Historia de Las Doctrinas
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INTRODUCCIÓN
¡Bienvenidos!
Seminario Bíblico Mexicano Historia de las Doctrinas
SEBIMEXT Mto. David Martínez
Objetivo General
Al finalizar el curso, el participante podrá
identificar el valor de la doctrina cristiana como
reflexiones de la fe y de la experiencia cristiana.
Conocerá las diversas situaciones históricas que
le dieron forma al dogma y estará capacitado para
exponer correctamente los dogmas centrales del
cristianismo.
SISTEMA DE EVALUACIÓN
SISTEMA DE EVALUACIÓN
Asistencia 20 puntos
Reporte de Lectura (15c/u) 30 puntos
Exposición 10 puntos
Actividades en el Aula 20 puntos
Ensayo Final 20 puntos
Total 100
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PRELIMINARES
¡¡Atención!!
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PLAN DE SESIÓN
1. Arrianismo
2. El Concilio de Nicea
3. El concilio de
Constantinopla
4. El Concilio de Éfeso
Para concluir el curso el alumno elaborará un Ensayo de aplicación. Este Ensayo debe
hacerse sobre algún tema visto en clase y aplicado desde una perspectiva pentecostal.
Puede ser un análisis, una crítica o una propuesta a nuestra doctrina pentecostal.
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CONTENIDO
I. Los padres apostólicos
Los primeros escritos cristianos que poseemos fuera delos que hoy forman el canon del
Nuevo Testamento son los de los llamados «Padres Apostólicos-.t Se llaman así porque
en una época se supuso que habían conocido a los apóstoles. En algunos casos, esta
suposición puede no haber sido del todo desacertada. En otros casos era un simple
producto dela imaginación. El nombre de «Padres Apostólicos» surgió en el siglo XVII,
cuando se aplicaba a cinco obras o grupos de obras. Pero con el correr delos años se han
añadido otros tres miembros a este grupo, de modo que hoy son ocho los escritos o
grupos de escritos que se agrupan bajo el título común de “Padres Apostólicos”.
PAPÍAS DE HIERÁPOLIS
DIVERSAS LITERATURAS
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A) LAS HEREJÍAS
Desde muy temprano la iglesia cristiana tuvo que luchar contralas tergiversaciones del
cristianismo que introducían algunas personas. En aquellos primeros siglos, llegaban a la
fe cristiana conversos de todo tipo de trasfondo religioso y cultural. Era de esperarse que
estos conversos interpretasen el cristianismo según ese trasfondo, pero algunos llevaban
esto a tal extremo que despojaban a su nueva fe de su carácter único. Así, desde muy
temprano el apóstol Pablo tuvo que luchar contra aquéllos que pensaban que el
cristianismo no debía ser más que una nueva secta dentro del judaísmo. Otros se
dedicaban a «vanas genealogías y fábulas de viejas», como las llama la Epístola a
Timoteo. Otros, en fin, pretendían tomar del cristianismo sólo aquello que más les
convenía y adaptarlo a sus antiguas creencias, al estilo de Simón el Mago, de quien nos
hablan los Hechos de los Apóstoles. De todo esto surgió una sorprendente variedad de
doctrinas que pretendían ser cristianas pero que sin embargo-atacaban u olvidaban
algunos de los aspectos fundamentales dela fe cristiana.
1. ____________________________________
El primer problema doctrinal que confrontó la primitiva iglesia cristiana fue el de sus
relaciones con el judaísmo. La lenta solución de este problema se ve ya en el libro de
Hechos de los Apóstoles, así como en las epístolas paulinas. Hubo, sin embargo,
personas que nunca aceptaron la solución que Pablo ofrecía y que a la larga siguió toda
la iglesia. Estos son los llamados cristianos judaizantes.
Estos afirmaban que para ser cristiano era necesario cumplir la ley del Antiguo
Testamento, que Pablo era un apóstata de la verdadera fe, y que Cristo no había sido hijo
de Dios desde el principio, sino que había sido adoptado como tal debido a su carácter.
Esta es la secta delos llamados «ebionitas», que parece haber perdurado por algunos
siglos.
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2. ____________________________________________
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Marción era hijo del obispo de Sinope, en la región del Ponto. Allí había conocido la fe
cristiana. Pero al mismo tiempo Marción parece haber sentido dos fuertes antipatías:
contra este mundo material, y contra el judaísmo. Por lo tanto, su doctrina combina estos
dos elementos. Hacia el año 144, Marción fue a Roma, donde logró varios seguidores.
Pero a la larga el resto de los cristianos decidió que sus enseñanzas contradecían la fe, y
Marción creó su propia iglesia, que perduró por varios siglos. Como ya hemos dicho,
Marción pensaba que este mundo era malo, y que por tanto su creador debía ser un dios,
si no malo, al menos ignorante. En lugar de inventar toda una serie de seres espirituales,
al estilo de los gnósticos, lo que Marción propuso era mucho más sencillo. Según él, el
Dios del Nuevo Testamento y Padre de Jesucristo no es el mismo Jehová del Antiguo
Testamento. Hay un Dios[Vol. 1, Page 80] supremo, que es el Padre de Jesucristo, y un
ser inferior, que es Jehová. Fue Jehová quien hizo este mundo. El propósito del Padre no
era que hubiera un mundo como éste, con todas sus imperfecciones, sino que hubiera un
mundo puramente espiritual. Pero Jehová, o bien por ignorancia o bien por maldad, hizo
este mundo, y en él colocó a la humanidad. Esto quiere decir que el Antiguo Testamento
es palabra de dios, pero no del Dios supremo, sino de ese ser inferior llamado Jehová.
Jehová es un dios celoso y arbitrario, que escoge a un pueblo por encima de los demás, y
que está constantemente llevando la cuenta de quién le desobedece para tomar
venganza. En una palabra, Jehová es un dios de justicia.
Frente a Jehová, y muy por encima de él —según Marción— está el Padre de los
cristianos. Este no es un Dios vengativo, sino que es todo amor. Este Dios no requiere
cosa alguna de nosotros, sino que nos lo da todo —inclusive la salvación—gratuitamente.
Este Dios no establece leyes, sino que nos invita a amarle. Este Dios, en fin, se ha
compadecido de nosotros, criaturas de Jehová, y ha enviado a su Hijo a salvarnos. Jesús
no nació de María, puesto que tal cosa le habría hecho súbdito de Jehová, sino que
apareció repentinamente, como un hombre maduro, en época del emperador Tiberio.
Naturalmente, al final no habrá juicio alguno, puesto que el Dios supremo es un ser
absolutamente amoroso, que nos perdonará sin más. Todo esto quería decir que Marción
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tenía que deshacerse del , que hasta entonces había sido la parte principal de las
escrituras cristianas. Si el Antiguo TestamentoAntiguo Testamento era palabra de un ser
inferior, no podía leerse en la iglesia, ni podía tampoco ser la base de la enseñanza
cristiana. Por tanto, Marción compiló una lista de libros que deberían ser, según él, las
escrituras cristianas. Estos libros eran el Evangelio de Lucas y las Epístolas de Pablo,
puesto que Marción pensaba que Pablo era el único entre los apóstoles que había
comprendido verdaderamente el mensaje de Jesús. Los demás eran demasiado judíos
para entenderlo. ¿Qué decir entonces de todas las citas del Antiguo Testamento que
aparecen en Lucas y en las epístolas paulinas? Naturalmente, tales citas no podían ser
genuinas, y por tanto Marción llegó a la conclusión de que habían sido incluidas en el
texto sagrado por judaizantes que trataban de adulterar el mensaje de Pablo y de Lucas.
