El Zorro y El Cóndor

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El zorro y el Cóndor

C
-¡ ompadre -dijo el cóndor- nos vamos de fiesta!
-Nos vamos -repuso el zorro.
El cóndor se puso su poncho negro, arregló su bufanda blanca y echándose el
zorro sobre el lomo emprendió el vuelo. A medida que subían, hacía más y más
viento.
El zorro se prendió bien, cerró los ojos y de cuando en cuando lloraba de frío.
En el cielo se casaba un tuquito y todas las aves le hacían fiesta. Los huaychaos
tocaban flautas, las gaviotas tinyas, los gallinazos barrían el piso ... En fin, era
un festejo... de tono mayor.
Cuando llegó el zorro se quedó pasmado. Arriba todo era igual que en la tierra.
Había árboles de toda clase. Nada faltaba. A la boda habían llegado todas las
aves de la tierra. De ver tanto pajarito suelto, agüita se le hacía el hocico al zorro.
Al terminar la boda todos volvieron a sus casas. En un perdido rincón, roncaba
borracho el zorro. Su fiel amigo, se acercó a
despertarlo. Compadre ya es hora -le decía. Seguía
roncando el zorro. El cóndor lo sacudió fuertemente.
El dormilón al fin despertó airado, insultó al cóndor y
volvió a rodar por el suelo. El cóndor bajó solo.
Con el frío del alba despertó el zorro. ¡Ay, lloraba, me
han abandonado! Juntó hojas de magüey hasta tener
una buena cantidad de fibra, tejió una soga muy
larga, la amarró a un quishuar y comenzó a
descender. La soga bailaba en el aire que daba
miedo. A dos manos y dos patas el zorro bajaba.
Parecía que no tenía cuando llegar. En eso pasó un
gavilán.
-Buenos días, zorro -saludó.
-No vayas a picar la soga -gruño muy serio el zorro.
Bastó la indicación para que el gavilán sintiera
grandes deseos de picar la cuerda. Subió alto, allí
donde el zorro no alcanzaba a ver, y picó a su gusto.
Ay ¡qué rápido bajo! -cantaba- ay ¡qué rápido! Cuando de pronto divisó la tierra,
que a prisa se le acercaba. Recién se dió cuenta de su desgracia.
Gritaba con todas sus fuerzas: ¡Buena gente!

¡tiendan mantas!, ¡tiendan toldos y pajas que caigo!


Cuando cayó, al ver que era el zorro ladrón, lo molieron a palos.
Moraleja.
Quien es conocido por sus malas cualidades jamás es compadecido, pero si
perseguido y mal querido.
A. Jiménez Borja.

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