excavación ha aportado una importante información sobre la vida de los
numantinos, ya que a través del estudio de la estructura de las tumbas, los elementos de ajuar, la composición
y organización del cementerio, así como de los análisis osteológicos y dieta alimenticia, podemos conocer nue-
vos aspectos del ritual funerario
y de la organización socio–eco-
nómica (Fig. 3).

Se han excavado 155 tumbas y


58 manchas, alejadas en cuanto
a sus dimensiones y estructuras
de aquellas. Son manchas o
fosas diferenciadas por la acu-
mulación de cenizas y carbones
vegetales, restos de un foco de
fuego y, en ocasiones, también
fragmentos de objetos de metal
y briznas de huesos quemados. Figura 3. Sondeos realizados por la Comisión de Excavaciones en busca de la necrópolis
No ha podido resolverse si se celtibérica y su localizada en 1993.

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trata realmente de “ustrina”, para la incineración de los cadáveres, aunque
sí se han podido documentar otros aspectos significativos sobre el ritual
funerario, previo a la deposición del cadáver en la tumba (Fig. 4).

Las tumbas descubiertas ofrecen una estructura funeraria muy simple;


consiste básicamente en un pequeño hoyo de dimensiones variables, en
el que se depositan directamente los restos de la cremación acompaña-
dos del ajuar (conjunto de objetos personales entre los que predominan
las armas y adornos de metal) y un pequeño vaso cerámico, que a modo
de ofrenda se depositaba en la parte superior de la tumba, una vez ce-
rrada ésta. Algunas piedras limitan y protegen, generalmente de forma
parcial, los enterramientos y ajuares, observándose ligeras acumulacio-
nes de ellas sobre las tumbas. Es frecuente la presencia de una pequeña Figura 4. Portada de la publicación de la
Necrópolis Celtibérica de Numancia.
laja de piedra hincada, dispuesta diferenciadamente entre las restantes
piedras que delimitan la tumba. Algunos de los enterramientos están se-
ñalizados con estelas de piedra bruta vi-
sibles al exterior (Fig. 5).

La ubicación de los ajuares y su distribu-


ción han permitido conocer el proceso de
construcción y uso de la necrópolis, que
por otro lado aporta un paisaje funerario
de concentración y acumulación de tum-
bas en grupos, sin dejar espacios libres
entre si, ni calles por donde deambular, lo
que plantea la dificultad de la práctica de
rituales individualizados a cada uno de
los enterrados con posterioridad al cierre Figura 5. Diferentes tipos de tumbas halladas en la necrópolis.

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de su tumba. Esto permite pensar en cierta consideración colectiva de los enterrados del mismo grupo, por lo que
la prácticas posteriores de ofrendas debían de estar destinadas al conjunto; aunque esto no armoniza bien con
la existencia de vasos, probablemente de libaciones, depositados fuera de las tumbas, a no ser que pertenecie-
ran al momento del enterramiento.

Al tratar de los contenidos de los enterramientos, no se han abordado sólo los ajuares convencionales, sino
que se ha atendido a otros contenidos como los de fauna, de gran significación y simbolismo, e, incluso, se ha
intentado controlar los rellenos de las tumbas, por si era posible localizar vegetales o restos de tejido, relacionado
con el envoltorio de la cremación, aunque el resultado haya sido negativo.

Se pueden distinguir, al menos, cuatro grupos de enterramientos: uno, con armas (espada, puñal, escudo, punta
de lanza y regatón); otro, con adornos de bronce (algunos también con báculo de distinción); un tercero, más
pobre, con canicas y agujas de coser; y un cuarto grupo sin ajuar. Las tumbas están organizadas en zonas, de-
jando espacios intermedios con menor intensidad o sin enterramientos, que se diferencian tanto por su ubica-
ción espacial como por las características de sus ajuares. El grupo que ocupa la zona central de la necrópolis es
el más antiguo (del primer momento de la ciudad, finales del siglo III o inicios del siglo II a.C.) y se caracteriza por
la presencia más generalizada de armas y objetos de hierro. Otros dos grupos más modernos (anteriores al 133
a.C.) aparecen separados y dispuestos en torno al primero, y sus ajuares contienen, mayoritariamente, ele-
mentos de adorno y objetos de prestigio de bronce (las armas se reducen a algún puñal dobleglobular con rica
decoración), mostrando un concepto de riqueza diferente, probablemente consecuencia de la incidencia pro-
gresiva de la organización urbana (Figs. 6, 7 y 8).

Se practica en esta necrópolis de forma generalizada, al igual que en otras celtibéricas, la inutilización inten-
cionada de todas las armas y objetos de metal. Esta práctica trataba de evitar la separación del difunto de sus
objetos personales, ya que existía una completa identificación entre la persona y sus objetos (las armas para el
guerrero) como exponentes visibles de su propia identidad. Los objetos eran «matados» a modo de sacrificio,
con el fin de que acompañaran para siempre a su difunto portador; también existen referencias etnográficas de
la necesidad de la muerte ritual, la destrucción íntegra del objeto o el arma, para que su espíritu pueda acompañar

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Figura 6. Ejemplo de un ajuar
con armas y otro con adornos.