Al igual que el gnosticismo —y quizás más— Marción y sus doctrinas representaron una
seria amenaza para el cristianismo del siglo segundo. También él negaba la creación, la
encarnación y la resurrección final. Pero aún más, Marción llegó a organizar su propia
iglesia, con sus obispos rivales de los de la otra iglesia, y por tanto sus enseñanzas
tendían a perpetuarse. Y la propaganda marcionita dentro del resto de la iglesia era
impresionante, sobre todo porque sus doctrinas parecían tan sencillas y lógicas.
a. __________________________________________________________
b. __________________________________________________________
c. __________________________________________________________
d. __________________________________________________________
e. __________________________________________________________
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B) LA RESPUESTA
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Antes de Marción, no existía una lista de libros del Nuevo Testamento. Para los cristianos,
las “Escrituras” eran los libros sagrados de los judíos, por lo general en la versión griega
llamada “Septuaginta”. Además, se acostumbraba leer en las iglesias alguno de los
Evangelios y cartas de los apóstoles, particularmente de Pablo. A nadie parece habérsele
ocurrido hacer una lista de los libros cristianos que deberían formar el “Nuevo
Testamento”. En consecuencia, en unas iglesias se leía un Evangelio y en [Vol. 1, Page
81] otras otro. Y lo mismo sucedía con otros libros. Pero ahora, ante el reto de Marción, la
iglesia se vio obligada a compilar una lista o grupo de libros sagrados. Tal lista no se hizo
de modo formal —no hubo una reunión o concilio para determinarla—sino que poco a
poco se fue formando un consenso dentro de la iglesia. Algunos libros que habían sido
usados por algunas iglesias locales cayeron en desuso y no se incluyeron en el Nuevo
Testamento. Otros pronto lograron acogida general. Otros, en fin, fueron discutidos por
algún tiempo antes de ser generalmente aceptados. Acerca del Antiguo Testamento,
todos, excepto los gnósticos y los marcionitas, concordaban en que debía formar parte de
las Escrituras. Naturalmente, los cristianos estaban conscientes de las dificultades
señaladas por Marción. Pero no estaban dispuestos, por el solo hecho de tales
dificultades, a deshacerse de la relación histórica entre la iglesia e Israel. La fe cristiana
no era algo nuevo en el sentido de que Dios no hubiera estado preparando el camino para
su advenimiento. El Antiguo Testamento daba testimonio de esa preparación. El Dios que
se había revelado en él era el mismo Dios, a la vez amante y justo, que Jesucristo nos
había revelado. La fe cristiana era la consumación de la esperanza de Israel, y no una
repentina aparición del cielo. En cuanto a lo que hoy llamamos el Nuevo Testamento, los
libros que primero encontraron acogida general fueron los Evangelios. Resulta interesante
para nosotros hoy notar que aquellos cristianos decidieron incluir en el Nuevo Testamento
más de un Evangelio. En fechas posteriores, algunos han tratado de ridiculizar el
cristianismo señalando que hay muchos detalles acerca de los cuales los Evangelios no
concuerdan. Pero aquellos cristianos del siglo segundo, que decidieron incluir todos estos
evangelios en el canon o lista de libros sagrados, no eran tontos. Ellos estaban
conscientes de que los diversos Evangelios eran distintos. Si no lo hubieran sabido, no
habrían tenido razón alguna para incluir más de uno. Taciano, el mismo a quien hemos
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citado en el capítulo anterior, compuso una compilación de los cuatro Evangelios, pero su
obra sólo halló acogida en la iglesia de Siria, donde fue utilizada por algún tiempo. ¿Por
qué entonces se incluyeron estos cuatro libros, cuando las diferencias entre ellos podían
prestarse a críticas y controversias? La respuesta es que la iglesia estaba enfrentándose
al reto de los gnósticos y de Marción. Los gnósticos decían que el mensajero divino había
dejado sus enseñanzas secretas en manos de algún discípulo preferido, y así circulaban
supuestos evangelios que pretendían contener esos secretos. Uno de ellos, por ejemplo,
es el Evangelio de Santo Tomás. Cada grupo gnóstico decía tener su propio evangelio, y
una tradición secreta que les unía con el Salvador. Frente a tales pretensiones, la iglesia
optó por mostrar que sus doctrinas tenían el apoyo, no de un evangelio supuestamente
escrito por tal o cual apóstol, sino de varios Evangelios. El hecho mismo de que todos
estos Evangelios diferían entre sí, pero al mismo tiempo concordaban en los elementos
fundamentales de la fe, era prueba de que las doctrinas de la iglesia no eran invención
reciente, sino que reflejaban las enseñanzas originales de Jesucristo. De igual modo,
mientras Marción pretendía que el Evangelio original era el de Lucas, al cual había que
restarle cualquier influencia judía, la iglesia respondía señalando hacia cuatro Evangelios,
escritos cada uno desde un punto de vista particular, pero opuestos todos a las
enseñanzas de Marción. Frente a las tradiciones secretas y las interpretaciones
particulares de los diversos herejes, la iglesia apeló a la tradición abierta, de todos
conocida.
2. ________________________________________________
Otro de los modos en que la iglesia respondió al reto de los gnósticos y de Marción fue la
formulación de lo que nosotros hoy llamamos el “Credo de los Apóstoles”. Aunque más
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tarde aparecieron leyendas y tradiciones en el sentido de que este credo había sido
compuesto por los apóstoles al comenzar la misión a los gentiles, el hecho es que los
orígenes del Credo no se remontan más allá de mediados del siglo segundo. Fue
probablemente en Roma que primero apareció la fórmula que, tras alguna elaboración,
vino a ser nuestro Credo. En esa época se le llamaba “símbolo de la fe”. La palabra
“símbolo” no tenía entonces el sentido que tiene para nosotros, sino que se refería más
bien a un medio de reconocimiento. Por ejemplo, si dos generales iban a separarse,
tomaban una pieza de barro, la quebraban, y cada uno de ellos llevaba consigo un
pedazo. Si mas tarde uno de los generales quería enviarle un mensaje a su colega, le
daba su pedazo de barro al mensajero, que entonces podía identificarse porque su
pedazo de barro encajaba perfectamente con el que tenía el otro general. A tales medios
de reconocimiento se daba el nombre de “símbolos”. Luego, el “símbolo de la fe” era un
medio para reconocer a aquellos cristianos que sostenían la verdadera fe, en medio de
todo el maremagno de doctrinas que pretendían ser verdaderas. Uno de los principales
usos del “símbolo” era en el bautismo, cuando se le hacían al candidato tres preguntas,
en las que encontramos, en forma interrogatoria, palabras que nos recuerdan nuestro
Credo de hoy:
Al leer estas palabras, dos cosas resultan claras. La primera es que el texto que
estamos leyendo constituye el núcleo de lo que nosotros llamamos “Credo de los
Apóstoles”. Tras añadirle algunas otras frases, aquel antiguo “símbolo de la fe” vino a ser
nuestro Credo. La otra cosa que resulta clara es que este credo ha sido formado sobre la
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base de la fórmula trinitaria que se empleaba en el bautismo. Puesto que el candidato era
bautizado “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, se procedía ahora, para
probar su ortodoxia, a hacerle una serie de preguntas acerca de su fe en el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo. Pero si estudiamos más detenidamente el contenido de este credo nos
percataremos de que sus palabras llevan el propósito de rechazar las doctrinas de los
gnósticos y, sobre todo, de Marción. En primer lugar, el Padre recibe el título de
“todopoderoso”. En el original griego esto quiere decir mucho más que “omnipotente”. El
término griego que aquí se emplea es “pantokrator”, es decir, soberano o gobernador de
todas las cosas. No hay realidad alguna que quede fuera del alcance del poder de este
Padre. No se trata, como pretenden Marción y los gnósticos, de que haya dos realidades,
una espiritual que sirve a Dios, y otra material que se le opone. Este mundo, con toda su
materialidad, es parte de la creación que Dios gobierna. Y lo mismo ha de decirse acerca
de nuestros cuerpos. Si bien sobre el Padre sólo se dice que es “todopoderoso”, acerca
del Hijo se dice mucho más. Esto se debe a que era precisamente en su cristología que
los gnósticos y Marción contrastaban más radicalmente con la doctrina de la iglesia. Lo
primero que el antiguo símbolo de la fe nos dice acerca de Cristo Jesús es que es “Hijo de
Dios”. Otras versiones antiguas dicen “su Hijo”, como nuestro Credo actual. En todo caso,
lo que se está subrayando aquí es que Jesucristo es hijo, no de otro Dios, sino del mismo
Padre todopoderoso a que se refiere la primera cláusula. El nacimiento de “María la
virgen” no está allí para subrayar el nacimiento virginal —aunque, naturalmente, tal
nacimiento se incluye— sino más bien para asegurar el hecho de que Jesús nació, y no
descendió del cielo ni apareció repentinamente como un hombre ya maduro, según
pretendían varios de los herejes.
