Nanos Valaoritis

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NANOS VALAORITIS

EL MONO PARLANTE
O
PARAMITOLOGIA

traducciones, Román Bermejo

LOS LUCEROS

Este nombre lo había oído antes de oírlo, cuando

era un niño pequeño en brazos de Melpómene. Ella tenía los hombros picudos y las mejillas

simétricas, y tejía la historia de la cólera y de la pureza -instruida por los cuentos que leía-.
Yo era su hijo disparejo y me daba de mamar peripecias y maravillas, casos increíbles o

insospechados, obvios u ocultos. Andando hacia el misterio nos encontramos con uno de los

Luceros. Saltó del caballo y saludó con una profunda reverencia quitándose su sombrero

que era el sol, luego se inclinó y bebió agua de la fuente. Melpómene me dejó bajo un árbol

cerca del caballo y me dijo que me quedara allí hasta que volviera y que fuera bueno. Ella y

el Lucero marcharon tras unos matorrales y se fundieron en uno. Más tarde volvimos a

encontrarnos por el camino un Lucero. Se quitó el sombrero y era la luna; saludó, pero no

descabalgó. Pasó de largo. Melpómene se volvió y se quedó mirándolo suspirando mucho

rato. Me abrazó muy fuerte y me besó con más ternura que antes. Durante el camino de
vuelta había anochecido y según nos acercábamos a nuestra realidad cotidiana, justo en el

umbral, topamos con el tercer Lucero. Este ni saludó ni descabalgó; y su gorra era el astro.

Melpómene se quedó parada y de pronto rompió a llorar. Se pasó llorando desconsolada

una semana entera; y era imposible conseguir que se sentara a contarme algún cuento más.

Los Luceros, como habréis adivinado, eran sus pretendientes. Pero ella en su simplicidad se

imaginaba que estas criaturas corrientes eran seres divinos dotados de propiedades

mágicas. Por lo demás, no tardó en presentarse el resultado. Aumentó el vientre de

Melpómene y un día de invierno, a las siete de la mañana en punto, mientras salía el sol,

parió un chiquitín que brillaba todo e irradiaba en torno a la cabeza un halo dorado.

***

Cuando me hice un poco mayor observé con asombro que la vida no era cuento. A las

caricias de Melpómene las sucedieron los palos de doña Sapiencia. Me negaba a aprender a

leer con más testarudez que la suya en enseñarme todavía. Silabeaba con la cabeza

inclinada sobre el libro y entretanto las palabras tejían en mi cabeza como barquitos de

papel en un estanque. Entonces llegaron y me salvaron la vida los Luceros. Me susurraban

cada palabra que no me sabía. Me daban todas las respuestas. Me solucionaban todos los

problemas. Los palos desaparecieron como por arte de magia. Doña Sapiencia, aturdida,

tragaba saliva sin saber qué hacer. Un día poco faltó para que me pillara. Uno de los luceros

hizo un ruido muy raro al entrar en el cuarto. Sorprendida doña Sapiencia miró todo

alrededor. Por suerte no vio nada. Pero desde entonces, cada vez que teníamos clase,

buscaba con gran atención por toda la habitación, no fuera a estar alguien escondido, y

miraba hasta debajo de los muebles. Un día, mientras estaba tirada en el suelo intentando

ver debajo de un armario, entró mi madre que se pensó que la pobre mujer se había vuelto

loca y la expulsó para que no me pegara su locura. De esta manera me libré del Espantajo
gracias a los Luceros.

***

Finalmente llegó la edad del amor. Y ahí me las vi y me las desee. Era tan tímido y torpe

que de cuantas soñaba ninguna se volvía a mirarme. Permanecí así mucho tiempo

marginado por mis camaradas, más atrevidos, más duros y más hábiles. De las muchachas

más hermosas y vitales me separaba un abismo de dudas que había escavado yo solo entre

nosotros. Pasé años así, desesperado. Hasta que un día me encontré delante del

espectáculo más inesperado, la hija de un Lucero, de aquel del sol por sombrero, que tenía

también ella una estrella alrededor del pelo. Aunque era, como su progenitor, desdeñosa e

indiferente, digna hija de su padre, de repente un valor inimaginable e inexplicable me

empujó a aproximarme, sin conocerla, y a hablarla, con todo lo tímido y miedoso que era, y

nos unimos, nos hicimos novios y nos casamos en las montañas con el sol, la luna y todos

los astros del cielo de testigos. Pero un día los buenos Luceros, que nos dicen siempre la

verdad aunque sea triste, explicaron que había llegado la hora de la separación;y que nos

teníamos que despedir con ternura, amorosa y bondadosamente; porque tales eran los

decretos y los destinos, que estuvieran aquí los hombres y allá los otros seres, los

sobrenaturales, y que se unieran sólo por cuanto tiempo les dejaran lo involuntario y lo

oculto. Con el paso del tiempo cada mañana cuando me levanto, el sol, y cada noche, las

estrellas, cuando se prenden en la vela de la luna, llegan y me recuerdan la amada que

perdí. Y así vence nuestro amor vencido, y queda abolido el tiempo de la separación; y a

pesar del cambio y la andadura del tiempo, lo pasado se vuelve de ahora y lo venidero y lo

recóndito lo iluminan los Luceros.

