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Caballo de Copas
BIBLIOTECA DE NOVELISTAS
I

, Zig-Zag,- S. A. 1957.
Derechos reservados.
Inscri~cidnN.0 19726.
Santiago de Chile.
195'7.

E M P R E S A E D I T O R A Z I G - Z A G , S. k
F E R N A N D O A > L E G R I A

CABALLO.
L DE

COPAS

z I G - z A G
Ei STA mafiana, como todos 10s dias, recogf el “San
Francisco !Chronicle” del jardin, y lUeg0, sentado a la
mesa, sorbiendo el cafe con Ifentitud, acept6 el reto de
las letras de imprenta y mire (el titular mas grande.
La columna negra es hoy un crespdn de luto. Lei las
palabras con objetivfdad rdejle, luego, que st? asenta-
ran, goteando Ietra por lletra, hasta su altimo residua
Despues pens6 en ellas. Y me pareci6 increible. Un
flujo de sentimientos angustiosos me sacud.ib interior-
mente. ‘No, no puede ser. LPor ‘que? LDor que a &,pFe-
cisamtente a el?
La noticia d e una muerte siempre v i a e con una
descarga retardada. La impresidn primera es parecida
a 1.121 desdoblamiento. Una parte de nosotros mismos
nos enfrenta y nos repite, esforzandose por convencer-
nos, que la noticia es veridica. A veces nos sorprende
-ic6mo no se sorprenderan 10s dem&s!- el no sen-
tir lzinguna emwibn y el no poder expliesar ninguna
pena que parezcatsincera. Nos hacen falta iagrimas y
sollozos. Frios y mudos, nos quedamois meditando. Oe
repente advertimos que la i’dea de esa muerte ya ha
prendido en nosotros, y, ial notar que nos hemos altos-
turnbrado a ella, la desesperaci6n estalla y nos vuelca
el alma e n un vbrtice de quejas. Entonces si sab’emos
que hacer. Babemos cdmo se llora ante la impotencia.
Pero supongamos que el muerto fue un caballo. No una
persona que se comport6 en vida como un caballo, sin0
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un caballo, u n verdadero caballo. Equus cabaZZus. iC6-
mo se reacciona entonces? El que sonria y descuente el
hecho como una simple tonteria, se equivoca; se equi-
voca profundamente. La dama retirada que ha idola-
trado por aaos a su gat0 pequines y lo pierde de im-
proviso, vlctima de un ataque cardiac0 d, 10s albores del
dia en un Oejado de agosto, .ella comprendseria. La per-
dida de unla mascota que ha CreCidQ en el calor sacro-
santo de nuestro instinto paternal, es un g0;pe tan ru-
do como la muerte del deu'do m&, querido de nulestra
familia.
Sin embargo, este cabago n'o era una mascota pa-
-' ra mi. iC6mo va a ser una mascota un caballo cuya
muerte se anuncia en el "San Francisco Chronicle", con
Eetras mas gordas que las qu'e anunciaron el atentado
contra la vida del pwsidente Truman? Este caballo, er,
un momento dado, fue el eje central de mi vida. Fue el
poder que hizo madurar mi espiritu y organiz6,y ende-
re26 mis 'esfuerzos, transformandome, del aprendiz de
picaro que fui en a o s pmados, en el hombre m&s o
menos respetabl'e y equilibrado que soy ahora.
Miro a mi alrededor. Vivo en un ambiente que pu-
diera llamarse de lujo. Los objetos y 10s muebles for-
man en mi contorno una atm6sfera mnelle, que jam&
parece tocarme directamente. Todas las llneas se di-
suelven aqui. Las mesas y las sillas, del m8s depurado
estilo vanguardista, llegan hzsta mi como en ondas
producidas en una superficie de agua tranquila. Acaso
sea el efecto de un lin6leo color arcilla y u n a esteras
de pelusa blanca. Acaso todo el departamento respon-
de a.la 11.12 lejana del cielo de mayo: luz turquesa em-
polvada de celajes. Los estantes se achatan como ga-
tos de angora. La chimmenea abre la boca y muestra
parte de un paladar ceniciento. En la tibieza del aire
primaveral perduran 10s ruidos confortables de las ca-
sas vecinas. Suena una m a i c a sinf6nica en alguna par-
te, y su tono es rico, per0 moderado y bajo. Siento
c6mo transitan por 10s jardines las viejecillas de pinto-
rescos sombreros de paja. En la acera opuesta diviso a
la esposa joven, una rodilla en el suelo, el muslo desnu-
do y fresco, la cadera cefiida por el pantal6n corto azul,
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el cabello rubio sobre la frente, las manos hurguetean-
do las raices de las petunias que ha plantado en franjas
ante el cesped de Su casa.
D e a e el balcon veo la bahia envuelta en una lige-
ra bruma, que a rates parece (espuma de mar, a veces
nube de gaviotas que no consiguen remontar el vuelo.
~1 agua es celeste y verde. Una que otra chimenea de
Richmond suelta espirales de humo. No hay barcos.
a 1 0 eucaliptos y pinos en 1 s eolinas de Albany, a1 bor-
de del mar. Peru mi vista se mantiene fija en el enor-
me galpon verde y blanco de Golden Gate Fields. &Que
soledad mas sorprendente que la de un hipodromo
abandonado? Por la ancha piSta de tierra no corre mas
que la brisa, Y, supongo, la tusa del cardo, y, tal vez,
uno que otro boleto amaxillento de la ultima tempora-
da. El pasto y las amapolas crecen desordenadamente.
Como la distancia es larga, las galerias ofrecen un as-
pecto dudoso. Podrfan estar pobladas de fantasmas.
Todos 10s carreristas que he conocido en mi vida fue-
ron seres de intensa y profun'da espiritualidad. Todos
tenian pasta de mediums. Todos, a mi juicio, eran ca-
paces de desdoblarse y salir la penar sen vida por 10s
hipodromos solitarios donde vendieron su alma a1 dia-
blo. Asi, pues, muy bien pudieran hallarse ahora con-
gregados ahi, mirando silenciosamente hacia mi ven-
tana, observandome, juzgandome, atentos al gesto de
angustia que creen adivinar en mis labios. Asimismo,
algunos anteojos de larga vista flotan solos en el inte-
rior de las torres de 10s jueces. Ellos si me calan hasta
el fondo del alma. Ese mutism0 me desconcierta. For-
mo parte de el, y esta estructura, en la que me acomo-
do burguesamente placido, tambien est& hecha de se-
mejante irrealidad, y es parte del mismo paisaje.
'Coda ella representa un minuto cuarenta y cuatro
semndos y tres quintos en la vida de ese caballo. Una
revolucion de su organism0 perfecto, una armonica
combinaci6n de patas delanteras y patas traseras, una
distension y una contraction d e sus musculos sober-
bios y un trabajar ritmicof de sincronizacion absoluta,
de su coraz6n heroic0 y generoso. Fue apenas un pufia-
dito de tiempo. El deshoje de una minuscula poreion
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de vida. Como sello de t a n espectfieular divisi6n del
tiempo, aaCi6 teste departamento. Los mu~ebles,10s li-
bros, 10s discos, 10s cuadros, Be reprodujeron en W a s
las aristm y planos del a r k modern0 y en la mullida
- rusticidad californiana. Junto a este mundo material
conquisto mi espiritu da clalma y la hondura pma apre-
ciar mi nueva posici6n en la vida y darme una medida
aproximada de su apasionante compbejic€amd y engafiosa
consistencia.
Y ahora.. ., meste caballo se ha muerto, y mi segu-
, ridad burguesa muestra una bepentinla grieta. La gen-
te tendra La impresibn de que testa muerte significa mi
ruina. Be dira que el veterinario de ?ranforan 56 preci-
pit6 y le quit6 la vida a1 caballo cuando a a n habi’a po-
sibilidades de que se salvara, y, POTlo tanto, nfirmaran ,
que <elLloyd be Lonrdres se negara (a pagar el seguro.
jDe d6nde puede salir ,este c-Cunulo de negras predic-
ciones, esa creencia de qule en este tranae perdere todo
el caudal atesorado en momentos de trascendental ins-
piracibn equina? Tengo la sospecha de qu’e mis amigos
razonarfin ~asi:“EF1 pobge ya habia pagado las inscrip-
ciones para el Clfisico ,de Taniforan. Ahora, con el ca-
b a l b muerto y el seguro que no se lo pagaran, no le
queda otro camino que el de la miseria”.
Y hasta ci6erto puntio, tienen penfecto derecho a
r m n m de este modo, porque, jc6mo saben ellos lo que
aconteci6 detrh de las bambalinas en estos altimos
dim? jSaben la relaci6n qule texiste entre la muerte del
caballo y el viaje a Chile del famoso jinete Hidalgo,
alias el Siete Millones? LGaben qule la otra noche sola-
mente.. . ? Buerio, para que sigo adelante, si estos he-
chos, narrados asf, deshilvanadamente, carecen en ab-
mluto de significacion. Lo mtejor les proseguir en orden,
y, recapitulando, reconstruir una breve historia, que
es, si no dramatica, a1 menos festivamente humana; la
pequefia historia del papel que desempefi6 en un en-
trernks d e mi vida este animal noble, sufrido, humilde;
amalgama de contradictorias cualidades; orgulloso y ti-
mido, sabio e ingenuo, audaz y precavicdo, aventurero
y conserwdor, hecho, a1 parecer, de pasta privilegiada
-aunque las proporclones .se confundieron en la reoe-
10
ta--; gran bromista, POT lo general personalmentie bur-
lado; gran SOSpwhosO, soplado de ironia Y a ‘tropezo-
nes siempre con una honda tristeza que Jle empujabzt
hacia un callejon sin salida.
Mi caballo ,era asi: grande en sus bondades y ad-
mirable en s~ desamparo. Supongo que era un genio.
N~ tuve tiempo (de COnOC~erka fondo. P O C O s son 10s
que, nacidos en arrabal sudamericano, surgm a1 domi-
nio de 1%f m a y cteslumbran a un publico internacio-
rial. “;w-uladores maestros abundan, y se les tiolera con
mayor 0 menor benevolencia. Per0 el genuino cam-
peon es inconfundible. Para el no hay terminos medios
en la admiracidn *del publico; nadie intenta entur-
biar su aureola. Es unico. El campeon verdadero, he-
cho como est& con la substancia misma be ia victoria,
jam&, decepciona a sus partidarios, que le simen hasta
la muerte. Es heroe absoluto. Venga de donde viniere,
bruto entre 10s brutos, animal entre 10s que m a usan
las patas. No importa. Se trata ‘del vencedor, 0,mejor
dicho, del que se niega a aceptar una derrota y la trans-
forma siempre (en victoria.
Mi campeon venia de un vallecito suredo de mi
Chile natal. Gentauro cretado entne chacolies y alcoho-
les de madera, rapido ante la esencia de la cebolla y el
anca rubia de las yeguas. No conocia sino el habla que
habla la uva, el volantin de sus tiempos dte potrillo y la
chaucha de quienes le iniciaron en las pistas del Hip&
dromo Chile. He aqui un caballo que so10 conwe cobra-
dores de gondolas y conductores de golondrinas. A
quien 10s fabricantes be vino con apellido vslsco no
mencionaban en el Club de la Union, y quien, en cam-
bio, apoyo la candidatura del m h vasco de todos:
“Olaverry”, ilustre vencedor del Santa Anita Handicap,
idol0 Y maestro de mi criollo campeon. Naci6 entre hu-
mo be cigarrillos “Joutard” y calor de tusa de choclo.
La doctrina cristiana la aprendio con el Siete Millones,
jinete retirado hoy -ya se vera por que-, ex caballe-
Tizo del famoso Molter. De Chile recordaba 10s ados
nuevos, le gustaba evocar #elperfume de la albahaca y
10s ramitos de clavel. En las notches de fonda de la Ala-
meda y el Parque, euando 10s cohetes reventaban con-
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tra las paredes de adobe de Ban Francisco, 61 Pensaba
con algo de nostalgia en el ranchito pelado y la media-
luna del fundo lejano. Per0 era deliz. Sali6 a navegar,
porque todo chileno es “pata:e perro”. Incluso 10s ca-
ballos. Y caballo mhs “pata’e perro” que mi campe6n,
dificulto que hubiera...
per0 d e jemonos ‘de sentimentalismos. Cuando em-
peck a escribir estas notas, % . venfa por la ventana, a
grandes booanadas, el tibio ,aroma de la primavera. La
cortinilla de lino se infla a veces con una brisa suave,
y se agita, a1 descender, como el pecho candido de una
adolesoente. A veces lquiere salirse y entregarse, per-
dida, e n h e 10sdedos rojos de una fucsia que la palpa
anhelosamente. Siempre retorna a su rlecato; sin em-
bargo, y, mientras yo la observo con mirada risuefia, la
cortina se a h a 10s pliegues y se queda silenciosa con-
tra la pared.
Mi departamento est& rofbeadode flolres. La ancia-
aa duefia de casa camina dulcemente entre sus rosas,
azaleas, rododendros y camelias. Lleva en la mano una
regadera que le gotea sobre el delantal gris, y. deja mi-
nWu1a.s manchas de lodo en sus zapatos de tenis. Su
cabello blanco luce todavia 10s tornasdes de la anilina
que us6 el mes pasado. Sus ojitos celestes me hacen
musarafig detras de 10s anteojos. Yo le sonrio con tris-
teza y miro, por encima de su cabeza, la hxerta de
Oro, que se alza aparatosamente en la boca del oceano.
Exactamente entre yo y el mar crece un eucalipto im-
pertinente. Ignoro que me esconde entre sus ramas ha-
rapientas. Para madana s6lo tiengo presentimientos. La
historia d e por que lese caballo, que en vida construy6
mi fortuns, y en la hora de su muerte‘ ya no me per-
tenece, sorprenderh a todos 10s que, dia a dia, siguieron
nuestra carrera de proezas, y, quizhs, tambien a quie-
e e s ogen hablar de nosotros por vez primera.
Urn cbiletzo en Sun Fyarncisca

ACE algtin tiempo, cuando esta historia debe co-


menzar, trabajaba yo en calidad de lavador de platos
en un restaurante de San Francisco. No se me pregun-
te cdmo habia llegsdo a tan precaria situacibn. El
empleo de lavador de platos me servia para ganarme
la comida, y, adem&s,unos pocos dblares. Era un oficio
digno. Digno de perros. En aquellos dias me preparaba
yo paTa misiones superiores, misiones que, a 1% saebn,
no lograban definirse con claridad. Lavar platos me
daba tiempo para pensar y perlnitir a la imaginacidn
vuelos increibles; me ensefiaba hkbitos de paciencia y
comprensi6n estoicoa, y me servia, de un modo algo su-
til, para castigar 10s prejuicios de falsa dignidad caba-
lleresca con que habia llegado de Chile. Lave usted du-
rante cuatro horas seguidas la salsa con que empapan
el Pur? 10s restaurantes baratos de a&, y si, a1 cabo de
ese tiempo no se le revuelve a usted el estbmago a la I

vista de la pasta cafe y verde, es usted un heroe 0 un


mkrtir. Un ser excepcilonal. A mf, 'el pure de papas me
Pone 10s pelos de punta; l'n salsa me confunde el ea-
Piritu Y podria dar de aullidos si me acercaran una cu-
charada de esa pocibn infernal a 10s labios.
De este martirio vino a salvarme un compatriota,
We cay6 un dia par casualidad en el res'taurante. LSin
ohme habblar, c6mo pudo adivinar Hidalgo que yo era
chileno? Acaso fue ese sexto sentido que se nos des-
8rrolIa 'en le1 extranjcero y nos hace oler a un paisano
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t

L la distancia; acaso mi apariencia, pues la verdad es


,que Ilevo la chilenidad, un tip0 de chilenidad vaciado
en el rostro. Soy de esos chilenos “vinosos”, d$ pelo cas-
tafio claro,,ojos pardos, piel rojiza, con un mapa de fi-
nos vases sangufngos en las mlejillas y en la nariz. Abe-
m u , me dejo crecer el bigote, y en el bigote luzco pelos
de todos colores, aunque predominan 10s rubios y co-
lorados. Chileno, del valb central, de boca ancha, la-
bios gmesos y risa f6cil. Pudieran vestirme de esqui-
mal, y todavia se mle not.arfa la pinta de huaso. Por eso,
tal vez, Hidalgo me reconocid t a n rhpidamente. Fstaba
yo ocupado en el lavaplatos, del mostrador, cuando 61
se ace~c6pidiCndome un fdsforo. Me lo pidi6 en espa-
Aol. No me msoTprendi6, pues estaba acostumbrado B 10s
mexicanss y vascos d e Ila calEe Broadway. A1 devolver-
me la cajita, inquirl6:
--LUsted es chileno?
--Si, amigo -le respond€.
-Puchas, si somos compatriotas 4 j o - . LQuiCn
lo Iba a pensar?
-No hace mucho que vin’e 8 San Francisco. Chitas
la payas6, jasi que usted es chilleno tambien?
-Sf, pues. Soy del n a r k . Nacf en Antoifagasta, pe-
ro no me pregunte be all&,porque la mayor parte de
mi vida la he pasado en Santiago.
Hidalgo era hombre de piel mm’ena, blanqueada
apenas en 10s Fstados Unidos; el pelo n’egro y lacio,
tiem sobre las cejas y la nuca; la boca pequefia y 10s
labios finos, media abiel-tos, en expresidn que no era
exactamente una sonrisa, sino m6s bien una dura ame-
naza; sus ojos eran obscuros y despreciativos. Una sea
cicatriz le partfa la mejilla izquierda. 6 Cuchilleda?
LLatigazo? Habia en el (alga de humilde y de achilcado,
per0 tambi6n una expresidn ,de burla y m desd6n ins-
tintivo hacia todo y hacia todos. Su estatuya era dimi-
nuta. En Chilte le dirian “chico”; q u i , en 10s Estados
Unidos, era un pigmeo. Y o le habit5 largo rat0 ese dfa.
Le eontt5 mis andanzas 9 m e esmchd sin mucho inter&,
per0 8amistoisa.El no hablaba gran cosa. AI principio le
crei timido. Tal vez se avergonzaba de su escasa edu-
cacibn, y crefa ver en mi un indlviduo mils cultiyado y
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superior; tal vez se retFafa para ocultar su origen hu-
- miide. Pronto me di cuenta de que estas suposiciones
eran erredas. De timido, Hidalgo no tenia nada. Si al-
guns vez vivi6 en un ambiente humilde en Chile, eso
ahora carecia de importancia. No hablaba, sencilla-
mente, porque no tenla nada que dlecir. EWueto, mono-
sfl&bico,Hidalgo hacia salir sus pocas palahas como
@

piezm de un amoblado pobre; todas iban a su just0


lugar, y tal vez por eso lIe inspiraban a uno el deseo de
sentarse e n ellas. Me $diculenta de que le habia caido
bien. Desde lueg0, era yo menor que el; ademhs, Mi ex-
periencia en este pais de gringos era tan escasa, que,
alln siendo yo mayor que 61; habria sentido la tenta-
cidn de protegerme.
Sentado a una de las mesas frente a ‘La ventana,
aguard6 un par ,de hoTas a que yo terminara mi traba-
jo. Sorbfa cafe negro y fumaba dgarrillo tras cigarri-
110. A ratos Ieia un peri6dico Ileno de fotografias de
caballos y jinetes; parecia concentrarse un Instante,
levantaba la vista luego, la perdia en 10s tranmlntes,
afuera, y en seguida volvia a estudiar, hadendo mar-
cas con un lhpiz rojo junto a 10s nombres de 10s caba-
110s y la historia de sw actuwiones pasadas. Leia el
“Racing Form”,la biblia de 10s cammistas norteammi-
canos. Salimos del restaurante cuando anochecia.
-&A d6nde vamos? -pregunt6.
-Vamos a Ndar una vulelta 4 i j e yo-, per0 prime-
ro, vamos a mi hotel. Tengo que cambiar de ropa.
,Fuimm en uno &e esos carritos que suben y bajan
1as colinas de San Francisco, tirados por u cable. Pa-
Samos junto a una plaza fron’dosa, donde se alzan va-
Tias estatuas de bomberos italianos. Transitm 1 s pa-
Tejas, dulcemente enlazadas y susurrando como cisnes.
Gorras de marineros, piernas blanaas, cabellleeras ru-
bias, camisas mul’ticolmes. A veces unos calcetinaes
blancos de colegiala y unos patines colgando del hom-
bra. Sobre la hierba, la gente de ama labiertamente, sin
exrllpulos. Reina- cEe9a euforia de conejos. Las pare-
Jas lentran yVE3k!n& ios-mo*se acuestan
en IOS bancos, tante la n i r a d a indifierente de 10s vaga-
bundos.
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El carrita tuerce en una 'esqulna y salta un chorro
de luces de colores! Nos baiamos a1 final de Powell es-
quina de Market. Se aglomera la gente frente a 10s
cines. Los letreTos se encienden y se apagan, formando
frases y figuras luminosas en luces verdes, rojas, pur-
poreas y amarillas. Centenares de focos y relflectores
se vuelcan sobre las paredes de 10s edificios. Se ilumi-
nan el cielo y 'el suelo. La cara monstruosa de una ac-
triz de cine hace muecas Itibricas, contemplando la si-
lueta de un autom6vil altimo mod'elo. Entre dos cines
hay una callejuel~aestrecha; es un alero perdido entre
la maravilla; de las paredes sale un vapor obscuro, ca-
lien-te: acaso es el sudor de 10s t6at;ros. En el asfalto se
apelotona el chicle mezclado con la grasa y el weite
de 10s restaurantes y 10s autombviles. Cajones de basu-
ra se amontonan junto a puertecillas m.isterjosas. ADe-
cas diviso dos sombras furtivas, atorranks hamhrien-
tos en busca de mendrugos, o viciosos, o la,drones. La
calle Market hace esfnerzos por mzptener un ambien-
t e de feria. Allf bailan desde un escaDarate mnchachas
desnudas; all$ 10s ejBrcitos ,de Enrique V casi chocan
con una escuadrilla de zancudos que van a picar a1 Pa-
t o Donald: alli interpretan a Diw; alli se lee el futu-
ro, se matan aviadores de jugulete, se compran diaman-
tes por cincuenta centavos.
La multitud e n t r a ' y salte de las droanerfas. Una
nube roja nos cubre. Caminamos hasta Union Square.
Desaparece el olor a hot-dogs. Es la hora en que em-
piezan a Teunirse 10s maricones. Hidalgo y yo pasamos
con tranco lento y cansado. Un joven nos saluda afa-
blemehtk. Nos pregunta si no deseamos comDafiia.
--Compafiiia es lo que a usted le falta, pero de se-
guros contra las siete plagas -le contesta Hidalgo, en
un ingles horrendo.
Caminamos por Keamy hasta la plaza de Robert
Louis Stevenson en China Town. Nos sentsmos en el '
pasto. El busto del 'escritor,\verde y negro, bajo la ac-
ci6n del moho, parece un cad6ver escapado de la Mor-
gute, que est5 precisamente al otro lado Be la calle.
Unos Slrboles requiticos le montan guardia, como ni-
fiQscon lescopetas (de palo. Un chino vlejo pasa arras-
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trando 10s pies; se detiene un momento, y d e o r h a en
$elpedestal. De un Jujoso restaurante frente a la Mor-
gue, sale un grupo de italianos insulthndose a grandes
voces. Hidalgo me dice:
-Ven, vamos ‘atomar un trago en un bar que yo
conozco. La ropa t e la cambias mafiana. \

Per fuera, el bar parecia un sal6n de belleza. Las


pavedes reran de cristales sblidos, del tamafio de un
d o q u i n ; habia imitacioees de mhrmol por todas par-
tes. Un aviso en luz parpura anunciaba con letras cha-
tas y pesadas: “Liquors”. La puerta lucia un tapiz de
cuero con remaches de bronce. Entramos y no vi nada.
El saloncilb se hundia en una tiniebla am!. Oi voces
apagatdas y ruido de vasos. Hidalgo me gui6, tirjndome
I
be una manga, y p r o n b me hall6 sentado en un tabu-
rete altisimo, a1 borde de un mostTa7dor. Un gran espe-
jo reflej6 vagamente nuestras imhgenes. Una victrola,
equipada con un sistema telef6nic0, se ilumin6 con mil
colores en un rinc6n, y una voz be mufieca de trapo
p ~ e g u n t 6gangosamente: “ W h a t would youl like t o
hear?” Alguien tropez6 con su propia sombra, y la len-
gua demor6 largos segundos en desenrollarse: “ B l . . .
Bl ... Danube”. La aguja rasp6 unos instantes, hubo
otros rui’dos extrafios, como si la mujer invisible estu-
visepa sacando discos ‘de lugares prohibidos, y luego el
“Danubio Azul” empez6 a hacer valsear caballos ima-
ginaTios.
Mis ojos fueron awstumbr&dose a la obscuridad,
y distingui a 10smozos vestidos de chaqueta y delantal
blancos, muy engominados. No levantaban la mirada
para recibir las 6rd’enles,per0 en 10s labios se les nota-
ba una sonrisa entre comedida y w s i n a . Adverti con
asombro que el saloncito estaba repleto de gente; que
a lo largo del rnosltrador habia, por lo mcnos, unas
veinte personas bebiendo. A mi lado estabz una mu-
jer; me volvia la espalda y conversaba llena tie entu-
siasmo con dos hombres y uno de 10s taberneras. Me
Ham6 la atencibn que, para ser un lugar tan pequefio
y haber tanta gente, el ruido era insignificante. Los
que mestaban sentados alrededor de las mesas guarda-
ban silencio o cuchicheaban. Una mujer nos miraka
17
Copas.4
POT encima die su compafiero, y chupaba el cigarrillo
con fruicibn, como si nos fumara. Hidalgo no decia
nada. Se habia sentado c6modamente en su pisillo re-
dondo, 10s brazos sobre el mostrador, 10s hombros hun-
didos en gesto d,e cansancio y 10s dedos jugando des-
preocupadamente con la tapita de cart6n que nos ha-
bian puesto a manera de bandeja. Nadie molestaba all1
a nadie; un g‘eSt0 era suficiente para pedir otra copa;
otro gesto, para pagar; otro, apenas persceptible, para
beber. La mujer que estaba a mi lado era el anico pun-
to de contingencia en este circulo fantasmal. Era evi-
dente que no podia soportar la apatia be loa circuns-
tantes; derrochaba dinamismo. Fue la primera que nos
dirigi6 la palabra. En la victrola, unos cantores grita-
ban que se les habia perdido su “azacaT en Salt Lake
CYty”. No entendi ni una palabra de lo que ella dijo.
-Si -respondi6 Hidalgo-, hablamos espafiol.
-Oh! How cute -dijo ‘ella, y agreg6 que el espa-
fiol es la lengua m5s hermosa del mundo. Riendo y be-
biendo su whisky a lenguetazos, se me fue acercando,
y a 10s pocos momentos me hablaba con un codo apo-
yado (en mi hombro, echhndome en las narices un tufo
asfixiante.
-Te fregaste -dijo Hidalgo-: la vieja se calent6
contigo.
Yo no tenia la menor idea de lo que decia la sefio-
ra, per0 ella continuaba su charla, sin exigir mas que
un d6bil yes de mi parte cuando la entonaci6n de su
voz denotaba una pregunta o cierto grado de impa-
ciencia. Cada vez que yo decia yes, se reia a carcajadas;
tanto, que temi se fuera a caer del piso y la sujet_ede la
cintura. Maldita la‘hora en que se me ocurri6 hacerlo.
Ella interpret6 el gesto como un avance amoroso, y de
alli !en adelante falt6 poco para,que cayeramos prendi-
dos a1 suelo. Hidalgo estaba muy inquieto, y de vez en
cuando parecia decir frases entrecortadas paTa disml-
parnos. Los compafieros de la mujer, entretanto, se
habfan olvidado totalmente d e ella, y proseguian una
conversaci6n en voz baja con el tabernero. Los tragos
se sucedian sin que t U V i e r a yo la menor idmea de qui&n
los pedia y quien 10s pagaba. Pesaparecid la cerveza,
18
y en su IugaT vina el whisky. que diablas me relataba
la vieja? LDe u n amigo en PanamB? GDe unas corridas
de toros en Tijuana? Habld y habl6, sin perder el re-
suello, bebiendo todo el tiempo y sin dejar de. tocame.
Un par de veces se interrumpi6, y, diciendo: “Con per-
miso”, salid a lo que tenia que salir. A1 regresar se
paraba junto a la victrola y con voz de ultratumba pe-
dia luego discos que Iella consideraba muy oportunos:
“En un Pueblito de mpafia”, “Ay, Ay, Ay”, “Adi6s,
Muchachos”. Cu’ando pidi6 “All5 en el Rancho Gran-
de”, se l e e n ~ e d dcalamitosamente la lenqua y a gritos
me raaaba que yo diiese (elnombre por cella a la mujer
invisibl’e, que ya perdia la paciencia repitiendo: “A116 ,
what? All5 en el chancho w h a t . . .?” En una de las sa-
lidas que him esta senora, Hidalgo me susurr6 a1 ofdo:
-Mejor nos vamos, ya son como la una de la
mafiana.
a l a r 0 -le respond€-, vamos; esto ya me es%
lateando.
Rice u n esfuerm‘por bajarme del asiento y abverti
con horror que no podia mover 10s pies.’Por primera
vez, ldespu6s dce varias horas de estar bebiendo, volvf a
darme menta de que no estaba solo con la sefiora e Hi-
dalgo, sino que <estaba en un bar atestado de gente.
Con esa mirada vidTiosa y aletargada del que trata de
aparentar que est& despierto, per0 va ya en la barca
de Caronte, me gesforc6 por recorrer todo el estableci-
miento y demiostrar, agregando una heroica sonrisilla,
que 10s bagos no me habian hecho efecto. El cuaTt0 se
movib, quebrBndose en varios planos, como un cuedro
eubista. Por m instante mantuve el lequilibrio y reco-
nocf a, mis vecinos. Lo gerdi inmediatamente, lo volvi
a mcobrar, y asi, en lucha desesperada contra el ma- ‘
reo, permaneci unos instantes. La sensacidn estomacal
se torn6 angustiosa. Pronuncie una5 palabras que ni yo
pude identificar. Mi voz debe haber adq’uirido una to-
nalidad extrafia, porque not6 con espanto que todos se
volvieron a mirarme. De nuevo ensay6 una sanrisa. El
espejo me devolvi6 una imagen cadav6rica. Hidalgo no
advertia lo trhgico de mi condicS6n y pidi6 dos tragos
mils. El va&o de wxlisky me pmecib mcrnsW~osa,“Una
19
gota que beba -pens&, y estoy perdido." La seflora,
entretanto, habfa desaparecido totalmente. Su cartem
y sus guantes todavia Be hallaban sobre el mostrador;
asi que no podia andar muy 'l'ejos, si es que aZln andaba.
Haciendo de tripas corazbn, unte 10s labios en el .
whisky, y con sorpresa me di cuenta de que el malestar,
en vez de empeorar, disminuia considerablemenk. Re-
cobre, como por encanto, ci'erto grado de lucidez. Lo que
m u me lIam6 la atenci6n en este chispazo de norma-
lidad fue ver a Hidalgo completamente borracho. Has-
t a ese momento, preocupado con mis propias penas,
no me h a b h fijado en que mi compafiero bebia a la
par conmigo. Su posici6n era la rnisma de un comien-
20: 10s codm firmemente asentados sobre el mostrador,
la espalda curvada; las piernas, cortas y algo chuecas,
colgando en el vacio. Por primma vez adverti en 61
una clara apayiencia hipica; daba la impresi6n de ir
caba1,gando en el miento, enmgido como un mono, la
cabeza hundida entre 10s hombros, 10s ojos a1erWs a
un obstAculo lejano -acaso galopando hacia el fond0
del espejo-, las piernas tcefiidas a1 vientre del caballo
invisible.
-Mira, Hiclalgo, mejor nos vamos.
-L&u~ &Cis, A&O?
-Dig0 que es mejor que nos vamos.
-A la cresta con vus, cabro -me responldib con el
acento m u chileno que le conocfa hasta entonces-.
iY pa que nos vamos a ir? Estos hijos d e la aran siek
me importan un rAbano. .. Mira c6mo se les cae la
baba , d e jetones que son. . .
Por muy maTeado quse yo-eistuviera, me di cuenta
de que mi stmigo entraba en una fme muy peligrosa
he su borrachera y que lo m&s conveniente era salir
de aquel sitio antes de que se %ornarade veras belicoso.
-Vamos Y nos tornamos un ;trago en otra parte.
-iQU6 trago ni que nifio muerto! Cuando yo, tomo,
me pongo sentimental y me .da una rabia miTaTles la
cara a estos babosos. . . iLa pucha que me daria por
estar en una cantina de la calle Bandera, con h m t a
bulla y harto vino p mujeres morenas, sabrosas, y con
una orquesta amarditada tocando puros tangos!
20 1
La gente habfa empezado a ,exonderse en 10s rin-
cones de cuero mullido. NQS contemplaban desde la
penumbra morada con ansiedad de enterradores. YO
pensaba en las cantinas que evmaba Hidalgo con nos-
talgia: j a m k se vi0 mayor vitalided, mayor vehemen-
cia e imaginaci6n en las discusiones; j a m b se vi0 a
10s m o m correr de esa manera, gritar 10s pedidos con
voz tan estentorea, disparar vasos sobre las mesas con
tal estruendo de cristales y hacer sonar las monedas
como si en realidad fueran de plata. iY las gesticula-
ciones! Los brazos levantados en el aim, Las palmadas,
lm pudetams, las muecas. Y las carcajadas y lois in-
~ultos,das voces aguardentosas. Cads bsebedor se juega
alli su IdeStinQ. Aqui, en cambio, nos iba engullendo la
sombra norosa, y nosotros nos resistiamos, 'escandali- I

zando el ambiente.
Hidalgo seguiia hablando en Aspero duelo contra
una corneta que insistia den dar una version impudica
de algo que semejaba un himno de sinagoga.
-Pa que tie voy a mentir -dijo de pronto-; hoy,
cuando me contabas tus andanzas, yo pensaba en mis
planes; porque yo tengo mis planes, huecho culebra.
LO principal, mijito, es Itener plata, harta plata, y la
plata s 6 b se gana en 1% plstas de aqui.
-in las pistas?
-Claro, pues, {enlas pistas. A M cs donde esta la
pbata.
. +&Que soi payaso? I ' \

-En las pistas $decaballo, aturdido; payaso ser&


tu' abuela.
--@si que soi jinete, no?
-Buew, jinete propiamente no. Fui jinete. Si me
hubierai conocido en Chile no,me conoceriai hoy, gan-
chitu. Yo fui el famoso Siete Millones. Y o , que en Chile
k n f a tanta fama como Donoso, Bravo y Zufiiga, aquf
ando de maton de pesebreras, sacandoles la bosta a
10s caballos. iQuiCn lo iba a dwir! iSi parece mentira!
Caballerizo, por la cresta. Per0 no creai, aun asi gano
plata, y a lo que haiga juntado mis pesitos, me voy pa
Chilme y me caxo con una mmena bien apretadita en
earnes.
21
A esa hora lo de la morena me parecid una gran-
dfsima verdad y mi se lo hice ver a mi amigo.
-jY sabis pa que quiero la plata? -me preguntb.
-jPa mantener a la morena apretada en carnes?
-No. Hace mucho tiempo que h e estado pensando
en un proyecto, de esas cosas que se le ocurren a uno
viviendo entre gringos, porque 18 verdad es que para
el talento practico y mecanico no hay quien pegue con
ellos. De toda la riqueza de Chile, lo que mas debia
explotarse, jsabis t u que AS?
-jLas muj eres?
-No, baboso. La pesca. Ni m a ni menos. La in-
.
' dustriacidn.. Bah, la industrializaci6n de la pesca y
la moderni ..., la moderzani ..., la monerdiza... La
pucha, jcbmo se dice, viejo? ...
-La modernizaci6n.
-. ..eso, de la pesca. Aqui donde tti me veis, toda
mi ambicidn es juntarme unos diez mil ddlares, nada
ma, para armar una flotilla de pescadores con todos
10s adelantos de I,a navegacidn moderna. Botes flaman-
tes, buenos motores, todo lo 'que haga falta. Ah, fiato,
pod'er instalarse por Coquimbo, sondear 10s mares,
peinarlos y domarlos, pasarles la tmano por el lomo
como a un caballo y sacarles el or0 de mil colores;
sacar el congrio y la corvina, la pescada y el mem y la
albacora. Pescar, exportar pescado, hacer polvo de pes-
. cado.. . iC6m.o se ganaria la plata!
Sin detenerse a recobrar el aliento, Hidalgo se be-
bi6 su trago de un sorbo.
-Hay una playita cerca de Mejillvnes donde la
arena es como una faldita de sed&. Dan ganas de pa-
sarse la vida tendido, con la car8 pegada a la azenita
tibia y oliendo profundamente. Es como tener la car8
entre las piernas de una mujer, tan resuavecita, y ese
olorcito que viene del mar y suelta 10s jugos de la
boca. iPUChM, p6neme lim6n en un choro cmdo y me
hai dado el parabO!
Hidalgo hablaba transfigurado, a gritos c&i. Se
despertaba el fondo ancestral, y del subcomciente, co-
mo de una poza que primer0 se ve obscura, y, agitando
la superficie de lodo, aparece el agua cristalina, em-
22
pezd a surgir el a h a del buen criollo, todos 10s sueAos
de un hombre ,de mar encadenado a extrafias catacum-
bas. Se pus0 a insistir agresivamente en la superiori- /
dad de la mujer chilena y de la cocina chilena. A ratos
no me daba cuenta s i se estaba comiendo una pierna
de pollo o d e mujmer. Todo le salia duke de la boca: el
pastel de choclo y 10s besos de una antigua querida.
Le habia dad0 por tocar discos y pedia una y otra vez
el “Ay, Ay, Ay”, allegando a voz en CUello que la can-
ci6n !era chilena y no mexicana. “Chile, Chile, Chile”,
repetia. Algunos pensaban que estaba hablando del /

chile mexicano, y cada vez que Hidalgo decin Chile, un


borracho agregaba a manera de explication: “Chile
con carne, he means chile con carne”.
Note con sorpresa que la mujer habia vuelto a
sentarse en el asiento vecino. Estaba intensamente p&-
lida, ojerosa y despeinada. Sus amigos la sujetaban
por debajo de 10s brazos y trataban de hacerla beber
una mezcla que le habian preparado. A mi no pareci6
reconocerme.
Sin saber c6mo me encontr6 camina’ndo por la ca-
lk [del brazo de Hidalgo. (El aire de la madrugada me
dio ,escalofrios. Tuve la sensacidn de que nos bajaknos
de la calzada y empezamos a zigzaguear por todo el
ancho de la calle. Era como andar por el fondo del
oceano. Horas mks tarde senti la brisa helada sobre la
frente y me hizo el efecto de una caricia. Por fin pude
mirar con serenidad a mi amigo. Hidalgo parecia muy
aliviado. Est&bamos en la estacion. Mire con actitud de
convaleciente a la pared en que estaba afirmado. Un
poco m&s arriba de mi cabeza se veia un rotulo:
$ 500 de multa por escupir en el suelo”. Investigue a
mi alrededor. AI subir a1 tranvia, volvi a escudrifinr la
vecindad. Ni un alma. Per0 desde la jaula del boletero
de la estacion, un par de ojillos nos perseguian con
expresion horrorizada.
Era ya de mafiana cuanldo llegamos a la casa de
Hidalgo, en la calle Taylor. Senti la verguenza y el
desamparo que sienten 10s trasnochados a1 contact0
con la luz temprana del sol. De la mar, junto con
el ruido de 10s tranvias que comeslzaban a ascender
23
las colinas, se eIev6 paulatinamenbe la claridad Celeste
del amanecer. Aqui todo el promso d e l alba se desarro-
Ila desde las profunldidades del mar hacia la cima de
:os cerros, y en su paso arrastra la neblina diel Golden
Gate, desgarrandosela de sus torres como viejos hara-
pos y empapandose de humedad verde en 10s Arboles
frondosos y en 10s prados flamanks del parqule del
presidio. Tonos grises y lechosos se apartan con difi-
cultad de la masa negra que 10s sujeta a 10s galpones
y bodegas de 10s muelles; 10s arreboles van colinas
arriba hasta llegar a ' Nob Hill, 'y de alli saltan a la
cuspide de las mansiones y se les cuelgan como una
casulla. 'Mil trocitos de luz estallan de 10s ventanales
de Sutro y Balboa, mientras que en el fondo de la
ciudad, sobre el asfalto mojado de m i n a Town, 10s
focos el6ctzicos se que'dan mostrando la ruta de la no- 7

che en blanco, marcada aqui y all&por la sombra es-


curridiza de un vagabundo.
contribzccidn a la primuuera: Primer mouimiento
I

I hotel apenas servia para dormir. L1,egaba yo


tarde en la noche y salia cerca del mediodia, siempre
con 10s ojos medio cemados, para no ver a1 aidminis-
trador, con su cara gorda y sudada, 10s ojos viciosos
pegedos a revistas obscenas. El piso de lin(6leo estaba
cubierto de escupos y de tabwo. Por todas partes ha-
bia una patina de sebo. La ‘tela que servia de f u n & a
10s sillones y s o f a parecia la pie1 de un animal dise-
cado. La ruina se comia las mesas, las sillas, 10s estan-
tes, como una p a t e voraz que, por extralia Taz&n,se-
mejaba nitcer de mas ceniceros inmensos, sin forma
y sin color, hundidos en un lodo de ceniza y nicotina.
Los inquilinos eran espaiioles e italianos desocupados.
Cuan>dono miraban a la ventana del VestibUlQ, mira-
ban la televisi6n, como sapos alrededor de una charca.
Como es natural, buscaba yo la oportunidad de
abandonar &a pocilga, y la oportuniditd se present6
de manera curiosa y con muchas y extraordinarias
comecuencias. Una ‘noche vino mi nuevo y entraaable
camarada Hidalgo a mi hotel con el prop6sito de lle-
varme a un cabaret mexicano, “El Rancho”, donde cau-
saba sensaci6n una joven bailarina. El cabaret estaba
a corta tiistancia del tfmel de Broadway, y su exterior
era el de una casa espafiola aderezada para viajeros
del este y medioeste norteamericanos, quienes consi-
deran a California como tierr& extranjera, y no distin-
guen entre un charro de Jalisco y un sheriff de Santa
25
Bbrbara. La orquesta tocaba un mambo, pero 10s via-
jeros lo convertian en vals. Junto a la mesa donde nos
pusieron me Ham6 la aten'cidn un trio de jdvenes que
fie habian pintado la boca y teiido las cejas, no olvi-
dando raparse la frente. Conversaban lanzando mi-
radas furtivas a su alrededor, y cuando notaron que
10s examinaba, se volvieron insoportablemente bullicio-
sos. Per0 en vez de escandalizarme, me enternecian.
Algo en ellos, algo de inseguridad y falta de experien-
cia, revelaba las esperanzas desmedidas que se habian
forjado para esa noche.
4 s maricones j6venes me ponen triste -le dije
a Hidalgo.
Este sigui6 la direcci6n de mi mirada y observd
sin responder. AI cab0 de un Tat0 me preguntd:
-Y 10s maricones viejos, io6mo t e ponen?
'En esos instantes comenz6 a bailar la estrella del
programa. La melodia era un suby, una derivaci6n del
mambo, retardado por el ritmo mas lent0 y nostalgic0
de 10s porros colombianos. La joven moldea la musica
a cada una de sus curvas. Se va ponientdo la melodia
con lmovimientos languidos pero m'uy deliberados de
las rodillas, 10s muslos, las caderas, 10s pechos y 10s
hombros. Todo procede con lentitud y sabia fadlidad.
Cada acorde va encarnandose en ella. La superficie del
tablado adquiere una dimensi6n extrafia: se disuelven
todas las lineas rectas, desaparece toda brusquedad;
una concentraci6n de circulos va enfocando la aten-
cion sobre el cuerpo de la bailarina, sobre cada parte
de su cuerpo, que se afloja e invita con suaves ade-
manes de go20 alucinante. La joven se va quedando
postrada en el centro del tablado, y, desde lejos, pare=
inmbvil, pero, imperceptiblemente, continua movikn-
dose, haciendo y deshaciendo un circulo imaginario
en sus caderas, 10s muslos hinchados y abiertos; de
rodillas, pero tocantdo el suelo con las espaldas; 10s
pechos temblorosos y el cue110 desvanecido, mientras
la boca gruesa y sensual se parte como una fruta san-
grante. Alguien grita Como animal pujando. Fstalla el
bongd' en mil golpes SecOs Y punzantes. El espacio en-
tero se ha concentrado sobre ella. Parece una pekada
I 26
flor mojada por una miel de oro. Su cabellera tiene
un matiz rojizo que ilumina el ocre de su pie1 m-
diente. Los ojos son verdes, de un verde obscurecido a
veces, y OtraS veces dorado, relumbrante. Un V e l 0 de
color turquesa se enreda en tanta carne y saltan res-
plandecientes 10s muslos, como rompiendo y rechazan-
do todo. Su sensualidad me intriga; no es morbosa; es
una sensualidad que naoe de la m ~ s i c ay del ritmo y
en ellos se queda. Es el suyo un movimiento interno.
Los bruscos aoeleramientos de percusion la buscan a
picotazos, y ella 10s recibe y 10s disuelve en sus piernas
y #ensu vientre. El cencerro no es m&s que el xento,
lo anico anguloso 'en este orgasm0 de curvas y sua-
vidades. A1 producirse el climax, tendida elLa de es-
paldas, la parte media de su cuerpo levantaaa, tensa,
ondulante, 'dukemenbe legloquecida, temblando sus
grandes piernas, un lchorro de luz blanca y espesa la
golpea como un rellampago y las trompetas sueltan un
alarido. El publico tarda minutos en componerse. S e
sacuden la sensualidad como perros que salen del agua
y prorrumpen en salvajes exclamaciones de jubilo.
Cuando ella acabo BU niunero, yo sentia la gargan-
ta seca y la frente mdiendo. Hidalgo bebia en silencio.
La mujer produjo algo incbmodo entre noso5ros, como
si nos hubiera obligado a compartir una intimidad.
Bailaba ahora la gente, o mejor dicho, se frotaban
unos contra otros, sacudienldo 10s zapatos. Cada cierao
ltiempo pasaba bailando junto a nuestra .mesa una se-
fiora de ,cue110 rojo y enormes venas varicosas, y, al
I .

pasar, soltaba a su Bcompafiante en el aire, dandole


vueltas como a u n molino, mientras ella movia el tra- '
mro en todas diremiones e imitaba con 10s dedos el
WnidQ de 1hs castafiuelas. El pecho enorme y pecoso
me ldaba La impresion de una cascara de sandia que
su pareja trataba de morlder como un caballo. Las bai-
iarinas del cabaret recorrian ahora las mesas buscando
quien las invitma a beber. S'e acerco una a nosotros y
demore largo rato en darme cuenta de que se trataba
de la-estrella. Venia vestida de china poblana, con PO-
llera amplia y larga, adornada de verde, or0 Y rojo, y
Una camisilla bordada, d e bajkimo escote. Llevaba el
, pel0 atado en un mofio alto, y en el czlello desnudo
lucia una cinta de terciopelo negro que hacia pensar
en una liga. Me invit6 a bailar. Era parte de su tra-
bajo; despues se senitaria con nosotros y pediria nu-
merosos tragos de un jarabe parecido a la menta, que
nos costaria muy caro. iQu6 importaba!
--iQu16 es 10 que no importa? -me pregunt6 mien-
eras bailabamos.
-Dig0 que no imports que me saques a bailar para
mmentar el negocio de {lacasa. Lo que es yo, me ima-
gino que lo hicis% porque no pudiste resistirme.
Ni en su voz ni en su persona habia estridencia
alguna. Era dificil comprender que esta muchacha so-
bria y suave fuera la misma qne se contorsionaba e n ,
. el suelo hacia unos instanbes.
-&De td6nde eres tfl? -me pregunt6.
--Soy chileno.
-No digas, ide tan lejos?
-6Y tfl?
--Califordana, per0 mis padres, es decir, mi papa,
es espafiol.
Y o la sentia pegada a mi, con todas &us opulencias
y sus perfumes. isu cabello crespo me hacia cosquillas
en 10s ojos y las orejas.
-No me pegues la mejillla -advirti6-, porque SR
t e va a quedar t d o el afeite. Todavia tengo que haoer
otro ntimero. ._
-6Y cambias much0 cuando te lavas la'cara?
-Nada m&s que soy bizca y picada de viruelas.
La iba apretando demasiado; yo 1~ sabia, p r o no
podia remediarlo. Sentia mi mano como algo indepen-
dient,e, algo que funcionaba por si solo en su espalda.
La muLtitud nos cercaba y no pudimos ya dar un pam.
Al igual que 10s demfs, comenzamos a movernos el uno
contra eh otro, per0 con delicadeza y circunspwcibn.
De atreverme, la habria besaido en la nuca y en el
hombro. Ella me miraba y se reia. AI concluir la ma-
sica la conduje hasta nuestra mesa.
-Este es Hidalgo, un compatriota. "e present0 a...
Oye, y lxl bc6mo te llamas?
28

\
-4WerceIdes -respondib, y Iluego, diTigi6ndsse 8 Hi-
dalgo, dijo-: &TO eres jinete?
La pregunlta nos sorprendib.
-&!Por que lo dices?
-Aqui vienen muchos, isabes? Tienen amigas en-
tre las muchachas.
[Camenzaron a hablar de jinetes y de carreras.
Mercedes Ire prestaba a Hidalgo una atenci6n regocija-
da. (;“orno a un mufiequito de cuerda. Sus grnndes ojds
verdes, burlonles y sabios, resbalaban por encima de
61 y buscaban alrededor las miredas de deseo y admi-
raci6n de otros hombres; luego volvia la cara a Hidalgo
y recibia las bromas dle 6ste con la nariz respingada
y la bma hameda, sonriente. A Hidalgo lo escuchaba
y a mi me observaba con intm6s. Pero como YQ no in-
sistia, se olvidaba de mi y se ponia a hablar del cabaret,
que odiaba, y de la duefia, una vieja bruja que la man-
tenia prisionera con un contrato infame.
-La maldita dice que me seguirh juicio si me voy,
Y que perderft a mi ,padre.. . El pobre no tiene sus pa-
peles muy claros, porque vino de Espafia como refugia7
do; era republicano, leal, tO sabes.
La vieja andaba de mesa en mesa, sacando la cuen-
t a de sus ganancias. Aparentaba unos cincuenta afios,
p e ~ otendria sesenta. E h la atm6sfera nocturna del
cabaret, sus arrugas pawcian mrgir sobre el polvo
blanco como lineas ‘decordillera en un mapa en relleve,
per0 ella se daba mafia para disimular, y con gestos
insinuantes atraia la atenci6n de 10s bmrachos adoles-
oentes con quienes bai’laba para sobarlos. ,
-Tiene un querido -contaba Mercedes-, y lo tie-
ne viviendo aqui mismo, en 10s altos. F un i$aliano
vag0 y perezoso. La vieja lo mima como a un perro
faMero. &Vas a creer que en menos Be u n mes le com-
pr6 un Lincoln y luego un Cadillac, porque el Lincoln
no le gustaba?
Mercedes hablaba ‘con odio de sus compafieras de
rtrabajo. “Por diez d6lares te llevas a cualqui*erst”,de-
cia. A una le habia cobrado especial ojeriza. Nos la
ensefid con desprecio. ‘Zs lesbiana la pobre, y se la co-
me la tuberculosis.” Se lexant6 Meroeides y se alejd en
29
aireccidn a 10s camadnes. Le tocaba su turno de can-
tar. Momentos antes de entrar al tablado pude verla,
mientras el maestro de ceremonias le dedicaba una es-
pectacular presentaci6n. Ije adivinr5 la inquietud, esa
aguda ansiedad que se posesiona del artista antes de
enfrentarae a sly pttblico, y la senti con ella. Parecid
unirnos una corriente frfa como una navaja cortaado
el hum0 azul que obscurecfa la sala. Me encontrd la
mirada y con una especie de interrogacih tierna y
confusa me sonrib, Entr6, en seguida, a1 circulo m&giCO
del reflector y la perdi, transfigurada. Se abrid el ros-
tro en una sonrisa profesional, la luz se metid golosa
entre ws duros pechos y acentud el vestido de colm
or0 obscuro, cefiido audazmente a1 suerpo. De medio
perfil la vefa marcar el ritmo con un adpe apenas
perceptible del tac6n, y ese movimiento ligerisimo era
seguido, como un eco, por igual movimiento de la pier-
n a y, lapenas, apenas, de la cadera. Me enternecieron
su sensualidad juvenil y el pudor que debfa atenuarla
y que s610 la exarsera,ba, pudor aprendido, por cierto,
con otras armas del teatro.
La esperamos, Hidalgo y yo, la la hora en que el
cabaret se cerraba. Habis d r o s individuos en igual ex-
pectaci6n. Salid y se vino sanTiendo hacia nowtTos.
Nos tom6 de la mano y nos arrastr6 hasta un grupo de
, , m-Clsicos y actores. Nos present6 a todos, y, detenien-
dose frente a un sujeto, le cogid de las solapas y le
estamp6 un aran beso .en la mejilla. Mi primera inten-
ei6n fue la de hacerme a un lado, pero ella me detuvo
rimendo. I
-Te dejarfa que me acompafiaras a casa 4 i j o - ,
pero, ya ves, estoy compromertida.. ., y Qte tjene malas
pulgas; creo que se enfadarfa.
El hombre era un poco m&s alto que yo. fornido y
grueso, con lesa actitud lenteca Ide ciertos espafioles. La
cara firme, el ment6n cuadrado y sblido, la mirada me
parecib dura. La blhsa era de cluero y el pantal6n de
dril. En la cabeza ilevaba la gorra blanca de 10s obreros
estibadoms.
--Con6zcanse -dido Mercedes--; dste -aAadiQ,
empujando cmsl 81 hombre-, este es mi padre.
50
Crei que bromeaba.
-LTU pap&?
-&Y por que no? -preguntd el otro-. GAcaso me
ves demasiado joven? Ya ves, chica, c6mo es mejor que
me digas tio o hermano.. . A la orden -continu6,
cambiando de tono-, y. sera buenas noches, j6venes,
porque lo que les yo, tengo que trabajar mafiana tem-
prano. Andando, hija. Venid a vernos. LYa les has di-
cho donde vivimos?
-No s610 se lo he dicho; le he insinuado a Csk - '
dijo, indic&ndome con un movimiento de la boca- que
se pase a la pensi6n. El jinete no, porque ya est& ins-
talado en un departamento. Per0 Cste, Lsabes d6nde
se ha metido? En un hotelucho de esos de la calk
Rearny.
-Malio, malo. Sal de ahi, muchacho. Esa es mala
compafiiia. Ven a la pensibn, no te pesar8. Hasta la vis-
ta -dijo, estrujfindome la mano en su garra dura y
~ huesuda.
-Te vere mafiana -me dijo Mercedes--; ven a
verme; el viejo no andar& por allf, estar& trabajando,
y me aburro. LOyes? A eso de lais ares o cuitro de la
tarde.
-1rC -respondi-, claro que ire. Hasta mafiana.
Me despedi de Hidalgo sin prekmbulos. ViCndome
tan decidido, se fue. Le vi aleiarse por Stockton, y lue-
go perderse Pacific aviba. Yo tom6 por Broadway y
me puse a caminar despacio. Y o era un hombre solo,
tocado por la rutina proletaria y la pobreza, que me
* cubrfan como un hhbito. i.Un aventiurero? Acaso, per0
en aventuras grises, hunAdido en la sombra fria de 10s
restaurantes y las cocinas, con un ojo puesto en 10s
muelles, adormeciendo la nostalgia que me tiraba a
la tierra lejana -otra pobreza y otra rutina-, domes-
tichndola, engafi&ndola, para darle otra opoTtunifdad
a la fortuna, que insistfa en desconocerme, confundien-
dome con la rnasa triste de 10s sin esperanza Un ho-
telucho de filipinos en San Francisco, un delantal de
moeo, un muelle y un barco de carga siempre aguar-
dhdome, eso era yo. Y ahora, de pronto, me reconocfa
en el QrnbSto de maravilla creado par Nerceldes y me
a1'
dejaba estar en 61, disolvf6ndome mmo en una gran
cafda, despacio e intensamente, a traves de un cielo
de verano aprebsdo de estrellas. Una pequefia alegrfa
me iba creciendo y t r a n s f m a b a las cosas a mi alre-
dedor. Ekos bloques de cement0 pardo y hamedo, esos
aleros siniestros donde iran a parar 10s muertos de
China Town, 10s muelles vacios y hondos, 10s papeks
que flotaban sobre el agua aceitosa, hasta 10s Tincones
donde se apilaban' 10s desperdicios de las cocinas y
donde las ratas se empujan voraces, todo iba perldien-
do su sentido sombrio y ee tramformaba en ukl am-
bienae familiar y benigno, como el de mis pobres ba-
rrios en la patria lejana. Dim6 el puente de Oakland,
30 vi salir entre las paredes, torres y chihenem de bar-
co, luminoso y recto, hacia un mar de espumas y es-
trellas. Senti la emoci6n adolescente, inconfundible,
mezcla de querer irse sin saber ad6nde y d e sentirse
sujeto por un cielo bajo y caliente. Alli estaljan ttam-
. bien 1 s jarcias de 10s barcos, la mancha blanca de un
pufiado de gaviotas, el chuqueo suave y ritmico de la
marea galpeando contra 10s pontones apolillados y mus-
g o w del muelle, y, por encima de todo, la sensaci6n
alegre, triste, profundamenk inquietante, de saber que
mafiana estaria buscandola a ella, 'mi bailarina, la de
las piernas de fuego, la hija del obrero estibador.

32
Arroz con bocheros

A PENSION no tenia nombrfe. Algunos la llarna-


ban simplemlente la “Pensi6n Espafiola”; otros, el “444”,
por ser el n ~ m e r ode la casa en la calk Columbus. Su
apariencia no podia ser mas modesta: la puerta de ca-
lle, vieja y manchada, mas parecia la entrada de un
fumadero de opio que de un hotel decente. Se subia por
una escalera estrechma y obscura y se d a b a a un pasa-
dizo, frente a la puerta del comedor. Este era el centro
vivo de la casa: all1 se conversaba, se leia, se jugaba a
las cartas, se bebia, se focaba la victrola y, tambien,
se comia. iC6mo se comfa! Para mi, que andaba a die-
t a de hambre ‘durante mesets, aquello fue una revela-
ci6n. Desde luego, se comia pan franc&; no migas con
vitaminas que es (el pan gringo; se c o d a arroz con
pollo, longanizas, garbanzos, tripas, patas, en fin, todo
lo que hace a un higado vivir agitado y alerto. Se be-
bia un vino h p e r o y azuloso, fabricado por el mismo .
dueAo de casa, y que producia 10s efectos mAs detsscon-
certantes: unos lo tomaban porque le axignaban cua-
lidades de laxante; otros, porque decian que era bueno
para el reumatismo; un viejo hubo que lo tomaba para
subir la presi6n arterial, y lo tom6 y lo tom6 hasta
que la presidn si le subi6 y 61 cay6 muerto debajo de
la mesa. Hablando de la mesa, bueno es decir que era
una sola mesa (larga,y era una sola mesa larga, como
la sombra de Jose Asunci6n Silva, hecha de la tabla
m&Shumilde, y a la que 10s circunstantes nos sentaka-

33
CQP&8.-S
mos en largas bancas sin respaldo, por orden de llega-
da, comenzando por (elextremo mas Cerca de la cocina,
donde ponian primero las fuentes de comida, hasta el
extremo cerca de la puerta del corredor, adonde las
fuentes iban a parar mas bien vacias y cubiertzls de
impresiones digitales.
La victrola era una de esas macizas maquinarias
de todos colores a las cuales es precis0 echarles una
moneda para que rebuznen. En Mexico las llaman “cin-
queras”, y en 10s EE. UU., “nikelorium”, con ese gusto
que ostentan aca por el latin bien vulgar. La primera
noche que comi en la pensi6n ser0 para mi inohitdable.
No conocia sino a1 duefio y a su mujer, a causa de
haber contratado con ellos mi cuarto; a Mercedes, que
me 10s habia pTesent.ado, y a su padre, Marcel. Baje
a1 comedor a las seis y media. Crei de buen tono lrlegar
ligeramente atrasado. AI abrir la puerta y atravesar el
umbral, vi todos 10spuestos d e la mesa ocupados. Los
comensales me miraban con ojos muy abiertos. Yo va-
cile, un poco azorado. El d U e f i 0 , desde su puesto, grit6
a voces:
+Pa.%, muchacho! A ver, ha’cedle alli un puesto.
Vamos, muevete, culbn, que ocupas toda la mesa, y tti
y tti, ia moverse!
Se apartaron y me hicieron lugar. Yo, m&s con-
fundido atin, no me (di cuenta de que Mercedes me sa-
ludaba ,desde la otra punta de la mesa, y me sent6
torpemente entre dos indivitduos, quienes pi siquiera
1 % ~

me atrevi a mirar. La concurrencia estaba silenciosa.


