Dolores - Jacqueline Susann
Dolores - Jacqueline Susann
Dolores - Jacqueline Susann
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Jacqueline Susann
Dolores
ePub r1.0
Titivillus 27.11.2019
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Título original: Dolores
Jacqueline Susann, 1974
Traducción: Ma. Antonia Menini
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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Notas editoriales
Esta novela es, por mucho, la obra de ficción más corta en la carrera de la
escritora Jacqueline Susann. Originalmente[1] fue una historia escrita a
petición de la revista Ladies’ Home Journal, y se publicó por primera vez en
su número de febrero de 1974. La editora, Lenore Hershey había solicitado a
la escritora una pieza sobre Jacqueline Kennedy Onassis, pero Susann no
estuvo dispuesta a comprometerse en una investigación ya que para entonces
estaba gravemente enferma de cáncer.
La revista había ofrecido a Susann $20 000 por 20 000 palabras pero
cuando el manuscrito fue entregado tenía cerca de 38 000. Los editores del
Journal lo redujeron, sin embargo, el texto recortado fue restaurado cuando la
historia se publicó en forma de libro en 1976. Cabe aclarar que ciertos
detalles fueron cambiados. Por ejemplo en el planteamiento original, el
esposo de Dolores moría de un ataque al corazón en lugar de ser asesinado.
También existieron rumores en el sentido de que Rex Reed, crítico de cine
y amigo de la escritora, habría reescrito el libro ya que Susann murió siete
meses después de que Dolores fuera publicada en el Journal. Estos rumores
nunca pudieron confirmarse.
Dolores es una novela en clave[2]. Aunque los críticos la destrozaron, por
ser una historia «mal escrita y plagada de rumores», Dolores se convirtió en
un bestseller, que acaparó la atención del público durante varias semanas
consecutivas.
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causarle la muerte—, fue todavía capaz no sólo de acabar esta obra sino de
revisarla y darle el visto bueno definitivo.
Entre los papeles de la autora que se hallaron después de su muerte,
destacaba una breve nota en la que se describía el tema de esta novela como
«el más comprometido y apasionante de cuantos he tratado hasta la fecha».
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A mi madre
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PRIMERA PARTE
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1. Todo merece vivirse
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dibujado en su rostro al escuchar a la gente gritar: «¡Dolores…! ¡Dolores!». Y
aquella encantadora y menuda italiana que se había acercado a ella para
ofrecerle una flor murmurando: Molto bella. Ahora no estaba molto bella,
desde luego. Había perdido uno de los guantes blancos y tenía todo el traje
manchado de sangre. A Jim le gustaba aquel traje, no parecía tan caro como
efectivamente era. ¡Dios bendito, las discusiones que había tenido con él
durante el fin de semana a propósito del equipaje y del guardarropa que iba a
llevar! Deseaba estar preciosa y puso en las maletas varios modelos, a pesar
de que Betsy Minton había estado examinando una y otra vez los informes
meteorológicos… ¡Con el tiempo nunca se sabe lo que puede ocurrir! En
aquellos momentos, Betsy estaba con los niños. Menos mal que tenía a Betsy,
quien había entrado a su servicio como ama de llaves cuando Jim no era más
que senador. Luego, al convertirse en presidente, Jim había ascendido a Betsy
a la categoría de camarera personal y secretaria. Betsy se encargaba de todo.
Al ocurrir la desgracia se había llevado a los niños a casa de la hermana de
Jim y, cuando llegara el momento adecuado, sería ella quien les comunicara
la noticia.
Comunicarles ¿qué noticia? Que su padre había sido asesinado de un
disparo mientras la gente le vitoreaba durante un discurso, que tendrían que
abandonar la Casa Blanca, que todo su mundo había cambiado…
¿Comprenderían lo que era la muerte? Mary Lou tenía seis años. Había visto
morir a su perrito. Sabía lo que era el Cielo. Pero los gemelos, los pequeños
Jimmy y Mike, sólo tenían tres años. Todavía no sabían distinguir a Dios de
Papá Noel. Dolores ni siquiera había intentado explicarles la figura de Jesús.
Precisamente la noche anterior, en Nueva Orleans, ella y Jim habían hablado
sobre la religión. ¿De veras había sido la noche anterior? Jimmy deseaba
acostarse con ella, pero la peluquera llegaría a las ocho de la mañana, después
tendría lugar la ceremonia del desayuno y finalmente realizarían el largo
recorrido a través de la ciudad para trasladarse al enorme auditorio en el que
Jim debería pronunciar su discurso. En Nueva Orleans hacía calor y Dolores
necesitaba que la peinaran. Jim había esbozado una sonrisa, y lo había
comprendido. Parte de los deberes de ser la primera dama consistían en
ofrecer una apariencia perfecta. Sin embargo, ahora no era lo que pudiera
decirse perfecta: el traje arrugado, el cabello cayéndole en desorden sobre la
cara… ¡Y ya jamás podría volver a acostarse con Jim! ¡Jamás! No, no debía
permitir que las lágrimas asomaran a sus ojos. Una dama no deja traslucir sus
emociones en público.
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2. La primera dama
Advirtió que una mano le daba unas suaves palmadas en el hombro. ¿Quién
se atrevía a tocarla? Ella era Dolores Ryan, la primera dama… No, Dios mío,
ahora no era más que la ciudadana particular Dolores Ryan y la mano que le
había dado las palmadas en el hombro pertenecían a Elwood Jason Lyons, el
nuevo presidente de los Estados Unidos. Lyons consiguió esbozar una sonrisa
comprensiva mientras avanzaba por el pasillo. Dolores contempló la huesuda
espalda del nuevo presidente. Le vio acomodarse al lado de su rechoncha
esposa, la nueva primera dama. Ahora vivirían en su querida Casa Blanca, el
lugar que ella había vuelto a decorar y que tanto había embellecido, el lugar
en el que había deseado que Jimmy, Mike y Mary Lou vivieran ocho años
maravillosos. Ahora vivirían allí los hijos de Elwood y Lillian: Ellie, Eddie,
Elwood Jr. y Edward. Unos muchachos muy simpáticos que, sin embargo, no
sabrían apreciar debidamente la belleza que ella había aportado a la Casa
Blanca. No podía imaginarse a Lillian Lyons viviendo en su dormitorio
amarillo y blanco. O a una de las niñas en el dormitorio de Mary Lou,
también amarillo y blanco, como una versión en miniatura del de «mamá».
No, ellos lo cambiarían todo… y hasta era probable que Elwood introdujera
cambios en la habitación de Jimmy. Elwood Jason Lyons se consideraba un
hombre del pueblo. Jamás había permitido que nadie olvidara que su abuelo
había sido minero de carbón y que a él le gustaba la comida sencilla. Incluso
era probable que asaran salchichas vienesas allí mismo, en el césped de la
Casa Blanca. Dios mío, ¿por qué estaría llegando a semejantes conclusiones
ilógicas? A Jimmy no le hubiera gustado que menospreciase a los Lyons y,
además, no había nada de malo en los perros calientes. A Jimmy le
encantaban. Cuando asistían a las fiestas familiares que se organizaban en la
playa de Newport, todo el clan comía perros calientes y hasta Michael, el
hermano de Jimmy, solía encasquetarse un gorro de chef para hacer de
camarero. Los Ryan adoraban los perros calientes y el maíz con su carozo.
Jimmy solía enojarse mucho cuando la veía prepararse una merienda a base
de bocadillos de pasta de hígado y pepinos. Y solía hacer una mueca cuando
se comía los finos emparedados de berros que ella servía, a veces, junto con el
té, opinando que su afición al caviar resultaba ridícula.
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¡El caviar! Le traía recuerdos de París. París les había permitido gozar de
unos maravillosos momentos de intimidad. No habían tenido demasiados
momentos como aquéllos en sus vidas… y lo más curioso era que la mayoría
de ellos habían arrancado de una tragedia. En aquellos instantes
experimentaba la sensación de que Jimmy no se hallaba frío y muerto en el
interior de aquel féretro envuelto con la bandera. Le pertenecía a ella. Pero
no, no le pertenecía. Las manos impersonales de unos médicos le tocarían, le
abrirían, efectuarían la autopsia y… ¡Dios mío! ¡Con lo que aborrecía él la
enfermedad y la debilidad…! Había sufrido una caída de caballo un año
después de su boda, rompiéndose la clavícula, y había odiado más que nada
en el mundo aquellas semanas de permanencia en el hospital, atendido por las
enfermeras y examinado por los médicos sin experimentar el menor indicio
que permitiera abrigar esperanzas de una total recuperación. Había sido muy
valiente… hasta aquel día en que ella había visto rodar por su mejilla una
solitaria lágrima. Ella se la había enjugado con sus labios, oprimiéndole
cariñosamente la mano… y él había conseguido esbozar una débil sonrisa.
Por fin había logrado expresar sus sentimientos (¿tal vez debido a su
vulnerabilidad?). Cuando estaba en la plenitud de sus fuerzas, Jimmy siempre
producía una leve impresión de arrogancia. Pero allí, en el hospital, durante
un fugaz instante de valor inestimable, se había abierto a ella
emocionalmente. Jamás lo había hecho con anterioridad. Incluso durante su
luna de miel, la deseó… la poseyó… pero no le hizo sentir en modo alguno la
impresión de pertenecerle. Siempre había existido una parte de James T. Ryan
que éste había guardado para sí; como una especie de extraña frialdad que
sólo en algunas ocasiones asomaba a sus ojos, como una mirada que decía:
«Prohibido el paso». Y lo más curioso era que ella misma siempre había
tropezado con el mismo obstáculo en relación con las personas por las que se
había interesado o a las que había amado. Por ejemplo, su profesor de tenis,
cuando tenía dieciséis años. Nunca hubiera sospechado siquiera que fuese
homosexual… y las veces en que él abandonaba la pista rodeándole
suavemente los hombros con su brazo fueron suficientes para proporcionarle
varias horas de ensueños de colegiala. Pero los ensueños sólo duraron unas
pocas semanas. Después su madre lanzó la bomba. Al sorprender a Dolores
mirando a Billy, le explicó, riéndose, que Billy tenía un amigo, un amigo muy
especial llamado Bob.
A Dolores siguieron gustándole las lecciones de tenis, pero se esforzó por
reprimir sus emociones porque sabía que Billy tenía un mundo propio, un
mundo en el que ella no podía entrar.
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Como el mundo privado de Jimmy…
Jimmy se había restablecido… y jamás había vuelto a mostrar el menor
asomo de una lágrima. Siguió siendo el Jimmy de siempre: invencible…
«Superman». Y una noche Dolores descubrió los frascos en el botiquín.
Todos ellos con medicamentos destinados a «calmar el dolor». A veces,
cuando le observaba de cerca, veía que su mandíbula se tensaba… o que se
ponía una pastilla en la boca cuando creía que nadie le miraba. Y,
súbitamente, Dolores se percató de los masajes diarios, de los baños de vapor,
del terapeuta que acudía con el fin de someterle a ejercicios especiales. Pero
ninguna alusión al dolor por parte de Jimmy, ningún momento de intimidad
hasta aquella noche del desastre bélico del sudeste asiático, en el que tantos
soldados norteamericanos hallaron la muerte. Aquella noche Jimmy acudió a
su dormitorio para comunicarle la noticia. Jamás ella le había visto tan
derrotado… Se arrojó a sus brazos porque vio lágrimas en sus ojos. Y aquella
noche, en la cama, se abrazaron muy fuerte… Ni siquiera en su luna de miel
se habían sentido tan unidos. Estaba segura de que los segundos gemelos
habían sido concebidos aquella noche. Y ella había lucido su abultado vientre
con orgullo porque aquellos dos niños eran la consecuencia de unos
momentos del más profundo amor entre ambos.
No pudo soportar el dolor cuando nacieron muertos. Los pequeños
Timothy y William. A los ojos de Jimmy habían asomado también las
lágrimas, pero él las había reprimido al verla sollozar con desconsuelo. Fue
entonces cuando le dijo:
—Dolo… Siempre he creído que Dios me había destinado para algo
grande… y dicen que la grandeza va acompañada por la tragedia. Recuérdalo,
eres tú la que tiene que compartir conmigo tanto la grandeza como la tragedia.
Por consiguiente, recuerda que un Ryan jamás muestra debilidad en público.
Si no ganas un partido de tenis, salta la red como si lo hubieras hecho igual
que un campeón y felicita a tu adversario.
Y ella le había gritado entre sollozos:
—¡Pero es que yo no soy una Ryan…! ¡Soy una Cortez, soy de
ascendencia castellana y los latinos somos más sentimentales!
Y hubiera deseado añadir: «Los latinos desean expresar sus sentimientos,
compartir sus sentimientos, estar siempre unidos, no sólo en determinadas
ocasiones».
Sí, la unión surgía de las tragedias.
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3. Nita
Y la de ahora era la mayor de todas las tragedias. «Jimmy —susurró para sus
adentros—, no puedo estrecharte entre mis brazos porque estás allí, al
fondo… enfriándote por momentos en ese féretro. Por eso te he puesto mi
cadena de Santa Teresa alrededor del cuello. Mi padre me la dio cuando tenía
siete años. Jamás me la quité. Por lo menos, con esa medalla, estaremos
juntos. Espero que haya efectivamente un más allá, porque estuvimos
distanciados muchas veces… Muchas veces me resultó imposible expresarte
mis sentimientos pero hoy intentaré hacer lo que tú hubieras deseado que
hiciera. Seré una Ryan. Y no lloraré. No he llorado cuando me encontraba
junto a Elwood oyéndole jurar el cargo. He simulado ser una verdadera Ryan.
¡Oh, Jimmy, te lo prometo! Nadie olvidará jamás que soy Dolores Ryan… y
nadie se olvidará jamás de ti. Ya me encargaré yo de que ello no ocurra.
Jimmy, ¿existe efectivamente… algo?… ¿Puedes leer mis pensamientos…?
¿Estás allí arriba…? ¿Te has reunido con mi padre? Le llamaban el
Deslumbrante Dan porque era muy guapo. Le gustaban también las mujeres
hermosas, por eso mi madre le abandonó. Pero cometió un error, porque
después se marchitó y no pudo hallar a ningún hombre capaz de sustituirle,
mientras él salía con todas aquellas hermosas actrices y modelos de Nueva
York. Por eso jamás te abandoné, Jimmy. Todas las veces en que tú… Pero
no quiero pensar en eso ahora. Ahora me perteneces a mí… para siempre… Y
procuraré que te sientas orgulloso de mí, como te sentiste aquella vez en
París… cuando finalmente reconociste que el caviar no sabía del todo mal».
Caviar… En París había toneladas de caviar. Allí fue donde Dolores
adquirió aplomo. Antes del viaje a París siempre había sido la aristócrata, la
bonita niña-mujer casada con un hombre de físico cinematográfico e increíble
carisma. Había sido una nulidad desconocida… Una muchacha de buena
familia, pero una nulidad. Y entonces tuvo lugar aquel viaje a París, durante
el segundo año de presidencia de su marido. Los franceses la adoraron.
Admiraron su elegante vestuario y sus conocimientos del idioma. ¡Pobre
Jimmy! Él farfulló un saludo muy bien ensayado, pero fue ella quien
conquistó la ciudad. Fue la primera vez que descubrió aquella nueva mirada
en los ojos de Jimmy. Aunque, en realidad, no se había tratado de una nueva
mirada… Era la antigua mirada, la mirada que solía dirigirle cuando
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empezaron a salir juntos, la mirada que le había dirigido durante su luna de
miel, cuando la veía ataviada con todos aquellos elegantes trajes, la mirada
que se había desvanecido tras el nacimiento de Mary Lou… La mirada, en fin,
que se había convertido en la expresión de sentimiento de culpabilidad al
comprender que ella se había enterado de lo de Tanya. En el transcurso de los
últimos meses de embarazo, todas sus «mejores amigas» habían hecho
veladamente alusión a Tanya. La elegante Tanya, con su ligero acento
extranjero, casada con un anciano senador. Jimmy había desaparecido en
numerosas ocasiones durante aquellos últimos meses, mientras ella trataba
inútilmente de ocultar su voluminosa figura, enfundada en los elegantes
atuendos prenatales confeccionados a medida. Siempre tenía alguna excusa…
un asunto oficial… una reunión con su hermano. Pero ella no tardó mucho
tiempo en enterarse de sus visitas no oficiales a la encantadora residencia de
Georgetown, en especial cuando el maduro senador se encontraba en su finca
de Maryland. El senador le llevaba a Tanya veinte años y estaba al corriente
del idilio, pero ¿cómo podía él competir con cualquier hombre que deseara a
la bella Tanya, sobre todo si ese hombre era el presidente de los Estados
Unidos?
Pero París había cambiado las cosas. Dolores se había despabilado y había
adquirido una personalidad cautivadora. Y fue como una segunda luna de
miel. Incluso la actitud de Jimmy en relación con el sexo se convirtió en más
íntima y menos agresiva, lo cual la inquietó algunas veces. Jamás había
conseguido entregarse por completo en sus relaciones sexuales. Peor todavía,
rechinaba los dientes cada vez que le permitía a Jimmy hacerle el amor.
Fingía excitarse para halagar su orgullo, pero no lo deseó hasta que él dejó de
pedírselo. Lo anhelaba, no por deseo, sino porque el hecho de ser deseada
tranquilizaba su feminidad. A veces leía las revistas cinematográficas en las
que se la calificaba de hermosa. Recortaba en secreto las portadas de las
revistas donde se publicaba su fotografía… y se miraba al espejo
murmurando: «Soy hermosa». En realidad, no lo creía. La beldad era Nita.
Juanita y Dolores Cortez… Se llevaban once meses de diferencia y eran las
más hermosas debutantes de Nueva York. Dolores envidiaba el aspecto de
Nita… porque Nita medía solamente un metro sesenta y dos… porque Nita
jamás resultaba demasiado alta para ningún hombre. Pero ella medía un metro
setenta, lo cual ahora era maravilloso desde el punto de vista de la moda,
maravilloso porque Jimmy medía un metro ochenta y dos. Pero, a los
dieciséis años, se había sentido torpe y desmañada comparada con Nita.
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La de lágrimas secretas que se había tragado al comprometerse Nita en
matrimonio con lord Bramley. Dolores adoraba a lord Nelson Bramley e
intuía que él la admiraba. Se habían conocido en una fiesta en que ella y Nita
habían sido presentadas juntas en sociedad. ¡«Presentadas en sociedad» a los
diecinueve años! Pero fue la única solución que su madre pudo encontrar:
presentar juntas a las dos hermanas. La situación había sido muy grave tras la
muerte de su padre. Los Cortez seguían ocupando un destacado lugar en el
registro social, pero no eran nadie en Dun y Bradstreet. A pesar de todo ello,
el «debut» de Dolores y Juanita constituyó un importante acontecimiento
social. Asistieron a la fiesta todos los varones disponibles. Con la ayuda de un
viejo amigo que se había convertido en agente de prensa social, la señora
Cortez consiguió que asistieran incluso algunos representantes de la nobleza.
De entre todos ellos, el más importante era lord Nelson Bramley. No sólo era
perfecto su linaje, sino que, además, era millonario… y el hombre más
apuesto que Dolores hubiera visto jamás.
Lord Nelson bailó con Nita algunas veces, pero se pasó casi toda la velada
bailando con Dolores. Después las invitó a las dos al teatro varias veces. Y
después vino la noche en que acudió a la casa, para hablar a solas con la
señora Cortez. Dolores esperó en su alcoba tratando de reprimir su emoción,
mientras Nita se dedicaba a hacer plácidamente solitarios en la cama. Pareció
que transcurriera una eternidad antes de que la señora Cortez mandara llamar
a las dos muchachas. Estaba sonriendo, muy satisfecha. Lord Bramley había
pedido la mano de Nita. Dolores consiguió en cierto modo esbozar una
radiante sonrisa, mientras su madre estallaba de felicidad y Nita aceptaba
recatadamente.
Sí, al principio Nita lo había tenido todo. Una figura diminuta y esbelta,
un abundante cabello negro… (Dolores había nacido con el cabello de un
castaño tan desvaído que, ya en su época escolar, empezó a tratárselo con
agua oxigenada con objeto de aclararlo: decidió hacerlo porque la gente solía
alabar el bonito color del cabello de Nita). La boda de Nita resultó
espectacular. Los periódicos publicaron durante varias semanas fotografías de
Nita y lord Bramley. La Hermosa Pareja cenando en el Colony… almorzando
en el «21». Dolores les acompañaba algunas veces. Procuraba declinar las
invitaciones, pero sabía que no tenía más remedio que aceptarlas. De noche,
sola en su cama, se esforzaba por no llorar porque presentía que, si se
entregaba a las lágrimas, acabaría perdiendo el control de sí misma.
Tuvo que acompañar a Nita a probarse el ajuar y el traje de novia (para
poder permitirse semejantes lujos, su madre tuvo que vender la cubertería de
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plata georgiana y la vajilla de Limoges). «Dolo —le dijo un día su madre—,
¡vas a tener que fugarte cuando llegue el gran momento! No puedo
permitirme el lujo de otra boda».
