La Puesta en Escena Del Siglo XX
La Puesta en Escena Del Siglo XX
La Puesta en Escena Del Siglo XX
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RESUMEN: ABSTRACT:
Este ensayo subraya la relevancia del director This essay emphasizes the relevance of the di-
y del actor en la configuración de la puesta en rector and the actor in the configuration of the
escena del siglo XX. Puesta en escena sobre la staging in the 20th century. Staging on which the
que se asienta la del siglo XXI. El testimonio de twenty-first century is based. The testimonies of
críticos, y, sobre todo, de directores avalan esta critics, and, above all, of directors endorse this
afirmación. El director es quien a lo largo de las affirmation. The director is the one who throug-
sucesivas etapas del montaje escénico armoniza hout the successive stages of the stage montage
el conjunto de elementos que intervienen en la es- harmonizes the set of elements that intervene in
cena; y el actor es quien plasma el texto y la idea the scene; and the actor is the one who embodies
del director. the text and the idea of the director.
Puesta en escena, director, actor, espacio escéni- Staging, director, actor, stage space, stage move-
co, movimiento escénico. ment.
Para hablar de las poéticas de la escena de hoy, y de las puestas en escena del
teatro contemporáneo, hemos de tener en cuenta en primer lugar que en la puesta en
escena se da siempre una correlación entre los procesos poéticos (teoría) y el ma-
nejo de los materiales (práctica). Es decir, mientras que los profesores y ensayistas
pueden definir y enmarcar las nuevas corrientes estéticas que condicionan el arte
escénico en la actualidad (como el surrealismo, el conceptualismo, las performances,
el minimalismo, el posmodernismo, etc.), la técnica teatral elaborada durante todo
el siglo XX sigue siendo la base del trabajo real sobre el escenario de los creadores
escénicos de hoy, por lo que, inevitablemente, hemos de situar en ese periodo los
cimientos del teatro que se representa en los comienzos del siglo XXI. En otras pa-
labras: en estética teatral la poética va por delante de la técnica.
En las líneas siguientes vamos a hablar de esas relaciones entre poética y manejo
de los materiales (técnicas de uso común). Pongamos un ejemplo. Por mucho que le
digamos a un actor que interprete su papel de forma posmoderna, o sabe manejar su
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voz hasta tener la elocuencia suficiente para que sea comunicativa con el público, o
sus intenciones teóricas no servirán para nada.
Demos un paso atrás y situemos esta reflexión en un plano más amplio. Partamos
de una búsqueda de sentido de los términos «director escénico», que, como sabemos,
es el responsable de la puesta en escena de una obra teatral: ¿De qué hablamos cuan-
do decimos hoy en el campo teatral la palabra «director»?
¿Qué es el teatro? Una especie de máquina cibernética. Cuando descansa, esta máquina
está oculta detrás de un telón. Pero a partir del momento en que se la descubre, empieza
a enviarnos una cierta cantidad de mensajes. Estos mensajes tienen una característica
peculiar: que son simultáneos. Recibimos al mismo tiempo seis o siete informaciones
(procedentes de la escenografía, del vestuario, de la iluminación, de los actores, sus ges-
tos, sus palabras). Detrás está el director.
En general la mayoría de las definiciones de esta época nos señalan que un direc-
tor de escena es el coordinador de esos signos, y el responsable de que todos esos
mensajes tengan unidad. Dirigir una obra es, así, encontrar sentido y relación a los
distintos elementos que participan en una puesta en escena, desde el texto (primero),
a la iluminación (último). Dirigir es decidir. Y ser coherente, comunicar y estimular,
sostener y ayudar a los actores encontrando su forma expresiva apropiada. Para ello,
el director debe desarrollar un abanico de posibilidades técnicas para poder dirigir
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La puesta en escena en el teatro contemporáneo
a los actores y a los responsables de las demás áreas, introducirles en mundos sen-
soriales y emocionales relacionados con la obra que se trata de poner en escena, y
potenciar y coordinar su imaginación.
