Lorca, Poeta Maldito PDF
Lorca, Poeta Maldito PDF
Lorca, Poeta Maldito PDF
ebookelo.com - Página 2
Francisco Umbral
ebookelo.com - Página 3
Título original: Lorca, poeta maldito
Francisco Umbral, 1968
ebookelo.com - Página 4
A María-España
ebookelo.com - Página 5
Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
FEDERICO GARCÍA LORCA
ebookelo.com - Página 6
(LORCA, poeta maldito. Ya sé que el enunciado es escandaloso, sorprendente,
inexacto, quizá. ¿Inexacto? Para probar su exactitud, precisamente, voy a escribir este
libro. Lo que dicho enunciado tenga de alarmante, en principio, nace de dos
circunstancias a estudiar: la primera de ellas es que la literatura española, la poesía
española, no tiene poetas malditos; la otra circunstancia no es sino la circunstancia
misma, personal, del propio Federico García Lorca; es decir, su vida, que, según los
clisés que se han ido superponiendo, no corresponde exactamente a lo que se viene
entendiendo desde el siglo XIX para acá por poeta maldito. Examinemos ambos
supuestos.
Quizá el primer escritor europeo a quien puede rotulársele como maldito es
François Villon. Villon es un maldito anterior al concepto de “maldito”, concepto
decimonónico, romántico, como sabemos. Hasta el siglo XIX, el artista había sido una
criatura decorativa de la sociedad, un dios menor en quien las aristocracias, de vuelta
de los dioses mayores, creían o fingían creer. Tras la Revolución francesa, el artista y
el poeta empiezan a encontrarse incómodos en las nacientes sociedades burguesas,
que no necesitan de ellos para nada, aunque, nostálgicas de lo que han derrotado y
derrocado —como el vencedor es siempre nostálgico de lo que vence o del vencido
—, aún continúan o creen continuar unas vigencias artísticas y se obligan a un gusto
por lo estético que no es sino simple mimetismo, cada vez más desganado y con
desgana menos disimulada, del gran arte de las antiguas élites. Y es ya en el XIX, en el
siglo de las revoluciones sociales e industriales, en el siglo de la beatería científica,
cuando el artista se encuentra declaradamente al margen de la poderosa sociedad sin
rostro.
Esta jubilación del intelectual y el creador, jubilación sin retiro y sin
agradecimiento ni siquiera formulario de los servicios prestados, dará lugar a dos
actitudes contrapuestas, de las que arranca todo el arte moderno. Por un lado, el
creador levítico, el que quiere subsistir, reabsorberse en el orden nuevo, el converso a
la nueva religión de los pragmáticos, decidirá que bien se puede volver por la puerta
de servicio al confortable palacio de donde se salió por la puerta grande. E, incluso,
puede que se sienta efectivamente ganado por la mística de la máquina, la política y
la sociedad. Converso de conveniencia o de buena fe, este artista dará lugar a todo lo
que luego se ha llamado arte burgués. A saber, el neoclasicismo, la pintura
impresionista, las odas cívicas de nuestro Quintana (ejemplo máximo de anti-poeta
maldito), la música de Strauss y toda la literatura y el teatro de costumbres. El artista
ya no es ni siquiera un dios menor, pero es un sentimental que cose para fuera y
cuando puede —que casi nunca puede— barre para dentro. La sociedad burguesa le
paga para sentirse un poco más selecta o, sencillamente, para distraerse a ratos de su
ajetreado tejer y destejer lo que luego habría de llamarse estructuras capitalistas.
Frente a lo que llamo “arte converso” está el arte rebelde, que tiene como
situación-límite, como tipo-frontera, al poeta maldito. Se trata del artista que,
decidido a no servir más a señor que se le pueda morir, decide hacer su arte contra la
ebookelo.com - Página 7
sociedad o al margen de la sociedad. Esta distinción, “contra” y “al margen”, genera a
su vez dos tipos de creación, dos familias de creadores: al margen de la sociedad
trabajan Marcel Proust, los poetas ingleses, Paul Valéry, Saint-John Perse, casi todos
los poetas españoles contemporáneos de Federico García Lorca… El arte al margen,
que después se llamaría “de evasión”, degenera casi siempre en esteticismo,
exquisitez, minoritarismo críptico y un estéril y “danunzziano” “morir por epatar”,
que más bien pudiera trocarse en “epatar para no morir”. Contra la sociedad trabajan
los anarquistas y los poetas malditos. El anarquista es una fuerza centrífuga de pistón
puramente político que no nos interesa estudiar ahora. El poeta maldito es una fuerza
centrípeta que se diferencia del anarquista en que no destruye o trata de destruir a la
sociedad, sino que se destruye a sí mismo. Frente al mal como purificación, que es el
anarquismo, está el mal por el mal, que es la mística explícita o implícita de los
malditos y que más tarde razonaría André Gide —un maldito sin nervio ni clima para
serlo, un maldito tardío— como “acto gratuito”.
El poeta maldito, así, viene a ser un desarraigado, un desclasado, un ser que sufre
complejo de autodestrucción y que hace de ese complejo y esa autodestrucción su
obra de arte. Un tipo radicalmente nuevo, nacido del Romanticismo, aun cuando
tenga algún precedente solitario, como el ya citado de Villon. El maldito es, con
respecto a sí mismo, un tarado en algún sentido, y, con respecto de la sociedad, una
fuerza disolvente, aunque, como ya hemos dicho, esa fuerza sea centrípeta y afecte al
propio individuo más que a su contorno, lo que viene a identificar al maldito con el
suicida. Pero la autodestrucción es un suicidio con cámara lenta, y esto permite al
maldito hacer su obra, casi siempre apresurada, iluminada por relámpagos y
potenciada un poco artificialmente por esa dirección mortal que el autor imprime en
toda ella consciente o inconscientemente, hasta terminarla de una manera violenta o
dejarla inacabada, pues el suicidio de la obra de arte no está en cómo termine, sino
precisamente en no terminar.
Si en todas las sociedades de Occidente el inadaptado —que decimos hoy— había
sido automáticamente reducido de condición, y la máxima gloria del artista estaba en
adaptarse a su tiempo o hacer que su tiempo se adaptase a él —lo que a nuestros
efectos viene a ser lo mismo—, he aquí que a partir del siglo XIX nace una raza de
grandes inadaptados que hace precisamente de su inadaptación una mística y una
estética. Ha nacido el arte maldito. Su nómina es tan obvia como impresionante:
Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Artaud, Allan Poe, Dylan Thomas, Maiakowski…, en
la poesía. En la pintura, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Modigliani, Gauguin… En la
música… La música, quizá, no tiene otro maldito que Federico Chopin. Por lo que se
refiere a España, ya hemos dicho que es un país sin malditos, y ahora trataremos de
entender por qué. En todo caso, como posibles malditos pictóricos están Goya y
Solana. Como posibles malditos literarios, Quevedo, Larra, Valle-Inclán. Y Lorca.
¿Por qué es España un país sin poetas malditos, por qué lo es nuestra literatura?
La estructura de la sociedad española, carente de resonancias, mediatizada por lo
ebookelo.com - Página 8
religioso, por los tabús del honor y la honra, por los atavismos más que por las
creencias, no parece propicia a la disparidad ideológica. No es suficientemente fuerte
como para soportar en sí los anticuerpos que son los malditos. Y como no podría
soportarlos, no los produce: es casi una ley biológica. Por otra parte, las revoluciones
y reformas del mundo han llegado aquí asordadas, con lo que, al perder virulencia,
tampoco han engendrado una respuesta tan fuerte como la que supone, por ejemplo,
el poeta maldito. El artista, en nuestra sociedad, nunca ha sido tan endiosado como en
otras; y, compensatoriamente, a la hora del desahucio, también se siente menos
desahuciado. La plena ejecutoria de lo pragmático, tan vigente en el mundo desde el
siglo pasado, aún no ha llegado entre nosotros a sus últimas consecuencias, y, en la
medida en que seguimos viviendo de valores entendidos que ya nadie entiende en el
mundo, seguimos respetando —o ignorando— ese valor entendido que en fin de
cuentas era y es todo arte.
Bien sé que sigue sin respuesta definitiva, a pesar de lo dicho, mi propia pregunta
de por qué es la española una literatura sin poetas malditos. Pero no es esto lo que mi
libro va a tratar de aclarar y, por otra parte, quizá ello se aclare solo estudiando el
caso de ese posible y genial maldito que fue o pudo ser, para su ventaja o desventaja,
el gran Federico García Lorca. Federico García Lorca, a quien su vitalismo andaluz
ha hieratizado en un busto sonriente de señorito andaluz listo, reúne en sí tres
condiciones clave del creador maldito: arraigo estético y humano en los poderes
demoníacos o, cuando menos, daimónicos, como le gustaba decir a Goethe;
heterodoxia sexual y muerte trágica y prematura.
Sobre la historia entera del arte y la cultura de la humanidad cae un doble rayo de
luz y sombra. Del lado de la luz están los creadores que han aspirado a un orden, a un
redondeamiento del universo, que han creído en la armonía de las esferas o han
necesitado inventarla: Platón, Goethe, Bach. Del lado de la sombra están los
creadores que han entendido —o no entendido— el mundo como caos, como
desorden, como contingencia: Heráclito el Oscuro, Beethoven, Sartre. Esta división
casi escolar entre el mal y el bien como fuerzas actuantes y como concepciones del
universo, esta elemental y necesaria elucidación entre lo apolíneo y lo dionisíaco,
puede dar lugar a unas subteorías étnicas o geográficas que, al margen de las
históricas, tan debatidas, nos harían entender, por ejemplo, cómo Andalucía —para
traer las cosas ahora y ya al ámbito concreto de este libro— es tierra y alma
esencialmente dionisíaca. Andalucía vive de conjurar lo oscuro, lo telúrico, de
provocar el misterio, la magia. Andalucía, como toda región y raza muy religiosa,
vive del demonio, que familiarmente ha llamado “duende”.
El duende andaluz, el duende de Federico García Lorca, no es sino una forma
convencionalmente simpática de lo luciferino. Andalucía es Federico y Federico es
Andalucía. Andalucía y Federico, entre tanta luz del Sur, viven de la sombra.
La heterodoxia sexual —lo que más tarde llamaré pansexualismo de Lorca—, le
sitúa radical y hondamente —y secretamente— al margen de la sociedad en que vive,
ebookelo.com - Página 9
de su sociedad, aun cuando él haya sido biografiado como criatura eminentemente
sociable. No hay posible integración del individuo cuando el individuo vive una
tragedia sexual íntima.
Y, finalmente, la muerte trágica y prematura del poeta viene a subrayar, siquiera
sea anecdóticamente, pero de modo brutal, su destino de maldito.
Así, pues, si aceptamos los condicionantes previos que autorizan a entender la
obra y la vida de García Lorca como la de un posible poeta del mal o poeta maldito,
veamos esquemáticamente de qué modo su trayectoria vital corresponde a esa figura.
Basta para ello con apuntar que Lorca es el cantor de las tres grandes razas
postergadas de nuestra civilización: los gitanos, los negros y los homosexuales.
Lorca, en Granada, está con los gitanos frente a la Guardia Civil, frente al orden
establecido. Lorca, en Nueva York, está con los negros, está con Harlem frente a Wall
Street. Lorca, en su Oda a Walt Whitman y en sus Sonetos del amor oscuro, libro
póstumo, mítico e inédito, canta a la pasión que no se atreve a decir su nombre. Lorca
es, radicalmente, un hombre en contra. Nada, pues, de voluble señorito andaluz que
toca el piano y escucha la guitarra. Y, como constante de su dolorido sentir, la pena,
manadero de toda su obra, incluso de la más ingenuista o traviesa. Lo que el duende
es a lo demoníaco —reducción, graciosa minimización andaluza, diminutivo del mal
—, es la pena a la angustia. El duende como dinámica y la pena como mística de un
poeta de lo oscuro. ¿Demasiado esteticismo en todo ello? El esteticismo es,
precisamente, la gran denuncia y el gran pecado del maldito. Un encadenamiento a la
belleza, que es el más terrible y doloroso de los encadenamientos. La belleza como
culto es ya un culto maldito.
En este libro trato de ir dibujando los puntos vividos donde se denuncia, a lo largo
de toda la obra de Lorca, su condición de maldito. Y hablo sólo de la obra, porque
obra tan reveladora ha de revelarnos al hombre y su vida.)
ebookelo.com - Página 10
1.—DIBUJO BIOGRÁFICO
No va a seguir este libro una línea biográfica, ya que no se trata de ilustrar con la
viñeta de la anécdota la teoría del posible demonismo lorquiano. En primer lugar,
porque el anecdotario externo de García Lorca no corresponde, efectivamente, al de
un maldito. Y, además, porque si hay otro anecdotario más íntimo y revelador, no es
nuestro propósito investigar en él morbosamente, sino que preferimos darlo por
supuesto, atendiendo mejor, como queda dicho en el paréntesis inicial, a los síntomas
de la obra, pues sólo nos interesa el caso de un maldito en cuanto que lo sea en
función de su obra —o en su obra en función de él—, en cuanto que, queremos decir,
ese hombre perdido se haya salvado en lo que escribió, pintó o compuso.
No se trata, pues, de rebuscar en las traperías de la Historia, sino más bien de
estudiar la literatura maldita como singular fruto de la creación humana y, sobre todo,
de estudiar cómo un hombre puede hacer de su perdición su propia salvación, al
convertirla en obra de arte. Incluso el arte de la más absoluta negación —y no es el
caso de Lorca, por cierto—, como los dibujos de Goya o las novelas de Sade, se
convierte en grandiosa afirmación al ser eso, obra de arte, riqueza que se incorpora al
acervo de la cultura. El inmenso cuerpo de la cultura puede asimilarlo todo, y como
nada le mata, todo le hace más fuerte, más vario, más sugestivo.
Uno piensa, por otra parte, que el arte es la única forma de salvación individual
posible, y el caso de los malditos viene a probar hasta qué punto esto es así. Todos los
postulados del arte social de nuestro tiempo son válidos, a condición de que se
cambie el plural por el singular. El arte debe ser un instrumento de redención,
efectivamente. Pero de redención del propio artista. Todo lo demás son líricas
utopías. Nunca un libro ni un cuadro han salvado a nadie, como no sea al autor. El
arte y la cultura se justifican por sí mismas o no se justifican. Su grandeza está
precisamente en su inutilidad respecto de los intereses y los problemas inmediatos del
hombre. Poner el arte al servicio de algo —de la política, de la sociedad— es
convertir el arte en un menester subalterno. Traicionar a la sociedad y traicionar al
arte. Y la respuesta más exasperada a esta actitud es precisamente el poeta maldito,
que de algún modo es sensible a esa dramática inutilidad y la siente como una
maldición: «Estamos de más por toda la eternidad», ha escrito Sartre, un maldito que
se ha salvado —o se ha perdido— por la razón, como otros se pierden o se salvan por
la pasión.
Entendido esto así, nos interesa una obra —la de Federico García Lorca— por sí
misma y porque en ella se salva un hombre, aun siendo la obra de un hombre abocado
a perderse, con lo que en ella están —de ahí su interés apasionante— perdición y
salvación de una criatura singular. Y la vida nos interesa menos, pues que la vida
queda asumida por la obra, y nunca puede ser al contrario, si aceptamos que la vida
es mera exterioridad y la obra, en cambio, la única interioridad posible de esta vida,
en el sentido de que en la obra se fija y recoge por medio extranatural —el arte y la
ebookelo.com - Página 11
cultura son extranaturales— lo que de otro modo se perdería en el repertorio de lo
meramente biológico o existencial. De lo natural. Sin embargo, vamos a esbozar un
dibujo biográfico de Federico García Lorca para, yendo de la vida a la obra,
quedarnos más y mejor definitivamente asentados en ésta, cumplido el trámite previo
del repaso cronológico, que sólo puede ser eso, dibujo, mientras no cobre relieve con
la carne y la sustancia del trabajo cumplido por el poeta.
Nace Federico García Lorca en Fuentevaqueros, Granada, en 1898, y muere
trágicamente en 1936, al iniciarse nuestra guerra civil. Estudia Filosofía y Letras, y
Derecho. En 1919 llega a la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde vive hasta
1928. De entonces data la imagen del Lorca señorito madrileño-andaluz, que toca el
piano, canta, compone poemas, recita, improvisa, divierte y sorprende a sus
compañeros residentes. Ya hemos visto y seguiremos viendo hasta qué punto es
ineficaz esa imagen a efectos de un entendimiento profundo del poeta. En 1930 hace
un viaje a América. El fruto de ese viaje es Poeta en Nueva York, donde el lírico
andaluz y musical, acunado por Falla y Juan Ramón, se revela y rebela de pronto
como un gran inconformista social y como un poeta de vanguardia surrealista. Poeta
en Nueva York es libro que puede por sí solo borrar al Federico fácil que todavía
quiere presentársenos. Porque no vale entender este libro como un capricho o una
rareza de folklórico voluble. Poeta en Nueva York tiene su precedente y su hermano
gemelo en el Romancero gitano. Son libros gemelos donde se cantan dos razas
malditas. Sólo les diferencia entre sí la forma. (Que tampoco es tan dispar, salvada la
métrica.) Nadie ha establecido este paralelismo, que yo sepa, y esto me parece
incomprensible. Pero de él trataremos en su momento.
Instituida la República española, García Lorca funda «La Barraca», pequeño
teatro universitario que llevará por España Fuenteovejuna, La vida es sueño, El
burlador de Sevilla… La preocupación social de este empeño es tan obvia que uno,
temeroso siempre de haber sido tocado con lo que llamaré, parafraseando a un poeta
contemporáneo, donde la obviedad, no se atreve a insistir en ella. Pero también
parece suficiente para desmentir la supuesta frivolidad de Lorca. Por otra parte, es
típica del maldito esta etapa previa de revolucionario —siquiera su sola arma sea el
arte—, que incluso puede acompañarle durante toda la vida, pero que en realidad
esconde una insatisfacción más profunda que la meramente social. La esconde y la
revela o la distrae y engaña.
Consagrado como poeta con el Romancero gitano, Lorca se vuelve hacia el teatro
y estrena en Madrid Bodas de sangre. La temática de su teatro, de fuerte
impregnación sexual, y el lirismo de la forma, fracasan frente al público madrileño,
habituado al sonsonete campoamorino de los filosofemas de don Jacinto Benavente,
regalado por la gracia hortera del género chico. De entonces data la frase de Federico
en respuesta a quien le aconseja paciencia y le augura que todo el público de Madrid
acabará acudiendo a su teatro: «Sí; pero me temo que vengan de uno en uno.»
En los años 1933-1934, Lorca acude a Buenos Aires y allí pronuncia conferencias
ebookelo.com - Página 12
sobre poesía y dirige La dama boba, de Lope. De regreso a España, Margarita Xirgu
estrena su Yerma, donde se ahonda y afina la temática sexual de Bodas de sangre. Un
año más tarde es el estreno de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores.
La casa de Bernarda Alba, su última creación teatral, fue estrenada en Buenos
Aires después de su muerte, también por Margarita Xirgu. En Bernarda Alba, obra
perfectamente cuadrada, está ya explícito el grito sexual de un cuerpo reprimido,
junto a la muda crítica de la España sempiternamente inquisitorial. España es
Bernarda Alba, pero Federico no escapará al trabucazo de Bernarda Alba, como
escapó Pepe el Romano.
En Federico en persona, Jorge Guillén nos facilita las cartas cruzadas entre él y
García Lorca. Éste parece acogerse a la amistad de Jorge Guillén, entre todos los
compañeros de grupo o generación, buscando, quizá, al mentor más autorizado y
adulto, al amigo-padre, más cerca de sus inquietudes, sin duda, que su padre
verdadero, el buen cortijero don Federico. Federico es un niño. Niño por poeta y por
desvalido, por desconcertado ante el mundo, por desorientado entre la vida. Lo que
más tarde ha de convertirse en la inadaptación trágica del hombre aparte, puede
empezar siendo desvalimiento casi infantil. Por estas cartas de Lorca a Guillén —a un
Guillén ya profesor y prematuramente adulto en vida y obra—, vemos que el
granadino está inseguro de todo: de sus versos, de su teatro, de su porvenir, de su
vida. Y los momentáneos arrebatos de autoentusiasmo no hacen sino corroborar esta
inseguridad. No. Federico no es el ser potente y pleno, seguro, la criatura afortunada
que alguien ha efigiado superficialmente. Jorge Guillén, en su ensayo biográfico de
Federico en persona, parece poner el énfasis en la naturalidad, la sencillez, la verdad
clara de Lorca, frente a la leyenda de gitanería, que en la correspondencia entre ellos
queda refutada por ambas partes. Pero Guillén —máximo optimista— no ahonda en
esa inseguridad de Federico, tan alarmante en un superdotado. Su amigo andaluz le
pide orientación para hacer unas oposiciones, para convertirse en catedrático, como el
propio Guillén, como tantos otros de aquella generación de poetas-profesores. Su
familia le insta a hacer algo práctico. Eso que las familias entienden por algo
práctico. Y llega a la anécdota conmovedora de comprarse un fichero. En su fichero
de imposible erudito trata de amortajar, sin saberlo, al poeta que única y
dramáticamente es. Naturalmente, los proyectos no pasan de ahí. El fichero quedará
por siempre vacío de fichas. También somete Lorca al juicio de Guillén sus versos
recién escritos, sus proyectos literarios, todo. Hay, pues, en la juventud creadora del
poeta un clima de temblor que desmiente secretamente su aureola excitante.
Guillén, ya está dicho, toma de este Federico temprano la luminosidad juvenil. Mi
maestro Gerardo Diego, por su parte, en poemas y conversaciones, nos ha confiado
algo de su memoria de Lorca, de su desenvuelta manera y su echar la ceniza del
cigarro por encima del hombro, que es una observación muy gráfica del poeta
plástico que es Gerardo Diego. Y así podrían irse añadiendo testimonios, desde éstos
de primera mano y calidad, hasta los más ínfimos, y todos los cuales han ido tejiendo
ebookelo.com - Página 13
el tapiz humano, biográfico y anecdótico del Federico exultante, tapiz que ha venido
a enriquecerse con un entendimiento frívolo de su poesía como poesía sensual,
colorista, folklórica, graciosa, genialoide, y basta.
Sabemos, sin embargo, y vamos a tratar de probarlo, que no es así, que nada es
así, sobre todo por lo que respecta a la obra, que supone siempre el auténtico vaciado
literario de la personalidad de un escritor. Federico no pisa seguro en la vida,
Federico no es un triunfador, Federico tiene sus dudas, sus indecisiones, sus miedos.
Federico es un joven inseguro, una larva de inadaptado. Se dirá que esto parece
natural a cierta edad, incluso en el genio. Y así es. Pero cuando la obra y la actitud
posteriores vienen a ahondar esa tierna inadaptación juvenil, haciéndola definitiva —
aunque casi siempre secreta en el caso del sociable Lorca—, hay que tomar tal
inadaptación más en serio de lo que se toman las veleidades de los veinte años. En
todo caso, si traemos aquí el testimonio de ese Lorca incierto es sólo para refutar
aquel otro testimonio —frívolo, sí— del Lorca de una pieza.
Vicente Aleixandre, en cambio, nos ha dado la más compenetrada, verdadera,
alucinante y sugeridora visión de García Lorca al presentárnosle, en una estampa en
prosa que es un poema, asomado a los altos barandales de la luna, trágico y
sonámbulo. Todo muy literario, sí; pero la literatura es la naturalidad de los seres
eminentemente literarios. Así, por identificación, mediante el conocimiento noético
de la poesía, Aleixandre llega al corazón de un Lorca más verdadero que el esculpido
por el tópico, aun cuando se trate del tópico erudito, responsable, connotador y
razonador.
Mas ya tenemos, sin quererlo, al poeta situado entre sus compañeros de
generación. Prosigamos el enfrentamiento con algunos de ellos. Este enfrentamiento
puede ser revelador en cuanto a la personalidad a estudiar, y nos dará, de paso, la
clave de la superioridad de Lorca, el secreto de por qué él se ha universalizado entre
una generación de grandes poetas. Discípulo en cierto modo del andalucismo
juanramoniano, Lorca se diferencia radicalmente del maestro en que éste aspira a la
belleza absoluta, a la perfección absoluta, y la perfección absoluta es tan
desconcertante como el caos. Por eso Lorca, caótico, no puede entenderla, y complica
su obra con elementos dramáticos, telúricos, mágicos, y vive presidido por el daimón.
En cuanto a su contemporáneo y paisano más afín, Rafael Alberti, el enfrentamiento
puede ser revelador como ninguno. Ambos se nutren del conceptismo, del cultismo,
del neogongorismo. Pero lo que en Lorca se tiñe de sangre, en Alberti se colorea de
acuarela. Ambos buscan la gracia del pueblo andaluz; pero Lorca, buscando la gracia
del pueblo, encontró su pena. Alberti se quedó, se queda y se quedará en la gracia. Es
toda la diferencia. Alberti, pese a su comunismo, sí es un señorito andaluz que hace
buenos versos. Lorca, pese a su señoritismo andaluz, es un poeta que hace versos
geniales. Alberti es un Lorca sin drama personal, y no hay gran obra sin drama
personal. Alberti y Gerardo Diego son, quizá, los máximos virtuosos del verso
español contemporáneo, pero son dos poetas sin problemática, y esto les priva de
ebookelo.com - Página 14
velocidad para proyectarse en el tiempo. (La problemática política de Alberti es
tardía, externa, adquirida, y, aun con toda su honradez y veracidad, que no vamos a
debatir ahora, nada tiene que ver con una problemática existencial profunda.)
