Obligaciones de Dar, Hacer y No Hacer (Ccyc)
Obligaciones de Dar, Hacer y No Hacer (Ccyc)
Obligaciones de Dar, Hacer y No Hacer (Ccyc)
1. Introducción
El Código regula en este artículo la obligación de dar sumas de dinero,
definiéndola como aquella que el deudor debe cierta cantidad de moneda,
determinada o determinable, al momento de constitución de la obligación. Si la
obligación tiene por objeto una moneda que no sea de curso legal en la República,
establece que aquella debe considerarse como de dar cantidades de cosas y el
deudor puede liberarse dando el equivalente en moneda curso legal.
2. Interpretación
2.1. Obligaciones de dar sumas de dinero
Son aquellas que se dan cuando el deudor debe cierta cantidad de moneda que
sea de curso legal, determinada o determinable al momento de la constitución de
la obligación. El Código las distingue de las obligaciones de valor, tal como
se explica en el comentario al art. 772 CCyC. El carácter de curso legal de una
moneda significa que el dinero goza de sanción y de proclamación estatal, y como
consecuencia de ello, es irrecusable como instrumento de pago cuando es
ofrecido por el deudor en cumplimiento de su obligación. En el ámbito nacional,
solo el peso tiene curso legal de conformidad con lo establecido expresamente en
el art. 38 de la ley 12.155 de creación del BCRA, en las disposiciones de su Carta
Orgánica -ley 20.539-, y en el art. 7º de la ley 23.928.
El curso forzoso, en cambio, significa la calidad de curso legal aplicada al papel
moneda inconvertible. De allí que esta cualidad de la moneda está compuesta de
dos elementos; por un lado, la regla de curso legal, vinculada a la relación deudor-
acreedor y, por el otro, la regla de inconvertibilidad, vinculada a la relación emisor
del billete-tenedor.
De este modo, en nuestro sistema monetario, antes de la reforma que introdujo la
ley 25.561 a la ley de convertibilidad (23.928), la moneda –peso- tenía curso legal
pero no tenía carácter forzoso por ser convertible.
Actualmente, en el sistema monetario argentino coexisten dos monedas, el peso
(decreto 2128/1991), que reemplazó al austral convertible, de curso legal y
forzoso; y el peso oro de la ley 1130, que se utiliza como unidad de cuenta en
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supuestos muy específicos como el previsto en el Código Aeronáutico (arts. 144 y
145) y en la Ley General de Navegación (arts. 175, 331 y 337 de la ley 20.094).
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Es decir que, el deudor solo podrá hacer uso del derecho de conversión
cuando en la convención nada se haya estipulado al respecto, es decir,
cuando solo se haya establecido el pago en moneda extranjera sin que la entrega
de la cosa sea elemento esencial de la obligación, o sin que se establezcan
formas alternativas de adquirir la cosa si no se encuentra en el mercado nacional,
o de valorizar en forma diferente a la cotización oficial de la moneda. En este
sentido, se ha expresado que no se trata de una norma de orden público, por
lo que las partes podrán pactar la entrega específica en moneda extranjera.
Pero si la contraprestación no tiene una conexión con la moneda extranjera
pactada, entonces se estaría utilizando como un modo de actualizar la deuda en
moneda nacional, y esto implica violar la prohibición de indexar instituida por los
arts. 7º y 10 de la ley 23.928, regla esta de orden público e inderogable por las
partes, por lo cual el deudor podrá liberarse entregando la cantidad de moneda
nacional equivalente a la moneda extranjera pactada.
1. Introducción
En la obligación de dar sumas de dinero, “el deudor debe cierta cantidad de
moneda, determinada o determinable, al momento de constituirse la obligación”
(art. 765 CCyC) y se libera entregando “la cantidad correspondiente de la especie
designada” (art. 766 CCyC). De este modo, se conserva el principio nominalista en
términos absolutos al no introducirse modificación alguna a la ley 23.928 y a la
prohibición de actualización monetaria, indexación por precios, variación de costos
o repotenciación de deudas, cualquiera fuere su causa, previsto por los arts. 7º y
10 de aquella ley.