Atenas, 1961
LAS EXPLICACIONES DEL MAESTRO

a André Breton

Las explicaciones del maestro son siempre bífidas, como la lengua de la serpiente. En las

aguas del tiempo existente - hay que pagar de antemano las cuentas de la experiencia y las

A que reinaban hasta hace un par de días en las afueras de China. - Escarbando por libros
1

viejos y pergaminos, buscando fósiles en los filones del conocimiento; ágatas, en las

canteras de la conciencia y en las orillas de tiempo insecable, te vi, surgida del fondo de mí

mismo; Fermosa hermosísima hija por siempre fatal de las misiones de la abstinencia hasta

la desesperación, rigurosamente demostrada, herida cicatrizada, habitación amueblada sin

alquilar herméticamente cerrada. Echado boca arriba cuento las moscardones y las grietas

del techo y las aguas de mi imaginación; y calculo cuántos amores tengo en mi activo y

cuántos en el pasivo. A mi derecha encuentro solo uno; a mi izquierda, incontables

entidades musicales, porciones de nulidad virtuosa plantada en los jardines y en los huertos

hasta allí donde alcanza la expansión del ojo vano, y otras rarezas; sedimentos intactos y

enteros como un megalito redondo, como un ara circular. Llueve y las cortinas corridas, los

cerrojos echados; nadie en absoluto por la calle, con excepción de unas pocas sombras que

crecen y se alargan y de algunos fantasmas que no sabría nombrar, juegan en los cabellos

de mármol de un busto famoso y joven - de un poeta, a juzgar por las apariencias - y gran

amante de conchas raras y bonitas.

1Las "Y" dice el original; es una abreviatura inhabitual que puede corresponder a "Ypsilótites",
"Altezas".
LAS VENTANAS DE LA GENIALIDAD

La primera ventana, la ansiedad. La segunda ventana, la importancia. La tercera ventana,

el discurrir. La cuarta ventana, el desagradecimiento. La quinta ventana, la definición. Las mil

ventanas de la genialidad restantes están cerradas y no se abren más que si las nombras; y

sus nombres son desconocidos y secretos; o se han perdido y es imposible encontrarlos, o

están medio borrados y es imposible leerlos. Cada año vienen a limpiar las ventanas

abiertas cinco mujeres. Señoras de la limpieza estupendas, desnudas y fatales, que llevan

una máscara de seda que les llega hasta los pechos para que no descubra su rostro uno

cualquiera. Las ventanas cerradas las ensucian las polvaredas, las corroe el granizo, las

moja el cielo y las sacude el viento en el transcurso de los siglos; y se vuelven cada vez más

oscuras; de manera que algunos dicen que ni siquiera son ventanas; y la poca luz que les

queda también se apaga y el edificio enorme de la genialidad queda abandonado, vacío y

desierto. Entonces llegaron los reformadores e intentaron darle un nombre al edificio este y

arreglarlo para ofrecérselo a los usuarios. Dijeron que se llamara: Manicomio. Y que allá

vivieran las personas desordenadas; y que los atendieran los sistemáticos, los bien

arreglados. El palacio anónimo, la mansión principesca de la genialidad, se ha vuelto

irreconocible; vinieron los maleantes y lo llenaron de gritos inarticulados y de berridos, de

delirios, de alucinaciones, de ideas fijas y de muchos síntomas más que los llaman clínicos.

Esta institución nueva funciona con regularidad; sólo que se ha hecho imposible abrir las

mil ventanas cerradas de la genialdad; y por consiguiente, el ventilar las habitaciones para la

finalidad que les dieron los reformadores de la sociedad, profesores, abogados, médicos y

jueces. Pega el viento en las ventanas cerradas, y dentro de las habitaciones vacías

permanecen eternamente sin clasificar las mil y una designaciones de la infinita melancolía

del ser.

LOS JUEGOS DEL CICLO


Enciendo hogueras a tu memoria, taller secreto; porque estoy seguro de que eras

inocente; y de que fue injusto que ejecutaran las decisiones y las escrituras de lo

indeterminado en contra tuya - te trajeron desmembrada y con el adhesivo indespegable de

la voluntad te recompuse con bastante dificultad -pero siempre seguro de que eras inocente,

te saque por la ventana y te vieron las multitudes, intacta después de tu ejecución - y el

pueblo lo reconoció como milagro y te nombraron santa y te subieron a los cielos en

oposición a la iglesia, el estado y el trabajo. Cuando tú, mi obra, acabaste, no tenía nada que

hacer por aquí y dando un empujón al mundo cogí carrerilla y subí al firmamento, y me volví

astro en la de la osa; con el pellejo clavado del revés y siempre seguro de que eras inocente,

afiancé mis esperanzas en un mesías nuevo que se reveló falsificación - y tú una invención

inclasificable que simplificaría la vida de miles de personas; pero se demostró desechable y

desde entonces baño con un solo rayo de luz dorado una ventana donde se sienta una

muchacha que me espera; y siempre seguro de que eras inocente tomo mis medidas y te

aprendo de memoria, porque se acercan los exámenes y me pondrán un cero si no te recito

- Canta diosa la cólera etc. Como aceptor de misiones siempre me inclino con orgullo ante ti,

impresión profunda del espacio vacío que me contiene hasta este futuro reciente de un

señor de frac y cabeza de clavo hundido hasta el cuello del traje y seguro cuanto es posible

de que eras inocente; sin nostalgias engañosa, sin sentencias judiciales, sin cuchillos, paso

por delante tuyo y me voy y no vuelvo a venir por aquí como no sea para volveros a ver,

viejos amigos míos, como peces en el fondo del mar.

