Derecho Romano Floris Marga Dant
Derecho Romano Floris Marga Dant
Derecho Romano Floris Marga Dant
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EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 139
8 Las fuentes favorecen el término iudex cuando éste ha de declarar que una de las
partes tiene toda la razón, y la otra no. Cuando el juez recibe la facultad de dictar
sentencias intermedias, otorgando algo a ambas partes, se prefería el término arbiter.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 145
11 Jherino, Espíritu,
II. 2. 637. 13 IV. 12.
12 Véase el párrafo 24. 14 IV. 14 y siguientes.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 147
evidente que alguien debía algo a otro (como resultado del furtum mani-
festum, o sea, el robo flagrante, en cuyo caso el ladrón debía una multa
privada de cuatro veces el valor de lo robado; como consecuencia de un
negocio per aes et libram, severamente formal y celebrado bajo vigilancia
de cinco testigos; si el deudor no pudiera, o no quisiera, reembolsar al fia
dor lo que éste hubiera tenido que pagar por él,18 y en algunos casos más),
el acreedor podía llevar al deudor ante el pretor y recitar allí una fórmula,
determinada, combinándola con gestos determinados (sujetando, por ejem
plo, al deudor por el cuello; de ahí el término de manus iniectio). Si el
actor cumplía correctamente las formalidades inherentes a su papel, el pre
tor pronunciaba la palabra addico (“te lo atribuyo”), después de lo cual
el acreedor podía llevar al deudor a su cárcel privada.
Durante sesenta días, el acreedor exhibía luego al deudor en el mer
cado, una vez cada veinte días, y si nadie se presentaba a liquidar la deuda
en cuestión, el acreedor podía vender al deudor trans Tiberim, en el país
de los etruscos, o matarlo. En caso de haber varios acreedores, cada uno
tenía derecho a una parte proporcional del cadáver, y si alguno tomaba
un poco más de lo que le correspondía estrictamente, esto no debía consi
derarse como un fraude, según dispone la ley de las XII Tablas con be
nevolencia.
La Lex Poetelia Papiria suprimió o suavizó este primitivo sistema, pero
todavía en tiempos clásicos un deudor podía ser constreñido a liquidar
su deuda mediante su trabajo.
Ahora bien, si el acreedor practicaba injustamente la manus iniectio,
el deudor debía defenderse ante el magistrado. En algunos casos podía
hacer esto únicamente con intervención de algún otro ciudadano, el vindex,
el cual sufría una multa del doble del valor del litigio si resultaba que
había auxiliado a una persona sin fundar y motivar debidamente esta de
fensa. En otras ocasiones, el deudor encarcelado podía defenderse por sí
mismo,19 en cuyo caso hablamos de la manus iniectio pura, sistema que se
generaliza en el curso del tiempo. También aquí, si el deudor se defendía
de una justa reclamación del acreedor, la deuda crecía hasta el doble.
b) La pignoris capio (la toma de la prenda). Por ciertas deudas, de
carácter militar, fiscal o sagrado, el acreedor podía penetrar en casa del
deudor, pronunciando ciertas fórmulas sacramentales, y sacar de ella algún
bien, el pignus, o sea, la prenda. Se parece esta legis actio a un embargo,
hecho por propia mano, sin intervención de autoridad alguna. Esta última
circunstancia hacía indispensable un procedimiento para sancionar el uso
injustificado de esta pignoris capio. Sin embargo, las fuentes que actual
mente tenemos a nuestra disposición no nos proporcionan datos a este
respecto.
¿Qué hacía el acreedor con el pignus? Es posible que, en un principio,
el pignus se destrozara; la enigmática expresión pignora cae dere (destrozar
18 Este caso fue añadido por una Lex Publilia, posterior a las XII Tablas (véase
Gayo, 4. 22).
19 Manum sibi depeltere: rechazar la mano.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 151
tes, precisamente por esta rígida dependencia, las legis actiones no propor
cionaban una posibilidad de obtener justicia, cuando faltaba una disposi
ción aplicable en el fragmentario ius civile).
2. El pretor deja de ser un espectador del proceso, o mejor dicho, una
autoridad cuyo papel se limita a vigilar si las partes recitan correctamente
sus papeles. Se convierte en un organizador que determina discrecional
mente cuál será el programa procesal de cada litigio individual, señalando
a cada parte sus derechos y deberes procesales.
En otras palabras, en vez de formas petrificadas, encontramos la viva
autoridad del pretor. La historia nos enseña que este magistrado aprovechó
de manera admirable sus nuevas facultades, creando inteligentemente nue
vas acciones, excepciones y otras medidas procesales cuando las juzgaba
convenientes para obtener una más equitativa administración de justicia.