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2. Interpretación
2.1. Nominalismo y valorismo
El nominalismo y el valorismo brindan una respuesta distinta a lo que sucede
cuando se altera el valor de la moneda en el intervalo que transcurre entre el
momento en que la obligación es exigible y la fecha prevista para el pago. El
nominalismo establece la regla según la cual la obligación pecuniaria se extingue
de conformidad con su valor nominal. Una unidad monetaria es siempre igual a sí
misma. El dinero que emite el Estado posee el valor nominal que este le asigna,
con total prescindencia de su mayor o menor poder adquisitivo, que es algo
contingente y secundario. Dentro del nominalismo, es posible distinguir una
concepción relativa y otra absoluta de este. La diferencia que existe ambas
radica en que la primera permite apartarse del nominalismo mediante la inserción,
convencional o legal, de mecanismos de ajuste, posibilidad que la restante no
admite.
Para la postura valorista, en cambio, la extensión de las obligaciones dinerarias
no se determina por su valor nominal, sino en función del poder adquisitivo de
la moneda. Lo relevante no es la cantidad nominal adeudada, sino el valor
comprometido que, en caso de pérdida de poder adquisitivo de la moneda, debe
ser representado por las sumas nominales que sean menester para alcanzarlo. El
Código conserva el principio nominalista absoluto en línea con lo dispuesto
por los arts. 7º y 10 de la ley 23.928.
1. Introducción
El interés puede ser definido como la renta o ganancia producida por el
capital, o el fruto civil del capital. También como el aumento que las deudas
pecuniarias devengan en forma paulatina, durante un tiempo dado, sea como
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precio por el uso de un dinero ajeno, o como indemnización por un retardo
en el cumplimiento de una obligación dineraria. El Código clasifica los
intereses según su finalidad en: compensatorios, moratorios y punitorios y
establece el régimen aplicable a cada uno de ellos. También se refiere a la
distinción de los intereses según su origen, distinguiendo los intereses en legales y
convencionales.
2. Interpretación
2.1. Intereses convencionales
Son los que surgen de la voluntad de las partes de un acto jurídico. Nada obsta
a que puedan ser establecidos en actos jurídicos unilaterales (por ejemplo, legado
sometido a plazo que, por voluntad del testador, devengue intereses a partir de
cierto tiempo). A ellos se refiere el art. 767 CCyC, que establece: “La obligación
puede llevar intereses y son válidos los que se han convenido entre el deudor y el
acreedor…” y el art. 768 CCyC que, en materia de intereses moratorios, dispone
que la tasa se determina, en primer lugar, por lo que acuerden las partes.
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similar principio al previsto en la legislación derogada (“A partir de su mora el
deudor debe los intereses correspondientes…”), y en cuanto a la tasa dispone que
se determina por lo pactado por las partes, por lo que dispongan leyes especiales
y, en subsidio, por las que se fijen según las reglamentaciones del Banco Central
de la República Argentina. O sea que, a diferencia del art. 622 CC, ya no son los
jueces quienes fijan la tasa de interés moratorio, sustituyéndose la determinación
judicial, en ausencia previsión contractual o legal, por la del Banco Central de la
República Argentina.
1. Introducción
Es anatocismo el interés del interés, es decir, la capitalización de los intereses.
Los intereses ya vencidos se agregan al capital y producen, a su vez, nuevos
intereses.
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2. Interpretación
El artículo examinado mantiene el principio general de prohibición del anatocismo,
contemplando una serie de excepciones. En primer lugar, autoriza el pacto de
capitalización de intereses con una periodicidad no inferior a seis meses. El art.
623 CC, en cambio, autorizaba los acuerdos de capitalización con la periodicidad
que establezcan las partes. El mínimo de periodicidad exigido tiene como finalidad
evitar situaciones abusivas, por el elevado impacto que puede tener una
capitalización anticipada de intereses con menor periodicidad.
En segundo término, permite la capitalización cuando se demande judicialmente el
pago de un capital y sus intereses. La capitalización opera desde la fecha de
notificación de la demanda. Cabe considerar que, al igual que sucede en el primer
supuesto, la capitalización ocurre con una periodicidad no inferior a seis meses.
No exige para la procedencia de la capitalización que los intereses se adeuden por
un período determinado, como lo hacía el art. 569 CCom (“un año”).
Seguidamente, admite la capitalización cuando la obligación se liquide
judicialmente, supuesto en el cual opera desde que el juez manda pagar la suma
resultante y el deudor es moroso en hacerlo. Se trata de lo que ocurre en las
obligaciones de valor.
Por último, la capitalización procede cuando otras disposiciones legales la
prevean.
