Siete Ratones Ciegos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

Siete ratones ciegos

Un día, siete ratones ciegos encontraron un ALGO MUY RARO cerca de su laguna. En
realidad era un elefante, pero ellos no lo sabían. ¿Qué es esto? Gritaron Y corrieron a
su casa El primero en salir a investigar fue ratón rojo, que llegó junto al elefante, chocó
contra su pata y dijo: Ya veo, esto es una columna. Pero nadie creyó al ratón rojo. El
segundo en salir fue el ratón verde que salió y se topó con la trompa, la palpó y gritó: Dios,
dios mío, esto es una serpiente. pero los demás no estaban de acuerdo, así que tampoco
creyeron al ratón verde y salió a explorar el tercer ratón, el ratón el amarillo. Y el ratón
amarillo salió estiró su hocico, llegó hasta el colmillo liso y redondo del elefante.

Lo palpó por un lado, Lo palpó con sumo cuidado por el otro porque era puntiagudo y
pinchaba y dijo: Esto es una lanza.

Pero los otros ratoncitos dijeron: Ni hablar y salió a indagar el ratoncito violeta. Siempre
caminaba así, con el hocico muy hacia arriba Llegó hasta lo alto de la cabeza y se paró en
seco porque a poco se despeña, por lo que determinó que aquello era un acantilado.

El quinto ratoncito en salir fue el ratoncito naranja que siempre había leído muchos libros
y casualmente tocó la oreja y exclamó: Esto se mueve y da aire, así que aún el más ciego
de los ratones se daría cuenta de que es un abanico.

El sexto ratoncito fue el ratón azul llegó hasta el Algo y se encontró con la cola. La palpó
con detenimiento, estudió sus oscilaciones y, sin mucha convicción, dijo: Rara, esto es una
cosa rara. Tiene que ser una cuerda.

Los 6 ratones ciegos no paraban de discutir: Es una columna. Que no. Que te he dicho que
es una serpiente. A ver, déjame, déjame, eso es una lanza. ¿Una lanza? Dios mío, una
lanza. Eso es un acantilado. ¿Un acantilado? Más bien será un abanico. No tenéis ni
idea. Yo lo tengo clarísimo. Eso es una cuerda. El séptimo ratoncito les estaba escuchando
y decidió que él, por ser un ratón blanco, era el más sabio, llegó hasta ese Algo muy grande
y muy Raro, y el ratoncito blanco subió por un lado y bajó por el otro.

Trepó hasta la cima recorrió el Algo muy Raro de punta a cabo. Ahhhh…dijo el ratón
blanco, ahora comprendo. Este Algo Muy Raro es firme como una columna, flexible como
una serpiente, puntiagudo como una lanza, alto y ancho como un acantilado, da aire como
un abanico y se mueve como una cuerda… pero todo junto, el Algo Muy Raro es Y todo los
ratoncitos se quedaron ahí ¿Qué es? ¿Qué es? Dinos qué es. Y el ratón blanco dijo: Es
un elefante. Y cuando los otros ratones subieron y bajaron por el Algo Muy Raro y lo
recorrieron entero estuvieron todos de acuerdo que aquello era un elefante, ahora ellos
también lo veían así, veían el elefante.
Mi papa está muy ocupado

El papá de Alberto era un hombre importantísimo y muy ocupado que trabajaba tantas
horas, que a menudo debía trabajar los fines de semana. Un domingo Albertó se despertó
antes de tiempo, y al escuchar que su papá abría la puerta de la calle para salir hacia la
oficina, corrió a preguntarle:

- ¿Por qué tienes que ir hoy a trabajar, papi? Podríamos jugar juntos...
- No puedo. Tengo unos asuntos muy importantes que resolver.
- ¿Y por qué son tan importantes, papi?
- Pues porque si salen bien, serán un gran negocio para la empresa.
- ¿Y por qué serán un gran negocio?
- Pues porque la empresa ganará mucho dinero, y a mí es posible que me asciendan.
- ¿Y por qué quieres que te asciendan?
- Pues para tener un trabajo mejor y ganar más dinero.
- ¡Qué bien! Y cuando tengas un trabajo mejor, ¿podrás jugar más conmigo?

