Padre Nuestro Explicado
Padre Nuestro Explicado
Padre Nuestro Explicado
Resumen
Abstract
This paper analyses the main topics of the Lord’s Prayer within its historical and
doctrinal context. Also, a biblical and theological commentary is carried out. This
study follows the thread of Jesus of Nazareth, a chapter from J. Ratzinger - Benedict
XVI’s book. It continues a paper published in the previous volume and centres on the
“Requests” and the “final Doxology”.
Key words: Jesus of Nazareth, the Lord’s Prayer.
* El presente artículo representa la Segunda Parte de una reflexión más amplia y profunda que
se inició en el volumen anterior (III, 2008) de la publicación Cauriensia, de ahí que continuemos con
la numeración como si fuera un sólo trabajo.
440 Florentino Muñoz Muñoz
2.1. “Danos cada día nuestro pan cotidiano” (Mt 6,11; Lc 11,3)
2.1.1. Significado de las palabras de esta petición
A) “El pan”.
a) En la Biblia, la palabra “pan” significa varias cosas:
– El pan material, es decir, el pan terrenal necesario para la subsistencia
de todos que abarca: la comida, la salud, la casa, el trabajo, la dignidad.
Es verdad que “no sólo de pan vive el hombre” (Dt 8,3; Mt 4,4), pero
es verdad también que sin este pan no se vive. No tener pan es carecer
de todo (cf. Am 4,6; Gn 28,20). Es cierto que Jesús nos ha dicho: “no
estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer” (Mt 6,25), pero
es verdad también que el mismo Jesús nos invita a pedir nuestra comida
y a mostrar a Dios esta preocupación nuestra.
– El pan de vida. Este pan baja del cielo y nos da la vida verdadera (cf.
Jn 6, 34-35). Es el pan de la fe y de la esperanza. “Comer este pan” es
acoger espiritualmente a Cristo con fe y amor ya que Él es el “alimento
espiritual del hombre”.
– El pan eucarístico: el Cuerpo y la Sangre de Cristo real, verdadera y
sustancialmente presentes bajo los signos del pan y del vino. Es el ali-
mento que no perece y por el que debemos trabajar y esforzarnos siem-
pre (cf. Jn 6,51b).
– El pan escatológico. Es el banquete del reino de los cielos. El pan euca-
rístico anticipa el festín del Reino de los cielos, que Dios tiene prepa-
rado para los que lo aman (cf. Lc 22,18).
b) Los Santos Padres que explicaron el Padrenuestro muestran también
diferentes interpretaciones del “pan”.
– San Jerónimo, en Lc 11,3 mantiene el “cotidiano”, mientras que en
Mateo 6,11 traduce por “sobresustancial” que es un calco etimológico
B) “Nuestro”
Teniendo en cuenta que los discípulos son quienes oran al Padre, es com-
prensible que digan: “el pan nuestro”. También nosotros, cristianos del s. XXI,
rezamos esta oración y pedimos el pan para nosotros y para todos. Somos
miembros de la Iglesia, familia de hijos y de hermanos, y somos miembros de
una humanidad de la que una parte muy numerosa carece de pan para vivir.
Pedimos, pues, el pan no sólo para nosotros o para nuestras familias, sino para
todos, especialmente para los que nada tienen y mueren de hambre. J. Ratzinger
escribe: “Nosotros pedimos nuestro pan, es decir, también el pan de los demás.
El que tiene pan abundante está llamado a compartir” (JdN, 187).
C) “Epiousion”
No es fácil interpretar la palabra “epiousion”, ya que sólo se encuentra en
este texto. J. Ratzinger escribe: “la palabra griega «epiousios» que, según Orí-
genes (†c.254)-, no existía antes en el griego, sino que fue creada por los evan-
gelistas. Es cierto que, entretanto, se ha encontrado un testimonio de esta pala-
bra en un papiro del s. V d. Cristo. Pero por sí solo tampoco puede explicar con
certeza el significado de esta palabra, en cualquier caso extraño y poco habitual.
Por tanto hay que recurrir a las etimologías y al estudio del contexto” (JdN,
189). Por nuestra parte, ofrecemos las siguientes traducciones y significados:
– “epiousios” se deriva de “epi+ousía”, y significa: el pan super-substan-
cial, dánoslo hoy. Se trataría de la “sustancia” nueva, superior, que el
Señor nos da en el santísimo Sacramento como verdadero pan de nues-
tra vida.
– “epiousios” se deriva de “epi+einai”, y significa el pan diario, el pan
material que necesitamos, dánoslo hoy: “el pan necesario para la exis-
tencia”. Danos hoy el pan que necesitamos para poder vivir.