Una que otra conversaci6n se iniciaba, sin mayor in-
teres ni lentusiasmo, y moria inmediatamente.
-El pic6n 4 e c i a un hombre moreno, grueso, de
patillas blancas y con‘un lunar en ,la cara- es u n
trago franc&; pero el patrbn aqui tiene su propia re-
ceta, que se la dio un griego.
-Bueno, &yqu6 eS lo que lmepone para hacerlo tan
especial?
-Ah, be pone, bah.. . Eh claro que est& un poco
diluido. .
-~Qu6 le pone?
34
, -Te diga quse es u n trago \franc&; le pone, bueno,
pues, le pone su dinamita, icomprendes?, paTa que
tenga.. .
-No, no sabes. Hablas por hablar.
-iHOla, Luisito!
-Alii viene Ldpez.. .
-Ea2 el favor, siCntalo lejos de Gi; &e come de-
masiado. '
De pronto entrd la tdueAa de casa con una sopera;
a pocos pasos la seguia una criada con otra. Empeza-
ron a servirse desde la cabecera. Lo hacfan con un c1x-
chardn voluminoso, esforzandose por pescar el mayor
nomero de 10sobjetos que navegaban en la sopa. Pica-
ban, laego, $elpan sobre la sopa, le agregaban vino y
se ponian a sorber estrepitosamente. Del silentio ini-
cia1 pasamos, sin transicidn, a una frenktica alharaca.
Sanaban 10s platos, las cucharas, Ias botellas, 10s co-
mensales; 6stos especialmcente, pues sorbian y 4eructa-
ban con demasiado entusiasmo. Comenzaron las con-
versaciones, y, como todas empezaron a1 mismo tiempo
, y t o d a s versaban sobre temas diferentes y eran tantas,
aquello parecid una TOTE de Babel construida entre
formidables pufietazos y patadas en el suelo. Como una
mlsica celestial, desde el rincdn lejano donde estaba
"la victrola, nos llegaba una cancidn de Los Bocheros:
Y o t e dark, t e dark,
nifia hermosa,
t e dark una cosa,
una cosa que yo s610 st.
iOlt!
.
-Cofio, W hablas POT hablar y porque tienes len-
gua. Harry Bridge jamas tdijo eso, y todos 10s que lo
afirman e n la "Crbnica" lo hacen porque la maldita
mad.. .
...yo t e dark, t e dark,
nifia hermosa. ..
-. ..que 10s parid. .,
35
-No digo yo que fuera 61 quien lo dijo, sino tLl
que lo has inventado; to, cabr6n.. .
...te dar2 una cosa que. ..
-Favor de pasame 10s garbanzos.
-Sirvase.
-No, sirvase usted primero.
-De ninguna manera; en buenas manos est&
a r a c i a s , mil gracias.
--Gsacias son las que a ztsted le adornan.
-iHostias! Me cago en la “Cr6nica”. M h vale que
no vuelvas a repetirlo,, porque 10s agentes del F. B. I.
te secar&n en la chrcel.
...n%a hermosa,
u n a cosa que yo s610 sS.
iOlS!

--Esos tunantes no secan m u que la.. .


-Los garbanzos, p r favor.
-Dice que 10s garbanzos, ique le pases 10s gar-
banzos!
-Per0 si ya se 10s comi6 todos el hocic6n de la
cabecera.
- Q u e no se 10s ha comido; que 10s pases, son para
la sefiora.
-Ah, bueno, pues que tTaigan mhs, porque a la
sefiora no le vais a pasar esos tres garbanzos mal cag.. .
-iSefiora! isefiora! iSefiora!
- Q u e te calles, digo; que t e pasa, Gte deguellan?
-. ..el A. F. L. y el C. I. 0. me tienen sin cuidado;
son un atado de fascistas ‘y oportunistas.
-Ya viene otra fuente; ltenga la bondad de‘ es-
perar.
-i$u6 van a ser obreros! Viven como millonarios.
Los jefes, quiero decir, los jefes, no la masa. mnga-
nos, hi.. .
.
. .yo te dar.5,
t e dard, nifia hsrmosa .. .
,

DespuCs de 10s gaTbanzos trajeron el arroz, y des-


pues la carne y la ensalada. Yo bebia para OCUltar mi
turbacibn; 10s demAs, para apagar una sed ELpOCaliPti-
ca o para detener el torxente de palabras. A Mercedes
no la vela, porque el hombr6n de su padre me la ocul-
taba con sus coldos y sus manos, que, a1 accionar, pa-
recian como de galera. Observando a mi alrededor,
note con gran asombro algo en que no habia reparado
antes: en el cuarto habia otra mesa, paralela a la
nuestra, que a1 llegar yo estaba vacia y ahora se ha-
bia llenado de improviso con huespedes de extrafia
apariencia. La divisi6n de las dos mesas era una divi-
si6n jerarguica: en la nuestra se sentaban 10s pensio-
nistas, 10s de la casa. En la otra se sentaban 10s foras-
Ceros, los que venian a la casa como a un restaurante.
Con el tiempo aprendf a identificar algunos grupos. Los
profesores, por ejemplo: el (de fla barbilla cervantina,
largo y flaco como una lanza, siempre vivaz y sonrien-
be, la mirada azul sardonica pegada en el techo, par-
tiendose el pelo cano en dos mitades con las palmas
de la mano; el de 'la melena blanca y'gruesos anteojos,
dexestos leoninos y contagiosa risa, frunciendo la bo-
ca y arrugando la frente para hacer reir a sus con-
tertulios con un comentario mordaz; el tenor, rubio y
compungido, la mano pegada a la boca, listo para sol-
tar, a la menor provocacion, su lirico aullido: "Andla-
mo.. .!"Pero, en realidad, entre todos 10s grupos pre-
~

dominaban las mujeres, y eran ellas de edad mas que


madura. Podrian ser bebedoras. Mas no, bajo un es-
crutinio minucioso revelaban un vjcio peor: la gloto-
neria. Venian a pecar, a tragar como' serpienbes, ce-
bandose con glotoneria lujuriosa.
Mi vecino de la izquierda no tenia voz. Era un
hombre ,delgado y huesudo, de color amarillento, cuyos
ojos parecian deshacerse 'en algo que no s6 si eran ca-
taratas, o nubes, o lagrimas, o que. Para hablar susu-
rraba. La tuberculosis le desgarsaba la garganta. We
susurro suyo era atroz. Era un susurro que se ofa en
toIda la habitacibn, por encima de 10s ruidos mas es-
tridentes. ~ C 6 m opodia lograrlo? Le salian las palabras
como por un cafio de lata, $enuna especie de sordo sil-
37
Bido, penetrante y methlico; parecia estar raspando
mazorcas, a veces, o afilando tijeras, otras. Todo lo que
decia era amargo e hirienite. Peleaba con todo el mun- 1

do y comia con un apetito be lie6n. A mi no me dirigi6


la palabra. Me pasaba 10s azafates con gesto comedido
yero cortante. No s6 que discutia n i cukl era su opi-
ni6n, porque, amnque le entendia todas las palabras,
n o conseguia asociarlas a ninguna idea; me llegaban
I como cosas, trozos muertos y frios de su garganta des-
compuesta.
A1 otro lado estaba un asturiano que si Senia voz,
per0 no palabras ni pensamientos. Solamente se M a ,
con un mech6n de pelos sobre la frente y unos ojos
grises inyectados de sangre. No cesaba de fumar, y la
nicotina se le habia pegado en 10s dienbes, en 10s labios,
en 10s dedos, en las cejas y, de seguro, en el alma. Me
fascinaron sus manos gruesas y arrugadas como peda-
zos de elefante. Las dedos se le habian vuelto redandos
y machos, sin ufiias casi, en algruna labor pesada. Tal
vez se 10s habia achatado a martillazos.
La discusi6n sobre uniones obreras venia del otro
extremo de la mesa. Hubo un momento, a1 final del
asado, cuando crei que se armaria el zafarrancho. Un
gallego chico y sucio, que botaba la ceniza de su cigarro
encima d e la ensalada y se habia Fhorreado de sopa
toda la barba y la pechera, chillaba contra 10s capita-
lktw, contra 10s patrones, contra 10s peri6dicos, contra
todo. A veces giraba en su asiento, adquiriendo vue10
para la pr6xima andanada, y entonces podia verle ei
ro.stro contraido d e furia. Era bizsco el condenado, y
tal vez por eso no s e atrevia a lanzar una botella, por
la incertidumbre de d6nlde irfa a parar. Sus opositores
eran todos 10s vecinos en aquel sector de la mesa. Me
pareci6 que 'el gallego era anarquista, y 10s otros, de
izquierda mAs maderada. Un gordo rotundo y sonrien-
te, de enormes cacheks rojos, picado de viruelas, se
Wvia de vez en cuando a 10s comensales y exclamaba:
-Que hable, dejadle que hable; sufre de eso, de-
masiado aire, y ese aire ha de salir. iNo es Bsta la ma-
nera mas decente de desinflarse?
38
--Cof%o s a l t a b a el chico-, a ti, a ti.. . 1 S e le
enredaba la lengua entre tanta palabra.
Las criadas se llevaban las sobras, pero dejaban
10s platos, y sobre ellos ponian manzanas verdes. El
cafe se bebia en el mismo vaso del vino. Vociferaba
todo 'el mundo. Se reian a carcajadas las mujeres. Eos
Bocheros gritaban como una maneda de perros:
Y o t e dark, t e dark,
nit?a hermosa,
t e , d a r e una cosa, una cosa
que yo solo sk.
jolki
Y yo me volvfa y revolvfa, atrapado entre el hom-
bre sin voz y el asturiano sonriente. Hacia un calor
sofocante. No habia mas que una ventana ten el co-
medor, y 6sta daba a la pared de ladrillo del vecino
edificio. Desesperaba ya. En la pared, frente a mi, col-
gaba la litografia de una muchacha redonda y mofle-
tuda. Mi fmico contento era oir las voces espabolas,
tan rotundas, tan briosas, tan Idistintas a nuestras vo-
ces de pajaro mal nutrido. Todo aquel tumulto y apa-
sionamiento no tenia consecuencias, porque toda pa-
labra se decia alli en vano. Eso si. Palabras, gestos y
amenazas, todmo se iba con le1 ca'fe, lavado, diluido y
olvidado. Poco a poco se iba apagando ea vocerio, mien-
tras se encendian 10s cigaxrillos y se goteaba el cofiac
en las tazas de cafe. LQuien iba a pelear despues de
comer tanto? Levantarse 'del asiento era una empresa
mayor, porque 10s que estaban en el medio de la mesa
debian esperar a que todos sus vecinos se levantasen,
a menos que quisi'eran salir por debajo de la mesa, y
eso, despuks d e la comida, era imposible. Los mas in-
trepidos y j6venes salian caminando gor el banco, apo-
yandose en la pared y pisoteantdo a 10s sentados.
Jamas me acostumbre tanto y tan pronto a un lu-
gar como en esa pensibn. Llegue por accidente, siguien-
cio a Mercedes, y me quede por afici6n. Desde- alli creci
y me extend1 por San Francisco, echando rakes, des-
brozando el camino, con la grata sensaci6n de ir em-
pujado por manos amigas, toscas pero generosas.
39
Domimgo ea el Burlesque

0 EIEN m'e pas6 a la pensidn, &ej6 el trabajo en


el restaurante. Tuve, en seguida, varios empleos, que
desempefiaba sin mayor gloria y ,de 10scuales me echa-
ron casi a patadas. Primer0 fue u n trabajo de albafiil
en una obra que se construia en el vlecindario negro
y japon6s de Fillmore. De albafiil yu no tenia nada.
Pero cuando me preguntaron si poseia alguna expe-
riencia, respondi que si. Y no mentia: toda mi expe-
riencia derivaba do haber visto las pelfculas en que
Chaplin y Ben Turpin se daban de ladrillazos y se bo-
taban todos los dientes a golpes Ide rescalas. Por muy
bien dispuesto que fuera el CapataZ de la Gbra, era
imposible esperar de 61 que apreciara mis imitaciones
de Chaplin ocho horas todos 10s dim. Ademis, el muy
animal no hatcia el menor esfuerzo por ocultar suus
prejuicios contra 10s n'egros y orientales que habitaban
en la vecindad. Esto nos separd irremediablemente. El
primer dia de trabajo me ooup6 en cargar ladri1,Ios y
vigi!ar una especie de canaleta de latdn por donde
iba la mexla de cement0 hasta el sitio de la construc-
ci6n. Tan pocos ladri~loscargaba yo, que me sac6 de
esa tarea lanzando maldiciones, y me pus0 a eolaborar
en la mezcla de materides. Daba vueltas la gran olla
de hierro y se tragaba refunfufiando la piedredla y
la arena que le echhbamos a palazos. Parecia un viejo
ceniciento y polvoroso mascando a dmas penas con su'
dentadura falsa. Y o lxataba de ayudar como podia, a
40
veces con la pala, a veees con el agua, per0 me irritaban
la vigilancia del capataz y su mirada incrkdula, acu-
sadora. En su ignorancia, qui& sabe que idea se habia
formado de 10s chilenos. E n esa idea cabia todo lo que
aprendiera en el cine acerca de 10s hispanoamericanos.
Por ejemplo:
-Ustedes no pueden hac& nada sin que nosotros
10s esternos empujando y ayudando. Las pampas del
salitre y las minas de cobre producen porque son nor-
teamericanos 10s que las trabajan.
-Los >que las explotan, querra decir, porque loa
qule las trabajan son chilenos.
No le hacia mella. El infeliz aseguraba que todo
Chile era tropi'cak y que en las oficinas p~blicas10s
empleados se acostaban en hamacas a dormir la siesta
a1 mediodia. No dir6 que no la daermen, per0 en ha-
macas.. . Ademcis, a este cernicalo le negaba todo. Lue-
go decia:
-6Qu6 seria de 10s centroamericanos sin la United
Fruit Company? LQui6n les ensefiaria a cultivar la tie-
rra y a aprovechar sus riquezas naturales?
-iJijo de la chingada! -exclamaba entonces un
mexicano que habia venido d'e bracero y que no ha-
blaba ni jota de inglk-. Digale a ese chingado que el
dia que lo cojan 10s guatemaltecos lo cuelgan y lo que-
man a fuego lento.
CC6mo ensefiar a un hombre mi, c6mo corregir1.e
sus errores y castigar su fako sentido de superioridad
racial? No se me ocurri6 mejor castigo que llamarlo un
dia a1 fin de la jornada y mostrarlle una obra que yo
decidi hacer como punto final de mi carrera de alba-
fiil. Aprovechando sus descuidos, construi yo solo una
secci6n de pared. La construi a1 ojo. Puse ladrillo sobre
ladrillo y 10s peg& con una mezcla de cemento cuya re-
ceta recibiera de un borracho ,de mi pueblo. Cuanldo el
'capataz vi0 el trozo de pared debi6 sujetarse para no
caer desvanecido de emoci6n. Mi pared, una vez ter-
minada, parecia montafia Tusa, y en un sector muy
visible, para eterno escarnio suyo, podia verse incrus-
tada en el cemento la chaqueta de cuero del capataz,
41
que yo puse en la mezcla para darle mayor consisten-
cia y color local. .
Otro empleo que tuve dur6 aiin menos, y fue, en
su brevetdad y dramatismo, tan inolvidable como el de
albafiil. En la pensi6n cOnOCi a u n joven panamefio
con el cual trabe honda y fraternal amistad. Se llama-
ba Miguel Angel Velazquiez.
-PeTo que nombre tan feo le pusieron, compafiero
--le dije un dia-; mBs parece nombre de academia de
arte. /

-Eso porque me lo diaes entero -contest6 61-;


Ilamame Mike, con eso basta y sobra.
Asi era Velhzquez, simple y dilmcto, y, adem&s,mo-
fletudo y crespo como un serafin. Pero morenc, como
10s angelitos negros de la canci6n. Se seia de un modo
extraordinario: inflaba 10s carrillos y empequefiecia 10s
ojos, hasta que parecia a punto de estallar, pero no se
escapaba un solo sonildode su boca. Todo eran convul-
siones y arrugas. Su mujer (era iguztlmente extraordi-
naria, per0 por otras Tazones que acaso tenga la opor-
tunidad d e explicar. Lo, realmente fantUtico es que
mi amigo, con ese nombre, Miguel Angel Velazquez, era
pintor. Su trabajo era regular, gracioso, delicado, nada
genial, desde Iuego, pero fino de colorido y moderado
en invenci6n. Naturalmente, no podia ganarse la vida
pintando. Debia, pues, trabajar en lo que se presentara,
y 10 que se presentaba era, por lo cornan, empleo de
mozo, pinche de cocina o cantinlero. Un dia, mientras
flojeaba yo en mi cuarh, lleg6 la mujer de Velazquez
muy atribdada y compungida.
-Me va a perdonar que lo moleste -me dijo con
ese acento suyo entre italiano y “pocho”-, per0 creo
que es usted el tmico que puede ayudar a Miguelito en
un asunto de suma importancia.
-Pase adelante y sikntese, sefiora -le dije-; ten-
dr8 que sentarse aqui en la cama, porque todo est&
ocupado. Usted me perdonarh.
Ee sent6 ella a1 borade de la cama y comenz6 a
contarm4esu cuita. A medida que hablaba yo la obser-
vaba con gran ’atenci6n. Me fascinaba. Era de esas
personas a quienes rara vez existe la oportunidad de
42
analizarlas, pues, por 10 general, se ven s010 de noche
y usan unos afeites tan densos y cornplicados, que la
verdadera fisonomia va envuelta como en un paquek.
Su rostro era muy animado y expresivo. Habfa, por lo
menos, dos personas en ella. Una, invisible, s610 podia
presentirse atisbando d ' e t r h de 10s polvos y las pes-
tafias falsas, como si mirase entre persianas. La otra
era la persona con polvos y pintura. Aparentaba unOs
cuarenta afios a esa hora diurna. La cara era rnuy
blanea, 10s ojos grises, las cejas rojizas, la cabellera de
p n negro intenso qu'e se volvia tornasol en las rakes.
El contraste entre.su pie1 t a n blanca, piigmentada de
ligerisimas pecas rojas, y su cabellera negra era d e
una sensualidad irresistible, sensualidad que ella exa-
geraba vistiendose de negro, por ejemplo, con la falda
partida en un costado, a la moda china, aunque mas
recatadamente que ciertas chinas sofisticadas, que en
la picara particibn no se detienen en la rodilla, sino
que llegan hasta la cintura.
-No s6 que hacer con este hombre tan gordo, tan
macho y, sin embargo, m&s timido que una paloma.
Como no lucha ni se defiende, todos abusnn con 151.
No quiere trabajar y, por supuesto, no surge ni gana
dinero. Ya s6 que es un at-tista, pero, vamos, por rnuy
artista que sea, no sler6 yo sola quien lo mantenga.
- h i me parece a mi tambien.
-Ah, ya ve, usted si comprende, y por eso nos
ayudara.
Se le formaban innumerables arrugas alrededor de
10s ojos, a1 mismo tiempo que sonreia satisfecha. AI
decir que Velazquez era un artista, ponia una especial
intencibn en la palabra, y era obvio que no se referia
a1 arte de pintar, sin0 a las malm a r k s con que a ella
la seducia.
-&Per0 que es lo que puedo haicer yo, seiiora?
-Muy sencillo. Hoy volvib de la agencia de empleos
con una oferta para ir a1 Holtel Fairmont a servir en
el comedor. Parece que necesitan gente, debido a una
convencibn o no s6 que. Pagan muy bien, usted sabe,
ahi pagan rnuy bien. Claro que pagan muy bien. Per0
eSte animal de Miguelib no quiere ir, y &sabeusted
43
por qu6 no quiere ir? Porque tiene vergiienza. &Habr&se
visto?
-&Y de que tien'e vergiienza?
- D i c e que esta muy gordo. Imagfnese. No se atre-
ve a iT a1 Fairmont porque dice que las gentes se lo
van a pasar mirando y ri6ndose ,de 61 porque est& muy
gordo.
Yo no pude contener la risa. iLas excusas que se .
le ocurrian a Velkzquez! Pero Norma, que asi se lla-
maba la sefiora, halsl6 y habl6 y me convenci6 de que
la raz6n era autkntica. Se ofreci6 a traer a Velazquez
para que lo expresara 61 mismo, y, (efectivamente, vol-
vi6 a 10s pocos instantes con 61.
-Dile aqui a1 sefior por que no quieres ir a1
Fairmont.
-Bah, no hay que ser pendejos. Que tiene d e par-
ticular. A cualquier otra parte voy, pero a1 Fairmont, ,
carajo, no me da la gana 'de ir, y eso es todo. Con
rnujeres elegantss y luces y toda la babosads. No, vie-
50, mejor esperamos. Ya habra otra cosa.
-&Pero, hombre de Dios, qui6n t e va a mirar la
panza? -le pregunt6 yo-. &A qui& le importa que
est& tan guat6n?
-Si no es eso. Ya le creiste a esta mujer. Est5 loca.
-&Y entonces qu6 es? LPor qu6 no vas?
-No es que me vayan a mirar; lo que me jode es
que tengo, que pon'erme la chaquetilla blanca, y, claro,
estoy pesando m&s de doscientas libras, me siento in-
c6madb. Me siento ridiculo. Pero no es que me importe
lo que 10s otTos babosos piensen.
Era un problema insoluble. Etico y estetico. Norma .
discutia acaloradamente, sin lograr convencerlo. De
repente sali6 10 que ambos querian de mi.
-.. .Si usbed pudiera ir con 61.. .
- ~ y o ? Sefiora, no hay cosa que.me rebele m u .
que me obliguen a trabajar. Si sale de mi, de mi propia
y libre vuluntad, aceptado; pero trabajo forzado, no,
mil veces no.
-Per0 hombre, deja la joda. El 'diner0 no te cae-
Pia mal, y si ta vas, yo voy tambi6n.
La sefiora me miraba con marcada emoci6n. Era
44
'
.tan blanca y pelirroja debajo de la anilina negra, en-
sefiaba tan bi'en la pierna por el corte de la falda, y
esas arrugas en 10s ojos suplicantes, sonrientes.. ., to-
do en ella era tan subyugador, que no pude menos de
ceder. Velazquez sonrela a1 lado de su mujer, como
nifio grande, gozando de amolar a1 amigo.
-Bueno, pues, si asi se soluciona el problema, va-
mos a trabajar a1 Fairmont; p r o te advierto que si no
me gnsta no vuelvo mafiana.
-Si, hombre, lo mismo digo yo.
Norma se fue agradecida, y Velhzquez y yo nos
marchamos a1 Fairmont esa tarde. Ahora que evoco
este percance, pienso en algunos encuentros pugilisti-
cos: el boxeador espera ansiosamente el instante de
subir a1 ring; d ' e t r h de 61 quedan largos meses de cos-
tosos preparativos, una vida entera dedicada a ese
punto culminante. Suena la campana, se levanta de
su rincbn, va hacia su contrincante, y, de pronto, un
relampago. le enceguece el sentido, tinieblas por todas
partes, vuelve a su camarin en Camilla. Alga as1 me
sucedib a ml. Llegamos a1 Fairmont como a las cinco
de la tarde.' Atravesamos el gran hall con paso rftpido.
P o sentia a Velazquez escondiendo la panza detras de
mi brazo; 61, seguro de rtener mil miraldas encima; yo,
muy cierto de que nadie se habia fijado en nosotros.
Nos presentamos a1 encargado del personal y en pocos
minutos estuvimos listos para trabajar. Listos para la
contienda. Porque eso fue. Me llamaron a hervir una
mesa. Camin16entre 10s comensales igual que domador
entre leones 8desconocidos.Envuelto en una chaqueta
blanca almidonada, el pafio blanco colgando a1 brazo,
la libreta y el lapiz en la mano. Era una mesa grande.
LOcho, diez, doce personas? J a m b podr6 dwirlo con
exactitztd. Veia, en.tre nubes, gruesas ancianas muy
perfumadas que, a1 empolvarse 10s brams desnudos,
parecian gourmets echhndole sal a un pernil. Vefa bo-
quillas, pulseras, anillos, pecheras y extrafias corbatas.
Veia dientes &e or0 y sonrisas interrogantes, manos
palidas y peludas que hacian sefias misteriosas en el
aire. La atmbfera se mantenia en penumbras. La or-
questa ejecutaba lentos fox-trots y las notas del piano
45
..
se confundfan con el tintinear de las vajillas. Mis
clientes estudiaban concienzudamente el menu de
gran8destapas moradas. De pronto se pusieron a pedir.
P d i a n , pedian, pedfan. Y o anotaba frenkticamente;
per0 tan pronto recibi 10s primeros pedidos me conven-
ci de que j a m b , jamas lograria anotar tan rapida-
mente y recordar quiCn deseaba que cosa. Segui ano-
tando y ellos pidiendo. Los ancianos, a1 verme tan
asequible y sonriente, complicaban sus pedidos hasta
(el infinito. Uno queria ciertos huevos, per0 no cierta
salsa; otro deseaba que.le cambiasen m a s habichuelas
por una planta CUYQ nombre recordaba yo vagamente
de mis clases de botanica. En cuanto a la carne, unos
la querfan solamente cocida apenas, otros la deseaban
qaemada y otros cruda. Anote durante diez minutos
y despues marche, tieso y decidido, por entre las me-
'sas, bordeando la pista, de donde me llegaban fuertes
perfumes de espaJdas desnudas; pas6 por la monu-
mental cocina, ni siquiera mire a1 chef, me saque la
chaqueta blarica, me puse la ,mia y, sin mirar para
atras, sali del hotel .definitivamente.
Ningtma molestiale caus6 mi deserci6n a Norma;
por el contrario, le impresion6 el hecho de que me-
' hubiera sacrificado acompafiando al Bunant6n d e su
marido, quien trabaj6 en el Fairmont unos cuantos
dias, y, a1 *terminar,en muestra de reconocimiento, me
invit6 a ser su huesped durante tbdo un domingo. P
fue un domingo predsdo de significaciones, embria-
gante, fatal, curiosamente amargo. Norma, vestida de
morado y negro, lucia unos zapatos d e tam5n tan alto,
que parecfa ir caminando en zancos. Tal calzado no lo
usaba sin equivoca intenci6n, porque era de una clase
que se ata con cintas alrededor del tobillo y que exalta
la morbidez de la pierna. Subida en esaas torres, la
figura toda d e su cuerpo se espigaba .de un modo fe-
line, inflando seductoramente, a1 caminar, ciertas fi-
nas Tedondeces. A su lado, Velkzquez parecia un ca-
br6n de playa. Lo digo particularmente a causa de sus
Bapatos de dos cOlOreS, d e su camisa hawaiana y de su
corbaita rosada. Yo me sentia un tanto inc6modo con
ellos. jSi por lo menos hubiese tenido unos zapatos
46
- 1

rojos o un chaleco amarillo o un pafluelo de seda en


el cuello! Caminamos en silencio por Broadway hasta .
la iglesia de Guadalupe. Era una mafiana radiante; ni
una nube en el cielo cristalino. El viento venfa como
pegandose a las paredes, mientras soltaba sus chico-
tazos olorosos a espuma de mar. Entramos a la iglesia
y Norma decidi6 sentarse en la primera fila. No se qu8
llam6 mAs la atencibn, si su vestido morado o el crujir
estridente de 10s zapatos de Velazquez. Norma se hin-
c6, y, mientras nosotros seguimos el ritual 'de la misa
hincandonos, poni6ndonos de pie y sentandonos, ella
no volvi6 a levantarse, acaso por exceso de devoci6n
o acaso porque no.despert6 ya, de rodillas en el suelo.
Un carrito nos llev6 m&s tarde colinas arriba, con
mucha bulla de tuercas y tornillos y jalones viobentos
del cable que se estira entre 10s rieles hasta perderse
de vista. Los pasajeros vamos sentados en dos bancas
largas, lespalda a espalda, en una secci6n abierta. Pa-
san 10s transeantes caminando lentamente en lucha
porfiada contra las pendientes bruscas e interminables
de San Prancisco. AL pasar el funicular, porqbe eso es
este carrito, 10s hombres se vuelven a miras ias piernag
de las pasajeras, que no pueden ocultar sus encantos
por muchos esfuerzos que hagan, ya que el viento siem-
pre encuentra su camino entre las rodillas. Pasan an-
cianos chinos fumando sus boquillas be marfil nicoti-
nado y senoras chinas redondas y pequefias, vestidas
de negro, flotando sobye minl5sculos zapatos. Del Fair-
mont y del Mar Hopkins salen mujeres rubias, altas y
elegantes, quemadas por el sol. El viento les revuelve
el cabello corto y ellas sonrien eternamente, dejando
ver unos dientes blancos y enorm'es como de cabalios.
El carrito baja ahora, eSCandalOSo y bullanguero. Sal-
tan unos pasajeros y suben otros. A1 pasar por el Katay
vemos el gran comedor a traves d e unos vidrios azules,
que les dan a 10s visitantes la apariencia de estar co-
miendo debajo del agua. Desde esa esquina vemos a
China Town como 'en una tarjeta postal. Grant es una
cslle estrecha flanqueada por tiendas pintadas de to-
dos colores, disfrazadas de pagodas mas, y otras sim-
ples bazares donde se expone la mercancia china y ja-
47
ponesa: 10s gigantescos pafiulelos d e seda, morados,
amarillos, rojos, negros y verdes; las miniaturas de
marfil y jade, 10s abanicos y 10s cofres, 10s bastones,
las pantuflas, 10s rascaespaldas, la cerhmica y el cris-
tal; plantas, flora, qdulces, libms, litagrafias. Entre
tanto color y brillo surge un mercado chino y en la
\ ventana cuelgan obj.etos fascinantes y misteriosos. Al-
Wnos seran conejos, per0 estos conejos deepellejados
3 y secos, tratados con #recetasde refinada aburnia, st?
convierten en sews mitol6gicos de matices inverosimi-
les, de contextura que parece seda, 0 papiro, 0 ceniza,
como si ya hubiesen sido comidos, masticados y dige-
ridos y en seguida @estos a secar, momificados en
actitudes extravagantes. Otras cosas serhn animales
delicados y exquisitos en rarm combinadones, por
ejemplo: colas de ratoncillos en almibar congelado, o
sapitos a la king, o comadrejas saltadas en salsa blan-
ca. Dentro de unos frascos enormes andan unos cuyes
viendose la suerte en papelitos que sacan de galletas
chinas. A traves del suelo de rejas se ve un subterrh-
neo lleno de pollos y palomas y dependientes chinos
que pasan riendo y cacaremdo, amarillos, calvos y lus-
trosos. Miles de reflejos multicolores saltan de las le-
tras chinas en paredes y rbtulos. Parte del resplandor
viene de las tiendas de artefactos el&tricos, donde se
exhiben, entre sillones y catafalcos de emperador, bri-
llantes refrigeradores, bafios de tina, excusaclos y apa-
ratas de televisibn.
Nos bajamos y caminamos hacia 10s malecones. Un
.pedazo del puente de Oakland, nitido y limpio en su
complicada annaz6n de acero, apareee entre dos bo-
cacalles sobre el agua azul de la bahia. En el resplandor
dorado de la mafiana las casas asumen la pasividad de
viejas estainpas. Un grupo ‘de filipinos permanece si-
lencioso frente a la puerta de un hotel. Son pequeiios
y fornidos, llevan chaquetas de estilo sport que les to-
can cmi las rodillas y se cubren la cabeza con enormes
sombreros emplumadQs. Frente a “La China Poblana”,
Ios mexicanos, en camisa, gordos y morenos, hablan en
bajos tonos. AI otro lado de la calle, junto a Un alma- .
cen, se reimen 10s italianos: cinco o seis viejos, vesti-
48
dos de negro, la chaqueta cortisima, sin corbata; ha-
blan con el cigarro o la.pipa en la boca y gek;t!culan
con ferocidad; tan s610 en 10s ojos se’advierte la salu-
dable ironia.
Norma no cesaba de hablar, saltando de tema en
tema. Lo que no me agradaba era que hablase de Mer-
cedes. Era tan absurd0 que la mesclase en ese am-
biente de botella de vino que ella y VelBzquez compar-
tian. Ademhs, trataba de descubrir la razdn de mis
timideces y pretendia animarme a acelerar mis esiuer-
zos para ganarme la voluntad de Mercedes. Y o sabia
que Mercedes no le daba oportunidad a ‘nadie. La veia
to’dos 10s dias, muchas veces en su propio cuarto. Em-
pece a acompafiarla a 10s ensayos por la tarde, donde
~ podia regocijarme viendola vagar en unos pantalonci-
tos azules que le cedian 10s muslos tenta’dores; la veia,
luego, en la noche, y, a pesar de que bailaba casi des-
nuda, yo la contemplaba con candor y le conversaba,
despues, fraternalmentie, durante horas, hablando de
mi tierra, be mis planes, induciendola a bontarme la
historia de sus parientes, a la mayor p a r k de 10s cua-
les no conocia sino a traves de viejos retratos. Per0 atin
asi, con toda la intimidad que iba ganando y la ternu-
ra qne demostraba yo en cada palabra y en cada ges-
to, y que ella recibia con obvio deleite, no se habia cru-
zado entre nosotros ni una palabra de carifio, ni uq
sign0 que pudiera interpretar como una respnesta a
ese apasionamiento hondo, maduro, contentdo, per0
ardiente, con que yo la venia cercando. “iDemonios!
iPero que animal soy!” Velhzquez y Norma me rniraban .
sorprendidos. LNO era mi timldez absurda y hasta in-
digna? LValoraba ella en lo justo mi actitud? La sim-
ple idea de hacer una confidencia sobre Mercedes a
VeIBzqu’ez y a Norma me repugnaba. Sin embargo, no
podia evitarlo, y asi, despues de divagar en silencio y
soltar alguna exclamaci6n imprevista, acababa por sin-
cerarme. Pero, naturalmenfe, Norma no era la persona ,
destinada a ayudarme. JamAs hubiera poditdo ganarse I

la confianza de Mercedes, y, mucho menos, influir so-


bre ella. Me dolia pensar que Mercedes, en sus momen-
tos mAs frivolos, que eran muy frecuentes, se olvida-
49
Copas.4
ba completamente de mi y preferia a otros. Acaso yo
era ,el confidente, la sombra acogedora para sus mo-
mentos de actividad sentimental y romantica, y 10s
otros, tal vez el otro, para 10s instantes de.. .
-iMalidita sea!
-kQuien, yo? ..
-No, sebora.
-iQU6 pendejada! C6mo te va a dwir a ti maldi-
ta, si apenas t e conwe.
-H&gase valiente 4 i j o Norma con mirada tur-
bia-; declare%, y, sobre todo, dele unos buenos apre-
tones.
-Esta mujer est&borracha -dijo Velhzquez, vien-
do mi expresi6n de horror.
Me llevaron a1 Burlesque. Doming0 por la tarde.
El hall estaba vacio. Un individuo pequefio, gor-
do y calvo, vestido (de azul a rayas, invitaba a 10stran-
seontes a 'entrar, exclamando con voz Ilena de saliva:
-Girls, girls, girls.
Apenas se le adivinaban .los ojos detr&sde l a grue-
sas gafas y bajo 1% cejas lespesas y coloradas. Velgz-
quez compr6 10s boletos. El Tostro de la mujer que 10s
vendfa, era, a la luz del sol, una m&cara pintada a
brocha gorda. Estaba suspendida en el aire, como una
mufieca d e aserrin, las mejillas pintadas con salsa de
,tomate sobre un 'fond0 de lienzo blanco. Pasamos por
una especie de galeria de vidrio, donde lucian en po-
ses seductoras las artbtas. El gordo tom6 10s boletos,
y entramos. La sala era una inmensa bodega en tinie-
blas. 'Se Tespiraba un fuerte olor a desinfectante pega-
d.0 a1 aire, frio casi. En esos momentos pasaban una
pelicula sobre una expedici6n a1 Africa. Las figurillas
d e 10s negros y negras en pelota pasaban velozmente,
a saltitos, miranido a veces a (la camara, y riendo con
sus horrendos labios agujereados por anillos colgantes.
ZTn le6n, un elefante, cocodrilos peleando. Una negrita
bafiandose con las tetas a1 aire. El doctor Von Pilsener,
vestido con pantalones cortos de boy-scout, se limpia-
ba el sudor con u n pafiuelo, y segufa su marcha. La
pelicula era tan vieja, que, a veces, las imagenes apa-
recian como manchas blanquecinas en un campo de
58
pes+& negra. Acostumbrada la vista a la obscuridad,
mire a mi alrededor, y note que en todo el teatro no
habia mas de diez personas. Se posesion6 de mi una
angustia insoportable. Me senti abandonado de Dios,
pres8 dC la m&s total desesperanza. VelBzquez COmia
maiz tostado y Norma mascaba chicle. El OlOT a desin-
fectante me cubria como una sftbana mojada. Parecia-
mos estar en un gran excusado. La pelicula era intermi-
nqble. Empezaba ya a retorcenne de aburrimiento y de
tristeza, cuando se encendieron las luces, pocas luces, y
el gordo de la puerta se subi6 a1 escenario, y empez6 a
vender unos paquetes #deldulces.Si uno compraba el pa-
quete, recibia como premio una novela francesa con
ilustraciones obscenas. Habl6 tanto, que 10sespectadores
comenzaron a dar alaridos y lo hicieron callar. De 10s
presenks, tres o cuatro seran chinos, y 10sdemas, solda-
dos y marineros. Cuando la orquesta empez6 a tocar, en-
traron otros pocos espectadores. Se inici6, erftonces, el
desdle de las mujeres. A'medida que se desvestian, toda
la sala parecia ir desnudcindose con ellas, quiero decir,
que de las paredes se daprendia el sebo de 10s aiios:
telarafias, grandes masas de chicle, las cortinas se sol-
taban como inmensos harapos negros en un velorio;
todo era un adescascararse, crujir, agrietarse, en una
'
pastula que crecfa hasta adquirir dimensiones mons-
truosas. Los mflectores se hundian en las vigas, en las
columnas y decoraldos, y, a pufialadas, se metian en-
tre la came vieja de las bailarinas, y, entonces, la me-
tamorfosis a qee alUdQ cobraba relieves alucinantes.
La pudrici6n se desarrollaba con detalles macabros,
porque desde nuestros asientos distinguiamos clara-
mente las cicatrices de apendicitis, de cesareas, granos
Y moretones y mordiscos, que, bajo el efecto de la luz,
comenzaban a reproducirse. Vacisbanse sobre el esce-
nario mujeres y mas mujeres. La 'luz se habia hwho
morada, y parecia Idesprender de 10s cilerpos masas de
carne vibrante y hjuriosa. Era una carga de senos,
piernas, caderas, brazos, que la mirada turlcia y cruel
'
de 10s chinos y uniformados revolvia como en la fosa
macabra de un campo de concentracidn. Una joven-
zuela de lineas frescas y hermosas se desnud6 con de-
51
5
masiada prisa y se qued6 alli, con aire compungido,
medio abierta ide piernas, SimUlandO extrema confu-
si6n. Un borracho se levant6 rugiendo. Vino el porter0
corriendo a calmarlo con gestos y amenazas. Una sen-
sualidad espesa y oprimente se apoder6 de todos nos-
otros. Norma se arrellanb en el asiento, y nos toc6 a
ambos, a Velhzquez y a mi, con sus piernas qu@se mos-
traban sin pudor. VelBzquez se ech6 un puAado de
maiz a la boca, y sigui6 mascando.
A1 salir, me senti bafiado en una luz acusadora; me
imagine que todo el munldo podia vernos la suciedad
‘ contraida dentro. Velazquez y Norma parecian salir
del catecismo. Fuimos silencicvsamente a encerrarnos
a1 “Rancho”, con el prop6sito de ver a Mercedes. En
cuanto llegamos, fui a su encuentro, y la invite a bai-
lsr. Ella debi6 advertir mi excitacibn, porque se peg6
a mi estrechamente. No estaba ella acostumbrada a
que la asediara de este modo, sin ternura, con la ob-
sesi6n a n k a del contact0 fisica. Pasamos asi las horas
hasta la funci6n de las ocho. Continuamos, luego, cada
vez mhs silenciosos, y eoncentraldos, comunicandonos
el ardor de nuestros cuerpos. Algo &eirradiaba de nues-‘
tro circulo, porque not6 muchas miradas siguiendonos,
miradas apreciativas, azuzadoras casi, como esperan-
do una calminaci6n que no llegarian a presenciar. Se-
cretamente, anticipaba yo el vertigo del primer beso
apasionado. Temblaban mis brazos alrededor de su es-
palda. Cuan’do sucedi6 lo inesperado. De pronto, en
medio de un baile, Mercedes me aparta con un leve em-
puj6n, y se empina para saludar bulliciosamente a
alguien que entraba en esos momentos. Antes de que
pudiera d a m e cuenta exacta de lo que ocurria, la vi
alejarse, tomarle las manos a1 recien ilegado, y condu-
cirlo a una mesa, donde .%einstalaron sin prestarme la
mas minima atenci6n. Mi actitud de incre(du1idaddebe
haber sido grotesca. Oi risillas burlonas entre 10s que
observaban la escena. Mercedes me abandonaba en la ,
forma m&s ruda y desdeflosa, para irse con otro. Me
invadi6 la furia, una furia que me he16 la sangre. Me
fui a1 bar. No.se me ocurria nada. Veltizquez vino, te- .
meroso quiz& de que yo provocase un eschndalo. No
52
habfs nada que temer. El desprecio de Mercedes me-
habia desheclio, tan sorpresivo, tan cruel. Despuks de
bailar esa noche, Mercedes se acerc6 a dedrme que de-
bia salir con un amigo, p e s se habia cornprometido de
antemano. Lo dijo con absoluta y sincera naturalidad.
El efecto de sus palabras fue afm m8s .terrible, y le res-
pondi con un balbuceo tr6mulo. Cuando se fiJeron, me
vino la angustia como una nsusea, y en la embriaguez
que sigui6, no pude distinguir ya de d6nde venia la con-
ciencia de mi derrota: si de la tarde podrEda que pasa-
mos en el Burlesque o de mi espantoso ridiculo alll, esa
noche. Bebimos, Vel&zquez, Noma, otra muchacha
*
que Velazquez invitd, y yo. Pronto mi nueva compafie-
ra estuvo enroscada a mi pecho con todo su busto mo-
renb; pero yo sentia entre 10s vapores de su perfume
barato, 'entre la madeja espesa de su cabellera-negra,
la presencia, cada vez m&s cercana y real, de toda esa
carne desnuda, vista aquella tarde, incitandome, atur-
diendome. Con dla venia la penumbra triste, helada y
hedionda a desinfectante de la gran sala vacia, y, co-
mo un sollozo, el m u e r d o de Mercedes, del brazo de su
acompafiante, un hombre sin cara, llevandosela de mi
alcance una y otra vez, en una horrenda y sistematica
pesadilla.

53
E l cowboy de la azotea

UANTOS dias pasaron sin que yo viera a Mer-


cedes? La sensaci6n amarga del desencanto se fue de- .
positando en cada jornada como el residuo d'e un licor
afiejo. Velhzquez y yo empezamos a trabajar como pin-
ches de cocina en uno d'e 10s mas afamados restaurantes
de North Beach. Para mi esa cocina fue una verdadera
cueva d e Sesamo. El personal se componia de tres co-
cineros y un anciano, a cargo Bste de las operaciones de
lavar 10s trastos.
El cocinero j e f e era un tiejano de casi dos metros ,
de estatura, algo encorvado, de pie1 y cabellos rojos y
gestos torpes como 10s(de un oso. Se llamaba Jack, per0
le decfan Cowboy, y miraba con una expresi6n que era
mezcla de la mAs desconsiderada burla y escepticismo.
Llevaba gafas de acero transparente, y se ladeaba el
gorro blanc0 como personaje de teatro. Hablaba tan
poco, que en un comienzo le crei mudo. Ell Cowboy apa-
recia en la znafiana a eso de las diez, y distribuia el
trabajo con mBs gestos que palabras, recorria 10s am-
plios ambitos de la cocina e n un viaje de inspecci6n, y
se marchaba, despuBs, a un lugar secreto, en la azotea
del edificio, donde pasaba el resto del dla ocupado en
algo que era imposible de imaginar. El segundo coci-
nero era u n italiano. Le llamaban Anchove, no sB si por
sobrenombre o porque su verdadero apellido sonaba de
esa manera. El sefior Anchwe tenia 10s ojos de aceitu-
na, muy grandes y saltados, un ment6n saliente, y ca- .
54
minaba con las patas para afuera, como Chaplin. Era
v.n hombre bondadoso y simpatico. Mi bums suerte
quiso que cayera bajo su mando 'desde el comienzo, y
de inm-ediato le cobre gran afecto. El tercer cocinero se
llamaba Charlie. Era chiquito, macizo y muy rubio, con
ojos celestes, reidores. Pasaba el dia cantando. Su espe-
cialidad eran 10s pasteles. El senor Anchove me reco-
mend6 no intimar con el chico porque era maric6n. En
cuanto a1 anciano encargado de 10s platos, dire tan so-
lo que era sordo y tenia un genio de mil demonios. Se
llamaba Joe, y Velazquez tuvo la mala suerte de caer
bajo sus garras. Tal vez no fue cosa de suerte. El teja-
no pudo tener la culpa. El (dia qu'e Ilegamos nos i n k -
rsog6 :
-+Que sabes hacer ta? -me pregunt6. .
-De cocina, nada -le respondi muy sinceramente.
-Bueno, por lo pronto, vas a pelar papas, cortar
degumbres, sacar jug0 d e naranjas y lavar 10s frigori-
ficos. Presentate a1 Senor Anchove, el te dira por donde
empiezas.
Despues le dio una mlrada a Velazquez. Fue cosa
d e segundos. Yo adivine que Velazquez le habia caido
mal. LSUcolor? ~ S u cachetes
s mofletudos? ~ S aire
U de
tlmidez?
-Ta vas a trabajar con Joe. Lo que 61 t e diga.
Segui a mi amigo con la mirada, y desde lejos pre-
sencie su primer encuentro con Joe. El viejo trabajaba
e n un aposentn obscurecido por el vapor que emanaba
de una maquina lavadora. El trabajo parecfa sencillo;
consistia en arreglar platos, tazas y vasos, en una espe-
cie de parrilla en movimiento, que 10s conducia a un2
camara de agua, donde se lavaban, y luego a otra de
vapor, donde se secaban. Per0 habia otro artefacto:
algo'asi como una noria de fierro, donde se metian 10s
cubiertos, y que giraba ,el&!tricamente, a una velocidad
fantastica. La noria contenia arenilla y municiones, de
modo que era indispensable cerrarla con extremo cui-
dado antes de ponerla a funcionar; un descuido, y la
rnaquinaria podia abrirse de golpe, 'explotando su car-
ga como una bomba. Tuve la impresion de que el viejo
55
pus0 a trabajar a Velazquez alli con la esperanza de que
tuviera un accidente, y para divertirse con 1%expresidn
aterrorizada de su rOStr0. Per0 ya sea que se aburrid de
tenerlo a su lado o que deseara probarlo con otra labor
m&s desagradable, pronto lo traslad6 a su lavadero y
lo pus0 a fregar ollas y cacerolas. El tamafio mediano
d e una olla ahi era el de un baiio de asiento. Se nece-
sitaba un luchador profesional para lavarlas, pues a
causa de su forma y de su peso se resistian a entrar en
el agua y saltaban d e improviso, cubriendo a1 lavador
de grasa y jabbn. Velazquez fue a protestar donde el
Cowboy.
-No vm por qu6 te quejas -le dijo 6ste-, un mu-
chacho grande y rollizo como to. Bien t e hace el ejer-
cicio. A ver cu&ntas ollas tienes -agregb, caminando
con Velhzquez hasta el lavadero-. Pero, condenado,
~c6rnono has Visto que el desague esta tapado? Lim-’
pialo, al2f jests la tapa.
-&D6nde?
-AI& en el suelo,
Velazquez sac6 la tapa, y u n tufo nauseabundo in-
vadi6 el recinto.
-iQue porqueria! LCon que io dimpio?
-&C6mo que con que? Con las manos, clara est$.
-&Con las manos? -VelAzquez parecia B pupto de
vomitar. Se pus0 e n cuatro patas y comenz6 a sacar
con las manos una asquerosa mezcla de alimentos,po-
dridos. Ahf le dejaron. A1 rato lo fui a ver, y .u delantal,
sus pantalones, 10s zapatos, 10s brams, hasta la naris,
mostraban la huella de su faena.
El sefior Anchove me dio instrucciones precisas, y
un horario que habia preparado a la perfecci6n. Y o lo
dejaba hablar. El jug0 naranja sf lo sacaria, porque
me gusta, y acostumbro tomarlo para el desayuno; las
papas, tambien, porque era cosa de pelarlas a maqui-
na. Lo d e m u . . .
La verdad es que t a n Pronto nos dimos cuenta de
que el Cowboy se hencerraba todo el dia en su madri:
guera, de que el sefior Anchove era un alma de Dios, de
clue Charlie era inofensivo, Y de que Mr. Joe era sosdo
e incapaz de salir de su infierno de vapor, Velhzquez y
56
yo nos entregamos a investigar esa cocina, a conocerla,
pulgada por pulgada, en un proceso de asombrosas sor-
presas. La predilecci6n de Velhzquez era comer y trans-
portar viveres para su mujer. Se paseaba por 10sfrigo-
rificos como una rata gigante, y se marchaba en la no-
che con un sac0 a la espalda como un excursionista. Mi
aficidn era recorrer todos los vericuetos del edificio,
despecio, ensimismado, iablsorbiendo extrafias sensas
ciones por todos los sentidos, como un amante del arte
que recorre una exposicidn. Me fascinaban el subterrh-
neo inmenso, las bdvedas donde se amontonaban sacos
y cajones, las extrafias etiquetas, las botellas, las vasi-
jas, 10s frascos y latas de conservas, 10s carritos de
ruedas, las romanas. S e olia un aire picante en 10s rin-
cones, mezcla de azafrhn, orCgaho, comino y otras espe-
cias, que hacian la obscuridad mhs atrayente. Pero no
, era un ambiente de Tincones ese subterrheo, sino mas
bien una pista de cemento, relumbrante y lisa, que cu-
lebreada por las entrafias del ,edificio. La atmckfera te-
nia algo de fresco y artificial, que rn intrigaba. Era
como transitar dentro de una bobella.
En una de esas excursiones fue que llegue a la gua-
rida del Cowboy, y descubri su secreto. Gubia por una
escalerilla de incendio a la azotea, cuando me encon-
tr6 frente a un pequefio edificio aislado, una casucha
sin ventanas. La puertecilla, pintada de un color gris,
lo hacia verse afin mBs insignificank. Parecia una jau-
la o una trampa. En mis andanzas me sentia tan libre
y comunicativo, tan feliz de romper la monotonia de
la cocina, que n i siqui'era esa puerfa tan hosca pudo
detenerme. La abrf de un manotazo y me asome. Echa-
do de espaldas sobre un camastro (de hierro, me mira-
ba impasiblemente el Cowboy. La luua que venia del ani-
co foco en el techo, era de un color grishceo. No movi6 .
la boca, no hizo gesto alguno que indicara la impresi6n
que le causaba mi presencia en su escondite. Y o entre
de todos modos y mire con aprensi6n, extrailado de la
luz y del vacio que reinaban en esa celda. Ni una silla,
si una mesa, nada sino 3a cama sin ropas, las paredes
desnudas, el suelo de cemento y el Cowboy acostado
57
3

mirhndome. Y,ah, si, en el suelo, a1 alcance de la ma-


no, una botella de oporto.
4 i e n t a t e +dijo de pronto.
-LAd6nde me voy a Sentar?. . .
-LQuien va a ganar la primera y la segunda en
Tanforan? -me preguntb, sin cambiar de expresi6n
en lo mas minimo-. ES muy importante. La dupleta.
-No te entiendo -le respohdi.
Sac6 de la bolsa un peri6dico todo ajado y con gran
parsimonia se enfrwc6 ,en su lectura. Estaba, borracho
o en trance. No Be habia quitado el delantal ni su gorro
de cocinero; las patas enormles sobrepasaban el largo
de la cama, y quedaban suspendidas en el aire, gro-
tescamente. Yo espere que hablara. Despules del azora-
miento inicial me ‘sentia c6modo. Traia conmigo la
ilusi6n de la mafiana brillante, el olor a sol, la brisa
suave de la azotea. El Cowboy cogi6 la botella, apur6 un
trago y me la pas6 Yo bebi enternecido por su cordia-
Mad.
-Varnos a ver -dijo-. En la primera van ocho
caballos. -Me mostraba una pagina del diario, cubier-
ta de nombres, niuneros y signos rarisimos-. Corren
una milla. Fijate bien. Una milla. De todos IGS que co-
n, s 6 b “Vegas Highjaker”, “Balboa Boy” y “Papa-
gos” han corrido esa distancia. Tres. Los tres corren
por dos mil d6lares. Ninguno ha ganado este afio. “Pa-
pagos” llega atropellando, “Balboa Boy” cowe en pun-
ta. El otro parece que no tilene mas que un galope pa-
rejo, ni velocidad ni embalaje. De 10s otros, hay Csk,
6ste y Cste, que corren e n punta. Este otro tambiCn
atropella, per0 es m& barato. Este otro, “Pore Boy”,
tiene mas clase, mucha mas clase, pero no ha corrido
nunca esta distancia, y rehusa ganar. Tiene un com-
plejo. En el fondo no sera mas que una mula. Todos son
mulas. fijate bien, per0 uno tiene que ganar. Esto es
inevitable. Entonces hay que escoger. Ahora dime,
Lquien va a ganar?
-;Que te voy a decir yo? Las pocas veces que
aposte en mi vida, lo hice por intuilci6n. Era el nombre
de un caballo que me atrafa, o el modo andar, o un
gesto de la cabeza.
58
El Cowboy se vaci6 un trago de oporto, y con gesto
brusco hizo una gruesa marca junto a1 nombre de
“Pore BOY”.Tal cosa me pareci6 absurda. LNO era el
caballo que no ganaba nunca? LNOera una mula? iN0
tenia complejo?
-La clase -repetia el Cowboy-, la clase. Aqui es-
ta la Clase de la camera.
Luego me mir6 con asombro, de repente, sorpren-
dido de verme alli, de pie, observandolo.
-(,Que diablos haces aqui? -grit6 con su vozarr6n
Bspero-. LSe acab6 el trabajo en la cocina?
Y o di media vuelta y salf sin Idecir nada. Su tono
no habia sido insultante, sino mas bien asombrado. De
todos modos, bien merecida me tenia la maldicion.
LQui6n me mandaba intrusear en su buhstrdilla? Ba-
jaba yo la escalera, cuando lo senti venir detr&s de mi,
corriendo.
--Espera.
Me volvi a mirarle. A la luz del sol en aquella azo-
tea blanca, el Cowboy parecfa una figura de carnaval.
El Tostro congestionado por el alcohol irradiaba tonos
granates, morados, carmesies, como un avjso lumino-
so. La vestimenta blanca ‘ensu cuerpo d e gigante le da-
ba la apariencia de un patriarca o de un barco de vela.
Detras de ‘lasgafas, 10s ojillos verdes, arrugados, ha-
cian sesfuerzos por mirar, y, valgame Dios, estaban ba-
fiados en lagrimas.
a y e , hijo, toma, para que le apuestes a1 ’que to
quieras -me alargaba dos billetes de a d6lar-; no be
dejes influir per lo que dije. Olvidalo. Olvidalo. Toma.
-No, hombre -le dije-, guarda tu dinero. Y o no
juego a 10s caballos. Ademb,. jc6mo se te ocurre!
El Cowboy gimote6 con un susurro, como gat0 ron-
roneando :
-Ay, bueno, entonces -dijo-. Y o no sabia. Per0
es “Pore Boy”. Acuerdate. La clase, la pura clase.
Ah1 le deje, gimiendo y limpiandose 10s ojos. A las
doce, cuando Velazquez, el sefior Anchove y yo nos dis-
poniamos a almorzar, el Cowboy apareci6 en la cocina -
con su sombrero tejano y, cerrandome un ojo, me dijo:
59
-VamoS, aparate, que no hay mucho tiempo.
Y o me lo quede mirando, sorprendido. La borra-
chera se le habia pasado, 0, mejor, la habia asimilado
tan bien, que no era sino un ligero sopor sobre toda
su persona.
-LVamos? dAd6nde? -pregunte yo.
-vamos, vamos, no molestes.
Habia tanta decisi6n en su actitud, que me levan-
te, dejB el delantal, me puse la chaqueta y salf d e t r h
de 61. Claro, la idea ,de perder el tiempo me fascinaba,
y en especial si hay en ello u n elemento de fatalidad.
Per0 sobre todo me halagaba la amistad del Cowboy y
la sensacidn de un contagio magic0 que emanaba de su
condici6n de carrerista. Porque ,eso era el tejano: un
carrerista. Un iluminado. Un mistico. Y un borracho,
por afiadidura. Es decir, un elegildo. Personas de voca-
ci6n tan fuerte llegan la vida de uno como un ac-
cidenk. No hay modo de evitarlas ni de prever las
consecuencias de su Ilegada. Ademas, en Neste cas0 el
Cowboy debe haber sentido lo que el espiritista siente
ante ,el hallazgo de un medium por naturaleza. Y o habia
“nacido” carrerista. Me faltaba tan s610 la iniciacibn
en da cofradia.
Asi, pues, march6 con el Cowboy a las carreras, co-
mo un infante que va por primera vez al colegio, tan
Ueno de jljlbilo como reticente, antieipando el alborozo
de una manera silenciosa y timida. Tanforhn es, como
todos 10s hip6dromos del Oeste, un gran galp6n medio
a1 descubierto, frente a una cancha desguarnecida: el
edificio pintado de blanco y verde, el interior de la
cancha plantado de pasto y amapolas. Es una versi6n
moderna de 10s campos d e rodeo que mantiene cada
pueblo ganadero del Oeste. Per0 mientras en 10s pue-
blos la estructura no es mAs que una primitiva armaz6n
de tablas, una pista de tierra y cercos de palo, cons-
truida en las afueras y a1 dexuido, como botada en la
llanura y abierta a 4odos 10s vientos, aqui la tribuna
tiene una armaz6n de hierro; hay mostradores con
ventas de alimentos y bebidas, y ventanillas provistas
de maquinas re16ctricaspara la impresi6n de 10s boletos.
Tanforan esth junto a la carretera 8llamada el Camino
Real, en el pueblo de San Bruno, rodeado por enormes
solares, donde se estacionan los autom6vile.s.
Junto a nosotros pasaban grupos de personas @a-
minando apresuradamente. Marchaban en silencio, 10s
ojos saltados, apretando convulsivamente un peri6di-
co en la mano. Algunos llevaban anteojos de larga vis-
ta colgandoles del cuello. a e estos grupos-se .despren-
di6 un negrito que vendia peri&dicos y ofrecia “pases”
que le permitian a uno entrar por un precio reducido.
Por la carretera iban 10sautomdviles a gran velocidad,
cargados de pasajeros. En el medio del camino habia
una fila de insdividuos que lucfan sobre el wcho y la
espalda avisos luminosos : “Duke’s’’, “Jack’s”, “The
Hermit’s’’. En las manos agitaban hojas de papel, ver-
des, amarillas. Eran 10s vendedores de “datos”. Por dos
661ares vendian ocho ‘ganadores; por cinco d6lares, un
ganador especial, que pagaria fabulosas cantidedes de
dinero. Los automdviles les pasaban rozando, casi se 10s
llevaban en el guardafango, p r o ellos permantxian in-
mutables, gritando con voces roncas de sapo, y mo-
viendo sus avisos e n la ventolera polvorosa que les en-
volvia como un halo. Los carreristas les miraban con
actitud tenebrosa. Indudablemente, eran 10s apdstoles
de la congregacl6n. Santos irremediables, que, a gri-
tos, manejaban secretos designios: el rostro acuchilla-
do lde arrugas rojas y cobrizas, 10s ojos febriles de un
color verde encendido, el pelo cubierto de polvo, fla- -
meando en el viento.
Entramos. A1 pasar .la reja, vi que las gentes, de
pronto, comenzaban a correr. Primer0 trotaban por el
amplio patio descubierto que ‘est8 junto a la pista; lue-
go arrernetian hecia 10s enormes corredores, bajo la
tribuna, a codazos y patadas, tratando de acercarse a
las ventanillas de los boleteros. La conmoci6n se debia I

a que la primera carrera ya iba a empezar. El Cowboy


ldio una rnirada de espanto alrededor, otra a1 marcador
de las apuestas, y, luego, como navegante que divisa la
tierra prometida, se lanz6 entre la muchedumbre. Y o
me senti perdido. El Cowboy tenfa 10s pies ligeramente
planos, y, como sus piernas eran demasiado largm, m
vez de carrera, la suya parecia un deSplQmarSe sobre
61
sus adversarios. Le vi alejarse, agarrandose y trope-
zando, lanzando exclamaciones y agitando dos billetes
de a d6lar en el aire. Se lo Brag6 la multitud. A mi lado
pasaban seres extraordinarios: u n anciano, tieso por
,la paralisis, daba pasitos como de chincol, con 10s bi-
lletes en su manita crispada; pas6 un nifio sin braws,
que Jlevaba su diner0 entre 10s dientes; graves sefioras
de ancas enormes, interrumpian el transit0 por Com-
pleto. Habia gigantes de todos colores, mas negros,
quizas, que rojos. Y millares d e enanos, en especial chi-
nos y japoneses. Abundaban tambiten unos filipinos
extrafios, vestidos con fantbtica elegancia, que no eo-
rrian sino que se deslizaban por 10s huecos mas invero-
similes. Por encima del ,tumulto de voces, apagando por
completo 10s quejidos y las maldiciones, sonaba una
alharaca infernal de pitos y bocinas, que apuraban a la
muchedumbre, marcando Jos minutos y segundos que
faltaban para la carrera. De pronto son6 un aullido
tremendo y un repicar de campanas, seguido por un
timbre ldnico, ronco, escalofriante. iPartieron! Ins mi-
llares de carreristas que se quedaban sin apostar, die-
ron media vuelta, y, con igual impetu, empezaron a
correr en direci6n inversa, hacia la pista, algunos 110-
rando, la mayoria palidos, sin aliento, ineapaces ya de ~

soportar la *emoci6n.A. una ,cuadra, mfis o menos, de


donde yo estaba, vi pasar a1 Cowboy. Su sombrero te-
jano sobresalia y flotaba sobre las gentes como una
boya en el mar. Me lance corriendo en su persecuci6n.
La locura me habia contagiado, y sentia que si no lo-
graba alcanzarle y hablarle, todo estaba perdido. Me
empujaban y daban pufietams. Una mujer cay6 fren-
t e a mi, y yo, tanto como 30s que venian detras de mi,
pasamos por encima de ella, pisandola sin conmisera-
ci6n. Aullaba la muchedumbre, y de un altoparlante
venia la voz del anunciador, describiendo la carrera.
Me arrastraba yo hacia el sombrero del Cowboy, que
ahora vela junto a la baranda de la pista. Los SfgundQS
pasaban; e! clamor erecia. Cuando llegue junto a mi
amigo, alcanc6 a sacar 3a cara entre 10s cuerpos que 10
rodeaban, y, por debajo de un sobaco, capte una visi6n,
62
una sola, fugaz y mhgica, de 10s caballos que pasaron
y se esfumaron. Cien manos y codos me cayeron enci-
ma, y crei perder el sentido. Junto a mi, una negra da-
ba saltos aullando; note que sus chillidos se iban indi-
vidualizando, sobresalian, se unian a otros chillidos
semejantes. Eran las voces de 10s ganadores. La carrera
habia concluido. Como un viento huracanado que gol-
pea con furia unos instantes y se aleja desmayado en
seguida, pas6 el tropel de caballos por la tierra derecha,
dejando en el aire un polvillo de arena y aserrin que
se asentaba ahora en las gargantas de $a multitud. Un
vasto murmullo cundib por el hipbdromo, roto, cada
vez mas esporhdicamente, por las exclamaciones de ja-
bilo de 10sque acertaron.
-&Viste? -me grit6, convulso, mi amigo-. c;VisT
te? -Temblaba entero, y el rostro, congestionado, se
encendia y se apagaba como un foco suelto-. iAh, que
condenada suerte! LViste el caballo que pas6 primero?
-Yo no vi mas que un tropel de patas.
-&Per0 no viste el namero? -El Cowboy me gri-
taba ahora, y parecia pronto a darme de pufietazos. La
gente nos miraba con regocijo.
--LEI ndmero? &Elnomero del que iba primero?
A ver, a ver. -Raciendo un gran esfuerzo de imagina-
, cibn, record6 htaber visto pasar un gran namero 2, ne-
gro en fond0 blanco-. (Creo que fue el numero dos.
-Cree que fue el namero dos.. . Oiganlo.. . Dice
que cree que fue el namero dos.. . Maldito sea. El dos
gan6, por la puta.
El Cow‘boy parecia culparrne a mi de que hubiera
ganado el dos.
-“Pore Boy”. &Note dije yo esta mafiana que “Po-
re Boy” iba a ganar? i N o te dije que era la clase de la
carrera? &No iba a apostarle?
-Mala pata, llegamos tarde.
-LLlegamos tarde? Dice (que llegamos tarde. Esta
loco. Tb llegarias tarde. Yo jugu9. Maldita sea. Alcance
a apostar.
-&Y, entonces, (de que te quejas? &Novenias a ju-
gar a “Pore Boy”? x
-Venia a jugarle, pero me cambie --grit6 con un
63
gemido de bestia herida-. Me cambie, Dios mfo, y
aposte 8 una vaca que todavfa viene corriendo. LPor
que? GPor que diablos?
Regres6 el ganador a1 paddock. Unos cuantos en-
tusiastas lo aplaudieron. Relampague6 el fogonazo de
x n fot6grafo. Aparecieron 10sdividendos en el tablero
electrico,. junto a la meta.
-Ay, Dios mio, si yo le iba a apostar a ganador.
DiecisCis cincuenta. j Que buen comienzo hubiera si-
do!
Y o me sentia inc6mo’do junto a1 Cowboy. No com-
prendia exactamente el sentido de su cblera. Me volvi
con disimulo a observarle. Se habia echado el sombre-
r6n para atrhs, ypcon un cigarrillo colgando del labio
inferior, parecia hondamente concentrado en el estu-
dio del Racing Form. Apenas se le adivinaban 10s oji-
110s claros analizando, una a una, las clfras enrevesa-
das. De vez en cuando ponia una marca mis’veriosa
junto a1 nombre de un caballo.
-Toma, ten un momento -me dijo, pashndome el
peri6dico. Saco’del bolsillo el programa, y, despuCs de
mirarlo con gran atencidn, lo pus0 en otro bolsillo,
mientras de este sacaba recortes de peri6dico. Fsstudia-
ba, comparaba, marcabn, borraba, cambiaba, meticu-
losamente, 10s objetos de un bolsillo a otro. Por la fren-
%ele corria un espeso sudor. Se cocinaba al sol como un
carnero adobado en oporto. Pero su abstracci6n era
completa. De la ira no quedaban sefiales. Ni pena, ni
remordimiento. Ni nada. Era la imagen perfecta del
investigador ciedtifico, abstraido de todos y de todo,
buscando l a rec6ndita verdad. que fuerza producia
, un cambio tan brusco en su persona? ~ C 6 m oolvidar
tan repentina y totalmente? ‘‘i Que maravillosa perti-
nncia, que estoicismo en la derrota -pens6 yo-, que
capacidad para aplastar la amargura y renacer con la
fuerza intacta ante la nueva prueba!” El Cowboy se
habia llenado de Viento y eructaba, sacudiendo 10s
hombros y golpehndose el pecho.
-Vamos a ver 10s caballos. Me hace mal estar aqui,
inm6vil.
Se guard6 todos 10s papeles, encendi6 otro cigarri-
64
110, y se fue abriendo paso, sin volverse a ver si le se-
guia. Su rostro era un modelo de sereno contentamien-
to. Pasabamos entre grupos de gentes tambien serenas
y felices. Dos mujeres corpulentas, vestidas de llamati-
vos colores, sujetaban el peri6dico en una mano, y en
la otra apretaban un chorizo emba’durnado de mostaza.
Un grupo de ancianas, muy bien rizadas y empolvadas.
formaban linea para entrar a1 excusado. Junto a ellas,
en un pequefio mostrador, habia un gran pote de mos-
taza, y, a1 otro lado del mostrador, una fila intermina-
ble d e hombres, mujeres y nifios aguardandc paciente-
mente su turn0 para embadurnar su chorizo. Como el
fmico artefact0 para extraer la mostaza era una paleta,
igual a las que usan 10s doctores para bajar la lengua
y recoger especimenes, la substancia amarilla y verdosa
chorreaba por el mostrador a1 suelb y se les pegaba a
las gentes en 10s dedos. El Cowboy estaba contento, y
me invitd a unirnos a la fila. Luego comprd cervezas.
ICaminaba mirando a 10s demhs como un duefio de ca- ’
sa preocupado ,de mostrar su hospitalidad 8 cada uno
d e sus invitados. Nos pusimos detras de la cerda don-
de paseaban a 10s caballos.
-Este caballo no sirve A e c i a el Cowboy, seria-
mente, arrugando 10s ojos-; fijate c6mo le han que-
mado las patas. LVes? Esas manchas y cicatrices son
quemaduras, donde hubo hinchazones. Tiene las patas
sentidas. Lo borramos. -Le hizo una cruz con el lapiz
rojo en el programa-. Mira ese otro. Ese muerde; por
eso le han puesto un freno especial. Va a llegar tirando
para adentro, mientras el jinete tira con toda el alma
para el otro lado. Si la llegada es estrecha, pierde I’a
carrera en estos manejos. Fijate en el namero seis. Es
el favorito, “Friendly Dog”. Parece yegua prefiada.
~ Q u 6le habran dado de comer?
Me Ham6 la atenci6n un filipino, a mi lado, que
trataba de convencer a un negro sobre las bondades
de un caballo. El negro le ofa pacientemenk, y soltaba
la carcajada. Le hacian gracia el acento del otro y sus
expresiones obscenas.
-J?ijate cdmo le dan instrucciones a1 jinete 4 i j o
el Cowboy.

