Carta Sobre La Tristeza

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Carta sobre la tristeza

Carta de Rainer María Rilke a su amigo Franz Kappus el 12 de Agosto de 1904

Querido señor Kappus, Quiero conversar con usted de nuevo aunque no le pueda decir casi
nada que le ayude. Usted me ha dicho que ha tenido grandes tristezas y hasta dice que ha
sido difícil y perturbador. Pero por favor, verifica si esas grandes tristezas atravesaron lo
íntimo de tu ser, si algo en ti se transformó, si algún punto de tu ser se transformó debido a
tu tristeza. Sólo son malas y peligrosas las tristezas que llevamos en medio de las personas
para dominarlas; como enfermedades que son tratadas de modo superficial y liviano, ellas
reculan por poco tiempo, pero luego irrumpen mucho más terribles. Esas tristezas se
acumulan dentro de nuestro ser y constituyen la vida, constituyen una vida no vivida,
desdeñada, perdida, una vida que se muere. Si nos fuese posible ver más allá del alcance de
nuestro saber y más allá de nuestros sentimientos, tal vez podríamos soportar con más
confianza nuestras tristezas que nuestras alegrías. Pues ellas son momentos en que algo
nuevo penetró en nosotros, algo desconocido; nuestros sentimientos se callan con timidez,
todo en nosotros recula, surge una quietud, y lo nuevo, que nadie conoce, es encontrado ahí,
en silencio.

Creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión, sentimos como una
parálisis porque en nuestra vida no escuchamos el eco de nuestros sentimientos que se
tornan extraños a nosotros. Es como estar frente a un extraño que entró en nuestra casa,
pues todo lo que nos era habitual y confiable se nos es retirado por un instante, porque
estamos en medio de una transición, en un punto en el cual no podemos permanecer. Es por
eso que la tristeza también pasa: lo nuevo en nosotros entró en nuestro corazón y encontró
su rincón más íntimo, y al mismo tiempo ya no está ahí. Y no nos damos cuenta de lo que
está sucediendo. Sería fácil creer que nada paso, sin embargo nos transformamos, como una
casa se transforma cuando llega un invitado. No somos capaces de saber quién llegó, tal vez
nunca lo llegaremos a saber, pero varias señales indican que el futuro entra en nosotros de
esa manera. Para convertirnos en nosotros mucho antes de que suceda. Por eso es
importante estar solo y atento cuando se está triste: porque el instante aparentemente
parado, sin ningún acontecimiento, en el cual nuestro futuro entra en nosotros, está mucho
más cerca de la vida que ese otro punto, ruidoso y accidental, en que él acontece como
viniendo de afuera. Cuanto más tranquilos, pacientes y receptivos somos cuando estamos
tristes, más profundo y más firme es el modo en que lo nuevo entra en nosotros, con más
fuerza lo nuevo se convierte nuestro destino. Por lo tanto, cuando en un día lejano lo nuevo
"suceda", estaremos íntimamente familiarizados con él y nos sentiremos cercanos. Es
necesario que ocurra así. Es necesario, -y de esa manera se da poco poco nuestra evolución-
que no experimentemos nada extraño, sino apenas aquello que nos pertenece desde hace
mucho tiempo. Ya fue necesario modificar tantos conceptos relativos al movimiento,
gradualmente, también se aprenderá que aquello a lo que los hombres llamamos destino
también viene de dentro, no se trata de algo que entra en nosotros desde fuera. Muchos
destinos no fueron acogidos por los hombres solo porque ellos no fueron entendidos como
algo que venía de los propios hombres. El acontecimiento aparecía como algo tan extraño
que los hombres, en su espanto confuso, creían que él había surgido en ellos justo en ese
momento, pues juraban nunca haber visto dentro de sí mismos nada parecido. Así como
durante mucho tiempo los hombres se equivocaban con respecto al movimiento del sol,
asimismo se equivocan con respecto al movimiento del porvenir. El futuro permanece
firme, querido señor Kappus, y nosotros nos movemos en un espacio infinito.

