La Imperfeccion en El Evangelio
La Imperfeccion en El Evangelio
La Imperfeccion en El Evangelio
LA IMPERFECCION EN EL EVANGELIO
Ricardo Peter
INTRODUCCION
UN CAMINO PERSONAL DE LIBERTAD
CAPITULO PRIMERO
DEL MITO AL LOGOS: DEL LENGUAJE
INCONSTATABLE AL LENGUAJE INCONTESTABLE
Olimpo.
Derrumbando el mito, el logos construyó el camino de la ortodoxia. Pero
al ser así, la razón quedó objetivada como una nueva divinidad, que tras
largas peregrinaciones, desde el siglo VI a. C., fecha de las primeras
increpaciones de Jenófanes a Homero, hasta el siglo XVII de nuestra Era,
la cual será reconocida oficialmente como la “diosa razón”. El “siglo de las
luces” demostrará hasta donde iba a extenderse el atrevimiento iniciado
con los presocráticos.
En efecto, desde el momento de su aparición la razón se manifestó
desprovista de límites. Se presentó al acecho de la perfección, como el
“órgano” de lo desmedido y de lo ilimitado.
De esta manera, arremetiendo contra la teogonía o teodicea de Homero,
la razón daría lugar a una nueva “teosofía”. La fe un tiempo requerida por las
narraciones mitológicas se mudaría en reflexión legitimada por la fe de los
filósofos, quienes componían ahora la nueva clase de los iluminados. En
adelante la realidad sería filosófica.
Encontrando el arche, el “principio” primero y fundamental del apeiron, la
realidad original, la razón hizo su botín del universo. Los cielos y la tierra
perdieron sus antiguos enigmas. Las nuevas explicaciones no eran
“fabulosas”, sino simplemente comprensibles.
Lógicamente la lógica se volvió el nuevo pensamiento del hombre
occidental, pero, ¿qué sucedió con el misterio del ser a partir del nacimiento
de la filosofía? ¿Dónde fue a parar?
Querer descubrir todo fue la desolación del misterio del ser. Y así como
la relojería suiza solo mide el tiempo que ha pasado, no el instante que se
vive, el nuevo conocimiento descubrió esa parte de la realidad que no
envuelve ningún misterio. El hombre como tal, la condición humana, no hizo
parte de ese descubrimiento.
El lenguaje del logos no reveló al hombre en sí mismo, sino el mundo de
las cosas y el mundo de las ideas. El hombre, como dice María Zambrano,
continuaría padeciendo “el sufrimiento más terrible: ser enigmático”(3
María Zambrano, El hombre y lo divino, México, Fondo de Cultura
Económica, 1973, p. 47.)
Con su exceso de especulación, la filosofía griega haría más íntimo y
doloroso el enigma del hombre, como lo vemos en Kierkegaard, Nietzsche y
Schopenhauer, no más diáfano y ligero. Para aligerar la carga del ser, para
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CAPITULO SEGUNDO
LA PARÁBOLA: UN LENGUAJE INCONSISTENTE
imperativas.
Por razones que no pueden ser diversas, el filósofo anida a un dogmático
en su alma o a un escéptico, que es otra especie de dogmático, pues
desmiente de manera irrefutable que el conocimiento humano alcance una
verdad irrefutable.
En cambio, ¿de qué naturaleza era el lenguaje de Jesús? Con Jesús el
hombre tuvo la posibilidad de disponer de un lenguaje inconsistente.
Jesús hablaba en parábolas: todo lo que decía a las muchedumbres lo
decía en parábolas (Mt. 13,34). Jesús no recurrió al hexámetro ni se sirvió
de la dialéctica. Hablaba sólo en parábolas.
Así, ante las crecientes y frecuentes demandas de “glasnot”, de
transparencia, como si se tratara de un profesor de liceo, Jesús optó por
una estrategia singular: siempre que podía “añadía una nueva parábola” (Mt.
13,33). Creaba tal suspenso en su auditorio que quienes estaban a punto de
ver, “no veían” y quienes estaban a punto de entender, “no entendían” (Jn.
12,40).