copas.-5
Seguf la direccidn de su mirada. Afirrnado en la
barrera divisoria, el jinete escuchaba las palabras del
entrenador. Engreido, indiferente, el enano vestido de
seda dejaba vagar la vista por encima del pablico y de
sus adversarios. La gorra echlada para atr&s,le daba un
aspecto desvergonzado. Sus facciones eran las de un
niAo rubio, pero niAo duro, especialmente en la quija-
da y en 10s ojos, unos ojos azules, crueles. Mascaba
chicle, y, de vez en cuando, soltaba un escupitajo, mjen-
tras asentfa con la cabeza a 10s consejos del otro. Me
fii6 en sus manos. Eruesas y toscas, que jugaban ame-
nazantes con el ]&tigo.
-Ah, chingados 4 i j o alguien Q mi espalda-,
Lusted Cree que le est& diciendo cbmo debe ganar la
carrera? No m&s est&n hablando de c6mo lo van a su-
jetar.
-A 6se no tienen que sujetarlo, mano, se sujeta
solo.
Por el redondel iban y venian 10s caballos. Los mo-
20s 10s conducfan por la brida, el freno tirante y corto.
De vez en cuando un caballo se paraba, y, separando
un tanto 10s cuartos traseros, dejaba caer la bosta ver-
de y humeante. Un empleado venfa entonces con una
pala, a llevarse su presente. Otro caballo se detenia,
de immoviso, como reconociendo una caTa conocida en-
tre 10s espectadores. Miraba atentamente, con QamaAos
ojos. El mozo le daba un poderoso jalbn, y el bruto, sa-
cudiendo la cabeza y piafando, segufa su paseo. Se res-
piraba-en el aire una mezcla intoxicante de bosta y
aserrin. Uno de 10s jueces toc6 un botbn, y en un table-
ro se encendib la palabra “Up”.A prisa, con gestos ner-
vio~os,montaron 10s jinetes. ayudados por 10s entrena-
dores. Los dueiios se quedaron comentando en voz
baja, mientras 10s caballos iniciaron su desfile hacia
la pista.
-Bueno, ~y ya tlenes el ganador? -le pregunte a1
Cowboy.
-Hay tres caballos en la carrera -me resgondib-,
y auizgs ~€110 dos. Si, no m&sque dos; yo creo que fodo
est6 entre Cste y 6ste. -Me seAal6 dos nombres en el
programa. I

66
-;A cusll le vas a jugar?
El Cowboy me mirb, con algo de disgusto.
-Tienes mucho que aprender en esto de la hlpi-
ca. Primer0 que nada, jarngs me preguntes a a u i h voy
a apostar, porque no te lo dire. No podria decirtelo;
bastaria con que yo t e nombrara el caballo, para aue
nerdiera. -Luego, como tratando de awldame, afia-
dib-: la carrera esth entre estos dos: “Frie3dly Dog”,
elxfaoorito, y “Double Flakh”. No s6 cdmo el favorito
se puede perder.
-Entonces hay que jugarle a1 favorito, a “Friend-
ly Dog”.
-No tan ligero, amiro. Tambien puecle perder.
“Double Flash” paaa muv bien: est8 cuatro a uno en
las apuestas. “Friendly Dog” esth seis a cinco; no paaa
nada. Pero no veo cdmo se puede perder “Friendly
Dog”.
Me quede con la firme idea de que “Friendly Dog”
no podia perder. La multitud comenzaba a agitarse
junto a nosotros; iban y venian con un murmullo ma-
ritimo. De nuevo tuve la sensacidn de estar abando-
nado en medio del oceano, Y de flotar a1 vaiv6n de 10s
ernmjones y codazos. E3 Cowboy mascaba su ISpiz, lefa
y leia y releia el Racing Form y el programa. Parecia
decidirse, y, luego, volvia a-flaquear, comparando tiem-
pos, distanciss y pesos. Salirnos a la barrera, junto a la
pista. Mi amigo miraba atentamente a 10s caballos que
desfilaban hacia la partida. Queria penetrarlos con la
vlsta, calarlos hasta adivinar sus m8s esoondidas in-
tenciones. Maldecia en voz baja. Sonreta, be tornaba
serio, arrurabs el cefio, temblaba, bafiado en sudor;
escupia, volvfa a contemplar 10s caballos, y nuevamen-
t e maldecia.
-!Que carrera tan dificil! No veo cdmo puede per-
der “Friendly Dog”.
Me mir6 vagamente. Estaba en trance. Los efectos
del licor se habian esfumado. El color violace0 de su
pie1 se volvfa ceniciento. Bufria intensamente. Era la
suya una crisis honda, que comprometia todas sus fa-
cultades. Se jugaba all1 su destino. Los caballos galo-
f
67
paban ahora por la recta lejana. Algunos se vefan m&s
alertos que otros, m8s veloces en 10s reducidos piques.
Qtros se veian m6s resistentes, galopaban largo y pa-
rejo, la cabeza,ladeada bajo la presi6n de las riendas.
Son6 un timbre y despues otro. Dos minutos para la
partida. Se abalanz6 la muchedumbre en pos de las
ventanillas. El Cowboy permanecid inm6vi1, mudo, mi-
rando con tal fijeza, que me asust6. Era la imagen de
un profeta comunicftndose con 10s poderes celestiales.
Aguardaba el supremo instante d e la revelaci6n. El 6x-
t a s k Y lo tuvo, ni duda cabe que lo tuvo. De pronto le
vi empinarse, tenso, Iocido, sonrien’te; mir6 un caballo
a la distancia, un caballo que daba su Llltimo galope,
- consult6 el programa, y murmur6 algo entre dientes.
Sali6 corriendo como un desesperado, empuj ando, pa-
teando,- maldiciendo. Le segui hasta la ventanilla don-
de ,vendian 10s boletos. No pude Ilegar, sin’ embargo,
hasta el uendedor. Me pareci6 que oia a1 Cowboy mur-
muran,do: “. . .per0 no s6 c6mo puede perder”.
Se corri6 la carrera. Tres cuartos de milla. Y gan6
“Friendly Dog”; gan6 a1 trote, con una superioridad
absurda. Mire a1 Cowboy para felicitarle. Per0 61 tenia
8 10s ojos vueltos a la lejania. Sac6 de la bolsa dos bole-
tos de a cinco d6lares, 10s estrujd brevemente y 10s bo-
t6. Eran del nfxmero once: “Jomarojo”.
-i“Jomarojo”? LPero no era “Friendly Dog” el ga-
nador?
El Cowboy no me respondib. De “Jomarojo” no ha-
bfa hablado nunca, n o le habia honrado con marca
alguna ni en el Racing Form, ni en el programa, ni
en 10s recortes. Y,sin embargo, fue “Jomarojo”. LPor
que? jQue le indujo con fuerza tan avasalla’dora? jFue
&a la visidn final, segundos antes de la carrera? LPe-
ro, que, precisamente?
-jPw que, pero, por que?
El Cowboy torci6 la boca en un rictus de furia.
-Por esto, porque “Jomarojo” era el caballo de la
carrera. El anico. No podia perder.
c
-Per0 perdi6.
-Perdid, porque el jinete es un boquiabierto. iAh,
- 68
Dios mfo! Se quedd en la partida. El caballo quiere co-
locarse dando la primera curva; el idiota lo sujeta y
lo sac& a correr por fuera. Lo tapan entrando a la rec-
ta, y el lo saca m& afuera aim. Ese caballo corri6 una
milla m8s que 10s otros. Era un robo, iUn robo!, iun
robo!
Pasaba la tande. El Cowboy hablaba. Con cada ca-
rrera aumentaba su inspiraci6n.
-Si hubiera empezado a atropelmlar antes, habria
sido un robo.. . Ese tipo no es jinete. Tiene almorranas.
&6mo puede ser jinete una persona que sufre de al-
morranas? LSabes cdmo le dioen? Sit-tight Peter. No
se agarra del caballo con las piernas; se agarra con 10s
cachetes; un dia se va 8 tragar la montura.. . Lo ta-
paron.. . Eso no es caballo, es una mula, es un cerdo.
Has visto. Es un perro. Si todavia viene corriendo. Ese
corre solo y llega segundo. Hijo de.. .
El sol empezaba a dumbrar como un medall6n
oxidado. Tintas carmesies y a p e s tefiian el cielo y lo
dejaban flotando como una copa en la brisa de la tar-
de. Yo sentia la invasidn fresca y olorosa del valle cali-
forniano. Olor a legumbres recien regadzis, a tierra
fertil, a Ilechuga, a tomate, a lim6n. Sobre las colinas
de San Bruno venia zumbando el viento del oceano, y,
entre chiflones y nubes de todos colores, descendian lus,
aeroplanos en el aeropuerto municipal. El Cowboy no
paraba de mascullar. Ya no lo escuchaba. El aire cris-
talino me sostenia maravillado, agradecido del atarde-
cer, de la luz, de la muchedumbre excitada, de ese sen-
timiento d u k e y melancolico que me empujaba hacia
todos, 'carreristas, caballos, putarronas, jubilados, poli-
cias, marihuaneros, suplementeros, filipinos, negros,
italianos, vztscus, mexicanos, sefioras con pieles y sefio-
ras de apretados pantalones y blusas transparentes. To-
dos confundidos en el polvillo de or0 del crephculo,
hediondos a sudor y cerveza, perdida la esperanza, una
gran flor de amargura en la garganta, 10s pantalones
sucios, per0 la mirada fraterna, solidaria, perruna.
En la altima carrera, el Cowboy me pus0 dos d61a-
res en la mano, y me dijo:
\
69
-Apuesta, apuesta a1 que quieras, per0 apUeSta.
-iQue voy a apostar! No, toma ,tu dinero.
-Apuesta, te digo, apuesta a1 que sea.
Era una suplica suya, esa mano tremula que me al-
canzaba desde el fracaso. Observe a 10s caballos. Nin-
guno sobresalia. Hubiera querido tener una revelacibn.
Per0 nada. A todos 10s caballos 10s veia iguales. Uno
m$s guaton que otro, tal vez. El de all&s i n cola; este
con las mechas sobre la frente, como un compaiiero que
tenia ,en el liceo; otro de tamafios colmillos y patas
manchadas; el ultimo iba con las cuatro patas venda-
das; era absurd0 que pudiese ganar con‘esos calceti-
nes.
-No, te digo que va a Gr plata perdida. No se me
urre nada. Apuesta tu.
7 TI^ vas a apostar, Tendrh la suerte de 10s prin-
cipiantes.
El Cowboy empezaba a lloriqueaq.
-A ver, dejame ver el programa.. . Dote caballos.
“Terremoto”. Este.
-6 CUBl?
-Ute, el siete, “Terremoto”.
Apost6 a1 siete, porque su nombre me recordaba a
m’i tierra, pais de remezones y fugas despavoridas en
la madrugada, y porque el jinete se llamaba Bravo, Jo-
. Bravo. El Cowboy estudi6 su biblia, y me mir6 con
s5
dexonsuelo. Y por aquellas razones, y por ninguna
otra, “Terremoto” gano. Pag6 treinta y tres d6lares a
ganador. El Cowboy no demostr6 ninguna emoci6n. Es-
peraba mi triunfo. Ademas, no quiso recibir ni un cen-
timo, excepto :os dos ddlares iniciales de la apuesta,
que consider6 un prestamo.
La victoria me llen6 de una intoxicante alegria;
~ quise corresponder a la generosidad del Cowboy, y le
sugeri que fueramos a buscar a mi compatriota Hidal-
go, para que celebraramos 10s tres con el dinero de mis
ganancias. El Cowboy conocia 10s vericuetos de las pe-
sebreras y no tuvo dificultad en hallar la cuadra de
Molter. Encontramos a mi amigo sentado en un balde,
observando pacientemente a un caballejo blanco que
SO
el mozo de la cuadra paseaba en grandes circulos. Le
presente a1 Cowboy, y le conte mi exito. Escucho con su
carita de laucha, sin decir nada, p r o la invitacion si
la acept6 agradecido. Me pareci6 que el Cowboy e Hi-
dalgo no podrian entenderse: el Cowboy, alla arriba,
con su estatura de gigante, y mi compatrfota, abajo, a
ras del suelo. Pero me equivocaba. Se entendian por te-
lepatia. Eran almas hermanas, unidas por una cola de
caballo. Tal vez porque ellos callaban, yo notaba con
espanto mi propia palabreria. En la euforia del triun-
fo, record6 a Mercedes, y hablaba de ella como de la
novia maravillosa que mis amigos no podian dejar de
conocer, como si no fuera la que me abandon6, la que
salid en la noche prendida de un hombre corpulento,
voluntarioso y sin cara.
TANGO,

LEGAMOS a la pensi6n cuando todo $elmundo es-


taba sentado a la mesa. Entre receloso, temiendo la mi-
rada de Mercedes. Nos hicieron u,n hueco, y empez6 el
transito de la sopera y del pan franc&. Mis amigos co-
mian en silencio. Con el rabo del ojo investigue a mi
stlrededor. Mercedes estaba junto a su padre, y me ob-
servaba. Cuando se encontr6 con mis ojos, la vi son-
reir tiernamente. Tragu6 saliva y sostuve su mirada
unos instantes. Su ternura era triste, herida. Hubiese
querido tomar su rostro en mis manos y kesarlo. Apar-
te la vista y guard6 la semaci6n de sus ojos ver'des, tan
hondos y sabios. Hidalgo, a mi lado, comia a bocaditos,
con gran circunspecci6n. Apenas le sobresalian la ca-
beza y 10s hombros encima de la mesa. sus manos pa-
recian garras d e c6ndol', y, en la derecha, el cuchillo
era evidentemente un +arms de combate. A1 otro lado,
el tejano era un rascacielo, un armatoste rojo. Comia
poco y con gestos vacilantes, pero tragaba vino en pro-
fundas buchadas.
-Est& buena la sopa, pu'ifior. Rebuena 4 i j o Hi-
dalgo, a1 concluir, y se qued6 mirando, esperando, aler-
to como un ratoncillo. De la cabecera de la mesa em-
pez6 a llegarnos, como un viento de tempestad, la voz
de un espaliol enfurecido. Pregunt6 si 10sEstados Uni-
dos tenian derecho a desterrar a Herry Bridges, el dis-
cutido lider de 10sestibadores, por el solo hecho de que
no les caia bien.
72
-No es que les caiga bien o mal -le respondi6 un
hombrecillo de rostro arrugadisimo y de ojos irrita-
dos-; le acusan de ser comunista y de que su sindica-
to esta controlado por 10s comunistas.
-No es eso -agrego el hombre sin voz, el que su-
surraba corn0 en una caiia de lata-; le acusan d e per-
juro, porque cuanldo le preguntaron si era o no comu-
nista, respondio que no, y parece que si era.
-iParece! iParece! i Q U e burrada! &Quesabes tfl
si el hombre es o fue comunista? &Le has visto firmar
su tarjeta? &Telo ha dicho a ti, acaso? -Este hablaba
con 10s carrillos inflados de garbanzos, y parecia a pun-
to de estallar.
-No, no es eso, hombre; no os dais cuenta del pro-
blema. -El que esto decia, era el padre de Mercedes.
Y o le escuche, adivinando .sU rostro firme y agresivo-.
El problem&es que Bridges acabo con el predominio de
10s gangsters en 10s sindicatos maritimos, y a las com-
pafiiias esto no les gusta. Bridges uni6 a 10s trabajado-
res del mar, y esta uni6n les permite imponer sus
condiciones de trabajo, conseguir mejores suleldos y
oponerse a contratos injustos. Las compafiias ya no dic-
tan sus terminos por intermedio de 10s matones que
aterrorizaban a 10strabajadores con sus pistolas y ma-
n oplas.
-Per0 Bridges es comunista, y el gobierno no quie-
r e comunistas en los muelles ni en 10s barcos.
-~Como sabes tfl que es comunista?
-Y si es comunista, &que?
Esta frase provoco una batahola. Muchos de estos
espaiioles, quiz& la mayoria, eran anarquistas refor-
mados; unos pocos eran socialistas; algunos liberales
sin partido. En el fondo, todos eran sindicalistas. En
este plano, el de la unMn de 10s trabajadores, si se en-
t endian.
-El hombre no es comunista -volvi6 otro a1 ata-
que-, es catolico.
Grandes carcajadas recibieron esta afirmacion. El
que habia hablmado, un gordo de rostro marcado por la
viruela, casi ciego, que pronunciaba las elles a1 estilo
argentino, salt6 como picado por un escorpi6n:
73
-&De que se rien, cretinos? Dig0 que Bridges es
cat6lic0, y es cat6lico. LQUB no vieron la “Crbnica” de
hoy? LNOvieron quien sali6 a su defensa en la Cork?
Un cura, eso es,’ un cura parroco. Irlandes por afmdi-
dura. Declar6 que Bridges habia sido miembro de su
parroquia durante aiios. No va a misa, es claro, n i se
confiesa, ni nada, per0 es cat6lico.
-&i fue -confirm6 Marcel-. Yo estuve en la se-
si6n del tribunal hoy en la maiiana. El cura dijo que
Bridges era un buen hombre, honrado a carta cabal.
LY sabeis que dijo el juez? Tuvo la desverguenza de
preguntarle a1 padre si habia estado loco aiguna vez.
El padre se pus0 palido, y lw abogados de Bridges pro-
testaron a gritos. El juez insisti6 en la pregunta, y lo
. curioso es que el cura dijo que loco no, per0 que si se
habia sometido a tratamientos psiquihtricos durante
un afio. El juez no lo dej6 hablar m&s y lo mand6 a
sentarse. El cura queria seguir hablando, per0 lo aca-
llaron, y tuvo que irse.
-jQU6 cabronada! &Ypara que hacen eso?. ..
-&Para qule Crees? Para que la gente piense que
s6lo un padre loco puede ldefender a Harry Bridges.
’-Lo quieren perder a toda costa.
-El juez es cat6lico tambien.
-Si, es verdad, es ,cat6lico. Per0 t a m b i h es un
bandido.
-Primer0 es bandido.
-Mi es.
Mientras hablaban de este modo, mis amigos y yo
escuchabamos en silencio. Hidalgo se habia tomado
una botella de vino; el tejano bebia de otra a grandes
y solemnes tragos; parecia no interesarse en la conver-
saci611, 0, a1 menos, no estar a1 cabo de lo que se discu-
tia. Las palabras me llegaban en oleadas. Ese nombre,
repetido ora con devotion, ora con c6lera, como una
bandera agitada, me imponia la necesidad de figurhr-
melo en imagen. &Queclase de lider seria Bridges pa-
ra despertar las pasiones tan contradictorias y tan vio-
lentas de este grupo de exaltados espafioles? ,
Las voces airadas, dismlnuidas, comenearon a caer
74
en el silencio como gotas de aguardiente en el cafe, y,
en la tregua, otra cosa me ofusco, y la senti igual que
golpes de sangre, envolviendome cada vez mAs cerca,
Y, Por cercana, cada vez miis qluemante. Presentia jun-
to a mi da ternura de Mercedes, pronta a1 fin a entre-
garse. Su mirada estaba sobre mi; la sabia preocupada;
anticipaba el calor de un abrazo que iba a ser brote de
anSia y resentimiento. Por entre nubes de humo, sos-
tenido en clamor de palabras y cristales, adivinaba su
busto firme y vibrante, sus hombros desnudos, la cur-
va llena, dorada, del CuellO, aguardando. Se ievantaron
poco a poco 10s comensales. A1 encaminarnos a la puer-
ta, note que Mercedes se habia ldetenido junto a ella,
de modo que no podria yo evitarla. Conversaba con al-
guien, 10sbrazos cruzados, la expresion sonriente, per0
aprensiva. Me miro con cariiio, con un carifio tan sim-
ple y directo, que me conmovio profundamente. El .
Cowboy 'e Hidalgo salieron, y yo 10s segui, nervioso,
azorado. Tuve la sensacion de que mal pasar junto a
1

Mercedes y no prestarle mayor atencion, algo la habia


tocado, hiriendola cruelmente. Debi6 de quedarse allf
unos instantes, y luego la imagine en su cuarto, 110-
ramlo por mi una dulce pena de tango.. .
L Y a conoceran a Mercedes -iba diciendo yo a mis
amigos, y ellos asentian, observando con desconfianza
mi euforia, que, en el fondo, no era m&s que tristeza,
' y casi desehperaci6n. \

Bajabamos por Columbus hacia Broadway. En el


ambiente ya podia sentirse esa ligereza enervante, he-
cha de luz y color, que se forma en las darsenas de San
Francisco, y se levanta en 10sotofios como un globo de
seda, crece transparente sobre las colinas, 13s b r r e s de
las iglesias, y (desaparece disparando miriadas de re-
flejos sobre el Golden Gate. El cielo del Oeste, sujeto
a: borde del ooeano por un espejo de azogue, acumula
el crepfxsculo y entrega a1 mar disefios abstractos pin-
tados de celeste, de naranja, morado, or0 y granate. La
brisa helada trae olor a choros y algas. No oigo el mar,
I

per0 la espuma y el empujon de las olas e s t h sobre


toda la ciudad, en la luz tanto como en 10s golpes del

P
viento y en la superficie lisa de las torres y edificlos.
Voy aun gozando la tierna emocion de Mercedes. Es
una intoxication del CrepfisCUlO. Pasamos frente a 10s
pequefios bares de la Costa Barbara. “Chichi” “Monas”,
“Tomy’s”, “440”. La tripulacion del vicio comienza a
despereZarse, y, preparando sus armas, se alista a1
ataque. Este bar es de lesbianas. Alli se reunen mujeres
rubias exclusivamente a conquistar negros y filipinos.
Aquel es un famoso antro de homosexuales escandalo-
sos, cargados de complejos, unidos en extrafios matri-
monios: matrimonios respetables de maricoiies ya vie-
jos; matrimonios inquietos, chismosos, pendencieros,
de viejo con adolescente; rnatrimonios tragicos de ma-
ricones jovenes. Ese otro bar comienza, e, inseguro aun, -
ensaya una politica doble: 1% meseras son todas ma-
rimachos; el maestro de ceremonias y 10s artistas son
inclasificables. Junto a nosotros pasa un grupo de MU-
chachas peinadas como hombres, palidas y eespinillen-
tas; visten chaquetas de cuero y pantalones grises, que
les aprietan fuertemente las cederas. Nos miran con a
insolencia y agresividad. Hay quienes van en pareja; la
m& hombruna conduce a la otra con gesto protector,
y, a1 pasar, a nuestro lado, se le acerca m b , repenti-
namente celosa.
El “Rancho” hierve a1 tiempo de mambo. La mu-
chedumbre se aglomera en el pasillo, junto a1 bar, de-
tras de las columnas. Pasan las meseras en sus trajes
de china poblana, haciendo equilibrios para no derra-
mar 10s vasos. Atras queda el perfume estatico, y con
61 un sudor de mujer rolliza y morena. El ritmo seco de
10s bongos va a contrapunto con el tintineo del cence-
rro. La pista ?de baile esta repleta. Gran noche, gran
negocio. La vieja duelia se pasea como gallina por su
corral, sacando la CUenta de sus ganancias. Nos condu-
ce ella misma a una mesa. No me reconoce.
-iVan a cenar? -pregunta, mirando ‘a1 Cowboy,
per0 este no le presta aterici6n.
Pedimos una botella de whisky.
-?,Una botella? -pregunta la vieja.
76
-Una botella. Lo que usted vera aquf es la cele-
braci6n de un buen dia en las carreras.
La vieja llama a voces a una de sus criadas. Vie-
ne Csta corriendo. Es una rubia oxigenada y crespa,
con enormes ojos cafe, coquetos y reidores. Los senos
se le abalanzan por la blusa escotada. Se me acerca y
me rodea el cuello con su brazo desnudo y moreno. No
puedo resistir la tentacibn, y le doy un beso detras de
la oreja. Le agrada que resulte t a n apreciativo de su
faena. Hidalgo me mira muy serio, y dice:
-Chitas que es entrador
El Cowboy mira alrededor como capitan de barco
ballenero. Avizor, per0 seguro de si mismo.
-Puchas que est5 callado --dice Hidalgo, indican-
dole con un gesto de su boca iruncida.
-As1 es este gallo. Alcohdlico an6nimo. Asi le lla-
man sus intimos. Toma y calla; per0 no creas, se fija
mucho.
Qer5 como el loro.
- h i mismito. Como el loro.
-LCual loro? -pregunta el Cowboy.
-El del cuento.
-(;”uCn t aselo.
-No, i p a que? Si ya lo sabfs. Todo el mundo lo
sabe, pus.
-Yo no lo SC - d i c e el Cowboy con gran seriedad.
-CWntaselo.
-No, pus, si me ‘est8 pitando. Cdmo que no lo va
a saber.
Bebemos grandes sorbos de whisky helatdo.
-Habia una vez U n loro.. .
Veo a Mercedes que acaba de llegar y pasa rapids-
mente a su camarin. Quisiera seguirla. Lleva un abri-
go blanco; sobre el cuello se suelta, esponjoso y rizado,
el pelo castafio. Tiene el paso firme y ritmico, corto y
taconeado; se adivinan unas pantorrillas hgiles y unos
tobillos esbeltos y poderosos. “Ah1 va mi bailarina”,
quisiera gritar, per0 no dig0 nada.
-...el lor0 no decia n i esta boca es mfa. . .
Me quede observando atentamente la puerta de 10s
m
camarines, que est& a1 extremo opuesto lde la sala. Vie-
ne la chiea que sirve a nuestra mesa, y se sienta a mi
lado. Advierte mi distracci6n. Me acaricia el pelo, rie;
me gusta su risa sin sentido, falsa y comercial, per0 bo-
nita; me gusta su boca. La dejo hacer. De pronto veo
abrirse la puertecilla del fondo. Entre la gente que bai-
la o pasa junto a las mesas, veo un instante a Merce-
des. Presiento que viene, Me h a visto y se acerea. Est8
vestida ya para su nfxmero de baile, per0 el abrigo
blanco cubre 10s detalles. Su rostro, maquillado para
10s elfectos luminosos de Ids reflectores, es extraordi-
nario: 10s pkrpados pintaldos de verde; las pestafias
enormes, negras y crespas; la boca dibujada con un 18-
piz morado o violeta, parece la imagen estilizada de
una mufieca cubista.
--Hela - d i c e .
-Hola.
La mesera se va inmediatamente. Mis amigos per-
manecen callados. Mercedes se sienta, y &Denastoea el
vas0 con whisky que he puesto frente a ella. Miia a su
alrededor sin detenerse en nadie. Los pachucos la exa-
minan con avidez, con veneracicin.
-Dame un cigarrillo -dice. Time ldificultad en
sujetar el cigarrillo con 10s labios tan espesamente
pintados. Se lo enciendo, y s610 entonces noto crue tiem-
bla, y adivino sus ojos, sus verdaderos ojos, mirhndome I

atentamente, con fijeza casi febril, desde atr&s de la


mhscara-. LPor que no has venido hace tanto tiempo?,
-LYO?. ..
-Apen&s Ileqas a la casa; sdlo una vez viniste a
comer en dos semanas.. . LPor que? Pero que tonto
has sido. -Hablaba r&piclamente,10s labios entreabier-
tos en una sonrisa fiia-. Ese tipo no me importa nada.
Nada. c',Oyes? Absolutamente hada. iQU6 tengo aue ver
con el! Sal1 con 61 porque es un admirador: me llevd a
cenar y me de@ en casa antes de dos horas. ;Crees que
mi pap& me iba a dejar que varara a esas horas? LPe-
ro que pensaste? No me importa nada, no me irnporta
nadie. ?,Lo oyes? A nadie le he dado jamas una opor-
tunidad.. . iQU6 tonto has sido! iC6mo me has hecho
mfrir! 4 u mano ha tornado la mia y la aprieta apa-
sionadamente. Siento el calor de su cuerpo, y siento
su rostro, como- una gran flor surrealista, rozttndome
la mejilla-. Me has hecho sufrir.. ., mi amor.
Le aCariCi0 laS manos sin decir nada. SB clue mi.9
labios estan temblando y SC que detrtts de ese rostro de
ballet, Mercedes me ofrece su boca. Olvidado de todo,
'de todos, creo que voy a besarla. Mercedes me detiene
con una presi6n de la mano. Bajo la cabeza.
-Ven -me dice-, vamos a conversar un rat0 alli,
cerca del camarfn.. . nos perdonan? Ya pronto sera
mi nfimero; tengo que estar lista.
Me lleva de la mano por un pasillo junto a1 bar.
Cuando llegamos a1 fin del corredor, veo el comienzo de
una escalera, y, hacia la derecha, otro pasillo que va,
hkcia 10s camarines. Mercedes da una rttpida mirada,
y, luego, con gesto decidido, me conduce por la esca-
Iera.
-No tengas miedo - d i c e , riendo-, por aqui no
viene nadie; es la escalera privada de la duefia. . .
AI final de la escalera, otro pasillo y la puerta de
un (departamento. No hay mas luz que la de un foco
empafiado, cubierto por una pantalla de color indefi-
nido. Siento que nos disolvemos en las paredes obscu-
ras y la alfombra espesa. Apenas Ilegan, lejanos, el
son ritmico de la orquesta y la percusidn seca de las
maracas y las claves. Sub0 detr&s de Mercedes y per-
eibo el murmullo de raso que acompafia el movimiento
de sus piernas. Mercedes se (detiene junto a la puerta,
y, d&ndose vuelta lentamente, queda frente a mi, sin
laliento casi, 10s labios hdmedos, las cejas dibujadas
en un gesto de abandQno y d e apremio; el abrigo se
h a entreabierto y veo.sus piernas desnudas, 10s grandes
muslos suaves, ardientes, temblorosos, y la seda negra,
brillante, ,de un pantal6n de baile minfisculo. Me acerco
y rodeo su cintura con mis dos brazos, la atraigo hacia
mi y la beso en la boca, una vez, honda, firmemente;
la beso en las mejillas, en 10s ojos, en 10s oidos, en el
cuello, cubro sus hombros 'de besos. Ella pone sus ma-
nos en mi nuca y me atrae adn m a , me besa con avi-
daz y su dulce lengua busca la mla. La acaricio fe-
brilmente; siento su espalda desnuda, la cintura fina
79
como un anillo de fuego, las caderas que se rnueven
apenas a mi contacto, el calor estrecho de su vientre y
de sus piernas.
-Mi amor -repite ella-. LPor que has sido asi?
No te alejes nunca mas (de mf.. ., nunca, Loyes?
, (No podemos continuar alli. Me lleva otra vez de
la mano. Voy automaticamente. Me deja a1 pie de la
escalera.
-Ve a tu mesa; yo tengo qu’e ir a1 camarin. iDios
mf0, e6mo habra quedado el maquillaje! Limpiate, que
est& lleno de pintura.
Yo no pUedQ,hablar, me he quedado como un mu-
fieco, y como -un muiieco me limpio con el pafiueb y
SigO caminando solo. Reina una bulla ‘nfernal e n el
id.
cabaret.1 El bar est& Ileno. Se aglomera 1 gente junto
a una pequefia baranda que separa el bar .de la pista
de baile. Oigo la nota melanc6lica y d u k e de la trom-
peta tocanldo una melodia que despierta en mi todo un
revuelo d e vagas sensaciones y nostalgias. La canci6n
se llama “Cer’eza Roja”. Las parejas se acqrician sin
timidez. Advierto entre 10s que se amontonan junto 2,
la baranda contactos furtivos. Llego a la mesa donde
esperan mis amigos. Me paso la mano por la frente
y bebo con ansias. El ruido de 10s vasos y las carcaja-
das escandalosas de las mujeres apagan un instante
la cancibn, pero luegu vuelve a mi la nota profunda y
mel6dica de la trompeta, que repite sin cesar esa frase
que me persigue y qae siento como una llamada ex-
trafia, una voz de mi a’dolescencia,anunciando en aiios
pasados esta misma noche, esta misma locura, esta
misrna soledad entre centenares de cuerpos sudorosos
y lenguas ebrias, cuerpos que se estrechan, se rozan y
se rechazan en equfvocos espasmos.
El Cowboy y el Siete Millones se han bebido toda
la botella de whisky. Aqulel parece un gran buey ador-
mecido; Bste, con sus ademanes de pulga, sigue su
cuento interminable: “. . .el lor0 lo mird y le dijo.. .”
M’ercedesbail6 con una coreograffa absurda, destinadn
tan s610 a exaltar la belleza sensual de su cuerpo. Am-
biente de apaches y mambos. A1 terminar, vino a bus-
came.
80
-Salgamos 4 i j o .
Pagut5 el Consumo, me despedf de 10s amigos y sa!i
con ella a la calle. Habfa descendido la niebla sobre
San Francisco. Se viene del mar, tragando pUenteS,
colinas y edificios; se queda sobre la eiudad, Calefit&n-
dose en las brasas de 10s avisos luminosos qve la tiAen
de rojo; se amontona en un rinc6n del cielo y se es-
fuma, de repente, como un fogonazo, en la madrugada.
Desde la bahia emerge la voz ronca de la sirena que
d e r t a a 10s barcos. Luces rojas y amarillas se encien-
den en 10s muelles, en el Golden Gate y el puente de
Oakland. Eh las bocacalles silba el viento marltimo.
Las calles se ponen brillantes *dehumedad y 10s taxis
amarillos pasan salpicando lodo y haciendo chillar 10s
neum&ticos.Mercedes se me pega del brazo. Voy saJu-
dando a 10s atorrantes, alegre y dominador; a 10s vie-
jos aue venden periddiqos en las esquinas, a 10s italia-
nos de Columbus y a 10s mexicanos de Broadway, y ellos
me responden con una sonrisa y un saludo sonoro Y
fraternal. SB aue Mercedes lleva un propdsito y la dejo
hacer. ADenas hablamos. En cada interseccidn veo, des-
cendiendo hacia Market, el calidoscopio de lucen de
China Town. Farolitos y linternas, banderas y pendo-
nes, gruesas cintas multicolores agigantadas. por la luz
ne6n. Las fachadas de 10s cabarets chinos brillan con
sus oros falsos y sus filigranas de pagoda de cart6n.
Todo ese mundo de m&gica luz, envuelto en la niebla,
es el escenario de un monstruoso teatro de tlteres, la
acci6n suspensa e n un mecanismo de hum0 y de hilos
de seda. Lleffamos a la pensi6n. Subimos en silencio.
No hav .necesidad de explicaciones. La casa parece
vacia. Hay luz en el comedor, pero no si3 oyen voces.
Seguimos por el corredor de la derecha. Cmje el piso
con nuestro andar. Las puertas cafes, con su gran nfi-
mer0 de hojalata, nos miran sorprendidas. No hay un
alma. Esta sensaci6n de soledad en la casa obscura
acicatea mis deseos y paso suavemente mi brazo por
la cintura de Mercedes. Se detiene frente a sui cuarto,
me da la Have; abro y entramos. Voy a encender la
luz, per0 ella me detiene. No acabo de cerrar la puerta
y siento su abrazo sobre todo mi cuerpo. Lentamente
8-f
copas.4
cae su abrigo. El vestido se moldea a su cuerpo bajo
la caricia de mis manos. Ella me atrae'hacia el lecho
y nos dejamos ir como en un agua profunda. De la
casa llegan ruidos aislados. En 1%calle pasan 10s auto-
mdviles veloces sobre el pavimento mojado. Oigo el
sirenazo penetrante y lastimoso en la-bahia, repitien-
dose incansable, Tengo en mis manos el cuerpo ar-
diente de Mercedes, y, como un p6talo rosado, la prenda
breve y transparente que cifie su came targida, se posa
sobre las caderas y resbala enloquecida. Acaricio 10s
senos, que se desbordan sobre mi boca. Sus besos son
largos y su brazo desnudo se afirma en mi nuca, pre-
sionan'dola, requirihdola.
En esos momentos nos llega un ruido de voces y
pasos.subiendo la escalera. Hay un instante de confu-
si6n. Intento apartame. Mercedes sle resiste a quebrar
el abrazo, pero reacciona sabitamente. Nos levantamos.
Mercedes se acomoda su vestido, se arregla el cabello,
enciende la luz. Yo me siento en un sofa Y aguardo,
tratando de serenarme. No s6 por qui! ,ambos sabemos
que esa conversaci6n y esos pasos tienen que ver con
nosotros. Esperamos alertos. Mercedes va a un armario
y saca una botella de almn licor y dos vasitos. Se
acercan las voces, voces espadolas, rotundas y cortan-
tes. Se *disputa, van a pasar frente a nuestra puerta.
Entre las voces distingo la de Marcel; ella tambien 10
nota y parece nerviosa. Han visto la luz en el cuarto. .
Se detienen. Suena el golpe indeseado.
-iHola, hija! LEst&s ahi?
Mercedes abre.
-Fasa, pasa adelante.. .
Los otros se quedan a t r h ; con (el rabo del ojo han
visto que Mercedes no est& sola. Entra Marcel con su
paso de tor0 contenido, su postura gruesa y maciza,
su cogote corto, nervudo. Tiene puesta su gorra blanlca
de estibador. De su car&so10 veo el ment6n cuadraldo,
la nariz chata. Me mira y mira a Mercedes,, oliendo
como sabueso. La sangre le h a subido a las mejillas.
Se pasa la mano por la barba. Quiere hablar, per0 le
cuesta.. .
-iQU6! NO trabajas hoy? -pregunta.
82
-43, pap&; ya pas6 la primera funcibn. Vinimos
a tomar un trago y a charlar un rato. VolVerC en
seguida. /
--Cbmo le va, Marcel 4 i g o yo.
El no me contesta. Tose, tira un escupitajo en el
suelo.
--Tu lugar est5 en el trabajo, ihostia! --exCla-
ma-, y no con cabronetes en tu alcoba ...
Iba-yo a decir algo, per0 veo que se vuelve hacia
mi con toda su armazbn de tanque y con las manos
empubadas. Mercedes se va donde 61 y le echa 10s
brazos a1 cuello.
-Vaya, vaya con el ogro. LDe cu5ndo ac5, viejilto?
~Qu6 t e ha picado? Nada tiene de particular que invite
a un amigo a mi cuarto. AdemAs, ya nos vamos.. .
Lo arrulla y le mordisquea el ment6n. iQU6 valor!
Es como si metiera su cabeza en el hocico del lebn.
Marcel quisiera rev'entarme, per0 bajo las caricias de
Mercedes se va suavizando, abre 10s pufios, relaja 10s
mtucuios, cuelgan 10s brazos sin voluntad. Sin resis-
tencia ya, se apagan sus ojos. Mercedes le besa en cada
mejilla. Marcel da media vuelta y se dispone a salir.
Antes de irse, dice de perfil:
- Q u e no te encuentre aqui otra vez, hijo de bue-
na mafdre, que te romper6 la crisma.. . y algunas oltras
cosas.
Meroedes dice algo para ahogar sus palabras. To-
ma su abrigo de prisa y se lo pone.
-Vamos -dice-, no podemos quedarnos.
Salimos, y me voy pensando que esta noche me
ganl6 a Mercedes, pero, para mal de mis pecados, he
perdido a su padre irremediablemente.

83
EL EXCENTRICO SEROR GONZALEZ

L A VERDAD es que, desde esa noche, Marcel me


cobr6 un odio feroz; a mi me pareci6 que la causa de tal
odio era el haberme sorprendido con Mercedes en su
departamento. Le pareci un perdido. Pero ahora veo
que su opini6n sobre mi se basaba en otras cosas y se
habia formado lentamente, en un proceso de observa-
ci6n que me pas6 completamente inadvertido. Marcel
me estudiaba .desde que llegue a la pensi6n y desde
qule not6 e? inter& de Mercedes por mi. Estudiandome
sin hablarme, sin saber de mi sino lo que vela en casa
do lo que escuchaba de otros pensionistas, me clasific6
sin conmiseraci6n. Para Marcel yo era un aventurero.
Un picaro sin porvenir, un.. . Bueno, en esos dias to-
das mis actividadles se limitaban a servir de pinche de ~

cocina por la mafiana y, despues de aquella ilustre tar-


de en Tanforan, a jugarles a 10s caballos por la tarde.
Ldgicamente, a 10s ojos de Marcel yo era un buen par-
tido para su hija, partido por la mitad. LY no tenia
raz6n? Trabajaba para subsistir, per0 trabajo no s@
le podia llamar a eso; igualmente hubiera podido co-
mer incorporado a una manada de perros. El Cowboy
no era responsable de aue me hubiera hecho carrerista.
Ya se sabe: carrerista se nace, y cuando 10s caraeristas ~

nacieron, yo venia con. el estandarte. Tan s610 me in-


trodujo a1 medio que yo reclueria, y, una vez iniciado,
prosegui mi destino con natural devocibn. Entre como
fin pez a1 agua. En 10s hipddromos senti realizarse mas .
84
que una vocacidn: senti que me unia panteisticamente
a un desorden de cosas en el cual mi personalidad echo
10sbrotes mas inesperados. A medida que mi en’tusias-
mo por 10s caballos crecia, Marcel me despreciaba m&s
y mas, hasta que llegd el dia en que le prohibio a Mer-
cedes que ge viera conmigo. La hermandad del “444”
aprobo esta medida, porque, a1 conocerse mis andan-
zas, el consenso de 10s pensionistas era que, pres,a irres-
catable del vicio, iba.yo a caer en desgracia y acabaria
como un paria. Mercedes y yo tuvimos que recurrir a
proezas de ingenio para seguir viendonos. Los estiba-
dores estaban en huelga por esos dias, de modo que
Marcel tenia tiempo de sobra para vigilarnos. No le
despintaba a ella 10s ojos. La acompafiaba a1 cabaret,
la vigilaba ‘desde una mesa, la traia a casa. Cuando
debia marchar con sus compafieros huelguistas en 10s
muelles, la dejaba encargada a alguien, coa instruc-
ciones de impedirle que hablara conmigo. Asi y todo,
pese a las amenazas y contqra todas las precauciones,
Mercedes y yo encontramos un sitio donde reunirnos.
Sospecho que ayudada por la piadosa distraccion de
algunos de 10ssabuesos de Marcel. Nos veiamos furti-
vamente, la mayor parte de las veceiS por la tarde, en
un barcito de la calle Eearny, bohemio, desmafiado,
con mucha polilla y olor a permanganato, pero, a1 me-
nos, normal, quiero decir, para hombres-hombres y
mujeres-mujeres. El bar se llamaba ‘%os Oculistas”.
Era muy frecuentado por pintores italianos y estudian-
tes existencialistas, a causa de que el duefio, cuyo
nombre sonaba a Mr. Pichicho, atravesaba por una
etapa pictorica y, en su febril ignojancia, compraba
todo lo que se le ofrecia y lo colgaba en cualquier par-
te, en 10s espejos, en las botellas, en el telefono, en el
mingitorio, seguro de que esqs pintursts serian obras
maestras y muy valiosas mafiana. A 10s pintores me-
lenudos y estropajosos que all1 llegaban les llamaban
10s “oculistas”, por razorres que presiento, pero que no
puedo definir claramenlte. La Llnica diversihn del bar
era un negrito panamefio que tocaba el piano en las
noches y se llamaba Ralph. Por su color ceniciento y
la expresi6n consumida de 10s Qjos, le llamaban Ralph
185
Dlfteria. Tocaba como un Angel y podia t a m b i h tocar
como un energtimeno. Era el unico pianista en San
Francisco que sabia tocar valses peruanos. Unos valses
tristes, tristes, corno album de poetisa hispanoameri- ‘
cana, que a mP y a Mercedes, atribulados y melanc6li-
cos, nos hacian llorar.
-Toca “Estrellita del Sur”, hermano -le decfa yo.
-Ta bueno, chico, all1 va.
Y lo tocaba con un cofitrarritmo maravilloso, que
silenciaba todas las conversaciones e iluminaba el ros-
tro de 10s “oculistas”.
-jPor que no dejas las carreras? -me pregun-
taba Mercedes cuando yo, enternecido por la mdsica
de Ralph Difteria, parecia listo a cualquier compro-
miso-. Papa te adoraria. &Noves que podria conse-
guirte trabajo inmediatamente en 10s muelles? No
quiero decir que t e vas a hacer estibador para siem-
pre.. . Trabajas un tiempo, y despues, con un poco de
dinero ahorrado ._. ., jno te gustaria ir a la universidad? ‘
A eso viniste, jno?
4 l a r o que me gustarla ser estudiante otra vez,
pero no sabria que estudiar. j Y para que voy a dejar
las carreras? Pero si no le hago mal a nadie y, ademu,
est07 ganando, Mercedes; estoy ganando permanente-
mente.
-Bah, no seas ingenuo; todos saben que en las
carreras no se puede ganar siempre. E& ridlculo.
Mercedes hacia planes para el futuro, hacia pla-
nes para mi, que ni el plan quinquenal podia enrielar-
m’e. A h i estaba la diferencia entre nosotros, y ahf
estaba gran parte de la fascinaci6n de esos dias. Mer-
cedes me iba rodeando en un amable circulo domes-
tico, donde todos 10s mecanismos funcionaban racio-
nalmente; yo me movia en ese circulo como un potrillo
encabritado, desplazandome, saltando, atacando, hu-
yendo, euforico, y, acaso, marcado ya para la silla. Mi
ldgica era la 16gica de las carreras, es decir, la falta
de 16gica. Algo 0 alguien me habia inducido a consi-
derarme un ser especial y a actuar con cierta misteriosa
seguridad de que en algtm Punt0 futuro las circuns-
86
tancias encajarian de repente y de repente veria frente
a mi un camino sblido, brillante y glorioso.
LDejar 18s carreras? &Per0sabia, en realidad, Mer-
cedes lo que eran las carretas? He dicho que entre en
ese mundo sin transicibn, y la cofradia me acept6 fa-
talmente. El Cowboy y yo habiamos iniciado una rutina
que consistia en trabajar hasta las doce, y del trabajo
irnos a1 hipdromo. En Tanforan 10s caballos corrian
diariamente, con excepci6n del lunes. El Cowboy reci-
bio permiso del administrador, en consideracibn a sus
ados de servicio-y a que, en todo caso, pasaba la mayor
parte del dia acostado y borracho en su buhardilla.
En cuanto a mi, me ClaSifiCb el administrador como
“empleado parcial”, parcial en no trabajar, para ser
mas exactos, y me pus0 en la lista de 10s reemplazables.
-No t e preocupes, muchacho -me decia el Cow-
boy-, que en un mes mas 10s caballos se van a Golden
Gate, y en tres m e s s mAs, a Los Angeles; entonces
podremos trabajar las ocho horas (a1 dia como Dios
manda.
A mi el trabajo me tenia sin cuidado. Empece ga- .
nando y continue ganando en las carreras. Mi suerte
‘era fenomenal. Hubo carreras en que no S610 acerte el
. ganador, sino tambien el pZac6 y el show, jugando a
tres caballos distintos. Ganaba con mucha fijeza y
acertaba batatazos muy frecuentemente. LMi metodo?
Ninguno. M U bien era Cosa de malicia y de mucha,
muchisima inspiracibn, por no decir suerte. En ocasio-
nes aposte gtiiado por las caras que el preparador le po-
nia a1 jinete o por la manera de mirarme de un caballo,
buscandome entre 10s espectadoresiy haciendome signos
afirmativos con la cabeza. Nunca jugue un dato.‘Entre
mis compafieros, otros habia que ganaban tambien, y
ganaban mas que yo; per0 cuando perdian, perdian
hasta 10s fundillos. El Cowboy pertenecia a este tipo.
Ganancioso, arriesgaba hasta cien d6lares a un caballo.
Le vi regresar a su casa con setecientos dblares. Si las
cosas iban mal, perdia el control de manera curiosa: es-
tudiaba, como siempre, sus variadas fuentes de infor-
macibn, seleccionaba el ganador, y, en el camino desde
su asiento a la ventanilla, cambiaba de opinion a favor
a7
de otro caballo que pagaba un mejor dividendo. Odiaba
a 10s favoritos. Perdia otra vez. Sus altimos d6lares 10s
apostaba siempre a un caballo que pagaba cien dolares
o mas por uno, es decir, a un caballo que no ganaria.
CY el Guate? Mi amigo Cuate, ex jinete y jugador em-
pedernido, apenas conseguia reunir dos dolares entre
limosnas y prestamos y se 10s apostaba invariablemen-
t e a Johnny Longden. “Ya me, manito, en esta carrera
todos tienen chance. Pos entonces, me dira usted, y
diai le apostamos a Longden; en las dudas, Longden,
dice el proverbio.” “Pero si Longden monta una mula”,
solia decirle yo. “No le hace. El changuito tiene mu-
chos huevos y, adem&, monta con bateria. Ni modo.”
De manera que le apuesta a Longden, el maestro. Y
Longden llega Wtimo. Entonces el Cuate ya no puede
apostar; ha perdido toda su plata. Y en la carrera si-
guiente, si gana Longden. “Jijo de la chingada, no m a
espera que yo m,e gaste mi lana para ganar.” LCuantos
anos tendria el Cuate? Su cara es de facciones peque-
has y delicadas; su cuerpo es el de un nino de doce
anos; casi puede caminar debajo de un caballo sin
agacharse. Cuando viene bien peinado se ve hasta buen
mozo. Gomo es de talla esbelta, en miniatura, y se viste
de QbSCUrO, podria pasar por elegante. En la noche, es-
pecialmente, en tinieblas. Per0 la mayor parte de las
veces se trae una barba de dos dias, unas ojeras de
buey, mancnados de nicotina 10s dientes y I C s dedos, y
temDianclo de frio. 6 0 es de hambre? He oido decir
que el Cuate no tiene dinero ni para comer. Cuando
Longaen se apiada de el y le produce un ganador, el
Cuate se compra una botellita de whisky barato y se
anaa por ahi pegandose sus chancacazos. Nada lo iden-
tiiica mejor que las sentaderas lustrosas de sus pan-
talones y el cuello deshilachado de su camisa: la suya
es una elegancia aprendida en la escuela del montepio.
Hidalgo, mi compatriota, es la gran incognita del
hipodromo. ES el unico en varias millas a la redonda
que no apuesta, y ha vivido entre caballos de carrera
toda s u vida. El, que pudo haberme iniciado en la hi-
pica californiana, jamas toco el tema y se limit6 a ob-
servarme cuando dexubrio que me habia transformado
88
/
en ac6lito del Cowboy. Un dfa, entre carrera y carrera,
me dijo:
- C h i t a s la payash. EstAi botando t u juventud y
tu platita.
-Profunda asercibn, hermano; per0 no las boto;
las reproduzco.
-Asi ser8, pu, ifior. Ganas ahora, per0 la suerite
no te va a durar toda la vida. .
-Con que me dure unos pocos meses, con eso me
contento.
-LY de que te va a servir eSO?
-De base para futuras inversiones.
-No me, hagas reir, si nQ soy n a recien nacido,
pus, gallo. Esa plata .%e va como se viene. LQueris que
t e cliga? Mira, en las carreras no ganan 10s fiatos ca-
rreristas; no gana nadie, m& que algunos duefios, al-
gunos preparadores, algunos jinetes y algunos j ueces.
Los del oficio. Esa es la cuesti6n. Nadie mas que ellos.
Creemelo a mi, que he crecido entre caballos.
-Te lo creo.
-He visto m& desgraciados perder hasta la cami-
'sa. No te dai cuenta de lo que es esta cuesti6n. Lo me-
jor es salirse a tiempo, ganchito. Dedicate a'otra cosa.
0 andate pa Chile. Eso es lo que yo voy a hacer.
-Si, ya me acuerdo. La morena y 10s pescados.
-Corn0 sea, per0 tengo cerca de ochocientos db-
lares juntos y el pasaje de vuelta.
-Eso no lo sabia. LPor que te lo compraste ade-
lantado?
-Vine contratado, y del contraho me,queda no m&
que el pasaje. L D 6nde ~ creis que sacan la plata estos
gallos que juegan? Fijate en el Cowboy. Lo conozco '
, hace tiempo. Esta endeudado hasta con su mamita. Se
juega el sueldo entero, y si come es porque tiene la
suerte de trabajar en una cocina. LPero 10s otros? Si
estos pobres no viven; parece que estuvieran vivos, pe-
ro son fantasmas. Comen por casualidad, entretienen
las tripas con aguardiente; per0 hay muchos que fu-
man marihuana y se ponen morfina. LTe das cuenta?
LQUC sabe uno de estos iiatos, que son cuando no es-
t&n en las carreras?
Hidalgo me miraba con sus ojitos de pulga, bus-
cando desesperadamente la ret6rica que le bacia falta
a sus preguntas. Fero como yo tampoco se la propor-
cionaba, decidi6 tentarme, acaso para ponerme en el
buen camino, acaso para satisfacer sus afanes evan-
gelistas, resentidos ante mi indiferencia.
-Ven a verme mafiana a 10s establos de Molter,
antes de la primera carrera. Te-voy a dar un consejo
que te va a interesar.
-6Un dato?
-No.
Le busqud a1 dia siguiente, y fue mi primera in-
cursi6n por el mundo interior de Tanforan. Los esta-
blos son aqui modestas: hileras interminables de ba-
rracas y galpones, separados por ligera armazon de
tablas y provistos de *las estructuras 'minimas para
acomodar 10s utensilios y parafernalia tipicos de una
cuadra. Las callek son anchas, como para permitir el
-paso de un autombvil, y dan vueltas y vueltas, como
buscando una salida que no se encuentra jam&. For
el momento hay cerca de ochocientos caballos aloja-
dos. Los establos de renombre muestran una organiza-
ci6n cuidadosa y funcionan como una empresa comer-
cial, donde la t&nica y el sistema norteamericano de
producci6n en mas& son indispensables. Asi es el es-
tablo de Molter. Un ejercita de empleados, rnozos, pa-
lafreneros, aprendices, entrenadores, jinetes, veterina-
rios, acttla en un perfecto mecanismo. Los caballos
pertenecen a diferentes duefios; all1 estan representa-
dos 10s millonarios, 10s deportistas de la alta sociedad,
10s comerciantes, 10s industriales, hasta el pequefio
aveniturero que hizo una rapida e insegura fortuna y
se ha dejado llevar por la intenci6n de escalar social-
mente a la grupa de un caballo. AM mantienen a sus
campeones en dorado y aristocratico ocio, a cambio de
un pago de cuatrocientos o quinientos d6lares a1 mes.
Una visita de vez en cuando a1 paddock, 10s colores
personales en una fiesta de sol, las miradas admirati-
vas y envidiosas, es todo. Luego, a esperar la pr6xima
oportunidad. Alguna vez el campedn de ,los establos lo
sera tambien en la pista de carreras.
90 I
Hidalgo goza de buena reputaci6n en la cuadra. Si
pudiera hablar ingles, y con mejor pinta, seria entre-
nador, porque sabe todo lo necesario para llenar este
oficio. Como no habla ingles y parece un enano de las
cuevas del Cerro Blanco, lo ocupan de mozo. Bafiaca-
ballos, 10s peina, IQS pasea, 10s alimenta, se ocupa de
ligeras curacion,es; 10s lleva, por fin, hasta el paddock
el dia de carreras. De vez en cuando uno de 10s entre-
nadores se acerca a pedirle su consejo sobre un caballo
a quien se quiere ensefiar velocidad, o sobre otro que
en el galope va tocandose las manos e hiriendose 10s
cascos. En su media lengua, Hidalgo expresa su opi-
nidn, y, por Io general, acierta. Algunas veces monta
un caballo en sus entrenamientos mafianeros. Pero es-
to no ocurre con mucha frecuencia. Existe la creencia
en el establo de que Hidalgo tiene mano demasiado
dura y que no distingue entre carrera y entrenamiento:
manipulea 10s caballos %on ferocidad tal, que 10s deja
ineptos para la gran prueba; 10s manda a la carrera
sobreentrenados, vencidos.
Esa tarde lo encontre dando 10s dltimos toques a’
una yeguita que correria en la pruleba de “no gana-
dores”.
-6Has vi& yegua m&s bonita? Fijate en el pe- -
chlto -me indic6-. Mira que bien formada; llenita,
pero no guatona; firme, pus, con mucho espacio para
el corazdn. Eso es lo que vale: corazdn.
Y o mie acerque a acariciarle la cabeza a la yegua.
-No, cuidado, no te le atraques. Td la ves man-
sita, per0 es mas mafiosa.. . Mira 10s ojos que tiene,
bien separados, como debe ser; el triangulo de la ca-
beza, perfecto. Hay mucha clue. Y panece que sabe lo
bonita que es. Y es mas mafiosa. A 10s chiquillos que
la trabajan en la semana 10s tiene locos. Ha botado a
media docena. Hoy la monta Herb; 610 conoces?
-De nombre.
-Se la dan porque, cOmO tes tan huevbn, tal vez
con el peso llegue montado a la meta. Mucho lastre,
&ah?&Que te parece?
-6Y ganarh?
-&Qui&n, esta yeguita? LEsthi loco? En primer lu-
91
gar, todo el mundo sabe que va a botar a1 jinete en la
partida. Si no lo bota, el gallo va a ir con tanto miedo,
que, por sujetarse el, la va a sujetar a ella. Tendria
que haber un milagro. Ademas, a1 patr6n no le gusta
que 10s tres afieros salgan a matarse; malo para el
corazon. Mejor es darles unas cuantas carreritas.
La yegua daba cabezazos mientras Hidalgo habla-
ba, y golpeaba con sus cascos el suelo de aserrin. Y o
esperaba pacientemente que mi compatriota llegara a1
consejo misterioso. Me sent6 sobre el fondo dle un bal- .
de, a1 sol, oliendo la cebada y la alfalfa y el olor mas
picante de las monturas, de las mantas y linimentos.
Pas6 un caballo conducido por un mozo. Les seguimos
con la vista: yo, con la curiosidad del aficionado; Hi-
dalgo, apreciativa y criticamente. El mozo vestia, ca-
miseta de manga corta y unos pantalones de cowboy
apretados a las piernas. Iba adaptando su tranco a1 del
caballo; la mano, morena y nervuda, apretaba el freno
como una-garra. A poca distancia le seguia otro mozo
con su caballo cubierto por una manta de color azul.
-iC6mo vai, compagno! -salud6 a1 pasar, y la
pelambrera rubia le resplandeci6 en el rostro, arruga-
do como un durazno caido a1 sol.
Vino un jovenzuelo' y, sin decir nada, cogi6 a la
yegua por la brida y sali6 con ella en seguimiento de
10s otros.
-Good bye, baby -dijo Hidalgo, palmotehndole
las ancas a la yegua y siguiendola atentamente con la
vista. La yegua se fue conton'eando sus ampiias ancas,
relumbrantes y suaves, haciendo pequefiias y coquetas
maniobras con la cola, que, tusada y sujeta por cintas
de color purpura, parecia el mofio de una belleza ru-
bia-. Adi6s, mi plata S i g u i 6 diciendo Hidalgo-; que '
te apuesten otros, porque lo que es yo, te conozco, mas-
carita.. . Vamos -agreg6, cambiando de tono-. Va-
MOS a ir a ver algo que te va a interesar.
Le segui por 10srecovecos de 10s establos. Quemaba
el sol. Era un dia claro. Caballos y caballerizos osten-
'taban un aire alegre dle primavera. Entre! 10s mozos
abundaban 10s enanos, pero se veia en el vestido y en
sus actitudes que poseian fuertes ambiciones apglineas.
Bien pefnados, lustroso y abundanlbe el cabello, se cru-
zaban de brazos a1 sol y miraban pasar 10s caballos
como si fuera un desfile.de bellezas. Las camisas, con
diseiios hawaianos, mexicanos o escoceses, flameaban
a la luz de la tarde. Sentad.0 en cuclillas, un anciano
de gorra amarilla fumaba un inmienso cigarro habano.
A su lado, un muchacho rubio, casi albino, tocaba en
la armdnica una balada de cowboys. Los caballos es-
cuchaban, primero con una oreja, luego con la otra.
Despu6s continuaban mirando de lado Con sus ojos
duros y despavoridos, Como de locos. Un viejo flaco
cepillaba un caballo en el medio de la calle, y el agua
que chorreaba por 10s flancos caia ai suelo, espumosa
y humeante. Seguimos caminando. Nos acercabamos ya .
a1 final de 10s establos. Pas6 una camioneta lujosa,
cubiertas casi las ventanillas de sellos de hoteles y bal-
nearios. Nos detuvimos frente a un establo die mala
muerte. La miltad baja de la puerta de la pesebrera
estaba cerrada; por la parte superior, *en la sombra,
vimos la silueta de un caballo. Tranlquilo, tal vei dor-
mido. Acaso pensando. Hidalgo entreabri6 la puerta
del galponcito vecino, que servfa de dormitorio a1 cui-
dador. Sobre un camastro de niAo dormfa un hombre-
cito, destapado, la camiseta y 10s pantalones puestos,
10s pies desnudos a1 aine. En el suelo, a 10s pies de la
cams, estaban las batas cubiertas de lodo y bosta seca.
Una parrilla electrica calentaba suavemente la atm6s-
fera y pareefa tostar vagos olores. Hidalgo se acerc6 a1
rnuchacho y le grit6:
-JuliAn, Julian .. .
El otro no movi6 ni un pelo. Se inclin6 sobre 61
Hidalgo y volvi6 a gritarb, esta vez en el ofdo. Tam-
poco hubo reacci6n. /

-Be jodido est& muerto.


