Trabajo de Adicciones
Trabajo de Adicciones
Trabajo de Adicciones
Introducción
La historia de las adicciones va unida a la historia del hombre. Fumar cigarrillos, beber alcohol,
mascar hojas de coca, esnifar preparados psicoactivos, fumar marihuana, etc., son ejemplos bien
conocidos de algunas de las sustancias que el hombre ha utilizado a lo largo de la historia. Más
actualmente, junto a las anteriores y sus derivados industriales o químicos, destacan las nuevas
adicciones. Unas están derivadas de sustancias, como es el caso de la heroína, la cocaína, las drogas
de diseño, el LSD, entre las más importantes, y otras son adicciones comportamentales, sin sustancia,
como resultado de nuestra sociedad tecnológica, como la adicción a Internet, al juego de azar, al
teléfono móvil, a los teléfonos eróticos, al sexo, a las compras, al juego (ludopatía), etc. conductas
que pueden llegar a ser adictivas.
Por ello, en los últimos años se incluyen distintas conductas bajo la denominación genérica de
adicciones o conductas adictivas. Basadas inicialmente en el concepto de dependencia (física y
psíquica), y evolucionando a partir del mismo, se aplicaban inicialmente a sustancias psicoactivas
que, ingeridas por un individuo, tenían la potencialidad de producir dependencia. Con el transcurrir
de los años se observó que también existían conductas, que sin haber sustancia de por medio, tenían
la capacidad de producir dependencia y el resto de las características que tenían las dependencias a
las sustancias psicoactivas.
Una característica común y central a las conductas adictivas, es la pérdida de control. La persona con
una conducta adictiva no tiene control sobre esa conducta, además de que la misma le produce
dependencia, tolerancia, síndrome de abstinencia y una incidencia negativa muy importante en su
vida, que va a ser en muchos casos la causa de que acuda en busca de tratamiento
¿Qué son las adicciones?
Gossop (1989) definió como elementos característicos de una adicción: 1) un fuerte deseo o un
sentimiento de compulsión para llevar a cabo la conducta particular (especialmente cuando la
oportunidad de llevar a cabo tal conducta no está disponible); 2) la capacidad deteriorada para
controlar la conducta (especialmente, en términos de controlar su comienzo, mantenimiento o nivel
en el que ocurre); 3) malestar y estado de ánimo alterado cuando la conducta es impedida o la deja de
hacer; y 4) persistir en la conducta a pesar de la clara evidencia de que le está produciendo graves
consecuencias al individuo.
El mayor problema que tienen las adicciones no son sólo los efectos que producen a corto plazo. El
problema está en los efectos que producen a medio y a largo plazo. Así, muchos fumadores de
cigarrillos morirán años después de fumar ininterrumpidamente de cáncer de pulmón o de
enfermedades cardiovasculares; muchos bebedores excesivos de alcohol o personas con dependencia
del alcohol morirán de enfermedades hepáticas o de accidentes; muchas personas dependientes de la
heroína o de la cocaína morirán de enfermedades causadas por ellas, como ha ocurrido y está
ocurriendo con el SIDA, la hepatitis, infecciones, etc., aparte de los problemas sociales que causan
en forma de robo, extorsión, problemas legales, familiares, etc. Lo mismo podemos decir de las otras
adicciones, donde en muchos casos la ruina económica es un paso previo al resto de los problemas
legales, familiares, físicos, etc.
Síndrome de abstinencia
Conjunto de alteraciones físicas y psíquicas que aparecen en una persona cuando deja bruscamente
de tomar una sustancia a la cual está habituada o es adicta, especialmente una droga.
Puede generar temblor, sudoración, nervios, alucinaciones (delirios tremens), convulsiones, dolores
musculares, pueden avanzar tanto que se puede morir.
Laurie (1967), op. cit., pp. 112. Tras este panorama, bastante literal del síndrome de abstinencia
sufrido por los consumidores de heroína, pasemos a la siguiente definición teórica y consensuada del
síndrome: “conjunto de signos y síntomas que aparecen ante la interrupción brusca de la toma de un
medicamento o sustancia tóxica hacia el que se ha desarrollado dependencia. Se caracteriza por
ansiedad y diversas manifestaciones del sistema nervioso vegetativo, como sudoraciones y temblores.
La intensidad del síndrome depende de diversos factores, entre ellos el tipo de droga que se ha
utilizado, el tiempo durante el cual se ha estado consumiendo la sustancia, la tolerancia”, Larousse
(2003). Bien, en el caso inicialmente expuesto, nos encontramos ante un síndrome de abstinencia
agudo, en el que surgen signos y síntomas en cuanto cesa el consumo, ya sea lentamente o de golpe.