Con sus parábolas Jesús no manipuló a la muchedumbre. No explotó la
mente de quien lo escuchaba. Desde el punto de vista filosófico, el Nuevo
lenguaje no tenía carácter dogmático. No descifraba misterios ni imponía
verdades. No ideologizaba la existencia.
Jesús no quería controlarlo todo y saberlo todo. Los judíos, quienes no
tenían ninguna habilidad en el arte de la argumentación y del raciocinio puro,
se hartaron de la manera de hablar de Jesús y lo confrontaron
enérgicamente: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo?” (Jn. 10,24).
Demandaban un lenguaje “claro” y “abierto” al estilo de los doctores de la
ley. Resultaba tan misterioso el modo de hablar de Jesús que los judíos “no
comprendían lo que les hablaba” (Jn. 10,6). Prácticamente, Jesús
replanteaba los antiguos enigmas” (Sal. 78.2).
Los doctores y maestros de la ley entregaban la verdad a las
muchedumbres. Eran claros como el agua. Puntuales, precisos, exactos en su
lenguaje. De sus bocas, los judíos aprendían lo que tenían que hacer para ser
aceptados por Dios. En esta tarea el Levítico les daba la mano.
Respecto a la salvación eterna, problema agudo para todo judío, el
Levítico constituía el manual del “How to do it”. De hecho, el Levítico
diagnosticaba el quehacer del aspirante a complacer a Dios: “All You do is
put it together!”. Así de fácil.
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puro y lo impuro. Hay que resaltar para este propósito la total libertad en
que dejan al destinatario. En alto nivel de respeto que manifiestan por la
decisión del hombre.
Las parábolas evangélicas no quitan importancia a las parábolas rabínicas,
ni tampoco se desatienden de sus fuentes de sabiduría popular. De hecho, el
masal de Jesús es heredado de la literatura rabínica, no invención propia. La
polivalencia del término hace ver el uso potencial que podía hacerse del
masal. Lo que ocurre en la parábola de Jesús no es una invención estilística
ex novo, sino que la ductilidad propia de esta figura literaria adquirirá en los
Evangelios una modalidad acentuadamente paradójica.
Al hablar de la parábola de Jesús nuestro interés no es estudiar su
género, sino advertir su peculiaridad en orden al lenguaje que caracteriza a
Jesús. La paradoja de su vida, de sus hechos, se refleja en la paradoja de
sus dichos, las parábolas.
Las parábolas de Jesús encierran algo inesperado, imprevisible,
desconcertante. Por esta razón, Jesús consigue no solo cautivar, sino chocar
su auditorio aun dos mil años después de que fueron contadas.
El motivo central de sus parábolas está íntimamente relacionado con la
vida. Pero no es este el secreto por el cual sorprenden y provocan un efecto
inesperado en el sistema mental de quien las oye o lee. Los elementos
presentes en sus parábolas refieren conductas, acciones y actitudes, que no
son normales. Lo que Jesús dice está sorprendentemente lleno de rarezas.
Jesús refiere cosas inconcebibles, inauditas, asombrosas.
Las historias contenidas en las parábolas de Jesús son dinámicas no solo
por la forma in crescendo como se narran. La verdadera dinámica no está
tanto en el desarrollo de la historia, sino en la energía y prontitud de
cambio que solicitan entre quienes las escuchan. Esta es la sorprendente
dynamisis, fuerza, energía, actividad, que mueven. Pudiéramos decir que
desde este punto de vista la literatura rabínica era estática. Los modos de
expresión tendían a ser estáticos, a veces también aburridores. Tal vez el
afán de enseñar, su naturaleza acentuadamente didáctica, la constante
referencia a un modelo conocido y resabido, no provocaba la dinámica que
desencadenan las parábolas de Jesús.
También Jesús se refirió a la Tora, tanto escrita como oral, y solicita
que se la ponga en práctica, pues de lo contrario equivale a “edificar sobre
arena” (Mt. 7,26) Muchas ideas de Jesús son afines a las de los rabies
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cuanto tal –el misterio del ser- que más que penetrarlo, nos penetra. No es
el hombre, por consiguiente, quien a través del logos encierra el misterio del
ser, sino el, misterio del ser que encierra la realidad del hombre.
