Expansión Territorial de Los Estados Unidos
Expansión Territorial de Los Estados Unidos
Expansión Territorial de Los Estados Unidos
La revuelta de las colonias españolas les había permitido la anexión de Florida en 1819. A partir de 1838,
la política de expansión se desarrolló rápidamente. En diez años, la Unión americana se extendió hacia
el golfo de México y hacia el Pacífico por los dominios que habían sido españoles y que habían formado
desde 1824 el nuevo estado mexicano. Tan pronto como fue alcanzado el litoral del Pacífico, atrajo la
atención la cuestión del canal interoceánico y América central entró, a su vez, en el campo de las
controversias internacionales.
Causas:
Los móviles de aquella expansión de los Estados Unidos eran, indudablemente, económicos; pero
también obedecían a preocupaciones de política interior y a corrientes profundas de la psicología
colectiva.
Económicas: en 1840, la población total de los Estados Unidos era de 17 millones. En los diez años
siguientes aumentó un 36 por 100, en parte gracias a la inmigración; mientras que entre 1820 y 1830
el número total de inmigrantes no había pasado de los 150.000, entre 1845 y 1850 alcanzó a millón
y medio de europeos-irlandeses, impulsados por el hambre de 1846; alemanes, desalentados por el
fracaso de los movimientos revolucionarios. La valoración de las tierras vírgenes de las llanuras
centrales del país y, por consiguiente, el desplazamiento de la frontera, se hallaba en relación
directa con tal afluencia. Eso en lo referente a las necesidades económicas.
Política interior: en 1841, las fuerzas respectivas de los Estados del Sur y del Norte eran casi iguales
dentro de la Unión: trece estados de cada parte. Pero a medida que la inmigración aumentaba,
aquel equilibrio corría peligro de descomponerse, pues los Estados del Norte recibían la mayor parte
y los campesinos de Nueva Inglaterra comenzaban a extenderse hacia las regiones del sur de los
Grandes Lagos. Para defender su puesto en la Unión y resistir a la presión que ejercían en el Senado
los antiesclavistas, los sudistas se vieron obligados a buscar también una expansión hacia el Oeste.
Mentalidad colectiva: fue quizá el móvil principal en el desarrollo de aquel movimiento: el espíritu
pionero del agricultor americano, que sentía el placer de la aventura y no dudaba en abandonar
su tierra para buscar su suerte en los grandes espacios del Oeste: la convicción de que el hombre
blanco llevaba a cabo una "misión civilizadora" al rechazar a las tribus indias; la voluntad de
extender los territorios de la Unión, conforme a los destinos de la nación americana. En 1845 empezó
a hacerse famosa la fórmula “Manifest Destiny” en las obras de los escritores políticos y en los
debates del Congreso. La Democratic Review afirmaba que los Estados Unidos sentían la vocación
de establecer su dominio sobre todo el continente, comenzando por América del Norte y dirigiendo
su primer esfuerzo hacia los territorios donde ya se habían instalado pioneros de la Unión.
No se trataba de intentar una expansión por la fuerza a costa del Canadá: los más acérrimos
expansionistas no parecían pensar en una guerra con Gran Bretaña y se limitaban a esperar que la
atracción del sistema político de los Estados Unidos bastase para facilitar, en su día, una solución;
podían, también, dar por descontada la atracción económica, pues los productores de trigo
canadienses perdían la posición privilegiada que tuvieron en el mercado inglés cuando triunfó allí el
librecambio y esperaban encontrar salida en tos Estados Unidos. Tal estado de espíritu explica el
aspecto adquirido por las grandes controversias relativas a la fijación de la frontera, regulada por los
compromisos de Maine (1842) y de Oregón (1846).
Pero la atención fue atraída, principalmente, por Texas, California y América central, regiones donde
los intereses de los Estados Unidos se enfrentaban con los europeos, particularmente los de Gran
Bretaña y a veces, también con los de Francia.
LA CUESTIÓN DE TEXAS:
Cuando los Estados Unidos, en 1803, obtuvieron de Francia la cesión de la Luisiana, quedó sin fijar la
frontera sudoeste ele dicho territorio. ¿Debería trazarse en el río Sabine o en el Grande?
