Sen Básico
Sen Básico
Sen Básico
ZEN
BÁSICO
MANFRED B. STEGER
PERLE BESSERMAN
ZEN BÁSICO 6/4/03 23:46 Página 2
Primera edición
ISBN: 84-8019-684-X
Fotocomposición: Bartolomé Sánchez de Haro
Impreso en España por: A & M Gràfic
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cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografía y el tratamiento informá-
tico y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
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Este libro está dedicado a Uchiyama Gudo Roshi y a todas las demás víctimas
del fascismo, el militarismo y el totalitarismo del siglo veinte.
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AGRADECIMIENTOS
Damos las gracias a los miembros del Princeton Area Zen Group (Grupo
de Zen del área de Princeton) por hacer posible este libro, y deseamos agra-
decer en particular a quienes generosamente han permitido que les citemos.
Por nuestros animados diálogos Zen más allá de Princeton, nos gustaría
dar las gracias a Ursula Baatz, Wolfgan Waas, Jeff Shore, Michelle
MacDonald y Steve Smith.
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ÍNDICE
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7
TIEMPO
Tal como viene, se va . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19
No te acostumbres a las veinticuatro horas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23
Habitar en el tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .29
Hacer la cosas en el momento adecuado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .33
Matar el tiempo tan sólo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .37
Tiempos difíciles, grandes cambios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .41
Confiar en el momento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .45
Más allá del tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .51
ESPACIO
Puntos de vista equivocados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .57
Puntos de vista correctos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .65
Conteniendo multitudes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .69
Este mismo lugar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .75
Vivir con limitaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .81
Espacio sagrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .89
El camino del medio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .95
Las cuatro sabidurías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .99
MOVIMIENTO
Emoción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .109
Hambre espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .115
Todas las cosas simplemente son . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .119
Esfuerzo y persistencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123
Nuestra mejor estación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .129
Paciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135
Automejora contra autorrealización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .141
Pasión en la compasión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .145
Súbitamente me abro.
Todo se asienta,
Esta brizna de hierba que soy yo
Con raíces en los sonidos
Gansos graznando, silencio
El tic-tac de un reloj
Humo de incienso
Luz apagándose
Maravillosamente llena.
Soy una brizna de hierba,
Enraizada aquí esta noche
Posada en estos momentos
De vuelo de aves salvajes.
Es aquí donde están mis orígenes
Y como una brizna de hierba
Me doblo y tuerzo, y vivo y muero
En todo lo que transcurre precipitadamente
Nieve, hielo, lluvia torrencial
Sol, estrellas
Placer, dolor
Oscuridad, luz
Y sigue adelante con todas las cosas de la vida.
Hetty Baiz
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INTRODUCCIÓN
TS’AO-PEN CH’AN 7
ZEN BÁSICO
INTRODUCCIÓN
NUESTRA HISTORIA
Puesto que todo este libro se basa en nuestra propia experiencia como
practicantes y maestros de Zen, nos gustaría contarles cómo llegamos al Zen
básico. Antes de ser comaestros en el Princeton Area Zen Group (Grupo de
Zen del área de Princeton), en Princeton, Nueva Jersey, en 1991, cada uno de
nosotros había pasado diez años practicando el Zen. La mitad de estos años 9
los dedicamos al duro entrenamiento tradicional con monjes japoneses, y el
resto en Hawai con el maestro laico Robert Aitken Roshi, el “decano de los
maestros Zen americanos”. Con la idea de llevar la práctica del Zen laico un
paso más lejos de sus raíces japonesas, iniciamos –al trasladarnos de Hawai a
Princeton– un pequeño grupo de Zen y comenzamos a experimentar con una
versión “básica” más americana de la práctica. Nuestra experiencia en Hawai
nos dejó claro que era un escapismo religioso lo que nos llevaba a vestirnos
con hábitos negros y a fingir ser monjes japoneses. Después de tratar durante
tanto tiempo de adoptar esta imagen de “tradición”, no pudimos seguir igno-
rando el hecho de que éramos occidentales a finales del siglo XX. Como
humanistas y “progresistas”, nos preocupaban los derechos humanos, la igual-
dad racial, la justicia económica, la no-violencia, la ecología y el feminismo.
Nos molestaba la naturaleza patriarcal y jerárquica del Zen tradicional japo-
nés, su militarismo y su distanciamiento de la acción social y de las preocu-
paciones del “mundo real”. Como testigos de nuestro siglo genocida, ya no
podíamos cerrar los ojos y oídos al racismo violento de algunos de nuestros
maestros Zen japoneses más reverenciados. Nuestro karma “Zen samurái”
había llegado claramente a su fin.
Resultaba particularmente perturbador ver que hombres y mujeres que
habían estado profundamente dedicados a la práctica del Zen lo abandonaban
al encontrarlo cada vez más “irrelevante” para sus vidas. Considerábamos que
nuestra tarea era doble: hacer el Zen más atractivo a los practicantes laicos
occidentales, pero permaneciendo fieles al verdadero “núcleo” de la práctica.
Prescindiendo del estilo cultural feudal del Zen japonés en nuestra comunidad
de Princeton, conservamos lo que creíamos que eran sus elementos esencia-
les: zazen, meditación formal sentados; sesshin, retiros silenciosos para medi-
tar; charlas dharma, conferencias relacionadas con la práctica dadas por maes-
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ZEN BÁSICO
INTRODUCCIÓN
ZEN BÁSICO
INTRODUCCIÓN
FUNCIÓN DE LA PLURALIDAD
Ser un maestro Zen laico occidental, a principios del siglo XXI, quiere 13
decir aceptar lo que llamamos “la función de la pluralidad”. Tal como han
demostrado los infames escándalos Zen de los años 80 en Estados Unidos, el
papel tradicional del roshi (maestro de Zen) como la viva manifestación de la
iluminación tendía a alentar a los estudiantes a extender el papel del “maes-
tro” a todos los aspectos de la existencia humana. Daban por sentado que sus
maestros no podían hacer nada malo. Incluso acciones claramente negativas,
como beber en exceso o abusos sexuales los del roshi, eran vistas como “ense-
ñanzas misteriosas” demasiado avanzadas para que practicantes “ordinarios”
pudieran entender. Una traducción tan automática del papel especial del
“maestro” a todas las áreas de la vida impedía a los estudiantes comprender
que sus maestros no eran perfectos. Como seres humanos, todos desempeña-
mos muchas funciones distintas, y tenemos también muchas fuerzas y flaque-
zas individuales. En algunos de los papeles, estamos llamados a liderar; en
otros, debemos seguir a personas más experimentadas. Aceptar la pluralidad
de nuestras funciones quiere decir que los maestros de Zen competentes
deben poder liderar a sus estudiantes en la meditación, pero que ellos, a su
vez, deben estar dispuestos a aprender de sus estudiantes en otras áreas. Dicho
de otra manera, tanto los estudiantes como los maestros deben permitirse asu-
mir distintos papeles en situaciones distintas, y olvidar las jerarquías precon-
cebidas y petrificadas que amenacen con perjudicar la fluidez de las interac-
ciones humanas.
Como maestros de Zen básico, siempre hemos sentido la necesidad de
desarrollar una estrecha amistad con nuestros estudiantes. No queríamos estar
confinados en el papel del roshi infalible, y nos negábamos a que se nos paga-
ra por nuestros servicios. Queríamos poder ir a tomar una taza de café con
nuestros alumnos, y que se nos viera como compañeros de conversación del
mismo nivel. Queríamos poder invitar a los estudiantes a cenar y discutir
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ZEN BÁSICO
14
LA RAÍZ DE TODO
En este libro, exploraremos las cuestiones con las que se enfrentan los
practicantes actuales del Zen básico. Con un enfoque directo, demostraremos
cómo las preocupaciones sociales, profesionales y psicológicas de la gente
corriente pueden ofrecer oportunidades para el despertar espiritual. Usando la
metáfora de un “campo de hierba”, para el actual ts’ao-pen ch’an sangha de
Occidente (una comunidad igualitaria de miembros socialmente móviles que
ponen menos énfasis en la transmisión y en la jerarquía que en la responsabi-
lidad individual) nos concentraremos en la interacción entre el “campo” (la
comunidad Zen), el sencillo “componente de la base” (el practicante indivi-
dual) y las dimensiones de “tiempo, espacio y movimiento” (el mundo). En el
nivel de la superficie, cada miembro de la comunidad aparece en el mundo de
tiempo, espacio y movimiento como un yo separado con un papel único, una
sola brizna de hierba emergiendo de una sola raíz. La raíz y la brizna de hier-
ba individuales son una misma cosa, ya que son dependientes la una de la otra.
La raíz está implícita en la brizna; la brizna existe en potencia en la raíz. Pero
cuando excavamos a mayor profundidad en el suelo, descubrimos que la raíz
individual de hierba está siendo sostenida, protegida y alimentada por todas
las demás raíces de hierba del campo. El Zen básico se puede considerar como
una “guía de jardinería” para el descubrimiento de la verdadera naturaleza del
yo en esta conexión.
Como la brizna individual de hierba en el campo, el yo es parte de una
gran red sin costuras de la vida. Su persistencia en el tiempo es estacional,
sujeta a las condiciones cambiantes. Está enraizada en la tierra, pero no de
modo permanente. La meditación revela que la verdadera naturaleza del yo
interdependiente es la compasión. Habita sin agarrarse; cuando llega la lluvia,
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INTRODUCCIÓN
forma totalmente una unidad con ella; cuando aparece el sol, forma totalmen-
te una unidad con el sol.
El momento presente es la raíz de todo. Triste o feliz, en movimiento o en
reposo, el momento proporciona infinitas oportunidades para cultivar la per-
cepción. Cada raíz de nuestro campo de hierba, cada momento, está lleno de
todos los nutrientes que necesitamos. Yendo a la raíz, convirtiéndonos en uno
con el momento, descubrimos que la vida es perfecta tal como es. Al fin y al
cabo, en el mundo estamos en nuestra casa.
Zazen (meditación) es el modo de entender la verdadera naturaleza del yo.
Al ver más allá de la punta de una sola brizna de hierba y de su raíz familiar,
nos damos cuenta de que sólo hay cambio. Lo que imaginamos como un blo-
que sólido de experiencia llamado “tiempo” es en realidad el yo en continuo 15
movimiento. En cualquiera de las formas en que aparezca, el yo constituye
una unidad con el cambio. Nosotros mismos nos estamos transformando con
el momento, manifestándonos ahora como raíz de hierba, ahora como el sol,
ahora como el firmamento. Somos simultáneamente únicos e indistinguibles
de lo que nuestros antiguos antepasados chinos llamaban "el mundo de las
diez mil cosas”.
En su sentido más profundo, el Zen básico trata de cómo ir a la raíz, de
descubrir cómo son todas las cosas. Al permanecer seguros en nuestro propio
terreno, nos sentimos cómodos con esta idea. Todo es; cualquier cosa que ocu-
rra es, incluidas todas las cosas terribles y todas las cosas maravillosas.
Centrados en esta sabiduría raíz, somos libres de movernos por nuestras vidas.
Sin esta sabiduría básica, sin embargo, no hay más que sufrimiento. Sufrimos
porque no aceptamos el momento que está aquí, en este preciso instante, exac-
tamente tal como se presenta. Queremos evitarlo. Lo rechazamos, tratamos de
escapar de él, ¿pero cómo podemos hacerlo, cuando nosotros somos, en este
mismo instante, una misma cosa con la propia raíz? Cuando constituimos una
unidad con ella, sabemos lo que hemos de hacer. El ego desaparece y las posi-
bilidades de elección se abren: nos encontramos andando por un camino recto
sobre el que damos seguros el paso siguiente.
ZEN BÁSICO
tiempo
Esta página dejada en blanco al propósito.