Pero la abstinencia no finaliza ahí. Al margen de los indeseables primeros momentos, el paciente
llegará a otra fase, denominada síndrome de abstinencia tardío, y que se refiere a los efectos debidos
a las drogas que se producen pasado un tiempo; por ejemplo, a los efectos que se producen
principalmente después de una o varias semanas, aunque su duración puede extenderse a meses,
incluso aparecer de forma esporádica durante años. Otro síndrome descrito es el síndrome de
abstinencia condicionado. Lo podemos explicar con este ejemplo: una persona tuvo problemas con la
cocaína, se puso en tratamiento hace 16 meses y aún continúa bajo el mismo; ya no siente deseos de
consumir, pero en una comida de trabajo se le cae el salero sobre la mesa, el camarero lo recoge
diligentemente con un papel, pero deja una raya de sal sobre la mesa, en ese momento nuestro
personaje siente un fuerte deseo de consumir, reaviva sus miedos, se siente ansioso, en fin…
Técnicamente hablando, nos hallamos ante un estímulo ambiental, que provoca un síndrome
Dependencia
La tolerancia es uno de los conceptos clave en drogodependencias, ya que en principio es la razón
por la cual las personas necesitan consumir más cantidad de una determinada sustancia para llegar a
obtener el mismo efecto. En principio, cuando el cuerpo genera tolerancia, se supone que está
desarrollando una dependencia problemática cada vez más intensa.
Según el DSM-IV (American Psychiatric Association, 1994) y DSM-IV-TR (American Psychiatric
Association, 2000), dependencia es un grupo de síntomas cognoscitivos, comportamentales y
fisiológicos que indican pérdida de control del uso de una sustancia psicoactiva y en la que el sujeto
continúa consumiendo la sustancia a pesar de la aparición de problemas significativos relacionados
con ella; existe un patrón de repetida autoadministración que a menudo lleva a la tolerancia, al
síndrome de abstinencia y a una ingestión compulsiva de la sustancia.
El proceso básico por el que una persona se hace adicta a una sustancia se inicia con pequeños
consumos de la sustancia, que favorecen la compulsión de seguir consumiendo (efecto priming) y la
aparición del craving o necesidad imperiosa de consumo. Cuando este abuso se hace crónico, se
produce en el cerebro una neuroadaptación que hace que la persona sufra los efectos de tolerancia y
abstinencia, definiéndose de esta manera el fenómeno de la dependencia.
Pero también debemos destacar que no todas las sustancias poseen la capacidad de generar tolerancia,
y conviene resolver que se pueden desarrollar problemas por consumir determinadas drogas sin que
exista tolerancia a tales; por ejemplo, “los consumidores habituales de cannabis o fenciclidina (PCP)
no advierten generalmente la aparición de tolerancia (aunque ésta se ha demostrado en estudios con
animales y en algunos sujetos)”, (DSM-IV-TR). Se puede diagnosticar como drogodependiente, a
una persona que dependa de una sustancia, que abuse de ella y no tenga tolerancia a la misma. Como
decíamos, la tolerancia se da cuando el cuerpo se adapta a la sustancia y una persona necesita
consumir más cantidad de dicha sustancia. El alcohólico, por ejemplo, necesita más cantidad de
alcohol, para obtener el mismo efecto farmacodinámico.
En el caso concreto de los alcohólicos, se habla de la tolerancia innata. Sería el caso de los hijos de
alcohólicos que padecen una vulnerabilidad especial, es decir, que poseen menos sensibilidad al
alcohol, de modo que con menores cantidades de alcohol generarían una dependencia más
rápidamente. Por otro lado, frente a la tolerancia innata, tenemos la tolerancia adquirida: la que se
produce por la adaptación del organismo. La tolerancia aguda es la tolerancia que se desarrolla
rápidamente, pero más que por factores biológicos se suele deber a que la persona ha consumido
masivamente en un corto espacio de tiempo una determinada sustancia. La persona que consume y lo
hace de modo problemático, tiende a consumir cada vez más cantidades para conseguir el mismo
nivel o el mismo efecto, pero también es cierto que “la tolerancia y el coste psicofísico pueden
presentarse a juicios algo subjetivos” (Escohotado, 2001). Para evitar la subjetividad, también se
puede estimar la tolerancia por los análisis de sangre. Como decíamos, la tolerancia es necesidad de
ingerir
3. la sustancia se toma con frecuencia en cantidades mayores o durante un período más largo de lo
que inicialmente se pretendía
4. existe un deseo persistente o esfuerzos infructuosos de controlar o interrumpir el consumo de la
sustancia
5. se emplea mucho tiempo en actividades relacionadas con la obtención de la sustancia (por ejemplo,
visitar a varios médicos o desplazarse largas distancias), en el consumo de la sustancia (por ejemplo,
una dosis tras otra) o en la recuperación de los efectos de la sustancia
6. reducción de importantes actividades sociales, laborales o recreativas debido al consumo de la
sustancia
7. se continúa tomando la sustancia a pesar de tener conciencia de problemas psicológicos o físicos
recidivantes o persistentes, que parecen causados o exacerbados por el consumo de la sustancia (por
ejemplo, consumo de cocaína a pesar de saber que provoca depresión, o continuada ingesta de alcohol
a pesar de que empeora una úlcera)
Codificación del curso de la dependencia:
Según la CIE-10, el diagnóstico de dependencia de una droga, sólo debe hacerse si durante algún
momento de los últimos doce meses, o de un modo continuo, han estado presentes tres o más de los
siguientes rasgos: a) deseo intenso o vivencia de una compulsión a consumir una sustancia; b)
disminución de la capacidad para controlar el consumo de una sustancia o alcohol, unas veces para
controlar el comienzo del consumo y otras para poder terminarlo o para controlar la cantidad
consumida; c) síntomas somáticos de un síndrome de abstinencia cuando el consumo de la sustancia
se reduzca o cese; d) tolerancia, de tal manera que se requiere un aumento progresivo de la dosis de
la sustancia para conseguir los mismos efectos que originariamente producían dosis más bajas; e)
abandono progresivo de otras fuentes de placer o diversiones, a causa del consumo de la sustancia,
aumento del tiempo necesario para obtener o ingerir la sustancia o para recuperarse de sus efectos; y,
f) persistencia en el consumo de la sustancia a pesar de sus evidentes consecuencias perjudiciales a
nivel de salud física (ej., cirrosis hepática), salud mental (ej., depresión), deterioro cognitivo, etc.