ARTÍCULO 771.- Facultades judiciales. Los jueces pueden reducir los intereses
cuando la tasa fijada o el resultado que provoque la capitalización de intereses
excede, sin justificación y desproporcionadamente, el costo medio del dinero
para deudores y operaciones similares en el lugar donde se contrajo la obligación
(Va de suyo que cuando hablamos del “costo medio del dinero”, en modo
alguno puede entenderse esto como alguna forma de “tasa pasiva”, ya que
la denominada “tasa pasiva” es la que pagan los bancos a los depositantes.
Cuando hablamos de “costo del dinero” nos referimos siempre a lo que
cobran los bancos por préstamos y otras operaciones activas. Además, la
norma dice textualmente: “…costo medio del dinero para deudores…”, con
lo cual no cabe otra interpretación posible. Deudores son los que toman
dinero prestado y la tasa que le cobran los bancos por esos préstamos es la
tasa “activa” en sus diversas formas.). Los intereses pagados en exceso se
imputan al capital y, una vez extinguido éste, pueden ser repetidos.
1. Introducción
En ocasiones, la aplicación del interés pactado por partes genera un resultado que
no guarda relación con el capital que los produce por resultar elevados. Hasta el
año 1926, predominó en la doctrina y la jurisprudencia el criterio de respetar el
interés pactado por las partes. A partir de entonces, los tribunales comenzaron a
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censurar los pactos de intereses que contenían tasas muy elevadas,
entendiéndolas usurarias. Primero las juzgaron nulas y después se limitó su
invalidez a la porción de intereses que lesionaran la moral y las buenas
costumbres. En el Código Civil, la respuesta frente al pacto de intereses excesivo
para algunos, se encontraba en los arts. 502 y 953 CC, relativos a la causa y
objeto de los actos jurídicos; y para otros, en el art. 954 CC, que incorporó la
lesión subjetiva enorme como vicio del negocio jurídico, y en art. 656, párr. 2, CC
tratándose de intereses punitorios.
En el artículo en comentario se consagra en forma expresa la facultad de los
jueces de reducir los intereses (moratorios y compensatorios), cuando la tasa
fijada o el resultado que provoque la capitalización de intereses excede sin
justificación, y desproporcionadamente, el costo medio del dinero para deudores
en operaciones similares en el lugar donde se contrajo la obligación. Tratándose
de intereses punitorios, respecto de los cuales resultan aplicables las normas que
regulan la cláusula penal, la reducción procede cuando “su monto
desproporcionado con la gravedad de la falta que sancionan, habida cuenta del
valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso, configuran un abusivo
aprovechamiento de la situación del deudor” (art. 794, párr. 2 CCyC).
2. Interpretación
Cabe ceñir el análisis a la morigeración de los intereses compensatorios y
moratorios o al resultado de que provoque la capitalización. De modo claro,
se establece que la reducción de los intereses procede únicamente cuando
exceden sin justificación y desproporcionadamente el costo medio para
deudores y operaciones similares en el lugar donde se contrajo la obligación.
Los intereses pagados en exceso se imputan al capital, y una vez extinguido este,
pueden ser repetidos, establece el artículo en análisis en su último párrafo. Ello es
así, pues el pago de los intereses excesivo constituye un pago sin causa, por lo
que los importes pagados indebidamente deben ser imputados a reducir el capital
y, cuando este quede extinguido, procede su restitución al deudor.
Considerando lo atinente a la reducción de los intereses punitorios el art. 794
CCyC dice: “Ejecución. Para pedir la pena, el acreedor no está obligado a probar
que ha sufrido perjuicios, ni el deudor puede eximirse de satisfacerla, acreditando
que el acreedor no sufrió perjuicio alguno. Los jueces pueden reducir las penas
cuando su monto desproporcionado con la gravedad de la falta que sancionan,
habida cuenta del valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso,
configuran un abusivo aprovechamiento de la situación del deudor”.
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sin curso legal que sea usada habitualmente en el tráfico. Una vez que el valor es
cuantificado en dinero se aplican las disposiciones de esta Sección.