En marzo de 1836, la colonización había tomado tal incremento que los norteamericanos formaban la
mayoría de la población, consiguiendo reunir una asamblea que proclamó la independencia del
territorio y que restableció la esclavitud, abolida por la ley mexicana. Pero aquella solución era precaria,
pues el Estado independiente tenía que temer el retorno ofensivo de los mejicanos.
Para hacer frente a dicho peligro y a las consecuencias sociales que resultarían de ello (supresión de
la esclavitud), la única solución era solicitar la incorporación del territorio a la Unión americana, cosa
que se llevó a cabo en septiembre de 1836. Pero el gobierno de los Estados Unidos se limitó a reconocer
la independencia del nuevo Estado y no aceptó su ofrecimiento de anexión. Declaró que nunca había
realizado una expansión territorial a no ser por cesión amistosa; y en este caso de Texas, el gobierno
mexicano no pretende renunciar a sus derechos. El verdadero motivo de la abstención fue la escisión
de la opinión pública: los Estados del Sur eran partidarios de una anexión que haría entrar en la Unión
a un territorio de economía y estructura social análogas a las suyas; por la misma razón, los Estados del
Norte adoptaron la postura opuesta, pues no deseaban ver aumentado el número de Estados con
esclavitud. La cuestión de Texas se convirtió, pues, en un episodio de la lucha entre las secciones de la
Unión, y el gobierno no quería arriesgarse a reavivar las pasiones.
Ante aquella negativa, los texanos no insistieron, tanto menos cuanto que la amenaza mexicana aún
no era clara: el 12 de octubre de 1838 el ministro de Texas en Washington retiró de forma expresa la
oferta de incorporación. Texas intentaría llevar una existencia independiente. Por incierta que fuese tal
solución, ¿cómo creer que los Estados Unidos hicieran definitiva su renuncia? Sin embargo, el gobierno
del pequeño Estado trató de mantenerse en ello, pues tenía así la ventaja de ser el dueño absoluto de
su tarifa aduanera. Pero ¿podría vivir sin ayuda exterior? Necesitaba colonos y capital, y se los pidió a
Gran Bretaña y a Francia. A partir de entonces, la cuestión de Texas desbordó el marco americano.
¿Cabe hablar en esas circunstancias de una política inglesa o de una política francesa? Algunos
círculos se interesaban, ciertamente, por el asunto en los dos estados europeos, porque Texas podía
convertirse en mercado de exportación y, principalmente, porque era proveedor de algodón en bruto.
¿Convenía, por tanto, correr el peligro de herir los derechos de México o los intereses de los Estados
Unidos reconociendo la independencia del nuevo Estado?
Al principio, en Londres, Palmerston se mostró muy reticente, queriendo influir en México, quizá bajo la
presión de los círculos financieros que habían efectuado préstamos a los mexicanos. En París no existía
semejante preocupación. Las relaciones con México habían sido perturbadas por un incidente que
originó una demostración naval ante Veracruz y el ministerio Molé pensó aprovecharse de las
circunstancias para conseguir aventajar a Gran Bretaña. Concluyó un tratado comercial con Texas
sobre la base del trato de nación más favorecida y encargó a un joven secretario de la embajada de
Francia en Washington que se informara en el terreno. El 25 de septiembre de 1839 el gobierno francés
firmó (ateniéndose al informe favorable de dicho agente) un tratado de amistad y de comercio que
favorecía la exportación a Texas de vinos y sedas. Esta fue razón suficiente para que Gran Bretaña
revisara su posición sobre todo en un momento en que las iniciativas francesas en Egipto le inquietaban.
Palmerston, que había llegado a convencerse entre tanto de que México era incapaz de restablecer
su autoridad en Texas, firmó a su vez un tratado de comercio (13 de noviembre de 1840) y ofreció su
mediación para conseguir del gobierno mexicano el reconocimiento de la independencia. Pero el
gobierno de Texas deseaba ante todo ayuda económica y en 1841 intentó la concesión de un
empréstito. Primero en París, después en Londres y en Bruselas, ofreciendo en cambio ventajas
comerciales. Fue en vano, porque nadie en Europa parecía tener confianza en el porvenir del joven
Estado. Las dificultades financieras originaron desórdenes interiores en Texas, de los que se aprovechó
en 1842 el gobierno mexicano para intentar una invasión. No es de extrañar, pues, que los plantadores
texanos, al no poder contar con la ayuda europea, volviesen a solicitar la anexión a los Estados Unidos.