PROMELEON
La sentencia de Hermes Trismégisto la conozco "...cuando todos los seres estaban sin

formar y no se podía ver a través de ellos... recogían en sí mismos la simiente del renacer...

y rebrotaban en lo que serían grandes monumentos de su industria que dejaban sobre la

tierra...pues lo divino es la amalgama entera del cosmos renovada por la naturaleza" (Tercer

discurso sagrado de Hermes) . Conozco la sentencia y la repito con otras palabras, mías
2

esta vez; muchos retazos de mediocuentos refundidos en un redondel convincente,

experimentado y antiquísimo. En los viejos tiempos vivía un rey que se llamaba Promeleón

porque era medio hombre medio león. Este hombre quería casarse y buscaba una mujer

como él, medio humana medio leona. Pero no era justo ni apropiado el que encontrara una

señorita así. Rebuscaban los sabios en sus cuadernos, a ver si se había dado algún caso

semejante, y los no sabios también escrudiñaban por toda la tierra en busca de la leona de

forma humana. La estúpida humanidad se creía todo esto y difundía e inventaba,

angustiada, teorías y consejos; y no se hablaba de otra cosa, se hacían cálculos sobre quién

sería el afortunado que la encontrase, porque Promeleón, el antiguo y poderoso rey, había

prometido muchas cantidades muy convenientes y dones y regalos y una gran recompensa

a quien le encontrara la leona, la mortal sacada medio de animales medio de humanos que

le estuviese uno a uno, aparejada. Los días pasaban, los meses pasaban, los años se iban,

los años desaparecían y Promeleón seguía soltero. Al final de los finales Dios tomó el

parecer de arreglar el asunto y una noche de invierno le nació a un hombre pobre una hija

medio niñita medio leoncita. Al principio éste y su mujer se asustaron tanto que faltó bien

poco para que hicieran caso al cura y la mandaran al diablo, de donde había venido. Pero se

pusieron a darle vueltas en la cabeza a la promesa de Promeleón y cambiaron de opinión;

decidieron ir a ver si tenían la suerte de que su hija le gustara a aquel rey inmortal. Enviaron

El autor transforma el texto que cita uniendo fragmentos muy separados unos de otros. Además
introduce un par de modificaciones puntuales que cambian aún más el sentido: "αδιοράτων"
(impenetrables, imperspicuos, opacos) en lugar de "αδιερίστων"
αδιερίστων" (que se considera debe leerse
"αδιαιρίστων"
αδιαιρίστων" -no divididos-) y "ανακυθέναι"
ανακυθέναι" ("rebrotan", -pasiva insólita de "κύω", "preñar" o "estar
preñada" + "ανά"-, "re-"-.) en lugar de "αναλυθέναι" (se disuelven). Por último, no son citas del
"tercer discurso sagrado", sino del que convencionalmente se designa como "tercer tratado
hermético" cuyo título es "discurso sagrado".
pues una noche un mensajero a escondidas, no fueran a enterarse en el pueblo y cayera

sobre ellos la vergüenza de prometer en matrimonio a un bebe. La contestación llegó

enseguida; y al día siguiente ya la llevaban al palacio del rey, envuelta en pañales para que

no se viera su cuerpo de león. Allí la quitaron lo primero de todo los pañales, para ver si

habían dicho su padre y su madre la verdad, y luego les pagaron con muchas monedas de

oro y de plata, y con piedras preciosas y cuanto se pueda imaginar. Al volver al pueblo la

pareja, como no se sabía cómo unas personas tan pobres se habían vuelto ricos de repente,

en una sola mañana, sospecharon de ellos; empezaron a pensar mal y terminaron corriendo

la voz de que andaba por medio el diablo, y de que los florines eran un embeleco y si los

tocabas se convirtían en carbón. Con esta justifincación fueron una noche y rompieron la

puerta de la casa y buscaron por todos los armarios y cajones y arcones; pero no

encontraron nada. Porque dio la casualidad de que en el bargueño donde los tenían

escondido no miraron. Y se marcharon enfurecidos diciendo que se vengarían de que les

hubiesen mentido y los hubiesen humillado por no haber encontrado nada de cuanto se

rumoreaba. Pero el tiempo no sufre detenciones y su hija se hizo mayor; y dejó de ser una

niña; y se convirtió en una jovencita; y entonces el rey quería casarse con ella, y hacerla

reina suya, y compartir su lecho con ella, y tener muchos hijos humanoleoncitos. Pero ella

quería conocer antes a sus padres y pedirles su consentimiento; y, entonces ya sí, volverse

reina con la ceremonia que se estilaba en su pueblo. Así ocurrió y la muchacha se marchó y

quiso obtener el permiso de sus padres. Pero ellos, que temían quedar en ridículo, no la

reconocieron; aseguraron que no era hija suya, por más que hubiera llegado con escolta real

y con el aparato oficial de bulas y escrituras donde ponía que era hija de ellos; los muy

ignorantes no se enteraban de nada y votaban a Dios y al diablo que si sabían algo de su

hija, no vieran más la luz del día. Entonces el pueblo dio rienda suelta a la lengua; y

concluyeron que no podían haber tenido aquella visita tan principesca sin que allí hubiera

gato encerrado y que seguro que andaba por medio el enemigo y que el tesoro estaría

enterrado en algún lado; y volvieron a ir a la casa armados de picos y palas y levantaron

hasta los pisos de las habitaciones; y al final encontraron el tesoro enterrado en el jardín,
donde habían tenido la precaución de esconderlo después del primer asalto a su casa; y se

lo repartieron entre ellos después de haberlo exorcizado para que no se les convirtiera en

ceniza entre los dedos. La hija, entretanto, se fue desconsolada a Promeleón y le dijo que no

quería ni podía casarse; ya que sus padres no la reconocían como hija suya, ni le daban su

permiso y su bendición.