1. Introducción
El Código Civil y Comercial recepta en este artículo las denominadas
obligaciones de valor. A diferencia de las obligaciones de dar sumas de dinero
que desde su nacimiento tienen por objeto un monto determinado de dinero,
aquellas tienen por objeto un valor abstracto o una utilidad, constituida por bienes,
que habrá de medirse en dinero necesariamente en el momento del pago. En las
primeras, se debe dinero y se paga con dinero; en las restantes, se debe un valor
y se paga en dinero. En un contexto nominalista, la distinción entre obligaciones
de dar sumas de dinero y de valor resulta relevante, pues en las primeras el
deudor se libera dando la suma nominalmente consignada con independencia de
la pérdida del valor adquisitivo de la moneda; en cambio, las restantes
permanecen al margen del nominalismo pues lo que se adeuda es un valor y no
una suma de dinero.
2. Interpretación
El Código incorpora expresamente la distinción entre las obligaciones de dar
sumas de dinero y las obligaciones de valor. Si la deuda consiste en cierto valor, el
artículo en comentario establece el monto resultante debe referirse al valor real al
momento que corresponda tomar en cuenta para la evaluación de la deuda. El
precepto establece que en el supuesto de que el interés del acreedor persiga
obtener un valor medible en dinero, la cantidad de moneda a entregar para
satisfacerlo debe cuantificarse al momento en que deba evaluarse. Se ha
interpretado que la fórmula es amplia y deja abierta la posibilidad de que se
catalogue como obligación de valor a cualquier obligación de pagar en dinero y
también es amplia la posibilidad de que la evaluación se practique al momento del
vencimiento de la obligación o en uno posterior. Por otro lado, el artículo autoriza a
que la deuda sea expresada en una moneda sin curso legal que sea
habitualmente utilizada en el tráfico. Por ello, las obligaciones de valor pueden
surgir de acuerdo de partes o de la ley. De modo de compatibilizar la posibilidad
de determinar obligaciones de valor contractuales o por vía judicial con la
prohibición de actualizar deudas dinerarias prevista en los arts. 7º y 10 de la ley
23.928, se ha interpretado que no se puede pactar una deuda en dinero cierta y
que dicha suma se actualice de acuerdo al valor del producto o servicio adquirido,
ni el juez puede mandar a pagar un monto determinado y que ese monto se siga
actualizando hasta su pago, pues ello viola la prohibición de indexar. Por el
contrario, sí se puede pactar contractualmente que el precio del producto, servicio
o beneficio objetos del contrato se determinen con posterioridad en relación al
valor del producto o servicio adquirido, o de otro producto o servicio que las partes
determinen, pues se estaría en presencia de una cláusula de determinación del
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precio, no opuesta a la prohibición establecida por los artículos antes citados. Si la
manera de determinar el valor es fijarlo en relación a una moneda extranjera, ello
debe compatibilizarse con las normas propias de las obligaciones en moneda
extranjera. Un vez que el valor es cuantificado en dinero, establece el artículo, se
aplica a la deuda de valor las disposiciones de las obligaciones de dar sumas de
dinero. Bajo la vigencia del Código Civil, para un sector de doctrina, una vez
liquidada convencionalmente o judicialmente la deuda de valor la obligación se
convertía en dineraria; en cambio, otro sector entendía que la deuda de valor
nacía como tal y mantenía su condición hasta el momento del pago, con todo lo
que ello significa. El artículo en examen adopta la opinión mayoritaria,
considerando que una vez que el valor es cuantificado, se aplica el régimen
de las obligaciones de dar sumas de dinero, lo que ha sido objetado en el
ámbito de la doctrina, con sustento en que puede acontecer que entre la
liquidación de la deuda y el pago transcurra un tiempo, motivo por el cual se ha
considerado que debería subsistir la obligación de valor que mantiene la
estabilidad del crédito a través del tiempo, cualquiera fuera la contingencia
económica.
1. Introducción
En el presente artículo se define la obligación de hacer como aquella cuyo objeto
consiste en la prestación “de un servicio o en la realización de un hecho, en el
tiempo, lugar y modo acordados por las partes”. El objeto del citado deber puede
consistir entonces en la prestación de un servicio, al que se refiere el Código en el
art. 774 CCyC, o en la realización de un hecho, cuestión que es abordada por el
art. 775 CCyC. La actividad a la que se ha obligado el deudor puede ser simple o
compleja dado que aquella puede incluir la entrega de una cosa, sin que ello
importe la pérdida del carácter de obligación de hacer. Se ha cuestionado la
definición sobre la base de sostener que la obligación de hacer puede no emanar
de fuente convencional sino también de la ley, de una resolución judicial, etcétera.