Figura 7. Placas pectorales articuladas, dobladas ritualmente y desarrolladas


en dibujo, que aportan nueva información iconográfica.

Figura 8. Dos excepcionales piezas: fíbula de caballito con jinete y remate


de un “báculo de distinción” con prótomos de caballo, jinete, cabezas cor-
tadas y círculos concéntricos.

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Figura 9. Espada y puñal con vaina inutilizados ritualmente antes de ser introducidos en la tumba.

al difunto al Más Allá. Muchos de los objetos de metal recuperados, como las fíbulas y los broches de cinturón,
muestran señales evidentes de haber sido incinerados acompañados con el difunto (Fig. 9).

Los análisis morfológicos y químicos de los restos óseos quemados han proporcionado importantes datos para
el conocimiento de aspectos relacionados con el ritual, así como con la dieta alimenticia, de la que se derivan im-
plicaciones sociales, económicas y ambientales. Llama la atención la uniformidad de los restos humanos deposi-
tados en todas las tumbas, muy escasos y seleccionados –corresponden únicamente a zonas craneales y huesos
largos– y fuertemente fragmentados, que indican una selección y manipulación de los huesos que se introducen
en las tumbas. Los huesos fueron quemados a una temperatura que oscila entre 600 y 800 grados centígrados. Es
frecuente que acompañen a estos restos huesos de fauna, a veces cremados, correspondientes a zonas apendi-
culares, costillares y mandíbulas de animales jóvenes, destacando los de cordero y de potro. Esta práctica se co-
noce en otras necrópolis celtibéricas, y se ha relacionado con porciones de carne del banquete funerario destinadas
al difunto. Un porcentaje alto de tumbas (31,8%) sólo contiene restos de fauna, lo que hace pensar en enterra-
mientos simbólicos, condicionados por la dificultad de recuperar el cuerpo del difunto (Fig. 10).

Por lo que se deduce de los análisis realizados, la dieta alimenticia de los numantinos era rica en componen-
tes vegetales, con un peso importante de los frutos secos (bellotas) y pobre en proteínas animales, lo que di-
buja claramente las bases de su economía mixta. Pero además, el conocimiento de la dieta de cada individuo

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permite relacionar su mayor o
menor riqueza con las caracte-
rísticas de su ajuar y estatus, es-
tablecer diferencias entre
hombre y mujer, así como desta-
car a aquellos enterrados que se
apartan de la dieta generalizada
(Fig. 10).

Como reflexión podemos apun-


tar, cómo el estudio de los ajua-
res ha evidenciado los problemas
para el mantenimiento de dife-
rentes esquemas y atribuciones
establecidas, en relación a una
concepción social que estriba en Figura 10. Restos de fauna introducidos en las tumbas y dieta alimenticia de los ente-
rrados.
la diferenciación de hombres y
mujeres, a través de la presencia de armas o adornos en la tumbas. Este planteamiento está condicionado por
el modelo invasionista de grupos ultrapirináicos fuertemente armados y que habrían penetrado a caballo. Todo
ello ha conllevado una asociación genérica de los ajuares funerarios, presentándolos por su repetición y, en oca-
siones, por su excepcionalidad, como un estereotipo de los grupos característicos de la sociedad celtibérica,
sesgando posiblemente su composición social.

La necrópolis de Numancia aporta, sin duda alguna, otra dimensión al conocimiento del mundo numantino y
celtibérico. Tenemos una importante información sobre la vida de los numantinos, ya que a través del estudio
de la estructura de las tumbas, los elementos de ajuar, la composición y organización del cementerio, así como
de los análisis osteológicos y dieta alimenticia, nos hemos acercado a nuevos aspectos del ritual funerario y de
la organización socio–económica. La información de la necrópolis ha permitido contestar a nuevas preguntas,

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al tener un mejor conocimiento de la sociedad numantina del 133 a.C., aunque la imposibilidad de determinar gé-
nero, sexo y edad haya condicionado la respuesta a más preguntas y más profundamente.

Otras preguntas que nos planteábamos: ¿en todas las necrópolis celtibéricas se practica el mismo ritual, sin va-
riantes?, ¿no existen diferencias en el ritual a lo largo de los seis siglos de cultura celtibérica?, ¿no se acusa en
el ritual y composición de los ajuares los cambios que conlleva el desarrollo urbano?. En este sentido, ha que-
dado puesto de manifiesto como los cambios introducidos por la organización urbana pudieron incidir en la di-
ferencia que se observa en relación al concepto de riqueza en las dos fases de la necrópolis, reflejado en el
contenido y composición de los ajuares.

La necrópolis ha proporcionado una valiosa información para conocer aspectos sobre sus esquemas sociales e
ideológicos, pero, sobre todo, nos ha permitido realizar nuevas y diferentes preguntas al registro arqueológico
sobre la ordenación, estructura y contenido de las tumbas y su reflejo social; acerca de la dieta alimenticia de los
enterrados y su incidencia en la diferenciación social o de género, así como realizar cálculos demográficos para
saber ¿cuantos eran los numantinos y cuantos los enterrados?, y preguntarnos a continuación ¿quiénes son
los enterrados?, si están o no enterrados los artistas y artesanos que realizaron las armas y los objetos de
adorno depositados en las tumbas, o atender a las relaciones e intercambios que denuncia la presencia de al-
gunos objetos exóticos. Aunque, evidentemente, a todas estas preguntas no habremos sabido dar respuesta sa-
tisfactoria, creemos que el cambio cualitativo para la investigación estriba en el hecho de haber podido plantearlas
(Jimeno y otros, 2004).