¿Cómo es que esto no sería difícil para nosotros?

Regresando al tema de la soledad, puedes estar seguro de que, en el fondo, ella no es nada
que se pueda elegir o abandonar. Somos solitarios, aunque sea posible engañarse al
respecto y argumentar que no lo somos. Lo mejor es percibir que somos solitarios y partir
exactamente de ahí. Seguro sentiremos vértigo, pues todos los puntos en que nuestros ojos
acostumbraban descansar nos son arrebatados, ya no hay nada cerca, y toda distancia es una
distancia infinita. Alguien que es retirado de su cuarto sin preparación y es puesto en una
gran montaña, inevitablemente sentiría algo semejante: una inseguridad sin igual, un
abandono a lo innombrable. Pensaría que está cayendo, siendo arrastrado por los aires o
destrozado en mil pedazos. Su cerebro necesitaría inventar una mentira enorme para captar
y aclarar la situación de sus sentidos. Es así que se modifican, para quien está solitario,
todas las distancia y todas las medidas. Como para el hombre que está en el pico de la
montaña, a quien le surgen imágenes inhabituales y sensaciones extrañas, que parecen
traspasar la medida de lo que se puede soportar. Sin embargo, es necesario que
experimentemos eso. Necesitamos aceptar nuestra existencia en todo su alcance, todo,
también lo inaudito y lo misterioso. En el fondo, esto es lo que único que se nos pide: ser
valientes frente a lo que es más extraño, más maravilloso y más inexplicable entre todo lo
que nos encontramos. El hecho de que los hombres se hayan vuelto cobardes ante lo
misterioso ha originado daños infinitos a la vida; las experiencias que ahora son llamadas
“fenómenos”, todo el supuesto “mundo de los espíritus”, la muerte, todas esas cosas que
antes nos eran tan familiares fueron tan excluidas de la vida a través de una actitud
cotidiana defensiva que los sentidos con que las podíamos comprender se encuentran
atrofiados. Vivimos sin hablar con Dios. Pero el miedo a lo inexplicable no solo
empobreció la experiencia individual, también las relaciones entre los hombres se vieron
limitadas por ese miedo, como si fueran transferidas del lecho de un río de infinitas
posibilidades a una tierra baldía y estéril donde no acontece nada. Pues no es solo la
indolencia la que hace que las relaciones humanas de vivan de manera tan monótona y sin
renovación, es más bien la timidez delante de cualquier experiencia nova, imprevista, para
la cual no nos sentimos lo suficientemente maduros. Por ello, quien está abierto para todo,
quien no excluye nada, ni siquiera lo más enigmático, vivirá la relación con otra persona
como algo vivo e ira hasta el fondo de su propia experiencia.
Si pensamos en la existencia del individuo como un cúmulo de dimensiones mayores o
menores solo llegaremos a comprender una parte de la habitación, un lugar cerca de la
ventana, una banda de la cual se anda de aquí para allá. Sin embargo, es mucho más
humana que esa aburrida seguridad esta incertidumbre llena de peligros, que hace que los
prisioneros de los cuentos de Poe sientan las formas de sus terribles prisiones y no sean
ajenos a los horrores indescriptibles de su permanencia allí. Y sin embargo nosotros no
somos prisioneros. No hay trampas ni emboscadas armadas a nuestro alrededor, nada que
nos deba angustiar o perturbar. Somos lanzados a la vida como el elemento que mejor nos
corresponde, además nos hemos convertido, a través de un proceso de millones de años, en
algo tan semejante a esa vida que, por un mimetismo afortunado, si nos mantuviéramos
quietos, difícilmente nos diferenciaremos de lo que nos rodea. No tenemos motivo para
desconfiar de nuestro mundo, pues él no está en contra de nosotros. Si en él percibimos
terrores, son nuestros terrores, si en él percibimos abismos, esos abismos nos pertenecen, si
en él percibimos peligros, entonces necesitamos aprender a amarlos. Si vivimos nuestra
vida según ese principio que nos aconseja aferrarnos siempre lo que es difícil, lo que ahora
nos parece muy extraño con el tiempo se convertirá en lo que es más familiar y confiable.
¿Cómo podríamos olvidarnos de aquellos antiguos mitos que nacen en los comienzos de
todos los pueblos? Los mitos de dragones que, en el último momento, se transformaron en
princesas; tal vez todos los dragones de nuestra vida sean princesas, que solo esperan
vernos un día valientes y tenaces.