Ese “algo” de la realidad no es absorbida por los conceptos que la
explican y definen, no “queda” como residuo en los términos que la anuncian,
sino en las “rarezas” y “extrañezas” que la envuelven y vuelven
indescifrable. Pero, ¿de qué “realidad” se trata? O más bien: ¿a qué realidad
aludimos?
El logos y la parábola postulan la existencia de realidades diversas: la de
los “existentes” y la de la existencia.
La realidad alcanzada por el logos es analizable y sintetizable. El logos
puede “decirla”. Es la realidad de los existentes. El logos tiene la capacidad
de enseñorearse sobre los ens-logicus aut realis. No hay secreto custodiado
en la realidad de los existentes que permanezca inaccesible al logos.
De hecho, el logos ha abierto camino en la realidad de los existentes
desde la búsqueda de una explicación del origen del universo hasta alcanzar
el conocimiento de Dios como Acto Puro. Sin embargo, cuando el logos entra
en la realidad de la existencia, la otra frontera de la vida, se encuentra en
medio de un laberinto de definiciones.
La existencia humana, como dice Viktor Frankl, no es analizable ni
sintetizable. En otras palabras, no es cosa, “ens”. La existencia es un
continente hermético al logos.
El lenguaje enciclopédico del logos enmudece ante la existencia. Se
vuelve impertinente, fastidioso, descarado, desfachatado. El logos corre el
riesgo de ser grosero con el misterio del ser. Como argumento a nuestro
favor pudiéramos evocar las definiciones filosóficas sobre el hombre animal
“racional”, “político”, “económico” “alineado”, “erótico”, “faber”, “lúdico”,
“simbólico”, “utópico”, etc. Desde este punto de vista, la filosofía es la
ciencia de las clasificaciones. Ahí donde existe un “ens”, una cosa, existe la
posibilidad de una definición pura, de una sistematización.
La existencia, sin embargo, es la frontera de lo desconocido. Todo
intento filosófico de explicación de la existencia remitirá al comienzo, es
decir, a lo desconocido.
No debe confundirse la parábola con el logos. La parábola, en efecto,
toma la existencia tal cual es. No la distorsiona, pues sencillamente no la
explica ni la demuestra. La parábola traspasa todo eso.
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TIPOLOGÍA DE LA INCONSISTENCIA
UN DIOS INCONSISTENTE
Jesús provocó una gran desilusión para un sinnúmero de gentes. Para los
sectores revolucionarios y politizados, Jesús era el profeta libertador de
quien iban a recibir el consuelo de la independencia romana. Pero resulta que
ha llegado un hombre manso y pacífico hablando de misericordia, de
humildad y de amor a los enemigos. Los zelotas se encuentran entre estas
“víctimas” del desengaño político. A las víctimas políticas hay que sumar las
víctimas espirituales.
Fariseos, saduceos y levitas se llevan con Jesús el gran escándalo de sus
vidas. Un chasco completo. Jesús no solo traspasa las reglas señaladas por
ellos, el sábado relativizado, la descalificación por sus buenas costumbres y
el fiel cumplimiento de las leyes. Jesús observa que estas personas son más
celosas de sus apariencias que de Dios. Les preocupa parecer “buenos” y
perfectos, aunque en el fondo “honran a Dios con la boca, no con el corazón”
(Mt.15, 8).
Los más afectados y desilusionados fueron los fariseos, quienes se
creían superiores por vivir en una sociedad que manejaba la propaganda de
los buenos y los malos.
El Dios de Jesús no hace lo mismo que el Dios de los fariseos. No
compara a los unos con los otros. No pone en desventaja a los impuros. De
hecho, después de que Jesús advierte a la gente que no es “lo que entra por
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la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de su boca ” (Mt.15,11),
los discípulos advierten e informan a Jesús que los fariseos “se
escandalizan” al oírlo hablar así (Mt. 15, 12). Los fariseos –y los
perfeccionistas, como el “hijo mayor”- son fáciles para el escándalo. Jesús
deshacía lo que ellos, a través de siglos y tradiciones sobre lo puro y lo
impuro, habían filigranado en la mente de los hombres y de las mujeres.