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ACEPTAR EL CAMBIO
En ningún lugar resulta tan evidente el cambio como cuando nos sentamos
sobre nuestros cojines siguiendo la respiración. Puesto que por lo general no
prestamos atención a lo que percibimos como un proceso automático, caemos
en la ilusión de que todos nuestros alientos son iguales. Creemos que sólo los
cantantes de ópera y los asmáticos tienen que ser conscientes de la respira-
ción. De súbito nos percatamos de que cada respiración es distinta, que cada
inhalación y exhalación es única e irrepetible. Ampliando nuestra atención,
nos fijamos en nuestro oído, tacto, vista, gusto y olfato, y caemos en la
cuenta de que también son irrepetibles. Cada paso que damos, cada bocado
que probamos, cada sonido que escuchamos es distinto a cualquier otro.
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ZEN BÁSICO
Despertados de nuestro estupor con una sacudida, vemos que todo cambia,
momento a momento. Una y otra vez, pero siempre frescos y nuevos, nunca
estancados, nunca de forma rutinaria, también nosotros llegamos y nos vamos
con el cambio.
De esto no debemos darnos cuenta una sola vez. Hemos de experimentar-
lo nuevamente cada vez que nos sentamos sobre nuestros cojines. Tenemos
tendencia a hundirnos de nuevo en nuestros viejos hábitos mentales, por lo
que hemos de volver a la respiración, a este momento cambiante. Tenemos la
necesidad de permitirnos dejar que el cambio suceda. Sólo cuando entende-
mos que el universo es de por sí nada más que cambio, y que sigue adelante
sin cesar, podremos comenzar a percibirnos a nosotros mismos como cambio.
20
CIERRE DE LA BRECHA
TIEMPO
ZEN BÁSICO
NO TE ACOSTUMBRES A LAS
VEINTICUATRO HORAS
OH CREPÚSCULO DE PRIMAVERA...
PRECIOSO MOMENTO
QUE VALE PARA MÍ
UN MILLAR DE MONEDAS
SOTOBA
MOMENTOS ESPECIALES
ZEN BÁSICO
TIEMPO
siado absorto en cada una de las pequeñas venas del pétalo de aquella rosa en
el jarrón invertido puesto sobre la mesita del café invertida, como para preo-
cuparte por la hora que es. O quizás, lo más importante que puedes estar
haciendo con tu tiempo, es ver de frente a aquella pequeña araña roja en el
suelo, delante de ti.
Lo mismo ocurre estando sentado en zazen sobre tu cojín. Sólo que, en
lugar de estar cabeza abajo, la meditación invierte tu relación con el tiempo al
apagar tu máquina de “momentos especiales” y hacerte parar del todo. Una
vez te hayas detenido, cada momento, con independencia de qué esté hecho,
se convierte en una aventura. De pronto, la vida es interesante porque cada
momento te invita a participar en lo que está sucediendo ahora mismo. Ahora
quedas totalmente absorbido en el momento, sumergido en su radiante “espe- 25
cificidad”. Bañada en el poderoso brillo de tu atención, cada actividad mun-
dana se vuelve especial; coger un bolígrafo y completar un formulario se con-
vierten en actos “iluminados”. En lugar de arrastrar el tiempo como si de un
peso muerto se tratara, o de temerlo como algo que hay que dominar, comien-
zas en realidad a gozar al desaparecer en tus tareas. Lo que solía ser aburrido
se convierte en luminoso, brillante y enteramente nuevo. Tu humor tam-
bién se vuelve luminoso y brillante. Hay un nuevo respeto por las “pequeñas
cosas” que antes tendías a ignorar. A medida que dejas entrar una mayor parte
del mundo, comienzas a intereactuar con mayor generosidad con la gente. Al
no estar ya obsesionado con tus momentos especiales, descubres que en rea-
lidad estás escuchando a aquel colega en la máquina del café mientras descri-
be su viaje a la Toscana.
MOMENTOS MICROZEN
ZEN BÁSICO
UN FIN AL SUFRIMIENTO
TIEMPO
HABITAR EN EL TIEMPO
SILENCIOSO EL JARDÍN
DONDE EL ÁRBOL DE LAS CAMÉLIAS
ABRE SU BLANCURA
ONITSURA
UN MUNDO VIRTUAL
SESSHIN
ZEN BÁSICO
mos, y que no sirve más que para ir quedando cubierta por el polvo y atraer a
las polillas. Es lo contrario de la decepción que se apodera de nosotros cuan-
do compramos algo. Quizás estamos contentos con lo que hemos comprado
durante uno o dos días, pero por lo general al cabo de una semana nos deja
indiferentes. La razón de este fenómeno es que el hecho de comprar a
menudo se usa para llenar un vacío interior. La gente compra para aliviar su
soledad y para encontrar un sentimiento de “comunidad”. Compran para esca-
par del parloteo incesante en nuestras mentes, que es también la razón por la
que la gente se pega a sus teléfonos móviles o mantiene en funcionamiento
sus televisores durante todo el día. Tienen miedo del silencio y temen el vacío
de sus corazones.
30 En sesshin, cuanto más te dejas ir, mejor te sientes. De hecho, es frecuen-
te que la gente no quiera que el sesshin se acabe. El primer día suele ser duro;
todavía te estás sacudiendo el polvo del mundo, aún tienes un pie en el zendo
y el otro fuera, en la vida atareada que has dejado atrás. Pero muy pronto, te
sumerges en las delicias del silencio del “jardín donde el árbol de las came-
lias abre su blancura”. El tiempo vuela. Cada período de zazen te deja sin-
tiéndote más ligero. Hay una sensación de realización en este sentimiento, de
que todo es perfecto tal como es sin ninguna necesidad de ornamentación o
embellecimiento. Si estamos en otoño y el árbol de las camelias está des-
prendiéndose de sus hojas, no te sientes triste porque no es primavera. Lo
mismo sucede con la mente. No hay necesidad de ahuyentar los pensamien-
tos, basta con que nos descarguemos del equipaje que llevan consigo. No hay
necesidad de amontonarlos ni tampoco de recogerlos. Si son pensamientos de
otoño, deja que sean pensamientos de otoño. Deja que caigan. Recibe todo lo
que encuentres en tu camino con una mente ordenada.
TIEMPO
ZEN BÁSICO
ZEN BÁSICO
TIEMPO
niosamente. Pero todavía es más difícil cuando los ritmos chocan, por ejem-
plo, cuando tú y tu compañero estáis compitiendo para ver quién lidera y
quién va a seguir al otro.
ZEN BÁSICO
DEBO IR
SUPLICANDO AGUA...
LOS DONDIEGOS DE DÍA
HAN CAPTURADO MI POZO
CHIYO
CANSANCIO ESPIRITUAL
ZEN BÁSICO
el sillón del dentista. Estar sentado durante veinticinco minutos puede ser abu-
rrido. También puede ser físicamente doloroso. En zazen, no hay la música del
dentista para distraernos de nuestro dolor en las rodillas, por ejemplo. Pero, lo
mismo que el sillón del dentista, ofrece una oportunidad perfecta para enten-
der el impulso de cerrar la mente a cualquier experiencia que no sea “agrada-
ble”.
Esta mente es tramposa y furtiva. Puede parecer tan inocentemente inteli-
gente o emocionalmente sensible, tan investigadora. Una de las cosas que
siempre hace, independientemente de cómo trabaja su engaño, es tratar de ale-
jarte del momento. Y siempre parece trabajar horas extraordinarias durante el
zazen. Como un parlanchín incesante sentado detrás de ti en el cine, distrae
38 totalmente tu atención de la atracción principal y te pone a merced de una
narrativa aburrida y continua. ¿No es extraño que nos enfademos tanto contra
ese parlanchín en el cine, y sin embargo que le dejemos dominar plenamente
en nuestro zazen? Haríamos cualquier cosa para escapar del aburrimiento.
En lugar de sentarnos, leemos sobre los antiguos maestros Zen chinos,
pellizcándose la nariz unos a otros y arrojando bolas de nieve. Es mucho más
interesante. ¿Por qué no nos emocionamos con las divertidas historias de los
maestros, cuando nuestra propia práctica está tan rancia?
TIEMPO
finalizando nuestra tarea, nuestra tarea de zazen del día. Debemos ver este
período como una maravillosa oportunidad, como un mundo lleno con poten-
cial de ser, por sí mismo.
ZEN BÁSICO
PARARSE COMPLETAMENTE
TIEMPOS DIFÍCILES,
GRANDES CAMBIOS
EL ROSTRO DE LA DERROTA
Hasta que no nos vemos golpeados por grandes cambios, no solemos dar-
nos cuenta de cómo cambia la vida y nosotros mismos momento a momento.
Especialmente frente a una pérdida, incluso personas que han estado meditan-
do durante años se ven abocadas a una nueva relación con el tiempo. Nos
damos cuenta de esto después de una conversación con una amiga que ha
sufrido un cambio traumático en su vida, cuando un tornado se llevó no sólo
el ambiente físico tan querido por ella –la casa, el jardín, los árboles y el lago
donde había crecido– sino también su percepción de sí misma como artista.
Dijo que tenía la sensación de que toda su identidad había sido “desarraigada”.
Escucharla me hizo llorar, no porque la casa no pudiera reconstruirse ni
los árboles replantarse, sino por nuestro compartido apego humano a estas
cosas que apreciamos tanto. ¿Qué queremos decir, por ejemplo, cuando
hablamos de volver a nuestra “verdadera casa en el momento” ante un desas-
tre como éste? ¿Qué sensación produce verse convertido en añicos por el
cambio?
Veamos esto en una escala menos monumental. Todos tenemos “tesoros”
personales de los que nos duele desprendernos, como por ejemplo aquel par
de zapatos que no tenemos ganas de tirar aun cuando se están cayendo a peda-
zos. Nos sentimos tan a gusto con ellos que se convierten en extensiones de
la vida relajada y feliz que más nos gusta. Nuestro vecino, por ejemplo, tenía
un par de sandalias que quería mucho. Se las ponía a diario. Después, el
mismo día en que regresaba de un viaje y dejó sus sandalias en el portal, se
las robaron. Hizo bromas sobre este asunto, pero su sentimiento de pérdida
era evidente incluso mientras reía. No existe comparación posible entre que te
roben las sandalias y perder la casa de tu infancia en un tornado, por supues-
to, pero ambos casos conllevan la sensación de haber sido violado personal-
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ZEN BÁSICO
mente por el cambio. Es ésta la sensación con la que tenemos que enfrentar-
nos cuando nuestro sentido del yo, nuestro “santuario”, ha sido “arruinado”.
¿Dejaremos que nuestras crisis personales lleguen a tener tanta trascen-
dencia que ya no nos quede tiempo para el zazen? Se puede argumentar que
es lógico reducir tus actividades normales cuando nos enfrentamos a tiempos
difíciles, en especial si implican grandes cambios en la vida, como por ejem-
plo el paro, un divorcio, una enfermedad o la muerte de un ser querido. Es
comprensible que necesitemos toda nuestra energía para hacer frente al dolor
y a la pérdida provocados por tales acontecimientos. No queremos que nos
“distraigan” otras actividades. Parece natural decir: “No quiero que me moles-
ten con esto en este momento. Tengo problemas verdaderamente graves que
42 resolver; tengo que concentrarme en ellos”. Ésta parece una respuesta natural,
pero en realidad es una estrategia para aumentar el dolor y el sufrimiento.
¿Por qué? ¿Qué es lo que estamos haciendo?
TIEMPO
mismo de nuestra práctica del Zen; de hecho, son nuestra práctica del Zen.
Todas ellas son pequeños hilos de la gigante red básica que llamamos vida,
que se nos revela maravillosamente en el acto de sentarnos.
