Marco Teórico Resiliencia

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Diversos autores, durante la década de los 70 publican observaciones señalando

la variabilidad de respuestas (en su desarrollo psicosocial) de niños y niñas


expuestos a experiencias adversas de diversa índole, tanto individuales, familiares
o de su comunidad. Observan que un cierto grupo de niños y adolescentes logran
sobreponerse a esas situaciones adversas, sin sufrir secuelas psicosociales
graves y se refieren a ellos como ¨invulnerables¨.

A este fenómeno observado, Michael Rutter en 1978, lo denomina ¨resilencia¨,


(anglicismo por resilence o resiliency) cuyo significado es: resistencia de los
cuerpos a los choques: recuperar; ajustar.

Este aporte de Rutter trae a la comunidad científica, ¨la esperanza de una


prevención satisfactoria¨, o ¨algo de esperanza realista¨o ¨promesa optimista¨,
según escriben él mismo y otros autores.

Promesa, porque este fenómeno psicológico complejo que existe latente, (¿ En


todos los seres humanos?) puede ser estimulado y lograr que los niños y jóvenes
(y los adultos y las familias y las comunidades: caso ejemplarízante: el pueblo
judío), sobrevivan y se sobrepongan (pasiva o activamente) al medio adverso.

El estímulo debe ser mantenido por cierto tiempo (¿meses, años?) y la resiliencia
medida ya que estamos frente a un proceso psicológico que deben mantenerse
por muchos años, sino toda la vida.

El esfuerzo (o inversión social) que debe realizarse es grande (si lo aplicamos a la


enorme población en condiciones de adversidad) y los logros (en términos de
impacto) no bien conocidos aún.

RESILIENCIA

La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el


futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y
de traumas a veces graves. La resiliencia se sitúa en una corriente de psicología
positiva y dinámica de fomento de la salud mental y parece una realidad confirmada
por el testimonio de muchísimas personas que, aún habiendo vivido una situación
traumática, han conseguido encajarla y seguir desenvolviéndose y viviendo, incluso, en
un nivel superior, como si el trauma vivido y asumido hubiera desarrollado en ellos
recursos latentes e insospechados. Aunque durante mucho tiempo las respuestas de
resiliencia han sido consideradas como inusuales e incluso patológicas por los expertos,
la literatura científica actual demuestra de forma contundente que la resiliencia es una
respuesta común y su aparición no indica patología, sino un ajuste saludable a la
adversidad.
http://www.psicologia-positiva.com/resiliencia.html

"[...] y se la entiende como la capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida,
superarlas y ser transformado positivamente por ellas" (Edith Grotberg, 1998).

El nuevo concepto: en el marco de investigaciones de epidemiología social se observó que no todas las
personas sometidas a situaciones de riesgo sufrían enfermedades o padecimientos de algún tipo, sino que, por
el contrario, había quienes superaban la situación y hasta surgían fortalecidos de ella. A este fenómeno se lo
denomina en la actualidad resiliencia.1[1]
El trabajo que dio origen a este nuevo concepto fue el de E. E. Werner (1992), quien estudió la influencia de
los factores de riesgo, los que se presentan cuando los procesos del modo de vida, de trabajo, de la vida de
consumo cotidiano, de relaciones políticas, culturales y ecológicas, se caracterizan por una profunda
inequidad y discriminación social, inequidad de género e inequidad etnocultural que generan formas de
remuneración injustas con su consecuencia: la pobreza, una vida plagada de estresores, sobrecargas físicas,
exposición a peligros (más que “factores de riesgo” deberíamos considerarlos procesos destructivos [Breilh,
2003] que caracterizan a determinados modos de funcionamiento social o de grupos humanos). Werner siguió
durante más de treinta años, hasta su vida adulta, a más de 500 niños nacidos en medio de la pobreza en la isla
de Kauai. Todos pasaron penurias, pero una tercera parte sufrió además experiencias de estrés y/o fue criado
por familias disfuncionales por peleas, divorcio con ausencia del padre, alcoholismo o enfermedades
mentales. Muchos presentaron patologías físicas, psicológicas y sociales, como desde el punto de vista de los
factores de riesgo se esperaba. Pero ocurrió que muchos lograron un desarrollo sano y positivo: estos sujetos
fueron definidos como resilientes.
Como siempre que hay un cambio científico importante, se formuló una nueva pregunta que funda un nuevo
paradigma: ¿por qué no se enferman los que no se enferman?
Primero se pensó en cuestiones genéticas (“niños invulnerables” se los llamó), pero la misma
investigadora miró en la dirección adecuada. Se anotó que todos los sujetos que resultaron
resilientes tenían, por lo menos, una persona (familiar o no) que los aceptó en forma
incondicional, independientemente de su temperamento, su aspecto físico o su inteligencia.
Necesitaban contar con alguien y, al mismo tiempo, sentir que sus esfuerzos, su competencia y su
autovaloración eran reconocidas y fomentadas, y lo tuvieron. Eso hizo la diferencia. Werner dice
que todos los estudios realizados en el mundo acerca de los niños desgraciados, comprobaron que
la influencia más positiva para ellos es una relación cariñosa y estrecha con un adulto
significativo. O sea que la aparición o no de esta capacidad en los sujetos depende de la
interacción de la persona y su entorno humano.