El Dios de los fariseos condena a los pecadores, el Dios de Jesús los
absuelve. El primero se dedica a los sanos, el segundo, a los enfermos.
Incluso a los no justos, a los perdidos de Israel. Blasfemos y poseídos se
acercan al Dios de Jesús. Los no-escogidos se ven a su alrededor.
Jesús revela el “extravío” de Dios. Los fariseos se sienten especialmente
modelos del pueblo porque viven atraídos por un Dios que solo ellos habían
encontrado. La seriedad y moralidad de los fariseos se comprende a la luz
del Dios en que creen. Es duro vivir al lado de un fariseo, porque es duro su
Dios. De aquí que los fariseos evocan alegría por el justo, no por el pecador.
El Dios de Jesús surte el efecto de la cercanía y reconciliación. De
hecho, Jesús se sienta y come con pecadores (Lc. 15, 1-2), porque su Dios
participa en ese mismo banquete.
Jesús entonces plantea en medio de su pueblo la cuestión de Dios. Este
es el asunto abierto: ¿“siendo pecador saldría Dios conmigo?. A esta
pregunta los fariseos respondieron negativamente: primero debes cumplir
los diez mandamientos y luego merecer la salvación.
Jesús cambia el planteamiento. Deja claro que el amor de Dios no
depende de que yo no tenga fallas. Rechaza el enfoque tradicional: no
necesito “ser justo” para que Dios me acepte. Ahora el pecador encuentra
una esperanza. Lo que Jesús ha transformado totalmente es a Dios.
Jesús refiere un Dios que “corre al encuentro” del pecador y lo “cubre
de besos” (Lc. 15, 20).
Los fariseos comenzaron a ver que Jesús estaba cambiando radicalmente
la comprensión de Dios. Este Dios podía provocar confusión y dispersión
entre las personas religiosas. El comportamiento del Dios que anuncia Jesús,
que demuestra un amor incondicional por los pecadores, comenzaba a
esconder el Dios de los fariseos. Se abría una lucha de “Dios contra Dios”.
Jesús coloca en el centro de su anuncio la indigencia, no la perfección.
Cuando pienso y actúo desde la perspectiva de límite, me dejo encontrar por
Dios. Cuando dejo de pensar desde la perspectiva del límite me vuelvo a
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perder. En la vida “Todo” puede perderse si falta ese “algo” que nos
convierte en seres totalmente reencontrables, es decir, disponibles,
abiertos, a la gracia de Dios. La indigencia nos permite encontrar “Todo” lo
que necesitamos. Este es el camino de Dios hacia el hombre y del hombre
hacia Dios.
Pero la visión que Jesús tiene de Dios no solo oculta al dios de los
fariseos, sino el rostro de los dioses de Homero y del dios de Aristóteles.
Después de Jesús, Dios solo puede percibirse como inconsistente.
Lo que resulta substancialmente diverso en los lenguajes mitológicos,
filosófico y paradójico es la presentación de lo divino. Los dioses del
lenguaje incontestable se volvieron automáticamente inciertos con la
aparición del lenguaje filosófico. Pero a su vez, el Dios incontestable de
Aristóteles, se descompuso ante la inconsistencia del Dios de Jesús.
Aristóteles, a la luz de la filosofía, convirtió a Dios en algo inteligible.
Descubrió lo oculto de la divinidad. Derribó las tinieblas de los dioses de la
mitología. Dios es la luz de la Inteligencia. El Acto Puro que no puede
manifestar vida humana. Pero la inconsistencia del Dios de Jesús, que se
revela como un Dios errante en busca del hombre, condujo al suicidio al Dios
de la filosofía. Murió por no haber podido convertirse en carne, en un ser
desnudo y desamparado.
La condición inconsistente de Dios disolvera a lo largo de la historia los
dioses que no corresponden a la perspectiva del límite, a la desnudez y
fragilidad de la existencia humana.
El dios de Aristóteles no respondía al anhelo oculto del corazón del
hombre. Ninguna oscuridad de la existencia queda iluminada con la luz
intelectual que desprende la presentación de Dios como “Motor Inmóvil” o
“Acto Puro”. El Dios conocido a traves del pensamiento permanecía
desconocido.