Pero, además, el director ha de contar con una capacidad de observación, intui-
ción, paciencia, tacto, entusiasmo y amor al teatro, sentido común y organización
práctica del tiempo. Ha de tener, como es lógico, conocimiento de la historia del
teatro, de géneros, estilos y técnicas expresivas, de autores y obras, y de otras mate-
rias como literatura, historia, pintura, música, filosofía, etc. Este bagaje le ayudará a
comprender mejor el texto que tiene en sus manos, a conocer las fuentes en las que
el autor ha bebido, sus influencias y sus aportaciones originales, y a relacionar todos
esos materiales con un presente comunicativo con el público. Debe tener, pues, ade-
más de una formación técnica adecuada, cosas que decir y deseo de comunicarlas
dentro de la evolución de los movimientos artísticos. Es decir, una poética personal
que expresar por medio de su trabajo técnico.
La literatura dramática, desde sus orígenes hasta hoy, constituye una permanente
indagación sobre el ser humano y la sociedad y mundo que habita, y ello ha de ser
asumido y enriquecido por el director al dar vida a una obra sobre el escenario. Para
ello contará con la combinación de los diferentes espacios y escenografías, trajes y
objetos, ritmo y movimiento, el uso del color, el relieve de la luz, la riqueza y dis-
posición de los actores en escena, la belleza de un movimiento y la fuerza dramática
de una composición musical. Los maestros que han existido en la dirección escénica
tienen mucho que enseñarnos del manejo de esos materiales, y debemos aprovechar
su talento y su experiencia en estos campos. De muchas de sus aportaciones hablaré
a continuación ya que el arte del presente es siempre una evolución, o ruptura, de
formas y contenidos anteriores.
Aunque desde los comienzos de la historia del teatro siempre ha existido la per-
sona, o personas, que han sido responsables, más o menos visibles, de las represen-
taciones teatrales (el sacerdote, el empresario, el poeta-autor, el primer actor…), la
figura del director como creador autónomo, tal y como lo entendemos hoy, es una
aportación relativamente moderna, que se ha dado dentro de la evolución del hecho
teatral desde el «texto literario declamado» de otros tiempos (con más o menos ri-
queza), al «espectáculo teatral con una poética determinada de la que es responsable
un director», como se entiende en la actualidad. Dentro de esta evolución, que se da
básicamente durante todo el siglo XX, nace y se desarrolla el concepto moderno de
director escénico.
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En los comienzos de este siglo pasado, Paul Porel, en su ponencia para el Con-
greso Internacional de Teatro del año mil novecientos, define ya la función de la
dirección teatral de la siguiente manera:
Es comprender con claridad la idea del autor en un manuscrito, para explicarlo con pa-
ciencia y precisión a los ansiosos actores; es ver el desarrollo de la obra y ver cómo toma
forma minuto a minuto. Es vigilar la producción hasta en sus detalles más insignificantes,
sus acciones escénicas y hasta sus silencios que en ocasiones son tan elocuentes como el
texto del libreto. Es colocar en el lugar correspondiente a los figurantes poco diestros o
confundidos, e instruirlos; reunir en un solo reparto actores desconocidos y estrellas. Es
armonizar todas estas voces, ademanes, movimientos diversos y efectos disímiles para
poder lograr la interpretación correcta de la tarea que les ha sido asignada.
Aunque algunas de las cosas aquí expuestas puedan parecernos hoy día elementa-
les, a principios del XX la idea del director de escena quedó configurada en torno al
planteamiento sobre su función que hicieron importantes figuras como Antoine (en
1887 funda el «Teatro Libre», y en su famosa conferencia de 1903 ya nos dice que
la puesta en escena no es un mero cuadro para la acción, sino que determina su ver-
dadero carácter y constituye su atmósfera), la compañía del duque de Meininger (a
partir de 1874), Porel, Meyerhold, Stanislavski, Gordon Craig, Reinhardt, Vajtanjov,
Piscator, Bertolt Brecht, etc. Hasta entonces había quedado muchas veces encargado
de la coordinación de los ensayos el actor principal de la compañía. Esto constituía,
en palabras del director André Antoine:
Un método equivocado, ya que un actor con talento no necesariamente está dotado con
las cualidades que hacen a un buen director. Muchos grandes actores son en ocasiones
incompetentes para este trabajo; su temperamento personal y su instinto creativo los priva
de una de las facultades esenciales de un verdadero director: una visión de conjunto.