Pilares de la resiliencia: a partir de esta constatación se trató de buscar los factores que
resultan protectores para los seres humanos, más allá de los efectos negativos de la adversidad,
tratando de estimularlos una vez que fueran detectados. Así se describieron los siguientes:

Autoestima consistente. Es la base de los demás pilares y es el fruto del cuidado afectivo
consecuente del niño o adolescente por un adulto significativo, “suficientemente” bueno y capaz
de dar una respuesta sensible.
Introspección. Es el arte de preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta.
Depende de la solidez de la autoestima que se desarrolla a partir del reconocimiento del otro. De
allí la posibilidad de cooptación de los jóvenes por grupos de adictos o delincuentes, con el fin de
obtener ese reconocimiento.
Independencia. Se definió como el saber fijar límites entre uno mismo y el medio con
problemas; la capacidad de mantener distancia emocional y física sin caer en el aislamiento.

1
Depende del principio de realidad que permite juzgar una situación con prescindencia de los
deseos del sujeto. Los casos de abusos ponen en juego esta capacidad.
Capacidad de relacionarse. Es decir, la habilidad para establecer lazos e intimidad con
otras personas, para balancear la propia necesidad de afecto con la actitud de brindarse a otros.
Una autoestima baja o exageradamente alta producen aislamiento: si es baja por autoexclusión
vergonzante y si es demasiado alta puede generar rechazo por la soberbia que se supone.
Iniciativa. El gusto de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más
exigentes.
Humor. Encontrar lo cómico en la propia tragedia. Permite ahorrarse sentimientos
negativos aunque sea transitoriamente y soportar situaciones adversas.
Creatividad. La capacidad de crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el
desorden. Fruto de la capacidad de reflexión, se desarrolla a partir del juego en la infancia.
Moralidad. Entendida ésta como la consecuencia para extender el deseo personal de
bienestar a todos los semejantes y la capacidad de comprometerse con valores. Es la base del
buen trato hacia los otros.
Capacidad de pensamiento crítico. Es un pilar de segundo grado, fruto de las
combinación de todos los otros y que permite analizar críticamente las causas y responsabilidades
de la adversidad que se sufre, cuando es la sociedad en su conjunto la adversidad que se enfrenta.
Y se propone modos de enfrentarlas y cambiarlas. A esto se llega a partir de criticar el concepto
de adaptación positiva o falta de desajustes que en la literatura anglosajona se piensa como un
rasgo de resiliencia del sujeto (Melillo, 2002).

Las fuentes interactivas de la resiliencia: de acuerdo con Edith Grotberg


(1997), para hacer frente a las adversidades, superarlas y salir de ellas fortalecido
o incluso transformado, los niños toman factores de resiliencia de cuatro fuentes
que se visualizan en las expresiones verbales de los sujetos (niños, adolescentes o
adultos) con características resilientes:
“Yo tengo” en mi entorno social.
“Yo soy” y “yo estoy”, hablan de las fortalezas intrapsíquicas y condiciones personales.
“Yo puedo”, concierne a las habilidades en las relaciones con los otros

Tengo: Personas alrededor en quienes confío y que me quieren incondicionalmente.