Círculos de piedras y exposición de cadáveres

La incesante búsqueda de la necrópolis de Numancia, unida a la tendencia a destacar sistemáticamente su he-


roísmo, llevó a utilizar en exceso las noticias transmitidas por los escritores de la Antigüedad, y se trató de ex-
plicar la ausencia de necrópolis por la práctica sistemática del ritual de la exposición de los cadáveres numantinos
a los buitres, ya que se entendía que todos habrían muerto en combate. Esta idea se vio apoyada por la repre-

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sentación en algunas cerámicas de Numancia de guerreros caídos, que están siendo picoteados por aves rapa-
ces. Unos círculos de piedras, situados en la ladera sur de Numancia (junto a la ermita de San Antonio de Ga-
rrejo), fueron interpretados como el lugar donde se exponían los muertos (Fig. 2).

Estos círculos están realizados con grandes piedras –algunas pasan de los 50 cm. de altura– y tienen formas
circulares u ovales, por lo general, con dimensiones de 3 m. por 2’5 m., y 2’5 m. por 2’25 m.; uno de mayor ta-
maño, realizado con 32 piedras, es rectangular y mide 12 m. de largo por 6’50 m. de ancho, disponiendo de un
suelo empedrado en el que se dibuja una cruz orientada. Mélida, que llevó a cabo excavaciones en este lugar,
pudo determinar que no se trataba de enterramientos, pero el hallazgo de algunos carbones y fragmentos de ce-
rámica de color rojo por debajo de las piedras lo interpretó como restos de algún sacrificio, explicando estas
construcciones como recintos sagrados donde se realizarían sacrificios de animales por los augures, y que la
unión de los cuatro puntos cardinales indicados por la cruz comentada señalaría el lugar donde debían situarse
para realizar el sacrificio y pronosticar o augurar a la vista de las vísceras del animal. También se sugirió la po-
sibilidad de que se tratara de expositorios de enfermos para la cura por el sol, deificado por los celtíberos.

No se conoce la finalidad de estos círculos, de los que hay que destacar su poca homogeneidad, ni siquiera de
qué época son, por lo que cabe la posibilidad de que sean más recientes; ello explicaría que los restos de car-
bones y cerámicas rojas, al parecer celtibéricas, aparezcan por debajo de las piedras y no encima, como co-
rrespondería si fueran de algún sacrificio realizado en estos recintos. Por otro lado, se ha limpiado uno de estos
círculos, que parecía más intacto y ha dado suelo completamente virgen, sin ninguna huella de uso (Jimeno y
otros, 2004: 36–37).

Los trabajos realizados en la muralla–puerta norte

En esta zona se ha llevado a cabo la revisión de los trabajos realizados por González Simancas (1926), que han
permitido, posteriormente, reconstruir un tramo de la muralla con su puerta y torres defensivas. Por otro lado,
se vio la necesidad de plantear un nuevo corte estratigráfico en la muralla que se realizó a unos metros de esta
excavación antigua, separada por la carretera de acceso al yacimiento.

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Ocupación del Bronce Final

Estos trabajos pusieron al descubierto un nivel del Bronce Final, por debajo de la muralla excavada por Gonzá-
lez Simancas (1926) y que se prolonga hasta la zona del nuevo corte estratigráfico, que ha sido fechado, a tra-
vés de análisis de C–14, en 830+–50a.C. Este nivel de ocupación, dispuesto sobre el conglomerado natural, se
caracteriza por cerámicas realizadas a mano, de formas bitroncocónicas con decoración incisa, excisa y acana-
lada, así como otras de superficies grafitadas. A éstas hay que añadir otro conjunto de cerámicas, representa-
das en mayor número, como cuencos, vasos globulares, vasijas de cuello cilíndrico y ollas de perfil en “s”,
generalmente sin decoración o bien decorados con cordones digitados (Fernández Moreno, 1997: 72–82).

Junto a las cerámicas se han recogido fragmentos de barro con improntas de ramaje, relacionadas con mante-
ados de barro de cabañas realizadas con entramado vegetal. Además, se ha localizado una pequeña zanja, que
debió servir para sujetar un vallado o mampara, que delimitaría y “protegería” el pequeño asentamiento, rela-
cionado con grupos móviles que frecuentaron recurrentemente este cerro en sus estancias temporales a fines
del Bronce Final e inicio de la Edad del Hierro. Con este momento de ocupación hay que asociar también una
serie de vasos y vasijas con estas características y decoraciones, procedentes de excavaciones antiguas, para
las que no existía referencia estratigráfica (Jimeno y Chaín, 2008).

Sobre el origen de la ciudad

Los trabajos realizados en la muralla norte de la ciudad han permitido documentar la muralla antigua, cuya parte
superior aparecía quemada y caída, realizada a base de postes de madera y adobes, obteniendo una cronología,
a través del C–14, de finales del siglo III, principios del siglo II a.C., que puede corresponder al momento de fun-
dación de la ciudad celtibérica.