La visión intelectual de Dios se convertía en tinieblas para la existencia
indescifrable del hombre. La existencia no es “vida intelectual”, sino
paradoja existencial.
Por muy resplandeciente que fuera el dios de la filosofía, esa luz no
penetraba en la condición humana. Esta se resiste a la mirada intelectual.
Los absurdos de la vida no son objetos de la razón. Los absurdos son
indescifrables como la vida misma.
El dios de la filosofía traspasó la razón y la inteligencia, pero no el
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corazón del hombre. La abstracción es negación del “misterio del ser” que se
identifica con la máxima realidad del hombre.
Frente a la abstracción de lo divino, que se traduce en ausencia de lo
divino, Jesús coloca a los hombres ante un Dios que condensa toda la
inconsistencia, que simplemente se traduce en la conciencia de lo humano.
El Dios de Jesús asume lo humano al punto que libra al hombre de la
exigencia de ser como Dios. Dios ahora comporta la maxima humanidad. Dios
esta sumido en lo humano. El “Reino” de Jesús no pretende seres
excepcionales, mejores que “los demás hombres”, que se preocupan por la
contaminación.
Lo que tiene de chocante el Dios de Jesús es su tremenda inconsistencia.
La inconsistencia de Dios, su vacío de dogmatismos, provoca al hombre. Este
es el drama de los fariseos: la ausencia del Dios seguro, estricto y severo
del Antiguo Testamento.
Los que distinguen el dios de los fariseos del Dios de Jesús formularán,
con razón, su muerte. La expresión “Dios ha muerto”, el grito de
resentimiento de quienes topan con un Dios que esconde su poderío, se
volvera inarrestable a lo largo de la historia.
El Dios de Jesús sufre de eclipses. Esta es la pesadilla del “Reino” que
configura Jesús en sus parábolas. Este será en adelante el problema de los
creyentes.
Que los dioses en la mitología de Homero fueran divinos era algo poético.
Que el dios de la filosofía fuera por definición algo irreductible a lo humano
era su éxito, pero que el Dios de Jesús, tal como relata en las parábolas, se
revele como un dio que “salva lo perdido” (Mt. 18, 11), que parte a buscar lo
extraviado y que hace de lo pequeño el criterio para entrar en el “Reino”
(Mt. 18, 4) es la pesadilla.
Jesús acoge el anhelo del hombre de librarse de la perfección. El Dios de
Jesús desliga al hombre de la implacable demanda de “ser alguien” y que se
tenga que decir de el que “es el mejor”, pues con el Dios de Jesús cesa la
pretensión de una vida de competitividad y de rivalidad para ser el primero.
El evangelio es el espacio donde el hombre puede ser enteramente el
mismo. No necesita renunciar a nada de lo que es.
El hombre puede tomar parte en el “Reino” siendo enteramente lo que es:
un ser indigente.
Los fariseos no estaban acostumbrados a ver a Dios despojado de su
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CAPITULO TERCERO
LO HUMANO (LUCAS 6,36) EN LUGAR DE LA PERFECCIÓN (MATEO,
5, 48)
Hacia los años sesenta-setenta y tres, varios años después del texto
redactado por Lucas en griego, Mateo y Marcos fueron traducidos al griego
por necesidades de expansión y difusión del cristianismo.
A nuestras manos no han llegado los evangelios originales, sino las
terceras redacciones. Mateo 5,48, el pasaje en cuestión, es producto de la
traducción al idioma que dominaba los intercambios comerciales y culturales,
y regía, en general, la vida urbana del imperio romano.
De esta manera, el texto griego de Lucas resulta anterior a las
traducciones al griego de Mateo y Marcos y, por lo mismo, Lucas 6, 36,
anterior a Mateo 5,48.
¿Qué término hebreo llego a los ojos del traductor griego de Mateo
5,48? La hipótesis es doble. Pudo haber sido el termino rahamin, que dice
misericordia, subrayando el aspecto de compasión o el término hesed que
también significa misericordia, pero subrayando más el aspecto de piedad o
perdón. En ambos casos, rahamin hace referencia a la ternura, a la bondad,
a la clemencia, al amor casi instintivo, es el caso particular de rahamin, pues
arranca de las “entrañas” mismas de la madre o del padre o a un amor
consciente, voluntario, fruto de una decisión, como conviene al término
hesed.
Cualquiera de los dos terminos hebreos podía traducirse al griego por su
equivalente eleos, perfecto. Asi, el Dios de la misericordia inquebrantable
de Lucas se convirtió en el Dios de la perfección inalcanzable de Mateo.
Además, el adverbio de equivalencia “como” usado por Lucas se distingue
substancialmente del “como” usado por Lucas se distingue substancialmente
del “como” de Mateo.
El “como” de Lucas manifiesta la confianza en la capacidad del hombre de
mostrarse misericordioso como Dios. El hombre es semenjante a Dios.
–“como”- cuando se comporta de manera compasiva, clemente, bondadosa.
Pero, ¿puede darse una semejanza, en el uso del “como” de Mateo, con
referencia a la perfección divina? En este caso, los exégetas se ven
obligados a explicar, con rodeos y malabarismos varios, que no se trata de
perfección como tal, sino de la perfección entendida entre comillas y
relacionada con la práctica de la caridad. (3) Asi por ejemplo X. Leon-
Dufour en el Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona, Herder, 1993, p.
546.
En la petición de Levítico “sed santos…”(11, 45 y 19, 2) se usa la
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Hasta que finalmente, cuando hayan sido renovadas y juzgadas todas las
manchas de polución e ignorancia, llegará a un grado tan alto de pureza y
limpieza, que aquel ser, que había sido dado por Dios, se convierte en digno
de aquel Dios que lo había dado para que pudiera llegar a tal pureza y
perfección, llegando a tener una perfección que quiso que tuviera el que lo
creo, recibirá de Dios la virtud de existir para siempre y de permanecer
eternamente.
sistema mental.
Quien “conforma” su sistema mental a la invitación de Mateo, termina
con la legalización de Lucas. Acomodará el “sed misericordiosos” a una serie
de criterios que lo llevan a considerar, sopesar, balancear y calcular la
misericordia.
Eso significa que Mateo 5,48, igual que Lucas 6,36, tienen carácter de
perspectivas para el sistema mental y que como tal tienden a generar
sistemas de creencias, de sentimientos y de conductas. En calidad de
perspectivas generan lenguajes básicamente diversos, que lógicamente se
enfrentan y se excluyen.
La perspectiva perfeccionista que caracteriza Mateo 5,48 dará lugar a la
creación y elaboración de lo que denominamos “Códigos de perfección”,
textos que asumirán formas de catecismos, devocionarios, confesionarios,
vidas de santos, lecturas espirituales o piadosas.
Los “Códigos de perfección” se caracterizan por el hecho de producir la
conformación mental. Esta es la primera característica. Los “Códigos”
operan una nivelación de las creencias alrededor de la perspectiva
dominante, en este caso, de la perfección. Los “códigos” crean
“confesionalidad”. Reducen el espcio mental, el horizonte espiritual, del
individuo. Se termina pensando “sectariamente” sobre la vida.
Una segunda característica es la tendencia a uniformar la conducta, es
decir, a imponer normas morales que tienen el efecto de “codificar” la
conducta. Desde este punto de vista, los “códigos” son verdaderos patrones
culturales de comportamiento.
De aquí entonces que los “códigos” ejerzan un control sobre la sociedad,
en las áreas más determinantes de la vida social. La tendencia a la
uniformidad es producto de la perspectiva de Mateo 5,48.
A través de los principios que derivan del “sed perfectos”, se logra la
uniformidad en el modo de pensar y en la forma de comportarse. Los
“códigos” reclaman la “compostura del alma”, como leemos, por ejemplo, en
una gramática castellana y doctrina cristiana del 1763. (Método uniforme
para las escuelas de cartillas, deletrear, leer, escribir, gramática castellana
y ejercicio de doctrina como se practica por los padres de las escuelas pías
de Madrid, en la imprenta de Pedro Marín, años MDCCLXIII.)
¿En qué consiste la llamada “compostura del alma”? En la pretensión de
alcanzar una homogenización de la existencia con base en reglas, normas y
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