Personas que me ponen límites para que aprenda a evitar los peligros. Personas que me
muestran por medio de su conducta la manera correcta de proceder.
Personas que quieren que aprenda a desenvolverme solo.
Personas que me ayudan cuando estoy enfermo o en peligro, o cuando necesito aprender.
Soy: Alguien por quien los otros sienten aprecio y cariño.
Feliz cuando hago algo bueno para los demás y les demuestro mi afecto.
Respetuoso de mí mismo y del prójimo.
Estoy: Dispuesto a responsabilizarme de mis actos.
Seguro de que todo saldrá bien.
Puedo: Hablar sobre cosas que me asustan o me inquietan.
Buscar la manera de resolver mis problemas.
Controlarme cuando tengo ganas de hacer algo peligroso o que no está bien.
Buscar el momento apropiado para hablar con alguien o actuar.
Encontrar a alguien que me ayude cuando lo necesito.

¿Cómo se desarrolla la resiliencia? Resiliencia y psicoanálisis: si decimos que un pilar de la


resiliencia es la autoestima y sabemos que ésta se desarrolla a partir del amor y el
reconocimiento del bebé por parte de su madre y su padre, es en ese vínculo que empieza a
generarse un espacio constructor de resiliencia en el sujeto. Por supuesto que pueden ocurrir
distintos procesos, más o menos favorables, que van trazando diferentes destinos.
Este primer pilar de la resiliencia está en la base del desarrollo de todos los otros: creatividad,
independencia, introspección, iniciativa, capacidad de relacionarse, humor y moralidad.
Luego describimos una suerte de síntesis superior de todos ellos en la capacidad de pensamiento
crítico, que representa algo así como un retorno del sujeto singular a la trama social en que vive,
lo lleva a constituir grupos con una identidad determinada, que al comienzo puede ser de
oposición para luego transformarse en hegemónica. Este proceso opera a través del sistema
conductual de afiliación (afiliación a grupos) de Bowlby (Marrone, 2001).
Boris Cyrulnik (2001) ha realizado aportes sustantivos sobre las formas en que la adversidad hiere
al sujeto, provocando el estrés que generará algún tipo de enfermedad y padecimiento. En el
caso favorable, el sujeto producirá una reacción resiliente que le permite superar la adversidad.
Su concepto de "oxímoron", que describe la escisión del sujeto herido por el trauma, permite
avanzar aún más en la comprensión del proceso de construcción de la resiliencia, a la que le
otorga un estatuto que incluimos entre los mecanismos de desprendimiento psíquicos. Éstos,
descriptos por Edward Bibring (1943), a diferencia de los mecanismos de defensa, apuntan a la
realización de las posibilidades del sujeto en orden a superar los efectos del padecimiento. “El
oxímoron revela el contraste de aquel que, al recibir un gran golpe, se adapta dividiéndose. La
parte de la persona que ha recibido el golpe sufre y produce necrosis, mientras que otra parte
mejor protegida, aún sana pero más secreta, reúne, con la energía de la desesperación, todo lo
que puede seguir dando un poco de felicidad y sentido a la vida"(Cyrulnik, 2001).
Por eso, si bien hay autores que han traducido resiliencia como “elasticidad”, en nuestro actual
concepto nada de eso se mantiene; la resiliencia no supone nunca un retorno ad integrum a un
estado anterior a la ocurrencia del trauma o la situación de adversidad: ya nada es lo mismo.
La escisión del yo no se sutura, permanece en el sujeto compensada por los recursos yoicos que
se enuncian como pilares de la resiliencia. Con algo de todo eso, más el soporte de otros
humanos que otorgan un apoyo indispensable, la posibilidad de resiliencia se asegura y el sujeto
continúa su vida. Podríamos decir que el concepto de oxímoron es del mismo orden que el
concepto de Freud de la escisión del yo en el proceso defensivo.
Algunos psicoanalistas afirman que el concepto de resiliencia es o puede ser contradictorio con
un modelo psicoanalítico de la vida psíquica. Claramente no es así cuando se considera el modelo
freudiano de la segunda tópica o la tercera tópica que especifica Zuckerfeld (2002). En el caso de
la segunda tópica, la consideración del yo como instancia que debe "pilotear" las relaciones del