Pero en el verano de 1843 el gobierno inglés (en el que Aberdeen había sustituido a Palmerston)
modificó su actitud. Y como la delimitación precisa de la frontera entre Canadá y los Estados Unidos
originaba dificultades, le pareció conveniente, para presionar a los Estados Unidos inquietarles en su
frontera meridional, decidiéndose a enviar a Texas a un encargado de negocios, Charles Elliot, y a
conceder un empréstito. El gobierno texano, solicitando de este la abolición de la esclavitud como
satisfacción a la opinión pública inglesa, ya que la esclavitud estaba abolida en las colonias británicas.
En la política interior de los Estados Unidos aquella iniciativa de Gran Bretaña favorecía los designios de
los anexionistas. A la muerte de Harrison, se convirtió en presidente un hombre de Virginia, John Tyler,
que deseaba desde hacía tiempo la anexión de Texas. La tentativa de la diplomacia inglesa le
proporcionaba los argumentos precisos para influir sobre la opinión pública y el Congreso. ¿No era de
temer (preguntaba) que el gobierno tejano, cuyos recursos financieros se estaban agotando aceptase
las condiciones impuestas por el gobierno inglés? Quizá con el único propósito de inquietar a la opinión
pública americana, Sam Houston, presidente de Texas, dio a entender que tal eventualidad era posible.
Y si Texas se viera sometido a la influencia británica, ¿cuáles serían las consecuencias? El algodón de
Texas competiría con el de los Estados Unidos en el mercado inglés; los productos industriales ingleses
desalojarían del mercado tejano a los americanos e incluso se introducirían de contrabando en el
mercado americano por una frontera terrestre imposible de vigilar. Pero esta no era la perspectiva más
sombría. ¿No cabía pensar acaso que en el espíritu del gobierno inglés la abolición de la esclavitud en
Texas fuese el preludio de un plan general para la abolición de la esclavitud en todo el continente
americano? ¿Cómo invocar la necesidad de mandos Unidos si en una vecina (Texas independiente)
los plantadores renunciasen a ella? ¿Y cómo evitar la huida de los esclavos si los fugitivos podrían
encontrar refugio en aquel territorio? "No cabría mayor calamidad para nuestro país (escribió el 8 de
agosto de 1843 el secretario de Estado, Upshar) que el establecimiento de una influencia
preponderante inglesa en Texas y la abolición de la esclavitud en este Estado."
El presidente de los Estados Unidos se decidió rápidamente a actuar el primero. El 12 de abril de 1844
obtuvo del gobierno texano un tratado de anexión. ¿Lo ratificaría el Congreso? Los motivos de política
interior que decidieron en 1836 a los Estados Unidos a rechazar la entrada de Texas en la Unión no
habían perdido nada de su valor. Además, era imposible reunir en el Senado la mayoría de las dos
terceras partes, necesaria para la ratificación. Sin embargo, en las, elecciones presidenciales de
noviembre de 1844, el candidato demócrata Polk, partidario de la anexión resultó elegido, con justicia,
gracias a la mayoría obtenida en seis estados sin esclavos, en los que la voluntad de expansión era más
fuerte que el sentimiento antiesclavista. El febrero de 1845, una resolución conjunta de las dos Cámaras,
ratificó la anexión, que los habitantes de Texas, reunidos en convención, aceptaron a su vez cinco
meses más tarde y casi por unanimidad.
El gobierno inglés acabó por resignarse, sin embargo, en enero de 1844, había pensado proteger la
independencia de Texas y solicitando del gobierno francés (en el marco de la entente cordial
restablecida por Guizot una gestión diplomática conjunta cerca del gobierno americano: incluso, en
junio, había pensado en garantizar tal independencia. Pero el embajador inglés en Washington advirtió
a Aberdeen que aquel proyecto contaría “con la más extrema resistencia de los Estados Unidos", y
después de las elecciones americanas, Guizot declaró al gabinete inglés (2 de diciembre de 1844) que
la cuestión no era lo bastante importante para justificar recurrir a las armas. De esa forma, Aberdeen se
vio obligado a batirse en retirada.