Por último, existe una fase de recaída, muy habitual en el proceso de abandono de las sustancias, y
que puede producirse incluso años después del último consumo
Entendemos por factor de riesgo “un atributo y/o característica individual, condición situacional y/o
contexto ambiental que incrementa la probabilidad de uso y/o abuso de drogas (inicio) o una
transición en el nivel de implicación con las mismas (mantenimiento)”. Y, por factor de protección
“un atributo o característica individual, condición situacional y/o contexto ambiental que inhibe,
reduce, o atenúa la probabilidad del uso y/o abuso de drogas o la transición en el nivel de implicación
con las mismas” (Clayton, 1992).
Factores familiares
El grupo familiar es uno de los temas más estudiados en las adicciones, al ser el ámbito en el que la
persona crece y va desarrollando su personalidad y valores, a través de las experiencias vividas en el
seno de este primer agente socializador. Uno de los principales factores a tener en cuenta es la relación
de apego con los padres, que influye de forma destacada en la conformación de la personalidad y en
la adquisición de los recursos necesarios para el afrontamiento de las dificultades que irán apareciendo
a lo largo de la vida.
Leveridge, Stoltenberg y Beesley (2005), en un estudio realizado con una muestra de edades
comprendidas entre los 18 y los 51 años, encontraron que la existencia en la familia de origen de un
estilo evitativo se asocia con la presencia de una personalidad de características más defensivas, con
quejas de tipo somático, tendencia al aislamiento social, pérdida de cohesión y evitación de conflictos
en el ámbito familiar. El estilo de apego ansioso/ ambivalente se relaciona con elevadas puntuaciones
de los sujetos en ansiedad y depresión. Y en el caso del apego seguro existe una relación inversa con
depresión, ansiedad, aislamiento social y evitación familiar de los conflictos.
Zimmerman y Becker-Stoll (2002) señalan que los adolescentes que crecen en una familia con un
apego seguro, con posibilidad para tratar abierta y directamente los conflictos, tendrán más
probabilidades y facilidades para llegar al estadio de logro de identidad, mientras que la existencia de
un apego inseguro se asocia al estado de difusión de identidad.
La ausencia de estrategias más adecuadas para la reducción del estrés emocional facilitaría el empleo
de drogas, legales o ilegales, convirtiéndolas en una alternativa atractiva en distintas situaciones, entre
las que destacarían las de carácter interpersonal, en las que los sujetos se encontrarían más inseguros.
De hecho, las familias en las que los dos padres son especialmente temerosos son las que presentan
un peor funcionamiento familiar y una mayor comorbilidad con patología psiquiátrica.
Un segundo factor de gran relevancia es el tipo de crianza, dentro de la que debemos diferenciar dos
dimensiones: control y calidez paterna. Juntas, estas dimensiones configuran los cuatro posibles
estilos de crianza: autoritario, con elevado control y baja calidez; permisivo, con bajo control y
elevada calidez; democrático, con alto control y alta calidez; e indiferente, con bajo control y baja
calidez (Shaffer, 2000).
Craig (1997) señala que las familias en que los padres son autoritarios darán lugar a hijos apartados
y temerosos, y que en la adolescencia se pueden volver agresivos y rebeldes en el caso de los varones,
o pasivas y dependientes en el caso de las mujeres. Por otra parte, la presencia de padres permisivos
aumentará las probabilidades de que los hijos sean autoindulgentes, impulsivos y socialmente ineptos,
o bien activos, sociables y creativos, o también rebeldes y agresivos. Los hijos de padres con un estilo
democrático tienden a tener confianza en sí mismos, un mayor control personal y son más
competentes socialmente.
