SAN - FRANCISCO - de - ASÍS - Apostolado - de - La - Prensa
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de
VIDA
DE
U N SOCIO D E L A P O S T O L A D O
MA D R I D
San Bw nardo, número 7
1924
CON L A S L IC E N C IA S N E C E S A R IA S
II
S u s progresos en el camino de la perfección.
Pruebas que sufrió.
M iffo tuvo Francisco en los primeros pasos de
llj^l su vida espiritual otro m aestro que Nuestro
Señor Jesucristo. La inagotable bondad de
je sú s le colmaba, para alentarle, de los más dul
ces regalos de su gracia cuando, según costum
bre, se entregaba nuestro bienaventurado a la
oración en algún lugar solitario.
Para ello se encaminó cierlo día a la iglesia de
S an Damián, situada en las afueras de Asís, y
casi derruida a causa de la acción del tiempo y
de la incuria de los hombres. Apenas se arrodilló
a los pies de una imagen de Cristo crucificado,
para dar comienzo a sus plegarias, oyó una voz
que le dijo distintamente:
—Francisco, repara mi casa, que amenaza ruina.
Pasmado quedó Francisco al oír estas pala
bras; pero pronto se repuso de la impresión que
le causaron, y conociendo que encerraban un
mandato del cielo, propuso dedicarse con toda
solicitud a ía restauración de aquel templo.
No cayó Francisco en la cuenta de que otra
iglesia era la que se le ordenaba reparar en aquel
mandato divino, según él mismo declaró más tar
de a sus religiosos, cuando llegó a ser maestro
en la vida espiritual.
Firme en su propósito, tomó de nuevo el cami
no de la ciudad, y apenas llegó a su ca sa tomó
varias piezas de paño, con las que se fué a la ciu
SA N F R A N C IS C O D E « S i S 13
III
Funda la Orden de Frailes Menores.
Es aprobada su primera Regrla.
arg as y fervorosas eran las plegarias que
IV
Crecim iento prodigioso de la Orden F ra n cisca
na.—Nueva confirmación de su Regla.
p ro sa d a su Orden por el Papa Inocencio III,
V
La segunda Orden.—Santa Clara.
Del corazón inflamado del seráfico Padre había
brotado lozana y floreciente la Orden de Religio
so s Menores, cuyo fin primario y principal era la
evangelización del mundo. No cabe duda qüe el
siglo x iii se vió seriamente amenazado por mil en
contradas rebeliones. Las frecuentes revueltas y
desatados vientos de fronda que lo agitaron pa
tentizan y ponen de manifiesto la necesidad en que
se hallaba de que la sublime doctrina de Cristo
40 VIDA DE
VI
Origen y fundación de la Orden Tercera.
Luquesio y Bonadona.
a hemos tenido ocasión de notar que la pala
bra elocuentísima y virtudes sublimes del se
ráfico Padre atraían irresistiblemente a las
muchedumbres. Su paso por los pueblos y ciuda
des se parecía a una jam ás interrumpida marcha
triunfal. EI amor y santo entusiasmo de ¡as gentes
le seguía a todas partes; y el número de los que
deseaban cobijarse bajo las encendidas alas de
aquel Serafín y hallar en los claustros francisca
nos puerto y asilo seguro contra las tempestades y
furiosos embates del mundo, crecía de día en día.
Los m onasterios de ¡a primera y segunda O r
den, multiplicados en corto espacio de tiempo de
un modo a todas luces prodigioso, eran insuficien
tes para contener a tantos y tantos como todos los
días llamaban a sus puertas. Por otra parte, Fran
cisco no podía dejar de conmoverse y derretirse
de compasión ante espectáculo tan tierno, edifi
cante y consolador.
Aquel corazón, más grande que el mundo, no
podía dejar de dilatarse con amor y aun abrir de
par en par sus puertas para recibir a tantos otros
corazones que latían al mismo compás y estaban
enardecidos por los mismos fuegos y alentados
por los mismos ideales. Mas ¿cóm o realizar tan
justas, tan nobles y santas aspiraciones? S i Fran
cisco abre las puertas del claustro a toda aquella
electrizada muchedumbre, pueblos y ciudades van
a quedar despoblados y desiertos, y las naciones
latinas y casi Europa entera convertida en un
vasto monasterio.
La solución de este problema quiso darla el cie
lo por sí mismo.