2. Interpretación
2.1. Su importancia
Tanto en la órbita contractual como en la extracontractual son múltiples las
situaciones que originan obligaciones de hacer. Revisten suma importancia en el
denominado sector terciario de la economía de mercado, que es básicamente un
sector de servicios. Calificada doctrina ha sostenido que desde la adquisición de
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los bienes de producción aparecen los prestadores de servicios, lo que también
ocurre en la etapa de producción y en la circulación de bienes, por ello se afirma
que la actual distribución comercial descansa en las obligaciones de hacer. Entre
los servicios, se pueden mencionar la actividad de los profesionales, los servicios
de transporte, etcétera, lo que ha dado nacimiento a nuevas relaciones jurídicas,
amparadas por legislación moderna, tales como la ley de defensa del consumidor
y la de lealtad comercial. Tampoco escapa a esta enunciación meramente
ejemplificativa la obligación de resarcimiento en especie, consistente en reponer
las cosas al estado anterior al que se hallaban antes del ilícito (art. 1740 CCyC).
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c. en procurar al acreedor el resultado eficaz prometido. La cláusula llave en mano
o producto en mano está comprendida en este inciso. Si el resultado de la
actividad del deudor consiste en una cosa, para su entrega se aplican las reglas
de las obligaciones de dar cosas ciertas para constituir derechos reales.
1. Introducción
El artículo distingue tres niveles cuando el objeto de la obligación consiste en la
prestación de un servicio: 1) realizar cierta actividad con la diligencia debida, con
independencia de su éxito; 2) procurar al acreedor cierto resultado concreto, con
independencia de su eficacia; y 3) procurar al acreedor el resultado eficaz
prometido. Esto significa que recepta con matices la distinción entre obligaciones
de medio y resultado.
2. Interpretación
2.1. Obligaciones de medios y de resultados
La obligación de medios implica un compromiso de diligencia, que solo tiende a la
consecución del resultado final. El incumplimiento se configura cuando el deudor
omite prestar esa conducta calificada. En las obligaciones de resultado, la
actividad del deudor se endereza al logro ineludible del interés final esperado por
el acreedor, de manera que no se cumplirá el deber si no se satisface aquella
finalidad última. La relevancia del distingo entre obligaciones de medios y de
resultados radica en la diversidad existente en el factor de atribución, hecho que
determina cuáles son las eximentes de responsabilidad a utilizar en cada caso. En
las primeras, el criterio legal de imputación es la culpa; y en las restantes, el factor
de atribución es objetivo, de modo que el responsable se libera demostrando la
causa ajena, salvo disposición legal en contrario (arts. 1722 y 1723 CCyC).
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eficaz, esta carece de toda consecuencia práctica dado que ambas definen una
misma modalidad de ejecución, incumplimiento y de responsabilidad obligacional.
1. Introducción
Reitera este artículo el principio establecido por el art. 773 CCyC, en cuanto a que
la obligación de hacer puede consistir en la realización de un hecho y que este
debe cumplirse en tiempo y modo acordes con la intención o con la índole de la
obligación. Si el deudor lo hace de otra manera, la prestación se tiene por
incumplida y el acreedor puede exigir la destrucción de lo mal hecho. Sin
embargo, el derecho del acreedor de exigir la destrucción de lo mal hecho es
procedente siempre que tal exigencia no resulte abusiva.
2. Interpretación
2.1. Tiempo y modo
Como principio general, quien se encuentra obligado a realizar un hecho debe
cumplirlo en tiempo y modo acordes con la intención de las partes; o con la índole
de la obligación. El hecho debe ser realizado por el deudor en la forma debida,
pues el acreedor tiene derecho a que el deudor cumpla de manera específica el
objeto de la obligación. El deudor debe cumplir el hecho en tiempo propio. Por
tiempo debe entenderse aquel fijado de manera expresa o tácita por las partes; y
en caso de que no se haya fijado o no surja de la naturaleza de la obligación,
deberá fijarlo el juez (art. 871 CCyC). Al hablar de modo, no se hace más que
aludir a todas las circunstancias y particularidades tenidas en cuenta para su
ejecución, cobrando relevancia la intención que han tenido las partes o lo que
estas pudieron haber entendido (arts. 958, 961, 1061 y 1063 CCyC). El deudor
deber realizar los trabajos conforme las reglas del arte u oficio. También se
encuentra obligado a realizar la prestación en concordancia con los usos
admitidos según la naturaleza de la obligación.