3. ____________________________________
En última instancia, sin embargo, el debate con los herejes se centraba en la cuestión
de la autoridad de la iglesia. Esto no se debía sencillamente a que fuera necesario que
alguien decidiera quién tenía razón, sino que se debía más bien al carácter mismo de lo
que se debatía. Los herejes decían que las verdaderas enseñanzas de Jesús habían sido
pasadas a través de algún apóstol, y que ellos eran los verdaderos depositarios de esas
enseñanzas. En el caso de los gnósticos, se trataba de una supuesta tradición secreta.
Según ellos, Jesús le había enseñado “la verdadera gnosis” a tal o cual apóstol, y éste a
su vez se la había hecho llegar a los gnósticos. En el caso de Marción, se trataba de los
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A) Ireneo de Lyón
El Dios de Ireneo existe desde el principio, y creó todas las cosas de la nada.!6 El interés
de Ireneo en la creación no gira alrededor de cuestiones especulativas, sino más bien
alrededor de lo que esto implica para el mundo y para el ser humano. Tanto los gnósticos
valentinianos como Marción buscaban medios de desligar al Dios supremo de este mundo
y de este cuerpo con su materia y sus imperfecciones. Por ello los gnósticos creaban
series interminables de eones que servían para separar la divinidad suprema del error que
dio origen al mundo. Por ello también Marción establecía una distinción marcada entre el
Dios y Padre de Jesucristo y el Creador Jehová del Antiguo Testamento. Frente a esto,
lreneo afirma y reitera que el Dios de nuestra salvación es el mismo Dios de nuestra
creación.17
B) Clemente de Alejandría
su magisterio, era el centro donde se daban cita todas las diversas doctrinas que
circulaban en esa época, y era también por tanto el centro de la fiebre sincretista que
hemos mencionado en repetidas ocasiones. Acerca de esto tenemos un testimonio
interesantísimo en lo que el emperador Adriano le escribe a su cuñado el cónsul Serviano
acerca del Egipto, cuya capital era Alejandría:
Queridísimo Serviano, el Egipto que tanto me alababas me parece ser ligero, vacilante y
mariposeador entre los rumores de cada momento. Los que adoran a Serapis son
cristianos. Y los que se dan el título de obispos de Cristo son devotos de Serapis. No hay
jefe de la sinagoga de los judíos, ni samaritano, ni presbítero cristiano, que no sea
también numerólogo, adivino y saltimbanqui. [...] Son gente altamente sediciosa, vana e
injuriosa, y su ciudad es opulenta, rica, fecunda. En ella nadie está ocioso. Unos soplan
vidrio, y otros fabrican papel, y todos parecen ser tejedores [Vol. 1, Page 92] de lino o
tener algún oficio. Tienen trabajo los gotosos, los mutilados, los ciegos, y hasta los
inválidos. El único Dios de todos ellos es el dinero, a quien adoran los cristianos, los
judíos y toda clase de gente. Por el resto de la carta de Adriano, sabemos que estaba
enojado con los alejandrinos, y por ello todo lo que había visto en aquella ciudad le
parecía mal. Hasta el hecho de que todos estuvieran ocupados le daba ocasión para
criticar la vida de los alejandrinos. Pero aun descontando la mala voluntad del emperador,
esta carta nos da la impresión de una ciudad rica, con gran actividad comercial e
intelectual, en la que por tanto se mezclaban y confundían toda suerte de doctrinas. Por
otra parte, Adriano no menciona las verdaderas glorias de Alejandría. Además de su faro,
que era una de las siete maravillas de la antigüedad, Alejandría contaba con su
famosísima biblioteca y con su Museo o templo de las musas, es decir, algo así como una
universidad. Allí se daban cita los más distinguidos pensadores del momento, y por tanto
Alejandría era conocida en todo el Imperio como el centro de la vida intelectual del
Mediterráneo. Fue en esa ciudad que Clemente halló a Panteno, y formó su teología. Por
tanto, no ha de extrañarnos el que su propio pensamiento muestre notables afinidades
hacia el pensamiento filosófico de su época. Además, Clemente no fue pastor como
Ireneo, sino maestro, y maestro de intelectuales. Por tanto, lo que él busca no es tanto
exponer la fe tradicional de la iglesia, ni guiar a todo el rebaño de tal modo que evite caer
en las redes de las herejías, sino más bien ayudar a quienes buscan las verdades más
profundas, y convencer a los intelectuales paganos de que el cristianismo no es después
de todo la religión absurda que sus enemigos pretenden.[Vol. 1, Page 93] En su
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44 Este Uno Inefable se nos da a conocer en el Verbo, que les reveló a los filósofos y a
los profetas toda la verdad que supieron, y que últimamente se ha encarnado en
Jesucristo. En todo esto, Clemente sigue a Justino, y en cierta medida al filósofo judío
alejandrino Filón, a quien nos hemos referido anteriormente. Pero su énfasis en la
encarnación del Verbo hace que su teología sea cristocéntrica. Por otra parte, la
importancia de Clemente no está en lo que haya dicho sobre tal o cual doctrina, sino en el
modo en que su pensamiento es característico de todo un ambiente y tradición que se
forjaron en la ciudad de Alejandría, y que sería de gran importancia para el curso posterior
de la teología. Más adelante en este capítulo, al tratar acerca de Orígenes, veremos el
contenido de esta teología en toda su madurez, y por tanto no es necesario que nos
detengamos aquí a exponerlo. Baste decir que se trata de un tipo de teología cuya
preocupación fundamental consiste en construir puentes entre la fe cristiana y la cultura
que la rodea. Es una teología construida más para las gentes cultas que para las masas.
Arrio era un presbítero que gozaba de cierta popularidad en la iglesia de Alejandría y que
chocó con su obispo, Alejandro, sobre el modo en que debía interpretarse la divinidad de
Jesús. Según esta interpretación, el punto de partida del Arrianismo es un monoteísmo
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absoluto, de tal modo que el Hijo no puede ser una emanación del Padre, ni parte de su
substancia, ni otro ser semejante al Padre, ni parte de su substancia, ni otro ser
semejante al Padre, puesto que cualquiera de esas posibilidades negaría o bien la unidad
o bien la naturaleza inmaterial de Dios. El Hijo no puede carecer de principio, puesto que
entonces sería un «hermano» del Padre y no un Hijo.5 Por lo tanto, el Hijo sí tiene un
principio, y fue creado o hecho por el Padre de la nada. Antes de esa creación, el Hijo no
existía, y por tanto es incorrecto afirmar que Dios es eternamente Padre. Esto no quiere
decir, sin embargo, que no haya habido siempre un Verbo en Dios, es decir, una razón
inmanente; pero este Verbo o Razón de Dios es distinto del Hijo, que fue creado después.