44 VIDA DE
VII
Vida austera de San Francisco.—Medios de que
se valia para su aprovechamiento espiritual.
San Francisco de que el ejemplo es
e n e tra d o
VIII
De la humildad y obediencia de San Francisco,
y extraordinarios favores que por ello recibió
del Señor.
A
la extrema austeridad de su vida unió San
Francisco una profundísima humildad, te
niéndose por el más vil de los pecadores y
deseando ser vituperado de los hombres.
Cuando la gente le alababa y le llamaba santo,
mandaba él a uno de sus religiosos que le llenase
de baldones, y cuando predicaba muchas veces
decía sus faltas en el sermón para que le m enos
preciasen.
Una vez aconteció que dolencias propias y rue
gos de sus religiosos le obligaron a mitigar en
algo lo s rigores del ayuno, y mejorado poco d es
pués y deseando resarcir por algún otro medio la
penitencia excusada a su carne, propúsose bus
carla en el desprecio, pensando en su interior:
«No es conveniente que el pueblo me tenga por
muy abstinente mientras yo me regalo a escondi
das con exquisitos manjares.»
Inflamado por este espíritu de humildad, con v o
có a sus compañeros, y acompañado de ellos, sin
darles cuenta de sus designios, se encaminó a la
plaza mayor de A sís, y haciendo salir a las gentes
de sus ca sa s, y seguido ya de gran multitud, en
SA N F R A N C IS C O D E A S ÍS 57
S a n F ra n c is c o d e A s ís J a v a lo s p ie s a l H e r m a n o M a s s é .
IX
Del amor de San Francisco a la pobreza, y cau
dal que hizo de la penuria.
jCTHjjANTO como a la humildad y a la obediencia
1 amaba Sa n Francisco a la pobreza, a la que
^ llamaba reina de las virtudes, por haber sido
tan amada del Rey del cielo y de su Santísim a Ma
dre. Teníala por fundamento de su Orden, y de
cía que Dios le había enseñado que la entrada en
la Religión debe comenzar por la pobreza, y al
gunas veces mandó derribar casas ya hechas, por
parecerle el edificio muy suntuoso y contrario a
la pobreza evangélica.
Diciéndole una vez el vicario de San ta María de
la Porciúncula que era tanta la pobreza de aque
lla casa que no tenían qué dar a los frailes que
de camino se hospedaban en ella, y que sería
bueno guardar algo de la hacienda de los novicios
que entraban en la Orden, para tener algún recur
so en caso de necesidad, le respondió el Santo:
—Hermano carísimo, en ningún caso cumple
SA N FU AN C IS C O DE A S ÍS
S a r i F ra n c is c o o fre c e a l S e ñ o r lo s fr e s v o to s de p o b r e z a ,
c a s tid a d y o b e d ie n c ia , r e p re s e n ta d o s p o r tr e s b o la s .
X
De la gran piedad de San Fran cisco, y del domi
nio que ejercía sobre los mismos seres irracio
nales.
a piedad, que para todo aprovecha, según
•Ilj ®an a Timoteo, era en San Fran-
=2=™ cisco como una segunda naturaleza. Tan pe
netradas tenía de ella todas las potencias de su
alma, y tan embebidos todos los sentidos de su
cuerpo.
E ste dón le encumbraba por devoción al trato
familiar con Dios, transformándole en Cristo con
encendidos amores de com pasión , y dándole con
SAN F R A N C IS C O DE A S ÍS 6:
S a n F r a n c is c o e n l a c u e v a d e ! lo b o de G u b b io .
XI
De la caridad de San Francisco.—Indulgencia d®
la Porciúncula.—Su ardiente deseo de padecer
el martirio.
»o hay quien pueda ponderar el ardor de la
llama de la caridad que inflamaba el corazón
de S a n Francisco, para quien la sola pala
bra amor era la más regalada música y le enarde
cía y transportaba haciendo vibrar las cuerdas de
su pecho, poniéndoselas en continua conmoción.
Acostumbraba a decir que era nobilísima prodi
galidad, consentida a la criatura, ofrecer a Dios
el amor en tributo por sus largas mercedes, y que
no acertaba a comprender la necedad de aquellos
que, desestimando tan excelente facultad, antepo
nían a ella, y sobre ella realzaban, el valor del di
nero; con ser sólo el inestimable precio de la di
vina caridad en sumo grado sobreabundante para
enriquecernos con el reino de los cielos, y ser,
además, cosa tan manifiesta que amor de quien
tan extremadamente ama obliga a dar prendas de
parecido amor.
Mas para que todas las cosas fuesen para su
alma otros tantos despertadores del amor de Dios.
en todas las criaturas contemplaba alegremente
la s m anos de! Señor , y en ellas s e g ozaba; y por
los rayos de ese extático júbilo trascendía y se
encumbraba hasta la vivífica razón y causa supre
ma de lo creado. En las cosas hermosas miraba
al que es clara fuente de toda universal hermosu
SAN F R A N C IS C O DE A S ÍS 7-
XII
Del espíritu de oración de San Francisco de Asís,
L
a ardiente caridad del Santo de Asís le hacía
estar siempre ocupado en la meditación y
contemplación del Señ o r y viviendo de la
oración, porque el que mucho ama mucho desea
tratar con !a persona amada, y todos sus tesoros
y su bienaventuranza pone en aquel que tiene por
sumo bien.
Así lo hacía S a n Francisco, el cual, para m os
trarnos este afecto, repetía muchas veces la ora
ción Deus meus et omnia: Mi Dios y todas las c o
sas; porque en El veía y hallaba todas las cosas,
y fuera de El ninguna estimaba.
Por esta causa, cuando su pensamiento, remon
tándose y sosegando en las más sublimes y sere
nas mansiones angélicas, y todo su espíritu pe
netrando hasta las esferas misteriosas que hinche
la majestad divina, hacía en ellos morada como
ciudadano, o cuando, vuelto en sí, amartelada el
alma por el amor divino, corría con encendidos
d eseos tras las huellas de su Amado, de quien no
le separaban más que los deleznables muros de
este cuerpo.
E ra también la substancia y el enérgico incen
tivo de sus portentosas obras; que no en indus
tria humana, sino en clara e íntima confianza de
la piedad suprema tenían su raíz y su suelo, pues
en las manos de Dios ponía perpetuamente todos
los intentos y anhelos.
Doctrina suya, siempre imbuida a sus discípu
los, era que el varón religioso ha de colocar por
cima de cualquier otro pensamiento y deseo un
secreto e incesante afán de estar unido con Dios
en lodo tiempo mediante la oración, firmemente
90 VIDA DE
XIV
De su devoción a la Madre de Dios, a los ángeles
y a los santos.
XV
De su caridad para con el prójimo
y para con todas las criaturas.
o c o s los hombres le eran igualmente caros
f porque en todos consideraba la misma natu
raleza, la misma gracia, la imagen del Cria
dor y la San gre del Redentor.
S i no hubiera tenido cuidado de la salvación de
las almas, que han sido rescatadas por Jesucristo,
no hubiera creído ser del número de sus amigos,
«Nada, decía, nada debe preferirse a la salvación
de las almas», y daba muchas razones, principal
mente porque el Unigénito de Dios se dignó ser
crucificado en una cruz por ellas.
Por ellas San Francisco vivía y trabajaba; por
ellas combatía en cierto modo contra la justicia de
Dios, y solicitaba con eficacia su misericordia;
por ellas se privaba frecuentemente de las dulzu
ras de la vida contemplativa, emprendía viajes,
predicaba en todas partes, se exponía al martirio^
y la edificación suya era para él motivo de prac-
licar la virtud.
103 VIDA DE
XVI
De su am or para con los pobres.
¡]l afecto que el siervo de Dios había mostra
do con los pobres desde su niñez, en los pri
meros años de su juventud y al principio de
su conversión, se fué aumentando cada día, según
que en cada ocasión se ve claramente. San Bue
SAN F R A N C ISC O DE A S ÍS 109
XVII
De su tierna caridad para con sus religiosos.
XVIII
De su discreción y prudencia sobre el gobierno
de la Orden.
XiX
Del don de interpretar la Sagrada Escritura que
le fué otorgado, y de su espíritu de profecía.
S
u continua oración y el constante ejercicio de
■ todas las demás virtudes, fueron causa de
que nuestro Francisco, aún sin tener la cien
cia profunda de las Letras sagradas, discurriera
i-mi raro acierto sobre sus más elevados miste
rios, bañado con los resplandores de la eterna
luz. Levantaba las alas de su purísimo y limpio
entendimiento hasta cernerse sobre las más subli
mes verdades, hasta desentrañar los más ocultos
ctreanos divinos, y donde se detenía la razón c o
menzaba el amor su libre carrera.
Deleitábase con fruición ínfima y sabrosa en la
lectura de los libros sagrados, y lo que los ojos
escudriñaban quedaba esculpido fuertemente en la
memoria; que no era posible pasaran de ligero y
sin herirlo por el oído de la atención mental, co
sa s tan a sabor gustadas y tan a placer desmenu
zadas por la devoción afectiva.
De ahí la estima por las divinas Letras, y el o r
den en esa estimación. Preguntado si era su vo
luntad que los letrados ya recibidos en la Orden
prosiguieran el curso de sus estudios.
«Pláceme muy de v e r a s -c o n te s tó —, contal que
no dejen para la ciencia humana el amor de la di
vina en la oración, a ejemplo de Cristo Jesús, de
quien se lee que al conocimiento de las Letras hu
manas antepuso la oración, o el afecto de las di
vinas; ni sea de suerte su estudio, que sólo se
propongan saber cómo han de hablar, sino que
sobre todo penetren en su fruto práctico, y obran
136 VIDA DE
XXI
Impresión de ¡as Sag rad as Llagas,
o s años antes de morir retiróse San Frailéis -
co al monte de Alvernia, situado en la pro-
vincia de Toscana, para entregarse entera
mente a la oración y ayunar, corno solfa hacerlo
durante la Cuaresma de San Miguel
En aquella soledad fué muy regalado por el
Señor. Ordenóle un día que abriese el libro de los
Evangelios, porque allí le diría lo que pensaba
obrar en él y por él. En cumplimiento de lo que
Dios le mandaba, después de hacer oración, tomó
del altar el libro de los Evangelios y dijo al reli
gioso que le acompañaba, varen perfeclo y santo,
que lo abriese tres veces. Hecho así, todas las
tres quedó el libro abierto por la Pasión del
Señor.
Muy luego entendió el Santo que Dios quería
que así como había imitado en sus acciones a
Cristo nuestro Salvador en vida, asi antes que mu
riese se había de transformar con El en las aflic
ciones y dolores. Vino el día de la fiesta de la
SAN l’ R A N C ISC O D E A S ÍS IS1
XXII
Instrucciones que San Fran cisco dió a sus frai
les durante la enfermedad.—Hace escribir una
carta a San ta C lara y a sus hijas.
o s violentos y continuados dolores que el
santo Patriarca sufría no le impedían instruir
a sus hijos, acudir a las necesidades espiri
tuales y responder con una admirable presencia
de espíritu a varias preguntas que le hicieron
acerca de la observancia de la Regla y el gobier
no de la Orden.
E ra en el hablar sosegado y tranquilo, como si
no sintiera dolor alguno; y parecía que así como
su cuerpo se iba debilitando, iba recobrando su
alma mayor fuerza y vigor.
Un día en que se habían acrecentado todos sus
males, observó que todos los frailes estaban en
movimiento, solícitos para ver si podían procurar
le algún alivio; por lo cual, temiendo que esta in
comodidad hiciese caer en alguna impaciencia a
los que estaban con él, o que se lamentasen por
no poder atender a las cosas espirituales, les dijo
con mucha ternura y afecto:
158 VIDA D B
XXIII
S e hace conducir a San ta María de los Ángeles.
—Escribe a una dama rom ana avisándola su
muerte, la cual viene a verle.
^TfiENDO el siervo de Dios que llegaba el día de
W de su muerte, que Jesucristo le había revela-
* do, dijo a sus frailes, con la frase del Prín
cipe de los Apóstoles, «que presto se correría el
velo de su cuerpo», y les rogó que le llevasen al
convento de Santa María de los Angeles, querien
do, como observa San Buenaventura, rendir su
espíritu en el mismo lugar en que había recibido
el espíritu de la gracia. Ejecutóse como deseaba,
y cuando llegó al llano que hay entre la ciudad y
el convento, preguntó a los que iban con él si ha
bían llegado al hospital de los leprosos. Habién
dole respondido que sí,
—Volvedme—les dijo—hacia la ciudad, y po
nedme en el suelo.
Incorporóse entonces sobre las andas en que le
SAN FN A N C ISC O D E A S ÍS 163
S a n F ra n c is c o d a s u b e n d ic ió n a A s ís .