Por lo que se refiere a Vicente Aleixandre, acabamos de fijar su honda
identificación con el mundo de García Lorca; pero Aleixandre, sin caer en la
gratuidad de Alberti y Gerardo Diego, es también un poeta de la poesía que, si bien
en muchos de sus poemas llega a tocar la pulpa misma de lo cósmico, casi nunca ha
entrado en conflicto verdadero —poéticamente, digo— con el mundo. El único poeta
de esa generación enfrentable a Lorca por su dimensión existencial es Luis Cernuda,
posible maldito —insociabilidad, desarraigo, escepticismo, heterodoxia sexual,
soledad—, a quien su sentido moral salva o priva de serlo. Porque, efectivamente,
Cernuda es un poeta moral y toda su obra no supone sino un largo y sostenido
esfuerzo por justificar su pasión —lo que llamaremos «su pecado», para entendemos
—, su heterodoxia sexual. Un largo y sostenido y admirable esfuerzo por adecuar el
universo entero a su peculiaridad fisiológica y sentimental, ya que a él le es imposible
adecuarse al universo.
Cernuda necesita una justificación, trata de crear un orden a partir de su
singularidad insalvable, sueña utópicamente con una armonía en la que su cuerpo no
disonase como disuena. Sueña con lo que, en palabras suyas, llamaremos «el acorde».
En Federico, en cambio, nunca hay necesidad de justificación ni conflicto moral.
Vive en conflicto y comunión con las fuerzas naturales, pero nunca con las exigencias
morales, por muy altas que éstas sean. Maravillosa amoralidad de Federico, que se
confunde ya con la pureza misma. Los niños son amorales. Sólo se es inmoral a partir
de una conciencia de moralidad.
Y podrá argüirse que esta ignorancia o indiferencia por el hecho moral no es
característica definitoria del maldito, ya que Baudelaire —prototipo de esta clase de
creadores— vive en continuo conflicto entre el bien y el mal. Mas no lo creo yo así.
Las cartas de Baudelaire a su madre transportan mucho más complejo edípico que
verdadera atrición. Y en cuanto a sus imprecaciones religiosas, su antiteísmo, no hay
en ello sino la rebelión inevitablemente ingenua del primer gran rebelde de nuestra
civilización y nuestra cultura occidentales. Lo que de ingenuidad encontremos hoy en
el demonismo de Baudelaire nos lo da la falsa perspectiva del tiempo. En su
momento, el hombre que estaba tratando de desembarazarse de una moral de siglos
no tenía más camino que ése: luchar contra esa moral. El ignorarla ya, de entrada, sin
trámite previo, es algo que no está en el decurso normal de la evolución histórica del
pensamiento. Ni siquiera al genio puede exigírsele ese salto en el tiempo. Sólo el
Marqués de Sade, anticipadamente, conoce y experimenta la gratuidad absoluta de la
voluntad, y esa adivinación es tan excepcional, que sólo ella potencia la figura
equívoca y la obra mediocre del inolvidable Marqués.
Es interesante, sí, el enfrentamiento entre Lorca y Cernuda. Desgajados de la
ortodoxia cívica por igual peculiaridad sexual, Cernuda permanece todavía esclavo de
ebookelo.com - Página 15
la sociedad durante toda una vida, precisamente por su necesidad de justificación
frente a esa sociedad que pretende despreciar. Lorca, en cambio, sociable y bien
avenido con todo el mundo, con el «todo Madrid», con la gente, está lejos de ella con
lejanía sideral por su limpia, pura y absoluta ignorancia de tales servidumbres, ya que
su conflicto personal se plantea a un nivel mucho más profundo, a un nivel que,
volviendo sobre la palabra tópica —no hay otra—, llamaremos existencial. Si la
existencia es anterior a la esencia, según la filosofía de curso legal y actual, tenemos
que Lorca vive en turbión de existencia, y Cernuda, en cambio, hace su poesía para
depurar esencias en soledad. Por eso es un poeta culto, posterior a la existencia. Por
eso es un poeta frío, aun con toda la candencia de su drama. Por eso parece, como
dijera Juan Ramón Jiménez con prodigioso alcance de crítico que va mucho más allá
de lo estilístico, «un poeta traducido del inglés». A Lorca le atormenta la vida, que es
manadero del hombre mismo. A Cernuda le atormenta la moral, que es una
superestructura culta, una puesta en limpio de la vida.
Este enfrentamiento de Federico García Lorca con el grupo insigne de su
generación nos lleva directamente al porqué de la universalidad del poeta, tan
abrumadora para todos los otros. Descontadas las razones obvias de lo político, lo
histórico, lo mítico —tan debatidas y enojosas—, parece indudable que Federico, de
más fuerte personalidad humana y artística que todos ellos, había de imponerse en
todos los sentidos y direcciones. Pero hay, yo creo, otro resorte de la universalidad de
nuestro poeta, que está por encima o por debajo de su genialidad. Y me refiero a su
españolismo.
España, un mito vagamente admirado y odiado en la historia de Europa y
América, se convierte modernamente en un país exótico. Queramos o no, somos el
exotismo de Europa. Interesamos como interesa el Japón. Tampoco hay necesidad de
explicar aquí este exotismo, cuyas razones están tanto en la geografía como en la
historia y a cualquiera se le alcanzan.
Y por eso, por exóticos, interesan en el mundo Cervantes, Goya y Lorca. Porque
saben a España, porque venden España. Hidalgos y bachilleres cervantinos, pueblo
abigarrado de Goya, gitanos y toreros de Lorca. Ésa es la España que tópicamente
interesa al resto de Occidente e incluso de Oriente.
Pero no nos rebelemos contra ese tópico. En primer lugar, porque es un tópico
culto, razonado, repensado continuamente en el mundo, y las verdades viven de eso,
de ser repensadas constantemente. Cervantistas, hispanistas, estudiosos del arte,
eruditos literarios, siguen fieles a estos nombres. Claro que hay en la Edad Media y
en el Renacimiento españoles una literatura de tanto sabor peninsular como la de
Cervantes, y aún más. Pero ahí está el secreto, en el «aún más». Mateo Alemán y
Fernando de Rojas —el propio Lope— son demasiado españoles: localistas.
Cervantes trasciende lo local a universalidad, según la vieja fórmula. Claro que hay
costumbristas de lo madrileño más costumbristas que Goya; pero Goya trasciende el
costumbrismo madrileño a universalidad, hace de las pobres meretrices del paseo del
ebookelo.com - Página 16
Prado encarnación misma del mal, y por eso llega a interesar tanto a Baudelaire, sólo
a Baudelaire, cuando expone sus dibujos en París. Y luego, modernamente, cuando el
color local se pierde y España quiere dejar de ser tan española para hacerse un poco o
un mucho europea, Lorca vuelve por los fueros de lo hispánico —de lo hispánico
trascendido—, y frente a sus contemporáneos y coetáneos en poesía y amistad —
Aleixandre y Cernuda, europeizantes; Gerardo Diego, surrealista al margen; Guillén,
intelectualizado; Alberti, localista—, inventa o reinventa la España trágica y tópica de
verdad.
El que bajo este tópico cultural haya un tópico trivializado de turista y souvenir,
que también ha contribuido a la difusión de Lorca, no quiere decir nada. La verdad
que intentamos probar es que España —para suerte o desgracia de los españoles—
sigue siendo un país exótico, y que Lorca no es famoso en el mundo sólo porque fue
fusilado durante la guerra civil —su propio fusilamiento es un típico «caso español»,
como la guerra civil misma—, sino además, y sobre todo, porque sabe a España,
porque —como ya hemos dicho— vende España. Porque es exótico. Y esto tanto en
el sentido más superficial y cinematográfico de la palabra como en el más profundo
que pueda proporcionarnos su semántica. Lorca es el nuevo poeta nacional,
continuador también en esto de Lope —es decir, en esto y en no mucho más (lirismo
dramático o dramatismo lírico, facilidad, etc.); nunca en lo esencial: Lorca es un
maldito y Lope sólo un pícaro—, y «tardará muchos años en nacer, si es que nace, un
andaluz tan rico de aventura».
A Lorca lo fusilaron en compañía de dos amigos suyos, uno de ellos betunero.
Aquel día Lorca llevaba un reloj de oro y un cinturón con hebilla también de oro.
Parece ser que les fusilaron de rodillas y por la espalda, disparándoles a la nuca.
Alguien se llevó el reloj de oro, pero nadie reparó en que la hebilla del cinturón era
asimismo de oro. Y esa hebilla, luciente y gastada, será la única señal que permita
afirmar un día, removiendo la tierra granadina: «Aquí está Federico.» Esa seña de
oro, refulgente y enterrada, es la que quisiéramos encontrar ahora, removiendo la
obra de García Lorca, como clave y dato precioso para poder decir: «Aquí está el
hombre.»
ebookelo.com - Página 17
2.—EL DUENDE
La clave del posible demonismo —o daimonismo, si es que la otra palabra
sobresalta demasiado— de Lorca está en «el duende». Federico García Lorca hace
pública confesión de su enduendamiento en la famosa conferencia Teoría y juego del
duende, donde la teoría es ya barroco telurismo imaginero, y el juego, peligroso juego
con la muerte misma. Porque no vale engañarse con esa minimización que el andaluz
hace del mal, del demonio, de los poderes inarmónicos, de lo fatal, llamándole a todo
ello duende. El duende es al demonio lo que el querubín al arcángel. El duende es al
mal lo que el ángel al bien. La palabra duende, el concepto duende, es como una
abreviatura, un diminutivo del mal, una caricatura que, de Andalucía para arriba,
queda incluso graciosa, regocijante, ingenua, como un dibujo animado. Así, cuando
se habla del «duende de la imprenta», ese que trama las más insalvables erratas. Pero
cuando un andaluz dice «duende», en cambio, está diciendo algo muy grave, muy
serio, muy hondo, que es exactamente lo que Federico entendía por tal y lo que trata
de elucidar —naturalmente, no lo consigue, no por falta de talento, sino por la
naturaleza inelucidable del propio duende— en su famosa conferencia. Todo el
poderoso tirón telúrico y nocturno de Andalucía lo ha resumido esa tierra en una
palabra y en un personaje o personajillo que a los no andaluces nos hace sonreír o nos
parece palabrería del Sur. Mas Lorca habla del duende como Baudelaire hablaba del
demonio: sabiendo que no existe tal personificación, pero que con ella se simboliza y
resume toda una mitad en sombra de la humanidad, la naturaleza y el mundo.
Cita Lorca en su conferencia —que glosamos aquí por lo que el duende tiene de
introducción y emblema del mundo lorquiano— una frase de Manuel Torres, «el
hombre de mayor cultura en la sangre», sobre Manuel de Falla, a quien acababa de
escuchar su Nocturno del Generalife: «Todo lo que tiene sonidos negros tiene
duende.» Sonidos negros. Lorca se entusiasma con ese hallazgo expresivo. Su poesía
está llena de sonidos negros. En el Lorca colorístico del tópico sólo manda, de
verdad, un color, que no es color: el negro. Él explica así los sonidos negros: «Son el
misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos
ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros
dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del
duende al hablar de Paganini diciendo que tiene un poder misterioso que todos
sienten y que ningún filósofo explica. Así, pues, el duende es un poder y no un obrar;
es un luchar y no un pensar.» Un poder y un luchar. No un obrar —un querer— ni un
pensar. Lorca niega todo fundamento racional al duende, al arte tal y como él lo
entiende, lo siente, lo sufre, lo ejecuta, y subraya, en cambio, el poder y el luchar: lo
irrazonado y lo conflictivo. Lo natural y lo dinámico. En su conferencia, Lorca está
haciendo, quizá sin saberlo, confesión general, poética íntima. Él será siempre un
artista de lo oscuro sin otro camino de comprensión y comunicación que el
conocimiento noético. Él está irremediablemente ligado a las potencias sin nombre.
ebookelo.com - Página 18
Él no pertenece a las esbeltas fuerzas de lo apolíneo, sino a la turbia élite de lo
dionisíaco.
Más adelante, en su conferencia, Federico distingue y diferencia al duende del
«demonio teológico de la duda» y del diablo católico, «destructor y poco inteligente».
La duda es razón y el diablo católico es, al fin y al cabo, un punto de referencia
moral, el punto de referencia negativo. Ni lo racional ni lo moral interesan a nuestro
poeta, según se evidencia en sus palabras y según habíamos anticipado en páginas
anteriores. Añade él mismo que «todo hombre, cada escala que sube en la torre de su
perfección —se refiere a la perfección artística— es a costa de la lucha que sostiene
con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa». El ángel, la
musa y el duende. El ángel, evangélico o renacentista, carece para Lorca de misterio.
La musa, alegórica y voluble, carece de entidad. Rehusando al ángel, Lorca rehúsa al
bien. La disyuntiva se establecería, en todo caso, entre la musa y el duende. Yo
pienso que la musa es la inspiración que viene de arriba y el duende es la inspiración
que viene de abajo, desde las plantas de los pies, como dirá el propio poeta citando a
un cantaor andaluz. Él desoye a la musa para entregarse al duende. «Ángel y musa
vienen de fuera», afirma. «Al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones
de la sangre.» El duende, en fin, es una borrachera de sí mismo: la forma más
evidente de lo demoníaco, aunque Lorca no lo diga en su conferencia ni lo dijera
nunca de modo tan expreso. (Tampoco a él le correspondía decirlo, ésa es la verdad.)
«La verdadera lucha es con el duende», dice y escribe el poeta en un solo renglón,
en punto y aparte, como estableciendo el lema de su vida y de su arte. Tanto como
decir que la verdadera lucha es con uno mismo. «Se saben los caminos para buscar a
Dios», añadirá. «Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Sólo se sabe que
quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce
geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises,
en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los
puños con horribles negros de betún.» El duende «viste con un traje verde de
saltimbanqui el cuerpo delicado de Rimbaud, o pone los ojos de pez muerto al conde
Lautréamont en la madrugada del boulevard». Ya no se trata sólo de Andalucía.
Lorca, en su conferencia, enduenda también a Goya, como habíamos previsto, y se
afilia implícitamente en la nómina de los malditos junto a Rimbaud y Lautréamont.
Todo tan explícito —y tan implícito, como acabamos de decir—, que ni siquiera
valdría la pena seguir con este libro para probar nuestra teoría, si no fuese tan
apasionante ejercicio el perseguir al Lorca maldito —al Lorca enduendado, si lo
preferís así— a través de su obra.
Cuando Lorca nos cuenta que «La Niña de los Peines» tuvo que beberse de un
trago un gran vaso de cazalla para conseguir cantar con duende en una inolvidable
farra flamenca, está ilustrando con la anécdota esa gran verdad de la provocación del
subconsciente que cualquier freudiano un poco aplicado puede razonar hoy —hasta
donde estas cosas son razonables— como adormecimiento de unos estímulos
ebookelo.com - Página 19
psíquicos e irritación de otros. De los últimos y más secretos e incontrolables. Y nos
dice Lorca de «La Niña de los Peines» en aquel trance: «Se tuvo que empobrecer de
facultades y de seguridades.» Es decir, tuvo que borrar el andamiaje consciente de su
oficio de cantaora, tuvo que descontrolarse para dar paso al otro yo —demoníaco por
desconocido y no por otra cosa— que todos llevamos dentro. De ese «yo» vivía,
quería vivir y vivió efectivamente el genial García Lorca. Cuando él se embriaga de
la cazalla de su propio ser —«prefiero embriagarme de mi propia lucidez», decía
André Gide—, es cuando escribe mejor que nunca y cuando descubrimos en él al
auténtico maldito, no en el sentido que una literatura burguesa haya podido dar a esta
palabra, sino en el más profundo y significativo.
En una distinción geográfica que coincide —gozosamente para nosotros— con la
que hacíamos al principio de este libro, antes de haber entrado en el estudio de la
conferencia sobre el duende (porque uno escribe las cosas de principio a final y no de
final a principio, que es el fácil truco de muchos teorizantes incapaces de arriesgarse
a lo que salga, cautos y aburridos), Lorca dice que Alemania tiene musa, Italia tiene
ángel y «España está en todo tiempo movida por el duende». Esto es casi lo mismo
que nuestra afirmación de que Andalucía es una tierra regida por lo daimónico. Más
adelante, el poeta-conferenciante identificará al duende con la muerte,
contradiciéndose a sí mismo, pues había querido presentar al duende anteriormente
como «alegrísimo demonio». Pero la alegría inicial de Federico, su optimismo de
primera impresión, que le engaña a él mismo, acaba por quitarse la careta y descubrir
la verdad. El duende, «alegrísimo demonio», es luego fuerza oscura en «La Niña de
los Peines»; en Goya y Rimbaud, es «sonido negro», y finalmente —para qué
engaños literarios—, es la muerte. La muerte, a cuyo vislumbre constante sobre la
tierra llamamos el mal. Duende y muerte se confunden, para Federico, en los
malditos y en los místicos. En los seres regidos por la más profunda sinrazón. En
aquellos que han conseguido descorrer los cortinajes convencionales de lo razonable
para hacer la representación en carne viva de su ser más ignorado.
La fiesta de los toros sirve a Federico para ejemplificar muy españolamente la
identidad entre el duende y la muerte. Y, finalmente, se pregunta: «¿Dónde está el
duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las
cabezas de los muertos…» En el barroco edificio imaginero de su conferencia,
Federico ha dejado bien claro o bien confuso —caóticamente evidente, como a él y al
tema le correspondían— que su filiación es la de enduendado. Ha dado fe pública de
su comunión con el misterio, con lo ingobernable, con eso que para entendernos
llamamos el mal, por encima o por debajo de conceptos morales. Desmontada toda la
bella y erudita imaginería de su conferencia, lo que nos queda es un dramático
manifiesto personal que le deja definitivamente —cómo no se ha visto hasta ahora
entre tanta visión esteticista del personaje— del lado del misterio y la negación: «La
verdadera lucha es con el duende.»
Ha quedado claro, me parece, que lo que Federico entiende por provocación del
ebookelo.com - Página 20
duende, al que hay que despertar «en las últimas habitaciones de la sangre», no es
sino el desdoblamiento de personalidad característico del estado luciferino. Ese
desdoblamiento que tanto obsesionaba a Baudelaire a efectos de contemplarse a sí
mismo viviendo, poseyendo a una mujer, creando. Dice Kierkegaard que la angustia
nace, en el trance sexual, de que el espíritu se ve obligado a asistir a algo en lo que no
participa, a la apoteosis de lo meramente instintivo. Juan Ramón Jiménez ha puesto
esta angustia en unos versos sobrecogedores, que expresan meridianamente el
fenómeno del desdoblamiento (qué incomprendido hoy, por la irresponsabilidad que
se cree más responsable, el inagotable Juan Ramón):
¡Qué extraños
los dos con nuestro instinto!
De pronto,
somos cuatro.
ebookelo.com - Página 21
Y mi alma volvió a mí diciendo:
En ti sólo están cielo e infierno.
García Lorca, provocador del duende o provocado por él, vivirá en casi continuo
desdoblamiento artístico y humano. Por eso es un desgarrado interior, por eso es
genial, por eso nos atrevemos a decir que es un verdadero poeta maldito. Y por eso
hemos elegido ahora aquellos versos suyos —entre tantos, reveladores— donde el
desdoblamiento se hace evidente, consciente para él —que quizá no siempre lo fue de
esta trágica dualidad—, cuando se extraña de su propio nombre y, desde los reinos
interiores del duende, contempla perplejo al yo externo perdido entre el paisaje, en la
naturaleza:
ebookelo.com - Página 22
3.—LIBRO DE POEMAS
En su poética De viva voz a Gerardo Diego, Federico confiesa: «… si es verdad
que soy poeta por la gracia de Dios —o del demonio—…» La breve poética de Lorca
se resume en una confesada ignorancia acerca de lo que sea la propia poesía, aun
reconociéndose bastante ciencia sobre la poesía en general y sobre el modo de hacer
un poema. Pero la nota fuerte de sus líneas, la frase definitoria de lo que se abstiene él
de definir, está en esa dualidad —«por la gracia de Dios o del demonio»—, aunque
en el momento de escribirlo no lo advierta así. Sabe que se puede ser poeta por la
gracia del demonio. También por la gracia del demonio. Como por la gracia de Dios.
O por las dos gracias. Le ha faltado decir que precisamente se es poeta —la clase de
poeta que él es— por la dualidad y el conflicto, ya que también el bien estará presente
siempre en el decididamente abocado al mal, y viceversa, pues sin esa bipolaridad,
sin ese punto de referencia antípoda no habría bien ni mal. Todo sería uno y nada.
(Advierto una vez más que esta terminología de «bien» y «mal», «pecado», etc., está
tomada de la moral no como valor entendido, sino para entendernos, ya que los
conceptos van referidos a realidades de la naturaleza y no a valores de la ética.)
El Libro de poemas data de 1921 y es todo él un libro adolescente, diríamos,
ingenuo e incluso torpe dentro de su abundante imaginería, más ingeniosa que
poética. La monocorde tristeza que le traspasa no puede servirnos como alegato a
favor de nuestra teoría, pues que se trata de la obstinada melancolía tópica de la
primera juventud, como el propio poeta reconoce en alguno de los poemas. Sin
embargo, cuando tenemos en la mano la obra completa de Lorca y vemos cómo
evolucionó esa vaga melancolía hacia un intenso dramatismo, sí podemos creer que
había en ella algo más que histerismo adolescente, ese histerismo que tanto se parece
al que cerrará el ciclo vital, al histerismo de la madurez en ambos sexos, de la
menopausia en la mujer, porque la criatura humana vive sus años máximos entre dos
histerias.
Aparte de la constante nota negativa —ingenuamente negativa—, la obra —
postmodernista, postrubeniana, postbecqueriana a veces, postvalleinclanesca otras,
vagamente juanramoniana— presenta algunos poemas donde lo que luego va a ser el
poeta —afinidades y conducta— se manifiesta con juvenil explicitud. En Los
encuentros de un caracol aventurero, segunda composición del libro, una rana vieja
dice ya:
ebookelo.com - Página 23
Lorca, tristísimo en todo el libro —lo que sí sirve para desmentir el inexplicable
tópico de su colorismo, que no es sino artístico—, aprovecha esta fábula de aire
infantil para erigirse en un anti-Samaniego que hace decir a los animales su propio
sentir agnóstico. Ni siquiera en estos juegos de animales parlantes, escritos como para
colegiales, ha podido él prescindir de lo que tan hondamente empezaba a germinarle.
Poeta para niños se le ha llamado algunas veces, refiriéndose a cierta parte de su obra
y por lo que hay siempre en él de capacidad de ternura y minimización. Poeta para
niños sin corazón, le llamaría yo, tomando un título de Juan Ramón Jiménez. Poema
adelante, la rana vieja y una compañera suya, tras haberle predicado fe al caracol
aventurero, se confiesan a sí mismas que carecen de esa fe, y luego se conmueven
recordando cómo las ranas jóvenes croan a Dios, con lo que la religiosidad se reduce
a un valor puramente sentimental. Luego, el caracol se encuentra con unas hormigas
que maltratan a otra porque dice haber visto las estrellas. «El trabajo es tu ley», la
apostrofan las otras hormigas, que nunca han oído hablar de estrellas. Y el caracol,
tras este episodio, reflexiona con reflexión del propio poeta:
Blanca tortuga,
luna dormida,
¡qué lentamente
caminas!
Cerrando un párpado
de sombras, miras
cual arqueológica
pupila.
Que quizá sea…
(Satán es tuerto)
una reliquia.
Viva lección
ebookelo.com - Página 24
para anarquistas.
Jehová acostumbra
sembrar su finca
con ojos muertos
y cabecitas
de sus contrarias
milicias.
Gobierna rígido
la faz divina
con su turbante
de niebla fría,
poniendo dulces
astros sin vida
al rubio cuervo
del día.
Por eso, luna,
¡luna dormida!,
vas protestando,
seca de brisas,
del gran abuso
la tiranía
de ese Jehová
que os encamina
por una senda,
¡siempre la misma!,
mientras él goza
en compañía
de Doña Muerte,
que es su querida…
Blanca tortuga,
luna dormida,
casta Verónica
del sol que limpias
en el ocaso
su faz rojiza.
Ten esperanza,
muerta pulida,
que el Gran Lenín
de tu campiña
será la Osa
Mayor, la arisca
fiera del cielo,
que irá tranquila
a dar su abrazo
de despedida
al viejo enorme
de los seis días.
Y entonces, luna
blanca, vendría
el puro reino
de la ceniza.
ebookelo.com - Página 25
Con algo verleniano en la música, este poema descubre el caos intelectual del
joven poeta, que toma a la luna, de modo muy original, como víctima y enseña en la
lucha y la rebeldía contra «el viejo enorme de los seis días». Mezcla a Satán con
Lenín y finalmente se declara nihilista, entre paréntesis. Todo demasiado inmaturo —
incluso en la forma— como para que lo aprovechemos a favor de nuestra teoría. Pero
ahí queda con su valor significativo, germinativo, de lo que luego va a ser Lorca.