Dirigir es ver, a prudente distancia, la producción como un todo. Es tomar en cuenta los
gustos y costumbres del público en las dimensiones adecuadas, omitir cualquier cosa que
pueda ser innecesariamente peligrosa, cortar cualquier cosa que sea muy extensa, elimi-
nar errores de detalles que son inevitables en cualquier trabajo. (...) Es escuchar consejos
de grupos interesados, sopesarlos y decidir cuándo seguirlos o rechazarlos. Es finalmente,
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La puesta en escena en el teatro contemporáneo
con el corazón palpitante, abrir la mano, dar la señal: ¡y dejar que el trabajo aparezca ante
una multitud de personas congregadas!
La función del director consiste, por tanto, en estar presente en todos los ámbitos
de la creación escénica, y hacer una lectura personal y creativa –pero fiel–, del texto
a representar. Dice Jacques Copeau:
Es muy fácil inventar mil cosas agradables o sensacionales a propósito de una obra maes-
tra literaria o de su entorno. Lo difícil, aquello que constituye el sello del arte y prueba de
talento, es inventar dentro, internamente; llenar de realidad, saturar de poesía todo lo que
se hace o se dice en escena, sin mancillar nunca el significado, sin rebasar lo que llamo:
la pura configuración de las obras maestras.
Nos señala Copeau en sus reflexiones que es importante buscar el camino por el
que pasó el autor al escribir el texto, y que nuestra misión es descubrirlo y recorrerlo
también. El valor de un texto dramático está relacionado con el llamamiento que nos
hace el sentido de la fidelidad y la libertad que nos deja dentro de sus límites. Al tra-
bajar dentro de estos límites encontraremos el secreto de la vida de una obra. Si nos
salimos de esos límites ya no haremos esa obra, sino otra cosa.
En la relación al trabajo con los actores dos virtudes son necesarias, según Co-
peau, para que el director pueda llevar a cabo su función: la primera es la paciencia,
la segunda es la discreción. Nunca, dice, debe ponerse en el lugar del actor. Basta
con apelar, provocar en él determinados sentimientos, señalar acciones..., porque
hay cosas que no se pueden expresar plenamente si no es a partir del temperamento
y la personalidad del actor.
Copeau nos dice que el director, además, necesita tener dones como la inteligen-
cia y la capacidad de atención, y unas cualidades morales determinadas, como la
sencillez y la humildad, para poder llegar a conocer y dominar el sentido de la verdad
escénica.
Otro de los directores que más han aportado en la modernización del teatro es
Strehler, con su defensa de la necesidad de transmitir en la puesta en escena de un
texto un universo imaginario a los espectadores, a base de imágenes, formas actua-
lizadas y fragmentos de realidad. Siempre atento a un equilibrio entre la atención al
texto, la libertad del espectáculo y la creatividad de los actores, ha definido al direc-
tor de escena como a un artista paradójico, desasosegado y siempre desposeído por
el abismo de su tarea. Nos dice Giorgio Strehler:
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Ya no estamos (los directores) en el instante preciso en que el teatro se cumple (…). Nos
está vedada la embriaguez de actuar y, por tanto, de realizar la única acción real para un
hombre de teatro. Sí, el teatro nos es en parte ajeno, siempre, en el instante en que se hace
(…). Y luego, cuando acaba, resulta para nosotros aún más serio de lo que siempre ha sido
para cualquier hombre de teatro.
El primer paso que debe dar un director para realizar una puesta en escena, elegi-
da la obra (y realizada la versión en su caso), es enfrentarse al texto que va a dirigir.