D) “Danos”
Con esta palabra expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nues-
tra confianza filial en nuestro Padre del cielo que “hace salir el sol sobre malos
y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45) y da a todos los vivientes
“a su tiempo su alimento” (Sal 104,7). Al orar así mostramos que vivimos con-
fiando en la providencia del Padre que no nos dejará ni nos abandonará nunca
en nuestra vida. Quienes conocen la bondad del Padre, no viven angustiados
ni ante el hoy ni ante el mañana, ni se sienten preocupados por el futuro, pues
saben que sus vidas están en las mejores manos: las manos del Padre que es
“compasivo y misericordioso”. El orante vive en humildad en la presencia del
Padre porque sabe que el Padre nunca lo dejará solo y abandonado, y en ser-
vicio fraterno ante los demás. Y lo más que pide es “un poco de pan” para el
camino y para el servicio a los demás.
suplican el pan para cada día ya que viven de la providencia amorosa del Padre;
viven pidiendo y recibiendo cada día el trozo de pan que el Padre les da1.
B) Danos, Padre, el pan escatológico
El significado de este pan no se agota en lo material, ya que este pan viene
a los discípulos de la mano providente y amorosa del Padre. Por eso, es sagrado,
forma parte de los bienes de la salvación de Dios. Podemos decir que así como
las comidas de Jesús con los pecadores tienen un carácter escatológico ya que
anticipan el futuro banquete escatológico, así este pan anticipa de algún modo
el banquete del Reino de los cielos. S. Jerónimo ha propuesto la siguiente
hipótesis: el evangelio de los Nazarenos, escrito en arameo, tenía la palabra
“mahar” (“mañana”) allí donde el texto griego tiene “epiousios” (“cotidiano”).
Se trataría entonces del “pan del mañana”, lo que querría decir, precisa San
Jerónimo, “nuestro pan futuro”. Este “pan futuro” sería el “pan de vida” que
debe alimentar al hombre en el mundo escatológico y del que el pan eucarístico
sería la prefiguración (cf. Jn 6,34: “danos siempre de este pan”). Pedimos “el
pan de la plenitud”, el “pan escatológico” anticipado hoy y aquí.
C) Danos, Padre, el pan eucarístico.
No pocos Padres de la Iglesia van más lejos aún en su meditación teológica
e interpreten el pan que pedimos en el Padrenuestro como el pan eucarístico:
el Cuerpo y la Sangre Jesucristo, que da fuerza para vivir la fraternidad (cf. 1
Co 11,17-34), es semilla de eternidad (Jn 6,51.54) y “viático” para caminar por
este mundo hacia la Casa del Padre, pues “no tenemos aquí ciudad permanente,
sino que buscamos la del futuro” (Hb.13,14).
D) Danos, Padre, el pan de la fe
Danos, Padre, la fe para que seamos discípulos de tu Hijo y podamos
seguirlo y perseverar en este seguimiento. Digámosle: “¡Señor, yo creo, pero
aumenta mi fe!”. ¡Danos, Padre, el pan de la fe! “Hay hambre sobre la tierra,
«mas no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (Am
8,11). El Catecismo de la Iglesia Católica resume el contenido de esta petición
así: «Nuestro pan» designa el alimento terrenal necesario para la subsisten-
1 A. George escribe: “Jesús nos invita a pedir, día a día, el alimento que necesitamos. Y esto
con confianza, ya que Dios es más bondadoso que todos los padres de la tierra, y ninguno de estos
«daría una piedra a su hijo si éste le pide pan» (Mt 7,9. Dios, que antiguamente alimentó a su pueblo
en el desierto, día a día, con el maná (Ex 16), puede seguir haciéndolo” (“El evangelio”, o. c., 52). G.
Bornkamm escribe: “le terme très controversé de «epiousios» dans le quatrième demande doit plutôt
etre compris comme designat una ration modeste et suffisante, donc au sens de la traduction de Luther:
notre pan quotidien («unser táglich Brot»)”, (“Qui est Jésus”, o. c., 157). J. A. Fitzmyer escribe: “La
comunidad de discípulos depende esencialmente del Padre. Por eso tiene que pedirle que socorra sus
necesidades diarias de sustento” (J. A. Fitzmyer, “El Evangelio según Lucas”, o. c., 308).
luego existo”. La cuarta Plegaria eucarística lo dice así: “Dios creó todo con
sabiduría y amor”. Podemos, pues, afirmar que toda criatura lleva impreso en
ella misma el sello del amor de Dios ya que “ha sido creada a su imagen y seme-
janza” (Gn 1, 26-27). Dios nos ha creado para salvarnos: “nos ha destinado para
obtener la salvación” (1 Ts 5,9) ya que “Dios quiere que todos se salven…” (1
Tm 2,4). Esto será una hermosa realidad si no nos cerramos definitivamente
a Él y a su amor salvador. El núcleo del Cristianismo es que Dios nos ama
incondicionalmente, cuida de nosotros con vigor de Padre y entrañas de Madre.