Gracias a esta actividad creadora del pretor, surge, al lado del ius civile,
el admirable edificio del ius honorarium, con lo que se da lugar al famoso
dualismo en el derecho romano.
En acatamiento al principio de la seguridad jurídica, el pretor solía
poner en la blanca pared de su despacho (álbum) las acciones y excep
ciones que estaba dispuesto a conceder al público. Recuérdese que, por el
carácter anual de la función pretoria, este edicto tenía vigencia por un
solo año. Sin embargo, las acciones y excepciones que habían demostrado
utilidad, de hecho pasaron de un edicto a otro y formaron, como parte
translaticia, el núcleo estable de este flexible y variante derecho honorario.
3. El proceso conservaba su división en una instancia in iure y otra
in indicio; pero, como eslabón entre ambas fases, encontramos ahora la
fórmula con las tres funciones siguientes:
a) La fórmula contenía las instrucciones y autorizaciones que enviaba
el magistrado al juez.
A causa de esta particularidad, la fórmula era, al mismo tiempo, un
programa procesal en forma muy condensada, por lo cual algunos autores
le aplican el término plástico de comprimido jurídico.22
El magistrado hacía fijar en la fórmula cuál era la pretensión exacta
del actor, y, con frecuencia, en qué consistía el contraargumento del de
mandado, el argumento de réplica del actor, etc. El iudex debía investigar
si realmente existían los hechos en que el actor fundaba su acción, los que
el demandado alegaba en su contraargumento, etc. Según el resultado de
esta investigación, la fórmula determinaba si el iudex debía condenar o
absolver.
Esta primera función de la fórmula era la que acentuaba la doctrina
romanista, anteriormente a Wlassak. En cambio, este gran romanista vie-
nés, ya fallecido, interpretó la esencia de la fórmula más bien como con
trato procesal.
cada elemento controvertido una acción por separado. Por tanto, el aná
lisis del caso se hacía, no dentro del proceso, sino antes del mismo; no por
el juez, sino por el actor. “El ojo de la aguja procesal era tan fino que
sólo podía ponerse en él un hilo al mismo tiempo”.24 Quizás esta descom
posición parezca antieconómica. ¿Por qué tramitar diez procesos, en vez
de uno solo que englobara a todos? Mas recuérdese que “el que pueda
levantar fácilmente diez objetos sucesivamente, con frecuencia caerá bajo
la carga si trata de levantar todos a la vez”.25
83. Los ELEMENTOS PRINCIPALES DE LA FORMULA. Como la fórmula
era el centro del procedimiento formulario, debemos analizar brevemente
sus elementos. Cualquier persona que comience a estudiar el derecho ro
mano en sus fuentes (y sólo así revela esta disciplina su interés y belleza),
encontrará pronto que debe comprender la estructura de la fórmula y las
diversas clases de acciones utilizadas en el sistema formulario, ya que sus
particularidades repercutían considerablemente en el derecho sustantivo.
I. Como primer elemento, encontramos la institutio iudicis, o sea el
nombramiento del iudex, elemento indispensable en toda fórmula, tan obvio
y natural que Gayo se olvidó de mencionarlo en su Instituía.
II. El segundo elemento era la demonstratio, breve indicación de la
causa del pleito. Esta era necesaria, únicamente, cuando sin ella el juez no
habría sabido cómo delimitar el campo probatorio. De allí que no se nece
sitase en las acciones reales, ya que en éstas la indicación de la cosa, objeto
del pleito, individualizada en la intentio, hacía suficientemente concreto el
campo de la investigación jurídica. Tampoco era necesaria la demonstratio
en las condictiones, es decir, en acciones personales por objeto cierto —como
cuando un actor reclamaba 12,315 sestercios del demandado—, ni tampoco
en las actiones in factum, en las que el juez debía investigar la existencia
de cierta situación facticia, descrita en la intentio. En cambio, si la intentio
comprendía “lo que A debe a B”, entonces se imponía la demonstratio,
limitando el trabajo judicial a la investigación, por ejemplo, de lo que A
debe a B en concepto de arrendamiento, en concepto de la liquidación
de una sociedad o por cualquier otra causa concreta. La regla de que la
demonstratio falta en acciones reales, en condictiones 26 y actiones in fac
tum, resulta muy lógica.
III. El tercer elemento de la fórmula era la intentio, elemento medu
lar que nunca podía faltar. Su importancia era tal que las fuentes utilizan,
a veces, la palabra intentio, en vez de actio o de “fórmula”. La intentio
contenía la pretensión del actor, de manera que el juez debía investigar
30 Nacían cuando una norma posterior del ius civile afinaba el sistema existente
del derecho quiritario, como en el caso del senadoconsulto Veleyano o del senadocon-
sulto Macedoniano.
ai Gayo, IV, 120.