--Que va a estar muerto. Tiene el sueAo pesado.
A ver ...
Ilidalgo grit6 su nombre una'vez m&s y le plant6
una gran palmada en el trasero. Julian levant6 apenas
la cabeza y nos mir6 con unos ojos hinchados de sueAo.
.
-Vaya, chingue a su m a . . 4 i j o con vocecita
93
infantil, de acento mexicano, y volvid a poner la cara
sobre una mano para continuar el suefio.
Hidalgo lo remeci6 y le revolvi6 el pelo. Le meti6
las manos por 10s sobacos y lo levant6 como a un mu-
fieco. Julian se mieti6 la camiseta adentro de 10s pan-
talones y, restregandose 10s ojos, poco a poco volvi6 a
la vida.
.
--Quifibole.. A i j o , por fin-; que se cuenta,
jefe.
-Quiubo, pu, ifior; la pucha que tenis el sueAo
pesado. Te podian levantar el caballo, contigo a1 anca,
y no despertai.
-No. Aqui no se roba nadie nada.
Tenfa una sonrisa amable y una agudfsima emre-
si6n d e burla en 10s ojillos negros. El cabello le cafa
traviesamenk en un mech6n sobre la frente morena.
De edad indefinible, como todos 10s enanos, poseia la
musculatura Eirme y alerta de un joven, mientras mi-
raba con la sabiduria de un anciano.
-Esbe 4 i j o Hidalgo, sefial&ndome- es un com-
patriots mfo. Andamos conociendo. ‘
-AjB -him el otro, examinkndome de reojo.
--1,C6mo se porta el compatriota?
-?,El blanco?. . . Pos como un angel. No m&s que
no se le antoja correr.
-D6mole una miradirta, &ah? I
-Ahorita esta durmiendo la siesta.
Hidalgo se ri6 de buena gana.
-Hijo Be la gran siete, se da una vida de millo-
nario. LSe da cuenta, compafiero? Este caballo fregado
vive aqui en California como si estuviera veraneando.
Dicen que lo trajeron a Nueva York’primero, y como
no ganaba, pensaron que un cambio de clima le haria
biten. Tan bien le hizo, que se siente como en su casa
y no hace m a que comer y dormir. No gana ni por
casualidagl. Ya lo han multado dos veces, &noes asi,
Julian?
-Tres -dijo el chiquillo-. Ya va en tres mil d6-
lares: pero mafiana ir8 por 10s mil seiscientos.
-&Y despues? -pregunte yo.
u

94
-DespuCs lo venden para hacer hot-dogs. Pbr
kilos.
-LPero que le pasa?
-Le pasa -dijo Julian- que no es caballo de ca-
rrera. Sera caballo de circo, jefe; per0 de carrera no es.
-Naci6 para repartidor de pan.
-No, mano, mAs que eso. El caballo tiene su clase.
De circo dig0 yo, 0 pa que lo monken unas gueraS muy
finas en el club de saltos.
-iPalabra! Eso le gustarfa a1 condenado; echarse
a la espalda unos buenos cueros rubios.
--Si quisiera correr --continu6 Julian-, serfa bue-
no, por lo menos pasable. Per0 no le provoca. Prefiere
pasearse por la cancha como turista. imango miis ra-
PO y extraordinario! Tiene personalidad. iSabia usted?
No m&s pasa una yegua y se pone a soltar pedos y pa-
tradas. Quisiera trag&r&las. Y cuando va a1 paseo, ino
lo ha visto? Se Cree campebn. Tiene un paso de rumba
que se reserva para antes de la partida. La gen%e se
muere de risa. Diwn que se lo aprendi6 a Kid Gavilhn.
Y se entrena solo el jodido. Si no lo sacamos en la
mabana, se pone a correr por las pesebreras y poco
falta pa que bote el galp6n a1 suelo. Los otros duefios
se quejan y ni siquiera le permiten caminar por la ca-
Ile de 10s establos. Hay que llevarselo por un desvio
para que no alborote a todo el hip6dromo.
-iPero cuando corre!
-Ah, per0 si eso no es corrser. No es que se raje.
No, eso no. Tiene muchos huevos para andarse rajan-
do. Lo que pasa es que no tiene la cabeza puesta en lo
que va haciendo. Es indiferente. Se va punteando, co-
mo si todo fuera un juego. Cuando de v e r s empieza la
carrera y 10s otros caballos se le vienen encima, en-
tonces se hace galantemente a un lado y se va a la .
cola mirando c6mo 10s otros caballos se sacan lo que
no tienen corriendo. Despues de-la carrera vuelta con
10s pasos de rumba; llega a la cuadra y se da unos aires
como si hubiera ganado el Santa Anita Handicap. El
Patr6n est& ya reteh'astiado.
-Vamos a darle una mirada.
-6Qu6 horas son?
95
Va a ser la una.
-Bueno, que despierte el chingado. No se va a pa-
6&r todo el dfa durmiendo la siesta. Hay que llevarlo
a la caneha a las cuatro. Va en la altima.
-Una milla y un cuarto.
-Si, en una carrera de reclamo por tres mil d6-
lams. Per0 yo s(? que el jefe lo vende hasta por mil
quinientds.
Abri6 la puenta Juli&n y por primera vez tuve la
visidn de este raro caballo, venido de mi patria, que
tanto daba que hablar. Me llamaron la atencibn 10s
ojos medio abiertos, inyectados de sangre. Ojos de
trasnochado. Un mech6n canoso le colgaba en la frente.
Cuando abrimos la puerta se pus0 a m'ear gruesa y
sonoramente. Como un huaso borracho en irna pared
de la Estaci6n Central. Me fije en las patas cortas y el
vientre abultado, tan guatbn, en efecto, que a primera
vista sdaba la impresibn de (estar esperando familia.
Pero, observando de cerca, se notaba que no todo ese
bulto era panza, sino qae habia allf pechuga tambibn,
firme y musculosa. Las caAas me parecieron increible-
mente finas. Podia ser ilusidn dptica, debido ai con-
traste del pecho, 10s iiares y 10s muslos tan poderosos.
-Ya est& quemado -hice notar:
- -Bueno, per0 no le hace. Estaba echando un so-
brehueso en la pata izquierda, y, claro, hubo que aue-
marlte las dos. - J u l i & n se inclind v con el pulgar y el
indice rode6 la cuantilla del caballo-. Tierna y mas
fina que la mufieca de una mujer -me dijo sonrien-
do-. Per0 ya est& bien, retefirme.
Sobre la pelusa tordilla se notaba el tejido cha-
muscado que deiara la aguja. El caballo era cabezdn,
y esto lo hacia simp&tico de inmediato, aunque un ex-
perto hubiera considerado tal cos8 como una mancha
en su linaje. Era simpatico para nosotros, sus compa-
triotas, que conocemos esta clase de gentes en el cam-
po. Porque el caballo 6Ste era tan chileno como Hidalgo
o como yo. Indudablemente. Se le wia a la lema. No
tenia que hablar para que lo reconocieramos. Cabezbn,
corto de patas, pechug6n, y ese color blanco sucio, de
rancho de adobe y cal, todo eso y lo que nos habia
96
contaclo Julihn no podian originarse sino en una media
luna surefia de mi tierra. CDigase que era chifladura.
Per0 yo reconocia en C1 a un compatriota y le habria
dado la mano, si no hubiese adivinado en sus ojos bo-
rrachos una cierta picardia socarrona y muy bruta que
suele anteceder, no a1 saludo, sin0 a la patada en mis
pagos. Como si la bestia pensara: “Ya me miraste bas-
tante; toma, por jetbn.. .” Sin embargo, sacudi6 la ca-
bezota un par de veces y yo acepte eso como un saludo.
De vez en cuando daba una patada en el suelo 0 tiraba
la cola a1 aire.
-6Cbmo te Ilam&i, huacho culebra? -le pregun-
te yo.
4 e llama “Gonzhlez” -respondi6 Hidalgo.
Yo lo mir6 con la bwa abierta y so1t6 la risa.
-No me est& jorobando.. .
-No .es chiste. Asi se llama. “Gonz&lez”.
-No friegues. 6C6mo se va a llamar “Gonzhlez”
un caballo?
-Pos asi le pusieron en Chile -interrumpi6 el
mexicano-; el patr6n lo inscribe con el nombre de
“Sefior Gonzhlez”. &‘Nove que hay otro “Gonzhlez” co-
rriendo en las ferias?
-Que fregar; asi es que te llam&i “Gonz&lez”.
-No es tan raro. , p o %e acuerdas de “O’laverry”.
Hay mucha gente en Chil’e que se llama Olaverry. Re-
bnena familia, pus.. .
Yo me doblaba de la risa.
-.. .puros vascos, de la mejor aristocracia.
-Y este sera de 10s de la clase media.
-N000000, pues, este fiato es pueblo, pur0 pueblo.
&Que no le ves la pinta? ,3610 le falta el habla pa roto.
En verdad, ‘,‘Gonzhlez” tenia, asi a primera yista,
algo de roto. Quizhs en la actitad apocada per0 agre- ‘
siva, en la mezcla de fortaleza y debilidad, y, sobre todo,
en ese aire suyo de querer salir corriendo desmandado
y de repente.
-El jefe dice -continu6 Juliftn- que en Chile ga-
n6 muchas carreras.
--Claro, pues, corria e n el Hipbdromo. Yo me
acuerdo 4 i j o Hidalgo-. Corria puras carreras largas
97
CbpES.-7
y tenia mucho aguante. All& se llamaba “Policarpo
Gonzalez”. . . LDe que t e refs? -me preguntd Hidalgo,
. un tanto resentido por mis carcajadas-. Si es coman
que le p n g a n a un caballo #elnombre de un pariente
0 un amigo del duefio.
-Si, per0 no con nombre y apellido.
-Con nombre y apellido, tal como suena. Nunca
fue muy>bueno; no, pues, regular no mfs.
Hidalgo se despidid de Julihn, y yo le s g U f hacia
el hip6dromo.
que te pareci6 ese caballo?
-Bueno, por Io que vi.. ., no me parecid nada. Un
caballo como cualquier otro. Except0 que es un don
caballo, puesto que se llama “Gonzalez”.
-No, sin fregar. LLe hallaste pinta.de algo?
-&Cdmo podrfa decir? Tendrla que verlo correr.
LPor que me preguntas? LQuieres que le apueste hoy?
-Ni loco. No es por eso que t e traje a conocer a
“GonzBlez”. Se trata de otra cosa. Mira, Qye lo que t e
voy a decir. -Hidalgo me causaba risa con su seriedad
tan extrafia a 1% circunstancias, pero sus ojos afila-
dos como un corvo me imponian respeto. Para hablar-
me torcia su cabecita y se empinaba en sus tacones d e
huaso-. TO has ganado algo de plata y pareae que vas
a seguir ganando. Naciste con suerte. No te voy a pre-
guntar c6mo lo haces, n i te dire que entiendo tu buena
suerte. Ea cuestidn es que naciste parado. Apusestas y
ganas. Est& bien. Per0 lo que n o est& bien es que no
aproveches t u plata. No, pues, compafiero, &as son
huevas. La plata hay que reproducirla, invertirla para
que se transforme en fortuna. Hay que explotar tu bue-
n a suerte.
A h . . ., pens6 yo, sobresaltado, jser& que me dedi-
can un cuento del tio?
-+,Per0 que tiene que ver est0 con “GonzBlez”? -
pregunte con aire de inocencia.
-A eso .voy, no mme apures. “GonzBlez” ses tan re-
malo, tan requetemalo, que su duefio va a llegar a re-
galarlo. Se va a desesperar. Acuerdate de lo que digo.
Y lo vendera por tres chauchas. Entonces es cuando
uskd entra en la cola. Con unos mil y tantos ddlares,
te lo compras. Te lo compras, por la cresta. Y yo te lo
preparo y te lo corro.
Tal seria 1s cara de sorpresa y desconcierto que
yo puse, que Hidalgo se detuvo y me agarr6 del brazo.
-&No te estoy diciendo que es una mina de oro?,
&not e das cuenta? Ese caballo tiene que ganar algixn
dla. Si yo mismo lo vi ganar en el Hip6dromo Chile.
Con una carrera que gane sacamos todos 10s gastos;
con dos hacemos fortuna y nos vamos a Chile.
-LComprar un caballo? LYO?LY de ddnde vamos
a sacar la plata para mantenerlo? LY ddnde lo vamos
a tener? LEn la “Pensi6n Espafiola”?
-Todo eso corre por mi cuenta 4 i j o Hidalgo en
forma cortante--. Reclamamos el caballo y lo aloja-
mos e n la cuadra de un preparador aleman que yo co-
nozco. Nos cobrarh diez d6lares al dia por todo: ali-
mentacibn, entrenamiento, la pesebrera, todo. Si el
caballo se enferma, claro, hay que pagar lhs medicinas
y las cuentas del veterinario. Per0 “GQnZBl&’ est&
curtido. No se nos enfermarh. De esos diez dblares,
nlgo nos rebajarh el gringo, porque yo voy a cuidar a1
caballo, yo lo montare y me ocupare de entrenarlo. To-
tal, sera casa y comida lo que necesitara “Gonzhlez”.
Nos puede salir por unos doscientos ddlares a1 mes. Y o
te garantizo que, si yo lo preparo, “GonzBlez” gana
una carrera antes de un mes. Con un solo premio te-
nemos para todo el aiio.. .
Hidalgo hablaba con inspiracidn mistica, escupia
de entusiasmo, se le trababa la lengua, rye frotaba las
manos, daba saltos y patadas. Los otros cabatlerizos y
entrenadores que pasaban a nuestro lado se nos que-
daban mirando sorprendidos. Tal vez creian que aca-
babfimos de asesinar a alguien. Para mf,jaquel proyec-
to era una locura. Pero Hidalgo insistia y abundaba en
razones. Su elemento de persuasicjn no era la 16gica;
era su impulso vital, su fuerza constante, insistente,
ciega. Le Entia pegado a mi como una arafia. Me aho-
gaba como una ventosa. El chiste w transform6 en pe-
sadilla, y, luego, en obsesi6n. Yo habia tomado a este
homb:’ecillo por un payaso inofensivo, y se me iba
transformando en un ser diab6lico. Me besconc~ertaba.
99
V

A pesar de que su charla me parecia absurda y gro-


tesca, sabia que su idea me iba aprisionando, ofuscan-
do mi imaginacicln con visiones fantasticas y muy
apetecibles. “Esta es la cualidad del sespecialista en ti-
mos”, me decfa y repetia yo en silencio; sabemos que
nos est& engafiando, sabemos que nos lleva a la per-
dici6n, sentimos que su razonar es inferior a1 nuestro,
puesto que adivinamos su intencibn, y, no obstante,
enmudecemos fascinados; el no que era tan posible a1
comienzo, ahora se h a tornado irreal, inalcanzable, y
de pronto pienso que acaso Hidalgo tienmeraz6n; que,
en el fondo, viene a salvarme con el toque de una vari-
lla mkgica, abriendo un esplkndido panorama en mi
vida. Per0 hay una fuerza contra el demonio, y esta
fuerza, antes de agotarse, relampaguea y combate
obstinadamente.
-&Per0 no me dijiste tb mismo que hay que huir
de las carreras, que me fuera a Chile, que *tbmismo
quieres regresar y que no apuestas por ahorrar tu
plata?
-Per0 si esto es otra cosa, compafierito. Aquf no
vamos a apostar. Esto es un negocio. Un negocio muy
serio; el caballo es nuestro capital.
-iNuestro? -pregunte. yo, asikndome de la co-
yuntura que se me ofrecia de mpente-. Per0 si yo soy
el que va a poner la plata. L T ~que , pones? iQu6
arriesgas ?
Hidalgo se qued6 en silencio unos instantes. &Lo
habia desarmado? Miraba a1 suelo con nerviosidad, se
rascaba las orejas y las costillas.
-Putas -dijo-, si tb pones la mitad, yo pongo la
otra mitad para comprar el caballo.
-iPero, hombre! Esa tes una claudicaci6n; S610
ayer me decfas que las carreras son una cosa sucia y
loca; que tu dinero lo guardas para unos boks y u n a l
morena. Si el desgraciado caballo no gana, habr&s
perdido todo. Adi6s viaje a Chile, a d i b ahorritos.
Aqui te quedas limpfando bosta para ioda la vida. A
lo mejor nos endeudamos, nos meten a la chrcel. Bo-
nito par harfamos en San Quintfn.
100
Hidalgo camin6 un rat0 en silencio, y, luego, de-
teniendose y mirandome a la cara, dijo:
-Por la cresta, yo cref que t B eras de linea.. . Si
no te interesa, bueno, pues; sera como si no hubiera-
mos dicho nada.
-No te sulfures -respondi- ni me apures. Yo no
dije que no me interesara la cosa. S610 dije que ayer
pensabas de otro modo.
-Que ayer ni’ que nifio muerto. Yo lo dije ayer y
lo digo siempre: que 10s que pierdsen ‘en las carreras
son 10s jetones que apuestan a tontas y a locas; no 10s
duehos, ni 10s preparadores, ni 10s jinetes, ni 10s caba-
Ilos, que son del oficio. Tfi y yo vamos a ser duefios.. .
A1 decir estas palabras se qued6 e n suspenso. Una
sonrisa beatifica le abri6 10s labios. La cicatriz de la
mejilla parecid desaparecer y 10s ojillos se iluminnron
con alegria infantil. Habiamos llegado a la cancha. La
gente caminaba aprisa hacia las boleterias. Por la pis-
ta venian desfilando 10s caballos de la primera carrera,
Azul, rojo, oro, verde, negro. Los jinetes, de pie casi en
10s cortisimos Cstribos, maniobraban para colocarse en
orden detras del lider, de cazadora roja y gorra negra,
que 10s conducia hacia la partida. Hidalgo y yo les mi-
ramos pasar. Para mi era Cse un desfile de gala, desfile
de juguetes en la incertidumbre de la primavera, esti-
randose como una serpentina sobre el verde brillante de
10s prados y la risuefia inconsistencia de las amapolas.
Todo era una gran burla inocente, una sensacidn agu-
da, inventada por la brisa y destruida alli mismo, ten
el suave calor del sol. Para Hidalgo, eso era el campo de
batalla, era la tenacidad cruel y mal intencionada del
jinete, el salvajismo refinado de 10s caballos, la amena-
za tragica de la suerte agazapada entre 10s palos, hun-
dida en la arena con su puhal artero. Miramos sin de-
cir nada, pero yo, sin mas raz6n que el ansia de ver mi
destino <escritopor las patas de un caballo, senti que
detras de esa pintoresca compafiia ibaq mi palabra y
la palabra de Hidalgo unidas y trenzadas con una rfi-
brica de bostas.
Esperamos la carrera de “Gonz&lez”: yo, haciendo
. mis complicadas apuestas; Hidalgo, observando, callado.
101
Sin inclicacidn previa, 1legQbamo.ssiempre a la misma
esquina de las galerias, un poco mas all& de la meta.
A h i estaban el Cowboy, el Cuate, JuliQn y muchos otros,
entre ellos un jownzuelo sin brazos, que naci6 asi, cuyo
nombre nunca supe, obsceno y vicioso, a quien habia
que ponerle el cigarrillo ,en la boca y encenderselo, y
darle tragos de cerveza como a un nifio de teta. Cada
uno celosamente encerrado 'en su mundo, abstraidos e
iluminados, algunos con expresi6n be angustia, otros de
serena inspiraci6n, otros sonriendo apscible per0 mis-
3eriosamente. El Cuate, con su trajecito azul lustroso,
iba y venia a1 trote entre carrera y carrera. Yo lo mi-
raba curioso y.sorprendido. Antes de la carrera se iba
trotando a1 paddock; cuando 10s caballos salian a la
pista, le vefa pasar corri*endo otra vez, tremulo, sin
aliento casi, en caprichosas direcciones. Corrfa por las
tribunas o 10s palcos, o hacia el excusado, o hacia 10s
pagadores o vendedores de boletos. Pacecia una hormi--
ga que, de sabito, hubiera perdido la ruta de sus com-
pafieras. No nos vela a1 pasar, no obstante que le gri-
tabamos tonterias o le silbhbarnos. Trotaba, galopaba,
corria su cu.erpecito esbelto per0 esmirriado, sujetan-
dose la chaqueta con 10s codos y hablando incoheren-
temente. En una de sus carreras logre pararlo:
-+Para d6nde.vas tan apurado, Cuate?
-No me demore, maestro, voy a meter toda mi la-
na en un caballo que no se pierde.
-+,Que caballo?
-Venga -dijo, mirandome con expresi6n febril-,
vCngase, per0 aparese. Aparese.
Sali6 disparado, y yo sali detrQs. Sin pensar me
habia incorporado a sus carreras. Ibamos trotando a
pocos pasos de un grupo que se movia como pifio detrQs
de la yegua madrina. El grupo avanzaba entre la mu-
chedumbre, retrocedia, se detenfa, se dirigia ora hacia
la pista, ora hacia las ventanillas. Todos corriamos jun-
tos, apretados,,codo a codo. Yo no sabia que haciamos,
a quien seguIamos, ni con qu6 objeto.
-iAd6nde vamos, Cuate?
-CBllese, ching6n. Sigame no mQs.
Poco a poco empece a distinguir cierta estructura
102
en el grupo y hasta una vaga orientacidn. Seriamos unos
treinta. Todos con la lengua afuera. La mayor Parte
descamisados. AI frente iba un caballero de apariencia
robusta, colorado de rostro, mnriente, con aires d,a mu-
cha prepotencia; vestia una chaqueta escocesa y som-
brero tiroles; del cuello le colgaban unos anteojos de
larga vista descomunales. AI llevarse 10s bin6culos a la
, altura de 10s ojos, sus dedos soltaban relampagos de
, tanto diamante que cargaban. A su lado iba una sefiora
de edad m<ediana,ligeramente canosa, bajita y casi, casi
bella. Su h i c o lujo 'era una chaquetilla de piel. Por lo
menos armifio. A unos pasos de la pareja iban cuatro
individuos con fachs cle gangsters. Y despues nosotros.
El rebafio de tebriles. El caballero y la sefiora se dete-
nian: se detenian 10s gangsters, nos deteniamos nos-
otros. El caballero y la sefiora giraban a la derecha: 10s
gangsters giraban, girhbamos nosotros. Subian a su pal-
co: 10s gangsters subian, subiamos nosotros y nos que-
dkbamos aguardando a respetable distancia. Bajaban:
bajaban 10s gangsters, bajabamos. Iban a ver el tablero
de las apuestas: ibamos. Se detenian: nos deteniamos.
-Por la cres,ta -exclam6 yo, cansado hasta no PO-
der dar un paso-. L A qui& diablos andamos siguiendo?
-Ckllese, jodido, que Nest0 es muy importante -me
I. respondi6 el Cuate.
De pronto, mi compafiero empalideci6. El caballero
habia sacado la cartera y extraia varios rollos de bilk-
, k s . Les pas6 un rollo a cada uno de 10s gangsters. Los
siniestros individuos salieron a paso rapid: en distintas
direcciones. El caballero sigui6 otro camino, y la sefiora
otro. El Cuate resollaba como animal hferido.Los desca.
misados corrian desesperadamente, unos siguiendo a
10s gangsters, otros a la sefiora, otros a1 caballero. Se
desgran6 el rebafio. El Cuate, perdida la raz6n, obrando
por instinto, trat6 de seguir a1 aefior, p r o una multitud
de apostadores le interrumpi6 ,el paso. Por mks empello-
nes que dabamos, no conseguimos salvar el obstkculo.
Se nos perdid el sombrero tiroles en un mar de cabezas.
-iLa sefiora, la sefiora! -grit6 el Cuate, y se esca-
bull6 ,en direcci6n opuesta.
.
Le segui como pude. Dando codazos, cayhdonos,
metihdonos como culebras por entre las gentes, se- '
guiamos a unos veinte o treinta metros la chaquetilla
de pie1 que ya desaparecia. Por fin, la chaquetilla se
detuvo en una fila y esperd su turno para apostar. El
Cuate, con toda audacia, se coloc6 junto a la ventanilla
don& debia llegar la seiiora, y, como por encanto, sa-
lidos de la tierra o caidos del cielo, diez 0 mas de 10s
perseguidores aparecieron j adeantes a su lado. Forma-
ron una especie de barrera humana. Un policia les mi-
raba hacer sin decir nada, per0 con *elojo muy atento.
En esa ventanilla se vendian boletos de cincuenta y cien
d6lares. Le toc6 el turno a la sefiora y su voz son6 dis-
tinta y diafana:
-Number five!
Se amontonaron 10s billetes de a cien d6lares en la
caja. Cuando levant6 la vista para observar a1 Cuate,
6ste habia desaparecido. Y 10s otros perseguidores ha-
bian desaparecido. Fue cosa de un segundo. Y o , para
que mis esfuerzos desplegados en la caceria no fueran
vanos, me meti a una ventanilla de dos d6lares y aposte
t a m b i b al. numero cinco. Volvi despues a nuestro pun-
t o de reunidn, y alli estaban todos 10s hermanos de la
cofradia, sentados en el suelo, beatos y compuestos, le-
yendo otra vez la biblia del carrerista: el Racing Form.
,5610 el Cuate seguia palido y nervioso.
-Puchas que me hizo trabajar, Cuate.
-No le hace, jefe, tenga paciencia. Nos corremos
una fija, ya vera.
Y,ten mzdad, vi. Se corri6 la prueba y gan6 el na-
mer0 cinco.
-(,No le decia, maestro? -exclam6 el Cuate, la
cara llena de colores. Per0 afm asi, 'en plena floraci6n,
parecia planta de cementerio-. No podia fallar. Me lo
dijeron 10s muchachos de la cuadra, tenia que ganar.
jCarajo, que golpe! i&ue golpe!
El golpe no podia ser tan espectacular, porque el
caballo estaba tan jugedo que s610 pag6 tres dolares.
Per0 para el Cuate, que por lo general pasaba la tarde
recogiendo boletos del suelo por si ee hallaba un gana-
dor, era una victoria, una %ran victoria.
-6Y a q u i h seguimos, Cuate?
104
-AI duefio, pos. Que se cree. Y o no sigo mas que
a1 duefio; otros changos hay que siguen a1 preparador
o a la sefiora del preparador. Yo sigo a1 duefio.
Julihn, el caballerizo, se le qued6 mirando burlo-
namente.
-Hay 10s que siguen a1 duefio -dijo-, 10s que si-
guen a la sefiora del duefio, los que siguen a1 prepara-
dor, a1 amigo $delpreparador; el Cuate 10s sigue a to-
dos.. . Ja, ja, jay &serababoso?
-C&llese, chingado; serh porque gano que me tie-
ne envidia. &Y usted que jug6, pufietero?
-&Yo? 4 i j o Julih-. Ahi vera. Jugue “Colita”.
LSabe por que? Pos ’anoche tuve un suefio. Sofie que
corrian el Kentucky Derby, y que, entrando a la tierra
dermha, venian dos caballos peleandose la punta. &@ua-
les Cree usted que eran? Pos, “Colita” y el campe6n
“Citation”. Nada m a , &se figura? “Colita”, agarrada,
agarrada, para no ganarle por mucho a1 campe6n.
Cuando iban a llegar a la meta, “Citation” pas6 a “Co-
lita”, per0 de repente la mir6 para atras y le dijo:
“Despes de usted, “Colita”; pase usted adelante”. &Y
que Cree que pas6?-Pos “~Colita’y ganando por nariz.
-&Y que le’pas6 a “Colita” hoy?
-Par6 la idem. Tambien es cierto que me desperte
antes de ver la foto de la llegada. A h i esta, por eso
perdi. Los suefios no engafian, manito.
Son6 el clarin anunciando la altima carrera. Sa-
lieron 10s caballos a la cancha y, como oficiantes de
un rito, nos levantamos todos para admirar la pasada
del blanco: “Gonzalez”. Lo montaba Melvin Rock, pot0
de plomo, el jinete m& torpe de California. Tan pronto
aparecid el caballo en la pista, se alz6 un murmullo de
admiraci6n en la concurrencia. i Q U C garbo! A paso
ritmico y marcial iba “Gonz&lez”,avergonzando a sus
toscos adversarios. Picaba el suelo con 10s cascos, sa-
cudia la gran cabeza blanca, desplegaba en el aire fino
y dorado de la tarde su cola abundante y luminosa.
Daba pequefios resoplidos que parecian decir : “DCjen-
me, dejenme, no me sujeten, que ya me trago la pista”.
El jinete apenas lograba contenerlo y era evidente que
se vela en serios apuros para mantenerse en la silla.
105
Los principiantes, 10s forasteras y turistas, preguntaban
con voz conmovida de admiraci6n: “LQui6n es ese? El
blanco, el blanco, ~ c 6 m ose llama ese caballo?” Y ‘
“Gonzalez” parecia oir e.sta.s exclamaciones, pues exa-
geraba a h mas su edesplante. Frente a 10s palcos le-
vant6 las manos. Un alarido se escapb de la muche-
dumbre. Movi6 las patas e n k l aire como saludando y,
luego, con gesto enojado, se sacudid entero y trot6.
iPobre jinete, palido y compungido, sujethndose con
pies y manos! Antes de la partida, “Gonzalez” galo-
paba para all&y para ac&, daba colazos, relinchaba,
escarbaba el suelo como un toro. Los ingenuos salian
desmandados, en busca de la taquilla para apostarle a
ese portento. iE1 blanco, el blanco, el blanco!
Era ya el atardecer cuando se dio la partida. 60- ’

bre las colinas de San Bruno se vino un viento helado.


El Cuate se frotaba las manos, Hidalgo daba patadas,
y el Cowboy se ponia mas y mfis morado, como si el
vino se le subiera a1 rostro a la par con 10s colores del
crepfisculo. ;Partieron! Les vimos venir ldesde el fondo
de la recta, acercandose a las tribunas, hasta pasar
por primera vez frente a la meta. Corrian una milla y
cuarto, dos vueltas a la pista. F’rente a nosotros pas6
“Gonzalez” punteando. Sobre el fondo verde obscuro
del hip6dromo iba el caballo chileno, heclho de ceniza
0 de plata, penetrando el aire como un taladro, duefio
absoluto de este pais (de lechugas, que soltaba sus r n h .
finos aromas para celebrar su paso. Silbaba el viento,
y nosotros, inspirados, creiamos escuchar el roce ve-
loz del caballo contra el atardecer. A1 dar la primera
curva vi sus ancas poderosas, y 10s cuartos traseros
contray6ndose y estirhndose, como si vaciaran despre-
cio sobre el triste rebafio que le segufa.
-me caballo no puede perder - d i j o alguien a mis
lespaldas.
Mire a Hidalgo. Lo vi muy palido. “G-onzUez” lle-
vaba cuatro cuerpos de ventaja a1 pasar el poste de
la media milla. AI llegar a la tercera curva mantenia
la ventaja y parecia ir galopando con entera confian-
za. De sdbito him un movimiento falso. Un esquive o
-
un tropezbn. No podrfa decir con exactitud que fue, a
106
pesar de que seguia el desarrollo de la carrera con an-
teojos de larga vista. Perdi6 el paso y, doblando las Pa-
tas delanteras, lanz6 a1 jinete como desde una cata- 4

pulta. Vol6 Melvin por 10s aires grotescamente, el lati-


go todavia en la mano. “Gonztilez” lo evit6 con un salt0
perfecto. Rod6 el jinete hacia la barrera, librandose
milagrosamente del trope1 que avanzaba enfurecido. La
muchedumbre aullaba. I-Iidalgo y 10s mexicanos se reian
a carcajadas. Se vino la cabalgata en demanda de la
meta. Un sold rugido ensordecedor creci6 desde .las ga-
lerias. En Una nube de polvo salieron 10s caballos de
la curva final, con la figura Cpica de “Gonzalez” a1
frente. Venia desenfrenado, enloquecido de velocidad
y poder; 10s estribos bailaban en el viento, y la cola,
desplegada, iba barriendo la arena sobre sus persegui-
dores. Liviano y maestro de sus movimientos, corria la
gran carrera de su vida: sin jinete. Se vino como una
tromba blanca sobre la Ilegmda. Gan6 por cinco cuer-
pos, en una perfecta ciemostraci6n de control y resis-
tencia. Los guasones se refan, aplaudiendo a rabiar.
Grittibanle elogios que nunca oyera “GonzBIez” antes
en pistas norteamericanas. Despues de la llegada se
detuvo lenta y graciosamente, y; con gestos elegantes
, de campe6n, volvi6 hacia las tribuna, trotando y, dan-
*
do cabezadas. El pdblico aplaudia ‘con frenesi. Era la
ironia cruel de 10s amargados que de pronto descubren
una victima inofensiva. “Gonztilez”, &rio de gloria,
parecia apreciar esas manifestxiones con corazdn hu-
mano. Se acerc6 con un pasito de rumba a1 puesto de
10s jueces y, contonetindose, entr6 a1 circulo de 10s
ganadores. Za multitud solt6 una carcajada brutal.
‘‘iQU6 caballo! -se repetian-, jsi parece gente!” Hi-
dalgo y yo permaneciamos callados. El Cuate lloraba,
porque, sin decirselo a nadie, habia apostado un gana-
dor a “GonzAlez”, y veia ahora el fastuoso dividendo -

desaparecer Como un globo de jab6n en el aire. A mi
, me dolia ver las payasadas del caballo. Algo me hacla
sentir en ese paso de comedia un fondo trtigico. “Gon-
zAlez” era como un huaso miserable que, borrxho y
animado por la burla disfrazada de adrniraci6n de 10s
Patrones, olvida sus alcances modestos y se pone en
107
ridiculo. Un fotdgrafo le tom6 una foto y las gentes
volvieron a reir y a aplaudir. Per0 lleg6 el fin de la
funcibn. El verdadero y legitim0 ganador entro a1
circulo, y “Gonzalez”, de pronto, se vi0 empujado y
expukado a latigazos del sitio de honor. Hub0 algo en
sus corcoveos que revel6 una herida sorpresa. Pareci6
que de repente hubiera comprendido lo falso de su si-
tuaci6n y, sobre todo, la naturaleza de los gritos y las
carcajadas. Retrocedid tambaleandose, 10s ojos inyee-
tados de sangre. El mozo lo sac6 a tirones y a‘palos de
la pista y se lo llev6 a las cabailerizas.
-Desgraciados 4 i j o Hidalgo-, no se dan cuenta
de lo que tienen en ese caballo. Un dia lo van a com- *
prender, hijos de la gran siete. Per0 el gusto no va a
ser para ellos -agreg6 mirandome-; va a, ser para
nosotros, compatriota, porque despuQ de lo que pas6
hoy a “Gonzalez”, no lo venden; lo regalan.. .
Y o asenti con la cabeza. Ahora si estaba convenci-
do. Aunque tuviera que gastar mi Wtimo centavo, aun-
que tuviera que pagar con trabajo forzado, “Chnzalez”
seria mio. Y o rescataria a mi compatriota. Miren que
tratar a palos a un campe6n en desgracia. Reirse de un
caballo que era un poeta de la hipica, que, en lo mejor
de una carrera, por volverse a mirar a una mariposa en
el suelo, bota a su jinete. Ese caballo era un genio,
condenado por la suerte a vivir entre patanes. Con su
sentido d e lo dramatico, su fantasia y su pellejo cur-
tido a palos, el viejito ‘$Gonzhlez”estaba destinado a
maravillar multitudes.
-Ya verhn, jetones.. ., ya veran.. .
E.ntremks bucdlico y pastoril, o los tomates de
la discordia

ERO commar un caballo no era cosa tan simDle.


Alguien tenia que comprarlo a nombre nuestro, pies,
,segun 10s reglamentos, s610 un duefio de caballos que
esten participando en la temporada tiene derecho a
rematar otro caballo. LY 10s cuatrocientos cincuenta
d6lares a1 mes que tendrfamos que pagar a1 prepara-
dor? Comprar a “Gonz8lez” era una aventura de in-
calculables consecuencias. Hidalgo tendria que influir
en nuestro compatriota y hacerle ver que el trance era
de vida o muerte.
Desde que Hitdalgo me propuso la empbesa, no dor-
mia yo haciendo proyectos. Deje mi empleo de pinche
y me dedique exclusivamente a1 arte de vivir sin tra-
bajar, en combate epic0 con la suerte. Apostaba com-
pleja y audazmente. Per0 mi capital se triplic6. Leia
el Racing Form con la profundidad y sabidurfa de un
Champollion. Los carreristas se horrorizaban ante mi
persistencia. Per0 ni aan asi, contando con esta suerte
fenomenal, era posible que yo juntase suficiente dine-
ro para mantener un establo. Habfa que buscar otros
recursos. Y 10s busque, llevado por las circunstancias.
Un dia, en el bar de 10s oculistas, Mercedes vino
apurada y extremadamente nerviosa.
-Mi pap8 -me cont6- se pone furioso cada vez
que le menciono t u nombre; dice que eres a n vag0
sinvergiienza, y que si no d e j a las carrer? y no te
consigues un trabajo, t e va a hacer s x a r de la pensi6n
109
y harh-que te echen del pais. Dice que eres un
gangster. ..
Mercedes me interrogaba con sus grandes ojos ver-
des, como si dudara del efecto que producian en mf
sus palabras. Y o me fijaba e n ciertas sombras doraldas
que producian sus pestafias y merssentia como entre
mariposas, buscando con ahinco una pulpa frutal que
se asomaba en sus labios juveniles, per0 terriblemente
burlones. Ella hablaba y yo la miraba, y, cuando no
podia m b , me le iba inclinando, echhndome encima,
hasta que ella me-apartaba de un empuj6n.
-. ..mi pap$ es muy bueno, aunque sea algo s r i o
y estricto.
-ESO ya lo s6.
-No; per0 es que debajo de esa capa de severidad
puede ser muy dulce. LPor que no trabajas y te dejas
de ridiculeces?
-&Per0 no te das cuenta del proyecto que me llevo
entre manos? Si nos resulta, nos hacemos ricas. Vamos’
a reclamar a “GonzBlez” la pr6xima vez que corra. Nos
costar$ mil seiscientos d6lares. Yo pondre la mitad e
Hidalgo pondrh la otra mitad. Dice Hidalgo que en dos
semanas que 151 tenga a1 caballo, le sacarh toda la sa,-
biduria y la clase que hoy tiene en potencia.. . En
potencia, Mercedes. El caballo &e es un campebn. No
un campedn como todos 10s campeones, porque, sf es
cierto, tiene sus peculiaridades y exc@ntricismos.Per0 es
un campebn. pGanar cuando bota a1 jinete! &Te das
cuenta? Era como decirles: “Por eso no gano nunca,
porque 10s jinetes que me ponen son unos animales;
asi correria yo siempre si me montara alguien que va-
liese la pena, alguien que me comprendiera”.
-...o si no me monta nacdie. Eso es lo que dice.
Por lo que to me cuentas, ea? ,caballo s610 puede ganar
sin jine te.
-En eso no habia pensado.. .
Lo que dijo Mercedes me dej6 perplejo. “Gonz&Iez”
era un individualista, un caballo de temperamento bo-
hemio, opuesto’a toda d k i p l i n a y sistema. Por muy
POCO que yo le hubiese observado, arlvertia claramente
que e n su imaginacion “Gonz&lez”se habia forjado una
110
imagen de sf mismo que e n nada correspondfa a la rea-
lidad. Se sentia campe6n. LPero que habfa realizado
para serlo? Alguna prueba victoriosa all6 por sus aAOS
mozos. Ahora, en tierra extrafia, entre gentes que lo
examinaban con la mirada cruda y helada del comer-
ciante sin piedad, “Gonzalez” era un atorrante, intro- *
vertido, aislado y ciego, ebrio de un suefio de grandeza
que descansaba sobre paja y se nutria de vagas nos-
talgias.
-El jinete representa ciento, ciento die2 o m&s li-
bras de peso -continu6 Mercedes-; sin jinete, ihasta
quien no gana!
-Bueno, no hay que exagerar. Eso es mirar las
cosas de un modo muy prosaico. Hay jinetes que hacen
sentir su peso, pero tambi6n hay maestros que parecen
llevar a1 caballo por 10s aires. En el cam de “Gonzalez”,
10s jinetes que,le ponen yan encima de 61 como sacos
de papas.
A pesar !de mi razonamiento, la duda habia pren-
dido f:rmeemente en mi y no lograba rechazar la idea
de que “Gonzhlez” pudiera no ser un caballo de confiar,
sin0 mas bien uno de esos animales modernos, neur6-
ticos y hasta quiz& esquizofrenicos.
--Estaba pensando en el caballo Bse de la reina
de Inglaterra, “Landau”, que tiene que x r sometido a
tratamientos psiquiktrlcos para que pueda correr. Es
un caballo genial, pero, como dice su entrenador, es
demasiado inteligente para su propio bien. Cualquier
detalle lo distrae o lo fastidla, y hay carreras, como el
Premio Internacional de Laurel, en que, despues de
puntear tres cuartas partes de la distancia, se entrega
desconsolado, porque ti,ene la idea repentina de que la
carrera no acabarfi jam&, de que tendra que seguir
corriendo por tcrda la ekrnidad. E& un terror metafi-
sic0 que lo embarga, y, dando unos sacudones nerviosos
y profundos suspiros, rehusa seguir esforz-ftndose. Algo
asi podria pasarle a “Gonzalez”. . .
-Permiteme que lo dude. “Landau” es un caballo
real; “GonzStlez” es un plebeyo. En un rey, eSOS Capri-
chos son 16gicos; pero en tu caballejo son ridiculos.
111
;Lo que pasa es que est& muy viejo y sencillamente las
patas no le dan para m&.
-Ah, per0 es que to no COnOceS a m i gente como
yo la conozco. JamSs he conocido un compatriota de
cierta figuraci6n que no tenga esta rareza de “Gon-
zBlez”. Engaiiados por la ilusi6n que no podemos reco-
nocer, nos sentimos campeones, verdaderos campeones
din campeonatos. Tal vez por eso no progresamos gran
cosa y nos vamos quedando a t r b , creyendo todavia la
leyenda que nos crearon de ser muy emprendedores y
muy campeoncitos. ~D6ndeno hay un cornpatriota mi0
haciendo cosas extraordinarias? Hasta en la Cochin-
china 10s encuentras tratando de batir alguna clase
de record. La mayoria escoge el gran teatro del mundo
para su comedia. B o es lo que quiero becir. Si alguna
vez me compro a “GonzSlez”, le voy a decir a Hidalgo
. que le deje crecer la melena. La gente pagarfa por ver
correr a un caballo existencialista. Podriamos decir que
“GonzBlez” necesita no s610 de un psiquiatra, sino que
tiene un grupo de discipulos y que todos sus entrena-
dores estAn tomando cursos de psicologia en la uni-.
versidad.. .
Mercedes no me escuchaba. Se distraia observando
a Ralph Difkria, que repasaba sus mambos y guara-
chas en el piano. Nuestra mesa quedaba junto a la pa-
red, y desde alli, desde nuestro rinc6n en la sombra,
podiamos escuchar la mtuica del panamefio y mirar a
la gente que entraba o salfa del bar. A travQ de la
ventana que el seiior Pichicho habfa hecho decorar por
un aficionado a1 surrealisnio, veiamos parte de la calle
Columbus, de Broadway, y un alero abandonado. A esa
hora, temprana aan para el mariposeo de 10s bohemios,
s610 veiamos pasar chinos e italianos cargando paque-
tes. Los choferes de taxi se reunfan en la esquina de la
“Casa del Pisco” y conversaban a voces sobre la pelea
de esa noche en el Cow Palace. Los autom6viles subian
y bajaban las colinas, como si no acabaran nunca de
probar sus frenos. En Is calleja abandonada, una pan-
dilla de chinitos y mexicanos jugaban a 10s cowboys,
dhndose de palos !y balazos y cayendo con el est6mago
agarrado a la voz de “You got me”. CGmo se entendlan
no se, a pesar de cierta similitud entre 10s ons nasales
de 10schinos y el “ching6n” no tan nasal de 10s mexi-
canos. Los chiquillos jugaban en un escenario Cam-
biante: el suelo gris se iba haciendo azul obscuro, las
patedes flotaban un instante, y lueg6 empezaban a sa-
lir del limbo lechoso con grandes manchas amarillas
y verdes: se encendian 10s avisos, se iluminakan algu-
nos cuartos en las casas de alto y por entre rejas ab-
surdas aparecian por primera vez jaulas de canarios,
matas de geranios, persianas y chinos en camiseta, muy
pelados y brillantes de sudor. De la calle Kearny ve-
nian bs pequefios filipinos de sombrero a16n y chaque-
tas largas. Les veia aparecer jugando con un llavero,
10s ojos invisibles, avanzando con suavidad de panteras
hacia un Cadillac donde mujeres rubias les esperaban
como e n una jaula. El atardecer sacaba todo esto a
escena. Los chinos e italianos. desaparecian, y desde
10s muelles llegaban marineros, soldados y estibadores.
Eos mozos, vestidos de negro, como enterradores, salizln
a abrir las puertas de 10s restaurantes.
Nosotros mirabamos desde la obscuridad, acari-
ciandonos distraidamente, confiados, feliees. Y desde
la calle, como desde el proscenio, surgi6 la Imagen fa-
tidica que, apagando todo el rumor y suspendiendo toda
la acci6n en su contorno, introdujo bruscamente el
drama. En la puerta del bar apareci6, de repente, Mar-
cel. Entr6 con cierta vacilaci6n, acostumbrando 10s ojos
a la obscuridad; se acercb a1 bar, y ya iba a pedir algo,
cuando nos distingui6. No habia otros clienks. Ralph
Difteria seguia tocando, sin prestar atenci6n al recien I
llegado. Mercedes, a1 ver a su padre, se qued6 inm6vil.
Yo senti el corazdn dando tumbos. harcel se acerc6,
y, y a ‘ f r e n k a mi, sin mayores prehmbulos, me cogi6
por la pechera (de la camisa y me levant6 en vilo. Cay6
la silla por un lado y mi vas0 rod6 por la mesa y se hizo
Til pedazos en el suelo. Antes de que Mercedes pudie-
P a levantarse, Marcel me sacudi6 varias veces con la
garra izquierda, y con la derecha comenz6 a darme bo-
fetadas por todas partes. Y o apenas atinaba a defen-
derme, y no acababa de decidir si debia lanzar a l g b
golpe y correr el riesgo de enardecer achn mas a Marcel
113
Copas.--8
o si ,debia prestarme pacientemente a1 sacrificio. El
sefior Pichicho sali6 corriendo y gritando, supongo que
a b w a r la policia. Mercedes, entr’e sollozos, trataba de
calmar a1 energ~menode su padre. Per0 6ste, grueso
y tozudo como un bafalo, ,me habia .arrinconado y se
daba gusto sacudiCndome, a1 mismo tiempo que IanZa-
ba exclamaciones de furia; acaso para darse Qnimos,
como sus antepasados, que en la pelea gritaban: ‘‘isan-
tiago, espafioles!” De pronto, algo enteramelite incon-
cebible y absurd0 ocurri6. Sin atreverse a ayndarme
directamente y queriendo salvarme de mi atacante,
Ralph Difteria se pus0 a tocar en el piano el Himno
Republican0 d e Riego, y a 10s primeros acordes de la
gran marcha Marcel se detuvo desconcertado. Volvi6
la cabeza, resollando como un toro, pero reaccion6 en
seguida y, dandose cuenta {de la idiota estratagema, se
le fue encima a1 pianista como una locomotora.
-Cofio -gritaba Marcel-, te voy a descuartizar.. .
Cabr6n, profanador de la Repablica.. .
Ralph daba saltos por todo el bar, se subia a 10s
pisos, a las mesas, corria botando sillas y chillanido:
-La policfa, la policia, que me matan.. .
Pera la verdad era que Marcel no podia echarle
mano. Lleg6 finalmente $el sefior Pichicho con dos PO-
licias. En la puerta ge habia aglomerado una muche-
dumbre de marineros y jovenzuelos y jovenzuelas ele-
gantes qu’e venian a la hora del c6ctel al “Mataor”.
Hablaban de “otro” asesinato de gangsters. “Hay tres
o cuatro tendidos adentro.” “Con ametralladoras.”
“No, fue con pufial.” “Dicen que fue el tabernero que
10s envenen6 a todos.” “&A 10s ~urr~ealistas?” “Si,por
eso.” Alguien reconacid a Mercedes, y entonces el es-
candalo subi6 de tono. “Se mataron por una baifarina,
la del “Rancho”, claro.” “Primer0 la mataron a ellar
Fue un duelo de espafides. LNOsabe usted c6mo es eso?
Pues se agarran [de una mano; en la otra tienen una
daga.. .” El sefior Pichicho’ tuvo que cerrar el bar.
Adentro, fue dificil empresa calmar a Marcel, que aan
pretendia matarnos a todos por turno. Ralph Difberia
se habfa parapetado detrhs del piano y tellfa el piso
en las manos list0 para lanzarb. Mercedes lloraba. Yo
114
mantenia silencio. Los policfas, un par de gigantes ita-
Io-americanos, discutian con Marcel. Lo dominaban,
per0 no lo convencian, porque Marcel, en el fondo, era
Intransigentementie opuesto a la policia, con intransi-
gencia nacida en huelgas y contrahuelgas. Pronto nos
dividimos en ldos grupos: alrededor de una mesa, un
policia se enredaba en discusiones con Marcel sobre
quiCn tenia el derechci legal a descargar 10s barcos en
San Francisco, si 10s miembros del sindicato de Bridges
o 10s miembros de la American FedefEtion of Labor.
M’ercedes les escuchaba mordisqueando el pafiuelo con
que se habia enjugado las lagrimas. En la otra mesa,
el policia me hablaba ‘‘(dehombre a hombre”.
-Escucha, ihijo, este hombre no t e quiere, y si per-
sistes en enamorar a su hija es capaz de matarte.
Los golpes de Marcel no me dolian moralmente,
per0 si me escocian en el t6rax y en las orejas. Yo mi-
raba a Mercedes con ojos de perro. iC6mo hubiera que-
rido estrujarla e n mis brazos y besarb las pestafias
mojadas de llanto! De s610 pensarlo sentia en mis ma-
nos el calor de su swmter negro y olia casi el perfume
de su pafiuelo rojo atado a1 cuello. Tambikn ella me
miraba y trataba de devolveme el animo con arru-
macos ‘de la boca y la nariz. Tenia las piernas cruzadas
y sus pantorrillas blancas me inducian a recapacitar
con mucho m& fuerza que 10s argumentos del- policia
y 10s pufietes del vasco. El sefior Pichicho haMa Ileva-
do una botella de vino a la mesa de Marcel. Hubo unos
inkrvalos de silencio en que se bebi6 duro. De pronto,
Marcel me hizo u n gesto ldesde el otro extremo de la
sals, y yo me acerque dudoso. Los policias se pusieron
alertos.
\ --Que todo quede bien claro. Tfi no molestas m&
a mi hija, y lo pasddo es pasado. Bebe, chico, bebe un
vas0 ,de vino y olvida lo sucedido.. . 0

Los demas asintieron cbn entusiasmo. Que se 01-


vide todo, que se olvide. Lo pasado es pasado. Baluid.
Bebimos todos.
-A tu hija no la molesta nadie mBs que til, Marcel,
que eres un bruto y un animal, y si no me Crees, pre-
115
gfxntaselo a ‘ella.. . -dije, secando mi rostro con el pa-
riuelo.
iC6mo salt6 ese Marcel a1 ataque! Estuvo a punto
de repetirse todo el bochinche. Los policias lo domina-
run con una tomada (de lucha rornana iy lo sacaron
arrastrando a la calle. Mercedes me apret6 la mano
con frenesi a1 salir d e t r h de su padre.
El resultado de la pendencia ‘fue que tuve que
abandonar la “Pensi6n Espafiola”, y, a falta de otra so-
lucion m&s atrayente, decidj ausentarme de San Fran-
cisco por unos dias, hasta que Marcel se calmara y su-
piera yo a qu6 atenterme. Tal 2dec‘isi6n trajo cam0
consecuencia, tde modo indirect0 y por cierto extrafio,
un inesperado aurnento de mi capital. Dire, para ser
franco, que la rifia con Marcel no fue la tinica raz6n
de mis nuevas andanzas. Papel importante jug6 mi
.amigo el Cuate, a quiten fui a rogarle que me ayudase
a encontrar un departamento, 61 que conocia San Fran-
cisco como la palma de su mano, y que, gracias a su
empleo de cantinero, era un noticiero ambulante.
-No se pase a ninguna parte todavia -me dijo
cuando be conte mis tribulaciones-; usted necesita di-
nero para sus empresas y yo necesito un cambid de
aires para el reumatismo, y, adem&s,porque esta vida
de tabernero es mala para la sangr’e y para el espiritu.
De tanto atender borjrachos, se le emborracha a uno
‘ el coraz6n, y, parado aqui idetr&s de este mostrador,
pasando vasos y botellas, prleparando diab6licos men-
jurgues, me siento como un farmaceutico dedicado a en-
I venenar a la humanidad.
-Est& usted muy fil6sof0, Cuate, casi tan filbofo
como Pito Perez.
-Pos no, no m&s que cuando hablo con gente de-
cente me adecento y sofistiqueo. Y tambien que no he
comido bocado en todo el dia. De las carreras vine a la
ocupaci6n, y en esta ocupaci6n s6lo se comen aceltu-
nas, cebollitas, cascaritas de naranja y de lim6n, y unas
cerezas borrachisimas. Con esta dieta, diga usted si no
voy a filosofar. Lo que a usted le conviene, maestro, es
irse conmigo a picar tomates. Por una semana o dos.
-6 A qU6?
116

!
L

-A picar tomates, ocupacidn sana; m&s o menos


bien pagada, con bastante porvenir y, sobre todo, lejos
de las tentaciones de la ciudad.
Picar tomates era “recoger” tomates, en el lenguaje
del Guate, y era oficio de temporada, a1 cual acudian
todos 10s *desocupados,10s vagos, 10s estudiantes pobres
y, en especial, 10s alambristas mexicanos o wetbacks
que atravesaban el Rfo Grande eludilendo a las autori-
dades de emigraci6n y se venian al norte de Califor-
nia con la esperanza de perderse entre las multitudes
‘1
del valle de San Joaquin 0 de Salinas. En epoca de co-
secha, 10s agricultores sentian agudamente la falta de
trabajadores y contrataban sin discernimiento. 0 aca-
so con demasiado discernimiento, pues solian contratar
de preferencia a lquienes consentian trabajar como es-
clavos por un salario de hambre. Bastaba con que uno
tuviera dos brazos y ‘dos patas y voluntad suficiente
para pasar todo el dia con el espinazo doblado. Y o no
tenia experiencia en el olficio, pero tampoco la tenfa
la mayor parte (de 10s que se contrataban; asi, pues,
acept6 gustoso la sugerencia del Cuate, y, despu6s de
comunicarme con Mercedes por intermedio de la mu-
jer de Miguel Angel Velhzquez, prometiendo regresar
en un par de semanas, salimos una tarde cualquiera
en autobds en direccibn a1 pueblo de Davis y de aqui
en camion a la finca donde nos contrataron.
En el camidn not6 que toda la cuadrilla de traba-
jadores era de origen hispano: la mayoria mexicanos,
unos pocos salvadorefios, un argentino, dos Colombia-
nos, hermanos gemelos, y yo, el h i c o chileno. Hicimos
buenas migas de inmediato. Una vez llegados a la fin-
ca, nos instalaron a todos en un galpdn de calamina,
donde las camas estaban puestas en S r i e corn0 literas
de barco y donde todo el amoblado consistia en una
que otra silla desfondada y unos baales que bien Po-
dian servir para guardar ropa como para guardar las
herramientas de labranza. El capataz era un viejo ca-
derudo, de p e ! ~blz,nco y ojos azules, que hablaba con
erres profundas y en cuya actitud se advertia un pa-
ternalismo dudoso.
-Eijos -nos decia, per0 ese “hijos” tenia gusto
117
a “perros”-, hoy llegaron muy tarde para la comida,
per0 mafiana les espera un suculento desaguno. Aqui
se empieza a trabajar temprano. El camibn pasar8 por
ustedes a las cuatro y media. --
No habia m&s alumbrado en ,el galp6n que el de
una lampara de kerosene, y esa Iuz, que partia las som-
bras como andraj os, nos acercaba, empujfmdonos, has-
t a darnos la impresi6n *deplaticar en ruedo junto a un
invisible brasero criollo. Los muchachos se habian des-
pojado de sus ropas y se tendian por todas partes en
grotescas posturas. Poco a poco se nos habia id0 sol-
tando la bngua y competiamos por el derecho a contar
alguna cosa rara. Me gustaba oir a 10s alambristas. Era
fhcil clasificarlos en dos categorias -4entro de las
cuales, naturalmente, cabian infinitas subdivisiones-: ,
la de 10s citadinos mentirosos y la de 10s trhgicos indios.
Los de la capital y 10s tapatios hablaban por hablar.
Los indios callaban, sonrientes, regocij ados como nifios,
f elioes de hallarse entre amigos.
En una cama w habia organizado un juego de
nafpes. Vela a 10s jugadores envueltos en humo, mo-
renos, desnudos, chorreando sudor. La cabezota crespa
de uno sacudiase en ruidosas carcajadas. La luz de la
IAmpara les caia como luz de altar, vinosa y morada,
sumiCndolos en un ambiente de suefio. En otro rinc6n,
el argentino, rodeado por un grupo numeroso, cantaba
tonadas criollas acompafi8ndose en la guitarra. Su voz
era gruesa y, quiz% un tanto desafinada, per0 habia
emoci6n en sus quejas, una emoci6n que no derivaba
de las pufialadas, cBroeles, traiciones y cambios de
suerte que cantaba, sino m8s bien *denostalgia por el
barrio lejano y por 10s camaradas, cuyos rostros veria
seguramente en aquellos que le miraban desde las som-
bras. Cantaba la historia de la pulpera de Santa Lucia.
i Era rubia y sus ojos celestes
..
reflejaban la gloria del d f a .