Entonces Promeleón volvió a hacer llamar a los padres y les ofreció un banquete

espléndido y les prometió de nuevo incontables regalos si reconocían a su hija y le permitían

casarse. Aquellos, sospechándose algo malo, hicieron de la necesidad y del interés virtud; y

ya que habían perdido todo lo que les había dado anteriormente el rey, aceptaron; y se

celebró la boda en palacio con sus bendiciones. Pero al volver a casa los asaltaron en un

bosque oscuro unos bandidos. Y se contaba que mientras los asaltaban se oían gruñidos y

rugidos de león. Y se dijo que su propia hija había prometido una paga a los bandidos para

que los asaltaran. Y cuando llegaron al pueblo se encontraron con otras desgracias: las

bestias robadas y la casa quemada por los del pueblo. Entonces maldijeron la hora en que

engendraron aquel monstruo y regresaron donde Promeleón llorando amargamente su

desgracia; mas esta vez el rey no se conmovió en absoluto y los echó con dureza; porque en

lo único que pensaban era en el dinero. Y se murieron de hambre y de sed, y se los

comieron las fieras salvajes en los montes. Mientras tanto su hija se arrepintió de haber

dejado a Promeleón echar a los autores de sus días; y marchó al pueblo para llevárselos.

Cuando vio la casa quemada y que ellos no aparecían, supuso que los habían matado los

del pueblo y se detuvo a comérselos uno tras otro, hombres, mujeres y niños. Promeleón al

enterarse de la conducta de su mujer lo lamentó mucho; pero, qué podía hacer el

desdichado, que estaba orgulloso de tenerla y la colmaba de atenciones y no le decía que

no a ningún capricho, le pidiera lo que le pidiera. En aquel tiempo apareció un mago

poderoso que pregonaba y presumía de poder convertir en personas a los leones reales, si

ejercía todo su poder y en ese momento no eran contrarios los demonios de la tierra y los

astros del cielo; y que poseía el secreto de un bebedizo que tornaba a su forma humana

incluso a los árboles; y ordenó que le trajeran una tortuga y la hizo beber allí mismo y la
convirtió en persona humana capaz de caminar, no sólo a cuatro o tres patas, sino también

a dos e incluso a una. Y la fama de sus proezas se extendió por Oriente y Occidente y llegó

a los oídos de Promeleón que le mandó llamar y le dijo que si le convertía a él y a su

compañera en personas le daría muchas riquezas indecibles, que no las había visto ni en

sueños; y le enseñó algunas de sus riquezas y el mago se quedó pasmado y aceptó. Pero el

rey le pidió por si acaso antes, que uno nunca sabe, que probase primero con su mujer, la

reina, y luego con él, porque no quería ser humano él solo y que ella siguiera como antes y

se separaran. El mago probó entonces primero a hacer humana a la mujer; pero le resultó

imposible conseguirlo, y entonces el rey le dijo que le había engañado; e iba a expulsarlo de

allí cuando el mago, sin pedirle permiso, para salvar el pellejo, lo convirtió en persona. En

cuanto se convirtió en persona, el rey se olvidó de todo, tan contento se puso; y no sólo no

castigó al mago; sino que le pagó la mitad de los dineros que le había prometido; ya que no

había conseguido convertir también en persona a la reina, sino solamente a él. Cuando el

mago se marchó, le asaltaron al llegar la noche unos bandidos en el mismo sitio que habían

asaltado a los padres de la muchacha, y se oyeron otra vez rugidos de león mientras los

bandidos hacían presa en él. Pero Promeleón, que ahora era humano, olvidó a su mujer y

tomó otra esposa, humana. Entonces Promeleona, así la llamaban, fue al bosque y se

escondió con los bandidos y no dejaba pasar un solo viajero sin comérselo, después de que

le hubieran afanado los bandidos. Por último, el mal llegó a tal extremo que Promeleón se

vio obligado a ordenar que la prendieran; y cuando la capturaron, la metió en una jaula y le

daba de comer todas las mañanas coderitos tiernos, pero la nueva mujer se puso celosa y

pagó a unos hombres para que la mataran. Estos la llevaron a un lugar desierto y la

torturaban; entre los tormentos Promeleona decía: "¡Ay! ¿por qué habré nacido de tales

padres que no me dieron permiso para casarme, y que me maldijeron para que no me

volviera jamás humana y para que no funcionara la magia conmigo, y que me quisiera comer

lo que vieran mis ojos; y que no tuviese corazón para dolerme ni lágrimas para llorar, y que

me los comiera vivos y todo?


todo? que si me libré de ellos, de su maldición no me libré. Y poco
después expiró; y los hombres esos regresaron donde la mujer de Promeleón, la nueva, y le
contaron como la habían matado y lo que les dijo antes de morir y aquélla se alegró; pero

Promeleón lo escuchó todo a escondidas y ordenó que ahorcaran inmediatamente a los

asesinos, y a ella la hizo aherrojar, diciéndose "no esperes nada bueno de los hombres."