32 Por la escasez de las excepciones del ius civile, no conocemos ejemplos de ex
cepciones ficticias.
33 En cambio, la exceptio doli era una exceptio in personam, ya que sólo servía de
defensa contra la persona misma que hubiera obrado dolosamente.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 161
50 D. 11. 1. 21, empero, contradice los diversos lugares que consagran este prin
cipio.
170 DERECHO PRIVADO ROMANO
real). Esta ficción era necesaria por razones de economía procesal (para
evitar una eterna repetición de litigios sobre una misma controversia);
además, sin tal ficción, la sentencia hubiera sido meramente platónica: un
simple consejo, nada más. La seguridad jurídica exigía (y todavía exige)
recurrir al principio de que la sentencia contuviera una verdad indiscuti
ble, cuando ya no pudiera impugnarse.55
La distinción entre el efecto formal de la cosa juzgada (preclusión de
impugnaciones) y el efecto material (verdad que debe aceptarse como de
finitiva en juicios futuros) se debe a Chiovenda; su pretendido origen en
fuentes antiguas es muy dudoso.
Por regla general, este efecto de una sentencia se producía sólo inter
partes (y entre los causahabientes de las partes), no erga omnes (en rela
ción con terceros) —salvo cuando se trataba la paternidad, la libertad o
el status del “ingenuo”—.56 La razón es evidente: no sería justo que me
perjudicara una sentencia resultante de un juicio en el cual yo no hubiera
podido intervenir.
De otro modo, dos bribones —mediante juicios fraudulentos intentados
por el primero contra el segundo, y que éste había dejado perder por no
defenderse— podrían obtener un sinfín de sentencias a favor del primero,
las cuales declarasen que éste era propietario de diversos terrenos y cons
trucciones de personas ajenas a dichos juicios, resultado completamente
absurdo.
La sentencia otorgaba al actor triunfante una actio iudicati, para re
clamar materialmente lo que la sentencia le concedía en teoría; y al deman
dado triunfante, una exceptio iudicati contra posibles reclamaciones poste
riores por “lo mismo”; es decir, pleitos futuros inter easdem personas,
propter eamdem causam y de eadem re (entre los mismos sujetos, por la
misma causa, sobre el mismo objeto).
La situación que nacía de esta exceptio iudicati, o sea, el famoso non
bis in idem, tenía sus limitaciones. Si de una sola constelación de hecho
nacían varias posibles acciones del mismo actor contra el mismo deman
dado, el principio general en esta concurrentia actionum era que la elec
ción de una acción extinguía las demás. Si se había fracasado en un proce
dimiento interdictal para recuperar la posesión, no se podía continuar,
mediante un proceso reivindicatorío, para tomar un ejemplo evidente. Sin
embargo, si de una sola situación nacía una actio rei persecutoria y otra
poenae persecutoria, no había nada que se opusiera a la acumulación
sucesiva de estas acciones. También resulta de D. 44. 7. 34 pr., tomado de
una monografía de Paulo sobre la concurrencia de acciones —pero visible
mente interpolado—, que Justiniano permitía utilizar una segunda acción,
55 Este principio era quizá menos absoluto en la antigüedad que en nuestros días.
Veremos aún que en el Corpus iuris existen argumentos en pro de la opinión según la
cual una sentencia absolutoria injusta deja subsistente el deber controvertido, en cali
dad de “deber natural”.
™ Gfr. D. 25. 3. 1. 16; D. 1. 5. 25.
172 DERECHO PRIVADO ROMANO
más provechosa, después de agotar con éxito la primera, más parca, res
pecto de un mismo asunto; pero la segunda acción sólo procedía entonces
por el excedente que se pudiera obtener de ella.
Enumerando los rasgos típicos del procedimiento apud iudicem, pode
mos decir que se caracterizaba por otorgar un trato igual a ambas partes,57
ser oral, por el contacto directo entre juez y partes, por su publicidad, por
la libre apreciación de las pruebas (con restricciones), por el principio
dispositivo 58 y por el de congruencia (es decir, una sentencia condenatoria
debía ser totalmente congruente con la pretensión formulada por el actor).
88. Después de la sentencia. Las partes podían adoptar, respecto
a la sentencia, las siguientes actitudes:
1. Acatarla, para lo cual se les concedía generalmente un plazo de
treinta días.
2. Exponerse a una ejecución forzosa. Esta tomaba primero la forma
de la manus iniectio o pignoris capio, que ya conocemos. Una transición
entre el antiguo sistema de la manus iniectio y el moderno sistema, según
el cual sólo los bienes responden de las deudas puramente civiles, la encon
tramos en la facultad concedida al pretor para autorizar al acreedor a que
se llevara al deudor, no con el objeto de venderlo o matarlo, sino para
que el deudor (addictus) liquidara su adeudo mediante su trabajo.