Pensemos, por otra parte, que lo blasfematorio, sin otra dimensión más profunda,
estaba de moda entre los jóvenes rebeldes de los años veinte, como influjo tardío de
la poesía maldita francesa. Así, en un poema al silencio, leemos:
Si Jehová se ha dormido,
sube al trono brillante,
quiébrale en su cabeza
un lucero apagado,
y acaba seriamente
con la música eterna…
Todo esto no tendría ningún valor en sí mismo si no hubiera ido a más en la obra
y el hombre. A más o a menos, porque lo que ahora es rebeldía y juvenilidad,
palabrota de señorito, se tornará luego indiferencia, desconocimiento, alejamiento. Ni
agnosticismo ni nihilismo. El Lorca de después, el Lorca verdadero, lejos de cantar la
nada (el silencio, la luna) como un ideal romántico, se entregará al todo de la creación
caótica. Bien saben los proselitistas de lo que sea que es peor que un rebelde un
indiferente. Lorca, más que indiferente, será al fin un poseso de lo otro, un místico a
la inversa. Ahora le vemos pasar apasionado por la inevitable fase de las pedradas al
cristal del cielo, esos cristales «tras los que nadie escucha el rumor de la vida», según
verso de su afín Vicente Aleixandre.
Como dato de la influencia primera de los malditos en Lorca —ejercida a través
de Rubén, quizá—, encontramos en este libro frecuentes emparentamientos de este
tipo:
ebookelo.com - Página 26
que tanto, tanto lo hirieron,
y si acaso tienes pico,
móndale su corteza
de hastío.
Dime, Señor,
¡Dios mío!
¿Nos hundes en la sombra
del abismo?
¿Somos pájaros ciegos
sin nidos?
La luz se va apagando.
¿Y el aceite divino?
Las olas agonizan.
¿Has querido
jugar como si fuéramos
ebookelo.com - Página 27
soldaditos?
Dime, Señor,
¡Dios mío!
¿No llega el dolor nuestro
a tus oídos?
¿No han hecho las blasfemias
Babeles sin ladrillos
para herirte, o te gustan
los gritos?
¿Estás sordo? ¿Estás ciego?
¿O eres bizco
de espíritu
y ves el alma humana
con tonos invertidos?
ebookelo.com - Página 28
otro camino. Prólogo es un padrenuestro y un credo. Los últimos de Federico García
Lorca. El padrenuestro y el credo de un maldito. Todos los malditos han pasado por
esa etapa blasfematoria, e incluso algunos no la superaron nunca, como el propio
Baudelaire y, en parte, Rimbaud. Pero la blasfemia, como sabemos, es todavía una
forma de oración. Por eso se nos hace ingenuo y nos mueve a la sonrisa el poema
comentado, aun sabiendo que es un poema clave en la evolución moral del autor.
Otro instrumento es quien tira de los sentidos peores, diremos parafraseando al
clásico.
Otro instrumento es quien tira de los sentidos peores —o mejores— de Federico
García Lorca. Sus blasfemias tienen la fuerza de que todavía son oraciones. Sus
oraciones tienen el valor, la sinceridad de que son ya blasfemias. Mas él en seguida
estará tan lejos de la oración como de la blasfemia. Su reino es de otro mundo, del
mundo del mal, y por eso esta última apelación al bien nos conmueve, como nos
conmueven siempre los niños en sus rebeldías. Ya lo dijo Jean Cocteau, ese falso
maldito: «¿Qué sería de los niños sin la desobediencia?» Lorca, en el poema Prólogo,
no es todavía un maldito. Es sólo un desobediente.
Mar, fechado en abril de 1919, nos presenta nuevamente la dualidad Bien-Mal,
cielo-infierno, Cristo-Satán, con ese compadecimiento por el ángel caído tan
característico de románticos y malditos, y que Souvirón ha estudiado detenidamente
en su libro El príncipe de este siglo. Ahora, el mar es el ángel caído, el cielo caído,
frente al cielo verdadero, el que está arriba:
El mar es
el Lucifer del azul.
El cielo caído
por querer ser la luz.
¡Pobre mar condenado
a eterno movimiento…!
[…]
Aguanta tu sufrir,
formidable Satán.
Cristo anduvo por ti,
mas también lo hizo Pan.
La estrella Venus es
la armonía del mundo.
¡Calle el Eclesiastés!
Venus es lo profundo
del alma…
… Y el hombre miserable
es un ángel caído.
La tierra es el probable
Paraíso perdido.
He aquí otra profesión de fe terrestre por parte del poeta. Todavía se mueve en la
ebookelo.com - Página 29
dualidad Bien-Mal, pero ya parece haber optado —puerilmente, prematuramente—
por este último. Ritmo de otoño, de 1920, es una bella búsqueda del ideal, que va
remontándose de unos estratos en otros de la naturaleza y de la vida, hasta que es sólo
la esperanza la que puede responder a los corazones humanos: «Vosotros me
inventasteis, corazones.» «¡Dios mío!», exclama el poeta, desolado. Y en seguida se
pregunta: «Pero, Dios mío, ¿a quién? / ¿Quién es, Dios mío?» Por fin, el libro se
cierra con un poema, El macho cabrío, de 1919, que es ya un decidido y significativo
canto a los poderes oscuros que portarán por siempre al poeta:
… yo miro
al gran macho cabrío.
¡Cuántos encantos
tiene tu barba,
tu frente ancha,
rudo Don Juan!
¡Qué gran acento el de tu mirada
mefistofélica
y pasional!
¡Machos cabríos!
[…]
ebookelo.com - Página 30
Rubén y Valle-Inclán en la forma y en el tema. Pero bien sabemos que las
influencias no son sino afinidades. El opaco mimetiza. El traslúcido se influye, deja
pasar la luz a través de sí. Federico García Lorca ha elegido maestros, pero no sólo
maestros, sino también temas; pero no sólo temas, sino también actitud y camino en
su obra. Poco se ha hablado, creo yo, de esta primera influencia de Rubén y Valle en
el Lorca prematuro. En todo caso, Rubén es un posible poeta maldito —complejo
familiar y de raza, complejo de feo, furor sexual y dipsomanía, verlenismo, angustia
económica, desdoblamiento perpetuo entre lo apolíneo y lo dionisíaco—, que se
frustra como tal maldito para lograrse —o malograrse— como embajador. En cuanto
a Valle, su filiación con los malditos ya ha quedado apuntada en este libro. Los
tocados del don de la obviedad dirán que el poema al macho cabrío, por su evidente
influencia modernista, no prueba nada. Pero es precisamente la influencia lo que lo
prueba todo. ¿Por qué esas influencias y no otras? Por sus influencias los conoceréis.
Hay que suponer que el Lorca de esos años —el poema, como acabamos de fijar, está
fechado en el año 19— había leído a alguien más que Rubén y Valle.
«Yo no soy más que mi gran herencia», dijo Goethe. Todo artista, incluso el más
proyectado hacia el futuro, vive de recapitular sobre el arte anterior. Pero a cada
hombre se le destina naturalmente un mandado en la herencia general de la cultura.
Lorca no hace sino tomar el suyo. La influencia artística, ideológica o humana sólo se
explica por afinidad. El hombre tiene una receptividad intensa y limitada, tanto en lo
sensorial como en lo psicológico. Y esta limitación es precisamente la que selecciona.
Al ser humano sólo le conforma aquello que asimila. Lo demás le será siempre ajeno,
aun cuando su voluntad o su conciencia se distiendan hacia ello. Porque hay en
nosotros algo mucho más efectivo, fecundo, actuante, que la voluntad, y de signo
exactamente contrario a ésta. Y es la receptividad. El hombre, animal receptivo, debe
a esta condición la mayor y mejor parte de sus conquistas, aunque la vanidad de la
especie le haga creer que las ha logrado por la voluntad.
Federico García Lorca, ser excepcionalmente receptivo, se ha quedado con los
poetas del mal cercanos y lejanos. Esto no necesita más explicación. Su Libro de
poemas se cierra con el que acabamos de releer en parte. Un hombre precoz, un
genio, no elige alegremente al macho cabrío como emblema de su destino. Porque
Federico tampoco era un voluble, como su leyenda de colores nos le ha presentado en
parte, sino un hombre y un escritor reincidente, insistente, fijo siempre en los mismos
y obsesionantes temas: el sexo y la muerte. «Sexo y muerte en García Lorca», podría
haberse titulado también este libro. Muerte y sexo son los elementos esenciales de
una obra que vista en panorama parece tan varia. O quizá, ni siquiera se trate de esos
dos temas, sino de un tercero, misterioso y sin nombre, que es la resultante de ambos.
ebookelo.com - Página 31
4.—POEMA DEL CANTE JONDO
Voluntariedad y receptividad. La voluntariedad es activa y la receptividad es
pasiva. La voluntariedad, en todo caso, trabaja sobre los materiales acopiados por la
receptividad. Y cuando la voluntariedad quiere echarse por delante, sus mejores
hallazgos no le pertenecen a ella misma, sino a la receptividad, radar del ser. No a
otra cosa se refiere Federico —criatura tan receptiva—, no a otra cosa que a la
voluntariedad, cuando dice que la inspiración «ha de cogerle trabajando».
La inspiración puede ser —es— la receptividad. No siempre se encuentra la
criatura en estado de receptividad, y por eso debe contar con la voluntariedad, con el
trabajo, para que el estado de receptividad, la inspiración, le sorprenda a uno
trabajando. Para que los hallazgos de esa receptividad puedan ser aprovechados y no
se queden en un vago enriquecimiento del ser, subjetivo y sin fruto. La receptividad
fructifica por la voluntariedad.
La receptividad de García Lorca, mal entendida, nos ha llevado a confundir esta
receptividad con otra cosa, a tomarla por volubilidad. Lorca es muy receptivo para la
música, para la poesía, para la pintura, para el teatro, para la recitación… Luego
Lorca es voluble. Y aquí germina la leyenda de amateurismo, de señoritismo, de
diletantismo, que más ha dañado a un entendimiento profundo del poeta.
No. Lorca no es voluble. Y tampoco importaría demasiado que lo fuese, a efectos
de su genialidad. Pero tratamos ahora de desmontar el tópico, y por eso hay que
insistir en este punto y diferenciar receptividad de volubilidad, porque esta última,
insoportable en los tontos, tolerable en el genio, ha perjudicado mucho, como
acabamos de decir, al clisé de García Lorca. Hasta el punto de que, puestos a entender
al poeta como posible maldito —no trataremos de absolutizar nada en este libro—, el
primer y más grave inconveniente que encontramos para desarrollar nuestra teoría es
esa leyenda tonta, superficial, de la versatilidad o variabilidad de su espíritu. Lorca,
dotado de la máxima receptividad artística y humana, cuenta, para salvarse de la
posible volubilidad que acarrean las muchas gracias personales, con la voluntariedad:
él es un gran trabajador. Y trabajador casi exclusivamente —salvo esparcimientos
estéticos menores que en cualquier otro pueden encontrarse (quizá lo que ocurre es
que él tenía varios violines de Ingres en lugar de uno solo)— en una dirección.
Porque ya hemos dicho que la receptividad del ser humano es intensa y limitada.
El hombre de receptividad poco intensa es, sin más, el mediocre. El hombre de
receptividad intensa y extensa —aunque también limitada, naturalmente— es Goethe.
La receptividad de Federico García Lorca, por naturalmente limitada, por
humanamente limitada, se concentra, a medida que en él se va cumpliendo el proceso
heideggeriano de individuación, en un sentido único: la dualidad sexo-muerte.
Incluso los elementos externos, formales, ambivalentes, para el desarrollo artístico
del monotema, van restringiéndose en él. Renuncia al fácil préstamo mitológico. Ya
no volverá a hablar de Pan y de Dionisios. Tampoco vuelve a apelar casi nunca a la
ebookelo.com - Página 32
nomenclatura bíblica, evangélica, escriturística, religiosa, cristiana o católica. No
necesita hablar de Pan porque se ha hecho honda e insalvablemente panteísta. No
necesita hablar de Satán porque vive y escribe exclusivamente en la órbita secreta e
implícita —quizá ignorada por él mismo— del satanismo. Desprovisto de saberes,
como nos contaba él de «La Niña de los Peines», le basta, para convocar al duende,
con su Andalucía y su gente. Con su mundo y su tierra. Con lo más inmediato y
profundo.
Y nace el Poema del cante jondo. Todas las fuerzas oscuras que él había invocado
en su libro anterior están ahí, en los desmontes de Granada. Para qué buscarlas lejos,
en otros autores, en otras culturas, en otras épocas, en otros motivos. Poema del cante
jondo está fechado en 1921. Sus primeras composiciones nos introducen ya en una
visión ensombrecida y dramática del paisaje andaluz, tan contrastante con la
Andalucía malva, rosa y moguereña del Platero, por ejemplo.
En el muy conocido poema La guitarra se funden paisaje y espíritu, clima y
sentimiento:
Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.
ebookelo.com - Página 33
Si la rima se apoya en la memoria, la reiteración también lo hace, pero más
violentamente, casi enojosamente, hasta que ese enojo producido en el lector, a quien
se le obliga a leer y releer intermitentemente una misma cosa, tiene en sí la misma
sensación exasperada que el poeta al escribir. O, cuando menos, una exasperación
paralela, pues el arte ha de actuar casi siempre por paralelismo o suplantación.
La rima halaga a la memoria. La reiteración hiere a la memoria. He aquí la
diferencia. La rima para agradar. La reiteración para irritar. La rima para el madrigal
y la reiteración para la elegía. Esto debía saberlo bien García Lorca, que escribe sus
grandes poemas elegíacos —a Sánchez Mejías— apuntándolos en la reiteración.
La guitarra es un poema con duende o una descripción de cómo la guitarra
invoca o convoca al duende. La guitarra «llora por cosas lejanas», por «el primer
pájaro muerto sobre la rama», que bien puede ser la víctima inocente que exige todo
ritual demoníaco, todo esoterismo. Finalmente, los dos versos que cierran el poema
—«Corazón malherido / por cinco espadas»— nos recuerdan en su imagen las
Vírgenes de los Cuchillos, de las Angustias, de las procesiones castellanas y
andaluzas, con lo que el poema cobra trasunto de saeta. Pero observemos cuán
transmutada y lejana está ya la visión religiosa, inevitable, sin embargo, como
impacto estético, en el indígena de una tierra tan procesional como Andalucía.
Los poemas siguientes continúan ese paisajismo siniestro, visión insólita de una
Andalucía solar: «Las gentes de las cuevas / asoman sus velones.» «Entre mariposas
negras, / va una muchacha morena / junto a una blanca serpiente / de niebla.» «Unas
muchachas ciegas / preguntan a la luna, / y por el aire ascienden / espirales de llanto.»
«Sólo queda / el desierto.» «Tierra / vieja / del candil / y la pena. / Tierra / de las
hondas cisternas. / Tierra / de la muerte sin ojos / y las flechas.» «¡Oh pueblo perdido
/ en la Andalucía del llanto!» «El puñal / entra en el corazón / como la reja del arado /
en el yermo.» «La calle / tiene un temblor / de cuerda / en tensión.» «El grito deja en
el viento / una sombra de ciprés.» O esos tres versos finales del poema Sorpresa, con
sus tres «ques» reiterativos, populares, flamencos, andalucísimos y, en este caso,
dramáticos:
ebookelo.com - Página 34
costumbrista.) En el Gráfico de la Petenera esta visión exasperada de Andalucía llega
a su paroxismo:
La guitarra,
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas
se escapa por su boca
redonda.
O Muerte de la Petenera:
Estos poemas están alternados con otros de erotismo menos trágico, aunque
siempre reteñido por la pena. En las Viñetas flamencas, dice de Franconetti que su
voz «abría el azogue de los espejos», y de Juan Breva que, «como Homero, cantó
ciego». En Café cantante, La Parrala «sostiene una conversación con la muerte». En
Lamentación de la muerte dice: «Vine a este mundo con ojos / y me voy sin ellos.»
En Conjuro juegan el as de bastos y las tijeras en cruz. (La tentación por el satanismo
se hace expresa en este poema.) Casi todas las composiciones de este libro hablan de
la muerte. Hay una que se titula Memento. En Malagueña:
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
ebookelo.com - Página 35
de la taberna.
En Barrio de Córdoba: «Hay una niña muerta / con una rosa encamada / oculta en
la cabellera.» Cuando la Carmen baila por las calles, «en su cabeza se enrosca / una
serpiente amarilla». En Candil, la llama se asoma «a los ojos redondos / del gitanillo
muerto».
El repaso necrófilo a la temática de este libro nos parece necesario y revelador. Si
efectivamente Andalucía vive de lo oscuro y de la muerte, y esto sólo supo verlo
Federico, o lo vio y lo dijo antes o mejor que nadie, consideremos también el
fenómeno inverso: hasta qué punto el poeta se hace su Andalucía, hace Andalucía así.
Hemos escrito anteriormente en este libro que Andalucía, entre tanta luz, vive de la
sombra. Pero todos los conceptos son conceptos de ida y vuelta y todas las verdades
deben examinarse del derecho y del revés. Andalucía es trágica, en efecto. Pero,
sobre todo, la Andalucía de Federico. Federico es el gran trágico que ve así
Andalucía. No la falsea, por supuesto, mas proyecta sobre ella su propio sentir, o bien
es su receptividad para lo trágico la que le empapa de un intraandalucismo que había
quedado inédito en otros poetas. Pensemos que tan verdadera y esencial —y
decorativa— es la Andalucía de Juan Ramón como la de Lorca. Y, sin embargo, qué
distintas. Qué melancólica, pero qué sin drama, la Andalucía juanramoniana. Quiere
decirse que no se trata de dos Andalucías diferentes, sino que, en esto como en todo,
habrá tantas Andalucías como poetas. Conclusión perogrullesca que nos sirve para
obtener la clave misma de la Andalucía trágica. Y la clave es el propio Federico. El
drama es él, está en él. Esa verdad le ha sido dada sólo a él, o él la ha hecho
verdadera (porque las verdades no lo son hasta que alguien las piensa o las siente).
Luego todo este juego con la muerte del Poema del cante jondo no es mero
paisajismo esteticista, sino expresión de un hombre que ha utilizado la tierra como
metáfora para decir su secreto.
Escena del teniente coronel de la Guardia Civil en el cuarto de banderas es un
diálogo que anticipa ya el Romancero gitano, la rebeldía lírica de García Lorca contra
los poderes establecidos, su poética subversión. La adhesión de Lorca a las «gentes
siniestras» de su tierra, frente a las gentes de orden, implícita en todo lo anterior, se
hace expresa en este diálogo, y es, más que una adhesión social o política, la
característica adhesión del maldito a las víctimas de la sociedad, a los parias, por lo
que tiene de secretamente común con ellos y por lo que esta actitud supone de
enfrentamiento a una sociedad en la que no está dispuesto a participar. Ya hemos
diferenciado anteriormente el anarquismo de los anarquistas del de los poetas líricos,
pero hay momentos en que, naturalmente, ambas anarquías se confunden y hermanan
por lo que el anarquista tiene de idealista poético y lo que el poeta tiene de anarquista
ideal. He aquí un fragmento de la Escena:
TENIENTE CORONEL
ebookelo.com - Página 36
Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil.
GITANO
Sí.
TENIENTE CORONEL
¿Tú quién eres?
GITANO
Un gitano.
TENIENTE CORONEL
¿Y qué es un gitano?
GITANO
Cualquier cosa.
TENIENTE CORONEL
¿Cómo te llamas?
GITANO
Eso.
TENIENTE CORONEL
¿Qué dices?
GITANO
Gitano.
SARGENTO
Me lo encontré y lo he traído.
TENIENTE CORONEL
¿Dónde estabas?
GITANO
En el puente de los ríos.
TENIENTE CORONEL
Pero ¿de qué ríos?
GITANO
De todos los ríos.
TENIENTE CORONEL
¿Y qué hacías allí?
GITANO
Una torre de canela.
ebookelo.com - Página 37
recamado de soberana estética no nos autoriza a quedarnos en el mero esteticismo.
Cantor de tres grandes razas proscritas o malditas, he llamado a Lorca en el comienzo
de este libro. Cantor, hasta ahora, de las «gentes siniestras». Pero ya no sólo cantor, a
partir de este momento, sino también defensor. Porque no hay sólo un mundo oscuro
que vive de su propia pena, sino que hay también —acabamos de descubrirlo— un
enemigo, un represor, un causante, quizá, de esa pena. Bien entendido que, Como en
su momento quedó subrayado, el inconformismo político y social de un maldito no es
sino coincidente con otro inconformismo mucho más profundo, existencial, que es el
que le hace tan maldito.
En cuanto a la técnica y al diálogo de la escena comentada, en ella está ya bien
evidente el Lorca dramaturgo con su capacidad de poetizar la realidad directa sin
restarle virulencia. Y con un sentido del absurdo poético que empezaba a ser
vanguardia por aquellos años, tuvo cultivador asiduo, entre nosotros, con Alejandro
Casona, y subsiste todavía, como máximo recurso de la dialéctica teatral, en Ionesco
y todo el teatro de ahora mismo. (Lorca, pues, influido o no por su momento, es un
precursor también en este sentido, como en tantas otras cosas. Como lo es siempre el
genio.) El poder no tiene otra dialéctica que la lógica mostrenca y su fuerza bruta de
opresor. El oprimido no tiene otra respuesta que un vago lirismo desconcertante. Esto
no es así en la realidad —al menos en lo que se refiere al pueblo—, pero ocurre que,
en el diálogo entre contrarios, el poeta habla con la voz del pueblo o presta a éste su
voz para expresarse, ya que el pueblo no tiene voz, y de esta mecánica resulta un
falseamiento que nos ha llevado muy lejos. Empezamos por poetizar el lenguaje del
pueblo infundiéndole nuestro propio lenguaje, pero de ahí hemos pasado a poetizar al
pueblo mismo, y éste es el gran sofisma de todo el teatro y toda la literatura social,
que, aun estando tan cargados de razón, dejan siempre, incluso en el más adicto, un
mal regusto sofístico. El pueblo es realidad, como lo es la minoría opresora; mas el
artista, al operar sobre ellos, se encarna, naturalmente, en el pueblo, con lo que,
tratando de defenderle, le falsea, e inutiliza así, en parte, su alegato. Lorca, anterior
todavía a esta degeneración del fenómeno, opera en sus comienzos, y por eso su
dialéctica es válida social y artísticamente.
A la escena estudiada sigue el Diálogo del Amargo, entre un joven al que llaman
así y un misterioso jinete que le ofrece cuchillos de oro y le invita a montar en su
caballo para llegar a Granada. El diálogo es nocturno, poético y macabro. Lorca juega
aquí el clima de pesadilla en que luego será maestro —anticipemos el recuerdo del
Romancero sonámbulo—, insiste en una temática que tiene algo de onírico: la
imposibilidad de llegar a algún sitio adonde se quiere ir, se necesita ir, se está yendo y
nunca se llega. Aquí es Granada; en la famosa Canción del jinete es Córdoba:
ebookelo.com - Página 38
La muerte dentro del sueño, o el sueño como única vida posible en la muerte, se
reiteran en Lorca. La presencia de la muerte es tan obsesiva en su obra que sólo ella
basta para desmentir todo el colorín pseudolorquiano. Por la Canción de la madre del
Amargo, posterior al misterioso diálogo, nos enteramos de lo que ya sabíamos: que el
jinete ha matado al mozo con un cuchillo de oro:
ebookelo.com - Página 39
5.—PRIMERAS CANCIONES
Data este libro de 1922. Se trata de una breve colección de poemas, casi todos
ellos fieles al título general de «canciones». En este libro menor podemos captar otra
faceta —menor también— del receptivo Lorca. A saber: su receptividad para lo
femenino y lo infantil. Lo que vamos a llamar pansexualismo de Lorca le posibilita la
comprensión e interpretación de la sensibilidad femenina. Su ternura, su infantilismo,
pueden ser un derivado de esta receptividad femenina o de lo femenino. En cualquier
caso, tal faceta lorquiana, tan contrastante con la suya predominante de trágico y
hasta maldito, cuaja en dos fórmulas artísticas, estéticas, expresivas, que son
minimización y primor.
Si remontamos la receptividad femenina del poeta —coexistente en él con su gran
receptividad trágica, orgiástica, dionisíaca, fáunica e incluso fáustica (tan masculina
esta última)— a pansexualismo, tendremos ya explicada la dualidad, tendremos
explicado el contraste, que deja así de serlo. El Lorca más fuerte, más dramático, más
varonil, tiene siempre un toque de minimización y primor, un toque femenino; por
ejemplo, en el poema Lamentación de la muerte, del Poema del cante jondo, que se
abre con un estribillo y dos estrofas dramáticas:
Limoncito amarillo,
limonero.
Echad los limoncitos
al viento.
ebookelo.com - Página 40
sabemos que la naturaleza femenina es más naturaleza. De modo que ese feminismo
genérico de lo andaluz —vigente incluso en la más viril peripecia andaluza, el toreo
—, se da en Federico García Lorca con caracteres muy peculiares, recogido por su
excepcional receptividad (palabra que prefiero, como se habrá observado, a
sensibilidad, porque dice más y lo dice menos tópicamente), y potenciado por su
singular, poderoso pansexualismo.
Pero en Primeras canciones apenas hay contraste, apenas hay dualidad. Apenas
hay homosexualidad poética, por decirlo así, ya que se trata de un libro de la
minimización y el primor. De un libro femenino, pero femenino como puede hacerlo
un hombre, pues bien sabemos que las mujeres más mujeres pueden tener «noches de
capitán», como dijo un escritor español, y, por otra parte, cuando una mujer escribe
en mujer, lo que sale es otra cosa. Primeras canciones es lo femenino de un hombre,
no lo femenino de una fémina. Y queda así cancelado el posible acento peyorativo
que el juicio de esta obra nos merece. He aquí una de sus canciones, la titulada
Primera página, que el poeta dedica «A Isabel Clara, mi ahijada»:
Fuente.