Y así, el presidente Polk, en su mensaje al Congreso (2 de diciembre de 1845), pudo añadir sin correr el
menor riesgo un “corolario” a la doctrina de Monroe: "Si una parte de un pueblo de este continente,
constituido en estado independiente, propone la unión a nuestra Federación, es un asunto que debe
ser tratado exclusivamente entre el y nosotros, sin intervención extranjera alguna. No consentiremos
nunca que potencias europeas intervengan para tratar de evitar tal unión bajo el pretexto de una
destrucción del equilibrio que quieren mantener en este continente."
Con las anexiones de Florida y Texas, los Estados Unidos adquirieron todo el litoral septentrional del mar
de las Antillas; al mismo tiempo comenzaron la colonización de la antigua Luisiana: el territorio de la
Unión alcanzó las Montañas Rocosas. Del otro lado, la expansión hacia la región más atrayente del
litoral del Pacífico (la costa californiana) se enfrentaba aún con los intereses y con los derechos
mexicanos. En California, las crisis interiores y las dificultades exteriores por las que atravesaba el
gobierno de México habían abierto el camino, hacia finales de 1844, a una agitación autonomista que
amenazaba adquirir carácter separatista. El representante, del poder central había sido expulsado y la
provincia se encontraba, de hecho, bajo la autoridad de un gobierno provisional. En el otoño de 1845
el gobierno mexicano preparaba una expedición para restablecer su dominio. La situación presentaba,
pues, algunas aparentes analogías con la que se había producido en Texas; pero existía una diferencia
importante: que en California eran poco numerosos los pioneros de la Unión.
AMERICA CENTRAL
La anexión del litoral del Pacífico por los Estados Unidos dio nueva actualidad a la construcción de un
canal interoceánico, puesto que las comunicaciones terrestres entre California y los Estados americanos
del Este eran prácticamente imposibles y lo seguirían siendo mientras no se construyese una vía férrea
transcontinental. Esta cuestión del canal fue abordada; en 1826, por el Congreso de Panamá y después
había sido objeto de diversos estudios, ya por europeos (en particular una empresa belga), ya, en 1837-
38, por los americanos; unos y otros habían pensado trazar el canal en territorio nicaragüense, pues el
valle del río San Juan ofrecía grandes ventajas. Pero la situación interior del país, donde los movimientos
revolucionarios se sucedían con carácter endémico, no alentaba precisamente la inversión de
capitales extranjeros. Se podría, sin embargo, solventar fácilmente aquella dificultad si los Estados
Unidos se mostrasen dispuestos a realizar el esfuerzo financiero necesario. Pero en aquellas regiones
Gran Bretaña tenía, además de sus posesiones antillanas, otras que trataba de consolidar a partir de
1832. En 1839 ocupó la isla de Roatán y en 1841 estableció un protectorado en la costa de los Mosquitos,
al sur de la desembocadura del río San Juan, creando una base naval en Belice, en la costa de
Guatemala. En el momento en que terminó la guerra entre Méjico y Estados Unidos (enero de 1848)
ocupó, no obstante las protestas nicaragüenses y en contra de los principios de la doctrina de Monroe,
la desembocadura del río San Juan, cambiando el nombre del puerto de San Juan por el de Greytown.
Así se aseguraba el control de una de las entradas del problemático canal. El objetivo de Gran Bretaña
(observa el presidente Polk) "está evidentemente de acuerdo con la política que ha seguido
constantemente en toda su historia: apoderarse de todos los puntos importantes para su comercio".
