La Trilogía Luminosa de Mario Levrero
La Trilogía Luminosa de Mario Levrero
La Trilogía Luminosa de Mario Levrero
Helena Corbellini
Departamento de Investigaciones
Biblioteca Nacional
Protectores íntimos
En los relatos que el autor estructuró bajo la forma de diario íntimo se detec-
ta el problema de la luminosidad, expuesto desde las percepciones que el sujeto
autor-protagonista experimenta en su propia psiquis y en relación con el mundo
real. Estas experiencias que denomina luminosas ocurrieron en ocasiones en que
una trascendencia divina tocó su alma y le dio sentido a su vivir. Los diarios son el
ejercicio preparatorio para narrarlas, el prólogo de lo inefable.
Se trata de tres relatos de muy variada extensión: el primero se titula “Diario
de un canalla”, está fechado en Buenos Aires entre 1984 y 1986, e integra el vo-
252 lumen de cuentos El portero y el otro (1992). El segundo es la novela El discurso
vacío (1996) –escrita entre noviembre de 1991 y mayo de 1993– y, por último,
el “Diario de la beca” –escrito entre agosto de 2000 y 2001–, perteneciente a La
novela luminosa y que dentro del conjunto del libro es el llamado Prólogo.
Estos tres relatos escritos en el período último de la vida del autor, inscriptos
dentro del género del diario íntimo, marcan una singularidad en el conjunto de
la obra levreriana. El propio autor, en su “Prefacio histórico” a La novela luminosa
(LNL), señala que encuentra vínculos tan estrechos entre su gran novela final y
aquellos dos relatos anteriores, que hubiese deseado editarlos en forma conjunta.
Pensé en juntar todos los materiales afines en este libro, e incluir junto a los que con-
tienen actualmente mi “Diario de un canalla” y El discurso vacío, ya que estos textos
son también de algún modo continuación de La novela luminosa. Pero el proyecto me
pareció excesivo, y opté finalmente por limitarlo a los textos inéditos exclusivamente
[LNL, 22].
. “París es el último tramo de lo que he llamado ‘trilogía involuntaria’, integrada además por La
de esta trilogía luminosa se fundamenta en la afinidad constructiva temática y
formal, forjada con un propósito definido. Al percibir sus vínculos, se aclara la
intencionalidad del autor. El estudio de estos diarios permite la comprensión de la
poética que Levrero enunció finalmente, la que pone en cuestión el problema de
la verdad y la escrituración del sujeto.
En la trilogía luminosa el receptor se enfrenta a una suma de discursos emiti-
dos como “monólogos narcisistas” en tensión con un contexto real. De esa ten-
sión acontece la lucha del yo por escribirse y constituirse simultáneamente. El
resultado se materializa en un legado: transmitir –o el intento por transmitir– la
experiencia luminosa a sus lectores.
ciudad y El lugar”, M. Levrero, prólogo de París, Montevideo: Arca, 1998. Los tres libros fueron por
primera vez publicados juntos en Trilogía involuntaria, Madrid: Debolsillo, 2009.
. “Este diario también es una forma de monólogo narcisista, aunque a mi juicio no tiene las mismas
connotaciones patológicas del diálogo con la máquina” (LNL, 168).
el “de repatingarse”, los recuerdos y los sueños. Todo se hunde y emerge en ese mar
que se parece al de las lágrimas de Alicia en el País de las Maravillas.
Desde una perspectiva pragmática, Lejeune señala que el autor de un texto
autobiográfico le demanda a su lector que le crea, y le reclama comprensión, como
si el discurso se saliese de la literatura para instalarse en la vida corriente. La auto-
biografía plantea un campo discursivo no ilusorio, un acto cognitivo real. Levrero
acude a estrategias de verdad y las derrama a manos llenas. En “Diario de un cana-
lla” afirma: “Sí, lo voy a hacer. Lo voy a lograr. No me fastidien con el estilo ni con
la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida” (134).
Es cierto que me distraje un poco en mis controles sobre Mónica (a quien estúpida-
mente he llamado M a lo largo de este diario, del mismo modo que he llamado I a Inés
y F a Fernanda, como si hubiera algo pecaminoso que ocultar en mi relación con ellas;
no lo hay; solo me sacaban a pasear) [421].
Chifladura y estilo
. Distinto es el caso de Chl, con quien tampoco hubo nada pecaminoso pero sí una importante
relación de pareja, que por su propia sabia determinación nunca se hizo pública.
El relato “Diario de un canalla”, aunque se titule así, fue publicado dentro de un
libro de cuentos, o sea, ficciones. Por su parte, El discurso vacío es llamado novela,
aunque paradójicamente el autor, en una suerte de prólogo denominado “El texto”,
aclara: “La novela en su forma actual fue construida a semejanza de un diario ínti-
mo” (Levrero, 1996: 6). Y a continuación explica cómo tomó los textos pertenecien-
tes a ejercicios caligráficos y documentación diarística; los integró cronológicamente,
corrigió y seleccionó para su publicación en forma definitiva de novela.
Por último, el “Diario de la beca”, que figura en la página 27 del índice, lleva
el paratexto previo de Prólogo de La novela luminosa, aunque padezca la ominosa
contradicción de prolongarse hasta la página 431, en un total de 542.