Por lo tanto, cuando se afirma que el Hijo es la Sabiduría o Verbo de Dios, esto es cierto
sólo a base de la distinción entre el Verbo que existe siempre, como razón inmamente de
Dios, y ese otro Verbo que es «el primogénito de toda criatura». Aunque todas las cosas
fueron hechas por él, él mismo fue hecho por el Padre, y es por tanto una criatura, y no
Dios en el sentido estricto del término
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CREDO NICENO
Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles;
y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del
Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre;
mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en Jos cielos como las que están en la tierra;
quien para nosotros y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, y se hizo hombre, y sufrió, y resucitó al
tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos;
y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo (un tiempo) cuando el Hijo de Dios no existió, y que antes de ser engendrado no
existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia (hipóstasis) o esencia (usía),
o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la Iglesia cat6lica
En esa época casi todos concordaban en que en todo ser humano había, además del
cuerpo y del “alma animal” (es decir, el principio que le da vida al cuerpo), el “alma
racional”. Esta es la sede del intelecto y de la personalidad, la que piensa, recuerda y
toma decisiones. Sobre esta base, Apolinario dice que, mientras Jesús tenía un cuerpo
verdaderamente humano, movido por los impulsos que mueven a cualquier cuerpo
humano (el “alma animal”), su mente era puramente divina. En él, el Verbo ocupaba el
lugar que en los demás seres humanos tiene el alma racional. Aunque esta explicación a
primera vista parecía satisfactoria, pronto hubo quienes se percataron de sus peligros. Un
cuerpo humano con una mente y personalidad puramente divinas no es verdaderamente
un ser humano.
Al explicar su oposición a este término, Nestorio decía que en Jesucristo Dios se ha unido
a un ser humano. Puesto que Dios es una persona, y el ser humano es otra, en Cristo ha
de haber, no sólo dos naturalezas, sino también dos personas. Fue la persona y
naturaleza humana la que nació de María, y no la divina. Por tanto, la Virgen es
Christotokos (paridora de Cristo) y no theotokos (paridora de Dios). Entre estas dos
personas, la unión que existe no es una confusión, sino una conjunción, un acuerdo o una
“unión moral”. Frente a tal doctrina, fueron muchos los que reaccionaron negativamente.
Si en Jesucristo no hay más que un acuerdo o una conjunción entre Dios y el ser humano,
¿qué importancia tiene la encarnación para la salvación? Si no se puede decir que Dios
nació de María, ¿no se puede decir tampoco que Dios habitó entre nosotros? ¿No se
puede decir que Dios habló en Jesucristo? ¿No se puede decir que Dios sufrió por
nosotros? Llevada a sus conclusiones últimas, la cristología de Nestorio parecería negar
los fundamentos mismos de la fe cristiana.
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Su conversión ocurrió en Milán cuando oyó las predicaciones del obispo san Ambrosio,
que eran un modelo de perfección formal; empezó asistiendo a ellas movido por un puro
interés profesional, mas poco a poco se fue sintiendo atraído por su contenido. Después
de duros combates interiores, en 387 se hizo bautizar por Ambrosio y se retiró a su patria
africana para entregarse por entero al servicio de Dios. (Ludwing, p88.)
Agustín, que siempre quería decir cosas profundas, luchaba a brazo partido con la
expresión. A un amigo le confesaba: «Casi siempre estoy descontento de mi manera de
expresarme.» Ni Ambrosio ni Juan Crisóstomo hubieran dicho jamás semejante cosa.
Pero Agustín los supera a todos en profundidad especulativa. Muchas de sus
formulaciones fueron en lo sucesivo adoptadas por la Iglesia en sus definiciones sobre
artículos de fe. (Gonzales, p106)
El mal
El libre albedrío
Según esta doctrina, Dios dotó al primer hombre -y a los ángeles- del libre albedrío, que
en sí es un bien, pues es criatura de Dios y es además una de las perfecciones de los
seres racionales. Pero es un bien «intermedio», ya que es capaz, no solo de sostenerse
en el bien, sino también de apartarse de Dios; es decir, de inclinarse hacia el mal. Es este
libre albedrío lo que hace que el hombre sea verdaderamente tal, y por lo tanto no se ha
de pensar que el poseerlo sea en modo alguno un mal, sino un bien que puede volverse
hacia el mal.
Ahora bien, ¿qué es lo que hace que la voluntad se aparte del bien? Solo una respuesta
cabe, por muy irracional que parezca: la voluntad misma. En efecto, el carácter propio de
la voluntad es tal que hay que decir que es ella misma, y no algún agente o factor foráneo,
la que origina sus propias decisiones.
Pero, ¿cuál puede ser la causa de la voluntad anterior a la misma voluntad? O esta causa
es la misma voluntad, y entonces en ella tenemos la raíz que buscamos, o no es la
voluntad, y en este caso la voluntad no peca. Así, pues, o la voluntad es la primera causa
del pecado o la causa primera del pecado está sin pecado; porque no se puede imputar
con razón el pecado sino al que peca, y no sé yo a quién se le va a imputar con razón
sino al que voluntariamente peca, y por eso no me explico por qué tú te empeñas en
buscar esta causa fuera de la voluntad.
Antes de la caída, Adán gozaba de una serie de dones entre los que se contaba el libre
albedrío que hemos descrito, y que le daba tanto el poder no pecar (posse non peccare)
como el poder pecar (posse peccare). Adán no tenía el don absoluto de la perseverancia,
es decir, el no poder pecar (non posse peccare), pero sí tenía el don de perseverar en el
bien, es decir, el poder no pecar. Empero la caída cambió este estado de cosas. El
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pecado de Adán consistió en su soberbia e incredulidad, que le llevaron a hacer mal uso
del buen árbol que Dios había plantado en el centro del huerto. El resultado de ese
pecado fue que Adán perdió la posibilidad de vivir para siempre, además de su ciencia y,
sobre todo, perdió su libertad para no pecar. Tras la caída, Adán continuó siendo libre;
pero, puesto que había perdido el don de la gracia que le permitía no pecar, solo era libre
para pecar.
El resultado de este pecado original, que nos envuelve a todos de tal modo que somos la
«masa de perdición», es que estamos sujetos a la muerte, la ignorancia y la
concupiscencia. Esta última no ha identificarse con los apetitos sexuales, aunque éstos,
en su forma actual, constituyen el ejemplo más claro del señorío de la concupiscencia
sobre el hombre caído. La concupiscencia es el poder que nos aparta de la contemplación
del bien supremo y nos lleva a la contemplación de realidades inferiores y transitorias. El
acto sexual lleva el sello de la concupiscencia porque el hombre caído es incapaz de
realizarlo sin apartar su mirada del Creador para contemplar a la criatura. En el sentido
estricto, la concupiscencia no es pecado, aunque puede llamársele tal porque procede del
pecado original y es el origen de todo pecado actual. En consecuencia de todo esto, el
hombre natural es libre solo en cuanto tiene libertad para pecar. «Siempre, por tanto,
gozamos de libre voluntad; pero no siempre ésta es buena». Esto no quiere decir en
modo alguno que la libertad se vuelva un concepto vacío y sin sentido. El humano natural,
por el contrario, tiene verdadera libertad para escoger entre varias alternativas. Solo que,
dada su condición de pecador, miembro de esta «masa de perdición» y sujeto a
concupiscencia, todas las alternativas que realmente se le presentan son pecado. La
alternativa de no pecar no se le presenta. Por tanto, es justo decir que tiene libertad para
pecar (posse peccare) pero que no tiene libertad para no pecar.
La gracia y la predestinación
permite pecar. Luego, para que podamos dar el paso que nos lleva de este estado al de la
salvación es necesario que la gracia actúe en nosotros. Solo con esa gracia es posible la
conversión. Sin ella, el humano no puede ni quiere acercarse a Dios. Aun más, ella es
también la que, después de la conversión, continúa capacitando al cristiano para hacer
buenas obras.
La salvación, desde el principio hasta el fin, es obra de la gracia; aunque sin que esto
implique en modo alguno que se destruya o se viole la voluntad humana, que es movida
por la gracia para desear el bien.
Una de las cuestiones que se debatían entre los filósofos de la Facultad de Artes de París
era la de la relación entre la fe y la razón, o entre la teología y la filosofía. Mientras los
“averroístas” decían que la razón era completamente independiente de la fe, los teólogos
tradicionales decían que la razón no podía proceder a la investigación filosófica sin el
auxilio de la fe.
