El Perdón en La Familia
El Perdón en La Familia
Bryant H. McGill
Todas las crisis van a necesitar que seamos personas dispuestas a perdonar, pero mucho más que
seamos personas dispuestas a pedir perdón. Porque nos equivocamos, porque no somos perfectos,
porque arrastramos muchas heridas emocionales desde la infancia, porque tenemos todavía mucho
por aprender, constantemente necesitamos pedir perdón
Pero muchas veces consideramos el perdón como una amnesia, como que "alguien me hizo enojar y
no puedo recordar quién fue ni por qué". El perdón no tiene que ver con la memoria. Si la ofensa es
grave, nos vamos a acordar de lo que nos hicieron por el resto de nuestros días. La memoria no se
puede "borrar a voluntad". Perdonar no quiere decir olvidar.
También muchas veces creemos que el perdón tiene que ver con los sentimientos. Y creemos que
para poder perdonar a alguien tenemos que dejar de sentir lo que sentimos. Tampoco tenemos
control sobre los sentimientos. Y muchas veces los sentimientos nos controlan y nos dominan, y no
los podemos manejar por más que lo intentemos.
El perdón es un acto de la voluntad. Muchas veces es un acto heroico, sobre todo si la ofensa fue
grave. Y tenemos que aprender a dominar nuestros sentimientos heridos y sobreponernos a nuestra
dignidad mancillada y perdonar. Sé que es difícil. Por eso tenemos que ser especialmente sensibles y
pedir perdón siempre en el matrimonio. Especialmente en esas pequeñas cosas cotidianas que
minan la buena convivencia: "Mi amor, perdóname, no hice lo que me pediste, tuve un día
complicado, prometo mañana hacerlo". El perdón, cuanta más veces se pida, más veces se debe
otorgar. Hasta setenta veces siete. Por día.
Tenemos que construir ese ambiente pacífico todos los días, porque nuestro hogar tiene que ser el
remanso de paz donde queramos volver a "reconectarnos". Nuestros hijos tienen que querer volver
a nuestra casa. Si nuestros hijos quieren venir a casa, su adolescencia será tranquila y pacífica. Si no,
será una enorme serie de complicaciones y disgustos.
¡Claro que no es faćil tener un ambiente pacífico! ¡Vivimos en un mundo conflictivo, y estamos
sumergidos en una vorágine que nos lleva a expresarnos con agresividad, incluso con nuestro
cónyuge e hijos! Pero allí es donde comienza a funcionar el perdón. ¿Dijimos algo en un tono
inadecuado? ¡Pidamos perdón! ¿Hicimos algo inconveniente? ¡Pidamos perdón! ¿Tratamos mal a un
hijo? ¡Pidámosle perdón!
El perdón se hace más fácil de pedir y de otorgar, cuantas más veces lo pedimos y lo damos. Y es
algo maravillosamente educativo para nuestros hijos. Si realmente queremos que nuestros hijos
sean misericordiosos, ¡tenemos que ser un ejemplo constante para ellos! ¿No sería contradictorio si
le dijera a mi hijo "te dije un millón de veces que no exageres"? Si queremos que nuestros hijos se
perdonen entre ellos, ellos deben ver en el matrimonio de sus padres el perdón humildemente
pedido y generosamente ofrecido.
Aquellos que perdonan condicionalmente, viven menos tiempo que los que lo hacen
incondicionalmente. El poner condiciones para el perdón, como decir "necesito que él (o ella) me
pida perdón antes de poder perdonarlo" o "perdono pero es la última vez que me lo hace" hace que
nuestra esperanza de vida se vea reducida.
Nos saca del enojo. Los agravios nos sumergen en el modo "pelear o volar" que hace que nuestro
ritmo cardíaco y la presión arterial suban. El enojo inyecta en nuestro sistema endócrino cortisol,
llamada "la hormona del estrés", que libera adrenalina y nos acelera el pulso y la presión. El enojo
que se retiene hace que generemos más cortisol y adrenalina, lo que nos afecta en nuestro sistema
cardiovascular.
Tiene un efecto inmediato sobre la salud física y psicológica. El abandonar las ansias de venganza y
revancha, nos gratifica inmediatamente. En cuanto decidimos perdonar, nuestros sistemas de
defensa se relajan, y reducen inmediatamente la ira, ansiedad y depresión asociadas a la falta de
perdón.
El que recibe perdón también tiene beneficios en la salud. Y puede perdonarse con mayor facilidad.
Si no perdonamos, el que no es perdonado también tiene consecuencias negativas sobre la salud. Y
si no es perdonado, muchas veces le resulta difícil perdonarse a sí mismo, arrastrando la culpabilidad
por mucho tiempo.
Si todos estos beneficios no parecen suficientes, y el lector de estas humildes páginas es cristiano,
baste saber que nos van a perdonar del mismo modo que nosotros perdonemos. Ni más ni menos.
1
8 Ways Forgiveness Is Good For Your Health. Amanda L. Chan. The Huffington Post. Oct 2015. El
resto de esta sección es un resumen de varios de los estudios citados en ese artículo.
Las crisis conyugales y cómo superarlas sin matar a (Casi) nadie.
El perdón requiere de una gran madurez emocional para otorgarlo, y al mismo tiempo de una gran
humildad para pedirlo. Madurez y humildad no son cosas que se adquieran de un día para el otro, y
cuanto más pidamos perdón, más fácil será otorgarlo para el otro, y tanto más humildes seremos.
En una boda, un niño le preguntó a su madre por qué la novia estaba toda vestida de blanco. La
madre le contestó "Es porque es el día más feliz de su vida". Entonces el niño preguntó": ¿Y por qué
el novio se viste de negro?" A lo que la madre contestó: "porque el color negro en la liturgia significa
la muerte, y mediante ese traje negro, el novio le está prometiendo que va a morir cada día a sus
propios deseos, para estar atento a los de ella"
Esa es la única persona que tiene que morir para que superemos juntos las crisis conyugales:
tenemos que morir a nosotros mismos. Cuando uno pierde su vida por el otro, ciertamente que la
encuentra, multiplicada al ciento por uno. El matrimonio es una institución que da vida si sabemos
vencernos a nosotros mismos. Con la muerte a nuestros propios deseos, éstos se ven satisfechos,
por más paradójico que suene. El amor es pleno cuando es sacrificial, es decir cuando antepone los
deseos del otro a los propios. Cuando esta verdad es comprendida en el matrimonio, tendremos un
matrimonio construido sobre roca, que podrá soportar los vendavales del tiempo sin doblegarse.