En el curso de los siglos se va notando que la ejecución se dirige cada
vez más contra los bienes del vencido. El vencedor, ahora acreedor por
fuerza de la sentencia, podía ejercer la actio iudicati. En este nuevo proceso,
la condena se duplicaba (litis crescencia a causa de infitiatio), si el deudor
no confesaba el adeudo in iure. Luego, el actor obtenía la custodia de los
bienes del deudor, después de lo cual se convocaba a los demás acreedores,
mediante anuncios públicos, nombrándose un magister para la administra
ción de los bienes del vencido. Este magister debía hacer un inventario de
estos bienes, listas de los créditos y de las deudas del deudor y averiguar
si había alguna posibilidad de recuperar para el patrimonio del quebrado
algunos valores perdidos, ejerciendo con este fin la in integrum restitutio
—si el quebrado había sido víctima de determinadas prácticas antijurídi
cas— o la actio Pauliana (en caso de ciertos contratos, celebrados por
el quebrado con terceros, que fueran perjudiciales para los acreedores).
Después de cierto plazo —más largo para los deudores vivos que en
caso de difuntos—, en el cual el deudor pudiera tratar de reunir dinero
con amigos y parientes, un representante de los acreedores, el sindicus, bus
caba un emptor bonorum, es decir, alguien que comprara todo el patri
monio del quebrado, ofreciendo a los acreedores el pago de cierto porcen
taje de sus créditos. Por tanto, el patrimonio del deudor se vendía como
una unidad a una sola persona. Es ésta la venditio bonorum, una sucesión
a título universal.
A partir de este instante, el emptor podía cobrar los créditos, mediante
acciones que mostraban en sus fórmulas una trasposición de personas
—en este caso, mediante la fórmula Rutiliana—59 y respondía por un pro-
centaje de las deudas mediante otra fórmula con trasposición. El deudor
fallido continuaba siendo responsable por el faltante (Gayo II. 155).
Desde Julio César o Augusto, encontramos, además, un procedimiento
más benigno en la cessio bonorum, no infamante como el anterior, en el
que se incluía el beneficium competentiae a favor del quebrado. Este pro
cedimiento se aplicaba a deudores quebrados sin su culpa, que hacían
voluntariamente cesión de su patrimonio a sus acreedores.60
Más tarde, se introdujo también el sistema del pignus ex causa iudicati
captum, para el caso de deudores solventes que se obstinaban en no pagar.
Para no tener que vender todo el patrimonio a algún emptor bonorum,
se tomaba ■—con autorización oficial—, simplemente, una parte suficiente
de los bienes del deudor, vendiéndolos y devolviendo al deudor el exce
dente que quedaba, una vez cobrada la deuda (superfluum, hyperrocha,
o sea: la demasía). Esta “prenda tomada a causa de una sentencia” puede
considerarse como un antecedente de nuestro embargo.
En el tercer sistema procesal romano, el extraordinario, encontraremos
aún otra forma de ejecución forzosa, la distractio bonorum, en la que se
abandonaba la práctica de vender el patrimonio del quebrado en bloque,
vendiendo los bienes y créditos por partes, lo cual permitía obtener, en
total, un mejor precio.60*
En general podemos decir que el sistema ejecutivo romano, evidente
mente, se inclinaba del lado del acreedor más de lo que suele suceder en
los sistemas modernos. En la antigüedad no encontramos figuras como la
suspensión de pagos, el famoso remedio que actualmente ayuda con fre
cuencia a evitar una quiebra inminente. La conciencia de que una quiebra
tiene desventajas, no sólo para el deudor mismo, sino también para la vida
económica nacional en general, es un producto del pensamiento moderno.
Sin embargo, en el Corpus iuris se encuentran la quita y la espera, con
cedidas al deudor por decisión tomada por la mayoría de sus acreedores;
en cuyo caso, la minoría inconforme no tiene más remedio que aceptar la
situación.
69 Trátese de construir una.
60 También el derecho moderno trata con más clemencia al deudor sujeto a quie
bra fortuita que al deudor responsable de una quiebra culpable o fraudulenta.
601 La distractio bonorum ya se anuncia en el derecho clásico, en relación con
algunas quiebras privilegiadas.
174 DERECHO PRIVADO ROMANO
Cuando el deudor era totalmente insolvente, nada tenía que hacer allí
por lo general la ciencia del jurisconsulto: “donde no hay nada, hasta
César pierde su derecho”.61 La decepción de los acreedores podía entonces,
en algunos casos, expresarse mediante medidas penales; pues, a pesar de la
Lex Poetelia Papiria, encontramos todavía en el derecho justinianeo penas
privativas de libertad contra determinados deudores insolventes.