El corte realizado en la muralla norte y las casas del siglo I a.C.

El nivel del Bronce Final, citado anteriormente, se ha localizado también al otro lado de la carretera, sobre el

120
Figura 11. Reconstrucción de las casas del siglo I a.C., con la casa A adosada a la muralla, ya amortizada, y la zanja de una posible em-
palizada de un pobladito del Bronce Final.

manto natural, por debajo de las casas excavadas, habiendo podido documentar en esta zona la pequeña zanja
de la ocupación del Bronce Final, comentada anteriormente (Fig. 11).

Estos trabajos, además, nos han permitido conocer la muralla antigua amortizada como bancal, apoyándose
una casa en el aterrazamiento superior y disponiendo otra vivienda encajada, delante de la muralla, en el infe-
rior. Una de estas casas proporcionó la asociación en un mismo momento del siglo I a.C., de cerámica, mono-
croma, policroma y gris con círculos estampillados, confirmando la cronología avanzada propuesta por
Wattenberg (1963: 33–35).

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Superposición urbanística en el Barrio Sur

La limpieza realizamos, en su mo-


mento, en la Manzana I, situada en el
Barrio Sur, permitió documentar la exis-
tencia de dos urbanísticas superpues-
tas, con diferente orientación, que
vendrían a apoyar la lectura cartográ-
fica. Esta zona fue progresivamente
acondicionada por medio de sucesivos
aterrazamientos, de acuerdo con la to-
pografía del terreno, para asentar los
espacios habitacionales. Estos acondi-
cionamientos salvaron los desniveles
de sur (zona más baja) a norte y de
este (zona más baja) a oeste.

La urbanística más antigua se circuns-


cribe a la zona alta, más interior y es de
casas de planta rectangular, de unos 12 Figura 12. Superposición de urbanísticas en el Barrio Sur.
metros de largo por unos 6 metros de
ancho, con muros de unos 40 cm de grosor. La disposición de las casas, con orientación norte–sur, se acomoda,
por uno de sus lados estrechos, al trazado semicircular de la calle A y, por el lado estrecho sur, a la línea de la
muralla, del siglo I a.C., paralela a la calle A, separada de las casas por una calle de ronda empedrada, visible so-
lamente en el extremo oeste. A esta urbanística se superpone otra más regular, de época romana, de casas más
grandes y complejas, con orientación noroeste–sureste. Los muros de estas casas están mejor construidos y
tienen mayor anchura. Son grandes casas, dispuestas en las zonas aterrazadas superiores, con habitaciones
bien escuadradas, alternando estancias más grandes con otras más pequeñas (Fig. 12).

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La información cronológica de algunos materiales

Por otro lado, el mayor número de monedas, localizadas en Numancia, se centra entre el 133 y el 75a.C., conse-
cuencia del auge de las acuñaciones ibéricas, que conlleva un mayor número de monedas y diversidad de cecas;
pero también estos datos reflejan el pulso y auge de la ciudad y por tanto la presencia de una ocupación impor-
tante en el siglo I a.C., lo que indica una continuidad de la ocupación de Numancia con posterioridad a la des-
trucción, negando el supuesto de que Numancia no se volvió a ocupar hasta época augustea.

Esta ocupación se prolonga a lo largo del siglo I a.C., acusándose un aumento de monedas a partir del 27a.C., pro-
cedentes de cecas del entorno más próximo del valle del Ebro (Turiaso, Calagurris y Bilbilis).

La ubicación de algunos materiales de las excavaciones antiguas, hallados en las manzanas XIV y I, nos aportan
datos a tener en cuenta. En la primera los datos son poco claros y proceden de las excavaciones realizadas pre-
viamente a la construcción del monumento, realizado a expensas de D. Ramón Benito Aceña e inaugurado por
el rey Alfonso XIII. Se recogieron 13 monedas: ases, denarios republicanos, ases y denarios ibéricos, medianos
bronces autónomos e imperiales, que se pueden fechar desde la primera mitad del siglo II a.C. a Adriano.

Más claros son los datos aportados por la Manzana I, así en la habitación 35, a 3,50 m de profundidad, se cita una
moneda de Ilerda, asociada a una fíbula de pie vuelto; en la número 57, a 3,10 m de profundidad, se halló una
moneda de Celsa y un as de Arekoratas, del primer tercio del siglo I a.C., una copa de cerámica de pie corto (Wat.
725) y disco de plomo; en la habitación 73, a 3 m de profundidad, se recogió una fíbula de pie vuelto tangente al
arco, otra terminada en cabeza de animal, brazalete de bronce con espirales de extensión, as de la república, as
republicano, , fíbula de pie vuelto , husillo de barro moreno con incisiones; y a 3,75 m, 8 denarios de Bolscan (del
80 al 72 a.C.) y uno de Turiaso de fines del siglo II o inicios del I a.C. (Jimeno y Martín, 1995: 179–190).