El director de escena alemán Peter Stein dice lo siguiente acerca de la necesidad de
releer constantemente durante el proceso de montaje el texto dramático, y cómo el
director ha de enfrenarse a él:
Como vemos muchos grandes directores y estudiosos del teatro nos señalan cons-
tantemente que el director de escena es el responsable de dar unidad y sentido a los
mensajes que se emiten desde escenario al representar una obra, pero amando y
respetando siempre el texto originario de esa obra. No se trata de poner teorías en el
programa de mano de la obra o decirlas en declaraciones de prensa, ni de tratar de
explicar la obra a los espectadores, su mensaje o su poética, sino de «mostrar, escé-
nicamente, lo que queremos comunicar a partir de esa obra». Pero, ¿con qué criterio
seleccionamos esos signos y elegimos esos caminos para poder lograr ese difícil
objetivo que es la comunicación real con el espectador? Esa es la principal pregunta
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La puesta en escena en el teatro contemporáneo
La puesta en escena
Hemos visto diferentes opiniones de cómo el director tiene que partir de la idea
central de la obra y la intención última del autor que le empujó a escribirla, así como
algunas importantes reflexiones de cómo se realiza el trabajo de dirección. Veamos
ahora más detalladamente los pasos fundamentales por los que ha de trascurrir un
montaje escénico. La primera dificultad puede ocurrir porque, tras un estudio del tex-
to, el director encuentre varias interpretaciones posibles. Por ejemplo, mi obra Bajar-
se al moro puede interpretarse como: un canto a la inocencia de los marginados y los
perdedores, como la reflexión de que ni en la integración total ni en la marginación
está la solución, que vivir fuera del sistema es un camino sin salida, el problemas de
entrar en la madurez con los conflictos entre emociones y sentimientos, la diferencia
que hay en la vida entre las palabras y las conductas reales... y seguramente muchas
más. Marga Piñero, en su libro La creación teatral en José Luis Alonso de Santos,
dice lo siguiente acerca del tema fundamental de esta obra:
En una obra, la corriente total de objetivos, todas las ideas imaginativas, convergerán
para lograr el superobjetivo del argumento. La unión común debe ser tan fuerte, que hasta
el pormenor más insignificante, si no está relacionado con el superobjetivo, se destacará
como superfluo o equivocado.
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JOSÉ LUIS ALONSO DE SANTOS
Puede ocurrir que hagamos una elección equivocada, muy alejada de la intención
del autor, o que no encontremos en principio el «sentido» último de la obra porque,
a veces, no es fácil desvelar lo que un texto contiene. Durante el periodo de ensayos,
trabajando con los actores, descubriremos nuevas claves que nos ayudarán a enten-
der ese sentido. Suele ser frecuente que el espectador, al salir de un espectáculo se
haga la pregunta: ¿y para qué se ha montado esta obra? Tratándose muchas veces de
un buen texto, la falta de una lectura determinada por el director puede hacer nau-
fragar la idea central que contenía. Una elección superficial, confusa o «en general»,
provocará un resultado esquemático y poco interesante.
Imaginemos que ya tenemos una idea clara de la obra a dirigir, y con esa idea ele-
gimos al equipo artístico que va a trabajar con nosotros (iluminador, escenógrafo, di-
señador de vestuario y sonido, y reparto de los actores en coordinación con el equipo
de producción del espectáculo). Hacemos después planos de distribución de espacio,
elegimos la música, anotamos el movimiento exacto de los actores, ponemos al lado
de cada frase la intención que debe tener el actor al interpretarla, y nos presentamos
al primer ensayo dispuestos a dar indicaciones concretas para que se haga «exacta-
mente» lo que tenemos decidido. Veamos lo que nos dice al respecto el gran teórico
y director de escena Peter Brook, en su libro El espacio vacío:
El director que llega al primer ensayo con su texto lleno de acotaciones sobre movimien-
tos y otras cuestiones escénicas, es, desde el punto de vista teatral, hombre perdido.
Una afirmación un tanto exagerada la de Brook, pero que nos pone en guardia
contra una excesiva rigidez del director con sus ideas previas sobre la dirección de
la obra que, lógicamente, ha de tenerlas, pero que ha de cuestionar y modificar en el
proceso de ensayos.
Es adecuado saber mucho de la obra y llegar con muchas ideas a los ensayos, pero
hay que tener en cuenta que vamos a trabajar con seres humanos, no con autómatas,
personas que van a aportar a los personajes un físico, un temperamento, su propia
vida y su propia creatividad, y ello dentro de la complejidad y fantasía que requiere
un trabajo artístico. Lo que los actores encuentren en su proceso orgánico y crea-
dor, ayudados por el estímulo del director, es a veces más válido que cualquier idea
preconcebida que queramos imponer. Lo mismo ocurrirá con los demás elementos
escénicos. Si, por ejemplo, llevamos una idea previa de la música que queramos usar,
debemos estar abiertos a que la dinámica de los ensayos nos sugiera otras posibles
ideas.
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La puesta en escena en el teatro contemporáneo
Un gran director, nos dice Jacques Copeau, no es el que hace valer una concep-
ción que le es propia, ni el que despliega la seducción de su virtuosismo, sino el que
saca lo mejor de los que le rodean:
Es como un director de orquesta que saca lo mejor de todos los que le rodean, que des-
ciende al fondo de la música y sale de nuevo a la superficie con todos sus secretos. Es el
que subordina todos los medios de su arte y todos los recursos de su oficio a la correcta
expresión de los valores. El que nos hace comprender todo y no añade nada. El maestro
cuya originalidad consiste en comulgar con el original.