También, en la actualidad mexicana, la insolvencia, agravada o provo
cada dolosa o culpablemente, puede dar lugar a consecuencias penales.
3. Impugnar la sentencia. Desde las primeras épocas republicanas, una
parte perjudicada por una sentencia, que en su opinión era injusta, podía
pedir la no ejecución de ésta por veto de los tribunos o por intercessio de los
cónsules. Pero estos recursos eran inoperantes, desde luego, respecto de
injustas sentencias absolutorias.
Otro recurso, la in integrum restitutio, de carácter extraordinario, tam
poco ofrecía un remedio general, ya que sólo procedía en casos excepcio
nales, determinados en el edicto anual.
Este recurso permitía la anulación de una sentencia, así como de otros
actos jurídicos, cuando una de las partes hubiera sido víctima de dolo, de
intimidación o de un error justificable, o si un falso testimonio había ori
ginado una sentencia injusta.
Además, existía la revocatio in duplum, de la cual sabemos poco. En
caso de abusar de ella, el recurrente corría el riesgo de ser condenado por
el doble del valor del objeto del juicio.
En cuanto a la appellatio, aunque tenía antecedentes en el sistema for
mulario, se desarrolló, sobre todo, bajo el tercer sistema procesal, cuando
se formó una clara jerarquía entre los magistrados. Tal jerarquía era con
dición indispensable del desarrollo de la apelación, ya que ésta supone que
sea a un juez de rango superior a quien se someten las decisiones de los
jueces inferiores.
4. También era posible que el vencido negara la existencia de la sen
tencia como tal (por considerar, por ejemplo, que el juez había sido incom
petente). En este caso, el vencido oponía a la aciio iudicati la exceptio non
iudicatum esse (la excepción de que no hubo sentencia).
5. Finalmente, una persona perjudicada por una sentencia injusta,
podía acatar la sentencia, pero intentar luego una actio in factum en con
tra del juez, por el cuasidelito de que éste “había hecho suyo el litigio” y
reclamar una indemnización; algo parecido a nuestro “recurso” de res
ponsabilidad.
89. El procedimiento extraordinario. El sistema extraordinario se
desarrolló: a) dentro del sistema tradicional, y b) paralelamente a éste.
En cuanto a lo primero, en ciertos litigios, basados en instituciones de
reciente creación, el pretor comenzaba a resolver la controversia en una
61 De esta máxima ha derivado la terminología estudiantil europea la expresión
exceptio Caesaria -—en el sentido de insolvencia—, expresión, desde luego, ajena a las
fuentes romanas.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 175
sola instancia, in iure, sin mandar el asunto a algún iudex. Así sucedía en
materia de alimentos, de fideicomisos, etc.
Con relación a lo segundo, a medida que el emperador comenzó a asu
mir todas las funciones del Estado, se convirtió también en la cúspide de
la jerarquía de funcionarios imperiales dedicados a la administración de jus
ticia. Esta justicia imperial se desarrolló paralelamente a la justicia admi
nistrada por el pretor. Era más costosa que ésta, pero generalmente más
rápida y de excelente calidad técnica y moral. Así fue tomando, poco a
poco, el lugar de la justicia tradicional. En la época de Diocleciano, pode
mos decir que su victoria ya era completa. Dentro de este sistema imperial,
los funcionarios imperiales solían investigar los hechos y dictar sentencia
sin recurrir a iudices privad.62
Lo que caracterizaba este procedimiento extraordinario, en compara
ción con los sistemas anteriores, era un viraje de lo privado a lo público.
Por la burocratización del procedimiento, en este período de la historia
jurídica, la antigua costumbre de los juicios orales comenzó a ser sustituida
por el procedimiento escrito, más lento y más caro. Quod non est in actis,
non est in mundo (lo que no existe en los expedientes, de plano no existe),
dirán más tarde, irónicamente, los adversarios del sistema. El camino hacia
la conciencia del juez pasaba exclusivamente a través del expediente.
El citado viraje hacia lo público se manifestó, sobre todo, en el aban
dono del principio dispositivo y del de congruencia. El proceso era dirigido
por una autoridad que ya no tenía por qué apegarse a los deseos de los
particulares; podía hacer aportar pruebas que las partes no habían ofrecido
y dictar una sentencia sin ajustarse estrictamente a las pretensiones del
actor. Sin embargo, el impulso procesal sigue viniendo de los particulares;
la violación de un derecho privado no interesaba a la autoridad, mientras
el interesado mismo no tomase la iniciativa del proceso, y era perfecta
mente válido el pacto por el cual una persona renunciaba a su facultad
de recurrir a las autoridades judiciales en relación con determinados dere
chos suyos.63
Los rasgos particulares del sistema extraordinario eran los siguientes:
1. La notificación, que había sido un acto privado, se transformó en
un acto público (la litis denuntiatio), realizado, a petición del actor, por
funcionarios públicos.64 Este sistema comenzó a parecerse todavía más al
moderno, cuando —en tiempos de Justiniano— el demandado recibía por
intervención de un actuario (executor) una copia de la demanda, con la
orden judicial de comparecer en una hora determinada. Si el demandado,
después de la notificación, decidía defenderse, debía presentar un libellus
contradictionis con sus contraargumentos. Debía, además, otorgar una
«e C. 3. 1. 13.