El papá de Alberto quedó pensativo, así que el niño siguió con sus preguntas.

- ¿Y por qué necesitas ganar más dinero?


Pues para poder tener una casa mejor y más grande, y para que tú puedas tener más cosas.
- ¿Y para qué queremos tener una casa más grande? ¿Para guardar todas esas cosas nuevas?
- No hijo, porque con una casa más grande estaremos más a gusto y podremos hacer más cosas.

Alberto dudó un momento y sonrió.

- ¿Podremos hacer más cosas juntos? ¡Estupendo! Entonces vete rápido. Yo esperaré los años que
haga falta hasta que tengamos una casa más grande.

Al oír eso, el papá de Alberto cerró la puerta sin salir. Alberto crecía muy rápido, y su papá sabía
que no le esperaría tanto. Así que se quitó la chaqueta, dejó el ordenador y la agenda, y mientras
se sentaba a jugar con un Alberto tan sorprendido como encantado, dijo:
Creo que el ascenso y la casa nueva podrán esperar algunos años.
Los dos vecinos

Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo
al pasar por delante de la puerta de la casa de su vecino, sin darse cuenta se
le cayó un papel importante. Su vecino, que miraba por la ventana en ese
momento, vio caer el papel, y pensó:
- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta,
disimulando descaradamente!
Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su
papelera junto a la puerta del primer vecino. Este estaba mirando por la
ventana en ese momento y cuando recogió los papeles encontró aquel papel
tan importante que había perdido y que le había supuesto un problemón
aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su vecino no sólo se lo había
robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa. Pero no
quiso decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó a una
granja para hacer un pedido de diez cerdos y cien patos, y pidió que los
llevaran a la dirección de su vecino, que al día siguiente tuvo un buen problema
para tratar de librarse de los animales y sus malos olores. Pero éste, como
estaba seguro de que aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de
los cerdos comenzó a planear su venganza.
Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más
exageradamente, y de aquel simple papelito en la puerta llegaron a llamar a
una banda de música, o una sirena de bomberos, a estrellar un camión contra
la tapia, lanzar una lluvia de piedras contra los cristales, disparar un cañón del
ejército y finalmente, una bomba-terremoto que derrumbó las casas de los
dos vecinos...
Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada
compartiendo habitación. Al principio no se dirigían la palabra, pero un día,
cansados del silencio, comenzaron a hablar; con el tiempo, se fueron haciendo
amigos hasta que finalmente, un día se atrevieron a hablar del incidente del
papel. Entonces se dieron cuenta de que todo había sido una coincidencia, y de
que si la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de juzgar las malas
intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que todo había ocurrido
por casualidad, y ahora los dos tendrían su casa en pie...
Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos, lo que
les fue de gran ayuda para recuperarse de sus heridas y reconstruir sus
maltrechas casas.
EL EXAMEN FINAL: CUENTO DE
COMUNICACIÓN
Al llegar a su casa, Azucena le platicó a su mamá sobre la investigación que debían hacer. Le
dijo que habían surgido algunos problemas entre los miembros del equipo y que aún no
habían podido comenzar a trabajar. “¿Qué clase de problemas?”, preguntó ella mientras
ambas cenaban unos ricos tamales. Azucena le contó que todo había comenzado bien. El
primer día sus compañeros estaban entusiasmados, todos que rían participar, pero ahora
solamente ella y Jorge parecían tener ganas de seguir con el proyecto. Tito y Marta ni siquiera
habían querido reunirse con ellos a la salida de la escuela. “Quizá tenían algo importante que
hacer”, sugirió su madre. Azucena respondió que si de veras estaban interesados en la
investigación se hubieran quedado aunque sea un rato. Por consejo de su mamá, Azucena
decidió tomar el mando. “¿Qué es lo primero que debo hacer”, le preguntó a su madre. Ella
respondió que la palabra clave era “organización”. En lugar de esperar a que todos se pongan
de acuerdo, haz un plan y comunícaselos. Trata de que todos participen; todos deben
desempeñar una tarea. “¿Y si no me hacen caso?”, preguntó la niña. La mamá respondió: “Tú
me dijiste que Jorge está dispuesto a colaborar. Sólo tienes que hablar con Tito y con Marta
para convencerlos. Comunícales tus ideas y pregúntales qué proponen ellos. No se trata de
darles órdenes, sino de invitarlos a colaborar.”
Azucena pasó el resto de la tarde leyendo el libro sobre la época prehistórica que le había
prestado Jorge. Tras revisar todos los capítulos y admirar las ilustraciones, decidió que la
