Cynthia Eden - 01 - Angel Oscuro
Cynthia Eden - 01 - Angel Oscuro
Cynthia Eden - 01 - Angel Oscuro
Maia y Rhyss
Maia y Rhyss
PRIMER LIBRO DE LA SERIE THE FALLEN (CAIDOS)
DE CYNTHIA EDEN
Tal vez. Keenan les siguió los pasos acercándose. Levantó la mano,
consciente del frío creciente en el aire. Las historias acerca del frío toque
de la muerte eran ciertas. La hora de Nicole había llegado.
— ¡Por favor, Dios, no! — lloró Nicole.
Dios tenía otros planes. Por eso un Ángel de la Muerte había sido
enviado a recolectarla.
Las manos del vampiro estaban en su garganta. Las garras
escarbaban en su piel. El olor a putrefacción y cigarrillos se arremolinaba
en el aire alrededor de Keenan.
— Flores, — susurró Nicole. — Huelo…
Un Caído. * * *
Nicole St. James gritó y se echó a correr. La noche estaba tranquila a
su alrededor. Demasiado tranquila. Las estrellas brillaban sobre ella y, por
un momento, no supo dónde estaba. No supo.
El callejón.
El Callejón del Pirata. Había tomado un atajo de camino a casa.
Había querido entrar en esa iglesia. Después de escuchar las noticias del
doctor y llorar todo el día, había necesitado meterse dentro.
Pero las puertas estaban cerradas con llave, y ella había tomado el
atajo a casa.
Su mano se elevó a su garganta. Cuando tragó, quemaba, y sus dedos
tocaron algo húmedo y pegajoso, sangre. Pero no sentía ninguna herida. La
piel estaba suave.
Echó un vistazo alrededor mientras su corazón latía demasiado
rápido. Había sido atacada. Lo recordaba. Un hombre. La había empujado
contra un lado del callejón y luego…
Había un hombre muerto a su lado.
Nicole gritó e hizo una caminata rápida y en retroceso alejándose de
él. Los ojos del hombre estaban bien abiertos, y su garganta, había sido
tajada bien y profundamente con… oh, maldición, con el vidrio que estaba
junto a ella.
Yo hice eso.
Vagamente, recordaba su mano envolviéndose alrededor del vidrio.
Lo había levantado y…
Matado.
Había matado a un hombre. Sus ojos se cerraron cuando las náuseas
subieron a su garganta.
Él intentó matarme. El recordatorio bombardeó su cabeza. Se había
defendido a sí misma, eso era todo.
El hombre la había mordido. Había desgarrado su garganta. Ella
había luchado contra él, y él se había despertado como los muertos.
Pero… ella ya no tenía ninguna herida.
Nicole se levantó con los pies temblorosos. Su garganta quemaba,
pero no había tanto dolor como sed. Su garganta parecía secarse. Sedienta.
¿Cuánto tiempo había estado gritando?
La mirada de Nicole examinó el callejón una vez más. Esta vez, vio
el líquido oscuro en el suelo. Sangre. Sus fosas nasales se ensancharon un
poco. El aroma a cobre era fuerte. Lamió sus labios y se dio cuenta de que
se moría de hambre.
— ¿Señora? — llamó una voz desde la oscuridad.
Sí, tenía sangre en las manos. ¿Suya? ¿De él? Probablemente ambas.
— Yo fui… atacada. — Para la sequedad de su garganta, su voz salió
perfectamente normal. En realidad, sonaba demasiado tranquila. Tal vez
estaba en shock porque con seguridad no se sentía tranquila. Sus tripas se
estaban revolviendo, su corazón agitado, y, muy, muy extraño, sus dientes
estaban comenzando a doler.
El policía se acercó cautelosamente. — ¿Dónde está herida?
En ningún lugar. — Y-yo lo maté. — Ella nunca le había mentido
antes a los policías. ¿Por qué hacerlo ahora?
Silencio. Luego ella siguió el lento barrido de su luz hacia el piso y
el hombre muerto.
— Él estaba mordiéndome… — Pero ya no tenía más marcas de
mordidas. Y seguramente, había imaginado esos dientes demasiado largos.
— Era tan fuerte. No me dejaba ir y yo… Empujé un pedazo de vidrio en
su garganta.
El viento susurró contra su mejilla y la brisa trajo el aroma de la
sangre hacia ella. Sangre y… el débil aroma a flores. — Alguien más
estuvo aquí. — La inundó la certeza. Trató de recordar al otro hombre, pero
sólo pudo acordarse de una oscura sombra. Una fuerte y oscura sombra de
un hombre.
Y… sus ojos habían sido azules. Azul brillante.
— ¿Un segundo asaltante? — El policía se acercó aún más. —
Señora, quiero que levante ambas manos para mí.
Ella las levantó, consciente de sus entrañas apretadas. ¿Por qué
estaba tan hambrienta?
— Eso está bien, eso está realmente bien…
1 En español en el original.
Sin embargo, para Romeo debió de haber sido difícil de oír, porque
se giró, sorprendido con sus ojos pequeños y brillantes reducidos. Los
hombros del individuo bloquearon la vista de Nicole a Keenan. El tipo
gruñó: — ¡Vete a la chingada!2
Correcto. Había estado allí. No tenía planeado exactamente aceptar
otro viaje al infierno. — Tienes que irte.
El hombre parpadeó.
— La quiero. — La voz de Keenan retumbó demasiado cuando
habló, pero la furia se agitaba dentro de él, exigiendo liberación.
Estaba teniendo problemas para controlar sus emociones. Cuando lo
golpearon todos esos sentimientos, no habían sido realmente parte de su
plan de juego.
— Es una pena, — le espetó el tipo, su inglés marcado con acento
mexicano. — Ella está ocupada esta noche.
Los dedos de ella se curvaron en torno a los hombros de su aspirante
a amante. — Larguémonos de aquí.
Keenan negó con la cabeza. — No, Nicole, tú no vas a ninguna
parte.
Silencio.
Luego, lentamente, desplegó sus dedos del hombre. Cambió su
postura, dio un paso adelante, y Keenan se quedó contemplando sus ojos
verdes, unos ojos que lo habían perseguido durante tantas noches.
— ¿Cómo sabes mi nombre? — susurró.
2 En español en el original.
— Seh, genial, llámame cómo quieres, pero lárgate. — Su mano se
acercó y la presionó contra el pecho del tipo. Él se tambaleó hacia atrás un
metro y medio. — Vete.
— ¿Cómo…? — Los ojos de Romeo se abrieron como platos y
luego se volvió y corrió hacia el bar.
Nicole empujó su cabello hacia atrás sobre su hombro. Luego afirmó
las piernas y mantuvo sus brazos sueltos a los costados.
Interesante. ¿Cuando la maestra de escuela aprendió a prepararse
para un ataque?
— ¿Quién eres? — preguntó, con la cara que no denotaba ningún
indicio de miedo.
— Soy alguien que ha estado buscándote. — Muy cierto. —
Durante un muy largo tiempo.
Se encogió de hombros. — Y aquí estás, es tu noche de suerte.
Parece que me encontraste.
No, él no había encontrado a la mujer que había esperado.
— Entonces, ¿qué vas a hacer ahora? — murmuró mientras
caminaba cerca de él. La luz de la luna derramada sobre su rostro. Sus ojos
se estrecharon. Su rostro era un poco más delgado. Tenía los pómulos más
definidos. Aún tenía ojos amplios y oscuros, pero sus labios parecían más
rojos y rellenos que antes. La mujer seguía siendo bella, sin duda, pero...
una oscuridad parecía aferrarse a ella.
Su cuerpo era tan delgado como él recordaba. Sus pechos redondos y
firmes todavía y sus caderas no... No debía percatarse de eso. Su cuerpo no
tenía importancia.
— ¿Te gusta lo que ves? — susurró, y su voz lenta sonaba como...
Tentación.
Él retrocedió un paso.
Una ceja negra alzada. — Ahora, seguramente, no me temes.
— Me temo que nada. — Después de lo que él había visto, hecho,
simplemente no había miedos agitándose en su corazón.
— Bien por ti — murmuró ella, y las palabras no parecían sensuales.
Más bien… molestas. Pero entonces parpadeó y enmascaró la actitud. —
Dime cómo conoces mi nombre.
Ella estaba lo suficientemente cerca como para tocarla, en ese mismo
momento, pero no podría hacerlo. Nunca. Tocarla era demasiado peligroso.
Tú no tocabas a menos que estuvieras dispuesto a matar. No estaba
preparado… aún.
— He sabido tu nombre durante mucho tiempo. — No tenía sentido
mentir. Además, la mentira no era una opción para los suyos. — Desde que
fuiste anotada en mi lista.
Oyó la inhalación profunda. — ¿Li-lista? — Ahora había miedo en
sus ojos parpadeantes. Su voz se endureció cuando ella dijo: — Tú eres
uno de ellos.
— ¿Ellos? — Despertó la curiosidad en su interior.
* * *
Dejar atrás a los seres humanos normalmente no era tan duro. Pero
cuando los humanos en cuestión se habían cebado en una trampa y se
habían metido directamente con él, ya que estaban tan malditamente
sedientos, bueno, entonces las cosas se ponían mucho más difíciles.
Las rodillas de Nicole apenas se doblaron cuando saltó la valla,
segundos después, empezó a cruzar el terreno baldío precipitándose a la
oscuridad del otro lado.
Entonces, el gruñido llegó hasta ella. El profundo sonido del motor
de una camioneta. Los faros de esta se encendieron, salió de la oscuridad,
esperando, se dio cuenta de la trampa perfecta que presentaba para ella.
Ellos la habían reconocido desde que llegó al bar. Sabían que estaba
hambrienta. Y que tomaría a un hombre fuera para beberlo.
Entonces todo lo que tenían que hacer era asegurarse de que su ruta
de escape fuera cortada.
La camioneta rugió hacia ella, sacudiendo el polvo y la suciedad a su
paso ya que su objetivo era ella.
Nicole se abalanzó hacia la izquierda. Un disparo efectuado detrás de
ella, la bala la alcanzó, sintió la quemazón azotándole el brazo. Maldita sea,
¿por qué no la dejaban ir?
El vehículo se desvió y siguió detrás de ella. Era rápida, pero no más
rápida que una camioneta.
El parachoques la golpeó y cayó al suelo. Nicole se estrelló contra la
suciedad, pero se puso de pie rápidamente para que las ruedas no pasaran
directamente sobre ella.
La suciedad le llenó los pulmones. La sangre manaba de las heridas
en sus brazos. Y la sed se incrementó. Demasiado tiempo entre comidas.
No debería haber esperado.
Pero odiaba beber sangre. Le recordaba demasiado lo que era. Un
monstruo.
Y cuando bebía, la oscura tentación, de tomar y tomar brotaba en su
interior.
La puerta de la camioneta se abrió chirriando. — ¡Le dimos! — No
era un acento mexicano en esta ocasión. Reconoció que era de Texas
cuando lo oyó.
La otra puerta fue abierta. — Mantén la jodida pistola sobre ella.
Esto tomará más que una bofetada de mi Chevy para derribarla.
Sí, lo haría, pero Nicole mantenía sus ojos cerrados y su respiración
moderada. Los hombres se acercaron más. Podía oler el sudor y miedo.
La excitación.
Otros pasos golpeaban en la distancia, su supuesta víctima y amigos
debían estar viniendo.
Entonces oyó el estruendo de un disparo. Uno. Dos. Pero no se
inmutó con las explosiones. Si querían dispararse el uno al otro, bien por
ella. Las luchas internas significaban que un menor número de tipos
combatirían con ella más tarde.
La tierra vibró con los pasos de sus cazadores. Ella esperó, se
mantuvo estable, y esperó.
El primer hombre le dio un puntapié con su bota. No, un empujón.
La pateó bruscamente con la bota. Ella se dio la vuelta, moviéndose
rápidamente en un instante, y atrapó las piernas. Torció duro, rompiéndole
la pierna derecha, luego la izquierda. El tipo estaba gritando antes de caer
al suelo.
Se levantó. Golpeó con el puño la cara del otro atacante. Los huesos
crujieron. La sangre brotó, ¡Oh!, ella habría tomado un trago. Justo castigo
para aquellos que la perseguían como a un perro salvaje, pero...
Tenía que salir pitando de allí.
Más balas volaban, sin embargo estas ni siquiera se acercaban a ella.
Alguno debía tener realmente una puntería de mierda. Corrió alrededor de
la camioneta hacia la oscuridad, internándose en ella una vez más. Será
mejor que no hubiera otra camioneta esperando allí.
Nicole arriesgó una rápida mirada por encima del hombro, y cuando
lo hizo, quedó impactada.
Sólo un hombre la seguía ahora. ¿Qué había sucedido con los
demás? Había contado al menos seis antes de largarse a correr como alma
que lleva el diablo.
Ya lo he experimentado.
El hombre caminaba con tanta calma a través de ese campo estéril,
tenía un arma en la mano. Pero cuando ella lo miró, él arrojó el arma al
suelo. Espera, un momento, este no era el hombre al que había intentado
robarle unos pocos sorbos en ese terreno oscuro. Este era… El extraño con
la voz como estruendo de un relámpago. Profundo y oscuro, oh maldición,
estaba en problemas.
Nicole logró internarse en los oscuros restos de los bosques. Se
empujó entre los árboles, todavía corriendo. Había explorado el área
anteriormente. Más adelante había un giro que la llevaría donde tenía
aparcado su viejo sedán.
La sed.
Nicole tragó saliva y siguió caminando. Su mantra en estos días era
mantente en movimiento. Esa era la manera en la que ella había estado
viviendo su vida. Un paso a la vez.
A medida que salía del bosque, vio su sedán esperándola. Por suerte
para ella, esa cáscara gris destartalada se las arreglaba para andar. Su
aliento fue expulsado en un silbido fuerte cuando corrió hacia adelante. Se
dirigía al siguiente pueblo. No tenía tiempo suficiente para llegar antes del
amanecer. Conduciría hacía allí y encontraría más víctimas.
Estar sin sangre no era posible esta noche. No podía permitirse el
lujo de estar al borde. No con el cazador sobre sus talones.
— Nicole.
* * *
Las vetas de luz del amanecer rayaban el cielo. Nicole las miró,
entrecerrando los ojos. El tiempo prácticamente se había agotado para ella.
— Cariño, voy a sacudir tu mundo.
C uando Nicole voló hacia él, Keenan levantó sus manos y trató
* * *
Los imbéciles la habían arrojado en el maletero. Como si eso la fuese
a retener dentro. Tal vez si hubieran esperado hasta que el sol estuviera más
alto en el cielo hubiera quedado atrapada, pero no ahora. Levantó las
rodillas y las estrelló contra el metal por encima de ella. El bloqueo se
rompió con un chirrido y el maletero se abrió de golpe.
El coche se desvió de inmediato a la derecha, luego a la izquierda.
Nicole se incorporó y agarró la parte posterior del coche. Sabía que tendría
que saltar, y golpear el pavimento le iba a doler. Pero no era como si fuera
la primera vez que se arrancara algo de piel.
Una bala siseó cerca de su cabeza. Se agachó, viendo demasiado
tarde la camioneta que iba rápido detrás de ella. La camioneta y el hombre
colgando del lado del pasajero con el arma apuntando a ella.
¿Dónde diablos estaban los policías cuando se los necesitaba?
Y, por supuesto, no había nadie más en el camino. Los despiertos a
esta hora todavía estaban rezagados fuera de los bares, y seguro que no se
encontraban en este tramo solitario del camino.
Por mi cuenta. Tal vez debería haber escuchado al cazador.
Y tal vez él sólo la habría estacado en el momento en que bajara la
guardia.
Oh, bueno. Se irguió y saltó fuera del coche.
El hombre volvió a disparar. Falló.
Ella golpeó el pavimento, y, sí, perdió piel del brazo. Se dio la vuelta,
y luego se volvió a golpear. Rodó.
El camión cargó directo contra ella.
Siguió tropezando, con el objetivo de llevar su cuerpo al borde de la
carretera e inclinarse para esperar.
El conductor del auto frenó de golpe y el chillido hirió sus oídos.
Tendrían que cazarla a pie una vez que lograra salir de la carretera. Si
era capaz salir de la carretera.
El sol se arrastraba en el cielo, y podía sentir la debilidad haciendo
pesados sus miembros.
Carlos, el chico que había pensado que era su primera opción en la
cantina corrió hacia ella. Maldita sea, tenía que haberse dado cuenta que la
habían engañado demasiado fácil. ¿Cuándo aprendería?
Bajó el barranco, y después de unos cuantos golpes, se hundió en el
refugio de los árboles. Esos imbéciles no tendrían un objetivo ahora. No
uno claro, de todos modos. El sonido de su aliento parecía demasiado alto.
Los vampiros no se suponía que se ocultaran. Se suponía que eran
grandes, fuertes.
Pero todavía era nueva en este negocio de los vampiros y ser dura
nunca le había salido fácilmente. Ni siquiera podía disponer de sus garras
en ese momento. Ese maldito sol...
Silencio.
Nicole parpadeó. Habían estado gritando un momento antes. Gritos
en español, algo así como: “¡La puta del diablo!”. El sol no había agotado
su fuerza la primera vez que habían atacado. Todavía había tenido el poder
suficiente como para que cuando golpeara con el puño derecho, haberle
roto la mandíbula del hombre de edad avanzada. Pero luego todos ellos la
agarraron y la tiraron dentro del maletero.
Pero ahora...
Silencio.
Su nariz se estremeció. Conocía ese el olor. Era un olor que cada
vampiro anhelaba. Sangre.
El motor de un auto volvió a la vida. Ella se levantó un poco y vio la
cola de pez del vehículo en su paso por el camino.
Y había dos cadáveres en el medio de la carretera.
Nicole miró a la izquierda...
— Debiste haberme escuchado.
Keenan. El cazador que ella no podía olvidar.
Lanzó una estaca en el suelo. Rodó hacia ella. — ¿Adivinas lo que
Romeo quería meter en tu corazón?
No Romeo, Carlos. Ese fue el nombre que le había dado. — ¿Tú...
lo mataste?
— No. Se escapó con algunos de sus hombres.
Algunos. Sí, una mirada a los cuerpos le había dicho que algunos no
habían tenido la suerte de escapar. — Tú los mataste.
Sus labios se torcieron. — No tuve que hacerlo. Esos seres humanos
eran malos disparando. Cuando estaban apuntándote, derribaron a sus
propios hombres.
Ella no le creyó. En realidad no. Pero... Su mirada caminó de vuelta
a los muertos. La sangre acumulada debajo de sus cuerpos.
No había habido tantos disparos mientras corría.
— Yo no los toqué, — dijo, y su mirada voló de nuevo a él. — No
había necesidad. Se mataron entre ellos. Los seres humanos son buenos en
eso.
Levantó su mano hacia ella, la palma hacia arriba. — Cada segundo
que te quedas aquí tu debilidad crece.
Más débil, casi humana. Si esos hombres regresaran...
— Tienes mi palabra, no estoy aquí para matarte.
Ella rodó los ojos. — Sí, bueno, eso es por lo general la forma en que
funciona. Él mordió, yo me defendí y…
— Tenías que ingerir su sangre para poder cambiar.
— Había dos de ellos esa noche. El que me atacó y otro que sólo
miraba. — No importaba lo mucho que había rogado, él no la había
ayudado. — Cuando me defendí el otro salió de allí lo suficientemente
rápido. Corrió, pero un día lo encontraré.
— ¿Lo harás?
— Bebe.
Parecía tan seguro que ella casi se echó a reír. Pero cuando lo miró a
los ojos, se encontró con su mirada ardiente en ella.
— No funciona de esa manera para mi tipo, — dijo. — Sólo una
cosa nos puede controlar y esa cosa no es un vampiro. Los vampiros no
tienen ningún poder sobre mí. — Él miró hacia abajo a su muñeca un
momento, a las marcas tenues en la piel, entonces la miró. — Así que bebe
porque no puedes hacerme daño, no me puedes matar, y no puedes
controlarme.
Sus dedos lo alcanzaron y se apretaron en su muñeca fuerte. —
Suena como si fueras mi perfecta fuente de alimento. — Las palabras
tenían la intención de ser una burla.
Ella levantó su muñeca hacia su boca y chupó la piel. Aún tenía los
ojos en él, y vio el destello de sus pupilas. Sus dientes rasparon sobre la
carne. — Es una lástima que seas un caza recompensas y todo lo que
quieras sea entregarme a tu jefe por un pago rápido. — Porque ella era una
mujer deseada.
Alguna sangre nunca podría ser lavada.
Nicole le mordió. Su respiración se profundizo y los latidos de su
corazón llenaron sus oídos mientras bebía.
La fuerza la llenó. Fuerza y... necesidad.
Lujuria.
Nunca había querido físicamente a sus otras presas. Sólo había
tomado unos sorbos de ellos y no había pasado el tiempo suficiente para
disfrutar de verdad el sabor de su sangre.
Keenan era... diferente.
Lamió su carne y robó las últimas gotas de sangre. Sus ojos la
atraparon. No había ninguna duda del deseo crudo en la cara o en los ojos
de él.
— No soy un caza recompensas.
Oh, espera, eso era... el aliento de Nicole salió rápido. Genial. Pero
ella era un vampiro con una fuerza sobrehumana, y ciertamente podría
manejar un demonio o dos.