Por último, la existencia de padres indiferentes será el predictor de peor pronóstico para los hijos. Por
tanto, el predominio de un estilo parental u otro, y la percepción que el adolescente tenga del mismo,
aumentarán o disminuirán las probabilidades de uso, abuso y dependencia de sustancias en la
adolescencia, así como su mantenimiento posterior (Latendresse, Rose, Viken, Pulkkinen, Kaprio y
Dick, 2008).
El clima familiar es otro factor importante a tener en cuenta, especialmente en lo que a emocionalidad
negativa se refiere. Sabemos, por ejemplo, que las dificultades de control emocional de las madres,
que suelen ser las que pasan más tiempo con sus hijos, se relacionan de forma directa con un mayor
consumo de sustancias por parte de éstos (Brook, Whiteman, Finch y Cohen, 2001). Por otra parte,
la presencia de conflictos interparentales de carácter destructivo influye también de forma importante
en la relación con los iguales, aumentado el riesgo de presentar problemas conductuales y
emocionales, así como psicopatología, en un futuro (David y Murphy, 2007). Además, la
investigación muestra que a medida que aumenta la importancia que se otorga a la familia y a los
valores que la rodean, especialmente a la proximidad y a la intimidad con los padres, incrementa la
supervisión paterna sobre las actividades y amistades de los hijos y disminuyen en general las
conductas de riesgo de los mismos, y particularmente el consumo de sustancias (Coley, Votruba-
Drzal y Schlinder, 2008; Romero y Ruiz, 2007).
Una variable íntimamente ligada a las presentadas previamente es la disciplina familiar. En este
sentido, la inconsistencia en su aplicación, la ausencia de implicación maternal y las bajas
expectativas de los padres facilitan el consumo de sustancias. En familias con una elevada
emocionalidad negativa es más probable que aparezcan problemas conductuales y emocionales en los
hijos, que pueden desbordar a las madres con baja competencia en su manejo, facilitando un elevado
empleo de la agresión como estrategia disciplinaria (Ramsden y Hubbard, 2002).
En cuanto a la estructura familiar, la ausencia de uno de los progenitores, especialmente cuando no
es localizable, se relaciona con un mayor grado de características antisociales en los distintos
miembros de la familia, incluidos los hijos (Pfiffner, McBurnett y Rathouz, 2001). Además, los
adolescentes que conviven con un único progenitor tienen una mayor probabilidad de consumir
sustancias, tanto legales como ilegales (Longest y Shanahan, 2007; Oman et al., 2007).
El consumo de sustancias por parte de los padres y sus actitudes hacia el mismo constituyen otro
factor fundamental en el uso y abuso de sustancias. Así, una actitud más favorable y una conducta de
mayor consumo por parte de los padres se asociará a un mayor consumo de drogas por parte de los
hijos. En este sentido, la existencia de normas explícitas respecto al consumo de sustancias ilegales
constituye un factor de protección hacia ellas, aunque podría llegar a como un factor de riesgo para
el consumo de tabaco y alcohol si no son rechazadas también de forma explícita por los padres
(Muñoz-Rivas y Graña, 2001).
La presencia de psicopatología en los padres es un factor de alto riesgo para la aparición de problemas
psicológicos y psicopatológicos en los hijos, lo que correlaciona con el uso de sustancias en la
adolescencia (Brook et al., 2001). A su vez, el consumo de sustancias aumenta la probabilidad de
desarrollar problemas de salud mental, estableciéndose una relación bidireccional que se
retroalimenta, siendo la patología dual un fenómeno relativamente frecuente (Kamon, Stanger,
Budnay y Dumenci, 2006).
Factores comunitarios
Tal y como se señalaba en la introducción, existe una relación importante entre la comprensión del
hombre y del mundo que una sociedad tiene, y el empleo que la misma hace de las distintas sustancias
psicoactivas. Los valores predominantes, los estilos de vida y las creencias que el conjunto de la
comunidad tenga acerca de las drogas influirán, por tanto, en la elección de las sustancias y en los
patrones de consumo de las mismas, constituyéndose como factores de riesgo y protección para el
uso, abuso y dependencia por parte de sus individuos.
Las creencias que la propia sociedad tenga acerca del uso de sustancias y la percepción de riesgo
acerca de las mismas también es un factor importante en el riesgo asociado al uso, abuso y
dependencia (Martínez-González, Trujillo y Robles, 2006). En este sentido está ampliamente
demostrada la existencia de una relación inversa entre el riesgo percibido de una droga en particular
y el consumo de la misma. Así, a mayor riesgo percibido, menor consumo, y viceversa.
Por otra parte, la percepción social de una sustancia y el riesgo asociado, tendrá una plasmación en
las normas legales, que contribuirán a reforzar dicha imagen o a promover la transformación social.
Por último, otro factor fundamental en el consumo de sustancias es la accesibilidad a las mismas, y
dentro de ésta su precio, de tal forma que cuando el precio es bajo existe un mayor consumo, que
disminuye cuando la droga se encarece (Chaloupka, Cummings, Morley y Horan, 2002).