En cuanto a la relación entre la fe y la razón, Tomás sigue la pauta trazada por Alberto,
pero define su posición más claramente. Según él, hay verdades que están al alcance de
la razón, y otras que la sobrepasan. La filosofía se ocupa sólo de las primeras. Pero la
teología no se ocupa sólo de las últimas.
La existencia de Dios
Tomás ofrece cinco «vías» o pruebas de la existencia de Dios. Cada una de ellas parte de
la realidad que conocemos por los sentidos, y a partir de ella prueba la existencia de Dios.
La primera vía parte del movimiento (ex parte motus). En el mundo hay cosas que se
mueven, es decir, que pasan de la potencia al acto. Pero como nada puede pasar de la
potencia al acto por sí mismo, sino que requiere otro ser que esté en acto, debe haber en
primer ser que sea el origen primario del movimiento, y que él mismo no sea movido por
otro. Tal ser, primer motor inmóvil o acto puro, es Dios.
La segunda vía es la de la causalidad (ex ratione causae ejfidentis). Todas las cosas de
este mundo tienen sus causas, y unas son causas de las otras, pero ninguna es causa de
sí misma, lo cual sería absurdo. En este orden de las causas, tiene que haber una
primera, pues de no existir ella no existirían las demás. Esa primera causa es Dios.
serie de otros seres, siempre tiene que haber un ser que sea el primero de esa serie, y
ése es Dios.
La cuarta vía parte de los grados de perfección que hay en los seres (ex gradibus). Si
unos seres son mejores que otros, esto se debe a su proximidad al grado máximo de
bondad. Por tanto, ha de existir algo que posea la perfección en su máximo grado, y que
sea la causa de los diversos grados de perfección en los seres. Ese ser de máxima
perfección es Dios.
La quinta vía parte del orden del universo (ex gubernatione rerum), y es el tradicional
argumento teleológico. Las cosas del universo, aun las carentes de razón, se mueven
hacia un fin que les es propio, lo cual no podrían hacer llevadas por sí mismas, ni
tampoco por la casualidad. Lo que las dirige hacia su fin es Dios.
La Naturaleza Humana
Santo Tomás afirma que el alma carece de materia propia.82 El alma es forma del
cuerpo, que es su materia, y es por tanto el ser humano, y no el alma, quien es un
compuesto de materia y forma83 -composición ésta que, como hemos dicho
anteriormente, es el principio de individuación de los seres creados. En cada cuerpo, el
alma es distinta, a pesar de la opinión contraria de algunos supuestos intérpretes de
Aristóteles.
Estas facultades o potencias del alma son de cinco géneros diversos, como bien dijo
Aristóteles: vegetativas, sensitivas, apetitivas, motrices e intelectivas.87 A estas últimas
pertenecen la voluntad y el entendimiento, lo cual nos lleva a la cuestión del modo en que
el intelecto alcanza el conocimiento.
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Cristología
Lo más notable de la cristología de Tomás es la influencia que sobre ella ejerce Cirilo de
Alejandría, autor casi completamente desconocido para la mayoría de los teólogos
occidentales del medioevo. Debido en parte a sus lecturas de Cirilo, Tomás interpreta la
unión de las dos naturalezas en Cristo en términos de la unión anhipostática.
Para él, la persona o hipóstasis tiene su propia subsistencia, y es por tanto en la persona
del Verbo que subsiste la naturaleza humana del Salvador. En virtud de esta unión, y
puesto que «sólo a la hipóstasis son atribuidas las operaciones y las propiedades de la
naturaleza», es que se da la communicatio idiomatum, que nos permite predicar del Verbo
lo que le pertenece a la naturaleza humana -«haber nacido de una virgen, haber
padecido, etc».
Otro aspecto de la cristología de Santo Tomás que luego fue muy discutido es su
respuesta a la cuestión de «si Dios se hubiera encarnado aunque el hombre no hubiese
pecado». Sin atreverse a negar categóricamente la opinión contraria, Tomás afirma que le
parece más razonable decir que si el ser humano no hubiese pecado Dios no se hubiera
encarnado, aunque hay que reconocer que Dios es omnipotente y podría encarnarse aun
sin existir el pecado.
Busca en internet una figura que describa las diferentes ramas del
cristianismo. Puede ser un árbol o un diagrama. Al encontrar la que más
te gusta imprímela y pégala en esta sección.
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Lutero es sin lugar a dudas el más importante teólogo cristiano del siglo XVI. Es, como
Agustín, uno de esos pensadores cuya teología se haya tan indisolublemente unida a su
vida que es imposible comprender la una aparte de la otra.
Dios le parecía ser un juez severo, como antes lo habían sido sus padres y sus maestros,
que en el juicio le pediria cuenta de todas sus acciones, y lo hallaría falto. Era necesario
acudir a todos los recursos de la iglesia para estar a salvo.
Empero esos recursos tampoco eran suficientes para un espíritu profundamente religioso,
sincero y apasionado como el de Lutero. Se suponía que las buenas obras y la confesión
fueran la respuesta a la necesidad que el joven monje tenía de justificarse ante Dios. Pero
ni lo uno ni lo otro bastaba. Lutero tenía un sentimiento muy hondo de su propia
pecaminosidad, y mientras más trataba de sobreponerse a ella más se percataba de que
el pecado era mucho más poderoso que él.
El pecado era algo mucho más profundo que las meras acciones o pensamientos
conscientes. ra todo un estado de vida, y Lutero no encontraba modo alguno de
confesarlo y de ser perdonado mediante el sacramento de la penitencia.
Su consejero espiritual le recomendó que leyera las obras de los místicos. Como dijimos,
hacia fines de la Edad Media hubo una fuerte ola de misticismo, impulsada precisamente
por el sentimiento que muchos tenían de que la iglesia, debido a su corrupción, no era el
mejor medio de acercarse a Dios. Lutero siguió entonces este camino, aunque no porque
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El misticismo lo cautivó por algún tiempo, como antes lo había hecho la vida monástica.
Quizá allí encontraría el camino de salvación. Pero pronto este camino resultó ser otro
callejón sin salida. Los místicos decían que bastaba con amar a Dios, puesto que todo lo
demás era consecuencia de ese amor. Esto le pareció a Lutero una palabra de liberación,
pues no era entonces necesario llevar la cuenta de todos sus pecados, como hasta
entonces había tratado de hacer. Empero no tardó en percatarse de que amar a Dios no
era tan fácil. Si Dios era como sus padres y sus maestros, que lo habían golpeado hasta
sacarle la sangre, ¿cómo podía él amarle? A la postre, Lutero llegó a confesar que no
amaba a Dios, sino que lo odiaba.
No había salida posible. Para ser salvo era necesario confesar los pecados, y Lutero
había descubierto que, por mucho que se esforzara, su pecado iba mucho más allá que
su confesión. Si, como decían los místicos, bastaba con amar a Dios, esto no era de gran
ayuda, pues Lutero tenía que reconocer que le era imposible amar al Dios justiciero que le
pedía cuentas de todas sus acciones.
Aunque muchas veces se ha dicho entre protestantes que Lutero no conocía la Biblia, y
que fue en el momento de su conversión, o poco antes, cuando empezó a estudiarla, esto
no es cierto. Como monje, que tenía que recitar las horas canónicas de oración, Lutero se
sabía el Salterio de memoria. Además, en 1512 obtuvo su doctorado en teología, y para
ello tenía que haber estudiado las Escrituras. Lo que sí es cierto es que cuando se vio
obligado a preparar conferencias sobre la Biblia, nuestro monje comenzó a ver en ella una
posible respuesta a sus angustias espirituales. A mediados de 1513 empezó a dar clases
sobre los Salmos. Debido a los años que había pasado recitando el Salterio, siempre
dentro del contexto del año litúrgico, que se centra en los principales acontecimientos de
la vida de Cristo, Lutero interpretaba los Salmos cristológicamente. En ellos es Cristo
quien habla. Y allí vio a Cristo pasando por angustias semejantes a las que él pasaba.