El gobierno de los Estados Unidos, que no había podido ocuparse de ello durante su contienda con
México, se preocupó de frenar aquellas usurpaciones británicas en cuanto firmó el tratado de
Guadalupe-Hidalgo. Por otro de 10 de junio de 1848 obtuvo del gobierno de Nueva Granada
(Colombia) el derecho en exclusiva de construir un ferrocarril o un canal a través del istmo de Panamá,
garantizando, al propio tiempo, a Colombia, la posesión del istmo en caso de ataque de una tercera
potencia. Al año siguiente, firmó con el gobierno de Nicaragua un acuerdo para establecer una vía
de tránsito por su territorio; pero no sometió inmediatamente dicha convención a la ratificación del
Senado, porque no quería irritar a Gran Bretaña. Sin embargo, la rivalidad anglo-americana adquirió
un aspecto grave cuando los ingleses no contentos con la posesión de la desembocadura del río San
Juan, trataron de asegurarse, al otro extremo del futuro canal la de la isla del Tigre, en la bahía de
Fonseca; en septiembre de 1849, los Estados Unidos obtuvieron de Nicaragua (para anticiparse a Gran
Bretaña) el derecho de establecer una estación naval en la isla. La escuadra inglesa lanzó a tierra un
cuerpo de desembarco, colocando a los Estados Unidos ante el hecho consumado.
El Senado norteamericano no se
hallaba libre de inquietud; si
concedió su ratificación fue porque
el portavoz del gobierno aseguró
una interpretación optimista: era
segura la próxima terminación de la
ocupación inglesa. Pero el
gobierno británico no pensaba en
semejante cosa. El secretario de
Estado, Clayton, que lo sabía muy
bien, trató de enmascarar su
retirada con vagas esperanzas.
Además, la puesta en práctica de las cláusulas del tratado dio lugar a divergencias e incidentes, ya
cuando el gobierno inglés declaró "colonia de la Corona" las islas de la Bahía, al norte de la costa de
los Mosquitos (julio de 1852), ya cuando la escuadra norteamericana bombardeó el puerto de
Greytown después de una lucha entre marinos y aborígenes (julio de 1854). Para poner fin a tales
dificultades el gobierno de los Estados Unidos solicitó, en 1856, de Gran Bretaña, negociar un tratado
que sustituyera a los de 1850. El gobierno inglés no se prestó a ello e intentó la solución de dichos litigios
por otro camino; la misión Wyke, que envió a la América central, negoció algunos tratados con los
gobiernos locales. Por el que firmó con Honduras, Gran Bretaña renunció a las islas de la Bahía, a
condición de que ninguna otra potencia se instalase en ellas. Por el firmado con Nicaragua, abandonó
su protectorado de la costa de los Mosquitos, a condición de que el puerto de Greytown continuase
abierto a su comercio. El firmado con Guatemala confirmó los derechos de Inglaterra sobre Belice. El
presidente de los Estados Unidos expresó su satisfacción en su mensaje al Congreso (diciembre de 1856);
las relaciones anglo-norteamericanas de América central se establecieron sobre una base que
permanecería inmutable durante cuarenta años.
¿Cuál era el alcance de aquella controversia de tanta duración en la que diplomáticos y marinos
habían tomado iniciativas tan arriesgadas?
Gran Bretaña se había apoderado, en aquellas regiones de nuevas tierras, haciendo caso omiso de la
doctrina de Monroe; pero, en definitiva, casi las había abandonado por completo. En este punto, al
que la opinión parlamentaria norteamericana concedía una importancia particular, puesto que ponía
en juego el prestigio de los Estados Unidos y el respeto a unos principios a los que la opinión pública
comenzaba 3 conceder valor de dogma, los Estados Unidos habían ganado la partida. Pero en cuanto
a la cuestión del canal interoceánico, no era así. Gran Bretaña no tenía interés alguno en la
construcción de un canal que en cualquiera de los casos no quedaría bajo control inglés. Lo que quería
era impedir que los Estados Unidos estableciesen aquella vía internacional en su exclusivo beneficio.
Durante algún tiempo, lo consiguió; si llegara a construirse el canal, se haría por iniciativa conjunta
anglo-norteamericana. Estaba claro que tal solución· tenía un atractivo mucho menor para los Estados
Unidos. El tratado Clayton-Bulwer tendía, pues, a aplazar la empresa, eventualidad que el gobierno
inglés acogió sin sentimiento alguno. Para él, lo esencial era haber opuesto una barrera a la expansión
de los Estados Unidos en América central y haber impedido un nuevo Texas.
