El Diablo en Tamaya

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El Diablo En Tamaya

Cuentan que hace años el cerro Tamaya era un mineral muy rico. El oro
brotaba por todos lados y en abundancia.

Por ese entonces se trabajaba en cuadrillas de mineros que arrancaban el


precioso metal a combo, cuña, picota y pala.

Una de esas tardes llegó a pedir trabajo un extraño y corpulento hombre; al


hablar con el jefe le dijo que era barrenero, que producía bastante, pero que
ponía una condición: trabajar solo y de noche. El jefe lo contrató y esperó para
comprobar el producto de su trabajo. Grande fue su sorpresa al día siguiente-
al ver la gran cantidad de oro extraído por el trabajador.

Esa noche picado por la curiosidad-, el jefe lo siguió para ver de dónde y en
qué forma sacaba el mineral. Observó que el extraño hombre se sacaba la ropa
y se convertía en un gran toro negro, que a cornadas embestía el cerro
arrancando grandes cantidades de oro. Impresionado y asustado corrió al
pueblo en busca del cura para bendecir el lugar.

A la noche siguiente fueron el jefe, el cura y un grupo de mineros al sitio


donde trabajaba el individuo. El toro, al ver al cura con un crucifijo en la
mano, enloqueció y, embistiendo desesperadamente contra la roca, hizo un
gran agujero, por donde salió dejando un fuerte olor a azufre.

Según cuentan los que conocen la leyenda, era el diablo quien custodiaba la
mina y que, al irse éste, desapareció la mayor riqueza del yacimiento aurífero
del cerro Tamaya.
La Doncella Del Valle Del Encanto
Narra la leyenda que una doncella realizaba misteriosas y fugaces apariciones
en lo alto del Peñón del Encanto, resplandeciendo de oro su cabellera y alba
de tules su figura. Por extraño encantamiento de malabares, unas naranjas de
oro rodaban por el aire, yendo de una de sus manos a otra y viceversa. Cuando
alguien intentaba aproximársele, la figura se esfumaba no dejando rastro
alguno.

Quiso en una de esas esotéricas apariciones que la viera un indígena, el cual se


prendó de tal belleza y, poseído por una obsesión rayana en lo pertinaz, día y
noche aguardó tan esperada presencia. Muchas veces la volvió a ver y,
cegado, raudo se le aproximaba.
Pero, tal cual era el designio, cuánto más se acercaba, la figura íbase
desvaneciendo hasta desaparecer completamente, rompiendo así el hechizo.

Mas, una noche estrellada, el obcecado hombre logró llegar sorpresivamente


hasta ella y, al extender los brazos para cogerla, la luz dorada que despedían
sus cabellos y las naranjas de oro lo cegaron. Cerró fuerte los ojos doloridos y,
al reabrirlos, comprobó que el encanto nuevamente había desaparecido.

Loco por el dolor punzante, decepcionado por la cruel realidad de sus manos
vacías, se arrojó desde lo alto del peñón al vacío. Su cabeza azotó contra la
mesa de piedra bajo el peñón, terminando así con su miserable existencia y su
ilusión amorosa rota.
La Cueva De San Julián
En la vecindad de Ovalle (Chile) está la Cueva de San Julián. En una ocasión
se encontró un campesino con un antiguo conocido, el que lo invitó a una
fiesta en una parte que él sabía. El campesino aceptó y, de pronto, el amigo
sacó de un calabazo, o mate, un ungüento y se lo puso en las axilas. Le
aconsejó que diera con él tres pasos hacia atrás y exclamara con él: ¡Sin Dios
ni Santa María!, ...y salieron volando.
Llegaron a una cueva la Cueva de San Julián-, donde se celebraba una fiesta
muy alegre

y donde el campesino se encontró con personas que hacía algunos años habían
desaparecido de este mundo. Se encontró específicamente con una amiga y
comenzó a recordar con ella gratos momentos pasados.

A la mañana siguiente despertó en un escampado, molesto por el sol que


estaba quemando, y lo extraordinario es que estaba unido a una osamenta de
vaca de huesos albos. Tenía sed y mal gusto en la boca, y se acordó que antes
de ir a la fiesta tenía unos dulces en el bolsillo y que era ésta la ocasión para
servírselos. Al buscarlos se halló con que estaban convertidos en excremento
de animal.

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