sujeto con sus deseos conscientes e inconscientes, los requerimientos de su conciencia moral
(superyó) y de sus ideales (ideal del yo), y los del mundo externo, es decir la relación con su
entorno, pone en evidencia los beneficios de estimular los pilares de la resiliencia, clara e
íntimamente ligados a las capacidades del yo. En este modelo psicoanalítico, la fortaleza del yo
facilita la tramitación por parte del sujeto de los requerimientos de las otras instancias: es a la
vez resultado y causa del proceso de la cura psicoanalítica y del desarrollo de las capacidades
resilientes. El trauma puede ser el punto de partida de una estructuración neurótica o psicótica,
pero también un punto de llegada en cuanto a generar una fuerte y útil estructura defensiva.
La resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad de la persona ni en su entorno,
sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social. Esto
elimina la noción de fuerza o debilidad del individuo; por eso en la literatura sobre resiliencia se
dejó de hablar de niños invulnerables. Tiene contactos con la noción de apuntalamiento de la
pulsión. Como dice Freud (1929) "[...] la libido sigue los caminos de las necesidades narcisistas y
se adhiere a los objetos que aseguran su satisfacción". La madre, que es la primera
suministradora de satisfacción de las necesidades del niño, es el primer objeto de amor y
también de protección frente a los peligros externos; modera la angustia, que es la reacción
inicial frente a la adversidad traumática, en grado o medida aún mínima. Va constituyendo un
sustrato de seguridad, lo que Bowlby y Ainsworth llaman una relación de apego seguro (Marrone,
2001), derivado de una base emocional equilibrada, posibilitada por un marco familiar y social
estables. Son los padres o cuidadores sustitutos, como mediadores con el medio social, los que
ayudan a su constitución a través de una acción neutralizadora de los estímulos amenazantes. Si
bien esta condición inicial del sujeto sigue existiendo toda la vida, siempre será fundamental un
otro humano para superar las adversidades mediante el desarrollo de las fortalezas que
constituyen la resiliencia.
En síntesis, el proceso de apuntalamiento de la pulsión lleva al otro humano y evita el
atrapamiento en el mortífero solipsismo narcisista. La autoestima, con la ayuda y la mirada de
los demás, puede ser reorganizada y reelaborada por medio de nuevas representaciones,
acciones, compromisos o relatos.
Recurrimos al poco usado concepto de mecanismos de desprendimiento del yo, introducido por E.
Bibring (1943), que “no tienen por finalidad provocar la descarga (abreacción) ni hacer que la
tensión deje de ser peligrosa (mecanismo de defensa). Sin negar que durante el proceso se
producen fenómenos de abreacción en pequeñas dosis”, se trata de operaciones yoicas que
apuntan a dispersar las tensiones dolorosas en otros complejos de pensamientos y emociones con
efectos compensatorios; o bien que, como en el trabajo de duelo, generen el desprendimiento de
la libido del objeto perdido para transferirla a otros. Un tercer modo es la familiarización con el
peligro para poder superarlo en forma contrafóbica. Para el psicoanálisis serían mecanismos más
propios de la cura que de la enfermedad; desde el punto de vista de la resiliencia constituyen la
posibilidad de una continuidad de la vida en aceptables condiciones de salud mental.
Freud afirmaba que el largo camino del psicoanálisis se debía a lo difícil que puede ser cambiar
las circunstancias del sujeto. Si esto fuera posible, se podría ahorrar tan prolongado esfuerzo.
Pues bien, el desarrollo de la resiliencia requiere justamente un cambio en las circunstancias del
sujeto si se le permite contar con el auxilio de un otro humano que genera y/o estimula las
fortalezas de su yo, favoreciendo sus defensas y capacidad de sublimación. Si el mundo externo
produjo una implosión traumática en el sujeto, el auxilio exterior de un otro puede restituir la
capacidad de recuperar el curso de su existencia. La resiliencia representa el lado positivo de la
salud mental.