C. 7. 39. 9.
68 En tiempos de Justiniano encontramos “un derecho elaborado hasta en sus últi
mos detalles: el fruto maduro de la vejez; pero acompañado de procesos que no quie
ren terminar. Una riqueza que se ha convertido en carga; una minuciosidad que se
convierte er maldición” (Jhering, Espíritu, II. 2. 323). A través de más de un milenio,
se ha llegado al polo opuesto del derecho arcaico, con sus “normas sencillas y procesos
cortos”. Sin embargo, el remedio que Justiniano trata de aportar al mencionado mal es,
por una parte, demasiado drástico y, por otra, ineficaz.
69 C. 3. 1. 9.
70 A esta fase corresponde la práctica de conceder a los documentos públicos una
fuerza probatoria superior a la de la prueba testimonial.
178 DERECHO PRIVADO ROMANO
cantidad mínima de testigos, pasándose así del sistema libre al tasado. Una
creciente cantidad de presunciones legales también limitaban la libertad
judicial.
14. Fue en este periodo cuando se introdujo el muy dudoso sistema
de pruebas “incompletas” que podían combinarse con otras incompletas
—como el juramento, un solo testigo, etc.— para formar, juntas, una prue
ba íntegra.
El procedimiento muestra ahora las siguientes fases: la presentación
del libellus conventionis, su notificación al demandado, presentación del
libellus contradictionis, la cautio iudicio sisti, la notificación del libellus
contradictionis al actor, una audiencia con la narratio, la contradictio, el
ofrecimiento, admisión o rechazo de las pruebas, el desahogo de las prue
bas admitidas, los alegatos y la sentencia.71
Con su típico respeto a la tradición, el jurista antiguo conservó muchos
términos de la época formularia, a los que dio, empero, un nuevo sentido.72
En el Corpus iuris hallamos una imagen del sistema extraordinario, per
turbada por tales ecos del sistema anterior y por el hecho de que en mu
chas citas clásicas que figuran allí, se omitió hacer las interpolaciones
necesarias. En mezcla con algunos elementos germánicos, encontramos este
procedimiento justinianeo en las Siete Partidas sobre todo en la Tercera
Partida, elaboradas con ayuda de Jacobo Ruiz (o Juez) de Murcia, ex
alumno de Bolonia e imbuido en las enseñanzas de los glosadores. A través
de esta obra, y con influencias del admirable derecho procesal canónico,
esta materia llega a la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855, quizás el pro
ducto legislativo español de más repercusión en toda Latinoamérica (con
excepción de Haití y de la Rep. Dominicana), que deja sentir su impacto
en México primero en el Código Béistegui, de Puebla (1880) y luego en el
Código de Procedimientos Civiles del D. F. de 1884, antecedente del ac
tual Código respectivo en nuestro D. F. (1932).
Otra zona en que tanto las acciones reales como las personales dejaban
sentir su influencia, era la de las actiones divisoriae, con sus tres figuras:
la actio familiae herciscundae (división de la herencia indivisa), actio com-
muni dividundo (división de la copropiedad) y actio finium regundorum
(acción de deslinde). Como dice Justiniano,75 en los juicios respectivos,
el juez podía adjudicar propiedades (lo cual acercaba estas acciones a las
reales), pero también podía equilibrar una división, imponiendo a una
parte un deber pecuniario a favor de la otra (como en el caso de una divi
sión igualitaria, entre dos hermanos, de una herencia que se compusiera
únicamente de una casa grande y otra pequeña). De ahí que el Corpus
iuris atribuyese a estas acciones divisorias un carácter mixto, tam in rem,
quam in personam.75a
Otra particularidad de estas acciones divisorias consistía en ser iudicia
duplicia: ambas partes eran, simultáneamente, vencidos y vencedores, reci
biendo algo y perdiendo algo. Desde luego, muchas veces un copropietario
pedía la división de la copropiedad contra la voluntad del otro, de manera
que uno era actor y provocaba el juicio, mientras que el otro era deman
dado. Pero esta circunstancia no repercutía en la fórmula; en ésta, el iudex
trataba a las partes sin tener en cuenta si era el actor o el demandado.