Cuando estés experimentando un intenso momento de crisis, intenta lo
siguiente. Concéntrate simplemente en tu respiración mientras inhalas y exha-
las, y descubrirás que aquello que tú creías que era la forma externa y sólida
de tu crisis no es sólida en absoluto. Verás que no es una piedra en medio
de la carretera, sino un acontecimiento fluido, cambiante y transitorio. Deja
que la respiración te muestre que el dolor que experimentas como reacción a
tu crisis no es absoluto, sino relativo; es parte de una vasta red de interdepen-
dencias compuesta por la respiración, el sentarse, el hablar, el caminar y, sí, el
sentir dolor. Deja que la respiración desenrede la madeja de momentos entre- 43
tejidos que forman nuestro tapiz kármico, los modelos de experiencia, las
cosas que nos agradan y las que nos desagradan. Muy pronto descubrirás que
el Zen no es una práctica extracurricular, para el buen tiempo.
El Zen básico –la vida ordinaria– no tiene un referente externo, no tiene
nada externo a sí mismo. Esto es especialmente cierto durante momentos de
crisis personales, cuando más necesitamos el Zen para entrar en el momento.
ZEN BÁSICO
CONFIAR EN EL MOMENTO
EN EL ANTIGUO SANTUARIO
LÁMINA DE ORO DESLUSTRADO...
Y HOJAS VERDES
DESPERTANDO EL TIEMPO
CHORA
ECUANIMIDAD BÁSICA
ZEN BÁSICO
TIEMPO
ZEN BÁSICO
TIEMPO
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NIEVE SUSURRANDO
DURANTE TODO EL DÍA
LA TIERRA SE HA DESVANECIDO
DEJANDO SÓLO EL CIELO
JOSO
HACERSE ETERNO
Estos días, con todo lo que se dice sobre seres humanos manipulados
genéticamente, la gente a menudo nos pregunta si creemos que el zazen se
quedará obsoleto. ¿Por qué iba un androide perfecto, dirigido por un ordena-
dor, a sentir la necesidad de despertar a un mundo en el que “la tierra se ha
desvanecido dejando solamente el cielo”? Respondemos diciéndole que
regrese al momento. Ahora mismo, todavía estamos hechos de carne y hueso,
todavía tratando de hallar el fin del sufrimiento y todavía comprometidos con
el camino de Buda. No obstante, las condiciones cambiantes exigen un exa-
men constante de ese compromiso. Particularmente en Occidente, a comien-
zos del siglo XXI, ¿qué es lo que convierte la práctica del Zen básico, basado
como está en un antiguo budismo chino, eterno?
ZEN BÁSICO
TIEMPO
budista vietnamita para niños y una casa de salud para ancianos. Cuando le
preguntamos quién hacía zazen, el reverendo Hai sonrió y dijo:
“Principalmente occidentales, personas como ustedes dos, y ocasionalmente
algún monje budista occidental de paso hacia el continente procedente de
Asia”. No estaba siendo sarcástico. De hecho, le complacía que la práctica del
Zen que había enseñado en el monasterio en Vietnam la llevaran a cabo per-
sonas occidentales laicas.
El budismo asiático tradicional es muy similar a nuestro propio estilo
judeocristiano de culto. La comunidad religiosa, compuesta por laicos, se
reúne en un templo para celebrar las fiestas, los nacimientos y los matrimo-
nios, y para conmemorar la muerte. No es distinto de lo que hemos visto desde
la infancia. Por tanto, ¿qué tiene todo esto que ver con experimentar el 53
Camino de Buda? ¿Qué hay de eterno en esta práctica? Dos minutos de silen-
cio es todo lo que obtendrás un domingo en cualquier templo budista. Es casi
exactamente lo mismo que los dos minutos de “meditación” que hallarás en
cualquier iglesia o sinagoga. ¿Es esto lo que queremos decir con el término
Zen básico?
Incluso aunque desterremos todos los símbolos y rituales asiáticos, no
podemos negar que el Zen es una práctica de meditación arraigada en la espi-
ritualidad budista. En ella todo apunta a la experiencia de Buda sobre la ver-
dadera naturaleza del yo. Por consiguiente, la esencia del Zen Básico es el
zazen. Si nos agrada efectuar rituales budistas, bien. Pero es nuestro compro-
miso diario de sentarnos sobre nuestros cojines lo que cuenta de verdad. Es
tomar nuestro lugar, como el Buda sentándose en meditación bajo del árbol
Bodhi, mirando hacia arriba, contemplando la estrella de la mañana y desper-
tando a nuestra verdadera naturaleza. Éste es el camino “básico” de refugiar-
se en el Buda. Es comprometernos en despertar en este mismo cuerpo, cono-
ciéndonos a nosotros mismos como Buda, responsabilizándonos de nuestra
propia salvación. La nuestra no es una práctica religiosa en el sentido tradi-
cional. Más que adorar a Buda, continuamos su práctica de despertar a cada
momento –bien formalmente, sobre nuestros cojines, en el trabajo, o en
casa. En cada una de las facetas de nuestra vida, nos refugiamos en el Buda.
La práctica del zazen en el tiempo está en sí misma fuera del tiempo. ¿Por
qué? Porque no tiene como objetivo ganar nada, no indica el número de horas,
años, buenas obras o vidas que se necesitan para llegar al Buda. Lo único que
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ZEN BÁSICO
espacio
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PUNTOS DE VISTA
EQUIVOCADOS
ESPACIO
HACIA UNA NOCHE FRÍA
HABLÉ EN VOZ ALTA...
PERO LA VOZ NO
ERA NINGUNA VOZ QUE YO CONOCIERA
OTSUJI
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CODICIA
Para los practicantes del Zen básico, es importante entender que la “sed”
también tiene que ver con la codicia de tener experiencias, que conllevan
sufrimiento. Éste no es el tipo de apego que nosotros, como bodhisattvas prac-
ticantes, queremos mantener. Sin embargo, hay una diferencia fundamental
entre la codicia y el deseo “legítimo”, o lo que llamamos “apego saludable”.
Para empezar, la codicia tiene siempre como objetivo el engrandecimiento o
expansión del yo a costa de todo y de todos los demás. La imagen que nos
gusta emplear es la de una hierba creciendo de forma descontrolada, que asfi-
xia todas las demás formas de vida en el campo. El apego sano, por otro lado,
58 tiene como finalidad mostrar compasión, tener consideración por los demás,
dejándoles espacio para crecer.
Enfrentarse a la codicia es esencial para la práctica del Zen básico. Desde
la primera inspiración que tomamos tras haber sonado la campana señalando
el período de comienzo del zazen, estudiamos el modo en que emerge la codi-
cia. Forma parte del proceso de contemplación del asombroso funcionamien-
to del yo. Sobre nuestros cojines experimentamos cuando incesantemente se
mueve la mente; con qué facilidad se distrae; cómo le gusta acumular y refun-
dir conceptos, ideas, recuerdos y fantasías. Ésta es probablemente la forma
más básica de codicia –fijarse en nuestras ideas y objetivos favoritos. Antes
de que podamos darnos cuenta, dejan de ser ideas y se convierten en ansias
que anhelamos cumplir. A esto nos referimos cuando hablamos de engrande-
cer o expansionar el yo.
Codiciar dinero es quizás la mayor preocupación en nuestro campo básico
de práctica. Suele empezar con un sincero deseo de un aumento de sueldo.
Inofensivo, en principio. Pero en lugar de detenerse allí, la mente elabora una
historia. “¿Qué podría tener si mi profesión fuera otra o, mejor todavía, si
hubiese nacido en el seno de una familia rica?”. El pensamiento pronto se con-
vierte en algo más que una cuestión de dinero. Antes de que nos demos cuen-
ta, quedamos atrapados en un círculo giratorio de pensamientos sin fin gene-
rados por nuestro deseo inicial. Ya no pensamos en dinero, sino en situaciones
que nos gustan y que nos desagradan. Ahora estamos apuntalando el yo, bus-
cando modos de hacerlo inmune al cambio y a la muerte. Evocamos placeres
que nunca se acaban, fortunas que nunca se convierten en infortunios. En resu-
men, estamos hipnotizados por la codicia. Por supuesto, toda nuestra sociedad
está basada en este principio de codicia. Se le llama “confianza del consumi-
dor”, que significa que cuanto más compramos, “más sana” está la economía.
En el mantra económico de nuestra era “se prefiere más a menos”.
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ESPACIO
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es más bien como tocar un instrumento de viento. Las notas van y vienen
como la respiración. Sigue habiendo el deseo de interpretar, pero no existe la
necesidad de apego a alguna nota a lo largo de toda la pieza. Con toda segu-
ridad, tocaremos una nota falsa de vez en cuando. Pero no tiene ninguna
importancia, porque los errores también proporcionan el contexto para nues-
tra práctica. Imaginemos que la codicia se acaba; ¿qué haríamos los bodhi-
sattvas humanos ordinarios?
ODIO
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lamentando lo que has hecho uno o dos días después. Si el odio es demasiado
fuerte y no se va a ir, entonces confórmate con ponerlo en perspectiva.
Contempla cómo la energía va y viene con tu inhalación y exhalación.
Pruébalo con personas que realmente te desagraden. Escúchalas. Amplía tu
perspectiva viendo de dónde proceden. Si esto es demasiado difícil, inténtalo
con alguien a quien ames, tu cónyuge o un hijo. En medio de una pelea, trata
de intercambiar posturas con tu adolescente de cabello púrpura. Párate y
observa cómo su sentido de la rectitud se expande mientras lo muerdes.
Observa lo fácil que es dejarse llevar por tu propia visión partidista de la rea-
lidad. Contempla cómo te separa de tu propio hijo y convierte tu relación en
una lucha entre “yo” y “él”.
62 Somos arrastrados por el odio en un momento u otro. Pero también nos
impulsa la posibilidad de comprender que no somos distintos de aquellos que
odiamos. Quizás no podamos librarnos completamente del odio, pero desde
luego podemos ponerle límites a su crecimiento.
Por ejemplo, pasamos un tiempo particularmente difícil, haciendo frente
al niño propenso al odio que llevamos dentro, cuando nos trasladamos a
Illinois y nos encontramos viviendo en una población universitaria llamada
“Normal”. Además de su ridículo nombre, Normal defiende todo lo que no
somos: políticamente conservadora, antiintelectual, temerosa de la diversidad
y obsesionada con los valores de la propiedad. Como todas las pequeñas
ciudades americanas que experimentan un crecimiento explosivo, está com-
puesta por una infinidad de subdivisiones de casas que parecen iguales, cons-
truidas de la noche a la mañana por avariciosos constructores. Las granjas
familiares están siendo devoradas por enormes y contaminantes conglomera-
dos agrícolas, y la tierra de la pradera está siendo asfaltada con arcenes y
centros comerciales. Pura extensión del campus universitario, la calle mayor
de la población tiene una longitud de dos manzanas, y sus bares, salones de
tatuajes y pizzerías atienden principalmente a estudiantes. Sería injusto no
mencionar que también hay tres excelentes tiendas de regalos, un buen res-
taurante vegetariano, una buena tienda de libros de viejo y un museo de arte
cinematográfico.
Pasamos una buena parte de nuestro primer año “odiando Normal”, antes
de llegar a considerarla como lo que es: el lugar donde vivimos, llevamos a
cabo un trabajo con sentido, tenemos amigos estupendos y una red de acción
progresiva que promueve nuestras responsabilidades sociales. Ahora estamos
entrando en nuestro quinto año aquí, y aunque Normal todavía no nos ha
llegado a gustar del todo, podemos decir sinceramente –gracias a nuestra
práctica del Zen– que ya no la odiamos.
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IGNORANCIA
La ignorancia es la base de los “tres venenos” que son la fuente del sufri-
miento. Desde una perspectiva budista, la ignorancia no es sólo lo contrario
del “conocimiento” conceptual, como puede ser el no coger un paraguas por-
que no se sabe que está lloviendo. La ignorancia es algo mucho más profun-
do que no saber. En realidad, tiene que ver con el modo en que nos vemos a
nosotros mismos, a nuestro ambiente, y nuestras acciones. Ser ignorante
significa no conocer el yo, no entender su verdadera naturaleza, no “com-
prenderse”. La ignorancia es la base para hablar en voz alta y no conocer tu
propia voz. Es pensar: “Estoy aquí, y tú estás allá fuera”. Es trazar una línea
cortante que te distingue de los demás, de modo que puedas hacer lo que quie- 63
ras sin preocuparte por los efectos que tus acciones vayan a tener sobre ellos.