Dolores obtuvo un puesto de traductora en las Naciones Unidas. No sólo
dominaba el francés sino que, además, hablaba el español con fluidez y había
empezado a estudiar el ruso… Cualquier cosa con tal de olvidar la boda de
Nita y el revuelo que ésta había suscitado en la prensa.
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4. El barón
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acudieron a recibirla al aeropuerto. Lord Bramley le había pedido prestado el
avión a un amigo. Cumplimentaron rápidamente los trámites de aduana…
Una vez más, Dolores se sintió desmañada y poco atractiva. Al día siguiente
las dos hermanas pudieron charlar a solas durante un almuerzo privado en el
Orsini’s (mientras los reporteros y las cámaras de televisión aguardaban en la
calle la salida de Nita) y Dolores se percató de que todas las mujeres del salón
contemplaban el brillante de veinte quilates de Nita y su nuevo abrigo de
visón de corte deportivo. Trató de disimular la envidia que la devoraba por
dentro. Creía que todo aquello ya había pasado. Se entregó a una
conversación intrascendente y procuró mostrarse amable con Nita, mientras la
observaba fumarse un cigarrillo tras otro. Sólo cuando les hubieron servido el
café, Nita se inclinó hacia adelante y dijo en un susurro:
—Dolo, vuelvo a estar embarazada.
—¡Qué maravilla! Esta vez será una niña.
—No se lo he dicho a Nelson.
—¿Y por qué no?
—Porque quiero librarme de él. Tú debes conocer algún sitio… debes
saber de algún médico adecuado…
—¿Cómo iba yo a conocerlo? —preguntó Dolores, mirando fijamente a su
hermana.
—Bueno, Dolo… Tienes casi veintidós años, debes haber tenido algún
accidente. Personalmente, a mí me da miedo el «anillo» y el diafragma no me
da resultado. Dolo, tienes que ayudarme.
Dolores se quedó mirando la servilleta. Le avergonzaba reconocer que no
tenía que preocuparse ni por el diafragma… ni por el anillo (ni siquiera sabía
lo que era un anillo). Llevaba saliendo tranquilamente con Jimmy desde hacía
casi un año, pero su máxima preocupación había sido su trabajo. Dominaba el
ruso y ahora estaba estudiando el griego. Guardó silencio unos instantes y
después dijo, con voz pausada:
—No conozco a ningún médico de esos… y, además, ¿por qué quieres
librarte del niño? Sabes que es un pecado mortal.
—¡Vaya por Dios, no me digas que aún sigues aferrada a la Iglesia!
—No me aferro pero creo en ella y voy a misa todos los domingos. Nos
educamos como católicas. No soy una mojigata y debo reconocer que hace
siglos que no me confieso… pero no podría cometer deliberadamente un
pecado mortal.
—¡Maldita sea… no puedo cargar con otro niño! Por lo menos, con sólo
un hijo siempre hay una niñera, se puede viajar libremente… ¡Y yo deseo ser
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libre!
—¿Y Nelson?
—¡Vamos, Dolo! —dijo Nita, echándose a reír—. Tenía una amante
cuando nos casamos. En Europa todo el mundo lo sabía menos yo. Pero
necesitaba una esposa como es debido y, al parecer, me debió examinar como
si fuera un caballo de cría. Me lo dijo inmediatamente después de la luna de
miel. Hasta me dijo el nombre de su amante… Angelina, una muchacha
suizo-italiana. Es periodista y él la ha instalado en París… Pasa todos los
fines de semana con ella.
Dolores se inclinó hacia adelante y comprimió la mano de su hermana.
—¡Oh, Nita, cuánto lo siento!
—No lo sientas —replicó Nita— y no pongas cara de pena. Medio
comedor nos está mirando. Soy lady Bramley… y él es muy generoso. Claro
que las joyas pertenecen a la familia, pero lo tengo todo… Un precioso
apartamento en Belgravia, treinta habitaciones y siete criados, una enorme
casa de campo que más parece un palacio. No es el hombre más rico de
Europa, quiero decir que no poseemos yates ni caballos, pero somos ricos. Y
él es católico, lo cual significa que el divorcio está excluido. No pienso hacer
lo que mamá, ¿sabes? Le he dicho que guardaríamos maravillosamente las
apariencias… pero yo me propongo mantener también relaciones amorosas
por mi cuenta. Por eso tengo que librarme de este niño.
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muchacha del momento y se apresuraba a bombardear a Dolores con sus
súplicas de que regresara). En una de aquellas visitas, Dolores había conocido
fugazmente al barón. Éste se había tropezado «accidentalmente» con ellas en
el Mirabel’s (aquella vez los reporteros de la calle habían estado aguardando
la salida de Dolores, pues ella no era una de las tantas noblezas inglesas, sino
la esposa del presidente de los Estados Unidos).
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5. La mujer más hermosa del mundo
El barón se había sentado con ellas a tomar café. Tenía una cicatriz en la
frente, encima de un ojo, producida por un «sable», según contaba él. En
realidad se la había producido al disolver en solitario una huelga de
estibadores. Era propietario de una flota petrolera mucho mayor que la de
Onassis y poseía enormes intereses en el Cercano y en el Medio Oriente. El
barón Erick de Savonne tenía la corpulencia de un campeón de boxeo y había
intervenido en numerosas reyertas en los muelles. Era propietario, además, de
muchos hoteles de lujo a lo largo de todo el mundo y, también, de una
colección de arte valorada en miles de millones.
Vivía fastuosamente y mantenía desde hacía muchos años a una bailarina
algo madura e inescrutablemente hermosa, circunstancia que no parecía
preocupar a Nita. «Tengo que dedicarle un poco de tiempo a Nelson y asistir a
ciertos acontecimientos sociales… Así pues, prefiero saber que se halla en
compañía de una mujer a la que mantiene desde hace años que no andar por
ahí cortejando a otras. Cuando llegue el momento, me casaré con él».
Al principio, a Dolores le había escandalizado la idea del divorcio. Pero a
Nita no le preocupaba lo más mínimo romper con la Iglesia. Poco a poco,
Dolores se fue acostumbrando. Al fin y al cabo, se trataba de la vida de Nita.
Su propia vida resultaba ahora más deslumbrante. Aparecía en las portadas de
las revistas cinematográficas, en Life, en Look, en Times, en Newsweek… y,
cuando Nita acudía a visitarla, ésta era la hermana de la primera dama, la
hermana de la mujer más hermosa del mundo.
¡La mujer más hermosa del mundo!
A Dolores le encantaba este calificativo. No era delgada y esbelta como
una modelo, pero Donald Brooks le diseñaba unas prendas que la hacían
aparecer mayestática y flexible. Se embellecía él cabello con apliques y lo
llevaba peinado en melena. Sus posturas eran perfectas, conservaba un
bronceado perpetuo y conseguía entrar en un salón con unos andares muy
suyos… mitad de pantera y mitad de deportista. Ahora, a su lado, Nita
resultaba pequeña e insignificante.
Pero Nita raras veces se desplazaba a los Estados Unidos y Dolores, a
medida que su fama fue acrecentándose, comenzó a sentirse cada vez más
unida a su hermana. No tenía a nadie más en quien poder confiar. Con Jimmy
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no todo había sido hermoso y romántico. Su boda había figurado en las notas
de sociedad gracias al apellido de los Cortez y a los millones de los Ryan.
Además, a Dolores le molestaba que el viejo Ryan —Timothy Ryan— se
obstinara en recordar a todo el mundo, en todas las entrevistas, sus humildes
orígenes. Bridget no procedía de un ambiente humilde. Al contrario, su
familia pertenecía a la alta clase media católica irlandesa y su padre había
sido un respetado abogado de Cleveland. En cambio, ella no tenía más
remedio que soportar las altisonantes parrafadas de Timothy acerca del Sueño
Americano, del hecho de que a pesar de haber empezado siendo un albañil, su
hijo podía llegar a ser algún día presidente de los Estados Unidos… Nadie se
tomaba demasiado en serio aquello del «presidente». Y mucho menos Jimmy.
Su padre se había gastado mucho dinero con el fin de conseguir que él y su
hermano Michael obtuvieran sendos escaños en el Senado y tanto Jimmy
como Michael se conformaban con quedarse donde estaban.
Aquélla era la familia en la que Dolores había entrado por su matrimonio.
El verdadero señuelo habían sido sus inmensas riquezas. A Dolores le gustaba
Jimmy pero, desde el punto de vista social, su boda había constituido un
retroceso. Nita le había mandado dinero para el ajuar y el traje de novia. Al
intentar Dolores rechazarlo, Nita te había dicho: «Cariño, nado en la
abundancia… tanto por mi marido… como por el barón. Para mí, diez mil
dólares son una nimiedad».
La boda había resultado encantadora y después, en una tranquila luna de
miel, Jimmy se la había llevado de viaje por Europa. Le había encantado lucir
todas aquellas bonitas prendas nuevas que componían su ajuar. Ella y su
madre habían recorrido todo Nueva York en busca de gangas. Pero Dolores
sabía que, después de la boda, todo iba a ser distinto. Cuando fuera la señora
de James T. Ryan dispondría de todo el dinero que le hiciera falta. Y le
devolvería a Nita hasta el último centavo.
Durante su viaje de luna de miel por el extranjero, Nita les había
agasajado. Jimmy había gustado a todo el mundo. Pero, una vez finalizada la
luna de miel, empezaron a hacer su aparición las decepcionantes realidades.
Contempló horrorizada la casita de Georgetown que Jimmy había adquirido
sin consultarle siquiera. Procuró disimular su tristeza mientras él franqueaba
orgullosamente el umbral, llevándola en sus brazos. Allí estaban Bridget,
Timothy, Michael, con su esposa Joyce, y las tres hermanas, todos gritando y
abrazándola. Y, en medio de todo aquel barullo, Dolores se percató de la
sencillez del mobiliario, de las sillas imitando el estilo Reina Ana. Y estaba
también Betsy Minton, el ama de llaves de Jimmy, deseosa de complacerle.
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Dolores no podía creerlo. La fortuna de Timothy Ryan se calculaba a
menudo en unos cuantos millones… y sus únicos herederos eran Jim, su
hermano y sus hermanas. Había abrigado la esperanza de que Jim le
concediera carta blanca para elegir una residencia de su gusto, decorarla,
contratar a un equipo de sirvientes y ofrecer brillantes cenas. Pero, en su
lugar, descubrió que su marido era casi tacaño.
—Dolo, tenemos una enorme finca en Virginia. Pertenece a la familia y
todos pasamos allí los fines de semana. Poseemos también una residencia
familiar en Newport, lo suficientemente espaciosa como para albergarnos a
todos… Por consiguiente, siempre que te apetezca tomar el sol, lo tendrás allí
esperándote. Y cuando prefieras el campo, lo tendrás también a tu
disposición.
—Pero no será mío… nuestro.
—Es nuestro —dijo él con firmeza—. Pertenece a la familia. Nos encanta
nuestra casa de campo. En verano nos gusta practicar el esquí acuático,
nadar… Ya verás, encajarás muy bien con todo eso. He elegido la casa de
Georgetown porque tiene cuatro dormitorios, los suficientes para nosotros dos
y tres o cuatro niños, incluso cinco, si los ponemos de dos en dos. Tengo que
estudiar mucho. El trabajo del Senado me trae de cabeza. No soy un animal
político. Hubiera preferido seguir ejerciendo la abogacía.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Porque a papá se le ha metido en la cabeza la absurda idea de que me
convierta en presidente —repuso él, mirándola como avergonzado.
—¿Y por qué no entrena a Michael para eso? También es senador, ¿no? Y
te lleva, tres años.
—A Michael le costó mucho esfuerzo terminar la carrera de Derecho.
Tiene menos madera de político que yo. Sólo lleva seis años casado con Joyce
y ya tienen cinco hijos y otro en camino. Es muy hogareño… Por eso me han
traspasado la carga a mí.
La primera discusión entre ambos se produjo al comprarse ella diez pares
de zapatos. Jimmy contempló la factura con aire de incredulidad.
—Pero ¿cómo vas a ponerte diez pares de zapatos a la vez?
—Harán juego con distintos trajes… con los trajes que tengo intención de
comprarme.
—Sólo llevamos casados dos meses, Dolo.
—Y eso ¿qué significa?
—Significa que el ajuar de una novia debiera durar por lo menos un año.
Mi madre se jacta de que el suyo duró cinco. Claro que iba enfundada casi
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siempre en ropa prenatal, cosa que probablemente puede ocurrirte también a
ti. Por consiguiente, no pierdas la cabeza comprando cosas.
Dolores casi no pudo soportarlo. Resultaba obvio que Jimmy debía de
haber aprendido de su padre el valor de unos dólares duramente ganados. Su
madre se preocupaba muy poco por los vestidos. Seguía jugando al tenis
diariamente, utilizaba pantalones y su figura era lo suficientemente firme y
flexible como para poder pasar por la de una muchacha. Incluso ahora, a sus
setenta y dos años, se enorgullecía de sus actividades… y de sus fiestas
benéficas. Dolores era una sibarita absoluta. Su padre se lo había dicho
cuando ella era todavía muy joven. Si se ofrecía a comprarle un caramelo en
palito, ella quería uno de cada color. A veces, ni siquiera se los comía, pero le
gustaba saber que los tenía a su disposición. Adoraba a su padre. Su primer
disgusto tuvo lugar cuando él abandonó a su madre y los periódicos
empezaron a escribir acerca de él y de todas las bellas mujeres que le
acompañaban. Nita se lo tomó con más filosofía. «De todos modos,
hubiéramos tenido que perderle… cuando nos fuéramos a vivir con nuestros
maridos». No obstante, siempre que Dolores veía a su padre, éste la mimaba
con el mayor cariño… Té en el Plaza, bonitos vestidos de un elegante
establecimiento de la Avenida Madison… y jamás le hacía las mismas
observaciones que las dependientas acerca de lo mucho mejor que le sentaban
los vestidos a Nita.
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6. Servicio secreto
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Sólo que ahora ya no era la primera dama. Era una viuda y la primera
dama era Lillian Lyons, enfundada en su viejo abrigo de astracán. Contempló
a la nueva «pareja presidencial». Lillian, una mujer de mediana edad, alta y
corpulenta, y Elwood, bajito y delgado. Todo el resplandor que ella y Jimmy
habían conferido a la Casa Blanca se desvanecería… y ella se desvanecería
con él. Súbitamente, se incorporó en su asiento. No, no se desvanecería.
Al principio se había movido a la sombra de Jimmy, había adquirido
aplomo en París y había hecho caso omiso de los chismorreos acerca de él y
de distintas estrellas de Hollywood porque, en el fondo, no se lo reprochaba.
Ella no se mostraba muy apasionada en sus brazos. Tal vez todo se debiera a
la molesta pobreza y a la necesidad de guardar las apariencias que se había
producido en su familia tras la muerte de su padre. Y también, sin duda, a las
constantes quejas de su madre: «Si no hubiera estado tan locamente
enamorada de tu padre, hubiera podido casarme con un hombre muy rico».
Sin embargo, al morir él, su madre había murmurado: «¡Ya vengo, Dannie!».
Incluso en la hora de la muerte, su madre había extendido los brazos hacia su
padre. Y fue entonces cuando Dolores recordó las lágrimas de su madre al ver
que su padre salía por la noche para ir a jugar al «póker», las lágrimas de una
mujer a la que su marido no le pedía que lo acompañara en sus «viajes de
negocios», las palabras de una madre que le había dicho muchas veces, entre
sollozos, cuando ella no tenía más de diez años: «Dolo, no te enamores nunca.
Si te enamoras, ya no te pertenecerás a ti misma… Una mujer enamorada sólo
es una esclava… sólo es medía persona cuando él no está».
Ella jamás había «pertenecido» a «Jimmy». Había coqueteado con él
cuando le conoció porque era muy apuesto. Su madre opinaba que era del
montón… pero había aprobado el dinero de los Ryan. Y menos mal que lo
había en abundancia, porque a su madre, dos meses después de la boda de
Dolores, se le declaró un cáncer y fue gracias al dinero de los Ryan que los
últimos meses de su vida le resultaran indoloros.
Dolores no se acostó con Jimmy hasta después de la boda. Si éste se
sorprendió de que fuera virgen, no lo dijo. Pero ya desde un principio las
relaciones sexuales constituyeron para ella algo así como una obligación a la
que tuviera que someterse. Le gustaba ser su esposa… le encantaba ser la
primera dama… Se había acostumbrado a un número ilimitado de sirvientes,
a los agentes del Servicio Secreto, a los automóviles, a las aclamaciones de la
multitud… y, finalmente, a la envidia que podía leer en los ojos de Nita. Pero
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la bala de un tal H. Ronald Preston había acabado con todo y ahora volvería a
ser, probablemente, la menos atractiva de las dos hermanas.
¡No! Aunque ya no fuera la esposa del presidente, se aferraría a su recién
adquirida fama. Le fascinaba verse en los periódicos, le fascinaban las
muchedumbres que la seguían y los agentes del Servicio Secreto que la
acompañaban… Bien, al menos éstos continuarían acompañándola. Como el
propio Elwood le había explicado, tendría derecho a los agentes del Servicio
Secreto para ella y los niños.
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7. La soberana reinante
Se percató de que el aparato estaba a punto de aterrizar. Tenía que aclarar sus
ideas. Seguiría contando con los servicios de Betsy Minton. Se preguntó qué
ocurriría con el depósito. Jimmy sólo tenía cuarenta y dos años. Jamás había
hablado de testamentos. Ambos eran tan jóvenes y ¡estaban tan sanos!
Pero debía de haber mucho dinero. Y lo importante era conservar su
celebridad. Una de las ayudantes le estaba diciendo algo y Dolores prestó
atención.
—Señora Ryan, le he preparado un traje azul marino y unos guantes
blancos. Puede cambiarse en el dormitorio de la parte de atrás del aparato. Si
desea usted que le arreglen un poco el peinado, una de las chicas, Beatrice,
afirma que se lo puede recoger en un bonito moño francés tal como hace Diño
algunas veces…
—No —dijo Dolores serenamente—. Quiero que la prensa vea la sangre
de mi marido… la sangre que ha derramado por su país.
—¡Pero, señora Ryan, no puede usted hacer eso! —exclamó la ayudante.
—Puedo… ¡Y lo haré!
Y apareció en lo alto de la escalerilla como una tigresa enfurecida, con la
mirada desconcertada de una chiquilla perdida. Las cámaras se dispararon y
los equipos de los noticiarios la enfocaron, pero ella permaneció de pie, sin
derramar ni una sola lágrima. No era la tímida y joven primera dama, era una
pantera furiosa que conducía a su compañero hasta su lugar de descanso.
Michael, el hermano de Jimmy, la estaba aguardando para escoltarla entre la
muchedumbre.
Elwood Jason Lyons y la señora Lyons la seguían a discreta distancia. La
señora Lyons echaba chispas. Su marido era el presidente. Había prestado
juramento en el avión. ¿Por qué caminaba detrás de aquella muchacha como
si ésta fuera todavía la soberana reinante? ¿Y la prensa…? ¡Le estaban
sacando más fotografías a ella y a Michael que a la nueva primera dama y al
nuevo presidente!
Fíjate cómo domina Michael la situación. Jamás había estado muy unido a
Dolores, pero ahora se comportaba como si fuera el presunto heredero. Su
esposa ni siquiera le había acompañado… y él estaba rodeando los hombros
de Dolores con su brazo. ¡Santo Cielo! ¿Acaso estaba pensando en
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convertirse en el próximo presidente? Sus ausencias del Senado constituían
todo un récord. Pero en los tiempos que corrían todo era posible. Era más
apuesto incluso que Jimmy… ¡Todos los componentes de aquella maldita
familia eran muy bien parecidos! Las cámaras, sin excepción, enfocaban a los
Ryan… Claro que también le habían sacado fotografías a Elwood y ella había
procurado escabullirse… ¿Por qué tendría que medir ocho centímetros más de
estatura que Elwood? Bueno, se compraría zapatos de tacón más bajo… y le
diría a Elwood que hiciera poner unos tacones más altos a su calzado.
Pero ahora toda la prensa se había volcado en Dolores y en Michael y el
automóvil oficial de la Casa Blanca iba a conducirles a la Casa Blanca.
—¿Cuánto tiempo va a quedarse? —preguntó, dirigiéndose a Elwood.
—Cariño —le susurró él amablemente—, su marido ni siquiera está
enterrado. Después se celebrarán las honras fúnebres y tenemos que darle
tiempo para que se busque un lugar en el que vivir.
—Bueno, pues a partir de ahora la prensa hablará de mis hijos —replicó
Lillian—. Estoy harta de leer cosas acerca de los pequeños Jimmy, Micky y
Mary Lou.
—Son unos niños de lo más simpático —dijo Elwood—. Son los
periódicos los que los han mimado, llamándoles con diminutivos. Sabes que
la esposa del presidente desea que la llamen Dolores, no Dolo.