Esto fue el principio de su gran descubrimiento. Pero si todo hubiera quedado en esto,
Lutero habría llegado sencillamente a la piedad popular tan común, que piensa que Dios
el Padre exige justicia, y es el Hijo quien nos perdona. Precisamente por sus propios
estudios teológicos, Lutero sabía que tal idea era falsa, y no estaba dispuesto a aceptarla.
Pero en todo caso, en las angustias de Jesucristo empezó a hallar consuelo para las
suyas.
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Cuando por fin decidió que había llegado el momento de lanzar su gran reto, compuso
noventa y siete tesis, que debían servir de base para un debate académico. En ellas,
Lutero atacaba varios de los principios fundamentales de la teología escolástica, y por
tanto esperaba que la publicación de esas tesis, y el debate consiguiente, serían una
oportunidad de darle a conocer su descubrimiento al resto de la iglesia. Pero, para su
sorpresa, llegó la fecha del debate, y solamente se le prestó atención en los círculos
académicos de la universidad. Al parecer, el descubrimiento de que el evangelio debía
entenderse de otro modo al que corrientemente se predicaba, que le parecía tan
importante a Lutero, tenía sin cuidado al resto del mundo.
Pero entonces sucedió lo inesperado. Cuando Lutero produjo otras tesis, sin creer en
modo alguno que tendrían más impacto que las anteriores, se creó un revuelo tal que a la
larga toda Europa se vio envuelta en sus consecuencias. Lo que había sucedido era que,
al atacar la venta de las indulgencias, creyendo que no se trataba más que de la
consecuencia natural de lo que se había discutido en el debate anterior, Lutero se había
atrevido, aun sin saberlo, a oponerse al lucro y los designios de varios personajes mucho
más poderosos que él.
A la postre, tras largas idas y venidas, se resolvió que Lutero comparecería ante la dieta
del Imperio, reunida en Worms en 1521.
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Cuando Lutero llegó a Worms, fue llevado ante el Emperador y varios de los principales
personajes del Imperio. Quien estaba a cargo de interrogarlo le presentó un montón de
libros, y le preguntó si él los había escrito. Tras examinarlos, Lutero contestó que los
había escrito todos, y varios otros que no estaban allí. Entonces su interlocutor le
preguntó si continuaba sosteniendo todo lo que había dicho en ellos, o si estaba dispuesto
a retractarse de algo. Este era un momento difícil para Lutero, no tanto porque temiera al
poder imperial, sino porque temía sobremanera a Dios. Atreverse a oponerse a toda la
iglesia y al Emperador, quien había sido ordenado por Dios, era un paso temerario. Una
vez más el monje tembló ante la majestad divina, y pidió un día para considerar su
respuesta.
Al día siguiente se había corrido la voz de que Lutero comparecería ante la dieta, y la
concurrencia era grande.
Dios me ayude. Amén". Al quemar la bula papal, Lutero había roto definitivamente con
Roma. Ahora, en Worms, rompía con el Imperio. No le faltaban por tanto razones para
clamar: “Dios me ayude”.
La Palabra de Dios
“Lo mismo puede decirse acerca de Dios. También Dios, en su majestad y naturaleza,
tiene dentro de sí una Palabra o conversación en la que se envuelve consigo mismo en su
divina esencia y en la que se reflejan los pensamientos de su corazón. Esta Palabra es
tan completa y excelente y perfecta como Dios mismo. Nadie sino Dios ve, escucha o
comprende esta conversación. Es una conversación invisible e incomprensible. Su
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Palabra existía antes que todos los ángeles y las criaturas, puesto que no fue sino
después que Dios llamó a todas las criaturas a la existencia mediante esta Palabra y
conversación.”
Pero Dios ha hablado; su Palabra ha sido pronunciada. Este es el poder que ha creado
todas las cosas de la nada, ya que la Palabra de Dios no es sólo un acto de revelación,
sino es también la acción y el poder de Dios mismo. Comentando acerca de Génesis 1:3,
«Dios dijo: Sea la luz», Lutero dice:
... no cabe duda de que esta expresión es notable y desconocida a los escritores de otras
lenguas, puesto que aquí al hablar Dios hace algo de la nada. Y por lo tanto aquí por
primera vez Moisés menciona el medio e instrumento que Dios utiliza para llevar a cabo
su obra, es decir, la Palabra.
“Aquí Pablo se coloca a sí mismo, a un ángel del cielo, a maestros sobre la tierra, ya
cualquiera otra persona, por debajo de las Sagradas Escrituras. Esta reina debe gobernar,
y todos deben obedecerla y estar sujetos a ella. El Papa, Lutero, Agustín, Pablo, un ángel
del cielo -todos estos no han de ser señores, jueces o árbitros, sino sólo testigos,
discípulos y confesores de la Escritura.”
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La cuestión de la claridad de las Escrituras, y de la libertad que cada cual tiene para
interpretarlas, se volvió crucial cuando algunos de los «entusiastas», tomando literalmente
los mandamientos del Antiguo Testamento, comenzaron a subvertir el orden social. Lutero
afirma claramente que la ley de Moisés, cuyo propósito era servir como ley civil para los
judíos, no tiene autoridad final sobre los cristianos.
La ley y el evangelio
La ley es el «no» divino, pronunciado sobre nosotros y sobre toda empresa humana.
Aunque su origen es divino, puede ser utilizada tanto por Dios, para llevarnos al
evangelio, como por el diablo, para llevarnos a la desesperación y a odiar a Dios. Esto es
cierto no sólo del Antiguo Testamento, sino también del Nuevo, y aun de las mismas
palabras de Cristo, puesto que si uno no recibe el evangelio las palabras de Cristo no son
más que reclamos todavía más estrictos sobre la conciencia ya suficientemente afligida.
Por sí misma, la ley deja al ser humano en la desesperación, y por tanto le hace juguete
del diablo. Pero la ley es también el medio que Dios utiliza para llevarnos a Cristo, porque
cuando uno oye el «no» de Dios pronunciado sobre sí mismo y sobre todos sus esfuerzos
está listo a oír el «sí» del amor de Dios, que es el evangelio. El evangelio no es una nueva
ley, que sencillamente aclara lo que Dios requiere. No es un nuevo modo mediante el cual
podamos aplacar la ira de Dios; es el «sí» inmerecido que en Cristo Dios ha pronunciado
sobre el pecador. El evangelio nos libra de la ley, no porque nos permita cumplir la ley,
sino porque declara que ya ha sido cumplida para nosotros. «El evangelio no proclama
otra cosa que la salvación por la gracia, dada sin ningunas obras o méritos de clase
alguna». Y sin embargo, aun dentro del evangelio y después de haber escuchado y
aceptado la Palabra de la gracia de Dios, la ley no queda completamente abandonada. El
creyente, a pesar de ser justificado, sigue siendo pecador, y la Palabra de Dios todavía
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continúa mostrándole esa condición. La diferencia está en que ahora no necesita caer en
la desesperación, porque sabe que, a pesar de toda su maldad, Dios le acepta. Puede
entonces verdaderamente arrepentirse de su pecado, sin tratar de cubrirlo, ya sea
negándolo, o confiando en su propia naturaleza.