En cuanto a los actores hay que contar con la dificultad de encontrar el reparto
ideal, por muchos factores que, a veces, van más allá de una mera decisión artística:
las equivocaciones en el reparto suelen ser habituales y no deben suponer una obse-
sión para el director ya que el teatro siempre es el arte de lo posible, aunque hay algu-
nos aspectos que conviene tener en cuenta. La cuestión del «tipo» es una permanente
discusión en el mundo del teatro que sigue en la actualidad. Por razones prácticas,
en principio nos inclinamos a distribuir los papeles atendiendo (al menos en parte)
al físico de nuestros actores, entendiendo esta palabra –«físico»– en un sentido am-
plio ya que un buen director busca más a un buen actor que un físico concreto. Por
ejemplo, un actor con buena presencia será, en principio, más indicado para hacer el
personaje de «Alberto», en mi obra Bajarse al moro, dado el contraste que debe tener
con el otro personaje paralelo, «Jaimito»; una actriz joven y guapa va a estar mucho
más cerca del personaje de «Soledad» que de «Flora» en la obra de Carlos Arniches
La señorita de Trevélez; y han de ser jóvenes, y con encanto y vitalidad, los actores
que encarnen Romeo y Julieta. Es decir, si hacemos un reparto de anti-tipos (salvo
que tenga algún sentido irónico en una determinada puesta en escena) podemos tener
problemas de credibilidad. Pero tampoco debemos dejarnos llevar por tópicos y este-
reotipos porque, a veces, el tipo está más dentro del actor que fuera. He visto actores
que, en principio, no tenían las condiciones físicas adecuadas para el papel de Don
Juan, pero que luego su fuerza, energía y calidad hacían olvidar a los pocos segundos
esos acentos físicos (dentro de unos límites, naturalmente).
Hay mucho de intuición y de gustos personales del director en la confección de
un reparto. Un timbre de voz, una forma de reír o determinados gestos de un actor,
pueden resultarnos reveladores de una característica que creemos fundamental en
un personaje. Y, como es lógico, el director trabajará mejor con actores que conoce
y valora, o con los que tiene cierta afinidad formativa. Siempre es difícil, y a veces
imposible, explicar a los actores las causas de las elecciones del director, porque
nunca debe emplear términos como «mejor actor» o «peor actor», sino «el más ade-
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cuado para el papel». Esta delicadeza será necesaria sobre todo para con los actores
que han de interpretar papeles pequeños en una obra. No hay papel pequeño, sino
pequeño actor, nos dice el profesor William Layton en su libro ¿Por qué? Trampolín
del actor.
El director explicará al resto del equipo su idea básica del texto, su «lectura» del
mismo, y la puesta en escena que propone. Max Reinhardt dice lo siguiente acerca
de la primera lectura del texto al comienzo se los ensayos:
Viene el ensayo de lectura. No se revela ningún detalle, sólo aquellos que ya se conocen
con precisión. Pero se despiertan sus ganas. La cuestión cardinal: tienen que estar alegres,
felices, seguros, tienen que creer en sí y en sus papeles. Algunos ríen, lloran fuera de sus
papeles. Uno los espía, los pesca, los atrapa. Así tienen que gritar, callar o enfurecerse en
esta escena y en aquélla, tal como lo han hecho, tal como se han quejado con su papel.
Uno atrapa entonaciones, movimientos, espía.
Las lecturas en los primeros días de ensayo nos van a permitir escuchar el con-
junto de voces: los contrastes, los ritmos, los timbres, los primeros enfrentamientos
entre los personajes, buscar intenciones y subtextos, etc., y empezarán a aparecer
algunos problemas que el director tendrá que resolver con determinados papeles. Es
conveniente que los actores aprendan el texto lo más rápidamente posible (saberse
bien su texto les dará confianza y hará avanzar los ensayos positivamente), y han de
hacerlo de forma neutra y sin entonaciones, para no anticipar de forma falsa el pro-
ceso creativo dando resultados tópicos a base de tonos elementales.