Pero no era solamente el problema del istmo el que atraía la atención en la América central; también
existía la cuestión de Cuba, jirón del Imperio español en América. La isla estaba llamada a adquirir gran
-importancia estratégica, el día en que se inaugurase el canal interoceánico; además, era la tierra de
promisión para las plantaciones de caña de azúcar, es decir, para la producción de un artículo del que
los Estados Unidos eran importadores. Y la dominación española se veía amenazada por una
insurrección de esclavos. El gobierno de Washington ya había examinado la cuestión de Cuba, .sin
pensar aún en una anexión. ¿Iba a decidirse a ello en el momento en que los problemas de América
central alcanzaban el primer plano de la actualidad? La política que adoptó fue vacilante. En 1848
propuso a España, sin éxito, comprarle la isla; algunos meses más tarde, desaprobó (al menos,
oficialmente) la tentativa de un aventurero venezolano, que intentó provocar una revolución en Cuba;
por otra parte, cuando el gobierno español pretendió que el estatuto de la isla, es decir, su pertenencia
a España, quedase garantizado conjuntamente por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, el gobierno
norteamericano rehusó, sin duda, porque deseaba tener las manos libres, y el secretario de Estado no
vaciló en declarar que el destino manifiesto de todas las colonias europeas en América era caer en
manos de los Estados Unidos. No obstante, la política norteamericana, sin dejar de indicar sus
intenciones futuras, renunciaba, por el momento, a toda acción, porque temía enfrentarse con la
resistencia de Francia y de Gran Bretaña. Y aunque, en 1854 la guerra de Crimea paralizó la reacción
de estas dos potencias, y la ocasión se haría favorable (según la opinión de los principales agentes
diplomáticos norteamericanos) para apoderarse de Cuba por la fuerza, el gobierno de Washington no
se aprovechó de ello. ¿Por qué? Seguían siendo motivos de política interior los que le incitaban a la
prudencia; la eventualidad de una anexión de Cuba era deseada por los Estados del Sur, pero
rechazada por los del Norte, que no querían ver entrar en la Unión a un territorio de esclavos.
Cuando la expansión de los Estados Unidos se enfrentó con los intereses de las grandes potencias triunfó,
pues, casi en todas partes, sin verdaderas dificultades, las cuales surgieron, en cambio, por las discordias
entre los Estados de la Unión. Ni Francia ni la misma Gran Bretaña opusieron una resuelta resistencia:
¿Por qué creían oportuna o necesaria tal resignación?
En Gran Bretaña, los círculos políticos (a excepción de los radicales) no sentían más que desprecio
hacia el régimen político norteamericano (democracia corrompida y violenta). Palmerston, jefe de la
política exterior, tenía a los yanquis por muy desagradables; no eran, pues, las simpatías colectivas o
individuales las que podían ofrecer una explicación. Los intereses económicos y financieros favorecían
la conciliación. El comercio de los Estados Unidos (mercado de exportación para los productos
industriales y fuente de abastecimiento de materias primas), tenía, para la industria inglesa, tal
importancia que no podía seriamente pensarse en un conflicto; por otra parte, los Estados Unidos
estaban grandemente necesitados de capitales ingleses, y la importancia de las inversiones inglesas
hacía desear a los círculos de negocios de Gran Bretaña la solución de las dificultades políticas.
Ashburton, jefe de la Banca Baring, cuyo papel fue fundamental en aquellas relaciones financieras,
negoció el tratado de 1842, sobre la frontera del Maine. En 1846, fecha de la controversia acerca de
Oregón, la supresión de los derechos aduaneros ingleses sobre el trigo, satisfizo a los exportadores
norteamericanos, y tal ventaja impulsó al gobierno norteamericano a disminuir su propia tarifa
aduanera. Pero, sin atribuir menos valor del que tienen a dichos factores económicos, es preciso
conceder prioridad a la explicación psicológica; los ingleses reconocían, según la fórmula de Disraeli,
que el impulso de la potencia de los Estados Unidos era ineluctable.
En Francia, donde los asuntos económicos no ofrecían (en las relaciones con los Estados Unidos)
importancia comparable, lo que más pesaba era la mentalidad colectiva. Y la Francia de Luis Felipe
estaba, desde hacía varios años, sumergida en una ola de americanofilia, alimentada, a partir de 1834,
por el éxito del gran libro de Tocqueville La Démocratíe en Amérique: los Estados Unidos evocaban la
imagen de la libertad, de la juventud y de la fortuna; eran el continente del futuro, porque, desde el
punto de vista social y político, aparecían como una tierra de experimentos; y suscitaban gran
entusiasmo entre los intelectuales. En los partidos políticos las opiniones eran, ciertamente, más variables.