Nuestra respuesta a este amor incondicional y gratuito de Dios ha de ser un
amor confiado y agradecido. Digamos también que sólo quien tiene conciencia
de ser amado permanentemente por Dios, toma conciencia del pecado. Quien se
siente inundado por el amor de Dios, se siente movido a evitar el pecado.
4 JdN, n. 2839.
¿En qué consiste el perdón? Según J. Ratzinger “la ofensa es una realidad,
una fuerza objetiva que ha causado una destrucción que se ha de remediar. Por
eso el perdón debe ser algo más que ignorar, que tratar de olvidar. La ofensa
tiene que ser subsanada, reparada, y así, superada” (JdN, 195).
¿Qué lugar ocupa Jesucristo en el perdón de los pecados? J. Ratzinger
manifiesta lo siguiente: “En este punto nos encontramos con el misterio de la
Cruz de Cristo” (JdN, 195). ¿Cómo explicar la acción perdonadora de Cristo?
“La idea de que el perdón de las ofensas, la salvación de los hombres desde
su interior, haya costado a Dios el precio de la muerte de su Hijo se ha hecho
hoy muy extraña: recordar que el Señor «soportó nuestros sufrimientos, cargó
con nuestros dolores», fue «traspasado por nuestras rebeliones, triturado por
nuestros crímenes» y que «sus cicatrices nos curaron» (Is 53,4-6) hoy ya no
nos cabe en la cabeza. (…) Ya no somos capaces de comprender el significado
de la forma vicaria de la existencia, porque según nuestro modo de pensar
cada hombre vive encerrado en sí mismo; ya no vemos la profunda relación
que hay entre nuestras vidas y su estar abrazadas en la existencia del Uno, del
Hijo hecho hombre. Cuando hablemos de la crucifixión de Cristo tendremos
que volver sobre estas ideas” (JdN, 195-196). J. Ratzinger cita al Card. J. H.
Newman quien dijo en una ocasión “que Dios pudo crear el mundo de la nada
con una sola palabra, pero que sólo pudo superar la culpa y el sufrimiento de
los hombres interviniendo personalmente, sufriendo Él mismo en su Hijo, que
ha llevado esa carga y la superado mediante la entrega de sí mismo. Superar
la culpa exige el precio de comprometer el corazón, y aún más, entregar toda
nuestra existencia. Y ni siquiera basta esto: sólo se puede conseguir mediante la
comunión con Aquel que ha cargado con todas nuestras culpas” (JdN, 196).
2.2.5. Relación entre el perdón que Dios nos da y el perdón que nosotros hemos
de dar a quienes nos ofenden
P. Bonnard escribe a este respecto: “las palabras «ôs kaí umeis…» pueden
tener tres sentidos, ya propuestos por Lohmeyer: 1) «como», con sentido de
«puesto que»: el perdón divino depende del perdón otorgado al prójimo por
aquellos que oran. El aoristo «aphékamen» (hemos perdonado; Lucas, en pre-
sente, perdonamos) parece apoyar esta interpretación; 2) «como», en el sentido
de como «nosotros también»: los que rezan prometen perdonar (en aoristo para
insistir sobre la seriedad de la promesa) o perdonan en el acto (por ejemplo, en
la Iglesia, en el sentido del perdón fraterno), 3) «como», sin valor cronológico
que haga depender un perdón del otro, pero expresando la idea de simultanei-
dad escatológica: como nosotros –bien entendido– en estos últimos días per-
donamos a los hombres. Este tercer matiz nos parece el mejor. Lit.: «…como
nosotros hemos perdonado las deudas a quienes nos debían»”8.
Las traducciones de los textos nos ayudan a entenderlos:
a) Lucas: “kai aphes êmin tas amartías êmôn, kai gar autoi aphiomen panti
opheilonti êmin” (11,4).
La Biblia de Jerusalén traduce: “y perdónanos nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. La Biblia Interconfesio-
nal traduce: “y perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdona-
mos a quienes nos hacen mal”. La Nueva Biblia Española (L. A. Schökel y J.