Para mi era un atardecer santiaguino en mi ba-


rrio adormecido bajo 10s cerezos en flor: las calles PO-

bres y las casas de adobe, una farmacia, una peluque-
118
ria, un almacen, un conv’entillo; un saldn de cerveza,
donde nos reuniamos todos 10s j6venes melenudos, y
adentro del vas0 de cerveza la miniatura de la pulpe-
ra: rubia y sonriente entre las burbujas y la espuma.
Per0 el vidrio, como la voz, se quiebra: un ramalazo
de sangre y una muerte o una ausencia. El argentino
. solloza. Sugiero que vayamos a alguna parte a donde
podamos tomar un trago.
-Usted no sabe lo que dice, maestro. Habria que
ir a1 pueblo, y, caminando, no llegamos n i mafiana.
Salgo d’el galpdn y me acuesto en el suelo a mirar
la noche campesina. Poco a poco voy sintiendo la em-
briaguez del vino imaginado. Me viene del cieb azul
rebasante de estrellas, bel aire caliente y oloroso a
manzanas, de la tierra seca y suave que siento como
.una mano de mujer acariciandome las espaldas. Del
galp6n amigo, de la ventana por donde se cuela la luz
pobre de la lampara, de las voces hispanas que cantan,
rifien y carcajean. Del pito lejano de un tr’en que v a
como pajaro rasgando la seda negra de la llanura. Del
recuerdo de Mercedes que me sale &e ‘entre las ramas
de 10s arboks y viene a tocarme 10s ojos con sus labios
humedos. E2tarA bailando en ‘‘El Rancho”. La sala esta
envuelta en humo. Una sola luz resplandece en el suelo
y sobre esa mancha blanca se contorsiona ella desnuda.
VeO sus caderas y sus piernas, siento la caricia de sus
dedos en mi nuca. Pero la luz se apaga y la obscuridad
se derrama como si hubieran roto un jarro de vino en
el suelo. Las sombras se me pegan a la camisa mojada
de sudor y por. primera vez siento cierta dureza en la
tierra. Me levanto y salgo de la noche diciendo salud
con un vino irreal, fermentado en la soledad cuajada
de estrellas. Me acost6 completamente ebrio.
A lasxuatro de la mafiana me despert6 el C’uate
dandome remezones.*
-iEh, jefe! Levantese. DespiBrtese, que es hora de
irnos.. . ~ P o sse va a que,dar enredado en las cobijas?
-&Que pasa? -DespertC con 10s ojos desorbitados
y el coraz6n desbocado, mirando por d6nde arrancar,
pues crei que se trataba de un terremoto.
119
\

-i$UB temblor ni que indio envuelto! Hay que ir


a trabajar. El cami6n est&esperando.
-iAh! A trabajar, que payasada ... Digales que
yo no voy por ahora, que mafiana si empiezo, de seguro.
El Cuate se reia y me pus0 un despertador e n la
oreja. La campanilla me sac6 de un brinco de la Gama.
Nos lavamos en un cafio de agua que habfa junto a la
puerta. Una fila como de treinta individuos esperaba
>paraentrar a1 retrete. Uno solo para toda la cuadrilla
de trabajadores. La fetidez era tal, que 10s que entra-
ban sostenian la respiraci6n o tragaban aire por la
boca. Desde el cami6n el viejo capataz nos apuraba a
gritos. Hoy venfa acompafiado de un muchach6n ru-
bio, de ojos claros, muy quemadito por el so! y vestido
’ a la manera de 10s artistas de cine que van a un bal-
neario como a una expedicidn: casco colonial de color
crema, chaqueta de cuero, pantalones c a q u y botas.
Este nos cay6 mal de entrada.
-Miralo -me dijo el Cuate-, se Cree muy bello.
En realidad, de pie en el camibn, el perfil atl4tico,
el mentdn duro y cuadrado, las manos en las caderas,
s6lo le faltaba el l&tigo para negrero. Acaso percibi6
nuestra antipatia o acaxo nuestra antipatia nacid de
una certera intuicibn. El cas0 fue que el Bello se trans-
form6 ese dia en nuestro verdugo. Nos dividieron en
cuadrillas y a cada cuadrilla le toc6 una zona del to-
matal. El trabajo consistfa en ir recogiendo 10s tomates
d e cada planta, en linea recta hacia el camino, y colo-
chndolos en u n caj6n, que se transportaba hasta un
lugar donde lo recogian 10s camiones, que llevaban toda
la cosecha a la estaci6n del ferrocarril. Se nos pagaban
siete centavos por cada caj6n. Es decir, esto era lo que
ganhbamos nosotros, 10s que no Cramos esclavos. A 10s
alamb’lristas no se les pagaba visiblemente. Venian con-
tratados en terminos inefables y recibian su “paga” al
fin de la temporada.
El Bello fue nuestro capataz, encargado de vigilar-
nos y de llevar la contabilidad de lo que recogiamos.
Desde temprano cornen26 a provocarnos. El Cuate era
para 61 un greaser, termino insultante que en Texas y
en el pur de Cztlifornia les aplican a 10s mexicanos. Se
120
reia de su cuerpecillo enano y de la lentitud de sus
movimientos. Le daba drdenes como a un perrillo de
Chihuahua.
-Hey, you, little boy -le decia, sabiendo que el
Cuate tenia edad suficiente para ser su propio padre-',
anda a traerme el agua y no te quedes en el camino,
holgazan.
El Cuate obedecia sin chistar. Era f&cildarse cuen-
ta de que en su interior la cuerda de sus nervios iba
tornandose peligrosamente tensa y que podia estallar
en cualquier momento. Sus manos todavia conserva-
ban la dureza de garras con que azotaba a las bestias;
sus brazos eran cortos pero firmes; sus hombros, sus
piernas, eran pequefios pelotones de mlisculos, que, ba-
j o el estimulo inesperado, podian generar fuerzas arro-
!ladoras. E1 B l l o , ignorando el peligro, se divertia
azuzandolo.
-No, asi no se corta el tomate -le decia, cogien-
dolo por la cintura y levantandolo en brazos como a
un bebe-. Mira esta mano de hombre; asi se ,coge,
Gves?; asi se jala para no dafiar la planta. iQUi. vas a
aprender! Naciste para fendmeno de circo.
Y o me estaba guardando tanto resentimiento como
el m a t e . Los demas compafieros nos miraban con 1~3.~-
tima. Sin practica, dmorazonado por la constante
provocaci6n 'del capataz, me sentia ridiculo, incapaz de
ayudarle a1 Cuate, ni de repeler 10s ataques. Hacia un
calor espantoso. Como todo desayuno habiamos red-
bido una taza de cafe negro. Me sentia mareado, SUCiO,
debil. En nuestro grupo rapidamente se not6 que ha-
bia tres clases de trabajadores: los expertos, los empe-
fiosos y 10s haraganes. Y o y el Cuate, por supuesto,
fu:lmos inmediatamente catalogados entre 10s haraga-
nes. El argentino sali6 decidido a batir torlos 10s re-
cords. Cuando nosotros habiamos llenado cuatro cajo-
nes, el tenia veintisiete. N'o sB si lo hacia por amor
propio .o porque asi estaba de necesitado. El segundo
puesto lo ocupaba una mujer, maestra de escuela pri-
maria, que, con la popa alzada, doblada en dos, iba
recogiendo tomates con las dos manos, como top0
n!xiendose camino. P o recogia un tomate, lo examina-
121
ba concienzudamente, lo olia y lo limpiaba, y, cuando
no me lo comia, lo tiraba adentro del caj6n. Primer0
trat6 de realizar el trabajo doblando la cintura. A la
media hora no lograba enderezarme. El Cuate me tuvo
que ayudar. Pas6 momentos de verdadera angustia,
imaginiindome que habia quedado doblado para siem-
pre y que tendria que ir por el mundo caminando co-
mo un puente cortado por la mitad. PespuCs opt6 por
trabajar en cuclillas. El resultado fue aun peor. Me
dolieron las rodillas, las pantorrillas y el perone, como
dice la cancidn. Los talones 10ssentia pegados a1 asien-
to, y con sdlo un empuj6n habria salido rodando por el
camino como la tortilla corredora. Me escocian las ma-
nos heridas por la maleza. Se me acalambr6 el pes-
cuezo. En la tarde la espalda me humeaba y sentia el
pellejo rojo y chamuscado por el sol. En todas esas ho-
ras de trabajo consegui llenar diecisiete cajones. Ter-
minada nuestra labor, llegamos a1 camino donde el
Bello contaba 10scajones.
--Este caj6n no sirve --dijo, indicando uno de 10s
mios.
-Y eso Lpor que?
.
-Tampoco sirve ,este otro.. ., y este otro.. q k -
fialaba algunos mios y algunos Idel Cuate.
Nosotros nos miriibamos perplejos. Los d e m k se
acercaban a curiosear.
-...y este otro. iQue no ven que todos estos toma-
I

tes 10s cortaron verdes? Y esos otros estan podridos.


-LY que culpa, tenemos nosotros de que 'las plan-
tas den tomates verdes y podridos? LFor qu6 no com-
pran mejores plantas? Nosotros recogimos todo lo que
habia que recoger. I

-Ek que 10s tomates verdes y 10s podridos no se


' recogen. Si s610 se tratara de llenar 10s cajones, por

que no 10s llenan con piedras.


-Puchas, no hiberlo sabido. Me con que 10s lleno
con adoquines.
El capataz no dejaba de sonreir, per0 se le veia
d e t r b ,de la hermosa sonrisa un odio asesino. Adivina-
?a en sus ojos el desprecio que sentia por nosotros y el
goce de perjudicarnos rechazando toda el trabajo del
Cuate y el mio.
-Anda a botar esos cajones y a llenarlos de nuevo
-me orden6.
-Anda a botar a tu abuela -le dije yo.
-A mi no se me insolenta ningdn chingado latino.
-Y a mi no se me insolenta ningan hijo de la
gran puta.
El Bello estird la mano para cogerme de la camisa,
y yo de un bofet6n se la apart& Se vino toda la cua-
drilla a la voz de pelea, y el capataz>yyo quedamos
frente a frente en el camino. El sol nos daba de plano,
y bajo el sudor y el polvo yo notaba la sonrisa tremula
y descompuesta del Bello. No creo que deseara pelear;
pens6 que podia intimidarme estirhndose con su facha
de amaestrador de circo. Pero yo estaba seguro de
d6nde habia de golpear para doblarle por la nlitad sus
presunciones. Hubo un instante de incertidumbre. Y o
sentia el gr-up0 ansioso, febril a mi alrededor. Del cam-
po no venia sonido alguno. El sopor de la tarde ponia
en todas, partes una muda reverberacidn. De repente
Son6 algo como el salt0 fulminante de una serpiente
cascabel, y, luego; el ruido sew de un coco que se
parte en dos. Por el aire habia brincado el Cuate y le
cay6 montado en la espalda a1 capataz. Se le prendi6
como una arafia del cuello, con piernas y brazos, y, en
un golpe relampagueante, le revent6 una lata de eon-
serva detrA.5 ,de la oreja. El Bello no sup0 lo que le
habia golpeado. Perdid el sombrero, y la cabellera ru-
bia, ondulada, medio le tap6 la cara chorreando de
sangre. Se dobl6 y rod6 con el Cuate encima. Este le
dexargaba golpes desde todas partes, y todos, sin ex-
cepci6n, iban derecho a la cara. Con una rodilla apo-
yada en el suelo, el capataz, idiotizado, trataba de pedir
socorro y hacia grotescos esfuerzos por deshacerse d e
la alimafia que lo destrozaba. Me dieron IAstirna su ca-
ra manchada de sangre, su nariz rota y la hinchaz6n
morada, como huevo de P'ascua, que se le iba inflando
en la nuca. Tratd de huir a tropezones. El Cuate le
levant6 la cara de un rodillazo y lo bot6 d e espaldas.
Sonaron 10s dientes como mazorca en m&quina de mo-
123
ler. En esos momentos se acercaron 10s otros capataces
y choferes de camiones. Vinieron corriendo por el ca-
mino y se le ,fueron encima a1 Cuate. Sobre ellos salta-
mos todos y la batalla fue salvaje. Nos valiamos de
cajones, de piedras y garrotes. Cufmto dur6 no supe,
porque me perdi parte de ella atur'dido de una patada
en la cabeza. Se termin6 sola, supongo; por cansancio
o por calor, y porque 10s tomateros de veras necesita-
ban nuestra ayuda. El viejo que servia de jefe nos hizo
un .discurso a1 atardecer y prometi6 olvidar todo si
nosotros prometiamos portarnos bien y obedecer las
6rdenes de sus ayudantes. Nosotros no prometimos na-
da, per0 61 se dio por satisfecho. Volvimos magullados
y adoloridos. Sentfa la espalda hecha pedazos, la ca-
beza me daba vueltas. La man0 izquierda se me habia
hinchado y me dolia aguclamente. El Bello desaparecio.
El Cuate no mostraba sefiales de la refriega. Era asom-
bromo.
-Me cubri la cabeza con 10s brazos cuando se me
echaron encima y les dej6 que me pegaran en 10s co-
dos y en las costillas. Algan cabr6n me dio en el est6-
mago, porque me sacaron el aire.
Los dem& guardaban silencio. Oculta bajo el can-
sancio, bajo las hinchazones y moreteaduras, bajo la
mirada vacia con que veian pasar el camino y las fin-
cas de castaiios y peras, yo sentia en esos rostros mo-
renos una satisfacci6n tranquilla. Veniamos como equipo
de ffitbol despues de refiida victoria. Algo nos habia
hecho pelear juntos, y .ese algo lo sentiamos unien-
donos sin que "tuvi6ramos que expresarlo. Apoye 10s
brazos en la pasarela del cami6n, y, contento y son-
riente, me pus? a respirar a t d o pulm6n el aire oloro-
so a limones que venia refrescando con el soplo del
crep&sculo.
En 10s dim que siguieron hub0 cambios muy im-
portantes ,en la vida de la finca. El Cuate y yo, 10s
colombianos, el argentino y algunos centroamericanos
que participaron en la pelea, fuimos sindicados .corn0
"agitadores" y se nos ais16 disimulada per0 definitiva-
mente. Pesaparecieron 10s alambristas de nuestra ba-
rraca, a quienes, dicho sea d e paso, el argentino trat6
124
de organizar en un sindicato desde el primer dia, y en
,su lugar vino a vivir con nosotros un extrafio grupo,
compuesto, en su mayoria, por vagabundos profesio-
nales, quienes, pasada la cosecha, seguirian rumbo a
Los Angeles, embarcados de contrabando en el vag6n
de 10s bueyes de algtin tren nocturno. Gente peligrosa,
sin escriipulos de ninguna clase. Nos miraban con ex-
presidn impasible, y en sus gestos lentus, como idioti-
zados, habia una amenaza pkrenne. dirigida contra
nosotros.
-Estos matan por hambre A e c i a el argentino-,
violan, secuestran, fuman marihuana, son rompehuel-
gas, 0 claques de actores de cine, 0 forman en las avan-
zadas de 10s linchamientos. Gente podrida.
Los Vagabundos nos trataban con muda descon-
fianza; escuchaban y nos veian trenzarnos en acalo-
radas discusiones sobre el futuro de nuestros pequenos
paises. No entendian o aparentaban no entender. E h
la noche jugabamos a las cartas y ellos jugaban por
su laido.
-Tengo la impresi6n de que estoy perdiendo mi
tiempo -le decfa yo a1 Cuate-; lo que estoy ganando
es una indecencia; no me alcanza ni para comer. que
sac0 con quedarme? Hay que volver a San Francisco,
a1 santo oficio de la hipica.
-No te impacientes, che -me decia el argentino-;
estas como caballo en pago ajeno, tirando para la
querencia.
-La querencia se llama Mercedes 4 i j o el Cua-
te-; tenga calma, jefe, aguhntese, que la inversi6n
todavia no paga. Y o le dire cuanrlo.
-iPUChas qu6 ganas de estar en San Francisco!
Es la verdad, Cuate. eQu6 tiene la ciudad &a? ,$era
el frio, sera la nieblla, sera el mar o el viento. seran 10s
italianos o 10s chinos o 10s rusos o 10s vascos? ;Sera
la luz o el 0101, o que diablo?
-No sera m&s que Mercedes, pendejo.
-No, no seas grosero. No quiero decir eso. Quiero
decir que hay algo en San Francisco, algo de estimu-
lante, algo de nocturno y moderno, o algo de mafianero
Y amleado y maritimo, algo que parece estar comen-
125
zando siempre y e n lo cual uno siente que debe meter-
se. Algo de ciudad en viaje, a la orilla del muelle, lista
todos 10s dias para partir. No te da tiempo a sentar
10s reales, t e estimula y te acicatea siempre, siempre
amenazandote con dejarte a t r h , y el temor de que te
,deje ya te da nostalgia. iPero si uno ViVe en San Fran-
cisco con nostalgia de San Francisco!
-Bo pasa porque la ciudaid est6 hecha de trian-
gulos.
-LY eso que'tiene que ver?
-Es que son triangulos que no se cierran, es de-
cir, se cierran en el mar.
--Eso suena po&ico, Cuate.
-Per0 si San Francisco no tiene mapa. LNOsa-
bra? La mitad de las calleS van a dar a1 agua. La otra
mitad se pierde en un labeerinto de colinas y rincones
que no acaba nunca. For eso es que no se reconoce a
nadie en la ciudad. La poblaci6n est& cambiando eter- '
namente. La gente se baja de 10s barcos y se va en
autom6vil a1 fondo del mar. Q suben por una colina
y no vuelven mas.
-LD6nde les gusta r n h a ustedes? A mi me gusta
cerca d'e la playa. Me gusta el olor a hamburgueses con
cebolla y .el viento con olor a yodo en la Feria.
-Babosadas. Eso es una pobre imitaci6n de Coney
Island. San Francisco esta en la calle Kearny, por el
barrio chino, la Morgue y el puterio del International
Settlement. No h'ay cosa que me guste m& que meter-
me por 10s aleros mojados de 10s chinos. iQu6 obscuri-
dad! Unas paredes peledas, altas y negras; en el suelo
ves las basuras m&s extrafias del mundo; podrian ser
ratones. petrificados o un cristiano en pedacitos. Y
luego te sale de la obscuridad un chino redondo, ves-
'
tido de negro, cop0 un $ 0 ~ 0 con
, el calafiies ancho so-
bre el ojo y el pucho de un cigarrillo humeaedob en
la boca. Y 10s farolitos de papel. iQU6 bonitos!
-Eso, mano, lo ha visto usted <enpeliculas. A mi
me gusta.. .
La enumeracibn segufa interminablemente. Mar-
ket, Mission, Balboa, Golden Gate Park. La verdad era
que estabamos hastiados de la finca, del calor pega-
126
joso, del olor a tomate, de la comida insipida, de la
desconfianza asesina, de 10s pocos dolares mal ganados.
-LY que podriamos hacer? Se podria ir a botar
nueces. Pagan un poco mejor, pero es fregado. Hay
que tener mtisculos de acero para aguantar ese traba-
jo. Te ponen una escalera y te dan un garrote. Desde
e1 tope de la escalera te pones a dar palos hasta que I
botas todas las nueces. A 10s cuatro garratazos no pue-
des ni levantar el palo.
-No, amigo, para mi no hay como San Francisco,
y a San Francisco me las pelo.
El Cuate trat6 de convencerm~ede que nos queda-
ramos otra semana, y acaso me hubiera queda'do. Per0
la suerte quiso otra cosa. Una suerte providencial. LO
no fue providencia'l? La noche d e un sabado se orga-
n i z 6 en nuestra barraca una gran partida de naipes.
Era dia de pago. S e oia el crujir de 10s billetes. Fusimos
una frazada en el suelo y, sentados en rueda, jugamos.
Los gemelos colombianos kicieron la banca y durante
una hora o dos se jug6 a la veintiuna real. Apostaba-
mos poco. Nadie demostraba ansias de despojar a na-
die. El dinero iba y volvia, cada uno pasaba por sus
rachas de buena y mala fortuna. A eso de las nueve
entraron 10s vagabundos, y, en vez de apartarse a su
lado de la barraca y jugar entre ellos, se acercaron a
nosotros. No decian nada. Sseguian las peripecias del
'juego con mirada bovina. De vez en cuando uno sol-
'
taba un escupo. AI poco rat0 entr6 el capataz acompa-
Aado de su protegido, el Bello, a quieq no habiamos
ViStO desde el dia de la paliza.
-Mira quien acaba de llegar.
El m a t e ni Eevantd la cabeza, pero vi en las aletas
de la nariz que habia olfateado el peligro. Algo en la
rnanera como llegaron y nos rodearon, en el tufo a
licor que apestaba, indicaba un plan contra nosotros.
Per0 seguimos jugando sin prestarles atenci6n.
-Muchachos -dijo el viejo capataz-, a ver si nos
dejan entrar a1 juego.
-EMa si es una sorpresa.
-A ver, muCvanse un poco, dejen sitio para todos.
Lo sabio hubiera sido retirarse. Sin embargo, en
127
la voz del viejo sonaba esa maldita superioridad que
para nosotros, mks qne un insulto, era una provoca-
cibn. Venian como nifios grandes a arruinar la diver-
sibn de 10spequerios.
-Pos, que vean c6mo les Ya -dijo el Cuate.
Sigui6 el juego de veintiuna, per0 ahora la banca
pasaba automhticamente a manos del que sacaba la
real. Nosotros apostAbamos poco. Ellos forzaban el jue-
go cuando la banca llegaba a uno de 10s nuestros.
Querian acogotarnos. En esta clase de juego el ban-
quero gana si no le hacen trampa y si posee capital
suficiente. Apostando de a dblar, yo perdia un poco
cuando, de pronto, le vino una real a1 Cuate y con ella
la banca.
-De ahora en adelante -me dijo- no apueste,
jefe. Sea mi socio. Yo doy las cartas y usted paga o
rwoge el dinero. &Deacuerdo?
--Si quiere.
‘EmPeZd el m a t e a dar las cartas y empe@ la rue-
da de la fortuna a dar vueltas que no le conocia. Re-
partia 10s naipes con velocidad incrleible. Sus manos
parecian haberse afinado de repente y asumian una
sutileza y prestancia que ponian espanto en el rostfo
de 10s d e m b jugadores. Ya no eran manos de jinete,
I-ferVUdm y toscas; ahora parecian sabios tentaculos de
maravillosa plasticidad, que crecian y se acortaban pa-
ra dominar ciertas Areas predsas de la frazada donde
jughbamos. Parecfa aPaerse a 10s jugadores, dominar-
10s en medio de una tensi6n insoportable, recogerles
el dinero y dejarlos ir, despues, hacia la obscuridad
informe que tocaba la frazada como orilln de agua
empantansda. Yo observaba fascinado. El Cuate gol-
peaba cada carta frente a1 jugador con el estampido
de un latigazo, Y, a juzgar por las consecuencias, se
hubiera dicho que el golpe les habia Cruzado la cara.
Qnedaban estupefactos, dudosos, profundamente amar-
gados. Antes quce se repusieran de la decepcibn, se daba
61 otra carta con igual golpe y semejante precM6n,
SblO que con dSerentes resultados. Se la cantaba con
insolencia olfmpica:
128 -
-iVenga el as! iAS fue, carajo twenty One! Gana
la banca. iRecoja, cuate, no se me ahueve!
Y o recogia con manos temblorosas. Sentla frente
a mi y a mi alrededor c6mo iban cr,eciendo el odio Y
la desconfianza. La luz del kerosene alumbraba la fra-
zada donde se amontonaba el dinero, pero dejaba en
semitinieblas 10s rostros de 10s vagabundos. Adivinaba
yo 10s cefios fruncidos, 10s ojos chispeantes de c6lera,
10s pelos hirsutos, las bocas torcidas en muecas de an-
gustia e impotencia. Un intenso olor a tabaco, a sudor
y a muelas picadas contribufa a mi desazbn. Pero el
Cuate, por su parte, emanaba inspiraci6n y entusiasmo.
-Un momento -dijo el CaPataZ, y yo pensC: “Aho-
ra empieza la pe1otera”-, u n momento. No me gusta
este juego. Te salen muchas veintiunas y a nosotros no
nos sale nada. &Perdad,muchachos? Apuesto a que no
les gusta este juego. LAh? LLes gusta?
Los vagabundos gruiieron en coro.
-&Verdad? &Noles decia yo? A 10s nifios no les
gusta este juego. Bueno, entonces jugaremos otra cosa.
Dame 10s naipes.
1 El Cuate pudo haber protestado. No tenian dere-
cho a pedir 10s naipes mientras no sacara alguno de
ellos la real. Pero venfan con aire de matones y muy
s6rdidos prop6sitos. Les dejamos hacer. Los compafie-
ros nuestros se retiraron silenciosamente del juego.
-&Gonoces este juego? -pregunt6 el capataz-. Se
sacan 10s ochos, 10s nueves y 10s dieces. No sirven, Lves?
Quedan 10s monos y todos 10s dem&snameros de siete
para abajo. Los monos valen medio, y las otras cartas
tienen su propio valor. En vez de halcer veintiuna, se
trata de hacer siete y medio. LComprenden?
-No 4 i j e yo con expresi6n de inocencia.
-Yo tampoco 4 i j o el Cuate.
-Dam it. Si no puede ser m&s claro. Ya ver&n. Se
sacan.. .
Lo hicimos repetir su explicaci6n varias veces, y
ca2da vez le mostrabamos una cars de incomprensi6n
absoluta. A1 fin aceptamos jugar a regaiiadientes. El
capataz trag6 delicada y profundamente el anzuelo.
PUeS la verdad era que, antes de aprender el abeceda-
129
rio en la escuela, yo sabfa ya jugar a1 siete y medio.
En cuanto a1 cuate, tan bien lo conocfa, que hasta aho-
ra creo que fue 61 quien lo invent6. Perdimos las pri-
meras manos, cometiendo errores absurdos. Pediamos
carta con seis, y 10s vagabundos soltaban la carcajada
cuaado el capataz nos tiraba un tres o un cuatro. Nos
ganaron unos pocos d6lares, per0 lleg6, a1 fin, nuestro
desquite. Divertidos con nuestra ignorancia e ingenui-
dad, consintieron en darnos 10s naipes cuando yo saqu6
un siete y medio. Tom6 las cartas el Cuate y empez6
el descuero. En mi vida he visto un trabajo mhs nitido
y m& artistic0 de despellejar a un cristiano. El Cuate
les daba todo lo 'que pedian: un siete solo, o dos monos
para que se abrieran, o seis y medio; p r o , en seguida,
con seguridad pasmosa, se tiraba 61 un medio punto
mits alto. (Si tenian seis, 61 sacaba =is y medio; si te-
nian siete, siete y medio. Les hacia pasarse, les hacfa
quedarse con puntos ridfculos. Lks llev6, poco a poco,,
a la desesperaci6n. Empezaron a apostar grueso; sa-
lieron 10sbilletes de cinco y diez d6lares. Ardi6 la atm6s-
fera. Los hispanos nos hacian rueda, casi lencima de
nosotros, a18entAndonoscon gritos y exclamaciones, co-
rno si hubi6ramos sido gallos de pelea. AI otro lado de
la frazada, 10s vagabundos escupian sus soeces mal&-
ciones. El viejo capataz w ihabia puesto tremulo y se
le habia desarrollado u n feo tic en la mejilla. Bajo mis
manos iba creciendo el mont6n 'de billetes. Recogfa el
dinero y las cartas caminando en cuatro patas por en-
-cima de la frazada. Como en u n calidoscopio de luces
y sombras pasaban frente a mi imhgenes confusas:
rostros, manos, zapatos cubiertos de barro, pechos ve-
lludos y ciertos resplandores misteriosos que bien po-
dian 5er cuchillos o manoplas. En el suelo iba el Cuate
escribiendo nuestra suerte con trCboles, corazones y
diamantes, mientras las caras bigotudas y rozagantes
de 10s reyes parecian contrastarse en una inkrrogaH
cidn hostil. A mi lado sentia el control frio del Cuate.
Frio como un pez, e igual de Irhpido y resbaloso.
-iSiete y medio! Otra vez gana la banca. Recoja,
mano: iC6mo me gusta este juego! ~ C 6 m odijo que se
Ilamaba, jefe?
130
El capataz guardaba silencio y observaba, fascina-
do, las manos del Cuate. La8 seguia con mirada asesi-
na, 10s ojillos azules atentos a la menor indicaci6n de
trampa. Y o empezaba a desesperar. El juego ya no era
juego. Uno quiso deber su pCrdida.
-Kuevos -le respondid el Cuate-; pague, chin-
gado. Pa que se mete.
Los otros ya no miraban sus cartas. Todos segufan
10s rnovimientos del Cuate, resollando sus ansias cri-
minales, esperando un desliz, uno solo, para descuarti-
zarlo. Per0 el Cuate 'era frfo y perfecto conlo un pez.
Ganaba, ganaba, sin el menor indicio de flaqueza, sin
titubear.
-Chit -grit6 uno de 10s vagabunldos, con un ala-
rido escalofriante, y, poniCndose de pie, le tir6 las car-
t2.s en la cara a1 Cuate.
El Cuate permaneci6 inm6vil. Ni un mGsCUl0 s e
agit6 en su rostro. Tenso como una cuerda de acero,
dej6 pasar unos seguedos que fueron como pulsaciones
giganies en el silencio de la barraca. La boca apretada,
10s ojos relucientes y fijos sobre 10s naipes, las manos
palidas, sigui6 manipulando Bgilmente la baraj a. El
p a t h se qued6 mirando con extrafieza esa figura de
diabblico enano. Esperaba una reaccih violenta, per0
no venia. Bcupi6 y se pas6 la mano velluda pcrr la
boca. De pie alli en las tinieblas, le vefamos tamba-
learse. La camisa am1 le agrandaba 10s hombros. Nizo
un movirniento con la pierna, como avanzando para
tirar una patada. Levant6 casi la bota. Clic. En la mano
del Cuate apareci6 como un relampago la luz de una
navaja. Wed6 el otro con la pata en el aire, inmovili-
zado por el terror, y el Cuate con esa lengua de sierpe
en la mano.
-iCuidado! -grit6 el capataz-, cuidado con ha-
cer una tonteria. Ta clavas a este hombre, y yo te
Pongo en Alcatraz. You, little son of a bitch. Mira -
agreg6, mostrando una insignia de sheriff-, tengo de-
recho a arrestarlos a todos, conidenados mexicanos. 0
te portas bien o te pongo 10s grillos.
-No pelem -previne yo a1 Cuate.
-Ta no das m k las cartas 4 j o el viejo.
131
-LQuien lo ordena, chingado? -grit6 el Cuate.
-No pekes -volvi a rlepetir-; entregales las
cart as.
Yo pensaba ansiosamente en un modo de escapar.
La situacidn se habia hecho insostenible. Seguir ju-
gando y acaparando dinero era una locura. A la postre
provocarian la pelea, nos darian una tremenda paliza,
nos quitarian el dinero, para botarnos como perros a1
camino. Habia que buscar una salida. La barraca era
una jaula envuelta 'en sombras de humo, poblada de
seres fantasmales que escondian sus armas para ma-
tarnos a mansalva. Unos ojos me miraban fijamente
con vaciedad escalofriante. Veia 10s dientes amarillos
y el ment6n peludo, tembloroso. A la orilla de la manta
se movian pesadamente unos manos cenicientas, agrie-
tadas, como animales tristes. Pasaba el tiempo. Una
'
que otra palabra dejaba en el ambiente la pesadez bo-
rracha del acento vaquero. El Cuate entreg6 la baraja.
Empezaron 'a dar ellos y la suerte, jcosa increible!, no
cambid en lo m8s minimo; parecfa seguir a1 m a t e
como perro hambriento. Diera quien diese, mi amigo
ganaba. Sucedian cosas absurdas. La baraja era algo
vivo extendiendo sus nximeros y figuras caprichosamen-
te hasta detenerse frente a1 Cuate y regalarle 10s siete
y medios como frutas maduras. Siete, siete, siete. Na-
die decia palabra ya. Miraban todos con ojos inyecta-
dos de sangre, idiotizados, la imagen del enano que,
encorvado, acaparaba sus ganancias con gestos r&pidos
y seguros. Dio la medianqche, la una; dieron las dos
de la mafiana. Desde afuera venia un rumor de sapos
y grillos. Yo estudieaba la ventana, media la distancia
hasta la puerta. Con la luz del amanecer hubo cierta
agitacidn en el grupo de jugadores. De sabito parecie-
ron comprender el dlesenlace inevitable: no podian
ganarle a1 Cuate. Pasarian horas, dfas, meses, afios, ju-
gando, y el (hate seguiria despojAndolos irremediable-
mente. Se levantaron algunos. mchichearon misterio-
samente. Salieron de la barraca. El viejo, con 10s ojos
llorosos y doblado por dolores muwulares, continu6 pa-
sando cartas y entaegando sus WMmos d6lares. Senti
132
en :a nuca el aliento de alguien que me decfa en mur-
mullos :
-Les estan preparando una bronca.. .; si no se
avivan 10s maban.
Le transmiti el mensaje a1 Cuate. Me mir6 con in-
diserencia.
-No se raje, socio. Ya mer0 terminamos. Vaya,
racoja 10s bartulos y shlgase como pueda, que en el
camino nos juntamos.
L e dej6 el dinero, que 61 guard6 en Ea bolsa del
pantaldn, y, con disimUl0, me acerqu6 a mi cama a re-
coger mis pertenencias. Uno de 10s muchachos se acer-
c3. Apenas le veia las facciones en la claridad lechosa
de Ea alborada. .
-Ahora es viaje -le dije-, si se puede.
-No te apures, gallito. A vos no t e haran nada.
Lo que es a1 otro, si trata de salir lo dejar&n hecho
picadillo.
-No puedo dejarlo solo. g a y que juntar a la ga-
Il'ada. Si quieren pelea, peleamos.
-6Qui6n dice pelea? Lo que habra sera masacre.
Si no nos acaban ellos, nos acaba la policia del puleblo.
No seas ingenuo, esta gente nos tiene ganas.
Volvi a1 lado del ICuate. El cigarrillo le colgaba
flojamente de la boca. Una columna de humo le subia
Por la mejilla hasta el ojo como anticipo de hornenda
cicatriz.
-iQuiubo! ZTodavia por estos lados? - m e sdijo
sonriendo-. E% hora de salir a estirar las piernas. Este
juego ya me cans6. Le perdi inter& ... AQue no se
atreve? Atrevase y esp&eme a la vera del camino.
--Lo van a matar, Cuate.
-LQuiCn? L a t a partlda de borrachos? Les faltan
huevos. Ya ver8.
Me levant6 con desgano y camin6 hacia la puerta.
El amigo invisible me sigui6. Salimos. La atm6sfera se
habia refrescado. Limpia y verde como fondo de estan-
que. Se deshacfan I,as estrellas en el amanecer. Dos
limoneros nos miraban desde el otro lado del camino
corn0 gitanas cargadas de medallas dfe 010. Los nogales
133
iban rasgando la sombra entre sus palos torcidar y
nudosos y la dejaban caer sobre la tierra h ~ m e d a .
-Bonita madrugada para que lo descogoten a uno.
Junto la un tronco de arbol esperaba un grupo de
vagabundos, inm6viles, mudos. Me dio un vuelco el
coraz6n.
--Bueno, amigo, ser& hasta cuando.. .
-No, viejo, yo te acompafio hasta el camino.
-Para que. No se exponga, no hay necesidad.
{Caminamos tropezando en piedras y hoyos. Pasa-
mos muy cerca del enemigo. Nos observaron en silen-
cio, s i n moverse.
-73s la1 Cuate d que esperan. -
-La pucha, yo me vuelvo. SerIa una mariconada
dej arlo solo.
En esos momentos son6 un ruido espantoso de vi-
drios y madera que se quiebran. Nos volvimos hacia la
barraca. La luz era tan indecisa y engabadora, que no
pude distinguir lo que pas6 volando. Una sombra salio
por la ventana rota, como d e c6ndor que levanta el
vuelo, y, luego, gritos, patadas, m&s vidrios rotos, obs-
curidad absoluta en la barraca, y la carrera estrepitosa
del viejo capataz y sus secuaees que aullaban:
S t o p him! Det6nganl0, athjenlo.. .
$El Cuate desapareci6. Corrf yo por mi cuenta y
corrid el amigo en dinecci6n opuesta. Segui corriendo
sin parar por una arboleda. S e me hundian 10s pies en
la tierra blanda y mojada. Me golpeaban las ramas
de 10s arboles, pero continuaba huyendo, sin aliento,
huyendo sin saber ad6nde ni de que. Atr&s resonaban
la exclamaciones y 10s insultos. meo que oi balazos.
Pudo ser ilusi6n xmia. Tropezando, arrastrhndome, con-
centraba mis sentidos en idescubrir un sen'dero que me
llevara a la cerca del camino, per0 todo era alli labe-
rintico. Las hileras de hrboles, rectas e interminables,
se cruzaban en todas direcciones con precisi6n de for-
maciones militares. No veta m& que la tierra negra, la
base de 10s troncos pintada de blanco y la bruma del
amanecfer que se alzaba lentamente. Senti un galop6n
de patas cercanas y, despues, un ladrido tremendo.
Torci bruscamente y corri con desesperaci6n hacia el
134
$
primer clsro que se ofrecfa entre 10s grboles. Con el
perro salvaje mordiendome casi 10s talones, llegue a1
cerco de palos y salt6 a1 camino. Se iluminaba el cielo
en esos instantes. Una mano tranquila y timida iba
vertilendo arreboles sobre el azul de la noche y las co-
linas emergian brillantes de rocio, doradas y verdes.
Lo que yo crei tierra negra en el almendral era pasto,
un pasto largo y suave que se hundia bajo mis pies y
se iba pegando a m k zapatos. Carnine largo rato, tal
vez una hora, acaso m b . Desesperaba de hallar a mi
compaiiero, cuando lo divise a la vera del camino, ten-
dido de espaldas, como muerto. ,9610 que fumaba.
-enate, por la cresta, &qui5pasd?
Levant6 la eabeza con desgano y escupid la colilla.
-&Que hay? No pas6 nada. &Quequeria que pasase?
dC6mo que nada, cy 10s borrachos? &No lo siguie-
ron? &C6modixblos se eSGapd?
-Yo no escape, jefe. Cuando ya me dieroq ganas
de acabar la partida, pos, acabe. &Y diay?
-No friegue; u s W se libr6 jabonado.
-Salf por la ventana en vez de salir por la puerta,
eso fue todo. &Nodicen due la linea recta es el camino
m5s corto entre dos puntos? Pos dio la mera casuali-
dad de que la ventana estaba en linea recta y.no la
.
puerta. Manito, que hambr'e tengo.. &Nosiente usted
hambre?
Seguimos ca;minando en direcci6n a la carretera
nIlmero 50.
-&De veras no tiene hambre? Con toda esta lana
que ganamos podriamos' tomarnos un gran desayuno,
jefe. &Quele parece? &Leprovoca?
4 3 , pero lleguemos a la carretera primer0 y ale-
jernon,os de aqui lo m u posible.
-Esa gente no nos sigue.
-Podrian inventar que les robamos.
-iQUe va! Les ganamos en buena ley, y ellos lo
saben.
-&En buena ley? No sea ahistoso.
El Cuate me mird con gran serenidad.
-&No cree? &Per0usted Cree que yo hice jarana?
135
-6Y entonces c6mo se explica?
-Manito, usted me resulta muy esceptico y des-
confiado. Casi impertinente. Hay gente con suerte. 6No
lo sabia? Eso es todo. Una suerte caballuna.
-No me diga.
--.Bueno, caballuna no deberia decir, porque la
suerte mia, que como usted vi0 es fenomenal, quiero
decir cosa del otro mundo, me acompafia en 10s nai-
pes, per0 j a m b en 10s caballos. iQU6 cosa tan rara!
Los naipes 10s veo venir, 10s siento, 10s presiento, 10s
llamo y saIen, salen tal como 10s canto. NQ fallo jamas,
aunlque parezca increible. LlBmelo inspiraci6n. Con 10s
eaballos es otra cosa. No m& me acerco a1 hip6dromo
y pierdo la inspiracidn, pierdo la calma y el control,
me pongo a temblar y juego como un principiantje, a
tantas y a locas. E?s que 10s naipes son meros carton-
citos pintados que uno hace y deshace e n el aire, y 10s
cabaUos, pos, 10s caballos son gente.
El sol bafiaba ahora el camino y de las colinas nos
llegaba el olor tostado de la alfalfa. Lejanos mugidos
d e vacas nos venian mezclados con el ruido sordo de
la carretera.
-6Me va a decir que ha jugado cerca de die2 ho-
ras continuas, ganando y ganando, y no hizo trampas?
i N o tenia 10snaipes marcados? &Nose escondi6 cartas?
Aqui, entre amigos.
El Cuate silbaba una cancioncita ranchera y mi-
raba satisfecho el paisaje. Le repeti la gregunta.
-Pos, no. No hubo nada alli m& que suerte. Suer-
te. Pura suerte. A ver, jcuBnto ganamos?
-No diga ganamos; usted fue el que lo gan6 todo.
-No sea baboso, compadre. Usted arriesg6 tanto
como yo, y mejor secretario no tuve en mi vida. La
mera verdad. Hay manos que espantan a 10s naipes y
espantan a1 dinero. Las suyas son acogedoras y reco-
gedoras. 6No lo habia notado? Son hechas para reco-
ger dinero. No lo olvide. Lo que usted toca se convierte
en ganancia. Yo lo habia notado ya en el hip6dromo.
Por eso lo invite a venir. Hay manos que son rastrillos,
per0 no para el dinero, sin0 para el campo, como las
136
del amigo argentino ese, el que era ametrallndora para
recoger tomates. Hay manos secas como terrones, ma-
nos como cuchillas para carniceros, manos como agujas ,
para sytres, manos como papeles para comerciantes,
manos como jab6n para lavanderas, manos como lie-
bres para ladrones. Hay manos como velas de sebo pa-
ra frailes, como lapiceros para licenciados; manos que
ustied ve rascando eternamente entre perfumes y pen-
dejos para millonarios; manos de maestros y poetas
que mvltiplican el pan, y hay manos que tejen la soga
de 10s ahorcados. Per0 las suyas son manos de billetes
para multiplicarse. Vea, aqui est& la ganancia.
Sac6 el Cuate un rollo de billetes y despuks otro'
y, luego, bilLetes sueltos de diez, de cinco y de uno. Se
pus0 a contar 10s billetes como quien cuenta tortillas.
-Una docena de a diez, dos docenas de a cinco.. .
-Se escupia 10s dedos y pasaban y pasaban 10s bille-
tes-. Nos ganamos cuatrocientos setenta y ocho d61a-
res con sus centavos, compadre. Hubieramos tenido que
recoger tomates en tanques para reunir tanta lana
trabajando. Dividido por dos nos da.. .
-C6mo se le ocurre, Cuate. Usted gan6 todo eso
solo. Y o no fui m& que el elefante blanco.
-No hable asi que memfende. Se diria que somos
extrados.
Tenia una cara de risa el Cuate, un aire de men-
tira y picardia tales, que tuve verguenza de mis escro-
Pulos. En sus ojillos brillantes se escondia una c l u e de
sabiduria que era incomprensible, pero, acaso por no
entenderla, me llenaba de admiraci6n.
-La mitad le corresponde justa y proporcional-
mente.
Y la mitad fue. Caminando COMO gitanos por el
medio del camino, con la chaqueta colgada a1 hombro
y 10s bgrtulos en la mano, llegamos hasta Ia 50, y, ha-
ciendo us0 del pulgar, conseguimos que un chofer de
cami6n nos recogiera y nos Ilevara, via Vallejo, hasta
S a n Francisco.
Se encapot6 el cielo y e n el aire nos vino una hu-
medad marina. La carrekra se iba ensanchando de
137
curva en curva. Las llanuras empiezan a cubdrse de
chimeneas gigantes. Son las refinerias ,de aceite de
Martinez, Vallejo y Richmond. Resplandecen 10s in-
mensos tanques de aluminio cruzados por negras ca-
fierias. Pasamos e l puente de Carquinez sobre le1 rio
Sacramento. A traves de la bruma sle adivina el puente
colgante, el Golden Gate, como una espada de cruzado
qxtendida sobre el lomo del mar. A1 sur, echada sobre
verdes colinas, diviso la ciudad blanca: San Francisco.
Entre 10s nubarrones se caelan unos extrafios rayos de
sol, dorados y granates, y dejan caer una aureola so-
bre los cerros. Entonces aparece, como una colonia d e
madreporas, la aglomeraci6n de casitas de todos co-
Iores que nos hacen sefiales con sus vidros tocados por
el sol del atardecer. La visi6n dura apenas unos se-
gundos. Luego, una masa de niebla se la traga sin
dejar rastros. Hay un instante breve de transicibn, y
despues ya es de noche. Be ilulnina el guente de Oak-
land, va subiendo desde el agua, entre 10s muelles,
extendiendose por encima de grandes masas de agua
y escombros, y, de repente, se acaba en mitad del aire.
La neblina borra el resto. Es una maravillosa escala
de luces anaranjadas, rojas y verdes, que asciende en
angulos y deja salir sus automdviles a1 vacio. Pasando
frente a la Isla del Tesoro, ya vemos la p o r c h del
puente que nos ocult6 por un momento la niebla.
Siento la presencia cercana del mar espeso y verde. Veo
las murallas inaccesibles de Alcatraz, 10s reflectores, y
el mar golpeando la prisi6n, empujando contra sus ro-
cas, salpicando de espuma las ventanillas de hierro.
A1 entrar a San Francisco tengo la: sensacidn de
encontrar a Mercedes pox- primera vez. Algo en el vien-
to hfimedo y frio, en las espumas deshechas, invisibles,
en las gaviotas y 10s mhtiles, e n la luz de 10s faros;
algo que est6 en el anochecer, en 10s cerros y en 10s
muellles, esa voz del puerto que me recuerda a mi tie-
rra lejana, me trae tambien la seguridad de su espera,
Y entro a la ciudad con impaciencia. Las torres del
Mark Hopkins, del Fairmont y el Huntington parecen
sostener una carpa de aire,rojo. El camibn atraviaesa
velozmente la calle Market, dejando burbujas de lodo
138
en el pavimenb; se mete entre las bodegas desiertas
del Mercado y va aullando hacia 10s muelles. Nos ba-
jamos. Sin pensar, sin escuchar la charla del Cuate,
encamino mis pasos por Broadway y, ascendiendo las
colinas, voy a la cita ineqxrada.

139
Donde la tierra derecha no es la recta final

A L PARECER. durance la breve ausencia me con-


verti en un personaje asiduamente solicitado: Marcel
me buscaba para matarme, mientras que mi compatrio-
ta Hidalgo lo hacia para convertirme en hombre de for-
tuna. Todo esto me lo cont6 Mercedes, y lo de Hidalgo
m’e interes6 muchisimo m a L spor, supuesto.
-&Est& segura de que era Hidalgo? 6Y que que-
rria? -le pregunt6 a Mercedes.
4 N o me lo dijo exactamente, per0 parece que se
trata de “Gonzalez”. Como que lo van a correr esta
semana.
J e r B el momento de comprarlo.
-Francamente, no s6 c6mo te metes en una lo-
cura semejante, LTe has dado cuenta de la barbari-
dad? Los caballos son para gente be mucho dinero,
que no les importa botar ‘unos miles de d6lares a1 afio.
Pero ustedes, j c h o sle van a mantener en las carreras
sin capital?
-Precisamente, las carreras son para eso: para
haom dinero de la nada y devolverio a donde corres-
ponde: a la nada. ;Crees ta que en realidad es dinero
lo que alli corre? Ilusibn. En u n dia de viento vuelan
10s papeles por entre las patas de 10s carreristas y las
patas de 30s caballos. LSon boletos de colores o son
billetes? 6Has visto ta alguna vez que la gente bote
con desprecio una moneda a1 suelo? Pues, anda a1 hi-
p6dromo y qu6date despuCs de la altima carrera. Se
140
encienden las Iuces y entra un regimiento de barredo-
rres. Arrastran y amontonan 10s boletos viejos con unos
escobillones enormes: cincuenta, cien, mil ddlares, con-
fundidos con colillas de cigarrillos y vasos de cartbn.
LCrees tfi que se detienen a considerar aiquiera el des-
tino de esa fortuna? Seria ridiculo. @on el mismo es-
cobilldn tendrian que barrer a 10s duefios del hipddro-
mo, a 10s duefios de caballos, a 10s mil y un demonios
que andan sueltos por entre establos y galerias. Ess
din’ero no ha sido nunca dinero. Desde que entrd a1
hip6dromo se transform6.
-LY eso que? &Quepruebas? Todavia no me con-
vences 4 i j o Mercedes-. ~ Q u 6haras para comprarlo?
Formaremos una sociedad anonima y asismica.
Hidalgo pondra parte del capital, y yo el resto.
-No,va a durar mucho la compafiia.
-LCuftnto Crees tti que dura una carrera? Una
milla se corre en poco mas de minuto y medio. Com-
para esa pcrci6n ridicula de tiempo con 10s trexientos
mil d6lares que se apuestan en la carrera. LCuBnto
tiempo fue necesario para que se juntaran esos tres-
cientos mil ddlares? LMedio siglo? Si nuestra compa-
fiia dura un poco mas de dos minutos, batira todos 10s
records de duracidn. Con un dia que dure, sera vieji-
sima. Veterana. Estara bordeando la eternidad.
Mercedes no seguia mi ldgica n i se contagiaba con
mis guarismos; por eso estaba destinada a no presen-
ciar el dia ifausto en qne “GonzBlez” pas6 a nuestro
poder. f i e un viernes por la tarde. Dias antes, frente
a la mirada estupefacta de mi socio, gan6 en seis ca-
rreras de siete en lque apost6. Los dividendos fueron:
12,90, 4,80, 7,10, 23,90, 5,30 y 9,30. Si se considera que
en cada carrera aposte seis ddlares -en diferentes
combinaciones de ganador, place y show-, se vera que
termine la tarde con una suma relativamente cuantio-
sa. El Cuate tuvo perfecta razdn a1 observar que si el
juego del sick y medio habia sentado las bases para
la adquisicidn de “GonzBkz”, mi suerte de aquella tar-
de convirtid esas bases en pilares de firme realidad.
“Gonz&lez” venia a ser el hijo de tres imponderablss
factores: el sentido de economista de Hidalgo, mi bue-
141
na fortuna y “algo” que aportaba el Ouate y que no
podia definirse ni como suerte ni como sabiduria.
La tarde de la compra, “Gonz&lez” cord6 con su
indif’erencia acostumbrada. A1 concluirse la carrera se
interrumpi6 la rutina, y este cambio debid causarle
una emoci6h profunda. En vez de ser llevado a su es-
tablo, como era costumbre, el caballerizo lo condujo
a1 paddock. Alli, en presencia d e las autoridades, se
produjo el traspaso de dueiio. En la mafiana Hidalgo
y el entrenador Mr. Hamburger, que actuaba en repre-
sentacibn nuestra para cumplir con 10s reglamentus,
ya qae ni mi socio n i yu 6ramos dueiios de caballos,
habian depositado un cheque por mil quinientos 66-
lares, el precio de la multa. “GonzBlez” corri6 esa tarde
su U i m a prueba con 10s colores del antiguo dueiio, y
despues de la carrera’vino a reunirse con nosotros. Se
acerc6 danzando como siempre, agitando su hermosa
cola blanca en el aire, resoplando y dando cabezazos.
Cuando not6 que algo nuevo habia ocurrido en su vida,
tembl6 violentamente. Perdi6 sus aires be campebn y
entr6 a1 paddock temeroso y conmovido. Senti una gran
piedad. Los ojos se le saltaban de las 6nbitas. Por pri-
mera vez adverti que eran verdes, cruzados por infi-
nidad de rayos amarillos. Dio un relincho y l’e sali6
una voz ridicula. Voz de cantor de cueca o de vende-
dor de pequenles. Me acerque con lentitud y le di unas
palmaditas en el cuello.
-Tranquilo, huacho culebra, si no te va a pasar
nada. LPJO vis que somos compatriotas 10s que t e vamos
a comprar?
Par6 una oreja, levant6 la cabezota plateada y me
mir6 con un ojo pelado. ‘Solt6un sonoro relincho y qui-
60 frotar la cabeza contra m i brazo. iMe reconmi6 el
sinverguenza! Per0 como era brut0 hasta para las ca-
ricias, del ?empujbn fui a dar a1 suelo. Sorprendido por
la conmocidn que prOVOC6 el incidente, retrucedi6 un
tanto, per0 continu6 mir&ntdomecon algo que, estoy
seguro, era un hondo afecto connacional.
Fonnalizada la compra, hubo repetidos apretones
de manos, frases amables y una d&pedida entre el an-
, *
tiguo dueAo y “Gonz&lez”,que, de puro falsa, me arran-
142
c6 un sollozo. Desde esse momento yo pas6 a desem-
PefiaT un papel enteramente secundario, mientras que
Hidalgo y “Gonzhlez” comenzaron a vivir un drama
de complejas y sutiles relaciones. Se trataba de hacer
comprender a “Gonzhlez” que lo sucedido era m h que
un cambio de rutina; que desde ahora su destino se
unia a1 nuestro e n tal forma, que, si fracashbamos, no
habia en el mundo esperanzas para el. &Podriaenten-
der esto? LQuiero decir, la gravedad tremenda de su
situacibn? Porque en verdad era asunto de vida o
muerte.
-LTe dai cuehta, huachito? -le dije yo en mo-
mentos de soledad y tribulacibn-. Si no ganai, no hay
comida. Es decir, vos te convertis en comida, porque
be vendemos a un circo o a un zoolbgico, como carne
para 10s leones. Si estuvieramos en Chile, fracasar no
seria nada. Estarias entre amigos que te quieren y es-
timan. A lo sumo te harian acarrear un carret6n pa-
nadero, o una victoria, o una golondrina, o tal vez,
por la pinta que te gasthi, t e pondrian con una carroza
funebre. Per0 aqui no, gallo. Aqui la vida es dura y
cruel. No tienes m&s que una oportunidad, y si no la
aprovechas &as jodido. Oomida para leones. Acuer-
date. 0 cadhver o campe6n. No hay terminos meldios.
No era exageraci6n. &Queibamos a hacer nosotros
con un caballo inWAl? Correrlo de feria en feria era
imposible. Careciama del capital necesario. LLlevarlo
a Tijuana, a Mexico? &Paraque? No ganarfa alli tam-
Poco. “Gonzhlez” tenia que entender. 0 gana’ba o mo-
ria. “Por la razbn‘ o la fuerza”, como dice el escudo. Y
fuierza fue la que .us6 .Hidalgo mhs que razbn. No
sk con exactitud .el m6todo que emple6, per0 me lo fi-
guro. Desde luego, se pus0 a ensefiarle a correr “de
atrhs”. Per0 correr “de atrhs” significaba ahora un
Plan determinado y no pereza o indiferencia. Hidalgo,
que en sus aAos mozos habfa sido campedn para su-
jetar caballos en el Hiptkiromo Chile, le permitia ga-
lopar hasta el comienu, de la tierra derecha; alli, sin
Perder el paso, lo sacaba h x i a el medio de la pista y
10 urgia, a fuerza de latigazos, a acelerar su tren de
carrera, como ponikndose en linea con invisibles pun-
143
teros. No si! si a {causade 10s palos o del Ienguaje aca-
demlco de Hidalgo, “Gonzhlez” si empez6 a dar sefiales
de que entendia lo que se esperaba de 61 y de que era
capaz de realizarlo. Se quedaba tranquilamente en la
partida, como dejando que 10s otros caballos le saca-
ran una docena de cuerpos de ventaja; se iba costean-
do por 10s palos, admirando el paisaje, y, a1 llegar a la
tierra derecha, se soltaba a correr antes de que Hidalgo
lo moliera a garrotazos.
8610 una vez le vi entrenar, $ fue a instancias del
propio Hidalgo, que sentia a su pupil0 listo ya para
rendir su primera prueba. Lleve a Mercedes conmigo.
Salimos de San ’Francisco a la alborada y llegamos a
San Bruno $cuandola niebla no se levantaba aon. En-
tre vapores grises surgian 10s grandes eucaliptos em-
papados de rocio. Oiamos vagas conversaciones en las
madras. PasaSan 10s caballerizos arropados en gruesas
chaquetas de lana escocesa, con sus gorros metidos
hasta las orejas. Iban frothndose las manos y golpeando
duramente ‘el suelo con sus bototos cubiertos de barro.
En el aire nos llegaba un aroma de cafe caliente, con-
fundido con el olor penetrante del cuero y el linimento.
Medio dormido todavia, me desconcertaba este mundo%
de fantasmas que se forjaba en la bruma, activhndose
en secretas maniobras. Tranco a tranco, sobre piedras
relucientes de agua, pasaban gigantescas sombras de
caballos echandu vapor por las narices y 10s hocicos.
Hidalgo tenia listo a “Gonzhlez” cuando Ilegamos. Se

mont6 de un salto y lo condujo a1 paso hacia la pista.