La línea cortante te tranquiliza falsamente de que no habrá repercusiones.
Siempre que la ignorancia cierra los ojos a la naturaleza interdependiente
del momento, sufrimos. Al vernos frustrados, doblamos nuestros esfuerzos
para conseguir lo que nos gusta y evitar lo que no nos gusta. Luchamos para
librarnos de una trampa de la que no podemos salir. Pero, mientras más nos
movemos, más empeora la situación. Finalmente, agotados, dejamos de deba-
tirnos y comenzamos a examinar nuestra situación. Empezamos con lo que
tenemos más cerca: la respiración. En lugar de considerar la respiración como
algo que está “allá fuera”, nos unimos a ella. Los límites entre “mi” y “mi res-
piración” se desvanecen. Seguimos estando conscientes. No es como caer en
un trance, pero la calidad de nuestra conciencia cambia. Ahora incluye la res-
piración, el goteo del grifo, el susurro de las hojas, el ladrido de los perros...
todo lo que está sucediendo. El maestro Dogen llama a esto “reducción súbi-
ta del cuerpo y de la mente”. Y cuando ocurre esto, los venenos de la codicia,
el odio y la ignorancia también se reducen de súbito.
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CLARIDAD
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DESPLIEGUE EN EL MOMENTO
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Zen, y leemos que la respuesta está justo delante de nosotros. ¿Por qué no la
vemos?
Leerla no es suficiente; hemos de sentarnos y aceptar la claridad que está
justo aquí en este preciso momento. Hemos de pasar por la “puerta abierta”
del antiguo maestro Wu-men, el punto de control desguarnecido por el que
siempre estamos pasando libremente en uno y otro sentido.
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No hay nada misterioso en la práctica del Zen, pero parece como si fuéra-
mos incapaces de dejar de complicar las cosas. Creemos que de algún modo
hemos de trascender este mundano mundo para llegar donde está la luz clara.
Cuando empezamos un taller, inevitablemente surge alguna pregunta sobre la
purificación. “¿No hemos de purificarnos, vaciar nuestras mentes, para poder
ver con claridad?” La propia pregunta es un buen ejemplo de pensamiento
conceptual. Al leer demasiados libros “espirituales”, a menudo engrandecemos
nuestras expectativas. Nos hablan sobre ángeles, paseos astrales, sorprenden-
tes estados de trascendencia, y de paz perfecta. No resulta nada sorprendente
68 que haya tantos buscadores espirituales que crean que la claridad debe de ser
algo especial. No puede darse aquí, en este mismo momento mundano. Debe
estar allá fuera, en alguna parte. Y nos vamos, de un taller al siguiente, espe-
rando “atraparla”.
La espiritualidad en sí puede ser un obstáculo para la claridad. Es la idea de
claridad que la mente crea por sí misma la que distrae la atención de lo que hay
aquí y ahora, y la que considera que carece de valor. Estableciendo distinciones
entre los mundos “sagrado” y “profano”, erigimos las barreras. Después nos
sentimos frustrados, si no tenemos experiencias misteriosas.
Aunque no pueda parecernos gran cosa, la mayor experiencia a nuestro alcan-
ce es convertirnos en uno con el momento, y comprender que el espacio que
habitamos es ya claro y perfecto tal como es. Lo hemos dicho muchas veces, pero
realmente es la “experiencia espiritual” más perfecta que los humanos podamos
llegar a tener nunca. Es la única que da respuesta a todas nuestras preguntas, que
las aclara de una vez y por todas. Un buen ejemplo de lo que acabamos de decir,
es la leyenda del buscador que va a ver a Bodhidharma, el fundador del Zen en
China, esperando convertirse en su estudiante. Está nevando, y Bodhidharma
está sentado en zazen en su cueva. El hombre espera fuera durante tres días, hasta
que al final está tan desesperado que se corta un brazo. Bodhidharma sale y le
pregunta: “¿Qué quieres?”. El hombre responde que está buscando el modo de
que su mente descanse. “Tráeme esta mente, y la pondré en reposo por ti”, dice
Bodhidharma, e instantáneamente, el hombre queda iluminado. Ésta es la mente
con la que hemos de trabajar... pero sin cortarnos el brazo.
No hemos de crear olas cuando el océano está plano. El esfuerzo sólo apa-
rece cuando somos nosotros mismos quienes creamos esas olas. Pero incluso
entonces, el mismo hecho de encontrarnos en medio de una gran ola nos ofrece
una oportunidad. Lo único que hemos de hacer es zambullirnos directamente en
ella.
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CONTENIENDO MULTITUDES
Nakagawa Soen Roshi reflexionaba una vez sobre la diferencia entre las
dolorosas relaciones kármicas y las maravillosas conexiones dhármicas.
Dirigiendo sus comentarios específicamente a un grupo de estudiantes occi-
dentales de Zen, comentó la facilidad con la que los problemas interpersona-
les se abren camino hasta las “relaciones shanga”. En oriente, donde las nor-
mas sociales y culturales confucianas regulan la conducta en las comunidades
Zen, los problemas interpersonales no suelen ventilarse en público. Estas nor-
mas han sido sobrepuestas al budismo, y a menudo son difíciles de reconci-
liar con la no-dualidad democrática del Camino de Buda. De todos modos, los
budistas asiáticos de alguna manera han conseguido equilibrar el modo de
vida jerárquico y confuciano con los principios cíclicos y no dualistas del
budismo y del taoísmo de los que emergió el Zen.
Estábamos haciendo esfuerzos por resolver la cuestión, cuando encontra-
mos grupos Zen occidentales salmodiando la invocación tradicional de “deja
que el verdadero dharma continúe, que las relaciones sangha se completen”.
¿Por qué se han hecho tan completas las relaciones sangha? Cómo parte inte-
gral del dharma, ¿el sangha no está ya lleno y completo tal como es? Todo lo
que nos hace falta es conectarnos con él cuando nos sentamos, y el dharma
simplemente se nos revela. Cuando nos reunimos y practicamos como una
comunidad, ¿no estamos “practicando” el dharma? Y, por cierto, ¿qué es el
“verdadero dharma”, al fin y al cabo? Y, ¿por qué las relaciones kármicas
están tan a menudo en conflicto con él?
Este canto nos parece muy eficaz. Si las relaciones sangha necesitan ser
completadas, significa que todavía queda algo abierto. Hay una ruptura en el
círculo que de alguna manera hay que unir. Pero, si practicamos el Zen duran-
te suficiente tiempo, llegaremos a darnos cuenta de que no existe la perfec-
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ZEN BÁSICO
ESPACIO
Todas las personas y todas las cosas están unidas por el karma, la ley de la
causa y el efecto. Incluso las personas iluminadas no pueden evadir la ley del
karma. Supongamos que hemos sido insultados y que sentimos ira. Decimos
que el insulto nos ha hecho estar iracundos. ¿Cuándo dejó de ser un insulto
para convertirse en un sentimiento de ira? ¿En qué momento se transforma
una persona “dhármica” en una persona “kármica”? ¿Se pueden separar el
dharma y el karma? ¿Pueden existir el uno sin el otro? ¿Puede existir una
“práctica” sin seres humanos, llena de codicia, odio, e ignorancia como no-
sotros? En realidad, no. No, si no quieres volver a nacer como zorro. Sólo los
seres humanos encarnados en este grupo de tendencias kármicas pueden sen- 71
tarse en zazen y comprender el “verdadero dharma”. No hay dharma sin rela-
ciones kármicas, buenas o malas.
No es pacífico ser un ser humano con relaciones kármicas. Es un tanto
milagroso que podamos establecer una sola conexión dhármica; que de todas
las permutaciones y combinaciones posibles, nos encontremos entre espíritus
análogos en el campo de hierba de este mundo. Aun así, hemos de procurar
no enfrentar el dharma contra el karma. No debemos convertir el dharma en
un ideal último de perfección. En lugar de enfrentar un grupo perfecto de rela-
ciones contra otro grupo imperfecto de relaciones, pongámonos simplemente
a tono con lo que se esté manifestando en el momento: una cara sonriente, una
cara ceñuda, un elogio, señalar como culpable. No es que todo esto sea lo
mismo. Esto sería entender erróneamente la práctica del Zen. Una bofetada en
la cara es, desde luego, distinta a un beso. Es preferible prestar atención a la
ira que nos atraviesa después de un insulto –y luego, dejar que se vaya.
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cialmente cierto si, como nuestro amigo Bill, eres un practicante Zen y una
enérgica persona de negocios. Le preguntamos cómo logra compaginar
la ética Zen del “modo de vida correcto” con las exigencias de su profesión,
y escribió:
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Buda llegó a sentir tal grado de hostilidad, que intentó envenenar a Buda. La
historia del Zen también está llena de conflictos. En China, la designación del
sexto antepasado como sucesor dharma causó tales resentimientos, que tuvo
que huir del monasterio para salvar su vida. Según la leyenda, una multitud
de monjes lo persiguió corriendo con la intención de matarlo. Imaginemos a
monjes budistas, que dedican toda su vida “al dharma” –cuya primera ley es
no hacer daño– corriendo detrás de un hermano monje para matarlo. No resul-
ta sorprendente, entonces, que practicantes ordinarios de base como nosotros
tengamos todavía problemas para abrazar a otros miembros sangha, por no
mencionar las multitudes.
Está claro que el dharma y el karma son una misma pieza, y es nuestra
tarea, parte de nuestro compromiso con la práctica Zen, aprender cómo osci- 73
lar hacia atrás y hacia delante con su juego siempre cambiante. Debemos
equilibrar nuestro ideal de armonía sangha con las realidades de nuestro
karma fracturado, dominado por la personalidad. Hemos de hacer un esfuer-
zo consciente por comportarnos “dhármicamente”, por ser considerados con
las ideas de otras personas, y no obligarles a callar cuando dichas ideas cho-
can con las nuestras.
Cuando interactuamos dhármicamente, existe alguna otra cosa en jue-
go. Cuanto más practicamos el dharma, más impregna nuestra actividad
kármica. Cualquiera que haya interactuado a este nivel, reconoce haber sido
llevado más allá de las limitaciones del yo, abriéndose a otros sin emitir inme-
diatamente juicios críticos. Cuando cedemos ante nuestros tics kármicos,
nunca nos sentimos cómodos. Siempre estamos molestos con alguien, tanto si
se trata de la voz de Darrell como del modo de vestir de Sylvia. Sin embargo,
la práctica continuada descubre nuestra misteriosa conexión con estas perso-
nas. En ciertos momentos dhármicos, podemos incluso verlos como si se tra-
taran de nosotros mismos. Jessica, miembro desde hace mucho tiempo de
nuestro sangha, describe cómo el sesshin lo hace por ella: “A la mañana del
tercer día, estaba molesta con todos los del sangha, fijándome únicamente en
el rasgo que más me desagradaba en cada persona. Viendo aparecer este espí-
ritu crítico en mí, el mero hecho de estar con ella constituye la mejor prácti-
ca. Cuando lo estoy haciendo realmente bien, las críticas suelen acallarse a la
hora de la cena. Al cuarto día, los quería a todos”.
En cierto sentido, nuestras obligaciones como practicantes de base
están menos formalizadas que en los sanghas tradicionales. Por ello, hemos
de ser más sensibles al dharma y al karma, la presencia de lo informe en nues-
tro mundo de la forma. Corremos mayor peligro de perder de vista nuestro
dharma en nuestras preocupaciones cotidianas, debido a la sobreestimulación
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CIELO Y TIERRA
Sólo hay unos pocos pasajes en los escritos budistas Zen que resumen la
práctica en una o dos frases, y las dos últimas líneas de la Canción de Zazen
del maestro japonés de Zen Hakuin figuran ciertamente entre las mejores.