En la adolescencia el grupo de iguales va adquiriendo una importancia mayor en la vida del individuo,
a la vez que se produce una progresiva independencia de la familia. En este sentido su papel como
factor de riesgo y/o protección para las conductas desviadas en general, y el consumo de sustancias
en particular, está ampliamente probado, tanto en su inicio como en su mantenimiento, especialmente
cuando existen otras conductas antisociales (Friedman y Glassman, 2000).
Factores escolares
Junto con la familia, la escuela es uno de los primeros agentes socializadores desde la infancia
temprana, y en ella los niños y adolescentes pasan gran parte del día. Es por esto que su papel en la
protección contra el uso, abuso y dependencia de sustancias resulta fundamental. Así, cuando
en el centro escolar se promueve una educación integral de calidad, existe un adecuado seguimiento
personal de los alumnos y sus necesidades, y un ajuste a las mismas, se está fomentando una mayor
autonomía y un sentido de la responsabilidad, que se asocian a una menor probabilidad de desarrollo
de conductas problema, entre las que se encuentra el consumo de sustancias.
Otro factor que resulta importante para el uso de drogas es el rendimiento escolar, aumentando el
riesgo de consumo cuando existe un fracaso escolar, independientemente de cuáles sean sus causas,
y constituyéndose como uno de los principales factores de protección cuando los resultados son altos,
lo que puede deberse a la experiencia de éxito que supone para el niño y el adolescente (Piko y
Kovács, 2010).
También parece ser relevante el tamaño de la escuela, ya que en centros grandes el control y apoyo
de los profesores hacia los alumnos es menor, así como la motivación e implicación en el proceso
global de la educación. En el sentido contrario, el percibir y tener disponibilidad por parte del
profesorado para hablar de los problemas personales tiene ciertos efectos protectores.
Mientras que la satisfacción con la escuela y encontrarse bien en ella facilita el desarrollo de
conductas normativas y disminuye las probabilidades de uso de sustancias (Piko y Kovács,
2010), el bajo apego a la misma es un factor de riesgo. Las constantes faltas al centro escolar aumentan
de forma importante las posibilidades de que el adolescente se implique en conductas inadecuadas
para su edad o de carácter antisocial, entre las que se encuentra el consumo de drogas (Gottfredson,
1988).
Factores individuales
Dentro de los factores de riesgo individual podemos distinguir los biológicos, los psicológicos
y conductuales y los rasgos de personalidad.
Factores biológicos
La mayor parte de los estudios en este campo se corresponden con los denominados factores genéticos
y están relacionados con el consumo de alcohol de los padres y el que realizan los hijos. Los estudios
genéticos muestran que los hijos de alcohólicos en adopción tienen un mayor riesgo (1,6 – 3,6) de
desarrollar alcoholismo que los hijos de no alcohólicos en adopción (McGue, 1994).
Dentro de los factores biológicos, el sexo y la edad son dos variables especialmente relevantes en el
uso de sustancias, ya que como se puede observar en los datos recogidos en la Encuesta Domiciliaria
sobre Alcohol y Drogas en España 2007-2008 (Plan Nacional sobre Drogas, 2008), en todas las
sustancias ilegales existe una mayor prevalencia de consumo en los varones y en el grupo de menor
edad, especialmente en los de 15 a 34 años. De hecho, como se señaló previamente, la adolescencia
es un momento de especial riesgo en lo que a uso de drogas se refiere, disminuyendo su consumo con
la entrada en la adultez.
La comorbilidad de los trastornos por uso de sustancias con otros trastornos psiquiátricos ha recibido
una importante atención en los últimos años, estableciéndose la patología psiquiátrica como un claro
factor de riesgo para el consumo de drogas, especialmente en el caso de la dependencia (Roberts,
Roberts y Xing, 2007). En este sentido, como se señaló previamente, parece haber una relación
bidireccional entre ellos dado que la aparición de problemas psicológicos y psicopatológicos aumenta
la probabilidad del uso de sustancias en la adolescencia (Brook et al., 2001). Además, el consumo
aumenta la probabilidad de desarrollar algún problema de salud mental (Kamon et al., 2006). Los
datos indican que la existencia de estado de ánimo depresivo en la adolescencia temprana aumenta la
probabilidad del uso de sustancias y que el consumo de cannabis podría ser una estrategia de alivio
de los síntomas (Paton, Kessler y Kandel, 1977).
En el sentido contrario tanto el abuso como la dependencia aumentan el riesgo de sufrir trastornos
afectivos, mientras que en el caso de los trastornos de ansiedad sólo la dependencia se constituye
como un factor de riesgo. Por otro lado, debemos señalar que las patologías más asociadas
habitualmente al consumo de drogas son el trastorno de conducta y el trastorno por déficit de atención
con hiperactividad (TDAH). Así, el 52% y el 50% de los adolescentes en tratamiento que cumplen
criterios de trastorno de conducta y TDAH, respectivamente, lo hacen también para algún trastorno
por uso de sustancias (Reebye, Moretti y Lessard, 1995; Horner y Scheibe, 1997). Además, los
pacientes con TDAH comienzan a consumir antes, presentan abusos más severos y tienen mayores
probabilidades de presentar trastornos de conducta.