Por lo tanto, mi querido señor Kappus, no hay que asustarse cuando una gran tristeza surge
frente a nosotros. No hay que asustarse cuando una perturbación pasa sobre sus manos y se
extiende por todas sus acciones, como la luz y la sombra de las nubes. Es necesario pensar
que algo sucede en nuestro ser, que la vida no nos olvidó, que ella te tomará de su mano y
no te dejará caer. ¿Por qué pretendemos excluir de la vida cualquier inquietud, cualquier
dolor y cualquier melancolía sin preguntarnos antes qué significan esas circunstancias? Es
mejor preguntarnos de dónde viene todo esto y hacia dónde va. Además, usted bien sabe
que se encuentra en medio de transiciones y que lo más desea es transformarse. Si alguna
de esas transformaciones es dolorosa considera que el dolor es un medio a través del cual el
organismo se libera de cuerpos extraños, por eso es necesario ayudarte en ese dolor, a
asumir toda tu tristeza y dolor por completo, ya que esto forma parte de un proceso natural.
Ahora mismo acontecen muchas cosas en tu ser señor Kappus. Es necesario que tengas
paciencia como un enfermo y confianza como un convaleciente, pues a mi entender usted
es ambas cosas. Pero ten esto en cuenta también: Tú también eres el médico que debe tratar
de sí mismo, y en toda dolencia hay días en que el médico no puede hacer otra cosa que
esperar, esperar pacientemente, es esto lo que más necesitas entender ahora.

No te observes demasiado. No hagas conclusiones demasiado apresuradas sobre lo


que te sucede, simplemente deja que las cosas sucedan; de lo contrario, considerarás con
censuras morales tu pasado, que naturalmente tiene una gran influencia con todo lo que te
enfrentas ahora. De los errores, deseos y nostalgias de tu juventud, lo que actúa ahora en tu
persona no son las cosas que tienes en la memoria y repruebas. Las relaciones de una
infancia solitaria y desamparada son tan difíciles, tan complicadas, sometidas a tantas
influencias, y al mismo tiempo, tan desligas de todas las situaciones reales de la vida, que
cuando surge un vicio no se le debe dar sin más el nombre de vicio. En general, es
necesario tener mucho cuidado con el nombre que le damos a las cosas. Muchas veces es el
nombre de un crimen lo que destruye una vida y no la acción en sí, que tal vez fuese una
necesidad muy determinada de esa vida y pudiese ser acogida sin esfuerzo por ella. El gasto
de energía te parece muy grande porque sobreestimas la victoria, la victoria no es la
grandiosa realización que pretendes conseguir, aunque tienes razón sobre cómo te sientes,
lo grandioso es el hecho de que haya algo puedas poner en lugar de ese engaño, algo
verdadero y real. Sin eso, incluso tu victoria no sería más que una reacción moral, sin un
significado amplio, tornándose una parcela de tu vida. De tu vida, señor Kappus, sobre la
cual pienso haciendo tantos votos. ¿Recuerdas como tu vida aspiraba desde la infancia a la
grandeza? Veo que tu vida ahora necesita aún más grandeza, es por eso que la vida nunca
deja de ser difícil, pero también es por eso que la vida nunca dejará de crecer.

Sí aún puedo agregar algo es lo siguiente: no creas que quien pretende consolarte
vive sin esfuerzo. En medio de mis palabras simples y tranquilas mi vida también trabaja en
medio de grandes tristezas, si no fuese así, nunca habría encontrado estas palabras simples
y tranquilas.

Rainer María Rilke

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