La Iglesia
En sus escritos se refiere a la «madre iglesia», y afirma que «ella es verdaderamente una
madre, y la esposa de Cristo. A través del evangelio ella engalana el hogar de Cristo con
muchos hijos»?9 Lutero se muestra agradecido de que «por la gracia de Dios aquí en
Wittemberg hemos llegado a tener la forma de una iglesia cristiana».80 Al dedicar la
iglesia en Torgau, dijo que «con mucha sabiduría Dios ha arreglado y determinado las
cosas, e instituido el santo sacramento para ser administrado a la congregación en un
lugar donde podamos reunimos, orar y darle gracias a Dios».81 Y «cuando hemos oído la
palabra de Dios también elevamos a Dios nuestro incienso común y unido, es decir, que
le invocamos y oramos juntos». 82 A un más, Lutero insiste, como 10 había hecho
Cipriano siglos antes, en que no hay salvación fuera de la iglesia.83 Hay quienes llegan a
afirmar que Lutero descubrió nuevas profundidades en la afirmación tradicional de la
«comunión de los santos».84
decir era sencillamente que cada cristiano es su propio sacerdote. Esto es cierto,90 pero
lo que es más importante es que cada cristiano es sacerdote para los demás, «porque
como sacerdotes somos dignos de presentamos ante Dios para orar por los demás y de
enseñamos los unos a los otros cosas divinas».91 Este sacerdocio común de todos en
bien de todos une a la iglesia, porque ningún cristiano puede pretender serlo sin aceptar
el honor y la responsabilidad del sacerdocio.
Por otra parte, Lutero no quería dejar la puerta abierta para todos aquéllos ~ue «se
certifican a sí mismos y predican lo que mejor les parece».9 La proclamación pública del
evangelio es una responsabilidad sobrecogedora,94 y no ha de ser confiada a cualquier
persona. De entre los que constituyen el sacerdocio universal, Dios llama algunos para
este ministerio particular. Tal llamamiento ha de ser atestiguado por la comunidad, puesto
que «hoy, Dios nos llama a todos al ministerio de la Palabra por un llamamiento mediato,
es decir, que nos llega a través de medios humanos».95 Esto quiere decir normalmente
un llamamiento a través de un príncipe, magistrado o congregación. Los «sectarios», que
pretenden haber sido llamados a predicar sus doctrinas de lugar en lugar, y que tal
llamamiento les ha venido directamente del espíritu, son «mentirosos e impostores».
Los sacramentos
Para que una acción sea un verdadero sacramento, ha de ser instituida por Cristo, y debe
estar unida a la promesa del evangelio. Por lo tanto, en el sentido estricto hay solamente
dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía.
bautismo. Lo que sucede es más bien que en el bautismo, como en la fe, la iniciativa es
siempre de Dios, quien otorga la fe.
“Es cierto que la fe debe añadírsele al bautismo. Pero no hemos de basar el bautismo
sobre la fe. Hay una enorme diferencia entre tener fe y confiar en la propia fe de tal modo
que el bautismo dependa de ella. Quien va a ser bautizado fundándose en su propia fe,
no sólo se halla confuso sino que es también un idólatra que niega a Cristo, ya que confía
y construye sobre su propia fe.”
La eucaristía, los opositores de Lutero afirmaban que la presencia de Cristo en la cena del
Señor era «simbólica» o «espiritual» más bien que corpórea, y que la comunión era en
esencia un acto en que se hacía memoria de la pasión del Señor.
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Providencia y predestinación
Ante la creación divina, con sus aparentes contradicciones, no podemos hacer más que
aceptarla y creer que Dios ha hecho todas estas cosas a base de un plan que su infinita
sabiduría no quiere revelamos. Luego, la doctrina de la providencia tal y como aparece
aquí no es la mera afirmación de que podemos confiar en Dios para nuestro sostén y
bienestar, sino también la aseveración de que la relación entre Dios y el mundo es tal que
todo cuanto ocurre tiene lugar por la voluntad de Dios.
Al hacer al ser humano y a los ángeles, Dios sabía que alguno de entre ellos caerían. No
sólo lo sabía, sino que también ordenó que así fuese. Su propósito al hacer esto fue que
tanto los humanos como los ángeles pudiesen comprender mejor la naturaleza de la
rectitud en contraste con la maldad. La caída de Satanás y Adán no tuvo lugar contra la
voluntad de Dios. «Dios hizo ambas cosas -sin embargo Dios en sí mismo no es injusto, ni
es tampoco lo que hizo injusticia o maldad en lo que a Dios se refiere, ya que Dios no está
bajo la ley».19 Aun más, esto no debería llevamos a la conclusión de que Dios sea
malvado, o que no ame a sus criaturas, ya que fue precisamente por razón de amor que
Dios hizo estas cosas, para que tanto los humanos como los ángeles pudieran conocer la
verdadera naturaleza de la fidelidad y de la rectitud.
En los elegidos, Dios produce buenas obras, y por lo tanto tales obras son necesarias
para la salvación, no en el sentido de que la produzcan, sino en el sentido de que la
elección es también elección para realizar buenas obras.21 Por otra parte, lo contrario
resulta ser cierto de los réprobos, en quienes Dios obra el mal, y sin embargo ese mal se
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les imputa a ellos, quienes están bajo la ley, y no a Dios, quien se encuentra por encima
de ella.
Los sacramentos
Contra los católicos, afirma que el sentido original del término «sacramentum» es un acto
de iniciación o una promesa, y niega así que los sacramentos «tengan algún poder para
liberar la conciencia».40 Frente a Lutero -a quien no menciona por nombre- Zwinglio dice
que los sacramentos no son señales externas de tal modo que al ser celebrados ocurra
un acontecimiento interno, «puesto que de ser así la libertad del espíritu ... quedaría
atada».41 Por último, frente a los anabaptistas, Zwinglio señala que, si los sacramentos
no son más que señales de algo que haya sucedido, resultan inútiles. Contra todas estas
posiciones Zwinglio propone otra interpretación que coloca a la comunidad de los
creyentes en el centro de la doctrina de los sacramentos:
“Los sacramentos son entonces señales o ceremonias ... mediante los cuales uno
muestra a la iglesia que o bien pretende ser, o bien es ya, soldado de Cristo, y que por
tanto le informan a la iglesia más bien que a uno mismo de su fe. Porque si tu fe no es tan
perfecta que no necesite una ceremonia como señal para confirmarla, no es fe.
Estos sacramentos son dos: el bautismo, que es la iniciación de los cristianos, y la cena
del Señor, que muestra que los cristianos recuerdan la pasión y victoria de Cristo, y que
son miembros de su iglesia.
Las razones por las que Zwinglio se sintió obligado a negar la presencia corpórea de
Cristo en la eucaristía eran dos. La primera era su modo de entender la relación entre lo
material y lo espiritual; la segunda era su doctrina de la encamación. Puesto que en
ambos puntos Zwinglio difería de Lutero, este último tenía razón al decir: «no somos del
mismo espíritu».
La primera razón para negar la presencia corpórea de Cristo en la eucaristía puede verse
cuando Zwinglio dice que «en el asunto de alcanzar la salvación no le concedo poder
alguno a ningún elemento de este mundo, es decir, a las cosas que se perciben por los
sentidos».48 «Porque el cuerpo y el espíritu son dos cosas tan esencialmente diferentes
que cualquiera de ellos no puede en modo alguno ser el otro».49 Luego, el rechazo de la
presencia corpórea de Cristo en la eucaristía por parte de Zwinglio se debe, en parte al
menos, a su opinión de que el sacramento, a fin de ser espiritualmente beneficioso, ha de
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La segunda razón por la que Zwinglio rechaza las opiniones de Lutero y del catolicismo
romano es su doctrina de la encamación. Zwinglio no puede aceptar la idea de que la
encamación sea tal que mediante la communicatio idiomatum la naturaleza humana haya
recibido el don de la ubicuidad. Si Cristo ascendió al cielo, y está sentado a la diestra del
Padre, su cuerpo no puede estar en otro lugar.