Incluso si el individuo en su puerta parecía estar cerca de los seis
pies de alto y estar hecho de ladrillos. Tamaño no era igual a fuerza. No en
este nuevo mundo en el que vivía.
Así que dio un paso adelante, todavía con su sábana delgada. Su
brazo rozó a Keenan, porque sus cuerpos estaban demasiado cerca.
El demonio no lograba apartar la vista de Keenan, y sí, había miedo
en los ojos del tipo.
Ella dirigió una rápida mirada a su héroe. Él no parecía
particularmente aterrador para ella. ¿Sexy y fuerte? Seguro. ¿Aterrador?
No.
Pero él estaba haciendo temblar al demonio.
— No me quieres como tu enemigo, — dijo finalmente el demonio,
pero No hizo ningún movimiento para acercarse a ellos. En realidad, ella se
preguntaba si el hombre podría moverse.
— Sí, — dijo Keenan rotundamente, — lo quiero. A ti... y a tu jefe.
¿Por qué todo el mundo parecía saber lo qué estaba pasando aquí
menos ella?
— Así que corre de nuevo a Sam y le dices que ella está fuera de los
límites. No habrá más caza de vampiros, no a menos que quiera perder a
sus demonios.
La cabeza del demonio se sacudió en un gesto rápido, pero mientras
daba un paso atrás, su mirada se lanzó a Nicole.
Su respiración se contuvo en un suspiro duro. Odio. No había
ninguna duda en el odio y la furia en la mirada del demonio.
A pesar de que el hombre se volvió y corrió, ella sabía que iba a
verlo de nuevo. También sabía que si se lo encontraba a solas, no dudaría
en ir a por su garganta.
— Tenemos que salir de aquí. — Los ojos de Keenan todavía
estaban perforando a través de esa puerta rota. — Incluso en un basurero
como este, ese sonido llamaría la atención, y los policías son la última cosa
que necesitamos ahora.
Correcto. Se dio cuenta de que sus garras estaban fuera y que esos
ardientes ojos negros estaban gravados en su memoria. — Tenía miedo de
ti.
— Debería tenerlo.
Parecía tan seguro. Pero, ¿por qué veía un ligero temblor en sus
dedos?
Se dio la vuelta, dándole la espalda mostrándole las cicatrices rojas
de nuevo. — Si nos quedamos más tiempo, la policía va a estar aquí.
— Soy capaz de tratar con la policía mexicana.
* * *
Sam se quedó mirando el cielo nocturno. Demasiadas malditas
estrellas. Millones de ellas brillando sobre él.
Los seres humanos, miraban las estrellas y deseaban y soñaban.
Miró las estrellas y sabía que no importaban. Las estrellas eran sólo
trozos de cristal en el cielo negro. No, las estrellas no tenían sentido.
Otros estaban allí, sin embargo, en los cielos. Los seres más
poderosos, estaban tirando de todas las cadenas y haciendo a los títeres
bailar.
Pasos resonaron a sus espaldas. Sam inhaló, capturando los olores
del que se acercaba. Alcohol. Cigarrillos. Demonio. Elijah.
Ningún vampiro. Mierda. El hijo de puta sangraría por fallar otra
vez. ¿Qué tan difícil era capturar un vampiro novato? La señorita estaba tan
fresca que probablemente sus colmillos apenas cortaban.
Sam se dio la vuelta, listo para golpear una explosión de poder
directo al demonio, pero el miedo en la mirada negra de Elijah lo detuvo.
Y le hizo sonreír. Al fin.
— Nunca dijiste que ella tenía refuerzo.
Interesante.
— Y dijo que era su guardián.
Su expresión inalterable.
— Me acercaré a la mujer, — gritó el sheriff. — Y los dos pongan
las manos en alto.
Keenan soltó y levantó las manos.
Después de un momento, Nicole siguió su ejemplo.
El sheriff se acercó más, oliendo, mientras se acercaba. — No huele
a nada de alcohol. — Miró a Nicole. — Señora, ¿ha estado bebiendo?
Keenan casi sonrió.
— No, yo…
— Santa mierda.
Los ojos del policía se lanzaron hacia él. — Usted no quiere estar
con ella, señor.
Le sostuvo la mirada. — Sí, sí quiero.
El alguacil tiró un juego de esposas y se deslizó cuidadosamente
hacia Nicole. — No, no, si hubieras visto lo que ella…
Las manos de Nicole volaron y golpearon al policía, su mandíbula
capturó su puño. El golpe lo envió tropezando hacia atrás.
Cuando el sheriff chocó con el suelo, con los ojos cerrados ya estaba
KO.
— No puedo ir a la cárcel, — susurró Nicole con los ojos en el
policía. — No quería hacerle daño, pero no puedo, yo…
— Un vampiro no podría sobrevivir en la cárcel. — O, mejor dicho,
los poderes no se lo permitirían. Él sabía cómo era. Algunos seres
sobrenaturales, en general, los demonios de bajo nivel y las brujas podrían
manejarse en la cárcel. Los vampiros no podían. Comenzarían a
alimentarse de los demás reclusos y, finalmente, tendrían que ser
sacrificados.
Además, no era como si las cárceles pudiesen contenerlos. O a los
cambia formas, para el caso.
Se agachó al lado del sheriff.
Todavía respiraba. Su mandíbula no estaba rota, aunque debía de
estar bastante lastimado.
Keenan miró hacia atrás a Nicole.
— ¿Estás preparada para una carrera? — El apenas perceptible olor
de las flores bromeó en la nariz y él se puso tenso, la mirada afilada.
Pero no había nadie más allí.
Simplemente Nicole, con la mirada amplia, preocupada. Y el sheriff,
pero estaba casi muerto para el mundo.
Ese olor...
Hora de salir de aquí.
No podían tomar el coche del sheriff. Demasiado obvio. Sin
embargo, con su potencia y velocidad, podría poner un montón de distancia
entre ellos y el hombre en el suelo.
Ella hizo un gesto sombrío.
— ¿Qué pasa con él? Cuando se despierte, va a poner una orden de
captura sobre mí. Más de ellos comenzarán a buscarme.
— Entonces creo que tenemos que asegurarnos de que no te
encuentren. — Él se levantó y recorrió con la mirada la oscuridad
alrededor de ellos. — Correremos hasta encontrar la casa más cercana.
Tomaremos el primer coche que encontremos.
— ¿Robar? — Se mordió el labio cuando su mirada cayó sobre el
sheriff. El tipo tenía un aspecto bastante indefenso, descartado así. Sus
brazos se extendieron. Su sombrero había caído en el suelo cerca de su
cabeza, y sus finos cabellos grises, pegado a la frente.
— ¿No es romper uno de los mandamientos um… no es muy de
ángel, no? — ¿Estaba haciendo una referencia a eso? ¿Ella?
— Te lo dije, dulce, soy un Caído. — Ahora tenían que moverse. La
Bella Durmiente no iba a estar fuera del juego por mucho tiempo. —
¿Estás lista para correr o quieres acabar con tu culo en la cárcel?
Tragó saliva.
— Lo estoy.
Bien. Él entrelazó los dedos con los de ella, y corrió hacia la noche.
* * *
El ángel los vio correr. Keenan era tan rápido que fácilmente podría
haber dejado atrás al vampiro, que había sido lo que querían el Caído.
Pero sabía que Keenan no quería dejarla.
Ese era el quid de esta pesadilla. Keenan no quería dejar a una
persona a la que había mentido, jodido, y asesinado.
Triste. Había tenido tanto potencial. Tanta promesa. Y para
Keenan… caer ahora tan bajo...
El vampiro podría sufrir por ello. Era tentador. Hacer que los fuertes
se debiliten.
Ella sufriría.
Las alas se agitaron como un ángel dispuesto a elevarse por encima
de todos. La muerte se acercaba.
Barrió el aire más estrechamente. Esta vez, la muerte no se podría
negar. No habría aplazamiento de último minuto, se daría a causa de la
tentación.
No para el vampiro, de todos modos. Pero todavía había una
oportunidad para Keenan. La Gracia podía ser recuperada.
Sólo haría falta un acto desinteresado. Un acto valiente, decidido.
Y todo se le perdonaría.
Pecados... limpios.
Como un ángel, se elevó hacia el cielo nocturno, con las alas negras
fusionándose con la oscuridad.
* * *
El sheriff Tom Duggley se incorporó, flexionando la mandíbula. Esa
señora tenía un puño del maldito demonio. Pero, él debería haberlo
esperado.
Se levantó y se arrastró hacia su coche. El aroma de las flores flotaba
en el aire, un olor ligero, totalmente fuera de lugar en un país donde todo
era estéril.
Tom se sorprendió de que hubiesen dejado las llaves, y el coche. Mal
movimiento. Irían a pie, y eso los hacía mucho más fácil de seguir ahora.
Cogió la radio. — Necesito una orden de captura... — escupió una
bocanada de sangre. Ese golpe fue muy duro.
Pero ella no lo había matado.
Eso era extraño.
— Encontramos a un fugitivo buscado en la zona. A Nicole St.
James... — Recitó su descripción.
Matarlo hubiera sido tan fácil para ella. Un juego de niños, sobre
todo con él fuera de combate.
Pero le había dejado vivir.
Y esa gran sombra protectora que había tenido con ella no había ido
por su cabeza, tampoco.
— Aproxímense con extrema precaución, — dijo mientras sus dedos
se cerraron alrededor de la radio.
Los policías no entendían cómo de extrema sería la situación.
Ellos no sabían acerca de los vampiros. Él lo hacía.
Lo bueno es que había tomado la libertad de ordenar balas especiales
para su departamento. Un lote pequeño y dulce hecho sólo para situaciones
como ésta.
Una bala de plata combinada con agua bendita, una mezcla que se
había escurrido a través de las fuerzas del orden hace unos años.
Una mezcla que hizo maravillas en la frontera. Nunca se sabía
exactamente lo que se iba a encontrar en una noche de Texas, no cuando se
había estado patrullando durante el tiempo que él llevaba.
Pero ella lo había dejado vivir.
Maldita sea, extraño para un vampiro.
Malditamente raro. Sobre todo porque, si las historias eran ciertas,
Nicole St. James había matado a dos hombres desde su transformación
vampírica.
* * *
La motocicleta rugió en el camino. El motor vibraba entre las piernas
de Nicole cuando agarró con fuerza a su ángel.
Ángel.
Imposible.
Pero ella había pasado su vida como una chica católica semibuena.
Le habían enseñado acerca de los ángeles desde el momento en que
aprendió sus primeras palabras. Siempre había creído, hasta que... Hasta
que había pensado que Dios se apartó de ella.
No cuando había recibido la noticia del médico. No, todavía había
creído. Todavía esperaba. Aún quiso rezar.
Pero... Ese callejón. El infierno sangriento de un callejón la había
convencido. Y luego, las cosas que había hecho...
Sus ojos se cerraron mientras apretaba fuertemente su frente contra la
espalda de Keenan. No tenían cascos, por supuesto. Habían tenido la suerte
de robar la moto. El dueño de la moto no se había olvidado lo suficiente
como para dejar atrás los cascos. Ahora se trataba de conducir duro y
conducir rápido. Sus brazos estaban alrededor de Keenan, agarrándose con
fuerza.
Confiar en él no parecía prudente, pero, ¿qué otra opción tenía?
Había sido arrojada a este mundo nuevo sin ninguna maldita pista de cómo
sobrevivir. Apenas había sobrevivido los últimos meses. Había habido
tantas veces que había estado cerca de la muerte.
Y había cambiado. La mujer que había sido, sí había muerto
realmente en el callejón. La mujer que se agarraba a la parte trasera de un
ángel caído se había ido.
Él había dicho que si ella bebía su sangre, no lo debilitaría, por lo
que el hombre parecía ser su presa perfecta.
Perfecto, pero...
No puedo confiar en él.
Cuando un vampiro tomaba de la presa, se formaba un enlace. Un
enlace que le permitía deslizarse en la mente de la presa. A veces, para
controlarlo, otras veces para robar pensamientos o recuerdos.
Cuando tenía el control sobre otra persona, la confianza no era
exactamente un problema. Así que la mayoría de los vampiros no se
preocupaban de confiar en sus presas.
Pero ella no quería el control.
Nunca lo había tenido. Sabía muy bien lo que era ser un títere
mientras alguien tiraba de sus cuerdas.
Pronto, las luces de una ciudad brillaron en la distancia. San Antonio.
Bien. Cuanto más grande fuese la ciudad, más fácil era para los
paranormales ocultarse. Y alimentarse.
Keenan serpenteaba por las calles, guiando la moto con facilidad, y
ella lo abrazó con más fuerza. Lo quisiera o no, su suerte estaba ligada a la
suya.
Keenan frenó en una esquina muy transitada llena de bares, seres
humanos borrachos, y coches.
Nicole bajó de la motocicleta.
— Gracias por…
Su mirada, una vez más que constante de color azul brillante parecía
decir la misma cosa.
— ¿Por qué estamos aquí? — exigió. Armas. Eso es lo que había
dicho, pero las únicas armas mortales que vio en ese lugar eran colmillos.
— Tienes demonios detrás de ti. Y aún no he recuperado las
habilidades que solía poseer. — Tenía la cabeza ladeada y su atención
derivó hacia la barra. — Si vamos a combatir a los que vienen detrás de ti,
vamos a necesitar armarnos.
Justo. Debido a que no era exactamente una patea-culos.
Probablemente, se había dado cuenta de eso. — ¿Cómo sabes siquiera que
este lugar existe?
Pero él ya estaba caminando hacia la barra mientras le respondía. —
Oh, te sorprendería las cosas que he visto.
No, no lo haría.
Keenan llegó a la barra. Apoyó las manos en la superficie. — Max.
El barman miró con una ceja levantada. ¿Keenan sabía el nombre del
tipo?
— Quiero ver los productos en el cuarto de atrás, — dijo Keenan.
Los gritos de afuera se hacían cada vez más fuertes. Más vampiros se
empujaban hacia la puerta. Ella miró el arma que todavía tenía. ¿Cuántas
balas quedaban aún en la pistola? ¿A cuántos vampiros más podía detener?
— Dime, ¿qué posees que pueda acabar con un demonio de nivel
diez?
¿Eso era lo que Keenan todavía quería saber? Su mirada aún barría
la zona — Díselo. — le espetó ella, con el corazón acelerado. Oh, tenían
que salir de allí. Rápido.
Otro vampiro intentó atravesar la puerta. Nicole disparó. Fallando.
Carcajadas azotaron sus oídos.
— Sólo los… — dijo Connor con voz áspera— estás… volviendo
más…hambrientos… — Presionó su mano ensangrentada sobre su pecho
una vez más. Él le ofreció su sonrisa retorcida. — Fallaste… corazón.
Porque así lo había planeado. Una vez, él le había ayudado a salir de
la miseria y el odio que casi la había consumido. — Te lo debía. —
¿Había un precio para el placer? — Ahora no te debo nada. Vienes tras de
mí o Keenan y yo… — ¿Qué? ¿Podría realmente matarlo?
Connor sostuvo su mirada. — Nunca tuviste el instinto asesino,
¿verdad?
— ¿Qué acabaría con los demonios? — exigió Keenan.
— Na-nada…
Keenan se inclinó más hacia él. — ¿Qué pasa con los ángeles?
— Polvo… de ángeles…
* * *
El ángel estudió el caos en torno a la sala de alimentación. Los seres
humanos, demasiado pálidos y débiles. Listos para morir.
Pues bueno. La Muerte estaba lista para ellos.
Un sólo toque, y un alma era suya. Lista para el más allá y cualquiera
que fuera el juicio que le vendría.
Tantas almas… tan fáciles de arrebatar.
Estaría fuera de control con la carrera inicial de la energía.
Pero no, la Muerte no llegaba a seleccionar. La Muerte sólo tomaba
aquellos en la lista.
Así que pasó por delante del vampiro con el pecho ensangrentado,
uno que parecía poder verlo, de hecho. Tomó a los humanos que estaban
marcados y dejó a los otros escapar.
La huella del Caído flotaba en el aire. Mezclándose con el olor de la
ceniza impregnada desde el suelo hasta las paredes.
El Caído estaba descubriendo su poder. Una cosa peligrosa… para
aquellos cercanos a Keenan. Estaría fuera de control con la primera oleada
de poder.
La primera arremetida de poder siempre era la más tentadora, y por
lo tanto, la más peligrosa.
Keenan querría más, necesitaría más.
Los demonios no eran los únicos que se hacían adictos con gran
rapidez.
Su mirada viajo por la habitación. Toma otra.
Todos ellos tenían sus adicciones.
Él era lo suficientemente fuerte como para luchar contra la suya. El
Caído no.
Más muerte vendría.
* * *
Sus manos estaban sobre él, manos suaves y frescas que iban
acariciando y arrancando su ropa. — Nicole… — la lengua de Keenan se
sentía gruesa e hinchada en su boca, pero entonces, todo su cuerpo se sentía
de esa manera. Cortesía del fuego y de sus manos despojadoras de ropa.
Ella arrojó su camisa al suelo. — Patea afuera tus zapatos. — le
ordenó.
Estuvo a punto de caer, pero se las arregló para quitarse los zapatos.
Luego las manos de ella fueron a la cintura de sus pantalones. El
incendio en su interior se hizo aún más caliente. El aire alrededor de ellos
crepitó con chispas.
Ella se congeló en su sitio. Él vio el pulso acelerarse en la base de su
garganta. — ¿Éstas controlándote? — susurró.
Apenas. Asintió con la cabeza.
Sus manos rozaron su abdomen. Keenan contuvo fuertemente la
respiración. El fuego parecía quemar su cuerpo entero de adentro hacia
afuera, pero la necesidad, la necesidad se centraba a su muy palpitante
polla. Sus dedos estaban tan cerca, y él quería su mano sobre su miembro.
No, él quería su miembro dentro de ella.
Ella empujó hacia abajo sus pantalones. Remojó sus labios con la
lengua mientras clavaba su mirada en él. — Nosotros, eh… — retrocedió
ella, dio media vuelta y salió disparada hacia el cuarto de baño. —
Tenemos que enfriarte.
Él permaneció allí, apretando las manos, desnudo. Hambriento,
caliente, necesitándola.
El eco del agua llenó la habitación.
— ¿Keenan?
* * *
Elijah sabía que el amanecer estaba llegando. El sudor le corría por
la espalda mientras miraba a la mujer que salía del bar, con su cuerpo
sostenido fuertemente por el hombre que estaba con ella.
El corazón le latía demasiado rápido, las manos le temblaban casi
constantemente, y un puño revolvía sus entrañas.
Retirada. Conocía todas las malditas señales. Si no conseguía pronto
las drogas de nuevo, se desgarraría en pedazos. No, desgarraría en pedazos
a cualquier tonto que se metiera en su camino.
Había estado tan seguro de que Sam se encontraría con él. Tan
jodidamente seguro.
Su boca sabía a ceniza. Sin importar lo que comiera o bebiera, la
ceniza era todo lo que tenía.
Y los susurros lo estaban llamando. Mofándose.
Había escuchando esos susurros por primera vez cuando tenía
catorce. Esos susurros burlones le decían que los humanos podían ver a
través de su glamour, que sabían lo que él era.
Necesitaba detener a los humanos para que no vieran.
Tenía que detenerlos.
Como había detenido a los otros. Tantos otros antes…
No.
Elijah se alejó de la multitud. Sólo necesitaba sus drogas. Una vez
que las tuviera, estaría bajo control. Escogería la presa que quisiera, y que
se jodan las voces. No podían decirle quién necesitaba morir.
Necesitaba drogas. Las drogas callaban las malditas voces.
Drogas.
Sólo tenía que encontrar al vendedor adecuado. Alguien dispuesto a
negociar con un demonio.
* * *
Nicole no permaneció en la habitación del hotel, ella no era ningún
perro bien entrenado para hacer lo que se le dijera.
Agarró el arma que había tomado de esa habitación y corrió afuera.
Sólo le llevó unos segundos coger el arma, pero para cuando logró salir,
Nicole descubrió que Keenan no había dejado detrás más que un susurro de
aroma.
Maldito sea.
Él lo había visto. Todo. Su peor pesadilla. Su dolor y humillación. Su
terror.
Había visto… y no la había ayudado.
Que se joda el bastardo.
Se había ido, bien. Mejor que permaneciera así. No quería volver a
verlo. Porque si lo hacía, lo mataría ella misma.
Él había estado allí… y, hacía unos instantes, casi había tenido sexo
con ella.
La furia crecía a medida que pasaban las horas. Encontró una tienda
pequeña. Compró algunas prendas nuevas y se deshizo de la camisa porque
estaba cansada del aroma de él impregnándose en ella. Sus pantalones
vaqueros nuevos eran ajustados, la camiseta agrandaba su cuerpo, y las
botas la hacían sentir como si tal vez, sólo tal vez, pudiera patear algún
trasero. Trasero de ángel.
Caminó por la calle y sintió el calor del sol en la piel. Su cuerpo
estaba cansado, y sus movimientos eran lentos. Se pondría a resguardo, en
cualquier lugar menos en esa habitación de motel barato, y se desplomaría.
Su furia le había dado la fuerza para permanecer a fuera en la luz del
sol. Pero sus emociones ahora estaban agitadas, y le estaban drenando la
energía.