Este juego de signos que se deslizan también produce deslizamientos cogni-
tivos. Desde que el escritor francés Serge Doubrovsky introdujera el neologismo
autoficción para designar su obra Fils (1977), la categoría genérica y el concepto
de ficción en oposición a autobiografía reactivaron la virulencia del debate. Re-
cientemente, el crítico Philippe Gasparini reubica el concepto de autoficción en
función de sus dispositivos narrativos y encuentra que este neologismo presenta
el obstáculo de su “viscosidad semántica”. La palabra ficción se ha ampliado y
hoy recubre tanto hechos imaginarios como lenguaje poético. Doubrovsky “au-
toriza” una escritura del yo “sin referencia a la noción de verdad” y el resultado
es que caduca la noción del contrato de lectura. El fenómeno de la autoficción 255
no se trataría de la simple proyección del autor en situaciones imaginarias. Tam-
poco se trataría de un género, sino de una figura, un tropo.
El espacio autobiográfico se configura como un archigénero opuesto al fic-
cional, y está hecho de políticas pragmáticas: por un lado, el pacto de verdad que
rige la autobiografía, las cartas, los diarios, por el otro, la estrategia de ambigüedad
propia de la novela autobiográfica. Gasparini señala, en primer lugar, que la auto-
biografía propone un pacto de verdad, mientras que la novela autobiográfica está
fundada sobre una estrategia de ambigüedad verdad/ficción. En segundo lugar,
en la autobiografía existe una identidad fija autor-protagonista-narrador, en cam-
bio en la novela autobiográfica esa identidad está apenas sugerida. La autoficción
combina estrategias de ambas: ambigüedad y homonimia. Así se crea la obra de
Doubrovsky. Al fin, agotados los esfuerzos por fijar los límites, Gasparini deja
librada a la recepción cómo interpretar la distribución de signos de verdad y fic-
cionalidad diseminados en el texto.
¿Cuál política pragmática es utilizada por Levrero? Propone un pacto de ver-
dad, al punto de “jugarse la vida”, pero la triple identidad autor-narrador-héroe
está dislocada por las disociaciones de su propio yo en dispersión y búsqueda. En
ninguno de los tres diarios el autor se designa a sí mismo por el nombre propio,
aunque no tenga reparos en nombrar a familiares y amigos. Sin embargo, hay
una referencia explícita a la disociación de sus nombres en El discurso vacío y está
vinculada a su otra existencia, sumergida y emergente:
No me interesan los autores que crean laboriosamente sus novelones de 400 páginas,
en base a fichas y a una imaginación disciplinada; sólo transmiten una información
vacía, triste, deprimente. Y mentirosa, bajo ese disfraz de naturalismo. Como el famoso
Flaubert. Puaj [74].
Narciso y su lector
El ladrón de fuego
Aquí comienzo este “Diario de la beca”. Hace meses que intento hacer algo por el estilo,
pero me he evadido sistemáticamente. El objetivo es poner en marcha la escritura, no
importa con qué asunto, y mantener una continuidad hasta crearme el hábito. […] Todos
los días, todos los días, aunque sea una línea para decir que hoy no tengo ganas de escribir,
o que no tengo tiempo, o dar cualquier excusa. Pero todos los días [LNL, 27].
Estos diarios que son búsqueda de escritura, ser interior y luminosidad al mis-
mo tiempo, presuponen una experiencia anterior que el sujeto actual ha perdido.
Desbloquear la palabra, convocar las emociones y recuperar la memoria equivale a
que el Espíritu se eche a andar y realice la luminosidad por medio de la escritura.
En algún momento prodigioso, el escritor había hallado un sendero que lo empu-
jaba a una avenida de luz. Pero algo lo desvió. Ciertos hechos de su vida empírica
obstaculizaron su discurso y, en consecuencia, su existencia verdadera. Los impe-
dimentos parecen fácticos: una operación de vesícula, trastornos de mudanzas,
interrupciones laborales, afectivas, malestares de salud o climáticos que lo alteran
y lo distraen hacia el mundo exterior hostil donde el sujeto vive como un exiliado:
“estoy en Buenos Aires, donde soy un extranjero, desconocido y solo” (DC, 132).
El canalla que vive en la ciudad sin “mar” y sin “amor” no está muy seguro de
que aún sobreviva dentro de sí el Espíritu y busca señales benéficas que lo orien-
ten: un pichón de paloma caído en el patio lo llenará de entusiasmo y le devolverá
la confianza. Esa avecilla es la prueba de que su texto es un diario y por lo tanto su
trabajo espiritual ha comenzado:
Este hecho [el pichón] puede no parecer suficiente para determinar que mi texto sea
un diario; pero lo es, y vaya si lo es. Debería explicar varias cosas, y no sé en qué orden
hacerlo. Tal vez, para comenzar deba dejar sentada mi firme convicción de que este
proyecto de paloma es una señal del Espíritu, una forma de aliento para este trabajo
que tan penosamente he comenzado [DC, 135].
Muchos de mis alumnos escriben mucho mejor que yo, y sin embargo no mantienen
una producción constante, no arman libros, no se interesan por publicar, no quieren ser
escritores. Se conforman con intercambiar sus vivencias con los compañeros de taller, a
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través de la lectura de sus textos. Todos trabajan en otras cosas. Nadie quiere pasar ham-
bre o miseria. Probablemente tengan razón. Es una pena que las cosas no puedan ser de
otra manera, que aquí no se pueda sobrevivir dignamente como escritor [LNL, 74].
Yo tenía razón: la tarea era y es imposible. Hay cosas que no se pueden narrar. Todo
este libro es el testimonio de un gran fracaso. [...] los hechos luminosos, al ser narrados,
dejan de ser luminosos, decepcionan, suenan triviales. No son accesibles a la literatura,
o por lo menos, a mi literatura [LNL, 22-23].