Nosotros seguiamos a corta distancia. Nos instalamos
cerca de la Mefa. IMXh de nosotros, el galp6n de Tan-
foran, con sus enormes tribunas vacias, era un solo
hueco cavernoso. La llovizna lo habia lavado, sacando
brillo a1 sue10 de CmIentO y a ,la armaz6n de hierro.
Los asientos parecian sepulturas ordenadas en estricta
lineaci6n geometrica. En su ausencia, 10s carreristas
dejan un doble a lazaga, un doble frenetic0 en su ca-
r&cter invisible; de ahi que 10s asientos vacios parecian
reverberar con ojos y gritos supraterrenos. La pista
estaba cubierta por una espesa neblina. Por el ruido de
10s cascos que pasaban galopando o corriendo y salpi-
144
cabal? de arena la barren, sabfamos que no era “Gon-
zBleZ” el ljlnico que be entrenaba a esas horas. No lejos
de nosotros se oian comentarios en voz baja. Un ca-
ball0 cruz6 la niebla como barco perdido. Quedb repl-
tiendose el eco de las patas en las paredes negras del
galpbn. Luego, sobrevino un silencio cortado apenas por
el tictac de 10scronbmetros. En la bruma se escondian
10s preparadores, con el sombrero echado sobre el ojo,
f m a n d o ; parecf‘an seguir a sus caballos con un ojo
mhgico, que les pennitfa comproibar el tiempo del en-
trenamiento, sin que nadie m& en el hipMromo des-
cubriera su secreto.
Rompi6 el sol a t r a v b de la neblina, y en el fulgor
de 10s rayos sobre la pista de arena apareci6 de re-
pente la imagen de nuestro caballo. La mafiana venfa
radiante, relucfa el pasto con su decoracibn de ama-
polas, y 10s a r m o s soltaban su fragante polvilio be
oro. El camino real se poblaba de autom6viles que pa-
saban veloces,dlevandose l s ljlltimas franjas de la nie-
bla como anuncios de un dfa de fiesta. Hidalgo nos
trajo a1 caballo para que lo admir&memos.
-Arrfmense, que no se 10s va a comer 4 e C b
Hidalgo, mjetando firme las riendas y dando caraco-
ladas en su cabalgadura.
“Gonzfilez” me sorprendfa. Sus movimientos eTBn
rfipidos y graciosamente proporcionailos, per0 sin la
aparatosa teatralldad de antes. Hlddgo parecia racio-
narle las energfas. No lograba descubrirle a1 caballo
esa cualidad “humasma” de que le hablara 8 Mercedes.
Lo que allf w vefa era un bruto perfecto. En unos pocos
dias, Hidalgo le habfa revivido el instinto salvaje del
caballo de ,carrera. “Gonzfilez” no m e mlraba ya con
un ojo pelado, socarrbn y amistoso. Miraba ahora como
un alma que se la lleva el diablo, por encima de nos-
otros, a1 aire, a la pista, a1 cielo, y del hocico le colgaba
una saliva extraba. Y o vefa que si Hidalgo no lo suje-
taba con todas sus fuerzas, el caballo se habria lanzade
a correr enloquecido sobre nosotros, contra 10s rieles,
Por la galeria, por el techo, por la eternidad
-La pucha, LquB de has hecho a1 compatriota que
lo times tan saltbn?. . .
145
CopaE;.-lo
Hidalgo se reia y me guifiaba 10s ojos.
-6Quieren verlo galopar?
Salic5 ,con “Gonzalez” a la pista. Habia una decena
de caballos “trabaj ando”. Algunos galopaban sin es-
fuerzo, otros ibhn y venian del paddock a la partida
automatica, acostumbrandose a 10s pr’eliminsres de las
carreras. Tres caballos, a1 parecer dosafiales, ensayaban
el dificil arte de la largada. Se resistian endemoniada-
damente a meterse en 10s casilkros; habia que empu-
jarlos por el anca, .darks palos e n da cabeza y duros
jalones de riendas. Uno parecb que ya iba a entrar, y,
luego, con un gesto determinado, se daba media vuelta
y arrastraba de las bridas a1 mozo. Ensayaron innu-
merables veces, hasta que, rendidos de cansancio, tra-
taron el modo denigrante, que no falla nunca: 10 en-
traron reculando, empujado, por el pecho. AI soltarles
la puerta electrica daban unos brincos espantosos, co-
mo si quisieran desarmarse y lanzar al jinete por 10s
stires. Pero las manos y las piernas que 10s conducian
eran maestras en el oficio y de nada les servian 10s
aspavientos. Yo veia a 10s jinetes apretar las rodillas
contra 10s flancos y agazaparse como monos, la cara
fruncida e n un gesto de absoluto desprecio frente a1
peligro. Sonaba el timbre, saltaban 10s caballos, y 10s
jinetes salian gritando y dando pal0.s en medio de una
nube de polvo y apena.
Cuando “GonzStlez” comenzd su “trabajo” de una
milla nadie le prest6 la mas minima atenci6n. Lucfa
un galope largo y parejo, se movia con facilidad admi-
rable pegado a 10s palos. Las patas no parecian hun-
dime en la arena, sino tocarla y dejarla casi simulta-
neamente. Hidalgo iba sentado en la montura, como
afiadiendo peso para sujetarlo. Pasaron 10s tres octavos
en cuarenta y siete segundos; 10s cinco octavos, en
cincuenta y nueve segundos; 10s tres cuartos de milla,
en un minuto y once segundos, y la milla en un minuto
y treinta y siaete segundos. No lejos de nosotros, un
preparador desconocido t a m b i h tomaba el tiempo de
“Gonzalez”, y en su rostro pude ver una admiraci6n
no lexenta de sospechas. Nuestro caballo atTavesaba
velomente el crista1 de la mafiana; caballo blanco,
14B
becho para batir alas ser&f,ficas,para navegar nulses
y pastar en llanuras submarinas, parecia ir escribien-
do, tranco a tranco y letra a letra, la palabra victmia.
L D qu6
~ seria capaz en competencia, si asi, solo, fre-
na&, corria una milla en un minuto y treinta y siete
segundos? Y o estaba eufd~ico.Comence a dar voces Y
a aplaudir. Mercedes contemplaba tQdo con aire es-
ceptico, sin decir nada. El preparadoT que comprobara
el tiempo de “Gonzalez” se acercd a nosotros.
-Muy buen caballo 6se 4 i j o - ; el blahco, quiero
decir.
-Regular, no m h .
-Ustedes pagaron la multa el otro dia, Lno?
43, sefior. Mi socio, el jinete, y yo.
-Buena compra han heecho, si no se desinfla.. .
Con buen cuidado y buena suerte, a lo mejor les sale
un campedn. -Adverti un gesto de malicia burlona
en la cara cargada de aTrugas.
--E$ un buen caballo -dije con fuerza-, un ca-
ballo importante -agregu@, y a1 decirlo not6 lo ridiculo
d’e la frase. El otro me mird sonriendo-. Quiero decir,
un caballo d e copas. iUn campedn!
El otro solt6 la risa, dio media vuelta y se alej6.
-All& 61 si no me Cree, per0 “GonzBlez” es un
campedn y lo probara.
Volvi a San Francisco rumiando la satisfaccidn de
esa mafiana. En el tren que nos llev6 de regreso a la
Tercera Avenida, note el silencio exagerado de Mercedes.
-6Qu6 pasa? 6No te gusta la compra que he hjecho?
-EstBs loco 4 i j o sencillamente.
-Per0 no te das cuenta de que “IGonzBlez”. ..
-No tiene nada que ver con “Gonz&lez”-me in-
krrumpid-; me refiero a ti. Estas loco. Porque lo tuyo
no es vicio n i es mania; es mucho m&s que todo eso.
Tienes la cabeza llena de patas de caballo. No hablas
mas que d e carreras, no piensas mas que en las carre-
ras y no haces nada sino apostar en las carreras. Hasta
la cara se te est& poniendo caballuna.
-6Camino como caballo? 6Como como caballo?
En realidad, no lo notaba. Mercedes estaba exage-
rando indudablemente. Yo no advertia nada. Clam que
147
ningtin carrerista .se nota, asi como ningun hediondo
se huele. Peco loco?, Lenviciado? Tal vez enviciado,
per0 nada anormal, nada psicopatico, nada que con
decisidn no pudiera detenerse y olvidarse. LPodria?
JPodria dejar las carreras si me lo propusiera? LY pa-
ra que?
-Hasta ahora todo es ganancia; Lpara que habia
de preocuparme? LPara qu6 dramatizar esto que es
simple y fructuosa diversi6n?
-0bservate y v e r a que raz6n tengo.
Me puse a pensar en mis compadres:* a1 Cowboy,
borracho consuetudinario y con su itinerario, endeu-
dado hasta la camisa, sin m6.s posesibn que su cochina
botella de oporto, me lo imagine tendido en su camas-
tro en la buhardilla pelada de la azotea del hotel, co-
lorado y vidrioso, idiotizado, haciendo marcas diabdli-
cas en le1 Racing Form; a1 Cuate, ipobrecito!, con el
pot0 todo lustroso, agachado recogiendo tomates, I’e vi
su cara de frijolito saltdn, afligido en las tardes de
fracasos, bajo el peso de amargas, angustiosas depre-
siones; el Cuate, morfin6mano acaso, borracho, ham-
briento, agobiado por el ansia eterna de controlar una
vuelta tan s610 de la rueda magica que jam& se dete-
nia a esperarlo; pens6 e n 10s que siguen sistemas para
ganar; en 10s carreristas que veia derrotarse a si mis-
mos una y otra y otra tarde, invariablemente; en 10s
que siguen a 10s favoritos, 10s qae siguen a Longden,
10s que siguen “batatazos”, 10s que siguen a1 prepara-
dor, 10s que siguen a la sefiora del preparador, y en el
Cuate y yo, que 10s seguimos a todos. Pens6 en 10s
tristes carreristas de mi patria. Tenia yo un tio que
reconocia a 10s caballos hasta cuando 10s llevaban a1
establo, cubiertos por sus mantas desde la cabeza hasta
la cola, y que, mientras m6.s conocfa a 10s caballos, mas
lo desconocian ellos a 81. Lo encontraba en el Hi@-
dromo Chile 10s domingos por la mafiana, arropado
con una bufanda larguisima que se la enrollaba como
culebra alrededor del cuello, echando humo POT las
narices y restregandose las manos. Se iba caminando
por un pasillo de la galerfa, diciendo a media voz: “Un
cuarto de boleto a “Cafimito”, Lqui6n quiere jugar un
148
cuarto de boleto a “Cafiamito”?” Pronto salia otro m6s
molido que 151 y ponia su cuarto. Se cogian del brazo
y continuaban por la galseria, despacito, arrastrando 10s
pies, clamando: “Dos cuartos de boleto a “Cafiamito”,
faltan s610 dos Cuartos, LquiCn quiere apostar a “Ca-
fiamito”?” Se les juntaba otro, y, por fin, el ultimo. Los
cuatro se iban entonces agarrados del brazo, bien fir-
me, para que nadie se duera a ir con el boleto. Olian a
cebolla y a tabaco, cuando no a cosm peorm, per0 se
aguantaban, estrechamente enlazados, aunque rehu-
yendose las caras para no asfixiarse. Les miraba yo
con piedad infinita. Sentia ganas de llorar de s610 ver-
10s encadenados como mfirtires, entregando el alma con
cada mal paso dado por “Cafiamito”; anhelantes, Iloro-
SCYS, ilusionados, hechos pedazos cuando el trope1 en-
traba en tierra derecha y el tal “Cafiamito” venia a
dos cuadras, con tamafia lengua afuera. jQu6 desola-
ci6n! J a m b olvidarC esos ternos brillantes, las hilachas
del cuello de la camisa, 10s pufios sebientos. 10s cala-
fies manchados de sudor y 10s dientes picados, el tufo
a vino y cebolla, y el terror pintado en la cara ante la
inminencia de la filtima carrera y la perspectiva ho-
rrenda de regresar a casa ’hundidos en la m h amarga
perdici6n. Jugaban datos infames, estupidas corazona-
das. Profundamente abstrafdos en un tranoe mistico,
cuyos hilos venian tirantes desde el hambre, el alcohol
Y la locura. GVenfa yo predestinado a est= canchas?
Record6 una tarde en que la radio describi6 10s
Perjuicios be un cicl6n en Florida, y a la voz de “ci-
c16n” me puse en trance, sal1 disparado a1 hip6dromo
Y aPOste die2 d6hres a “CicMn” en la cuarta. Tan mal
me fue a mi con este “Gicl6n” como a 10s de Miami con
el suyo. ilocura? El Cowboy y el Cuate se revolvian en
el v6rtice de la degeneracidn. Indudablemenk. Junto
a algunos otrbs, como el nifio sin brazos. Todos ellos
formaban una pequefia corte de alienados inofensivos,
Para quienes la vida era una especie d,e carrusel gi-
gante, con caballos de verdad y criaturas envejecidas.
-Per0 no yo, Mercedes; yo puedo dejar est0 cuan-
do quiera.
149
-No me hagas reir. LiPor que vas a ser t6 la ex-
cepci6n? Llkjarias las carreras si yo te lo pidiera?
-Por supuesto; per0 tU, &para que me lo ibas a
pedir?
-Bien sabfx que e s t b hablando por hniblar. Per0
escucha. Lo que t e voy a decir te va a sorprender y,
a lo mejor, te hace recapacitar, aunque sea una vez,
Dios mio.
Su seriedad me contagid y la mire buscando sus
ojos, que rehusaban detenerse en mf.
J --He testado pensando que dejare el cabaret cuan-
do se termine mi contrato, 'el mes que viene. TU sabes,
mi pap& sigue en la huelga de 10s estibadoTes. Tienen
un lio terrible y #encualquier znomento se puede armar
una tremenda pelea; me espanta pensar lo que padria
sucederle. Van a acabar mathndose, y yo no quiero
que mi padre se vea envuelto en semejante cosa. Des-
. de Nueva York me ha escrito una amiga y me cuenta
que hay posibilidades de trabajar en la televisibn. Po-
dria irme en cualquier mornento. Per0 lo que me gus-
taria es convencer a mi paps de que se vaya conmigo.
A l l a podriamos empezar algo nuevo.. ., todos.. ., mi
pap&, yo y tti.. ., si quisieras sentar cabeza. PiCnsalo.
Piensa que bonito podria resultar todo. -Me habia to-
rnado la mano y yo sentfa el calor de la suya invadih-
dome como un licorcillo. Cosas asi me enternecian
basta lo indecible. Me parecfa absurd0 que una mujer
tan-hermosa como Mercedes quisiera complicar su vida
de tal modo por un vag0 como yo. Ella leia mi ternura
con sus grandes ojos verdes, sonrientes y enamorados.
Su boca se distendfa apenas en un gesto que, en vez
de arrullos, ya iniciaba una reconvencibn-. Tti podrias
estudiar y trabajar en Nueva York. Nosotros t e ayu-
ciariamos. Mi pap&cambiaria por completo si viese que
te' pones serio y que tratas sinceramente de trabajar.
' Ademu, estoy hastiada de lo que hago ahora. Quisiera

estudiar danza, estudiar bien. LNOCrees que yo podria


hacer danza moderna? En serio, quiero decir.. .
Se olvidaba .en esos momentos del probiema cen-
tral y se ponia a sofiar en alta voz que aprendia la
tCcnica de la danza moderna e interpretaba 10s ritmos
150
de la mfisica hispana en coreografias j a r n u soiiadas
por bailarina alguna. Ese era su sueiio y &a era su
vida. En cuanto aami, mi “vida” en ems tiempos era
“Gonzalez”. La verdadera vida, por cierto, nos iba pa-
sando silenciosamente por ‘el lado, enredandonos en
pequefios acontecitnientos que no advertiamos sino de
un modo superficial - e s e viaje en tren, esa madruga-
da en el hipddromo, una tarde .en el barcillo “Los mu-
listas”, unos inmensos besos furtivos en un corredor
obscuro de “El Rancho”, una rifia violenta, Marcel-;
pero nosotros insistiamos en hacer y deshacer, con per-
tinacia ciega, pequefias alegorias y visiones que no po-
seian mas consistencia que la bruma de la maiiana.
Mercedes me amer?azaba con ime a Nueva York a
estudiar danza, y yo, para disuadirla, le mentia pro-
metiendo que dejarfa las carreras para siempre. Mien-
tras ella hablaba acariciandome las manos, yo pensaba
que le ihabria hecho Hidalgo a1 #caballo para sacarle
esas renovadas y admirables energias. @stricnina?
LArsenico? No. Seria idiota. Hidalgo sabia que esos tru-
cos no resultan aqui. Ni drogas, ni baterias, n i nada.
Tal vez el contact0 con un compatriota, esa zona dei
sentimiento donde la tierra florece unas nostalgias y
unos entusiasmos que facilmente nos llevan a1 herois-
mo, quizas eso se despert6 en el coraz6n del viejo ca-
ballo, rejuveneciendolo e impulshndolo a sofiar en fan-
thsticas hazaiias. ESo debe de haber sids. Nostalgia,
patriotismo, coraje, y un d u k e y suave presentimiento
de la muerte. Bobre todo esto filtimo: no hay otro
acicate igual para la obra maestra, la gran victoria o
la gran derrota. “Gonzalez” capt6 la desesperacidn de
su jinete, y este sentimiento le toc6 igual que un ray0
de luz iluminando el panorama entero de su vida, he-
cha para heroismos y desperdiciada en exitos medio-
cres. Acaso sorl6 con el triunfo llnico y definitivo que
podria. coronar su existencia, el triunfo aue borraria
todas las ClaudiCaciQnes, todas las verguenzas. Una
gran carrera, y el animal renace en toda su justa no-
bleza, entregando hasta la Oltima gota de empuje y
valor; despues, iqu6 importa! Convertido en came pa-
151
8
ra leones, el gran destino est5 ya consumado y regis-
trado para siempre en la historia.
En la ventanilla del tren se mezclaban barcos Y
chimeneas; de vez en cuando un pequefio avi6n ama-
rillo cruzaba el vidrio como una mosca, para descender
sobre el mar. ~ C 6 m over a Hidalgo pronto, muy pron-
tu, y decirle que aprovechara ese punto culminante en
el entrenamiento de “GonzBlez” para inxribirlo en una
carrera?
No tuve que buscar mucho a mi compatriota. Fue
81 quien vino hacia mi, como la montafia biblica. Para
encontrar a un carrerista de nuestra cofradia no habia
m&s que frecuentar el cafe “Foster’s” de la calle
Market. All1 me ,encontr6 Hidalgo esa misma noche.
--Compatriots 4 i j o con aire sombrio, senthndose
a la mesa con una taza de cafe y un pan duke-, te
perdiste hoy en la mailana deswes del entrenmiento.
Tenia que hablarte.
-Yo tambikn queria hablarte, pero tuve que acorn-
paliar a Mercedes. iQu6 .caballo! Si parece otro. que
le hiciste para revivirlo?
-Nada.. ., eso no les nada. El caballo tenia que
mejorar. Te lo dije, p o ? La cuesti6n no es &a. Hay
otra cosa un poco fregada -baj6 la voz y se PUSQ a
hablar entre dientes, mientras sorbia el cafe con la
boca fruncida-. El prepaTador me est& pidiendo plata.
Mgs plata. Se ha puesto rejodido y quiere m& plata.
-&u%n? iMlster Hamburguer? Per0 si le dimos
un mes adelantado, Lqu6 m&s quiere el desgraciado?
-Dice que si no le damos m&s plata va a perdter
el establo, que lo van a sacar d e Tanforhn, que tiene
un mont6n de pagos que hacer. Parece que el gallo es-
t&muy endeudado y se quiere sacar el clavo con nos-
OtTOS.
-6Nos ha vkto cara de millonarios?
--Que s4 yo, pu, ifior, per0 quiere m a plata. Te-
nernos que d a r k algo aunque sea.
Mr. Namburguer se empezaba a pzrtar como un
facineroso. Nos ponia ,entre la espada y la pased, pues
sabia que, comprpmetido todo nuestro capital, su esta-
blo era el anico donde podia alojsrse “GonzAlez”. Sin
152
su ayuda esthbamos perdidos. Era un m6todo tipico de ,

tiburbn, que, por dinero, despelleja viva hasta a SU


madre. Hidalgo me irritaba con su actitud conformis-
ta. Para 61 la soluci6n .era una: darle dinero a Mr.
Hamburguer tantas veces como lo pidiera.
-Pues no le darnos ni un centavo m8s al ladr6n.
Que vaya a jorobar a su tia.
-Hay que dark. &Queno ves que si no le damos
nos bota con caballo y todo? LA d6nde vamos a llevar
a1 caballo?
-No me importa. AI caballo no lo saca ni amarra-
do. Primero la muerte. Para eso le pagamos adelantado.
-Ta no sabes c6mo son estos gdlos. Es capaz de
fregarnos a “Gonzhlez”.
-La mato.
Hablar, se puede hablar mucho, per0 llegado el
momento de las decisiones, las bravatas valen un pe-
pino. Esa noche, sentado entre melenudos y harapien-
tos que sopeaban bixochos en el cafe, mientras eStU-
diaban el Racing Form, adorn6 a Mr. Hamburguer con
unos epitetos deJa m6.s pura ferocidad clhsica; pero,
a1 fin, la cara apoyada en las manos, la mirada per-
dida entre vidrios y ‘espejos, le prometi a Hidalgo que
vendria a1 .dia siguiente con el dinero necesario.
De acuerdo con mis presentimientos, esa primera
exigencia de Mr. Hamburguer no fue sino un suave
finteo que debi6 prepararnos para las estocadas fata-
les. No se si Mr. Hamburguer practicd alguna vez es-
$rima en su Alemania natal, per0 lo que si se es que
en California no tenia,competidor para el sablazo. Lo
peor de todo era que yo apenas le conocia. Entregar
mi plata a un sujeto que, e n buenas cuentas, era un
fantasma, pues ni siquiera contaba yo con una idea
Clara d e su fisonomia que me permitiera imaginzirmelo
cuando lo insultaba, (era para mi una infamia. Y o , que
me creia inmune a las estafas, superior a 10s petar-
distas y proyectistas m6.s sutiles; yo, que llevaba la
buena suerte como una flor e n el ojal, iba sucumbien-
do en las fauces de un sujeto maquiav6lico y sin pie-
dad, que me tragaba desde la sombra. Primero metf
todos mis ahorros, luego saqu6 un pr6stamo por dos-
153
cientos ddlares en un banco, apoyado por la garantia
de Miguel Angel Velazquez, que estaba a la saz6n tra-
bajando muy de firme en una estacidn gasolinera.
Despues pedi pequefias cantidades por aqui y por alla,
empefie mis anteojos de larga vista, trabaje como as-

censorista en el Palace Hotel, como barredor nocturno
en el Five and Ten, como tabernero en el muelle de,
10s pescadores, gracias a las recomendaciones del Cua-
te; como repartidor de telegramas. Trabaje estoica-
mente. &Para que? Todo para satisfacer las hambres
monetarias de Mr. Ramburguer, que seguia amenazan-
donos con echar a “Gonzh,lez” a la calle si no le lle-
vabamos veinte o quince 0, aun, cinco d6lares. Algfm
vicio debia tener, vicio pequefio y triste, pues, a pesar
de su tenacidad, se contentaba verdaderamente con
muy poco.
Agobiado por las deudas, bajo la presi6n constante
de mi compatriota, cuyas visitas empezaba yo a temer
como a la misma peste; hostilizado por el padre y 10s
amigos de Mercedes, que me consideraban un aprendiz
de picaro; preocupado por ella, que seguia sofiando con
su viaje a Nueva York y se burlaba de mi locura hipica
con algo que se parecia mucho a1 desprecio, vivi dias
horribles. Comence a tener pesadillas que, repetidas y
aumentadas cada noche, me dejaban tembloroso para
el resto del dia. Me veia en un hip6dromo que no era
un hipMromo, sin0 un cementerio. En horas nocturnas
salia a correr “Gonzalez”, y, tras una prueba lenta y
costosa en que 10s caballos no corrian sino que parecian
flotar en el aire, mi caballo blanco ganaba cien mil
d6lares y el Tanfoban Handicap. A1 momento de recibir
el premio se producia una extrafia situacibn. Los ca-
balleros que debian pagarme buscaban febrilmente el
dinero; se veia que lo necesitaban con terTible urgen-
cia, per0 no lograban hallarlo. Entonces se presentaba
un hombre gordo y sonrosado, de mirada triste que me
conmovia las entradas, y, abriendose paso entre la
multitud de seres cadavericos, comenzaba a pagarme
el premio en hamburguesas. Cien mil hamburguesas.
Yo, a mi vez, comenzaba a comerlas, primer@con gran
euforia, pero luego con temor, con temor y asco, p9r-
154
que de pronto me daba cuenta del pavoroso rnisterio:
en esos pedazos de carne me iba comiendo a1 prepa-
rador.
Esk suefio se repetia noche a noche, ‘con ligeras
variantes, per0 siempre horroroso. Mis compafieros ad-
vertian el trance por que yo pasaba, pero, con genuina
resignaci6n carrerista, se limitabap a observar sin de-
cir nada. El cafe de la calle Market despierta un eco
de amargura en mi, pero la sensacidn de ruina, de
abandon0 y fracaso, la inquietud que traen las deudas
y el decaimiento moral de las perdidas, todo eso fue
una escuela que ayudd a despertar en mi una suspi-
cacia y una rebeldfa que, a la postre, trajeron consigo
la salvaci6n. Por otra parte, a1 borde ya de perder la
fe, considerando hasta la posibilidad de una fuga a1
Este, la rueda de la fortuna dio una vuelta inesperada
y de 10s acogotados fue el reino de 10s cielos.
Una noche vino Hidalgo a verme a1 departamento
que habia tomado yo en la calle Taylor, a cuatro cua-
dras del Hotel Huntington. Cuando oi sus pasos en la
escalera quise levantarme, apagar las luces y escon-
derme. Tanto habia llegado a temer y odiar sus mi-
siones en nombre de Mr. Hamburguer. Per0 no me dio
tiempo el condenado. Antes de que pudiera moverme,
entr6.
-No, ifior, si no es na pa eso -dijo sonriendo a1
ver la alarma en mi rostro-. Chi, si ya parece que soy
el cuco. No me tengas miedo, si no te voy n a a morder,
pus.
-Adelante, si6ntate y venga el chancacazo, que
ya estoy curtido.
NO te icen que no es n a pa eso. Apuesto a q u a .
no sabes la buena noticia que te traigo.
4 e murid mister Hamburguer.
-No, mister Hamburguer esth revivo y coleando.
Es otra cosa. Bueno. a$i va: mafiana corre “Gonzhlez”.
-No, no puede ser. LSerh verdad tanta belleza?
Por fin. Per0 (,y si pierde? Nos hundimos mas todavia ...,
y ya estamos hasta el cogote.
-LSi pierde? LPero quiBn te dijo que va a ganar?
-iC6mo que no va a ganar! LQUC te pasa, est&
155
loco? Si no gana, estamos perdidos. Sencillamente ya
no hay de d6nde sacar m h dinero para el pulmonero
ese de su preparador. Tiene que ganar, no son cuentos.
Si “Gonzalez” corre mafiana, gana, Centendido?
-No, hombre, no te apures. Pespacito por las
piedras.
-Piedras seran las que estaTemos comiendo si no
gana el caballo.
Hidalgo se instal6 c6modamente en un sillbn, sac6
un cigarrillo y, doblando el cuerpo, como si estuviera
mirando a un brasero, me dijo con inigualable des-
f achatez:
-TU ereS muy impaciente; las cosas hay que lle-
varlas oon calma, y para que veas que no t e miento,
las cosas van a ser s i : en primer lugar, por mister
Hamburguer no tienes que preocuparte m u . A 6se ya
lo arregl6 yo con la liltima plata. Le busqu6 el lado
flaco y se lo ‘encontrti. Ya no nos friega m&. A&Un
dia te dare m h detalles. Por ahora olvidate de 61. La
cuesti6n es ahora planear la campafia con extremo
cuidado. Calma y tiza. “Gonzalez” corre mafiana en
una prueba especial en que no pueden multarlo. Claro,
para meterlo en una carrera s i tuve que subirlo mu-
cho de clase. Va contra caballos de diez mil a doce mil
d61ares. S i “Gonzalez” ganara mafiana, se nos acaba
la mina. Toma en cuenta que el premio es una bicoca,
6610 dos mil d6lares.
- ~ D o s mil dblares, y dices tli que es una bicoca?
-Mira, ganchito, cuando te invite a formar com-
pafiia conmigo, te dije que ibamos a hacer fortuna, no
a ganar unos cuantos d6lares de mala,muerte. Fortu-
na, i t e das cuenta? Asi va a ser la cosa. Nosotros esta-
mos haciendo la punteria m& alto. No para mafiana,
sino para la semana que viene. “Gonzalez” tiene que
ganar un premio grande, un premio que nos permita
mandar a la cresta todo esto y volver a Chile ahogados
en plata. iMe entiendes? Mafiana va a ser un entre-
namiento. ,3610 para sacarle velocidad a1 cabalb. La
semana que viene lo metemos en el Cl&ico San Felipe,
con un premio de diez mil dblares, y si ganamos all1
156
lo metemos en el Tanforan H.andicap, de cincuenta mil
d6lares, y adi6s, diablo.
-Que diablo ni qu6 nifio muerto. Est& sofiando.
“Gonzalez” no gana u n cl&ico ni aunque corra solo.
Si no ganamos maAana, que va corriendo contra mu-
las, no ganamos nunca.
-Te equivocas, 10s caballos de mafiana seran Vie-
jos, per0 no son mulas. Con u n poco de suerte, cual-
quiera de ellos podria hacer un buen papel en un cl&-
sico. 33s el cas0 de “GonzBlez”. &Queno ves que ya es
el mismo de antes, el que yo conoci en el Hip6dromo
Chilme? Le he estado tomando el tiempo toda la sema-
‘na, y si corre asi en el San Felipe.. .
-TO no eres el dnico que le ha estado tomando el
tiempo. El otro dia habia un preparador ahi, cerca de
nosotros, que le apunt6 u n entrenamiento y despuCs
vino a conversame.
-Por .eso, por eso es que te digo que “Gonz&lez”
no gana mafiana. Mafiana lo van a jugar. Yo sk. Yo
tambikn las paro, y he visto que,en 10s establos anda
la copucha de que “GonzBlez” va a pegar un gran ba-
tatazo. MaAana lo juegan y se guatean. La otra semana
no lo juega nadie. Nadie m& que tix y yo y unos pocos
amigos. Es una fija, nos hacemos ricos ...
jC6mo podian brillarle 10s ojos a mi paisano cuan-
do pensaba una buena fechoria! Se le iluminaba todo
el rostro, y hasta la cicatriz en la mejilla parecia en-
cenderse y apagarse como un letrero luminoso.
-As1 que lo vas a echar para atras. Si 10s jueces
se dan cuenta... +
-Nadie va a echar a nadie para a t r h . Nadie
da cuenta de nada, ni nadie tiene que pagar ninguna
multa. “Gonzalez” es un caballo de marat6n, Vienf! de
atrBs; maiiana corre tres cuartos de milla contra ca-
. ballos muy rapidos. No tendrs tiempo de hacer su em-
balaje final. Eso es todo. Vamos a llegar entrando co-
mo locomotora, per0 no vamos a alcanzar a pillar a, 10s
delanteros. Se nos va a hacer poca la tierra derecha.
Vamos a necesftar m& distancia. LYa viste?
-Si, per0 si el caballo tiene posibilidades, por que
no tratar de ganar aunque fuera un tercer puesto, unos
157
doscientos cincuenta ciolares no mas, por amor de Dios;
alcanzariamos a sacar 10s gastos del mes. Con unas
poquitas apuestas a show. .:
-No.. . No sea leso, compafiero. .. T ~ Iquieres
romper las huinchas; ten paciencia, confia en mi.
Asi fue. Confi6 en 61. Bueno sera decir, para ser
justos con Hidalgo, que en sus planes habia factores
que no se notaban de inmediato y que Ies daban cierta
base a sus razonamientos. Por ejemplo, nuestra socie-
dad podia correr a “Gonzalez” en clasicos, porque las
inscripciones preliminares habian sido pagadas a prin-
cipios de afio por el ankrior duefio del caballo, el que
se ensart6 con 61 y lo trajo de Grhile a Nueva York y
de Nueva York a California, a competir contra cam-
peones. Gracias a la fe de ese hombre, estabamos nos-
otros en condiciones iahora de inscribir a “Gonzalez”
en ilustre compafiia. A no s,er por ese factor, nuestro
caballo no hubiese podido optar a tales prehios. Sin
arriesgar mas que la inscripci6n final, podfarnos ganar,
si la suerte nos dcompafiaba, premios de miles de
dblares.
-Miles de d6lares -repetia yo-, iqu6 payasada!
iNo era ridiculo? Todo eso era absurdamente ri-
diculo. iQu6 ibamos a ganar miles de ddlares nosotros,
un par de aventureros de poca monta! Alguien estaba
armando una broma genial, un timo que haria histo-
ria, y en el cual mi compatriota y yo sacarfamos la peor
p a r k . La parte reservada para 10spobres diablos. Por-
que eso 6ramos nosotros: ilusos y chndidos. AI menos
eso era yo. Hidalgo podia ser otra cosa. Per0 de todos
modos confi6 en 61. Y “Gonzalez” corrid y todo sucedi6
exactamente como habia dicho Hidalgo.

La gran cofradia de carreristas estaba alerta.


“Gonzalez” iba en la segunda carrera, a la una y me-
dia de la tarde. Desde temprano vi c6mo merodeaban
personajes de toda clase husmeando por nuestra cua-
dra. Algunos se acercaban a hablarnos, la mayorfa sdlo
observaba. Yo les veia el ansia en el rostro, 10s ojos
afinados, tensas las aletas de la nariz, listos a descu-
158
brir el menor indicio de lo que sucederia esa tarde.
Hidalgo se hacia el interesante. Hablaba anicamente
conmigo, y eso en susurros. A JuliBn, el mozo de las
caballerizas, le contestaba en monosflabos y con ex-
presi6n mas bien tirante. En tel p a d d o c k nos esperaba
Mr. Hamburguer. Fue mi primer contact0 verdadero
con lel. Era un hombre d e regular estatura, de cara re-
donda y sonrosada, de ojos amles muy dukes. Algo
habia en toda su persona que sugeria suavidad. Algo
redondo, sin llegar a ser fofo. Se notaba en el som-
brero azul, en el abrigo gris, pegado como un pelaje I
a sus espaldas; en 10s pies, pequefios y regordetes. Pero,
sobre todo, en las manos. Cuando lo salude, senti su
mano en la mia, caliente y suelta como teta vieja. Le
mire hondo en 10s ojos. NO hubo respuesta. Mascull6
Unas palabraas que apenas entendi, algo en que la pa-
labra boy son6 redonda y gorda como un golpe de al-
mohada. Me hice a un lado y dej6 que Hidalgo y 61 se
entendieran solos. *
Hidalgo, en su traje de jinete, era otra persona.
Los colores de Mr. H’amburguer, que usabamos tambien
nosotros, eran negro y rojo; la camisa negra y el gorro
rojo. En ellos, .el rostro palido de Hidalgo, la cicatriz
de la mejBla y sus ojos obxuros asumian caracteres
patibularios. Mi compatriota era fteo, de una fealdad
cruel, agresiva. Parecia un alambre tenso o un gat0
hambriento. No s6 c6mo Mr. Hamburguer conseguia
hablarle. Con su suavidad humilde, deberia te,nerle ho-
rror. Sin Gmbargo, el aleman hablaba con un ligero
murmullo, sin alterarse, el brazo derecho sobre las es-
Paldas de Hidalgo; la mano, gorda y blanca, acarician-
dole vagamenk el hombro. Para mi la ocasi6n era me-
morable. Jamas habia sido el centro de atencion de
tanta gente. Sentia sobre mi las fniradas avidas de 10s
carreristas, que festudiaban fijamente todos 10s detalles
de lo que alli ocurria. Ojos calculadores y frios, que,
desde la baranda del p a d d o c k , intentaban descifrar mis
Pensamientos; ojos de admiraci6n para el “duefio”, o
de cinico desprecio, que llevaba escrita la palabra “sin-
verguenza”; ojos de observacioh clinica, que parecian
decir: ‘‘LE-?,6sa cara de ganador.. . o de quien ya anti-
159
cipa la derrota?”; ojos que iban del programa a1 Racing
Form, del Racing Form a1 caballo, a 1% patas del ca-
ballo, a1 jinete, a1 preparador, a1 duefio, a1 Racing
Form y a1 programa. Y nosotros, en el compartimiento
de nuestro caballo, tratabamos de hacernos 10s desen-
kendidos; pero, en el fondo -yo a1 menos-, nos sen-
tiairnos desnudos entre tanto y tan prolijo escrutinio.
Entre 10s carreristas divise a1 C’uate. Me salud6 con
una inclinacidn de cabeaa. El ya sabia lo que iba a su-
ceder, y, no obst.ante, parecia nervioso. Bueno, el Cuate
siempre temblaba, de frio o de hambre o de entusias-
2110. Divis6 a1 Cowboy, a 10s mexicanos. La mayor parte
nos miraban con ansiedad, im’plorando el dsto con 10s
ojos. iUna seiiat! Una sedal chiquita aunque fuera.
LUn guifio de ojo? 6No fue un guiAo de ojo que him
el chileno? &Una mano levantada a la altura de la
oreja? LUn paiiuelo? LSe son6? iPero si se sond! No
puede significar otra cosa. LUn movimiento de hom-
bros? ,$era duda, ignorancia, esperanza? Fue un mo-
vimiento negativo con la cabeza. De eso estoy seguro.
que fue para espantarse una mosca? Est& loco. iQu6
hubo? LGana o no gana? LAhora es cuando.. .? Hi-
dalgo me hizo prometer que no diria palabra a nadie
sobre 10s planes de esa tarde. De acuerdo con sus ins-
trucciones, mantuve cara de p6ker y no dije a nadie
el secreto, casi a nadie, porque el Cuate y el Cowboy
son, debidamente considerados, casi nadie. Entre 10s
preparadores vi a1 que le tom6 el tiempo a “Gonzalez”.
Nos observaba con una sonrisa en 10s labios.
Lleg6 el momento de rnontar. Hidalgo subi6 de un
salto a1 caballo, saIto de mono que hizo reir al publico,
aqui donde se acostumbra que el preparador ayude a
montzr a su jinete. Hidalgo no mir6 a nadie. Manejo
habilmente a “Gonzalez” y se pus0 en linea para sallir
a. la pista. “Gonzalez” no bailaba como en otras oca-
siones. Con la cabeza baja, parecia husmear el su@lo,
10s ojos medio cerrados, perfectamente posesionado de
su papel de inc6gnita. El, que antes se divertia dando
seiiales locas a 10s apostadores de galerfa, ahora se
mostraba sobrio, casi aletargado. Per0 si agitaba la c0-
la, su hermosa cola blanca, corn0 uea bandera que
160
tanto podia espantar moscas como convocar gngeles,
y que en esos instantes significaba una sola cosa: una
gran negativa. iSi s610 hubiesen podido leer 10s fan&-
ticos ese no sutil y elegante que trazaba “Gonzalez” ‘en
el aire!
La carrera dur6 exactamente un minuto, once se-
gundos y dos quintos. “Gonzalez” corri6 “de atrhs”. Le
sacaron diez cuerpos en la recta lejana. Siguib, sin in-
mutarse, pega‘do a 10s palos. Pasaron la prirnera curva,
Ee acercaron a la segunda, tomaron posiciones para la
recta final. S610 entonces comenzd “Gonzhlez” a acor-
tar la distancia que lo separab’a del grupo. Hidalgo no
usaba el latigo: todo era movimiento de las manos y
las riendas. El pzlbllco tuvo la impresi6n de que ‘‘Gon-
zalez” venia entrando a velocidad increrble. Era ilusi6n
dptioa, por Supuesto, ya que s610 alcanzaba y pasaba a
10s caballos que se rendian, cansadas. De 10s punteros
lleg6 a cuatro cuerpos. Pero, aun asi, ocup6 el cuarto
puesto, y esto nos vali6 un premio de cuatrocientos
cincuenta ddlares, que nos sirvieron para pagar deudas
contraidas esas semanas. Despu6s de la carrera 10s
entendidos y aficionados se quedaron comentando.
“Gonz&lez” entr6 a la carrera como tercer favorito,
siete a dos, cosa inaudita tratandose de un caballo que
no habia logrado ganar ni siquiera en cornpetencia
con 10s inservibles del hipddromo y que hoy corrfa con-
tra adversarios de muy superior calidad. Algo raro
habfa sucedido en Tanforan. Lo decian 10s carreristas,
lo pensaban 10s preparadores, 10s jinetes y, especial-
mente, 10s jueces. &Ded6nde sali6 todo ese dinero apos-
tad0 a “Gonzfilez”? qui! se habia preparado? LPor qui!
fa116? .
-1dioteces -dijo Hidalgo a quienes le pregunta-
ban-. LPor qui! apostaron a “Gonzalez”? &Forqu6 les
iba a ganar a caballos que todos saben que son mejores
que el?
-&Y por qui! lo metieron en esta carrera entonces?
-Porque no queremos que nos quiten a1 caballo
‘en una carrera de reclamo. Nos hemos encarifiado con
el. Lo vamos a seguir corriendo asi hasta que nos ga-
161
COpaS.-ll
nemos un tercer puesto. Nada mgs. Es todo lo que
queremos. L N cierto,
~ ifior?
-Clara, pus A e c i a yo por decir algo.
Todo habria marchado de acuerdo con 10s planes,
si no hubiera sido por un animal que provoc6 un inci-
dente. Hidalgo y Mr. Hamburguer estaban desensillan-
do a1 caballo, cuando pas6 cerca de nosotros el prepa-
rador ese que le seguia 10s entrenamientos a “GonzB-
lez”. A1 ver a Hidalgo se detuvo. Acerc6se con cara
enigmatica, la boca un tanto abierta y la barbilla tem-
blorosa. Se meti6 la mano ten una bolsa del abrigo y
sac6 un puiiado de boletos.
-iToma! Son of a bitch! --aullb, tirkndole 10s bo-
letos a Hidalgo en la cara.
Todo el mundo repar6 en lo que sucedia. Corrie-
ron 10s mozos del hip6dromo y Mr. Hamburguer tom6
a Hidalgo de 10s brazos. Pero si esperaban que mi com-
patriota iba a reaccionar violentamente, se equivoca-
ron. Hidalgo mir6 a su atacante con una sonrisa bur-
lona en 10s labios y Iescupib.
-+a que soi huev6n - d i j o .
To solte la rim; 10s mexicanos tambiCn rieron a
carcaj adas.
-LSer& baboso? Mire -afiadi6 Hidalgo, recoden-
do un boleto del suelo-, de a diez d62ares; mire cuan-
tos boletos. L e habra jugado un barril de plata. GQuiCn
lo manda? Todo porque le tom6 el tiempo en un entre-
namiento. Todavia no sabe ‘el manso huev6n que una
cosa es en entrenamiento y otra cosa es con guitarra.
Y despues me echan la culpa a mi.
El otro se habia alej ado mascullando maldiciones.
Mr. Hamburguer le siguid con la vista y, sonriendo bea-
tificamente, explicaba lo sucedido a todo el que queria
ofrle. 1 1

-Se equivocd el pobrecito -decfa-; el otro dia


habia mucha neblina en la cancha. Le tom6 el tiempo
a nuestro caballo cuando partia en un entrenamiento
d>euna milla. Lo perdi6 en la neblina y par8 el reloj
cuando llegaba el crack “Bolero” a la meta, que tam-
bien es blanco. Con raz6n crey6 que teniamos un cam-
pe6n de tapada. iPobrecito!
I62
Sea como fuere, el San Francisco Chronicte dijo a1
dia siguiente:
La gran noticia hipica la constituye c‘GonnX&lenX”,
un caballo de obscuros antecedentes, cuyos duefios h a n
sorprmdido a todo el mundo inscribigndolo e n el San
Felipe Handicap, a correrse el prbximo viernes e n Tan-
foran. Ayer, e n una carrera de tres cuartos de milla,
contra adversarios de cierto prestigio, “ G ~ n x d l &vino
~~
de atrds como un C i C l d n . Es evidente que necesita mlEs
distancia. E n las cuadras se decia ayer que se lo corrian
a fija. iOj0 con el blanCO! N o seria el primer cas0 d e
un chiripaxo e n carrera de campeones.
No seria el primer caso, pero de todos 10s que yo
conozco, fue, #enrealidad, e l mas absolutamente fan-
tastico. Como se vera.

163
Caballo de copas, caballo de trizcnfo
,
,

A NOTICIA de que “Gonz&lez”correria en el c l b i -


co de San Felipe, ad’ernhs de causar conternacih, fue
recibida con gran variedad de chistes groseros. Mr.
Hamburguer, Hidalgo y yo, sentados en el cafe de la
calk Market, ofamos todas las opiniones, sin dar mues-
tras de amilanarnos. Una noche se reuni6 alrededor
de nuestra mesa un grupo crecido de carreristas. Ad-
verti rostros que no conocia, gente que se acercaba a
la voz de qume alguien tramaba un golpe espectacular
en Tanforan.
-Ustedes me perdonarsn 4 i j o un viejeeito pe-
quefio, sin dientes, que llegd hasta la mesa equilibran-
do en sus manos temblonas una taza de cafe y una
marraqueta-, per0 yo creo que el caballo de ustedes no
puede ganar. Es decir, no puede ganar a menos que
todos 10s otros caballos se caigan muertos antes de
llegar a la meta.
Me cayeron bien qu seriedad de niflito, su traje azul
y su sombrero pegado a la coronilla como halo be san-
to. Pestafieaba como muiieco, guiiiando 10s ojillos ce-
lestes y moviendo 10s labios a destiempo con las pa-
l’abras.
-Mire, abuelo --le dijo el mate-, todos 10s ca-
ballos no se caen muertos e n una carrera. No todos,
pero si podrian Caerse muertos varios. Digamos todos
menos tres, contando a “Gonz&lez”entre 10s vivos. Asf
164
es que usted le juega a “Gonzalez” de tercero y va se-
guro. Segurisimo.
Kidalgo, con sus ojos de lince entrecerrados, daba
muestras de cavilar profundamente . Mr . Hamburguer
repiqueteaba con las ufias sobre la mesa.
-Bueno, no es m h que una opinion, sefiores -
dijo el viejecito-; no hay que ofenderse. iQu6 lastima
que no sean perros 10s que corren con “Gonzalez”!
-&Perros?
-Si, galgos.. . Es facilisimo arreglarlos antes de
la carrera. Si usted quiere que su perro pierda, le da
un kilo de municiones con la comida. LSe imagina co-
mo v a a correr con la guata arrastrandole por el suelo?
-En Florida usan otro metodo. Les agarran las
patas. ..
La conversacion vers6 durante largo rato sobre
perros; luego se habld de jai-alai, y mas tarde, muy
tarde, volvio a 10s caballos. Hidalgo hablaba con una
fe absoluta ten el triunfo de “Gonzalez”. Me extrafio
que no mantuviera silencio, sino que, por el contrario,
se esforzara en convencer a esa gente que debian apos-
tarle a nuestro caballo.
-No puede perder -ramnaba-; yo he visto a to-
dos 10s que corren contra el. Miren. Hay que dexartar
a las vacas primero. Este y ‘este y este no tienen chan-
ce. -Les ponia una tgran cruz negra en la pagina de
periodic0 que estudifibamos extendida como un mapa
sobre toda la mesa-. Nos quedan “Mafosta”, “On
Trust”, “Vino Fino”, “Fair Truckle” y “Adrogue”. Des-
cartemos a “Fair Truckle”. Las yeguas no pueden con-
tra 10s potros en larga distancia. Tendra mucha velo-
cidad, concedido, per0 para este tip0 de carrera se
necesita iieque, y ella no lo tiene. Pa fuera “Fair Truc-
kle”. “Vino Fino” es caballo de circo. Yo lo vi correr
hasta por mil seiscientos dolares. Seria un milagro. Pa
fuera. Quedan “Mafosta”, “On Trust” y “Adrogue”.
Este caballo -decia con un suspiro, casi acostado en-
cima de la mesa-, =%e caballito es jodido, le tengo
rniedo.. .
-d“Adrogue”?
-Si, pues, es la incbgnita. Corre de atr&. Tiene
165

.
harto iieque, per0 no gana, no gana nunca. Llega ter-
cero, segundo, per0 no gana. Es intitil. Puede suceder,
per0 me tinca que no va a ser esta vez. La carrera esta
entonoes entre “On Trust”, “Mafosta” y “Gonzalez”.
La concurrencia le contemplaba con tamafios ojos,
en profundo silencio, como si estuviera predicando el
evangeiio. Despues de cobrar un ganador, Hidalgo siem-
pre decia, refiriendose a 10s perdedores: “No lestudian
y quieren pasar”. . . En Nesos instantes se sentfa un te6-
rico de la hipica, un iluminado. Y o le veia crecer, con
su cara tragica pegada en un plato y cruzada de tene-
dores y cuchillos, igual que un escudo de armas. A esa
hora las luces de la cafeteria adoptaban un extra50
resplandor purpurino. La pie1 se volvia cenicienta, aun
en 10s pechos y 10s brazos de las sirvientas, y 10s ojos
se enturbiaban con tonalidades malsanas. Frente a la
vidriera de 10s pasteles habia una fila de individuos
esperando. Algunos eran marineros; las mangas de sus
chaquetones azules apenas les cubrian las muiiecas, y
dejaban colgar las manos, rojas de frio, exanimes, co-
mo bolsas; otros eran soldados de rostros campesinos,
de sonrosadas rnejillas, torpes y timidos; o estibadores
de gesto agrio, la gorra blanca sobre el ojo, la chaqueta
de cuero abierta, 10s pantalones de pana metidos ten
las botas; algunos meran conductores de tranvia; per0
la mayoria eran viejos vagabundos vestidos de negro,
chatos y sucios, con las manos negras y peludas, y las
orejas moradas. hstos viejos producian a1 andar extra-
fios ruidos, provenientes, acaso, de 10s papeles que se
ponian debajo de la camisa 0 dentro de 10s zapatos.
Tenian la mirada abstraida de 10s hambrientos, per0
si uno 10s observaba con atencion, respondian a la mi-
rada de inmediato, listos a cualquier proposici6n cri-
minal que significara ganancia. Daban asco, sorbiendo
a tragos cortos y moqueando adentro de las tazas.
La voz de Hidalgo llegaba vibrando con la campa-
nilla de un tranvia. Debatiame entre el inter& de oirb
y la tentacion de dormir, vencido por el cansancio y la
monotonia. Afuera, el viento formaba remolinos de pa-
peles, y desde 10s zaguanes de 10s edificios comerciales

166
nos miraban 10s vendedores de peribdicos, temblando
de frio.
-.. .“On Trusit” lleva muoho peso. Con cienb
treinta libras no gana nadie; llegara tercero. Acuer-
dense de lo que digo. Quedan “Mafosta” y “Gonzalez”.
Estos dos van a llegar separados por una nariz, y cOmO
la nariz de “Gonzalez” es borbonica, ganamos nosotros.
En oratorias y conciliabulos nocturnos pas6 el
tiempo, hasta que lkgo el dia de la gran carrera. &Sera
necesario decir \que yo vivia en trance, que hablaba de
“Gonzalez” dia y noche, que sodaba con fabulosas vic-
torias; que Mercedes no me soportaba ya cuando, apre-
miada y nerviosa, venia a verme a mi departamento,
y, en vez de caricias y dukes palabras, yo no le ofrecfa
sin0 tiempos dte millas y genealogias de caballos?
El dia de la carrera, Eidalgo vino a buscarms al-
rededor de las once de la mafiana. Me sac6 a firones
de ia cama, levant6 las persianas y dej6 que el sol
se derramara sobre 10s montonles de ropa en las sillas,
sobre 10s platos sucios y 10s ceniceros apestosos e inun-
dados de‘ colillas.
-Ya esta. Lleg6 el momento solemne. No te hagas
el pesado. Levantate, por la cresta. LSabes lo que va-
mos a hacer?
Y o lo miraba arrugando los‘ojos y lo veia m&s chi-
quito y mas moreno que nunca, con su boca fruncida
por la emoci6n.
-No, no s6. &Quevamos a hacer?
Caminando a tientas, en calzoncillos, fui por el ba-
fio y despues a la cocina a calentar el cafe. Hidalgo
rebosaba optimismo.
-Nos vamos a ir a1 Cerrito, a1 otro lado de la ba-
hia. Alli haremos nuestras apuestas.
-&A1 Cerrito? i Y para que? -le pregunte, mien-
Eras buscaba 10s calcetines debajo de la cama, pues
sentia que el frio del lin6leo se me pegaba como un
sapo a las plantas de 10s pies-. iPor que no aposta-
mos en el hip6dromo?
-No seas bruto. En el hipddromo apuesta toda la
genk. Si nosotros apostamos alli rtambien, 10s dividen-
dos van a bajar. Capaz que “Gonzalez” resulte favorito.
-No me hagas reir. LY ta Crees que lo que nos-
otros vamos a apostar le ibajaria 10s dividendos a
“GonzBlez”?
-Todo menta, y, adem&, la gente se pone sospe-
chosa si ve aparecer una tendencia en las apuestas
muy temprano. Contimh que toda la gallada d e 10s
establos ya sabe el dato. Vieras c6mo ha cundido la
copucha.. . Hasta 10s gatos le van a apostar a “Gon-
ZBlez”. Per0 tti y yo, mister Hamburguer, el Cuate, Ju-
lian y el Cowboy le apostaremos en el Cerrito.
He ahi un antro que no formaba parte aan de mi
caudal. El Cerrito resulta inolvidable, no por sus vir-
tudes ni por sus bellezas civicas, que si las tiene, sino
por una rareza de caracter legal que le da a1 pueble-
cillo una fisonomia y una reputacidn en extremo cu-
riosas. Hay en el Cerrito una zona que no pertenwe
Iegalmente a ninguna ciudad. Es el dugar de nadie. Por
inexplicables circunstancias, qued6 (esa zona sin ser
incorporada n i a Berkeley, ni a Richmond, ni a Al-
bany. Por lo tanto, ningan organisno gubernamental
de ninguna clase ejerce alli autoridad. Ni la policia, ni
10s bomberos, ni el juzgado. Cuando alguien comete un
delito y se llama a la policfa de alguna de las ciudades .
vecinas, conkstan que lo sienten mucho, per0 que esos
predios no estBn .en su jurisdicci6n. Si una casa se esta
incendiando, entr’e llamaradas y rogativas, cuando al-
guna compafiia se resigna a ir, de la casa no quedan
mas que 10s cimientos. Reina en esta zona, como se
comprendera, la libertad m& ca6tica.
Mr. Hamburguer, que guiaba el autombvil, llevaba
a su lado a Julian y a1 Cuate. En el asiento de atrBs
ibamos el Cowboy, Hidalgo y yo. Era una maiiana es-
plendorosa, azul y blanca, sin nubes, cruzada apenas
por una brisa suave, que parecia peinar el lomo verde
del mar y llevar su lustre a 10s metales rojos del puente
y de alli a 10s edificios grises de la bahia. Nitidamente
aparecfan 1% colinas de Berkeley y Oakland, el hongo
granate del ciclotr6n, la torre del Tribune, hasta cuya
misma base se extendian las ramificaciones del puente.
Mr. Hamburguer pas6 largo tiempo recorrieiido el Ce-
rrito, como si, inseguro de la direcci6n, buscara a l g a
168
,