Traición. Sí, eso es lo que la apuñaló directamente a través del
pecho. Había sido tan débil esa noche lejana. Si él sólo se hubiera acercado
y ayudado…
— Aún estaría viva, — susurró.
— No, Nicole, no lo estarías… eso hubiese ido en contra de las
reglas. — Se dio la vuelta al escuchar la voz dura y masculina.
Había un hombre de pie, con el pelo oscuro suelto alrededor de los
hombros. Usaba anteojos de sol oscuros, anteojos que le devolvían el
reflejo que captaban de ella. Los anchos hombros estiraban la camiseta
negra que vestía. Tenía la espalda apoyada contra la pared de ladrillos en un
lateral del edificio, y una leve sonrisa curvaba sus labios.
— Detenerte para que no entraras en ese callejón, salvarte… esas no
eran opciones para nuestro chico, — dijo mientras su sonrisa se estrechaba.
Nuestro chico.
Repentinamente, el día no era tan cálido. Ella dio un paso al frente,
sólo un pequeño paso, consciente de los pocos humanos caminando por la
calle. — ¿Quién eres?
Una ceja negra se elevó. Tenía los pulgares enganchados en los
bolsillos de sus pantalones vaqueros. — Soy un amigo de Keenan.
— ¿Un ángel? — Toda su vida había sido criada para creer en los
ángeles. Sólo que no había esperado que los ángeles se vieran como
Keenan… o como este tipo.
Pero creyó.
Era en vampiros y otro monstruos en lo que ella no había creído. Esa
incredulidad había regresado para morderle el trasero.
Él soltó una carcajada suave con su pregunta, y el sonido le envió un
escalofrío.
— No soy más ángel de lo que Keenan lo es.
Pero Keenan era…
— Una vez que un ángel cae, se vuelve algo muy, muy diferente. —
Se quito los anteojos de sol. Sus ojos eran del mismo celeste que los de
Keenan. Su mirada azul se dirigió hacia la izquierda, luego hacia la derecha
mientras barría con la vista a los peatones. — ¿Por qué no te acercas?
Invito él, — así podemos…hablar…sin preocuparnos de que los humanos
escuchen.
Ella no se movió. El arma estaba metida en la cinturilla de sus
pantalones vaqueros, escondida debajo de su camisa. Pero, ¿qué le harían
las balas de plata a alguien como él? Probablemente, no mucho. — Estoy
bien aquí.
Se le abrieron los ojos. — ¿Lo estás?
Nicole trago saliva. — ¿Qué quieres?
Él se acerco un paso. Ella se tensó.
— ¿Dónde está Keenan? — preguntó.
Ella afirmó las piernas. — No eres su amigo, ¿cierto? — Su mano
derecha comenzó a moverse hacia el arma. ¿Y que si los humanos veían?
No iba a morir en esta calle.
Él no parpadeó. — No, no lo soy.
Fantástico.
— Te dejó sola. — Sus labios, sensuales pero crueles, como el resto
de él, se cerraron. — No esperaba eso. Pensé que le importabas más.
— ¿Por qué habría de importarle? — Supliqué por su ayuda. Ayuda
que Keenan no le había dado. — Apenas nos conocemos. — La furia
empañaba la voz.
Él dio otro paso lento y se deslizó hacia ella. Le recordó a una
serpiente acechando a su presa. — Oh, tú no lo conocerás bien, — dijo él,
— pero Keenan te conoce a ti.
Entonces estaba frente a ella. A unas meros centímetros de distancia.
Se había movido en un pestañeo, tan rápido como lo había hecho Keenan
en el motel.
Su mano voló hacia el arma.
Él le atrapó la muñeca. La sostuvo fuerte. — No puedo dejarte hacer
eso. — Acercó la cabeza, y sus labios le rozaron las orejas mientras
hablaba. Para todos los demás en la calle, se vería como si fuesen amantes
susurrándose secretos y promesas.
— Quitar esas balas de adentro, — le dijo mientras su aliento la
rozaba, — puede ser una verdadera mierda.
Ella había perdido la sensación de los dedos. Él no la estaba
lastimando, sólo no había sensación. — ¿Quién eres?
Levantó la mano izquierda y se quitó el pelo de la mejilla. — Puedes
llamarme Sam
Eso no le decía nada.
Se alejó y la miró hacia abajo. — Él debería haber estado contigo.
— Parecía haber algo de tristeza en su voz. — Creí que iba a protegerte.
— ¿Por qué lo haría? — estalló ella, rehusándose a acobardarse. Por
lo que sabía, este tipo era un demonio de bajo nivel, sólo jodiendo e
intentando meterse en su cabeza. — No tiene ningún vínculo conmigo. —
Aunque ella aún podía sentir las manos de él sobre su cuerpo. Aún
saborearlo. Bastardo. — No somos…
Su risa cortó las palabras. — No te molestes en mentirme.
— No lo hago.
Unas ligeras líneas aparecieron alrededor de sus ojos, luego sus cejas
se elevaron.
— No lo sabes.
Ella cerró los labios con fuerza.
Una vez más, le pasó los dedos por la mejilla. — Apuesto a que le
gusta tocarte, ¿no?
Dos adolescentes que reían tontamente pasaron al lado de ellos.
— Todo es tan nuevo cuando caes. Tocar… puede traer tanto placer.
Para ser tan claros, esos ojos eran tan fríos. — O tanto dolor.
— Suelta mi mano, — dijo con firmeza. Un policía estaba
caminando por la vereda ahora. Lo último que necesitaba era quedar
atrapada entre este idiota y un policía.
Él no la soltó. — Luego golpean las emociones. Ira. Odio. Furia. —
Dirigió la mirada hacia su boca. — Lujuria. Apuesto a que sabe todo sobre
eso, gracias a ti.
Ella saltó hacia atrás, y se sorprendió al ver que pudo romper su
agarre.
— No significo nada para Keenan. Así que si estás intentando llegar
a él al jugar conmigo…
— Deja de mentir.
La furia real en su voz hizo que su corazón le golpeara el pecho.
— Él cayó por ti. Por supuesto, está condenadamente bien vinculado
a ti.
Él cayó…
— y debido a ese vínculo… — suspiró. — Me temo que tendrás que
sufrir.
No le agradaba como sonaba eso.
— No digas que no te lo advertí, — le dijo.
Ahí fue cuando él le dio un golpe, no un golpe, una descarga
eléctrica. Su cabeza se volvió hacia la derecha, y vio al policía que había
estado acercándose, y el bastardo tenía un Táser3. Los voltios le estaban
pegando, fuerte, sacudiendo su cuerpo, y el policía gritaba algo.
Si hubiera tenido su fuerza al máximo, la conmoción ni siquiera la
habría ralentizado. Se hubiera reído de él. Sacudido los electrodos y reído.
Pero había salido el sol. Estaba débil. Y cayó al suelo.
* * *
La puerta de la habitación del motel estaba entreabierta. Keenan
frunció el ceño mientras un malestar se apoderó de él. Esto no estaba bien.
No golpeó la puerta. Simplemente la empujó con los nudillos y la abrió.
Vacía.
Por supuesto, ella lo había dejado de nuevo. Se lo imaginaba.
Táser: Un arma de electrochoque, diseñada para incapacitar a una persona o animal mediante
3
descargas eléctricas que imitan las señales nerviosas y confunde a los músculos motores, principalmente
brazos y piernas, inmovilizando al objetivo temporalmente.
Especialmente después de su gran revelación. No es como si ella
quisiera andar por ahí con el hombre que había sido responsable de su
transformación en una no muerta.
Sólo te quedaste ahí parado, mirando.
La historia de su existencia.
Se alejó de la habitación. El lugar olía a ella. Su mirada recorrió la
calle.
Había salido el sol. Ella no debería haber salido durante el día.
Presa fácil.
Tal vez sólo debería alejarse. La obsesión que tenía con ella… de
ninguna manera podía ser algo bueno.
Volvió hacia su motocicleta con las manos dentro de los bolsillos de
sus pantalones vaqueros. Había comprado ropa nueva. Incluso había traído
algo para ella. La de Nicole estaba dentro de la alforja de la moto.
Pateó hacia arriba el soporte de la moto. ¿Dónde habría ido?
Debería haberme quedado con ella.
— ¿Perdiste algo? — dijo una voz, arrastrando las palabras.
Apretó las manos alrededor de la manija. Lentamente, levantó la
vista y miro hacia la izquierda.
Había un hombre allí. Era alto y vestía todo de negro. Sus ojos
estaban cubiertos por unos anteojos de sol.
— Quizás no es algo que perdiste… — dijo el tipo, paseándose hacia
adelante como si no le importara nada en el mundo. — Quizás es alguien.
— Sam.
Sammael mostró una sonrisa torcida. — Es bueno ver que no has
olvidado a tus viejos amigos.
Keenan salió de la motocicleta de un salto. — Nunca fuimos amigos.
Nadie sería lo suficientemente tonto para ser amigo de Sam. Los
amigos de él siempre tenían un modo de terminar en el infierno.
Sam encogió los hombros. — Mi error. Olvidé que… tú siempre
pensaste que eras mejor que yo. Como todos los demás.
— No. — Se preparó para un ataque, porque sabía que uno estaba
por venir. — Sólo pienso que una masacre de humanos al azar no era la
mejor forma de irse.
Esa matanza era el motivo por el cual Sammael había caído hacía
tantos siglos. Una vez, había sido el más fuerte, su poder listo para rivalizar
incluso a Az.
Pero luego Sammael había tomado la decisión de matar a aquellos
que no estaban en la lista de muerte. Se había perdido…
El caído se rió. — Sólo junta las piezas, ¿eh? Ellos arrojaron a afuera
mi trasero porque maté a quienes no estaban en su lista, como tú, Keenan.
Al igual que tú.
— No soy nada como tú. — Sam no sólo había matado a una
persona, había matado docenas. — Yo estaba intentado salvarla, no…
La sonrisa se desvaneció del rostro de Sam. — Rompiste las reglas,
al igual que yo. — Un músculo se tensó en su mandíbula. — ¿Te dieron la
oportunidad de explicarlo o también te arrojaron a patadas? — Sam se
acercó.
— ¿Aún crees que puedes sentir tus alas? ¿Intentas volar, sólo para
recordar que los hijos de puta te las quemaron?
Sí. A veces, podía sentirlas abriéndose en el aire detrás de él. Una
mentira. Una ilusión. — ¿Por qué estás aquí? — Deseaba poder verle los
ojos a Sam, pero todo lo que podía ver era su propia imagen en esos
anteojos oscuros.
— Tal vez sólo quería tener la oportunidad de hablar con otro de mi
tipo. No todos los días cae un ángel.
No. Algunos ángeles ni siquiera sobrevivían a la caída. Sus cuerpos
no estaban preparados para la embestida de dolor.
— Así que estabas tratando de “salvarla”, ¿eh? — Sam ladeó la
cabeza. — ¿Ella vendría a ser esa pequeña pieza sexy con aquel dulce
acento sureño?
Keenan arremetió contra Sam y lo agarró de su camisa. — ¿Dónde
está?
Sam no se inmutó. — ¿Ella es realmente la razón por la que caíste?
Cambiaste tus alas, todo tu poder… ¿Sólo por la vida de una humana?
— ¿Dónde está…?
— Por supuesto, ya no es más una humana, ¿cierto? — Elevó las
cejas. — ¿Eso era parte de tu plan? Porque su conversión en vampiro debe
haber enojado mucho a los tipos de arriba.
Keenan lo empujó hacia atrás. Sam se estrelló contra el frente de un
SUV aparcada en el estacionamiento del motel. El metal chilló y se abolló
bajo el peso del Caído.
Keenan sacudió la cabeza con disgusto. — No sabes nada. Sólo
intentas joder con mi cabeza. —Todos sabían sobre Sam. El ángel que
había tenido como destino caer. Todos sabían que sucedería incluso antes
de que les dijera a los que mandan que se fueran al diablo. Siempre había
tenido oscuridad dentro de él. No era del todo bueno, demasiados susurros
de maldad habían merodeado dentro de Sam.
Sam no era el único ángel así. Cuando tenías tanto poder, la
oscuridad podía meterse en tu sangre fácilmente.
Keenan comprendía ese forcejeo mucho mejor ahora.
Se alejó de Sam.
— ¿Sabe que eras el ángel enviado a tomar su alma?
Keenan continúo caminando. Se subiría en la moto y…
— Ninguna repuesta. Eso significa que no puedes contestar porque
no puedes decir una mentira.
Y Sam estaba frente a él. Así de fácil, tan rápido como un parpadeo.
— No tenías que caer, — dijo Sam, — para conseguir un pedazo de culo.
Keenan fue por su garganta.
Pero no tocó nada. Sam ya se había movido. Ya estaba a metro y
medio de distancia.
— Tendrás que ser más rápido que eso, — se mofo Sam.
Keenan se lanzó hacia adelante.
El puño de Sam golpeó en su pecho, un golpe justo bajo su corazón,
y esta vez, Keenan se tambaleó.
— Tienes que ser más rápido. — repitió Sam, con la voz resonando.
– Y más fuerte. —Entonces fue el turno de Sam de alejarse. — Cuando
estés listo para algo de poder de verdad, ven a buscarme.
¿Qué?
Sam miró hacia atrás sobre su hombro. — Ellos nunca dejan escapar
las almas. Deberías saberlo. Lo sabes. Apuesto a que fue por eso que te
diste prisa en ir tras tu chica sexy, una vez que recobraste la cordura.
Cordura.
Los dedos de Keenan comenzaron a echar humo mientras el fuego de
su ira quemaba a través de él.
— Ah… tienes el poder del fuego ahora, ¿verdad? Ese es un buen
paso. Pero necesitaras más que fuego para mantener a tu vampiro con vida.
—Hizo un pequeño saludo. — Cuando quieras jugar, ven a buscarme.
— Maldito hijo de puta, ¿dónde está…?
— Ahora. ¿Es esa la forma de hablar de un ángel?
Apretó los dientes. — No soy un ángel.
Los anteojos de sol arrojaron su duro reflejo. — No, no lo eres. —
puntualizó Sam. — Pero aún tienes el poder de un ángel ahí dentro.
Simplemente esperando salir. Y querrás esa magia y poder de vuelta.
Un toque para matar. Soltó el aliento. No, no quería eso de vuelta.
— No has visto a Nicole.
Sam encogió los hombros. — Te daré un pase libre por esta vez.
Porque… bueno… no tienes mucho tiempo. O en su lugar… ella no lo
tiene.
Los humanos estaban cerca. Casi podía sentir sus ojos. Fue todo lo
que pudo hacer para retroceder su ira y controlar el fuego que quería salir
disparado de él.
— La última vez que vi a tu dama, estaba en el suelo. Retorciéndose.
Los ojos se le estaban yendo detrás de la cabeza.
— ¡¿Que le hiciste?! — Destrozaría a Sammael y enviaría al caído
de vuelta al infierno, esta vez para siempre.
— Yo no. — Sam negó con la cabeza. — Los tipos buenos la tienen,
y ya que tu chica no es exactamente buena… no esperes que sobreviva
hasta el atardecer.
¿Qué?
Pero Sam se había ido. Desvanecido. Sólo permanecía su aroma. No
el aroma floral y ligero de un ángel.
Azufre. El aroma del infierno.
* * *
Despertó en una jaula. Nicole abrió los ojos, se puso de pie, y se
encontró atrapada en una celda de la cárcel de diez metros por doce.
Simplemente, jodidamente perfecto.
Corrió hacia adelante y agarro las barras. — ¡Hola!
El lugar parecía desierto. Parecía una especie de celda de captura, y
ella era la única capturada.
Uh oh.
— ¡Oye! —gritó. Tenía que haber un policía cerca en algún lado. —
¡No puedes hacer esto! ¡No pueden electrocutar a una mujer en la calle
y…!
El metal crujió cuando se abrió una puerta. Inspiró y dejó de hablar.
Una policía se estaba acercando. No el que la había electrocutado. Esta vez,
era una mujer. Parecía estar comenzando los treinta. La policía tenía
cabello corto de color negro, y unos ojos marrones deslumbrantes.
— Usted no es solo cualquier mujer, señorita St James. —dijo ella
con un acento de Texas debajo de sus palabras. – Es una criminal buscada.
Una criminal que casi mata a un oficial de policía.
Los dedos de Nicole se apretaron alrededor de las rejas. — Eso no
fue… no era mi intención lastimarlo.
La puerta cerró ruidosamente detrás de la policía. —Por supuesto,
sólo estaba hambrienta, ¿verdad?
Nicole se alejó unos pasos de las rejas.
— Hambrienta, y el oficial Greg Hatten parecía el aperitivo perfecto.
— Usted… sabe lo que soy.
Un lento asentimiento. La mujer, en su identificación decía Jennifer
Connelly, sacó su arma de servicio. — Sé lo que eres, y sé cómo matarte.
Ella no podía romper las barras para salir, no mientras el sol
estuviera en lo alto.
— ¿Entonces por qué todavía estoy viva? Si me quieres muerta…
Una ceja negra se elevó. — Ya estás muerta.
La gente simplemente tenía que arrojarle eso. — No pedí esto. No
quería ser un vampiro, no era mi intención lastimar a ese policía…
— Ahórrate la historia sentimental.
Nicole parpadeó.
— Déjame adivinar… — continuó la policía, con una sonrisa de
satisfacción. — Si tuvieras que hacerlo todo de nuevo, volverías a ser
humana, ¿cierto?
No exactamente. Ser humana significaría estar muerta.
Pero Connelly no le dio la oportunidad de responder. Dijo: — Como
sea. Este es el trato. Abriré tu jaula. Tú intentarás salir.
Sí, ese era un buen plan. Porque permanecer atrapada aquí no era una
opción.
Connelly levantó el arma. — Te acercaras a mí, y te dispararé.
Nicole soltó el aliento. No era un plan tan bueno.
— Y porque soy una tiradora tan buena, vas a desángrate hasta morir,
aquí mismo donde puedo mirar. — El arma de Connelly apuntaba al
corazón de Nicole. — Verás, no me importan mucho los vampiros. Los
muertos deberían estar en la tierra, no en las calles alimentándose.
— ¿No crees que alguien se dará cuenta cuando me dispares? ¡Se
preguntaran qué demonios pasó aquí adentro!
— Atacaste a un policía. — Connelly le dirigió un encogimiento de
hombros despreocupado. — A nadie de aquí le importa un carajo lo que te
pase. — Se acercó a las rejas. Sus ojos se estrecharon al mirar a Nicole. —
Pensé que estarías fuera un poco más.
— Y yo pensé que los policías debían ayudar a las personas. — Esto
apestaba. Apestaba seriamente. Sus colmillos estaban quemando,
presionando gracias al arranque de adrenalina que había golpeado a través
de ella. Sus garras estaban creciendo y si esa policía se acercaba, le daría
un rasguño que no olvidaría pronto.
— Sí ayudamos a la gente. — La policía miró sobre su hombro.
Probablemente para asegurarse de que nadie más estaba viendo ni
escuchando nada de esto. — Yo mato monstruos.
— ¡No soy un monstruo! ¡Hace seis meses, era tan humana como tú!
No soy…
— Los vampiros mienten. Engañan. Uno le prometió a mi hermana
que viviría para siempre.
Oh, mierda. Esto no iba terminar bien.
— ¿Sabes lo que él hizo?
Podía adivinarlo.
— Le destrozó la garganta, y tuve que encontrar lo que quedaba de
su cuerpo. — Connelly abrió la celda y entró. El cañón del arma nunca
vaciló. — Sé sobre ti. — dijo la policía. — Juegas el papel de la inocente,
pero atacaste a ese sheriff justo sobre la línea del condado.
Ese puñetazo había vuelto a morderla. — No lo maté. — Señalarlo
parecía un poco inútil.
— Probablemente, porque no tuviste la oportunidad. — Connelly
estrechó los ojos. — Tom me llamó y me puso al tanto de que podrías estar
en el área. Él estaba allí cuando encontraron el cuerpo de mi hermana.
Sabía que yo comprendería cómo lidiar con alguien como tú.
No podría ganar con esta policía. — Escucha, yo…
— ¿Pero qué me dices sobre Jeff Quint?
Un puño apretó su corazón.
— ¿Sam Bentley?
Maldición. — No quería matarlos. — Ellos la acechaban ahora.
Nunca olvidaría sus rostros. Nunca.
— Claro. — La voz de la policía mostraba su desacuerdo. — Sólo
estabas sedienta y tuviste que destrozar sus gargantas. — Su voz se empañó
con la ira. Como ese bastardo lo hizo con mi hermana. La abrió de una
oreja a la otra.
Nicole mantuvo los brazos sueltos a los costados. — No quiero
lastimarte. — Comprendía el dolor y la furia de la otra mujer.
— ¿De veras? Qué mal. Yo no puedo esperar a lastimarte a ti.
Mierda. —El policía que me electrocutó, él sabe que estoy aquí. —
Tenía que saberlo. — Puede venir y comprobar y…
— Nadie va a controlarte. A nadie le importa un carajo si vives o
mueres. Por lo que saben, eres una asesina de policías…
Connelly estaba sólo a unos pasos. Matar o que te maten.
Nicole se abalanzó. Connelly no tuvo tiempo de disparar. Nicole
atrapó su muñeca, la torció, y escuchó el ruido de los huesos al romperse.
Cuando la policía gritó, Nicole golpeó hacia atrás con el codo,
llevándolo directamente a la nariz de la policía. Rompió el cartílago, y salió
sangre mientras la mujer caía al suelo.
Nicole alejó el arma de una patada. Su aliento salía con dificultad
mientras observaba a la mujer inconsciente. — Por suerte para ti, no soy
una asesina de policías. — Aunque esa sangre era tentadora. Qué bueno
que Connor le había enseñado algunos trucos fuera de la habitación. Tal
vez le debía algo a ese hijo de puta después de todo. Estrechó los ojos al
mirar a la policía. — Y por suerte para mí… — Se arrodilló junto a la
mujer. – Creo que tenemos casi la misma talla.
Eso significaba que el uniforme le quedaría perfecto.
Así que, en cuanto a la gran pregunta… ¿Cómo emprendía un
vampiro la salida de una comisaría? Bueno, si tenía mucha suerte, sólo
pasaría al lado de los policías, con la cabeza gacha, y su cuerpo cubierto
con un uniforme de policía.
— Me temo que tendrás que ponerte cómoda aquí por un rato, — le
dijo Nicole a la mujer inconsciente mientras la estudiaba. Altura correcta.
Color de pelo correcto.
Le quitó de un tirón los zapatos a la policía. Demasiado pequeños,
pero tendrán que bastar.
Dos minutos después, la “oficial Jennifer Connelly” salía de la celda.
Sus pasos eran firmes, su cabeza gacha, y su corazón latía contra su pecho.
Detrás de ella, la prisionera estaba sentada encorvada contra la pared del
fondo. El pelo negro le cubría el rostro.
Mientras marchaba por el largo pasillo, fuera de la celda de captura,
Nicole sintió el sudor que se deslizaba por su espalda. Elevó una mano a
algunos oficiales cuando pasó por el centro de detención, saludando
deliberadamente de tal forma que la mano le tapara el rostro.
Entonces pudo ver la puerta de salida sólo a unos pasos. El lugar
estaba lleno de gente en la parte frontal, y ahora era fácil mezclarse con la
muchedumbre. Era fácil deslizarse al pasar y salir directo hacia afuera.
Mantuvo el paso suave y con precisión cuando se dirigió por los
escalones de piedra fuera de la comisaría. Nicole quería romperlo y correr,
pero no podía arriesgarse a que algunos ojos estuvieran sobre ella. Al
mismo tiempo, no se podía mover muy despacio. Si alguien encontraba a
Jennifer Connelly en su celda…
El motor de una motocicleta rugía, y levantó la vista. Exhaló cuando
vio a Keenan dando vuelta a la curva. Escapa. Nicole rodó sobre sus
talones y se dirigió hacia él.
Giró la cabeza rápidamente hacia la derecha y sus ojos se trabaron en
los de ella. Inmediatamente. Era un tanto espeluznante el modo en que él
podía identificarla.
— ¿Nicole?
Ella asintió con la cabeza. Luego saltó a la parte trasera de la
motocicleta.
— Estaba…viniendo a salvarte, — le dijo, con la voz un poco
vacilante. Ella se rió de eso, tenía que hacerlo, mientras ponía las manos
alrededor de él.
— Esta vez me salve sola. — Apenas. — Ahora a toda velocidad,
ángel, antes de que los policías se den cuenta de que no estoy en esa celda.
— El sol pegaba sobre ella, y sólo quería desplomarse y dormir… pronto.
Él aceleró el motor. — Sí, señora.
Luego fue a toda velocidad y la llevó bien lejos de aquella comisaría,
y de los policías que la querían muerta. Ella pensó que llevarla a salvo era
lo menos que el tipo le debía entonces.
Parecía que ya no podría contar más con la ayuda de los tipos
buenos.
Estaba… viniendo a salvarte.
Genial.
¿Qué haría él cuándo se diera cuenta de que ella estaba tan lejos que
nunca sería salvada? La oficial Connelly había estado en lo cierto. Ella
había matado. Más de una vez. Le había gustado esa corriente de poder que
venía de tomar sangre. Estaban en lo correcto al intentarlo y reducirla.
Desafortunadamente para ellos, ella no estaba de ánimo para morir.
Nicole cerró los ojos y se aferró a su ángel. Fuerte. Y se alejaron
como si el infierno estuviera cerca de sus talones.
* * *
Sam dio unos pasos adentrándose en la sombras, cerca de la
comisaría. Bastante impresionante. Nicole St. James se las había arreglado
para salvarse sola. Ningún ángel caído fue necesario.
Curvó los labios.
Si ella no se hubiera salvado, Keenan se hubiera apresurado adentro
para encontrar a la vampiro muerta. ¿Qué hubiera hecho el Caído
entonces? ¿Habría despertado su ira?
Ahora, esa hubiera sido una vista para contemplar.
Pero el momento para la ira llegaría, pronto.
Porque Keenan podía correr con su pequeña vampiro, pero no sería
capaz de esconderla. No por mucho tiempo.
No podías esconderte del destino, y el de Nicole había sido decidido
hace mucho tiempo.
La muerte.
Ni siquiera un ángel caído sería capaz de salvarla.
Traducido por Achlys & Rhyss
Corregido por Iris
A salvo.
Dudoso.
— Un hombre grande con unos ojos azules iguales a los tuyos. Tenía
el pelo negro y la ropa de color negro, él era todo gótico.
— Sam.
— ¡Suéltame!
De inmediato aflojó su agarre, pero no la dejó ir. Sam había ido tras
ella. — Podría haberte matado.
— ¿Por qué todos parecen pensar que soy tan fácil de matar?
Todavía estoy aquí, todavía sigo caminando, yo soy...
— Sam no es un demonio.
— Es como yo.
— Un Caído.
— Sam ha estado caminando por esta tierra por mucho más tiempo
del que puedas imaginar. — Sus dedos acariciaron su piel. Relajándola. —
Y es muy fuerte ahora, mucho más fuerte que cualquier demonio de nivel
diez.
— ¿Y por qué viene detrás de mí? — Ahí estaba el miedo que
provocaba que su voz se elevara y rompiera.
Maldito sea.
— Por mí.
Nicole apartó las manos. — Él parecía tan seguro de que era por mi
culpa.
Entonces...
— Algunos matan.
Ella parpadeó.
— Lo hice...
— Estaba allí para llevar tu alma hacia la otra vida. — Miró hacia
abajo, a su mano. — Un toque. Eso es todo lo que debía hacer. Eso es todo
lo que siempre se necesita. Un toque y la muerte viene.
— Keenan...
— Rompí las reglas. Tomé una vida que no era mía para reclamar. Yo
desobedecí, y ellos arrojaron mi culo al infierno.
Cielo.
Infierno.
La caída.
Nunca más.
Tomó sus labios. Probó la sal de sus lágrimas con la lengua. Dolor.
Los ángeles no conocían el dolor. No conocían la pasión o la lujuria.
Desnuda. Abierta.
Suya.
El puñetazo se perdió.
¿Betty?
Había sido un infierno de día para los dos. Todavía no sabía qué le
había sucedido en la comisaría. Ella había mencionado un Táser...
— ¿Dónde podemos ir? Dime que conoces una casa segura por aquí.
Fuertes alas negras ondeaban en la noche, cada vez más cerca, más
cerca del suelo. Y cuando el ángel aterrizó en frente del camión, la carretera
pareció ceder bajo su peso.
Keenan clavó los frenos. Los frenos chirriaron, y el camión patinó.
Las rodillas del ángel se doblaron un poco cuando tocó el suelo, con
la cabeza gacha. Cuando el camión voló hacia él, lentamente levantó la
cabeza.
Brillantes ojos azules miraron a Keenan. Ojos que habían visto todo
lo que el mundo tenía que ofrecer, y encontrado lo que faltaba. Azrael
nunca había estado impresionado con los seres humanos y sus vidas.
Azrael. Az. La gran arma del cielo estaba abajo en la tierra, y eso no
era bueno.
No.
Keenan lanzó una mirada rápida por encima del hombro. Nicole
había comenzado a bordear la camioneta. — ¡Quédate ahí atrás! — ladró.
— ¡No dejes que te toque!
— No, no lo hará.
Keenan negó con la cabeza. — No. Ella vivió esa noche. El destino
cambió. — Lo que había hecho lo cambió.
El famoso libro de Az. Una vez un libro, ahora una lista de quién
debía morir. El libro incluía los nombres de ambos, los que se consideraban
bendecidos y los que se consideraban malditos.
Una vez que el nombre estaba en el libro, no había vuelta atrás. Así
lo decía la historia.
— Diez días.
— ¿Qué?
— Querrás decir que querías que ella estuviera muerta antes de que
yo la encontrara.
— Tonterías.
Pero los ángeles no eran los favoritos. No, los seres humanos eran
quienes habían recibido los regalos. Esperanza. Amor.
Esas palabras parecían cortar a través de él. Nunca había oído hablar
de un ángel que regresara, no después de haber caído.
¿Podría verlo?
— ¿Keenan?
Sin embargo, se puso en pie, sola, delante del camión. Nicole parecía
tan pequeña y vulnerable en este momento.
Diez días.
No.
Necesitaba las drogas. Las necesitaba para acallar la voz, para poder
respirar de nuevo, y cazar como él quería. Cazar y matar sin que los ojos
estuvieran sobre él.
Te ven.
Paso a paso corrió hacia él. Él abrió los ojos y vio unos pequeños
pies. Sandalias blancas. Piernas bronceadas.
— Oye, demonio...
del amanecer. Nicole no había dormido durante todo el viaje. Había estado
demasiado asustada para bajar la guardia por el sueño.
Pero, ¿qué pasaría con ella? Después de lo que había hecho durante
los últimos meses, no habría una nube cómoda esperando por ella.
No quiero a morir.
— Sigues olvidando, dulce... que conozco casi todos los secretos que
los seres humanos y los Otros tienen. Ahí donde están todos los cuerpos
enterrados.
— No quieres saber.
Probablemente no.
Entonces...
Ella miró por la ventana y vio una vieja casa, anterior a la guerra. El
lugar había sido arreglado, pero era demasiado lujoso, ella había visto casas
muy ricas antes. Esta casa estaba medio oculta por los árboles, sin
embargo, firme contra el pantano.
Esperaron.
Supuso que era un no. El sol caía como plomo sobre ella mientras
caminaba hacia la casa, y sentía el tirón sobre su fuerza.
Diez días.
Él negó.
Flores.
Sus brazos estaban con piel de gallina. Hacía seis meses que había
sentido ese dulce aroma un par de veces en sus clases y en el salón de su
casa. El olor, se daba cuenta ahora, había sido de Keenan. Lo miró.
Cierto.
— Sí.
Ella dio un paso adelante y acortó la distancia otra vez. — Estoy viva
ahora mismo. No estaré viva mucho tiempo, pero ahora estoy viva. — Viva
y con uno de los hombres más atractivos, y más sexys, que había conocido
jamás.
Protegido.
Era bueno saberlo. — Es sólo que los vampiros... — Ella tragó saliva
aún saboreándolo. — Para nosotros, el sexo y la sed de sangre... no es
como cuando tú...
Pero había perdido sus alas, y en este momento, seguro que podía
sentir su excitación apretaba contra ella.
Oh, sí. Su camisa cayó al suelo y ella tuvo una vista impresionante
de su pecho. Musculoso. Muy musculoso. Su ángel era mucho más que un
six-pack4. El sol besaba su piel. Apetitoso.
Su sexo saltó.
4
Six-pack: Hombre musculoso con abdominales prominentes.
rompió su piel.
Ella abrió más la boca, y siendo muy, muy cuidadosa con los dientes,
comenzó a chupar. Su carne estaba caliente por debajo de la lengua, la piel
suave, pero la excitación tenía su miembro tenso y duro. Su lengua lamió la
cabeza de su erección, y probó el sabor salado que lo cubría.
Y lo probó.
Lo quería, en ella.
Sí.
Morder.
A él.
Sus ojos se veían tan negros como los suyos. Porque estaban ellos.
El azul se había ido. Sólo la oscuridad se mantenía.
Él la penetró profundamente.
Empujó.
Empuja.
Como alas.
Nada más.
No vio nada más que las sombras. Debía haber sido un truco de la
luz.
Jodidamente mal.
El demonio, había dicho que su nombre era Elijah, miró hacia arriba,
parpadeando con ojos nublados. Obtener del demonio sentido común era
difícil. Parecía que le faltaba la mitad de su cabeza. Probablemente por las
drogas. Algunos demonios andaban demasiado enredados con ellas. Si tenía
suerte, ellos tenían todas las sobredosis e irían directo al infierno alguno de
estos días.
Si tenía suerte.
Hizo caso omiso de Julia. Este no era su compromiso. Ella sólo había
sido el cebo.
No.
Maldito loco.
Sus garras surgieron a través de sus dedos cuando Carlos estuvo listo
para tener su diversión.
Ella echó hacia atrás su largo cabello y se acercó hasta el borde del
agujero. Julia no tenía miedo del demonio. Sólo había estado fingiendo
como carnada para atraparlo.
Carlos nunca había visto hasta ahora que ella tuviera miedo de nada.
— Te veo, también, cabrón, — le respondió.
— ¿Así que este ángel... simplemente bajó del cielo 5, del cielo? —
La voz de Julia se burlaba de él.
Carlos se puso tenso. Bueno, eso lo había oído antes. Cuando los
ángeles caían, perdían sus alas.
Poder.
Ah, eso era otra historia que había oído. ¿Leyenda o verdad? —
Descríbelo — replicó Carlos.
Se había movido tan rápido que las balas no le habían tocado. Ellas
habían golpeado a Joe y Rubén.
Los ojos del demonio eran tan grandes. La sangre todavía se escurría
por la cara. — Los perdí... después de que salieron de México.
— Todo tuyo, Julia, — dijo con un gesto de sus garras, porque ella
estaba con la boca hecha agua y Elijah le había dicho lo que necesitaba
saber. — Mátelo6. — Mátalo.
6
En Español en el original.
Echó un vistazo a sus garras. Cuando se tratara de los Otros, la
humanidad era sólo piel.
pecho. Keenan empujó hacia arriba sobre sus codos y miró a Nicole. El
placer aún zumbaba a través de su sangre. El orgasmo había golpeado a
través de él, y quería más.
Sin embargo, la experiencia física real era algo que había conseguido
sólo con ella. Y había mucho más que él quería hacer.
Esta vez, sin embargo, él quería verla. Quería ver cada destello de
emoción en su rostro.
Muerde.
Sí.
Muerte.
La visión vino a él, al igual que a otros miles en los últimos años.
Los ángeles de la muerte siempre tenían una visión del último momento en
sus asignados... lo mejor para saber cuándo hay que dar el toque.
Sólo tenía que asegurarse de que se mantuviera con vida. Para que
ella siguiera viviendo, él tendría que luchar contra los ángeles.
Az.
Cuando Nicole abrió los ojos, Keenan se había ido. Ella parpadeó, se
levantó rápidamente, y tiró de la sábana con ella. — ¿Keenan?
— Vas a morir.
Ella vio el triste giro de sus labios. — No estoy seguro de que sea mi
poder.
Pero ella era un vampiro y él seguía pensando que era sólo una
mujer. Si supiera las cosas que había hecho, él sería el que la enviaría a la
otra vida.
Oh, está bien. Él no había querido decir todo ese asunto de eres mía
en una especie de forma sexual. Lo tengo. Torpe.
— Azrael.
Oh, maldita sea. Ella conocía ese nombre. — Él no es solo otro ángel
de la muerte.
Nicole sabía que no iba a gustarle esto incluso antes de que dijera…
— Sam.
* * *
Maldita sea.
Poder.
Todos los ojos estaban sobre ella. Nadie podía apartar la mirada.
Poder.
— Nombre.
Su mirada se dirigió hacia ella, casi sin poder hacer nada. Y no había
sido impotente en...
Un millar de años.
¿Demonio?
¿Bruja?
Él lo averiguaría.
Él se levantó, con la sangre caliente. Por fin, alguien por la que valía
la…
Pero Ron, con la frente alta sudando, se puso delante de él. — Él…
él dijo que su nombre era Keenan... que estarías buscándolo.
Ah, sí, su otra presa. De hecho, Keenan era el motivo por el que
había regresado a Nueva Orleans. ¿Por qué mantener la caza en la
carretera cuando él sabía Keenan volvería a casa?
El Caído tendría que enfriar sus talones. Sam tenía otra presa que
capturar.
Además, el ángel podía disfrutar de la vista en Temptation.
* * *
Después de la tormenta, había tomado un tiempo para que la vida
volviera a la normalidad en su ciudad, pero esta noche, Nicole vio que
Nueva Orleáns estaba de vuelta. Las calles estaban llenas, las voces
llenaban el aire, y la ciudad parecía latir con la vida.
No a este lugar.
No lo hicieron. No se movieron.
Nicole vio a Sam girando para hacerles frente. Una mujer estaba
parada detrás de él, pero Nicole no podía ver mucho de ella, porque el
cuerpo de Sam bloqueaba su vista. Deliberadamente, ella estaba segura.
Es bueno saberlo.
Él se quedó quieto.
Debido a que ella estaba mirando tan de cerca a Sam, Nicole vio el
movimiento de sus párpados y la expresión fugaz de... decepción en su
cara. Interesante. Ella guardaría ese pequeño detalle para más adelante.
Sufrirás.
—Él cayó por ti. —Sam encogió sus amplios hombros. —Morir es el
siguiente paso.
¿Qué?
Keenan la miró.
Díselo.
Ahora eso hizo que sus ojos volaran a su rostro. Ella captó la tensión
de su fuerte mandíbula.
— ¿Cómo supiste…?
Sus dientes ardían, y sus garras presionaban para salir. Sam era una
amenaza para ella, y su cuerpo respondía instintivamente. Él estaba
jugando algún tipo de juego con ellos; ella sentía como si todo para él fuera
un juego, y quería detenerlo.
La mirada de Keenan voló hacia ella. — ¿Quieres decir que todos los
poderes van a regresar?
Sam rió. —Es una mierda, ¿No? Puedes salvarla, pero el costo será
el infierno.
—Te dije que podía, no que lo haría. —Sam se echó hacia atrás sobre
sus talones. — Hay una diferencia sabes.
— ¿Y cuál es tu precio?— Nicole le preguntó.
¿Qué?
— ¡Vamos!
— ¡Ayúdame!
—Keenan...
El grito nunca salió de sus labios porque su voz se había ido. Nicole
cayó y golpeó el suelo. Ella se quedó mirando el ángel caído que parecía...
¿triste?
Keenan.
¡Keenan!
Ella sólo podría estar allí mientras Sam se deslizaba lejos y el fuego
ardía más alto.
Traducido por Rhyss y Nemesis
Corregido por Maia
Allí.
* * *
Nicole aspiró una bocanada profunda de aire. Una. Dos. Sus
pulmones hambrientos se llenaron con avidez y sus dedos empezaron a
moverse.
O Keenan.
Keenan no moriría.
* * *
La vampiro se fue hacia las llamas.
Pero Sam sonrió cuando ella desapareció. Él había esperado que ella
arriesgara su seguridad por los Caídos. Esperaba, pero la esperanza era una
cosa tan débil.
Fugaz.
Humana.
Alguien moriría.
Siempre lo hacían.
* * *
El techo estaba colapsando. Los gemidos y el crujir de la madera y
las vigas por encima de Keenan se mezclaban con los crujidos de las
llamas. Tomó en sus brazos su carga, teniendo cuidado de mantener sus
extremidades lejos del fuego. La mujer, Seline, había gritado cuando saltó a
través de las llamas. Ella había intentado retroceder, pero se había golpeado
la cabeza en el mostrador de cristal detrás de la barra.
El fuego lo rodeaba.
— ¡Keenan!
No, ese no era el llamado del fuego. Nicole. Ella estaba dentro.
Rodeada de este ardiente infierno cuando debería estar a salvo, afuera,
protegida.
— ¡No!
— ¡Dámela!
Todos los seres humanos eran débiles. Era sólo la forma en que
habían sido diseñados.
La muerte venía.
La muerte venía.
Había dejado que los seres humanos vieran lo que realmente era.
* * *
En el momento en que dejó de correr, Nicole colapsó. La sed sacudió
su cuerpo y sus dientes quemaron. Lo que Sam le había hecho, había
agotado su energía de reserva y necesitaba sangre. Desesperadamente.
— Nicole…
El fuego.
Eso fue dulce. No, no, no lo era. ¿Ella le había enseñado sobre el
dolor? El dolor no era una agradable tarjeta de Hallmark. El dolor era una
pesadilla. — Keenan...
— Sí. — Era todo lo que podía hacer para no hundirle sus dientes en
la garganta. No fue más que un incendio. Mantente fuerte. ¡Aguanta!
Indefensa.
— Yo... no... Ah... creo que podamos contar con él, — se las
arregló para decir. Su corazón palpitaba fuerte en el pecho. El incremento
de sus latidos se fusionaba con la lujuria de la sed de sangre… y quería
morder. Pero consiguió mantener sus dientes retraídos y lejos de él
mientras decía: — N-no importa lo que dijo, no podemos... Él quería que
murieras.
— Pues mira lo que tenemos aquí... — gritó una voz en pleno auge.
— Vete a la mierda.
— Lo supe tan pronto como entraste en ese club... — Las manos del
motorista cayeron, sólo para levantarse después de medio segundo
agarrando una estaca. Sin duda estaba preparado. — He estado llevando
ésta en mi mochila desde que enterraron a Jeff.
Oh, diablos.
No es mi noche.
Pero entonces, sabía que esa noche llegaría desde hacía algún
tiempo. Una noche para contar. Ellos querían su sangre. Le pareció lo más
justo, teniendo en cuenta que ella había tomado toda la de Jeff.
No.
Pero Mike sólo tenía ojos para ella y su sed de sangre. — ¿Sabías
que Jeff y yo... hemos matado a muchos vampiros?
No, pero todo eso de los asesinatos de vampiros explicaría el por qué
ella había sido enviada tras Jeff Quint. Él nos cazaba. Ahora yo lo cazaría.
Desgarrando su garganta. Haciéndolo sangrar. Haciéndolo rogar. ¿Cuánto
tiempo había jugado con esas palabras en su mente? Una y otra vez, hasta
que su voluntad se había ido y todo lo que pudo hacer cuando Jeff llegó a
ella esa noche fue... atacarlo.
Mike saltó de nuevo sobre sus pies y atacó, con todos sus hombres
corriendo detrás de él. Seis contra dos. No eran malas probabilidades. En
realidad, muy buenas teniendo en cuenta que los motociclistas eran
humanos y que Keenan saltó delante de ella, con un movimiento de su
puño envió a dos de ellos volando por los aires. Los hombres golpearon las
paredes del callejón y no se levantaron.
Corrió hacia ella con la estaca en alto. Sus amigos sobre Keenan,
pululando sobre él. Sus dientes quemaron, sus uñas se alargaron, y cuando
Mike se abalanzó sobre ella con la estaca, ella sólo la arrancó de sus
manos, la partió y arrojó los pedazos detrás de ella.
Eso no detuvo a Mike. No, él giró hacia ella y cerró de golpe su puño
derecho sobre su rostro.
Um, no. Ella no sangraría por él. Su puño la golpeó de nuevo. Ella lo
cogió de su mano izquierda. A continuación, lo golpeó con su puño,
magullando su mejilla. No del tipo de golpe de sus días pre vampira. Nicole
abrió con un golpe lo suficientemente fuerte como para romper la
mandíbula de Mike. Cuando los huesos crujieron, supo que con el golpe le
había roto la mandíbula.
Detrás de ellos, vio los restos dispersos del grupo de Mike. Aún con
vida, podía ver sus pechos en movimiento, pero fuera de servicio. Ninguno
protegería a Mike.
Correcto. Ella lo era. Y podía ver sus colmillos. Pero... Pero ella ya
no estaba bajo el control de un Maestro Nacido, nunca más. Su mirada se
deslizó a Keenan, porque lo que tenía que decir era para él tanto como para
Mike. — Tú sabes… tú sabes que los vampiros son... creados, el término
para los vampiros que fueron creados a través del intercambio de sangre. Se
hacen, no nacen. Sólo unos pocos nacieron en realidad como vampiros. Los
Maestros Nacidos son los más fuertes, más malos, y la más difícil de matar
de los vampiros que hay.
Pero tampoco estaba de humor para morir. Sin importar qué ángel de
la muerte estuviera rodeándola.
Venganza.
— Tenemos que salir de aquí, — dijo ella. Antes de que los tipos en
el piso se despertaran, y antes de que las sirenas que escuchó se acercaran.
Entonces…
Silencio.
Ella se pasó las manos sobre los muslos, inspiró más aire, y le dirigió
un asentimiento brusco.
— Después de lo que te hizo ese vampiro en el callejón… — Negó
con la cabeza, y la miró con una clara confusión. — ¿Mataste a alguien
más?
—Keenan, yo…
Lo necesitaba. Lo quería.
A su cuerpo. Su sangre. Oh, el sabor de su sangre sería el cielo en
este momento.
Sí.
— Te necesito.
Sí.
Se sacudió con el primer toque, su cuerpo tan sensible que casi tuvo
un orgasmo.
— Hermosa.
El placer palpitó.
— ¿Qué?
Ella aún podía verlas, unas alas grandes y negras. Parecían salir justo
de su espalda. Ella intentó dar un paso hacia adelante, pero sus rodillas se
tambaleaban. — Tus alas, yo…
— No tengo alas.
Ella podía ver las heridas rojas inflamadas en su, por lo demás,
perfecta espalda, pero también podía ver las oscuras sombras, elevándose,
cubriéndolo como una nube. — Puedo verlas.
Un ángel.
Nicole se sitúo entre los dos hombres ahora. Su cabello caía sobre
sus hombros y la tensión sostuvo su pequeño cuerpo apretado. — pensé que
yo tenía 10 días…
— ¡No la toques!
Esto paro sus luchas. Ensancho sus ojos y ella miro hacia atrás a Az.
— ¿Porque lo veo?
Pero las palabras de Nicole tenían los ojos de acero de Az sobre ella.
— ¡Se de ti!
Az la midió con su mirada fija. — ¿Con todo lo que has hecho, estas
preocupada por lo que hay después de la vida y la muerte, vampiro?— él le
ofreció una sonrisa a cambio, y no era bonita.
Az no se movió.
—Si bueno, hasta hace cinco segundos atrás, supongo que ni siquiera
pensaste que pudiera golpearte, sigue pensando — sus manos se crisparon
en un puño— las reglas del juego están cambiando.
* * *
Los rayos del sol caían sobre Carlos Guerrero mientras caminaba por
las calles de Nueva Orleans. El sudor corría por su rostro, pero eso no le
importaba. Ya estaba acostumbrado. El estaba sólo de cacería. Esa era la
forma en la que debía ser, el día que no pudiera matar a una pandilla de
humanos el mismo…
Desde esa noche Nicole St. James se había vuelto una asesina
sicótica. Dos hombres más la conocieron y sangraron por ella. La mujer
policía dijo que St. James era una asesina en serie. Una que les cortaba la
garganta a sus víctimas y bebía su sangre. Buena historia, pero él sabía que
era una vampira. La historia de asesino en serie a menudo se usaba para
cubrir otros delitos.
Ah. No era lo más correcto de decir. Ahora todos estaban en sus pies
y saltando hacia él. Bien. Estaba en lo cierto, todos ellos eran grandes.
Tenían que ser 1,88 de altura más o menos. Excepto por un chico
delgaducho que estaba colgando hacia atrás cuidando dos ojos morados.
Carlos dio un paso y lo tomo por la mano rota. — Ahora Mike, creo
necesitas controlar ese temperamento — Mike, fue el nombre que le dio
una bailarina, ella había visto al tipo que incendio el Temptation, y
entonces había visto al motero, una mujer y su amante en la esquina. La
bailarina no había ayudado a la pareja, Tina no era realmente buena para
ayudar a los demás, pero ella le había dado la información por un buen
precio. Encontrar a las presas siempre era la mejor parte.
— ¿Como… me conoces?
Por diversión, apretó la mano rota de Mike, cuando Big Mike siseo
de dolor, sus hombres juraron y se abalanzaron por Carlos.
Carlos pasó su mirada por la barra del bar, solo unos pocos
rezagados se quedaron, y otros se fueron porque pensaban que una lucha se
avecinaba. Tal vez.
—Quiero ser el que juzgue eso — murmuro él
¿Y eso qué? ¿Se suponía que debía actuar sorprendido? No, no.
Carlos asintió con la cabeza. — si lo sé, es por eso que quiero llevármela
lejos. Ella mato a mi hermano en México.
Probablemente…
—La tenía lista para estacarla…— dijo el mismo tipo que había
hablado antes, uno con un gran bulto rojo en su frente.
Big Mike gruño — El nos llevara a todos — el agito una mano hacia
sus hombres apretando los dientes. — Si no la pudimos tomar, estoy
malditamente seguro de tú no vas a tener mejor suerte.
Ahora, esa era la parte difícil. Pero por suerte, el tenia ya un plan. —
Déjame eso a mí, tú solo encárgate de que tus hombres estén listos para
atraparla.
Mentira, mentira.
Los cambiaformas tenían buen olfato por una razón. Eran los
mejores rastreadores. Una vez había cogido su olor en el Temptation, y la
había seguido a ella todo su camino de regreso a casa. Siempre había tenido
la nariz más fuerte de la manada. Sangre, fuego y sexo, no era fácil pasar
por alto la combinación, seguir a Nicole había sido un juego de niños.
* * *
Nicole se despertó, su corazón acelerado, su cuerpo temblaba por la
pesadilla aun proyectada en su mente…
— ¿Nicole?…
Muerte.
Sus dedos se cerraron sobre los de ella. — ¿Por qué sigues hablando
como si ella fuera otra persona?
Ella tenía que alejarse de él. Su toque la hacía débil, y ella ya estaba
lo bastante débil. Nicole salto de la cama, tirando de la sabana con ella. —
¡Los ángeles son reales!— se arrojo lejos de él y miro hacia atrás justo a
tiempo para verlo parpadear.
Esta era la parte a la que ella tenía miedo. — Yo sabía, siempre supe
eso. — ella había sido una buena chica católica, después de todo. Bueno
antes.
No…
Ella se trago su miedo que era tan real en la garganta. — Quiero una
oportunidad para hacer las paces. — ¿Ella sonaba como una loca, eso era
noticia nueva?— No quiero que Az me lleve, no hasta que haya tenido la
oportunidad de hacer las paces.
Él se enamoro de ti…
—Durante más de dos mil años, nunca sentí nada… — dijo él.
—Yo quería más que eso…— parecía lo justo. — Los seres humanos
tenían más. Incluso los Otros tenían más. ¡Y se suponía eran los errores!
—Trata de vivir sin nada por dos mil años, y luego ver que tan
hambriento estas por todo.
Su boca tomo la suya en un beso caliente, un beso duro que los hizo
estar frente a frente. Ella sabía sobre el hambre, no solo por la sangre, si no
por alguien que te sostenga, que te bese, que te quiera pase lo que pase.
¿Era ella solo un cuerpo para Keenan? ¿Solo una tentación? Tal
vez, pero para ella, se estaba convirtiendo en mucho más. Un hombre que
se quedaba con ella a través de lo bueno y lo malo. Un hombre que no se
preocupada por el monstruo dentro de ella. Él la había conocido de antes y
no la juzgaba ahora.
¡Al diablo!
Igual había una posibilidad de que pasara eso. Mike no venia solo,
ella oyó el gruñido de las otras motos.
Se rió de eso.
Si no la mía…
Ella corrió tras él, porque Nicole había aprendido, por el camino
difícil, como luchar sus propias batallas. Si tenía que hacerlo, mataría a
Mike porque él quería mandarla al infierno. Aunque parecía que ella
tendría que enviarlo allí.
Traducido por Alhana
Corregido por Nyx
Él le disparó.
Ella se había echado a un lado, por lo que la bala erró su pecho, pero
Keenan oyó el sonido sordo cuando la bala entró en su hombro. Tembló un
poco y se deslizó un paso atrás. Pero entonces ella sacudió la cabeza.
—Inténtalo de nuevo.
Sus dedos comenzaron a temblar, así que los apretó como puños. El
viento arreció y sopló en contra de su cara.
Impactando.
¡No!
Hizo rodar a Nicole y dio una palmada a las llamas en su ropa. Ella
estaba llorando, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Furiosas
ampollas rojas estaban por todas partes.
Pero ella asintió con la cabeza. — Yo, es... estoy bien. — Sangrando,
ensangrentada, quemada, pero viva.
¡No!, no se escaparían.
Keenan saltó sobre la moto. Cerró las manos alrededor del manillar,
y se inclinó hacia abajo cuando la moto saltó hacia adelante.
No te escaparás.
Muerte.
* * *
— ¡Keenan! ¡No! — Nicole estaba de pie, su brazo palpitaba; con el
dolor en su rostro y su ropa aún humeando, gritó tan fuerte como pudo.
Recorrió sus manos sobre él. Ningún hueso roto. No había huesos
rotos en absoluto. No había heridas, ni sangre, nada.
México. Carlos.
La presa se había convertido en cazador. Nicole se puso de pie y
sintió un latigazo de dolor barrer sobre ella. — ¿Qué... qué estás haciendo
aquí? — Pregunta tonta. Como los demás, estaba allí para matarla.
Oh, mierda.
¡Arma!
—Sí.
Ella tragó saliva. El dolor le hacía tener náuseas y los latidos de las
ampollas no se detendrían.
* * *
La atención completa de Keenan estaba centrada en Mike, el cazador.
La motocicleta de Keenan aceleró mientras la moto devoraba la carretera.
Condujo más y más rápido.
No lo suficiente rápido.
¿Qué carajo?
E-Estoy bien.
Estaba viva y... él la había dejado. La furia había sido tan fuerte y la
necesidad de castigar lo conducía…
A matar.
Y murió.
Él murió.
Muerte.
Casi podía sentir el latido de sus alas mientras corría por la carretera.
* * *
Cuando Sam llegó a las motocicletas maltratadas en la carretera
vieja, sonrió.
Sam se acercó, sus pies calzados con botas hacían un ruido sordo en
el concreto.
Un muerto.
Al menos, hasta que el viejo Jeff había llegado muy borracho una
noche y dejado a una dulce y pequeña novata vampiro, con buen culo y una
mala mordida ,que se acercara demasiado.
Por eso Keenan estaría tan contento de verlo. Ah, sí, el Caído estaba
donde él quería que estuviera.
* * *
—Nicole, —gritó Keenan al saltar de la moto. El humo se elevaba,
enroscándose en el aire sobre el fuego que moría. La sangre manchaba el
suelo, pero Nicole no estaba allí. —Nicole, —Su voz tronó mientras subía
los escalones del porche. Tal vez ella estaba dentro. Tal vez Mike acababa
de jugar con su cabeza.
Dos minutos más tarde, se dio cuenta de que se había ido. Todo lo
que quedaba era una casa vacía y un rastro de sangre que llegaba al bosque.
Ido.
Sobrevive.
Porque si ella moría, habría mucho más que un infierno que pagar.
¿Estará herida?
Big Mike.
—Ellas me desgarran.
Sino de mí.
Traducido por Maxiluna
Corregido por Yomiko
7
En Español en el original.
Sus ojos se estrecharon.
— Cuando haya terminado con él...—Carlos se echó a reír. —Polvo
será lo único que quede.
Polvo de Ángel. El miedo empujó en su intestino, cuando lo
entendió. Ella necesitaba la sangre de Keenan para vivir. Infiernos, su
sangre era probablemente la razón por la que había sanado con tanta
rapidez. La sangre de un ángel. Y ese vampiro en la sala de alimentación,
había dicho que los demonios asesinarían por el polvo de Ángel. Pero para
hacer el polvo...
— Supongo que ya has aprendido cuán poderoso es tu nuevo amante,
¿eh, vampiro?
Ella no habló.
— Tendré que drenarlo y secarlo para obtener suficiente para la
mezcla. — Él levantó una ceja. — ¿Es él un sangrador? ¿Cuánto tiempo
crees que tomaría para él…?
— ¡Vete a la mierda!
Su mirada la rastrilló. — Tal vez. Más tarde. — Sus garras
golpetearon su barbilla. — Sabes, pensaba que eras otro parásito andante, y
luego me enteré de que estabas paseándote por ahí con un regalo muy
valioso.
Keenan.
— ¿Sabes cuántos demonios sería capaz de matar con su sangre?
¿Sabes cuántas Otros se inclinarían malditamente ante mí?
Las cadenas se le hundían profundamente en su carne. — Las
historias... están equivocadas. — No puedo dejar que atrapen a Keenan. —
Los demonios provienen de los Caídos, ¡la sangre de Keenan no hará nada
por ellos!
— Su sangre los mataría. — Certeza absoluta en su voz. — Lo que
crea, puede destruir. Deberías saber ahora que es el camino del otro mundo.
Se tragó el miedo creciente. — Él te matará.
Metió de nuevo la estaca en su bota y se acercó a la puerta. — No
creo que lo haga. Va a estar muy preocupado salvándote.
— ¡No serías capaz de hacerle daño! No serías…
Las garras de Carlos se levantaron y eran persamente afiladas. —
¿Sabías que los ángeles no pueden ser lesionados por la mayoría de las
armas? — Él asintió con la cabeza, sin esperar a que ella respondiera. —
Sí, ellos son como los antiguos demonios de todas maneras. Pero ahora sé
que tú eres la debilidad de Keenan. — Él se apartó de ella. — La de ambos.
Luego tiró de la puerta para abrirla, aquel crujido resonando llenó la
tumba, y después de que él salió, ella se quedó con el silencio.
Tiró de las cadenas. Nada. — ¿Qué quiso decir? — susurró a las
sombras. Las sombras que eran demasiado oscuras cerca de la pared de la
izquierda, justo donde el aroma floral era más fuerte.
Silencio.
Jaló más fuerte. El espeso metal se hundió más profundo en sus
muñecas y la sangre empezó a gotear sobre el suelo. — ¿Qué quería decir?
— gritó. — Maldita sea, ¡sé que estás ahí!
El aire cambió a su alrededor, como si un abanico se hubiera abierto.
O como si unas alas se agitaran.
— ¡Respóndeme!
— Él sabe qué puede herir a Keenan, —dijo una voz fría,
proveniente de la oscuridad. Az. Como si ella olvidase alguna vez el sonido
de su voz.
— Los disparos no lo lastimarían. — ¿Era posible partir una
cadena? Tiró más fuerte, levantándose en sus rodillas y tensionándose
cuando se estiró hacia adelante. — No habría heridas de bala, sin…
— Las armas forjadas por el hombre no puede hacerle daño. — Él se
había movido. No podía verlo. Ella sólo tenía la impresión de oscuras
sombras cambiantes. — Y él controla el fuego, — dijo Az, — el fuego
puede quemar su carne, pero nunca podría matarlo.
El beso del fuego seguro podría matarla. — ¿Entonces qué? ¿Qué lo
hace…?
— Tú lo haces sangrar fácilmente.
Tragó saliva. — Sí. — Ella lo hacía. Morderlo fue tan fácil como
morder a un humano. Un trazo correcto a través de la carne.
— Debido a que tu arma no fue forjada por manos mortales.
Su arma eran sus dientes.
Las armas de Carlos serían sus muy, muy grandes garras y sus
dientes. Dientes que eran más afilados que los de ella. No armas forjadas
por el hombre. ¡Mierda!
— ¡Sácame de aquí! — Las cadenas no se romperían. — ¡Sácame!
— No puedo, — dijo rotundamente.
— ¿Te vas a quedar ahí? — Entornó los ojos mientras ella se
esforzaba por ver. Az parecía ser una sombra.
— Voy a esperar, — dijo. —Mi trabajo es esperar y luego tomar.
Su alma.
— ¿Temes a la muerte? — le preguntó, y ella podría haber jurado
que el hombre sonaba curioso. ¡Grandioso!
— ¡Lo que temo es lo que le va a pasar a Keenan! — Si Carlos
llegaba a él, podría tomar la cabeza de Keenan con un golpe de sus afiladas
garras.
No.
— Te importa. — Una vez más, el más leve atisbo de curiosidad o…
¿sorpresa? — No me esperaba eso.
— Bueno, hace un año, nunca esperaba que me fueran a convertir en
un vampiro y tendría un ángel de pie, al margen y rehusándose a ayudarme
mientras estoy atrapada en una cripta.
Silencio.
Pero él todavía estaba allí. Ella lo sentía.
— ¿No te has cansado de ver a la gente a morir? — Ella apretó. La
cadena estaba cerrada muy apretadamente con demasiada fuerza alrededor
de sus muñecas. Ella siempre había tenido muy afilados, y muy grandes los
huesos en sus muñecas.
— Hago lo que nací para hacer. Observar. Ser un Pastor.
— ¿Un Pastor? — Sí, los huesos eran demasiado grandes en sus
muñecas y manos... Ese era el problema.
— Tomo las almas cuando están listas para salir de este plano.
— ¿Y nunca te has sentido tentado? Ni una sola vez piensas, oye, tal
vez esta mujer quiere vivir más tiempo con su hija y no morir de cáncer
cuando ella sólo tiene veintiocho años... — Su madre y el dolor todavía
sangraba en su interior. — O tal vez este chico quiere tener la oportunidad
de ver…
— Yo sé por qué estaban en la iglesia esa noche.
Eso la calló. Supuso que él sabría. — Nunca entraría a la iglesia. —
Las puertas habían sido cerradas para ella. Hablar acerca de una grandísima
brillante señal de cosas que vendrían.
— Él te vio entonces.
Keenan.
— Observó demasiado, yo lo sabía, pero...
— Pero tú no lo detuviste. — ¡Ah, sonaba igual que el Sr. Manos
Afuera! — ¡Lo hubieras podido detener para que no cayera!
— Si lo hubiera hecho, estaría muerto.
Cierto. No había forma de ganar en este juego.
— Está perdiéndose a sí mismo en ti.
No estaba segura de lo que eso significaba. Y las cadenas no se
rompían, lo que significaba que solamente había una…
— Si se va demasiado lejos, no habrá forma de salvarlo. Una vez que
cruce la línea, se habrá perdido.
¿Qué línea? — ¡Keenan no está perdido! Él está a mi espalda todo
este tiempo y, demonios, ¡tendré la suya! — Una vez que ella saliera de
allí.
— Carlos puede matarlo.
La cadena no se rompía.
— No puedo ver el futuro de un Caído, no puedo ver lo que será, por
lo que no sé lo rápido que va a morir.
Al diablo con esto. Ella respiró hondo y cerró su mano derecha y la
muñeca en el concreto. Una vez. Dos veces.
La cadena no se rompería, pero ella podría. Los huesos de su muñeca
se retorcieron, se destrozaron, pero ahora podía sacarlas de la cadena. Una
mano caída. Se curaría.
— ¿Por qué? — Su voz, mostrando más emoción. Esta vez, no había
duda de su confusión.
— Porque él no morirá. — Ella golpeó su otra muñeca contra el
cemento e ignoró la oleada de dolor que rodó a través de ella. Ella y el
dolor habían comenzado a ser buenos amigos. Las lágrimas se deslizaron
por sus mejillas, pero no se dio cuenta que estaba llorando hasta que probó
la sal en sus labios. Chocó su mano en el suelo. Una vez, dos veces más, y
los huesos se movieron. Nicole deslizó aquella mano libre. — Él no morirá.
— ¿Cómo vas a salvarlo? Ni siquiera puedes luchar ahora, no
podrás…
— Voy a conseguir un pequeño bocado primero... — Ella se levantó,
pero casi se tambaleó por el dolor. — Entonces voy a estar lista.
—La muerte se acerca.
Sus hombros se enderezaron. — La muerte... tú... pueden esperar. —
Llegó a la puerta. Nicole ni siquiera se molestó en tratar de empujarla. Sus
manos eran un desastre. Necesitaba sangre, rápido, con el fin de obtener la
fuerza para sanar, y aun así, no se recuperaría completamente hasta su
siguiente despertar.
Carlos podría estar esperando ahí fuera. Probablemente lo estaba.
No atraparás a Keenan.
Ella pateó para abrir la pesada puerta de metal de la bóveda.
* * *
Sam se encontró a Keenan en un bar, uno que estaba cerrado igual
que otra docena de lugares. Pero este era diferente, su presa lo esperaba
adentro.
— Allí. — El dedo de Sam señaló a la derecha. Los dos motociclistas
que habían escapado estaban en el bar, engullendo cervezas y actuando
como si no tuvieran una sola preocupación en el mundo.
Tendría que vigilarlos.
Cuando Keenan acechó por el bar, las personas inteligentes salían de
su camino. Tal vez podían sentir su ira. Seguramente incendiándolo.
— No los toques, todavía no, — murmuró Sam. — Los necesitamos
vivos para hablar, ¿recuerdas?
Movió la cabeza en acuerdo. Los idiotas debieron haber detectado
problemas debido a que se giraron para ver a los alrededores. Cuando lo
vieron, sus ojos se abrieron y el miedo se deslizó sobre sus gruesas caras.
— No pensaron que todo había terminado, ¿verdad? — Apoyó sus
piernas separadas. El sonido de sillas zurradas llenaba el lugar. La gente se
iba tan rápido como podían. Suponían que ellos serían un problema en este
lugar, y sabían que no debían quedarse a ver el espectáculo.
El tipo a la derecha frente a él, un hombre corpulento, con las
mejillas canosas y pelo rapado, tragó. — N… no te conozco.
La mano de Keenan levantó. ¡Oh, tocar...!
— Keenan, — Sam le advirtió, — los muertos no pueden hablar.
El motociclista del pelo rapado palideció.
Su amigo, un hombre alto, un tipo tatuado con una mata de pelo
rizado de color rojo, se sobresaltó deslizándose lejos.
— Puedo matarte con menos de un pensamiento, — dijo Keenan.
Ambos hombres se congelaron.
— ¿Dónde está? — exigió.
El tipo pelirrojo negó con la cabeza.
Respuesta incorrecta. Keenan agarró una botella de cerveza,
destrozando el vidrio y presionó el borde dentado en la garganta del pelo
rapado. Puesto que no estaba tocando al hombre directamente, el
motociclista no iba a morir. Bueno, no moriría hasta que Keenan cortara su
garganta de par en par con el vidrio. — Voy a preguntarte una vez más,
entonces comenzarás a sangrar.
Sam cogió un vaso de whisky que acababa de ser colocado en la
barra superior. Lo bebió de un sólo trago, y luego rodó el dorso de la mano
sobre su boca. — Mejor contéstale, él es realmente bueno asesinando.
— ¿Estás hablando sobre la vampira? — vino del pelirrojo.
— ¡Cállate, Pete! — gruñó Pelo Rapado.
— ¡Nos van a matar, Bo! No quiero morir por…
Ah, un eslabón débil. Keenan mantuvo su arma en Bo, pero volvió la
mirada sobre Pete.
— ¿Hay un par de miembros de tu pequeña pandilla que aún viven?
¿Un miembro o dos que se llevaron a mi vampira?
Pete negó con la cabeza. — N…no nosotros...
— Mentira. — dijo Sam. — Creo que deberías cortar a este por
mentir. Un largo trazo por su mejilla derecha.
— Pete, ¡cierra la maldita boca! La perra vampiro merece morir
después de lo que hizo…
— No estoy l…listo para mo…morir, — tartamudeó Pete. Era más
joven que Bo. Él no tenía aquella dureza, no había visto el infierno todavía.
La respiración susurrante de Pete se le escapó. — El otro… él se la llevó.
Fue idea suya, usando el fuego, llegando a esa casa. Él es el único que
sabía dónde estabas.
Sam se abalanzó hacia delante y tiró de Bo lejos de Keenan.
— ¿Qué eres…? — comenzó Keenan.
Sam golpeó la cabeza de Bo en la barra. Los ojos de Bo rodaron en
su cabeza y cuando Sam levantó sus manos, Bo se deslizó hasta el suelo en
un montón. — Ahora sólo tenemos que tratar con uno.
Uno que se veía muy, muy asustado.
— ¿Quién sabía? — le preguntó Keenan a Pete, luchando por el
control. Perdiendo el tiempo. Tenía que darse prisa.
— U...un mexicano. Car…Carlos... tipo grande, pelo oscuro, dijo que
había estando cazando al V…vampiro.
El estruendo de los latidos del corazón de Keenan le llenaba los
oídos.
— Lo es…escuché decírselo a Big Mike... que la lle…llevaría al
Cementerio de San Louis y la d…dejaría ahí pudriéndose.
— Hummm... — Sam levantó una ceja. — Creo que eso podría ser
todo lo que sabe.
Los dedos de Keenan se apretaron alrededor de la botella.
— ¿Lo dejamos vivir? — preguntó Sam, mirando al tipo con dura
una mirada. — ¿O lo matamos?
—Por favor... — suplicó Pete y los ojos del chico estaban llenos de
lágrimas.
Keenan se le quedó mirando. — Tú la quemaste. Tu pandilla atacó a
una mujer. Tú la quemaste.
— ¡Y…yo no lancé mi botella! Y…Yo no lo hice…
— Sin embargo, no se lo impediste a los otros, ¿verdad? — Sam se
acercó más. — Tú estabas allí en esa fiesta, y no la ayudaste a salir.
Pete empezó a temblar.
— Si ella no está en ese cementerio, si no está todavía viva en ese
cementerio... — Keenan corrió el vidrio por la mejilla de Pete y dejó que la
sangre fluyera. — Entonces estaré de vuelta y tú realmente vas a aprender a
pedir perdón.
El rostro del hombre no podría conseguir estar más blanco. Y sangró
rápidamente.
Keenan dejó caer la botella.
Pero Sam la atrapó antes de que el vidrio se pudiera romper. Rápido
como un rayo, se dio la vuelta y dirigió aquella botella rota hacia el
hombro de Pete. Pete cayó al suelo, gritando.
— Eso le enseñará, — dijo Sam con los ojos entornados. — La
próxima vez, no sólo mirarás mientras que una mujer se quema.
Keenan se apartó de los gritos. Había dado dos pasos cuando la
esencia de ángel lo golpeó. Su mirada se concentró en las sombras cerca de
la entrada del bar. No, no cerca de la entrada, bloqueando la entrada. — No
te metas en mi camino, Az.
Las sombras cambiaron. Vislumbró las alas. La cara dura de Az. —
Estás perdiendo el control, — advirtió Az.
¿Perdiendo? Lo perdió.
— Pronto serás como él...
Sam se echó a reír detrás de Keenan. — ¿No sería eso malditamente
grandioso? Entonces tendríamos dos cabreados caídos en tu camino.
Keenan se precipitó hacia la puerta. — Fuera de mi camino. —
Porque si tuviera que hacerlo, se abriría camino a través del ángel. Haría
cualquier cosa para llegar a ella.
— Ella te ha hecho así, — dijo Az. Pero las sombras se iluminaron
cuando él se hizo hacia atrás. — Ella te va a destruir.
— No, — dijo Sam con toda seguridad detrás de él. — Ella
simplemente lo hace más fuerte, y eso te asusta, Az.
Las sombras se desvanecieron.
* * *
Gritaron cuando Nicole abrió de una patada la puerta de la cripta. Un
chico y su novia, ambos vestidos de negro gótico, se dieron la vuelta con
sus gritos llenando sus oídos. Habían estado inclinándose, encendiendo
velas cerca de otra cripta, dejando ofrendas…
¿No se daban cuenta de que la reina del vudú ni siquiera estaba más
allí? Turistas.
— ¡Mira sus dientes! ¡Oh, Sean, mira…!
Bueno, la chica no parecía asustada. Más bien emocionada.
— Muérdeme — susurró Sean. — Por favor.
Bueno, si él se estaba ofreciendo... Se lanzó hacia adelante y clavó
los dientes en su garganta. Su sangre derramada sobre la lengua y la fuerza
se empujó de nuevo en su cuerpo.
— ¿Sean? — Un hilo de voz del miedo de la chica, disminuyo su
excitación. — Sean... ella está... realmente bebiendo tu sa…sangre. —
Entonces la chica dejó escapar un grito. Sus pasos chocándose mientras se
alejaba corriendo.
Nicole tomó más sangre de su donante. No demasiado. Sólo lo
suficiente para sobrevivir. Cuando lo soltó, su salvador se deslizó hasta el
suelo. No estaba muerto, pero estaba inconsciente.
Abrió las manos contra la cripta más cercana. Los huesos rotos
crujían y chasqueaban regresando nuevamente mientras se reponía. No
estaban perfectos, todavía no, pero lo estarían a lo largo de la noche. Ella lo
ha…
— ¿No puedo dejarte sola ni un minuto, verdad querida?
Nicole se puso tensa. Carlos. — No, supongo que no puedes. — Ella
lamió lo último de la sangre y se volvió hacia él. — Tú debiste de haber
utilizado esa estaca cuando tuviste la oportunidad.
Se puso de pie entre dos bóvedas de piedra, sus garras raspando
sobre ellos. — Tendré la oportunidad ahora. Tu ángel sólo podrá llorar
sobre tu roto cuerpo.
No, no lo haría.
— El cebo ya está listo. Apuesto a que uno de los motociclistas se
rompió por ahora y le dijo dónde estabas. — Sacó la estaca. — Vamos a ver
lo rápido que puedes morir.
Dio un salto hacia ella.
Pero Nicole estaba lista para él. Ella saltó hacia atrás y la estaca
falló. Pateó y agarró su muñeca con el pie. Esta vez, el hueso que se quebró
era el de él. Cuando la estaca voló de su mano, ella gateó después de que,
golpeara sus rodillas. Sus dedos se cerraron alrededor de la madera cuando
Carlos agarró sus piernas y tiró de ella hacia atrás.
— Voy a cortar tu jodida cabeza
Ella tenía la estaca. Se retorcía y se acercó lista. Nicole condujo la
estaca hacia su pecho. — Y tomaré tu corazón. — susurró.
Otro asesinato. Otra muerte.
¿Qué era una mancha más en su negra alma?
Él la miró, con la boca abierta, sus ojos pasmados, entonces él se
hundió, cayendo al suelo mientras la sangre comenzó a crear una piscina
por debajo de él.
Asesinar de nuevo no había sido casi tan duro como había esperado.
Connor tenía razón. Tal vez tenía talento para matar. Maldito sea.
Ella cerró los ojos.
— Nicole — la llamó un rugido.
Keenan. Sus ojos volaron abiertos de regreso atrás. Y justo como le
había dicho Carlos. Pudo ver a Keenan ahora, corriendo hacia ella,
serpenteando a través de las bóvedas. Ni siquiera estaba comprobando su
entorno por un ataque, sólo estaba corriendo directamente hacia ella con su
mirada clavada en ella.
Él habría corrido derecho hacia Carlos y nunca visto el peligro hasta
que sus garras estuvieron en su garganta.
— Está bien, — dijo en voz alta cuando se levantó y corrió hacia
adelante. — Yo…
Sus huesos chasquearon. Crujieron. Ella aún no. No. Ella. Estaban.
Sus brazos se le pusieron piel de gallina. Nicole miró hacia atrás por
encima del hombro.
Carlos estaba cambiando.
Piel peluda saltaba por encima de su carne. Gruesa piel de color
marrón. Sus manos se habían convertido patas, sus garras se habían
alargado, afilándose aún más. Su rostro contorsionado mientras ella
observaba. Estrechándose. Alargándose. En un animal, no un hombre.
Un animal con dientes realmente grandes, y ella sabía todo acerca de
dientes grandes.
Fallé su corazón.
Oh, maldita sea.
Él era un cambiante. No necesitaría sangre para curarse y patear
culos. Sólo necesitaba transformarse.
— Corre, — susurró Nicole y entonces se dio la vuelta para hacer
frente a Keenan al tiempo que gritaba: — ¡Corre!
Demasiado tarde. Keenan estaba casi sobre ella. Él se acercó a ella,
pero luego se quedó inmóvil, sus dedos a pulgadas de distancia. Tropezó
con él. — Tienes que conseguir…
Un tembloroso y alto aullido de coyote rompió el aire.
Entonces aquel tipo, Sam, estaba allí. Sam tiró de ella a sus brazos y
la apartó de Keenan. — Oh, ¿qué diablos? — Él sopló un aire duro. —
¿Ahora, los perros están en esto?
No era un perro. Era un coyote. Un muy grande, muy cabreado
coyote con sed de sangre en sus ojos brillantes. — Es una trampa, —
susurró. — Él está detrás de Keenan. No podemos dejar que se...
— El hijo de puta se imaginaba eso. — Sam la empujó detrás de él.
Ella alcanzó a ver al coyote. Mucho más grande que un coyote promedio.
La bestia se lanzó en el aire y dio un salto hacia Keenan.
¡No!
Pero Sam estaba allí. Moviéndose con su súper velocidad, saltó
delante de Keenan.
El coyote le dio un ladrido ahogado y se retorció en el aire. La bestia
cayó sobre la parte superior de una cripta poco profunda.
— No contabas con dos de nosotros, ¿verdad? — gruñó Keenan.
Entonces el llanto quejumbroso de otro coyote se hizo eco en el
cementerio. Otro y otro...
Si los coyotes podían sonreír, ella sabía que la bestia sonreía.
Su cabeza se montó a la derecha. Vio a un coyote negro acechando a
lo largo del alto muro de piedra. El coyote tenía sus ojos fijos en la parte
posterior de Keenan.
—Keenan, ¡cuidado!
Pero su grito llegó demasiado tarde. El coyote saltó de la pared y se
abalanzó sobre Keenan. La bestia de boca ancha con dientes afilados y
chorreando saliva fue a la garganta de Keenan.
Sin embargo, Keenan empujó el antebrazo en la boca del coyote. La
bestia se tensó. Su cuerpo se quedó inmóvil y Nicole vio como su piel
comenzó a desaparecer.
Un arrollador grito de perdida retumbó en la garganta de Carlos, pero
no intentó acercarse a Keenan. No, el coyote saltó hacia atrás y huyó hacia
los altos muros.
Y en cuanto aquel coyote negro que había atacado a Keenan... ya no
era más un coyote. Su piel había desaparecido, los huesos todavía
removiéndose, pero ahora... sí, ahora aquella era una mujer.
Una mujer muerta.
Keenan se levantó y miró a su cuerpo.
Los gritos de los coyotes se hicieron más suaves. Todos ellos fueron.
Retirándose.
— ¿Están huyendo? — se burló Sam, voz oscura y fuerte. — No
tenías un plan para eso, ¿verdad, hijos de puta? No somos tan fáciles de
matar como usted pensaban. ¿Quieren nuestra sangre? Entonces tendrán
que morir por ella.
Nicole se acercó más a Keenan. Seguía mirando fijamente a la mujer.
El viento levantó el pelo oscuro de la mujer y sopló contra sus mejillas
doradas. Tenía los ojos abiertos, mirando con horror, y sus labios
entreabiertos como si fuera a gritar.
La mirada de Keenan pasó a su brazo. Marcas de mordida ya débiles
estaban desapareciendo de su carne.
— Keenan... — Nicole llegó a él, pero él se apartó. Ella tomó aquello
como un desaire directo a su corazón. Él había matado a causa de ella. Y
ahora, tal vez por fin él había lo visto, acaba de ver lo que era.
Su mandíbula se apretó. Su mirada se elevó poco a poco a la de ella.
— ¿Estás… bien?
Puso las manos detrás de su espalda. — Estoy bien.
La cabeza de Keenan se movió en un gesto brusco. — Regresar a
Nueva Orleans fue un error.
Ella había tratado de decirle eso. Regresar a casa de nuevo en
realidad no era una buena idea. No importa lo que las malditas canciones
por ahí decían.
— Hay que salir de aquí tan rápido como sea posible, — le dijo
Keenan, pero no estaba mirando directamente a ella. Solo sobre su hombro.
— Yo me ocuparé de los coyotes. Tú sólo... corre.
Nicole negó con la cabeza. — De ninguna manera, no voy a dejarte
para…
— Quiero que te vayas. — Su mirada se volvió a ella cuando se la
devolvió como un cuchillo en su corazón.
Se dio cuenta de que ni siquiera la había tocado. No la abrazó. No la
apretó contra su pecho. Ella lo quería a él. Lo necesitaba para arrimarlo
cerca de ella.
En cambio, él estaba retrocediendo.
Él sabe lo que soy ahora.
Echó un vistazo sobre el todavía inconsciente universitario chico
gótico. — Yo no lo maté.
— No, pero estoy seguro de que la maté a ella.
Una hermosa desconocida. Una mujer tan inmóvil como una piedra
ahora.
— ¿Quién crees que vino por ella? — preguntó Sam, acercándose y
agachándose al lado de la mujer desnuda.
Los coyotes dejaron a la mujer muerta demasiado rápido.
Abandonando a uno de los suyos.
— Hay tantas flores fuera de aquí... — Sam miró en la bóveda. —
Nunca hubiéramos podido olerlos llegar.
Pero ella había olido un ángel antes. Ella sabía que Az estaba allí.
Él se está perdiendo a sí mismo en ti.
Keenan no podía siquiera mirarla más que por unos breves
momentos.
— Agarra a Nicole y salgan de aquí, — dijo Keenan, dándoles la
espalda. — Consíguele un lugar seguro y sólo agarra a Nicole y sácala de
aquí.
Las palabras la hirieron. Había esperado que vinieran eventualmente,
una vez él se diera cuenta de lo que ella era, pero había comenzado a tener
la esperanza de que…
Todavía él me vería como una mujer.
Supongo que no. Su columna vertebral se tensó. — No voy a dejarte
aquí solo. — Los coyotes podrían regresar. Probablemente lo harían o,
¿qué había acerca de los miembros de ese grupo de caza-vampiros que
había ido por ella? Algunos de aquellos motociclistas se habían escapado.
Ellos tratarían de correr por ella o ir por él.
— Quiero que te vayas.
Ahora eso fue como una bofetada. Ella incluso se tambaleó hacia
atrás.
— Te salvé, Nicole. Estamos a mano ahora. Me aparté antes, pero
esta vez... — Todavía no la estaba mirando. — Te salvé.
Tenía las manos apretadas en puños a su espalda, y las heridas
curándose quemaban. — Yo me salvé a mí misma, — susurró. Y a ti.
Pero él no quería oír eso. Él le estaba diciendo que se fuera, para
echar el infierno fuera de su vida, y muy bien, ella no le rogaría.
Él no la miraría. No la tocaría.
Supuso que él finalmente veía al monstruo.
Se dio la vuelta y casi corrió hacia Sam. Su respiración se lanzó
hacia fuera. El chico se movía demasiado rápido. — Puedo encontrar mi
camino por mi cuenta.
— No. — Desviado su mirada a lo largo del muro de piedra. — Ellos
saben lo que eres.
Una vampira. Correcto. Parecía como si todo el mundo lo supiera.
— Ellos te usaran en su contra. No pueden separarse. No ahora.
Ella miró por encima de su hombro, sus ojos fueron de vuelta de
nuevo a Keenan, y ella lo vio regresarle las palabras a Sam.
Keenan apretó su mandíbula. — Tú sabes que ella no puede quedarse
conmigo.
— Control, Caído. Sigo diciéndote... que debes tener control.
Una ráfaga de viento chocó contra Nicole y Sam. — A su alrededor,
no tengo ningún control.
¿Eso era bueno o malo? A su alrededor, ella tampoco tenía control.
Sólo que ella no le estaba diciendo que buscara su camino.
Carlos casi me mata. Estoy herida. Cada parte de ella le dolía. Y ella
sólo quería que los brazos de Keenan la rodearan. Quería sentirlo, fuerte,
sano y salvo contra ella.
Él quería su culo fuera de camino.
— Obtén control — Sam le advirtió, el rompimiento de la voz. —
Obtenlo o…
— ¿O qué?, — Disparó Keenan de vuelta. — ¿Ella se muere?
Whoa. Espera. Esto ella…
— Sí. — Un suave asentimiento pero seguro de Sam. — Si pierdes el
control, entonces Nicole se muere.
Bueno, maldita sea.
* * *
Carlos miró a los bastardos salir. El imbécil que había matado a su
prima se inclinó, se echó hacia atrás su cabello, y luego se quitó la camisa y
se cubrió el cuerpo.
Los músculos de Carlos se bloquearon. Quería la garganta de esos
bastardos entre sus dientes, pero él sabía que si se acercaba demasiado a los
Caídos, acabaría igual que Julia.
Un toque, luego la muerte.
Matar a los caídos sería más difícil de lo que pensaba. Tendría que
tomar el tipo sin siquiera darle la oportunidad de devolver el golpe.
Ellos estaban fuera del cementerio. Mientras miraba, los tres
entraban en una camioneta color negro. Inhaló, aprovechando sus esencias
con la sangre y la muerte. Encontrarlos de nuevo no sería un problema.
Matarlos lo sería.
Subestimé a mi presa. No era un error que cometiera con frecuencia,
y él no lo volvería a repetir.
Cuando las luces traseras del camión desaparecieron por el camino,
echó hacia atrás la cabeza y aulló. Otra derrota para su exiguo paquete.
Otro cuerpo que enterrar.
Sus huesos se quebraron, reformados. La peluda piel de su carne
retrocedía, y se fue a recoger a sus muertos en la forma de un hombre. En
la muerte, la belleza de Julia se torció. Tan deforme.
Ella había estado aterrorizada por lo que vio en su último momento.
Se inclinó y la levantó y la abrazó suavemente. — Estás bien ahora.
— Julia nunca había temido a nada. Hasta que ella murió.
— Lo pagaran. — Los otros coyotes se escabulleron en la oscuridad.
— ¡Lo pagaran! — Prometió Carlos. Ya no se trataba sólo de conseguir la
sangre de un ángel.
Venganza. Cuando el ángel muriera, tendría miedo, también. Miedo,
rogaría y sufriría.
Al igual que su preciosa perra vampiro lo haría.
Traducido por Nemesis
Corregido por Rhyss
La suave voz de Nicole hizo que Keenan girara la cabeza hacia ella.
Ella estaba de pie, con el cuerpo apoyado sobre la austera pared blanca en
la casa segura de Sam.
Ningún lugar era lo suficientemente seguro. Keenan sabía que los
coyotes vendrían tras ellos. Una vez que un cambiaformas obtenía tu
aroma, era prácticamente imposible quitártelo de encima. Regresar a la
casa antibélica que había comprado para ella, todo había sido por ella, no
era una opción. Él bien podría pintarse el centro de un objetivo en su
espalda si hiciera eso. Habría familiares que vendrían buscando venganza
sobre el asesino de Big Mike.
Esas personas tendrían que sumarse a la fila.
—Gracias, —susurró Nicole.
Él pestañeó, pero fue cuidadoso en mantener su rostro inexpresivo.
Sam, siempre el astuto, les había comprado este lugar, un apartamento en el
Cuartel. Uno con postigos reforzados y una vista al exterior perfecta. Una
vez, las casas del Cuartel habían sido designadas para impedirles la entrada
a los enemigos. Cierra las puertas, atráncalas, y nadie podría entrar desde la
calle. Todos los edificios estaban alineados uno al lado del otro, lo mejor
para no dejar entrar a los soldados intrusos.
El diseño todavía les daba ventaja. Al menos, de este modo sabrían
cuándo la compañía llamaba a la puerta.
Nicole se frotó las manos. —Entonces, ahora me miras, ¿Pero no me
hablas? Bien. Está bien. Bien. No tenías que venir por mí, sabes. No tenías
que…
Él dio un paso hacia ella. Con los labios presionados juntos. Inspiró,
y casi pudo saborearla.
— ¿Realmente pensaste que no iría por ti? —Por supuesto, lo haría.
Él haría cualquier cosa por ella.
Levantó su sexy mentón, mientras sus ojos brillaban. —No. —En
voz baja, pero con seguridad. —Sabía que me buscarías. ¿Qué le
sucedió…? —Se aclaró la garganta. — ¿Qué le sucedió al líder, Mike?
Un toque. —No tienes que preocuparte más por él. —Se dio la vuelta
y caminó hacia el balcón. La música de jazz vagaba hasta él, y vio a las
personas que paseaban por la calle. Una motocicleta pasó debajo, a toda
velocidad. —Ese coyote, él es por quien debemos preocuparnos ahora. Te
quiere muerta, y…
—Tú eres a quien quiere. —El piso crujió detrás de él. Ella se estaba
acercando. Su aroma lo alcanzó, lo envolvió. —Keenan…
—No me toques.
Él la escuchó inhalar bruscamente, y supo que estaba herida. Mejor
ser herida que estar muerta. Él aferró la barandilla. —Necesitas alejarte de
mí. Sal de Nueva Orleans, y no regreses.
— ¡Tú eres quien me trajo de vuelta!
—Mi error. —Tan tonto. Pero él había querido traerla de regreso a la
ciudad porque ella había sido feliz aquí. No había sido feliz en ningún
momento que había estado con ella en México y Texas. Pensó que si ella
volvía a casa, podría mantenerla a salvo. Hacerla feliz.
Hacerla reír. No se había reído ni una sola vez en todo el tiempo que
habían estado juntos, no se había reído y en realidad quería decirlo.
—No puedo tocarte. —La ira quebró sus palabras. —Apenas me
miras… pero ayer me estabas follando.
Más que follar.
—Las cosas han cambiado.
— ¿No me quieres más? —El dolor oscureció su voz.
—Querer no es una opción.
— ¡Maldición! ¿Qué demonios te sucede? ¡Nunca me respondes un
simple sí, ni me das ninguna respuesta a las preguntas que te hago!
Porque no podía.
—Las cosas nunca son simples.
—Me quieres. —Segura, y esta vez, no en voz baja.
Él miró la calle debajo. El río estaba cerca, y el aroma del agua iba a
la deriva hasta su nariz.
—Muchas personas en este mundo quieren lo que no pueden tener, o
lo que no necesitan.
—Peleas por mí, y luego me dices que me vaya. —Una risa ahogada.
No la clase de risa que él quería escuchar de ella. Sus dedos se tensaron en
la barandilla del balcón, y el hierro forjado crujió. —Me estás dando unos
mensajes seriamente contradictorios, Keenan.
—Entonces déjame ser claro. —Inspiró. La enfrentó. Se volvió
lentamente y la miró directo a los ojos. Ella estaba pálida. Tan pálida. Sus
ojos estaban grandes y oscuros. —Quiero que te alejes de mí, y quiero que
lo hagas ahora. —La verdad. Nunca había dicho palabras más verdaderas.
Y ella se dio cuenta de ello. Él vio a las palabras ahogarse mientras
ella daba un paso hacia atrás. Levantó las manos, como si quisiera cubrirse
la boca, pero se contuvo. En su lugar, Nicole se tensó. Enderezó los
hombros y dejó caer las manos. Manos heridas y sangrientas. Él frunció el
ceño.
Pero ahora, era ella quien se alejaba. —Cuida tu trasero, ángel. Ese
coyote te quiere a ti, y sabe cómo matarte.
Fue su turno de reír, y su risa estaba cubierta de amargura como lo
había estado la de ella. —Matarme no es fácil. —La mujer cambiaformas
había aprendido eso.
—Él sabe cómo, —dijo ella, y siguió caminando. —No se detendrá
hasta que tenga tu sangre y su Polvo de Ángel. —Estiró las manos hasta el
pomo de la puerta. Parecía como si hubiera aporreado esa mano hasta
hacerla trizas.
Tensó la mandíbula y tuvo que preguntar, — ¿Qué te sucedió? ¿Qué
te hizo?
—Me encadenó en una cripta. Me dejó como carnada. —Ella arrojó
una mirada sobre su hombro. —Para ti.
Eso hizo que elevara las cejas.
—Polvo de Ángel. Quiere usar tu sangre porque piensa que
conseguirla lo hará el tipo duro más grande del Otro Mundo.
Si Carlos pudiera eliminar a los demonios de nivel diez con el Polvo,
sería el tipo jodido al que los otros temieran.
—Te lo dije, —murmuró ella, —Esta vez, no se trataba de personas
que quieren eliminar al vampiro malo. El coyote quería tu sangre, no la
mía.
Carlos había estado dispuesto a sacrificar a Nicole para obtener lo
que quería. El coyote pagaría. ¿Quieres sangre? Me aseguraré de que
sangres. Él hizo retroceder la furia. Intentó hacerlo.
— ¿Qué le hizo a tus manos?
El fantasma de una sonrisa curvó sus labios.
—Nada. Esa fui yo.
¿Ella había hecho eso?
—Los vampiros sanan, sabes. Sanamos de casi todo. Incluso de las
heridas que nos hacen los ángeles imbéciles. —Ella abrió la puerta, y se
marchó.
Keenan sabía que ella tenía razón. Lo superaría. Dejaría atrás el
dolor que él había visto en sus ojos. Ella sanaría.
Era una pena que él no pudiera decir lo mismo.
Sus fosas nasales se ensancharon. No solo había olido el aroma del
río en ese balcón. —Az, bastardo, se que estabas mirando… espero que
ahora estés feliz. —Porque él había perdido la lucha contra la tentación.
Lo había perdido todo.
Keenan dio un paso al frente, y golpeó el puño con fuerza sobre el
vidrio de la puerta del balcón.
* * *
— ¿Solo vas a marcharte?
La voz que arrastraba las palabras detuvo a Nicole cuando se
acercaba a la base de las escaleras. Miró hacia arriba, y vio a Sam
caminando hacia ella. Vestido todo de negro, de nuevo. Camiseta negra.
Pantalones negros y botas.
—Quiere que me vaya, —dijo Nicole sin encogerse, y mantuvo la
vista hacia arriba. —Así que es hora de que me vaya. —Ella sobreviviría.
Lo había hecho durante los últimos seis meses. Lo lograría en seis más.
Que los ángeles se jodan esperando.
Ella lo rozó y sintió una pequeña corriente eléctrica traspasándola
mientras su hombro se presionaba contra el de él.
—Él estaba desesperado por salvarte.
Correcto. Él había parecido estar desesperado cuando lo vio por
primera vez en ese cementerio. Ahora, solo estaba desesperado por echar a
patadas su trasero. ¿Por qué?
Nicole forzó su espalda a permanecer derecha y en toda su altura
mientras caminaba. Ella no iba mostrar debilidad frente a Sam.
— ¿No te preguntas… cómo mató a esa cambiaformas?
Sí, lo hacía. Pero Keenan no había sido exactamente del tipo
charlador con ella en el piso de arriba. —Pensé… que ella se debe haber
roto el cuello, el ángulo en el que atacó…
—No se rompió el cuello.
Ella se detuvo.
—No lo has pensado bien, ¿No? Pero entonces, supongo que todavía
estás tan sedienta de sangre que ahora mismo no puedes pensar mucho en
nada, ¿Cierto?
Ella estaba pensado que él era un asno. ¿Qué tal eso para pensar?
Nicole dio otro paso hacia la puerta y la libertad.
Él estaba allí, por supuesto. Bloqueando instantáneamente su
camino.
— ¿Cómo haces eso? —Preguntó ella, frotándose una mano cansada
sobre el cuello. —No se supone que nadie pueda moverse así.
—Ángeles diferentes, tienes fuerzas diferentes. —Su mirada le
recorrió el cuerpo. —Y diferentes debilidades. —Él cogió su mano derecha.
Ella esperaba dolor, un fuerte toque, pero su agarre era ligero. Casi…
amable.
—Las cadenas se te metieron aquí. —Su pulgar se deslizó sobre la
oscura línea roja que todavía le marcaba la muñeca. Él cogió su otra mano
y trazó la marca similar. —Y aquí.
Nicole tragó. —Sí.
—Él te encadenó en una de esas criptas. La jugosa carnada para
tender la trampa.
Al menos alguien parecía entender lo que Carlos había planeado. —
Keenan no me escuchará. Él es quien está en peligro ahora, y…
—Y aquí, —continuó hablando, pareciendo aplastar su palabras. —
Aquí es donde te rompiste la muñeca por primera vez cuando te diste
cuenta que tenías que escapar… para poder salvar a Keenan.
Ella inclinó la cabeza hacia él. —La primer rotura siempre es la más
difícil, ¿Cierto? —Ella intentó sonar indiferente.
Él levantó los labios un poco. —Apuesto a que estuviste jodidamente
cerca de destrozarte los huesos para liberarte. Eso fue por lo que el niño
universitario estaba durmiendo cerca de la bóveda de Laveau, ¿Eh?
Necesitabas un trago. —Él aun sostenía sus manos, y no parecía estar
mostrando signos de dejarla ir. —Supongo que aun necesitas un trago.
Toma un montón superar el fuego y los huesos rotos.
Sí, lo hacía. —Encontraré un refrigerio.
—Suenas tan dura, pero las palabras no te sientan bien, maestra.
¿Qué? ¿Él pensaba que las maestras no eran duras? ¿Había estado
el tipo alguna vez en una escuela?
—Quizás después de que tengas una mordida, serás capaz de pensar
mejor. Entonces te darás cuenta de lo que está sucediendo aquí realmente.
Imbécil. — ¿Por qué no me cuentas simplemente lo que está
sucediendo? Si sabes por qué Keenan me está alejando de repente, entonces
solo dilo…
—Él piensa que te está manteniendo a salvo.
—Pura mierda. —Ella lo llamaría por lo que había visto. —Yo creo
que es más probable que haya decidido alimentar a los lobos conmigo. —O
a los coyotes.
Sam negó con la cabeza. —Piensa en la chica muerta. ¿Cómo murió?
— ¡No lo sé! Ella vino hacia Keenan. Ellos chocaron. La mano de él
se sacudió entre sus fauces, y ella cayó. —Muerta.
—Un toque, —murmuró Sam.
Su corazón latió más rápido. —No estás diciendo…
—Él te dijo cómo era para los ángeles de la muerte, ¿Cierto? Para
tomar el alma, solo tienes que tocar.
—Él me ha tocado. —Un montón de veces, y de muchas maneras.
Sam le estaba mintiendo, tenía que estarlo.
—Hay algo más que deberías saber. —Hizo una pausa. —Los
ángeles, incluso los caídos, no pueden mentir. Así que cuando te digo algo,
confía en mí.
Ella no confiaría en el tipo ni tan lejos como pudiera proyectar la
sombra de las alas de sí mismo. —Keenan perdió sus poderes cuando cayó.
—No, solo los olvidó.
Eh, ¿Qué?
—Caer no es fácil. —Sus pulgares le dieron golpecitos en la muñeca.
Ella intentó quitarla, pero no la dejaba ir. —Una vez que llegas aquí, tienes
suerte si siquiera recuerdas tu propio nombre.
Keenan no había recordado, no al principio. Él le había dicho eso.
—Entonces, los recuerdos comienzan a volver. Cuando llegan por
primera vez, piensas que debes estar jodidamente loco. Pero entonces…
entonces comienzas a saber.
Correcto. Él había caído. Había estado allí, hecho eso. Así que, por
supuesto, Sam podía hablar desde la experiencia.
—Comienzas a saber, —dijo de nuevo, —y entonces, lentamente, los
poderes regresan.
Su aliento parecía estar congelándose en su pecho. —Me estás
diciendo que Keenan puede matar con un toque. —Su mirada cayó a sus
manos. — Que tú puedes. ¿Entonces por qué me estás tocando?
—Si matarte de ese modo fuese lo que yo quisiera… —Sus ojos
brillaron. —Sí.
Qué bueno que no pareciera quererlo entonces.
—Algunas veces, los poderes están bloqueados muy en lo profundo,
y tienes que debilitar la cerradura de la caja para dejarlos salir.
Se le empezó a formar un nudo en el estómago.
—Algunas veces, solo necesitas la llave correcta para abrir esa caja.
—Su sonrisa se ensanchó. —Tú fuiste una llave maravillosa.
Si él no estuviera aferrándole las manos con ese agarre irrompible,
ella le habría dado un puñetazo. No con el dulce movimiento de una
maestra, sino con el fuerte gancho derecho de un vampiro que había
aprendido a pelear sucio. —Me has estado usando. —Ella estrechó los ojos.
—Solo, ¿Cómo descubrió Mike dónde nos estábamos escondiendo?
Su sonrisa se atenuó un poco. — ¿Piensas que lo conduje hasta
ustedes?
La fuerte sospecha en sus entrañas le dijo que sí. — ¿No es cierto?
Su agarre se volvió más fuerte. —Fui yo quien ayudó a Keenan a
encontrarte en ese cementerio.
Ella se dio cuenta de que él no le había respondido. Como Keenan, el
tipo no podía solo decir sí o no. —Los ángeles no pueden mentir, pero eso
no significa que tengan que decir la completa verdad, ¿Cierto? —Porque
ahí había una diferencia. —Ellos pueden evitar responder la pregunta, o
solo pueden tergiversar sus palabras, tergiversar la verdad.
Él asintió. —La primera vez que te vi, supe que serías la llave para
hacer que Keenan se rompiera.
Él se está perdiendo contigo. —No quiero que se rompa.
— ¿De veras? ¿No quieres un poco de venganza? Vamos… —Bajó
la voz. —Seremos solo nosotros. Keenan está arriba, odiando al mundo. Él
no sabrá lo que digas.
—Suelta mis manos.
Él no las soltó. —Quiero decir, si él solo se hubiese movido más
rápido, hubiese tocado más rápido a ese vampiro que te atacó esa noche, tú
aun tendrías la linda vida de tus sueños. Demonios, tal vez incluso habrías
conocido a tu príncipe encantador y te estarías preparando para echar
raíces.
Sus garras estaban saliendo.
—Pero él no se movió lo suficientemente rápido, ¿No? Por él, tú
sufriste y cambiaste y perdiste todo a lo que le tenías cariño.
Ella lo habría perdido de todos modos. Sin importar qué hubiese
hecho Keenan, no habría un príncipe encantador o la vida de sus sueños
para ella. —No quiero venganza.
Él se rió. —Buena cosa que los vampiros puedan mentir, ¿Eh? —
Finalmente, le soltó las manos, pero aun estaba entre ella la puerta. —Para
despertar sus poderes, —dijo él, —Keenan necesitaba dejar ir sus
emociones. Los ángeles no sienten emociones, ¿Lo sabías?
Ella no contestó.
—Entonces cuando caen, son abofeteados por ellas. Las emociones
son lo que nos fortalece aquí, y lo que nos debilita. —Ladeó la cabeza. —
Para que Keenan evocara y controlara su fuego, necesitaba ira. La obtuvo
cuando tu vida fue amenazada.
Y para que él matara…
—Así es. —Los ojos de Sam destellaron. —Él solo tenía que sentir
la furia de matar. Necesitaba querer matar. Cuando el Gran Mike te atacó…
—Una suave risa. —Lo único que quería Keenan era matar.
—Bien por ti. —Ella fulminó con la mirada al imbécil. —Dejaste
salir al tigre de su jaula.
—No, dejé al Caído suelto. O, en su lugar, tú lo hiciste.
— ¡Porque nos tendiste una trampa! —Todo, ¿Era solo un juego
para él? ¿Y por qué importaba? —No era de extrañar que Keenan no me
quisiera cerca. Si me toca, me matará.
Eso no debería haberla hecho sentir aliviada. Debería haberla
aterrorizado. Hacerla empujar a Sam a un lado y largarse por la puerta.
Pero, no, ella estaba allí pensando… Él quiere que me vaya para no
lastimarme.
Debería haberlo sabido. Ese era su ángel. No, su Caído.
—No te matará.
Ella parpadeó. Sam sonaba completamente seguro de eso.
— ¿No me escuchaste? —Sam exhaló un fuerte suspiro. —Dije que
mata porque cuando toca, quiere dar la muerte. Cuando te toca a ti… —
Levantó una ceja. —Apuesto a que la muerte es lo último en lo que piensa.
Sus dientes estaban ardiendo. —Yo… tengo que irme.
— ¿Para conseguir sangre? —Le sonrió. — ¿Para qué salir? Puedes
cenar aquí mismo.
—Keenan no estaba ofreciéndose exactamente…
—Yo sí.
Eso la conmocionó. — ¿Confiarías en mí? ¿Con tu garganta? —Oh,
no, espera, ella comprendía este juego. —Cuando te toque, ¿Me matarás?
—Porque era un Caído, al igual que Keenan. Solo que tal vez, él podría
matar a voluntad. Había estado en el plano humano durante más tiempo, así
que quizás había obtenido control total sobre todos sus poderes.
Él le sonrió. —Prometo no matarte, si tú prometes no morder fuerte.
Sus ojos lo evaluaron. — ¿Estás mintiendo? —Imposible. De ningún
modo.
Él se movió en un borrón, ¿No lo hacía siempre? Y cogió su mano
una vez más. —Aun estás viva.
El corazón le dio un vuelco en el pecho.
—Los problemas vienen tras nosotros. Esos coyotes estarán aullando
en la puerta pronto. Si vas a escuchar a Keenan y salir de aquí… lo cual,
para que conste, no te lo recomiendo, porque ellos simplemente te seguirán
y cazarán eventualmente, por lo que esa idea básicamente es una mierda…
Uh, sí, lo era.
—A menos que te vayas esta noche, —dijo él, —Necesitas ponerte
fuerte, y necesitas ponerte fuerte rápido.
Su sangre. Ella inhaló y captó su aroma. Podía escuchar las
palpitaciones de su sangre. Tan cerca. Su lengua se deslizó sobre un
colmillo.
—La mayoría de los Otros… piensan que ser mordidos es un insulto.
—Especialmente los cambiaformas. Ella había escuchado que esos tipos
preferirían morir antes que ser mordidos.
—No soy la mayoría de los Otros. —Su mirada la quemó. —
Además, sé que hay tanto placer como dolor en la mordida, esa es una
mezcla que prefiero.
Se estaba ofreciendo. Ella necesitaba la sangre. Nicole se elevó sobre
sus pies, y presionó los labios contra su garganta.
Si los coyotes estaban viniendo, y ella no dudaba de esa parte de la
historia, entonces no tendría tiempo de encontrar a otra presa. No es que
ella hubiese sido particularmente buena en encontrar una presa para
empezar.
Sus colmillos le rasparon la piel.
—Eso es, —susurró él. —Pruébala.
Sus dientes presionaron…
— ¿Qué demonios estás haciendo?
Ella se giró bruscamente, pero no fue muy lejos. Sam la tenía
agarrada fuertemente a él, su brazo era una banda de hierro alrededor de su
cintura.
Keenan bajó por las escaleras hecho una furia, con los ojos
destellando de color negro, en lugar de azul, mientras se apresuraba hacia
ellos. — ¡Quita tus manos de ella! ¿Qué estás pensando? ¡Podrías matarla!
Sam no la soltó. —Solo si la muerte es lo que quisiera. —Ella lo
sintió encogerse de hombros. —No quiero la muerte para ella.
—Déjala ir.
—Ella me está sosteniendo.
Oh, mierda, lo estaba. Sus manos todavía estaban sobre él. Ella las
soltó inmediatamente. —Keenan, está bien, solo iba a…
—Dar una mordida, —terminó Sam, y Keenan saltó a la base de las
escaleras. —Después de todo, la dejaste débil, Caído. Quemada, rota, y
débil. ¿Qué esperabas que hiciera ella?
Keenan se detuvo helado a menos de un pie de distancia. Levantó la
mano, luego sus dedos se cerraron en un puño. —Nicole, aléjate de él. No
puedes confiar en él. Se volverá contra ti en un instante.
Como si eso fuese algo que ella no supiera.
—Si la quieres, entonces tómala. —La voz de Sam se estaba
mofando. —Tócala, tómala, si piensas que eres lo suficientemente fuerte.
Oh, así que de eso se trataba todo esto. Nicole le dio un codazo, lo
más fuerte que pudo. El agarre de Sam se soltó, solo un poco, y ella se alejó
de un salto. No se apresuró hacia Keenan, sino que en lugar de eso se alejó
de ambos. —Ella no necesita ser tomada por nadie, —dijo Nicole
claramente.
Pero los dos ángeles estaban demasiado ocupados fulminándose con
la mirada entre ellos para escucharla.
—Ni siquiera la toques de nuevo, —ordenó Keenan.
—Yo no la toco... tú no la tocas… será una vampira solitaria.
Keenan gruñó.
—Sólo déjame en paz, —le espetó ella directo a la cara. —Tú eres
quien me dijo que me marchara, ¿Recuerdas?
Inclinó la cabeza en un duro asentimiento.
—Maldición, ella necesita sangre. —Sam arrojó las manos al aire. —
Mírala. Mira.
La mirada de Keenan se movió rápidamente hacia ella. Ella vio el
hambre en sus ojos. La necesidad. El temor.
—Si no vas a ayudarla, yo lo haré. —Sam la alcanzó.
—No, —dijo Nicole, con la voz firme. Ella había estado planeando
retroceder incluso antes de que Keenan bajara volando las escaleras. —
Encontraré otra fuente.
Keenan apretó la mandíbula, y ella captó el destello de furia en su
mirada.
También lo hizo Sam. — ¿No te agrada eso, verdad? Te pone celoso.
—Bajó la voz. —Esas malditas emociones. Son unas verdaderas perras,
¿No?
Keenan lo ignoró. —No te mataré, —le dijo a ella.
Sam se rió. — ¿No es eso sobre lo que todo este lío se trata? Tú…
matándola.
Keenan no lo miró a él. —Si te vas ahora, tendrás una buena ventaja,
cariño. Me aseguraré de que los coyotes no te sigan.
— ¿Porque está bien matarlos a ellos, —dijo Sam, —pero no a ella?
Keenan estrechó los ojos. —Ve, Nicole.
El tipo realmente la estaba arrojando por la puerta. Bien. Ella se
volvió, dio dos pasos, y cerró los dedos en el pomo de la puerta.
—Gracias.
Su susurró la detuvo en seco. — ¿Por qué? ¿Por dejarte? — ¿Para
que tuviera que luchar una feroz batalla sin ella?
Pero Keenan no dijo nada más. Maldito fuera. Nicole miró sobre su
hombro, fulminándolo. — ¿Por qué?
—La vida. —Él inclinó la cabeza. —Ahora comprendo por qué
peleaste tan duro.
No, no, él no le estaba saliendo con eso…
—Por algunas cosas vale la pena luchar.
Él se volvió y comenzó a subir las escaleras.
—No puede matarte. —La intensidad endurecía la voz de Sam.
La lengua de Nicole golpeó sobre su labio incluso mientras sus dedos
se tensaban alrededor del pomo de la puerta. —E-eso no es lo que Az dijo.
—Az es un idiota.
También lo era él. —Az dijo que si… si Keenan me mataba… —Y
Keenan estaba a mitad de camino por las escaleras ahora. Con los hombros
derechos. La cabeza en alto. ¿No podría verse un poco deprimido? —Az
dijo que si Keenan me mataba, podría regresar.
Ella giró el pomo y abrió la puerta.
Sam la cerró de un golpe inmediatamente. — ¿Qué? —Suavemente
letal y vibrando con furia.
—Me escuchaste. —Nicole no lo dudaba ni un momento. —Keenan
puede regresar. Puede obtener su vida de vuelta. Solo tengo que morir.
—No hay segundas oportunidades. Az lo sabe. Él no puede inventar
esa mierda…
—No creo que estuviese diciendo mierda. —Ella no iba a correr tras
Keenan incluso si la lastimaba verlo marcharse. —Ahora sal de mi camino,
Sam.
Él parpadeó.
—Fuera de mi camino.
— ¿Lo dejarías? —Él comenzó a alejarse, pero la miró con
curiosidad en los ojos. —No contaba con eso.
Ella dejó los colmillos al descubierto. —Tal vez finalmente me di
cuenta de que era hora de salvar mi propio pellejo. —Ella abrió la puerta de
un tirón. La noche la esperaba. Oscura y pesada.
No miraría atrás. La muerte era lo único que la esperaba detrás.
Nunca había querido la muerte.
No cuando el doctor le dijo que el mismo cáncer que había matado a
su madre estaba destruyendo su propio cuerpo lentamente.
No cuando ese vampiro la había golpeado en el piso de ese callejón.
No, ella nunca había querido la muerte.
Pero ella seguro quería a su ángel. Casi podía sentir su toque.
Un toque que mataría.
* * *
Az contemplaba hacia abajo el cuerpo inmóvil de Bobby, Bo,
Reynolds. Reynolds no había sido un humano particularmente amable o
excepcional. Sin duda, había tenido algunos buenos momentos, pero Bo
había dejado que su amargura lo condujera a cometer actos atroces.
Ahora, simplemente estaba muerto.
Az había sido quien había trasladado al alma de Bo. Había visto los
últimos momentos de Bo. Az había sabido que Bo intentaría irse luchando,
y lo había hecho.
Az se alejó del cuerpo. Solo una cáscara ahora. Keenan ya se había
marchado con su vampira, huido de la escena de su crimen sin mirar atrás
ni una sola vez. Sin remordimiento. Sin culpa. Matar se estaba volviendo
más fácil para él.
Keenan estaba cambiando. Adaptándose. ¿Evolucionando?
Pronto, no podrían detenerlo.
Az no sería capaz de ignorar la amenaza de Keenan mucho tiempo
más. Si lo hacía, Az sabía que podría probar ser un error fatal.
Por lo que voló alejándose de la multitud. Dejó que sus alas rozaran
el aire en arcos poderosos mientras vio a quienes lo ayudarían. Los coyotes
estaban lamentando a sus muertos. Al menos algunos se habían lamentado,
Otros ni siquiera se preocupaban por aquellos que morían.
Aterrizó cerca de los coyotes, y tocó el piso cerca del alfa. El alfa,
Carlos era su nombre, se tensó, y sus fosas nasales se ensancharon. Los
coyotes no serían capaces de verlo, pero con su sentido del olfato
aumentado, él sabía que podrían percatarse de su presencia.
Él contaba con que sus sentidos mejorados lo ayudaran. Porque
proyectar su voz y energía demasiado lejos sería un peligroso agotamiento
de su fuerza.
—Encuentra a Sam. —Para él, su voz retumbó, pero para los
coyotes, probablemente solo era poco más que un susurro.
Carlos se tensó, luego se volvió bruscamente con el próximo aliento.
Barrió el claro con la mirada.
Ayudar al destino podía ser un verdadero dolor. —Encuentra… a
Sammael. —Usó toda su energía para alcanzar a Carlos.
—Sammael, —repitió Carlos, con la voz baja y sometida.
—Él te llevará… al Caído. —Proyectarse fuera de su reino era casi
imposible. Pero, al menos, estaba tratando con un cambiaformas. Los
humanos difícilmente escuchaban los susurros alguna vez, bueno, los
rugidos de los ángeles.
Con su fuerza disminuyendo, dejó al cambiaformas y esperó que
Carlos tuviera éxito en su cacería.
Lo irritaba el tener que dejar su destino en las manos de un asesino a
sangre fría.
Pero, a veces, no podías escoger a tus aliados… o a tus enemigos.
Solo tenías que estar preparado para luchar, para matar, o para morir.
Él estaba listo.
¿Lo estaba Keenan?
Traducido por Kerstin
Corregido por Nyx
luces estaban apagadas, el silencio era espeso y profundo. Tan pronto como
entró, Keenan supo que estaban solos.
Había dado cinco pasos por las escaleras cuando Nicole cogió su
mano.
— Keenan… espera.
Control.
—Sólo beber. No follar. ¿Por qué deberías tener celos de una bolsa
de sangre?
— Sabes lo que puedo hacer, así que, ¿por qué aún quieres estar
conmigo?
La sangre de los Caídos había dado lugar a los demonios, pero con el
tiempo, esa sangre se diluyó. Las drogas, tan frecuentemente ingeridas,
cambiaron sus cuerpos… el tiempo y la mutación hicieron el resto. Ahora,
si los demonios tomaran un trago de sangre de ángel sin diluir… no
obtendrían un azote de sanación. Sólo conseguirían la muerte.
Por ella.
* * *
Sam no sabía realmente por qué había buscado a la mujer, pero la
bailarina… Seline… había llamado su atención esa noche en el Temptation,
y desde entonces, ella se había aparecido en sus sueños.
Él agarró su muñeca.
—Se supone que no puedes tocar, — dijo ella con voz tensa.
—Dos metros y algo, cien kilos, pelo negro, ojos negros, con acento
mexicano. — Ella se inclinó y recogió la bandeja. — Y si no me equivoco,
era un cambiaformas. Olía como un animal, no hay duda de que era el olor
de un cambiaformas.
—Le dije a Tina que no se fuera con él, pero ella no me escuchó. —
Sus nudillos palidecieron alrededor de la bandeja. — No me gustaba el
aspecto que tenía. Yo… estoy preocupada de que Tina no regrese.
* * *
Keenan corrió tras Nicole, arrancando la camisa de su cuerpo. Entró
en la habitación a oscuras y la encontró esperándolo. Nicole se arrodilló en
la cama, ya estaba casi desnuda. Sí. Arrojó la camisa al suelo y terminó de
desvestirse antes que ella.
Su mirada había seguido detrás de él, y supo que estaba mirando las
alas que no debería de ver. Sólo con la muerte o con la sangre de ángel se
podrían ver…
—Keenan…
Suave. Gentil. Podía darle eso. Sin dolor, sin fuego, sin furia. Sólo un
hombre y una mujer.
Pero… no aún.
Embiste.
Embiste.
A ella.
No la sueltes.
* * *
Sam captó la esencia de la sangre tan pronto como franqueó los
pasos hasta el porche de la casa de Ron. La puerta de entrada estaba
abierta, balanceándose rota en sus bisagras.
— Joder.
No, el cambia formas que vino tras Ron lo había torturado primero,
tratando de quebrar a Ron para hacerle hablar.
* * *
En un instante, Keenan saltó de la cama. Cogió sus vaqueros, se los
enfundó, y giró para enfrentarla todavía escuchando el eco de la
advertencia de Sam en su cabeza.
Tendremos compañía
Él ya se había ido.
Az. Ni siquiera tenía que hablar para saber que estaba contemplando
a la Muerte.
Ella dio un paso atrás. Sí, quería ser temeraria y tener cojones e
imponerse ante él, pero sabía lo que podía hacer con un toque.
— Quieres decir que todo lo que tiene que hacer es ser un buen
soldadito y matarme.
Él parpadeó.
Ella sonrió.
— Ya no eres humana.
— Puedes matarme.
Él sonrió.
Bastardo. Podía matarla, así que, ¿por qué no lo hacía? ¿Por qué
esperaba a que muriera?
¿Este era el tipo que se supone no siente? Tal vez todos los ángeles
tenían las emociones bullendo por dentro… preparándose para explotar. —
¿Estás preocupado? — preguntó. — Porque parece que tampoco eres el
ángel perfecto…
—Nunca lo fui.
Eso la detuvo.
Sus alas seguían extendidas. Sus manos hechas puños a sus costados.
Ladeo la cabeza.
— ¿Cuánto?
¿Infierno? Espera...
Ese silencio fue muy denso. Su mano apretó el arma. Sólo quedaban
unas pocas balas.
¿Keenan?
Luego pateó y vio el vidrio roto que cubría el suelo. Dos hombres
desnudos… tenían que ser cambia formas, se suponía que siempre estaban
desnudos cuando volvían a su forma humana... tendidos en el piso.
mientras ponía una mano sobre su boca para detener sus gritos.
Él tiró de ella hacia las sombras y la cubrió con su cuerpo. —Es fácil,
dulce, — susurró las palabras al oído y ella se apoyó en él. —Estamos
siendo cazados. — Y ese conocimiento provocó que la furia rasgara a
través de su piel.
Mi sangre.
—Nicole...
—No lo harás. — Dijo con fiereza y la mujer era muy hermosa. Piel
pálida. Pelo oscuro. Labios que quería bajo su boca. Su mirada brillaba en
la suya. —No voy a dejar que te arriesgues aquí. Tú eres el objetivo. Yo
voy a estar cubriendo tu espalda.
Un rastro.
Poco a poco, Nicole se arrastró hacia delante, sus ojos ahora en las
cruces que adornaban la parte superior de la catedral. — ¿Por qué traer a su
cebo aquí? — susurró. — ¿No puede saber...?
No, el hijo de puta no debe saber lo que este lugar significa para
ellos, no a menos que alguien le había avisado.
Pero ella negó con la cabeza. —Debí de haber entrado hace mucho
tiempo.
Trató de hacer palanca con las manos sueltas, pero ella comenzó a
gritar, — ¡No me dejes! ¡No me dejes!
Pero ella seguía riendo, y se dio cuenta de que había olvidado una
lección que había aprendido hace mucho tiempo.
No, no hacía palanca ella... ella estaba acuñando algo entre ellos.
Algo pequeño y negro, y la explosión sacudió el callejón. La réplica de
disparos resonó en la noche.
— ¿Por qué aquí?—, Susurró. —Maldita sea, ¿por qué este lugar?
¿Por qué este callejón?
Luego sonrió, una sonrisa tan salvaje como la bestia que llevaba, y
Keenan supo que el cambiaformas había encontrado la segunda bala.
Detrás del cambiante, Keenan vio una espesa sombra. Oyó el suave
batir de las alas.
Tiempo de morir.
¡Bastardo!
—No hagas esto más difícil de lo que tiene que ser. — Az ni siquiera
miró al coyote. Sus ojos se quedaron en Keenan. —Sé que sientes lujuria
por ella, pero Keenan, ella no vale la pena.
—Crees que eres tan diferente a ella — ¿Por qué no iba a beber? —
¿Cuántas almas hemos tomado, Az? ¿Cuántas? — La abrazó con tanta
fuerza, pero su cuerpo estaba inerte en sus brazos.
Carlos era fuerte ahora, sonriendo, con sus garras y sus dientes
brillantes afilados.
Az sonrió con una sonrisa malvada. Maldita sea. ¿Se suponía que él
era de los buenos?
—Pensé que los ángeles ayudaban a la gente, — dijo Nicole con voz
débil pero clara. — ¡Pensé que estaban para proteger a los humanos, para
mantenerlos a salvo!
¿Cáncer?
Sin embargo, el batir de alas llenó sus oídos antes de que pudiera
atacar. Az agarró a Keenan y lo arrastró lejos de Nicole. El agarre del
bastardo era irrompible y se estrelló contra un costado del callejón.
Nicole gritó.
La Keenan mirada voló hacia ella. Más sangre fluyó. Carlos había
cortado los brazos y el pecho con sus garras.
Ella birló con sus propias garras y logró capturar a Carlos por el
costado. Él gruñó de dolor y prometido, —Voy a matarte, y luego me
quedare con la sangre de tu amante.
Demasiado tarde.
Siempre protegiéndome.
Ella levantó la vista y tuvo que apartar el pelo de sus ojos. Az se puso
de pie. El cuerpo del ángel estaba cubierto de ampollas y quemaduras al
igual que Keenan, y Az estaba avanzando hacia ellos.
— Keenan…
Finalmente.
Az parpadeó. — Qu...
Muerte.
Az había tenido razón. Hace seis meses, ella había ido a la catedral a
rezar. Para pedirle a Dios fortaleza, pero su casa había estado cerrada para
ella.
Porque Keenan le había dado una razón para vivir. Esperanza. Amor.
— ¿Estás bien?
Sam.
— Fácil…
Sí, él la había tocado y ella estaba segura de que la había tocado con
la intención de matarla.
— Tal vez no estabas tan seguro de que ella iba a morir, — dijo
Sam. —Tal vez sólo estabas tratando de cambiar tu propio maldito destino.
¿Condenada?
Piel de gallina se levantó en su carne. No quería ser condenada.
Quería una segunda oportunidad. Cuando levantó la vista, Nicole
pudo ver las cruces de la catedral. Negro contra la aurora rosa. Antes de que
salga el sol, la muerte se llevará tu alma.
Aquellas sirenas estaban casi sobre ellos. Los policías podrían llenar
el lugar en cualquier momento. Ellos no verían a Az, lo sabía. Los policías
sólo la verían a ella, a Sam, y a Keenan, y a dos cadáveres.
La risa se mezcló con las sirenas. Ella podía ver el destello de luces
ahora.
— Cómo podría....
— Tal vez… — gritó Sam para hacerse oír sobre el aullido del viento
y las sirenas… — Sólo tal vez cayó porque fue favorecido.
— ¡Sé lo qué eres! — gritó él. — ¡No me harás daño otra vez,
vampiro!
Porque lo eran.
La sostenía apretadamente.
— Tú no te estás muriendo.
Ella no quería morir. Él podía haber caído por ella, pero ella vivía
para él.
—Lo sé, — susurró ella. La estaca podría haber fallado, pero ese
policía tenía una gran puntería.
Pero sabía, incluso mientras decía las palabras, lo peligroso que sería
tal acto. El conocimiento estaba allí en los ojos de Keenan, también. Bajo
la luz del día, no podría sanar. Y si él buscaba en su corazón y la
hemorragia no podría ser detenida, podría morir mientras él intentaba
salvarla.
Él tocó su corazón.
Keenan alcanzó con sus dedos a Nicole. Alisó su mano sobre su piel.
— Esos hijos de puta merecían la muerte más que nadie que haya
visto jamás. — Por el rabillo del ojo, Keenan vio el ondulante
encogimiento de hombros de Sam. — La caída fue un pequeño precio a
pagar para poder sacarlos de este mundo. — Hizo una pausa. — ¿No era un
pequeño precio a pagar por ella?
— ¿Nicole?
Sus labios se curvaron en una sonrisa incluso antes de que sus ojos se
abrieran completamente. — Estaba soñando contigo, — susurró ella y
parpadeó lentamente.
—Me asustaste.
Él echó hacia atrás su cabello y supo que tenía que contarle todo
ahora.
— Yo no soy perfecto.
Él tragó saliva.
No entendía el peligro.
Nadie se la llevaría.
¿La amaba?
Sí.
Ella era la tentación que nunca sería capaz de resistir. Y, oh, diablos,
ella había valido la caída, y la quemadura.