Capturan la esencia del yo como la “raíz que no es domicilio”.
“Este mismo lugar es la Tierra del Loto;/Este mismo cuerpo, el Buda”. A
primera vista, las metáforas de Hakuin parecen extrañas. Aunque hay sectas
budistas dedicadas a encontrar la salvación en el paraíso, por lo general no
asociamos imágenes dualistas de cielo y tierra con el Zen. A la Tierra del Loto
se la conoce mejor como el paraíso del Budismo de la Tierra Pura, un lugar
verdadero que representa el cese del sufrimiento. No hay molestias en este
paraíso, sólo paz perfecta. Como sus equivalentes cristianos y musulmanes en
occidente, muchos budistas creen en la existencia de dicho lugar. Pero aquí,
en una interesante desviación de la tradición budista, el maestro de Zen
Hakuin parece estar proclamando que la propia tierra es el paraíso, que este
lugar es el cielo. ¿Cómo es posible? Al fin y al cabo, ¿no está hablando
del mundo del sufrimiento, del cambio, del llegar y volver a marchar? Este
mundo, nuestro mundo, es uno donde, por definición, nunca somos perfectos,
nunca estamos libres del sufrimiento. Nunca estamos allí. Y sin embargo,
Hakuin parece sugerir que, efectivamente, este mismo lugar es donde encon-
tramos la paz. Este mismo lugar de sufrimiento y de cambio es el nirvana. El
énfasis aquí radica en este mismo lugar, ahora mismo.
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CUIDADO
Este mismo lugar, este mismo cuerpo, es todo el paraíso que necesitamos.
No hay nada excluido, nada demasiado grande ni demasiado pequeño; todo
merece ser cuidado. Cuidar es quizás la expresión más fundamental de la sabi-
duría Zen. Dicho de otro modo, es negarse a dejar que la vida se convierta en
una rutinaria secuencia mecánica de acontecimientos. Es negarse simplemen-
te a ir tirando, a no vivir plenamente todo nuestro potencial humano. En este
estado despreocupado, en el que nos gusta dejar que las cosas se vayan desli-
zando, no prestamos atención al momento. Tan sólo dejamos que la vida nos
lleve hacia donde soplen los vientos del cambio. No hay duda de que existen
casos en que es necesario operar con el “piloto automático”, pero desde luego
no puede ser el modo en que vivamos nuestra práctica de Zen básico. El com-
portamiento del rebaño que a menudo pasa como entusiasmo, es más adecua-
do para las distracciones deportivas en el estadio.
Hacen falta esfuerzo y dedicación para comprender que este mismo lugar
es la Tierra del Loto, y que este mismo cuerpo es el Buda. Esto es sabiduría
práctica, no una comprensión intelectual del “simbolismo” del poema de
Hakuin. Por sabiduría práctica, queremos decir que se expresa en nuestra
capacidad por preocuparnos por los demás, por abrirnos y unirnos a la
corriente subyacente de la compasión que aviva la Tierra del Loto. Honramos
este lugar dando testimonio de este maravilloso misterio que llamamos vida.
El preocuparse por los demás comienza y acaba con el zazen. Sin él, nues-
tras vidas no tienen combustible, calidez ni energía. Necesitamos practicar
para preocuparnos por el cuerpo, y por este lugar. Y puesto que estamos
viviendo en unos tiempos en que a la gente le importa muy poco la suerte del
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VOLVER A CASA
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Para nosotros, la quintaesencia americana de las historias de volver a casa
es El Mago de Oz. En nuestra versión de Zen básico, la búsqueda por parte de
Dorothy de la tierra mágica de Oz es la búsqueda del yo, nuestra “verdadera
casa”. Sus amigos –el Hombre de Hojalata, el Espantapájaros y el León
Cobarde– representan la codicia, el odio y la ignorancia que nos impiden ver
la verdadera naturaleza del yo; Toto, las brujas y el mago son los maestros que
proporcionan guía, equipo y obstáculos necesarios para el viaje; y la verde
ciudad de Oz es el campo de hierba de nuestra práctica. Las zapatillas de color
rojo rubí representan el zazen, revelando que para empezar nunca abandona-
mos nuestra casa. Como El Mago de Oz, nuestra historia trata también del
descubrimiento de nuestro hogar perdido hace mucho tiempo en el lugar
menos esperado; aquí mismo, en el momento presente. La única diferencia es
que nuestra historia no acaba nunca. Ésta es la razón por la que hemos de
seguir practicando –despertándonos de nuestro sueño– una y otra vez.
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VIVIR CON LIMITACIONES
NO ES FÁCIL
DISTINGUIR CON SEGURIDAD
A QUÉ PARTE CORRESPONDE
CADA EXTREMO
DE UN GUSANO EN REPOSO
KYORAI
SUPERVIVENCIA
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HACER LO CORRECTO
Es posible que Helen sea un caso extremo, pero es muy humano hacer
“comparaciones envidiosas”, tal como le gustaba denominarlas a uno de nues-
tros maestros Zen. Nos preguntamos por qué algo que nos parece tan noble,
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ZEN BÁSICO
quienes entraban en la vida religiosa. Al menos los monjes y las monjas tení-
an un lugar donde dormir y dos comidas al día.
Por otro lado, un sistema de castas se presta muy bien a la práctica del Zen,
que está llena de limitaciones. Estamos limitados por el timbre del cronome-
trador, el espacio del cojín y el alcance del movimiento. Hay un número inde-
terminado de limitaciones que nos imponemos para ejecutar esta práctica,
que, socialmente hablando, es en sí limitadora en cuanto nos separa de lo que
la mayoría de las demás personas de nuestra sociedad hace en su valioso tiem-
po libre. Como los antiguos practicantes básicos chinos, nos sentamos cuan-
do nuestros familiares y amigos preferirían vernos haciendo otra cosa. Hoy en
día, es casi inconcebible que alguien renuncie a las comodidades, a su estatus
84 social y a la aceptación de la comunidad para vagar como un vagabundo Zen,
viviendo en la precariedad. La única comparación que me viene a la mente es
el poeta Beat Jack Kerouac y otros “holgazanes dharma” de los años 50. Pero
con unas pocas excepciones notables, estaban más interesados en la poesía y
en las drogas, que en una vida dedicada al zazen.
De todas maneras, no podemos negar que experimentamos una extraña
satisfacción debido a esta limitación. Podemos incluso decir que nos gusta ser
unos “forasteros”. Desde luego, no es tan malo para nosotros como lo fue para
los practicantes del Zen básico en la antigua China. Su mundo estaba organi-
zado tan jerárquicamente, que podían llevar a alguien ante los tribunales por
el mero hecho de sentarse en una silla equivocada a la hora de la cena en tu
propia casa y, además, podía ser castigado. No es extraño que la gente de tales
sociedades feudales hicieran de la obediencia una bendición, y de la pobreza
una cuestión estética. Estas limitaciones forman una buena parte de nuestra
herencia zazen. Aun así, quedan los aspectos positivos. Se puede encontrar
belleza en el arte de salir adelante con lo que se tiene. Al igual que en la poe-
sía haiku de este libro, la sabiduría Zen brota de las limitaciones que le son
impuestas.
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ZEN BÁSICO
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ESPACIO SAGRADO
EN MI TIERRA NATIVA
HAY ESTA PLANTA:
TAN PLANA COMO LA HIERBA
PERO QUE FLORECE COMO EL CIELO
ISSAS
RITUALES
Teniendo en cuenta que el Zen básico es secular y que se practica fuera del
monasterio, podría parecer que no hay necesidad de crear rituales ni de esta-
blecer un “lugar sagrado”. Si el Zen no es nada más que comer, dormir, tra-
bajar y cuidar de nuestras familias, ¿no estamos practicando continuamente?
Sí, pero precisamente porque el Zen no hace distinciones entre las nociones
tradicionales de lo “sagrado” y lo “profano”, en ocasiones nos distraemos de
experimentar la santidad de lo ordinario. Nos volvemos perezosos, como el
abogado que conocimos en Hawai, practicante desde hacía mucho tiempo,
que cuando le preguntamos por qué ya no asistía al sesshin, respondió: “Estoy
practicando en todo momento, tanto cuando estoy argumentando un caso en
un tribunal como cuando me siento sobre mi lanai para beberme una cerveza,
todo es Zen”. No nos sorprendió enterarnos por unos amigos que antes de que
transcurriera un año, el abogado había dejado de sentarse del todo. Ésta es la
razón de por qué es importante el ritual; crea un ambiente de Zen, y prepara
la escena para concentrar la atención. Y concentrar la atención es el primer
paso para llegar a ser una misma cosa con el tiempo.
Hemos estado pensando durante largo tiempo sobre los tipos de rituales
que podrían resultar apropiados para los practicantes básicos, que no necesa-
riamente se consideran a sí mismos como budistas. Nuestro sangha básico de
Princeton es cómodo, con algunos de los rituales que heredamos del Zen japo-
nés tradicional, y al integrarlos hemos creado nuestro propio ambiente Zen
sin, como dijo uno de nuestros miembros: “tirar al bebé con el agua de la
bañera”. Cada centro básico occidental es diferente en el modo de celebrar los
rituales que nos llegaron del este. Algunos se adhieren a ellos completamen-
te, otros mezclan ceremonias cristianas, judías y budistas, y otros por último,
mientras que por un lado han eliminado toda traza de ritual budista, por otro
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ATENCIÓN AMOROSA
PREPARACIÓN DE LA ESCENA
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Cualquiera puede lograr que “la hierba sencilla florezca como el firma-
mento”. Cuando un amigo, que viaja mucho por cuestiones de negocios, se
quejaba de la “atmósfera tan antizen” de las habitaciones de su hotel, le con-
tamos lo que hacemos cuando estamos en la carretera. Puesto que nos gusta
viajar ligeros de equipaje, no nos llevamos nuestros cojines. Convertimos
nuestra habitación del hotel en un “espacio sagrado” usando mantas y almo-
hadas en lugar de esteras y cojines, y aplaudiendo con las manos en lugar de
usar una campana para controlar el tiempo.
El ritual tiene su propia lógica. Se trata más bien de ser que de hacer. Su
lenguaje es no lineal, diseñado para atraer los sentidos en lugar del intelecto.
Ésta es la razón por la que tantos cánticos chino-japoneses, incluso cuando
están traducidos al inglés, carecen de sentido sintáctico. La experiencia de
mover las cuerdas vocales al compás de la respiración es más importante que
comprender lo que estamos cantando. Cantar sin prestar atención al “signifi-
cado” nos sitúa en un estado mental no lineal y no dualista, que siembra el
despertar. Dicen que el analfabeto pulidor de arroz chino que se convirtió en
el gran sexto sucesor de Zen, alcanzó la iluminación al escuchar el Sutra
Diamante cantado en el mercado, sin “entender” intelectualmente ni una pala-
bra del mismo.
El ritual permite la fusión del sujeto y del objeto. Se experimenta, es trans-
formador, y sin limitación de tiempo. Los símbolos de significado personal y
de grupo nos ayudan a concentrarnos inconscientemente en aquello con lo que
nos sentimos bien. Pero necesitamos un sentido sano del yo para empezar, por
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ZEN BÁSICO
lo cual resulta útil crear nuestros propios rituales. Los representamos porque
nos proporcionan placer, al tiempo que relajan el dominio del ego sobre noso-
tros. Perder el yo en un ritual es un preludio a la experimentación de lo sagra-
do en lo ordinario. El ritual es el arte de cultivar la atención. Tiene que ser
algo que hagamos con amor, con cariño.
Los símbolos compartidos sirven como rituales significativos de grupo;
los símbolos privados ofrecen un lazo personal con su representación.