Resiliencia y salud mental: es muy ilustrativo comparar los conceptos básicos de salud mental
(tal como se expresan en la Ley de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires) y los de
resiliencia, que presentan en común sugestivas definiciones:

SALUD MENTAL RESILIENCIA


Proceso determinado histórica y culturalmente Conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos
en cada sociedad. que posibilitan acceder al bienestar psicofísico
Se preserva y mejora por un proceso de a pesar de las adversidades.
construcción social.
Parte del reconocimiento de la persona en su Depende de cualidades positivas del proceso
integridad bio-psico-socio-cultural y de las interactivo del sujeto con los otros humanos,
mejores condiciones posibles para su desarrollo responsable en cada historia singular de la
físico, intelectual y afectivo. construcción del sistema psíquico humano.

Estas coincidencias nos llevan a pensar que lo que se entiende como promoción de la resiliencia
en el marco de una comunidad, al producir capacidad de resistir las adversidades y agresiones de
un medio social sobre el equilibrio psicofísico de los componentes de una comunidad, niños,
adolescentes y adultos, produce salud mental (Melillo, Soriano, Méndez y Pinto, 2004).

Resiliencias relacionales: familiar y grupal: Froma Walsh (1998) “[...] propone una concepción
sistémica de la resiliencia, enmarcada en un contexto ecológico y evolutivo, y presenta el
concepto de resiliencia familiar atendiendo a los procesos interactivos que fortalecen con el
transcurso del tiempo tanto al individuo como a la familia [...] La resiliencia relacional puede
seguir muchos caminos, variando a fin de amoldarse a las diversas formas, recursos y limitaciones
de las familias [y los grupos] y a los desafíos psicosociales que se les plantean”. En este sentido
se pueden señalar: reconocer los problemas y limitaciones que hay que enfrentar; comunicar
abierta y claramente acerca de ellos; registrar los recursos personales y colectivos existentes y
organizar y reorganizar las estrategias y metodologías tantas veces como sea necesario, revisando
y evaluando los logros y las pérdidas.
Para esto es necesario que, en las relaciones entre los componentes del grupo familiar, se
produzcan las siguientes prácticas: actitudes demostrativas de apoyos emocionales (relaciones de
confirmación y confianza en la competencia de los protagonistas); conversaciones en las que se
compartan lógicas (por ejemplo, acuerdos sobre premios y castigos) y conversaciones donde se
construyan significados compartidos acerca de la vida, o de acontecimientos perjudiciales, con
coherencia narrativa y con un sentido dignificador para sus protagonistas.
En síntesis, los elementos básicos de la resiliencia familiar serían: cohesión, que no descarte la
flexibilidad; comunicación franca entre los miembros de la familia; reafirmación de un sistema
de creencias comunes, y resolución de problemas a partir de las anteriores premisas.

Resiliencia comunitaria: se trata de una concepción latinoamericana desarrollada teóricamente


por E. Néstor Suárez Ojeda (2001), a partir de observar que cada desastre o calamidad que sufre
una comunidad, que produce dolor y pérdida de vidas y recursos, muchas veces genera un efecto
movilizador de las capacidades solidarias que permiten reparar los daños y seguir adelante. Eso
permitió establecer los pilares de la resiliencia comunitaria: autoestima colectiva, que involucra
la satisfacción por la pertenencia a la propia comunidad; identidad cultural, constituida por el
proceso interactivo que a lo largo del desarrollo implica la incorporación de costumbres, valores,
giros idiomáticos, danzas, canciones, etcétera, proporcionando la sensación de pertenencia;
humor social, consistente en la capacidad de encontrar la comedia en la propia tragedia para
poder superarla; honestidad estatal, como contrapartida de la corrupción que desgasta los
vínculos sociales; solidaridad, fruto de un lazo social sólido que resume los otros pilares.

Resiliencia y educación: la cuestión de la educación se vuelve central en cuanto a la posibilidad