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La redención y la justificación
Calvino dice que, “podemos obtener una definición perfecta de la fe, si decimos que es un
conocimiento firme y cierto de la voluntad de Dios respecto a nosotros, fundado sobre la
verdad de la promesa gratuita hecha en Jesucristo, revelada a nuestro entendimiento y
sellada en nuestro corazón por el Espíritu Santo».93 Esto quiere decir que la fe tiene un
elemento cognitivo. N o es sencillamente una actitud de confianza. Pero tampoco es algo
que la mente descubra por sus medios naturales. Es don de Dios; no logro humano. No
todo lo que se llama fe, sin embargo, verdaderamente merece ese nombre. La fe tiene un
contenido definido. Es fe en Cristo. Cualquier otro uso del término «fe» es inexacto y
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puede llevar a graves errores. Así, por ejemplo, la idea de una «fe implícita», que
proponen los católicos, usa el término incorrectamente puesto que el objeto de tal fe es la
iglesia y no Jesucristo.94 Hay ciertamente un sentido en el cual nuestra fe siempre será
imperfecta mientras vivamos sobre la tierra; pero su perfección no está en el magisterio
de la iglesia, sino en el fin de los tiempos. El hecho de que la fe implique «un
conocimiento firme y cierto» no excluye la lucha del espíritu contra la carne, ni la duda que
va envuelta en esa lucha. Pero cuando uno tiene fe siempre hay, aun en medio de la
batalla, una profunda seguridad del amor de Dios. Esa seguridad se basa en la promesa
de Dios, que no es otra cosa que Jesucristo mismo, y que el Espíritu Santo imprime en el
corazón del creyente. Por lo tanto, la fe es algo que solamente pueden tener los
creyentes, es decir, los electos. Es mucho más que el conocimiento de Dios y de la
voluntad divina. El Diablo tiene tal conocimiento, pero carece de fe, porque no participa en
la promesa.
Dado este modo de entender la fe, Calvino insiste sobre la doctrina protestante de la
justificación por la fe. Como en el caso de Lutero, esto no quiere decir que de algún modo
Dios encuentre en el creyente algo a base de lo cual declararle justo. Decir que Dios
justifica no quiere decir en primer lugar ni fundamentalmente que el pecador haya sido
hecho justo en términos objetivos. Lo que quiere decir es que Dios le declara justo. La
justicia de Dios es como un manto con que el pecador se recubre gracias a la fe, de tal
modo que se le declara justo. En esto yace la diferencia entre la justificación por obras y
la justificación por la fe. La justificación por obras es la que trata de afirmar su propia
rectitud, y así satisfacer lo que Dios demanda de nosotros.
La predestinación
«Dios (...) mediante su designio secreto, gobierna enteramente todo lo real, hasta el
punto de que no sucede nada que él mismo no haya determinado, en conformidad con
su sapiencia y su voluntad.» Calvino, de esta manera, lleva su determinismo teológico
hasta sus últimas consecuencias: «Todas las criaturas, las inferiores y las superiores, se
hallan a su servicio, de modo que él las emplea para aquello que quiera.» Además,
especifica: «No sólo están en su poder los acontecimientos naturales, sino que
gobierna asimismo los corazones de los hombres, conduce arbitrariamente sus
voluntades hacia aquí o hacia allá, guiando sus acciones de un modo que hace que ellos
no puedan realizar más que lo que él ha decretado.»
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El pecado original de Adán no fue simplemente permitido por Dios, sino querido y
determinado por él. Esto sólo puede parecer absurdo a quienes no temen a Dios y
no comprenden que la culpa misma de Adán, así concebida, se inscribe en un
diseño providencial admirable y superior
E) JACOBO ARMINIO
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Doctrina Arminiana
Elección Condicionada
La elección de dios de ciertos individuos para salvación antes de la fundación del mundo
fue basada en que el previó que ellos responderían su llamada. El selecciono solamente
aquellos los cuales el sabia que por ellos mismos creerían libremente el Evangelio. Por lo
tanto, la elección estuvo determinada o condicionada sobre lo que el hombre haría. La fe
la cual Dios previó y sobre la cual el fundamentó su decisión no fue dada al pecador por
Dios (no fue creada por el poder regenerador del Espíritu Santo) sino que resultó
solamente de la voluntad del hombre. Fue dejado enteramente al hombre él quien iba a
creer y por eso, quien sería elegido para salvación. Dios escogió aquellos los cuales el
sabia, que por su propia libre voluntad, escogerían a Cristo. Por lo tal la decisión del
pecador por Cristo, no la decisión de Dios por el pecador, es la causa final de la salvación.
La obra redentora de Cristo hizo posible que todo el mundo fuera salvo pero actualmente
no aseguró la salvación de ninguno. Aunque Cristo murió por todos y cada uno de los
hombres, solamente aquellos que creen en él son salvos. Su muerte hizo posible a Dios
perdonar los pecados de los pecadores sobre la condición de que ellos creyeran, pero en
realidad no quitó los pecados de nadie. La redención de Cristo se hace efectiva solamente
si el hombre escoge aceptarla.
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El Espíritu llama internamente todos aquellos que no son llamados externamente por la
invitación del Evangelio; El hace todo lo que puede por traer al pecador a la salvación.
Pero considerando que el hombre es libre, este puede exitosamente resistir la llamada del
Espíritu. El Espíritu no puede regenerar al pecador hasta que este crea; la fe procede y
hace posible el nuevo nacimiento.
Así, la voluntad libre del hombre limita el Espíritu en la aplicación de la obra salvadora de
Cristo. El Espíritu Santo solo puede traer a Cristo aquellos quienes le permiten ganarles a
ellos. Hasta que el pecador responda, el Espíritu no puede dar vida. La Gracia de Dios no
es invencible, puede, y a menudo es resistida y trastornada por el hombre.
Caer de la Gracia
Aquellos que creen y son verdaderamente salvos pueden perder su salvación por fallar en
mantener su fe, etc. Todos los Arminianos no se han puesto de acuerdo sobre este punto;
algunos mantienen que los creyentes están eternamente seguros en Cristo – que una vez
un pecador es regenerado, nunca se puede perder.
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La Vida Cristiana
A pesar de todas las acusaciones en sentido contrario, siempre insistió en que ni él ni los
arminianos negaban el pecado original ni la justificación por la fe. Los tres puntos que se
discutían, según Wesley, eran si la predestinación es absoluta o es condicional, si la
gracia es irresistible, y la perseverancia de los santos.
Te lo digo clara y llanamente. Creo que la elección normalmente significa una de dos
cosas: en primer lugar, un señalamiento que Dios les hace a personas particulares
para una obra específica en el mundo. Y creo que tal elección no es solamente
personal, sino también absoluta e incondicional. Fue así que Dios eligió a Ciro ... Creo
que la elección significa, en segundo lugar, un decreto divino por el cual algunos son
destinados a la bienaventuranza eterna. Pero sostengo que esta elección es
condicional, y lo mismo con respecto a la reprobación que es su contraparte. Creo
que el decreto eterno sobre ambas se expresa en las siguientes palabras: «Quien
crea será salvo, y quien no crea será condenado». Y sin lugar a dudas Dios no
cambiará ese decreto, y el humano no podrá resistirlo
La gracia previniente
Porque, aunque es cierto que todas las almas humanas están por naturaleza muertas en
el pecado, esto no excusa a nadie, puesto que nadie se encuentra en un estado de pura
naturaleza. No hay persona alguna, a menos que no haya apagado el Espíritu, que se
encuentre completamente desprovista de la gracia de Dios. No hay persona viviente
alguna que esté completamente destituida de lo que vulgarmente se llama la conciencia
natural. Pero esto no es natural. Sería mejor llamarla gracia previniente. Todo ser humano
tiene una medida mayor o menor de esta gracia, que no depende de la decisión humana...
Seminario Bíblico Mexicano Historia de las Doctrinas
SEBIMEXT Mto. David Martínez
Luego no hay persona alguna que peque porque carece de gracia, sino porque no usa de
la gracia que ya tiene.
La Santificación
El modo en que Wesley entiende la seguridad cristiana. Puesto que había rechazado la
doctrina de la predestinación incondicional, tenía que rechazar igualmente la teoría de la
perseverancia de los santos, que para él no era más que un corolario de la
predestinación.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA