10 Cuentos de Guatemala
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La Llorona
La llorona era una mujer indígena, enamorada de un caballero español o criollo, con
quien tuvo tres niños. Sin embargo, él no formalizó su relación: se limitaba a visitarla
y evitaba casarse con ella. Tiempo después, el hombre se casó con una mujer
española, pues tal enlace le resultaba más conveniente. Al enterarse, la Llorona
enloqueció de dolor y mató a sus tres hijos en el río. Después, al ver lo que había
hecho, se suicidó. Desde entonces, su fantasma pena y se la oye gritar "¡Ay, mis
hijos!" (o bien, emitir un gemido mudo). Suele hallársela en el río, recorriendo el
lugar donde murieron sus hijos y ella se quitó la vida. Se dice que la Llorona no
puede llevarse el alma de una persona si ésta usa la ropa interior al revés. También
se cuenta que cuando a la Llorona se la escucha que está muy lejos, es porque está
cerca, y cuando se escucha cerca, es porque está lejos.
Ellos sabían que otras comarcas ya los tenían. Entonces los ancianos rezadores
(Ajch'ab'”l), le dijeron al hombre más fuerte del pueblo que fuera a buscar ese
alimento. El hombre tenía un perro muy listo y se lo llevó. Se fue corriendo hasta
llegar al cerro Juyu Sanco’th, donde encontró unas piedras muy grandes. Aunque
le costó mucho, el hombre las partió con ayuda del perro. Al quebrarse las piedras,
saltaron mazorcas de maíz, pero cuando terminaron de brotar salió una culebra muy
grande, la que se enroscó, mordió al hombre y lo metió al cerro. Entonces el perro
que era muy listo, agarró con el hocico una mazorca, corrió y llegó al lago, lo
atravesó nadando como pudo hasta llegar al pueblo donde todos lo querían agarrar,
pero el chucho sólo se dejó tomar de la mujer de su dueño y le dejó caer la mazorca
a los pies.
El Caballo de Cortés.
Uno de los cuentos más arraigados en Petén es la del Caballo de Cortés, que se
escucha en los pueblos del lago como San Miguel y Santa Elena. Cuentan que
cuando Hernán Cortés, en los tiempos de la Conquista de México y Guatemala,
dirigía su expedición hacia Honduras, y cuando pasó por las márgenes del lago
Petén Itzá; como iba "muy cansado y agotado", dejó recomendado su caballo a los
Itza'es del Señorío del Rey Caneck.
Cortés ya no regresó a México por esa ruta, y el caballo se quedó con los itza'es,
pero el animal se murió de tristeza porque ellos le daban de comer flores y plumas
preciosas, y no lo sacaban a pasear. Los indígenas con la pena de quedar mal con
Cortés, construyeron uno de piedra, "igualito y del mismo color".
El caballo quedó entre los itza'es, quienes lo adoraron como deidad. Pero una vez
que querían trasladarlo de la punta del Nij Tum cerca de San Andrés, hacia la Isla
de Flores; la balsa donde lo llevaban dio vuelta, el caballo cayó al agua y quedó
parado en el fondo del lago. Los lancheros dicen que el caballo está todavía ahí,
frente a Tayasal, es decir, frente a la Isla de Flores, y puede ser visto en las mañanas
claras.
Los lancheros de San Benito cuentan que han escuchado los relinchos del caballo
en las noches del Día de San Juan, y que se oyen sus pasos en el fondo del lago.
Los habitantes de la aldea El Remate, dicen que debido a las flores que le dieron al
caballo, a la isla se le dio el nombre de Flores.
El Sombrerón.
La leyenda cuenta que... Un día, como a las seis de la tarde, aparecieron el la
esquina de la casa de Celina cuatro mulas amarradas. Pasaron por allí dos vecinas
y una de ellas dijo: "¡Qué raro! ¿No serán las mulas del sombrerón?". "¡Dios nos
libre!" dijo la otra, y salieron corriendo. A esa hora, Celina comenzaba a dormirse
porque ya se sentía muy cansada. Entonces comenzó a oír una música muy bonita
y una voz muy dulce que decía:
"eres palomita blanca como la flor de limón, sino me das tu palabra me
moriré de pasión".
Desde ese día, todas las noches, Celina esperaba con alegría esa música que sólo
ella escuchaba. Un día no aguantó la curiosidad y se asomó a la ventana y cual
siendo la sorpresa, ver a un hombrecillo que calzaba botitas de piel muy brillante
con espuelas de oro, que cantaba y bailaba con su guitarra de plata, frente a su
ventana.
Desde entonces, Celina no dejó de pensar en aquel hombrecito. Ya no comía, sólo
vivía esperando en momento de volverlo a escuchar. Ese hombresito la había
embrujado.
Al darse cuenta los vecinos, aconsejaron a los padres de Celina que la llevaran a
un convento para poderla salvar, porque ese hombrecito era el "puritito duende".
Entonces Celina, fue llevada al convento donde cada día seguía más triste,
extrañando las canciones y esa bonita música. Mientras tanto el hombrecito se
volvía loco, buscándola por todas partes.
Por fín la bella Celina no soportó la tristeza y murió el día de Santa Cecilia. Su
cuerpo fue llevado a la casa para velarlo. De repente se escuchó un llanto muy triste.
Era el sombrerón, que con gran dolor llagaba a cantarle a su amada: "ay...ay...
mañana cuando te vayas voy a salir al camino para llevarte el pañuelo de lágrimas
y suspiros"
Los que vieron al sombrerón cuentan que gruesas lágrimas rodaban mientras
cantaba: "estoy al mal tan hecho que desde aquí mi amor perdí, que el mal me
parece bien y el bien es mal para mi". Toda la gente lloraba al ver sus sufrimiento.
Y cuentan que para el día de Santa Cecilia, siempre se ven las cuatro mulas cerca
de la tumba de Celina y se escucha un dulce canto: "corazón de palo santo ramo
de limón florido ¿por qué dejas en el olvido a quien te quiera tanto?"
Y es que se cuenta que el sombrerón nunca olvida a las mujeres que ha querido.
Por último, la vieja le concedió vida eterna, o, bien, tener el privilegio de morirse en
el momento deseado. Al tiempo, el diablo y San Pedro discutían porque el primero
quería llevarse al anciano a los infiernos y el segundo deseaba que siguiera
viviendo. Entonces el diablo bajó a la tierra a traer al anciano; en seguida éste
ordenó al costal encerrarlo. Cuando el diablo estuvo encerrado, el anciano le dio tal
apaleada que ya no le dieron ganas de regresar y se quedó en el infierno.
Pasaron los años y el anciano deseó morirse, entonces bajó al infierno y el diablo al
reconocerlo no le dejó entrar. Entonces se fue al cielo con San Pedro, quien
tampoco lo dejó pasar, pues había dejado a la muerte atrapada años antes.
Entonces el anciano se dirigió al Padre Eterno quien si le dejó entrar a la gloria, ya
que ese hombre le había dado pan en la tierra.