La conducta antisocial es otro factor de riesgo íntimamente relacionado con el consumo de sustancias
y, de hecho, existe una relación entre éste último y otras conductas delictivas. Distintos estudios
muestran que la agresividad física en la infancia y adolescencia es un predictor de uso y abuso de
sustancias (Ohannessian y Hesselbrock, 2008; Timmermans, Van Lier y Koot, 2008). Cuando la
conducta agresiva se convierte en una estrategia de afrontamiento habitual, puede irse configurando
un estilo de personalidad que derive en un trastorno antisocial de la personalidad, en el que el consumo
de sustancias es frecuente (American Psychiatric Association, 2002).
El consumo temprano de drogas incrementa las probabilidades de consumo posterior, existiendo una
relación entre el realizado al inicio de la década de los veinte y el presente al final de la misma, con
un riesgo creciente de que el uso se transforme en abuso o dependencia y que las drogas se conviertan
en un elemento del estilo de vida (Brook et al., 2000; Newcomb y Bentler, 1988).
La existencia en la infancia de eventos traumáticos, como pueden ser el abuso físico o sexual, se
asocia con la aparición de trastornos mentales, especialmente con depresión y trastorno de estrés
postraumático, y con el abuso de sustancias. Los sujetos que sufrieron en la infancia alguna
experiencia de este tipo, tienen un riesgo tres veces mayor de desarrollar una dependencia (Kendler,
Bulik, Silberg, Hettema, Myers y Prescott, 2000), llegando a ser entre siete y diez veces mayor en
caso de haber tenido cinco o más experiencias traumáticas (Dube, Felitti, Dong, Chapman, Giles y
Anda, 2003). En un reciente análisis de los datos del National Epidemiologic Survey on Alcohol and
Related Conditions, en el que se examinó una muestra de más de 43000 individuos, se encontró que
aquellos que habían experimentado en la infancia dos o más acontecimientos adversos (divorcio de
los padres, muerte de un padre biológico, vivir con una familia de acogida, vivir en una institución)
tenían 1,37 veces más probabilidades de desarrollar una dependencia al alcohol que aquellos que sólo
habían vivido uno o ninguno (Pilowsky, Keyes y Hasin, 2009).
Por último, dentro del apartado de factores psicológicos y conductuales, hay que hacer referencia a
las actitudes hacia el consumo de drogas. En este sentido se han encontrado resultados que apuntan a
que una actitud más favorable hacia el consumo se relaciona con una mayor experimentación, con
una distorsión en la percepción de riesgo y en las creencias erróneas acerca de los efectos de las
drogas, una menor resistencia a la presión grupal y una mayor disposición conductual al consumo y,
por tanto, con una mayor probabilidad del mismo (Villa, Rodríguez y Sirvent, 2006).
Rasgos de personalidad
Una constante en la investigación en adicciones es el intento de descubrir una posible relación entre
el consumo habitual de sustancias y la personalidad de los individuos que las usan, con el objetivo de
predecir la posible aparición posterior de abuso y dependencia, así como mejorar el tratamiento y la
prevención de los mismos, teniendo en cuenta las hipotéticas características distintivas de dichos
individuos.
Una característica de personalidad clásicamente asociada a las investigaciones en adicciones es la
impulsividad, dentro de la cual podemos distinguir dos dimensiones. La primera de ellas estaría más
relacionada con las dificultades para demorar la recompensa y con la necesidad de reforzamiento
inmediato, y parece tener mayor relevancia en el inicio del consumo y en la conducta de adquisición
del consumo de la sustancia. Por otro lado, la denominada impulsividad no planeada, se asocia a una
respuesta rápida, espontánea e incluso temeraria, y se relaciona con el mantenimiento del consumo y
con la presencia de psicopatología, a la que puede subyacer un déficit a nivel de lóbulos frontales
(Dawe, Gullo y Loxton, 2004; Dawe y Loxton, 2004; Hayaki, Stein, Lassor, Herman y Anderson,
2005).
Marvin Zuckerman define la Búsqueda de Sensaciones como la necesidad que tiene el individuo de
tener experiencias y sensaciones nuevas, complejas y variadas, junto al deseo de asumir riesgos físicos
y sociales para satisfacerlas (Zuckerman, 1979). Este constructo está compuesto por cuatro
dimensiones:
a) Búsqueda de Emociones, que supone una tendencia a implicarse en deportes y pasatiempos
físicamente peligrosos
b) Búsqueda de Excitación, que hace referencia a cambios en el estilo de vida y estimulación de la
mente
c) Desinhibición, relacionada con conductas de extraversión social
d) Susceptibilidad hacia el aburrimiento, que es la incapacidad para tolerar experiencias repetitivas y
la monotonía. Existe clara evidencia de la relación existente entre la búsqueda de sensaciones y el
consumo de sustancias, pudiendo incluso predecir su presencia o ausencia, siendo un factor de riesgo
para el uso y el abuso (Fergusson et al., 2008).