Estas asociaciones y referencias estratigráficas apoyan la existencia de la ocupación de Numancia a lo largo del siglo
I a.C. y sitúan en este momento la ciudad celtibérica inferior hallada por debajo de la ciudad romana, sin que poda-
mos determinar con claridad los restos de la Numancia destruida en el 133 a.C., como ya apuntó Wattenberg (1963).

123
La superposición de ciudades

Las dificultades para solucionar de una manera nítida el problema estratigráfico de Numancia lo hemos ido viendo
a lo largo de estos años de trabajo en Numancia, pero se ha hecho más evidente en los últimos, ya que la ampli-
tud de la excavación de la Manzana XXIII, nos ha permitido tener una mayor información que la que posibilita un
pequeño corte. No obstante, teniendo como referencia esta documentación, podemos entender todavía mejor las
dificultades que encontró Wattenberg (1972: 66) para diferenciar los distintos horizontes de los estratos indíge-
nas, lo que le lleva a explicar por qué nunca se precisó ni se llegó a establecer su diferenciación, presentándolos
como un conjunto de estratos incendiados revueltos y relacionables con la Numancia destruida por Escipión. La
excavación que estamos realizando en la Manzana XXIII nos ha proporcionado una referencia estratigráfica muy
próxima a la que Wattenberg obtuvo en sus cortes, pudiendo asumir sus manifestaciones (Fig. 13).

Atendiendo a este problema, ya hace unos años, planteamos la posibilidad de obtener más información no tanto
a través de la visión vertical, como de la perspectiva horizontal que proporciona el estudio del plano urbanístico
de la ciudad, completado con otras observaciones en los diferentes trabajos realizados.

El análisis de la planta visible de la ciudad, a través de los planos y fotografías aéreas disponibles, tanto antiguos
como modernos, nos ha permitido diferenciar distintas alineaciones que se apartan del trazado uniforme de la ur-
banística más reciente y que creemos que son huella de trazados urbanos anteriores. Se ha podido detectar la hue-
lla de los perímetros de tres ciudades o ampliaciones, que podrían corresponder a una más antigua, a la que puso
fin Escipión, en el 133 a.C.; otra del siglo I a.C., con la que se relacionan las singulares cerámicas monocromas y
policromas de Numancia; y una tercera de época imperial romana, que llegaría hasta el siglo IV (Fig. 14).

En este sentido cabe destacar los trabajos de Koennen, ya citados anteriormente, que pudo diferenciar, en la
Manzana IV, la superposición de tres trazados urbanísticos diferentes, que fueron interpretados por Schulten
(1945: 255, fig. 13) de siguiente modo: uno inferior de casas rectangulares, en dirección este–oeste, con la
puerta situada hacia el este, que denomina celtibéricas; otra urbanística bien diferenciada, también de casas
rectangulares, pero de mayor anchura y que aparecen cruzadas sobre las anteriores, que denominó ibero–ro-

124
Figura 13. Estratigrafía de Schulten (Koenen), interpretada por Wattenberg.

Figura 14. Lectura del planta de la ciudad con la amplia-


ción de las diferentes ciudades.

125
manas y, finalmente, la urbanística más moderna, también de
casas rectangulares, con ciertas variaciones, y de estructura
más amplia y compleja, consideradas romanas (Fig. 15).

A modo de reflexión final sobre los trabajos de la ciudad, pa-


rece evidente que los niveles antiguos del cerro de La Muela, los
correspondientes al Calcolítico–Edad del Bronce y al Bronce
Final, no van a extenderse por todo el cerro, sino como hemos
podido documentar, en relación con el contexto más reciente, se
trata de pequeños asentamientos de poca estabilidad y proba-
blemente recurrentes en distintas partes del cerro.

Los primeros restos de ocupación humana en La Muela son del


Calcolítico e inicios de la Edad del Bronce. Se conocen más de
un centenar de objetos de piedra, unos tallados –láminas reto-
cadas o cuchillos– y otros pulimentados –hachas, azuelas y al-
gunos cinceles–. Con estos útiles de piedra aparecen los
primeros elementos metálicos, realizados en cobre, entre los
que destacan las puntas de jabalina, tipo Palmela, y las hojas de
puñales con una lengüeta para el ajuste de la empuñadura, que
acompañan habitualmente a los ajuares de los enterramientos
con cerámicas campaniformes. Materiales que serían del Calco-
lítico y Edad del Bronce, sin que tengamos documentación es-
tratigráfica sobre los mismos (Fernández Moreno 1997: 35–68).
Figura 15. Estratigrafía de las excavaciones de A.
Schulten en el Manzana IV, con superposición de tres
niveles de casas (1905). Plano de la Comisión de Ex- Hasta casi un milenio después no se tienen noticias de nuevas
cavaciones Arqueológicas con la superposición de
ocupaciones, momento que hay que situar en el siglo IX a.C., ya
dos ciudades (1906-1923) y visión aérea de la zona
excavada de la ciudad. que excavaciones recientes, realizadas en la muralla norte, han

126
puesto al descubierto un nivel del Bronce Final, por debajo de la muralla celtibérica, que ha sido fechado, a tra-
vés de análisis de C–14, en 830+–50 a.C., que hay que relacionarlo con grupos móviles que frecuentaron recu-
rrentemente este cerro en estancias temporales en los momentos del Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro.
Como ya apuntamos Taracena (1941: 69) consideraba para esta ocupación “hallstáttica”, demasiado antigua la
fecha de 850a.C. Con este momento de ocupación hay que asociar también una serie de vasos y vasijas con
estas características y decoraciones, procedentes de excavaciones antiguas, para las que no existía referencia
estratigráfica (Fernández Moreno, 1997: 73–82).