de fomentar la resiliencia de los niños y los adolescentes, para que puedan enfrentar su
crecimiento e inserción social del modo más favorable (Melillo, Rubbo y Morato, 2004).
Lamentablemente, en las escuelas (como ocurre también en salud) habitualmente se pone el
mayor empeño en detectar los problemas, déficit, falencias, en fin, patología, en lugar de buscar
y desarrollar virtudes y fortalezas. Por eso y para empezar, una actitud constructora de
resiliencia en la escuela implica buscar todo indicio previo de resiliencia, rastreando las
ocasiones en las que tanto docentes como alumnos sortearon, superaron, sobrellevaron o
vencieron la adversidad que enfrentaban y con qué medios lo hicieron.
El Informe Delors de la UNESCO de 1996 especificó como elementos imprescindibles de una
política educativa de calidad, la necesidad de que ésta abarque cuatro aspectos: aprender a
conocer, aprender a hacer, aprender a convivir con los demás y aprender a ser. Los dos primeros
aspectos son los que se enfatizan tradicionalmente y se trata de medir para justificar resultados.
Los dos últimos son los que hacen a la integración social y a la construcción de ciudadanía. Para
el desarrollo de los últimos (y también de los primeros) sirven los programas que promueven la
resiliencia en las escuelas.
La construcción de la resiliencia en la escuela implica trabajar para introducir los siguientes seis
factores constructores de resiliencia (Henderson y Milstein, 2003):

1. Brindar afecto y apoyo proporcionando respaldo y aliento incondicionales, como base y


sostén del éxito académico. Siempre debe haber un “adulto significativo” en la escuela
dispuesto a “dar la mano” que necesitan los alumnos para su desarrollo educativo y su
contención afectiva.

2. Establecer y transmitir expectativas elevadas y realistas para que actúen como motivadores
eficaces, adoptando la filosofía de que “todos los alumnos pueden tener éxito”.

3. Brindar oportunidades de participación significativa en la resolución de problemas, fijación


de metas, planificación, toma de decisiones (esto vale para los docentes, los alumnos y,
eventualmente, para los padres). Que el aprendizaje se vuelva más "práctico", el currículo
sea más "pertinente" y "atento al mundo real" y las decisiones se tomen entre todos los
integrantes de la comunidad educativa. Deben poder aparecer las “fortalezas” o destrezas de
cada uno.
4. Enriquecer los vínculos pro-sociales con un sentido de comunidad educativa. Buscar una
conexión familia-escuela positiva.

5. Es necesario brindar capacitación al personal sobre estrategias y políticas de aula que


trasciendan la idea de la disciplina como un fin en sí mismo. Hay que dar participación al
personal, los alumnos y, en lo posible, a los padres, en la fijación de dichas políticas. Así se
lograrán fijar normas y límites claros y consensuados.

6. Enseñar "habilidades para la vida": cooperación, resolución de conflictos, destrezas


comunicativas, habilidad para resolver problemas y tomar decisiones, etcétera. Esto sólo
ocurre cuando el proceso de aprendizaje está fundado en la actividad conjunta y cooperativa
de los estudiantes y los docentes.

http://www.elpsicoanalisis.org.ar/numero1/resiliencia1.htm

RESILIENCIA

La resiliencia es un conjunto de atributos y habilidades innatas para afrontar adecuadamente situaciones adversas,
como factores estresantes y situaciones riesgosas.

Algunos autores definen a la Resiliencia como la capacidad de respuesta inherente al ser humano, a través del cual
se generan respuestas adaptativas frente a situaciones de crisis o de riesgo. Esta capacidad deriva de la existencia
de una reserva de recursos internos de ajuste y afrontamiento, ya sean innatos o adquiridos. De este modo la
resiliencia refuerza los factores protectores y reduce la vulnerabilidad frente a las situaciones riesgosas (abuso de
drogas, suicidio, embarazo temprano, fugas de hogar, etc.)

Algunas características de la Resiliencia:

Habilidad para enfrentar eficaz y adecuadamente situaciones adversas y eventos traumáticos, además del desarrollo
el potencial de ajuste individual o del sistema.
Es dinámica, varía a lo largo del tiempo de acuerdo con las circunstancias. Con el desarrollo del individuo o del
sistema y con la calidad de estímulos a los que están expuestos.
Para nutrirse y fortalecerse requiere del apoyo social y de la disponibilidad de recursos, oportunidades y alternativas
de ajuste como factores protectores.
Si bien la resiliencia comprende una serie de características y habilidades de ajuste propias del individuo o sistema,
por lo general se evidencia en situaciones adversas o de riesgo.

Características de los Niños y Jóvenes Resilientes

Los seres humanos nacen con la capacidad de hacer frente a las demandas del ajuste de su medio, de desarrollar
habilidades sociales y comunicativas, una conciencia crítica, autonomía y propósitos para el futuro. El desarrollo y el
reforzamiento de la misma requiere de la estimulación contextual, familiar y de los pares.