Entonces ocurrió un milagro y llegó un día un hombre con una piel de león por capa; y

Promeleón reconoció la piel de Promeleona y le preguntó donde la había encontrado. Aquel

contestó que se la había comprado a unos bandidos que la vendían. Pero Promeleón era

astuto y no lo creyó y volvió a preguntárselo hasta que confesó el hombre de la piel que era

el cuero de una leona humana, que la había encontrado herida y agonizante en un lugar

desierto; y que le había dado pena y la llevó al médico que la curó; pero ella permanecía

inconsolable y se fue muriendo poco a poco de una pena que no quiso explicar a nadie; y

que un poco antes de morirse le hizo jurar que se pondría su piel e iría al palacio de

Promeleón; pero que no le dijera de quién era la piel hasta que la reconociera él mismo. Y

entonces fueron todos al lugar donde la había enterrado y levantaron un león de piedra con

rostro de mujer, y le pusieron alas para indicar que Promeleona estaba ya en el cielo; y así

surgió la historia de que quizá en cierta ocasión había preguntado a uno: "¿Qué es lo que

primero nada, después pasea y luego vuela?" y contestó: "El hombre; porque primero nada

en el vientre de su madre; después pasea sobre la tierra; y luego, cuando expira, su alma

vuela al cielo." Y aquella le contesto que no la quería nadie, ni sus padres, ni su marido,

como para que cobrara alma para volar; y por eso la llamó Esfinge, porque la esfingía

(apretaba) la pena, el misterio y la angustia del mundo .

Nanos Valaoritis

Atenas, marzo, 1961

FANTASMOMIOMAQUIA

Durante algún tiempo fui árbol -medio árbol, medio hombre. Tenía alma, ojos, nariz y
orejas de hombre. Mis manos eran ramas; mis piernas, raíces; mi tronco, tronco de árbol; mi

ombligo, un nudo de madera. Mis cabellos eran las hojas y hablaba en un rasgueo suave

cuando soplaba el viento. Runflaba y crujía cuando caía un chaparrón fuerte. Se me ha

olvidado contaros que además no era capaz de desplazarme. En cambio me elevaba y me

balanceaba; y en vez de lengua tenía una flor que salía en primavera; y entonces, venían

todas las abejas y las mariposas a sorber de mí; y sin querer llevaban mi polen a una

compañera, que también era árbol, que yo la quería con ardor; y que crecía en el jardín de

una casa, buenecita y mimada. Llevaba sin verla unos cuantos años; porque, mientras,

habían crecido entre nosotros otros árboles que me impedían su vista. Pero escuchaba sus

suspiros cuando llovía; escuchaba sus particulares crujidos, y era siempre todo oídos, a ver

si oía algún runflo o algún susurro de ella. Todo esto era antes de que llegaran los ratones.

Arremetieron de pronto una noche; treparon por mí, unos anidaron en mi tronco, y otros

empezaron a roer mis raíces. Me roían y ahuecaban. Ahora estoy vacío por dentro y los

ratones estos circulan de un extremo a otro, hasta mis ramas más altas. Fue imposible

oponer resistencia a sus dientes y a su insistente roer. Ahora estoy listo para caer y

desplomarme a la menor tormenta. Mi única satisfacción será que al caer arrastraré conmigo

a no pocos de estos mascamaderas. Pero mientras voy escribiendo, oigo como me

abandonan hasta los últimos ratones, -señal de que se acerca un vendaval y caeré; porque

estos animales, dicen, saben de antemano que nos va a ocurrir. Pero para mi gran asombro,

ni pizca de borrasca. El cielo azul, igual que antes, límpido y sereno. Noté, con todo, un frío

recorrerme todo el cuerpo, algo se estaba metiendo dentro mío y trepaba por mi interior

hasta llegar al corazón; allí se detuvo. Porque el corazón del árbol es duro, más duro que

todas las partes de madera. Estuve un buen rato sin atreverme a moverme. Me imaginaba

que sería una serpiente y tenía miedo de que fuera venenosa y me mordiera. Mas no era

serpiente, sino una extraña figura liquiducha y blancuzca que los demás hombres, los que

andan, llaman fantasma. Antes de que terminara de examinarlo bien, para ver que clase de

fantasma era, empezó una algarabía fenomenal en mi cavidad interior. Como arañazos,

grititos, chillidos y mamporros. Los ratones habían vuelto -por lo visto se habían equivocado,
no había razón para que me abandonaran-; y ahora se habían enzarzado en una lucha

tremenda con el fantasma, que no pensaba dejarlos pasar. La matanza duró toda la noche,

y a la mañana siguiente el suelo alrededor mío estaba sembrado de ratones; unos yacían

muertos y otros, heridos, expiraban. Me froté los ojos de sorpresa. ¿Quién era este valeroso

fantasma que tan bravamente me había defendido contra los ratones? Permanecía

acurrucado dentro de mí y vigilaba no fuera a acercarse otra vez alguno que hubiera

escapado de la escabechina. Viví así tranquilamente todavía muchos años, hasta que un día

se fue el fantasma. Me dio tiempo a verlo según salía y creí reconocer la figura de mi

amada. Es cierto que no la oía desde hacía tiempo y que un día que hacía mucho viento vi

entre los demás árboles,que se habían apartado un momento, que no se estaba en su lugar

en el jardín. Enloquecí de pena. Preguntaba a diestro y siniestro y me contestaban con

cuchicheos, suspiros y sollozos. Al final me enteré que la habían talado los nuevos dueños

de la casa, porque les quitaba la vista. Y su fantasma había venido a guarecerse en mí para

echar a los ratones. Derramé lágrimas amargas hasta mi muerte. No la olvidé. Ahora estoy

disperso por varios muebles , ruedas y ventanas; y uno de mis trozos, en un barco de pesca,

está clavado al lado de un madero de mi amada; y así permanece siempre algo del sentir

primero; porque el todopoderoso que administra las cosas y nos rige, el tiempo, nos ha dado

la posibilidad de comunicarnos aún después de la muerte en un segunda, llamémosla así,

existencia, vida, o cómo quieran vds., las migajas transmigradas desde la misma mesa

inicial.