—La esposa del presidente soy yo —subrayó Lillian, con voz sibilante—.
Tú mismo pareces seguir mirando a esa rubia presumida como si todavía la
consideraras la primera dama.
Lillian trató de esbozar una sonrisa mientras la fotografiaba un reportero
gráfico que había estado siguiendo a Dolores.
Dolores avanzaba en compañía de Michael y tratando de reprimir su
incontrolable impulso de echarse a llorar. El brazo protector del hermano de
Jimmy contribuía a recordarle lo sola que estaba realmente. A Michael ella le
importaba un bledo… Siempre la había considerado una esnob, pero se estaba
comportando según el auténtico estilo de los Ryan. La familia debe
permanecer unida. Y Michael se atendía a las normas.
—He hablado con el cardenal. Mañana organizaremos con él las honras
fúnebres —susurró Michael—. Tú vete a casa a dormir. Betsy Minton ha
traído a los niños a nuestra casa. Joyce los tiene jugando con los nuestros.
Ninguno de ellos comprende exactamente lo que ha ocurrido. Ni siquiera
nuestra hija de diez años comprende lo que es la muerte, pero ya se comporta
como una madrecita con tus chiquillos. En cuanto a las honras fúnebres… he
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pensado en una misa solemne de carácter privado… y en una inhumación
también privada. Jimmy sirvió en el Ejército, pero supongo que podremos
prescindir de Arlington y enterrarlo en nuestro panteón familiar de Virginia.
Te ahorrarás muchos quebraderos de cabeza. Bridget se encargará de todo…
—Es muy amable de tu parte —dijo Dolores con voz pausada—. Y
admiro la forma en que todos los Ryan permanecen unidos. Pero Jimmy era
mi marido.
—Pues, claro… Lo que tú digas.
—¡Quiero saber cómo fue enterrado el presidente Kennedy!
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SEGUNDA PARTE
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8. Treinta y seis
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—Tal vez su poder forme parte de ello —arguyó Nita—. Pero anoche,
cuando le vimos, ¿no advertiste en él cierto magnetismo?
—Yo no advertí nada… Y estoy segura de que ese maldito título que
ostenta se lo debió comprar de alguna forma, porque no es aceptado en la
buena sociedad.
—Vamos, Dolo, la buena sociedad ya no existe. Ha terminado,
exceptuando a alguna que otra matrona septuagenaria. Echa un vistazo a la
alta sociedad actual: ¡príncipes y lores afeminados, astros del rock más
cualquier bestia de los Estados Unidos que posea por encima de los diez
millones! Y tú, querida mía, ya no eres un personaje de la alta sociedad, sino
que eres una personalidad famosa. Apareces en todas las portadas de las
revistas. ¡Dios mío, la historia de amor que están escribiendo acerca de ti y de
Jimmy!
—Por eso no puedo lanzarme a una vida social.
—Muy bien, en tal caso búscate a un amante discreto. Pero procura
amarle con el cuerpo, no con el corazón.
—Nita, ¿de veras sientes algo por el barón, aparte de su dinero y su
poder?
—Al principio, tal vez fueron los accesorios los que me atrajeron —
repuso Nita apartando la mirada—. No sé, si hubiera entrado en un salón y
hubiera sido simplemente el señor Fulano de Tal, es posible que no le hubiera
hecho el menor caso. Pero posee presencia y creo que estoy acostumbrada a
que todos los hombres graviten a mí alrededor. Él no lo hizo. Cuando nos
presentaron, pareció como si yo no le hubiera causado la menor impresión. Y
entonces, todo ello se convirtió para mí en algo así como un reto… y después
en amor. ¡Sí, amor! Dolo, te lo juro, si no tuviera ni un céntimo, seguiría
queriendo acostarme con él.
—Pero si casi tiene sesenta años y tú tienes treinta y cinco. Tú cumplirás
treinta y seis dentro de tres semanas. Recuerdo lo mal que me sentí al cumplir
los treinta años —evocó Dolores sonriendo—. Cada año se convertía para mí
en una maldición imposible de soportar. Ahora, en cambio, me siento
ridículamente joven. Soy la viuda del siglo… y tengo sólo treinta y seis años.
¡Treinta y seis!
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9. El testamento
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Onassis había pasado a convertirse en una «noticia» habitual como Elizabeth
Taylor. Ahora ella, Dolores Ryan, era la muchacha más deslumbrante del
mundo. Curiosamente, antaño, en la época en que fue presentada en sociedad,
abundaban las grandes actrices cinematográficas que atraían la atención del
público: Doris Day, Rita Hayworth, Lana Turner, Marilyn… Pero en la
actualidad lo único que polarizaba el interés de las masas eran los conjuntos
de rock… y Dolores Ryan. En el transcurso de aquel mes le habían dedicado
reportajes otras diez revistas.
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pequeña fortuna… los gemelos acudían a un jardín de infancia muy caro…
Bridget parecía no darse cuenta, pero no se podían hacer demasiadas cosas
con treinta mil dólares anuales.
Y las pocas veces que salía, era para almorzar con alguna de las pocas
muchachas a las que casi podía considerar amigas, como por ejemplo, Janie
Jensen, que en el Finch era Janie Birch… Janie siempre había sido
enormemente rica, pero en la escuela ella y Dolores se apreciaban. Por aquel
entonces el dinero carecía de importancia. Sólo que ahora Janie estaba casada
con el embajador sueco y todavía era más rica, pues Svend Jensen también
era rico —muy rico— y, como suele ocurrir siempre con las personas
adineradas, Janie insistía en que ambas se alternaran en el pago de la cuenta.
Con frecuencia, Dolores acompañaba a Janie y la veía comprar todos los
modelos nuevos y lo contemplaba todo como una chiquilla, mientras Halston
o Valentino le decían: «¡Oh, señora Ryan, eso a usted le sentaría muy bien!».
Dolores, que ya se imaginaba enfundada en aquellas creaciones viendo cómo
se las probaba la rechoncha Janie, se limitaba a contestar recatadamente: «De
momento, nada de ropa… Estoy todavía…». Y se callaba, al tiempo que ellos
asentían comprensivamente.
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10. Eddie
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—¿Por qué? ¿No desea hacer su primera aparición en público
acompañada de un judío? —preguntó él esbozando una sonrisa.
—Jamás he pensado que fuera usted otra cosa más que un hombre de gran
talento. Pero sucede que mi suegra tiene previsto venir a la ciudad esta
semana y yo pasaré algunos días con ella en el campo, junto con unos amigos.
Sin embargo, ¿querría usted cenar conmigo, en mi apartamento, a la semana
siguiente? Venga vestido tal como va ahora… Digamos, pues, dentro de una
semana a partir del martes.
Pareció que a él le emocionaba la invitación y los tres pedalearon hasta
llegar al Edificio River View.
—Décimo piso —le dijo ella cuando se despedían.
—¿Qué puerta?
—Tengo toda la planta —repuso ella, disimulando su presuntuosa
observación mediante una expresión de niñita inocente. Después se apresuró a
añadir—: ¿Qué comida prefiere? Tengo una maravillosa cocinera que ya está
empezando a cansarse de prepararles chuletas de cordero a los niños.
—Spaghetti… marinara, minestrone… Y una ensalada.
—Muy bien. A las ocho en punto. Los niños ya se habrán acostado para
entonces.
Dolores se pasó el resto del día pensando en él. Había dado en el clavo
con aquella observación de «¿No desea hacer su primera aparición en público
acompañada de un judío?». Mejor dicho, había acertado… y no había
acertado. En realidad, el hecho de que fuera judío no tenía nada que ver. Si se
hubiese tratado de un importante gobernador o senador, aún siendo judío, ella
no habría vacilado en salir con él… Pero salir por primera vez con un
representante del mundo del espectáculo… ¡No! No encajaría con su imagen.
Lo comentó con Bridget, quien asintió solemnemente mientras ambas
almorzaban. «Tienes razón. Hablaré con Michael y él te encontrará a un
acompañante adecuado».
A la semana siguiente Dolores asistió a la inauguración de un museo en
compañía de una escolta conveniente: el presidente del Tribunal Supremo,
que era soltero y tenía cincuenta y nueve años. Fue la noche más aburrida de
su vida y se gastó quinientos dólares en un traje de Stavropoulos… rebajado.
Su nueva secretaria social, Nancy Kind, se lo había organizado todo.
Se acostó con Eddie Harris la primera noche que éste acudió a su
apartamento. Probablemente porque la situación era clandestina y porque
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estaba segura de que era un homosexual al que jamás volvería a ver. Se sintió
tranquila y alcanzó un orgasmo por primera vez en su vida. Al principio,
simuló experimentar algo, tal como solía hacer con Jimmy. (Gemir un poco y
terminar cuanto antes). Pero Eddie se echó a reír. «Jamás conseguirías hacer
carrera en el teatro. Ahora relájate y diviértete». Después le siguió haciendo el
amor hasta dejarla exhausta.
Empezaron a verse cada semana… y después dos veces por semana, hasta
que, súbitamente, él dejó de llamarla. Dolores esperó una semana y le
telefoneó.
Se mostró encantador y, al invitarle ella a cenar, dijo:
—Desde luego, pero esta vez me toca a mí.
—¿A qué te refieres?
—A llevarte a cenar fuera.
—No… no puedo, Eddie.
—¡Claro! Pero, en cambio, sí puedes ir al «21» con el presidente del
Tribunal Supremo Blinger y al Elaine’s con un poeta que es lo
suficientemente mayor como para ser tu abuelo.
—Fueron dos invitaciones a las que no pude negarme. Te aseguro que me
aburrí de muerte.
—¿Y qué te hace pensar que yo no me aburro de muerte acudiendo a tu
apartamento, bebiendo vino de cosecha en copas de Steuben, saboreando unos
manjares exquisitos y, después, sirviéndote en la cama?
Dolores le colgó el teléfono.
Al día siguiente, él le envió unas flores y, al otro, ella consintió en ponerse
al teléfono.
—Oye —dijo Eddie ansiosamente—, el alcalde va a ofrecer una gran
fiesta con motivo de no sé qué idiotez del fomento del jazz en Nueva York.
Acudirán toda clase de personas adecuadas. ¿Te apetece ir conmigo?
—He recibido una invitación —dijo ella—, pero…
—Pero ¿qué? Mira, Dolores, o vas a la fiesta conmigo o voy con otra
persona y lo dejamos.
—No me gustan las fiestas —dijo ella—. Jamás me han gustado las
grandes fiestas, ni siquiera las de la Casa Blanca.
¿Por qué le estaba dando explicaciones a aquel hombre? Porque era el
único contacto de cuerpo y sangre que mantenía con el mundo exterior.
—Bueno, pues, prueba a ver si te gusta ésta. No es más que Gracie
Mansion[4], pero aquí, en Nueva York, la llamamos nuestra casa.
—De acuerdo, Eddie.
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11. Barry
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—Usted alcanzó el poder por ser la esposa de un presidente —dijo él
sonriendo—. Yo lo perdí por ser el hijo de un vicepresidente.
Dolores esbozó una sonrisa. ¡Claro! ¡Era Barry Haines! Su padre había
sido vicepresidente y había fallecido de un ataque al corazón durante su
campaña para la candidatura a la presidencia. Hubiera conseguido alzarse con
el triunfo. Bennington Haines, padre, poseía un enorme magnetismo. Sus tres
hijas eran muy agraciadas y habían contraído matrimonio con muy buenos
partidos, Barry Haines, hijo, era el más guapo de toda la familia. En realidad,
su físico le había perjudicado en su carrera política. Al presentarse como
candidato a la alcaldía de Nueva York, fue derrotado por un tristón hombre de
«partido». La gente opinaba que un hombre tan apuesto como Barry Haines
no podía ser un brillante político. Después se presentó para la Cámara de
Representantes… y perdió. Al final, se había casado con una mujer que valía
muchos millones. Se decía que estaba relacionado con un importante bufete
jurídico, pero su boda con Constance McCoy había destruido todas sus
posibilidades de que la gente se lo tomara en serio.
Constance McCoy ya había estado casada dos veces con anterioridad. No
era arrebatadoramente hermosa, pero ofrecía un aspecto de sobria y cuidada
elegancia. No obstante, era la heredera de los Cereales Hap Hap. Ahora se
encontraba al otro lado del salón, conversando con el alcalde. Todo el mundo
sabía que Constance se había casado con Barry Haines únicamente por su
apellido, porque deseaba que sus hijos llevaran el apellido de Haines. Hasta
entonces había sufrido dos abortos… y contaba cuarenta y tantos años. Sin
embargo, estaba decidida a seguir intentándolo.
Todos aquellos pensamientos cruzaron por la imaginación de Dolores
mientras su mirada se encontraba con los ojos grises de Barry Haines. La
mirada de éste resultaba tan directa que la hizo ruborizarse.
Dolores se apresuró a presentarle a Eddie Harris y ambos hombres dijeron
que ya se conocían. Había una pequeña orquesta tocando en el otro salón. La
música era suave y pausada. Barry Haines no parpadeó siquiera al ser
«presentado» a Eddie.
—¿Quiere bailar? —preguntó Barry lentamente.
—Yo… —empezó a decir Dolores, que llevaba muchos años sin bailar.
—Discúlpenos, Ed —dijo él tomándola del brazo y acompañándola a la
pista.
Bailaron en silencio durante unos minutos. Después, él le dijo:
—Tranquilícese. Está intentando guiarme… Es una de las pocas cosas que
sé hacer bien. Sabe Dios la de bailes de presentación en sociedad a los que he
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tenido que asistir. Deberían condecorarme por todas las vacas que me he visto
forzado a empujar…
—¿Le parece que me está usted empujando?
—Mi querida señora, a usted no hay quien la empuje —repuso él riéndose
—. Dudo que su estimado esposo pudiera hacerlo.
Dolores prefirió no contestar pero se tranquilizó un poco e intentó seguir
sus pasos. En realidad, no era muy buena bailarina porque jamás había tenido
tiempo de aprender. Tras su presentación en sociedad, cuando casi todas las
muchachas se dedicaban a frecuentar el mayor número de fiestas posible, ella
había tenido que buscarse un trabajo. Y la mayoría de hombres que había
conocido preferían sentarse a charlar tranquilamente en un restaurante.
—¿Me odia usted? —preguntó él.
—¿Por qué iba a odiarle?
—Porque no parece que se esfuerce usted demasiado en derrochar
encanto.
—¿Y por qué habría de hacerlo? Es usted un hombre casado.
—¡Ah! O sea que reserva usted su encanto para los solteros. No sabía que
anduviera a la caza de marido.
—No quiero marcharme y dejarle aquí, solo, en la pista —dijo ella
serenamente—. Por consiguiente, haga usted el favor de acompañarme de
nuevo junto a Eddie.
—Con mucho gusto.
La acompañó diestramente por entre los invitados y, al llegar junto a
Eddie Harris, le dijo con una sonrisa:
—Muchas gracias por el baile. No me ha decepcionado usted, es
exactamente tan encantadora como pensaba.
Tras lo cual se alejó cruzando el salón.
Dolores se pasó varios días pensando en aquel incidente. Se negaba a
ponerse al aparato cada vez que Eddie Harris la llamaba. En cierto modo, no
podía soportar la idea de acostarse de nuevo con él.
¡Deseaba acostarse con Barry Haines!
¡Eso era!
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12. La reina Victoria de Norteamérica
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dinero, por eso se casó con Constance McCoy. Un Haines jamás se hubiera
casado con una McCoy. El padre de Constance empezó como empaquetador
en una fábrica de cereales… Montó una fábrica propia, le respaldaron… y se
hizo millonario con los Cereales Hap Hap… Son unos cereales muy buenos.
Los he probado, incluso los tomo a menudo antes de acostarme… Pero no por
eso deja de ser la hija de un pobre irlandés.
—También lo era mi marido y mis hijos.
—Vamos, mujer. Jimmy era una excepción. Todos los Ryan constituyen
una excepción. Y los hijos heredan la religión y el linaje de la madre. Por las
venas de tus hijos corre noble sangre castellana. En cambio, Barry… —Janie
lanzó un suspiro—. La sangre de los Haines es tan excelente que da pena
verla mezclada con los McCoy. Hasta ahora no han tenido hijos… Esperemos
que no los tengan. Aquí, en los Estados Unidos, estamos creando una nueva
raza de bastardos. No sé, hasta los animales de pura raza, cuando se han
mezclado, son apartados o bien sacrificados. ¿Recuerdas cuando mi Princesa
Sha Sha escapó a mi vigilancia, en Darien, y se apareó con aquel perro de
aguas? ¡Santo cielo, menuda prole! Una mezcla de pomerania y perro de
aguas… Ordené inmediatamente que mataran a aquellos pequeños monstruos.
—Pero ¿acaso no se dice que los perros mestizos son los más inteligentes?
—Eso no es cierto. Los caballos de tiro no participan en las carreras. Lo
único que pueden hacer es tirar de los cabriolés por el parque. La raza se crea
a través de muchos años de sangre pura, así es como se hacen los campeones.
En cierta ocasión me sentí atraída por un astro cinematográfico. Hubiera
podido casarme con él… Además, tenía dinero. Pero elegí a Svend. ¿Por qué?
Sencillamente, Svend desciende de la realeza… Lo cual me recuerda que
Eddie Harris es muy atractivo e inteligente, aunque he oído decir que su
madre habla con acento.
—Yo acepto a las personas tal como son… y no me importa cómo sean
sus madres o sus padres. Me imagino que mi bisabuela debía hablar inglés
con mucho acento.
—¡Ah, querida…! Pero era acento español.
—No he visto a Eddie últimamente.
—Dolores, ya sería hora de que pensaras en tu futuro y en el de tus hijos y
que te olvidaras de las personas como Eddie.
—No te comprendo.
—Bueno, ya sé que es un hombre muy atractivo e inteligente… Tiene
unas amistades muy bohemias… Pero debes comprender que jamás podrás
volver a casarte.
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—No se me había ocurrido pensar en eso. Pero ¿por qué no podría? ¿Y si
conociera a una persona adecuada?
—Bueno, si fuera un príncipe o un rey o un presidente soltero, el público
tal vez lo aceptara. Pero, cariño, tú eres la reina Victoria de Norteamérica. El
público os adoraba, a ti y a Jimmy juntos, te acompaña en tu duelo, quiere a
vuestros hijos. Yo misma, querida, cuando os veía a los dos juntos, os
envidiaba en secreto… ¡Él era tan apuesto y tú eras tan guapa!
¿Era? Dolores trató de disimularlo, pero aquella noche se examinó ante el
espejo. Estaba a punto de cumplir treinta y siete años. ¡Treinta y siete años…!
Demasiado mayor para ser una muchacha altamente cortejada, pero
demasiado joven para permanecer sola toda la vida. Y, además, tener que
vivir en consonancia con una imagen que, en realidad, no existía. Dios
bendito, el público debió enterarse de lo de Jimmy y aquella actriz
cinematográfica que todavía seguía hablando de ello con todo el mundo y que
hasta había conseguido mejores cotizaciones en sus películas. Y Tanya, la
misma Tanya que ahora mantenía relaciones con un famoso director de
orquesta. Pero Tanya no tenía que vivir en consonancia con ninguna imagen.
¡La reina Victoria! Victoria era una mujercita rechoncha y Alberto había sido
su príncipe consorte… y le había sido fiel. Ella, en cambio, se había movido a
la sombra de Jimmy… y cerrado los ojos cuando había otras mujeres.
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13. Horatio
Y ahora quería a Barry Haines. Cuanto más pensaba en ello, tanto más la
obsesionaban sus sentimientos. Pero ¿cómo podría llegar hasta él? Carecía de
vida privada. Los fotógrafos montaban guardia frente a la entrada de su casa.
¿Tendría que pasarse lo que le restara de vida frecuentando aburridas
inauguraciones con el presidente del Tribunal Supremo o sir Warren Stanford,
el noble que le había sido presentado por Michael? Sir Warren era viudo pero
no tenía demasiado dinero. Una bonita residencia en las afueras de Londres…
y cuatro hijos de corta edad. En cierta ocasión él había hecho alusión a una
posible boda, pero Dolores no se imaginaba en la campiña inglesa educando a
los hijos de sir Warren junto con los suyos.
A veces, por las noches, se dedicaba a pasear por el apartamento.
Escuchaba las emisiones de los disc jockeys radiofónicos y veía las películas
del último programa de televisión. Leía todas las novelas de las listas de
bestsellers. Paseaba en bicicleta por el parque cuando hacía buen tiempo. Se
trasladaba con los niños a la granja que Bridget poseía en Virginia, para pasar
allí el Día de Acción de Gracias y las fiestas, en compañía de Michael, su
mujer y sus hijos, de las hermanas de éste y sus hijos y maridos. Pero siempre
estaba sola. A veces pensaba en Bridget… Iba a misa todos los días, daba
largos paseos, tenía setenta y tantos años, pero su marido llevaba enfermo
quince años…
¿Acaso los estímulos sexuales cesaban a los cincuenta y tantos años? ¿O
acaso a Bridget la había sostenido su fe religiosa? En la actualidad, podía
decirse que Timothy Ryan se limitaba simplemente a vegetar. Estaba tan
agobiado por la artritis y tenía el rostro tan abotargado a causa de la cortisona
que prefería permanecer en su habitación la mayor parte del tiempo.