Bodhidharma, el fundador del Zen en China durante el siglo octavo, ejempli-
fica esto en su papel como creador del rito del té verde que ha estado asocia-
do desde entonces con el Zen. Según cuenta la leyenda, Bodhidharma cultivó
el primer matorral pequeño de té verde fuera de su cueva, y dio a sus discí-
92 pulos las hojas para que las masticaran, y de esta forma no se durmieran mien-
tras hacían zazen. Con el tiempo, esto se formalizó en un rito. Tanto si se trata
de la ceremonia del té en Japón, como de beber té por la mañana durante la
celebración del sesshin, desde los tiempos de Bodhidharma los practicantes de
Zen han estado participando en un ritual común, que tiene simultáneamente
una función muy práctica. Tanto si lo hacemos formalmente, sentados en el
zendo y vertiendo té en tazas japonesas, como si nos reunimos alrededor de la
urna en silencio en la mesa de la cafetería, llenando cada cual su propia taza
con té y sentándonos para beberlo en la sala de estar o en el pórtico, practica-
mos un ritual Zen que refuerza física y emocionalmente nuestra resolución de
practicar juntos el camino de Bodhidharma.
GESTOS SIMBÓLICOS
ESPACIO
tos de la vida cotidiana. Cuanto más conscientes seamos del modo como abri-
mos y cerramos una puerta, menos probable será que la dejemos cerrarse con
un fuerte golpe detrás de nosotros. No sólo porque tenemos en cuenta que
alguien puede estar descansando o meditando en el zendo durante un descan-
so, sino también porque nos hemos acostumbrado a establecer espacios sagra-
dos en nuestras mentes incluso cuando estamos en casa.
Cuando “dentro y fuera se convierten en una misma cosa”, el zazen deja
de ser sólo otra tarea. Tampoco es que se trate de un gran logro espiritual. Nos
sentamos simplemente porque saboreamos la experiencia de sentarnos.
Ejecutamos un ritual porque nos sentimos impelidos a ejecutarlo, no porque
debamos hacerlo o porque se espera de nosotros que lo hagamos. Allí no hay
nadie que vaya a imponernos un castigo si lo hacemos “mal”. Tampoco vamos 93
a conseguir puntos brownie (miembro joven de las Girl Guides) por hacer-
lo “bien”. No miramos por encima del hombro para ver si alguien se ha dado
cuenta de la elegancia con la que hacemos una reverencia, o de la imagen de
santo que damos cuando encendemos el incienso. Al final, somos nosotros
mismos quienes debemos hacer que nuestro “lugar nativo” florezca como el
firmamento.
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ZEN BÁSICO
experimentar otros nuevos; nunca “llegamos del todo allí”, nunca logramos la
perfección en el sentido de llegar a algún lugar y descansar en el mismo.
Nosotros descansamos en el desarrollo del ser; es un descanso dinámico,
nunca el reposo del logro estático. Es moverse siempre hacia delante y hacia
atrás entre los extremos, de modo que sólo se puede experimentar como el
Camino del Medio. Nunca somos tan sólo ricos o tan sólo pobres, ni única-
mente viejos o únicamente jóvenes. Somos una mezcla de todas estas cosas.
Puede ser diferente para cada uno de nosotros, pero sigue siendo una mezcla,
y hemos de encontrar nuestro equilibrio en ella.
Debemos preguntarnos siempre dónde radica el equilibrio. Es algo que
debemos trabajar cada día; y es nuevo cada vez. No se trata de encontrar un
96 Camino del Medio para todas las ocasiones, y ya está. Nuestro Camino del
Medio está siempre desplazándose. Siempre hay muchas circunstancias dis-
tintas que se cruzan en nuestro camino, exigiéndonos revisar nuestros planes
originales. Cuando la vida da un giro inesperado, hemos de preguntarnos:
“¿Qué hago ahora?”, “¿dónde está el Camino del Medio en este momento?”
ENCONTRAR EL EQUILIBRIO
ESPACIO
PRACTICAR SIEMPRE
EXPERIENCIA ZEN
ZEN BÁSICO
del vecino sentado sobre la baranda del pórtico de enfrente, lamiéndose las
patas. Una flor, un gato –todo perfecto tal como es– allí está el Camino del
Medio. También lo es perder el rumbo, perder el equilibrio y volver otra vez
al momento.
La experiencia Zen ofrece una clase diferente de perfección de aquella en
la que nos enseñaron a creer. No es lineal: no evoluciona hasta un punto final,
ni avanzamos hacia él. El modo en que consideramos la perfección nos obli-
ga a hacer muchas comprobaciones. Estamos nerviosos, siempre mirando por
encima de nuestro hombro para ver hasta dónde hemos llegado. “Allí” está
inevitablemente lejos de “aquí”. Tiene que ser distinto de todo aquello por lo
que hemos pasado con anterioridad. Nuestra educación judeocristiana occi-
98 dental no nos facilita la aceptación de que la perfección del Camino del
Medio no tiene principio ni fin, que está aquí mismo, desplegándose con el
momento.
Momentos tristes y gozosos, momentos de éxito y de fracaso, cualquier
momento imaginable –el Camino del Medio los abarca todos. No hay ningún
“Punto Omega” que alcanzar. Vivimos nuestras vidas con plenitud, y eso
es todo. Aquellos de nosotros a los que nos gusta filosofar, podemos leer sobre
todo tipo de propósitos en la vida; no hay nada malo en ello. La vida es una
historia muy interesante. Pero no debemos leer demasiado sobre ella, ni debe-
mos convertirla en un rígido conjunto de normas y reglas. Mientras nos limi-
temos a jugar, a vivir nuestras historias con la semiconciencia de un niño
embarcándose en una nueva aventura, estaremos bien. No hay necesidad de
preocuparse; siempre podemos contar con nuestra respiración para regresar
sanos y salvos al Camino del Medio.
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COMPASIÓN Y ECUANIMIDAD
ZEN BÁSICO
LA IMAGEN GENERAL
Compasión significa sentir con, desear con, sufrir con, desear con y sentir
con. Dicho de otro modo, el yo –el yo que percibe, siente, sufre y ama– pues-
to en un contexto más amplio. O quizás deberíamos decir que la compasión
consiste en despertar al hecho de que nunca hemos abandonado nuestra sabi-
duría original. Es echar una buena mirada a la imagen general, el amplio
panorama que está siendo oscurecido por nuestra negativa a ver el yo vincu-
lado en amor a todo lo que existe. Tal como hemos puesto de relieve repeti-
damente, la práctica del Zen básico no trata de nuestro desapego. No viajamos
a nuestro interior para perder todo nuestro sentido del mundo exterior. Por el
contrario, se trata de abrirnos, reconocer conexiones, experimentar las sensa-
ciones de otros como propias, maravillándonos ante lo que el maestro Zen
Thich Nhat Hanh llama la vasta red adornada con piedras preciosas del “ser
compartido”. Transformado por la compasión, el yo se abre, y se reconecta a
un universo vibrante y siempre cambiante. Los límites rígidos desaparecen y
las paredes caen, dando paso a la ecuanimidad.
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ESPACIO
ZEN BÁSICO
Sobre todo, nos gustaría volver a nuestra casa de Honolulú. ¿Dejaremos algu-
na vez de desear estar en algún otro lugar? Probablemente no. ¿Tener prefere-
ncias quiere decir que no llegamos a ser verdaderos practicantes de Zen? En
realidad, las preferencias no son el problema. El problema es pensar que sabes
lo que es un verdadero practicante de Zen, y medirte con relación a ello, en
lugar de trabajar de verdad con lo que se tiene a mano. Y lo que tenemos a
mano en nuestro caso es que anhelamos, que deseamos no sólo vivir en la ciu-
dad, sino que deseamos, y punto. La pregunta importante que hay que formu-
lar es ¿cómo vamos a hacer frente a nuestro deseo?
Hace poco estábamos viajando por la carretera, escuchando una cinta del
yogui americano Ram Dass sobre esta misma cuestión. Nos miramos y son-
102 reímos cuando le oímos decir: “Constantemente estoy deseando que las cosas
fueran diferentes, o que yo fuera alguna otra persona, o que mi situación fuera
otra. Sin embargo, la cuestión no es llegar alguna vez a determinado lugar
donde ya no tendría ningún anhelo, ningún sentimiento ni ningún deseo, sino
empezar simplemente a reconocer que eso es lo que está ocurriendo ahora
mismo. ¡Ajá! Anhelando. ¡Ajá! Deseando. No pasa nada”.
Por supuesto que hemos de trazar una línea; no podemos simplemente
dejar arrastrarnos por nuestros deseos, llevarlos a cabo, quizás lastimar a
otros. Es una línea muy tenue, desde luego. Creemos que sabemos dónde y
quiénes somos, porque pensamos que sabemos lo que conlleva la práctica real
del Zen. La verdad es que no lo sabemos. No podemos, porque, tal como nos
recuerdan tantos koan, el dharma no es una cuestión de saber o no saber. El
dharma es la imagen general en que nos encontramos. Incluye percibir, pen-
sar, sentir e interactuar; no se puede reducir a una simple fórmula. A nosotros
tampoco se nos puede reducir a una simple fórmula. No existe un practicante
real de Zen. Pero existe el esfuerzo, la práctica. Avanzamos hacia algo. ¿Qué?
Un proceso de mayor conciencia, de mayor comprensión de la naturaleza del
yo, un reconocimiento de la interdependencia. Y esta comprensión se traduce
en “compasión”: sentir con, ser con, sufrir con, vivir con, amar con. El Zen es
este proceso. Carece de un objetivo absoluto, puesto que no hay objetivo.
Cada vez que creemos haberlo alcanzado, cambia de lugar, se va ante nues-
tros propios ojos.
Pero existe la conciencia. Cuanto menos conscientes somos, más difícil se
vuelve la vida. Cuantas más reglas creamos, más intolerantes nos volvemos.
No obstante, personificando la advertencia de Ram Dass y simplemente
observando: “¡Ajá, intolerancia!”, transformaremos esta intolerancia en com-
pasión. Ampliará nuestro sentido de identidad. Eliminará el mal sabor dejado
por el hecho de no haber vivido de acuerdo con lo que se supone que somos,
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ESPACIO
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RELAJARSE
ESPACIO
ZEN BÁSICO
movimiento
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EMOCIÓN
SER HUMANO
ZEN BÁSICO
ACONTECIMIENTOS CUERPO-MENTE
MOVIMIENTO
ZEN BÁSICO
Puesto que consideramos la práctica del Zen como una experiencia total,
no ponemos un énfasis especial en las emociones. No hay nada que las haga
más importantes que el ruido del camión de la basura en el exterior. Ambos
son manifestaciones maravillosas del Camino de Buda, puertas para apren-
der sobre la verdadera naturaleza del yo. Ambos reflejan quiénes y qué somos
en un momento determinado. En un contexto concreto, el sonido de un guija-
rro golpeando el pavimento puede ser más “importante” que el exquisito
crecimiento de una emoción. Cuando nos sentamos, nos sentamos como seres
plenos y completos. Cuando pasamos por un período emocionalmente difícil,
ése es nuestro contexto, y lo tomamos con seriedad. Cuando estamos tenien-
do un zazen soñoliento, ése es nuestro concepto, nuestra dificultad, y también
nos lo tomamos seriamente.
Hay muchas formas de meditación, y es una tontería intentar demostrar
que una es mejor que otra. Todas tienen sus puntos fuertes y sus puntos débi-
les. Lo importante para los practicantes de Zen básico es no intentar conver-
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MOVIMIENTO
tir el zazen en algo que no es, meramente para acomodar la moda del mes. Las
personas tienen que encontrar la práctica más adecuada para sus necesidades
y para su temperamento.