Mateos): “y perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos
a todo deudor nuestro”. A la luz de estos textos, F. –X. Durrwell afirma: “el
perdón de Dios no aguarda que nuestro perdón se le haya concedido al prójimo,
ni que el perdón de Dios esté hecho a la medida del nuestro, ya que el perdón
de Dios es divino, sobreabundante. Pero el pecado que encierra al hombre den-
tro de sí mismo sólo se perdona en la caridad que lo abre. No es posible estar
abierto a la caridad divina y cerrado sobre sí en el rechazo del perdón. Por con-
siguiente, el hombre tiene que colaborar en el perdón de su pecado, tiene que
consentir en la caridad de Dios: el perdón de los pecados se da en la conversión
a la caridad”9.
b) Mateo: “kai aphes êmin ta opheilémata êmôn, ôs kai êmeis aphékamen
tois opheilétais êmôn” (6,12).
La Biblia de Jerusalén traduce: “Perdónanos nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La Biblia Interconfesional traduce:
“Perdónanos el mal que hacemos, como también nosotros perdonamos a quie-
nes nos hacen mal”. La Nueva Biblia Española: “Perdónanos nuestras deudas,
que también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Terminamos con estas palabras: “pues si perdonáis sus culpas a los demás,
también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis
a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas” (Mt 6, 12.14-
15).
los que ahora pasan por ella» (Hb 2, 18). «No tenemos un sumo sacerdote inca-
paz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo
exactamente como nosotros, menos en el pecado» (4,15)” (JdN, 197-198).
C) La prueba y la tentación
Después de la lectura de los textos bíblicos, que se refieren a Jesús, pode-
mos distinguir entre prueba y tentación. Recordemos de nuevo las palabras de
J. Ratzinger: “… para madurar, para pasar cada vez más de una religiosidad de
apariencia a una profunda unión con la voluntad de Dios, el hombre necesita la
prueba (…) El hombre necesita pasar por purificaciones, transformaciones, que
son peligrosas para él y en las que puede caer, pero que son el camino indispen-
sable para llegar a sí mismo y a Dios” (JdN,199).
11 “Cuando pedimos «no nos dejes caer en la tentación» expresamos la convicción de que «el
enemigo no puede hacer nada contra nosotros si antes no se lo ha permitido Dios; de modo que todo
nuestro temor, devoción y culto se dirija a Dios, puesto que en nuestras tentaciones el Maligno no pue-
de hacer nada si antes no se le ha concedido facultad para ello» (De domic. Oratione, 25)”. J. Ratzinger
parafrasea a S. Cipriano así: “Y luego concluye, sopesando el perfil psicológico de la tentación, que
pueden existir dos motivos por los que Dios concede al Maligno un poder limitado. Puede suceder
como penitencia para nosotros, para atenuar nuestra soberbia, con el fin de que experimentemos de
nuevo la pobreza de nuestra fe, esperanza y amor, y no presumamos de ser grandes por nosotros mis-
mos: pensemos en el fariseo que le cuenta a Dios sus grandezas y no cree tener necesidad alguna de la
gracia. Lamentablemente, Cipriano no especifica después en qué consiste el otro tiempo de prueba, la
tentación a la que Dios nos somete ad gloriam, para su gloria” (JdN, 200).
12 El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Al decir: «no nos dejes caer en la tentación»,
pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza, solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final” (n.
2863).
13 G. Theissen y A. Merz, “El Jesús histórico”, o. c., 298.
14 F. –X. Durrwell, “Nuestro Padre”, o. c., 298.
sabemos que el mundo entero está en poder del mal” (1 Jn 5,19). El autor del
Eclesiastés hace unas afirmaciones impresionantes: en nuestro mundo “en lugar
del derecho está el delito; y en lugar de la justicia, la injusticia” (3,16); “El
corazón del hombre está lleno de malicia” (9,3). Con una intensidad grande
Pablo presenta al hombre bajo el dominio del pecado: “…me complazco en la
ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros
que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está
en mis miembros. ¡Pobre de mí!” (Rm 7, 22-24a)
– Rogamos a nuestro Padre que nos libre de todos los males, presentes,
pasados y futuros, de los que el Maligno es autor o instigador. Pre-
sentamos al Padre todas las desgracias, sufrimientos y desdichas que
abruman a la humanidad y hacen sufrir a los más pobres del mundo,
imploramos el don de la paz y la concordia para que desaparezcan la
guerra y la violencia, la exclusión y el hambre.
glorioso a esta tierra. Recordemos estos textos bíblicos: “El Señor nos librará
de todo mal y nos dará la salvación en el reino eterno” (2 Tm 4,18). En la casa
del Padre “ya no habrá lágrimas, ni muerte, ni luto, ni llanto, ni pena” (Ap 1,4).
El Catecismo de la Iglesia Católica manifiesta: “en la última petición «y líbra-
nos del mal», el cristiano pide a Dios, con la Iglesia, que manifieste la victoria,
ya conquistada por Cristo, sobre «el príncipe de este mundo», sobre Satanás, el
ángel que se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación”24.