Algunos directores prefieren aclarar lo más posible los conflictos y las intencio-
nes del texto antes de subir al escenario; otros hacen esta parte más corta porque
opinan que en el escenario se aclararán mejor las situaciones. En cualquier caso
algunas sesiones de mesa son imprescindibles en el proceso de ensayos como primer
enfrentamiento con los materiales dramáticos.
El director aprovecha esta primera etapa para que los actores vayan haciendo su-
yas las palabras del texto, el sentido de las frases, y entendiendo el desarrollo dramá-
tico de su personaje. Cada dato nuevo que descubramos (una relación entre persona-
jes, un estado de ánimo, un conflicto, etc.) permitirá que los actores vayan llenando
de contenido sus papeles, y los conviertan, finalmente, en seres vivos y orgánicos.
En la siguiente etapa nos centraremos ya en las escenas, o bloques, por separado.
En este momento a los actores les empezará a pesar la responsabilidad de tener que
dar resultados, estarán tensos y se juzgarán. El director nunca debe pedir esos resul-
tados directamente, ya que entonces el actor fingirá clichés o estereotipos. Se trata
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Llamamos intención a la fuerza que conduce una frase. Su «para qué». ¿Qué quiero des-
pertar en la otra persona con mi frase? ¿Qué quiero conseguir con ella? ¿Qué quiero co-
municar? ¿Qué quiero esconder? Etc. Una mínima frase puede tener mil maneras distintas
y válidas de decirse. Elegir el cómo decir una frase es el resultado de un largo proceso
y depende al cien por cien de qué dices, por qué lo dices, a quién se lo dices, dónde lo
dices...
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bre todos si no los usan ellos sino otros actores del reparto). Prueban puertas o partes
móviles con desconfianza, y ven que existen dificultades a la organización del espa-
cio creada por su imaginación, dentro y fuera de escena, dados los elementos de su-
jeción, etc. Como les sucede con el vestuario, tienen que mantener un pequeño reto
con las nuevas incorporaciones, un enfrentamiento que, a los pocos días, suele aca-
bar con una reconciliación afectiva. Pero es inevitable que sus primeros ensayos con
la nueva ocupante de la escena (esa «cosa nueva y rara», a sus ojos) serán técnicos,
fuera de situación, y cortando a veces para dar ideas y notas sobre «las dificultades»
nuevas que ahora tienen y que le impiden «estar cómodo». El director debe vivir ese
conflicto y tensión (como tantos otros de los días de ensayo) con paciencia. Tal vez
el paso del tiempo no arregle demasiadas cosas en la vida, pero sí permite ajustes y
amores inesperados en el teatro. Es sorprendente ver como días después «esa» inva-
sora escenografía se convierte en la principal aliada y colaboradora del actor.
B) A partir de que los actores empiezan a moverse y a crear sus papeles sobre
el escenario, el director buscará lo externo, es decir, las tipologías, signos, com-
portamientos, las relaciones entre los personajes, movimientos escénicos, etc. Cada
personaje ha de tener una forma peculiar y única de manifestarse que lo separe del
resto. El director irá viendo la evolución de los personajes en el tiempo de la trama,
y cómo se desarrolla ésta en función de los demás personajes.
Es importante cuidar la cuestión del ritmo. En principio los actores necesitan
mucho tiempo para todo, y hacen pausas constantes antes de responder, pensando las
frases e intenciones, etc., (pausas internas en sus parlamentos y antes de contestar a
otros personajes). Después es preciso precipitar esas contestaciones y eliminar todas
las pausas que no estén justificadas (son mejores las pausas internas, dentro del pro-
pio parlamento, que entre frase y frase de actor, que retardan el ritmo). Los actores se
resistirán (es más difícil conducir un coche a l50 km/hora que a 40), y suele ser otra
línea de tensión con el director, que pide ritmo y urgencia. Tampoco hay que «tirar»
el texto por correr. Finalmente el montaje encontrará su ritmo, su tempo propio, en el
que los actores responderán, normalmente, «pisando el pie» de la frase del personaje
anterior, y todo fluirá con la fuerza, y continuidad, del torrente de un caudaloso río
que camina con fuerza y decisión hacia el mar.
Otra cuestión a tener en consideración en esta etapa es la del «foco» en cada
momento del espectáculo. En el cine se centra la atención del espectador por medio
de primeros planos. En teatro hay que concentrar la atención en el personaje que
lleva el «foco» escénico en cada momento, si no la acción se dispersa y se pierde.