Una mujer que apareció muy pronto cuando se estaba formando nuestro
grupo de Princeton era realmente una estudiante de Zen con talento. Podía
estar sentada cómodamente con las piernas cruzadas sobre su cojín durante
largos periodos de tiempo, y demostró tener una gran afinidad por la práctica
koan. Aun así, al cabo de un año solamente, quedó claro que echaba de menos
su iglesia y que había venido al Zen sólo porque no había podido encontrar un
maestro cristiano de meditación. Le recomendamos un grupo dirigido por
un sacerdote que enseña contemplación cristiana, y allí es muy feliz. En lugar
de intentar pescar a gente para que practique el Zen, preferimos ayudarles a 113
encontrar la práctica más adecuada para ellos.
El corazón del Zen es la práctica de la meditación sentado, zazen. No es
piadosa, ni pone más énfasis en las emociones que en ningún otro aspecto de
la experiencia humana. El zazen es un vehículo para alcanzar la autorrealiza-
ción en y según el momento. Pedir que trate únicamente de las emociones no
es realista. Desvirtuaría la práctica. El zazen incluye las emociones porque
respiramos con el momento en desarrollo, y descubrimos nuestra conexión
con todos los seres. Ésta es la experiencia sin adornos del Zen básico, descri-
ta en pocas palabras.
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HAMBRE ESPIRITUAL
ZEN BÁSICO
MOVIMIENTO
ZEN BÁSICO
ZEN BÁSICO
nos. Sin visualizar grandes cosas. Ninguna gran explosión que nos transforme
de bajos y gordos en altos y delgados. Cuando estás sentado y las puntas de tus
pies sufren un calambre, no tratas de eliminar la dolorosa experiencia “aleján-
dolo con la respiración”, ni “descreándolo” a base de pensar positivamente, ni
tampoco “trascendiéndolo”. Simplemente, estás sufriendo un calambre.
Aquellos que siguen con nosotros después de haberles dado esta explica-
ción, preguntan a continuación: “Entonces, ¿cómo podemos hacer que las cosas
sucedan? ¿Cómo podemos tomar el mando de nuestras vidas y devolverles el
rumbo?”. Ésta es una típica interpretación equivocada occidental de que sentar-
se conduce a alguna parte. Es impensable que alguien efectúa un ejercicio tan
aburrido y doloroso durante horas interminables, a menos que haya un resulta-
120 do espectacular.
Otra típica interpretación errónea occidental del Zen es que es una forma de
fatalismo asiático, o que hay algún motivo inescrutable tras el mismo –quizás el
descubrimiento de secretos supernaturales, tales como saber cosas sobre vidas
anteriores o convertirse en un sabio extrayendo el “flujo universal de energía”–.
Luego existe el tipo de personas de autoayuda, que lo consideran como una
forma de relajación inspiradora. “¡Ah!, ya entiendo, te sientas para aprender a
parar y a oler las rosas, y a no ser tan extremadamente adicto al trabajo, ¿ver-
dad?”
MOVIMIENTO
tarios sobre la corriente, para desviarla, para pescar en ella o para beberla;
sólo está la respiración como la propia corriente de la vida.
Cuando vivimos conscientes de esto, no existe la inquietud de hacer que
ocurra esto o lo otro, ni de marcharse. Tomemos como ejemplo el sentarse en
la cama por la mañana, ponerse los calcetines, prestando la misma atención al
acto de ponerse los calcetines que al de seguir nuestra respiración cuando
estamos sentados sobre el cojín. Lo único que hay es nuestro brazo movién-
dose, la percepción del calcetín mientras lo extendemos sobre el pie, el arco
del cuello cuando nos doblamos hacia delante. Sin pensar en nada en absolu-
to, concentrando toda nuestra atención en tirar de este calcetín. De repente, el
mundo se abre. Nos sentimos enormemente contentos sin ningún motivo.
Todo lo que hay fuera de nosotros y en nuestro interior es absorbido por este 121
calcetín que está cubriendo la punta del pie. Ocurre todo tan deprisa, que ni
siquiera eres capaz de decir cuánto ha durado el momento. No notas ni tan
sólo que estás tirando del calcetín. Igual podría ser que el calcetín estuviera
tirando de ti. Tú, tu calcetín, tu pie, tu codo y tu cuello de algún modo se han
desvanecido en el propio acto. No es que desaparezcas físicamente ni que
entres en algún estado alterado; es simplemente que te has dejado caer en el
puro gozo de cerrar la grieta entre ti y el momento de tirar de tu calcetín.
Evidentemente, existe una intención: ponerte los calcetines. Ir al cajón, sa-
car los calcetines, sentarse en la cama: cada uno de estos gestos está expre-
sando la vida en ese momento, expresando este particular complejo cuerpo-
mente en movimiento –vestirse, andar desde la cama hasta el cajón–. Millones
y millones de pequeños impulsos neurológicos hacen que te muevas; activi-
dad muscular manifestándose como pensamientos que te empujan; nanose-
gundos de pensamiento tras pensamiento entran en este procedimiento.
Cuando estamos abiertos, fluyendo, moviéndonos sin pensar consciente-
mente, totalmente fusionados con el momento en movimiento, no existe el
dualista tira y afloja por parte de la persona y del objeto que cede a la volun-
tad de la persona. No existe de por sí el pensamiento de ponerse un calcetín.
Existe simplemente el momento de “vestirse”. ¿No es una pena cómo nos dis-
trae “hacer que las cosas ocurran”? Nos distrae de la perfección absoluta del
momento, sin adornos, radiante tal como es.
DESAPARECER EN EL MOMENTO
ZEN BÁSICO
ESFUERZO Y PERSISTENCIA
ESFUERZO INTERESADO
Puede dar la impresión de que nuestra práctica básica eleva el “ser” por
encima del “hacer”, pero no es así. Para clarificarlo, echemos otro vistazo a la
gran epopeya india, el Bhagavadgita. El tema central de la historia es
una decisión que Arjunta, un guerrero real, debe tomar. Está sentado sobre una
colina observando el campo de batalla, imaginando su entrada, sabiendo que,
si baja para luchar, tendrá que matar a personas, algunas de las cuales son sus
parientes de la realeza, miembros de su propia familia. Se inicia un diálogo
entre Arjuna y su áuriga, Khrisna, una de las manifestaciones del dios hindú
Vishnu. El tema es el deber de casta. Como miembro de la casta guerrera, el
deber de Arjuna es luchar y matar, con independencia de cuáles sean sus sen-
timientos sobre ello.
Las interpretaciones hindúes ortodoxas de la historia mantienen que, a tra-
vés de este diálogo con Krishna, Arjuna llega a comprender que tiene que
cumplir con su deber de casta. Pero Mahatma Gandhi dio su propia interpre-
tación del Bhagavadgita. Él veía todo el diálogo como una batalla psicológi-
ca y emocional interior –un ejercicio para volverse desinteresado, abando-
nando los deseos, dejando de esforzarse para alcanzar la grandeza, el poder o
la gloria, y con ello conseguir la liberación espiritual.
Como práctica budista, el Zen tiene sus raíces en la tradición religiosa
india. Pero, ¿qué tienen que ver estas interpretaciones religiosas de deseo,
esfuerzo y desinterés con el Zen básico? ¿Es de veras razonable para cualquier
práctica espiritual occidental exigir que dejemos de esforzarnos, o que aban-
donemos nuestros objetivos, ideales y aspiraciones?
El esfuerzo espiritual es como el hambre espiritual. Tenemos la sensación
de que algo falta, y nos sentimos impelidos a averiguar qué es. Con la espe-
ranza de aliviar nuestras mentes, ponemos nuestra “pecera de los peces de
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ZEN BÁSICO
ESFUERZO DESINTERESADO
MOVIMIENTO
ZEN BÁSICO
PERSISTENCIA
MOVIMIENTO
LA MENTE TRANQUILA
EL ZEN DE JARDINERÍA
ZEN BÁSICO
MOVIMIENTO
CREER EN LA MENTE
ZEN BÁSICO
El mundo de las diez mil cosas respira con nosotros mientras estamos sen-
tados en nuestros cojines. No se detiene porque nos hayamos detenido
nosotros. Lo único que sucede es que sosegamos nuestras mentes hiperactivas
en respuesta a ese mundo y nos reconocemos como parte del mismo en su
totalidad –desde el más pequeño de los insectos chirriando en el jardín a la
luna llena que brilla en el cielo nocturno. En zazen, destinamos tiempo y espa-
cio para detenernos y darnos cuenta de lo que ocurre en todo momento: la
vida. Y puesto que la vida comienza con la respiración, empezamos concen-
trándonos en nuestra respiración.
En lugar de usar el intelecto para analizar modos en los que podamos
experimentar la interdependencia, nos permitimos sumergirnos en la expe-
riencia del momento sin pensar en ello. Por ejemplo, si logramos limitarnos a
ver simplemente la imagen sin comentarla, observar a ese dictador en el tele-
visor puede convertirse de por sí en una ocasión para experimentar la inter-
dependencia. Es como experimentar el momento del ruido del martillo del
reparador en la casa de al lado, cuando estamos sentados en zazen; oyes el
ruido, pero sin que a continuación venga una cadena de pensamientos sobre
ello.
Vivir la interdependencia significa ver a la gente allí donde están, no
donde nos gustaría que estuvieran. Un buen ejemplo de esto es la relación del
Dalai Lama con los chinos responsables de matanzas masivas en el Tíbet. Está
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MOVIMIENTO
profundamente dolido por sus acciones, pero no los odia. Viniendo de la expe-
riencia de la interdependencia, ve que no son distintos a él mismo, aunque
sabe que todavía no están preparados para que ellos lo reconozcan a su vez.
Sabe que lo único que se puede hacer es aceptar a la gente tal como es, que
no se les puede forzar a hacer lo que está bien cuando no ha llegado todavía
el momento. Aun así, esto no le impide intentarlo, propagar su mensaje de
coexistencia pacífica.
La próxima vez que veas a ese dictador en televisión, préstale toda tu aten-
ción. Si puedes encontrar a todo el mundo reflejado en sus ojos, sabrás lo que
es la interdependencia. A partir de ese espacio, puedes pasar a la acción: mani-
festarte, sostener una pancarta, dar tu apoyo a una resistencia no violenta para
obligar al dictador a dimitir. Experimentar la interdependencia no quiere decir 133
acabar con la vigilancia política; por el contrario, es el comienzo de la res-
ponsabilidad social.
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PACIENCIA
FATALISMO
ZEN BÁSICO
AGUZAR LA PERCEPCIÓN
MOVIMIENTO
LA MAGIA DE LO MUNDANO
El maestro Zen Thich Nhat Hanh dice que no se puede meditar sobre un
cojín si no eres capaz de meditar mientras lavas los platos. Está repitiendo lo
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ZEN BÁSICO
DESAPEGO E INMERSIÓN
MOVIMIENTO
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AUTOMEJORA CONTRA
AUTORREALIZACIÓN
ZEN BÁSICO
al Zen como aquellos que buscan una cura temporal para el sufrimiento y
aquellos que buscan desarraigar del todo la raíz del sufrimiento. Aunque no
descartaba la primera, comentó que esta actitud instrumental no bastaba para
mantener una relación a largo plazo con el Zen, una que fuera más allá de aña-
dir simplemente otra “técnica” a nuestro botiquín de primeros auxilios.
Recurrir al Zen para la automejora no es una invención americana. Tiene
una larga tradición en Japón, que se remonta hasta su antigua sociedad gue-
rrera. La mayoría de los samuráis usaban el Zen, de hecho, para mejorar su
habilidad para hacer la guerra y morir. Practicaban el zazen con el fin de
desarrollar una mejor capacidad de concentración, de modo que fueran más
diestros en el manejo de la espada, y tener menos miedo al enfrentarse con el
142 enemigo. Los hombres de negocios japoneses actuales lo usan para convertir-
se en competidores más concentrados. El impulso de los hombres de negocios
no difiere mucho del de los samuráis. La motivación para la propia mejora
toma muchas formas.