investigación podría ser sobre el trabajo que realizan los paleontólogos; es decir, las
personas que estudian los dientes, huesos y demás restos fosilizados de los seres que
vivieron hace millones de años. Se enteró de que, además de analizar los esqueletos de los
animales, los paleontólogos estudian otros rastros. Por ejemplo las pisadas revelan si el
animal caminaba en cuatro patas o en dos y si vivía solo o en grupo. Toda esta información le
pareció muy interesante y, poco a poco, comenzó a elaborar en su cabeza un plan de trabajo.
Estaba ansiosa por comunicárselo a sus compañeros.
Al día siguiente, otra vez durante la hora del recreo, Los zombis volvieron a reunirse. Azucena
no pudo evitar reclamarle a Marta y a Tito no haberse quedado después de clases. Lo hizo de
manera educada, pero dejando bien claro que no le parecía bien lo que habían hecho. Les dijo
también que, para facilitar las cosas, habría hecho un plan de trabajo y esperaba que a todos
les pareciera bien. Azucena les explicó que el tema de los dinosaurios era muy amplio y, por
ese motivo, era mejor hacer el trabajo sobre algo más específico. Dijo que un buen tema era
la paleontología. Como ninguno de sus compañeros sabía qué significaba esa palabra, ella se
las explicó. Pese al miedo que le daba tomar la palabra frente a más de dos personas,
Azucena se armó de valor les contó en qué consistía este oficio. Y, en realidad, no lo hizo tan
mal, pues logró interesar a sus amigos. Es verdad. Pero antes de tener un plan hay que tener
un objetivo. “¿Entonces vamos a hacer el trabajo sobre las personas que desentierran
dinosaurios?”, preguntó Tito. “No sólo los desentierran –aclaró Azucena–, también
los estudian y los clasifican. Y es gracias a estos científicos que sabemos cómo era la
prehistoria. Es un trabajo muy emocionante. ¡Imagínate que estás excavando y de pronto
desentierras los huesos fosilizados de un Tiranosaurio!” Todos estuvieron de acuerdo en que
era un buen tema. Jorge sugirió que su trabajo se titulara “Cazadores de dinosaurios” y a
todos les pareció una idea excelente. Entonces Marta tomó la palabra: “Yo propongo que
Azucena sea la nueva capitana del equipo. Creo que hará un buen trabajo y no me molesta
cederle mi puesto. ¿Qué opinan?” Jorge y Tito estuvieron de acuerdo. Azucena no esperaba
que la nombraran capitana. Se sintió tan halagada que aceptó.
“Propongo que dividamos el trabajo”, propuso Azucena y agregó: “Cada quien puede
investigar una parte del tema. Pueden buscar en libros e internet. También en enciclopedias.
Tito levanto la mano para preguntar qué era una enciclopedia. La palabra le sonaba, porque
se la había escuchado decir a la maestra, pero ignoraba su significado. A Azucena le pareció
muy raro que su compañero no supiera lo que era una enciclopedia; pensaba que toda la
gente lo sabía. “Pues es un libro grande... o más bien varios libros que están juntos y en los
cuales puedes encontrar información sobre casi cualquier cosa. Es como un diccionario, pero
en varios volúmenes. Como Tito seguía sin entender, Marta propuso ir a la biblioteca de la
escuela. Allí le mostrarían a Tito cómo eran las enciclopedias. “Nunca he ido a biblioteca de la
escuela”, confesó Tito, lo cual hizo que Azucena volviera a sorprenderse.
Los cuatro amigos entraron en la biblioteca. Les habían dicho que una de las reglas del lugar
era que no se podía hablar en voz alta. Pero allí, muchos de los estudiantes platicaban casi a
gritos y se reían a carcajadas, mientras se comían su lunch. Ello a pesar de que la
bibliotecaria, la señorita Gómez, les pedía silencio a cada rato. Cuando llegaron a la sección
donde estaban las obras de consulta, Azucena, Marta y Jorge le mostraron a Tito una
enciclopedia de 15 tomos. “¡Guau! Son muchísimos libros. Tardaremos como cien años en
leerlos todos”, exclamó Tito. Azucena le aclaró que las enciclopedias son para consultarse, no
para leerse de corrido (a menos que uno quiera). También le dijo que eran como los
diccionarios: uno saca sólo el tomo en el que está la palabra o el concepto que está buscando.
Para demostrarle al su compañero cómo se hace una consulta y de paso avanzar en la
investigación, tomaron el volumen marcado con la letra P y buscaron la palabra
“Paleontología”. Esto fue parte de lo que hallaron: Paleontología. Del griego palaios, que
quiere decir “antiguo”, y onto, que significa “ser”. Ciencia que forma parte de las ciencias
naturales y que se encarga de estudiar a los seres orgánicos desaparecidos, a través del
análisis de sus restos fósiles. A continuación seguía una explicación más larga sobre el tema
que los chicos ya no tuvieron oportunidad de leer porque en ese momento sonó el timbre que
anunciaba el fin del recreo.
El extraño profe que no quería a sus alumnos