La oposición legitimista no veía con buenos ojos la experiencia norteamericana, en contradicción con
sus sentimientos y su concepto de la sociedad. La oposición de izquierda, por el contrario, convencida
por Tocqueville, de que todos los Estados norteamericanos habían aceptado el sufragio universal,
admiraba la organización política norteamericana, en la que veía una gran experiencia de república
democrática y el ejemplo vivo de progreso social. Por su parte, Tocqueville no creía que el sistema
político americano pudiera trasplantarse a Europa. Pero su mensaje coincidió con el de Disraeli, al
evocar el porvenir ce la Unión: "Los Estados Unidos -escribía- se convertirán en, la primera potencia
marítima del globo; dentro de un siglo tendrán den millones de habitantes y dominarán, desde el punto
de vista económico, todo el continente americano. Día llegará en que los Estados Unidos y Rusia se
repartirán el mundo."
Por su parte, los Estados Unidos creyeron preferible limitar sus empresas expansionistas a la esfera de sus
intereses directos, evitando, de momento, cualquier ambición panamericana. El asunto del Río de la
Plata, donde el dictador argentino Rosas entró en conflicto, primero con Francia y después con Gran
Bretaña, fue un caso típico de dicha prudencia. Rosas, se apoyaba en los gauchos de la Pampa, que,
como agricultores, despreciaban las actividades comerciales, en las que desempeñaban un
importante papel los 'inmigrantes europeos (vascos, italianos, ingleses, alemanes). Amenazado por una
guerra civil, decidió encuadrar en las tropas gubernamentales a los inmigrantes franceses. El gobierno
de Luis Felipe aprovechó en seguida la ocasión para intervenir en un conflicto interior argentino: en
1838 había concedido su ayuda al jefe de los insurrectos y establecido, en la desembocadura del Río
de la Plata, un bloqueo (que, por otra parte, había resultado ineficaz) contra los gauchos. Gran Bretaña,
que poseía en la Argentina importantes intereses económicos, se lamentaba, lo mismo del desorden
financiero y de la depreciación monetaria (consecuencias de la guerra civil) que de las medidas de
represalia adoptadas por Rosas contra la navegación extranjera. De acuerdo con Francia, estableció
un plan conjunto de intervención armada, en 1845.
La ocasión era clara para que los Estados Unidos invocasen la doctrina de Monroe, y la prensa
norteamericana no dejó de hacerlo. ¿Se iba a permitir a Europa ''hacer y deshacer" los gobiernos de
los Estados americanos? Pero el presidente Polk se mostró más conciliador. En su mensaje de 2 de
diciembre de 1845, distinguía entre una iniciativa europea, cuyo objetivo fuese una expansión territorial,
y la que atentara a la soberanía de un Estado americano. En el primer caso los Estados Unidos harían
todo lo posible para impedirlo; en el segundo, no permanecerían indiferentes. En definitiva, el secretario
de Estado advirtió al embajador inglés que los Estados Unidos no intervendrían en el asunto argentino.
Aquella actitud contrastaba con la del gobierno de Washington en la cuestión de Texas por la misma
época.
¿Bastará, para explicar tal diferencia, observar que por entonces, los intereses económicos de los
Estados Unidos en la Argentina eran poco importantes y que no les inquietaba mucho, por ello, la
perspectiva de una intervención franco-inglesa? No. En el fondo, el presidente Polk no se atrevía a
correr nuevos riesgos en el momento en que tenía entre manos los asuntos de Texas y México, sin contar
el de Oregón, y limitó, implícitamente, el campo de aplicación de la doctrina de Monroe a las regiones
en que la Unión poseía intereses vitales. Si este repliegue no produjo consecuencia alguna para los
intereses de los Estados Unidos se debió a una circunstancia imprevista: a partir de1846. Gran Bretaña,
rota la entente cordial franco-inglesa en Europa, renunció a llevar más lejos el asunto de la Argentina.