I
indicia que le sirviera de guia. Pasaba y volvia a pasar
frente a una taberna, en cuya puerta colgaba un rotulo
con el nombre de “The Wagon Wheel”. Algo no recibia
su aprobacion, a l g u detalle que yo no captaba.
-Ahora 4 i j o el Cuate-, jahora!
-No hay moros ,en la costa. iAhora, ifior, aptmse!
Mr. Hamburguer freno el auto cerca de la taberna,
retrocedio y, con una rapida maniobra, se metio por
un garage de apariencia insignificante. Una gruesa
puerta de vigas cruzadas se abrio, y un hombre de
chaqueta blanca nos dio la pasada despues de inspec-
cionarnos a vuelo de pajaro. De pronto nos encontra-
mos en u n gran solar donde habia una docena de au-
tomoviles estacionados y donde numerosos grupos de
gentes conversaban, agitando periddicos y pequefios
trozos de papel. Los rostros eran serios, apesadumbra-
dos; las alas de 10s sombreros obscuros les ocultaban
10s ojos. Hablaban en voces apagadas y gesticulaban
con exageracion. Sentados en el suelo, dos ancianos y
una muj er gordisima fumaban en silencio, mirandose
10s zapatos. A1 fondo del solar se veia una paerta. El
hombre de la chaqueta blanca mantenia alli su guar-
dia. Un cigarro habano, todo nordido y mojado, le
colgaba del labio, cubriendole el pecho de ceniza. Desde
ahi nos hizo sefias con 10s ojos. Caminamos abriendo-
nos paso con dificultad. Llegamos a la puerta, y Mr.
Hamburguer se adelanto, saludando amigablemente al
de guardia.
-Adelante 4 i j o &be, observandonos con ojo
.
crit ico
Cuando pasaba Julian, el hombre le detuvo, PO-
niendole su mano pesada y dura contra el pecho.
--iQue edad tienes? -le preguntb.
Julian se pus0 palido y no atin6 a responder.
--iQuien, este? -interpus0 el Cuate, que se habia
quedado atras.
-Si, e&. Bien saben que no deben traer aquf me-
nores de edad. LCuantos afios tienes?
-No sea chistoso 4 i j o el Cuate-. Julian tiene
treinta afios. LVerdad, Julian?
169
Mr. Hamburguer se acerc6 y, sin decir nada, le
pus0 un billete en la bolsa a1 hombre.
-&Verdad que tienes treinta afios?
-Si, sefior, treinta afios -repiti6 Julian, que s610
1
tenia catorce. t
-Ya ve, dejelo pasar. Tiene treinta afios y es den-
tista. LVerdad que sos dentista?
-Pasen, pues --dijo el otro, mirando para otro
lado.
Entramos a una atmbfera negra de humo y he-
dionda a patas y a sudor. No distingui m& que som-
bras. Acaso un centenar, acaso m&s, en una especie de
zagdan de reducidas proporciones. Todo un lado de la
pared estaba cubierto de pizarras. Un hombre, subido
en un andamio, escribia con tiza 10s nombres de 10s
caballos, la carrera en que participaban, el hip6dromo
en que corrian; escribia 10s Fesultados que iban Ile-
gando por radio, anunciados por una voz de sapo. En
el otro lado de la habitaci6n estaban las ventanillas
donde se recibian las apuestas. Formamos una fila,
con Mr. Hamburguer a la cabeza. Yo me sentia apri-
sionado en el medio. Por mks esfuerms que hacia, no
lograba distinguir rostros. Oia voces, sentia alientos,
roces de mujeres y hombres, que se pegaban como ani-
males obstinados y ansiosos; vela a traves del humo
la figura del hombrecillo en 61 andamio. Una gran
rnasa humana, pegajosa, ciega, me estrechaba y hun-
dia, robandome el aliento.
-& . . .y si la policia llegara? -of a Julian pregun-
tandole a1 Cuate.
-&Que policia? No hay policias POP aquf, y si 10s
hubiera, estarian comprados para no molestar. . . Mira
la pizarra. iQue pais Cste! Mira, ahi estan 10s resul-
tados d e cuanto hip6dromo existe en 10s cuatro puntos
cardinales. Si quieres, le puedes apostar a un caballo
que corre en el Congo.
-No hay carreras en el Congo. :. LPero si vinie-
ran, asi como en las peliculas, en camiones y con si-
renas y fotografos? Porque esto es prohibido. Nos Ile-
.
varian a todos.. A mi no me Cogen vivo, Cuate; yo me
les escabullo.
170
Desde adelante de la fila se oia:
--“Gonzalez”, septima carrera en Tanforan. cln-
cuenta dolares a ganador.
--“Gonzalez”, septima carrera en Tanforan, quin-
ce d6lares a ganador y quince a place.. .
-“Gonzhlez”, sCptima carrera en. . .
“GonzBlez”, “Gonzalez”, “Gonzalez”. El nombre se
iba repitiendo Como una consigna. Le lleg6 el turn0 a1
Cowboy.
--“Gonz$lez”, septima carrera en Tanforan, qui-
nientos d6lares a ganador.
La voz del Cowboy, llena de esa resonancia del que
habla rara vez y que cuando habla no sabe controlar
sus tonos, atrajo toda la atenci6n de la muchedumbre.
Se produjo un silencio jextrafio. Podian escucharse (elco-
rrer de la tiza sobre la pizarra y 10s resoplidos de sapo
en el altoparlante. Be adivinaba que todas esas som-
bras amorfas, hediondas, envueltas en humo, habfan
vuelto la cara hacia nuestra fila y aguardaban inquie-
tos, desconcertados.
-&%anto? -pregunt6 el cajero.
-“GonzBlez”, septima carrera en Tanforan, qui-
nientos d6lares a ganador -repiti6 el Cowboy, y ru-
bric6 la apuesta con un elefantihsico eructo.
Se not6 una repentina conmoci6n, voces sordas,
arrastrar de pies en el suelo, sonajera de papeles, gri-
tos, insultos, toses y lamentos. 8 e vino un trope1 a las
ventanillas.
-iHuev6n! -gritaba Hidalgo-, jquiCn le manda
gritar su apuesta! &Que no ves como se vienen todos?
Todos quieren apostar a “Gonzhlez” ahora.
Mayor revuelo se habia armado d e t r a de las ven-
tanillas. Los gangsters de baja categoria que recibian
1 s apuestas desaparecieron y regresaron acompadados
de sus jefes. Something is cooking, decian. ~ Q u 6pasa?
iQue pasa? L“Gonzalez”? 6QuiBn zes “Gonzalez”? Pero
nuestra fila avanzaba y repetia implacable: “Gonza-
lez”, septima carrera en Tanforan.. .” Pronto no se
OY6 sino una voz en todo el recinto: “Gonzalez”. Co-
rrian las sombras y se metian por 10s rincones, re-
uniendo dinero, como ratones que amontonan mendru-
171
gos. Salian, entraban. Una y otra vez resonaba el mismo
sonsonete: “Gonzalez”, septima carrera. .. Lleg6me el
turno.
.
-“Gonz&lez”. . -empece a decir.
--Ya, ya, y a se. LCuanto?
-Veinte d6lares a ganador y veinte d6lares a place.
Escribi6 el otro la apuesta en un gran libro de
contabilidad, anot6 mis iniciales y be quedd mascu-
llando. Cuando saliamos y nos disponiamos y a a subir
a1 automovil, cinco gangsters rodearon a Mr. Hambur-
guer. Se lo llevaron rapidamente y desaparecieron con
61 detrh de la cortina de humo del garito.
-No se asusten 4 i j o el Cowboy-, s610 quieren
saber de que se trata. Estos no se meten en lios, quiero
decir, en 110s de poca monta.
A1 poco rat0 regres6 Mr. Hamburguer. Su cara pla-
cida y regordeta era la expresibn misma de la beatitud.
Se sent6 d e t r h del volante, arranc6 el motor, manio-
br6 con toda pericia y sali6 lentamente. El de la cha-
queta blanca nos miraba con gesto asesino.
-&Quihubole? -dijo el Cuate-, &queno les gust6
“Gonzhlez”?
-Bonita torta les dejamos -respondid Mr. Ham-
burguer-; no hay nadie all1 que no le haya apostado
a “Gonzalez”.
-LY si no pagan? -pregunt6 Julian.
-Calma 4 j o Mr. Hamburguer-; en primer lu-
gar, ni sabemos si “Gonzalez” va a ganar. Si pierde,
10s cartilleros haran una fortuna. Nos habran dexue-
rado a todos.
-Si, per0 LY si gana? LSe van a tragar la p6rdida?
Tendrian que ser muy brutos.
-Uta gente siempre paga. Son m u de confiar que
el Banco de Londres.
-Usted exagera.
-A ellos no les convienen 10s l€os. La policia 10s
Ueja operar mientras pagan su qoima y no arman pe-
loteras que molesten al vecindario. Ellos no quieren lios
con la policia n i con nadie. Por eso siempre pagan.
Per0 no pierden nunca.
-Y eso cbmo.. .
172
-Sencillamente llevan el dinero que nosotros apos-
tamos a1 hlpbdromo y se lo meten a “Gonzklez”. ..
-Entonces no nos sirvid de nada venir a apostar
aqui; 10s dividendos bajarkn all& de todas maneras.
--Exactamente -continub Mr. Hamburguer-; por
desgracia, provocamos demasiado esckndalo. Ellos se
van a llevar el dinero a Tanforan. Si ‘LGonzBlez”gana,
se han cubierto muy bien: pagan con dinero del hip&
dromo. No hay pCrdida. Si “Gonzklez” pierde, han per-
dido el dinero nuestro, no el de ellos. Dejan de ganar,
pero no pierden. Esta es una medida de emergencia,
para casos como el de hoy, que no entiendm por que
ni saben a que atenerse. Lo dnico que querian saber
es si el duefio se corria una fija con “GonzBlez”. Les
tuve que decir que 10s duefios Cramos nosotros. Partie-
ron de inmediato a Tanforan a cubrirse. Y eso no es
todo; por su cuenta le van a meter otros dbiares en el
negocio de otra banda de cartilleros. Por si acaso.
A1 llegar a Tanforan nos fuimos directamente a
)as caballerizas. “GonzBlez” hacia la siesta. Nos sen-
tamos todos alrededor de su pesebrera. El Cuate y Ju-
likn en el suelo, Mr. Hamburger, Hidalgo y yo sobre
el fondo de unos baldes, mientras que el Gowboy per-
manecia en cuclillas. Pronto llegaron otros personajes;
venian desde 10s establos: aprendices, mozos, uno que
otro preparador. Se conversaba como e n el camarin
de un boxeador antes be la pelea por el campeonato.
-~Cbmo est& el caballo? -preguntb un desco-
mo$ido.
-No se ha visto mejor en su vkda -respondib Mr.
Hamburguer-; listo, como una navaja.
-Entonces, ~ g a n a r k ?
-LQuiBn sabe? Son muy buenos sus contrincnn-
tes, per0 nuestro caballo tiene mucho m8s corazbn.
--iValdrk la pena echarle un par a ganadores?
-M&s le vamos a echar nosotros. Per0 usted sa-
br&. En carreras no hay nada seguro.
-iPor la cresta! -exclam6 Hidalgo-, es ahora o
nunca. Si no la hacemos ahora, huachito, seria el colmo
de la mala pata. +Me habia agarrado el brazo y me
lo apretaba con furia.
173
-No te desahogues conmigo; ya te montaras en
“Gonzhlez”.
Hidalgo era una mezcla de calma absduta y de
ansiedad f ebril, preso entre dos condiciones irreconci-
liables. Fumaba cigarrillo tras cigarrillo, enterraba 10s
tacones de las botas en el lodo y escupia. Luego se que-
daba abstrafdo mirando un punto lejano y su rostro
se iba soltando lentamente, hasta alcanzar una lumi-
nosidad candorosa.
-Sock -me dijo-, &te acuerdas de una vez que
hablamos de una playita en Mejillones o Tocopilla,
donde yo quiero hacer mi negocio de pesca, donde me
gustaba tirarme de guata y oler la arena y 10s cho-
ros?. . . En eso estoy pensando ahora. Debe ser prima-
vera. Hace un calor seco y no hay una nube en el cielo.
Te metes a1 agua y la espuma t e hace cosqgillas en el
peoho, en 10s sobacos, en las verijas. El Zgua esta fria,
pero sabrosa; te toea y t e unta como con sal y yodo;
sientes que t e aprietan el cuerpo. No se ve un alma
por ninguna parte. A lo sumo un quiltro. Estoy solo,
solo y metido en el mar como dedo metido en una bo-
tella verde. iTe das cuenta? Vacio absolute, y una
calma, una serenidad. El cielo est& encimita y el co-
chayuyo te cuelga del cuello y se te enrosca en 10s
brazos. De repente te bada la cara una ola, y es como
si te hubiesen echado un jarro de gloriado con todo el
vino tinto y toda la fruta helada. No te puedo explicar
en palabras. -Se mordia las uiias, botaba un pucho
y guifiaba 10s ojos, palido, serio-. Y t u &quepensai?
“&Ganar&“Gonzalez”?”, quise decir; pero vi que
Hidalgo hacia lo posible por desentenderse de lo que
ocurria esa tarde.
-En estos casos es mejor no pensar. Quando yo
voy a una prueba --le dije-, .a una prueba que se que
resultara jodida, de cualquier clase, yo no pienso; en-
tro a1 peligro de perfil, le pongo el hombro con todos
10s sentidos alertos, per0 sin pensar. No falla. Es en-
tonces cuando veo 10s ases en el naipe y 10s ganadores
en las carreras. Si reflexionara estarfa perdido, se va
el toque magico. Hay que entrarle a la suerte como
una daga, de punta y hasta la cacha. Sin pensar.
174
Hidalgo guard6 silencio un rat0 y luego me pre-
gun t6 :
-LY ahora? LSientes que ganaremos?
La verdad era que en ese sexto sentido de tabor
que Dios me h a dado habia una extrafia y confusa
sensacibn. Me parecia que iba a cobrar. Si, de eso no
cabia duda. Per0 no sentia que ibamos a ganar. Algo
no encajaba bien, algo muy sutil, indefinible.
-+Para que te voy a mentir? -respondi-. Es co-
mo siempre. Si siento algo, no s6 c6mo podria expli-
ckrtelo; es cuesti6n.. .
-iPUChW, que par d e iluminados! -exclam6
Hidalgo.
-De eso se trata aquf, Hidalgo; las carreras son
para 10s iluminados. LQuibn m&s podria entenderse con
10s caballos?
Lleg6 la hora fatidica. Se march6 Hidalgo porque
debia ir a vestirse a la sala de 10s jineks. Mr. Ham-
burguer sac6 a “GonzBlez” de la pesebrera y se lo en-
treg6 a JuliBn para que lo guiara hasta el paddock. Me
despedf del Guate y del Cowboy, y me encamin6 con
Mr. Hamburguer hacia la cancha. Las piernas me tern-
blaban y se me habia secado la garganta hasta el ex-
tremo de que no lograba sacar la voz. “Gonzalez”, en
carnbio, parecia demasiado tranquilo. Mr. Hamburguer,
que acaso adivin6 mis temores, dijo:
-Los caballos engafian, 5610 10s tOntOS creen que
el caballo m6.s saltarin es el ganador de la carrera. Yo
he visto caballos dando brincos como si fueran el ‘epi-
tome de la energia, y despu6s de un cUart0 de milla
necesitaban muletas para caminar. No, >esono tiene
nada que ver; cuando sea el momento de correr, y a
VerBs c6mo “GonzBlez” resucita. .
“GonzBlez”, con las cuatro patas clavadas en el
suelo, parecia a punto de dormirse; levantaba de vez
en cuando la cabeza y me miraba de reojo. Casi mle
guifiaba para darme Bnimos. Un mhculo de la pierna
6e contraia y temblaba, por all&lejos, cerca del anca,
un gran trozo de piel; ‘era como agua tocada apenas
POr un aleteo d e moscardbn. La cola daba un brochazo
en el aire. A pocos minutos de entrar a la prueba de
175
fuego, con el destino suyo y el nuestro en la balanza,
bajo la mirada de veinte mil personas que lo conside-
raban un bruto y como bruto lo tratarian, “Gonz&lez”
parecid despertar y desplegd entonces un temple de la
m9s fina ley. ESeria posible? EEra, en verdad, un cam-
pedn, un aut6ntico campedn? Aquellas miradas le es-
t a b m comparando a sus adversarios, y “GonzBlez”,bien
badado, bien peinado, lustroso y brillante el pelaje, la
cola blanca como noble melena de poeta, la mirada
slibitamente alerta, las orejas alzadas como antenas, se
veia tranquilamente orgulloso de su prestancia criolla.
Nada tenla que envidiar a 10s ases rubios y morenos.
Poco a poco, esa confianza suya, esa thcita conciencia
de su superioridad empezd tambiCn a invadirme, y
pude contemplar sereno la perspectiva de lo clue guar-
daba el destino para nosotros esa tarde. Llegaron 10s
j in etes.
Johnny Longden, el famoso Longden, entrd a pa-
sitos de nifio, con su hociquito de perro y la cara arru-
gada, despreciativo y paternal a la vez, seguro de su
maestrfa y respaldado por una fortuna de milIones de
ddlares. Detr&s venfa Glisson, la gorra echada para
atr9s, mascando chicle, sonriendo despreocupado; Wes-
trope, con su boca ancha de payaso y su mirada equi-
voca; Shoemaker, el Silencioso, 10s labios ligeramente
abiertos bajo la presidn de una plancha de dientes
descmunal, 10s ojos orientales minlhsculos, todo 61 he-
cho ‘de acero; Adams, cuadrado y cabezdn como enano
de 10s cuentos de hadas; Willy Fry,el diminuto indio,
una miniatura de hombre, con el pot0 parado y la pun-
ta de 10s pies para adentro; Neves, el portugu&, re-
concentrado e impenetrable, que murid una vez en una
cafda y resucitd horas m9s tarde. Hidalgo no desento-
naba con su vestido negro y rojo, cruzada la cara por
honda cicatriz, 10s ojos obscuros y brillantes. Desde que
llegd a1 paddock no abrid la boca. Era todo fuerza y
resolucidn, la mirada fija en “Gonz9lez”.
El director dio una seiial, y, a la voz de “Riders up”,
montaron 10s jinetes y salieron en fila hacia !a pista.
-Adids, huachito -le grit6 a Hidalgo-; ibuena
suerte!
176
-iBuena suerte! --le grit6 Mr. Hamburguer.
Hidalgo no se volvi6 ya a mirarnos. En 10s O j O s le
vi que habfa dejado nuestro mundo y entraba de lleno
a otro de lucha cruel y violenta.
-iNO t e rajes, mano! -le grit6 el Cuate desde
alguna parte, escondido por 1% muchedumbre.
Afwra, frente a1 tab1ero que anunciaba las apues-
tas, 1Mr. Hamburguer me dijo:
-iTreinta a uno! Es increible. Per0 me lo imaqi-
naba; nadie le ve chance. Le han jugado s610 10s ilu-
sos, la colonia y 10s cartilleros del Cerrito. Sus compa-
triotas no tienen mucho dinero. e-

-iTreinta a uno! Si gana nos hacennos ricos.


“GonzBlez” desplegaba todas las mafias y poses que
lo habian hecho famoso. De slkbito resucitaba y decidia
aprovechar hasta la iiltima ocasibn. Hacia sus pasos
de rumba y de mambo, sacudia con aires regios la cola
flotante, asentfa con la cabeza en direcci6n a 10s ca-
rreristas que lo observaban junto a las rejas y baran-
das d e la galeria, y era obvio que les decia: “Jueguen-
me, animales; juCguenme, por favorcito, &noven que
voy a ganar?” Per0 todo era inlktil, iya lo conocfan!
Nadie le prestaba atencidn. Los aposkadores permane-
cfan indiferentes a su mensaje y buscaban otros signos
misteriosos, otros galopes m&s elegantes y seductores,
otros jinetes de mayor nombradia que el siniestro pe-
tiso chileno. “Gonz&lez” entrd a, la pista como un ba-
tatazo y no habfa cambiado su condici6n cuando le
metieron a1 caj6n automhtico de la partida.
Yo apenas podia respirar de la nerviosidad; 10s
anteojos de larga vista temblaban en mis mznos, gol-
peandome la frente y la nariz. No conseguia enfocarlos,
cuando a mis espaldas son6 un rugido tremendo:
“iPartieron!” En esos segundos debieron de salirme ca-
nas y arrugas en la cara, y si no me salieron fue por-
que estas cosas 2,610 suceden en 10s cuentos. “GonzB-
lez” llevaba el niimero 3. Lo vi salir rriuy alerto y luego
acercarse con gran tino a 10s palos. A1 pasar frente
a la galeria por primera vez, “Gonz&lez”ibs iiltimo, a
unos doce cuerpos, mAs o menos, del PUnteB3. Ni el
caballo ni el jinete daban muestras de inquietarse. Con
mis bin6culos crei captar la decisi6n sobrehumana que
se dibujaba en las facciones de Hidalgo. La gorra roja,
metida hasta las orejas, daba la impresidn de ser una
gran mancha de sangre sobre su rostro phlido. “Gsn-
zhlez” iba perfectamente posesionado de su papel: ga-
lopaba con gracia y soltura, y la tierra espesa se des-
hacia en nubes bajo s u s cascos. Le envolvia un halo
dorado, hecho de luz y de polvo, que aumentaba el
resplandor de su figura blanca. Llevaba la cabeza la-
deada bajo la presidn de las manos de Hidalgo, que
habia acortado las riendas con un nudo enorme y le
manfxmia frenado. En la recta lejana, Hidalgo, para
poder sujetar a su caballo, hacia descansar todo el
peso de su cuerpo en 10s estribos, levantando 10s pies
y echhndose casi de espaldas sobre la silla. Parecia 61
mismo un animal porfiado resisti&ndose en sus patas
traseras.
-Lo lleva agarrado -dije en voz alta, que traicio-
nb mi optimismo.
-Si, agarrado lo lleva -respondi6 Mr. Hambur-
guer-; pero ‘eso no quiere decir nada. Sujetarlo no es
el problema. Hacerlo correr cuando la verdadera ca-
rrera empiece, eso es otra cosa.. .
“Fair Truckle”, una yegua enorme, rubia y de an-
cas muy finas, iba corriendo en punta, conducida por
las manos sabias de Longden. Llevaba dos cuerpos de
ventaja. Caballejos livianos y de tiro corto que eran
inscritos en el clhsico, como “GonzBlez”, por si acaso,
avanzaban y le peleaban la punta unos instantes, pero
descorazonados, en seguida, se rendian y’ no volvian
ya a amenazar. “Fair Truckle” se 10s quitaba de encima
con un colazo, como si fueran mosquitos molestos per0 ,
inofensivos. Est0 no me sorprendia. La yegua era d.e
las mBs veloces en California. Per0 se cansaria a1 en-
trar a tierra derecha. No se puede sostener un tren tan
rBpido si durante la carrera existe la presidn constante
d e vhrios contendientes igualmente veloces que se tur-
nan en forzar el paso del puntero. Lo que si me angus-
tiaba era el hecho de que la montase Longden. Jamhs
he visto un jinete que corriendo en punta pudiera, en
178
cas0 de emergencia, echar mano de tantos recurs08
imprevistos y casi milagrosos. Nunca corria demasiado
junto a 10s palos; a1 entrar a la recta final, si notaba
que alguien trataba de escabullirse por dentro, se ce-
rraba de inmediato y ponia la cola de su caballo en
la nariz del insolente; si se le venfan por fuera, se
abria otro poco. A veces ‘dejaba que lo alcanzaran, y
cuando ya estaban encima de la meta conseguia sacar
de su caballo Tin esfuerzo final y todopoderoso y gana-
ba exactamente por una nariz. Era un mago Y allf iba,
con dos cuerpos de ventaja, mirando para a t r h . Le
segulan, en, una linea casi, “On Trust”, el campedn
favorito, “Adrogue” y “Mafosta”. “Vino Fino” y la re-
cua de derrotados, que Ya habfan hecho su tentativa,
seguian a la cola. Fasaron el poste de la media milla
y comenzaron 10s jinetes a luchar por las posiciones
estrategicas para la curva final. Hidalgo no parecid
inmutarse; dej6 que todos se colocaran, y tan s610 a1
doblar hacia la tierra ‘derecha soltd a “GonzBlez” y,
con un golpe tremendo de su latigo, que yo crei sentir
resonando en el hipbdromo por encima del e m r d e -
cedor griterio de 10s miles de ifanhticos, le indic6 qua
la carrera comenzaba para 81 y que seria un duelo de
vida o muerte.
Atropelld “GonzBIez” por entre cuatro o cinco ca-
ballos. Y se produjo una extrafia situaci6n. Hoy puedo
narrar esto con objetividad y dar la impresidn de que
la Carrera durd horas. Pero entonces todo fue cosa de
fraccidn de segundo. La carrera integra dur6 tan s6lo
un minuto, cuarenta y cuatro segundos y tres quintos.
Entrando a tierra derecha, Longden, segiin su costum-
bre, se peg6 a 10s palos, para evitar sorpresas. Por
afuera se le vinieron 10s caballos que siempre corrm
de atrhs: “Mafosta” y “Vino Fino”. El favorito, “On
Trust”, con sus ciento treinta libras, que a esas alturas
le pesaban como una tonelada, abandon6 la lucha.
“Adrogue” no tuvo fuerzas para su clasico embalaje
final; con un galope parejo y sin gracia, quedd sepul-
tado a la zaga. Y “Gonzhlez” se vi0 encajonado, detrhs
de “Fair Truckle”, “Mafosta” y “Vino Fino”. No junto
a ellos, sin0 detrhs. La situacibn fue dramhtica, porque
179
era evidente que “Gonz&lez” poseia el ernpuje para
ganar. p e r 0 cbmo vencer esa barrera de caballos?
Nadie se apartaba ni un milimetro. Mr. Hamburguer,
p&lido, rechinkndole 10s dientes, me hundia las uaias
en un brazo. Por primera vez tuve yo la revelaci6n de
nuestra locura. En fraccibn infima de tiempo jugkba-
mos nuestro destino. Nadie que no haya tenido la for-
tuna metida en un saco, a1 alcance de la mano, podr&
comprender la emoci6n que sentf yo en esos instantes:
esa revelaci6n puramente intuitiva y totalmente co-
r m t a de la naturaleza grotesca y absurda del dinero.
En este cas0 el desenlace fue casi un milagro. 2 0
fue, en realidad, milagro? En el juego de palitroque su-
cede a veces que echa a correr uno la bola y pasa ella
cerca d’el centro, aparentemente sin tocar ningan palo,
y cuando ya parece que el tiro se h a perdido, empiezan a
caer 10s palos, uno por uno, uno aqui, otro mAs all&,sin
entrar en contacto, como si la brisa finicamente 10s
hubiera hecho perder el equilibrio. Se hunde la bola
en el hueco y detras queda la m&s total destruccibn.
Naturalmente, en su interior uno sabe que no pudo ser
la brisa la que caus6 tal derrumbe. &Per0c6mo cercio-
rarse? Esas cosas suceden en un pestafiear, y s i ocu-
rri6 en la carrera.
Usando el l&tigo corno un pOSefdQ, Hidalgo Wgfa
a “Gonzklez” a meterse entre 10s delanteros. El caballo
I
parecia oler el peligro y sentir, hondo en el corazbn,
la desesperacibn de su jinete. Molido a palos, frenetico,
envuelto en una nube d e polvo, no pudo m8s y atro-
pel16 como una trornha. Y o , sin respirar, le vf lanzarse
a la maniobra y cerrE! 10s ojos. Los abri cuando la mul-
titud dio un alarido de horror. “Vino Fino” trastabill6,
se le doblaron las patas delanteras y, hundiendo la ca-
beza con un relincho escalofriante, se fue a enterrar
con jinete y todo. Para no aplastarlos, el jinete de
“Mafosta” se ech6 hacia afuera, mientras Longden,
tratando de no caer, se peg6 a 10s palos primero, perdi6
el paso e intentb, luego, salir a1 medio de la pista a
seanudar la carrera. Pero ya era tarde. “Gonz&lez”
venia como un cicl6n por la recta final en demanda
de la meta. jQue ritmo maravilloso el de sus patas! iEra,
180
un Pegaso del color de la ceniza, poseido de un impetu
sobrenatural, arrollando todo lo que hallaba a su paso,
iluminado por un resplandor de oro! La muchedumbre
contemplaba el f enomeno en angustiado silencio.
Cuando “Fair Truckle” empezo a correr de nuevo, in-
tentando recuperar el terreno perdido, se oy6 una des-
comunal alharaca, que pronto se transform6 en algo
asi corn0 un lamento en cuanto “Gonzalez” cruzo la
meta’bajo 10s golpes implacables del latigo de Hidalgo.
La carrera habia terminado. “Gonzalez” era el ven-
cedor.
Mr. Hamburguer se volvi6 hacia mi y me abrazd
Ilorando. En las galerias reinaba una gran confusion.
Siempre que se produce un batatazo, la mayor parte
del publico protesta, rompe 10s boletos, insulta a 10s
poderes de este mundo y del otro, rechifla a su jinete,
culpandole de la derrota; per0 a1 fin se calma, vuelve
su atencion a la proxima carrera, se hunde en el es-
tudio del Racing Form y olvida para siempre lo que ha
ocurrido. Esta vez la emoci6n no amainabn. Se oian
gritos de i F O U l ! i F O U l ! Grupos de carreristas, con la
camisa afuera, sin sombrero, 10s ojos desorbitados, el
pel0 sobre la frente, iban y venian, dando voces y agi-
tando en el aire periodicos y programas. Pedian accion.
Castigo. jFOUZ!, clamaban, caminando hacia la caseta
de 10s jueces. Alli, detenidos por las rejas y la policia,
levantaban 10spufios en gesto de amenaza y continua-
ban .sus gritos e insultos. S e oian ruidos extrafiios. Al-
guien se dedicaba a romper sillas y botellas. Otros
hacian montones de papel y les prendian fuego. La
policia empez6 a movilizarse a la manera de las bri-
gadas de asalto.
Los caballos volvian a1 paddock. El publico chilla-
ba. Desmontaban 10s jine tes. “Gonzalez”, galopando
con despreciativa elegancia, venia acercandose a1 circu-
lo de 10s vencedores. Una rechifla tremenda le salud6.
Parecio que esos endemoniados bajarian de las tribu-
nas e, invadiendo la pista, Uncharian a mi caballo y a
Hidalgo. De pronto, 10s chillidos de protesta cambiaron
. en rugidos de satisfaccibn.
181
que pasa? LQUB pasa? --le pregun* a hlr.
Hamburguer.
El pitblico se ponia ahora a aplaudir.
-Nada, que nos quieren quitar la carrera. Eso es
todo. Mire -me dijo, indicando el tablero luminoso.
En grandes letras amarillas lei: Inquiry, es decir,
reclamo. La voz del anunciador se dej6 oir por encima
del barullo d e la gente:
.
-Atencibn. .., atencidn .. El reclamo ha sido pre-
sentado por 10s jinetes de “Vino Fino” y “Fair Truckle”
contra el jinete de “C3onzalez”. Se mega a1 ptiblico
eonservar todos sus boletos. Los jueces se retiraran a
yer la pelicula de la carrera. Mientras no anuncien su
decisibn, el resultado de esta carrera no es oficial.
Reian 10s energamenos ahora y se daban afectuo-
sos palmotazos en espera de La buena nueva. &Queduda
podian tener del resultado de la investigaMm? El re-
clamo habia sido presentado por Longden, el jinete de
mayor prestigio en California, que montaba a1 favorito.
Se trataba de pesar su palabra contra la de Hidalgo,
un extranjero que apenas podia hablar ingles, cuyo
rostro decia de un pasado s6rdido y tenebroso, que re-
presentaba 10sintereses de un desconocido, tan extran-
jero como 61, x a s o de igual o peor catadura, y que se
scompafiaba de un preparador que en su pocilga del
hip6dromo m&s parecia dedicarse a la preparaci6n de
vicios que de caballos. jBonito consorcio! iQue posibi-
lidades de ganar el pleito tendriamos!
A1 desmontsrse Hidalgo, vino a nuestro encuentro
con la sorpresa pintada en el rostro. No entendia lo
que pasaba. Veia cientos de manos que lo amenazaban
y le hacfan gestos obscenos, escuchaba gritos y excla-
maciones de iuria.
-&Que pasb? -preguntaba--. &Queles pasa a es-
tos fiatos?
Mr. Hamburguer le p u o la mano en el hornbro y
10 condujo hasta el recinto de 10s jueces.
, -Dicen queTometiste un foul. Nos quieren quitar
la carrera.. .
Hid4lgo abrib la boca y nos mir6, presa de intensa
angustia. I

182
-No, compafiero, dfgales que no fue si;digales
por favor. Si no fue n a un foul. Digales a1 tiro.
-Yo no puedo decir nada -respondio Mr. Ham-
burguer-; se lo tendras que decir to a 10s jUeCeS.
-Fer0 es que Usted se lo podria decir mejor en
ingles. A mi no me van a entender. &Que no s e da
cuenta? iNos van a quitar la carrera! No 10s deje, ibor,
por la cresta; hhbleles, expliqueles.. .
-Ta tienes que ir ante 10s jueces y prestar tu de-
claracibn. Ellos veran la pelicula, y si no hay evidencia
de foul no nos pueden quitar la carrera. Hhblales con
franaueza. Nada m&. Diles exaictamente lo que pas&
-Per0 &corn0se les ocurre que iba a botar yo a un
jinete adrede? Seria un asesino. No, le juro que no
fue asi.
La cdlera se habia transformado en mi en deses-
peracibn, porque vi que Hiddlgo no podria convencer
a nadie. tComo iba a convencer con su media lengua,
su sese0 de rotito, su cara de afligido, su vocecita de
pulga? Ya no era el pequeiio idolo de hierro prendido
con Bpica fortaleza a’ la bestia. Habia desaparecido la
sombra fatidica de su rostro. Las arrugas se confun-
dian con la cicatriz, el sudor le corria por las sienes y
la frente, las manos le temblaban. Antes de que se lo
llevaran a la sala de 10s jueces tuve una oportunidad
de hablarle a solas. Mientras caminaba, con la montu-
ra, a pesarse, le dije:
-Dime la verdad, hermano; no importa que nos
quiten la carrera; lo que me importa es saber si “Gon-
ZaleZ” de veras la gan6. LES cierto que empujaste a
esos caballos?
Hidalgo me mir6 con ojos en que se mezclaban la
cblera, la impotencia y la amargura; temblandole la
voz, con un sollozo, me respondio:
-No; te lo juro que ese caballo tropez6 antes de que
empezara a pasarlo.. ., t e lo juro.. .
Tal vez era ridiculo, per0 senti que Hidalgo me de-
cia la verdad. A cualquier otro jinete le hubleran crei-
do, pero a e1 no le creerian ni aunque lo jurase con
una pata en la tumba. Nos sentamos, Mr. Hamburguer
9 Yo, en 10s peldafiios de una escalera a esperar el des-
183
enlace. La gente continuaba las discusiones. Los sabios
afirmaban con el mayor desparpajo que ellos “habian
visto” como Hidalgo empujara.
-Le metio un caballazo 4 e c i a uno.
d u e por el anca que lo empujo.. ., y despues em-
puj6 a Longden.. .
.
-Venia empujando desde la partida.. -afiadib
un borracho.
iDesde la partida! Cuando “Gonz&lez’yvenia a do-
ce cuerpos de distancia, a la cola.. .
-Lo van a poner Qltimo, y a verhn. Bien se lo me-
rece por sinverguenza ...
Poco a poco se nos fueron juntando 10samigos. El
Cuate se frotaba las manos y cerraba 10sojos; parecia
un hilo a punto de Cortarse. La cara palida y barbuda ‘
se le descomponia en extrafiias muecas de nerviosidad
y angustia. Se ponia en cuclillas, se levantaba y echa-
ba a correr. Volvia dandose mandtazos en las piernas.
-Todavia no deciden 10schingados. Ay mi mama,
que no nos quiten la carrera. Yo le meti toda mi lana,
.
maestro. .
-Haga una manda, Cuate.
-Si ya la hice. La morenita de Guadalupe no me
abandona; le voy a prender candelas hasta por la es-
palda. Palabra que soy capaz de irme de rodillns desde
Tijuana hasta la capital si no nos quitan la carrera.
’ -Que no lo‘vaya a castigar la Providencia por
hoeicon.
-Si no, jefe, lo digo en serio. Ua hice mi promesa.
No &a, pero otra muy en serio.
Todos se afanaban en consolarnos. Claro, alimen-
tando nuestras esperanzas, se daban ‘valor ellos mis-
mos, porque la verdad era que todos habiamos compro-
meticlo hasta el ultimo centimo e n la carrera. Solo el
Cowboy no decia nada. Alli estaba, balancehdose en
10s tacos y la punta de las botas, muy por encima de
la muchedumbre, la cara apopletica arrugada en gesto
de cansancio, pero 10s ojillos azules muy alertos, mi-
rando a1 tablero luminoso. Me le acerque y, dandole un
codazo, le dije: i

-Diga, Lusted Cree que nos quitaran la carrera?


184
Se qued6 mirando a la lejanla y no respondi6 de
inmediato. Luego se agach6 y, echhndome su maldito
tufo a oporto en la cara, me contest6:
--Esta carrera no nos la quita nadie. Nadie. Hi-
dalgo no cometi6 ningan foul. Si hub0 foul fue entre
Longden y Westrope, que iban adelant?. Pero yo creo
que fue un accidente. “Gonzalez” no se meti6 en la
cosa. Ya veras. Ya ver&s.
“,$3era posible? LNO lo dir& de pur0 borracho?”,
pens&
-Per0 si fue “Gonz&lezyyel que se meti6 entre
ellos. ..
-Si, per0 despuCs de que “Vino Fino” empez6 a dar
tropezones. Yo lo vi. A mi no se me escapa ni una. Si
a alguien le Bicieron foul, fde a “Gonzalez”. El no mo-
lest6 a nadie. Te dig0 que ya veras.
En el paddock, mientras tanto, Julign paseaba a
“Gonzalez”, aguardando la decisi6n. Junto a 61 espe-
raba “Fair Truckle”. Los otros caballos habian des-
aparecido, incluso “Vino Fino” y su jinete, que escapd
del accidente con simples rasgufios. El blanco parecia
no prestar atenci6n a lo que sucedia; tuve la impre-
sion de que se sabia ganador y que se entretenia sa-
boreando la victoria y la inoertidumbre de la multitud.
Miraba yo a “Gonzalez”, cuando, de pronto, sono la
voz del anunciador por 10s altoparlantes:
-Atenci6n, atenci6n, por favor.
Se produjo un silencio extrafio en el hip6drom0,
una pausa como de una ola detenida en las alturacs
antes de reventar.
-Despues de lento y cuidadoso examen de la pe-
licula de la carrera --sigui6 diciendo la voz-, y des-
pu6.3 de oir la declaraci6n de 10s jinetes, 10s jueces de-
claran que no hay lugar al reclamo. Por lo‘tanto, ni
“Gonzhlez” ni su jinete son culpables de foul. El resul-
tado de la carrera es oficial.. .
A mi lado senti un clamor frenetico. El Cuate y 10s
demas saltaban como monos. El pitblico, a1 ver la gro-
tesca celebradon que iniciabamos, opt6 por participar
t a m b i h , riendose de nosotros y animandonos con gri-
tos y pullas a que redoblaramos nuestras manifesta-
185
ciones. Mr. Hamburguer me cogid de la mano y corri6,
arrastrandome, hasta el circulo de 10s ganadores.
-iA la fotografia, a la fotografia! -gritaba-.
Vamos a recibir el premio y a salir en la foto.. .
Se le cay6 el sombrero en la carrera y all1 lo dej6.
Con la chaqueta rota, el cuello de la camisa abierto, la
corbata torcida y el pelo revuelto, yo corria detr&s de
el, dando extrafios gritos y vivas, que la muchedumbre
recibia con grandes carcajadas. Llegamos a1 cfrculo,
frente a las tribunas.
-Hermano -me dijo Hidalgo, abrazandome es-
trechamente--, me tuvieron que creer. .. Ganamos en
buena ley.
Y o correspondi con emoci6n a su abrazo, y ai acer-
carme le vi unos grandes lagrimones en sus ojos, que
aun asi, no perdian la dureza aprendida en larga ex-
periehcia qe abusos, derrotas y decepciones.
Se mont6 Hidalgo y posamos para 10s fot6grafos.
Una vieja rubia, arropada en lujoso abrigo de pieles,
him entrega del premio: un cheque por 20.150 d6lares;
mientras una mujer m&s joven, pintada la cara de co-
lor ocre, 10s phrpados de color verde, la boca de color
’morado y el pelo de color rubio, le regal6 a Hidalgo
un ram0 de rosas rojas y le estamp6 un sonoro beso
en la mejilla. Hidalgo le pus0 la otra, con debido res-
pet0 cristiano, y la mujer volvi6 a besarlo. “Gonzal~ez”
no participaba en las celebraciones. Miraba a unos y a
otros, cabeceando, tirando coIazo8, corn0 impaciente por
marcharse a su pesebrera. Per0 alguien tuvo la idea ~

de colgarle una guirnalda dte flores en el cogote. Y en-


tonces, como si de subito comprendiera el significado
de toda la celebraci6n, y sintiendose el centro de la
atencidn y 10s aplausos, el campedn despert6 y, sacu-
diendose, se pus0 a corresponder a las gentilezas de
quienes lo colmaban de honores.
En verdad, “GonzBlez” era un ser demasiado tea-
tral para no Sacar ventaja de su victoria. Desde luego,
empez6 a soltar pequefias y elegantes pataditas. El
publico ri6 de buena gana. Est0 parecio animarlo mBs
aun, y en un momento, cuando Hidalgo tuvo la des-
graciada ocurrencia de agacharse por no sb que moti-
186
VO, “GonzBlez” le plant6 la m&s formidable patada en
el trasero, tirandolo por el aire fuera del recinto. La
gente se retorcia de risa. Huy6 la vieja d8elas pieles
Y huy6 la damisela pintada; huyeron 10s fot6grafos y
10s jueces. Mr. Hamburguer, en su calidad de prepa-
rador, se acerc6 a1 caballo con estudiada calma, con
la intenci6n de tomarlo por la brida y tranquilizarlo.
46G-onzalez”,sin mayores ceremonias, le agarr6 el brazo
con 10s dientes y, empez6 a vapulearlo como si hubiera
sido un muiieco de t r a p . Lo levant6 por 10s aires y
lo aporre6 contra la empalizada, contra el suelo de
aserrin, lo revolc6 y lo sacudi6; cuando se lo quitaron,
Mr. Hamburguer parecia una victima que zcabara de
sobrevivir a un terremoto.
Per0 todo el incidente no asumi6 mayor gravedad.
Hidalgo se qued6 con dos manchas moradas en las
espaldas, y Mr. Hamburguer con un brazo hinchado, 10s
pantalones y la chaqueta rotos. Aun asi, llorando de
emoci6n, y acaso de dolor, ambos se abrazaron a mi y
juntos nos abrazamos a “GonzAlez”, para beneficio de ’
10s fot6grafos y del ptiblico, que‘se desternillaba a
carcajadas.

187
Elogio de 10s chicos

ENOhQ3NOS extrafios ocurrieron entre la media-


noche y la madrugada. Oomo si lta mano traviesa de un
mago hubiese jugado con 10s objetos y las personas.
Quienes entraron en dos patas a las nueve de la no-
cbe, salfan en cuatro patas a la medianoche y cantan-
do como aves del pajonal. Mi departamento era pe-
quefio: una sala de recibo, un comedorcillo, la cocina,
un dormitorio y el bafio. Traspasado de felicidad y op-
timismq abri esa noche las puertas de mi covacha con
la misma locura 6pica del que se abre la pechera para
que lo maten. Se me vinieron encima 10s zanganos y
petardistas, lois bolseros, 10s sablistas profesionales, las
damlas de corazones, 10s reyes de copas y, entre todos
ellos, una manada de dificil identificacibn, equivoca y
experta en el arte de mutar personalidades, insinuarse
y examotear el cuerpo y el alma a 10s desprevenidos.
Ea verdad es que la victoria se me asent6 en el cuerpo
como la borra se asienta en un barril de chic'ha: de-
~ jandome 10s pies pesados y la cabeza ligeramente en-
ferma de tristeza y de temor. Hay quienes nacen para
acumular dinero y Peproducirlo, para gozar el poder
que trae consigo y laS cadenas doradas con que 10s
sujeta; 6stos se dejan metamorfosear sin resistencia,
asumen un nuevo modo de pensar, de hablar, de ves-
tirw, nuevas posturas, naevas conciencias, nuevos' co-
digos morales, todas cosas que vienen muy bien con las I

nuevas compafiias que 10s acecban. Una nuche se acues-


188
h
tan pobres, y se Ievantan a1 dia siguiente todopodero-
sos. A M ellos. Hidalgo y yo no perteneciamos a esa
hermandad. Estgbamos hechos de materia humilde y
popular. Y,ademas, 6ramos vagabundos de corazdn. De
manera que el dinero, en vez de frsenos a la cabeza, se
nos fue a las manos, y tan pronto lo recibimos, nos
faltd tiempo para empezar a gastarlo. Ese fue el co-
mienzo de la fiesta.
La iluminaci6n era escasa. Apenas podia distin-
guirse la concurrencia. Quiero decir la concurrencia
estatica de la sala, porque habia otra de caracter tran-
seante y comandada por Mr. Kamburguer, que ma-
niobraba entre la cocina, el comedor y el bafio, pasan-
do, naturalmente, sobre 10s que estaban $enel suelo, a
trav6s de 10s pasillos. Sentados en circulo en actitud
de aves aztecas, veia yo rostros morenos, ojos alertos,
nerviosos o escrutadores. Miguel Angel Velazquez ha-
bia venido con su esposa, ambos vestidos de negro;
ella, con el escote abierto hasta la cintura, prendido
alli con una joya de vidrio morado; 61, con camisa
hawaiana y zapatos de terciopelo. Sentados en el irnico
so% de la sala podia ver a tres jinetes, compafieros de
Hidalgo, que parecian nifios de escuela junto a sus
enormes mujeres, pintadas a destajo y vestidas de vi-
vos cslores. Las mujeres 6stas miraban con desd6n a
10s contertulios, se pintaban la boca y encendian ciga-
rrillos, mientras 10s jinetes guardaban silencio, sin sa-
ber que hacer con las manos, esperando que alguien
les pusiera alguna cosa en ellas. El Cowboy habia ve-
nido acompafiado de sus ayudantes de cocina: el sefior
Anchove, vestido a cuadros, 'patilludo y relamido, y
Charlie, el pastelero, que apenas media unos cuatro
Pies de estatura, per0 que se vestfa con chaqueta verde
Y Pantal6n de franela Clara, corbata amarilla, un pa-
Auelo de seda en el bolsillo de la chaqueta y tres anillOS
en cada mano. Tenfa una carita graciosa per0 desafian-
te, una mirada azul celeste intenso, que se quedaba
prendida de uno cuando uno se distraia, y luego, a1
ser descubiepta, se apagaba, 10s parpados cerrados co-
mo con verguenza de haber mirado algo prohibido.
-0iga -me decia Norma, la mujer de Miguel An-
189
gel VelAzquez-, ‘dice la Merwditas que “C+on&lez”
agarrd con 10s dientes la cola del caballo que iba ade-
lante y lo botd. iQu6 caballo tan inteligente! &Note
parece, Miguelito? Debieran llevarlo a Hollywood; tal
vez lo sacaran en las peliculas.
-Ya se ir8 a HollyWood, sefiora; hay que darle
tiempo.
4 3 no es a Hollywood 4 i j o uno de 10s jinetes-,
es a Albany que se van 10s caballos cuando se acaba
la temporada en Tanforan.
-La sefiora quiebe decir a Hollywood, a trabajar en
.pelfculas.
-LQui6n va a ir st. trabajar en peliculas?
-&QuiCn dijo usted que iba a ir a trabalar en pe-
Ifculas, sefiora? I

-&Yo? Y o no he dicho nada de pelfculas. Hace la


mar de tiempo ‘que no vamos. Ya no nos Wstan las pe-
lfculas, Lverdad, Miguelito? S610 vamos al burZesque.
Eso si me fascina.
AI oir mencionar la palabra burlesque, las damas
que llegaron con 10s jineteis pararon las orejas, en es-
pecial una que no pudo resistir la tentacidn.
-Gracias por lo que a mi me toca, joven. Nosotras
somos del burlesque.
-Yo no fui el que dijo que iba a1 burlesque. Fue la
sefiora ahi.
-Per0 yo si m y -dijo VelAwuerc-. LDdnde traba-
jan usbedes, que no las he visto?
-Asi con ropas no las reconoceria ni SII mams -
dijo un jinete-; de nada sirve que le digan.
-No seas grosero, chiquito. Yo trabajo en el “Bar-
bary Coast”. Ellas son del “Presidente”.
-&Del “Presidente”? i[NO! &Oiste? iSon del “Presi-
dente”!
-Lusted sera la que se empelota con masica ha-
waiana?
-C&llese, joven, no sea baboso. &No ve que tengo
tipo latino? A mi me tocan la bamba para encuerarme.
-La bamba no se la toca nadie m h que yo -grit6
el jinete, dejando su vas0 en el suelo-, asf que much0
190
cuidado con lo que le dice y con lo que le haga. Sobre
todo con IO que le haga.
-No tengo la menor intencidn, seaor 4 i j o Vd&Z-
qije-; que para tocar bambas, tengo la exclusividad
de esta seiiora aqui.
Me llam6 la atenci6n una de las grandes rnujeres:
mientras la otra respondfa a las preguntas de Velaz-
quez, ella se entretenia, acariciando a su jinete, rizan-
dole el pelo en uno d e sus dedos blancos y suaves, so-
plandole en su oreja menuda como en un caracol, be-
sfindole en la nuca, cubriendole el rostro con sus pechos
redondos y firmes. Me impresionaban su devoci6n y su
dedicaci6n. Me gustaba el halito de infinita ternura con
que enlazaba la cintura del jinetillo y lo tocaba en el
vientre y en las piernas. &is cabellos rubios, de un ru-
bio obscuro d e bmnce antiguo, se cerraban como alas
sobre 'el pecho del hombre. Nada le importaban el am-
biente ni 10s espectadores. Si-nos veia, era para mirar-
nos sonriente e irbni'camente superior. Mercedes ad-
virti6 mi atencibn, y, molesta, se levant6 de mi lado y
fue a conversarles. A interrumpirlos. Era un rasgo de
egoism0 y pervensidad, una pequeda venganza. Se sen-
t 6 a 10s pies de la pareja, y e n el acto de sentarse dej6
que las faldas se le quedaran enredadas mas arriba de
las rodillas. El trio se envolvi6 en una corriente Inten-
samente pecaminosa. La rubia no interrumpid sus ca-
ricias, y contestaba a Mercedes con sonrisas displi-
centes.
Alguien propuso que las del burlesque bailaran. Se
levantaron dos: la de tip0 hispano y la rubia enamo-
rada.
La luz azulosa manchaba las figuras de las muj'e-
res, y'les corria a chorros por sus piernas gruesas y sus
Senos macizos. Mercedes volvi6 a sentarse n mi lado,
jadeante, todavia irritada, buscando otras miradas que
Pudieran herirme. El Bmbito de la sala se volvia mi-
~*Culo con iesas dos mujeres giganteseas moviendose
ampliamente a1 desnudarse y echar con desgano las
Prendas sobre 10s espectadores, que soltabm salvajes
aullidos. El espacio limitado, la cercania peligrosa, cier-
tos choques entre las bailarinas que produjeron escan-
191
dalosas carcajadas, todo parecid incitar a las mujeres
a buscar variaciones que grovocaran inusitada sensa-
ci6n. La morena se habia acercado a una esquina del'
cuarto, y, sin falda ya, tan s610 con medias iiegras su-
jetas por el5,sticos blancos, con 10s pechos a1 aire y la
melena sobre el rostro, empujaba con todo el poder de
su cuerpo hacia un objeto imaginario en una hosrenda
simulaci6n. La rubia, por su parte, comenzd un acto
inesperado. Observando el derroche de animalidad de
su adversaria, ella opt6 por el refinamiento y por una
comedia del pudor, que, en esas circunstancias, sacu-
di6 a1 auditorio como una corriente electrica. Alta, ma-
ciza y blanca, dej6 caer parte de su ropa, y, volviendo
su espalda hacia nosotros, se pus0 a contraer imper-
ceptiblemente ciertos mfisculos y redondeces, a1 mia-
mo tiempo que sacudia su pelo en un gesto de mimosa
picardfa e ingenua perversidad.
A esas alturas yo no miraba a1 centro del escena- .
rio. Mi atenci6n estaba fija sobre un grupo demonia-
co: en un rincbn, el jinete de la rubia, delgado y more-
nito, descansaba sobre las piernas de Charlie, el dimi-
nuto pastelero, que lo acariciaba como a un bebe,
mientras que Mr. Hamburguer, acostado en el sue!o,
10s contemplaba, presa de increible frenesi. Parecian
10s enanos dos nifios endemoniados. Tenian las manos
entrelazadas: las manos morenas, lampifias y nudosas
del jinete, en las manos blsncas, peludas y rubias del
cocinero, y se las apretaban con ardor. i Q u e decfa
Charlie en las orejas del jinete? No podfa escuchar ni
imaginarme. S610 vela su cara redonda, sus ojillos azu-
les sonrientes y coquetos, y su boca delgada, moviCn-
dose incansablemenix, avanzando y retrocediendo,
mientras el jinek sonrefa con vaguedad y no despega-
ba la vista de la rubia, que continuaba sus delicados Y
Itibricos espasmos, de espaldas casi en el suelo. En un
momento inesperado, pareci6 ella responder a la mira-
da secreta de su hombre, y volvid la cabeza en su di-
recci6q. El jinete salt6 de las piernas de Charlie, y en
el salto cay6 con 10s dos pies en la cara de Mr. Ham-
burguer. Pero fue demasiado tarde. Ella lo habia visto,
y, levant5,ndose con una maldici6n impia en 10s labios,
192
atraves6 la sala, moviendo desafiante sus desnudeces,
y se lanz6 como una leona sobre 10s dos enanos. Cay6
encima de ellos con toda su gigantesca contextura, y
10s aplast6 en el suelo, dandoles golpes, mordixones,
arafihndoles e insulthndoles. Nadie intervino. Por el
contrario, 10s borraohos se acercaban con sus parejas
para ver mejor el bestial deepliegue. Mercedes se habia
pegado a mi brazo, y me clavaba las ufias, empujhndo-
me hacia el grupo cada vez que algQo alguien se inter-
ponfa. Fue en esa batalla que el fon6grafo cay6 por la
ventana. Y fue entonoes tambien que, en el esfuerzo \
por separar a 10s contendientes y deshacer el montdn de
cuerpos, descubri a1 iCua%e,acostado de espaldas mbre
la mesa del comedor, con lais piernas y brazos abiertos
en cruz, la cara blanca, desmayada, y otras sombras
ompadas sobre el.
Acab6 el desorden con la madrugada. El suelo es-
taba cubierto d e cuerpos. m a n 10s restos de una masa-
cre. En la cocina, alrededor de la mesa, bebiendo cafe
negro, estaban la rubia y sd jinete, mientras que Mer-
cedces y yo les contemplabamos como a traves de te-
larailas. Por la ventana be Taylor entraba nn confuso
rumor de tranvias y autom6vlles. A ratas sonzba la
sirena del puerto, sorda de niebla, empapada de lloviz-
na. La rubia y yo habfamos ldescubierto una zona de
espirituosa literatura que nos unia fraternalmente, ro-
mhnticamente. Mercedes nos perdonaba. Y el jinete se
dejaba acariciar, mientras su hembra hablaba, perdida
en divagnciones que iba dejando caer densamente en
aoentos que 8 veces eran de mambo y a vems de clasica
elegia. iCuriosa rnujer, artifice y sostenedora de su pro-
pia locura! Pweia unas manos de incomparable belle-
za, que contrastaban absurdamente con la expresi6n
disipada de su rostro, sus ojeras profundas, las arrugas
cargadas d e polvo y la adiposidad d e sus hombros re-
dondos y blancos. Me gustaba mirarla, inclinada sobre
su hombre tan chico -ambos de pie, le alcanmria 61
hasta poco m& arriba bel ombligo-, tan rubia, besan-
do la cara morena con met6dica ternura.
En el a r k del burlesque se dan curiosos ejempla-
res: famoso es el caw de CHpsie Rosalie, cuyas novelas
193
&as.-lJ
detectivescas nada tienen que envidiar a las m& com-
plejas y mbrbidas fantasias de 10s maestros del gene-
ro. &Y las esculturas en madera de Melita Ku-iohn?
Bailarinas son &stas, entre varias otras, que, usando el
tinglado teatral como base inicial de operaciones, han
sabido explotar despubs el dinero y la famn para dar
realidad a una vocaeidn por mucho tiempo escondida.
La rubia, sin compararse a aquellas ni en genio ni en

reputaci6n, posela, sin embargo, una especialidad que
la distinguia en el oficio y gralcias a la m a l era anun-
ciada ‘en las carteleras de Los Angeles, San Francisco,
Oakland y Seattle como una atracci6n fuera de lo co-
man.
Su originalidad consistla en pronunciar conferen-
cias mientras se dmesnudaba. Asi como sus colegas des-
cartaban sus prendas intimas a1 son de una mksica
particular, ya fuera rumba o un v a b o un fox-trot, asi
nuestra amiga seletxionaba un tema especial para des-
vestirse, tema, por lo general, de acuerdo con la idio-
sincrasia de su auditorio. En Los Angeles, por ejemplo,
daba una conferencia sobre “El sex0 en 10s sacrificios
de sangre de 10s aztecas”, y aparecia vestida de prin-
cess india. Para Ban F’rancisco, donde el pablico se .
compone en su mayoria de marinos y soldados, guar-
daba su conferencia sobre “Lsl higiene sexual, con de-
mostraciones en el escenario”. A1 presentarla, el maes-
tro de ceremonias le conferia el titulo de doctora, y
aparecia ella enfundada en un delantal blanco, con
gruesos anteojos de carey y un irrigador e n la mano,
acompafiada de dos bailarinas vestidas de enfermeras.
En el fondo del proscenio colocaban una mesa de ope-
raciones, y, en un lado, un biombo, que permitia a1 pa-
blico mirar de perfil a la paciente. En el teatro de
Oakland, frecuentado por testudiantes universitarios,
j6venes bulltciosos, bromistas, sarcAsticos y ultrasofis-
ticados, debia hacer prodigiosos esfuerzos de imagina-
ci6n para presentar conferencias en que el humor y el
cinismo se mlezclaran sutilmente a la sensualidad. Sus
temas favoritos allf 4eran: “Geografia del placer en el
cuerpo humano”, ‘‘Consejos para despertar y conser-
var el amor de la reclen casada”, “35 variaciones del
194
abrazo y el arte de golpear, morder y pelliecar”, “Elogio
de 10s grandes” y “Elogio de 10schicos”. De esta Illtima
conferencia me recitd esa noche un trozo que tratare
de reproducir, no en sus propias palabras, claro est&,
pues ellas son inimitables, per0 con algo de su espiritu:
-Me gustan 10s hombres chicos -empez6 a de-
cirme, recogiendo aliento para su largo mondlogo-,
porque todo lo que tienen, que por naturaleza fue corto,
lo alargan por voluntad y por hombria. Me gusta si se
paran tiesos, porque convierten el mundo en derredor
en un mundo de miniatura y nada fuera de su 6rbita
cuenta, a menos que se achique y doblegue hatsta el ta-
. maAo que su mano fuerte le impone. Si poseen la nariz
larga, es sefial de ‘que la virilidad tambikn sera de largo
alcance, y, una vez alzada y despierta, asumira propor-
ciones descomunales. Me gustan porque su agresividad
es de la mejor clase; nacida en ansias de superarse y
dominar. Y porque, a pesar de ser dUrOS, sus facciones
y figuras son las de un nido. We gusta echarmelos a1
pecho y mimarlos, para despuks pascirmelos por abajo
y sentir que de nifios se convierten*en padres. iAy pa-
pacito! iAy incansable, dichosa tu duefia! -Con 10s
cledos finos y de movimientos acogedores revolvia la
cabellera del finete. Mientras reia a toda boca, sacu-
diendo 10spechos y el vientre-. Me gustan 10s chicos,
porque despiertan mi ternura, y, a1 mismo tiempo, des-
piertan en mi el horror de no poder manejarlos en @a-
so de emergentcia. iSon imprevistos, voluntariosos, im-
pulsivos, celosos, ardientes, dominadores. Hieren con
la mirada asesina, y eastigan con el pufio de hierro. ‘
Pero siempre acaban azorados y timidos, deshechos y
renunciados en el amor de una mujer grande. S610 pi-
den que se les tome y se les posea para descartar su fe-
rocidad. Mi hombre chic0 me completa y me satisface.
LY c6mo no iba a ser asi? Me pasea en la calk como un
capitan navega su barco. Lo bailo como una nMa baila
a su mufieca. Me habla como si estuviera siempre de
hinojos. Y ya se sabe el decir de 10s hindaes: “NO hay
nada que una mujer le niegue a un hombre de hino-
jos”. Me ab’raza como si abrazara a1 mundo. Se duerme
junto a mi como si fuera 61 quien naci6 de lnis costillas,
195
y 11.0yo de 1% de 61. ~ Q u 6mAs puede pedir una mujer
de su hombre? LFidelidad? El hombre chic0 es fie1 a
la mujer grande que lo posee y jam* la deja, porque
desde el nacimiento trae el mi&o a caminar solo y a
perderse en 10s caminos. Dios hizo a 10s hombres chicos
para las mujeres grmcles, porque toda la creaci6n es
una oposici6n de contrarios y en la oposici6n est& el
secreta de la vida. Acostados, la mujer grande mira
m& all&del hombre chico, y en el placer goza con la
mirada dirigida a1 cielo. Mientras que el hombre chico
goza con la cabeza enterrada e n mi corazdn o en mi
vientre, recordando su origen y forzando por reinte-
grarse . ..
L a rubia hablaba con sencillez y sin alzar la voz,
alcariciando a su hombre domido con extrema dulzura.
De 10s presentes, sdlo yo esuch6 su curioso panegiri-
eo. Los d e m b dormian, exhaudtos y vaclos.