En contra de lo apuntado en estudios anteriores, no existen restos significativos que permitan hablar de una
ocupación continuada desde este momento hasta el inicio de la primera ciudad celtibérica. La continuidad de
poblamiento venía argumentada por un conjunto de vasos de borde entrante, conocidos de antiguo, cuya pared
exterior presenta un tratamiento diferenciado (el tercio superior del cuerpo pulido y el resto intencionadamente
rugoso), decorados en su parte más prominente con series de triángulos estampillados con punta de espátula
(imitando la cerámica excisa), digitaciones y ungulaciones e incrustación de botones de bronce, entre los que
destaca el conocido “vaso biberón”; estos materiales se atribuían a un castro “posthallastáttico” que se suponía
que habría llegado hasta el siglo III a.C, empalmando con el inicio de la ciudad celtibérica. Sin embargo, ahora se
sabe que estas cerámicas alcanzan el siglo I a.C. y conviven con las cerámicas pintadas, realizadas a torno, ha-
lladas en la ciudad celtibérica.

Para el origen de la ciudad celtibérica tenemos datos proporcionados por la excavación en la muralla de la zona
norte, cuya parte superior quemada, estaba realizada a base de postes de madera y adobes, proporcionando el
C–14 una fecha de finales del siglo III, principios del siglo II a.C.. Este marco cronológico se ve también confirmado
por la excavación de la necrópolis celtibérica que indica una utilización desde un momento avanzado del siglo
III e inicios del siglo II hasta el 133 a.C. y que ha proporcionado la posibilidad de tener un conocimiento sobre los
habitantes de la Numancia destruida por Escipión, que hasta ahora no teníamos.

Parece evidente la ocupación posterior al 133 a.C., como lo muestra la superposición de tres urbanísticas, pro-
porcionada por los trabajos de Schulten en la Manzana IV; es decir dos alineaciones diferentes por debajo de la

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urbanística romana. Esta información se ve ratificada, solo en parte, por la superposición documentada en el
Barrio Sur (Manzana I), en donde por debajo de la alineación de época romana imperial, se observa alterada otra
urbanística de casas rectangulares, similares a la considerada por Schulten como ibero–romana. También, de los
tres perímetros visibles en la planta urbanística, uno correspondería a este momento. Por otro lado, esta ocu-
pación estaría refrendada por la información aportada por lo materiales comentados más arriba, correspon-
dientes a esta etapa (Figs. 14 y 15).

Así mimo, las fechas más recientes, proporcionadas por la interpretación estratigráfica de Wattenberg para las
cerámicas numantinas, han sido afirmadas por trabajos posteriores (Romero, 1976: 177–189); así como, por el
hallazgo de cerámicas monocromas y policromas halladas en una casa del siglo I a.C., excavada en los recientes
trabajos y que se ha comentado anteriormente. Pero el esquema de Wattenberg tiene también puntos débiles:
todas las conclusiones se deducen de cortes practicados en una superficie reducida de la ciudad; ofrece una vi-
sión de la ocupación de Numancia continuista, sin interrupciones, desde la base indígena más antigua hasta la
época imperial romana; finalmente resulta evidente el dirigismo que ejercen los acontecimientos bélicos, acae-
cidos en la Celtiberia, narrados en la Fuentes, y resulta problemático que todos ellos queden reflejados tan mi-
nuciosamente en una parte reducida de la Ciudad.

La ciudad de época imperial romana ha sido la más clara a la hora de su identificación, pero no se ajusta al mo-
delo conocido de las ciudades romanas conocidas en esta zona, ya que no se ha localizado el foro y la ciudad se
organiza en torno a dos largas calles en dirección norte–sur y un número de calles en dirección este–oeste, en-
contradas escalonadamente para protegerse de las corrientes de aire.

También se ha podido documentar por el hallazgo de algunos elementos constructivos y objetos de metal un
pequeño asentamiento visigodo, ya que en la excavación de la manzana XIII (Mélida, 1918: 22) aparecieron
restos arquitectónicos: un capitel de hojas esquemáticas, imitadas de las de acanto, y una basa con ligeras mol-
duras y con parte de fuste de una pilastra; a estos restos solamente podemos añadir dos hebillas amigdaloides
y una fíbula de bronce del siglo VI. Mélida se pregunta, si estos restos no corresponderían a una primitiva ermita
edificada en la meseta, con anterioridad a la románica, dispuesta en la ladera que desciende a Garray.

128
Los trabajos previos, realizados en los campamentos y el cerco de Escipión, permiten albergar nuevas posibi-
lidades interpretativas, que irán más allá del modelo planteado por Schulten (1945), lo que se une a la revisión
de la situación de Ocilis y a la ruta planteada, por este autor, por el Jalón y Medinaceli para el acceso de las le-
giones romanas a la zona del Alto Duero (Jimeno y otros, 2000: 76; Jimeno, 2006: 276).

Los campamentos y el cerco romano

Según Apiano, tras la campaña contra los vacceos, en el 134 a.C., Escipión avanzó para invernar en la región de
Numancia. No mucho después, habiendo instalado sus dos campamentos cerca de Numancia, puso el uno a las
órdenes de su hermano Máximo, y el otro bajo su propio mando. Como los numantinos incitaran a los romanos
a entablar batalla, prefirió encerrar a los numantinos y rendirlos por hambre. Para ello, levantó 7 castillos alre-
dedor de la ciudad y ordenó rodearla con un foso y una valla. Cuando tuvo esta obra acabada, para una mejor pro-
tección, más allá de esta fosa y a poco intervalo construyó otra, guarneciéndola de estacas, y levantando un
muro de ocho pies de ancho y diez de alto, sin contar las almenas. Se levantaban torres por todas partes, a unos
treinta metros unas de otras. Y no siendo posible cercar la laguna próxima, construyó a través de ella una valla
de la misma altura y anchura, para suplir la muralla. En lugar de puentes sobre el Duero construyó dos castillos,
desde los que tendió vigas de madera, atadas con cuerdas sobre la parte ancha del río; clavadas en ellas había
muchos hierros agudos y dardos.

El texto de Apiano no deja claro si los dos campamentos iniciales formaban parte del cerco o no. No obstante, Schul-
ten, que estudió los campamentos y el cerco, entre 1906 y 1912, habla de un número total de 9 instalaciones mili-
tares. Según el investigador alemán, el cerco de asedio estaría constituido por siete campamentos levantados en
los cerros que rodean Numancia y dos castillos ribereños para el control de los ríos (Schulten, 1945:148–213).

Sus exploraciones y la interpretación de los textos de Apiano, le llevaron a localizar los dos campamentos prin-
cipales en los cerros del Castillejo y Peñaredonda, ya que, situados diametralmente opuestos, ofrecían la mejor
posición para la defensa de toda la empalizada y el mayor control visual. En el primero, situado al norte, ocu-
pado anteriormente por Marcelo y Pompeyo, se instalaría Escipión (identificó la planta del Pretorio y la casa del

129
Tribuno). En el segundo, dispuesto en el sureste, donde quedan ruinas bien definidas, se instalaría su hermano
Fabio Máximo. Añadió a éstos otras 5 instalaciones militares más, que situó en Valdevorrón (al este) con restos
informes del llamado puesto de artillería, y en los fuertes de Travesadas (al nordeste), Dehesilla y Alto Real (al
oeste) y La Rasa (al sur); así como los castillos ribereños, que ubicó en La Vega, con escasos restos, donde se
une el río Tera al Duero, y en El Molino de Garrejo, donde se une el Merdancho al Duero, con muros bien distribuidos
y conservados. Además, cita restos también en Valdelilo y Peña Judía.

Estos siete campamentos y castillos estarían unidos por un sólido muro, de 2,4 m. de ancho (Schulten entiende
que Apiano se refiere a su parte alta, pero que en su zona baja medía 4 m.) y 3 m. de alto (más 1,5 m. del apa-
rejo), de 9 km. de perímetro, con torres o fortines de madera, dispuestos a distancias irregulares, y constituidos
por dos pisos, el de abajo para catapultas y el de arriba para las señales. Este muro iba precedido de un foso
profundo y una empalizada, aprovechando los tres ríos y las zonas pantanosas para intensificar la defensa, e in-
cluso el Duero fue controlado por medio de rastrillos; la comunicación entre campamentos se establecía por se-
ñales visuales para acudir con refuerzos a aquellos lugares que lo precisaran. Schulten documentó restos de la
muralla del cerco entre el castillo ribereño del Molino y el campamento de la Dehesilla, entre Dehesilla y Alto
Real, entre el Castillejo y Valdevorrón, y entre el Merdancho y Peña Redonda; el resto la dedujo de la posición del
terreno y de la topografía.

En las últimas décadas, diferentes investigadores han llevado a cabo revisiones del material numismático y de los
restos arqueológicos hallados por Schulten, sobre todo de los materiales cerámicos (cerámica de importación y
ánforas), así como de la interpretación que hace el texto de Apiano sobre campamentos y fuertes –no contemplada
por Schulten–, elevando el número de instalaciones militares en torno a Numancia a dos campamentos, siete fuer-
tes y dos castillos ribereños (frente a los siete campamentos y dos castillos ribereños de Schulten). Esto ha dado
pie para plantear algunas interpretaciones alternativas, aunque se mantienen básicamente las líneas generales, tal
como las trazó Schulten, con los campamentos principales en Castillejo y Peña Redonda, y se asume el mismo es-
quema de circunvalación y los emplazamientos propuestos por el investigador alemán, incorporando tres nuevos
cerros o lugares, uno al sur, Cañal, otro al oeste, Peña Judía, y un tercero al este, Valdelilo (Morales 2000).