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2.2.1. Cumplimiento defectuoso. Derecho a tener por no realizada la
prestación
El deudor incumple la obligación no solo cuando incurre en total inejecución sino
cuando el hecho no se ejecuta de acuerdo a lo convenido por las partes. En este
último caso, la prestación se tiene por no hecha y los efectos que derivan de esa
situación son los mismos que para el caso de negativa de cumplimiento. En caso
de que la prestación no se realice en la forma debida, el deudor incurre en
inejecución de la obligación. No cualquier defecto en el modo de ejecutar la
obligación permite tenerla por no realizada, pues aquel debe ser grave y no
insignificante. Si bien la ley faculta al acreedor a tener por no realizada la
prestación y le permite destruir lo mal hecho, dicha facultad encuentra ciertos
límites, pues no puede resultar abusiva. Es el acreedor quien tiene la carga de
probar el defecto en la ejecución así como su entidad y que el deudor no ha
cumplido con la calidad convenida, en cuyo caso este último podrá acreditar que la
imposibilidad fue por causa ajena a su conducta. Tampoco se puede optar por la
destrucción si lo realizado difiere de lo pactado en aspectos secundarios o
superfluos o si el acreedor no objeta lo que el deudor está realizando, a pesar de
advertir que se verifican serias diferencias. Si la falla en el modo de ejecutar la
obligación es importante, el acreedor puede requerir su destrucción, a costa del
deudor. Puede acontecer que este último se niegue a destruir lo mal hecho. En
este caso, para un sector de la doctrina, el acreedor puede resolver por su cuenta
la destrucción defectuosa sin recabar venia judicial, lo que lo expone a perder la
mejor prueba de la que dispone para acreditar el incumplimiento. Otros autores,
ubicándose en una postura más estricta, entienden conveniente solicitar
autorización judicial, salvo que concurran circunstancias extraordinarias. De
resultar tardío, el cumplimiento de la obligación para una opinión, el acreedor
puede, como principio, rechazar el pago tardío que desee ejecutar el deudor.
Otros entienden que la regla general es diferente ya que, en principio, cuando el
cumplimiento es tardío, el acreedor no puede rechazar caprichosamente el pago
que el deudor pretenda efectuar, si este ofrece resarcir el daño moratorio. El
acreedor solo podrá hacerlo cuando el cumplimiento extemporáneo carezca de
interés para él o cuando autorice la resolución del contrato.
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destrucción de lo mal hecho en caso de que resulte necesario, entre otras
alternativas por aplicación específica de los principios generales de la materia
(excepción de incumplimiento; resolución del contrato en caso de prestaciones
recíprocas, etc.).
1. Introducción
En principio, el deudor puede hacer ejecutar la obligación debida por otro, sin que
el acreedor pueda oponerse a ello, so pena de incurrir en mora, con las
consecuencias que de ello derivan. La regla que establece el artículo guarda
coherencia con lo dispuesto por los arts. 732 y 881 CCyC, en cuanto el primero
dispone que el incumplimiento de las personas de las que el deudor se sirve para
la ejecución de la obligación se equipara al derivado del propio hecho del obligado,
y el restante, ubicado en materia de pago, al disponer que la prestación, en
principio, también puede ser ejecutada por un tercero. Tal principio no es absoluto,
pues en determinados casos el acreedor puede negarse a que el hecho lo ejecute
un tercero y no el propio deudor.
2. Interpretación
El artículo establece que la prestación comprometida por el deudor puede ser
ejecutada por un tercero, excepto cuando aquel fue elegido por sus cualidades
para realizarla personalmente, lo que se presume en aquellos contratos que
suponen una confianza especial. El tema debe abordarse desde la clasificación de
las prestaciones en fungibles y no fungibles, dado que el acento está puesto en la
prestación en sí misma y no en la relación jurídica obligatoria. La fungibilidad es un
concepto común a todo el campo de las obligaciones, dado que la prestación
puede o no estar condicionada al empleo de las aptitudes intrínsecas, personales
y particulares del deudor. La prestación de hacer es fungible cuando el interés del
acreedor se satisface con la actividad debida, sin importar el sujeto que la realiza.