XXIV
Bendice segunda vez a los frailes, y en especial
a Fray Bernardo de Quintaval, su hijo primogé
nito.—Órdenes que dió a sus religiosos después
de recibir los Sacramentos.
«jjrpL viernes, que era el día 5 de Octubre, hizo
jp » juntar a todos sus frailes, los bendijo segun-
da vez, y habiendo hecho la señal de la.cruz
sobre un pan, dió un pedacito a cada uno 'para
SAN F R A N C ISC O DE A S ÍS 167
XXV
De la heroica paciencia de San Francisco y de su
dichoso tránsito.
0
RUCIFJCADO el bienaventurado Fundador de la
Orden de Menores en la carne y en el espíri
tu, con Cristo en cruz, como dice Sa n Pablo,
iba consumiéndose su corazón en incendios de
3AN F R A N C ISC O DB AM'S 171
XXVI
El testamento de San Francisco.
'a s t aahora hemos tenido motivo de admirar
la maravillosa presencia de espíritu y la
fuerza que el Santo mostró en medio de los
dolores y desvanecimientos que le conducían a la
muerte. Pero hay mucho más motivo de pasmarse
de que, después de todo lo que se ha visto, se hu
biese hallado en estado de dictar un testamento
tan largo con la mente clara, lleno de sentimiento
y de vigor.
Era necesario, sin duda, que Jesucristo, que
hasta el último momento habló con tranquilidad y
grandeza de ánimo que mostraban su divinidad,
hubiese comunicado su aliento a Francisco para
hacerle capaz de una cosa que tenía tan poco de
natural. S e ha creído que no será fuera de inten
to el referir su testamento del mismo modo que
lo dictó a Fray Angel, uno de sus compañeros.
El es todo espiritual, porque el santo Patriarca no
dejaba a sus hijos sino bienes espirituales, esto
es, según San Buenaventura, la pobreza y la paz.
EI testamento era así:
«Dió el Señ o r a mí, Fray Francisco, la gracia
de comenzar a hacer penitencia de esta manera:
Cuando yo me hallaba en estado de pecado, me
era muy amargo el ver los leprosos. Pero d es
pués que el mismo Señ o r me condujo entre ellos,
ejercité con ellos la misericordia: y retirándome
de ellos, sentí que lo que me había parecido tan
amargo se había convertido en dulzura de cuerpo
y alma.
»Poco después salí del siglo, y Nuestro Señor
me dió tal fe en las iglesias donde está presente,
que yo le adoraba simplemente en ellas diciendo:
«Os adoramos, Santísimo Señor Jesucristo, aquí
»y en todas las iglesias vuestras, que se hallan en
18« VIDA DE
XXVII
De la canonización de San Francisco y traslación
de sus reliquias.
¿t ^ uedó el cuerpo del Sanio Fundador de la Or-
ilLjlj den de.Menores muy hermoso y resplande-
^ 6? cíente, y sus miembros tan flexibles y blan-
dos. que más que los del cadáver de un hombre
consumido por largas y dolorosas enfermedades,
parecían los de un tierno infante. En aquellos
miembros preciosísim os resaltaban como cuatro
perlas los clavos labrados en su carne por divina
virtud, quede tal suerte eran adheridos y co n fu n ^
didos con la estructura del cuerpo, que si se opri
mía por uno de sus extremos, salín el otro, a ma
nera de unos nervios prolongados y duros.
Los ojos de la multitud pudieron cerciorarse y
alegrarse contemplando a su sabor la llaga de la
herida del costado, no hecha por industria o arte
humana, sino por la m isteriosa mano del amor, a
semejanza de aquella otra herida abierta en el
costado de Cristo para puerta de vida, para ma
nantial de purificación y de gracia, y para sacra
mento de redención y regeneración humana.
S i el color de los clavos era color plomizo, el
de la llaga del costado era de subido carmín; y
como por la contracción de la carne había sufrido
una pronunciada dilatación por la parte central, su
forma redonda parecía en el pecho como hermo
sísima rosa plantada por el amor.
EI color del semblante y de todo el resto del
cuerpo, que antes por su natural y por las mismas
enfermedades era moreno tirando a negro, quedó
como cándido mármol bañado por los suaves y
blanco rayos del alba primaveral, y todo él deste
llando nítida refulgencia, como trasunto de una
bellísima segunda estola, o como un manojo de
SAN F R A N C ISC O DR A S ÍS 185