Dolores decidió ofrecer su primera fiesta aquella primavera. Invirtió
varias semanas en confeccionar la lista. Janie Jensen la ayudó. Mencionó a los
Haines como de pasada y suspiró aliviada al ver que Janie se mostraba de
acuerdo.
Las invitaciones fueron cursadas por Tiffany’s.
Treinta y cinco invitados, cóctel y una cena fría, el día uno de junio. Dejó
que fuera su secretaria social quien se encargara de escribir los nombres y
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direcciones pero, al llegar al señor y a la señora Haines, subrayó con un trazo
su nombre impreso y escribió, de su puño y letra:
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Antes de que pudiera pensar en ello, sonó el teléfono y una voz ceceosa se
anunció como Horatio Capón. Dolores conocía su obra. Había pintado unas
excelentes marinas y los críticos de arte le habían dedicado encendidos
elogios. Ahora llevaba varios años sin exponer. Se había convertido en un
célebre personaje de la televisión. Parecía un cerdo pelirrubio, pero contaba
con mucha gracia toda clase de historias terribles y chismorreos.
—¡Dolores Ryan! —exclamó con voz meliflua—. ¡Cuánto me alegro…!
No sé… Conozco a Nita desde hace tanto tiempo… Nos conocimos en
Inglaterra, en una de mis exposiciones, y siempre había sentido muchos
deseos de conocerla a usted. ¿Ha visto mi obra?
—Últimamente, no —repuso Dolores.
—Bueno, a decir verdad, me he atascado un poco. Llevo mucho tiempo
trabajando en un lienzo enorme y sigo pintando y retocando algunas figuras.
Pero debo reconocer que me he convertido en una especie de mariposa
social… Un hombre fuera de serie siempre se ve muy solicitado… y sobre
todo si es un personaje famoso.
—Yo… Acabo de recibir el telegrama de Nita y…
—¡Oh! Vayamos juntos a la caza de apartamentos, ¿le parece? Será muy
divertido.
—Tengo que pensarlo. Primero quiero hablar con mi agente de la
propiedad.
—Pero, querida, podríamos salir juntos a almorzar algunas veces. Debe
usted sentirse muy sola.
—Pues, en realidad, no —dijo Dolores—. Simplemente ocupada. Preparar
las cosas de mis hijos para el campamento y encargarme de lo de Nita me va a
llevar mucho tiempo.
—Pero, encanto… Yo soy lo que se dice un hacha buscando
apartamentos. Conozco todos los edificios más adecuados y nos lo podríamos
pasar muy bien.
—Bueno, mire, si mi agente de la propiedad no encontrase nada… ¿dónde
podría llamarle?
—Cualquiera sabe —repuso él, soltando una risa estúpida—. Tengo un
apartamento en la Quinta, un simple pied-à-terre…, cinco habitaciones. Una
casa en Quogue y un apartamento celestial en Londres. Mire, los puedo
excluir de mi impuesto sobre la renta porque ésta es mi residencia oficial. Por
consiguiente, me dedico a revolotear de un lado para otro. Me temo que
tendré que llamarla yo.
—¿Cuándo pinta usted? —preguntó Dolores.
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—Buena pregunta —dijo él riéndose—. Algún día dejaré todas estas
fiestas y estos programas de televisión. ¿Sabe que me han ofrecido un
programa para mí solo…? Pero algún día le cerraré la Puerta al mundo y
terminaré la mayor obra de arte de todos los tiempos.
—No quisiera apartarle de su trabajo…
—Será un placer —dijo él, en tono relamido—. Con la llegada de nuestra
pequeña Nitzi tampoco podría trabajar de todos modos. Cuando estoy en
Londres, me acompaña constantemente. Mire —añadió, en tono confidencial
—, no tiene más remedio que venir. Lord Nelson ha dejado a la periodista
suiza por una joven princesa italiana que sólo tiene veintidós años… y lord
Nelson va con ella abiertamente a todas partes… la pobre Nitzi está haciendo
el ridículo. Yo le dije que viniera. Entre nosotros, tenemos que procurar que
se distraiga.
Dolores colgó lentamente el teléfono. Pobre Nita…
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14. Posesión
Nita llegó un caluroso día de julio. Horatio había llamado muchas veces, pero
Dolores no se había puesto al teléfono. Encontró un maravilloso apartamento
para su hermana en la Quinta Avenida… Quince habitaciones… y, puesto que
estaba claro que Nita disponía de dinero en abundancia, Dolores contrató
también un magnífico equipo de sirvientes para ella. Compró colchones de
muelles… Imaginaba que la decoración del apartamento conseguiría distraer
mucho a Nita, y ella la ayudaría en todo lo que pudiera. Estaba deseando que
llegara Nita, pues así tendría a alguien con quien poder hablar, alguien con
quien poder salir a almorzar todos los días, alguien con quien olvidarse de su
soledad.
Alquiló un automóvil y, acompañada de un agente del Servicio Secreto,
acudió a recibir a Nita al aeropuerto. La TWA le permitió llegar hasta la pista
de aterrizaje… y Nita cumplimentó rápidamente los trámites de aduana.
Acompañó a su hermana al nuevo apartamento y ésta, al verlo, dio su
aprobación con aire distraído.
—Claro que está todavía vacío —dijo Dolores en tono entusiasta—. Pero,
Nita, piensa en lo mucho que vamos a divertirnos amueblándolo.
Nita asintió tristemente.
—He de tenerlo todo terminado para el otoño, cuando mande llamar al
niño. Nelson lo ha enviado a un campamento francés —abrió el bolso, sacó
una caja de píldoras e ingirió una pequeña pastilla blanca—. Fenobarbital —
dijo, tratando de sonreír—. El médico cree que me será útil.
—Nelson abandonará a esa chica —dijo Dolores. Al ver que Nita no
contestaba, se apresuró a añadir—: Mira, Jimmy tuvo muchos idilios. El más
importante fue el de Tanya. Cuando un hombre ya ha superado el más
importante, si no les haces caso, todos estos idilios mueren de muerte natural.
Además, ninguna muchacha bonita querrá seguir al lado de Nelson cuando se
entere de que no hay posibilidad de divorcio. Con Jimmy sucedía lo mismo…
A veces, estas relaciones duraban algo más sólo porque revestían un carácter
secreto y enigmático.
Nita siguió mirándola con aire ausente. Dolores la abrazó súbitamente.
—Vamos, Nita, no va a ser el fin del mundo.
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—Lo es —dijo Nita serenamente—. Y no me importa lo más mínimo lo
de Nelson con esa chica. Se trata de Erick.
—¿El barón? ¿Aún sigues con él?
Nita extendió la mano y Dolores pudo admirar un enorme solitario.
—Treinta kilates… Su regalo de despedida.
—¿Te ha dejado?
—Hace una semana —repuso Nita, asintiendo—. Me dijo que amaba con
todo su corazón a Ludmilla Rosenko y que ésta ya no podía soportar por más
tiempo sus relaciones conmigo. ¡Que no podía soportar sus relaciones
conmigo! Imagínate, me ha vencido una mujer de cincuenta y cinco años.
—Pero es muy hermosa.
—Le han estirado la piel de la cara tantas veces que apenas puede sonreír.
Pero, mira, Erick la recuerda de cuando era una estrella y venera su talento.
Es lo único que le entusiasma. La veía noche tras noche y soñaba con
poseerla. Parece ser que todos los hombres de París pensaban lo mismo. Y
cuando, al final, la consiguió, se lo dio todo. La ha convertido en rica e
independiente y, por lo tanto, sabe que le ama…
—Pero tú también eres rica e independiente —dijo Dolores.
—Sin embargo, no soy célebre ni tengo talento. A Erick le encantan las
posesiones. Acaba de comprarles un barco a los alemanes, un trasatlántico, y
lo está convirtiendo en un yate particular. Será el doble de grande que los
barcos que haya podido tener Onassis o cualquier otro. Eso será una posesión.
Ludmilla es todavía admirada… y es una posesión. Por consiguiente, cuando
le planteó el ultimátum de o ella o yo… fue el final de todo.
—¡Oh, Nita, cuánto lo siento! Tal vez sea para bien.
—Tal vez, pero tenía que irme.
Nita abrió el bolso e ingirió otra píldora de Fenobarbital.
—Nita, no debieras tomarlas tan a menudo.
—Es mejor que permanecer sentada llorando —replicó su hermana,
sonriendo vagamente.
—Nita, vas a alojarte en mi casa hasta que todo esto esté arreglado —dijo
Dolores levantándose—. Y nos lo vamos a pasar muy bien. Ofreceré una
fiesta en tu honor. Invitaré a personas agradables… y disfrutarás aquí de una
vida social estupenda. Después, cuando esté decorado tu apartamento, podrás
a tu vez ofrecer fiestas. Y nos divertiremos mucho. Imagínate, no tener que
andar ahorrando… Tienes más dinero del que puedes gastar.
—¿Te ha llamado Horatio? —preguntó Nita con voz apagada.
—Sí.
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—¿Por qué no ha venido contigo a recibirme al aeropuerto?
—Nita, soy la esposa de un presidente. No puedo ir acompañada de un
cualquiera.
—Horatio no es un cualquiera —dijo Nita con voz pausada—. Reconozco
que es un hombrecillo un poco ridículo, pero me he tropezado con él en varias
fiestas de Londres y conoce a la gente más adecuada.
—A mí no me gusta —dijo Dolores.
—¿Cómo lo sabes si no le conoces?
—Le he visto sonriendo como un tonto en la televisión, tratando de
hacerse el gracioso, hablando de toda clase de temas menos del que debería
dominar: el arte. Es un chismoso mal intencionado. No me gusta.
—A mí me hace gracia —dijo Nita—. Y es mejor almorzar con él que con
una chica. Se sabe todas las porquerías.
Dolores miró fijamente a su hermana. Era la primera vez que veía a Nita
un poco animada.
—De acuerdo, Nita. Invitaré a tu Horatio a cenar una noche.
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que pertenecía al reparto de una obra teatral de mucho éxito y los más
destacados apellidos de la alta sociedad. Dolores invitó también a Horatio
Capón quien, para asombro suyo, consiguió deslumbrar a varias mujeres,
incluida la bella esposa de un agente de cambio y bolsa de Wall Street. Rita
Hellman era conocida con el calificativo de Super Elegancia. Figuraba en
todas las listas de mujeres mejor vestidas y resultaba incongruente verla
sentada a los pies de Horatio, riéndose con los chismorreos que éste le
contaba.
Aquella noche, Nita la llamó al terminar la fiesta.
—Dolo, has sido muy buena conmigo… Jamás hemos estado muy unidas,
pero me has salvado la vida. Te quiero, Dolo… —añadió con voz ausente.
—Nita, ¿estás bien?
—Sí… Acabo de tomarme una pastilla de Fenobarbital. Dolo ¿eres feliz?
—Esta noche, sí… Por primera vez en casi dos años.
—La fiesta ha resultado todo un éxito.
—Nita… —Empezó a decir Dolores—. ¿Has hablado con Barry Haines?
—Si, le encuentro muy guapo.
—Nita… —Dolores se detuvo y después añadió, con voz pausada—:
Estoy loca por él.
—¿Que tú…? ¡Oh, Dolo…! ¡Estupendo! —exclamó Nita, esta vez con la
voz muy clara—. ¿Cuánto tiempo hace que dura?
—No había ocurrido nada… hasta esta noche. Se ha pasado conmigo todo
el rato que ha podido y me ha dicho que también ha estado pensando mucho
en mí. Va a venir a tomar el té. ¡Mañana!
—Oh, Dolo, cuánto me alegro por ti.
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15. Tomar el té
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pueda seguir viéndote algunas veces a la semana… así, en privado, viviré de
acuerdo con la leyenda… y utilizaré al juez o a Michael para que me
acompañen a los actos aburridos.
—¿A qué molestarse entonces en acudir a ellos?
—Porque no puedo quedarme en casa sentada todas las noches —repuso
ella empezando a pasear—. Barry, durante casi dos años he vivido como un
animal enjaulado. Un año de luto, sin ir a ninguna parte, comiendo siempre
con los niños… y luego este último año, acudiendo a un sinfín de actos
aburridos, porque Bridget es toda una señora… Aparte de eso, no me he
movido de aquí, repasando los deberes de los niños, ayudándoles, mirando la
televisión… Me gustan los vestidos bonitos. No tengo más que treinta y siete
años. Me gusta lucirlos y que me vean de vez en cuando… Por eso acudo a
esos sitios con Michael o con el juez.
—No destruyas jamás tu imagen —le dijo él acariciándole el cabello.
Dolores se había quitado el aplique pero, afortunadamente, él no había
notado la diferencia.
—¿Cuál es realmente mi imagen? —preguntó ella.
—Una mezcla totalmente inaccesible de Greta Garbo y la realeza…
Ella se arrojó en sus brazos y le besó.
—¿Te parezco ahora inaccesible?
Y se hicieron el amor sobre la alfombra de pelo que había frente a la
chimenea.
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16. Píldoras
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—Bueno, pues —dijo Nita encogiéndose de hombros—, por lo menos,
tienes un buen amante, cosa que yo no puedo decir. Probé con este productor
al que tanto admiras… Un desastre… Lo único que quiere es hablar. Te hace
el amor por cumplido y luego te lee las escenas de la próxima obra que va a
estrenar. —Nita bostezó—. Ven a mi apartamento. Me han traído la alfombra
del dormitorio, y hay algunas otras cosas que todavía no has visto.
Nita pagó la cuenta y después ingirió una pastilla de Fenobarbital. Dolores
llegó a la conclusión de que aquellas pastillas eran la causa del perenne aire
ausente de Nita. Y, sin embargo, había consultado con su propio médico a
este respecto y él le había dicho que una o dos al día no podrían perjudicarla.
Dolores se extasió ante el lujo del nuevo apartamento de Nita.
—¡Oh, Nita…! ¡Qué espejos! ¿De dónde los has sacado?
—Me los han enviado de Inglaterra. Dolo, debieras casarte con un hombre
muy rico. Eres como un gato. Tú gozas con el lujo. A mí me da lo mismo
vivir en una suite de hotel que en este apartamento. Ni siquiera me importan
los trajes bonitos.
Sonó el teléfono y Nita observó que se encendía la segunda luz.
—Yo me pondré. Es Horatio… en mi línea privada. Dolo, ve a mi
dormitorio. Acaban de enviarme dos trajes de Valentino que me están un poco
anchos. Pruébatelos. Si te sientan bien, quédate con ellos —dijo Nita
descolgando el aparato.
Dolores corrió como una chiquilla al dormitorio y permaneció sentada
unos instantes en el borde de la cama. Recordó la época de la Casa Blanca, en
la que había vuelto a decorarlo todo sin reparar en gastos y pensando que a
Jimmy no le importaría. Después se acercó al armario. Los Valentinos estaban
colgados aparte. Contempló con envidia todos los trajes y abrigos de pieles de
Nita. Descolgó los dos trajes y se los probó. Le sentaban a las mil maravillas.
Volvió a enfundarse en su propio vestido. La luz del teléfono seguía
encendida… Su apartamento también era bonito pero no admitía comparación
con aquél. Súbitamente, empezó a dolerle la cabeza. ¿Por qué estaría el
mundo gobernado por el dinero? Si dispusiera de dinero, tal vez podría
conseguirle a Barry la anulación del matrimonio. Y, sin embargo, Nita no era
dichosa a pesar de su dinero.
Se dirigió al cuarto de baño con el propósito de tomarse una aspirina. Al
abrir el armario-botiquín, se quedó asombrada. Había frascos y más frascos de
toda clase de tranquilizantes de diversos colores. Píldoras rojas, amarillas,
dedos colores (como las que se tomaba Jimmy cuando debía celebrar una
rueda de prensa en la televisión o cuando decía que necesitaba dormir bien).
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Y después vio todos los frascos de las pastillas blancas, el Fenobarbital que
utilizaba Nita. Fue a tomarse una, tal vez la hiciera sentirse mejor. Leyó la
etiqueta. No era Fenobarbital. Decía «Contra el dolor… Demerol». Sabía lo
que era el demerol. Se lo habían administrado cuando había perdido a los
segundos gemelos y se había sentido flotando en una brumosa anestesia, sin
notar el menor dolor… nada.
Santo cielo, ¿estaría Nita tomando demerol? ¿Por eso estaba siempre tan
atontada? Regresó al salón y vio a Nita acurrucada en el sofá riéndose de algo
que le estaba contando Horatio. Abrió el billetero de Nita y sacó la caja de
píldoras. Nita se abalanzó sobre ella como una pantera.
—¿Qué estás haciendo?
—Me duele la cabeza. Quiero tomarme un Fenobarbital.
—No es para el dolor de cabeza —dijo Nita arrebatándole la caja. Hizo
sonar una campanita e inmediatamente apareció una sirvienta—. Tráigale a la
señora Ryan una aspirina —le dijo Nita y, después, regresó junto al teléfono
para seguir hablando con Horatio mientras sostenía la caja en la mano.
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17. Chismorreos
Dolores se pasó dos días muy preocupada por Nita. Pero, al tercer día, se le
planteó una preocupación mucho mayor. Barry llegó a última hora de a tarde
con un periódico en la mano.
—¿Has leído eso?
—Jamás leo las columnas —repuso Dolores acudiendo la cabeza. (Las
leía ávidamente, pero aquel día no había abierto los periódicos).
—Pues, escucha:
¿Qué intocable y encantadora dama está muy en
contacto con el apuesto marido de una dama muy rica?
Puesto que ambos pertenecen al ambiente político, es
muy posible que se dediquen a hablar exclusivamente
de política en el transcurso de sus reuniones de
última hora de la noche.
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—Es muy saludable. Sólo que habla demasiado acerca de su trabajo. De
todos modos, es soltero… y está disponible. Piénsalo, Dolo.
—¡Oh, no podría casarme con Eddie Harris!
—¿Y por qué no? Si la cosa resulta aburrida, te podrá leer su nuevo guión
cinematográfico tal como hacía conmigo.
A Dolores se le empañaron los ojos.
—Mientras nos hacíamos el amor, me recitó unos poemas. Unos poemas
que había compuesto expresamente para mí. ¡Oh, Nita, qué lástima que no
pueda casarme con él! Es divorciado… la Iglesia no lo admitiría jamás.
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—Nita, ¿qué estás haciendo?
—Tratando de ir tirando un día tras otro, lo mismo que tú. Sólo que yo no
tengo una sucesión de amantes —repuso Nita colgando el teléfono de golpe.
Dolores no estaba dolida por las alusiones del periódico, sino por la
actitud de Nita. Había esperado con ansia la llegada de Nita. Y, por primera
vez, se habían reunido como iguales y se había producido una especie de
intimidad entre ambas; Dolores comprendía ahora que aquella intimidad había
sido imaginaria. Nita estaba sumida en una especie de letargo causado por las
medicinas y no se le podía hacer ninguna confidencia. Una vez más, Dolores
se encontraba sola. A excepción de Barry Haines.
Las relaciones con Nita se hicieron más superficiales (Dolores se negaba a
almorzar con ella caso de que Horatio estuviera presente) y el afecto hacia
Barry Haines se hizo más intenso. Dolores se esforzaba por asistir a las
«pequeñas cenas importantes» acompañada de Eddie Harris, el juez o
Michael. Y sabía que se estaban haciendo muchas conjeturas acerca de sus
relaciones con Michael. No movía un solo dedo para esclarecerlas, porque
ahora se daba cuenta de que los rumores, de la clase que fueran, contribuían a
consolidar la leyenda que la envolvía. Pero cuando se encontraba a solas con
Barry, aquellas tres maravillosas noches a la semana, su mundo se reducía a
ellos dos.
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18. Amor
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provocara un enorme revuelo. Aunque acudiera con Bridget a algún local
poco frecuentado, como por ejemplo el Gingerman, se encontraba con que
todos los reporteros y fotógrafos la aguardaban fuera. La seguían también en
sus paseos en bicicleta con los gemelos y Mary Lou. Mary Lou se estaba
convirtiendo en un problema. Había cumplido nueve años y deseaba lucir
leotardos y faldas escocesas. Dolores trataba de que conservara un aspecto
aniñado pero Mary Lou seguía creciendo y aumentando de peso. Dolores
resolvió el problema de la ropa enviándola a un excelente colegio católico en
el que todas las niñas iban de uniforme. Pero los únicos momentos
importantes para ella eran los que pasaba junto a Barry Haines. Se veían todos
los días, aunque sólo fuera para tomarse un martini… o para almorzar
rápidamente. También se reunían tres noches por semana en el apartamento
de Dolores. Constance se creía lo de la «reunión jurídica semanal», lo de la
noche del chaquete y lo de la partida de póker. En realidad, a Constance le
importaba un comino. Ella jugaba también al chaquete, tenía multitud de
amigos, se dedicaba a muchas actividades benéficas y pasaba los inviernos en
Palm Beach.
El invierno era la mejor época… y la peor. Pasaban juntos todas las
noches menos los fines de semana y las fiestas, en que él debía trasladarse a
Palm Beach. Las Navidades y el Año Nuevo sin Barry resultaban terribles.
Sin embargo, también existían los buenos momentos en que él les enseñaba a
los niños a tostar maíz en el fuego de la chimenea y en que todos juntos
adornaban el árbol. Claro que eso había sido una semana antes de Navidad,
pero en cierto modo le compensaba de su soledad de las Navidades y Año
Nuevo sin él.
Barry quería muy de veras a los gemelos y a Mary Lou. Ésta le adoraba y
siempre se las arreglaba para tener algún problema de álgebra que traerle a él
con objeto de que se lo resolviera. Y lo más curioso era que a Dolores no le
gustaba ver a Mary Lou sentarse sobre las rodillas de Barry, enfundada en su
albornoz. La niña estaba muy desarrollada para su edad y empezaba a tener
busto. Dolores poseía un busto pequeño. Mary Lou, en cambio, iba a estar
muy bien dotada. Y, cuando creciera y perdiera la «grasa infantil», sería
preciosa.
Sus veladas juntos resultaban generalmente armoniosas y llenas de amor.
A las diez en punto, Dolores le acompañaba hasta la puerta y le despedía
delante de la servidumbre. Al cabo de un cuarto de hora, simulaba dirigirse a
la puerta para ver si habían dejado los periódicos y Barry volvía a entrar
sigilosamente. Se quedaba toda la noche y se marchaba a las seis, antes de
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que la servidumbre y los niños se levantaran. Después se dirigía a su
apartamento, se afeitaba y cambiaba de ropa para trasladarse a su despacho.
Una vez allí, la llamaba y la despertaba a las diez para decirle que la quería.
Dolores se negaba a formar parte de ningún comité o asociación benéfica.
Pertenecía a una asociación benéfica fundada por Bridget y que se dedicaba a
velar por las muchachas embarazadas sin hogar, pero aquello sólo le ocupaba
una tarde al mes. Sabía que la prensa hacía conjeturas acerca de su soledad…
de las escasas ocasiones en que almorzaba con Bridget, Janie Jensen o Nita.
Nita le seguía enviando ropa. Siempre se las apañaba para adquirir
prendas que le estaban «un poco grandes», pero Dolores sabía que lo hacía
porque sentía pena por ella.
Pero, a medida que transcurría el tiempo y aumentaba su obsesión por
Barry, Dolores empezó a soñar despierta en una posible boda. Si se
administraban bien, con los veinte mil dólares que ganaba él y los treinta mil
que percibía ella, podrían apañárselas. Tal vez Barry pudiera conseguir la
anulación.
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19. Hermanas
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—Al principio, tal vez fuera cierto. Pero ahora se trata de algo más.
Jimmy murió hace cuatro años. Y tu popularidad jamás ha sido mayor.
Apareces en las portadas de todas las revistas. Eres como una diosa. La
solitaria y encantadora diosa… que dedica todo su tiempo a sus hijos… que
da largos paseos… La belleza mayestática… misteriosa… altiva…
deslumbrante. Y yo, a pesar de mis trajes y de mis fantásticas joyas, no soy
más que tu hermana. Ahora me ocurre lo mismo hasta en Europa. ¿Por qué
piensas que Nelson desea que regrese? Hasta me ha preguntado si podrías ir
tú.
—Tal vez pueda.
Se acercaban las fiestas de Pascua… Barry tendría que trasladarse a Palm
Beach… Otra vez las fiestas solitarias…
—No, no quiero que vayas. Quiero ser alguien por mí misma. ¿Por qué
piensas que permito a Horado, el Horror, que me acompañe a todas partes?
—Pensaba que te hacía gracia.
—No, es tan falso como los demás. Pero me lleva al Pearl’s, al Elaine’s y
a un montón de sitios divertidos. —Nita encendió un cigarrillo—. ¿Sabes una
cosa? Ahora ya no me hace tanta gracia. De repente, todos los rostros me
parecen iguales y, de repente, siento que he dejado de ser la gran atracción.
Incluso Horatio está empezando a atacarme los nervios. Esa estúpida risa
suya… Además, tiene siempre las manos húmedas y últimamente le ha dado
por beber mucho. Pero, por lo menos, me trata como si fuera un personaje
realmente importante. Por cierto que a ti te odia. Dice que eres una snob.
—Bueno, menos mal que no tengo que preocuparme por agradar a
Horatio Capón.
—Él no es importante —dijo Nita con lágrimas en los ojos—. Mi vida es
un desastre, Dolo. No tengo nada.
Súbitamente se arrojó en brazos de su hermana y empezó a sollozar
convulsivamente.
Dolores la abrazó como si fuera una chiquilla y le acarició el cabello.
—Lo tienes todo, Nita. Quiero decir que posees muchas cosas de las que
mostrarte satisfecha. Tienes a tu marido. Reconozco que no es un matrimonio
ideal pero, si ocurriera algo, si tú o el niño os pusierais enfermos, él acudiría a
vuestro lado. Y tienes un hijo maravilloso, una brillante vida social, dinero en
cantidad… y, lo más estupendo, puedes ir y venir a tu antojo. Y, además, la
gente sabe quién eres, Nita.
—¡Sí, soy la hermana de Dolores Ryan!
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—No, eres lady Bramley y, por si fuera poco, una mujer preciosa.
Siempre has sido mucho más guapa que yo. Lo que ocurre es que te has
limitado a andar demasiado por ahí en compañía de Horatio. —Nita esbozó
una débil sonrisa y Dolores añadió—: Nita, jamás te he pedido un favor en
toda mi vida. Pero, por favor, te ruego que me dejes ir a Londres contigo. No
asistiré a ninguna de las grandes fiestas… ni siquiera dispongo de ropa
adecuada. La verdad es que me encantaría poder pasar allí las vacaciones de
Pascua con los niños. Es una época en la que se sienten muy solos sin un
padre. Nos alojaríamos en tu casa de campo.
—Ya lo estoy viendo —dijo Nita, incorporándose en su asiento y
quitándose delicadamente el rimel de debajo de los ojos con un pañuelo—.
Toda la prensa en el aeropuerto. Tendría que organizar una soberbia fiesta en
tu honor… y después empezaría todo el jaleo. Además, no quiero meterme en
líos. Intentaré ver a Erick. Ha transcurrido mucho tiempo y tal vez me eche de
menos.
—¡Pero si debe tener sesenta y dos años y…!
—Y sigue conservando la potencia viril. Es uno de esos hombres que
seguirán gozando de relaciones sexuales a los ochenta años. Dolo, ¿acaso no
lo comprendes? Mi regreso me ofrecerá la posibilidad de abrir una brecha.
Coincidirá con su cumpleaños. Le enviaré un regalo. Y, si no se encuentra en
Londres, me trasladaré a París o a Roma o dondequiera que esté. Me han
dicho que ya le han terminado el barco. Parece ser que es una reproducción en
miniatura del vapor France.
—Lo he leído en el Time. Dicen que han transformado cubiertas enteras.
Hay siete suites dobles, diez dormitorios principales, tres salones, un salón de
baile, una piscina cubierta y otra al aire libre, una pista de patinaje… Es el
único hombre que ha convertido un trasatlántico en un yate particular.
—Es cierto. ¡Oh, Dolo! ¿Es que no te das cuenta? No puedo llevarte
conmigo a Londres. Tendría que ir contigo a todas partes, almorzar contigo,
tomar el té contigo… y la atención de todo el mundo se centraría en mí. Los
periodistas me perseguirían, pero no por mí, sino por ti. Y todo eso coincidiría
con mi aparición en la portada del Fashion. Si tú aparecieras entonces en las
portadas de todas las revistas, yo pasaría inadvertida.
Dolores se acomodó al lado de su hermana y le tomó la mano.
—Mira, Nita, si de veras amas a Erick, tal vez te conviniera mostrarle
cierto desdén.
—¡Mira quién me da consejos acerca del amor! —dijo Nita echándose a
reír.
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—No, lo comprendo. Pero hasta yo sé que, si se atosiga demasiado a un
hombre, éste se larga. Por eso se dice que las europeas son unas amantes
estupendas… porque saben refrenarse.
—Es fácil hablar en teoría —dijo Nita mientras las lágrimas volvían a
asomar en sus ojos—. Tú no sabes lo que es permanecer despierta por las
noches pensando en un hombre. Sé que Erick es feo según tus cánones. Pero,
cuando le veo entrar en un salón, me pongo a temblar, Dolo. Me… vuelve
loca. Mira el tiempo que ha transcurrido y sigo pensando en él.
—¿Cuándo te vas a Londres? —preguntó Dolores.
—La semana que viene. Dime una cosa, ¿qué puedo regalarle a un
multimillonario que lo tiene todo?
—¿A Erick? —preguntó Dolores con gesto pensativo—. Pues, no sé.
—No, no puedes saberlo. Tú eres muy fría, ¿no es cierto, Dolores? Jamás
hemos estado demasiado unidas ni nos hemos conocido demasiado.
—¿Qué te hace suponer que soy fría?
—Basta pensar en lo que has hecho desde que murió Jimmy. Además,
reconozcámoslo, nunca supiste retenerle… Y ahora, ¿qué has hecho? Tuviste
una oportunidad con uno de los hombres más guapos del mundo, con Eddie
Harris… y ahora éste sale con una deslumbrante actriz de Hollywood sin que
te importe lo más mínimo. Después, tus relaciones con Barry Haines… Pero
¿qué es lo que haces?
—Almuerzo con Bridget una vez a la semana. Timothy está muy mal;
para Bridget sería mucho mejor que muriera. Tengo que llevar a los niños a su
granja para Pascua y resulta muy deprimente ver cómo se levantan y le
vuelven a sentar en la silla de ruedas y oírle gemir de dolor. Bridget es muy
severa, sólo permite que le administren una inyección analgésica cada cuatro
horas, —Dolores se detuvo—. Por cierto, Nita, ¿no estarás todavía tomando
Demerol?
—Sólo cuando me siento muy desdichada y deseo flotar. Pero hace tres
días que no lo tomo. Estoy organizando mi campaña de asalto a Erick. Quiero
tener la cabeza despejada.
—Nita, espero que le recuperes…
—No lo entiendes, ¿verdad?
—No, porque es muy poco atractivo y tengo la impresión de que, con
título o sin él, carece de sensibilidad, no es capaz de emociones profundas… y
éstas son las cosas que hacen que una mujer quiera a un hombre.
—¿Y qué sabes tú del amor? —preguntó Nita levantándose—. En fin, que
te diviertas en Virginia… y, por favor, Dolo, ¡deséame suerte!
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20. El cebo
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Se compró dos trajes de noche y puso en la maleta sus mejores vestidos.
Añadió también algunos pantalones y jerseys de lana gruesa. Se preguntó qué
habría ocurrido. ¿Habría averiguado Nelson lo de Erick? ¿Habría ingerido
Nita demasiadas píldoras y se lo habría revelado? ¡Santo cielo! En tal caso,
podría echarla de su lado… Por lo demás estaba claro que Erick no había
regresado junto a Nita porque, de otro modo, ésta no le hubiera enviado el
telegrama.
Los agentes del Servicio Secreto la acompañaron hasta el avión de la
TWA antes de que subieran los demás pasajeros y la azafata le aseguró que
había poca gente y que nadie se sentaría a su lado. Más aún, le dijo incluso
que bloquearía los asientos del otro lado del pasillo. De este modo, Dolores
podría disfrutar de absoluta intimidad.
Comió mucho, contempló la película… Pero, a lo largo de todo el viaje,
no pudo dejar de pensar en su hermana. Nita le había hecho confidencias a
Horatio acerca de Erick. Horario era un chismoso… y Erick tenía contactos
en todo el mundo. No, debía de haber habido algún problema con Nelson,
porque Nelson era su baluarte… Nita no le quería, pero el hecho de saber que
era lady Bramley y de poder contar con una enorme cantidad de dinero le
daba cierta seguridad.
Al ver a Nita junto a Nelson aguardándola en la pista mientras el aparato
se disponía a aterrizar, Dolores suspiró aliviada. Resultaba evidente que no
había ocurrido nada entre ambos. Le permitieron el paso sin necesidad de
cumplimentar los trámites de aduana y le examinaron el pasaporte al
descender del avión.
—El edificio del aeropuerto está lleno de fotógrafos y periodistas —le
explicó Nelson—. De este modo, podremos esquivarles.
Subieron inmediatamente a un automóvil y se dirigieron a Londres. Un
servidor de lord Bramley se encargaría de su equipaje.
—¡El tiempo que hace que no venía! —exclamó Dolores, mirando
emocionada a través de las ventanillas.
—Nos alegramos mucho de que hayas podido venir —dijo lord Bramley
—. Ya sé que para ti no son más que las cuatro de la tarde pero, para nosotros,
son las nueve. Os he organizado una cena privada a ti y a Nita para que podáis
hablar. Mañana tienes que dormir para acostumbrarte al cambio de horario.
Las fiestas empezarán al día siguiente. Son muchas y finalizarán con un gran
baile en tu honor que organizaremos en nuestra casa de campo.
—Ahora vivimos en el apartamento —explicó Nita—. He pensado que te
gustaría vivir en el mismo Londres. Hay unos modistos estupendos que quiero
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que veas y tenemos que trasladarnos a París. El barón Erick de Savonne
pondrá su jet particular a nuestra disposición. Asistirá, además, al baile en tu
honor.
—A Nita le gusta ese tipo —dijo Nelson entendiéndose un cigarrillo—.
Yo le encuentro aburridísimo, pero es que a Nita siempre le ha gustado
rodearse de personajes pintorescos… y el barón es muy pintoresco. Me
atrevería a decir que es pintoresco cualquiera que valga por encima de los
veinte mil millones de dólares.
—No seas tonto —dijo Nita alegremente—. Todos los Rotschild asistirán
al baile y, caso de que estén aquí, también asistirán Melina Mercouri y María
Callas. He invitado asimismo a algunas debutantes y, como es lógico, vendrá
Regina… Habrá más títulos nobiliarios, por supuesto…, incluidos todos los
varones ricos y disponibles de la nobleza italiana… ¡Oh, Dolores, va a ser
maravilloso!
Dolores se reclinó en el asiento. Súbitamente lo comprendió todo. Nita
había establecido contacto con Erick y deseaba organizar la fiesta más
brillante de Europa. Y ella, Dolores, sería el cebo.
Se hundió en el asiento del automóvil al ver a los representantes de la
prensa arremolinándose frente a la fachada del apartamento de Belgravia. La
escena era multitudinaria. Varios agentes los estaban manteniendo a raya
pero, al descender ella del automóvil, rompieron el cordón de la policía.
Dolores sonrió y saludó brevemente con la mano y, cuando le acercaron al
rostro los micrófonos de la radio y la televisión, dijo con un hilo de voz: «He
venido para visitar a mi hermana. No había regresado a Europa desde que…».
Se detuvo y se sorprendió de que las lágrimas asomaran a sus ojos al
recordar súbitamente la sonriente imagen de Jimmy. Jimmy, tan lleno de
vida… Las lágrimas no se debían a que le echara de menos, sino a la
compasión que le producía el hecho de que estuviera muerto, tendido bajo
tierra, con el cuerpo en descomposición, con la carne cayéndosele de aquel
rostro tan sonriente. Jamás podría ver crecidos a sus hijos… Estaba muerto,
pero la vida seguía. Inclinó la cabeza y se dirigió apresuradamente hacia la
entrada del apartamento.
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21. La proposición
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—He deshecho todo el equipaje, señora… Puede llamarme con la
campanilla de la mesita de noche si desea algo. Me he tomado la libertad de
llevarme sus vestidos para plancharlos. Los tendrá a su disposición antes de
que se despierte.
—Agnes es un genio con la plancha —dijo Nita.
—Si usted me disculpa, milady, la señora viajaba muy ligera de equipaje.
Sólo dos maletas y un baúl.
—La señora Ryan ha viajado a propósito muy ligera de equipaje —le dijo
Nita a la sirvienta—. Una de las principales razones de que haya venido a
Londres es la de adquirir ropa aquí, en París y tal vez en Roma. Ahora ya
puede marcharse, Agnes. Iré yo misma.
—Sí, milady. Myrtle desea saber si necesita alguna otra cosa.
—No, dígale a Myrtle que puede acostarse. Myrtle es mi camarera
personal —dijo Nita sonriendo levemente—. ¿Quieres un poco de té?
—Desde luego —repuso Dolores—. Veo que tenemos aquí unos
maravillosos bocadillos de pepino. Me muero de hambre.
—¿No has comido en el avión?
—Sí, pero ya hace muchas horas. No olvides que, según mi horario, ni
siquiera son las ocho de la tarde.
—Dolo, te convendría adelgazar un poco.
—Y a ti te convendría engordar —dijo Dolores hincando el diente en el
bocadillo y reclinándose en el sillón.
Oyeron llamar suavemente a la puerta y entró el mayordomo con un
telegrama en una bandeja para Dolores. Cuando el mayordomo se hubo
marchado, Dolores dijo:
—Eso me recuerda mi época de la Casa Blanca. Todo me lo entregaban
en bandeja. Al principio, hasta me parecía que tenía que darles una propina.
—¿No vas a abrir el telegrama?
—Será probablemente de Bridget diciéndome que los niños están bien —
repuso Dolores mientras lo rasgaba para abrirlo:
He regresado para dos días. Me han dicho que te habías ido. Vuelvo a Palm
Beach. Te echo mucho de menos. Con afecto.
B.
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flojo… Resultaba fácil engañar a Bridget. Sabía que Nita la estaba
observando y sonrió.
—Es de Barclay Hoseman, ese joven senador que ha estado llamándome.
Se desplazó desde Washington y se enteró de que me había ido. Es un
pelmazo.
Arrugó el telegrama y lo dejó sobre la mesa. Nita lo recogió.
—Parece que está dolido. ¿Por qué firma con una B y no con su nombre?
—Probablemente para protegerme de los chismorreos, caso de que
alguien de la servidumbre pudiera abrirlo. No tiene más que treinta y dos años
y es muy pesado. Ésos son los que se interesan por mí, ésos son los que me
envían telegramas. Ningún personaje deslumbrante como Robert Redford o
George C. Scott.
—¿Te gusta George C. Scott? —preguntó Nita.
—A mí no me gusta nadie —contestó Dolores—. Pero admiro su talento.
—George C. Scott no tiene un aspecto demasiado elegante —dijo Nita.
—No, en efecto. Dudo que alguien que se haya roto la nariz tantas veces
como él pueda tener un aspecto elegante.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo habré leído en alguna parte. Yo leo mucho, Nita.
—No creo que Erick resulte más vulgar que George C. Scott.
—Nita, dejemos al pobre señor Scott. Es probable que en estos momentos
se encuentre en los brazos de su joven y bella esposa. ¿Por qué estamos
hablando de él?
—Porque quiero hablar de Erick.
—Eso, por descontado —dijo Dolores encendiendo un cigarrillo—. Estoy
esperando.
—Tú piensas que Erick es vulgar.
—¿Qué más da lo que yo piense de Erick?
—Es que quiere casarse contigo.
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22. La respuesta
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paseos con los niños, almuerzas con Bridget y consigues figurar en las listas
de mujeres mejor vestidas gracias a lo que yo te cedo. Acudes a unos seis
actos al año acompañada de Michael o el juez. Y después están las
maravillosas vacaciones en la finca y los veranos de Newport…
—No podría soportar que me tocara. No le aguanto —dijo Dolores
estremeciéndose.
—Dolo, es un amante extraordinario, cariñoso… considerado… A sus
sesenta y dos años, es tan viril como el que más. Nos acostamos juntos por
última vez… antes de que me hiciera esta pequeña petición. Dolo, piensa,
piensa en la maravillosa vida que te esperaría. Tendrías más dinero del que
pudieras gastar, dispondrías de un avión particular para ti sola, el yate sería
todo tuyo… Sería como la vida en la Casa Blanca… sólo que mucho mejor
porque él no te reprendería por lo que gastaras. Me dijo que te ofrecería la
luna, más un fabuloso contrato matrimonial como jamás mujer alguna ha
soñado.
—¿Un contrato matrimonial?
—Él tiene cuatro hijos. Si te dejara una enorme cantidad de dinero en su
testamento, tal vez ellos lo impugnaran. Los pleitos durarían muchos años.
Dijo que, en el momento de casaros, te entregaría cinco millones, libres de
impuestos. Y, caso de que tú te divorciaras de él y él se mostrara de acuerdo,
te quedarías con los cinco millones más otros cinco millones en calidad de
ajuste de divorcio. Lo peor que podría ocurrir sería que te casaras con él… y
más tarde os divorciarais de común acuerdo, en cuyo caso valdrías diez
millones, más todas las joyas. Y, si permanecierais juntos, te quedarías con
los cinco millones más un tren de vida superior a cualquier cosa que puedas
imaginar. Dolo, lo tendrías todo, todo lo que hayas deseado jamás.
—Menos el amor.
—Hace muchos años que no disfrutas del amor. En realidad, no creo que
hayas amado jamás. Jimmy te engañaba constantemente. Los agentes del
Servicio Secreto no sólo miraban para el otro lado cuando sus amigos le traían
mujeres a las suites de los hoteles, en el transcurso de los viajes que
efectuaba, sino que hasta ellos mismos introducían subrepticiamente a las
prostitutas por la puerta de atrás del número 1600 de la Avenida de
Pennsylvania. Nunca le amaste. Dolo, yo percibiría cinco millones de dólares
y podría abandonar a este hijo de puta con el que estoy casada. Tal vez
encontrase a alguien. Una mujer con cinco millones de dólares puede
encontrar a todos los amantes que quiera.
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Dolores sacudió la cabeza y se abstuvo de mirar hacia el telegrama
arrugado.
—Lo siento, Nita. ¡La respuesta es que no!
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23. Abrigo de pieles
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—Entonces, ¿por qué quiere usted casarse conmigo?
—Tengo mis razones, de la misma manera que pensé que tal vez usted
tuviera las suyas para casarse conmigo.
—¿Mis razones serían el dinero sin limitaciones que usted me ofrecería?
—Al ver que el barón asentía, Dolores añadió—: Pero ¿por qué me ha elegido
a mí?
—Porque algún día quiero llegar a ser presidente de Francia.
Dolores emitió un sonido entrecortado. Se lo había dicho de una forma tan
fría y profesional. No se había molestado lo más mínimo en decirle que se
sentía atraído por ella. Sabía que la gente les estaba observando y consiguió
esbozar una sonrisa.
—¿Y cree usted que, casándose conmigo, podría lograrlo?
—Estuve casado una vez. Me divorcié y me volví a casar. Mi mujer
murió, pero hace varios años que tengo una amante. Las nuestras han sido
unas relaciones ampliamente divulgadas porque mi amante posee gran belleza
y talento. Mi matrimonio con usted me conferiría una nueva imagen.
»La amada viuda del más popular de los presidentes norteamericanos
casándose con el barón Erick de Savonne… La noticia electrizaría al mundo.
El público la ha colocado a usted sobre un pedestal. A mí se me considera un
exponente del machismo, un hombre por cuya vida han pasado muchas
mujeres y una tempestuosa amante. Sin embargo, todas estas mujeres
quedarían olvidadas si me casara con la mujer más importante y respetada del
mundo.
—Ya veo que su objetivo último es el de llegar a convertirse en presidente
de Francia —dijo ella riéndose—. Pero ocurre que yo ya he sido en otra
ocasión la esposa de un presidente.
—Sin embargo, ¿ha podido gastar alguna vez todo el dinero que ha
querido? ¿Ha tenido yate particular, villas por todas partes, vía libre para
organizar las fiestas más fastuosas, joyas que ni siquiera imagina, residencias
que poder decorar a su gusto, banquetes, la realeza europea a sus pies? Sé que
usted conoció a todas estas personas cuando era la esposa de un presidente
norteamericano, pero ahora todo eso ha quedado atrás. En el transcurso de los
últimos años… los mejores años de su vida, se ha limitado usted a vegetar.
—Ha olvidado usted algo muy importante —arguyo ella sonriendo.
—No vuelva a hablarme del amor. Parece una colegiala.
—No, me refiero a mi religión. Soy católica. Tal vez no sea muy buena
católica, pero mi religión me ayuda y creo en ella. Estoy educando a mis hijos
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como católicos. Aunque quisiera casarme con usted, sería imposible. Es usted
un hombre divorciado.
—Podría conseguir la anulación de mi matrimonio.
—¿Con cuatro hijos…?
—Puedo conseguir lo que se me antoje.
—Menos comprarme… Ahora me parece que estoy un poco cansada.
Quisiera dejar de bailar.
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24. La mujer más dichosa del mundo
Una vez de vuelta en los Estados Unidos, se pasó tres noches sola. Los niños
habían regresado a la escuela, pero Constance había conseguido convencer a
Barry de que la acompañara a un crucero en el yate de un amigo. Barry
regresó una semana más tarde, muy moreno y más guapo que nunca. Dolores
casi no pudo reprimir el impulso de arrojarse a sus brazos, pero Mary Lou y
los gemelos le daban la bienvenida llamándole tío Barry.
Al final, se quedaron solos. Ella apenas probó la cena que la cocinera
había preparado… Al parecer, Barry tenía apetito. Pero, al terminar de cenar,
cuando todos los de la casa ya estaban durmiendo, Dolores se arrojó en sus
brazos. Aquella noche se sintieron más unidos que nunca. Más tarde, mientras
fumaban un cigarrillo, ella se tendió en la cama, estudió su hermoso perfil y
se estremeció al pensar en Erick. Por primera vez en su vida sabía lo que era
el amor… Amaba a alguien más que a sí misma, deseaba complacer a Barry,
deseaba permanecer junto a Barry… Ninguna otra cosa le importaba.
Súbitamente, él se levantó y empezó a vestirse.
—¿Adónde vas? Es casi media noche.
—A casa.
Ella se incorporó y le abrazó.
—Barry, ¿he hecho algo malo? ¿Te he exigido demasiado? Habíamos
estado separados cuatro semanas y…
Él la estrechó en sus brazos y le acarició el cabello.
—No has hecho nada malo. Te quiero. Me he pasado estas cuatro semanas
pensando en ti. He estado pensando en ti en el transcurso de los interminables
cócteles, siempre con las mismas caras, las conversaciones sobre chaquete,
tenis… No pensaba más que en ti… y en los niños. Ahora ya no podré tener
hijos. Constance está pasando por el cambio. No se encuentra muy bien… Un
día le dan sofocos, otro sufre taquicardia… El médico le ha dicho que era el
cambio, pero ella no quiere aceptarlo. Se niega a creer que esté ocurriendo y
ha regresado conmigo. Quiere consultar con algunos especialistas. Por eso
tengo que regresar a casa. Ella cree que es la noche del póker.
—¡Oh! Yo creía que se quedaría en Palm Beach todo el mes de abril.
—Es lo que suele hacer —dijo Barry asintiendo—. Pero esta vez ha
insistido en acudir a su médico de Nueva York, que le dirá lo mismo. Y
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después quiere hacerse un chequeo en el hospital. Está haciendo muchas
tonterías.
—Entonces no te veré hasta…
—Mañana vendré a tomar una copa. Pero el miércoles le diré que tengo
una junta y una cena a última hora con algunos directivos de la empresa.
—Te quiero, Barry. —Dolores se puso una bata y le acompañó hasta la
puerta. Súbitamente, le abrazó—. Me siento muy sola sin ti. No tengo a
nadie…
—Dolores, tienes a muchas personas.
—Jamás tuve a nadie. No estaba muy unida ni siquiera a mi madre y
ahora ella ha muerto. No estaba unida con Nita. Me parecía haber intimado
más con ella durante su estancia aquí, pero no me gustan las personas con las
que se relaciona. Tengo a mis hijos, pero son como todos los niños… Para
ellos yo soy una visita al parque zoológico, una ayuda en sus lecciones de
Francés, alguien que escucha sus oraciones y que, de vez en cuando, les
compaña al parque o a algún museo. Mary Lou empieza a sentirse más
interesada por sus amigas y algunas veces se queda a dormir en casa de éstas.
Los gemelos se entretienen solos… —Se echó a reír con falsa alegría—.
Como ves, Barry, eres la única persona de mi vida.
—Te relacionas muy poco con la gente —dijo él—. Hay un montón de
personas que darían cualquier cosa por conocerte y amarte.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó ella riéndose—. ¿Que salga por ahí
con un letrero que diga: «Viuda de presidente, buena, sana y algo caprichosa,
busca compañía»?
—Eres como Greta Garbo, amor mío —dijo él riéndose también—.
Encerrada tras unas invisibles murallas de seda para ser venerada por todo el
mundo o, por lo menos, eso pensé yo hace unos veinte años cuando la conocí
y descubrí que poseía un gran sentido del humor y era muy simpática.
Imagínate la de ocasiones que se perdió.
—Tal vez no se perdió nada. Tal vez tenía algún Barry Haines en su vida.
En estos momentos cuando me encuentro en tus brazos, me considero la
mujer más dichosa del mundo. No necesito a nadie más.
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25. El yate
Barry no acudió al día siguiente a tomar una copa. La llamó a las siete.
—Cariño, no he podido llamarte antes. Me encuentro en una cabina
telefónica del Doctor’s Hospital.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada. El médico ha reconocido a Connie y le ha dicho que era el
comienzo de la menopausia, pero ella se niega a aceptarlo. Hay tres médicos
que le están haciendo toda clase de análisis. Le he aconsejado que vaya a la
clínica Mayo, pero a ella le gusta este hospital. Puedo venir a las diez, si no te
parece muy tarde. A las diez me echarán de aquí…
—Te tendré la cena dispuesta.
—No, cenaré aquí. Hay servicio de habitaciones. Nos veremos a las diez.
Pasaron cinco maravillosas noches juntos…, pero, al llegar Barry al
atardecer del sexto día con el fin de tomar una copa, Dolores adivinó que
había ocurrido algo en cuanto le vio entrar.
—Siéntate, Barry. ¿Qué ha sucedido?
—¡Constance!
—¿Ha averiguado lo nuestro?
—No, está enferma. Ya se conocen los resultados de los análisis.
Hipertensión y diabetes.
—¡Ah, bueno! —exclamó Dolores, suspirando aliviada—. Quiero decir
que, es horrible pero, si se mantiene bajo control, podrá vivir una larga vida.
—Lo que le molestan son las inyecciones. Los médicos dicen que no le
conviene la insulina por vía oral, por lo menos de momento… Su nivel de
azúcar es demasiado elevado. Y, como es lógico, lo que más le preocupa es la
hipertensión. Ella siempre ha jugado al golf y ha sido muy activa. Cree que se
convertirá en una inválida.
—¡Eso no es cierto! Tendrá que descartar algunos meses, pero podrá vivir
una larga vida.
—Tú lo has dicho.
—No te entiendo.
—Vivirá una vida larga, asustada e inactiva. Mañana la darán de alta en el
hospital. Ha contratado los servicios de una enfermera para que le administre
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las inyecciones y le ha pedido prestado el yate a Debbie Morrow. Quiere
descansar un mes y le encanta el agua.
—Eso es estupendo.
—No es estupendo. Insiste en que la acompañe.
Dolores trató de reprimir las lágrimas.
—Incluso ha convencido al director de mi empresa —explicó Barry,
empezando a pasear por la estancia—. Insisten en que la acompañe. No hay
forma de evitarlo. Es ridículo. Tal como tú has dicho, la diabetes no es que
resulte muy agradable que digamos… pero tampoco es como el cáncer. La
hipertensión se puede controlar. Me imagino que se siente asustada porque
siempre ha estado sana. Dolores, tengo que ir con ella.
—Un mes —murmuró Dolores.
—Un siglo… —sentenció él.
—Tienes que ir, Barry —le dijo Dolores abrazándole—. Lo comprendo.
Un mes no es una eternidad. Mira, cuando regreses, los árboles estarán
verdes, será mayo, podremos disfrutar de mayo juntos en Nueva York…
Dolores apartó el rostro para que él no viera las lágrimas en sus ojos.
Barry hizo ademán de dirigirse a la puerta y ella se volvió y corrió tras él.
—Se encuentra todavía en el hospital. ¿No puedes quedarte esta noche?
—No, tengo que cenar con ella. Después tengo que hacer las maletas y
encargarme de que la sirvienta prepare su equipaje… Quiere irse mañana.
—¿Mañana? ¿Se encuentra bien para eso?
—Los médicos se lo han recomendado. No quieren que se deprima
demasiado. Por consiguiente, mañana emprenderemos viaje a Palm Beach,
donde se encuentra amarrado el yate.
—Procura escribirme.
—Haré algo mucho mejor. Te llamaré desde todos los puertos que
toquemos… Espero que Debbie nos acompañe. Eso me distraerá un poco.
—¿Debbie?
—Debbie Morrow, la propietaria del yate.
—Conozco a Debbie —dijo Dolores sonriendo—. Debe tener unos
cincuenta y cinco años. Tiene gracia que a una mujer de esa edad se la llame
con un nombre tan infantil.
—Es que Debbie tiene más de cincuenta millones de dólares y el yate, que
es suyo, también se llama Debbie. Me imagino que cuando una mujer tiene
tanto dinero puede permitirse el lujo de que la llamen Debbie hasta que tenga
noventa años, si así lo desea.
—¿De dónde ha sacado Debbie tanto dinero?
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—Es el dinero de un viejo, cariño… Se casó con un viejo y éste murió
dejándole todavía más dinero. —Barry la abrazó súbitamente—. ¿Por qué
tienen que ser pobres dos personas hermosas como nosotros?
—Porque Debbie y Constance necesitan su dinero… y nosotros sólo nos
necesitamos el uno al otro.
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26. Una cierta sensación
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negarse que era muy apuesto y que ambos formaban una bonita pareja.
Mientras corrieran rumores acerca de ella y de Michael, nadie seguiría la pista
de Barry. ¡Barry! Se aturdía de sólo pensar en él. Tardaría menos de diez días
en regresar, la estrecharía en sus brazos… y ella le besaría profundamente,
como jamás había podido besar a Jimmy o a cualquier otro hombre…
¿Comprendía la gente que un beso profundo podía resultar más íntimo que el
acto sexual propiamente dicho?
—Dolores, no insistas en poner en marcha el acondicionador de aire.
Abriré las ventanas si tú quieres, pero la verdad es que se está muy a gusto
aquí.
Ella se volvió y miró a Michael, que se hallaba acomodado en el sillón
preferido de Barry. Si tuviera que acostarse con él de vez en cuando, para
retenerle… ¡No! No podría.
—Dolores, ¿quieres sentarte? Tengo que hablar contigo.
—Quisiera ir a ver si los niños están bien.
—Por el amor de Dios, no son unos niños de pecho. No tienes que «darles
la vuelta» en la cuna. Mary Lou está muy crecida y los gemelos son unos
muchachotes tremendos.
—Me parece que no deberíamos asistir al estreno de Hattie mañana —dijo
Dolores, sentándose en el borde del sofá—. Será un estreno muy sonado. June
Ames ha conseguido una publicidad sensacional. Ha roto todas las normas.
Ésa es, al menos, la opinión unánime de la prensa. Pero yo pienso que,
cuando se ha llegado a ser una de las más hermosas y taquilleras actrices
cinematográficas, no es lógico correr el riesgo de presentarse en Broadway
con un espectáculo musical, ¿no te parece? Uno de los comentaristas de
televisión estuvo hablando de ello justo la otra noche. No sé… tiene mucho
que perder y nada que ganar. Jamás conseguirá convencer a los críticos de
que sea algo más que una simple cara bonita.
—¿Por qué divagas sin ton ni son, sabiendo que deseo hablarte? —le
preguntó él, visiblemente enojado—. Quiero hablarte de algo muy serio.
¿Cómo estás tan bien informada acerca de la carrera de June Ames?
—Leo las revistas de actualidad para estar al tanto de mi propia
publicidad —repuso Dolores en tono travieso—. Y también miro la
televisión, leo los periódicos… Algo tengo que hacer para pasar el rato.
—¿Qué me dices de las amigas? Joyce las tiene a montones. ¿Y las
actividades benéficas?
—Joyce es la esposa de un senador y vive en Washington. Yo soy…
—La reina Victoria. Sólo que más guapa.
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—No me negarás que todos los periódicos me llaman misteriosa, bella,
carismática…
—Me parece que te crees todas las idioteces que se escriben acerca de ti
—comentó él, mirándola fijamente.
—¡Ojalá fuera cierto! —suspiró ella con voz pausada.
—Eres guapa.
—Nita es mucho más guapa.
—Sí, es verdad. Y yo soy más guapo que Jimmy. Pero él poseía un algo
que encandilaba a la gente. Incluso cuando ambos pertenecíamos al Senado,
cuando él se levantaba, impresionaba por su presencia. En tu caso, ocurre lo
mismo. En el de Nita, no.
—Mira, Michael… —Dolores sabía que éste se proponía confesarle su
amor y, en cieno modo, tenía que impedírselo—. No podemos ir juntos al
estreno de Hattie. Sabes tan bien como yo que todo el mundo hace
insinuaciones acerca de nosotros. Nada podría estar más lejos de la verdad…
pero, si apareciéramos juntos, dos noches seguidas…
—¡De eso se trata! Quiero que lo piensen… quiero que Joyce lo piense…
—¿Acaso estás loco?
—No… Tengo mis razones.
—¿No te parece que debieras comunicármelas?
Michael bajó los ojos hacia el suelo.
—De acuerdo —dijo muy despacio—. Hace dos años que mantengo
relaciones con June Ames.
Por unos instantes, Dolores se quedó como sin habla. Todo aquello
resultaba increíble.
—¿Por qué crees que me empeño tanto en que me vean contigo por lo
menos una vez al mes? Tú eres mi tapadera. Acabo de matricular a nuestro
hijo mayor en la escuela militar de Connecticut con el fin de que ello me sirva
de excusa para poder venir a Nueva York. Y un antiguo compañero mío de
escuela es el coproductor de Hattie, Colin Wright. Yo he aportado veinticinco
mil dólares a la empresa productora. Joyce sabe que soy amigo de Colin. Ha
estado en nuestra casa varias veces, con motivo de los estrenos en
Washington de sus obras. Por consiguiente, Colin nos servirá también de
tapadera en el caso de que a June y a mí se nos vea en público… Además,
salgo contigo una vez al mes… y si vengo aquí y aparezco públicamente
acompañado de Colin, Joyce no tendrá ni la menor idea, no armará ningún
escándalo. Sí, pasado mañana se pondrá furiosa contigo si acudimos juntos al
estreno de Hattie…
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—Sólo que no acudiremos juntos al estreno de Hattie —cortó Dolores
suavemente.
Él se levantó y la agarró por los hombros.
—Careces de sentimientos. Jamás has querido a nadie más que a ti misma,
ni siquiera a mi hermano. He sido un estúpido en decírtelo, al esperar que lo
comprendieras. Cuando Jimmy me hablaba de sus aventuras
extramatrimoniales, yo le echaba una bronca, le decía que eras muy guapa, y
él me contestaba: «¡Pero, Mike! ¡Se limita a tolerarme en la cama!». Bueno,
pues, ahora lo creo. Tú no sabes lo que es el amor, lo que es echar físicamente
de menos a alguien. ¡La de viajes que yo habré hecho a la Costa…! Menos
mal que mi hermana está casada con un médico de allí y que su matrimonio es
sólido como una roca. Lo utilizaba como pretexto para desplazarme allí… Sí,
estás muy en lo cierto al decir que June arriesga su carrera. ¿Sabes por qué lo
hace? Porque me quiere. Me quiere lo suficiente como para poner en peligro
su brillante carrera a pesar de constarle que no hay posibilidad de divorcio.
Alberga la esperanza de que el espectáculo se mantenga en cartel mucho
tiempo para que, de este modo, no haya cinco mil kilómetros de distancia
entre nosotros. Yo podré venir a verla todas las semanas, podré ir y venir en
un día… y llegar a tiempo para cenar con Joyce. ¿Sabes? Soy capaz de hacer
eso… e incluso mucho más. Pero tú no comprendes esta clase de amor. Tú
pensarías que era vulgar. Sin una alianza matrimonial, para ti no hay amor.
—Michael… —dijo Dolores apartándose—. Comprendo lo que sientes. Y
si tú y esa muchacha sois felices juntos, me parece maravilloso, siempre y
cuando nadie tenga que sufrir. Pero tú me estás echando a la jaula de los
leones para que todo este asunto resulte menos complicado. Joyce me
odiará… y la prensa empezará a hacer veladas alusiones. Los niños van a la
escuela… Los demás niños les contarán lo que les oigan comentar a sus
madres…
—Dolores, si me acompañas mañana por la noche, no volveré a pedirte
ningún otro favor.
—¿Y qué me dices de Joyce? ¿No es posible que a ella le apetezca asistir
al estreno?
—Ya vio el espectáculo cuando éste se presentó en Washington. Hasta
saludó a June y los cuatro, Colin, June, Joyce y yo, cenamos juntos. Lo
comentaron todos los periódicos de Washington. La gente cree que Colin y
June se hallan unidos sentimentalmente. Joyce también lo cree.
—¿Qué le parece a Colin eso de hacer de tapadera?
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—Le encanta. Es afeminado… Vive con un escenógrafo y le fascina la
imagen de una reina de la sexualidad «enamorada» de él. Ambos son muy
buenos amigos.
—¿Qué te hace suponer que Joyce no te acompañará cuando vengas a
visitar a vuestro hijo a la escuela?
—El hecho de que estará embarazada de cuatro meses y ha tenido un
aborto con anterioridad. El médico le ha dicho que necesita descansar mucho
en la cama.