En este caso, el interés del acreedor no se centra en quien la ejecuta, por lo que
va de suyo que el deudor puede entonces ser sustituido por un tercero. En
cambio, la prestación de hacer no es fungible cuando solo se satisface si el deudor
realiza la conducta debida, pues su persona es relevante para la ejecución de la
obligación. El carácter infungible de la prestación puede resultar “de la convención,
de la naturaleza de la obligación o de la circunstancias” (art. 776 CCyC),
presumiéndose su existencia en aquellos contratos que suponen una confianza
especial. De modo que la infungibilidad puede ser expresa o presunta. Las partes
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pueden pactar que una prestación de hacer naturalmente fungible no lo sea.
Además, el acreedor puede renunciar al carácter infungible de la prestación.
1. Introducción
Entre los efectos normales de toda obligación, se halla su ejecución forzada, dado
que el deudor debe procurar aquello a que se ha obligado. La norma reitera en lo
sustancial lo establecido en el art. 730 CCyC. No se establece de modo expreso la
regla que veda el ejercicio de violencia física sobre la persona del deudor en caso
de ejecución forzada, a diferencia del art. 629 CC.
2. Interpretación
2.1. Alcances
Ante el incumplimiento imputable de la prestación por parte del deudor, el
acreedor tiene derecho a exigir su cumplimiento específico, a hacerlo cumplir por
otro a costa del obligado o bien a reclamar los daños y perjuicios. No obstante el
artículo guarda silencio respecto de la prohibición de ejercer violencia sobre la
persona del deudor, resulta indudable la vigencia de este principio, justificado en el
amparo de la libertad y dignidad humana, incompatible con el uso de la violencia y
con el espíritu del Código.
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Ante el incumplimiento imputable de la prestación por parte del deudor, el
acreedor se encuentra legitimado para hacer cumplir la obligación por cuenta de
este. El acreedor obtiene así un modo de contrarrestar los efectos del
incumplimiento, pues queda legitimado para ejecutar el hecho por otro a cuenta
del deudor contra quien incluso puede solicitar el reembolso de los gastos, con
más daños moratorios. La posibilidad con la que cuenta el acreedor se halla
condicionada a ciertos recaudos. En primer lugar, es necesario que el deudor se
encuentre en mora. En segundo, que su interés tenga por objeto una prestación
fungible, ya que requiere que se trate de un acto que pueda ejecutar sin la
participación del deudor. En tercer lugar, que cuente con autorización judicial,
pues esta exigencia encuentra su correlato en que nadie puede hacer justicia por
mano propia, además de que es el juez quien puede comprobar si hubo o no
incumplimiento.
ARTÍCULO 778.- Obligación de no hacer. Es aquella que tiene por objeto una
abstención del deudor o tolerar una actividad ajena. Su incumplimiento imputable
permite reclamar la destrucción física de lo hecho, y los daños y perjuicios.
1. Introducción
El artículo define las obligaciones de no hacer. Según el hecho negativo
comprometido, establece que su objeto consiste en una abstención del deudor o
en tolerar una actividad ajena. También regula las consecuencias que derivan del
incumplimiento.
2. Interpretación
Las obligaciones de no hacer son aquellas que tienen por objeto una abstención
del deudor o tolerar una actividad ajena. Se caracterizan por su contenido
negativo, pues su objeto consiste en la abstención de algo que, normalmente, el
deudor habría podido efectuar si no se impidiera la constitución de la obligación.
Les resultan aplicables las disposiciones generales relativas a las obligaciones de
hacer. Ante el incumplimiento imputable de la obligación de no hacer, el acreedor
se encuentra facultado para “reclamar la destrucción física de lo hecho, y los
daños y perjuicios” (art. 777, inc. c, CCyC). Es una facultad que corresponde a la
que acuerdan los arts. 775 y 777 CCyC. Ante el incumplimiento, y según los
casos, son aplicables otros remedios: excepción de incumplimiento, resolución por
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incumplimiento, aplicación de astreintes, entre otros. El artículo faculta al acreedor
a pedir la destrucción de lo que el deudor hubiera realizado contraviniendo la
obligación. La solución prevista legalmente procura extirpar los resultados de la
infracción, removiendo el estado de cosas que ilegítimamente ha creado la
inconducta del deudor. El acreedor no se encuentra habilitado para hacer justicia
por mano propia. Debe solicitar autorización judicial para obtener la destrucción
física de lo hecho por el deudor en contravención a la obligación.
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DERECHO PARA TODOS IUNMa
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