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Estrena su pri-
mera obra dramática, La espera, en la Universidad de Puerto Rico en
1958. Ese mismo año viaja a Nueva York a proseguir, mediante una
beca, estudios de dramaturgia y cuentística en la Universidad de Colum
bia. Después, en la Universidad Complutense de Madrid, obtiene su
doctorado en 1976.
Es autor del libro de cuentos En cuerpo de camisa, de las novelas
La guaracha del Macho Camacho y La importancia de llamarse Daniel
Santos, de los libros de ensayo La guagua aérea y No llores por noso
tros, Puerto Rico.
Ha estrenado unas doce obras teatrales, entre las cuales destacan La
pasión según Antígona Pérez, La hiel nuestra de cada día y Quíntuples.
Sus artículos periodísticos aparecen con frecuencia en los principales
periódicos de habla española.
Fue galardonado con la beca de la Fundación Guggenheim en
1979, que aprovechó para residir en Río de Janeiro, y en 1985 con la
Academia de Artes y Ciencias de Berlín, en donde residió por un tiem-
po. En 1991 la Universidad de la Ciudad de Nueva York lo invitó a
ocupar la Cátedra de Profesor Distinguido. La Fundación Puertorriqueña
de las Humanidades lo seleccionó Humanista del Año en 1996. Tres
años más tarde, por invitación de Carlos Fuentes y Gabriel García
Márquez, ocupa la Cátedra Julio Cortázar, con sede en la Universidad
de Guadalajara, en México.
Su obra literaria ha sido traducida a idiomas como el inglés, francés,
portugués, alemán, holandés, griego y rumano.
A Mariano Feliciano
A las siete el dindón. Las tres beatísimas, con unos cuantos peca-
dos a cuestas, marcharon a la iglesia a rezongar el ave nocturnal.
Iban de prisita, todavía el séptimo dindón agobiando, con la sana
esperanza de acabar de prisita el rosario para regresar al beaterío
y echar, ¡ya libres de pecados!, el ojo por las rendijas y saber
quién alquilaba esa noche el colchón de la Gurdelia. ¡La Gurdelia
Grifitos nombrada! ¡La vergüenza de los vergonzosos, el pecado
del pueblo todo!
Gurdelia Grifitos, el escote y el ombligo de manos, al oír el
séptimo dindón, se paró detrás del antepecho con su lindo abanico
de nácar, tris-tras-tris-tras, y empezó a anunciar la mercancía. En
el pueblo el negocio era breve. Uno que otro majadero cosechando
los treinta, algún viejo verdérrimo o un tipitejo quinceañero debu-
tante. Total, ocho o diez pesos por semana que, sacando los tres del
cuarto, los dos de la friambrera y los dos para polvos, meivelines
y lipstis, se venían a quedar en la dichosa porquería que sepultaba
en una alcancía hambrienta.
Gurdelia no era hermosa. Una murallita de dientes le combi-
naba con los ojos saltones y asustados que tenía, ¡menos mal!, en
el sitio en que todos tenemos los ojos. Su nariguda nariz era suma
de muchas narices que podían ser suyas o prestadas. Pero lo que
6 / Sólo cuento IV
8 / Sólo cuento IV