Atenas, 1961

EL NACIMIENTO DEL MUNDO


Muchos dicen que el mundo nació al revés. Pero no; eso no es verdad. Cuantos estuvieron

allí han dicho que nació, con la cabeza para abajo y no con los pies para arriba. La madre

del mundo era una mujer horrenda, una bruja con cabeza peluda, y con las uñas y los

dientes tan puntiagudos como agujas. Pero el Mundo era hermoso; bello desde el primer

instante; y primero el sol, su tío, se quedó embelesado mirándole, lo mismo que su tía, la

luna, y luego, todas los demás astros del cielo, sus primos. Después se quedaron

embelesados el mar y las montañas; y los ríos, las peñas, los árboles, las lluvias y las nubes.

Todos estaban embelesados, incluso las bestias salvajes y las domésticas, y las aves y los

reptiles y, en el fondo del mar, los peces. Sólo había uno al que no le embelesaba, su padre.

Este era envidioso y celoso y se llamaba Abismo. Llegó un día donde la madre e intentó tirar

al mundo al gran precipicio que abrió delante. Pero los ángeles dieron alas al mundo y voló.

Y hasta los demonios le llamaban bienaventurado cuando iba volando. Entonces el Abismo,

para vengarse, hizo tres niños más con su madre, la Bruja; hizo a los Años a la Corrupción y

al Vacío. Desde entonces estos tres compiten entre sí por quién destruirá primero el mundo;

que lo tenemos un instante y luego lo perdemos, todos nosotros, las criaturas del Instante

que nos devora la Corrupción tras pocos Años y volvemos al Vacío.

TRANSUBSTANCIACION
para Andreas Empeírikos
Primero vino y se quedó parado en la plaza vacía una bicicleta, y siguió un rato de pie él

solo. luego se sentó sobre él el ciclista; y sobre los hombros del ciclista, un chiquillo menudo;

y en la palma del chiquillo, un caballito del diablo; y dentro del caballito del diablo, ¡Yo!

Después se apiñaron; primero uno que pasaba por allí, que se paró y lo estuvo

contemplando un rato; más tarde éste se fue y llegó otro que se paró y lo estuvo admirando;

luego, al irse éste, un tercero que miraba como bobo, lleno de confusión, y no entendía qué

quería decir; éste también acabo yéndose a sus cosas. Cuando se marcharon estos,

llegaron los listos de tres en tres; y hablaban a voces entre ellos diciendo que no podía darse

ni ser de verdad: Un corredor de bicicleta de pie, él solo, y sin caerse, en medio del mar,

sobre las aguas, sin hundirse. Eso era una blasfemia; porque sólo uno anduvo sobre las

aguas, y las aguas son de lluvia, nada más que un palmo, y no son suficientes para soportar

el peso de una bicicleta hecha y derecha, con montador y desmontador, y con un niño en su

hombro, y con un caballito del diablo, y conmigo dentro del inspirado caballito. Entonces los

listos lo dejaron y llegaron los pedantes y nos examinaron atentamente. Contaron los latidos

de los frenos, y midieron los neumáticos de la cadena, la distancia y la curvatura, Pesaron la

ropa, dieron alimentos y analizaron los excrementos. Resultados, nada. No bastan los

sentimientos cuando se trata del equilibrio; ni los argumentos tienen que ver con el registro.

Al dejarlo los pedantes llegan los no partícipes, los desconocidos, los neutrales y tiraron

reales y se llenó el bote tres veces hasta arriba, y lo vaciaron; y entonces descabalgó el

ciclista, y el chiquillo bajó de su hombro y abrió la mano, y el caballito del diablo salió

volando; y se fue el ciclista y la bicicleta y yo; y se quedó la plaza vacía como estaba antes y

después y seguirá siempre


LA HISTORIA DE CADA DÍA, O
EL HOMBRE SIN CABEZA

CAP. I : LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

Una mañana el señor Talmúdez, -David Talmúdez Joaquímez-, se despertó sin cabeza.

Se rompió la cabeza intentando acordarse de dónde la había dejado. Le fue imposible. "Me

habrán cortado la cabeza mientras dormía", se dijo; y se levantó para lavarse la cara y los

dientes. Se había olvidado de que no tenía ni dientes ni cara. "me cago en ros", pensó,

"maldita costumbre." En la escalera se encontró con la asistenta que se desmayó antes de

que pudiera abrir la boca. "Esto pasa de castaño oscuro", se dijo, "tengo que hacer algo".

Pero no sabía qué hacer. Al final decidió que lo mejor sería ir al médico, a pedirle consejo.

Así pues, salió a coger el autobús para ir al médico. En el autobús nadie se atrevió a decir

nada; porque a todos les parecía que se habían vuelto locos. Al sacar billete, el cobrador se

lo dio sin coger el dinero, de puro nervios.

Una mujer que iba a subir al autobús, al verlo bajar, soltó un berrido y cayó patas arriba.

Era una solterona que toda su vida había soñado en hacer cortar la cabeza a un hombre.

Su conmoción era tan violenta que tuvieron que darle aire durante toda una hora antes de

que se recuperara.

CAP. II

Entretanto el señor Talmúdez ha llegado a la consulta del médico. "El doctor hoy no

recibe", le dice la enfermera, sin espantarse nada. Estaba, como ven, acostumbrada a cosas

así. "Carajo," dijo para sí el señor Talmúdez, ¿ahora qué hago?" "Es mejor que vaya usted

a Objetos Perdidos, a denunciar la pérdida de su cabeza. Si ha venido por eso, el médico no

podrá hacer nada por usted. Seguro que hay algún asunto de faldas por medio" , añadió,

“que le ha hecho perder la cabeza”. Según bajaba la escalera, el señor Talmúdez pensó que
la enfermera era insolente y desvergonzada inmiscuyéndose así en su vida privada, y volvió

a subir para recordárselo y que la próxima vez se ocupara de sus propios asuntos. Pero la

enfermera, que era apetitosa y joven le calló la boca, ---aunque ya no tenía-, con un beso y

le dijo que le ayudaría ella misma "a recuperar su cabeza" y le dio cita para aquella misma

noche a las ocho, para salir juntos y buscarla. De esta manera el señor Talmúdez se fue

satisfecho de la consulta médica.

CAP. III

Al señor Talmúdez le disgustaban los sobreentendidos. Le gustaba lo de dos y dos son

cuatro. Por eso, antes de perder la cabeza, no trataba con sujetos sospechosos que se

pasan todo el día en los Cafés. Se compró un periódico e intentó leer. Pero, ¿cómo iba a

leer si ya no tenía ojos? En vano intentaba sujetarse las gafas sobre su inexistente nariz o

en las orejas. Finalmente se vio obligado a sostenerlas en la mano y terminó por dejar la

lectura para otro momento. Al camarero, que creía soñar y se frotaba los ojos para ver si

dormía o estaba despierto, le pidió un sandwich de jamón. Pero cuando se lo trajo se dio

cuenta de que no tenía dientes para masticarlo y no tuvo más remedio que echárselo al

gollete tal como estaba. Esto le resultó muy molesto y además estuvo mucho rato sintiendo

el sandwich en el estómago. Se juró que no volvería a tomar nada sólido antes de recuperar

la cabeza.

CAP. IV

Cuando Margarita Fuentevieja, señora de Talmúdez, volvió a casa de una visita a una

prima suya en el campo y no encontró allí a su marido, David Talmúdez Joaquímez, se

inquietó. "Qué raro," dijo para sí, "debe de pasar algo, porque no sale nunca por las
mañanas. Seguro que ha vuelto a perder la cabeza."

La dilatada experiencia matrimonial había hecho que Margarita de Talmúdez adivinara

cada movimiento de su marido, antes de que él mismo llegara a sospecharlo. Naturalmente,

buscando un poco, enseguida encontró la cabeza debajo de la cama. La puso en una

fuente; la metió en la nevera, para que no se estropeara; y se puso a esperar que volviera su

marido. No era la primera vez que perdía la cabeza, así que la señora de Talmúdez se puso

a tejer calcetines para su hijo, que por entonces se hallaba en el ejército haciendo el servicio

militar.

CAP. V

El señor Talmúdez estaba convencido de ser un fenómeno de la naturaleza lo mismo que

otros lo son de las finanzas o del fútbol. Estaba seguro de que en los periódicos de todo el

mundo lo ponía y se comentaba, aunque nadie se lo creyera; y de que además salía su

fotografía. Desde luego, ahora que habían publicado que era la única persona del planeta

tierra sin cabeza las cosas iban a marchar muy bien. Esperaba con impaciencia la tirada de

la tarde para ver si hablaban de él. "El Astro de la Noche" no decía nada; "El Mundo de la

Tarde", tampoco, ni "La Luz Vespertina". Sólo le quedaba una esperanza: "El Faro" no

dejaría escapar un caso semejante. Lo abrió con manos temblorosas y leyó: "Según parece

corre de nuevo el rumor de que el hombre sin cabeza ha aparecido por segunda vez este

año en nuestra ciudad. Los que difunden tales majaderías sin duda hace tiempo que ellos

mismos han perdido sus cabezas y no se han percatado de ello. La estupidez y la credulidad

siegan cabezas a diario entre las masas. Lo repetimos de una vez por todas: No existe el

hombre sin cabeza, ni ha existido ni existirá jamás, a no ser que algunos se refieran de esta

bien formada y fantasmal forma a que “Kazán = La Chimenea” 3

En esta ecuación,
ecuación, en griego, se lee el apellido del escritor Nikos Kazantzsakis. Este exalta el
Decidió contestar inmediatamente. Pidió recado de escribir y empezó:

Muy Srs míos de la Redacción de la "Chimenea":

¡Existo!

El Hombre sin Cabeza"

Terminó:

"Si lo ponen en duda, envíen a uno de sus periodistas mañana al Café "La Gran Disculpa".

Estaré allí y le concederé una entrevista. Ruego que se halle asimismo presente el fotógrafo.

H.s.C.

Lo dobló, pegó el sobre con agua del vaso y lo echó al correo.

CAP. VI

valor del pueblo cretense en "El Capitán Mijalis" -novela inspirada, según el prólogo, en su propia
familia-, quizá por eso N. Valaoritis subraya el componente de "chimenea" que tiene su apellido;
dado que "ser de chimenea" en griego significa ser de linaje ilustre. Pero el juego de palabras no
acaba ahí: "ponérle a uno la cabeza como una olla", -olla = kazani-, significa "ponérsela como
un bombo".
Hacia las ocho pasó por allí la enfermera.

"¿Todavía no la encontró?", le dice.

"No," le dice, la estaba esperando".

"¿Dónde buscamos?"

"No sé."

"¿Entonces, por qué deseaba encontrarse conmigo?"

"¡Para ir juntos al teatro!"

"¿Qué ponen?"

"Podemos ver la obra nueva que ponen en el "Teatro de la Idea":

"Fue el gato a bailar, y le cortaron la cola; porque bailaba muy mal..."

"¡Qué buena idea! ¡Vamos!"

"¿No desearía cenar antes?"

"Sí vayamos a picar algo antes."

Se pusieron morados: ¡qué pollos, qué pescados, qué langostas, qué caviares! El señor

Talmúdez había decidido desmelenarse. Estaba, es verdad, en ayunas desde por la

mañana.

El teatro cuando llegaron estaba cerrado.

"Hoy es martes" dijo estoicamente el señor Talmúdez, "lo había olvidado".

"¿A dónde vamos ahora?" preguntó la enfermera.

"A mi pisito a tomar una copa." dijo el señor Talmúdez.

"Jamás de los jamases." contestó la enfermera, haciéndose la juiciosa, aunque sabía desde

el principio que irían a parar allí.

"Está bien" dijo con indiferencia el señor Talmúdez,"Otra vez:"

"Nada de otra vez, o ahora o nunca."

"¿Cómo podría convencerla?"

"Convénzame, tómeme a la fuerza."

"Pero dado que Ud.no quiere..."

"Finjo que no quiero, bobo. En el fondo me muero de ganas, pero no puedo dejar que se
note. Me da vergüenza. ¿Qué no dirá Ud. después de mí a sus amigos?"

"No tengo amigos." dijo el señor Talmúdez. Tengo una mujer, una hija y un hijo."

Fueron; pero lo que hicieron permanecerá secreto. El taxista pidió doble tarifa porque el

cliente no llevaba cabeza.

"Ten cuidado, no vayas a perder la tuya por una muchacha, como yo hoy." le dice el señor

Talmúdez.

"No te preocupes colega, ¿total, por una cabeza?... para mí eso es coser y cantar."

"¿Podrías coserme a mí una?"

"¿Una qué?

"Una cabeza. Yo no sé donde conseguirlas."

"Es un decir, hombre, no te lo tomes a pecho." "Qué vida esta que no puede uno ni bromear

un poco", suspiró; y se marchó tras embolsarse la tarifa doble.

CAP. VII

Aquella noche al volver el Sr. Talmúdez a casa, su mujer lo miró fijamente.

"Estás un poco pálido" le dice "¿Qué has andado haciendo otra vez? ¿Calaveradas?"

"Nnno" con un nudo en la garganta el Sr. Talmúdez "Nnnada."

Con su mujer siempre balbuceaba un poquito.

La señora Talmúdez blandió su dedo:

"¿Dónde has estado, que has vuelto a perder la cabeza?

"No sé dónde." Dijo como un niño quejumbroso el señor Talmúdez.

"¿Si no estuviera yo para encontrártela, qué harías?"

Y le sirve la cabeza en el cesto.

"Póntela enseguida antes de que te vea alguien." le dice.

Como un gato mojado el señor Talmúdez se puso la cabeza en el cuerpo, igual que otros

se ponen el sombrero.
"Dios mío," pensó "mañana "La Chimenea" volverá a cantar victoria a costa mía."

Porque una vez que había encontrado su cabeza, tenía que esperar mucho tiempo hasta

volver a perderla. Ya que nadie pierde voluntariamente su propia cabeza. Estas cosas

ocurren siempre "en contra de nuestra mejor voluntad".

ALGO SOBRE EL AUTOR

Nanos Valao
Valaoritis, nace en Lausaña (Suiza) el 5.7.1921. Estudió Derecho, en Atenas,
Filología Inglesa, en Londres y Filología Francesa y Clásica en la `Ecole des Hautes Etudes'

de la Sorbona. En 1939 la revista Nea Grámmata acoge sus primeros poemas. Por entonces

es uno de la media docena de poetas griegos que, según Odysseas Elytis, son los únicos

que se iniciaron de verdad en los misterios gozosos del surrealismo, con sus medio-tertulias

literarias medio-jolgorios, en casa de A. Empirikos. De 1954 a 1960 pertence al círculo de

André Breton. Fue empleado de la B.B.C. en Londres (1944-52) y catedrático de literatura

comparada en la Universidad de San Francisco (1968-75); despúes ha trabajado en París

(1976-83) y Montreal. Hoy en día vive en Atenas; sigue escribiendo con gran lucidez y ha

hecho una exposición de pintura.

RELATOS PUBLICADOS EN ESPAÑA


-Promeleon.
-Promeleon. Esto se hunde. Revista del I.B. José Hierro, nº3. San Vicente de la
Barquera (Cantabria), p.19 (presentación) y pp 20-23 (traducción), 1992.

- Los Luceros, Promeleón (repetido), Fantasmomiomaquía, El Nacimento del

Mundo, y Transubstanciación.
Transubstanciación. Altazor, Revista de la Conserjería de Cultura de Cantabría.
p.15 (presentación) pp 16-27 (traducciones). 1992.

- Las explicaciones del Maestro. Las Ventanas de la Genialidad. Los Juegos del

Ciclo. Los Luceros (repetido). Cantárida. Revista de Cabezón y Comarcal. nº140, p.25,

nº141, p.26, nº142, p.25 y nº143, pp 25 y 26. Nov. y Dic. 1994, Ene. y Feb. de 1995. (Total,

5 pag.)

- El Hombre sin Cabeza. Hermeneus nº 4 Revista de la Facultad de Traducción e

Interpretación de Soria. pp 251-257. 2002

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