El segundo grupo de personas que acuden al Zen –aquellos que Yasutani
Hakuun Roshi describió como los que quieren arrancar totalmente la raíz del
sufrimiento– no sufren menos problemas ni dolores que los primeros. A
menudo, en el curso del entrenamiento, quienes buscan la automejora se
convierten en dedicados practicantes del Zen, mientras que los llamados bus-
cadores “espirituales” desaparecen. La cuestión no es tanto cuáles son las
razones para venir, como lo que ocurre una vez ya te sientas de verdad y
comienzas a meditar. Puede ser que vengas queriendo mejorarte a ti mismo
y que abandones al cabo de seis sesiones porque tienes la sensación de que no
consigues nada. Del mismo modo, puedes estar motivado por una cuestión
existencial profunda de toda la vida, y también abandonar al cabo de estas
mismas seis sesiones por la misma razón. Lo importante es seguir practican-
do pase lo que pase. Tienes que desarrollar el aprecio por sentarte sin otra
intención que sentarte –y un gusto por la paradoja, puesto que el fin del Zen
es darse cuenta de que no existe ningún yo estático que mejorar o realizar–.
NOCIONES ERRÓNEAS
MOVIMIENTO
Física o espiritual, da lo mismo. Por buena o valiosa que sea la causa, sigue
siendo una distracción del momento, de la experiencia inmediata de lo que
está ocurriendo ahora mismo.
Nos domina la necesidad de adquirir algo que creemos que todavía no
tenemos.
Esta actitud está profundamente arraigada en la conciencia americana.
Veamos la Autobiografía de Benjamin Franklin, este elemento esencial de lec-
tura en el instituto. Franklin es el modelo para todos aquellos hombres y muje-
res que quieren “hacerse a sí mismos”. Deja espacio para adquirir una vida
mejor para sí mismo: una educación, una profesión que le dé más dinero, res-
peto y admiración de la comunidad, así como conocimientos de la naturaleza,
de la ciencia y de las personas. Por tanto, traza un gráfico de automejora rela- 143
cionando los rasgos que quiere desarrollar –caridad, templanza, humildad,
modestia, etcétera– y comprueba su progreso cada día.
Un contraste interesante en actitudes está en la autobiografía de un japo-
nés contemporáneo de Franklin, el poeta Zen Basho, que relaciona todas las
cosas de las que quiere librarse cuando se va de casa en su viaje de autodes-
cubrimiento. No hay objetivos declarados en el libro de Basho, tan sólo un
simple relato de la experiencia de vivir. Concluye no con la adquisición de la
virtud, sino con la sensación de la lluvia en su cara durante un chubasco de
primavera.
El momento de la automejora es un momento de timidez. No hay espacio
para la experiencia, puesto que el yo ocupa hasta el último centímetro. Por
ejemplo, al pensar sobre la modestia, Ben Franklin pierde la posibilidad de ser
modesto bajo un montón de nociones sobre la modestia. Se distancia de ella,
pensando en ella; mientras que Basho la encarna en su experiencia de la llu-
via de primavera. La automejora no acaba nunca, porque el análisis de todas
nuestras faltas y puntos buenos no tiene fin, como tampoco lo tiene el pesar y
medirlos en nuestra búsqueda de ese equilibrio perfecto.
A falta de una palabra mejor, el “objetivo” del Zen tiene menos que ver
con la adquisición incluso de buenas cualidades que con el mero hecho de
sentarse. Puede haber efectos secundarios positivos de la práctica que mejo-
ren nuestras situaciones vitales, pero puede que no los haya o que no se mani-
fiesten con la rapidez que quisiéramos. Pero no deberíamos olvidar que se
trata tan sólo de efectos secundarios. Sabemos de personas que han estado
practicando durante más de cincuenta años, y a simple vista no apreciamos
que el resultado haya sido una gran “automejora”. Muy pocas de ellas, de
hecho, ganarían un concurso de popularidad. Pero el Zen no tiene como fin
ganar concursos de popularidad ni convertirnos en santos. No recurres a él
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ZEN BÁSICO
con una lista. Por supuesto, existe el objetivo subyacente de despertar a algo
que ahora no ves, algo que presientes que aliviará esta corriente soterrada de
descontento. Pero no te conviene dejarte atrapar por la noción errónea de que
te sientas para lograr la iluminación, puesto que esto no es más que un anhe-
lo más sutil y más obstructivo de automejora.
ALIVIO
El maestro Zen Dogen criticó el juego de ver quién lograba una ventaja
táctica durante una conversación, en que se había convertido la práctica del
144 koan en los monasterios japoneses de su tiempo. Daba una paliza pública-
mente a los monjes ambiciosos por usarlo a fin de engrandecerse. Algunos
habían llegado incluso a “comprar” la aprobación oficial para enseñar las
enseñanzas de sus maestros Zen. Actualmente todavía se hace: “¿Cuántos
koans pasaste?”. “Yo hice cincuenta”. “Caramba, yo sólo llegué a veinte”. Es
casi lo mismo que estar en el gimnasio y oír: “Ayer hizo cincuenta flexiones
de brazos en la banqueta. ¿Cuántas puedes hacer tú?”. Como todas las cosas
que hinchan el ego, los koans, también, pueden llegar a ser parte del juego. En
lugar de aliviarnos, seguimos adquiriendo, hasta que al final, hemos anulado
la posibilidad de ver la auténtica naturaleza del yo desnudo y sin disimulos.
No hay nada que haga más dolorosa la práctica del Zen que el desear algo.
Pero los largos años de sentarme, realmente se han convertido en preciosos
para mí en y de por sí, y los deseos se desvanecen. A fin de cuentas, nos sen-
tamos por el mero hecho de sentarnos. Por ejemplo, ya no venimos al sess-
hin con la esperanza de encontrar algo que nos falta; simplemente venimos
al sesshin. Por alguna extraña razón, es todo lo que necesitamos. Al comien-
zo de nuestra práctica, esperábamos que ocurriera algo “grande” durante el
sesshin. Un poco más tarde, todo lo que esperábamos encontrar era dolor,
aburrimiento y la cínica certeza de que no iba a ocurrir “nada”. Al cabo de
los años, ya no esperábamos nada. Tal como solía decirnos a los indecisos
participantes uno de nuestros maestros japoneses de Zen al que bombardeá-
bamos con preguntas sobre cómo era aquello: “Sesshin es sesshin. Venid y lo
descubriréis”.
El zazen es una estupenda oportunidad para aliviarnos del deseo de
la automejora. Basta con sentir la lluvia sobre la cara al salir andando por la
puerta del zendo.
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PASIÓN EN LA COMPASIÓN
ACTIVIDAD BODHISATTVA
Mucha gente considera la compasión como una especie de cinta con la que
tapar la vileza. Pero nosotros vemos la compasión como sabiduría, lo contra-
rio a la ignorancia. En el budismo, la compasión es la naturaleza misma de la
actividad bodhisattva. No es cuestión de cultivar la compasión en respuesta,
o como paliativo a las acciones malvadas producidas por la codicia, el odio y
la ignorancia. Poner parches a los lapsos en la sabiduría no es de lo que esta-
mos hablando. La compasión no puede imponerse ni ejercer tímidamente
desde el exterior. Es un desarrollo orgánico, el crecimiento natural de la sabi-
duría que viene con la práctica del zazen.
Hemos aludido al prevalente concepto erróneo del Zen como un modo
desapasionado de enfocar la vida, como un desinterés que bordea el fatalismo.
Es una idea preconcebida que tenemos sobre lo que es ser “un indigente des-
nudo, excepto por lo que se refiere a sus mantos de cielo y tierra”. Creemos
literalmente que hemos de ser “indigentes” indeterminados, que borrando
cualquier rastro de individualidad, alcanzaremos algún ideal soso del “no yo”.
Los practicantes básicos también caen en esta trampa. Tan pronto como
empezamos a sentarnos, creemos que nos libraremos de nuestras personalida-
des que nos estorban. Muchos grupos occidentales de Zen tienen reuniones de
apertura, sesiones para elevar la conciencia donde la gente lucha con tales
problemas. La ira es un tema especialmente caliente en los centros Zen en que
hemos estado. Nosotros alentamos las discusiones abiertas relacionadas con
la práctica en nuestro zendo, pero nos mantenemos apartados de la terapia de
grupo.
Hay una tendencia en los estudiantes de Zen orientados psicológicamente
de querer eliminar todo vestigio de “jugosidad” o excentricidad de su prácti-
ca. A menudo, justifican esta tendencia citando una famosa línea de un koan
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ZEN BÁSICO
del maestro de Zen Chao-Chou: “La mente iluminada evita escoger y elegir”.
Como tantos otros koan, sin embargo, éste no hay que tomarlo como un axio-
ma ni como un mandamiento religioso –“No elegirás ni escogerás”– sino
como una expresión viva de actividad bodhisattva. La mente que deja de esco-
ger y elegir está muerta, incapaz de toda actividad. Mientras la mente esté
viva, seguirá escogiendo y eligiendo. Cada respiración, cada pensamiento, es
un momento de energía y pasión en movimiento. No existe ningún estado
neutral sostenido en ningún nivel del funcionamiento humano.
MOVIMIENTO
puede que no nos sintamos bien, aquellos a quienes amamos pueden estar irri-
tándonos, podemos descubrir súbitamente que no tenemos nada en común con
la gente que consideramos como nuestros amigos más queridos. Cualquiera
de estas situaciones de la vida real tiene un modo de quitarnos la pasión. Por
tanto, ¿qué hemos de hacer? Nos zambullimos en la experiencia de nuestra
situación, nos fundimos con ella. En sí mismo, se trata de un acto de compa-
sión. Nace de la intensidad meditadora generada por la práctica regular del
“dejar ir”.
SEGUIR NAVEGANDO
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Supongamos que vamos navegando. Formamos realmente una unidad con
la respiración, estamos alerta, todo va bien. De repente –¡BUM!– algo ocurre
y nos vemos arrojados desde un estado de arrobamiento a uno de sufrimien-
to. Ésta es la oportunidad perfecta para reconocer la “interrupción” como otra
de las manifestaciones de “seguir adelante”. Por el mero hecho de que no pro-
duzca la misma sensación, no significa que provenga de “ahí fuera” para
interferir con nuestra práctica. De hecho, es el propio vehículo de la práctica.
Siempre nos reímos de nosotros mismos cuando miramos fotografías de
cuando éramos nuevos en la práctica del Zen. Vestidos de negro, era evidente
que nos esforzábamos mucho para dar la impresión de que éramos estudian-
tes serios a los que nunca se les escapaba una sonrisa. Este tipo de conducta
es lo que le da al Zen una reputación de ser “severo”. Recientemente, cuando
un amigo de Australia nos visitó y salimos juntos a tomar una cerveza y a
jugar una partida de billar, se sintió aturdido y nos dijo: “Nunca me había invi-
tado antes un maestro de Zen a salir como ahora”. Le recordamos los maes-
tros Zen de la “Nube Roja” sobre los que habíamos escrito, como por ejem-
plo, Lin-chi, Ikkyu, Bankei, y otros, que ofrecían sus enseñanzas en las calles,
en los campos y en las tabernas más veces que en el zendo.
Muchos de los practicantes básicos actuales todavía se agarran a una
herencia monástica que glorifica la actitud desapasionada del guerrero cuya
vida es en su totalidad una preparación para la muerte instantánea. Ésta puede
ser una actitud apropiada para un guerrero, pero nuestro prado de práctica
no es un campo de batalla. Nosotros cultivamos la vida, no la muerte. Nuestro
campo se asienta entre ellas. La melancolía, la triste dulzura de nuestra
transitoriedad, debe vivirse tan total e intensamente como el guerrero vive la
suya. Pero, a diferencia del guerrero que se desapega de la transitoriedad, nos-
otros debemos sumergirnos en ella.
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ZEN BÁSICO
EL MUNDO FLOTANTE
MOVIMIENTO
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