6. Acciones ciertas e inciertas. El criterio de distinción es aquí el ob
jeto de la intentio, como ya hemos explicado.
7. Acciones arbitrarias y acciones no arbitrarias. Ya hemos visto que,
en la fase formularia, el objeto de toda condena era una cantidad de dinero.
El juez, empero, podía invitar al condenado a cumplir, de buen grado, con
su deber de entregar una cosa determinada, en cuyo caso la condena que
daba sin efecto.
Así, el demandado podía evitar el eventual efecto infamante de la con-
demnatio, como en el caso de la actio doli o actio quod metus causa y de
otras actiones famosae (es decir, de condena infamante). Además, de este
modo se eliminaba el peligro de que la condemnatio se fundara en una
equivocada valoración del objeto material del pleito.
Esta “posibilidad de escape” se otorgaba al vencido en todas las accio
nes reales y en las personales en que el actor reclamara la entrega de una
cosa.76 En estas actiones arbitrariae encontramos, antes de la condemnatio,
las palabras: nisi restituetur (“si no lo devuelve voluntariamente”). Ob
sérvese que restituere tiene un sentido más amplio que restituir y signi
fica entregar.
8. Acciones “rei persecutoriae” y acciones “poenae persecutoriae”. Las
primeras tenían por objeto la reincorporación, en el patrimonio del actor,
de un elemento perdido o de su equivalente en dinero. El actor no ganaba
nada, sino que evitaba o remediaba una pérdida. Las poenae persecutoriae,
75 Inst., 4. 6. 20.
75a Para una lista de las principales acciones personales, véase el párrafo 232.
7« I. 4. 6. 31.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 183
por el contrario, tenían por objeto una ganancia para el actor, mediante
las multas privadas que estudiaremos al tratar de los delitos privados.
Las acciones poenae persecutoriae eran acumulativas en caso de coau
toría. Las reipersecutoriae, en cambio, se dirigían en tal caso contra deu
dores solidarios; si uno pagaba, el acreedor perdía su derecho contra los
demás (y entre el que pagó y los demás coautores nacía un relación de
regreso).
Además, mientras que la acción reipersecutoria podía dirigirse contra
el heredero del delincuente, esto no ocurría en la poenae persecutoria
(aunque, desde la litis contestatio, los herederos del delincuente respondían
de las consecuencias del juicio a causa del efecto novatorio de ésta).
Por regla general, los herederos de la víctima podían ejercer una actio
poenae persecutoria contra el delincuente, salvo el caso de acciones en las
que se buscaba más bien una venganza que la obtención de una ventaja77
(las acciones vindictam spirantes), cuyo ejemplo típico era la actio iniuria-
rum en caso de difamación (principio conservado en el derecho moderno:
los herederos de la persona difamada no pueden presentar la querella
respectiva).
Cuando, posteriormente, se aplicó parte de la multa privada a la repa
ración del daño causado por iniuria, la actio iniuriarum, antes poenae per
secutoria, se volvió mixta.
9. Acciones personales de derecho estricto y acciones personales de
buena fe. Las primeras daban lugar a un proceso, durante el cual el iudex
debía atenerse estrictamente a los términos del contrato, interpretados en
forma literal, sin que se permitieran consideraciones de equidad ni alegarse
“las circunstancias especiales del caso”, “la intención de las partes”, “las
costumbres del comercio”, etc.
Tales acciones nacían de contratos unilaterales. Las derivadas de con
tratos bilaterales eran de buena fe y permitían al juez una gran libertad
de apreciación. En su intentio figuraba la expresión ex fide bona u otra
equivalente.
Las fuentes no extienden esta clasificación a acciones reales o derivadas
de cuasicontratos, de delitos o de cuasidelitos.
Cuando, hacia el florecimiento del período clásico, se permitió con ma
yor amplitud el ejercicio de la actio doli o exceptio doli, la idea de la
equidad penetró también en acciones de estricto derecho, con la particula
ridad de que, en juicios stricti iuris, el demandado, víctima de dolo, debía
exigir que en la fórmula se añadiera expresamente la exceptio doli, ya que,
de otra manera, el iudex no podría tener en cuenta la existencia del dolo.
En cambio, en un proceso de buena fe, aun cuando el demandado no pi
diera in iure la exceptio doli, el iudex podría examinar in indicio si había
habido dolo y absolver al demandado, en caso de comprobarse la conducta
dolosa del actor, ya que exceptio doli inest bonae fidei iudiciis.
” D. 37. 6. 2. 4.
184 DERECHO PRIVADO ROMANO
81 B. Biondi, Summatim cognoscere, bidr 30, 1921, pág. 42. Sobre el procedimien
to pro tribunali, véase Dull, ZSS, 52 (1932); y Wenger, ZSS, 59 (1939). Para el
procedimiento sine scriptis, A. Steinwenter, ZSS, 76 (1959).