130
El problema que se plantea ahora en la investi-
gación del cerco escipiónico es que la localiza-
ción de los hallazgos, sobre todo de materiales
cerámicos, son frecuentes en el entorno de Nu-
mancia, superando el número de campamentos
y fuertes citados por Apiano; por ello la investi-
gación deberá centrarse en determinar la enti-
dad de esos hallazgos, ya que un contingente
militar de miles de legionarios moviéndose en el
entorno numantino pudieron dejar múltiples
huellas de su actividad, sin necesidad de que
todos esos restos tengan que corresponder a
campamentos o fuertes (Jimeno y otros, 2000:
86–89; Jimeno, 2004: 241–245).

Además, los trabajos de campo llevados a cabo,


en los años 2003 y 2004, han permitido deter-
minar que algunos tramos del cerco, que Schul-
ten daba como seguros, corresponden a
antiguos bancales de cultivo; así como, deter-
minar alineaciones del cerco romano que cues-
tionan el modelo propuesto por Schulten, lo que
será planteado en la memoria que se está pre-
parando sobre este tema, a la que se incorpo-
rará las actuaciones que, a través de la empresa
Areco, se están realizando actualmente en el
campamento Alto Real (Fig. 16). Figura 16. Distintas interpretaciones del vallum o cerco romano y los
cortes realizados para comprobar su existencia.

131
Arqueología y sociedad: presentación didáctica y sociedad

Finalmente, hay que destacar que el Plan Director ha propiciado la presentación para el visitante de la historia y
evolución de Numancia en 3D; así como, la ordenación, conservación, consolidación y restauración de los restos
arqueológicos; ha diseño el itinerario de visita con los correspondientes carteles explicativos, haciendo más com-
prensible el yacimiento a través de la reconstrucción de dos tramos de muralla (uno en la puerta norte, con sus
torres de defensa y otro en el lado oeste), una casa celtibérica y otra de época romana (Figs. 17 y 18); ha propi-
ciado el apoyo social, fomentado la participación de los más pequeños, a través de la Escuela Arqueológica (en co-
laboración con la Cátedra Internacional Alfonso VIII, de la Diputación de Soria) dirigida a los niños, de 9 a 12 años,
donde se les pone en contacto con la investigación arqueológica y los modos de vida celtibéricos (Fig. 19); así
como la incorporación del Ayuntamiento de Garray con la instalación de un Aula Arqueológica en las antiguas es-
cuelas sobre “El Cerco de Numancia” (Fig. 20); pero sobre todo, con la incorporación de la sociedad inmediata al
programa de difusión del patrimonio numantino, a través de la Asociación Cultural Celtibérica Tierraquemada, que
se ha convertido en una verdadero puente entre los trabajos de investigación y su difusión a la sociedad, a través
de representaciones anuales de episodios de las Guerras Numanctinas, así como impulsando días de puertas
abiertas en Numancia, de forma viva y la organización anualmente, durante diez días, el Proyecto Keltiberoi, que
se está convirtiendo en un referente internacional de grupos de reconstrucción histórica del mundo celtibero–ro-
mano (Jimeno 2000; Jimeno y otros 2000) (Figs. 21 y 22).

Estas actuaciones han contribuido a proporcionar otra visión diferente de los restos arqueológicos, a revalori-
zar la ruina haciéndola comprensible, de esta manera junto al valor simbólico de Numancia, la mejor compren-
sión del yacimiento aparece ahora valorada, al cumplir con el objetivo fundamental de la investigación
arqueológica de proporcionar a la sociedad un mayor y mejor conocimiento del pasado. Así, Numancia, integrada
en el conjunto de posibilidades de atracción y desarrollo de su zona se ha convertido en elemento de desarrollo,
ganando en valoración y aprecio social, como lo demuestra el número de visitantes (Fig. 23).

Se está trabajando ahora en la construcción de un futuro Centro de Interpretación que proporcione un espacio
digno para acoger a unos 60.000 visitantes anuales y que disponga de talleres para los más de 400 alumnos

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Figura 17. Casa de época celtibérica reconstruida en Numancia.

Figura 18. Casa de época romana reconstruida en Numancia.

de la Escuela Arqueológica; así como, la puesta en valor de los campamentos y el cerco romano para ampliar
esta dimensión histórica del patrimonio numantino, impulsando no sólo la visión celtibérica desde Numancia,
sino también la perspectiva de la Ciudad desde las instalaciones romanas (campamentos y cerco). Todo ello
conllevará el establecimiento de una figura de gestión acorde con los tiempos actuales, que permita articular la
competencia pública con la iniciativa privada, manteniendo de forma equilibrada y digna patrimonio y turismo,
para generar los fondos necesarios que reviertan en su conservación, mejora constante y renovación de cono-
cimientos, a través de la investigación.

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Figura 19. Escuela Arqueológica de Numancia: actividades de forja y siega.

Figura 20. Aula Arqueológica del “Cerco de Numancia”, en las antiguas escuelas de Garray.

Figura 21. Jornadas de puertas abiertas en Numancia por la Asociación Cultural Celtibérica “Tierraquemada” de Garray.

134
Figura 22. Talleres didácticos de la Asociación Cultural Celtibérica “Tierraquemada” de Garray en “Tarraco Viva”.

Figura 23. Numancia y desarrollo, reflejado en los establecimientos del pueblo de Garray.

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