Este planteamiento, formulado por Prochaska y DiClemente en los años ochenta (1982, 1983, 1985),
es un modelo tridimensional que proporciona una visión global y al mismo tiempo diferenciada del
cambio a partir de la integración que realiza de estadios, procesos y niveles de cambio.
Los estadios identifican los diferentes niveles de predisposición al cambio que puede mostrar una
persona cuando se plantea modificar su conducta adictiva. El situar a la persona en el estadio más
representativo de los cinco que se proponen, permite evaluar cuándo es posible que ocurran
determinados cambios de intenciones, actitudes y conductas (Tejero y Trujols, 1994).
Los procesos permiten comprender cómo suceden esos cambios, cómo va incrementándose el nivel
de predisposición al cambio. Estos procesos incluyen el conjunto de actividades encubiertas o
manifiestas que una persona suele realizar para modificar o consolidar su nivel motivacional.
Finalmente, los niveles de cambio ponen de manifiesto hasta qué profundidad es necesario trabajar
con una persona para que pueda iniciarse y consolidarse el cambio, o lo que es lo mismo qué cambios
se necesitan para abandonar o reducir la conducta adictiva.
ESTADIOS
Según el modelo de Clemente y Procasta, existen cinco estadios a través de los que evolucionan los
drogodependientes desde que se plantean un posible cambio hasta que dejan definitivamente de
consumir: Precontemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento.
Estadio de precontemplación
Estadio de contemplación
a. En esta etapa los drogodependientes son más conscientes de los problemas derivados de su
conducta adictiva, lo que le ayuda a reevaluarse a nivel cognitivo y afectivo, estando más abiertos a
recibir feedback sobre su consumo de drogas. Incluso pueden valorar la posibilidad de dejar de
consumir, aunque no han elaborado un compromiso firme de cambio. El cambio se plantea a nivel
intencional, pero no se observa ninguna conducta que manifieste de manera objetiva esa intención
cognitiva.
b. Comienzan a equilibrarse las consecuencias positivas y negativas del consumo de drogas y, como
consecuencia de ello, empiezan a plantearse dejar de consumir, aunque básicamente mantienen su
ambivalencia en este balance.
c. Los drogodependientes en esta etapa se caracterizan por la necesidad de hablar sobre su problema,
tratando de comprender su adicción, sus causas, consecuencias y posible tratamiento.
d. El drogodependiente puede permanecer en esta etapa años.
Estadio de preparación
a. Es el momento en que el drogodependiente toma la decisión (intención) y realiza pequeños cambios
en su conducta adictiva (conducta manifiesta), destinados a abandonar el consumo de drogas. Entre
los cambios que realiza destaca, por ejemplo, el disminuir la cantidad que se consume.
b. El progreso hacia la siguiente etapa requiere cambios respecto a cómo se siente y cómo valora el
estilo de vida vinculado al consumo de drogas.
Estadio de acción
Estadio de mantenimiento
a. En esta etapa la persona intenta consolidar los logros de la etapa anterior y prevenir una recaída. El
estadio de mantenimiento se inicia a los 6 meses de iniciado el cambio.
b. Puede tener miedo no solo a la recaída, sino también al cambio en sí mismo, porque puede creer
que cualquier cambio puede llevarle a una recaída. La consecuencia inmediata en estas circunstancias
es el retraimiento y búsqueda de la máxima estructuración en su nuevo estilo de vida.
c. Probablemente en esta etapa lo más importante para el paciente es su sensación de que se está
convirtiendo en el tipo de persona que quiere ser.
Hay distintos modos de representar gráficamente el modelo para explicar precisamente esta cuestión,
pero probablemente la figura que mejor representa lo que sucede es una espiral, porque aunque los
pacientes pasan varias veces por las fases, ninguna de esas experiencias es exactamente igual a la
anterior. Esto es, los periodos de consumo y abstinencia son diferentes entre sí, de modo que es
precisamente el análisis de estas diferencias lo que le permite al paciente identificar su posición y
avance respecto a periodos anteriores por los que ya ha pasado. Dentro del estadio de acción y
mantenimiento, el paciente puede “recaer”, entendiendo la recaída como el regreso a un estadio
motivacional inferior. En este caso, si la persona se encuentra en el estadio de acción regresaría al de
preparación, contemplación
o precontemplación. Si la
persona estuviese situada en
el estadio de mantenimiento
podría regresar al de acción,
preparación, contemplación
o precontemplación.