—Lo tienes todo planeado, ¿verdad?
—Todo menos las reseñas. Podrían ser pésimas. June resultaría muy
perjudicada, regresaría a la Costa…
—¿Es un buen espectáculo?
—No sabría decirte —repuso él, encogiéndose de hombros—. La quiero
tanto que el simple hecho de verla en el escenario me hace sentir bien, en
Washington las críticas fueron contradictorias, pero trabajaron mucho y
estuvieron tres semanas en cartel en Filadelfia, donde las críticas fueron
bastante buenas. Pobre June. De noche actuaba en el espectáculo y de día
ensayaba nuevas escenas y nuevas canciones que después incluía en la
función de la noche. ¡Y ya no tiene dieciocho años!
—¿Cuántos tiene realmente?
—Veintisiete para la prensa… pero, en realidad, tiene treinta. Aunque
aparenta veinticuatro.
—La quieres mucho, ¿verdad? —preguntó Dolores bajando la mirada.
—Sí, Dolores.
—¿Prescindirías de la religión y te divorciarías de Joyce?
—Lo daría todo por ella. Pero Joyce jamás me concedería el divorcio…
Jamás. Es como Bridget. Van juntas a misa casi todos los días. No sé… Creen
en todo eso.
—Tú, ¿no?
—Sí, pero no creo que Dios me rechazara por el hecho de convertirme en
episcopaliano. Creo que me rechazaría, en cambio, si destrozara el corazón de
Joyce y lastimara a mis hijos, que es lo que ocurriría en el caso de que me
divorciara.
—De acuerdo, Michael —concluyó Dolores, esbozando una leve sonrisa
—. Acudiré contigo al estreno de Hattie mañana por la noche.
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27. Críticas
Donald Brooks creó para ella un nuevo modelo, que le confeccionaron aquel
mismo día. Sabía que atraería la atención de toda la prensa y tenía que ofrecer
un aspecto inmejorable. El modisto le hizo, además, un fantástico abrigo a
juego… Bueno, en realidad, no se lo hizo; se trataba de un modelo que
todavía no había exhibido. Le levantó el escote, le ensanchó un poco el traje,
le cambió los hombros del abrigo y le aplicó un reborde de piel.
—Si perdiera usted cinco kilos, le podría prestar todos mis modelos —le
dijo.
—¿Estoy gorda? —preguntó ella.
—No, pero no está delgada como una modelo.
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La policía llegó junto a su butaca poco antes de que descendiera el telón
por última vez y ella y Michael avanzaron por el pasillo mientras los actores
salían repetidamente a saludar. June estaba recibiendo por quinta vez los
aplausos del público y llamando a escena a los demás componentes del
reparto cuando, a través de una puerta interior, el director acompañó a
Dolores y a Michael a la parte de atrás del escenario.
Ya se encontraban entre bambalinas cuando los actores se retiraron del
escenario. Todo el mundo parecía ligeramente grotesco y fatigado bajo la
pesada capa de maquillaje. Se quedaron como petrificados al ver a Dolores.
Ella les dirigió una majestuosa sonrisa. June se adelantó y Colin se la
presentó. Dolores permaneció de pie como una reina y estrechó la mano de
todos los componentes del reparto.
Colin les acompañó después a una suite que hacía las veces de camerino
de June. La muchacha se había quitado el maquillaje y Dolores se sorprendió
de lo hermosa que era con la «cara lavada». En el salón había un pequeño
televisor y un bar improvisado. Colin preparó unos martinis.
—A Michael y a mí nos gusta esto. A June le gusta el vodka con agua.
¿Qué prefiere usted, Señora Ryan?
—Un whisky ligero, con agua.
—Miren —prosiguió Colin—. He reservado el salón del piso de arriba del
Sardi’s[5] para una pequeña fiesta —encendió el televisor—. Empezarán a
emitir las críticas de un momento a otro.
—Yo creía que sólo el Times significaba algo —dijo Dolores.
—Es el más importante, sin duda. Pero la televisión también ayuda. Me
refiero a los buenos críticos, no a esos despectivos y afectados comentaristas
del Canal Cinco. Se sorprendería usted, pero el público no les hace mucho
caso. La gente dice: «A ésos no les gusta nada, voy a verlo yo por mi cuenta».
Pero los buenos críticos de televisión nos pueden ayudar mucho. Y los
columnistas. Sin embargo, ¡una buena reseña del Times es decisiva!
—Yo acompañaré a Dolores a casa. ¿Te parece que ya está todo más
tranquilo? Me refiero a si se habrá marchado la gente —dijo Michael.
A Dolores por poco se le cayó el vaso de la mano. Estaba deseando asistir
a la fiesta del Sardi’s.
—Aproximadamente la mitad de los cazadores de autógrafos ya habrán
tomado posiciones en las proximidades del Sardi’s para ir abordando a los
famosos que vayan llegando. Pero los representantes de la prensa estarán
aguardando junto a vuestro automóvil.
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—Bueno, pues, afrontemos con valentía la situación —dijo Michael
terminándose el trago—. Primero acompañaré a Dolores a casa, luego
regresaré en el automóvil al hotel y, de este modo, me sacudiré de encima a
los periodistas. Después saldré por la puerta de atrás y me dirigiré al Sardi’s a
pie.
—La prensa se enterará de que has asistido a la fiesta —le advirtió Colin
—. Tal vez, si a Dolores no le importara… y viniera un rato…
—No quiero hacerle pasar ese suplicio —dijo Michael—. Además, puedo
decir que decidí de repente acompañar a mi camarada de estudios Colin
Wright mientras éste aguardaba la aparición de las reseñas. Se lo creerán —se
levantó y se acercó a June—. Nos veremos allí, cariño. Sé que vas a tener
unas críticas estupendas pero, independientemente de lo que digan, quiero que
sepas que has estado maravillosa.
Dolores observó que la muchacha le miraba a los ojos. Y súbitamente le
dio lástima de ella, porque vio que June Ames quería realmente a Michael y
no tenía ningún futuro, tal como le ocurría a ella con Barry.
No hizo el menor caso de la muchedumbre que casi impedía el avance de
su automóvil y guardó silencio mientras atravesaban la ciudad.
—No lo apruebas —le dijo Michael finalmente.
—Sólo porque esta muchacha sufrirá mucho.
—La quiero, Dolores.
—No lo dudo. Pero ¿qué le ocurrirá? Te quiere de veras y has dicho que
tiene treinta años. Si no recuerdo mal está divorciada…
—Un matrimonio juvenil. Tenía diecisiete años, cantaba en una orquesta
local de Texas y se casó con el percusionista.
—De acuerdo. No es una verdadera actriz. Quiero decir que no durará
como una Joan Crawford o una Bárbara Stanwyck… Éstas mujeres eran unas
muchachas hermosas y encantadoras… que tenían algo más. Tu June es una
preciosidad, pero no se convertirá a los cuarenta y tantos años en una mujer
de belleza turbadora. Resultará vulgar, tú te cansarás de ella… y su carrera
quedará destruida.
—Llevamos juntos dos años. Nuestro amor es más fuerte que nunca. ¿A
qué hacer planes para dentro de diez años? Eso fue probablemente lo que
hiciste con Jimmy. Sé cómo eres… Todo lo tienes catalogado. Ocho años en
la Casa Blanca y, después, tal vez Jimmy se convirtiera en director de un
bufete jurídico… Una vida social por todo lo alto en Nueva York o
Washington. Pero las cosas no ocurrieron así, ¿no es cierto? Jimmy fue
asesinado. Tú te has pasado varios años viviendo como un ermitaño. Y ahora,
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¿qué es lo que has planeado? ¿Convertirte en una leyenda? Bueno, pues, si
eso te produce satisfacción, lo eres. ¿Te hace eso feliz cuando te acuestas en
tu lecho virginal? ¿Te compensan todas las fotografías tuyas que aparecen en
las portadas de las revistas de la ausencia de emociones en tu vida? ¿De unas
emociones que jamás has conocido ni imaginado…?
—Sabes muy poco acerca de mí —dijo ella serenamente.
—Te conozco como la palma de mi mano.
Habían llegado frente a la casa. Él descendió del automóvil y la acompañó
hasta el ascensor.
—Michael, no hace falta que me acompañes arriba.
—Sólo me llevará un minuto —dijo él pulsando el timbre de llamada del
ascensor—. Mira, Dolores, cásate con el presidente del Tribunal Supremo. Es
lo suficientemente mayor como para no molestarte con exigencias sexuales.
Posee una encantadora residencia en Georgetown, una finca en Chevy Chase,
un apartamento aquí y… —Volvió a pulsar impacientemente el timbre del
ascensor—. Pero ¿dónde demonios está el ascensorista?
—Probablemente estará efectuando el reparto de los periódicos en cada
piso —dijo ella mirando hacia arriba—. Ya baja. Michael, procura no lastimar
a esa pequeña actriz.
—La quiero.
Ella le sonrió emocionada mientras llegaba el ascensor.
—Espero que el espectáculo permanezca mucho tiempo en cartel.
Diviértete mucho esta noche. Por favor, no te molestes en subir —miró su
reloj—. Las reseñas están a punto de salir. Te necesitará a su lado si son
malas y querrá compartir su alegría contigo si son buenas.
—No me sorprende que se diga de ti que eres la mujer más complicada
del mundo —le dijo él mirándola perplejo—. De repente, me parece que no te
conozco demasiado…
Después giró sobre sus talones y regresó apresuradamente al automóvil.
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28. Agua y jabón
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temprano con Constance… Nada de relaciones sexuales, por supuesto. Hasta
ahora, sólo nos acostábamos dos veces al mes y cuando, según sus gráficos,
era más probable que concibiera. Pero, gracias a Dios, todo eso ha terminado.
Teme que le suba la tensión. El crucero ha sido terrible. Sólo podía gozar de
la compañía de un atlético marica que Debbie se había traído consigo. Me
cansaba cada mañana con sólo verle practicar ejercicios gimnásticos durante
veinte minutos. Tiene veintiocho años y me confesó que deseaba casarse con
ella.
—¿Crees que lo hará?
—Debbie es demasiado lista —repuso él apagando la colilla del cigarrillo
—. Cumplirá cincuenta y seis años el mes que viene y dispone de suficiente
dinero como para comprarse todos los tipos guapos, maricas o no, que le
apetezcan hasta que tenga ciento seis años.
—Está muy bien para su edad.
—¿Por qué no iba a estarlo? Constance me ha dicho que se lo han estirado
todo. Constance me merece toda la confianza a este respecto… Posee todavía
muy buena figura y, hasta que no cayó enferma, se cuidaba asiduamente.
Veinte minutos de yoga diarios, nada de hidratos de carbono… Ahora ha
engordado unos kilos y está muy preocupada. Le va a preguntar a su médico
si puede hacerse la cirugía estética en su estado.
Dolores se desperezó en la cama. Barry poseía un cuerpo muy firme.
—¿Crees que a mí me hace falta?
—Tú eres una chiquilla —contestó él echándose a reír.
—Voy a cumplir treinta y nueve años.
—Pues Constance va a cumplir cincuenta y está muy bien cuando se
maquilla como es debido. Lo mejor es no tomar demasiado el sol.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que Constance tiene una piel preciosa porque jamás lo toma. Y tú
eres una adoradora del sol. Debbie tampoco lo toma. Dice que la mayoría de
estas mujeres de Palm Beach parecen unas ciruelas pasas. ¿Y sabes una cosa?
Tiene razón. A las mujeres que toman tanto el sol se les estropea la piel.
—¿Eso es lo que yo te parezco a ti? ¿Una ciruela pasa?
—Tú eres mi tigresa dorada. El peligro se produce cuando se ha tomado el
sol durante muchos años. Por consiguiente, ándate con cuidado con el sol.
Quiero que seas siempre tan guapa como ahora.
—Mañana mismo haré que me estiren la cara.
—No se puede estirar una piel requemada por el sol —dijo él, riéndose,
mientras empezaba a vestirse.
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—¿Desde cuándo eres un experto en esas cosas? —le preguntó ella.
—Podría escribir un libro acerca de los cuidados de la piel y del cuerpo
después de los cuarenta años. Es de lo único que he oído hablar en el yate
durante estas seis semanas. Hasta el muchacho atlético se frotaba el cuerpo
con una mezcla de aceite, antes de tomar el sol. No se quedaba tendido,
inmóvil… ¡Nada de eso! Veinte minutos de un lado, veinte minutos del
otro… y después un vaso de leche…
—¿Leche?
—Afirma que el sol produce cierta acidez en el cuerpo que la leche
contribuye a alcalinizar. ¿Quieres que te siga hablando de estas tonterías?
¡Ah! Y el último grito consiste en contratar a un experto en ejercicios, que te
tira de las piernas y a quien tú tienes que oponer resistencia.
—¡Santo cielo! —exclamó Dolores echándose a reír—. Y yo que lo único
que hago es lavarme con agua y jabón, montar en bicicleta y dar largos
paseos.
—Buena chica —dijo él, vistiéndose.
Dolores se encontraba desnuda bajo las sábanas. Barry había encendido
las luces y, por primera vez, ella temió levantarse de la cama. ¿Se le habrían
aflojado los muslos? ¿Habrían perdido la firmeza sus nalgas? Él se marchó
tras besarla y decirle que regresaría al día siguiente para tomar una copa. En
cuanto Barry se hubo ido, Dolores saltó de la cama y se dirigió a toda prisa al
cuarto de baño. Quería verse en el espejo de tres lunas y de cuerpo entero.
Encendió todas las luces y se examinó. El busto era firme. Los muslos estaban
bien… Tan sólo unas señales de dilatación apenas perceptibles… Había que
mirar muy de cerca para verlas. Se dio la vuelta. Las nalgas habían perdido un
poco de firmeza… ¿Estaban un poco caídas o eran figuraciones suyas?
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29. Libres
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—Barry… Por mí no te preocupes. Estaré aquí, esperando.
—¡Vaya por Dios! Acaba de aparecer Debbie Morrow con su último
jovencito. Será mejor que te deje.
Se oyó el clic del teléfono.
Dolores se pasó tres días sin recibir ninguna llamada. La muerte de Constance
constituyó una gran noticia. El entierro fue recogido por las cámaras de
televisión gracias a las amistades de que gozaba Constance en la alta sociedad
y a los altos funcionarios del gobierno que asistieron al mismo por deferencia
a Barry. Dolores envió flores, pero no asistió, por considerarlo una hipocresía.
Se quedó en casa aguardando junto al teléfono.
Barry se presentó en su apartamento sin previo aviso, dos días después del
entierro.
—¡Barry! —exclamó ella abrazándole con fuerza—. Lo que debes haber
pasado. ¿Te preparo algo para beber?
—Prepárame un vodka con martini ahora mismo. —Barry se sentó y se
alisó el cabello con la mano—. ¡Dios mío…! Los entierros son terribles. Y las
visitas de condolencia son mucho peor. Vinieron todos los amigos de mi
padre… y los de Constance. Se dedicaron a beber sin parar. Debbie lo
presidió todo como si se tratara de un cóctel gigantesco. Hasta recibí un
telegrama de condolencia del presidente.
Ahora serían libres y podrían casarse —transcurrido un tiempo prudencial
—, pero Dolores sabía que no era oportuno decir nada.
Barry ingirió la mitad del contenido del vaso de un solo trago.
—La muy bruja, la cochina bruja.
—¡Barry!
—Vengo del despacho del abogado —dijo él—. ¿Sabes una cosa? Todo el
tiempo que estuvimos casados se lo pasó entregándoles millones a sus
hermanas, a distintas fundaciones y asociaciones benéficas… Creando
depósitos bancarios para sus sobrinos. Puesto que no tenía hijos y era mayor
que yo, creía que, de morir ella primero, yo me casaría con alguna lagarta.
Como es lógico, al descubrir que padecía hipertensión arterial intensificó su
acción… ¡Hasta las joyas se las ha dejado en herencia a sus sobrinas!
—Y tú, ¿qué?
—¡Ah, pues yo estupendamente! —exclamó él en tono sarcástico.
Encendió un cigarrillo y extendió el vaso vacío con el fin de que Dolores
se lo volviera a llenar.
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—Legalmente no puede excluirte —dijo Dolores mientras le preparaba la
bebida.
—No, desde luego. La aconsejaron muy bien. Recibiré veinticinco mil
dólares anuales, sobre los que tendré que pagar impuestos. Podré vivir en
todas sus residencias… La herencia se encargará del servicio, del pago de
impuestos, etcétera… Y, ahora viene lo más generoso: si vivo y no me he
casado, a la edad de sesenta y cinco años heredaré cinco millones de dólares.
Pero, si me caso, ¡nada!
—¿Eso es legal?
—Firmé un documento al casarme con ella —repuso Barry asintiendo—.
Sí, los ricos, los inmensamente ricos, siempre te hacen firmar documentos.
Parece ser que allí se decía todo eso pero, Dios bendito, yo tenía entonces
treinta y cinco años y ella cuarenta y uno. Yo carecía de dinero, sabía que no
conseguiría abrirme camino ni conservar mi cargo en el despacho jurídico por
mis propios méritos. El hechizo del apellido de mi padre estaba empezando a
desvanecerse. ¡Me habían educado muy bien… para no hacer nada! Por
consiguiente, firmé el documento. Constance era muy guapa, yo había tenido
muchas aventuras… ¿Quién podía imaginarse que me enamoraría de ti?
Barry tomó el vaso que ella le ofrecía. Ingirió un sorbo y sacudió la
cabeza como un hombre que emergiera del agua. Ella se sentó a sus pies
sorbiendo un whisky ligero. Era necesario que tuviera la cabeza despejada.
—Mira, Barry, a mí no me hace falta este apartamento tan enorme. Si
hablara con Bridget y le explicara lo que siento por ti, estoy segura de que me
permitiría venderlo y quedarme con el dinero. Podríamos obtener fácilmente
cuatrocientos mil dólares. Estoy segura, además, de que podrías conservar el
cargo en tu despacho jurídico, sobre todo si te casaras conmigo. Nuestros
apellidos juntos causarían sensación. Podríamos adquirir un apartamento más
pequeño, tal vez en Park Avenue, y con mis treinta mil dólares anuales y los
veinte mil que tú ganas, estoy segura de que podríamos arreglárnoslas.
Pareció como si Barry reflexionara mientras ingería un sorbo.
—No sé si sería tan sencillo —dijo—. Olvidas que, en nuestra calidad de
matrimonio, deberíamos ofrecer fiestas. Parte del interés que yo revestía para
la empresa derivaba de las excelentes cenas que Constance ofrecía y a las que
invitábamos a personas susceptibles de convertirse en nuevos clientes —
sacudió la cabeza—. No, no podríamos apañárnoslas con cincuenta mil
dólares al año. No olvides que yo perdería los veinticinco mil que ella me ha
dejado y que debería pagar impuestos sobre los veinte mil que gano.
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—Pero yo tendría los cuatrocientos mil que me reportaría la venta del
apartamento…
—¿Y eso cuánto iba a durarnos? No querrás que montemos una tienda de
campaña en Park Avenue. Tendríamos que buscar un apartamento como es
debido y una vivienda más pequeña, en una buena zona, nos costaría unos
cien mil dólares. También tendríamos que contratar los servicios de una
cocinera, un chófer, una camarera, una niñera para los niños… No, no
podríamos.
—¿No crees que mi apellido podría traerte muchos nuevos clientes?
—Tal vez, pero en cuanto empezaras a prodigarte demasiado en público,
perderías el encanto.
—¿Qué quieres decir?
—Dolores, todo el mundo habla de ti porque no te ve. Se hacen conjeturas
acerca de ti, la gente se pregunta cómo eres realmente. De momento, el hecho
de conseguir que asistieras a una cena constituiría el mayor triunfo para una
anfitriona. Pero, en cuanto tú empezaras a desempeñar el papel de anfitriona y
a dejarte ver en las cenas en mi compañía, ir a los clubs de campo y todas esas
cosas, tu encanto y tu mística desaparecerían en un año. Acabarías siendo
simplemente Dolores Haines. Mira, lo sé muy bien. Cuando murió papá, el
apellido de los Haines alcanzaba una gran cotización. Uno de mis hermanos
se convirtió en gobernador gracias exclusivamente a su apellido. Y se casó
con una mujer muy rica porque no resultó elegido para un segundo período. A
mí, al principio, me lo ofrecían todo. Sabía que todas las ofertas se debían al
apellido Haines y al negocio que dicho apellido pudiera representar para las
empresas. Hubiera podido escoger también entre numerosas muchachas, pero
las que me gustaban, las más guapas, no tenían ni un céntimo, y las guapas y
ricas se iban a Europa a pescar un título. Parece increíble que se siga haciendo
eso, pero se hace. Entonces conocí a Constance y comprendí que con ella
podría llevar un alto tren de vida, así como conservar mi cargo en el despacho
jurídico. Si ahora lo pierdo, podré contar con los veinticinco mil dólares
anuales que me ha dejado ella como herencia. Siempre y cuando no me case,
claro.
Dolores esbozó una débil sonrisa y fue a sentarse sobre sus rodillas.
—Mira, no es que sea el fin del mundo. Nos tenemos el uno al otro y
ahora podremos salir en público.
—Tendremos que esperar un año.
—¡Un año!
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—Es lo que suelen durar los lutos como es debido, ¿no? Podré salir con
hombres, asistir solo a alguna fiesta que ofrezca alguna de las amigas de
Constance… pero la primera vez que tú y yo aparezcamos juntos en público
será un acontecimiento.
—Muy bien. Hoy estamos a veinte de agosto. El veinte de agosto del año
que viene nos iremos juntos a Marbella. Ya encontraré algún amigo que
disponga de yate. Visitaremos a Nita… y pasaremos un verano maravilloso.
En cuanto al presente año, seguiremos como hasta ahora. Por mi parte,
aguardaré a que cumplas sesenta y cinco años, a que heredes el dinero… y
entonces buscaremos un sacerdote que haga respetable nuestra unión.
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30. Le gustan las mujeres delgadas
Las navidades fueron maravillosas. Dolores envió a los niños a Virginia una
semana antes, de modo que Barry y ella pudieron gozar de siete días solos. La
víspera de Navidad, él le hizo un regalo de Cartier: un pequeño broche de
brillantes en forma de círculo. Dolores sabía que sólo le había costado
trescientos dólares. Ella se había gastado mil cuatrocientos dólares en un reloj
digital de oro de Tiffany. Al verlo, Barry se alegró como un chiquillo y le
dijo:
—Ojalá hubiera podido gastarme más dinero, pero estoy sin blanca. Las
pocas veces que no tengo más remedio que asistir a una cena me veo obligado
a enviar ramos de flores… Y, además, debo conservar el palco de la ópera,
que no estaba incluido en el testamento, pero Debbie y las demás amigas de
Constance insisten en que lo conserve… Lo que más me fastidia es que debo
invitarlas. ¡Bastante aborrezco la ópera para, encima, tener que soportar a
Debbie y a su hermana Eleanora, quien siendo casi tan rica como Debbie está
casada con un tipo de la AC-DC! Ya puedes imaginarte las emocionantes
veladas que pasamos.
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allí los niños de Michael y Joyce con su nuevo hijo. Como es lógico, Michael
se sacaba de la manga numerosas excusas para desplazarse a Nueva York y
algunas noches no regresaba a la finca. Pero Joyce estaba demasiado ocupada
con su nuevo hijo y Dolores había pasado a convertirse en la acompañante de
Bridget. Una vez finalizadas las vacaciones de Pascua, Bridget le rogó que se
quedara. Las demás hermanas tenían que irse, pues sus hijos asistían a las
escuelas parroquiales y debían regresar. Dolores dijo que sus hijos también
debían reanudar sus clases y Bridget hubo de resignarse, aunque le hizo
prometer que acudiría a verla todos los fines de semana. Abrazó a Dolores
con fuerza y le dijo:
—Creo que te quiero más que a mis propios hijos. Te comprendo,
Dolores. Mira, cuando mi esposo era joven, yo había tenido cinco embarazos
casi seguidos, se enamoró de una escultora preciosa. Su capacidad artística
era muy limitada, pero era tan hermosa como una reina de belleza. Él la
mantenía con todo lujo, le organizaba exposiciones y obligaba a sus amistades
a comprarle obras. Las relaciones duraron diez años, en el curso de los cuales
él regresaba a casa los fines de semana, pasaba con nosotros las vacaciones…
Pero de la educación de sus hijos tuve que hacerme cargo yo. Después engañó
a la escultora con una refugiada, una princesa que no tenía dinero. La dejó
muy bien instalada y corren rumores de que el sobrino que súbitamente se
quedó a vivir con ella, algunos años más tarde, era en realidad hijo de
Timothy. Sé lo que tuviste que pasar con Jimmy, como padre, como hijo. Sé
que Michael debe dedicar sus veladas a alguna mujer, pero Joyce es una
muchacha muy tranquila, entregada por completo al cuidado de sus hijos, y
jamás se le ocurriría pensar que él pudiera tener otra mujer. Al igual que yo,
cuenta con el consuelo de la Iglesia… En cambio, me preocupas tú porque,
pese a ser católica, no creo que la religión ocupe un lugar demasiado
importante en tu vida. Mira, cuando me casé no pude aferrarme más que a la
Iglesia. Recuerdo una vez en que, habiendo enfermado una de mis hijas
gravemente, de difteria, recé y prometí que iría a misa todos los días si ella se
restablecía. Los médicos ya la habían desahuciado, pero ella empezó a
mejorar al día siguiente. La Iglesia me ha dado fuerza… ¡Acude a ella,
Dolores! Tus hijos crecerán y te dejarán… Tu cuerpo está lleno de pasión
insatisfecha, como lo estaba el mío, pero descubrirás que amando a Jesús,
Nuestro Señor, se pueden hallar tanto la paz como una fuerza interior capaces
de llenar todo tu ser. No será fácil, lo sé, pero recuerda que siempre estaré a tu
lado para ayudarte.
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Dolores regresó a Nueva York y los niños reanudaron sus clases. Llamó al
despacho de Barry y le dijeron que se había ido a pasar las vacaciones de
Pascua a las Bermudas. Se tranquilizó. ¿Cómo podía saber Barry cuándo
volvería ella? La había llamado al enterarse del fallecimiento de Timothy
Ryan, había asistido al entierro y ella le había explicado que tendría que
permanecer en la granja durante las vacaciones de Pascua.
Acudió a ver a un sacerdote de una iglesia paulista que siempre se había
mostrado amable con ella y parecía más comprensivo que la mayoría. Le dijo
que «creía», pero no era cierto. El ministro de Dios intentó aconsejarle.
Después, Dolores se confesó, rezó las estaciones del Vía Crucis, pero no
experimentó la menor fuerza interior. No… Bridget la había encontrado,
aunque lo más probable era que Bridget la hubiera poseído siempre. Si Jimmy
no hubiera sido presidente, ella le habría dejado después de su primera
aventura. Sin embargo, Timothy Ryan no había sido presidente y Bridget lo
había soportado todo, había educado a sus hijos y había hallado su fuerza en
la Iglesia.
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Ahora Nita se había despertado por completo.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente.
—Bueno, pues… Le localizaré y luego te llamaré.
La llamó al cabo de una hora.
—Dice que sí. Será mejor que pierdas diez kilos. Le gustan las mujeres
muy delgadas.
—¿Cuándo tendré noticias suyas?
—Envíale un telegrama cuando hayas perdido diez kilos —replicó Nita,
colgando el teléfono.
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31. Una unión dichosa
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—No, Bridget, lo intenté. Mira, se trata de algo urgente… ¿Puedo ir a
hablar contigo?
—Tenía el propósito de darte una sorpresa y de visitar yo Nueva York a
finales de semana.
—Esto es urgente, Bridget. ¿Puedo ir esta tarde?
—Pues, claro.
Dolores regresó al salón. Erick estaba hablando por teléfono. Le hizo
señas de que guardara silencio y después dijo:
—Muy bien, da orden de compra cuando el precio baje a cuarenta —colgó
y explicó a Dolores—: Un pequeño asunto que debía resolver.
—Yo he resuelto el mío —anunció ella con voz pausada—. Mi suegra
dice que podemos ir a visitarla esta tarde.
—Estupendo. Saldremos inmediatamente. Voy a decírselo al piloto.
Erick se dirigió hacia el teléfono. Dolores contempló sus gruesos dedos
mientras marcaba los números. Aquellos dedos rozarían muy pronto su
cuerpo. Tendría que besar aquellos labios gruesos. Se fue corriendo al
dormitorio para cambiarse. La falda le estaba ancha. Lo único que le sentaba
bien eran algunos pantalones. Se puso los mejores y tomó una chaqueta.
—No tengo ropa —dijo al entrar en el salón—. Estoy tan delgada que
nada me va a la medida.
—Mañana te compraras todo lo que te haga falta —dijo el barón.
Ambos guardaron silencio mientras se dirigían en automóvil al
aeropuerto. Dolores vio el aparato esperando… y al piloto y copiloto de pie
en posición de firmes. Un mozo les ayudó a subir. Una vez en el interior del
aparato, Erick le arrojó una caja.
—Quítate esa chaqueta. Te he comprado eso.
Dolores abrió la caja y contempló la increíble suavidad de las martas.
—Oh, Erick. ¡Es precioso! Pero no me lo puedo poner con los pantalones.
—Puedes hacer lo que se te antoje. Recuérdalo. Y me gustas con estos
ajustados pantalones y estos ajustados jerseys. Ponte el abrigo.
Dolores se lo puso y empezó a dar vueltas como una chiquilla. El mozo
trajo una enorme lata de caviar iraní y una botella de champán.
—Hoy romperás el régimen —le dijo Erick.
Y, esbozando una sonrisa de satisfacción, Dolores se sentó sin quitarse el
abrigo de martas y se pasó todo el tiempo comiendo caviar hasta llegar a
Virginia.
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Bridget no mostró la menor sorpresa al ver al barón Erick de Savonne. Le
recibió con gran cordialidad. Recordaba la vez que se habían conocido, con
ocasión del entierro de su hijo…
—Pero esta vez se trata de una feliz circunstancia —dijo de Savonne—.
He venido para pedirle la mano de su nuera.
Bridget se le quedó mirando fijamente unos momentos. Después miró a
Dolores.
—¿Puedo hablar con mi nuera a solas? —preguntó.
Erick se inclinó cortésmente y se retiró al salón. Dolores siguió
sumisamente a Bridget hasta un pequeño estudio.
—Quítate ese abrigo tan ostentoso —dijo Bridget—. ¡Martas en abril!
—Me lo acaba de regalar… en el avión.
—¿Cuánto tiempo hace que dura todo eso?
—Me pidió que me casara con él hace un año, cuando los niños y yo nos
encontrábamos visitando a Nita. Le contesté un no rotundo.
—¿Qué te hace cambiar de idea?
—Bridget, envejeceré… No tengo a nadie y no me bastan los treinta mil
al año… He estado recurriendo a mi propio capital, pidiéndole dinero
prestado a Nita…
—Si me lo hubieras dicho, te hubiera dado más.
—No se trata de eso. Mis gastos aumentarán. Los gemelos tendrán que ir
a la universidad… Mary Lou irá también a la universidad y será presentada en
sociedad… No podía permitir que me mantuvieras. Además, a los gemelos les
hace falta un padre.
—¡Es un abuelo!
—Bridget —dijo Dolores, arrodillándose y apoyando la cabeza sobre el
regazo de la señora Ryan—. Estoy muy sola. Eres la única persona que tengo.
Tú tienes a tus hijos y nietos. Yo no tengo ninguna amiga íntima. Estoy
cansada de ser una leyenda, de andar economizando, de utilizar a Michael
como acompañante.
—¿Y qué me dices del presidente del Tribunal Supremo?
—¿Qué quieres que te diga? —clamó Dolores, enfurecida—. ¡Que tiene
sesenta años y es más pobre que una rata!
—El dinero —dijo Bridget en tono despectivo—. ¿Eso es lo único que te
importa?
—Bridget, a ti jamás te ha faltado, jamás has tenido que preocuparte por
él, no puedes entenderlo. Jamás has estado tan sola como yo.
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—Pero ese hombre… ¿No hubieras podido encontrar otro? ¿Por qué no
alentaste las esperanzas de Barry Haines tras la muerte de su esposa? Era
precisamente el hombre con quien hubieras debido casarte.
—Bridget —dijo Dolores suavemente—, le amaba con todo mi corazón.
Pero él también tuvo que casarse por dinero. Estuve a punto de morir de pena.
A Bridget se le empañaron los ojos.
—No lo sabía… —Después suspiró—. Como es lógico, tendrás que
romper con la Iglesia.
—Educaré a mis hijos en la fe católica, pero a mí no me podrá casar un
sacerdote.
—¿Puedes aceptarlo?
—Es mejor que la soledad y el sufrimiento…
Bridget se levantó y se dirigió al salón.
—Enhorabuena, señor —dijo, tendiéndole la mano a Erick—. Espero que
haga usted muy feliz a mi nuera.
Él le besó la mano.
—¿Nos honrará usted con su presencia en la boda? Le enviaré mi avión
particular.
—Iré… Y también irán mi hijo y mis tres hijas.
—Señora, me llena usted de satisfacción —dijo él con voz ronca.
—Ahora debo descansar. No soy joven, ¿sabe…? Y las sorpresas me
dejan muy agotada. Rezaré para que su unión sea muy dichosa.
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32. La suite nupcial
Dolores casi no acertaba a creer que fuera posible la actividad que tuvo lugar
en el transcurso de los diez días siguientes. Perdió un kilo y se esforzó por
evitar que los niños le mostraran inquina a Erick. La noticia se publicó en
grandes titulares por todo el mundo. Se celebraron varias reuniones con los
abogados de ambas partes, con objeto de ultimar los detalles y la firma de los
«contratos matrimoniales». Después, Erick la envió con los niños a París,
evitándole con ello ver la oleada de publicidad negativa que había provocado
su decisión. Norteamérica estaba furiosa. Su «princesa» la había
decepcionado. Sus compatriotas habían hecho de ella su «princesa» y ahora
tenían derecho a vilipendiarla. Las mujeres escribieron cartas de odio a los
periódicos, se publicaron editoriales contrarios a la boda… Todo el mundo se
horrorizó ante aquella especie de «fusión empresarial». Le llegaron miles de
cartas de condena. Tras haber abierto unas cuantas se echó a llorar. Se alojaba
en el Ritz de París… Erick había alquilado una planta para ella, los niños y
toda la servidumbre que había contratado. La acompañó a todos los
modistos… Dolores supo que se había gastado varios miles de dólares en
trajes, zapatos, ropa interior y camisones. Por si fuera poco, Erick le compró
otros tres abrigos de pieles. El día anterior a la boda, todo el mundo acudió a
la villa.
Habían llegado Bridget, Michael y Joyce y las tres hermanas con sus
maridos. Erick les tenía preparados a todos lujosas suites. Dolores se quedó
de una pieza al ver la villa. Era como un castillo. La «suite nupcial» estaba
integrada por un dormitorio de treinta metros cuadrados, un espacioso
vestidor, una habitación para zapatos, otra habitación para sombreros y una
habitación para trajes y abrigos de pieles. También había otro vestidor, una
sauna, un bidet y otra estancia con una bañera a ras del suelo y lo
suficientemente grande como para que se bañaran en ella seis personas a la
vez. En la villa había una piscina cubierta y una pista de patinaje, una piscina
al aire libre… y treinta hectáreas de terreno.
La víspera de la boda, Erick ofreció regalos a todo el mundo. Nita recibió
un reloj de pulsera de brillantes. Bridget recibió una cruz antigua con piedras
preciosas incrustadas. Los niños recibieron cantidades ingentes de juguetes,
bicicletas y un caballo cada uno. Después Erick colocó alrededor del cuello de
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Dolores un enorme collar de rubíes y brillantes y le entregó unos pendientes
que hacían juego.
—Póntelos tú —le dijo.
Esperó a que se los hubiera puesto y entonces le tomó la mano,
deslizándole en el dedo el brillante más grande y más perfecto que Dolores
hubiera visto jamás.
Todo el mundo se quedó boquiabierto.
—¿De cuántos kilates es? —preguntó Nita.
—Sesenta —repuso Erick—. Es la piedra más perfecta del mundo.
Aquella noche, Dolores ocupó una de las suites de los invitados. Pero estaba
demasiado emocionada como para poder dormir. Jamás había visto gastar el
dinero de aquella manera. Estaba deseando ver el yate. Por la tarde había
firmado los últimos contratos prematrimoniales. Todo era exactamente tal y
como él le había dicho que iba a ser. Se preguntó qué ocurriría tras la boda.
Tal vez pasaran la luna de miel en el yate. ¡La luna de miel! Se palpó el
cuerpo con las manos. ¡Dios mío! A la noche siguiente aquel cuerpo sería de
él, lo podría aporrear y poseer. Casi podía percibir sus labios baboseándola.
Se levantó de la cama e ingirió dos píldoras tranquilizantes con un poco de
whisky.
Por la mañana, la camarera tuvo que despertarla. Se bañó medio aturdida.
Llegó la peluquera, que permanecería en la suite hasta las cinco de la tarde: la
hora anunciada para la boda. El traje era elegante, sencillo, perfecto.
Cuando se miró al espejo pudo comprobar que jamás había estado tan
bella. Si Barry pudiera verla… La vería, porque al término de la ceremonia el
barón concedería a la prensa y a los fotógrafos diez minutos para entrevistas y
fotografías. Se preguntaba cuáles iban a ser los sentimientos de Barry. ¿Acaso
creería que iba a esperar y que volverían al apaño de antes? Bueno, pues, que
aprendiera. ¡Y que aprendiera el mundo!
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A las once en punto terminó la fiesta. Dolores abrazó a Bridget con
fuerza. Erick tenía automóviles aguardando para llevar a Bridget y al resto de
la familia a París. Había alquilado suites para todo el mundo en el Ritz. Al día
siguiente, su aparato particular les llevaría de regreso a los Estados Unidos.
Fin
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JACQUELINE SUSANN (Filadelfia, EE. UU., 1918 - Nueva York, EE. UU.,
1974). Fue una escritora y actriz estadounidense, conocida principalmente por
su novela El valle de las muñecas.
Mientras estudiaba tuvo escarceos con las drogas y se ganó la reputación de
ser muy «asidua a las fiestas». Tras graduarse del High School en 1936, y
contra el deseo de sus padres, Susann se fue a Nueva York para intentar hacer
una carrera como actriz.
Participó en pequeños papeles en obras teatrales, películas, algunos
comerciales y conoció a un agente, Irving Mansfield, con el que se casó.
Por otra parte, siempre sintió una fuerte inquietud por escribir y desde niña
hasta su muerte llevó un diario, que le sirvió para desarrollar el hábito de la
escritura. Además, algunas de las vivencias e ideas que quedaron registradas
en él, fueron plasmadas posteriormente en sus novelas. Con todo, Susann no
se tomaba muy en serio en plan de escritora ya que ansiaba triunfar como
actriz. Sin embargo, nunca consiguió destacar y por ello empezó a considerar
la escritura como el camino hacia la fama que tanto la obsesionaba.
A principios de los años sesenta Susann intentó escribir una obra de
periodismo de investigación acerca del mundo del espectáculo y las drogas
ilegales que iba a titular The Pink Dolls. Sin embargo, cambió de opinión y
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escribió su primer libro: Every Night, Josephine!, una historia ligera, basada
en sus experiencias con su perro caniche, Josephine. El tema se consideró
fuera de lo corriente para la época y tuvo el suficiente éxito para garantizarle
la publicación de un segundo libro, ahora sí la novela: El valle de las
muñecas.
Por esa época, le diagnosticaron cáncer de mama. Se sometió a una
mastectomía en 1962 y mantuvo su enfermedad en secreto. De esa década
data además La máquina del amor.
En 1973 escribió Una vez no basta, quizás su libro más fuerte debido a las
explícitas descripciones empleadas en las escenas de sexo, pero también el
más honesto y surrealista de todos. Se convirtió en un gran éxito y fue llevado
al cine.
Susann falleció en 1973 a consecuencia del cáncer. De manera póstuma se
publicaron la novela romántica de ciencia ficción Yargo, que había sido
escrita a finales de los cincuenta y Dolores, que en un formato recortado
apareció en la revista Ladies’ Home Journal en febrero de 1974, cuando la
autora aún vivía.
Antes de fallecer, Susann planeó una secuela de El valle de las muñecas. En
2001 el escritor Rae Lawrence escribió la novela Shadow of the Dolls,
supuestamente basada en las notas que Susann elaboró.
A pesar de un agresivo tratamiento, el cáncer que la aquejaba de tiempo atrás,
se extendió. En agosto de 1974, a los 56 años, ingresó al hospital donde murió
en el mes de septiembre. Le sobrevivieron su esposo, un hijo y su madre.
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Índice de contenido
Cubierta
Dolores
Notas editoriales
PRIMERA PARTE
1. Todo merece vivirse
2. La primera dama
3. Nita
4. El barón
6. Servicio secreto
7. La soberana reinante
SEGUNDA PARTE
8. Treinta y seis
9. El testamento
10. Eddie
11. Barry
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12. La reina Victoria de Norteamérica
13. Horatio
14. Posesión
15. Tomar el té
16. Píldoras
17. Chismorreos
18. Amor
19. Hermanas
20. El cebo
21. La proposición
22. La respuesta
25. El yate
27. Críticas
29. Libres
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31. Una unión dichosa
Sobre el autor
Notas
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Notas
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[1] Conforme a lo publicado en:
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[2] Este tecnicismo es tomado del francés, roman à clef y se aplica a aquellas
Página 122
[3] Tal cual aparece en la edición en español de Dolores, Grijalbo, 1976. <<
Página 123
[4] La residencia del alcalde (N. de la T.). <<
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[5] Famoso restaurante de Nueva York, situado en la zona de los locales de
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