Cielo.
¡Oh, cómo el trigo
es tierno!
Cielo.
Fuente.
¡Oh, cómo el trigo
es verde!
ebookelo.com - Página 41
resulten hoy inevitablemente convencionales, que esto ya es otra cuestión.)
Minimización y primor, dos constantes externas de lo andaluz y de García Lorca.
Dos constantes externas que quizá tienen manaderos muy hondos, ya lo hemos
apuntado, en Andalucía y en su poeta.
En las páginas finales de este libro encontramos el magnífico soneto Adán y dos o
tres poemas donde vuelve a ahondarse la vena poética, perdiendo su luminosidad de
canción. Canción, exactamente, se titula la composición final, por la que vuelan dos
palomas misteriosas que a su vez son el sol y la luna:
Todo el poema, por el que el poeta camina «con la tierra a la cintura», tiene una
evidente calidad onírica. Otra vez el sueño como ámbito de las adivinaciones de la
muerte. La muerte dentro del sueño.
Esta capacidad de Lorca para galvanizar los sueños es reveladora de su vivir entre
dos aguas, entre la realidad y el misterio. «Entre el vivir y el soñar / hay una tercera
cosa. / Adivínala», dijo Antonio Machado, a veces brujo también, por andaluz. De
esa tercera cosa, en esa tercera cosa vive García Lorca, siempre entre el vivir y el
soñar.
Lo onírico es la única puerta del infierno. Y no es preciso provocarlo mediante la
droga o el alcohol. Cuántas veces el sueño nuestro de cada noche nos supone una
auténtica temporada infernal… El viaje inverso, el traer los sueños a la vida, el
ponerlos en pie mágicamente, como lo hace Lorca, es ya don de la ebriedad
dionisíaca, capacidad de hombre que vive muy en contacto con las telas viscosas de
lo subconsciente.
Este continuo comercio del poeta García Lorca con la muerte y con el sueño es
tan revelador de su naturaleza anfibia, que sólo la banalidad o la cazurrería crítica han
podido ignorarlo, deslumbradas por lo que hemos llamado el «colorín
pseudolorquiano» (en el que, por cierto, y como ya hemos visto, hay también mucho
ebookelo.com - Página 42
que averiguar respecto de su oscuro origen). Queramos o no, Lorca es un poeta «con
la tierra a la cintura». Empantanado siempre en todos los subsuelos de la naturaleza y
el ser.
ebookelo.com - Página 43
6.—DESDOBLAMIENTO Y PERSONALIDAD
Empantanado en todos los subsuelos de la vida y el ser. No es una mera frase
literaria, aunque bien sé que tampoco se corresponde exactamente con la biografía
externa del poeta. Ni falta que hace. Somos tan superficiales, tan vanos, que casi
nunca diferenciamos una conducta de una vida. ¿Qué sabemos nosotros de la vida
interna de Lorca, de su metal último y más verdadero? Solamente —y no es poco—
lo que nos revela en su obra, y su obra es, irrefutablemente, la de un alma que gravita,
no la de un alma que levita. En cuanto a la conducta —simple itinerario de esa pura
exterioridad que, a pesar de todo, es la vida—, tampoco está tan clara como para que
podamos llevarnos las manos a la cabeza de alcornoques cuando se nos hace pensar
en Lorca como poeta maldito. El que su biografía no corresponda exactamente a lo
que se entiende por «poeta maldito», a lo que la literatura burguesa ha entendido por
tal, es cosa que aquí no importa, pues llamo a Lorca maldito en función de su
emparentamiento, cada vez más hondo y consciente o inconsciente, con las que
convendremos en llamar fuerzas del mal, y no en función de una conducta de
continua calaverada a la manera romántica: ajenjo y tiros entre Rimbaud y Verlaine.
Aunque, para el gusto de los comidos por el morbo y de los críticos a ojo, también
podrían obtenerse de la biografía del granadino algunos pormenores —sempiterno
equívoco sexual, muerte trágica que lo convierte en mártir de una sociedad, como
todos los malditos lo han sido— muy significativos para ilustrar nuestra teoría.
Pero preferimos quedarnos en ésta e ignorar aquéllos. Y la clave de tal teoría —
sobre la que es preciso volver continuamente, pues sólo de elucidarla (de elucidar el
alma de Federico) se trata aquí— se centra en el desdoblamiento de la personalidad
del poeta, desdoblamiento producido paulatina o repentinamente, pero en todo caso
con la necesaria precocidad, como queda probado en su inestimable y nunca bien
estimada conferencia sobre el duende, donde, como vimos, hace propósito claro de
despertar al subconsciente siempre que sea necesario, acudiendo a «las últimas
habitaciones de la sangre», porque sólo del subconsciente puede obtener la materia
prima para su obra. (Y quizá también para nutrir su vida.)
Este voluntario o involuntario desdoblamiento de la personalidad en consciencia
y subconsciencia, al hacerse crónico o producirse de modo intermitente, crea una
tensión continua en esa personalidad, que será ya por siempre una personalidad
desgarrada. El desgarrón de Federico en persona es triple: desgarrón sexual,
desgarrón psicológico, desgarrón moral.
El desgarrón sexual se produce al haber dado paso, desde el subconsciente, a las
apetencias más secretas del eros. Decía el doctor Marañón que todo hombre lleva en
la sangre un fantasma de mujer, y viceversa. Esto, que se refiere exclusivamente a las
hormonas y su equilibrio bisexual en la criatura humana, es igualmente aplicable a lo
psicológico. Aunque ni siquiera se hace necesaria tal traslación. Hay a quienes el
fantasma se les presenta de forma corpórea, acuciante. Estos seres vivirán ya siempre
ebookelo.com - Página 44
desgarrados por su bipolaridad sexual, por su bisexualidad, ejercida o no. Es, me
parece, el caso de García Lorca. Dejando aparte su personal peripecia erótica, lo que
en su obra hemos llamado «minimización y primor» viene a denunciar al fantasma de
lo femenino. La temática sexual de Lorca, obsesiva y perdurable, tan frecuente en
cantar las gracias femeninas como las masculinas (aunque, en este último caso, casi
siempre por boca de mujer), evidencia su desgarramiento sexual, que él sublima
literariamente, dando lugar a lo que hemos llamado su pansexualismo. Bien
entendido que este pansexualismo no es sólo literario, sino muy real, y el origen,
quizá, de su extraordinaria y privilegiada receptividad humana y artística.
El desgarrón psicológico se produce entre la realidad y el sueño. El comercio
continuo con el subconsciente, que en los sueños se enseñorea del ser, ha habituado al
poeta a vivir cerca o dentro de ese mundo, bien por exigencia secreta, bien por
necesidad o proclividad artística. García Lorca, tan eficaz, tan plástico para recoger y
resumir la realidad externa, compagina estas cualidades con una misteriosa
proclividad hacia lo onírico, y las compagina a veces dentro de un mismo poema.
Este desgarrón, que mantiene la psique perpetuamente alucinada, no es sólo un
vagar por regiones intermedias, sino que adquiere carácter trágico, angustiado, pues
de lo que se trata, ciertamente, no es tanto de la dualidad realidad-sueño como de la
dualidad vida-muerte. La certidumbre más honda y secreta que el hombre lleva en sí
es la de la muerte, la de su muerte, y esta certidumbre, por acallada —el hablar
continuamente de ella no supone sino la forma más exasperada de acallarla—,
emerge en las aguas del sueño ineluctablemente. Vivir asiduamente el mundo de los
sueños supone dejarse atrapar una y otra vez por el monstruo de las profundidades,
por la negra certidumbre de la muerte. La muerte aflora siempre a los poemas
sonámbulos de Federico (muchos más que su famoso Romance).
Tal asiduidad con la muerte y con el sueño llega a reteñir la realidad o a
contrastarla desventajosamente, de modo que podemos ir siguiendo progresivamente
en la obra de Federico esta crecida lenta e inexorable de las aguas del sueño y de la
muerte por las laderas de la vida, hasta los poemas fúnebres de Diván del Tamarit.
El desgarrón moral se produce entre el Bien y el Mal, naturalmente. Porque la
moral es una adquisición mental, racional. Y porque la moral, que cuando trata de
parecer profunda toma del subconsciente aquello que puede presentarse como
positivo, tiene, en verdad, una actitud radical de defensa y negación ante lo
subconsciente, por la poderosa razón de que aquí, en el subconsciente, sitúa el reino
infernal del demonio y el Mal. ¿Dónde, si no? Mas cuando el subconsciente vive
despierto en un hombre —y ya sé que «despierto» no es la palabra, pues un
subconsciente despierto dejaría de ser subconsciente—, cuando el alter ego vive
actuante en el ser, las nociones morales están en peligro, entran continuamente en
situaciones insolubles y, lo que es peor, se manifiestan parciales, escasas, ya que hay
todo un hemisferio en sombra que nunca podrán colonizar; sólo clausurar. Ya hemos
visto cuán pronto abandonan a García Lorca sus nociones morales heredadas,
ebookelo.com - Página 45
familiares, pero un sentido de moral natural subsistirá en él siempre, pues el Bien no
desaparece nunca de una conciencia, siquiera subsista solamente como punto de
referencia antípoda del Mal —no sé si el fenómeno a la inversa se da en los santos—,
de modo que el desgarrón entre el Mal y el Bien existe en Lorca, aunque sea mucho
menos intenso y doloroso —y nada actuante— que el desgarrón psicológico y el
desgarrón sexual.
En estos tres desgarros podemos cifrar los múltiples estragos que acarrea un
desdoblamiento de personalidad. García Lorca vivió intensamente ese desgarramiento
trino y uno, ese desdoblamiento de personalidad que, paradójicamente, le personifica.
ebookelo.com - Página 46
7.—CANCIONES
De Lorca podría decirse lo que de Milton dijo William Blake: «Es, sin saberlo, un
gran poeta del partido del diablo.» Sin saberlo, porque Lorca no anduvo nunca
complicado, que se sepa, en las ingenuas mascaradas de las misas negras y las
rosa-cruz. Toda esa liturgia inversa, todo ese satanismo pueril —practicado muchas
veces por clérigos desviados— en que son ricos los siglos XVIII y XIX, especialmente
en Inglaterra, Irlanda, etc., nos hace hoy sonreír como lo que es: una concupiscencia
con plena conciencia de pecado, una broma de beatos encerrados con el solo juguete
del pecado dentro del ámbito estrecho de lo dogmático. Algo así como los niños que
juegan a ser malos en el cuarto de los trastos, a escondidas de la madre y el padre,
pero con la presencia de ambos gravitando penosamente sobre ellos. Quizá estas
rebeldías de luciferes de provincias estaban preparando de algún modo el ateísmo del
siglo XX, aunque yo creo que este ateísmo ha llegado más bien por caminos
filosóficos y científicos, antes que mediante el pintoresco trámite de las misas negras,
efectivamente ridículo, como lo califican los escritores e historiadores católicos.
Federico García Lorca, salvo lo que hemos llamado su «etapa blasfematoria»,
inevitable en un futuro «poeta del partido del diablo», permanece saludablemente
ajeno a tales ritos (subsistentes todavía en nuestro tiempo, en el suyo), si bien hemos
de reconocer que en su afición por las razas que viven aún del esoterismo —gitanos,
negros— puede haber una profunda e inconfesada proclividad hacia los ritos del Mal.
En todo caso, creemos que, como va quedando subrayado en este libro, su
vinculación a lo oscuro, su arraigo en el limo de que habla en la conferencia sobre el
duende, es algo de carácter más profundo, que le vive en la sangre y se produce en su
psique por el estado de dualidad, duplicidad o desdoblamiento que acabamos de
estudiar. Este estado —dramático— va siendo progresivo en el poeta, como también
hemos dicho, de modo que en los años de plena juventud aún no se ha hecho
absorbente, y el otro Federico, el de la leyenda coloreada (que como sabemos tiene su
origen en la minimización y el primor, de origen a su vez nada claro), nos da aún un
libro como Canciones (1921-1924), de puro juego formal en gran parte. Aquí su
duende es todavía el «demonio alegrísimo» de que él mismo nos ha hablado, o este
demonio menor convive ya con el otro.
Entre las composiciones de este libro se encuentra aquella prodigiosa (El lagarto
está llorando), «a mademoiselle Teresita Guillén tocando un piano de cinco notas»,
donde la capacidad de minimización y primor de Federico, su panteísmo en
comunión con toda la naturaleza, con sus mínimas bestias, llega a extremos de
genialidad por vía de pureza. (Ya hemos dicho que Federico, en cierto sentido, es
puro y amoral como los niños):
ebookelo.com - Página 47
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
[…]
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
Tres retratos con sombra es un apartado del libro que reúne a Verlaine —todavía
el culto expreso por los malditos «oficiales»—, el dios Baco —expresivo de su
telurismo, de su hedonismo (forma pagana de lo satánico)—, Juan Ramón Jiménez y
Debussy. (Baco es como una acotación al poema verleniano; Juan Ramón Jiménez
lleva como acotación el poema Venus; y Debussy, Narciso. Acotaciones o «sombras»
muy adecuadas.) Canción del mariquita es un desenfadado acercamiento de Lorca a
un tema que él habrá de entender luego con grandiosidad en la Oda a Walt Whitman,
una minimización de algo mucho más profundo:
Lucía Martínez, poema recio y «macho», nos retrotrae al Lorca de Poema del
cante jondo y es significativo de la intensa sexualidad de Federico:
ebookelo.com - Página 48
directamente a Lorca. Por otra parte, los muslos son materia pura, según ha dicho el
gran poeta de la materia, Pablo Neruda, y Lorca bucea siempre en el limo de la
existencia. Los muslos, por fin, son en cierto modo asexuados: lo más femenino del
hombre, quizá, y lo menos femenino de la mujer. La ambivalencia sexual del muslo
sugestiona el pansexualismo de Lorca.
A este poema le sigue La soltera en misa, donde el clima religioso está roto ya
con absoluta desfachatez —que ni siquiera es escándalo, que está ya más allá del
escándalo— por el erotismo de la intención:
… viene tu culo
de Ceres en retórica de mármol.
Los muslos y los glúteos —pulpa humana de vida, de materia ciega— polarizan
el erotismo del poeta. Y quizá —o aún con más razón— nuestra teoría de la
ambivalencia sexual de los muslos pueda ser aplicada a los glúteos como explicativa
de las preferencias eróticas del escritor.
Cancioncilla del primer deseo, de apariencia baladí, contiene un verso muy
revelador:
En la mañana viva,
yo quería ser yo.
ebookelo.com - Página 49
personificaciones novelescas, teatrales o poéticas (Cernuda) del demonio con la
caricatura de cuernos y levita que tanto abunda en todas las literaturas y que, por
grotesca, no tiene nada de demoníaca ni, por supuesto, de dimensión psicológica. «Y
en la tarde caída I quería ser mi voz», reitera Lorca en este mismo poema. Su
duplicidad es sencilla, verdadera, natural, diríamos, casi, y, por lo tanto, nada
espectacular. Por eso, quizá, les ha pasado inadvertida a los exégetas del poeta. En el
poema Narciso, unas páginas más adelante del mismo libro que estamos comentando,
todo esto queda mucho más claro:
Narciso.
Mi dolor.
Y mi dolor mismo.
Yo
sueño que no sueño
dentro del surtidor.
En Preludio, unos versos que nos dan resuelto por el propio poeta todo el
conflicto entre el mito sonriente que de él ha quedado y el rostro sombrío que
nosotros le vemos:
Las rojas sonrisas decorativas han engañado a todos los tontos dispuestos a
dejarse engañar. Y así ha nacido la imagen de un Federico falso.
En el poema De otro modo está el verso clave para ilustrar nuestra teoría del
desdoblamiento de personalidad en Lorca, verso que ya anteriormente hemos citado:
ebookelo.com - Página 50
«¡Qué raro que me llame Federico!» La extrañeza angustiosa del propio nombre
puede ser ápice o arranque de un desdoblamiento de personalidad. Todos hemos
experimentado alguna vez esa extrañeza con una sensación de vértigo. En Canción
del naranjo seco encontramos esta pregunta: «¿Por qué nací entre espejos?» Y esta
afirmación: «… la noche me copia / en todas sus estrellas.» O esta otra, angustiada
ya, que el poeta formula tomando la voz del naranjo seco o poniéndosela: «Quiero
vivir sin verme.» Es el tema del desdoblamiento y el narcisismo tratado y sentido de
modo angustioso. El hombre que ha fomentado su duplicidad, experimenta de pronto
el mareo de esa duplicidad, la angustia, el desgarrón, la tensión de ser dos. Y desea
abolir tal duplicidad: «Quiero vivir sin verme.» El que quería ser él mismo, Narciso y
su dolor, el que sueña que no sueña dentro del surtidor, el que encuentra raro llamarse
Federico, no puede, por fin, soportar la trágica duplicidad, el espectáculo de sí
mismo, y quiere vivir sin verse. El desdoblamiento de personalidad, como todo
fenómeno demoníaco, es extenuante.
ebookelo.com - Página 51
8.—LIRISMO OBJETIVO Y LIRISMO SUBJETIVO
Los profesores de literatura y los críticos de fórmula más tradicional suelen hacer
una distinción entre lirismo objetivo y lirismo subjetivo.
Entendemos por lirismo objetivo aquel que nace de la contemplación de lo
externo —la naturaleza o la vida—, o se polariza en ello y hace que el poeta se
dedique a cantarlo. Este lirismo, sin más, quedaría en poesía descripcionista, en
paisajismo —real o imaginativo—, y sólo se da como fase previa en un poeta, pues
del poeta que se quede para siempre en esa fase bien podemos decir que padece
infantilismo crónico. Esta forma de ingenuismo la encontramos en algunos clásicos
griegos, pero si tomamos a Grecia como la infancia de Occidente —una infancia bien
precoz, es cierto—, queda compensado tal ingenuismo. Lo cierto es que el lirismo
objetivo puro no se da casi nunca y que lo que hace el poeta es proyectar sobre el
paisaje su estado de ánimo, o bien tomar el paisaje como metáfora previa que luego
aplicará a ese estado anímico. Obviamos el poner ejemplos sobre esto porque todos
resultarían de manual. Lirismo objetivo, pues, es ir de fuera a dentro o de dentro a
fuera, pero sin quedarse nunca en el descripcionismo objetivo, la narración o el
apunte del natural. (Actitud artística, por otra parte, imposible de absolutizar, pues en
todo cuanto el hombre hace, en cómo lo hace y, más aún, en el hecho mismo de
hacerlo, manda ya la subjetividad.)
Si todo lirismo es subjetivo, ¿cómo hacer la distinción entre objetividad y
subjetividad lírica? Lirismo objetivo es el que va de fuera a dentro o de dentro a
fuera. Lirismo subjetivo es el que va de dentro a más adentro.
No quiere esto decir que el lírico subjetivo puro —que quizá tampoco puede
darse, pues la exterioridad de su naturaleza traicionará siempre al hombre— ignore en
absoluto el paisaje, la belleza o el horror del mundo que le rodea, la vida. Quiere
decir, más bien, que el lírico subjetivo tiene un carácter más confesional en lo que
escribe y —sin caer en el filosofismo, en el conceptualismo dentro de la poesía—,
sabe prescindir de las metáforas recurrentes para metaforizar siempre a costa de sí
mismo. No hay lirismo sin metáfora, por muy subjetivo que sea, y quizá la clave del
subjetivismo lírico es la metáfora interior, en tanto que la característica del lirismo
objetivo —y hablamos de objetivismo y subjetivismo como valores entendidos y
relativos, por supuesto— puede ser la metáfora exterior. Cuando el poeta metaforiza
la rosa para hacemos llegar la emoción de su belleza por suplantación —la metáfora
es suplantación, todo el arte es una gran metáfora en el sentido de que es una gran
suplantación de la realidad—, podemos decir que se trata de un lírico objetivo.
Cuando el poeta, al metaforizar la rosa, ni siquiera se está refiriendo a la rosa, sino
que la utiliza como valor entendido, como argot poético —toda la poesía no es sino
un argot sublime en que las cosas son nombradas convencionalmente,
corazonalmente, arbitrariamente, a veces sin otra justificación que la puramente
onomatopéyica, como en los argots populares—, podemos decir que se trata de un
ebookelo.com - Página 52
lírico subjetivo. Es toda la diferencia entre la rosa cantada en los juegos florales y la
rosa de Rilke.
Argot sublime o sublime argot, sí, la poesía, que tiene en común con los argots
del pueblo su irracionalidad, su intuitivismo, su afán de llamar a las cosas por otro
nombre, de rebautizarlas, y no mediante ningún rito semántico, sino, muy al
contrario, por afinidades y asociaciones de ideas, de imágenes, de sonidos. Por eso
cualquier argot popular, a la inversa, tiene siempre algo poético. Llamar al dinero
«estiércol», que le llama Papini, es tan argot como llamarle «pasta», que le dice el
pueblo español. La metáfora peyorativa de Papini se apoya visualmente en el color
amarillo del estiércol, semejante al del oro. La metáfora socarrona del pueblo se
apoya en la consistencia de la moneda de metal para llamar al dinero «pasta». Se trata
de dos suplantaciones sensoriales, de dos metáforas.
Por eso la poesía es más lírica, más subjetiva, en la medida en que es más argot, y
más objetiva cuando es menos argot, cuando las cosas están nombradas menos
caprichosamente, más de acuerdo con lo que son en la naturaleza y con su definición
idiomática tradicional. La poesía objetiva se hace con metáforas exteriores, racionales
y razonables —aun dentro de toda su posible sorpresa expresiva—, y la poesía
subjetiva se hace con metáforas interiores, irracionales, irrazonables muchas veces.
Federico García Lorca, por su poder de síntesis descriptiva, ha venido siendo
entendido como lírico objetivo, narrativo, dramático. Efectivamente, todo esto existe
en él, pero no es sino la puesta en escena de su lirismo subjetivo, trágico, que no
siempre va de dentro a más adentro, como hemos dicho antes de la lírica subjetiva,
sino que más frecuentemente va de dentro a fuera. Pero esto no debe engañarnos,
porque, aunque sea tantas veces un poeta descriptivo y narrativo, su metaforismo es
siempre interno, no externo. Lo que quiere decir que el drama que describe no es tal
drama, sino la dinamización exterior de su tragedia interior. Lorca, que pasa por un
poeta dramático, es, en realidad, un trágico. El drama no es otra cosa que el
argumento que él le pone a su tragedia íntima, congénita, inargumentable en todos los
sentidos de la palabra argumento: en el de narración y en el de razonamiento.
Tragedia no narrable ni razonable la de Lorca. Tragedia inenarrable —«inenarrable»
tanto en el sentido hiperbólico como en el literal— y tragedia irrazonable e irracional.
Por eso sus poemas, como dijo Dalí del Romancero sonámbulo, parece que tienen
argumento, pero no lo tienen. Lo trágico, en él, tira de lo dramático, y lo deja
truncado, inexplicado. (El dramático Lorca sólo se emancipará del trágico Lorca
haciéndose dramaturgo; pero, tras el dramático y el dramaturgo, asoma siempre el
trágico, porque la dramaturgia de Lorca —y de ahí su grandeza— no es otra cosa que
la válvula de escape de su dramatismo, y su dramatismo, la dinámica de su
tragicismo.)
Hagamos nuevamente el recorrido de fuera a dentro: Lorca, poeta objetivo,
descriptivo y narrativo, lo es sólo en función de su sentido de lo dramático, y su
dramatismo no es sino la puesta en escena de su tragicismo. Luego Lorca es un poeta
ebookelo.com - Página 53
trágico, un lírico subjetivo que nos engaña con historias de gitanos, negros y casadas
infieles. Hasta ahora nos hemos creído todas esas historias y de ahí nace el falso
entendimiento de Lorca como poeta puramente plástico, solamente plástico —cuando
nadie es solamente eso, y él menos que nadie, aun siéndolo tanto—.
La confirmación externa, formal, la confirmación en su obra de esto que decimos
de su persona, puede encontrarse aplicándole la teoría del argot que antes hemos
esbozado. Lorca escribe siempre o casi siempre en sublime argot lírico; no se limita a
recrear la naturaleza o los sentimientos mediante fáciles o ingeniosas suplantaciones
metafóricas. Su nombrar es siempre sorprendente y oportuno. «Poesía es una palabra
a tiempo», decía él, con definición del oficio muy concreta, que nada tiene que ver
con la machadiana «palabra en el tiempo», de dimensión existencial. La riqueza y
novedad del metaforismo lorquiano, tan malentendida como síntoma de una
sensualidad poética exteriorizante, nace de que su nombrar, como acabamos de decir,
es arbitrario y hasta atrabiliario (como el del pueblo, pero por la otra punta), porque
está escribiendo siempre intuitivamente, sin llegar al automatismo de Santa Catalina
de Siena, pero sí movido por el duende, al que previamente ha provocado, según
explica que debe hacerse, y como corresponde a un poeta de lo oscuro. Cualquier
ejemplo vale al respecto:
Se trata de un caballo negro y frío que lleva un jinete muerto. Hay que suponer
que la flor de cuchillo es la sangre de la herida abierta por arma blanca. Con lo que
volvemos a la metáfora de la rosa. La rosa ha sido siempre, en poesía, suplantación
de la sangre o suplantada por ésta. Pero ya decía Eugenio d’Ors que cuando el poeta
habla de «una rosa de sangre» no está sólo estableciendo una equivalencia, sino que
ha creado un objeto nuevo, un objeto poético, una realidad distinta de la realidad: una
rosa de sangre. Es decir, lo imposible; es decir, lo poético. Así, Federico García
Lorca, en su hallazgo excelso, que renueva la metáfora tradicional flor-sangre, no
solamente nos hace ver que una herida es una flor abierta por un cuchillo, sino que
crea un fenómeno nuevo, extranatural, poético: el cuchillo puede dar flores. Puede
haber flor de cuchillo, como flor de almendro o flor de cerezo. Y es el cuchillo
asesino el que queda así redimido, poetizado. «Flor de cuchillo» es argot poético. Es
algo más que imaginería externa, descriptiva. Es poesía lírica subjetiva. Federico
García Lorca —ya lo sabíamos— es un poeta lírico subjetivo.
ebookelo.com - Página 54
9.—LOS GITANOS
La vocación andaluza del andaluz García Lorca se polariza —pasando por el
cante jondo y el pueblo todo de su tierra— en los gitanos. Él rechazará, una vez
creada, la «leyenda de gitanería», en carta a Jorge Guillén, como hemos visto al
principio de este libro. Pero lo cierto es que los gitanos son una presencia en toda su
obra, una constante, y que los gitanos hacen nacer uno de los libros más importantes
del poeta, el famosísimo Romancero, que sólo la cursilería culta de los cultos más
tocados de cursilería puede postergar hoy como libro folklorizante, sin entrar en su
profunda dimensión dramática (y ya acabamos de ver cómo lo dramático, en Lorca,
no es sino la puesta en marcha de su tragicismo).
La atracción de Lorca por los gitanos puede explicarse a diferentes escalas de
profundidad. He aquí algunas de ellas, quizá las fundamentales: atracción por el
esoterismo de la raza; atracción puramente sexual; simpatía reivindicativa, vagamente
políticosocial, por una raza postergada… Seguramente, todas estas razones, y otras
muchas, irrazonables en su mayoría, irracionales algunas, se anillan unas a otras en el
gitanismo de Lorca. En todo caso, para confirmar la vocación de Lorca —si es que
puede decirse así— como poeta maldito, baste con considerar —como hemos
apuntado al principio de nuestro libro— que él es el cantor de tres grandes razas
malditas de nuestra civilización. Los gitanos son una de ellas, la que tiene más cerca.
Lorca, vocado y abocado a lo esotérico, como todo poeta «del partido del diablo»,
se siente atraído por el esoterismo de los gitanos, y recrea sus ritmos y mitos en el
Romancero. Ese fondo oscuro de gitanería que tiene Granada, ese fondo
hormigueante, ritual, «noble y sucio», como decía Maurois de todo el Oriente,
sugestiona al poeta. Lorca va hacia los gitanos, entre otros impulsos, por atracción de
lo esotérico. Pero ahora nos gustaría, como siempre, formular la cuestión a la inversa.
El secreto esoterismo de Lorca le vincula a la «gente del bronce», a la «ciudad de los
gitanos». («¡Ay, ciudad de los gitanos / quién te vio y no te recuerda!») En cualquier
caso, la profundización de Lorca en los orígenes oscuros, en las costumbres atávicas
de esa raza, es prueba tan evidente de su gusto y regusto por lo mágico, por la vida
entendida como exorcismo y fatalismo, que confirma su extraña fe en las fuerzas
secretas —y que por secretas llamamos demoníacas— de la tierra. Tomar la gitanería
de Lorca como simple folklorismo es una lamentable sordera para sus versos. Bien
entendido que en el gitanismo de Lorca hay mucho folklore transfigurado, mucho
esteticismo, pero ya hemos dicho hace rato que el esteticismo exasperado, el culto a
la belleza —y sobre todo a las bellezas heterodoxas con respecto de la belleza
ortodoxa— es ya un síntoma casi inequívoco de satanismo consciente o inconsciente.
La atracción puramente sexual de Lorca por los gitanos parece evidente a lo largo
de su obra y concretamente del Romancero. Gitanos y gitanas son mitificados
sexualmente, desde los pechos de Soledad Montoya, que «gimen canciones
redondas», hasta el perfil (ambivalencia sexual o pansexualismo de Lorca) del
ebookelo.com - Página 55
Camborio, «viva moneda que nunca / se volverá a repetir». La poderosa y obsesiva
sexualidad de Lorca se polariza durante largo tiempo de su vida —adolescencia y
juventud— en los gitanos, porque la libido —y casi da vergüenza decirlo, de tan
obvio— no es sino una sublimación del sexo por la imaginación, y la imaginación se
nutre de exotismos. (Exótica, sexualmente, es la criada cerril para el señor marqués,
que traiciona con ella a la señora marquesa.) Exóticos, para el payo Lorca, son los
gitanos, y no sólo en el sentido pintoresco y turístico de la palabra «exotismo», sino
en el que acabamos de apuntar. La imaginación —sobre todo la imaginación
incendiada por lo sexual, la libido— vive de buscar y quemar exotismos. Un cuerpo
siempre es exótico para otro cuerpo…, y en seguida deja de serlo. Llamo exotismo
sexual a lo que Machado llamaba, en amor, «lo esencialmente otro». El sexo busca
siempre lo esencialmente otro, lo cual no es un principio de heterosexualidad, como
creía el buen don Antonio, sino que lo esencialmente otro no es necesariamente el
otro sexo; lo esencialmente otro es, psicológicamente, otro ser, exótico para el que lo
contempla, aun cuando sea del mismo sexo. Lo esencialmente otro, pues, puede darse
y se da en la homosexualidad, puesto que no se trata tanto de la «otredad» sexual
(clandestina, pero existente, por otra parte, en la homosexualidad), como de la
otredad psicológica, física. Aquello que Novalis resumía diciendo: «Poner el dedo
sobre un cuerpo es tocar el cielo con la mano.» Y, en cierto modo, lo que apunta
Pedro Salinas en su verso: «El destino del cuerpo es otro cuerpo.» Sí, el destino del
cuerpo es otro cuerpo, pero no por identidad de los cuerpos, sino precisamente por
exotismo de los cuerpos respecto unos de otros.
Así vemos en qué profundo sentido, y también en el inmediato, los gitanos y las
gitanas son exóticos para Lorca y, por lo tanto, atraen su sexo poderosamente. Son
exóticos porque son «otros», más otros que los payos como él. Lo exótico quema su
libido, como cualquier libido en libertad.
La simpatía vindicativa, vagamente políticosocial, por una raza maldita, se
explica bien, en lo de «políticosocial», por ese principio de rebeldía y anarquismo que
hemos estudiado ya en el maldito, y que no es sino identificación con su propio
anarquismo personal, más profundo, más radical, más absoluto, y por lo que él tiene
también de postergado, de paria, de hombre al margen de la sociedad y sus normas,
aun cuando parezca nutrirse confortablemente de ellas, como es el caso de Lorca (que
así ha engañado a tantos involuntariamente). El que se sabe secretamente
desarraigado de la sociedad en que vive, experimenta la angustia de no ser nadie,
nada —uno solo— frente a esa poderosa sociedad (la sociedad es siempre poderosa
respecto del individuo). Y entonces buscará —o encontrará— jubilosamente toda una
clase, toda una raza, todo un grupo humano con el que solidarizarse en su rebeldía, en
su desarraigo, para tener respaldo y sentirse menos solo. Se trata, en todo caso, de
simples «compañeros de viaje», como se dice ahora. La rebeldía del maldito y la
rebeldía social o política tienen puntos de contacto —y muchos—, pero son
divergentes. El rebelde social, el revolucionario, va a integrarse en la sociedad. El
ebookelo.com - Página 56
rebelde existencial va, sencillamente, a desintegrarse.
Los gitanos hacen nacer el primer libro importante, definitivo, de Lorca: el
Romancero gitano (1924-1927). En el primer poema de este libro, Romance de la
luna, luna, los gitanos son «bronce y sueño». La luna —«pupila de Satán» la había
llamado el poeta en un libro anterior, como recordaremos— simboliza a la muerte
que viene a la fragua y se lleva un niño gitano. Un niño gitano muere en la fragua
cuando los gitanos están ausentes. Los bellos gitanos, «bronce y sueño», son
presentados ya como mito y víctima en este primer poema. En el segundo, Preciosa y
el aire, Preciosa, gitana, es nueva víctima inocente, como el niño de la fragua,
mientras «los carabineros duermen / guardando las blancas torres / donde viven los
ingleses». Es ahora el aire el que persigue a la niña, como antes fue la luna. Lorca
simboliza poéticamente en la naturaleza los elementos extraños que tienen asediados
y amedrentados a los gitanos. Pero, en contraste con este mundo desvalido, con esta
raza desvalida, hay otro mundo fuerte y protegido: el de los carabineros y los
ingleses. Esta vez la niña se salva, pero ha quedado en evidencia el desvalimiento de
su especie entre gentes poderosas y elementos acosantes de la naturaleza y la vida.
En Reyerta, Lorca alcanza ya la plenitud de su tono épico o épico-lírico (un poeta
muy posterior acuñaría luego la palabra «epilírica»). Ese tono es el que caracteriza a
todo el Romancero. Lo épico, lo dramático, es, como hemos intentado probar, la
dinamización de lo trágico en el alma de Lorca. Pero no por eso podemos dejar de
considerarlo en sí mismo, en lo que supone de novedad o renovación para la poesía
española de los años veinte, y de hallazgo valedero para toda nuestra historia literaria
posterior e incluso anterior. En Reyerta, «La tarde loca de higueras / y de rumores
calientes / cae desmayada en los muslos / heridos de los jinetes». En todo el libro,
como a lo largo de la obra total del poeta, los muslos son referencia lírico-erótica
recurrente. Ya hemos visto con anterioridad el significado que a esto puede dársele.
El Romance sonámbulo es, quizá, el mejor poema de este gran libro. En él alcanza su
máxima expresión el onirismo lorquiano, que asimismo hemos estudiado:
ebookelo.com - Página 57
sinestesia ya muy estudiada en estilística—, una gitana es una mujer verde. Esa mujer
espera a alguien. No se sabe a quién ni por dónde vendrá.
Mas, de pronto, irrumpen dos hombres en el ámbito del poema. Vienen hablando
de oscuros chalaneos y de sangre. Hay una referencia geográfica muy concreta, que
contrasta con la vaguedad de escenarios del poema: «Compadre, vengo sangrando /
desde los puertos de Cabra.» Es característico de los sueños este vislumbre de
realidad repentina, de localización exacta, entre la vagarosidad del conjunto. El
diálogo entre los dos hombres llega a hacerse a veces muy concreto, pero, en seguida,
el que viene herido empieza a desvariar líricamente y pide subir a los «barandales de
la luna / por donde retumba el agua». Según habíamos intuido, el «mocito» que viene
herido busca a la mujer verde. Pero la mujer ya no está, después de tanto esperar. «Un
carámbano de luna / la sostiene sobre el agua». Ha habido una traslación rápida,
como en los sueños. La mujer de la baranda está ahora ahogada en el agua. ¿Cuándo
ha ocurrido, cómo? Toda la magia del poema resulta de su envés, de lo que el poema
no dice, no cuenta, de lo que hemos de imaginar. Ya hemos hecho alusión en otro
momento a la frase de Salvador Dalí, referida a ese romance: «Parece que tiene
argumento, pero no lo tiene.» Pues bien, sí que lo tiene. Tiene el confuso, mágico y
secreto argumento de los sueños. No es un poema; es una pesadilla, una alucinación,
una visión onírica. Aparte de su sugestión artística, lo que nos importa de él es su
cercanía al mundo del sueño, reveladora de la proclividad de Lorca a ese mundo,
proclividad reveladora a su vez de tantas cosas, como hemos visto. «Guardias civiles
borrachos / en la puerta golpeaban.» Estos dos versos, hacia el final del poema, nos
traen bruscamente a la realidad más dura. Antes eran carabineros dormidos. Ahora,
guardias civiles borrachos. La fuerza legal, el poder instituido, como contrapunto
odiado del mundo angélico y diabólico de los gitanos. Como en los sueños, la
intromisión de una realidad demasiado evidente basta para despertamos. Para
despertar el poema y devolverle a su realidad artística, a su paralelismo con la
realidad real. Ya dice Sartre en Lo imaginario que las imágenes del sueño carecen de
significación real, contra lo que se ha venido diciendo desde Freud, pues lo que
caracteriza al sueño, precisamente, es la imposibilidad de formular imágenes reales,
ya que en el momento en que formulamos una imagen real estamos despiertos.
(Diariamente podemos observar que lo que creemos el despertar de nuestro sueño
nocturno está precedido por una formulación absolutamente lógica que viene a
romper todo el capricho del soñar. El consciente se ha abierto paso a través del
subconsciente. Estamos despiertos.) Una vez roto el hechizo, el sueño —volvemos al
poema—, por la intrusión de los guardias civiles borrachos, realidad realísima y
temida u odiada, el romance se cierra con dos versos absolutamente objetivos,
descriptivos, «despiertos»:
ebookelo.com - Página 58
La casada infiel parece ser el ápice de la sexualidad de Lorca. Este poema se ha
universalizado por lo sabroso de su anécdota, por lo directo de la narración y por la
belleza del estilo. Efectivamente, La casada infiel pone de manifiesto el vivido
erotismo de Lorca en sus versos y, por otra parte, acude a tema tan del gusto del
español como es el de la casada adúltera, tanto por lo que ella supone de gozosa
excepción a unas normas rígidas que entre todos hemos establecido —y por eso
mismo nos gusta quebrantar—, como por el revés hilarante de marido burlado que el
adulterio femenino supone. Toda la elemental y a la vez complejísima textura erótica
de la vida española juega en La casada infiel, vista, además, desde la perspectiva de
la libertad, desde el hombre libre que seduce y burla, tipo mítico para españoles y
españolas, tan aherrojados mutuamente por los atavismos de una moral sexual
artificiosa, pero fuerte, rígida, difícil. Mucho se ha escrito sobre el secreto encanto de
Don Juan, sobre su vigencia y su atractivo universales.
Y yo creo que no otra es su aura que el aura de la libertad. Don Juan es la libertad
en acto —en acto sexual, que es el acto-límite—, y por eso queda mitificado
secretamente en el alma carcelaria de cualquier hombre o mujer integrados en una
moral, alienados por la sociedad y por la propia necesidad humana de alienarse, de
limitarse en algún sentido, de restringirse en algo para ampararse en otro algo. El
hombre no es capaz de libertad absoluta, porque el miedo atávico le lleva a crearse
sus propios alienamientos, pero en su fondo alienta un ansia confusa de libertad pura
que necesita configurar en mito o mitificar cuando se la dan configurada. Y esa
configuración se llama Don Juan.
Bien entendido que La casada infiel no es un poema de donjuanismo, ya que el
protagonista masculino y narrador del poema parece tener sus principios —«No
quiero decir por hombre las cosas que ella me dijo»—, en contra de la baladronería
parlanchina de Don Juan, y su ética —«Me porté como quien soy, como gitano
legítimo»—, que le impide enamorarse de una mujer casada (o, sencillamente, de una
mujer que le ha mentido: «me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río»).
La casada infiel es un poema de seducción, pero no como se le ha venido
entendiendo hasta ahora; no de seducción de una mujer casada por un gitano
legítimo, sino de seducción de un gitano legítimo por una mujer casada, ya que es ella
la que engaña al hombre haciéndole creer que es mozuela, soltera, virgen, pues que
de otro modo habría sido imposible, según se deduce de la ética del protagonista
(que, como ahora veremos, no parece ser el propio poeta). Es ella, en fin, la que se le
lleva al río. El poema debiera empezar así: «Y que ella me llevó al río / diciendo que
era mozuela.» Con esto, Federico, buen conocedor de la mujer —como todo hombre
en la frontera de los sexos—, nos da, no sé si conscientemente, la clave de algo que
ya sabíamos: en la estrategia erótica no se ha dado nunca el seductor. Es siempre la
mujer quien seduce, quien elige, aun bajo todas las apariencias de seducida. Puesto
que sólo es posible seducir —violencias aparte— a quien está previamente dispuesto
—dispuesta— a seducirse, no cabe hablar de seducción por parte del hombre, sino
ebookelo.com - Página 59
todo lo contrario, y él que hable de tal no es sino un pobre fanfarrón ignorante. La
mujer, para el amor sexual —el matrimonio es un hecho social de características muy
distintas—, elige siempre. El hombre es pura disponibilidad sexual indiscriminada y
la mujer, por su naturaleza introvertida, es pura discriminación. Sólo seduciremos a la
mujer dispuesta a seducirnos dejándose seducir, porque este «dejarse» forma parte de
la estrategia femenina, que no es, por supuesto, una estrategia mental, sino intuitiva e
instintiva, fisiológica, casi. El primer goce erótico de la mujer está en sentirse
forzada, pero forzada por quien ella desea que la fuerce, de modo que así queda
enmascarado su juego —sin ella proponérselo claramente casi nunca—, y este
equívoco ha llevado al hombre secularmente a sentirse seductor, avasallador,
irresistible, tonto. Lorca, con buena intuición de la verdad, nos la presenta como es, si
bien el romance tiene una primera apariencia de seducción masculina, tan
contrastante con el decepcionado final. (Los decepcionados finales masculinos, aun
en las ocasiones más afortunadas, no tienen otro origen que el descubrimiento, quizá
sólo intuido, vago, pero evidente, del juego femenino.)
Hemos dicho que el hombre es pura disponibilidad sexual indiscriminada. Por
eso, cuando su disponibilidad ha sido ejercida mediante la posesión de una mujer y
advierte confusamente, en las últimas sinceridades tácitas, posteriores al juego sexual,
que su disponibilidad —de la que tampoco es muy consciente— ha sido estafada,
aprovechada, saqueada por la seducida-seductora, y nunca al contrario, sobreviene la
réplica psicológica, la respuesta ética: «y no quise enamorarme / porque teniendo
marido / me dijo que era mozuela…»
La mujer, sí, por su potencial naturaleza de madre, por su introversión fisiológica,
por su natural monoandria, por su aceptación tácita, secreta o explícita, idealizadora,
de la superioridad del otro sexo, es pura discriminación, ya que entre los hombres
busca siempre al hombre, mientras que el varón, disperso en su disponibilidad, en
cada mujer busca siempre a las mujeres. El que luego, socialmente, el hombre sea el
que elige, no prueba sino cómo la sociedad corrige a la naturaleza, la modifica
exteriormente en su beneficio, en beneficio de la propia sociedad, pero no sin los
traumas individuales inevitables y cotidianos en hombres y mujeres.
¿Es Lorca el protagonista de La casada infiel? El que narre en primera persona
sería significativo si las cosas no quedasen claras al final: «Me porté como quien soy,
/ como gitano legítimo.» Lorca no es gitano legítimo ni ilegítimo. Si ha introducido
en el poema algunas experiencias y obsesiones eróticas personales (la obsesión de los
muslos: «Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos»), esto, que es
recurso de todo escritor, no autoriza a adjudicarle la aventura de la casada infiel. Por
eso, por dudosamente autobiográfico, dudo yo de que este poema sea el ápice de la
sexualidad de Lorca —aun cuando tópicamente se le haya tomado como el más
representativo al respecto—, ya que hay otros muchos momentos de su obra, fugaces
a veces, en que el profundo y secreto estremecimiento sexual de su ser se nos hace
más evidente y, por supuesto, menos anecdótico; es decir, menos superficial.
ebookelo.com - Página 60
En el bellísimo Romance de la pena negra, Lorca utiliza una técnica de diálogos
confundidos, no puntuados como tales diálogos, que es común a todo el libro y de
especiales efectos en esta composición. En muchos de los poemas del Romancero el
poeta dialoga con los protagonistas de sus versos, incluso aparece de pronto en
escena o es invocado por ellos: «¡Ay, Federico García / llama a la Guardia Civil!»
Quiere decirse que hay en Lorca una voluntad de convivencia y compenetración con
el mundo gitano. Lorca, payo viviendo la vida de la gitanería, es en este libro
exactamente lo que hoy llamaríamos un «quinqui» («quinqui» es el que vive a la
manera gitana siendo blanco). Aunque luego el poeta rechace su leyenda, como ya
hemos reiterado, en el Romancero hay una convivencia real o un significativo afán de
convivencia, de integración en el mundo gitano, y esto es muy revelador de su
atracción agudísima, congénita, por lo que él, en el citado Romance de la pena negra
—donde Soledad Montoya gime por sus «muslos de amapola»—, llama «pena de
cauce oculto.»
En el poema San Miguel (Granada), leemos:
Lorca canta los bellos muslos del arcángel como acaba de cantar los muslos de
amapola de Soledad Montoya en el poema anterior. Esta incidencia puede subrayar
—si es que hiciese falta subrayar algo— la ambivalencia sexual que para Lorca tiene
el muslo. En los poemas San Miguel, San Rafael y San Gabriel, Lorca ensaya una
paganización, una andalucización de la mitología cristiana que, naturalmente, está
muy lejos de todo fervor religioso y tiene un valor puramente estético, ya que, como
hemos visto, Lorca, tras rechazar en sus primeros tiempos el mundo de la fe católica
ortodoxa —y mucho más que eso—, no da por clausura la temática —o su formación
y su tierra se la imponen—, sino que va a utilizarla de una manera profana, esteticista
y a veces equívoca, paraerótica, como en los romances a los arcángeles citados. Así,
San Miguel es «efebo de tres mil noches, fragante de agua colonia y lejano de las
flores». Todo un irrespetuoso dechado de homosexualidad. En este mismo poema
asoman «los culos grandes y ocultos como planetas de cobre» subrayando el erotismo
de toda la composición, de arranque nominalmente religioso, con otra de las
obsesiones sexuales del poeta. Todo el romance es un delicioso juego esteticista,
imaginativo, donde lo religioso está tomado pollo que la liturgia y lo clerical puede
tener de relumbre plástico:
Y el obispo de Manila,
ciego de azafrán y pobre,
dice misa con dos filos
para mujeres y hombres.
ebookelo.com - Página 61
El siguiente romance «arcangélico», San Rafael (Córdoba), nos presenta «niños
de cara impasible» que «en la orilla se desnudan, aprendices de Tobías y Merlines de
cintura», y un «arcángel aljamiado». Y San Gabriel (Sevilla) se inicia así:
Siguen los piropos y luego «las guitarras suenan solas / para San Gabriel
Arcángel, / domador de palomillas / y enemigo de los sauces».
ebookelo.com - Página 62
diablo». Sólo desde un concepto novelesco de lo que es un «maldito» podemos
escandalizarnos ante la idea de aplicar tal calificativo a García Lorca. En una
valoración profunda en las cosas, su actitud, su entendimiento esteticista y frívolo de
lo sagrado es puro demonismo. En razones como ésta me apoyo para definir al gran
poeta granadino como poeta maldito, siempre con todas las salvedades y concesiones
precisas, y, siempre, por supuesto, dando al adjetivo «maldito» el valor entendido que
puede tener para un hombre de hoy, creyente o no. Tan lejos, en todo caso, de la
noción novelesca de maldito, como de la noción inquisitorial, impugnatoria,
condenatoria, que de ningún modo nos corresponde.
Claro que esta mezcla de paganización, esoterización y regionalización de lo
religioso que encontramos en los tres romances lorquianos de nomenclatura católica
no es un juego exclusivo de nuestro poeta. Toda Andalucía, como tierra daimónica
que es, tiende a esoterizar la religión y cualesquiera otra cosa. Andalucía está
entretejida de razas esotéricas: judíos, moros, árabes, gitanos… Y así, el cristianismo
romano se hace allí superstición y conjuro. Por supuesto que toda religión lleva en su
origen y en su fórmula un principio de esoterismo, puesto que apela al misterio, pero
esos misterios institucionalizados, dogmatizados, del catolicismo, concretamente,
Andalucía los entiende a su manera, vuelve a esoterizarlos cuando ya eran norma fija
y clara. Por otra parte, el cristianismo, que propugna una lucha sutil con la naturaleza,
que es un vencimiento de la naturaleza, está en constante peligro de paganización, ya
que la naturaleza vuelve siempre por sus fueros, y más en una tierra tan naturalmente
pagana como Andalucía. Asimismo, la fuerte peculiaridad de lo andaluz necesita
regionalizar lo que el cristianismo tiene de universal, para mejor entenderlo, para
entenderlo de alguna forma. A los andaluces hay que darles Vírgenes morenas —
macarenas—, como a los lapones Vírgenes laponas.