PROCESOS DE CAMBIO
Prochaska y Prochaska (1993) definen los procesos de cambio como “una actividad iniciada o
experimentada por un individuo que modifica el afecto, la conducta, las cogniciones o las relaciones
interpersonales”. Estos procesos, que incluyen tanto actividades cognitivas como conductuales,
ayudan a los sujetos a avanzar en el proceso de modificación de su hábito adictivo.
NIVELES DE CAMBIO
El modelo de Prochaska y Diclemente (1992, 1993) propone cinco niveles de intervención que se
encuentran interrelacionados de modo que los cambios en uno de ellos repercuten en el resto. Los
niveles son: síntoma/situación, cogniciones desadaptativas, conflictos interpersonales actuales,
conflictos sistémicos/familiares y conflictos intrapersonales. Los distintos niveles de cambio de los
problemas psicológicos susceptibles de ser tratados siguen una organización jerárquica.
Se recomienda desde este modelo comenzar a intervenir por el primer nivel, síntoma/ situación por
varias razones: el cambio en este nivel es más fácil de conseguir, habitualmente corresponde con la
demanda principal de los pacientes convirtiéndolo en el objetivo principal por el que acuden a
tratamiento, es un nivel de intervención que le exige al paciente menos inferencias y por tanto es un
nivel de cambio con más conciencia por parte del paciente.
No obstante, aunque se comience por intervenir en el primer nivel por las razones expuestas, las
intervenciones terapéuticas deben dirigirse a todos los niveles de cambio para incrementar el éxito de
las mismas.
En el modelo transteórico, los clínicos tratan de provocar una buena disposición al cambio en los
pacientes e incrementar la motivación a través de una serie de técnicas dependiendo de la fase en la
que se encuentre. Una parte importante del modelo es reconocer que la motivación es influenciable.
Así, los pacientes deben sentir que parte de la responsabilidad del cambio está en ellos mismos,
debiendo ser conscientes de que tienen una capacidad inherente con potencial para cambiar.
Velasquez, Maurer, Crouch y DiClemente (2001) analizan cómo determinadas técnicas terapéuticas
pueden ayudar a los pacientes a progresar a lo largo de los estadios de cambio.
Lo particular de la propuesta terapéutica de estos autores radica en que se relacionan las herramientas
y estrategias terapéuticas con procesos particulares de cambio. La probabilidad de que los pacientes
utilicen los procesos de cambio, y por tanto avancen a lo largo de las etapas, se incrementa si se
utilizan técnicas que mejoran la utilización de los procesos de cambio que son relevantes en
determinados momentos del tratamiento. El empleo de estas técnicas ayuda a los pacientes a entender
y participar en los procesos de cambio y de esta manera progresar a lo largo de las etapas de cambio.
Las técnicas terapéuticas son las siguientes:
PATOLOGIA DUAL
EVALUACION PSICOLOGICA
La evaluación psicológica es una disciplina de la psicología que se centra en el estudio científico del
comportamiento (a los niveles de complejidad necesarios) de un sujeto con el objetivo de describir,
clasificar, predecir y, en su caso, explicar y controlar tal conducta (Fernández- Ballesteros, 1999). La
evaluación tiene como objetivo fundamental describir el problema por el que acude una persona a
tratamiento de forma que pueda llegarse no sólo a diagnosticar su trastorno o trastornos y la gravedad
de los mismos, sino también a planificar el tratamiento más ajustado a las necesidades detectadas y
poder valorar los resultados que se van obteniendo con el tratamiento.
El continuo de evaluación sigue una serie de fases secuenciales que suelen agruparse en
cinco pasos:
1. Descripción de las conductas que constituyen el problema y de las variables que lo
mantienen.
2. Formulación de hipótesis explicativas del problema.
3. Establecimiento de objetivos terapéuticos.
4. Selección de las técnicas de tratamiento.
5. Valoración de los resultados de la aplicación del tratamiento.
NIVEL DE ATENCIÓN:
INDIVIDUAL
FAMILIAR
GRUPOS.
HOSPITAL DE DÍA
MODALIDAD AMBULATORIO
MODALIDAD RESIDENTE.
INTERVENCION
OBJETIVOS TERAPEUTICOS.
PSICOEDUCACION
EVALUACION DEL INSIGTH
TERAPIA MOTIVACIONAL
TRABAJO DE LAS EMOCIONES
TERAPIA COGNITIVO CONDUCTUAL
TERAPIA INTERPERSONAL
TERAPIA FAMILIAR
HABILIDADES DE AFRONTAMIENTO EN EL CONSUMO DE DROGAS
CAMBIOS EN EL ESTILO DE VIDA: habilidades sociales, manejo del tiempo
PREVENCION DE RECAIDAS
MATRIX DE RECUPERACION TEMPRANAS Y PREVENCION DE RECAIDAS
AUTOESTUDIO: LIBRO AZUL, REFLEXIONES DIARIAS
PLANIFICACION DE ACTIVIDADES DIARIA
TERAPIA OCUPACIONAL
BIBLIOGRAFIA RECOMENDADA.