Esa concentración en un punto, en un actor, en un plano de la escena, se consigue
concentrado la atención en ese lugar o persona de los demás personajes que están en
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D) En los últimos días antes del estreno hay que recordar que la meta final de una
puesta en escena es una creación artística en un clima comunicativo y de diversión,
ya que la obra, por encima de cualquier otra consideración, trata de ser una fiesta
lúdica para los sentidos, tanto para los que la realizan como para los que la contem-
plan. Todos los que intervengan en el proceso han de divertirse (y no vivirlo como
un martirio o un sufrimiento), y ese disfrute de un acto artístico ha de pasar al espec-
tador, para que participe así del regocijo que esconde la obra de teatro (al margen de
su género y estilo).
Cuando el director tiene el montaje terminado, los actores están seguros en sus
papeles, los elementos escenográficos incorporados e integrados por los actores y
funcionan sin problemas, y hay un «molde» cerrado de cada uno de los minutos del
desarrollo temporal de la obra, hemos llegado a los ensayos generales. El trabajo ya
está hecho y debe ser asumido y defendido por todo el equipo. Sería un grave error
tratar de corregir en los últimos días el planteamiento de la representación o alguna
parte: los actores y técnicos no tendrían tiempo de asimilar cambios tan bruscos. En
los últimos días no se debe cambiar nada (aunque apetezca cambiarlo todo), ya que
es sumamente importante la seguridad ante el estreno. Cuando está todo terminado
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hay que iluminar el espectáculo, tarea en la que se emplea entre uno y cinco días,
pues es un proceso complejo, lento y meticuloso. Es importante señalar a los direc-
tores sin experiencia, o jóvenes que comiencen en este trabajo, que llegar con tiempo
suficiente a esta etapa final del montaje es imprescindible para un resultado artístico
positivo y para no llegar atenazados por la angustia. Cuando la escenografía o el ves-
tuario llegan el día anterior del estreno, o se preparan las luces en el último momento
con los actores nerviosos o angustiados por la falta de tiempo, o se hacen cambios
de última hora fruto de los nervios, domina la sensación de esperar a la suerte del
milagro de «luego todo sale», que, además de ser falso, va en contra de la dignidad,
rigor y seriedad que el arte teatral necesita.
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Algunos de los creadores teatrales trabajan en unas líneas más naturalistas y fi-
gurativas, cercanas (aparentemente) a la vida real, o al teatro que ha llegado hasta
nosotros por la tradición. Otros, más cerca de la abstracción o el simbolismo, recrean
espacios o los sugieren, e intentan ser creadores dentro de elementos comunicativos
y expresivos actuales, y buscan trasladar al espectador una determinada estética de
ruptura con el pasado a partir de su montaje.
De los teatros griegos o romanos a los modernos espacios con escenario móvil y
regulados por ordenador, de los telones pintados y figurativos del teatro a la italiana
a los vacíos y neutros lugares abiertos para la acción dramática regulados por la luz,
del teatro naturalista a los performances, el director ha de armonizar al grupo de
creadores que coordina para que utilicen todos sus recursos técnicos y plásticos (es-
pacio, luz, color, ritmo, sonido, música, imágenes plásticas, elementos escénicos…),
en función de la idea central de la obra, el fin del espectáculo y la línea poética comu-
nicativa en que se va a insertar. Y recordando siempre que todo ello ha de ser en con-
junción con la parte más importante de una puesta en escena de teatro: los actores.
Un conjunto de decisiones marcará, pues, nuestro trabajo real al realizar una
puesta en escena, al margen de nuestras buenas intenciones (que, lógicamente tienen
siempre todos los directores). Mi experiencia en el campo de la dirección me ha en-
señado que si no partimos, por ejemplo, de un espacio escénico adecuado al montaje
que deseamos hacer, todos nuestros esfuerzos posteriores serán inútiles. Lo mismo
puede suceder si hacemos una elección poco afortunada de los actores, la música y
el espacio sonoro o la iluminación. Y si intentamos hacer algo sin la preparación y
el rigor que el trabajo artístico requiere, o si pretendemos llegar estéticamente a un
puerto imposible para las condiciones de nuestro barco.
Bibliografía citada
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