Si antes de Cristo cada pueblo, raza, región, clan, tribu, creaba su religión propia,
al extenderse el cristianismo por el mundo no desapareció ese principio de
apropiación de la divinidad, porque el hombre no necesita tanto que haya un Dios
como tener «su Dios». Sartre ha dicho que «Dios es la soledad de los hombres», mas
esa soledad no se consuela con una abstracción —pues que ella misma es una
abstracción o se sufre como tal—, sino que, como toda soledad, está pidiendo
compañía; compañía concreta, afín, cercana, inmediata, comprensible, dialogante,
personal: de la misma raza y del mismo pueblo que el hombre cada cual, si esto es
posible. La universalización de una idea abstracta de Dios es ya un principio de
ateísmo, como el empirismo histórico nos ha demostrado. El cristianismo, que ha
llevado a la humanidad a la más amplia creencia general abstracta, se encuentra hoy
con que esa creencia, a fuerza de abstracción, a fuerza de ir diluyendo perfiles, se
confunde ya con la no creencia. Así, Europa, América, Occidente, habituados a una
creencia desatavizada, mental, han pasado de reducir a Dios a una idea a prescindir
de esa idea, al ateísmo, porque desembarazarse de una idea es mucho más fácil que
desembarazarse de un atavismo. A medida que un pueblo es más civilizado, más
ebookelo.com - Página 63
culto, su idea religiosa se hace más racional, menos cordial, hasta quedar en eso, en
idea. Esto, que en principio puede parecer óptimo para el logro de una creencia
universal sin localismos pintorescos y supersticiosos (y tal es lo que persigue hoy la
religión), viene a representar, en realidad, el mayor peligro de volatilización de esa fe,
porque los pueblos necesitan creencias táctiles, visuales, sensitivas, cordiales,
amables o terribles. Los pueblos, al contrario que el apóstol, necesitan creer para ver,
porque su creencia —supersticiosa siempre— es sólo el medio de atrapar una imagen
sobrenatural, como en el espiritismo, donde se hace preciso el «trance» para convocar
espíritus. El pueblo, con su fe, se pone en trance para ver algo, para que se le enseñe
algo. Y cuando solamente se le muestra una idea, es decir, no se le muestra nada, la fe
del pueblo se afloja. Una creencia universal es el mayor peligro de un ateísmo
universal.
En defensa instintiva contra la universalidad del cristianismo, cada pueblo ha ido
adoptado éste a sus peculiares formas de fe. Hoy asistimos al fenómeno de la
deslocalización de la fe en los pueblos más evolucionados, deslocalización que
muchas veces degenera en indiferencia y, finalmente, en un vago ateísmo por parte de
la mayoría o un tranquilo agnosticismo por parte de las minorías más en punta. Los
pueblos no evolucionados, en cambio, como Andalucía —y quizá España en general
—, han salvado su fe gracias a haberla «localizado». Y éste puede ser el secreto de la
vigencia religiosa —vigencia y vivencia— de Andalucía.
Paganización, esoterización y regionalización, las tres grandes perversiones del
cristianismo andaluz, son, paradójicamente, los tres grandes pilares de ese
cristianismo. Cristianismo confundido orgiásticamente con la excitante naturaleza del
Sur, impuro de ritos que son recuelo de otras religiones ya perdidas, y reteñido de
color local. Las procesiones de Sevilla y Málaga, las Macarenas y los Cristos de los
Faroles, la «saeta» y los «seises» de la Giralda responden claramente a esas
constantes de la religiosidad andaluza: paganismo de la pedrería de las Vírgenes,
vago erotismo de las Macarenas piropeadas, esoterismo de la milagrería del Sur,
regionalismo de las Dolorosas morenas en una tierra que se llama a sí misma «la
tierra de María Santísima».
Ya hemos estudiado en los tres romances «arcangélicos» de Lorca su vago
erotismo, su evidente paganización del tema, pues si bien Lorca ha perdido la fe,
conserva, en cambio, los símbolos de esa fe como decorativa mitología del Sur.
También él regionaliza a los tres arcángeles. Dice del arcángel San Miguel:
ebookelo.com - Página 64
mezclándolo con el mezclado fondo de religiones entrecruzadas que teje la naturaleza
misma de lo andaluz.
Y a San Gabriel le dice, en el romance correspondiente:
ebookelo.com - Página 65
chófer italiano Álbert: un pudor homosexual. Este pudor contradice nuestra teoría del
alegre amoralismo lorquiano. Por otra parte, y con todo, Lorca canta muchas veces
expresamente el cuerpo y el amor de la mujer. Pero otras tantas canta y exalta al
macho, como en el caso del Camborio. De modo que la disyuntiva queda en el aire. O
no tan en el aire, si tenemos en cuenta que el poeta, en su teatro, se sirve del truco
recurrente de hacer protagonista a una mujer —en Bodas de sangre, en Yerma, en
Bernarda Alba— para, encarnado en ella, cantar y desear al hombre bajo una
apariencia de teatro de exaltación femenina. He aquí otra forma de enmascaramiento.
La primera consistía en trocar al ser cantado de hombre en mujer. Esta última, en
trocarse el cantor también de hombre en mujer, para cantar al hombre.
Enmascaramiento del tema y enmascaramiento del autor. Pudor homosexual, en todo
caso. ¿Dónde, entonces, la amoralidad irresponsable del poeta?
En una palabra que no es homosexualismo —ésta, yo me cuidaré muy bien de
aplicársela a Lorca—, sino pansexualismo. Su pansexualismo, total y abarcador,
pagano y dionisíaco, sí es alegre y maldito de nacimiento, pero la vida, la inmediatez,
los convencionalismos, las concesiones, le llevan a esos enmascaramientos, no
sistemáticos, afortunadamente, en su obra, sino valientemente traicionados a veces
(se puede traicionar a uno mismo y a los demás valientemente), como en el ejemplo
que nos ocupaba de Antoñito el Camborio.
Antoñito el Camborio, a quien guardia civil caminera se lleva codo con codo. Es
la pugna de todo el Romancero. Es la idealización de la raza maldita y la maldición
del orden establecido. Pero creo que ya hemos estudiado esto suficientemente. Lorca,
interviniendo una vez más en el poema, increpa al Camborio por dejarse prender,
mientras los guardias civiles «beben limonada todos». El orden, la fuerza, la ley, son
presentados en una continua orgía, siquiera sea una orgía de modesta limonada, en
este caso. Lorca es un rebelde sin causa o con causa.
Muerte de Antoñito el Camborio es nuevamente un requiebro al gitano Antonio
Torres Heredia, «voz de clavel varonil», pero ahora en circunstancias más dramáticas,
porque están sonando voces de muerte «cerca del Guadalquivir». Al Camborio le
quitan la vida sus cuatro primos Heredia, hijos de Benamejí. Este poema es para
nosotros, en primer lugar, el máximo poema-invectiva al gran pecado nacional
español, el pecado de la envidia. Dice Antoñito moribundo:
ebookelo.com - Página 66
envidiaban en mí.» En otros no envidiaban los cuatro primos Heredia los zapatos
color corinto, ni los medallones de marfil. En el Camborio, sí, porque era su primo.
España es un país de envidiar a los primos, a los hermanos, a los primos-hermanos.
El español envidia al prójimo como a sí mismo. No descubrimos nada señalando la
envidia como pecado capital de España, pero sí, quizá, señalando este poema de
Lorca como máximo poema de la envidia en toda la literatura española. No tengo
noticia de que nunca se haya estudiado este romance en tal aspecto.
Se dice que el español es envidioso porque es pobre. Yo diría, y bien fácil resulta
dar la vuelta a la frase, que el español es pobre porque es envidioso. La riqueza y la
pobreza son conceptos relativos, comparativos, y el español es sempiternamente
pobre, porque se compara siempre con su primo el rico. Y esta comparación no la
hace sino la naturaleza envidiosa. Luego el español es envidioso en principio y no
como consecuencia de algo.
Nuestro pecado nacional es la envidia, como el pecado inglés por antonomasia es
el orgullo; el pecado francés, el «chauvinismo»; el escocés, la avaricia; el alemán, el
racismo, etc.
Y no vamos a hacer con esto nacionalismo barato y, por ende, negativo, pero estas
generalizaciones raciales, evidentes, están ahí y son tan naturaleza que ni siquiera
cabe ahondar en ellas.
La consideración de este romance como gran poema-invectiva de la envidia nos
lleva a entenderle como premonición de la muerte del propio Lorca. Porque a Lorca
lo mata la envidia nacional. O ni siquiera eso; la envidia local, como a Antoñito el
Camborio. No vale jugar a las premoniciones cuando tan pocos datos empíricos
tenemos de ellas, pero, cumplidas obra y biografía, el romance de la muerte de
Antoñito el Camborio presenta una asombrosa identidad con la muerte de Federico
García Lorca. Naturalmente, no vamos a sostener aquí que Lorca escribió ese poema
bajo un presentimiento, pero sí que todas las circunstancias que hacen posible la
muerte del Camborio y la suya propia estaban ya en su mente. La pequeña y afilada
envidia provinciana española. Las limitaciones, los prejuicios y los odios que
empequeñecen la vida nacional y, sobre todo, la vida provincial. Lorca pudo decir,
como el Camborio: «Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí.» Incluso
los zapatos color corinto y los medallones de marfil, que se corresponden con los
objetos de oro que él portaba y que le fueron robados a su muerte, como hemos
contado al principio de este libro.
Pero, sobre todo, sus magnos medallones, los que sus primos de paisanaje, de
vecindad, de patria, le envidiaban, eran su talento y su gracia, su genio y su misterio.
El pueblo español no perdona esas cosas, generalmente porque no las entiende, pero
le hacen intuir que hay una vida y una raza menos sórdidas que las suyas. La
ignorancia potenciada por la envidia lleva al odio, y el odio al crimen. Federico
García Lorca, sin quererlo, traza el dibujo de su propia muerte en este romance. Sobre
el paisaje andaluz, entre «limones redondos», sus gentes más cercanas envidian en él,
ebookelo.com - Página 67
por eso, por cercano, lo que en otros no envidiaban. Lo asaltan y lo matan.
Federico García Lorca, «viva moneda que nunca se volverá a repetir», muere a
manos de un bando de los dos contendientes en nuestra guerra civil. Federico García
Lorca muere a manos de la envidia nacional, que deja a Galdós sin el premio Nobel y
llama a Juan Ramón, en el Madrid Cómico, «Juanito Jiménez». Lorca, hombre
secretamente desarraigado de la sociedad —y qué me importa a mí que se llevase
bien con la gente, como me arguyen tantos—, no puede participar en lo político,
porque lo político supone la más intensa concatenación social. Esteta en lo externo y
reclamado por más urgentes y oscuros tirones en lo interno, Lorca no tiene nada que
ver con un hombre político, aun cuando, como ya hemos visto, su natural rebeldía
humana se identifique, a modo de compradazgo de viaje, con la rebeldía política, y
nunca con el conformismo. (¿Cómo se puede seguir llamando «señorito andaluz»,
incluso por sus compañeros de generación, al invectivador del orden en todas sus
versiones, en España y fuera de España, al gran debelador de la tiranía sexual de la
sociedad en su Bernarda Alba?) En un anarquista lírico o lírico anarquizante, como es
Lorca, la cerrazón política sólo ve un enemigo del bando contrario; mas no es ése el
caso de Lorca, porque su apariencia de señorito andaluz le hubiera dejado a salvo,
pues bien sabemos que quienes le mataron no mataban señoritos, ni andaluces, ni
vascuences. Luego a Lorca lo mataron por otra cosa. A Lorca le mató otra cosa. A
Lorca le mata la envidia, como al Camborio. Y habría que estudiar, a partir de la
anécdota particular y trágica de Lorca, en qué medida toda la guerra civil española,
todas nuestras guerras civiles, no son una ardida apoteosis de la envidia nacional.
El gran valor documental, pues, del romance a la muerte del Camborio está en
que, por ser el poema de la envidia española, es el poema de la muerte del propio
poeta, que encontramos así puesta en limpio por él, inconscientemente —para qué
hablar de literarias adivinaciones—, bastante tiempo antes de que ocurriese.
Muerto de amor es otro romance «sonámbulo» por sus calidades oníricas, y en él
aparece nuevamente el gran símbolo recurrente de lo erótico en Lorca, el muslo:
A este poema, como hemos dicho, hay que ponerlo también en tela de sueño. El
mejor sonambulismo de Lorca, tan asomante en todo el Romancero, corre por él. El
desdoblamiento entre la realidad y el sueño, desdoblamiento psicológico de Federico
sobre el que ahora no vamos a volver, se da con gran evidencia en este poema. Así,
sus dos primeros versos abren ya un sueño:
ebookelo.com - Página 68
Pero los dos siguientes nos devuelven a la realidad cotidiana y cronométrica.
ebookelo.com - Página 69
sea fácil de decir ahora, a tantos años vista de ambos sucesos —la guerra y el libro—,
pero el que la perspectiva nos favorezca no dice nada en contra de la teoría, sino a
favor de nuestra necesidad de perspectivas. Mejor que toda la literatura política de los
años veinte y treinta, el Romancero gitano, de Federico García Lorca, «libro
esteticista de un señorito andaluz», anuncia y denuncia la crisis de España, el estado
de guerra fría, la inminencia de la tragedia.
Lejos de todo afán de politización de los fenómenos literarios, esto se nos revela
así a nosotros, y lo que no comprendemos es cómo gentes más «politizantes» no han
caído antes en la cuenta de lo que vengo diciendo. El gran libro de la guerra española,
antes y después de ella, es para mí el Romancero de Lorca. Por su calidad de profecía
y, desde luego, por su asombrosa calidad literaria y humana. Que un libro de tal
dimensión haya pasado hasta ahora por folklorista y estetizante es una desoladora
prueba de que todos somos ciegos en la vida intelectual española, sin un mal tuerto
que nos reine. Porque los gitanos son mucho más que los gitanos y la Guardia Civil
es mucho más que la Guardia Civil en los poemas del Romancero.
Y esto lo prueba la conciencia y la intención del poeta al escribir sus poemas
paralelos a éstos, los de los negros en Poeta en Nueva York. Estableciendo tal
paralelismo, vemos claramente que el conflicto entre gitanos y guardias civiles no era
mero localismo en la conciencia y la visión de Lorca, sino sentido claro y hondo de la
tragedia de España —y del mundo—, trasladable de Granada a la ciudad de los
rascacielos, del Albaicín a Harlem. Conflicto entre dos fuerzas ingentes, lucha de
clases, revolución en potencia. Mucho más que una reyerta entre guardias y gitanos
para hacer metáforas gongorinas y surrealistas.
Ya hemos visto de qué manera honda, pero accidental, el rebelde metafísico
coincide con el rebelde político, y cómo el dramatismo y la épica de Lorca no son
sino la puesta en marcha de su tragicismo existencial, pero todo ello debidamente
articulado en planos, nos permite entender también «históricamente» esa épica del
Romancero como documento político, aunque de su entendimiento psicológico
hayamos sacado otras consecuencias más secretas, que han quedado aquí explayadas
en su momento.
La Virgen y San José aparecen inesperadamente en el romance de la Guardia
Civil, deliciosamente minimizados, como en miniatura de «nacimiento», y, por
supuesto, regionalizados, ya que les acompaña Pedro Domecq (quien a su vez lleva
consigo tres sultanes de Persia, disparatado exotismo o divertimiento lorquiano).
Cuando la Guardia Civil irrumpe en la ciudad de los gitanos, el coñac de las botellas
«se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas». Este coñac disfrazado de
noviembre es una de las más representativas imágenes gongorino-surrealistas de todo
el libro, cuyo surrealismo y gongorismo general estudiaremos más adelante. Hay una
bella trasposición de planos que permite a los gitanos congregarse en el portal de
Belén. Este juego viene dado, sin duda, por el entrecruce de razas andaluz, que lleva a
Lorca a identificar a San José y la Virgen, judíos, con los gitanos: dos razas andaluzas
ebookelo.com - Página 70
y proscritas, acosadas por la carga de la Guardia Civil. La Virgen y San José,
desacralizados, regionalizados, granizados, combaten del lado de los gitanos, por
oscura afinidad racial, sin duda, y por lo que en los gitanos hay de culto esotérico y
trivializado al catolicismo:
ebookelo.com - Página 71
escribir su Romancero. Actitud de rebeldía frente a lo que hemos llamado el Orden
omnipotente, bien se trate de centuriones romanos, de guardias civiles o de banqueros
de Wall Street. Una propensión a cantar a las víctimas de ese Orden en todas las
épocas, en todos los lugares, en todos los sistemas.
Burla de Don Pedro a Caballo es otra composición nacida del onirismo
lorquiano. Vaguedad y concreción, realidad y sueño, sonambulismo y épica se
alternan en este poema de la manera magistral que sabe hacerlo el poeta, jugando
siempre elementos de la naturaleza y de la vida o de la historia con mano mágica. La
vena puramente onírica reaparece siempre a lo largo de la obra de Lorca, como
vemos leyendo este poema. Él vive y escribe perpetuamente entre dos aguas. Entre
dos mundos.
El Romancero se cierra sorprendentemente con el poema de Thamar y Amnon, un
poema de incesto que por su ambientación histórica tampoco tiene nada que ver con
el resto del libro. Pero el poeta se cuida de regionalizar tenuemente el tema, aun
incurriendo en poético anacronismo —«al son de panderos fríos»—, como antes
había regionalizado la mitología cristiana. El fuerte erotismo del poema, la anécdota
de la hermana violada por su hermano, la ambivalencia sexual con que se cantan
ambos desnudos, el masculino y el femenino, sí son puro Lorca, e incluso puro
Romancero:
Siempre los muslos y siempre la proclividad de Lorca hacia los temas más
directos y oscuros del sexo, hacia ese demoníaco paraíso —el demonio tiene sus
paraísos, mucho más inmediatos y jubilosos que los otros— de la libertad sexual,
donde ya se borran las barreras de sexo, de sangre, de edad. A Lorca le seduce la
leyenda de este incesto y la recrea por lo que tiene de triunfo del sexo ciego. Incesto,
homosexualidad, adulterio, todas las formas proscritas de lo sexual tientan al poeta,
siquiera sea literariamente. Y nunca es sólo literariamente, bien lo sabemos. Con un
incesto se cierra tan magno libro, por si alguna duda nos quedaba sobre su oscura
significación pansexualista, en la que hemos insistido ya demasiado.
ebookelo.com - Página 72
10.—ANDALUCIA Y SURREALISMO
La fórmula surrealista a que responden muchos de los poemas del Romancero nos
lleva a una consideración del influjo del surrealismo en España y, concretamente, en
Andalucía. El surrealismo español es un surrealismo tardío en cuanto que llega a
nuestro país con evidente retraso respecto de su apogeo francés y, sobre todo, porque
entre nosotros pierde ya su pureza naciente para adecuarse a modalidades muy
autóctonas, como lo es, por ejemplo, el irrenunciable realismo español, realismo o
narrativismo que nacen de la incapacidad de nuestro arte para abstraer. Todas las artes
españolas son narrativas, incluso la música —abstracción máxima—, pues Granados
y Albéniz, e incluso el propio y grande Falla, no hacen sino «contamos» Andalucía
con mayor o menor sutileza, con mayor o menor servidumbre descriptiva, según el
talento y la sensibilidad respectivos, pero siempre en esa línea descripcionista.
Esta incapacidad para la abstracción refugia al español —pueblo y artista— en lo
que se viene llamando realismo, y que yo llamo narrativismo, y no es sino la
imposibilidad de ver más allá —o más acá, más adentro— de las propias narices.
Bien entendido que el que nuestros grandes hallazgos artísticos sean siempre
narrativos no les quita categoría de grandes hallazgos. Por otra parte, si, en el arte, el
español necesita realidad, en el pensamiento necesita lógica. Ama la realidad porque
es «lógica» y ama la «lógica» porque ésta es la puesta en limpio de la realidad. Y
empleo el término «lógica» en su sentido más peyorativo, por supuesto, y ni siquiera
como modalidad filosófica. La lógica, ejercicio del sentido común, es todo lo
contrario de la filosofía. La lógica se atiene a la realidad y la filosofía a la
abstracción. Durante mucho tiempo, el máximo filósofo de España ha sido un hombre
de lógica, de sentido común: Balmes. Un antifilósofo.
Así, cuando el arte gratuito por excelencia, el surrealismo, llega a España, sus
mejores destinatarios lo adaptan a un sistema de creación lógico. Ramón Gómez de la
Sema en sus greguerías o Gerardo Diego en su ultraísmo no hacen —ni se lo
proponen— verdadero surrealismo, sino que dan apariencia surrealista, mediante la
expresión descoyuntada o sorprendente, a metáforas absolutamente tradicionales,
lógicas. Vicente Aleixandre, por su parte —ejemplo supremo, en apariencia, de
surrealista español—, ha negado siempre su condición de tal, y la verdad es que bajo
la sintaxis y la imaginería desconcertante de alguno de sus libros corre siempre una
historia, un argumento lírico, y las metáforas son eso, metáforas. Nunca alegres y
automáticas asociaciones de palabras, de objetos, de ideas. El español, incapacitado
secularmente para la filosofía, está, por eso mismo, implacablemente sometido a la
lógica.
Esta característica general de nuestro pueblo tiene una variante en Andalucía. Y
quizá también en Galicia, la otra región daimónica de la Península. (Por algo el
andalucísimo Lorca escribió una vez en gallego.) Andalucía, por ese daimonismo que
le viene, como ya hemos apuntado, de su cruce de sangres y razas de tal condición, se
ebookelo.com - Página 73
libra de la lógica a favor, no de la filosofía, por supuesto, sino a favor del sueño, del
misterio y el esoterismo. Andalucía se salva de la servidumbre de la lógica, aunque
no de la servidumbre del narrativismo, pues ya hemos visto cómo incluso sus
músicos son narrativos. Por esa proclividad al sueño, Andalucía es tierra abonada
para el surrealismo, hasta el punto de que el primer surrealista de la historia de la
literatura universal, un surrealista anterior a la escuela, es andaluz: don Luis de
Góngora y Argote. Y cuando Freud acerca el subconsciente al plano de lo consciente
y el arte del mundo empieza a nutrirse del mundo del sueño, el tardío surrealismo
español hecha raíces, sobre todo en Andalucía: Vicente Aleixandre, Luis Cernuda,
Federico García Lorca.
Raíces tan fuertes que todavía hoy el único poeta español «oficialmente»
surrealista es un andaluz, un cordobés: Manuel Álvarez Ortega (traductor, por cierto,
al español de todo el surrealismo francés).
El surrealismo de Lorca, como el de todos sus paisanos, es también narrativo.
Apunta de manera esporádica en los primeros libros del poeta y se hace evidente de
forma en el Romancero. Pero el que el coñac de las botellas se disfrace de noviembre
—buen ejemplo del toque surrealista en el citado libro— tiene una explicación
«lógica» inmediata —el coñac pierde su ardor, se enfría, se inverniza, se disfraza de
noviembre ante la acometida de los guardias civiles por la ciudad de los gitanos—, y
está al servicio de una narración, de un drama, que es el que se desarrolla en el
romance correspondiente. Si éste fuera un libro de estilística podríamos ir haciendo
lógicas, igualmente, todas las metáforas aparentemente alógicas del Romancero. Pero
hay algo más importante, que ya hemos apuntado hace un momento: el hecho de
fabricar metáforas es por sí mismo anti-surrealista. La metáfora es un silogismo
hecho con imágenes, un silogismo estético, paralelo al silogismo conceptual; la
metáfora es un hecho lógico, por muy sorpresiva que la encontremos. La metáfora
nunca puede ser surrealismo, pues que supone concatenación lógica, aunque más o
menos sutil y lejana, de imágenes plásticas o de sensaciones, y el surrealismo es el
ilogicismo de los sueños puesto en libertad, liberado de la lógica consciente por
Freud y André Bretón, ilogicismo que sin duda tiene una lógica secreta, escondida,
misteriosa, perversa por desconocida. Pero una lógica, al fin y al cabo, pues que el ser
humano sólo tiene dos direcciones: actuar con el pensamiento sobre los sentidos o
dejar que los sentidos actúen sobre el pensamiento. En el primer caso está ejerciendo
la lógica racional; en el segundo, la lógica natural, lógica también, porque los
sentidos obedecen a unas leyes físicas, mecánicas, en las que queda integrado incluso
el capricho fisiológico. Esta presión natural envía al cerebro estímulos que le son
extraños en cuanto inconscientes y que nos llevan a hablar de la anarquía del
subconsciente, anarquía que por supuesto existe, como en todo el ser y en la creación
toda, pero no por ausencia de unas leyes, sino por la gratuidad de que esas leyes han
nacido. No sabemos, pues, en qué oscuro punto el surrealismo deja de ser alógico
para obedecer a una lógica, no diré más profunda, pero sí más ciega: la lógica de la
ebookelo.com - Página 74
naturaleza. Esto, aparte de que la lógica consciente, racional, nunca puede ser abolida
del todo por una mente en funcionamiento (o en dejación).
Si lo que se ha llamado surrealismo puro es relativo, he aquí que el surrealismo
relativo de nuestros surrealistas, el de Lorca, concretamente, es el menos puro de
todos. Si a Lorca se le puede entender en algún momento como surrealista, no es
tanto por el contagio anterior gongorino o por el contagio posterior francés —
referidos ambos solamente a la forma poética—, como por su facilidad para entrar en
el mundo de los sueños, facilidad o facultad a que tanto nos hemos referido a lo largo
de este libro. Así, el máximo libro surrealista de Lorca no es para nosotros Poeta en
Nueva York, como siempre se ha dicho, aunque este libro esté más afectado de
expresión surrealista, sino el Romancero gitano, porque en el Romancero están los
mejores poemas de Lorca con clima de sueño, con argumento de sueño, con «lógica»
de sueño. El subconsciente manda más en este libro sonámbulo que en el Poeta,
libro-reportaje de protesta objetiva ante un mundo que el escritor ve monstruoso, aun
cuando esté escrito con una exasperada expresión surrealista, que Lorca ha elegido,
sin duda, por encontrarla más adecuada que cualquier otra a la caótica realidad
norteamericana, neoyorquina.
Si Andalucía es naturalmente surrealista por esotérica, Federico es naturalmente
surrealista por andaluz y por onírico, y su libro más surrealista es, naturalmente, su
libro más onírico y más andaluz: el Romancero gitano.
ebookelo.com - Página 75
11.—EL ROMÁNTICO
Hay una anécdota en la infancia de Federico según la cual el niño, después de
hacer sus gracias precoces ante las respetables visitas de la casa paterna, solía
despedirse con una obscenidad. Cierta o apócrifa, esta anécdota sirve para ilustrar lo
que en cierto modo sería durante toda la vida la conducta del poeta: una apariencia de
respeto, corrección y sociabilidad rubricada por el rabotazo de su obra, que deshace
toda la farsa y fustiga o inquieta inesperadamente. En todo caso, ya hemos reiterado
en este libro que no nos preocupa tanto la vida del poeta como su obra.
Sólo a partir de una frivolidad incorregible puede haberse entendido como
«maldito» al poeta, al artista que desordena su vida y se tambalea por las esquinas de
la Historia. Para el arte y la conciencia burguesas, «maldito» es el que no se integra
en la sociedad de esa manera convencional que la sociedad exige. Maldito es, según
esto, el que rompe farolas respetables con las pedradas de sus metáforas o sus
juramentos. Malditos, pues, serían todos los que integran la triste y sempiterna grey
de los fracasados, ese cinturón de miseria y frustración que ha rodeado siempre a la
república de las letras. Pero bien sabemos que a todos esos «malditos» se les puede
redimir con un consomé y un premio literario de provincias. El que Baudelaire y
Lautréamont hayan hecho bohemia no autoriza a considerar lautreamontianos ni
baudelerianos a los pobres diablos que viven bajo los puentes por donde corre el río
caudaloso de la gran literatura, y en cuyas aguas ellos se limitan a lavarse los pies,
envileciéndolas con su miseria. Baudelaire era maldito no porque se acostase con
lesbianas, sino que se acostaba con lesbianas porque era maldito.
Hay que ir, pues, del hombre a la obra o de la obra al hombre. La anécdota sólo
sirve para miniar el texto. Pero, como digo, el arte y la conciencia burguesas se han
quedado en la anécdota, por impotencia, por desgana o por miedo de llegar más allá.
El concepto de maldito sólo puede nacer de un entendimiento profundo del mal
entronizado en un hombre o en una obra, en su obra. Si luego el maldito, encarnación
del diablo, coincide en anécdota con el «pobre diablo» hambreado, esto no puede
otorgar categoría de malditos a todos los pobres diablos. Porque, además, no siempre
se da esa coincidencia, como vemos en el caso de Lorca. Para entender lo que es un
maldito prototipo —Baudelaire— hay que prescindir de las negras y las lesbianas.
Hay que limitarse a leer lo que escribió. Nuestra pintoresca fascinación por la
anécdota nos llevaría a considerar maldito a Menéndez Pelayo, porque era
dipsómano, o a Galdós, porque se daba a las meretrices madrileñas.
Lamentablemente ridículo. Ni el bohemio pseudoliterario ni el prócer con sus
debilidades humanas son malditos. O entendemos esta palabra de una manera
profunda y rigorosa, o seguiremos por siempre en el vano equívoco de llamar poeta
maldito al sablista de café y asombrarnos, en cambio, de que alguien pueda llamar
maldito a Federico García Lorca, quien nunca dio un sablazo, que se sepa. Tiene
entidad de maldito, en la literatura y en el arte, el hombre profundamente vinculado al
ebookelo.com - Página 76
mal actuante que hay en la naturaleza, el hombre entronizado en el mal o que es
encarnación de él, y que, por supuesto, ha hecho de esa condición una obra de arte,
un libro o un cuadro, que siempre serán importantes, aparte los valores estéticos, si de
verdad suponen el vaciado de esa fuerza, conciencia y dinámica del mal.
Y por mal entendemos, si es que no ha quedado suficientemente claro a lo largo
de este libro, la evidencia de los poderes negativos, autodestructivos, que sin duda
actúan en la naturaleza y en el hombre. Esto, sin otras repercusiones teológicas o
morales. Bien entendido que lo que llamamos poderes negativos o autodestructivos
puede que sean solamente la mitad en sombra de la naturaleza y el ser, esa mitad que
paulatinamente van desvelando el pensamiento y la ciencia. Digamos, parafraseando
a Machado, que se canta lo que se ignora. Y se canta para bien o para mal. Un
católico, como Gabriel Marcel, pone en esa zona de sombra el «misterio» inefable de
lo religioso, de la fe. Un ateo, como Sartre, pone en esa mitad sombría el caos y la
nada. Son dos maneras de cantar lo que se ignora. Imposible generalizar. No hay otro
camino en esto que individualizar. En un ser, esa mitad es el mal sublimado en bien:
la mística. En otro ser, esa mitad es el bien sublimado en mal: el satanismo. ¿No es el
demonio católico un ángel sublimado en diablo?
A este nivel, como vemos, la anécdota es más trivial que nunca. ¿Cómo se puede
juzgar a un hombre tan hondo como Lorca por su anécdota? Su anécdota nos ha dado
un falso y superficial clisé lorquiano, que es el que trato de destruir en este libro para
sustituirlo por la imagen que yo tengo de él, no sé si cierta en todo o en parte, pero,
desde luego, menos frívola —en todos los sentidos— que la otra.
Nuestro poeta se merece otro trato. Ya está bien de entenderle como un bailarín o
un pianista de los versos. Jorge Guillén, que tanto le conoció, dice en Federico en
persona: «Porque Federico nos ponía en contacto con la creación, con ese conjunto
de fondo en que se mantienen las fuerzas fecundas.»
Y añade: «criatura de la Creación, inmersa en Creación, encrucijada de Creación
y participante de las profundas corrientes creadoras». Y aún más: «La poesía de
Lorca nos enfrenta con los elementos últimos: eso que a él le revelaba la inspiración
nocturna («duende» en su lenguaje).» Los elementos últimos, la inspiración nocturna.
Incluso el clarísimo, óptimo y optimista Guillén encuentra en Lorca esa mitad de
sombra, «inspiración nocturna»; y ese fondo secreto, «elementos últimos». De aquí
hay que partir para entender a Lorca y entender en qué sentido le hemos llamado
poeta maldito. El mismo Guillén, glosando Diván del Tamarit, escribe: «El poeta nos
da la visión de su otoño reforzado por su espera de la muerte. De esta raíz
atormentada proceden todas las imágenes. Deformando los objetos por ellas aludidos,
casan muy bien con su origen: la angustia.» Cuando escribió el Diván, Federico era
joven y estaba sano. ¿Por qué la espera de la muerte, si su muerte fue accidental,
externa, le vino de fuera inesperadamente? ¿Por qué la angustia? Guillén ha estado
aquí a punto de tocar la entraña en llaga de su amigo. Pero ha seguido adelante, ha
pasado de largo. Si insistimos en nuestras preguntas recién formuladas, se nos
ebookelo.com - Página 77
responderá vagamente que Lorca era un romántico. Efectivamente, un romántico.
Pero esto ya desmiente al alegrísimo y vitalísimo Federico. Y, por otra parte, el
Romanticismo no fue sino, históricamente, el clima y movimiento de que nacieron
los grandes artistas malditos y el propio concepto de «maldito». No todo romántico es
un maldito, pero el maldito es el romántico-límite. ¿Fue Lorca ese romántico-límite?
Todo este libro viene probando o intentando probar que sí.
Confirma, finalmente, Jorge Guillén: «Desde esa trágica frontera percibe el
mundo y concibe su poesía el gran andaluz»: «las cinco en sombra de la tarde», «una
tarde inmensa». Lástima que su optimismo esencial haya privado a Guillén de
profundizar en esto, que, a pesar de todo, se le hace evidente a su gran inteligencia.
Otro gran amigo y conocedor de Lorca, el torero Ignacio Sánchez Mejías, decía
así: «Lorca es Belmonte, y Alberti es Joselito.» De nuevo lo dionisíaco frente a lo
apolíneo. Ya hemos dejado constancia en estas páginas de nuestro juicio sobre Rafael
Alberti. En él las elegancias apolíneas de Joselito. Belmonte, en cambio, es el último
torero goyesco, y Goya es el primer pintor maldito. Así se concatenan las afinidades,
que, en este caso, ya habíamos previsto al principio de nuestro libro. El propio Lorca
ha dicho que Goya es un pintor con duende. Cualquiera puede ver que Belmonte es
un torero goyesco. Sánchez Mejías dice que el Belmonte de la poesía es Lorca. El
círculo de alusiones se cierra por sí solo.
Y acumulamos aquí todos estos testimonios, porque son de los más valiosos que
podemos encontrar entre los pocos que hay a favor de nuestra teoría. Ya hemos visto
en qué sentido Lorca puede ser entendido, efectivamente, como un romántico, pero
no sólo como un romántico, sino, en todo caso, como romántico-límite, y para
entender esto basta compararle con nuestros románticos «oficiales»: Bécquer,
Espronceda, Zorrilla… ¿Quién de ellos —ni siquiera Bécquer— tocó fondo
angustiado como Lorca? Pero será interesante estudiar el romanticismo meramente
literario de Federico, y a ello vamos a dedicar el resto de este capítulo.
En las Obras completas de García Lorca, dentro del apartado Impresiones, la
primera de éstas, titulada inefablemente Fantasía simbólica, se inicia con este
párrafo: «La ciudad está dormida y acariciada por la música de sus románticos
ríos…» El romanticismo, pues, aparece en el primer párrafo «oficialmente» escrito
por Lorca. En toda esta composición en prosa se subraya el carácter romántico de
Granada. En la prosa siguiente, Granada, Lorca hace teoría sobre lo diminuto y el
diminutivo en su ciudad, teoría muy coincidente con la que nosotros hemos esbozado
en este libro sobre el diminutivo en Andalucía, pero que él circunscribe a Granada.
Dice Lorca que con el diminutivo «se limita el tiempo, el espacio, el mar, la luna, las
distancias…» Sólo le ha faltado añadir que hay una forma de diminutivo no
gramatical, sino conceptual, también muy andaluza, y es la que acuña términos como
«duende» en lugar de demonio o «ángel» en lugar de inspiración. Es muy curiosa de
observar, en este trabajo de Lorca, la influencia de Ramón Gómez de la Serna.
Escribir en forma de greguerías todo un artículo es como hacer una alfombra de
ebookelo.com - Página 78
nudos. Pues bien, así está escrita esta prosa lorquiana, que llega, en el greguerismo —
que por aquellos tiempos debía ser gregarismo ramoniano—, a simplificaciones tan
eficaces como ésta: «Granada es como la narración de lo que ya pasó en Sevilla.»
Puro Ramón, y del más puro. Semana Santa en Granada nos confirma en la idea de
localización, de regionalización y paganización que Lorca aplica a una religión
desacralizada para él. Y en la última parte de este artículo insiste, muy lúcidamente,
sobre la mezcla de sangres que textura los fondos de su ciudad. Esa mezcla mediante
la cual podemos explicarnos —creemos haber explicado— tantas cosas de Andalucía,
de Granada y de Federico.
Santa Lucía y San Lázaro es otra prosa muy ramoniana en la que entre greguería
y greguería —todas sorprendentes y de primera mano, pese a la inmediatez del
maestro—, leemos de pronto una frase que es reveladora del entendimiento lorquiano
del existir, así como de nuestro propio y personal entendimiento de Lorca: «Dejamos
nuestros ojos en la superficie, como las flores acuáticas, y nos agazapamos detrás de
ellos, mientras flota en un mundo oscuro nuestra palpitante fisiología.»
Historia de este Gallo sigue siendo algo muy ramoniano. En Degollación del
Bautista pasamos ya a una escritura de técnica surrealista, donde el motivo
escriturístico es utilizado una vez más por Lorca en función de mero esteticismo.
Degollación de los inocentes prosigue esta línea de ironía y anarquía expresivas,
característica de una parte del surrealismo por entonces vigente. Asimismo, Suicidio
en Alejandría, Nadadora sumergida, Amantes asesinados por una perdiz y La
gallina. La conferencia sobre El cante jondo es ya más técnica que creativa y
constituye una especie de preludio a la famosa y fundamental conferencia sobre el
duende. La adopción por la Iglesia española del canto litúrgico, la invasión sarracena
y la llegada a España de numerosas bandas de gitanos son para Lorca tres fenómenos
constituyentes del nacimiento del cante. Esta teoría, ampliada y retrotraída
históricamente, puede explicar —hasta donde estas cosas son explicables— la
naturaleza y carácter del andaluz y no sólo de su cante, como hemos visto
anteriormente. En esta conferencia, Lorca habla del «demasiado frondoso árbol lírico
que nos dejaron los románticos y los posrománticos», y de cómo su generación está
tratando de podar ese árbol. Innecesario puntualizar que esto no es una confesión de
antirromanticismo, sino una corrección meramente formal del romanticismo
expresivo. «Somos un pueblo triste», dice Lorca en un momento de su conferencia. Y
esta afirmación no es gratuita, sino el corolario de toda una teoría que ha venido
desarrollando. La alegría andaluza —la alegría de Lorca—, desmentida por el propio
poeta. En toda la conferencia hay una conciencia de drama y magia, de orientalismo y
muerte, de nocturnidad y conjuro, que se remonta de los orígenes y la naturaleza del
cante jondo a la realidad y la intrarrealidad de Andalucía. Federico, explicando el
cante jondo, explica a Andalucía toda, como más tarde, en su conferencia del duende,
explicando Andalucía, se explica a sí mismo. En su conferencia sobre don Luis de
Góngora entiende como romántico a Lope y su tiempo —el tiempo de Lope y
ebookelo.com - Página 79
Góngora—, y dice que los grandes descubrimientos de la época son romanticismo
puro. Pero su gran confesión de romántico —implícita y por eso más valiosa— la
encontramos en su conferencia Imaginación, inspiración, evasión. Lorca entiende la
imaginación como mera facultad racional, como el raciocinio límite, anticipador ya,
adivinador, pero, más allá de la imaginación, él canta la inspiración. Dice que «la
imaginación es un hecho del alma y la inspiración es un estado del alma». La
imaginación, hecho o acto. La inspiración, estado, estatismo, éxtasis. Si sustituimos
«inspiración» por «duende» —y ni siquiera hace falta esta sustitución—, tenemos que
Lorca está diciendo ya lo que dirá más tarde y ha dicho siempre: que hay que ponerse
en trance, entregarse a lo desconocido, liberar el subconsciente para que actúe por
nosotros. Si como devoto del duende —del demonio— le consideramos maldito,
como devoto de la inspiración se nos manifiesta romántico. Porque la inspiración es
un conocimiento noético, un «estado del alma» que puede ser estado de gracia —puro
romanticismo—, pero el duende es ya una inspiración determinada por el mal, por lo
insobornable, rebelde y oscuro; no un posible estado de gracia, sino un declarado
estado de maldad (entendiendo siempre esta palabra en un sentido no moral ni
teológico, sino natural). La inspiración puede ser de signo positivo o negativo. En
otro momento de este libro dijimos que la musa es una inspiración que viene de arriba
y el duende una inspiración que viene de abajo. Lorca, romántico por su fe en la
inspiración, será luego maldito por su filiación a la inspiración que viene de abajo. Al
duende.
En su autocrítica de Mariana Pineda el comediógrafo confiesa su devoción por
«los tópicos bellos del romanticismo». Mariana es un canto al liberalismo romántico
en el fondo y en la forma. En otro texto sobre esta misma obra, Lorca habla del
«duelo a muerte que sostengo con mi corazón y con la poesía. Con mi corazón, para
librarlo de la pasión imposible que destruye y de la sombra falaz del mundo que lo
siembra de sol estéril; con la poesía, para construir, pese a ella, que se defiende como
una virgen, el poema despierto y verdadero donde la belleza y el horror y lo inefable
y lo repugnante vivan y se entrechoquen en medio de la más candente alegría». ¿Cuál
es «la pasión imposible que destruye»? En el corazón del poeta hay una lucha a
muerte, una autodestrucción cuyo nombre evitaremos, pero sobre cuyo significado
venimos insistiendo a lo largo de nuestro libro. ¿Y «la sombra falaz del mundo»? ¿No
era Lorca un poeta mondaine? «La belleza y el horror, lo inefable y lo repugnante.»
La dualidad, el desdoblamiento del hombre y el artista se hacen manifiestos en estas
líneas suyas perdidas casi en una prosa de circunstancias. ¿Y por qué aspira a fundir
todo eso «en medio de la más candente alegría»? ¿Por qué candente la alegría?
Demasiada alegría. Alegría candente, alegría infernal, dados los elementos que quiere
fundir en ella.
Una vez el poeta hizo subir a su casa a los niños vendedores de periódicos para
que vieran los Títeres de Cachiporra, mezclándoles con ««los bucles y las cintas de
las caras de los niños ricos». Es una pequeña anécdota que añadir a toda una actitud
ebookelo.com - Página 80
de inconformismo, cada vez más radical a lo largo de su obra y de su vida. El señorito
andaluz va siendo cada día más hondamente andaluz, quizá, y menos señorito. En
Charla sobre teatro se manifiesta «ardientemente apasionado del teatro de acción
social».
Si el romántico Lorca profesó alguna vez un romanticismo liberal a la manera de
su «Marianita Pineda», más tarde pasará del liberalismo al socialismo, siempre con la
vagarosidad del hombre no político, del poeta lírico. Lorca romántico se queda en lo
liberal. Lorca «maldito» llega ya a «lo social». Su evolución política es,
naturalmente, paralela de su evolución humana. Aquélla consecuencia de ésta.
ebookelo.com - Página 81
12.—LOS NEGROS
Poeta en Nueva York data de 1929-1930. Cuando dijimos anteriormente que el
Romancero y Poeta en Nueva York son libros gemelos, paralelos, nos referíamos,
naturalmente, al apartado de Los negros. Esoterismo, sexualismo y exotismo pueden
ser los tres tirones que llevan a Lorca hacia los negros, como en el caso de los
gitanos. Ya hemos dicho que Lorca se coloca con Harlem frente a Wall Street, como
antes se había colocado con el Albaicín frente a la Guardia Civil. Y no creo que esta
motivación política sea un añadido a las tres anteriores, sino que es una resultante de
ellas. Identificado con los negros por razones profundas, la identificación política se
produce naturalmente, aunque en el caso ahora tratado, posterior al de los gitanos, el
poeta, más maduro como hombre, tiene una mayor conciencia política, social, y sin
duda ha tomado partido previamente.
Con el sentido de justicia y rebeldía ya muy arraigado, encuentra en Nueva York
una situación paralela de la situación granadina. Encuentra en los negros otra raza
proscrita, como los gitanos, y, fatalmente, vuelve a escribir, en cierto modo, el mismo
libro, pues la sugestión que ejerce sobre él el negro es semejante a la que ejerce el
gitano y la situación social de ambas razas también es semejante. España, que tanto
ha criticado al mundo la discriminación negra, tiene en su seno una suerte de
discriminación gitana que tampoco acierta a resolver satisfactoriamente, aun cuando
las cosas hayan cambiado algo en estos últimos años y el volumen del problema, por
otra parte, haya sido siempre mucho menor que el del problema negro.
¿Hasta qué punto son semejantes los poemas «políticos», por decirlo de algún
modo, del Romancero y los poemas de Los negros? Hay, en principio, un paralelismo
de identificaciones —Lorca ama a los gitanos, Lorca ama a los negros—, un
paralelismo de situación y un paralelismo de tratamiento. Lorca es lírico cuando canta
el mundo negro y es épico cuando canta el conflicto negro, cuando invectiva al
blanco. Lo único que nos desorienta, lo único que quizá ha desorientado a los
exégetas de Lorca hasta ahora, impidiéndoles ver, que yo sepa, el paralelismo de
ambos libros, es la forma. Si Lorca hubiese escrito sus poemas de negros
aprovechando, por ejemplo, el ritmo y la percusión de esa raza para traducirlos a
poesía, la semejanza estética hubiera sido mucho más evidente, y, puesto que nadie
pasa casi nunca de esa clase de semejanzas, habríamos caído hace mucho tiempo en
la cuenta de lo que vengo explicando. Pero Lorca, con la influencia de la retórica
surrealista ya muy arraigada en él, escribe por entonces «en surrealista», y, por otra
parte, encuentra, sin duda, que la caótica y proteica realidad norteamericana requiere
ese tratamiento literario. Ahora bien: como por una parte resulta que en el Romancero
había ya mucho surrealismo, y por otra, los poemas de los negros sólo son
surrealistas de apariencia, no pierden nunca el hilo dramático coherente, tenemos que
ambos grupos de poemas vienen a coincidir en una zona amplia de lirismo
dramatizado, de dramatismo lírico, que es la más característica de la creación
ebookelo.com - Página 82
lorquiana. Lorca nunca se parece tanto a sí mismo como cuando escribe de los
gitanos o cuando escribe de los negros. Y el Lorca que escribe de los unos se parece
mucho, en consecuencia, al que escribe de los otros.
Dice el poeta en el Romancero:
ebookelo.com - Página 83
El rey de Harlem, oficiante con animales mágicos —el cocodrilo, adorado en otro
tiempo, sagrado en otro tiempo— y con animales lúbricos: el mono. La brujería negra
encanta —en los dos sentidos de la palabra— al poeta. Dice luego que «es preciso
cruzar los puentes y llegar al rubor negro». Precisa localización de los puentes de
Manhattan y bella designación de una raza: «rubor negro». Pero, una vez que nos ha
hecho cruzar los puentes y nos ha introducido en el mundo negro, cesa el canto lírico
y se inicia el canto épico, con una alternancia muy lorquiana:
ebookelo.com - Página 84
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre,
y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón, por las heladas montañas del oso.
Los blancos, en orgía perpetua de whisky, como los guardias civiles en orgía de
anís, ginebra o limonada. Dentro de otra estrofa épica, un verso muy expresivo: «los
mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco». Luego, el poeta
profetiza la rebelión negra que en nuestros días se está cumpliendo:
ebookelo.com - Página 85
A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una pina zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.
Pide Lorca, tras haber denunciado la usura yanqui, que la rueda olvide su fórmula
para que pueda «cantar desnuda con las manadas de caballos». Pide que la ciencia y
la matemática vuelvan a ser naturaleza, se confundan con los caballos salvajes, con la
fuerza primaria. Y desea que una llama queme «los helados proyectos» de la
supercivilización.
No es Poeta en Nueva York un libro social, un libro político, sino un libro
profunda y silvestremente anarquista:
ebookelo.com - Página 86
que aullarán, noche oscura, por un tiempo sin luces,
¡oh salvaje Norteamérica!, ¡oh impúdica!, ¡oh salvaje,
tendida en la frontera de la nieve!
Luego denuncia a «los borrachos de plata, los hombres fríos, los que crecen en el
cruce de los muslos y llamas duras», «los que beben en el banco de lágrimas de niña
muerta» y a «los millonarios de dientes azules» y a los constructores, porque:
ebookelo.com - Página 87
simboliza en el mascarón africano.
Instalado en la conciencia negra, Lorca describe el mundo de los blancos con
saña, crueldad y pavor. Así, en Paisaje de la multitud que vomita:
Sólo en los ojos de los idiotas encuentra pureza y naturaleza salvaje, «mansas
cobras», entre «gentes que pueden orinar alrededor de un gemido», entre los ricos
temerosos «detrás de sus lupas». Navidad en el Hudson, dentro de la misma temática,
tiene algo de la poesía de Lorca que hemos llamado sonámbula. Es, en cierto modo,
un poema sonámbulo donde el poeta vuelve a conseguir las calidades de sueño que
tan bien le conocemos.
Ciudad sin sueño es otra visión desolada y grandiosa de Nueva York. La ciudad
hecha de vacíos colosales —más que de bloques colosales— angustia al poeta, que se
rebela contra la inmensa soledad sin sueño del Nueva York descomunal, y vuelve a
profetizar la llegada de la vida virgen, de la selva natural, de las pequeñas y las
grandes bestias que «humanicen», que «naturalicen» los paisajes de cemento y acero.
Es otra vez la invocación a los plenos poderes del planeta frente a la construcción
enorme y siniestra de la monstruosa razón humana. Nueva York es el máximo
exponente de la capacidad raciociniadora, inventora, calculadora del hombre. Lorca,
enemigo instintivo de la razón, de la vida sometida a norma mental, enemigo de las
geometrías cerebrales y del método como suplantación del instinto, sólo encuentra
desolación en la ciudad-ecuación, en la ciudad-sistema. Lorca añora y pide la vuelta
de la naturaleza impura que destruya y pueble todo esto:
ebookelo.com - Página 88
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas,
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas,
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos,
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
ebookelo.com - Página 89
La aurora es otra visión nauseabunda de Nueva York: Esa humanidad desgajada
de la naturaleza repugna al poeta como un pulpo fuera del agua:
Antes eran los niños de corazón atravesado por un hilo tenso. Lorca resume toda
la fría injusticia del capitalismo en un niño desvalido, que es el motivo humano y
poético que más le mueve y conmueve.
Poemas del lago Eden Mills se abren con Poema doble del lago Eden, donde el
poeta hace una interesante confesión:
«Pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.» Bella definición
poética de sí mismo, muy concordante con la idea que venimos queriendo dar del
poeta. Este poema termina con un verso que también es revelador, confesional de la
sempiterna ambivalencia lorquiana, tan poco vista por sus exégetas, y que en este
libro hemos estudiado como desdoblamiento de personalidad:
¡Qué esfuerzo!
¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!
¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!
¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!
Y el caballo,
¡qué flecha aguda exprime de la rosa!,
ebookelo.com - Página 90
¡qué rosa gris levanta de su belfo!
Y la rosa,
¡qué rebaño de luces y alaridos
ata en el vivo azúcar de su tronco!
Y el azúcar,
¡qué puñalitos sueña en su vigilia!
Y los puñales diminutos,
¡qué luna sin establos, qué desnudos,
piel eterna y rubor, andan buscando!
Y yo, por los aleros,
¡qué serafín de llamas busco y soy!
Prodigioso poema donde la visión que Lorca tiene del cosmos coincide
exactamente con la que venimos preconizando. Todo en el universo es otra cosa, todo
es todo y la misma cosa, o está queriendo ser, queriendo serlo, pero no sin esfuerzo y
alarido. La naturaleza es una lucha a muerte, un conflicto hondo y constante. Inmensa
metamorfosis que sólo se consuma devoradoramente, muerte a muerte. La naturaleza
no es buena porque sobrevive a costa de sí misma. El principio natural de selección,
de supervivencia del más fuerte, dan su carácter devorante a todo lo vivo, e incluso a
la materia inorgánica. Quien ha visto y sentido así el drama de la naturaleza ha de
vivir contagiado de ese drama. O bien, a la inversa, es su naturaleza conflictiva la que
se proyecta sobre el universo y nos da esta versión de él. En todo caso, ésta es la
auténtica conciencia de planeta y de ser que tiene Lorca. Lorca es un gran panteísta
negativo, y eso es lo que da genialidad, trascendencia a su poesía.
El que otras veces, en vida y obra, Lorca juegue superficialmente con la
naturaleza y con el verso, llevado de su proclividad —tan insignificante— a la
minimización y el primor, no debe engañarnos respecto de su verdadero sentir, como
ha engañado a los entendedores de un Lorca hedonista y juguetón.
Tan revelador poema se resuelve en uno de los últimos versos con esta
autodefinición rubricadora:
ebookelo.com - Página 91
orígenes, y esto es lo que aflora a su libro. Pero no ya dramatizado, «teatralizado»,
como en el Romancero, sino, en muchos poemas, de manera desnuda, total, directa.
La naturaleza no es armonía, sino conflicto. La vida y la sociedad no son norma, sino
caos. Esto se hace evidente en Poeta como en ningún libro de Lorca.
De modo que, en última exigencia, ni siquiera nos interesa como libro de protesta,
sino como visión irreversible y cruda del caos original. El mundo como caos y la
conciencia como flor impura de ese caos. O la conciencia como angustia y el mundo
como espejo deformante de esa angustia. Éstas son las dos versiones del todo que
Lorca nos ofrece, según que el punto de partida del poema sea externo o interno. En
qué medida la colosal experiencia norteamericana hizo aflorar en Lorca esta
evidencia y en qué medida la evidencia venía madurando en él, sería algo imposible
de elucidar, aunque, como muy repetidamente hemos visto, el proceso viene
gestándose a lo largo de toda la obra lorquiana. (Y hay que suponer que a lo largo de
la vida.)
Así, su Luna y panorama de los insectos tiene este final alucinado donde los
insectos —imagen, muy grata a Lorca, de la devorante actividad de lo vivo—
avanzan como por una pesadilla:
Los insectos,
los insectos solos,
crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados…
ebookelo.com - Página 92
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha,
devorando, orinando, volando en su pureza,
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
ebookelo.com - Página 93
Grito hacia Roma tiene otra vez el tono violento, indignado, revolucionario, que
predomina en todo el libro. Es un poema de exterminio. Si comparamos estos poemas
de Nueva York con el Nueva York que nos ofrece Juan Ramón Jiménez en su Diario
de poeta y mar, nos avergonzaremos de haber llamado alguna vez a Federico
«señorito andaluz». Juan Ramón, verdadero señorito o señor andaluz —aunque
genial, que esto es otra cuestión—, se limita a protestar de algunas incomodidades y
fealdades de Nueva York, «el marimacho de las uñas sucias». Y, en cuanto puede,
busca el atisbo lírico para salvar la belleza, su belleza, entre tanto humo y ardor.
Lorca, hombre de una generación posterior —generación también esteticista, como
heredera de Juan Ramón—, protesta en nombre propio, toma conciencia del gran
conflicto humano de América, grita solo contra todo, como en este poema, Grito
hacia Roma:
Denuncia Lorca al «viejo de las manos traslúcidas» que predica amor entre
«cuchillos y melones de dinamita». Es la misma farsa y paradoja que se ha repetido
siempre en la política de los Estados Unidos, en la política toda. Predicar amor «entre
melones de dinamita».
ebookelo.com - Página 94
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento…
[…]
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra,
que da sus frutos para todos.
Si, en poemas anteriores, Lorca ha invocado las fuerzas naturales frente a las
fuerzas fáusticas, si en Oficina y denuncia apela a la ternura como contraste de la
deshumanización, en Grito hacia Roma pide justicia y libertad, simplemente. Dice
dónde está el amor verdadero y desea «que se cumpla la voluntad de la Tierra».
Tenemos, pues, a la vista, tres estratos de la conciencia lorquiana. Grito hacia Roma
es un poema «social» que —calidades y categorías estéticas al margen— podía haber
sido escrito por cualquier otro poeta social. En Oficina y denuncia está ya Lorca, un
Lorca, el de la minimización y el primor, enfrentándose al poder. En Danza de la
muerte quien habla es el Lorca más profundo, más radical, el arraigado en la
naturaleza maligna, que enfrenta a la civilización maligna. Tres escalas de una misma
actitud de protesta y rebeldía, de revolución y anarquía.
La última parte del libro se titula, muy significativamente, Huida de Nueva York.
¿Se ha escrito en castellano un libro de protesta social semejante a éste? Ahí están los
nombres de Neruda, Vallejo y Miguel Hernández. En todo caso, Lorca queda
hermanado con ellos en genialidad y actitud. No podemos seguir definiéndole como
un esteticista que «tuvo la suerte de ser asesinado en la guerra civil». Pero, a efectos
de este libro que estamos escribiendo, hay algo que nos interesa más que todo eso. Y
es la profunda singularidad de Lorca. Mientras los otros cantan desde una conciencia
de bien, de libertad y justicia naturales, Lorca, en los más significativos poemas de
Poeta en Nueva York, canta y protesta desde una conciencia de mal y destrucción. Él
ha invocado lo que los otros no. Lorca quiere ver cobras silbando por los últimos
pisos. Y el mascarón africano triunfando de la metrópoli, de la Babilonia occidental.
Lorca ha concitado la naturaleza satánica contra Nueva York. Es algo más —mucho
más— que un poeta social. Ya sabemos cuál es el apelativo que le corresponde.
ebookelo.com - Página 95
13.—LOS HOMOSEXUALES
Por una parte está el desgarrón sexual, consecuencia del desdoblamiento de
personalidad, y por otra, el pansexualismo de Lorca. Si su desgarrón sexual le hace
evidente al fantasma femenino que todos los hombres llevamos en la sangre, este
fantasma toma cuerpo en el paisaje del panteísmo lorquiano, se nutre de él,
originando lo que hemos llamado el pansexualismo del poeta, o viviendo en el centro
de este pansexualismo. Creemos que pansexualismo, y no homosexualismo, es la
palabra necesaria para entender la libido lorquiana. Dentro de este pansexualismo o
panerotismo, el sexo es cantado por el poeta en todas sus versiones y variantes, en
todos sus reinos, incluso el vegetal. Este panerotismo es una de las claves de la
intensa receptividad de Lorca, clave a su vez de la riqueza, diversidad y vitalidad de
toda su obra. Se trata del sexo como forma de conocimiento. Porque la naturaleza
toda está reteñida de sexo.
La intensidad plástica de los fenómenos naturales viene determinada por los
ciclos de fecundación en la tierra y en los seres. Antes hemos hablado de la total y
continua metamorfosis de la naturaleza como fenómeno devorante que se cumple
muerte a muerte. Cada muerte es necesaria para originar otra vida, para abonar otra
existencia. Todo copula con todo, produciendo formas de vida destinadas a
extinguirse en su alumbramiento de nuevas formas. La inmensa cópula de la vida
orgánica no desborda con su fecundidad el planeta porque la naturaleza se corrige a sí
misma y se renueva autoeliminándose. Porque algo está naciendo a cada momento,
algo debe morir a cada momento. El equilibrio entre alumbramiento y muerte
continuas es lo que hace habitable nuestro planeta, sin peligro inmediato de
caducidad ni posibilidad de hipertrofia.
La vida se devora a sí misma en igual medida que se reproduce a sí misma. Lo
vivo vive de devorar vida y vive para originar más vida. Éste es el círculo cerrado, el
ciclo en que todo perece y todo se salva. Todo se metamorfosea. Pero la mecánica de
esta metamorfosis, su equilibrio inestable, son la reproducción y la muerte. Mecánica
cruel y dramática en cuanto que genera sus propias víctimas sin cesar. Ya hemos
estudiado la conciencia de este dramatismo en Lorca, para quien la naturaleza, en
última instancia, es trágica, funesta. (A veces, también en primera instancia.) Así,
hemos dicho que su panteísmo no es hedonista, sino dramático. Pero,
simultáneamente a esta conciencia última de drama, el panerotismo de Lorca le pone
en contacto íntimo con el fenómeno previo de la reproducción incesante, de la cópula
total que retiñe con sus colores y sus formas, con sus múltiples alumbramientos, la
naturaleza y la vida. Sólo un panerotismo en carne viva puede conectar
continuamente con todos y cada uno de los fenómenos sexuales en torno, o, en todo
caso, gustar y captar vivamente la plástica de esos fenómenos. La naturaleza es
hermosa porque es erótica. Lo que llamamos sensualidad no es sino sexualidad en
acto. Aptitud de los sentidos para comunicarse con el erotismo de la naturaleza. El
ebookelo.com - Página 96
sexo, así, es origen de un conocimiento estético y vital que queda cegado en la
criatura humana de sexualidad restringida o de sexualidad reprimida (y suplido o no
por un conocimiento mental). Decía Rilke que el sexo, en los niños, está repartido por
todo el ser, porque son inocentes. La pérdida de la inocencia, la malicia, recluye al
sexo dentro de sus estrictos límites fisiológicos. De acuerdo con esto, deducimos que
el niño está más fundido con la naturaleza que el adulto. Otro poeta, el español
Dámaso Alonso, ve a los niños «incrustados en la vida como pepitas de oro». La
comunión infantil con la naturaleza es, pues, una comunión sexual, porque el sexo del
niño, aún no desarrollado como tal sexo, vaga porosamente por todo su ser. Esta
comunión se rompe con el desarrollo y concreción del sexo. Se rompe en el adulto.
Cuando sobrevive inusitadamente podemos hablar de un panerotismo. Este
panerotismo, ya lo hemos dicho, es la clave de una gran receptividad de los sentidos,
es la clave de la gran receptividad lorquiana. Puro y amoral como los niños, hemos
llamado a Lorca en otro momento. Pansexual también como los niños.
Determinado así el pansexualismo de Lorca, podremos entender mejor su
pretendido canto a la homosexualidad en la Oda a Walt Whitman. El poema se inicia
con un clima de vago erotismo masculino:
¿No tiene algo este Walt Whitman lorquiano, con la «barba llena de mariposas»,
de los arcángeles del Romancero? Allí se paganizaba lo sacro y aquí se sacraliza lo
pagano. Y no falta, por supuesto, la alusión a los muslos.
ebookelo.com - Página 97
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Los maricas en las azoteas son una imagen recurrente de Lorca. En otro libro dirá:
«Los mariquitas del Sur / cantan por las azoteas.» Con su condena de los
homosexuales de ciudad y alcoba, viciosos como gatos y como serpientes, Lorca está
haciendo un canto a esa otra forma superior de homosexualidad que tiene su
precedente ilustre en Grecia y se integra ya en un panteísmo o panerotismo de algún
modo grandioso. Lorca condena el vicio escondido y servil. Lorca canta la libertad
total del sexo, la sexualidad-límite, que es la sexualidad gratuita, pura, sin afán ni
consecuencia de reproducción: la homosexualidad.
ebookelo.com - Página 98
de André Gide en Corydon y de Marcel Proust en Sodoma y Gomorra, al complicar
una peripecia homosexual humana con la homosexualidad de ciertas plantas.
Homosexualidad o unisexualidad:
ebookelo.com - Página 99
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Sueña con el triunfo del oro natural de la espiga frente al oro de Wall Street, el
oro de los blancos. El poema del máximo canto a la libertad sexual, a la sexualidad-
límite (la sexualidad gratuita), se cierra así con una vuelta esperanzada —o
tranquilizada, al menos—, a esa naturaleza que para Lorca es panerotismo.
Y en Alma ausente esos versos finales que habría que volver sobre el propio
Lorca:
Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de la oscuridad.
Cielos y cielos
azotaban las llagas de mi cuerpo.
Y en Gacela de la huida:
Éste es uno de los pocos poemas del libro donde el sentimiento puro está
teatralizado, pormenorizado, circunstanciado, dinamizado. Lo damos aquí como
excepción que es a la regla que, según hemos expuesto, rige Diván del Tamarit. La
composición se cierra con la gran obsesión erótica de Lorca: «Para sentir tus muslos /
y ponerme a llorar.»
Las Casidas se abren con la Casida del herido por el agua… que es otro bello
poema sonámbulo —el onirismo de Lorca no le abandonará nunca— y tiene el
mismo tono funeral de las Gacelas:
Casida de los ramos es uno de los más importantes poemas de todo el libro. Jorge
Guillén ha estudiado muy lúcidamente la estructura del poema, su escondida
grandiosidad de concepción, su colosalismo metafórico. Para mí, Casida de los
ramos es un poema clave en toda la obra de Lorca. Porque Lorca, lírico dramatizante,
escenografiante de los sentimientos más inaprehensibles, pocas veces —quizá
ninguna— se queda tan solo, tan consigo mismo, tan «empobrecido de facultades»,
como le gustaría a él decir, para meditar sobre la muerte:
Casida de las palomas oscuras, que cierra el libro, es un poema publicado muy
anteriormente por Federico y que ya hemos comentado como ejemplo característico
de «poema sonámbulo».
Diván del Tamarit es un libro intenso donde se pide el amor y se espera la muerte.
En la vida de Federico comenzaba a bajar la marea del sexo, dejando esa resaca
sentimental que del sexo resta siempre: una necesidad de amor y de ternura, de
quietud acariciada y acariciante, de soledad compartida. Pero la muerte puede más
que nada en estos versos sombríos. La muerte como conciencia estática que el poeta
renuncia ya a dinamizar, a dramatizar, como había venido haciendo en toda su obra.
Este verso parece del aritmético Jorge Guillén. Los marineros «ignoran el vino y
la penumbra», y la noche ha perdido de pronto todo misterio para el noctámbulo,
noctívago y nocherniego Federico. Es ya sólo «negra estatua de la prudencia».
Porque «un deseo de formas y límites nos gana». Lo cual no impide que, a despecho
de formas y límites, los pescadores utilicen en alta mar, como brújula, una rosa.
De este modo se traiciona Lorca a sí mismo en todo el poema. Tras un verso que
quiere ser ecuacional como una fórmula, viene la metáfora dislocadora. Y, lo que es
más divertido, las propias descripciones «objetivas» se le tornan al poeta
barrocamente subjetivas: «Viene el hombre que mira con el metro amarillo.» Ese
«mira», en lugar de «mide», ese inspirado cambio de verbo es ya deformante,
expresionista, barroco. La invocación al hombre que mide, tomado como símbolo de
un mundo métrico, convierte, sin quererlo, a ese hombre en esperpento. De esta
especie de poema a la geometría resulta, así, una deliciosa geometría deformada y
arbitraria, encantadoramente lírica (lo que no invalida en absoluto el empeño rigorista
de la oda). «Las sirenas convencen, pero no sugestionan.» Mas luego resulta que
«salen si mostramos un vaso de agua dulce». Fina ocurrencia que ya le está haciendo
burla a la sentencia anterior. En homenaje a su época cubicadora, Lorca escribe este
elogio de la norma, este poema «contra natura», contra su natura, y el propósito ya es,
en sí, interesante, pero la norma, cantada voluntariamente en el poema, no está en el
poema, sino fuera de él. Lorca nunca la podrá hacer suya. Otras son sus secretas
normas creadoras. Y en la misma invocación al destinatario de la oda asoma el Lorca
de siempre, gitanizando al pintor catalán:
Lorca canta en este poema «el amor a lo que tiene explicación posible». Mas
finalmente, cumplido el homenaje al amigo y a la hora estética de 1926 —fecha del
poema—, se rinde y vuelve por sus fueros vitales:
Con lo que ese libro mítico sería el segundo de amor escrito por Lorca. Su
verdadero libro de amor. Pero ya hemos visto, releyendo el Diván, cómo ambos libros
Si Lorca nos ha dejado en su teatro tan valiosas figuras de mujer, no es porque las
haya observado en la vida con mirada de hombre, sino porque se ha metido dentro de
ellas para mirar al hombre.
Mariana Pineda la escribió Lorca cediendo a tres tentaciones: la tentación
romántica, esteticista; la tentación liberal, política, y la tentación sentimental, erótica.
La estampa de la Granada romántica había sugestionado siempre al romántico
ortodoxo o heterodoxo que él es. El símbolo liberal tiene en Mariana Pineda un halo
más poético que político, de acuerdo con el liberalismo del propio Lorca. Y,
finalmente, está su tema dramático recurrente: la hembra suspirando por varón.
Amor, amor.
Entre mis muslos cerrados
nada como un pez el sol.
Al igual que en Los títeres, Lorca recurre en esta pieza al viejo conflicto
dramático de la casada por interés, en tanto que su corazón y su cuerpo llaman a otro.
Lo que manda en esta obra, como en todas las del poeta, es la fuerte pasión femenina.
La fuerte pasión de Belisa, una poliandria que, a efectos del argumento, se reducirá
luego a monoandria. Don Perlimplín, en cambio, no experimenta ningún deseo
sexual. Es llevado al matrimonio. Dice Belisa: «¡Ay! El que me busque con ardor me
encontrará. Mi sed no se apaga nunca.» Y luego se regocija de descubrir que sus
rondadores son nada menos que cinco. Don Perlimplín es la comedia del adulterio
quíntuple. En el crescendo dramático de la obra, Lorca escribe, de pronto, unas
POETA.—Respetable público: como poeta tengo que deciros que don Cristóbal es malo.
DIRECTOR.—Y no puede ser bueno.
POETA.—Y no puede ser bueno.
DIRECTOR.—Vamos, siga.
POETA.—Ya voy, señor director. Y nunca podrá ser bueno.
DIRECTOR.—Muy bien. ¿Cuánto le debo?
POETA.—Cinco monedas.
Por cinco monedas el poeta se vende y dice al público lo que los directores
dueños del dinero quieren que se le diga. Todo el problema moderno de la
prostitución y politización —viene a ser lo mismo— del intelectual está grácilmente
insinuado aquí. Rosita se suma al numeroso censo de las eróticas heroínas lorquianas.
Rosita también vive en celo continuo. Esta Rosita es una Yerma de cachiporra. En sus
creaciones de minimización y primor, como en los dramas de su tragicismo, Lorca
repite siempre el monotemático y sostenido suspiro por el hombre. Dice Rosita:
Otra vez el tema de la poliandria, exacerbación sexual que corresponde, sin duda,
a alguna otra exacerbación del escritor, del hombre, aunque todo quede aquí envuelto
en el delicioso juego minimizante. Luego, hay una insinuación de bestialismo sexual,
que se trueca inesperadamente en burla antimilitarista. Dice Rosita:
Me quiero casar
con un becerro nonato,
con un caimán,
con un borriquito,
con un general,
que para el caso
lo mismo me da.
Imposible discernir si ese «lo mismo me da» iguala al general con los irracionales
en irracionalidad o es ya una descarada proclama de pansexualismo que abarca
incluso a las bestias, y lo que Rosita quiere decir es «que para el caso» —para el caso
sexual— lo mismo le da un macho animal que humano. De cualquier modo, veamos
que los juegos lorquianos de minimización y primor no son sino una puesta en
diminutivo —y no sólo por el empleo gramatical, tan reiterado, de éste— de sus
conflictos más graves, los que engendran su tragicismo radical y dan lugar a su
dramatismo teatral y lírico. Esta farsa de guiñol tiene muchas afinidades, y muy
concretas, con otras pequeñas piezas de Lorca. La poliandria, y más exactamente el
plural adulterio femenino, es tema casi recurrente en él. Ya hemos insinuado a qué
puede responder esto.
Con el Retablillo se cierra el ciclo teatral lorquiano de minimización y primor. Sin
descontar la proclividad del poeta al juego escénico y verbal, a toda clase de juegos,
tampoco podemos ignorar todo el ingente material y sentimiento dramático, oscuro,
trágico, vivido y viviente, que se minimiza y primoriza, que se disfraza en esta clase
de teatro. Lorca, cuando juega —y sobre todo cuando juega—, también se nos
descubre.
Y mi camisa pregunta
dónde están las manos tibias
que oprimen en la cintura.
[…]
Pudiste ser para mí
potro de plomo y espuma,
el aire roto en el freno
y el mar atado en la grupa.
Pudiste ser un relincho…
[…]
¿Por qué no viniste antes?
Ella esperaba desnuda.
Y otra vez en prosa: «Sí te quiero, pero mucho más. No tienes tú ojos para verme
desnuda, ni boca para besar mi cuerpo que nunca se acaba.» Aunque, como se dice en
el subtítulo, el tema de esta obra es el tiempo —tema poco frecuente en Lorca, más
distendido por el conflicto entre la realidad y el sueño—, hay en ella un alrededor
erótico que coincide, como vemos, con la monotemática sexual de Lorca: la mujer
pidiendo hombre. Y, más concretamente, masculinidad pura, virilidad bruta. Si en la
poesía de Lorca se recurre, por lo que la lírica tiene de confesional, al
enmascaramiento del objeto —del objeto erótico—, ya que al poeta no le es posible
enmascararse, el teatro, por el contrario, requiere y favorece el enmascaramiento del
sujeto, pues es precisamente el autor quien no debe aparecer nunca, a no ser
guareciéndose en uno de sus personajes. En todo el teatro de Lorca hay un
enmascaramiento del sujeto. Un entrecruce de mujeres en celo puebla su escenario. Y
en su grito sexual adivinamos siempre al poeta, que se ha complacido en trocar los
papeles expresándose a sí mismo a través del otro sexo, no sabemos por qué ni hasta
qué punto.
En El público (escenas de un drama en cinco actos), apenas hay ya
enmascaramiento, por el contrario, o el enmascaramiento es total. Dialoga la Figura
de Cascabel y la Figura de Pámpano. Esta última dice: «Si tú te convirtieras en pez
luna, yo te abriría con un cuchillo, porque soy un hombre, más hombre que Adán, y
quiero que tú seas aún más hombre que yo.» Responde más adelante la Figura de
Cascabel: «Llévame al baño y ahógame. Será la única manera de que puedas verme
desnudo.» Todo el diálogo de las dos Figuras es un juego equívoco, entre sexual y
sádico, entre perverso y masoquista, en el que abundan los símbolos eróticos
freudianos del pez y el puñal, con su clara alusión fálica. Como contraposición a
estos dos seres de erotismo superfluo, el Centurión encama el erotismo sexual,
vegetativo, reproductor: «¡Malditos seáis todos los de vuestra casta!», les increpa.
«Mi mujer es hermosa como una montaña. Pare por cuatro o cinco a la vez y nunca al
mediodía debajo de los árboles. Yo tengo doscientos hijos. Y tendré todavía muchos
más. ¡Maldita sea vuestra casta! (Escupe y canta).» En el Cuadro Quinto hay un
Desnudo que habla sacrílegamente con palabras de la Pasión de Cristo: «Padre mío,
aparta de mí este cáliz de amargura.» Y volvemos a encontrar el favorito tema
ESTUDIANTE 4.º—La primera bomba de la revolución barrió la cabeza del profesor de Retórica.
ESTUDIANTE 2.º—Con gran alegría para su mujer, que ahora trabajará tanto que tendrá que ponerse dos
grifos en las tetas.
ESTUDIANTE 3.º—Dicen que por las noches subía un caballo con ella a la terraza.
Más adelante, Yerma conversa con una vieja que resume, aun con sus años, toda
la alegre pluralidad de la vida y del sexo. La sed de hombre y el gozo de ser hembra,
y hembra fecunda. Pero Yerma se niega al goce por el goce, atormentada como está
por la gratuidad: «Yo me entregué a mi marido por él (por el hijo), y me sigo
entregando para ver si llega, pero nunca por divertirme», le replica a la vieja. Y
añade, apuntando ya la angustia del mal que luego madurará en ella: «No, vacía, no,
porque me estoy llenando de odio.» Y vuelve a repudiar el erotismo superfluo,
angustiada de su gratuidad: «¿Es preciso buscar en el hombre al hombre nada más?»
En este mismo diálogo —trascendental en sí mismo y en el desarrollo de la obra,
logradísimo—, la vieja empieza a insinuar en el alma de Yerma la angustia de la
libertad, la segunda angustia: «Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo
os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que tienen que amparar.»
El hombre abandonado a sí mismo. Menesteroso, pero libre. A partir de estas palabras
de la vieja empezará a germinar en Yerma la angustia de la libertad.
Pero la sed de hombre vive también en el personaje, como en todas las heroínas
de Lorca. Es algo que de algún modo potencia y humaniza a Yerma, esta «virgen» de
las tres angustias:
Dos ojos
que ponen blanca a la sombra,
cuyas pestañas son parras
donde se duerme la aurora.
O este otro fiero, como de Andalucía, que pudo servir de panfleto, de manifiesto y
de estandarte a la reciente revuelta: