10 Cuentos de Guatemala

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El Carruaje De La Muerte

Cuenta que el carro de la muerte aparecía durante las noches y anunciaba la


muerte de alguna persona. También cuentan que se parqueaba frente a las casas
y se llevaba al fallecido.
Después de un largo y arduo día de trabajo en el campo, Mario se dirigía a su casa
en la ciudad. Ya casi anochecía y caminaba de prisa. Poco antes de llegar a su casa
escuchó el sonido de un carruaje muy cerca, lo que era muy normal en aquella
época, pero este sonido era diferente, sintió mucho temor. Corrió y decidió
esconderse en el parque, detrás de los árboles.
El sonido del carruaje se escuchaba cada vez más cerca, pero a la vez daba la
impresión de que nunca llegaba y la espera se hacía interminable.
Sin darse cuenta, Mario pasó la noche en el parque. De repente, despertó por el frío
que sintió y recordó lo ocurrido la noche anterior y en ese momento pensó que
temerle a un carruaje había sido algo absurdo. Se levantó y fue a su casa.
Los días pasaron y Mario no podía olvidar lo ocurrido, así que decidió contárselo a
un amigo.
Al escucharlo el amigo también le compartió lo que contaba la gente al respecto.
“Dicen que por las noches se escuchaba a un carruaje ir a toda velocidad y que iba
recogiendo a la gente que moría, era conocido como El Carruaje de la Muerte”. Al
finalizar el relato añadió: “Posiblemente todo esto es un invento de la gente, no hay
que hacer caso”.
Mario no se quedó tranquilo y junto con su amigo decidieron esperar esa noche, al
carruaje y así confirmar si los rumores eran ciertos.
Se encontraban en parque bajo la noche fría y solitaria cuando comenzaron a
escuchar el sonido de un carruaje. Poco a poco pudieron verlo, cada vez más cerca.
Y en efecto, se trataba de un carruaje negro, tirado por caballos negros y con un
conductor vestido completamente de negro.
Igual que la primera vez, el carruaje tardaba en llegar hasta donde ellos se
encontraban.
Cuando por fin el carruaje estaba frente a ellos, el conductor los observo fijamente
y ambos hombres se desmayaron. A la mañana siguiente, despertaron de frío y
desde entonces, tanto Mario como su amigo, se esconden donde pueden cada vez
que escuchan el sonido de un carruaje, sobre todo por las noches.
El Cadejo
Cuando la soledad y la afición acongojan el corazón de alguna alma
apesadumbrada que trata de olvidar su dolor con el alcohol, entonces aparece el
acompañante idóneo que no se separa de el hasta lograr aliviar su dolor y su pana
hasta ganarlo con una muerte repentina.
Este espíritu protector, mejor conocido como el cadejo, que se presenta como “un
perro negro con casquito de cabra y ojos y aliento de fuego”. El personaje que
persigue y protege a los bolos. El cadejo gris cuida a los niños solos y el cadejo
blanco es el protector de las mujeres solas, abandonadas y viudas.
Se dice que este ser maligno acompaña “a los bolos”, pero si llega a lamerles la
boca, los sigue por nueve días y no los deja en paz hasta que se mueren. Entonces
se, lleva su alma.
Cada vez que sea un perro negro detrás de un hombre no te confundas, puede ser
que sea el cadejo….
Las Zapatillas del Cadejo
El alba rayada de lila y palorrosa los volcanes y el horizonte de la ciudad.
En los árboles y arbustos de las plazas del teatro, de la victoria y en las plazuelas
de los templos, cabeceaban miles de pájaros. El fresco de aquella mañana era
intenso.
Sobre la calle del Ángel, en la fonda del calvario, sentada frente a una mesa de pino,
tiritando de pesadumbre y sudando soledades, un hombre joven, profundamente
demacrado, bebía en un pequeño vaso de herradura.
A su lado, un perro negro dejaba acariciar una oreja de manera descuidada. Las
puertas de la fonda, recién abiertas al frescor de la mañana, permanecieron a la
claridad colarse en su interior.
Tullido de frió, el hombre se restregó las manos. Engullo un trago más y saco del
bolsillo interno de su raído saco unas zapatillas de ballet que en un tiempo fueron
rosadas y ahora estaban lustrosas de tanta caricia. Las contemplo, las beso y las
acaricio con esmero por largos minutos. Las dejo sobre la mesa del piano y extrajo
luego un papel escrito, lo desdobló con ternura y cuidad, y lo leyó.
La Tatuana
Extraña mujer ¡La Tatuana! ¡Llegó al Reino de Guatemala en un barco que no arribó
a ninguna de sus playas!.
Paró en el Mesón de San Agustín, como era costumbre lo hicieran los forasteros
en esos tiempos. Luego paseó su arrogancia y su belleza por las calles de la
segunda ciudad colonial de América, en las cuales le formaban valla la admiración
de empolvados marqueses y condes que la colmaron de piropos y galanterías. Y
después, como una avara, la fue a encerrar tras las cuatro paredes de una casita
del barrio de la Parroquia Vieja.
El vecindario la recibió con rayana indiferencia. Indiferencia que se tornó en el más
acendrado de los odios el día en que lo formaban se dieron cuenta de que la
misteriosa extranjera había convertido su mansión en templo de placer y vicio.
¡Y era cierto que la había convertido en tal! Los umbrales de su casa eran
atravesados todos los días, a la hora en que el cielo principia a tachonar las
lentejuelas su bello manto azul, por esbozados y misterioso caballeros, y por alegres
mujerzuelas que no se retiraban de ella, sin hasta que las tímidas luces del alba
caían sobre Santiago de los Caballeros, tras una noche entregada a la música, al
vino y al amor…
Pero un día, en lugar de los esbozados caballeros y de las alegres mujerzuelas,
llegaron a la casa del Barrio de la Parroquia Vieja dos corchetes. Cautelosamente
golpearon con los nudillos las puertas que siempre franqueaban a la gente alegre.
Esperaron un instante. Y al cabo de la espera salió a hacerlos pasar la extraña
mujer que con sus escándalos y fiestas tenía alarmados a todo el vecindario.
La belleza enigmática de La Tatuana les hizo enmudecer. Y, sin cruzar con ella una
sola palabra, pusieron en sus manos, blancas como los sagrados corporales, una
orden que leyó sin inmutarse. Se lo conminaba en ella a darse presa en virtud de
que el Tribunal del Santo Oficio había acogido una acusación en su contra por
gravísimo delito de hechicería. La Santa Inquisición daba por cierto el delito,
fundándose en una sola prueba: ¡Que la Tatuana había Llegado al Reino de
Guatemala en un barco que no arribó a ninguna de sus playas!
Por sus labios sensuales no pasó la menor voz de protesta. Cuenta la leyenda que
por todo comentario dijeron:
-¡Esto tenía que pasar! ¡Son los resultados de que esta mañana cuando volvía de
Chinautla el piche me haya cantado por atrás!
¡Y se dejó sorprender! Y la noche de ese día, y las noches de las siguientes, ya nos
pasó rodeada de apuestos y libertinos caballeros, ni de música, ni de vino, ni de
alegría; sino de la soledad, que junto con ella estaba encerrada en un lóbrego
calabozo de la Casa de Recogidas.
Es 24 de diciembre de 16… hace ya mucho rato que los indígenas de Mixco y
Chinautla han llegado al atrio de la Catedral Metropolitana, trayendo desde sus
montañas, para que la cristiandad los ofrezca al Niño Dios, el rojo Pie de Gallo, las
verdes hojas de Pacaya, las aromadas de ramas de pino, las amarillas sartas de
manzanilla, las piñuelas provocativas como sensuales labios, y los chinchines, pitos
y tortugas…
¡Esta noche es Nochebuena…!
¡Nochebuena para todos los habitante del Reino. Noche mala para La Tatuana,
cuyo cuerpo blanco y bello ha ordenado el Tribunal del Santo Oficio arda mañana
en la hoguera!
Mientras el pueblo se desborda por las calles adyacentes a la Metropolitana, en
demanda de una ofrenda, de las que han traído los indígenas, que brindar al Dios
Niño, una larga y lata figura, envuelta en un manto negro, llaga a la Casa de
Recogidas. Es el Comisario del Santo Oficio que va a poner la sentencia fatal en
conocimiento de la infeliz mujer que morirá el mismo día en que el mundo celebra
el nacimiento del que nos enseño a perdonar a los pecadores.
El de la alta figura se a conocer. E inmediatamente que son franqueadas las puertas
de la cárcel, se hace conducir el calabozo que ha sido fiel guardián de la hechicera.
Ya en él, sin saludarla siquiera, su voz gangosa principia a leer, uno tras otro, los
pliegos que contiene la larga sentencia, cuya lectura es escuchada por la
desgraciada mujer sin que su rostro acuse la menor inquietud.
Terminaba aquélla, el clérigo, que velado por la penumbra de la celda, parece un
fantasma, manifiesta a la reo que la justicia por su medio le manifiesta que está llana
a concederle la última gracia.
-Muchas son las que me adornan, señor Inquisidor -fue la jactanciosa respuesta de
la condenada a muerte-, según me lo decían mis numerosos admiradores.
¡lamento que no hayáis reparado en ellas¡ pero como no es mi ánimo desairaros,
os voy a pedir una cosa. Que ordene vuestra paternidad me sea traído un trozo de
carbón. Es mi deseo pasar las últimas horas de mi vida entregada al arte del dibujo,
que siempre ha sido muy de mi agrado. No os pido lienzo, pues en lugar de él
emplearé las blancas paredes de mi celda. Quiero dejar en ellas un recuerdo de mi
paso por la vida.
-Os será concedido -respondió el Comisario.
Y se marchó del calabozo, sin haber brindado a la Tatuana, que mañana sería pasto
de la hoguera, ni una sola palabra de consuelo.
A las diez de la noche le llevaron el trozo de carbón. El júbilo más grande la
embargó cuando lo tuvo entre sus manos. Jugueteó con la negra barrita unos
momentos. La acarició con la misma finura con que sus manos acariciaban a sus
amantes. Y pasados los primeros transportes de su infantil alegría, principió a
dibujar.
Sus delicadas y finas manos, que para dibujar eran tan sabias como para prodigar
caricias, dibujaron un tranquilo mar, sin tempestades que lo embravecieran, porque
tenían suficientes en su alma. Y sobre el mar, navegando con proa hacia el norte,
un barco diminuto y perfecto…
Terminaba la obra, se puso a contemplarla con la misma unción con que un artista
contempla la suya. Le dio uno, dos, tres y más retoques. Y cuando estuvo ya
segura de que en ella no faltaba ni el más leve detalle, se embarcó en el velero que
maravillosamente habían dibujado sus manos blancas como los sagrados
corporales…
¡Y así fue La Tatuana del Reino de Guatemala! ¡En el mismo barco en que llegó!
¡En el barco que no arribó a ninguna de sus playas…

EL CANTO DE LA FLOR DEL AMATE.


El Progreso-Guastatoya don Domingo Castillo, "contador de maravillas", de la aldea
Casas Viejas, narra el cuento "El Canto de la Flor del Amate", muy difundido y
vigente en todo el departamento. Asegura don Domingo Castillo que ese palo es
encantado y nunca da flor, pero cuando le entra el encanto si florece. "El encanto
sólo se abre la noche de la víspera del Día de San Juan y es necesario que haya
luna llena. El hombre o la mujer deben llegar al pie del árbol a las doce de la noche
para que les caiga el encanto". Y si al Encanto del Árbol le cae bien la gente, les
deja caer una flor y con ello los vuelve "suertudos en el amor y con mucho dinero".

La Llorona
La llorona era una mujer indígena, enamorada de un caballero español o criollo, con
quien tuvo tres niños. Sin embargo, él no formalizó su relación: se limitaba a visitarla
y evitaba casarse con ella. Tiempo después, el hombre se casó con una mujer
española, pues tal enlace le resultaba más conveniente. Al enterarse, la Llorona
enloqueció de dolor y mató a sus tres hijos en el río. Después, al ver lo que había
hecho, se suicidó. Desde entonces, su fantasma pena y se la oye gritar "¡Ay, mis
hijos!" (o bien, emitir un gemido mudo). Suele hallársela en el río, recorriendo el
lugar donde murieron sus hijos y ella se quitó la vida. Se dice que la Llorona no
puede llevarse el alma de una persona si ésta usa la ropa interior al revés. También
se cuenta que cuando a la Llorona se la escucha que está muy lejos, es porque está
cerca, y cuando se escucha cerca, es porque está lejos.

El Origen Del Maiz


Otro tipo de leyendas son las del origen del maíz, como en todas las etnias
máyense. Así, entre tanto, los Ajtziij Winaq cachiqueles de San Antonio Palopó,
narran que en tiempos antiguos no conocían el maíz y en el pueblo pasaban mucha
hambre.

Ellos sabían que otras comarcas ya los tenían. Entonces los ancianos rezadores
(Ajch'ab'”l), le dijeron al hombre más fuerte del pueblo que fuera a buscar ese
alimento. El hombre tenía un perro muy listo y se lo llevó. Se fue corriendo hasta
llegar al cerro Juyu Sanco’th, donde encontró unas piedras muy grandes. Aunque
le costó mucho, el hombre las partió con ayuda del perro. Al quebrarse las piedras,
saltaron mazorcas de maíz, pero cuando terminaron de brotar salió una culebra muy
grande, la que se enroscó, mordió al hombre y lo metió al cerro. Entonces el perro
que era muy listo, agarró con el hocico una mazorca, corrió y llegó al lago, lo
atravesó nadando como pudo hasta llegar al pueblo donde todos lo querían agarrar,
pero el chucho sólo se dejó tomar de la mujer de su dueño y le dejó caer la mazorca
a los pies.

El Caballo de Cortés.
Uno de los cuentos más arraigados en Petén es la del Caballo de Cortés, que se
escucha en los pueblos del lago como San Miguel y Santa Elena. Cuentan que
cuando Hernán Cortés, en los tiempos de la Conquista de México y Guatemala,
dirigía su expedición hacia Honduras, y cuando pasó por las márgenes del lago
Petén Itzá; como iba "muy cansado y agotado", dejó recomendado su caballo a los
Itza'es del Señorío del Rey Caneck.
Cortés ya no regresó a México por esa ruta, y el caballo se quedó con los itza'es,
pero el animal se murió de tristeza porque ellos le daban de comer flores y plumas
preciosas, y no lo sacaban a pasear. Los indígenas con la pena de quedar mal con
Cortés, construyeron uno de piedra, "igualito y del mismo color".

El caballo quedó entre los itza'es, quienes lo adoraron como deidad. Pero una vez
que querían trasladarlo de la punta del Nij Tum cerca de San Andrés, hacia la Isla
de Flores; la balsa donde lo llevaban dio vuelta, el caballo cayó al agua y quedó
parado en el fondo del lago. Los lancheros dicen que el caballo está todavía ahí,
frente a Tayasal, es decir, frente a la Isla de Flores, y puede ser visto en las mañanas
claras.
Los lancheros de San Benito cuentan que han escuchado los relinchos del caballo
en las noches del Día de San Juan, y que se oyen sus pasos en el fondo del lago.
Los habitantes de la aldea El Remate, dicen que debido a las flores que le dieron al
caballo, a la isla se le dio el nombre de Flores.

El Sombrerón.
La leyenda cuenta que... Un día, como a las seis de la tarde, aparecieron el la
esquina de la casa de Celina cuatro mulas amarradas. Pasaron por allí dos vecinas
y una de ellas dijo: "¡Qué raro! ¿No serán las mulas del sombrerón?". "¡Dios nos
libre!" dijo la otra, y salieron corriendo. A esa hora, Celina comenzaba a dormirse
porque ya se sentía muy cansada. Entonces comenzó a oír una música muy bonita
y una voz muy dulce que decía:
"eres palomita blanca como la flor de limón, sino me das tu palabra me
moriré de pasión".
Desde ese día, todas las noches, Celina esperaba con alegría esa música que sólo
ella escuchaba. Un día no aguantó la curiosidad y se asomó a la ventana y cual
siendo la sorpresa, ver a un hombrecillo que calzaba botitas de piel muy brillante
con espuelas de oro, que cantaba y bailaba con su guitarra de plata, frente a su
ventana.
Desde entonces, Celina no dejó de pensar en aquel hombrecito. Ya no comía, sólo
vivía esperando en momento de volverlo a escuchar. Ese hombresito la había
embrujado.
Al darse cuenta los vecinos, aconsejaron a los padres de Celina que la llevaran a
un convento para poderla salvar, porque ese hombrecito era el "puritito duende".
Entonces Celina, fue llevada al convento donde cada día seguía más triste,
extrañando las canciones y esa bonita música. Mientras tanto el hombrecito se
volvía loco, buscándola por todas partes.
Por fín la bella Celina no soportó la tristeza y murió el día de Santa Cecilia. Su
cuerpo fue llevado a la casa para velarlo. De repente se escuchó un llanto muy triste.
Era el sombrerón, que con gran dolor llagaba a cantarle a su amada: "ay...ay...
mañana cuando te vayas voy a salir al camino para llevarte el pañuelo de lágrimas
y suspiros"
Los que vieron al sombrerón cuentan que gruesas lágrimas rodaban mientras
cantaba: "estoy al mal tan hecho que desde aquí mi amor perdí, que el mal me
parece bien y el bien es mal para mi". Toda la gente lloraba al ver sus sufrimiento.
Y cuentan que para el día de Santa Cecilia, siempre se ven las cuatro mulas cerca
de la tumba de Celina y se escucha un dulce canto: "corazón de palo santo ramo
de limón florido ¿por qué dejas en el olvido a quien te quiera tanto?"
Y es que se cuenta que el sombrerón nunca olvida a las mujeres que ha querido.

EL ELIPSE- AUGUSTO MONTERROSO


Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría
salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y
definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la
muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en
la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos
Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba
en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un
grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar,
un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus
temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un
mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que
fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su
talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó
que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo,
valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida. -Si
me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas
lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se
produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén
"La Parra de Uvas y la Muerte".
el cuento de "La Parra de Uvas y la Muerte". Don Francisco afirma que había un
anciano que tenía como toda fortuna doce centavos, con los que compró tres panes
blancos, ya que se encontraba muy hambriento. Pronto apareció un niño quien le
pidió un pan, el hombre se lo dio de buena gana. Luego, regaló su segundo pan a
una vieja y el tercero a otro anciano. Viendo que se habían terminado sus panes, el
señor se disponía a buscar raíces para comer, cuando se le apareció el anciano a
quien le había obsequiado un pan. Este anciano le regaló el costal de los deseos.
Con este costal el hombre pudo comerse un canasto de quezadillas y pescados
fritos.
El niño, a quien él también había dado un pan, lo gratificó concediéndole una mágica
parra de uvas que tenía la virtud de que aquél que se subiera en ella no podría
bajarse.

Por último, la vieja le concedió vida eterna, o, bien, tener el privilegio de morirse en
el momento deseado. Al tiempo, el diablo y San Pedro discutían porque el primero
quería llevarse al anciano a los infiernos y el segundo deseaba que siguiera
viviendo. Entonces el diablo bajó a la tierra a traer al anciano; en seguida éste
ordenó al costal encerrarlo. Cuando el diablo estuvo encerrado, el anciano le dio tal
apaleada que ya no le dieron ganas de regresar y se quedó en el infierno.

Luego, la muerte decidió llevarse al anciano; llegó a su casa, tocó a la puerta e


informó que llegaba a traerle. El anciano entonces dejó pasar a la muerte y la invitó
a comer uvas. Cuando la muerte se subió a la parra y después quizo bajar, ya no
pudo y así el mundo pasó sin muertos durante algún tiempo. Al fin el anciano dejó
bajar a la muerte y ésta se fue.

Pasaron los años y el anciano deseó morirse, entonces bajó al infierno y el diablo al
reconocerlo no le dejó entrar. Entonces se fue al cielo con San Pedro, quien
tampoco lo dejó pasar, pues había dejado a la muerte atrapada años antes.
Entonces el anciano se dirigió al Padre Eterno quien si le dejó entrar a la gloria, ya
que ese hombre le había dado pan en la tierra.

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