82 D. 4. 1. 4.
83 Recuérdese la obrita de Jhering, La lucha por el derecho, con la tesis de que
todos tenemos el deber moral y cívico de exigir respeto a nuestro derecho. Si preferi
mos la paz o la comodidad a nuestros derechos subjetivos, todo el sistema del derecho
objetivo se hace inseguro; y nuestra irritabilidad jurídica debe extenderse también a
los casos en que la propia defensa nos cueste más molestias que la violación de nues
tros derechos.
EL DERECHO ROMANO PROCESAL CIVIL 189
perdía pagaba al vencedor una multa privada, generalmente mayor que las
costas procesales. En algunos otros casos, la defensa injustificada duplicaba
la condena.
En tiempos de Zenón (474-491 d. de J. C.), mediante una constitu
ción que encontramos en forma resumida en las Basílicas y confirmada
por constituciones justinianeas,84 se inicia el sistema de que el vencido re
embolse al vencedor los gastos procesales, a veces muy altos, pues en la
época del Bajo Imperio no sólo los abogados, sino también los órganos
jurisdiccionales exigían grandes sacrificios de las partes.
Estaba ya muy lejano el idílico periodo republicano con pretores que
trabajaban sin salario, rodeados de un consilium de “jurisprudentes”, igual
mente honoríficos, que escuchaban a abogados que quizás esperaban la
futura gratitud de sus clientes, pero no en la forma torpe de honorarios
fijados de antemano, ¡forma que quizá conviene en las relaciones con el
zapatero, pero no con un “sacerdote del derecho”! Además, ahora el Le-
viatán del Bajo Imperio quería que cada ciudadano que viniera a moles
tarlo, llegara, cuando menos, con dinero en la mano.85
El sistema introducido por Zenón, caracterizado por el adagio de victus
fert expensas (el vencido paga las costas), no es muy satisfactorio. En pri
mer lugar, el vencedor tenía que adelantar las costas procesales, lo cual
colocaba al rico en mejor posición que al humilde. En segundo lugar,
la práctica jurídica era tan compleja que frecuentemente se presentaban
situaciones en que ambas partes podían creer, honradamente, que tenían
razón y en que los mismos jueces no veían claramente de qué lado debía
inclinarse la balanza de la justicia. En tales casos, no era justa una condena
en costas que acompañara automáticamente a la derrota (estas mismas
objeciones son válidas en relación con el anterior sistema de la multa pri
vada impuesta al vencido).
Paralelamente a este sistema de Zenón, encontramos varias figuras pro
cesales que lo afinan. Además de la condena automática en costas, con
frecuencia se castigaba con una condena por el doble al demandado que
se defendía injustificadamente, como ya hemos visto.
La sanción anterior sólo procedía en contra del demandado temerario,
pero la sponsio procedía contra cualquier parte, actor o demandado, que
se hubiera comportado temerariamente; en varias acciones, las partes de
bían obligarse mutuamente, mediante una sponsio, a pagar, en caso de
perder el pleito, cierto porcentaje del objeto del litigio, como castigo por
su temeridad.
La medida anterior sólo procedía en determinadas acciones. En cam
bio, en todas el actor podía pedir al demandado la declaración solemne,
en forma de juramento, de que no se defendía de mala fe, cálumniae
84 Como C. 7. 51. 5.
85 Precisamente, para evitar el regreso de estas sportulae —gastos procesales que
reclamaban los tribunales, de acuerdo con tarifas oficiales—, la Constitución Mexicana
enuncia que la administración de justicia es gratuita.
190 DERECHO PRIVADO ROMANO
tido sin las mencionadas circunstancias, sin necesidad de una fase apiid
iudicem, sino mediante un simple decreto del magistrado.88
6. En casos determinados, el pretor asumía el papel de iudex, investi
gando los hechos y dictando sentencia. Encontramos esta extraordinaria
cognitio, especialmente, en caso de litigios relacionados con figuras jurídi
cas de reciente creación. Después del florecimiento clásico, la extraordinaria
cognitio se generalizó, como ya hemos visto.
Con posterioridad al triunfo del procedimiento extraordinario, varias
de estas facultades del pretor pasaron a ser atribuciones del magistrado-
juez. El pretor mismo vio, desde entonces, limitada su tarea a la organi
zación de fiestas y espectáculos públicos. He aquí el fin, no muy brillante,
de una función que, por haber creado el ius honorarium, fue causa de que
el derecho romano, en vez de constituir solamente un derecho antiguo en
tre muchos, se convirtiera en elemento perenne, todavía vivo e inspirador
de nuestra cultura jurídica.