Había una vez un ladrón malvado que, huyendo de la policía, llegó a un pequeño
pueblo llamado Sodavlamaruc, donde escondió lo robado y se hizo pasar por el
nuevo maestro y comenzó a dar clases con el nombre de Don Pepo.
Como era un tipo malvado, gritaba muchísimo y siempre estaba de mal humor. Castigaba a
los niños constantemente y se notaba que no los quería ni un poquito. Al terminar las
clases, sus alumnos salían siempre corriendo. Hasta que un día Pablito, uno
de los más pequeños, en lugar de salir se le quedó mirando en silencio. Entonces
acercó una silla y se puso en pie sobre ella. El maestro se acercó para
gritarle pero, en cuanto lo tuvo a tiro, Pablito saltó a su cuello y le dio un gran abrazo.
Luego le dio un beso y huyó corriendo, sin que al malvado le diera tiempo a recuperarse
de la sorpresa.
A partir de aquel día, Pablito aprovechaba cualquier despiste para
darle un abrazo por sorpresa y salir corriendo antes de que le
pudiera pillar. Al principio el malvado maestro se molestaba mucho, pero luego
empezó a parecerle gracioso. Y un día que pudo atraparlo, le preguntó por qué lo hacía:
- Creo que usted es tan malo porque nunca le han querido. Y yo voy
a quererle para que se cure, aunque no le guste.
El maestro hizo como que se enfadaba, pero en el fondo le gustaba que el niño le quisiera
tanto. Cada vez se dejaba abrazar más fácilmente y se le notaba menos gruñón. Hasta que
un día, al ver que uno de los niños llevaba varios días muy triste y
desanimado, decidió alegrarle el día dándole él mismo un fuerte abrazo.
En ese momento todos en la escuela comenzaron a aplaudir y a gritar
- ¡Don Pepo se ha hecho bueno! ¡Ya quiere a los niños!
Y todos le abrazaban y lo celebraban. Don Pepo estaba tan sorprendido
como contento.
- ¿Le gustaría quedarse con nosotros y darnos clase siempre?
Don Pepo respondió que sí, aunque sabía que cuando lo encontraran
tendría que volver a huir. Pero entonces aparecieron varios policías, y junto a
ellos Pablito llevando las cosas robadas de Don Pepo.
- No se asuste, Don Pepo. Ya sabemos que se arrepiente de lo que hizo y
que va a devolver todo esto. Puede quedarse aquí dando clase, porque, ahora
que ya quiere a los niños, sabemos que está curado.
Don Pepo no podía creérselo. Todos en el pueblo sabían desde el principio que
era un ladrón y habían estado intentado ayudarle a hacerse bueno. Así que decidió
quedarse allí a vivir, para ayudar a otros a darle la vuelta a sus vidas malvadas, como
habían hecho con la suya. Y así, dándole la vuelta, entendió por fin el rarísimo
nombre de aquel pueblo tan especial, y pensó que estaba muy bien puesto.

También podría gustarte