Características de los niños Resilientes:

Estos niños suelen responder adecuadamente frente a los problemas cotidianos, son más flexibles y sociables,
predominancia de lo racional, buena capacidad de auto-control y autonomía.
En cuanto a lo familiar, no han sufrido separaciones o pérdidas tempranas y han vivido en condiciones económicas y
familiares relativamente estables presentando con frecuencia características de personalidad o habilidades entre las
que se puede mencionar:

Adecuada autoestima y autoeficacia.


Mayor capacidad de enfrentar constructivamente la competencia y aprender de los propios errores.
Mejores y más eficaces estilos de afrontamiento .
Capacidad de recurrir al apoyo de los adultos cuando sea necesario.
Actitud orientada al futuro.
Optimismo y mayor tendencia a manifestar sentimientos de esperanza.
Mayor coeficiente intelectual.
Capacidad empática.
Accesibilidad y buen sentido del humor.

Estos rasgos y habilidades pueden verse reforzados por la influencia positiva del medio familiar y el apoyo de otros
adultos significativos en la vida del niño. Según Loesel (1992) los niños resilientes suelen vivir en un clima
educacional abierto y con límites claros; cuentan con modelos sociales que motivan el enfrentamiento constructivo,
comparten responsabilidades sociales y se ven estimulados por la existencia de expectativas de logros realistas por
parte de los adultos.

Características de los Jóvenes Resilientes:

Muestran también una serie de características que se asocian directamente con la capacidad de afrontar
adecuadamente los problemas cotidianos, las cuales se relacionan con el propio desarrollo personal. Los jóvenes
resilientes presentan, entre otras características comunes :

Adecuado control de emociones en situaciones difíciles o de riesgo, demostrando optimismo y persistencia ante el
fracaso.
Habilidad para manejar de manera constructiva el dolor, el enojo, la frustración y otros aspectos perturbadores.
Capacidad de enfrentar activamente los problemas cotidianos.
Capacidad para obtener la atención positiva y el apoyo de los demás, estableciendo amistades duraderas basadas
en el cuidado y apoyo mutuo.
Competencia en el área social, escolar y cognitiva; lo cual les permite resolver creativamente los problemas.
Mayor autonomía y capacidad de auto observación.
Gran confianza en una vida futura significativa y positiva, con capacidad de resistir y liberarse de estigmas
negativos.
Sentido del humor flexibilidad y tolerancia.

Ambientes que Favorecen la Resiliencia:

a) La presencia de adultos accesibles, responsables y atentos a las necesidades de niños y jóvenes. Pueden ser
padres, tíos, abuelos, maestros u otras personas que muestren empatía, capacidad de escucha y actitud cálida.
Además es importante que expresen su apoyo de manera que favorezca en los niños y jóvenes un sentimiento de
seguridad y confianza en sí mismos .

b) La existencia de expectativas altas y apropiadas a su edad, comunicadas de manera consistente, con claridad y
firmeza. que le proporcionan metas significativas, lo fortalezcan y promueven su autonomía, y le ofrezcan
oportunidades de desarrollo.

c) La apertura de oportunidades de participación: los adultos protectores son modelo de competencia social en la
solución de problemas, pudiendo proporcionar oportunidades para que los niños y adolescentes participen y en
conjunto, aprendan de los errores y contribuyan al bienestar de los otros, como parte de un equipo solidario y
participativo.

Greenspan (1996) enumera una serie de condiciones familiares que favorecen el desarrollo de la resiliencia en niños
y jóvenes:

Dentro del sistema familiar: normas y reglas claras y respeto a las jerarquías.
Apoyo entre los miembros de la familia como costumbre
Estrategias familiares de afrontamiento y eficacia.
Práctica de un estilo de crianza, donde el adecuado uso del tiempo libre, la internalización de valores, al amor y el
respeto enmarcan el estilo de vida de los hijos.
Expectativas positivas de los padres sobre el futuro de los hijos.
Responsabilidades compartidas en el hogar.
Apoyo de los padres en las actividades escolares de los hijos.
Oportunidades de desarrollo y responsabilidades extrafamiliares (voluntariado, trabajo, estudio, etc.).

http://www.cedro.org.pe/lugar/articulos/resiliencia.htm

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