196
Marcha de 10s estibidores

ONIE a Mercedes de la mano y la gui6 caminando


en puntillas y con 4extremo cuidado, para no pisar a la
multitud de ,dormidos. Afuera, el &re helado del alba
nos envolvi6 como una sabana mojada. Temble y senti
el cuerpo de Mercedes pegarse al mio, Bajamos por
Paciific hacia Broadway. El pavimento relucia como '
metal antiguo bajo la patina hameda de la bruma. NO
se habian apagado afin las luces de la ciudad y 10s fa-
roles multipliczuban su negra silueta a lo largo de las
aceras, sosteniendo pequefios halos de un resplandor
amarillo, denso y cuajado de gotitas de agua. CaminB-
bamos a pasos curtos, con la niebla pegada a la cara.
China Town parecia wnir saliendo del mar, como un
bergantin a1 amanecer, con sus decoracionw de papel
chorreadas de agua y las paredes lamidas por lenguas
de alquitran y de cal. En 10s subterraneos se sentia un
revuelo de gallinas y el calor incierto de gentes que
se movian en silencio. Frente a 10s mercados descar-
gaban enormes cajones de lechugas. Los chinos, arro-
pados en sweaters de lana, cubierta la cabeza con go- ; *
I'r0.s obscuros, fwnaban sin cesar, calent&ndose las ma-
nos debajo de 10s brazos. Pas6 un autom6vil de la
POlicia haciendo sonar su Mtrica bocina. Y luego otro
Y otro. Dejaban un lQdaZala su paso.
-Tengo miedo de que haya pelea en 10s muelles
-dUO Mercedes-. Gigue la huelga.. .
La huelpa seguia y la poblacidn de San Erancisco
no le prestaba aten idn. Sin huelga de estibadores, San
Francisco no es San Francisco. Forma parte de la tra-
dici6n local. . ., para quienes no se ven envueltos en
ella. Para 10s trabajadores el color local es el color de
la miseria, de la violencia, de 10s atbusos. La lucha es
triple: por una parte est&n 10s obreros comandados
por Harry Bridges; ellos acabaron con la era de 10s
gangsters y su sistena de pandillas, en que el traba-
jador daba parte de sy salario a 10s matones para PO-
der conservar su empleo. Per0 entonces surgib un Be-
gundo bando: el d e la American Federation of Labor,
enemigos de Bridges, a quien consideran demasiado iz-
quierdista y revolucionario, y quienes a su cabteza .
mantienen lideres que de trabajadores no tienen nada
y que se meten suculentos sueldos a la bolsa, viajan
en aviones particulares, discuten en Washington al- '
rededor de opfparas comidas y se alojan en hoteles de
lujo. F'rente a estos dos bandos se halla el de las com-
paiiias de navegecibn, consorcios poderosos, mitad nor-
teamericanos y mitad ,extranjeros, en cuyo sen0 se
mezcla el industrial honesto con el millonario ocioso
y el corsario internacional, y que realizan sus opera-
ciones con agencias en Panama o Grecia, Italia, For-
mosa o Africa. Btas tres fuerzas sostienen una lucha
lenta y honda, lucha a muerte, que el pfibijco ignora,
hasta que una huelga irrumpe como un tumor en 10s
muelles y el choque violento de 10s obreros y 10s rom-
pehuelgas saca a !a poIicia a la calle, con sus brigadas
de choque, sus bombas lacrimdgenas y sus garrotes. En
esta lucha, Marcel ocupaba un puesto de vanguardia
y de alli 10s temores de Mercedes.
-LPor que se mete tu padre tan activamente en
todo eso? -preguntC, presintiendo la respuesta.
-LY tfi no te meberfas si trabajaras en 10s mue-
Iles? GDejarfas tfi que un matdn venga de la noche a
la mafiana a prohibirte que trabajes y a darle tu pues-
to a uno de sus cbmplices? LDejarias tiz que expulsa-
ran del trabajo a tus compafieros, porque un espia a
sueldo les acusa, sin prueba de ninguna clase. de com-
plotar y sabotear? Mi papa es hombre que no se queda
a medio camino. Si se mete es para dirigir, siempre sa-
198
c11 la cara por otros, y por eso tengo miedo, porque
siempre es a 61 a quien le pegan primero.
-par que no trabaja en otra cosa?
-i,Para luego tener que trabajar en otra y en otra
y en otra? Una vtez que empiezas a agachar la cabeza
y a traicionar tu propia independencia, estas en una
pendiente que no acaba. Mejor haria quedandose alli,
ofreciendose de una vez como esclavo de 10s matones.
IBas palabras, aun pronuncladas por Mercedes, me
tocaban superficialmente. Podia kntonces resbalar ba-
j o su filo, deslizandome como u n pescado. Sentia que
no podian estar erradas y que si Mercedes creia en
ellas, era porque su padre las habia probado en su ver-
dad, sacrificandose en 10s muelles. Per0 no tocaban en
nada que pudiera comprometerme a mi; flotaban, jus-
tas, bien formadas, per0 estrictamente neumaticas.
Llegamos a la pensi6n cerca de las seis de la ma-
fiana. Subf con Mercedes, deseoso de quedarme Un rat0
en su cuarto. Ascendiendo las escaleras, sentimos cier-
ta conmoci6n en el comedor; ruido de voces agitadas,
movimientos de muebles, inusitados a esa hoya. AI abrir
la puerta del corredor, pas6 junto a nosotros un grupo
de estibadores que no conocia. Iban preocupados, cu-
bierta la cara de sudor, las ehaquetas y pantalones
manchados de lodo. Pasaron sin saludarnos. En el co-
medor reinaba un raro desorden. E3 aspecto era el de
una estacibn de primeros auxilios. Las bancas habian
sido alineadas de dos e n dos para formar especies de
camillas. Sobre las mesas se acumulaban una gran
profusi6n de medicamentos, en especial botellas de al-
cohol, de yodo y mercurio-cromo, paquetes de algod6n
y rollds de vendas. Una mujer cortaba a tijeretazos una
sabana. U s heridos descansaban con 10s ojos cerrados
o furnaban y bebfan traguitos de cafe y aguardlente.
Un hombre tenfa las dos manos metidas en un balde
de agua. Una herida profunda le partia el tabique de
la nariz. Otro, u n anciano, se arremangaba la pierna
del pantal6n y le iban saliendo unas feas hcridas, co-
mo a cuchilladas o a golpes de chuzo. Mas all&vi a
otru que se dejaba curar un ojo. La mujer que se lo
lavaba y desinfectaba le decia:
199
-i@hilla, hombre! iCThilla si te duele, que es na-
tural! No te quedes callado.
El otro no le retspondia; continuaba en silencio,
dandole grandes chupadas a un clgarro puro.
Los grupos d e estibadores seguian viniendo; entra-
ban sucios, maltrechos, amoratados; permanecian un
rato, mientras les limpiaban y curaban, y volvian luego
a salir. Los graves quedaban alli tirados, esperando
que 10s transportaran e n automdvil a1 hospital. Las
frases aisladas e inconexas iban formando poco a poco
un cuadro de lo que suoedia. Chocaron 10s dos bandos
de huelguistas frente a1 muelle de la Lurline. La policfa
estaba tratando de separarlos desde la madrugada. Con-
seguian obtener una tregua; per0 antes que Ioos bandos
pudieran parlamentar, se, armaba una pelea aqui, otra
all&,y volvian todos a la carga, con la.policia al medio.
Las ultimas noticias las traia el hombre-sin-voz, cuyo
resoplido articulado y gestos freneticos ponianme 10s
pelos de punta.
-iQuien va ganando? -le pregunt6 uno.
4 ~ Q u 6te has crefdo, que aquello es una partida
de ftitbol? --;Mirando aJfercedes, agreg6-: Tu padre
est& sano y salvo; tendra unos pocos coscor,?onesen la
cabeza, per0 nada grave. Ya vendra por estos lados, no
te alarmes; tiene que venir, porque anda en el muelle
desde las cuatro de la mafiana.
-iSigue la pelea?
-Y seguira, aunque la policia nos persiga. Dejan
que nos peguen, y cuando queremos delfendernos, acu-
den a proteger a1 enmigo. Creen poder lilquidarnos sin
levantar un dedo, per0 se equivocan, porque tan pron-
to tengamos e n el muelle a toda nuestra gente, aca-
bamos nosotros con ellos.
Cads golpe de pufio !que,ldaba en la mesa despek-
taba un lamento entre 10s heridos, y las mujeras pre-
tendian hacerle callar a gritos. Algulen hablaba desde
un rincdn con un dejo amargo y cansado.
-Yo dig0 por que no dejarlos que descarguen por
ahora y pelear luego el asunto sen la Corte. Ademas,
las compafiias quieren seguir entendiendose con nos-
otros.
200
-iBah -resoplaba el sin voz-, dejarlos que des-
carguen! ... Per0 ese hombre est6 loco, est& loco de
remate. X i cargan ahora, cargaran toda la vida, &Que
no ves, desgraciado, que las compafiias quieren ver pre-
cisamente qui& es le1 m&s fuerte para negociar con el?
Cargamos y descargamos nosotros porque &e es el de-
recho y prerrogativa de nuestro sindicato, y no des-
car#"an 10smarineros porque no leS corresponde. No Ies
ha correspondido nunca. Aqui y en cualquier parte del
mundo cargan 10s estibadores, pues para eso SQIZZOS, y
no 10s marineros ni 10s cocineros ni 10s radiotelegra-
fistas.
IEntraban y salian 10s combatientes. A1 llegar mi-
raban Un tanto&azorados, pero luego ganaban ,confian-
za, inducidos por la bondad sencilla de 10s vascos. Es-
~

cuchando y observando, me contagid ese espiritu de


hermandad. Todo en la sala tendia a unirnos en una
tarea comun que no era necesarlo explicar. Mercedes
se habia puesto a vendar heridas y hacer curaciones.
Estaba inclinada sobre 'el pecho de un hombre macizo,
de pelo rojo, que no decia palabra, y, de vez en cuando,
exupia contra la pared. Le lavaba ella una herida, y
ambos parecian fascinados por el pedazo de pie1 abier-
t a como una boca y por la sangre que se coagulaba
obscura y gruesa en 10s bordes de la camisa. El hombre
abria un par de piernas monumentales y ensayaba pe-
queiias Ratadas que quedaban dibujadas en el aire sin
encontrar su objeto. Arrugaba 10s ojos y sudaba co-
piosamente. De pronto comenzd a bufar, y el aliento
. ibn a dar de lleno en el rostro de Mercedes. La vi pall-
decer. Le temblaron las manos. El hombre*se guejaba,
cerr6 10s ojos. Acudieron varias personas. Se desma-
yaba el herido.
-A &te le corresponde el hospital. Luego.
-+No queremos ambulancias 4 j o uno de 10s
hombres.
-Tienen que llev8rselo. Aqui se puede morir. Esa
herida es fea.
-Llama una ambulancia.
-No la Ilame.
-Dig0 que llames una ambulancia, animal, LO es-
201
t h loco? &9=6rnovas a cuidar a &be aquf? LQuieres que
se nos muera?
--Si quieren llamar una ambulancia, llamen una
ambulancia particular. No queremos a la policia aqui.
-&Qui&n la paga?
-i&U6 importa! Llamenla, idiotas.
Alguien salid a llamar una ambulancia por telefo-
no. Yo puse mi brazo Ben la cintura de Mercedes Y la
sostuve unos instantes. La duefia le daba tragos de
cafe negro.
--Est& muy cansada la pobre -dijo la mujer-.
Mira esas ojeras. Mira que palida #est&.Vam,?s, hija, tlL
no clebes estar aqui; ve a tu cuarto. LlGvala, hombre,
&noves que se desmaya?; llevala a descansar.
Conduje a IMercedes a su cuarto y la puse delica-
damente en su cama. Con el rostro inclinado sobre la
almohada, 10s labios entreabiertos, parecia una nifia;
su pie1 me parecib marchita, casi opaca; el cubrecama
rojo la empequefiecia, desdibujando sus formas. Pus0
una mano debajo de la nuca. Me incline y la bese tJer-
namente. Quiso abrazanne.
-Ya vengo, espera -dije-; voy a ver a esos de
abajo. Ya vuelvo.
Marcel habia llegado. No estaba herido Tomaba
una taza de cafe, SOIS en un rincbn, la cabeza e n k -
rrada en 10s hombros, hurafio. No le prest6 atenci6n.
Me puse a ayudar acarreando trastos y cambiando el
agua de 10s baldes. Los hombres discutian ahora aca-
loradamente. m p e z a b a n a oirse opiniones en contra
de la huelga. Se iba alargando demasiado.
-Bastaria con dejar unos pocos compafieros fren-
te al muelle para que marcharan, de acuerdo con la
ley, impidiendo la entrada de 10s rompehuelgas. Mafia-
na serA otro dia. &Para que seguir atormentandose?
Pejemos las cosas como estan y empecemos una segun-
da 'etapa mafiana.
-iEh, ta! -le grit6 Marcel a1 que hablaba-; tlL
que sabes tanto, ven aca; si, hombre, ven aca; no te
voy a com.e_r.
;Se acercaron 10s otros.
--Escucha -dijo Marcel-. En esto Ya nos meti-
202
mos de com’bn acuerdo. Por voluntad de todos. jCdmo
nos vamos a salir? jVas a dejar a t u compafieros solos
en el muelle para que les den reata? &Vas a decirle a1
que est& en el suelo recibiendo patadas y garrotazos:
“compafiero, no les haga caso; venga, v&monos a ca-
sita”? ~ Q u 6me dices, ah? &Vasa dejar que 10s otros
descarguen el barco? jY q u i h te devolvera tu emplea
mafiana? LLa policia? No me hagas reir. Si nos retira-
mos hoy, mafiana la compafiia habra firmado otro
contrato con 10s enemigos, y W y yo nos quedaremos
pegando en un tarro. No est& ciego, jverdad?, ni e s t h
loco. De miedo no hablemos. Ya no es cuestidn de mle-
do; mas de lo que nos han pateado no nos van a pa-
tear. Hay que aguantarse hoy, no m&s que hoy, Lme
oyes?, nada m a . Un rato m b , cabrones. Es todo. No
volveran mafiana. El escfmdalo ha sido muy grande.
C!hillaran 10s periddicos y el alcalde tendra que inter-
venir. Mafiana no hay pelea. ’Es hoy cuando hay que
asustarlos. Para que no vuelvan m u .
)Marcel parecia no fijarse en mi, o no me daba im-
portancia. Cerca de las (Echo volvid a salir, acompa-
fiado del hombre-sin-voz. Y o habia tomado una deci-
sidn: iria a mi departamento a buscar a Hidalgo, a1
Cowboy, a1 ICuate y 10s jinetes, y trataria de convencer-
10s de que debfarnos acudir en ayuda de Marcel y de
I su gente. Por lo menos para hacer namero. &Queme
hi20 r e m i o n a r de ese modo? No era yo, ni lo he sido
nunca, inclinado al heroismo. No recuerdo que me ha-
Yan convencido de las bondades de una causa por me-
dio de hermosas palabras. Las aprecio, por szlpuesto,
las distingo de las que pronuncia el que habla por boca
de ganso; hasta podria aplaudirlas. Pero no me mueven.
Per0 si no me mueven las palabras, hay algo que si me
contagia. Y eso abundaba aquella mafiana en la “Pen-
sidn Rspafiola”. Quiero decir el hombre honrado y va-
liente que e n un instante de angustia el apoyo
fraternal, el sacrificio y la voluntad de pelea que ven-
dr&n a salvarlo. En circunstancias asi, las palabras
a t a n enteramente de mas. Los trabajadores estan
acostumbrados a estos instantes de crisis. Se crea en-
tonces un contagio, un sentimiento que nos empuja
‘ 203
sin razones, pero que'sabemos genuino y noble. Acaso
complacemos secretamenbe un ansia de afirmar la
dignidad viril. Nos sentimos mhs libres y m& dignos
peleando por amor a1 compaflero, sin comprender qui-
z&, y aun hasta sin compartir su causa. Digamos, como
diria Hidalgo, que nos metiamos en una pelea en que
no teniamos pito que tocar. Y o diria que fue por ins-
tinto. Y mis compafieros -porque, aunque parezca
mentira, consegui despertarlos y traerlos a1 muelle-
participaron por amor a1 arte. Pendencieros y solida-
rios, celosos amantes de la causa kispana en tierra
sajona, marcharon sin protestar mayormente.
Me 10s traje a la carrera. No lograba Ievantarse la
niebla. La llovizna fria nos empap6 rhpidamente. La
ancha calle de 10s muelles se extendia hameda y gris,
'
con su apretado tejido de rieles mohosos, palancas y
desvios, vagones, grfias y cables, todo e n incierto ocio,
el metal viego y corroido apil8do en enormes bodegas,
entre cajones y cordeles. Fisherman Wharf parecia un
muelle de juguete. Las ventanas y 10s avisos de 10s
restaurantes chorreaban u n agua sucia que se iba en
pequefios canales, arrastrando restos de jaibas, con-
chas quebradas, papeles, etiquetas de colores. Las ca-
Iles estaban desiertas. ISobre 10s mutiles de una flota
pescadora se alzaban finas columnas de un hum0 azul
que resbalaba como tinta sobre la bruma lechosa. Des-
de el Golden Gate salian 10s autom6viles con la niebla
pega%a, desgarrhndose en harapas. Las verdes colinas
del presidio chupaban la humedad con ansias, para
brillar densamente entre 10s eucaliptus y pinos gigan-
tes. El barco que causara la contienda se veia extra-
fiamente silencioso y vacio, sus cubiertas relucientes,
las escaleras y barandas inmaculadas, cerradas las
. ventanillas de 10s camarotes. AtrQ a la distancia, la
isla de Alcatraz era un montoncito de luces amarillen-
t m en medio del mar, y el puente de Oakland cogia
autom6viles y camiones con sus $arras de hierro y 10s
soltaba a1 otro lado de la bahia, para que huyeran en
una carrera frenetica, como horrorizados del monstruo
mechnico.
En la acera del muelle, junto a una cortina met&-
204
lica a medio cerrar, vimos a1 grupo de Marcel. No po-
dria decir cuhntos eran. Tal vez doscientos, tal vez m u .
Llevaban carteks con motes alusivos a la huelga y con
el nombre y el namero de 10s sindicatos que represen-
taban. Se paseaban en estrecha formaci6n. Nadie po- -
dia muzar esa fila, nadie que no estuviera dispuesto a
romperse el alma contra ella. Un grupo de policias 10s
observaba desde prudenfe distancia. A dos o tres cua-
dras, en direcci6n a1 Ferry Building, se divisaba una
multitud amorfa y obscura que cambiaba de sitio en
silencio, como obedeciendo a miskriosm ansignas, y
que de vez en cuando hacia gestos amenazadores. En
el grupo de Marcel habia hombres de todas las razas.
La mayorfa llevaba gorras blancas y chaquetas de cue-
ro. Se aes notaba cansancio en el rostro, pero empufia- t

ban 10sestandartes y 10s garrotes con decisi6n asesina.


Nosotros nos sentamos sobre 10s rieles del tren y ob-
servamos lo que secedia sin decir palabra. El Cuate
recogia piedrecitas y las hacia chapotear sobre 10s
charcos. El Cowboy eructaba con brios; necesitaba un
trago; le temblaban las manos y las piernas.
-iEh! -grit6 uno d e 10s huelguistas, ensefihndo-
’ nos a nosotros-. iMiren 10s pasajeros de la Lurline!
&Queno se embarcan para Hawaii, cabrones?
Nosotros guardhbamos silencio.
4 i no son pasajeros -dijo otro-; es el capithn
Oporto con sus hijitos.
El Cowboy 10s miraba con ojos entrecerrados y
asentia con la cabeza. La muchedumbre enemiga vol-
via a moverse all& lejos y exageraba las manifesta-
ciones hostiles. rn todas las calles verticales habia
autom6viles de la policia, y en una, bombas de incen-
dio. Los policias conversaban indiferentes y reian, a
veces, con gran alharaca.
+ye -me grit6 Miguel Angel VaIAzquez, que I

. formaba con 10s huelguistas de Marcel y tambien fin-


gia no conocernos, pard aumentar la diversibn-, Gson
periodistas 10sque te acompalian o son enanos de circo?
-ison la chihgada que te pari6! -le respondid el
Cuate, y todos soltaron la risa.
A la media hora de estar alli, y cuando ya empe-
205
z&bamosa dburrirnos; oimos un silbido policial y vimos
a 10s guardias tomar posiciones. A lo lejos, pos el medio
de la calle, se vi0 avanzar a1 enemigo en masa com-
pacta, riendo y gritando frases soeces.
-iYa vienen otra vez!
Apretaron las filas 10s hombres de Marcel, sin in-
terrumpir su paso.
-i@e, Marcel! -grit6 yo desde 10,s rieles-.
iMarcel!
- ~ $ n 6 traes, bandido? -respondi6-, Lqui6n te
manda meterte por aqui? Te has equivocado, aqui no
se venden cartillas.. .
-~&t16 te parece que les ayudemos? Mis amigos
y yo ...
-Esta es cosa de hombres, no de caballos.. .
-Caballos -au116 el Cuate-, caballos.. . Tu abue-
la, chingbn.
Los otros seguian avanzando. La podcia no daba
sefiales de intervenir. Senti una vaga desazbn. Los que
formaban la primera linea eran unos matones de dos
metros de altura. Un ciego les habria adivinado el bulto
de 10s laques y garrotes 'que cargaban debajo de la
chequeta.
-iEh, Marcel! -volvi a gritar-, jvamos a cruzar
la calle!
-iCruza lo que quieras y chllate, que ya molestas!
Marcel no nos miraba; 61 y 10s suyos se apretaban
unos con otros, tomhndose del brazo hasta formar una.
s6lida cadena humana. 8 e levant6 el Cowboy y le so-
naron todos los huesos; de tres zancadas atraves6 la
calle, y nosotros le seguimos a paso rhpido. Nos meti-
mos en la cadena sin mayor ceremonia. Cuando el gru-
PO enemigo lleg6 a unos cuantos pasos de nosotros,
surgib el jefe de la policia y los COntUVO.
-iAquf no habrh pelea! -gritb--; mientras yo es-
t6 aqui no habrh violencia. LEntendido?
-Queremos pasar a ocupar nuestros puestos en el
barco 4 i j o uno del otro bando-; es hora de descar-
gar, tenemos derecho a pasar. ~ A c a s ono es libre uno
de trabajar donde quiera en este pais? iQui6n nos ha
de prohibir tomar nuestros cargos?
2U6
--Tambien Csos tienen derecho a formar su linea
-rugi6 el policia-. LPor que no ser razonables? iMal-
ditos Sean! LPor que no sle van a sus casas y nos dejan
a todos en paz? LQUC ganan con estas peleas? Estas
cosas se arreglan en las Cortes de Justicia.
Uno del grupo enemigo avanz6 audazmente e in-
tent6 colarse en nuestra fila.
-i Provocador! iProvwador!
Fue rechazado a puntapiCs y empujones. Cay6 de
rodillas y recibi6 un garrotazo en la cabezn. Saltaron
tres de sus compafieros con la intencidn de rescatarlo.
Otros tantos de 10s nuestros respondieron a1 ataque y
se trenzaron en peleas individuals. La policia obser-
vaba. Nadie m&s intervenia. Se evitaba cuidadosamen-
te la acci6n de las masas, que pudiera haberse trans-
formado en cosa fea e incontrolable. Mientras aquellos
peleaban, 10s dem& se insultaban y se lanzaban pie-
dras. Algunos reian a carcajadas, animando a sus com-
paiieros. En un momento en que la multitud se acerc6
demasiado y ya iba a entrar en contacto, el policia
toc6 su silbato y sus hombres entraron a propinar palos
a diestro y siniestro. Tal como lo sugiri6 el hombre-
sin-voz, la policia mostraba una pronunciada predilec-
ci6n por pegarnos a nosotros. 8 1 le pegaban un garro-
tazo a uno del bando contrario, de inmediato se volvian
contra uno de nosotros y le pegaban cuatro. La reac-
ci6n no pudo dejarse esperar. Pronto todos nosotrcs
nos encontramos defendikndonos a patadas y trompa-
daa de la policia, mientras 10s enemigos se dedicaban
a presenciar la paliza y acabar de rompernos la crisma .
si caiamos cerca de donde ellos estaban. Mientras el
Cowboy pudo pelear, que fue cosa de dos o tres minutos,
le vi descalabrar a un policfa y darle tal bofetada en
la boca, que fue un milagro c6mo no le sac6 el Pufio ’
por la nuca. Realizada su hazaiia, le cayeron seis 0
mas encitna, y, aunque acudimos en su ayuda y gol-
peamos bien, en especial 10s jinetes, que, por chicos,
pegaban bajo, el Cowboy sucumbi6 lentamente, y, una
vez en el suelo, perdi6 el conocimiento, aturdido a
garrotazos. Se lo llevaron pronto y acaso la ambulancia
le salv6 de u n desenlace fatal. Marcel, a pesar de su6
ax'ios, peleaba bien y con destreza admirable se esca-
bullia de 10s golpes y 'de las garras de 10s policias que
intentaban arrastlarlo hasta 10s camiones. Peso lo
perdi de vista, y la prdxima vez que lo vi fue en cir-
cunstancias que recordare siempre con profundo
horror.
En una de las fugaces treguas, retrbcedimos hasta
la entrada del muelb con el prop6sito de recuperar
fuerzas y reagrupar a 10s combatienks. Estabamas
camados y adoloridos. Per0 hasta el momento, vk!to-
riosos. Nadie habia atravesado nuestra linea. Habia-
mas perdido varios hombres, entre 10s que fueron a la
carcel y 10s que fueron a1 hospital. La moral, sin em-
bargo, continuaba alta y aixn teniamos a nuestros li-
deres, LO no 10s teniamos? Fue entonces cuando nota-
- mos la ausencia de Marcel. Regresamos a1 lugar de la
contienda precipitadamente. En un alero, junto a un
muelle pequefio donde mantienen 10s botes de la com-
pafiiia de bomberos, Marcel libraba una lucha desigual
y salvaje contra varios matones. Indqdablemente la
policia advirtid la encerrona, pero, de acuerdo con su
calculada estrategia, rehusb acudir en su ayuda. LQUC
mejor medio de deshacerse de un agitador? Lo terrible
' d e la situacidn de Marcel, lo Que nos dej6 mud'os de
espanto, fue que -peleaba cojeando, de espaldas contra
la pared, con el tobillo derecho dislocado y el pie tor-
cido de una manera monstruosa, pues el hueso habia
roto la pie1 y tocaba el suelo, lazientras que el pie se
apoyabh completamente de lado. Marcel no pdrecia
darse cuenta de su herida y se apoyaba en el pie roto
con una indiferencia espantosa. La sangre pe acumu-
laba en el pantaldn y el zapato e iba formando un
charco obscuro en el alquitrhn. Cuando acudimos a su
lado, sigui6 lanzando golpes, sin reconacernos, y toda-
via, 1levAndolo en brazos hacia la ambulancla, pegaba
enloquecido, incapaz de distinguir entre amigos y ene-
rnigos, la nariz rota de un pufietazo, las orejas y 10s
ojos hinchados, la acamisa cubierta de lodo y sangre.
Subf en la ambulancia con 81 y le acornpafie a1
servicio de emergencia del hospital ptiblico. En el tra-
yecto le inocularon un fuerte sedativo y se durmi6 apre-
208
tandome la mano y pronunciando frases inconexas.
Atr&s quedaron 10s muelles mojados y sangrientos, el
mar gruleso y verde como un animal enfermo; atrhs
qued6 la masa de rompehuelgas, acezando, ocultando
s'cls cuchillos y manoplas, protegidos por 10s hombres-
montafias uniformados de azul. Entre la sombra oxi-
dada de 10s trenes tuve una altima visi6n de mis nue-
vos compafieros, sudando, 10s dientes apretados, la
mirada desafiante, 10s pufios cerrados, la fila herm6-
ticamente unida, impasable.

209
Contribucidn a la printauera: Segumdo mouimiento

ARCEL desagareci6 en una camllla de -rued=


blancas, tapado con &a frazada que le cubria hasta la
barbilla. Una enfermera me condujo a la oficina de
la administracibn, y, ofreciendome una silla, se pus0
a escribir las infonnaciones que le daba yo sobre mi
amigo. A 10s pocos minutos de estar %Hi,senti las pier-
nas frias y tuve la sensaci6n de que 10s pies tocaban
la alfombra como quien toca la superficie ondulante
de una laguna. Estabamos solos en la habitacibn. La
alfombra y el asbesto del techo ahogaban 10s sonidos.
Me pareci6 que ibamos en una campana de cristal,
ascendiendo en el vacio, y que el balanceo y el soporte
de todos 10s muebles, del suelo, de las paredes y de la
enfermera dependfan exclusivamente de mi. El tac-
tac de la mtuquina de escribir se confundi6 con mi pul-
so, y yo lo aguardaba con ansiedad, como si mi vida
dependiera de 61. El escritorio perdi6 su maciza inmo-
vilidad y comenz6 a presionarme, acerchndose a mls
piernas y queriendo apretarme el pecho y el estbmago.
Las paredes se iban convirtiendo en una gelatina ama-
rilla en que flotaban cartones blancos mamhados de
tinta china, y donde el retrato de un hombre gordo,
calvo, de lentes dorados, se descomponia en planos
absurdos.
-i,QuB le pasa? -me preguntb la enfermera, con
voz suavisima y una sonrisa en la cara-. &Nose siente
bien?
210
-No, no es nada -respondi con voz ronca y vaci-
lante que me son6 enteramente extrafia-; estoy un
poco mareado, CEO.
Me pas6 la mano por la nuca, donde sentfa un
dolor vago, y luego puse la mano sobre el escritorio. La
enfermera sc qued6 mirandome un instante, y lUeg0,
levanthndose, se acerc6 a mi diciendo:
-Su mano est& llena de sangre.
Me tom6 la cabeza, y, agachBndose, mir6 de cerca,
apartando 10s pelos con sus'dedos Bgiles y experimen-
tados.
-Usted tiene una rotura aquf. Una rotura grande
4ijo.
Y o senti el v6mito ascender hacia 4a boca y quise
indicarle a ella el peligro, per0 la nausea se llev6 la
voz y con ella descendi vertiginosamente en la zona
obscura y fria del desmayo.
Pas6 dos dim en cama, inmovilizadd. Las radio-
grafias que me tomaron mostraban una contusibn sin
gravedad, per0 el m&ico me mantuvo bajo observa-
ci6n. La herida misma no debfa ser tan grande, aun-
que el esparadrapo que la cubria era enorme. Mercedes
venfa a visitar a Marcel por la mafiana de die2 a doce
y por la tarde de dos a cuatro. Guando me dieron de
alta, jun@s establecimos una rutina: por la mafiana
ella visitaba sola a Marcel; por la tarde era mi turno,
pues Mercedes debfa asistir a 10s ensayos, y en la no-
che fbamos un rato juntos, despu6s de la cena.
Marcel cambi6 poco a poco su actitud para con-
migo. Era de naturaleza hurafia, pero como todo aquel
que no derrocha afecto, sino, por el contrario, lo es-
conde y lo raciona, a1 entregarse se daba sin reservas
y sellaba su amistad con un calor, una generosidad de
naturaleza tan exclusiva y apasionada, que causaba
miedo. Asf fue conmigo. De 10s insultos pas6 a 10s mo-
nosilabos, y de 10s monosilabps a las bromas cordiales
y afectuosas, y luego a 10s consejos, a las confidencias,
a las narraciones interminables de sus aventuras ju-
veniles, de su in'fancia en la madre patria, de su fami-
lia, de sus peripecias en California. Paulatinamente
creyb necesario adoctrinarme y no dej6 pasar opor-
211
tunidad de introducirnie a la teoria de la orqanizaci6n
sindical y,, especialmente, a su tradlcibn heroica, B su
espiritu de evang6lica fraternidad, que invariablemente
tocsba en mi zonas de honda emoci6n. Como no tenia-
mos nada que hacer, habl8bamos. E% decir, 61 hablaba
y yo escuchaba. Cuando se agot6 su repertorio de an&-
dotas, empez6 a repetirlas con ligeras variantes, p r o
siernpre en un momento precis0 de la conversaci6n.
LleguB a conocer sus aventuras favoritas como si me
hubieran ocurrido a mi, y llegue a saber exactamente
que resorte tocar para sacarlas a luz: bastaba con una
palabra, o una idea, o un sentimiento definidos, a cuya
menci6n, como en un movimiento reflejo, brotaba la
an6cdota. A veces me aburria soberanamente, per0 yo
nacf con la capacidad de aparentar la atenci6n; de
modo que 61 hablaba y hablaba, animado por mis ojos
atentos, mi postura reposada, sin imaginarse que, en el
rondo, me retorcfa por la desesperaci6n de irme, o de
ver entrar a Mercedes, o de saltar, gritando, por la
ventana. Sasgbamos las horas e n ese lento y costoso
proceso de descubrirnos con el gesto y la palabra, sin
sospechar lo que resultaria de all€: ai una amistad in-
quebrantable o una inconsecuente separaci6n.
No se hablaba ahi de caballos. Una vez que quise
introducir el tema, Marcel me descorazon6 con una o
dos frases del m h absoluto desprecio y desinter&. Mi
tlnico consuelo consistia en repasar e n la imaginaci6n .
10s percances de las dltimas semanas, repitiendo una y
otra vez la ceremonia del triunfo, la entrega del che-
que; sobando, a veces, que 10s veinte mil y pic0 de d6-
lares nos eran entregados en monedas de plata, que
Hidalgo y yo pashbamos dias y noches en contar. A
causa de mis visitas a1 hospital no tenia oportunidad
de ver a Hidalgo e ignoraba que planes estaria hacien-
do para nuestro caballo y que otros sucesos habian
ocurrido en Tanforan despues de la gran victoria. En
otras circunstancias esta falta de contact0 con mi so-
cio me hubiera preocupado. Ahora no me inquietaba.
Era curioso c6mo ese rinc6n del hospital, con la pre-
sencia de mi novia y la amistad tosca y ruda de su
padre, se iba posesionando de mi y a t h d o m e con un
212
sentimiento, mitad nostalgia hogarefia, mitad antici-
pacion de una vida domestics que borraba las ansias
y obsesiones de hecia s610 unos dias, para apaciguarme
en una condicidn de madurez, acaso improvisada, per0
hondamente halagadora. Mercedes advertia el CambIQ
y supongo que lo manejaba. Ya no hacia planes para
viajar a Nueva York, pero tampoco pensabn volver zt
firmar con “El Rancho” cuando terminase su contrato.
Se entregaba a una especie de vaga indecision, donde
un proyecto florecfa hoy, para desaparecer inconse-
cuentemente maflana, y donde ella parecia esperar con
femenina anticipacidn que yo fuera quien pusiese or-
den final. Per0 en ese plano yo no ofrecia grandes
garantias. Siempre fui un improvisador ‘y, con natura-
leza de tahirr, silempre dej6 que fas cosas me sucedie-
ran, sin tratar de preverlas u orientarlas, confiado en
mi buena suerte y mi instinto seguro para hallar lo
Inesperado. Quiz& a Mercedes le disgustaba semejante
inconsistencia, pero, por otra parte, no dejaba de
atraerla y seducirla. Conmigo su vida era una pequefia
aventura, y, ahora que Marcel empezaba a ponerme
riendas, tal vez una aventura no enteramente des-
sfortunada.
Una noche vino Hidalgo a mi departamento y se
ofreci6 a acompaflarme en mi visita a1 hospital. Lle-
I

gamos cuando una delegaci6n del sindicato se disponia


a marcharse. Marcel estaba rebosante de satisfdcci6n.
-Muchachos -dijo a1 vernos entrar-, buenas no-
trcias, muchachos. -No esper6 que termin&ramos de
saludar y continu6-: Be ha ganado la huelga.. . He-
mos ganado. iQu6 te parece? Ya lo decia yo que era
cosa de aguantarse unos pocos dias m u , soportar 10s
palos y probarles que nada ni nadie nos iba a sacar
de ese muelle.. .
- ~ & i que ganamos? - d i j e , sin reparar en que
me inclufa en el bando victorioso.
- G a n a m o s -dijo uno de 10s estibadores--, y si
alguna vez necesitas tb o alguno de tus amigos tarjeta
del sindicato, vengan a vernos, que para-los amigos
siempre habrs trabajo.
Ese ofrecimiento, que en otros paises quizas no
213
slgnificara gran cosa, aqui encerraba un gesto de hon-
da fraternidad, porque 10s sindicatos son ac& COMO
claustros y no aceptan el ingreso de nuevos miembros
sin0 despu6s de pacientes y co’stosos esfuerzos.
Hidalgo y yo respondimos con un fuerte apretbn
de manos. ,
-Gracias -dije-. Para gente como nosotros, esa
orerta vale mucho, y se aprecia, se aprecia de todo
corazbn.
-Ya lo saben -insisti6 el otro-; si 10s caballos
se botan en huelga, vengan a vernos. En 10s muelles no
faltara trabajo.
M&s tarde, en ei rincdn silencioso junto a la cama
de Marcel, Hidalgo y yo sostuvimos una conversacibn
que decidib mi vida. Ni Marcel ni Mercedes dijeron na-
l a . Escucharon atentamente y tranquilos, como sabien-
do de antemano la respuesta que yo daria a las pre-
guntas de mi compatriota.
--Codpafierito 4 i j o Ridalgo-, si quieres bajamos
un rat0 y hablamos afuera, para no molestar a1 enfermo.
-Como gustes -interpus0 Marcel-; per0 si es por
mf, no hay que afligirse, que no molestan; por el con-
trario.. .
-Hablemos aqui -dije-; estamos e n familia,
Hidalgo.
-Se trata de que vamos 8 hacer ahora que tene-
moss... --c,arraspeb y buscb la palabra-, que tene-
mos... plata, pus. El premio de la carrera est& depo-
sitado en el banco. Te pusimos t u parte a t u nombre;
no tienes m&s que ir a firmar para que tengas t u propia
cuenta. Ya sabes que el preparador se llevb el diez por
ciento, m a o menos como dos mil dblares. A mi me
tocd una mitad, m&, lo que gan6 con la monta. A ti
te W a r o n como nueve mil d6lares, m&s lo que cobraste
en el Cerrito.. , Total, un mont6n de plata. Ahora hay
-2ue decidir lo que vamos a hacer. No falta m&s que un
mes para el gran cl&sico de Tanforan. LCorremos a
**Gonz&lez” o no? Esa es la cuestibn.
Francamente, yo no habfa pensado en esto. Daba
por descontado que Hidalgo y Mr. Hamburguer conti-
214
nuaban preparando ’a “Gonz&lez”y que lo correriamos
en el Handicap y cobrariamos otra fortuna en dblares.
De alli en adelante, para mi todo era recoger di-
nero, recogerlo en sacQs. &Porqu6 planteaba la pregun-
t a Hidalgo? &Tenia acaso dudas en su mente? En su
cara no se leia mas que la angustiada y sufr!da actitud
que era su marca personal. Hablaba siempre con la bo-
ca un poco torcida y a media lengua, y cantando las
lfrases con una especie de queja continua. Ahora juga-
ba con el sombrero sobre las piernas. Sus dedos gruesos
y torpes lo hacian bailar, lo planchaban. Tenia 10s
hombros caidos. Nada en su aspecto, ni siquiera la ropa
nueva y la corbata de colores chillones, podia indicar
a1 trlunfador, a1 jinete cuyo retrato aparecia ya en las
p&ginasdeportivas de todos 10s peri6dicos y cuyos ser-
vicios empezaban a ser solicitados por 10s preparadores
y duefios de mayor fama en California.
-LPero por que no habiamos de inscribirlo en el
cliLsico? -pregunM sorprendido-, Tiene probabilida-
des de ganar,- &no?
Hidalgo se quedb pensando un rato y mlrando a lo
lejos. Cuando respondi6 a mi pregunta, rue con aire
a w n t e y no se refiri6 a ella, sin0 a otra que le pre-
ocupaba intensamente.
-Yo creo que para mi Ilegd el momento de lar- ~

garme. Quiero decir, a mi tierra. LPara que quiero m a ?


Tengo esta platita, que en Chile se multiplica por no
s6 cuanto. Voy a ser millonario. &Tedai cuenta, gan-
chito? -preguntb con una sonrisa indwriptible en el
rostro-. Para un roto como yo, que nunca tuvo donde
caerse muerto, que pas6 m&s pellejerias que Pancho,
de la noche a la maiiana esta plata significa el parai-
so. Puedo hacer lo que quiera. $3e dan cuenta? La pu-
cha, q u i h me lo iba a decir. -Me mir6 fijamente a
10s ojos y a f i a d i b : Para mi, 10s boletos son pa Chile.
Yo me voy a1 norte y me instal0 con una flota pes-
quera. Si alguna vez necesito plata, si la suerte no me
abompafia y me va mal, tal vez vuelva a las pistas. Per0
ahora, guachito, 10s boletos son pa Chile. ~ Q u 6sac0
con vivir q u i ? &to no es para mi, pues. No le sac0
gusto a la vida; p m i a estar ahogado en plata y toda-
215
via estaria solo. Esta g e n k no es mi gente, ni me en-
tienden ni la entiendo. Para elios soy mudo, y para mi
son muertos. Vivo como perro. Me hece falta la tierra,
me hacen falta 10samigos y 10sparientes. LVan a creer?
Echo de menos hasta 10s bolseros y 10s sablistas. Pu-
chas, pensar que podria andar con $a vieja guardia
del Hip6dromo y llenarme de chicha y de empanadas
y curarme con la guata a1 aire en el Parque Cousifio
o el San Crist6bal. iSi hay tanta cosa que hacer, pues!
A11a le suceden cosas a uno y la gente la tenis metida
en la sangre. Se sufre m a , pero tambien se goza m&.
Aqui vivo como ermitafio, yo que naci buerio para la
cueca y pal litriado. Si me muriera aqui, me iria a1
limbo.. .
Eso me produjo verdadero asombro. En frase t a n
absurda, Hidalgo sintetizaba la vaciedad total, la este-
rilidad y mediocridad espanwsas de sus dfas en 10s
Estados Unidos. l3.w era y eso probablemente seria yo:
seres amorfos, vaclos, fichas de hombre, pequefios car-
teles encasillados en una rutina inconsciente. Remedos
de hombres, mientras m b inocuos, m a adaptados y
aceptados. De ahi la despreocupaci6n por el futuro, la
irresyonsabilidad hilarante. El futuro (aqui-no .ex&&:
esLa-Ea-vi--vido, p o r q - s J g A a 1 - p asado.
Por eso el tiempo transcurre vertiginosamente, y de lz
noche a la mafiana la gente se descubre vieja y se
muere de un ataque, que es ataque de horror y no
cardiasco.
Per0 en esa Bpoca el vacio no me tocaba a m€ con
esa urgencia de vida y muerte que parecia preocupar
a Hidalgo. Sabfa, quizhs, que me estaban urdiendo una
telarafia, hora a hora, atando cabos, cerrando salidas.
Sin embargo, flotaba entonces con la seguridad tacita
de que, llegado el momento, conseguiria romper las
prisiones, por mas encantadoras que me las pintaran.
No me angustiaba aquello que sabia pasajero y que
creia poder superar facilmente. LY si en esta ingenua
creencia pasaban 10s afios, y 10s hilos, que una vez crel
de telarafia, se cruzaban como hierros para sellar la
jaula definitiva? Para otro pudiera haber sido est0
un serio problema, per0 no para mi, en aqiiellos dim.
216
-.. .Hay otra cosa -continu6 Hidalgo-, otra cosa
re importante. Yo creo que tfi no te has dado cuenta,
per0 “GOnzalez” es un caballo acabado.
--LAcabado? ~Despuesde ganar como gan6 el otro
dfa?
--;Lo del otro dfa es dificil de explicar 4 i j o Hi-
dalgo secamente-; fue suerte y otras cosas que tfi al-
gun dia vas a entender. “Gonzalez” se dio todo. Por s o
gan6. Y yo me di todo. Yo tambitfn. Parece cbmifco,&no
es cierto? Asi fue. Si seguimos entrenando a “Gonza-
lez”, nos comer$ toda la plata, perderemos todo lo ga-
nado y m&, nos llenaremos de deudas, acabaremos
debitfndole a todo el mundo, pidiendo limosna. Sufri-
remos nosotros y sufrira el caballo. Porque ese caballo
es muy hombre, se da menta de todo. Ganb por la
patria. Entreg6 el bofe en esa carrera, y si no entreg6
la herramienta fue porque tiene mucho corazbn.. . Pe-
ro todo tiene su limite. Una carrera m&s cOmO 6Sa,
contra animales de m h clase que el, de mks fUerZa Y
m$s j6venes, y “GonzBlez” capaz que se nos muera ahi
mismo en la cancha.
-Per0 no entiendo, Hidalgo; no hace m8s que una
semana, tu hablabas de 61 como si fuera un campe6n
invencible.
--Clara que es campebn, un campe6n que tuvo su
6poca. Mris abn, que tuvo dos tfpocas. Pero ya no da
msis. Te lo dig0 yo que lo conozco, y lo conozco a fondo.
De esa carrera sali6 cambiado. Se me cansa en un
cuarto de milla, perdi6 el coraje. Podria Correr, yo no
digo que no. Podria ganar tambi6n. De milagro, de pur0
sacrificio y con ayuda.. .
-LEntonces qu6? ~ Q u 6vamos a hacer?
-Ya te dije. Yo me voy a Chile. Tb sabrBs lo que
haces. Si me haces case, te retiras a tiempo -y mir6 a
Merdedes, como sugiriendo su intervenci6n.
-Bueno - d i j e yo-, ya se lo que vas a hacer to;
per0 ~y “GonzBlez”? ~ Q u 6harernos con 61?
Hidalgo habl6 con mucha precisi6n y un criterio
de economista que no le habia apreciado antes.
--“GonzUez” est8 fregado. Si estuvi6ramos en Chi-
le, nos comprariamos un fundo y lo echariamos a la, cria.
217
Es capaz de producir mucho y muy bueno. Per0 esta-
mos aqui, y si nos.metemos e n esa clase de negocios
terminariamos perdiendo todo. Nos falta capital, nos
falta conocer el ambiente, y a mi me faltan ganas. Que-
dan dos soluciones: o lo seguimos corriendo en algu-
nas carreras hasta que alguien lo compre, o lo ven-
demos de una vez, ahora que su triunfo estfi fresco y
hay compnadores. Y o no quisiera seguirlo corriendo;
me da Ifistima. Se irfi para abajo igual como subi6. Y
asi como lleg6 a la cuspid’e, asi IlegarB hasta el fondo. 1
No quisiera verlo cuando esto suceda. Y o prefiero ven-
derlo. . . ahora, al tiro.
Me tom6 de sorpresa su decisi6n tan cortante, tan
nitida, tan cuerda y tan poco criolla. Hidalgo hablaba
friamente, como hombre de negocios. Yo pensaba como
un sentimental: me imaginaba al caballo como 8 un
miembro de la familia, o un amigo que nos sac6 de un
atolladero gracias a su bravura y su generosidad. Me
pareci6 un pecado abandonarlo, y especialm8enteaban-
donarlo en tierra extrafia. LAcaso no sentia “GonzBlez”
la misma vaciedad mortal de su vida entre gringos?
LAcasYo no afioraba las praderas criollas rodeadas de
filarnos, las corrilentes frias y cristalinas de la cordi-
llera, 10s caminos de tierra cercados de Zarzamoras y
las lentas carretas de bueyes? 0 tal vez afioraba el
olor a cebolla del HipcSdromo, la bruma clavada en 10s
espinos, la escarcha reluciente y dura como 10s tejos
de la rayuela. Alguna yegua quizfis, unos potrillos que
correrian a pata pelada por la medialuna de la escue-
la pablica.. . Era un pecado desentenderse de su des-
tino, olvidarlo cuando nos habia dado una fortuna.
-Ll6vatelo a Chile -dije d’e pronto-, ipor que
no te llevas a “GonzSLlez”?
Hidalgo se ri6 y demor6 en responder.
-No seas chistoso. LPara que? LSabes ta cufinto
cuesta llevar un caballo?
-NO m&s que una persona.
-6C6mo voy a meter mi plata en semejante cosa?
Tendria que ser muy tonto.
-Yo te doy la mitad del pasaje de “GonzAlez”.
-Ni asi. Mira, hombre, no seas ingenuo. Olvidate
218

i
de “GonzSLleZ”. Pa llen6 su cometido. Asi como yo llen6
el mio. A ti te queda mucho por delante. LCuSLntos aiios
tienes? LVeintidbs, veinticinco? T$ no has nacido para
esta vida. Que lo digan 10s amigos aqui. TU tienes que
sentar cabeza, hacer algo digno, y no perder tu tiempo
de vago y atorrante. Y cuando quieras sentar cabeza
te va a hacer falta todo el dinero que ahora tienes y
mucho mas. En cuanto a “Gonzalez”, no te preocupes.
LQui6n te dijo que lo va a pasar mal? Para mucha
gente, “Gonzalez” es una mina de oro. QuizSLs no para
10s muy entendidos, per0 en 10s hipodromos por aca
sobran 10s ricachos que no saben nada de caballos y
que se mleten por la copucha, para figurar. A ellos no
les importa si el caballo gana o no; les basta con ver
sus colores.len el paddock y oir su nombre por 10s al-
toparlanks. A “Gonztilez” lo venderemos bien, y el que
lo compre le dara m’ejor cuidado que nosotros, lo pon-
dra en una cuadra mejor, comer& mejor, tendra me-
dicinas y doctores, y eel dia que y a no pueda mover pata
en la pista, lo retiran a una hacienda a la cria, y ahi
k n d r a s a “Gonz&lez”como un pacha con su haren de
gringas, en buenos pastos y mejor clima, relamido
como un actor de cine, feliz entre palmeras y piscinas,
dfmdole gusto a1 sable por el rest0 de la eternidad.
iQu6 hermoso final para “Gonzalez”! La pura ver-
dad. Eso si era un destino para 61, @soera la realizacion
suprema de un potro. El hombre ambicionara otra co-
sa, tal vez. Per0 un potro se realiza en eso: en sus ye-
guas, bajo un cielo de sleds, sobre pastos suaves y mu-
’ llidos, a la sombra de Arboles de lujo, aislado por cercas
blancas, mojado por el agua templada de fuentes color
turquesa, temido y respetado por la cuadrilla de mi-
llonarios, despidiendo a sus potrillos a la puerta del
f’errocarril que 10s lleva a las pistas famosas de Ken-
tucky. Ese si era un final digno. “Gonzalez”, condteco-
rado, viejo e ilustre, rodeado de hembras y descendien-
tes, relinchando de vez en cuando una vaga y pO6tiCa
nostalgia por la tierra de 10s huasos, que Ya no seria
su mundo.
-Est& bien, Hidalgo, est& bien. Hagamos lo que to
219
I .

. dices. Per0 primero me gustaria saber qui6n lo va a


comprar.
-Por eso no te aflijas. Ya habia hablado de esto
con Mr. Hamburguer, y tiene dos compradores, gente
de plata, muy fina y muy bu’ena, que tratarhn a “Gon-
zhlez” a cuerpo de rey.
-&Per0 que haran con 61 cuando se den cuenta
de que y a no corre?
-No te compliques la vida, hombre. En primer
lugar, “Gonzhlez”, si corre, alguna vez podria dar otro
batatazo. Lo correrhn durante un afio.. . DeSpUeS Lque
otra cosa van a,hacer? A la cria, a la engorda, a la
gran vida. “GonzBlez” estarh feliz. No t e hagas mala
sangre. I

Y asi el destino del blanco qued6 $oleado y sacra-


mentado. Hidalgo me hizo prom’eter que no diria pala-
bra a nadie sobre la venta del caballo. Era precis0
evitar 10s comentarios que pudieran espantar a 10s in-
teresados. La operaci6n %ria absolutamente secreta.
A la mafiana sigui’ente, Mercedes y yo fuimos a
despedirnos de “Gonzhlez”. En el trayecto hablamos
de nusstros planes para el futuro.
-Palabra que entrare a la universidad y.. .
-Y yo voy a seguir el Curs6 de ballet con que he
sofiado toda mi vida.
-iEn Nueva York? I

-No -respondi6 Mercedes, acaricihndome las ma-


nos-, en San Francisco.
-6Y en “El Rancho” ya n o bailarhs?
-No, mi paph no ,quiere; tampoco quiero yo. Es
una vida infame. Ek defiende una, noche a noche, con
dientes y ufias. Si no es la duefia que t e quiere en-
dosar un viejo perverso, son las compafieras... Te eom-
pkan, te venden, te traicionan, te persiguen, hasta que
caes.
-Ah, si yo entrara a la universidad ,ahora, en
cuatro afios sacaria un titulo. Ya tengo el bachillerato
de Chile. Me aceptarian aqui en segundo afio.. . Cua-
tro afios.. ., a 10s veinticinco tendria mi titulo, en-
tomes. ..
Tornados be la mano, acariciando su mejilla con
mis labios, sofiaba por primera vez despues de mucho
ti,empo en un porvenir burgues. Yo sofiaba por mi cuen-
ta y ella por la suya. En algo estsbamos de acuerdo,
sblidamente de acuerdo: cada plan se firmaba con un
beso, besos ardientes, peligrosos, cuyas consecuencias
parecian no ser cosa de cuatro o cinco afios, sino cosa
inmediata, muy inmediata.
Tanforan se escondia de la carretera envuelto en
humos azules y blancos, hum0 de hojas secas y de pa-
ja, mlezclado 21 de un aserradero o de alguna fabrica
vecina. Atravesamos 10s ,establos. Hidalgo se ocupaba
en bafiar y peinar a “Gonz&lez”. Armado de un gran
wpillo, lo empapaba de agua y lo iba peinando en se-
guida con movimientos largos y lentos que dejaban
curiosos caminos en el pelaje blanco y suave.
-6Que hubo, que se cuenta?
Me acerque a “Gonz&lez”y le palmote6 el cogote.
Levant6 la cabeza y un tic nervioso le sacudi6 el pes-
cuezo. Me gustaba su facha: las patas bien plantadas,’
la cabeza en alto, la cola llena y ondulada, toda su fi-
gura blanca envuelta por el vapor que emanaba de su
cuerpo htimedo.
-Hola, gallo “Gonzhlez” -le dije-, ique dice el
campe‘6n?
-Cuidado, no te vaya a morder -me advirtid Hi-
dalgo.
Sonrei acordhndome de la pantomima en el circulo
de 10s ganadores.
-No, no me muerde. LVerdad que no mordis a tus
compatriotas? 5610 a 10s gringos como mister Hambur-
guer. Las paths son de carifio; te conozco, guacho cu-
lebra...
“GonzAlez” asentfa y rascaba .el suelo.
-6Es cierto que baila rumba? -pr8egunt6 Mer-
cedes.
-Chi, claro pus, y mambo. Pregunte no mas -
dijo Hidalgo-, no hay nadie que no lo haya visto bailar.
-Digale que baile.
“Gonzalez” volvi6 la cabeza y le dio una mirada
a Mercedes, que significaba: “ i Q U 6 se habra figurado
Bsta!”
221
-No, asi no mas no baila. Tiene que estar con
ganas. Lo tiera en el pa,seo frente a las galerias. Saca
unos pasos mas amarditaos.. .
Por la callecita vecina pasaron tres caballos, y
“Gonzalez” s.c: sacudi6 inquieto.
-Tranquilo, hombr@,si no es na con vos la cosa.
Vos vai a descansar hoy.
--Se ve muy bien el caballo -dije.
El diagn6stico de Hidalgo parecia carecer de base:
“Gonzklez” se veia fuerte y ansioso, 10s ojos brillan-
tes, la musculatura sblida, el pecho firme, las patas
finas, sin rastros de golpes ni cicatrices de ninguna
clase.
-Si -respondi6 Hidalgo-, se ve bien, per0 no es-
t&bien. Para correr en buena compafiia no jestara nun-
ca mas bien. -Hidalgo lo siguib peinando y dSndole
palmaditas -en el anca-. 6Tf1 eres aficionado a1 boxeo?
-pregunt6.
-AlgO.
-&Nunca has oido hablar de lo que le pasa a un
boxeador joven que lo echan contra el campe6n de-
masiado pronto? Podra aguantar toda la pelea, podra
hacer un papel macanudo, llenarse de fama por va-
liente y dfecidido; per0 a1 final de la pelea el campe6n
le ha destruido algo en su interior, algo imposible de
precisar, que ni es el higado, ni son 10s rifiones, ni es
el corazbn, ni es el cerebro, sino todo junto, y algo mas
todavia, algo que sestara en el alma. Mientras m&s du-
ra la pelea, peor le va. Ya no volvera a reponerse. Se
le ve en 10s ojos, en 10s reflejos, e n las piernas. Siem-
pre ira una fraccibn d’e segundo mas lento de lo que
debiera ser, siempre tardara una vuelta mas de la
cuenta e n comenzar a pelear, jamas podrh esperar 10s
nueve segundos en el suelo, porque mientras se decide
a levantarse, ya le habran contado 10s diez fatales. Lo
mismo les pasa a 10s viejos y a 10s crudos que le echan
a1 campebn cuando no quieren que se arri’esgue y ne-
cesita el ejercicio. Y lo mismo les pasa a 10s caballos.
La clase q a t a todo. No te olvides nunc8 de esto. La
clase mata a1 tiempo, a la velocidad, a1 aguante, a la
, malicia, a todo. Busca un caballo barato que en 10s cn-

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trenamientos est6 quebrando todos 10s records, 8chalo
a correr contra un a s q u e apenas si est%preparado.
Ya verss lo que pasa. Con s610 tenerlo a1 lado y sentir
el trabajo fisico del campebn, la seguridad con que se
mueve y el desprecio con que lo va apretando contra
10s palos, zdiQ velocidad: el caballuco se entrega. A la
Ilegaba, el coraz6n ;4e le sale por las orejas.
Pas6 una yegua baya por el camino, ,y “GonzSLlez”,
a1 verla, dio un relincho escandaloso. La yegua, asus-
tada, corcovre6 y se fue moviendo la cola nerviosamente.
-Hijuna.. ., no se le acabara nunca lo lacho.
Abierto de patas, el cue110 tieso, 10s ojos muy abier-
tos, “Gonzalez” quiso irse detras de la yegua, per0 Hi-
dalgo lo sofren6 de un tir6n. Qued6 inquieto, rascando
el suelo, pelinchando y moviendo la cabeza. Poco a PO-
CO notamos con desaz6n que comenzaba a despllegar
sus atributos de macho, y su postura se hizo ridicula.
Hidalgo y yo nos hicimos 10s desentendidos. Mercedes
mir6 aquello con asombro.
-Bueno, creo que ya iremos andando.. . -dije-.
Y de la compra, ihay algo?
-Mister Hamburgu’er vendrh esta tarde con uno
de 10s interesados, un italiano de Los Angeles, duefio de
varios restaurptes. A lo mejor cuaja ai tiro. Yo te
avisar6 si resulta la cosa.
“G~nz$lez”segufa e n su postura grotesca. Hubiese
qu’erido acercarme a 81 y despedirme con mas afecto,
per0 en esas circunstancias habria sido absurdo. Un
caballo asi, tan hombre, Be merecia un apret6n de
manos, hasta un abrazo. Si la venta se verificaba, no
volveria a verlo m o hermano; yo seria un extrafio pa-
ra 61, un carrerista mas a quien llenar la cabeza de
falsas ilusiones; acaso no le vohiera a ver m$s. Si el
nuevo duefio era de Los Angeles, se lo llevaria a correr
all$, y a118 dispondria de 81 cuando advirtiera su in-
capacidad.
-Bueno, guachito -le dije a1 caballo-, sera has-
ta otra vez.
Lo mire a 10s ojos, quise hacerle sentir mi agra-
decimiento y mi carifio, per0 no s’e dign6 entenderme.
Permaneci6 all1 gozando las cosquillas que el cepillo
223
..-

le causaba en el vientre, mojado y muy macho. Me


awrqu6 a palmotearle el cuello.
Volvimos a la ciudad. Meroedes se fue a1 hospital
y yo a buscar un departamento, porque ahora si eran
serios mis proyectos de trabajar y aeguir una carrera.
No una mrrera de caballos, sino profesional, digna y
burguesa. Mqrcel tenia para un mes todavia en cama.
La quebradura de la pilerna fue grave, y el medico no
se atrevia a pronosticar unla curaci6n perfecta. Podia
quedar ligeramente invhlido. El sindicato le pasaba una
pensi6n; 10s gastos del hospital y medico corrian a
cusnta de un seguro. Pero aun asi, present1 mes’es de
privaciones y apuros para Merwdes y su padre. Sobre
todo si ella dejaba su empleo en el cabaret. Poco a PO-
CO, subr’epticiamente, se fue formando en mi el senti-
miento y la conciencia de una responsabilidad que nun-
ca tuve antes y que me halagaba con lo que en ella
se encerrraba de superioridad y entereza varonil. Sen-
ti que yo era el destinado a ayudarles, y en esa idea
de sacrificio voluntario se me vino, como una oleada
be sangre a1 rostro, el ansia de poseer a Mercedes, de
sujetarla en mis brazos, de acariciarla, de hundirla,
con todo el peso de un amor y una ternura acumulados
hasta el desborde.
Esa noche supe por medio de Hidalgo y Mr. Ham-’
burguer que habiamos vendido a “Gonzklez” por quince
mil d6larles. Descontadas las comisiones e impuestos,
pagadas todas nuestras deudas, nos quedaban alrede-
dor de doce mil para repartirnos lentre Hidalgo y yo.
La predicci6n de Hidalgo se habia cumplido. Nuestra
gallina de 10s huevos de or0 10s habia puesto, y ique
huevos! En tanto Hidalgo prepamba su viaje a Chile,
yo arrende el departamento mhs modern0 y c6modo
que encontre en laS colinas cercanas a la universidad.
No tuve que decir adids a mis amigos. Porque a1 Cuate
y a1 Cowboy 10s seguire encontrando mientnas haya en
mi predilecci6n por una copa de vino en la Costa BAr-
bara o en el muelle de 10s pescadores, donds se retiran
a trabajar entre temporadas hipicas. A 10s dlemhs 10s
tengo aqui a mi alcance; todos ellos yacen en 10s ni-
chos de Golden Gate Fields, el hip68romo vacio, que
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est&,a pocas cuadras de mi casa, en el plano, junto
a1 mar. Terminada la temporada ten Tanforan, aquf
vendran a correr 10s caballos y ahi reviviran mis ami-
gos y montaran en su carrusel de luces, xrios, con-
centrados, gloriosamente il%os y misticamente derro-
tados.
En c u a d o a Mercedes.. ., bueno, hemos llegado a
10s acontecimientos de hoy, a esta esplendorosa !ma-
fiana de sol, tibiamente primaveral. Desde mi venta-
n a diviso la bahia envuelta en una ligera bruma, que
a ratos parece espuma de mar, a veces nube de gavio-
tas. El agua es celestey verde. Las chimeneas de Rich-
mond sueltan gruesas espirales de humo. El galpdn
verde y blanco de Golden Gate Fields me contempla
con la expresi6n de un rostro conocido una vez y olvi-
dado. Por la ancha pista abandonada no corren mas
que la bri’sa y uno que otro boleto amarillento de tem-
poradas idas. Sobre la mesa, junto a la taza de cafe,
tengo el Chronicle desplegado: el titular me dice que
“Gonzhlez” ha muerto. Para ellos ha muerto un caba-
110 de obscura historia, que dio un fanthstico golpe de
suerte un dfa, y que pudo haber sido una amenaza
para 10s campeones en el clAsico de TanforBn. Muri6
en circunstancias que el peri6dico describe con disimu-
lo para no ofender a sus lectores. Per0 que son circuns-
tancias epicas para mi, que conocf su hombria a toda
pruteba, su valor sin igual, su sentido romantic0 y ca-
balleresco de la vida. Porque “Gonz&lez”iba a ser trans-
portado a un nuevo establo y lo Sacaron a la calle; se
aprestaban a introducirlo en un cami6n, cuando pas6
a su llado un grupo de caballos, y lentre ellos, una her-
mosa y espectacular yegua de tres afios. “Gonzhlez”
emiti6 un sonoro relincho y, soltBndose del palafre-
nero, que dejd ir la brida, se abalanz6 sobre ella y la
mont6 con impetu salvaje, per0 con movimientos que
su edad y su cansancio hicieron torpes. La yegua se
revolvi6 herida y, parandose en dos patas, se dej6 ir
de espaldas, arrastrando e n su cafda a “Gonz&lez”,
que azot6 el crane0 e n el pavimento. Qued6 mal herido,
y el veterinario no tuvo m&s remedio que matarlo de
un balazo. No dice el periddico que en su rostro el
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campedn criollo revelaba la emocidn del goce divino y
que en sus mtmulos se contrafa el impulso de mil ba-
tallas esplkndidamente ganadas.
No lo dice, pero yo se que asi ocurri6, porque mi
caballo era hecho de esa fibra: grande en sus bonda-
des y admirable .en su desamparo. Supongo que era un
genio. No tuve tiempo de conocerlo a fondo. Pocos son
10s que, nacidos en arrabal sudamericano, surgen a1
domini0 de la fama y deslumbran a un pZlblico inter-
national. Simuladores maestros abundan y se les to-
lera con cierta benevolencia. Pero el genuino csmpedn
es inconfundible. Para 61 no hay terminos medios en
la admiracidn de la multitud, nadie enturbia su aureo-
la. Es Ilnico.. . Mi campedn venfa de un vallecito su-
redo de mi Chile natal. Centaur0 criado entre chacolies
y alcoholes de madera, rapid0 ante la esencia de la
cebolla y el anca rubia de las potrancas. No conocia
sino el idioma que habla la-uva, el volantfn de sus
tiempos de potrillo y la chaucha de quienes le inicia-
,ron en las pfstas del Hipddromo Chile. Imagfnense.
Un caballo qu,e s610 conoce cobradores de g6ndolas y
conductores de golondrinas. Naci6 entre hum0 de ci-
garrillos “Joutard” y calor de tuza de choclo. La doc-
trina cristiana la aprendi6 con Hidalgo, el Siete Millo-
nes, y de Chile le gustaba evocar la albahaca y 10s
claveles del Aiio Nuevo. Tal vlez pensaba con nostalgia
en el ranchito pelado y la medialuna del fundo lejano.
Pero fue feliz. Salid a navegar porque todo chileno es
“pateperro”. Incluso 10s caballos. Y caballo m8s “pa-
teperro” que mi campe6n.. .
Por eso lo recuerdo con una lagrima en 10s ojos;
por eso su modesta historia irB siempre con algo de
wbor domestico y familiar en mi pecho.
-+Que lees? LAlgo muy importante?
Mercedes ha salido del dormitorio. Tiene el pel0
suelto sobre su cuello suave y dorado; la bata, ligera,
vaporosa, le deja 10s hombros y el nacimiento de 10s
senos desnudos; se awrca a mf, y mi brazo le enlaza
la cintura, esa cintura ardiente que yo acaricio como
un anillo, anillo de or0 para mi ternura apasionada e ,

insaciable. Me besa en la frente y me mira extrafiada.


!a6
h e g o dirige Sus ojos a la primlera plana dei peri6dica
“Gonzhlez” ha muerto. Muri6 como un caballo. Es lo
anico que podria decir, iy c6mo suena!
Por la ventana veo a la viejecilla que riega sus
plantas y hace morisquetas bajo la luz del sol. La cor-
tina de lino se infla a veces con una brisa suave y se
agita a1 dlescender como el pecho chndido de una ado-
lescente. A veces quiere salirse y entregarse, perdida,
entre 10s dedos rojos de una fucsia que la palpa anhe-
losam’ente. Siempre retorna a su recato, sin embargo, y,
mientras yo la observo con mirada risuefia, la cortina
se alisa 10s pliegues y se queda silenciosa contra la
pared. Tal wz ella tambien nos mira y se prenda de
Mercedes, qule me enlaza el cuello con ambos brazos
y me borra la tristeza de “Gonz&lez”con besos dulces,
largos y profundos.

F I N

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